otro dia para ser_natalia di sarli
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Otro día para ser....
por Natalia Di Sarli
-Me tienen podrido con el niunamenos- gruñó el de la parada de diarios.
-Sé, mi jermu fue a la marcha.
-¿Qué, vos la cascás?
La risotada a coro cerró el interrogante, por toda respuesta.
Ana María sale del trabajo mas temprano para ir a la marcha. La sombra de su ex marido
sobrevuela a sus espaldas, como un escalofrío. A pesar de los años que lleva divorciada,
todavía sufre ataques de ansiedad cuando un hombre se le acerca a más de un metro.
A dos metros, Sandra se hace la rata del colegio para tomar unas cervezas y fumarse un fino
en la plaza. A la hora indicada, se calza al hombro la mochila de Hermética y manda un
"...chau" distraído.
-¿Eh, adonde vas?
- A la marcha.
-Beh, es una gilada eso. Vení, eu, quedáte....
Sandra enciende un pucho y se va, inmune a las cargadas. El olor de los tres chabones que la
manosearon en el baño de un bar le dibuja un rictus de amargura en la boca, cosida por el hilo
de la vergüenza.
En el camino, se tropieza con Mirta, que va a la marcha del brazo de sus dos nietos. Los tres
llevan remeras estampadas con una foto borrosa, mal impresa, estilo polaroid. Nunca se supo
si Ruth se ahorcó porque "pasaba un mal momento" o si su novio policía borró las evidencias
de otro desenlace muy distinto.
En el borde de la plaza se cruzan con Raquel e Inés, que llegan tomadas de la mano. El año
pasado, la empleada de un drugstore las echó del local por besarse sin los recatos de la
hipocresía.
Al lado, Lorena llega a la rastra, casi a empujones, de la mano de sus primos. Ella preferiría
quedarse en casa y ver la marcha por televisión. Se escuda en la agorafobia que padece
desde los 14 años, cuando un desconocido la metió de prepo en un coche y la salvó otro
desconocido, que amenazó reventarle el parabrisas con un fierro.
A media cuadra, Georgina se baja del colectivo con su novio y su bebé en brazos. Los dos
tienen 17 años. Él trabaja en una estación de servicio. Ella trabaja en un kiosco, a una cuadra
del colegio que promueve campañas "a favor de la vida". El mismo colegio que echó a
Georgina por "dar mal ejemplo a la institución".
Dos metros mas allá, Celeste acude con dos amigas. Se sacan fotos en la marcha, las suben
a twitter. Celeste sonríe, después de tres meses de depresión, cuando su ex novio y tres
amigos le metieron un "roche" en la cerveza y "la enfiestaron".
A su izquierda, Silvana va a la marcha en taco aguja, musculosa y shorcitos bien cortitos,
mostrando el culo. Cada centímetro de piel suya se siente bella, feliz, atractiva. Lejos está el
vozarrón de su madre, machacando que no servía para nada, "ni para conservar a un
hombre". Mas lejos está el de su ex pareja, tratándola de frígida, inútil, imbécil. Silvana lleva
escrito "amor" en la musculosa. Si un hombre le gusta, se irá con él a la cama. Si no le gusta,
le dirá "no quiero". Si el hombre no atiende argumentos, se los hará entender a patadas de
taco aguja.
A tres personas de distancia, Belén reparte pines con la consigna "niunamenos". Sus
períodos menstruales son una tortura por el aborto que debió hacerse a escondidas, con un
medicamento barato que le dejó secuelas hormonales de por vida. Pero decidida a elegir una
vida donde la maternidad es un deseo a conciencia, no un mandato biológico. Le mostraron
fotos de bebotes rubios, mal photoshopeados de sangre trucha. La tildaron de asesina, de
putita, de marimacho. De corromper el regalo divino de un hijo para salir a coger con tipos y
prolongar una vida de " minita superada" y disoluta. Belén desoye sermones y reparte pines
de color violeta, ni celeste ni rosa. Violeta. Porque el mundo dividido en colores celeste y rosa
empieza a derrumbarse. Como las princesas y los forzudos de los cuentos medievales. Como
el miedo y la vergüenza, como el silencio y la hipocresía cómplice...