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ArquitecturaViva 220 2019 3 Ninguna guerra comercial es incruenta. La pugna actual entre Estados Unidos y China, que se extiende al ámbito tecnológico e incluso al espacial, dificulta el flujo de ideas, capitales y mercancías, y pone en cuestión las instituciones internacionales que establecen normas y arbitran conflictos. En un plazo muy breve estamos asistiendo al desmoronamiento de la globalización y a la fractura de los equilibrios geopolíticos que han garantizado una estabilidad perturbada sólo por guerras asimétricas, híbridas o por delegación, trágicas siempre, pero constreñidas en su dimensión geográfica, por más que susciten dolorosos éxodos. Treinta años después de la caída del Muro de Berlín, el mundo unipolar que iba a invertir los dividendos de la paz en promover la democracia liberal se ha marchitado, e ingresamos en una nueva guerra fría, esta vez entre dos grandes países que históricamente se han sentido el centro del mundo, y cuya enconada lucha por la hegemonía apenas tiene hoy ya bases ideológicas. Los analistas gustan de mencionar ‘la trampa de Tucídides’ para advertir del riesgo que conlleva la rivalidad entre una potencia emergente y otra en declive, que en muchas ocasiones ha conducido al conflicto bélico entre ambas. En nuestro caso, ese peligro se acentúa por la posibilidad de un error de cálculo en el Mar de la China Meridional, donde un incidente naval podría provocar una escalada imparable; un error humano en los sistemas de alerta frente a misiles balísticos o de crucero, con las consecuencias trágicas que han explorado tanto la estrategia militar como la ficción cinematográfica; o un accidente digital en los ordenadores que controlan los mercados y las máquinas, que podría llegar a causar lo mismo un pánico financiero que una guerra entre armas robóticas guiadas por su propia inteligencia artificial. Si la guerra comercial se ha extendido al espacio y al ciberespacio, otro tanto ha ocurrido con la rivalidad militar que eufemísticamente designamos con el término ‘seguridad’. En este nuevo entorno multilateral de áspera competencia por los recursos, la eclosión de los nacionalismos no es sino un espejismo que se desvanece frente al protagonismo de las grandes potencias. La Unión Europea —una amalgama de países con poblaciones envejecidas, limitada competitividad comercial y escasas inversiones en defensa— se enfrenta al desafío de la inmigración, frente a un continente africano en explosión demográfica y emergencia climática; al desafío de la digitalización, ayuna como está de grandes empresas tecnológicas; y al desafío de la seguridad, privada de la protección de la OTAN ante el creciente aislacionismo estadounidense, y amenazada por el empeño ruso en disgregar su cohesión. España es sólo un pequeño país en esta península de Asia que es Europa, y sus destinos están unidos a los de la formidable utopía que cristalizó en las instituciones de Bruselas: esa es ahora nuestra casa común, y nuestro refugio compartido en esta hora convulsa. Luis Fernández-Galiano Otras guerras Other Wars No commercial war is bloodless. The current clash between the United States and China, which reaches the technological and space fields, encumbers the circulation of ideas, capitals, and goods, and questions the international institutions that establish rules and mediate in conflicts. In a short time we are witnessing the collapse of globalization and the fracture of the geopolitical balances that have guaranteed a stability disturbed only by proxy wars, tragical always, but constrained in their geographic extension, even though they cause painful outflows. Thirty years after the fall of the Berlin Wall, the world that was going to invest the peace dividends in spreading democracy has withered, and we face a new cold war, this time between two countries that have historically thought of themselves as the center of the world, and whose fight for power has today no ideological basis. Analysts like to mention ‘the Thucydides trap’ to warn about the risks of the competition between an emerging and a declining power, as this rivalry has often led to war between both. In our case, that danger is increased by the possibility of a miscalculation in the South China Sea, where a minor naval incident could cause an unstoppable escalation of tension; a human mistake in the current missile warning systems, with the tragic consequences explored both in military scenarios and in film fiction; or a digital accident in the computers that control markets and machines, with the possibility of a financial panic or a war between robotic weapons guided by their own artificial intelligence. If commercial war has reached space and cyberspace, the same has happened with the military rivalry that we euphemistically refer to as ‘national security.’ In our multilateral environment of competition for resources, the eclosion of nationalisms is just a mirage that fades before the strength of great powers. The European Union – a cluster of countries with aged populations, limited commercial competitivity, and meager investment in defense – faces the challenge of immigration from an African continent in demographic explosion and climatic emergency; the challenge of digitalization, lacking as it does any large technological companies; and the challenge of security, with no protection from NATO given the growing isolationism of the United States, and threatened by the Russian determination to break its cohesion. Spain is just a small country in this peninsula of Asia we call Europe, and its fates are tied to those of the utopia that created the institutions of Brussels: that is our common home, and our shared shelter in these turbulent times.

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Ninguna guerra comercial es incruenta. La pugna actual entre Estados Unidos y China, que se extiende al ámbito tecnológico e incluso al espacial, dificulta el flujo de ideas, capitales y mercancías, y pone en cuestión las instituciones internacionales que establecen normas y arbitran conflictos. En un plazo muy breve estamos asistiendo al desmoronamiento de la globalización y a la fractura de los equilibrios geopolíticos que han garantizado una estabilidad perturbada sólo por guerras asimétricas, híbridas o por delegación, trágicas siempre, pero constreñidas en su dimensión geográfica, por más que susciten dolorosos éxodos. Treinta años después de la caída del Muro de Berlín, el mundo unipolar que iba a invertir los dividendos de la paz en promover la democracia liberal se ha marchitado, e ingresamos en una nueva guerra fría, esta vez entre dos grandes países que históricamente se han sentido el centro del mundo, y cuya enconada lucha por la hegemonía apenas tiene hoy ya bases ideológicas.

Los analistas gustan de mencionar ‘la trampa de Tucídides’ para advertir del riesgo que conlleva la rivalidad entre una potencia emergente y otra en declive, que en muchas ocasiones ha conducido al conflicto bélico entre ambas. En nuestro caso, ese peligro se acentúa por la posibilidad de un error de cálculo en el Mar de la China Meridional, donde un incidente naval podría provocar una escalada imparable; un error humano en los sistemas de alerta frente a misiles balísticos o de crucero, con las consecuencias trágicas que han explorado tanto la estrategia militar como la ficción cinematográfica; o un accidente digital en los ordenadores que controlan los mercados y las máquinas, que podría llegar a causar lo mismo un pánico financiero que una guerra entre armas robóticas guiadas por su propia inteligencia artificial. Si la guerra comercial se ha extendido al espacio y al ciberespacio, otro tanto ha ocurrido con la rivalidad militar que eufemísticamente designamos con el término ‘seguridad’.

En este nuevo entorno multilateral de áspera competencia por los recursos, la eclosión de los nacionalismos no es sino un espejismo que se desvanece frente al protagonismo de las grandes potencias. La Unión Europea —una amalgama de países con poblaciones envejecidas, limitada competitividad comercial y escasas inversiones en defensa— se enfrenta al desafío de la inmigración, frente a un continente africano en explosión demográfica y emergencia climática; al desafío de la digitalización, ayuna como está de grandes empresas tecnológicas; y al desafío de la seguridad, privada de la protección de la OTAN ante el creciente aislacionismo estadounidense, y amenazada por el empeño ruso en disgregar su cohesión. España es sólo un pequeño país en esta península de Asia que es Europa, y sus destinos están unidos a los de la formidable utopía que cristalizó en las instituciones de Bruselas: esa es ahora nuestra casa común, y nuestro refugio compartido en esta hora convulsa.

Luis Fernández-Galiano

Otras guerrasOther Wars

No commercial war is bloodless. The current clash between the United States and China, which reaches the technological and space fields, encumbers the circulation of ideas, capitals, and goods, and questions the international institutions that establish rules and mediate in conflicts. In a short time we are witnessing the collapse of globalization and the fracture of the geopolitical balances that have guaranteed a stability disturbed only by proxy wars, tragical always, but constrained in their geographic extension, even though they cause painful outflows. Thirty years after the fall of the Berlin Wall, the world that was going to invest the peace dividends in spreading democracy has withered, and we face a new cold war, this time between two countries that have historically thought of themselves as the center of the world, and whose fight for power has today no ideological basis.

Analysts like to mention ‘the Thucydides trap’ to warn about the risks of the competition between an emerging and a declining power, as this rivalry has often led to war between both. In our case, that danger is increased by the possibility of a miscalculation in the South China Sea, where a minor naval incident could cause an unstoppable escalation of tension; a human mistake in the current missile warning systems, with the tragic consequences explored both in military scenarios and in film fiction; or a digital accident in the computers that control markets and machines, with the possibility of a financial panic or a war between robotic weapons guided by their own artificial intelligence. If commercial war has reached space and cyberspace, the same has happened with the military rivalry that we euphemistically refer to as ‘national security.’

In our multilateral environment of competition for resources, the eclosion of nationalisms is just a mirage that fades before the strength of great powers. The European Union – a cluster of countries with aged populations, limited commercial competitivity, and meager investment in defense – faces the challenge of immigration from an African continent in demographic explosion and climatic emergency; the challenge of digitalization, lacking as it does any large technological companies; and the challenge of security, with no protection from NATO given the growing isolationism of the United States, and threatened by the Russian determination to break its cohesion. Spain is just a small country in this peninsula of Asia we call Europe, and its fates are tied to those of the utopia that created the institutions of Brussels: that is our common home, and our shared shelter in these turbulent times.