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LA CULTURA DE LA ÓSCAR LEWIS Aunque se ha escrito muchísimo IOIH« la pobreza y los pobres, es relati- vamente nuevo el concepto de una cultura de la pobreza. Yo fui, sin duda alguna, el primero en exponerlo en mi libro Antropología de la pobreza. La frase es pegajosa y ha sido ampliamente interpretada y tergiversada.' Michel Harrington la utilizó en su libro La cultura de la pobreza («The Other America», de 1961), que influyó de modo importante en el pro- grama contra la pobreza del gobierno norteamericano. Con todo, Har- rington usó el término en un sentido más amplio y menos técnico. Intentaré volver a definirlo con mayor precisión, situándolo como un modelo con- ceptual, poniendo énfasis en la distinción entre la pobreza y cultura de la pobreza. La ausencia de estudios antropológicos intensivos sobre las fami- lias pobres de una extensa variedad de contextos culturales y naciones (en especial de familias pobres de los pauses socialistas), es un serio incon- veniente para formular esquemas culturales válidos. El modelo aquí presen- tado es por tanto provisional y sujeto a las modificaciones que otros estudios * Sin emtMigo la discuóón al respecto ha údo bastante pobre en las revistas profeñonale*. Sólo dos articulo* abordan d tema con algún detalle, el de Elizskbeth Henwg «Some Asiumpticms about The Poor», y d de Uoyd Ollin «Inherited Powerty». 52 Pensamiento Crítico, Habana, nº 7, agosto de 1967. www.filosofia.org

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LA CULTURA DE LA

ÓSCAR LEWIS

Aunque se ha escrito muchísimo IOIH« la pobreza y los pobres, es relati­vamente nuevo el concepto de una cultura de la pobreza. Yo fui, sin duda alguna, el primero en exponerlo en mi libro Antropología de la pobreza. La frase es pegajosa y ha sido ampliamente interpretada y tergiversada.' Michel Harrington la utilizó en su libro La cultura de la pobreza («The Other America», de 1961), que influyó de modo importante en el pro­grama contra la pobreza del gobierno norteamericano. Con todo, Har­rington usó el término en un sentido más amplio y menos técnico. Intentaré volver a definirlo con mayor precisión, situándolo como un modelo con­ceptual, poniendo énfasis en la distinción entre la pobreza y cultura de la pobreza. La ausencia de estudios antropológicos intensivos sobre las fami­lias pobres de una extensa variedad de contextos culturales y naciones (en especial de familias pobres de los pauses socialistas), es un serio incon­veniente para formular esquemas culturales válidos. El modelo aquí presen­tado es por tanto provisional y sujeto a las modificaciones que otros estudios

* Sin emtMigo la discuóón al respecto ha údo bastante pobre en las revistas profeñonale*. Sólo dos articulo* abordan d tema con algún detalle, el de Elizskbeth Henwg «Some Asiumpticms about The Poor», y d de Uoyd Ollin «Inherited Powerty».

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inevitables traerán consigo. A través de la historia, encontranu» en la literatura, en los proverbios y en los refranes populares, dos valoraciones opuestas de la naturaleza del pobre. Algunos caracterizan al pobre como ser bendito, virtuoso, confiado, sereno, independiente, honesto, generoso y feliz. Otros lo definen como ser malvado, perverso, violento, sórdido y crimina]. Estos juicios contradictorios y confusos también se reflejan en la lucha interna que tiene lugar en la presente guerra contra la pobreza. Algunos insisten en los dones potenciales de los pobres para la ayuda pro­pia, la dirección y la organización de sus comunidades, mientras que otros señalan el efecto —en ocasiones indestructible— de la pobreza sobre el carácter individual y, por tanto, hacen énfasis en la necesidad de que el dominio y dirección de los pobres, permanezcan en manos de la clase media, quien es de presimiir posee mejor salud mental.

Estos puntos de vista opuestos reflejan una lucha por el poder poUtico. Sin embargo, parte de la confusión deviene del fracaso para distinguir entre la pobreza per-se y la cultiua de la pobreza y de la tendencia de examinar a la personalidad individual con preferencia al grupo, esto es, la familia y la comunidad del barrio bajo.

Como antropólogo, he intentado captar la pobreza y sus rasgos concomi­tantes como una cultura, o para ser más preciso, como una subcultura^ con sus propias estructuras y razones, como un modo de vida que se hereda de generación en generación a través de las lineas familiares. Este punto de vista concentra su atención en d hecho de que la cultura de la pobreza en las naciones modernas no es únicamente un asunto de priva-: Clones económicas, desorganización o carencia de algo. Es tamtnén algo positivo y otorga ciertas recompensas sin las cuales los pobres no podrían ccmtinuar.

En algún otro lado he sugerido que la cultura de la pobreza trasciende las diferencias regionales, rurales, urbanas y nacionales y muestra extraordi­narias semejanzas en lo que se refiere a estructuras familiares, relaciones interpersonales, orientación en materia de tiempo, sistemas de valores y esquemas de consimios. fctas semejanzas internacionales son ejemplos de

* Aun cuando el término «tubcultaia de la pobreza> e* técnicamente más correc­to, usaré cultura de la pobreza ccmio una forma tewmida.

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invención independiente y de convei ^enda. Son respuestas comunes ante pn^lemas cranunes.

La cultura de la pobreza puede existir en función de una variedad de ccHitextos históricos. Sin embargo, tiende a crecer y florecer en sociedades con el siguiente cuadro de condiciones: 1) ima economía casera, trabajo JOTnalero y producéis para el beneficio inmediato; 2) un elevado nivel persistente de escasas oportunidades para el trabajador no calificado y desempleo; 3) sueldos muy bajos; 4) el fracaso en la consecución de organizaciones económicas, políticas y sociales (ya sea sobre una base voluntaria o por imposición gubernamental para la población de bajo nivel de ingresos; 5) el predominio de un sistema bilateral de parentesco sobre im sbtema unilateral; y finalmente, 6) la existencia de una tabla de valores en las clases dominantes que insiste en la acumulación de riquezas y propiedades, la posibilidad de una movilidad ascendente y el espíritu ahorrativo, y que explica el bajo nivel de ingresos como el resul­tado de la inadecuación o la inferioridad personal.

El sistema de vida que se produce bajo tales condiciones entre un muy numeroso sector de los pobres es lo que se conoce como la culttua de la pobreza. Puede ser estudiado en forma óptima en las barriadas urbanas o rurales y permite ser descrito con cerca de setenta rasgos sicológicos, sociales y económicos que se relacionan entre si. Con todo, el número de radios y las relaciones entre ellos pueden variar de sociedad a sociedad y de familia a familia. Por ejemjdo, en una sociedad altamente cultivada, el analfabetismo puede aar un diagnóstico más eficaz de la cultui a de la pobreza, que en ima sociedad donde el analfabetismo está muy extendido y donde, incluso, los ricos pueden ser analfabetos como sucedió en ciertos pueblos mexicanos antes de la Revolución.

La cultura de la pobreza es a la vez un afán dp adaptarse y una reacción de los pobres ante su posición marginal en una sociedad capitalista, de estratificación clasista y vigoroso individualismo. Representa un esfuerzo para detener los sentimientos de desesperación y desesperanza que surgen al hacerse notoria la improbabilidad de alcanzar el éxito en términos de los valores y metas de ima gran sociedad. En verdad, muchos de los ra^os de la cultura de la pobreza pueden ser vistos como intentos de soluciones locales para problemas no resueltos por las instituciones y agencias exis­tentes, porque la gente no resulta el^ble, o no puede soportarlos, o kx igoan y desconfía, de ellot.

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Por ejemplo, incapaz de obtener crédito de los bancos, la gente pobre es arrojada a sus propios recursos y obligada a organizar sistemas de crédito informal sin interés. La cultura de la pobreza, sin embargo, no es sólo un grado de adaptación a un cúmulo de condiciones objetivas de la gran sociedad. Una vez que surge tiende a perpetuarse a sí misma de generación a generación gracias a su efecto «obre los" niños, cuando los niños de los barrios bajos tienen seis o siete años de edad y han absorbido por lo común los valores básicos y las actitudes de su subcultura y no están sicológicamente capa­citados para tomar plena ventaja de las condiciones de cambio o el aumento de oportunidades que puedan darse en el transcurso de su existencia.

Con gran frecuencia la cultura de la pobreza se desarrolla cuando un sistema social y económica estratificado, no se ve quebrantado o remplazado por otro como en el caso de la transición del feudalismo al capitalismo o durante períodos de rápido cambio tecnológico. Con frecuencia es resul­tado de conquistas imperiales que aplastan las estructuras sociales y eco­nómicas de los nativos y mantienen a éstos en un estado de servil coloma-lismo, muchas veces durante varias generaciones. También puede darse en un proceso detribalizador como el que ahora se produce en Afnca. Los candidatos idóneos para la cultura de la pobreza son quienes provie­nen de los estratos inferiores de una sociedad de cambios rápidos y que ya sufren en consecuencia ima enajenación parcial. De estos trabajadores rurales sin tierra, que emigran a las ciudades se puede esperar un más rápido desarrollo de una cultura de la pobreza que de inmigrantes de puebk» agrícolas con una cultura tradicional bien organizada. En este sentido hay un fuerte contraste entre América Latina, donde la población rural hace tiempo efectuó el cambio de una sociedad tribal a una sociedad campesina, y África, que aún está cerca de su herencia tribal. La natu­raleza más corporativa de muchas de Jas sociedades tribales de África, ú se les compara con las comunidades rurales de América Latina y la per­sistencia de los vínculos de pueblo, úeaáe a inhibir o rebasar la formación de una muy ampUa cultura de la polweza, en muchos de k» pueblos y ciudades africanos. Las condiciones dd aqarthád en Afrka del Sur, donde kx immgrantes son segregado* en «lugares» separados y too gozan de Kber-tad de movimiento, ciean problemas e^edales. Aquí, al institucionalizarse

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la repteáón y la discriminación, se desarrdla un mayor sentido de iden­tidad y \ma mayor conciencia de grupo. La cultura de la pobreza puede ser estudiada desde diversos puntos de vista: la representación entre la subcultura y la gran sociedad; la natu­raleza de k» barrios bajos; la natiuuleza de la familia; y las actitudes, vakves y estructura caracterológica del individuo.

La falta de participación efectiva y de integración del pobre en las insti-tiMñcmes más importantes de la gran sociedad es ima de las características cruciales de la cultiua de la pobreza. Este es uq asunto complejo y es producto de una variedad de factores donde pueden estar la carenda de recursos económicos, la s^regadón y la discriminación, el temor, la sos' pecha o la apatía, y el desarroUo de soluciones locales a los problemas. Con todo, la participación en algunas de las instituciones de la gran sociedad —por ejemplo, ea las cárceles, el ejército y el sistema de ayuda pública— nó elimina per-se los ra^os de la cultura de la pobreza. En el caso del ñstema de ayuda que escasamente mantiene viva a la gente, tanto la pobreza básica como el sentimiento de desesperación se perpetúan en lugar de eliminarse. Los salarios bajos, el desempleo y el empleo parcial crónicos, conduce a bajos ingresos, falta de bienes propios, ausencias de ahorros, carencia de reservas de comida en la casa y una escasez inveterada de dinero en efec­tivo. Estas ccmdiciones reducen la posibilidad de una participación efectiva en un gran ñstema ectmónúco. Y cmno ima respuesta a estas condiciones se encuentra en la cultura de la p<dHeza un índice muy elevado de bienes perscniales en el empeño, préstamos con un nivel usurario de interés, sis­temas espontáneos de crédito informal organizados por los vecinos, el uso de ropa y muebles de segunda mano y el modelo de la compra frecuente de pequeñas cantidades de comida, tantas veces.al día como sea preciso. La gente con una cultura de la pobreza produce y recibe una muy pequeña cantidad de bienes. Tienen un bajísimo nivel cultural y educacional, no pertenecen a sindicatos, no son miembros de partidos poUticos, no parti­cipan por lo general en los centros de bienestar nacional, y acuden lo menos posible a bancos, hospitales, tiendas, museos o galerías de arte. Tienen una actitud crítica hacia muchas de las instituciones básicas de las clases dominantes, odian a la policía, desconfían del gobierno y de aquéllos de posición elevada, y su cinismo se extiende incluso hasta la igleña. Esto le confiere a la cultura de la pobreza un alto valor potencial

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de protesta y puede ser usada en movimientos políticos enderezados contra el orden social existente.

Las gentes dentro de la cultura de la pobreza está conciente de los valores de la clase media, habla sobre ellos y en ocasiones k» ve como suyos; pero en conjunto, no vive en función de ellos.

Por eso importa distinguir entre lo que dicen y lo que hacen. Por ejemplo, muchos de ellos afirmarán que el casamiento legal, por la iglesia o ambos, es la forma ideal del matrimonio; pero pocos, entre ellos, se casarán. Para hombres que no tienen trabajos seguros o alguna otra forma de ingreso, que no poseen propiedades y que no tienen dinero que legarle a sus hijos, que viven para el presente y que desean evitar las onerosas difi­cultades leales que trae consigo el matrimonio y el divorcio formales, las umones Ubres o el matrimonio consensual tienen mucho sentido. Las mujeres rechazarán con frecuencia ofertas de matrimonio porque sienten que se atarían con hombres imnaduros, castigadores y en general poco confiables. Las mujeres sienten que la unión consensual les permite \m mejor rompimiento; les otorga a%o de la liberud y flexibilidad de que el hombre goza. Al no darles a los padres de sus hijos el habilitamiento legal como esposos, las mujeres tienen un mayor derecho sobre los hijos, si no deciden abandonar a sus hombres. También otorga a las mujeres derechos exclusivos sobre tma cosa o cualquiera otra propiedad que puedan poseer.

AI describir la cultura de la pobreza en el nivel de las comunidades loca­les, encontramos enguas condiciones habitacionales, gr^^arismo, apiíia-imento, pero sobre todo, im mínimo de oi ^anización más allá del nivel de la familia nuclear y extendida. Ocasionalmente hay informales agrupado-ne» temporales o asociaciones voluntarias en las barriadas. La existencia de pandillas MI el vecindario representa im avance comiderable, más allá oei punto cero del continum que tengo en mente. En verdad, es el bajo nivel organizativo el que le otorga a la cultura de la pobreza sus cualida­des anacrónicas y marginales en nuestra sociedad altamente compleja, especializada y organizada. La mayoría de los pueblos primitivos han alcanzado un nivel de organización sociocultural mia alto que el de nuestros modernos habitantes de los barrios bajos.

A pesar del bajo nivel general de <»rganizad^ puede haber un sentido comunicativo y un tspbrit de eorps en k» barrios bajos urbanos. Esto puede variar, en una sola dudad, o de re^ón ea np&a, o de país en país.

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Los factores que más influyen en estas variantes son el tamaño del vecin­dario, su localización y características físicas, el espacio residencial, la frecuencia de hogares y propiedades de tierra (en contra de los derechos usurpados), las rentas, la etnicidad, los lazos familiares y la libertad o falta de libertad de movimiento. Cuando los barrios bajos se ven separa­dos de las áreas circundantes por muros u otras barreras físicas, cuando las rentas son bajas y fijas y hay una gran estabilidad de residencia (veinte o treinta años), cuando la población constituye un grupo lingüístico, racial o étnico distinto, es rodeada por lazos de parentesco o compadrazgo, y cuando hay algunas asociaciones voluntarías internas, entonces el sentido de comunidad local se aproxima al de comunidad aldeana. En muchos casos no existen estas combinaciones en condiciones favorables. Pese a todo, cuando la organización interna y el esprit de corps está reducido al mínimo y hay un gran movimiento de gente, se manifiesta un sentido de terrítorialidad que separa a los vecindarios pobres del resto de la ciudad. En la ciudad de México y en San Juan de Puerto Rico, este sentido de terrítorialidad es producto de la incapacidad de conseguir habitación barata fuera de las áreas depauperadas. En África del Sur el sentido de terrítorialidad surge de la segregación dictada por el gobierno que confina a los inmigrantes rurales a lugares específicos.

En el nivel familiar los rasgos príncipales de la cultura de la pobreza son la ausencia de niñez como un estado especialmente prolongado y protegido del ciclo vital, precoz iniciación sexual, uniones libres o matrimonios con­sensúales, un porcentaje relativamente alto de abandono de mujeres y niños, una tendencia hacia las familias unificadas por el matriarcado y, en consecuencia, con mucho mayor conocimiento de los parientes matemos; una fuerte predisposición hacia el autoritarismo; falta de intimidad: énfa­sis verbal en la soHdarídad familiar que rara vez se alcanza debido a la rivalidad y a la competencia por bienes limitados y el afecto materno.

En el nivel individual las características centrales son un fuerte sentimiento de marginalidad, de indefensión, dependencia e inferioridad. He encon­trado esto entre los habitantes de las zonas pobres en la ciudad de México y San Juan de Puerto Rico, en familias que no constituyen un grupo étnico o racial distintivo y que no sufren discriminación racial. En los Estados Unidos, por supuesto, la cultura de la pobreza de los negros tiene la des­ventaja adicional de la discriminación racial, pero como ya he indicado, esta desventaja adicioiial constituye una gran reserva potencial para la

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protesta y la organización revolucionaria que parecen inexistentes en los barrios bajos de la ciudad de México o entre los «poor whites» del Sur.

Otros signos distintivos son un gran porcentaje de privación maternal, de oralismo, de endeble estructura del ^o, confusión de la identificación sexual, carencia de dominio sobre los impulsos, una fuerte orientación hada el presente con ima relativamente escasa habilidad para ofrecerse a sí mismo compensaciones y planes para el futuro, un sentido de resig­nación y fatalismo y ima elevada tolerancia para cualquier característica sicopatológica.

La gente con una cultura de la pobreza es provinciana, de orientaciones locales y con xm ínfimo sentido histórico. Sólo conocen sus propios proble­mas, sus propias condiciones locales, su propio vecindario, su propio estilo de vida. Por lo común, carecen de la sabiduría, la visión o la ideología necesarias para observar las semejanzas entre sus problemas y aquellos de sus correspondientes en todo el mundo. Carecen de conciencia de cla^, aunque en verdad son muy sensitivos en lo que se refiere a distinciones sociales.

Cuando los pobres adquieren conciencia'de clase o se vuelven miembros activos de organizaciones sindicales o cuando adoptan un punto de vista intemacionalista sobre el mundo, dejan de portener a la cultura de la pobreza aunque pueden seguir siendo desesperadamente pobres. Cualquier movimiento, sea religioso, pacifista o revolucionario, que organice y dé esperanzas a los pobres y que promueva efectivamente la solidaridad y un sentido de identificaciones en grupos grandes, destruye el corazón social y sicológico de la cultura de la pobreza. En este sentido, creo que el 'oovmuento de los derechos civiles de los negros norteamericanos ha hecho "** P"^ incrementar el respeto propio y mejorar la idea que tenían de

""«roo» que los avances económicos, aunque, sin duda, los dos aspectos se apoy^ mutuamente.

La distinctón entre pobreza y cultura de la pobreza es básica en el modelo, aquí descnto. Hay grados de pobreza y diferentes especies de gente pobre. La cultura de la pobreza se refiere a un solo estilo de vida compartido por gente pobre en contextos históricos y sociales específio». Los rasgos econó-micos que he enlistado para la cultura de la pobreza, son necesarios pero no suficientes para definir el fenómeno que des«^ describir. Hay un número de ejemplos Wstórico» de segmentos muy pobres de la población

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que no poseen el estilo de vida que se podría describir como una subcultuna de la pobreza. Aquí me gustaría dar tres ejemplos.

Muchos de los pueblos primitivos o anteriores al alfabeto que han estu­diado los antropólogos, padecen una pobreza horrible, producto de una pobre tecnología y los pobres recursos naturales, o ambas cosas, pero no poseen los signos de una subcultura de la pobreza. En verdad, no consti­tuyen una subcultura porque sus sociedades no están altamente estratifí-cadas. A pesar de su pobreza poseen una cultura relativamente integrada, satisfecha y autosuficiente. Incluso las más simples tribus cazadoras y reco-lectoras de frutos, tienen un grado considerable de organización, bandas y jefes de bandas, consejos tribales y autogobierno local, signos que no se encuentran en la cultura de la pobreza.

En India, los miembros de las castas bajas (los Chamares, los curtidores de piel y los Bhai^s) pueden ser desesperadamente tristes tanto en los villorrios como en las ciudades, pero en su mayoría estáYi integrados en la gran sociedad y pertenecen a sus propias organizaciones panchayat que trascienden las líneas locales y les otorgan un grado considerable de poder.' Aunado al sistema de castas que le otorga al individuo un sentido de identidad y permanencia (a sense of beloñging), existe otro factor, el sistema de clanes. Siempre que se producen sistemas unilaterales de paren­tesco o clanes, uno no puede esperar encontrarse con la cultura de la pobreza porque un sistema de clanes le proporciona a la gente un sentido de pertenencia a un cuerpo social que tiene una historia y una vida propia y que por tanto nos provee con un sentido de continuidad, un sentido de un pasado y un futuro.

Los judíos de Europa Oriente eran muy pobres pero no mostraban muchos de los rasgos de la cultura de la pobreza gracias a su tradición literaria, el gran valor que le concedían a la enseñanza, la organización de la comu­nidad en tomo al rabino, la proliferación de asociaciones voluntarias loca­les y su religión que los refería a su condición de pueblo elegido. Mi cuarto ejemplo es especulativo y se refiere al socialismo. Sobre la base de mi limitada experiencia en un país socialista —Cuba— y de mb lec­turas, me siento inclinado a creer que la cultura de la pobreza no existe en ks paises socialistas. Fui por primera vez a Cuba en 1947 como profesor

* Puede s«r que en lot barrio* bajos de Calcuta y Bombay se deiarroUe una incipiente cultura de la pobreza. Sería un excelente campo de trabajo antropológico.

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visitante por cuenta del Departamento de Estado. En esa época inicié un estudio sobre una plantación azucarera en el Sur y un barrio pobre de La Habana. Después de la revolución castrista hice mi segundo viaje a Cuba como corresponsal de una gran revisU y volví a visitar el mismo barrio y algunas de las mismas famiüas. El aspecto físico del barrio había cam­biado muy poco, excepto por un nuevo y hermoso kindergarten. Era evi­dente que la gente continuaba sumida en la pobreza, pero encontré ya muy disminuido el sentimiento de apatía, desesperación y desesperanza que son el diagnóstico de los barrios urbanos en la cultura de la pobreza. Manifestaban una gran confianza en sus Uderes y aguardaban una mejor vida futura. El barrio mismo estoba ahora muy organizado, con crarntés de cuadra, comités educacionales y comités de partido. El pueblo tenía ahora un nuevo sentido de su poder e importoncia. Estoban armados y se les había entregado una doctrina que glorificaba las clases humildes como la esperanza de la humanidad. (Un oficial cubano me informó que prác­ticamente habían eliminado la delincuencia al darle armas a los delin­cuentes). Creo que, a diferencia de lo sustentodo por Marx y Engels, el régimen de Castro no califica así al llamado lumpenproletoriat como una fuenia intrínsecamente reaccionaiia y antirrevoludonaria, sino que más bien advirtió y ha querido utilizar su potencialidad revolucionaria. En este sentido Franz Fanón hace un juicio similar del lumpemproktáriaiio de acuerdo a su experiencia argelina por su independencia. En su hbro Los condenados de la tierra, Fanón afirma:

Es dentro de esa masa humana, ese pueblo de los ^«"¿os tojos, en el corazón del lumpenproletoriat, donde la rebehón hallará su vanguardia. Porque el lumpenproletoriat. esa horda de hombres hambrientos, desenraizada de su tribu y de su clai», constituye para un pueblo colonizado una de sus fueras revolucionanas más espontáneas y más radicales.

Mis propios estudios de los pobres urbanos en los barrios de San Juan no apoyan las generalizaciones de Fanón. He encontrado muy poco espíritu revolucional o ideología radical entre los puertorriqueños de bajo nivel de ingresos. Por lo contrario, la mayoría de las que estudié eran battante conservadoras en lo político y por lo menos la mitad apoy^» al Partido Republicano por la integración como Estado de la Unite Ammcana. Creo que la potencialidad revoluckmaria de la geirte con una cultura de la pobreza variaría en fomia considerable de acuerdo con el ccmtexto

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nacional y las dicunstandas históricas particulares. En un país como Argelia que luchaba por su independencia, el lumpemproletaríado se incorporó a la lucha y se convirtió en una fuerza vital. Sin embargo, en países como Puerto Rico, donde el movimiento en favor de la indepen­dencia tiene muy poco apoyo, y en países como México, que hace mucho alcanzaron su independencia y viven ahora un periodo postrevolucionarío, el Iiunpenproletariat no es una fuerza conductora de rebelión o de espíritu. En efecto, en las sociedades primitivas, y en las sociedades de casta, la cultura de la pobreza no se desarrolla. En las sociedades fascistas y socia­listas, y en sociedades capitalistas altamente desarrolladas con waa. situa­ción próspera, la cultura de la pobreza tiende a extinguirse. Sospecho que la cultura de la pobreza florece en, y es consustancial a, el estadio primitivo de la libre empresa en el capitalismo y asimismo, también es fenómeno endémico del colonialismo.

Es importante distinguir diferentes rasgos de la cultura de la pobreza que dependen del contexto nadonal. Si a la cultura de la pobreza, la observamos primeramente en términos del factor de integración en la gran sociedad y en sentido de identificación con la mejor tradición revolucio­naria, entonces no nos sorprenderá el hecho de que algunos habitantes de los barrios bajes con tm bajísimo nivel de ingreso se hayan alejado más de las características centrales de la cultura de la pobreza que otros con un mayor nivel económico. Por ejemplo. Puerto Rico tiene una mucho mejor distribución del ingreso nacional que México y sin embargo los mexicanos tienen un más profundo sentimiento de identidad. En México, pese a todo, incluso los más pobres habitantes de tugurios poseen una visión más rica del pasado y una mayor identificadón demostradas por los puertorriqueños frente a sus tradiciones. &i ambos países practiqué una encuesta con los msnbres de las ñgurai nacionales entre los habitantes de los barrios bajos urbanos. En la ciudad de México un altísimo porcen­taje de los interrogados, incluyendo aquellos con escasa o nula formación escdar,.sabía sobre Cuauhtémoc, Hidalgo, Morelos, Juárez, Díaz, 2^pata, Carranza, y Cárdenas. En San Juan los interrogados mostraron una ignorancia abismal sobre las figuras históricas puertorriqueñas. Los nom­bres de R a n ^ Power, José de Di^o, Baldorioty de Castro, Ramón Betances, Nemeno Canales, Llorens Torres, no les significaban nada. Para el puotorríqtwño pobre que vive en los barrios bajos la historia empieza y termina con Muñoz Rivera, su hijo Muñoz Marín y doña Felisa Rincón.

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He citado el fatalismo y un bajo nivel de aspiraciones como uno de los rasgos clave de la subcultura de la pobreza. Aquí también, sin embargo, el contexto nacional significaba muchísimo. Ciertamente, las aspiradones de incluso el más pobre sector de la población en un país como los Estados Unidos con su ideología tradicional de movilidad ascendente y democracia son mucho más alus que en países retrasados como Ecuador y Perú donde tanto la ideología y las posibilidades reales de movilidad ascendente se ven limitadas al extremo y donde los valores autoritarios todavía persisten en los medios urbanos y rurales.

Gracias a la tecnología avanzada, el alto nivel cultural, el desarrollo de la masa media y el relativamente alto nivel de aspiraciones de todos los sectores de la población especialmente cuando se le compara con naciones subdesarrolladas, en Estados Unidos la cultura de la pobreza es un fenó­meno relativamente escaso aunque todavía hay muchísima pobreza (las estadísticas sitúan el número de pobres entre 30 y 50 millones de seres humanos). Mi cálculo aproximado es que sólo el 20% de la población norteamericana situada por debajo de la línea de la pobreza (entre 6 y 10 millones de personas) ofrece características que llevan a clasificar su modo de vida como perteneciente a la cultura de la pobreza. Quizás el xnayor sector dentro de este grupo consistiría en negros, mexicanos, puertorrique­ños e indios norteamericanos de bajísimos ingresos y los poor whites sureños. El relativamente pequeño número de norteamericanos que poseen una cultura de la pobreza es un factor positivo porque es muchísimo más difícil eliminar la cultura de la pobreza que eliminar la pobreza en si.

La gente de la clase media, y esto ciertamente incluye a la mayoría de los científicos sociales, tiende a concentrarse en los aspectos n^fativos de la cultura de la pobreza. Tienden a imir valencias negativas a ragos tales OMno la orientación presente-tiempo y la orientación abstracta contra la concreta. No intento idealizar o volver romántica la cultura de la pobreza. Alguien lo dijo: «Es más fácil ensalzar la pobreza que vivir en ella»; y sin embargo algunos de los aspectos positivos que pueden derivarse de «tos rasgos no deben ser menospreciados. Vivir en el presente desarrolla una capacidad para la espontaneidad, para el gozo de lo sensual, la indulgencia del impulso, que con frecuencia desaparece en el hombre de la clase media, orientado hacia el futuro.

Quizás sea este realidad del momento la que los (escritores existencialistas tratan desesperadamente de recapturar y que la cultura de la pobreza

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e)q>erímenta como fenómeno cotidiano y natural. El uso frecuente de la violencia dertamente provee una salida rápida para la hostilidad, pm lo que la gente en la cultura de la pobreza sufre menos que la clase medra por causa de la represión.

Desde el punto de vista tradicional los antropólogos han declarado que la cultura provee a los seres humanos con un estilo de vida, con un esquema rápido de soluciones para k» problemas himianos de modo que los individuos no tengan que empezar desde el principio en cada gene­r a d a Es decir, la esencia de la cultura es su fundón positiva de adapta­ción. Yo, también, he llamado la atención hacia algimos de los mecanismos de adaptadón en la cultura de la pobreza, por ejemplo, el bajo nivel de aq)iradones que ayuda a reducir la frustradón, la legitimizac^n del hedonismo de corto alcance, hace posible la espontaneidad y la diversión. Sia embargo, considerada como un todo es una cultura débil, relativa­mente superficial Hay muchísimo pathos, sufrimiento y vacío entre quienes viven la cultura de la pobreza. No propordona ayuda o satisfacción con­siderables y al alentar la desconfianza tiende a magnificar la indefensión y d aislamiento. En verdad la pobreza de la cultura es uno de los aspectos cruciales de la cultura de la pobreza.

El concepto de la cultura de la pobreza permite un alto nivel de genera-lúeuckki que, esperenK», unificará y explicará un número de fenómenos que han sido vistos como características distintivas de grupos racionales nadcMiales o r^onales. Por ejemplo, la matrifocalidad, un alto índice de uniones consensúales y un alto porcentaje de hogares dirigidos pcnr mujeres, que se pensaba rasgos distintivos de la organizadón familiar del Caribe o de la vida familiar del negro norteamericano, resultaron ser caracterís­ticas de la cultura de la pobreza, y se encuentran entre diversos pueblos de muchos lugares de la tierra y entre pueblos que carecían de un pasado esclavista. El concepto de una subcultura de la pobreza nos permite ver que gran parte de los problemas que pensamos como específicamente nuestros o de los grupos negros (o de cualquier grupo racial étnico muy característico), también existen en países que no tienen grupos étnicos minoritarios. Tam-l^n indica que la eliminada de la pobreza física no es sufidente para elmúnar la cultura de la pobreza que es un otilo de vida. ¿Cuál es el futuro de la cultura de la pobreza? Al craisiderar este aspecto uno debe distii [uir entre aquellos paStu donde representa a un sector

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de la población relativamente pequeño y aquellos donde constituye un sector minoritario. Obviamente las soluciones diferirán. En los Estados Unidos, la gran solución ofrecida por los planificadores y trabajadores sociales al enfrentarse con las familias de múltiples problemas y con los grupos más pobres, ha sido el lentísimo intento de elevar su niveí de vida e incorporarlos a la clase media. Cuando ha sido posible, ha habido alguna confianza en el tratamiento siquiátríco.

En los países subdesarroUados, donde grandes masas viven en la cultura de la pobreza, no es práctica una solución de trabajadores sociales. A causa de la ms^nitud del problema, los siquiatras apenas pueden empezar a entenderlo. Están demasiado ocupados por su propia y creciente clase media. En estos países la gente con una cultura de la pobreza puede buscar una solución más revolucionaria. Al hacer cambios estructurales básicos en la sociedad, al redistribuir la riqueza, al organizar a los pobres y darles xm sense of belonging, un sentido del poder y del mando, las revoluciones triunfan con frecuencia al abolir algunas de las características básicas de la cultura de la pobreza, aunque no triunfan en el mtento de abolir la pobreza misma.

"Siempre". Octubre 5 de 1966.

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Pensamiento Crítico, Habana, nº 7, agosto de 1967. www.filosofia.org

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