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  • 8/10/2019 otooproceso.docx

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    El otoo de la indignacin

    Fabrizio Meja Madrid

    Breviario de lo que nos viene sucediendo

    Ah sigue la pinta en la base de una de las fuentes de Paseo de la Reforma: Pienso,

    luego me desaparecen . Fue escrita con una perfecta letra plateada el 8 de octubre de

    2014 y dos semanas despus, sigue ah. Hoy ---mircoles 22 de octubre---, asistimos a

    la marcha de las indignaciones --- Protesta Global Todos Somos Ayotzinapa ---, a la

    que rasca el aire para asir un futuro de agitaciones nacionales e internacionales cuyo

    desenlace es esperanzado: Que se vayan todos. Un sitio ideal sin polticos, sin

    mediadores corruptos; slo la gente representada por s misma. Y aqu, vaya que hay

    mucha gente, marchando en silencio, indignada, llorosa, iracunda. Llenan el Zcalo

    de la capital de Mxico, como no se haba visto en anteriores movilizaciones:

    Guardera ABC, Reforma Energtica, Cadena Humana contra la Ley de

    Telecomunicaciones, los maestros contra la Educativa. Algo ha cambiado. Pero, qu

    es? Es el nimo.

    La frase cartesiana --- Pienso, luego --- ha venido construyndose en estos das

    en los que la educacin y la cultura parecen ser el ltimo reducto de lo tocado por las

    reformas estructurales o, como dice, un cartel de la Reforma del Establo. S on,

    por supuesto, los universitarios, los estudiantes del Politcnico que no haban salido a

    las calles en masa prcticamente desde aquel julio de 1968. Pero lo son, tambin, los

    maestros y alumnos de las normales rurales como Ayotzinapa. Una vez ms se ven los

    rostros la ciudad universitaria y el patio rural. El signo est frente al Palacio Nacional:

    los mesabancos de madera cruda vacos donde ya slo se sientan las fotocopias de los

    rostros de los ausentes.

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    La historia se cuenta en desbandada: a un movimiento de las escuelas del Politcnico

    contra una reforma aparentemente administrativa que significa su fin como fuente de

    educacin cientfica y tecnolgica, se le une una desesperacin por los desaparecidos

    ---43--- de una normal legendaria, en Ayotzinapa, Guerrero. Normales rurales

    formadas por el cardenismo para abastecer de letras a las comunidades agrarias e

    indgenas. Un Politcnico, tambin formado por el cardenismo para abastecer de

    cientficos a la industria nacional. Los dos en riesgo de desaparicin. Se asume que el

    delito es pensar.

    Las fuentes de la indignacin

    Llego a Acapulco el 19 de septiembre. Se trata de un seminario sobre Jos Revueltas

    organizado por la Universidad Autnoma de Guerrero. Se habla de las protestas en el

    Instituto Politcnico Nacional ---leo algunas consignas entre las risas de los

    estudiantes sudorosos en las sillas del Fuerte de San Diego: Ms IPN, menos EPN ,

    Mejor no estudio y me vuelvo Presidente, Somos los nietos de los que no pudiste

    matar. Hijos de quienes no pudiste callar. Alumnos de los que no pudiste comprar ---

    que redundaron en un paro y el intento meditico del secretario de Gobernacin,

    Osorio Chong, de calmarlas con un calculado lo que pidan. Inmersa en un proceso

    de reforma, la UAG ya no es l a universidad - pueblo de los aos setentas, sino que

    discute los lmites de su propia autonoma y si el voto de los alumnos debe pesar tanto

    como el de los profesores. Van ---me dicen los estudiantes--- como el Politcnico,

    hacia un Congreso Universitario : No queremos que nos suceda lo que en la UNAM

    en 1990. Ellos fueron solos y empataron con las autoridades. Nosotros queremos ir

    con los politcnicos de Mxico . Sin embargo, Acapulco est colapsado, no por la

    agitacin estudiantil, sino por lo que ahora se percibe como su contrario: el alcalde

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    Luis Walton Aburto acarrea tantos camiones para tener pblico en su informe de

    gobierno, que no deja calle transitable. Mientras transcurre ese virtual secuestro de las

    autoridades del puerto decido hacer tiempo en La Granja, el restorn favorito de

    Carlos Montemayor, el autor de Guerra en el Paraso. En medio de la modorra

    calurosa de Acapulco, de pronto, un comando de encapuchados ---pasamontaas, ropa

    de camuflaje, y rifles de asalto AR-15s--- irrumpe en el lugar. Miran a las familias

    desayunando con sus hijos, nos escrutan sin dejar de apuntarnos. De pronto, uno de

    los soldados-narcos ---uno qu va a saber a estas alturas--- saca del jardn a un

    cachorro de len. Lo mantiene entre sus brazos haciendo que su rifle de asalto se

    bambolee distradamente entre apuntar al piso y a mi caf de la maana. Lo que me

    sorprende no es la aparicin de un len en pleno restorn --- los nios dicen: mira al

    gatito ---sino que los comensales no se alarmen de la presencia de un comando.

    Ha pasado un poco ms de un mes de esto mientras camino por la marcha de la

    Protesta Global Todos Somos Ayotzinapa en la ciudad de Mxico. Supongo que ya

    en este recuerdo tan fresco estaban dadas las cartas de lo que sera la desaparicin de

    los estudiantes de la Normal Rural Ral Isidro Burgos Alans: la prepotencia de los

    gobernantes preocupados slo por su imagen, los clculos electoreros, y el acarreo; la

    aparente normalidad con la que se convive con gente armada; la idea de que los

    encapuchados dirigen un negocio irrebatible que va del gobierno a la herona y de

    regreso; la suposicin del pas de la prepotencia impune: ustedes, agantense. La

    respuesta civil, espontnea, irritada recicla la frase de los argentinos durante la crisis

    del 200 1: Que se vayan todos.

    Desde la primera marcha en la ciudad de Mxico por Ayotzinapa ---8 de octubre--- el

    nimo de resignacin va apretando los puos: Cuando se lee poco, se dispara

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    mucho ; A quin recurro cuando es la polica la que nos mata? ; No los conoc,

    pero son mis hermanos ; Las escuelas no forman guerrilleros. La desigualdad, s .

    Pensar y desaparecer parecen sinnimos. Se equipara la existencia de los estudiantes

    pobres, radicales ---hay que decirlo: el polvo no deja ms alternativas---, con su

    ausencia.

    Mientras transito por los contingentes de normalistas, universitarios de todas las

    persuasiones ---unamitas, uacemitas, uamitas, polis: la pertenencia escolar como

    posible patriotismo--- , las goyas y los huelums, pienso, a riesgo de desaparecer,

    que este Mxico ya no es el de la resignacin rulfiana. Ya no es el de diles que no

    me maten sino el de la consigna de Rosario Ibarra de Piedra en los aos ochenta del

    siglo pasado: Vivos los llevaron. Vivos los queremos. Por eso el silen cio, el luto,

    las veladoras no impregnan esta marcha de cientos miles hacia el Zcalo. Es la

    urgencia de vivir, de defenderse, de propinar el puetazo pico a sabiendas de la

    superioridad del adversario. Tenemos al enemigo, el que nos quiere desaparecer,

    asesinar, quemar vivo con diesel ---segn el dicho del padre Solalinde, en una

    perfecta metfora de la nueva administracin de la abundancia petrolera---

    acobardado en sus oficinas. Inmvil, el Presidente Pea y sus secretarios, esquivos los

    dirigentes del PRD --- esa franquicia que lo mismo puede decirse de izquierda que

    realista --- y sus lderes municipales narcotraficantes, no alcanzan a mirar el nivel de

    nuestra indignacin. No la entienden porque provienen del Mxico del que se enoja,

    pierde, de la resignacin y el aguante como prueba de hombra . El dolor como

    smbolo nacional va mermando hoy en esta marcha por los desaparecidos. Lo que

    priva es la irritacin y la vehemencia. No aguantarse, como en esa versin priista de

    que ser mexicano es ser un intachable faquir: no gritar con el picante, tragarse el

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    desamor y los desdenes, dejarse quemar por la autoridad y el tequila. Es un ya

    bas ta, menos retrico que en otras ocasiones. El nimo ha cambiado.

    Mientras camino por los contingentes saludando a los profesores de la Universidad

    Autnoma de Sinaloa, al rockero inextinguible Guillermo Briseo, a la inagotable

    periodista Carmen Aristegui, a Sara Schultz, la experta en arte contemporneo en su

    bicicleta, recuerdo en flashazos un encuentro con los maestros de la Seccin XXII en

    Oaxaca hace apenas unas semanas, el 11 de octubre. Quinientos profesores de

    primarias rurales en la escuela primaria Abraham Castellanos con sus techos de Eiffel

    ---un sismo de 5.7 a la mitad de la charla nos hizo correr hacia los cimientos

    metlicos--- y su inusitada combatividad. Me viene a la memoria el discurso de unos

    de sus maestros, con su camisa blanca almidonada, sus jeans, sus manos engarrotadas

    apretando un cuaderno de donde lee:

    ---La va pacfica ya no es posible cuando el Estado es el que nos agrede.

    Pienso en las autodefensas de Michoacn y Manuel Mireles en prisin. En la cruzada

    de Javier Sicilia, y los padres Vera y Solalinde. En Lydia Cacho. En los miles que

    desde la primavera hemos insistido en que la representacin en Mxico est muerta,

    que lo que dicen los partidos, el Presidente, el Congreso, la televisin, las encuestas

    no es lo que realmente somos. El cambio de nimo se oper en estos seis meses: en la

    lista de los verdugos, seguimos nosotros. Antes que desaparecer, vamos a

    defendernos. Recuerdo haberme acercado al profesor en el encuentro con la Seccin

    XXII de la CNTE.

    ---Qu hacemos, entonces, profe? ---le pregunt absurdamente, como si alguien

    tuviera la respuesta que tiene que ser colectiva.

    ---No s. A m ya me jubilaron.

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    La herencia y el trauma

    El 17 de octubre apareci en Acapulco esta pancarta hecha con las manos de un

    estudiante: Nos han quitado tanto que ya hasta nos quitaron el miedo. A estos das

    de Ayotzinapa se les encuentra una memoria: son como el 2 de octubre de 1968 por la

    matanza de estudiantes ordenada por un poder que detenta el monopolio de la locura:

    la esposa del alcalde de Iguala ovacionada por sus acarreados, peones del cartel de los

    Beltrn Leyva, y su marido, Jos Luis Abarca cuya oficina tena espejos en vez de

    paredes para mirarse en ellos todo el tiempo. Son como la guerra sucia de los

    setentas por la consigna de que todo estudiante es sospechoso de subversin. Son el

    reverso de la izquierda de 1988 porque ahora es el PRD el involucrado en una

    represin en el mismo estado en el que, hace quince aos, era la vctima del

    salinismo. Una herencia hecha de traumas, como la red de agujeros, se desmadeja

    entre las avenidas del pas, seguros espejos de lo que sucede en el Zcalo de la

    capital, ese centro de centros, ese hueco de huecos.

    Pero hoy, al recorrer las aceras, nada es igual a otros aos. No es una fosa comn. De

    la primavera disruptiva al otoo indignado hay un nimo que viene de otros

    momentos. Por ejemplo del terremoto de 1985: si la autoridad se esconde, aqu

    estamos nosotros para hacerlo mejor, democrticamente y sin corruptelas. Slo

    nosotros nos representamos. Por eso la insistencia de los estudiantes en desfilar con

    credenciales en mano: yo soy ste y tengo el mismo valor que aquel que aparece en

    la televisin. Nadie que dijo representarnos cumpli con lo que se esperaba.

    La crisis de representacin alcanza as su fondo. Se lloran lgrimas de destierro a

    sabiendas que ese pas que se nos ha ido es una herencia y no un trauma, y que sus

    gobernantes no sern ni siquiera un lamento. Me dirn que es la vida que nos llena de

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    lazos que pocas veces conducen a algo, de esperanzas vanas, cochambres

    imperdonables, pero no.

    A las afueras de los contingentes de esos estudiantes alegres del otoo una fila

    interminable de seoras levantan letreros hechos a mano. Uno de ellos recaba

    aplausos: Estar vivo es subversivo. Mantengmonos as.