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ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO, DISCIPLINA DE FÁBRICA Y PRODUCCIÓN DE SUBJETIVIDAD Reflexiones en torno al valor del trabajo, su organización y los sujetos que lo constituyen Antonio Márquez de Alcalá En éste artículo se pretende reflexionar, desde un punto de vista teórico, sobre dos aspectos que revisten gran importancia en relación a los cambios producidos en las últimas décadas en el mundo del trabajo, especialmente en aquellas economías que han protagonizado el cambio de tecnologías a nivel internacional, fundamentalmente las occidentales y las potencias emergentes asiáticas, aunque cambios del mismo tipo tienen lugar también y son promovidos en la totalidad del mundo. La primera parte reflexiona sobre el valor del trabajo y algunos planteamientos postmodernos en torno al mismo que reducen su significación o la niegan y que, como todo posicionamiento epistemológico, implican un posicionamiento político, en este caso, funcional al orden productivo actual. Esta parte tiene una intención meramente introductoria a un tema que debería ser tratado en investigaciones posteriores de mayor calado, pero es necesaria para situar correctamente las coordenadas de un debate sobre el mundo del trabajo que, en éste artículo, se entiende que debe girar en torno a lo expuesto en la segunda parte. En consecuencia, en esta segunda parte, se reflexiona sobre los cambios producidos a nivel de la organización del trabajo y el disciplinamiento de la fuerza de trabajo, pues se entiende que es en ese ámbito donde se han producido los cambios verdaderamente significativos y sobre el que es necesario arrojar luz, para una adecuada comprensión y una consecuente toma de conciencia y posicionamiento ético-político. El valor del trabajo En los últimos años se han hecho hegemónicas en la academia e incluso en medios de comunicación y la opinión pública ideas sobre el valor de las mercancías que

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ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO, DISCIPLINA DE

FÁBRICA Y PRODUCCIÓN DE SUBJETIVIDAD

Reflexiones en torno al valor del trabajo, su organización y los

sujetos que lo constituyen

Antonio Márquez de Alcalá

En éste artículo se pretende reflexionar, desde un punto de vista teórico, sobre dos

aspectos que revisten gran importancia en relación a los cambios producidos en las

últimas décadas en el mundo del trabajo, especialmente en aquellas economías que han

protagonizado el cambio de tecnologías a nivel internacional, fundamentalmente las

occidentales y las potencias emergentes asiáticas, aunque cambios del mismo tipo tienen

lugar también y son promovidos en la totalidad del mundo. La primera parte reflexiona

sobre el valor del trabajo y algunos planteamientos postmodernos en torno al mismo que

reducen su significación o la niegan y que, como todo posicionamiento epistemológico,

implican un posicionamiento político, en este caso, funcional al orden productivo actual.

Esta parte tiene una intención meramente introductoria a un tema que debería ser tratado

en investigaciones posteriores de mayor calado, pero es necesaria para situar

correctamente las coordenadas de un debate sobre el mundo del trabajo que, en éste

artículo, se entiende que debe girar en torno a lo expuesto en la segunda parte. En

consecuencia, en esta segunda parte, se reflexiona sobre los cambios producidos a nivel

de la organización del trabajo y el disciplinamiento de la fuerza de trabajo, pues se

entiende que es en ese ámbito donde se han producido los cambios verdaderamente

significativos y sobre el que es necesario arrojar luz, para una adecuada comprensión y

una consecuente toma de conciencia y posicionamiento ético-político.

El valor del trabajo

En los últimos años se han hecho hegemónicas en la academia e incluso en medios de

comunicación y la opinión pública ideas sobre el valor de las mercancías que

fundamentalmente tienen como objetivo la crítica a la teoría del valor trabajo,

desarrollada en su día por Marx y Engels, y fundamentada en los análisis de Ricardo.

Estas teorías suelen basar su argumentación en los cambios fundamentales que ha

introducido la llamada sociedad del conocimiento, en concreto, la idea de que la

información y el conocimiento socialmente producidos son las nuevas fuentes de

valorización del capital y de riqueza social, dejando en un segundo plano el trabajo o

dividiendo el mismo en trabajo material e inmaterial. Éste último tipo de trabajo

obedecería a otros criterios que harían imposible su cuantificación y, por tanto, ya no

sería el trabajo ni los trabajadores los productores de riqueza sino las redes sociales

externas a los centros de trabajo donde éstas capacidades y conocimientos que se

implementen en el trabajo inmaterial son producidas.

Como argumentos en contra de la teoría del valor trabajo, y con esa perspectiva

postmoderna de fondo, habitualmente se dan dos: el primer argumento consiste en la

reificación de la información como fuente de valor y materia prima inagotable que

resuelve los problemas de la escasez, al poder producir mercancías “ad infinitum”. No

sólo la información como elemento productivo y la sociedad de la información no son

conceptos nuevos, si no que se confunden los conceptos materia prima, fuerza de

trabajo, valor, y fuente de valor. El hecho de que la información y el conocimiento

constituyan en la actualidad parte del valor añadido de las mercancías, así como una

cualidad exigida a la nueva fuerza de trabajo, no implica que sean fuentes de valor, pues

la propia información y conocimiento han de ser producidos y re-producidos en

determinadas condiciones sociales dadas, es decir, en el mercado son valores y no sus

fuentes.

Esta primera interpretación es acorde con la clásica teoría de la preferencia subjetiva, o

teoría de la utilidad, para la explicación de los valores de las mercancías. En un contexto

compuesto por individuos que están dotados de gustos y recursos, y que calculan

racionalmente sus acciones con el fin de maximizar la utilidad y el bienestar personal, la

interdependencia económica a través de la división del trabajo en función de la

especialización de funciones, hace que sea la utilidad relativa obtenida por los

individuos del consumo de productos y ocio la que determina el valor de las mercancías.

Visto que las elecciones racionales de los individuos serán las que determinen la

demanda efectiva, la información que los agentes económicos posean será importante en

la determinación del valor. Por lo tanto, en la sociedad capitalista contemporánea,

dominada por las nuevas tecnologías de la información, dicha información se erige en la

fuente esencial de valor. Este paradigma es acorde con los objetivos, intereses e

imaginarios de los agentes propietarios de capitales que hallan en él una justificación

perfecta a su propia existencia social y a sus acciones, y se sirven del mismo para

reproducir dicha existencia y dichas acciones (Cole, Cameron y Edwards, 2004).

El segundo argumento, que arranca de las teorías de Antonio Negri, consiste en que el

valor de la mercancía ahora es producido por las redes sociales, sin que se llegue a

definir exactamente qué se entiende por ello, las cuales capacitan a la nueva fuerza de

trabajo (General Intellect) de un excedente de conocimientos inmateriales que los

modos de gestión del trabajo inmaterial no son capaces de cuantificar; es decir, el

trabajo en el llamado postfordismo (o toyotismo, como se llamará en este trabajo), al ser

inmaterial no se puede medir (Negri, 2003). Dejando a un lado el rigor científico del

concepto de “trabajo inmaterial”, para empezar, la teoría del valor trabajo argumenta

que el valor de las mercancías es producido por la cantidad de trabajo abstracto

socialmente necesario contenido en ellas, sin importar que el trabajo sea material

(físico), o inmaterial (intelectual), pues la sustancia de valor es el tiempo de ese trabajo

abstracto medido en condiciones sociales medias contenido en la mercancía. Pero es

que, además, las investigaciones empíricas sobre las nuevas formas de organización del

trabajo, nos muestran todo lo contrario a lo planteado por Negri y su escuela, esto es,

precisamente, un mayor y más exhaustivo control del tiempo efectivo de trabajo y muy

especialmente en aquellos ámbitos considerados “inmateriales”, como son aquellos que

tienen que ver con la comunicación y los servicios (Paniagua, 2007).

Este argumento se basa además en un típico error de confusión entre los conceptos de

precio y valor. En el libro tercero de El Capital, Marx ya echó por tierra un argumento

similar que en su época se planteaba en términos del mayor valor producido (y la mayor

renta) por determinadas tierras más fértiles, ya sea mediante mejoras técnicas o debido a

la productividad natural de la tierra (Marx, 2000). Se pretendía que, como estas tierras

arrojaban un beneficio que no arrojaban otras, el valor no viene dado aquí por el trabajo,

sino por la fertilidad natural o por las mejoras técnicas que introduce el arrendatario.

Pero de lo que se trata en realidad es de la posesión de un factor de producción en

régimen de monopolio, que genera a su poseedor un sobreprecio al posibilitarle vender

más barato o al mismo precio en condiciones más ventajosas, sacando mayor tajada de

la tasa de ganancia general, pero el valor viene determinado por el tiempo de trabajo

abstracto socialmente necesario para esa rama de producción; una ver generalizado ese

adelanto, desaparece la ventaja competitiva y el trabajo como fuente de valor vuelve a

hacerse evidente. Trasladado al ejemplo actual de los flujos comunicativos externos a la

relación salarial y al propio proceso productivo, dichos flujos sólo pueden suponer una

ventaja competitiva en determinadas condiciones similares al ejemplo anterior. Por

ejemplo, se puede decir que una marca de ropa extrae un beneficio al apropiarse de las

modas espontáneas de las clases sociales más bajas (Klein, 1999), pero éstas no han

generado ningún valor, sino que ponen a disposición de la marca una serie de recursos

simbólicos que puede aprovechar para abrirse una determinada cuota de mercado; a la

marca no le cuesta absolutamente nada en términos de tiempo de trabajo, ni a los

miembros de las clases bajas tampoco pues entendemos que crean esas modas al margen

del mercado y la relación salarial, ya sea por ocio o por cualquier otro motivo; a lo

sumo, sería el trabajador de la marca que se acerca a esos barrios a investigar esas

modas el que crea valor para la marca con su trabajo de investigación.

También, por lo que se refiere a la excedencia de las capacidades intelectuales del

General Intelect con respecto al capital, hay que hacer dos observaciones importantes; la

primera es que el hecho de que las capacidades intelectuales de los trabajadores o una

parte de ellos excedan las capacidades requeridas por el capital que les contrata, no es

nueva, como tampoco la posibilidad de que, en virtud de esa superioridad intelectual,

puedan organizarse en tanto que vanguardia intelectual de una determinada clase social,

es decir, que puedan organizarse políticamente y enfrentarse a la relación de capital.

Piénsese en el propio surgimiento en España del PSOE a finales del XIX, como

organización de trabajadores, que tuvo como protagonistas a un grupo de tipógrafos,

trabajadores habituados a la lectura y escritura. En segundo lugar, estas afirmaciones

nos sitúan, de nuevo, ante algo muy viejo que se pretende innovador, a saber, la clásica

contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción del enfoque

marxiano; se viene a decir, simplemente, que las propias características de la nueva

fuerza de trabajo (mayores capacidades intelectuales que antaño; algo que la evidencia

empírica no siempre corrobora) suponen un límite a la relación de capital, y que

capacitan a los trabajadores para cuestionar y poner en riesgo dicha relación, mediante

la confrontación. Que antes fueran enormes masas de trabajadores organizadas por

cuadros sindicales, y ahora una “multitud” de trabajadores precarios con alta formación

intelectual (distinción bastante artificial y mecánica) las que ponen en riesgo la relación

capital-trabajo, no altera en lo sustancial el asunto. Para este viaje, no eran necesarias

esas alforjas.

Nótese, por último, la vaguedad del argumento en cuanto a los conceptos de multitud,

general intellect, etc. Unas veces se refieren a los movimientos sociales en tanto que

actores políticos, y otras a una determinada fuerza de trabajo que no se corresponde

necesariamente con dichos movimientos. El problema, además de lo cuestionable y

precario del razonamiento, es que el argumento relega a un segundo plano al trabajo y a

la clase trabajadora como concepto, es decir, a los trabajadores como sujeto productivo

y sujeto político, concentrándose en los síntomas de la conflictividad social (los

movimientos sociales) y despreciando el análisis minucioso de las causas (¿quiénes son

los que constituyen la “multitud” y por qué?). En este sentido, esta perspectiva entronca,

en sus consecuencias políticas, con la perspectiva, también postmoderna, de los Critical

Management Studies británicos, que veremos también en el segundo apartado y que

desde una perspectiva foucaultiana ignora y minusvalora la conflictividad laboral,

centrándose en los procedimientos disciplinarios de la gerencia. Ambas, al considerar al

trabajador como un sujeto pasivo (o colaborador) y secundario esquivan la problemática

de la constitución política y la acción política del trabajo, no así, la del capital.

Para concluir este apartado, es interesante señalar como la única teoría opuesta en

última instancia a la del valor trabajo, como explicativa de la fuente del valor en el

capitalismo, es la de la utilidad (o preferencia subjetiva) y puede ocurrir que las críticas

a la primera suelan desembocar en justificaciones, a menudo no pretendidas, de la

segunda1.

1 Existiría una tercera teoría sobre el valor, la del coste de producción, centrada en los problemas de regulación de una sociedad plural compleja y acorde con los objetivos de los agentes de la planificación y gestión a nivel macro, las instancias estatales. Como no guarda ninguna relación con las perspectivas que se critican en este artículo, no se hace ninguna referencia. El cualquier caso, se puede encontrar información sobre ella y las otras dos, utilidad y valor-trabajo en: ETXEZARRETA, M. (Coord.); 2004. Crítica a la economía ortodoxa, 2004, Bellaterra.

Cambios en las reestructuraciones disciplinarias, traen cambios en la composición

de la fuerza de trabajo y su subjetividad, así como en la forma de expresar la

misma y el conflicto.

Los cambios que, sin embargo, han sido más que evidentes en la evolución del

capitalismo a lo largo del siglo XX, especialmente su segunda mitad, y en lo que va de

siglo XXI, han tenido lugar en el ámbito de la organización del trabajo, la disciplina

laboral y la economía política, sensu strictu, tanto dentro como fuera de la fábrica. Las

diferentes tecnologías de control y disciplinamiento de la fuerza de trabajo han ido

surgiendo históricamente como causa y consecuencia de las luchas de los sujetos

implicados en la producción de bienes y servicios. Existe una imbricación entre las

formas de control de la fuerza de trabajo, la constitución de dicha fuerza de trabajo y las

formas de subjetividad capaz de expresar los objetivos e intereses en conflicto,

particularmente, la subjetividad antagonista de la fuerza de trabajo, que es de la que nos

ocuparemos.

Haciendo un recorrido histórico, se podrían distinguir tres grandes épocas en lo que a

formas de organización y control del trabajo se refieren: el modelo manchesteriano, el

modelo taylor-fordista (o fordismo), y el modelo toyota (o toyotismo, también

denominado más frecuentemente como postfordismo o modelo de producción flexible).

Se analizarán a continuación cada uno de ellos en torno a tres aspectos; en qué consisten

los mecanismos disciplinarios, cómo es la composición de la fuerza de trabajo y cuáles

son los conflictos desarrollados a raíz de la subjetividad antagonista de la misma,

también a nivel político más general. Éstos aspectos los podemos relacionar con los

ciclos de disciplinamiento de Gaudemar (Gaudemar, 1991): un ciclo panóptico, un ciclo

de disciplinarización extensiva, un ciclo de disciplina maquínica, y un ciclo de

disciplina contractual. A cada uno de ellos correspondería una “figura ejemplar”: la

fábrica fortaleza (experimentos benthamianos de disciplinamiento laboral), la fábrica

ciudad (paternalismo patronal más allá de la fábrica, sobre todo en el Sur de Europa), y,

a partir de la crisis disciplinaria del siglo XX, se abren dos vías, la fábrica máquina

(taylor-fordismo) y la fábrica democrática (marchandage, fordismo contractualista,

delegación de la disciplina en los sindicatos). El toyotismo y sus múltiples formas,

abren un nuevo ciclo que, en cierto sentido profundiza como ya preveía Gaudemar, en la

“democratización” de las técnicas de control, pero arrancando esas concesiones

democráticas a los sindicatos y llevándolas hasta el propio trabajador individual, a modo

de autocontrol disciplinario.

El modelo manchesteriano, es el clásico de la primera revolución industrial y el inicio

de la segunda en la que se produce un éxodo masivo de la población rural hacia los

centros fabriles de las ciudades, donde se trabaja en pésimas condiciones de seguridad e

higiene y la vida de los trabajadores depende absolutamente de los ciclos de la

producción. La clase trabajadora la componen familias enteras en las que trabajan

ambos géneros e incluso los niños forman parte importante de algunas ramas

industriales. Se produce una gran concentración de trabajadores en barriadas míseras,

sin ninguna protección social. Se trata de la situación que describe Engels en La

situación de la clase obrera en Inglaterra (Ibíd., 1976). En ésta época organizativa se

implementan varios experimentos de las figuras que Gaudemar denomina fábrica

fortaleza y fábrica ciudad. En cuanto a la subjetividad de los trabajadores, ésta se

expresa en conflictos periódicos no muy organizados, pero en aumento, y en la

aparición progresiva de los sindicatos; de hecho, gran parte de las luchas son por la

creación de sindicatos y su legalización, es decir, por la autoconstitución de la clase

trabajadora en sujeto político.

El segundo período será el taylorismo – fordismo. Tras la segunda revolución industrial

y la primera guerra mundial, dos novedades introducidas en la política laboral de la

fábrica serán cruciales para todos los desarrollos posteriores. En primer lugar, el

taylorismo, el modo de gestión del trabajo que separa netamente las tareas de

concepción, diseño y control, llevadas a cabo por la gerencia, de las tareas de ejecución,

desempeñadas por los trabajadores, trataba de evitar la más mínima participación de

éstos en el control del tiempo de producción, al tiempo que introducía una mayor

racionalidad y eficacia en la gestión de grandes cantidades de trabajadores aglomerados

que, además, reclamaban derechos de sindicación y reducción de la jornada laboral. En

segundo lugar, la introducción del fordismo con la cadena de montaje y la

especialización de tareas, reducía y simplificaba las actividades desarrolladas por el

trabajador y permitía aumentar, al fabricar en serie, un mayor número de mercancías en

menos tiempo. Se genera así un trabajador descualificado, reduciéndose los costos de

formación de la nueva fuerza de trabajo, pero cuyo número y concentración aumenta de

manera notable, con la consiguiente mayor fuerza y potencial de los sindicatos y

organizaciones obreras que fuerzan la consecución de determinadas ventajas,

especialmente la reducción de la jornada laboral a 8 horas. A partir de estas victorias y,

sobre todo, a partir de la 2ª Guerra Mundial, entramos en la época dorada del fordismo,

el fordismo clásico. La constitución de la fuerza de trabajo ya es muy diferente de la del

modelo manchesteriano; el trabajador arquetípico es el varón blanco nacional, el trabajo

infantil deja de existir y la fuerza de trabajo femenina es empujada hacia el hogar en una

época de bonanza económica en la que los elevados salarios de los varones, la seguridad

en el empleo y las ventajas sociales se consideran suficientes para mantener a toda la

familia. Al mismo tiempo, el trabajo inmigrante es invisibilizado. La lucha se expresa

en forma de frecuentes conflictos de los grandes sindicatos contra la patronal, pero

conflictos regulados en torno a un consenso mínimo garantizado por el Estado

providencia, encargado de mantener el equilibrio y la siempre frágil paz social,

asegurando la propiedad privada y la economía de mercado, al tiempo que otorga

amplios derechos sociales (desempleo, jubilación, educación, etc.) a los trabajadores.

Las figuras ejemplares de Gaudemar que tienen lugar en este período son las de la

fábrica máquina, durante el primer período fordista, antes de la 2ª Guerra Mundial, y la

fábrica democrática que, a partir de esa fecha, delega en los sindicatos y corporaciones

de trabajadores algunas tareas de control y gestión, como herramienta para implicar al

trabajo en la política gerencial, reduciendo así el conflicto.

Por último, el toyotismo (modelo de producción flexible, postfordismo), la tercera

época a la que nos referimos, surge de las necesidades de reorganización del capitalismo

a nivel internacional tras la crisis de 1973 y la quiebra de la legitimidad social del

Estado providencia fordista, aunque sus inicios son anteriores, en el Japón de los 50;

posteriormente se globaliza. Esta nueva fase en la que nos encontramos se caracteriza

por la fragmentación del proceso productivo en varias empresas esparcidas por todo el

mundo, la especialización de funciones de las mismas, la subcontratación, la relegación

de las tareas de menor valor añadido a empresas subcontratadas externas, lo que permite

a su ver la diversificación de los ámbitos y productos a los que se dedica una misma

empresa matriz. La externalización (outsourcing) de actividades es una estrategia de

flexibilidad para adaptarse a un entorno cada vez más competitivo (Del Bono, 2005).

Liberar espacio en las instalaciones de las empresas, relegando operaciones comerciales

o de venta del producto a empresas subcontratadas es, en realidad proceso antiguo y

consustancial a la acumulación capitalista (Marx, 2000f:356). Actualmente se incluye

también la atención al cliente y una gran cantidad de operaciones diferentes, como,

reclutamiento de personal y puesta en marcha; además, una diferencia con la tradicional

externalización de las actividades comerciales, es la externalización de las diferentes

fases del proceso productivo, quedando como actividades propias de la empresa matriz

aquellas que implican con mayor valor añadido al producto. Ello ha sido favorecido por

las nuevas tecnologías de la comunicación y los transportes y ha dado lugar a un nuevo

procedimiento de producción, el just in time (JIT), que pretende reducir los costes y las

transacciones entre empresas que ya no son sólo competidoras, sino en muchos casos

partners que facilitan la producción de las mercancías que la empresa matriz,

normalmente una multinacional, vende como producto. Dicha práctica consiste en

producir exactamente la cantidad necesaria de producto en el tiempo justo adecuándose

en todo momento a los cambios de la demanda evitando que se acumulen stocks. Se

reducen costes de mantenimiento y pérdidas de tiempo de circulación y producción.

Para estos nuevos métodos de producción, transnacionales y flexibles, cualquier

limitación o rigidez en los mercados y muy en especial en el mercado de trabajo supone

un obstáculo a derribar. Se ha procedido a desmontar progresivamente los derechos

laborales históricamente conquistados por los trabajadores y a reducir al mínimo la

intervención el Estado en la esfera económica, pasando de un Estado providencia a

configurarse lentamente un Estado mínimo, encargado de la seguridad y el orden. En

éste contexto, la constitución de la fuerza de trabajo ya no es tan nítida y monolítica

como en el período fordista. La desaparición de las fronteras entre el trabajo salarial

fordista y el trabajo informal van desapareciendo y el trabajador tipo ya no es el varón

blanco autóctono, sino que se produce una progresiva feminización de la fuerza de

trabajo que es reclutada para los nuevos trabajos flexibles y precarios, caracterizados

por la temporalidad y la reducción de derechos laborales. También la fuerza de trabajo

inmigrante y joven va adquiriendo protagonismo en éste tipo de empleos precarios y

muchas veces alegales, vulnerables y con mayor riesgo de caer en la exclusión social

(Alonso, 2007), cada vez más frecuentes en detrimento de los empleos seguros y

estables garantizados por la relación salarial fordista y las protecciones que Estado y

sindicatos aseguraban al trabajo. Otra consecuencia es la progresiva pérdida de

capacidad contractual de los sindicatos, acompañada de una pérdida progresiva de

afiliación por parte de los trabajadores, y una cada vez mayor exclusión social como

consecuencia del desmantelamiento del Estado providencia. Y ello no ocurre solamente

por los ataques desde las gerencias empresariales a las centrales sindicales y de los

gobiernos neoliberales a los derechos laborales y a la propiedad social (Castel, 2004),

sino que la propia constitución de dichos empleos, temporales, precarios e

individualizados, frenan las posibilidades de sindicación y acción colectiva por parte de

los trabajadores. Tenemos por lo tanto una fuerza de trabajo más fragmentada, dividida,

que entra y sale del mercado de trabajo de manera imprevisible, y que pierde capacidad

de negociación política, una fuerza de trabajo políticamente en retroceso, que es

desmantelada progresivamente como sujeto político. La subjetividad antagonista pierde

su expresión colectiva y se implementan actitudes, ya presentes en cierta medida en la

época fordista, de resistencia individual, como el absentismo o la pereza en el puesto de

trabajo. Un tipo de resistencia al control que el régimen de concertación fordista no ha

sabido evitar, pero para el que responde de manera mucho más adecuada, el modelo de

producción flexible, más eficaz en el control de los movimientos individuales de cada

trabajador. En cuanto a las figuras ejemplares de Gaudemar, podemos comprobar una

profundización en cierto sentido de la fábrica democrática, al otorgar en algunas ramas

económicas mayor implicación y capacidad de decisión al trabajador, pero siempre de

forma individual y manteniendo la estricta división de funciones taylorista (Lahera,

2005). Las características definitorias del toyotismo, o modelos de producción flexible,

serían por tanto: la práctica del just in time (JIT), la externalización y subcontratación, y

algo fundamental, la enculturación de los trabajadores en los valores, principios y

objetivos de la empresa, pretendiendo que aquellos se identifiquen con ésta.

Históricamente, el modelo de producción flexible occidental ha absorbido y asumido el

modelo toyota japonés, por lo que se puede considerar un mismo modelo a pesar de las

diferencias culturales y geográficas, y es importante insistir también en el hecho de que

se trata de una “miríada de empresas que son una cadena de montaje invisible

desplegada en el territorio” (Castillo, 2005:19) y que la competencia empresarial ha sido

un factor impulsor de estas nuevas disciplinas y formas de control del trabajo.

Reflexiones teóricas sobre los cambios históricos.

Tras hacer este repaso histórico, podemos comenzar señalando dos ideas:

La primera es que no existen modelos puros de control y disciplina del trabajo, sino que

se da una competencia entre varias formas de tecnología a lo largo de la historia; lo que

existen son modelos hegemónicos que consiguen imponerse a otras posibilidades como

resultado de estrategias y luchas de los actores implicados. Así, en el cambio del siglo

XIX al XX, ante la crisis de control del trabajo que suponía la segunda revolución

industrial, la concentración de trabajadores y la creciente fuerza de los sindicatos y

organizaciones obreras, surgió la disyuntiva entre la fábrica-máquina, basada

exclusivamente en la cadena de montaje fordista, o los modelos de democracia fabril y

concertación que no se implementaron hasta después de la 2ª Guerra Mundial, y que ya

existían como experiencias concretas aunque no generalizas en el marchandage

manchesteriano (Gaudemar, 1991). También el taylor-fordismo desde la 2ª GM hasta la

crisis del petróleo se hace hegemónico, o el toyotismo a partir de esa fecha, el cual se ve

modificado según que ámbitos geográficos pero caracterizado siempre por el “just in

time” y la búsqueda de la adhesión ideológica a la empresa por parte de los trabajadores.

La idea es que los cambios en los modelos productivos y las tecnologías y estrategias

disciplinarias no son mecánicos, sino producto de una compleja interrelación en la que

el factor principal serían las disputas entre los actores sociales.

La segunda idea, consecuencia de la anterior, es la de una cierta selección industrial2 de

los modelos de control; al no existir una correspondencia mecánica entre necesidades

productivas y modelos disciplinarios, éstos son propuestas que pueden coexistir y

competir en el tiempo, como de hecho ocurre, resultando de la propia competencia y de

las propias luchas de los sujetos sobre los que se aplican (los trabajadores) unas formas

de control y disciplina laboral hegemónicas.

Aquí la referencia a Gramsci es oportuna: cuando habla del Americanismo (Gramsci,

2007:70) expone cómo Europa, tras la segunda revolución insdustrial, opone sus

tradiciones a la introducción de los modos de organización y las tecnologías de control

del trabajo americanas, basadas en una mayor racionalización en el uso de la fuerza de

trabajo (taylorismo). Y esta oposición se da porque existen clases tradicionales

“parasitarias” en Europa que no existen en América, nos dice, a pesar a la inevitabilidad

del avance de la racionalización en la industrialización europea, es decir, la necesidad

de competir con la potente industria americana. En América, todos los grupos sociales

se hallan integrados funcionalmente a través del trabajo y la industria, mientras que en 2 Se habla de selección industrial aludiendo a la selección natural darviniana como metáfora. Se entiende aquí que los cambios evolutivos ocurren de manera análoga a como Darwin entendía la evolución de las especies; cambio adaptativo a lo largo del tiempo en una lucha contra el entorno, pero no lineal ni ascendente. En cualquier caso, se trata simplemente de una metáfora. Véase: DARWIN, C.: El origen de las especies. Alianza Editorial, 2003, Madrid.

Europa, especialmente en el sur, una miríada de rentistas, terratenientes, etc, se oponen

a la nueva industria. Esta racionalización industrial americana es, según Gramsci, reflejo

de la racionalización social preexistente en los EE.UU. (ausencia de clases parasitarias)

y ha permitido un aumento de capitales superior al europeo a pesar de los salarios más

altos. El taylorismo es introducido en América mediante una combinación de fuerza y

persuasión (destrucción del sindicalismo, pero altos salarios; proceso similar al del

toyotismo en Japón, como se verá más adelante), lo que genera consenso entre la

población trabajadora para con el régimen fabril y político: “La hegemonía nace de la

fábrica y no tiene necesidad de tantos intermediarios políticos e ideológicos” (Gramsci,

2007:70).

Esta explicación sirve, por un lado para ejemplificar como la implantación de una

determinada forma de organización del trabajo como hegemónica es resultado de una

serie de procesos de lucha que no son continuos ni lineales, ni aún cuando parecen

inevitables como en el caso que expone Gramsci, sino que presentan giros, parálisis,

errores, retrocesos y nuevas recuperaciones, debido a que los agentes sociales van

adaptando sus estrategias en función de los contextos cambiantes, y no siempre

realizando la elección más racional y/o acertada en función de los objetivos que

persiguen. También las figuras ejemplares de Gaudemar son interesantes como

ejemplo; el caso del marchandage al que hacíamos referencia más arriba, como

precursor desechado de la fábrica democrática y la política de concertación, o la

disyuntiva que se abrió en el campo de la gerencia empresarial en la época de la

segunda revolución industrial entre ésta misma figura y la de la fábrica máquina, que

fue finalmente la implementada en la política de control y disciplinamiento del trabajo.

Por otro lado, la explicación de Gramsci sirve para introducir el concepto de hegemonía

en relación con los procesos de trabajo. Éste concepto puede usarse en éste caso con dos

acepciones: como condición de una presencia mayoritaria que alcanza un régimen de

control y disciplina con respecto a otros en un determinado ámbito, por ejemplo,

Europa; o también en el sentido más estrictamente gramsciano del término, es decir,

como preponderancia y dominación ideológica, cuando el régimen disciplinario es

hegemónico dentro de la fábrica (y por extensión el régimen político fuera de la fábrica

en el que se encuadra ésta; a eso se refiere exactamente la cita entrecomillada), cuando

lo que pretende es la hegemonía ideológica y el control de la fuerza de trabajo a través

de la misma y no tanto a través del cumplimiento estricto del reglamento. Más arriba se

ha mencionado que el cumplimiento del reglamento de los centros de trabajo y el

control de ese cumplimiento es aún más estricto si cabe en el toyotismo que en las

formas fordistas anteriores, pero más importante aún que el reglamento es la adhesión

ideológica de los trabajadores a los principios de la empresa; en un contexto atomizado

e individualizado como el toyotista, donde los sindicatos son un estorbo para la

producción, la búsqueda de la adhesión de las conciencias individuales de los

trabajadores es fundamental ante la pérdida de la función integradora de los sindicatos,

y ello a pesar de que la propia temporalidad a que se ve sometido el trabajo actúa a la

contra de ésta deseada adhesión.

Para conseguir por tanto ésta adhesión ideológica en el modelo de producción flexible,

la gerencia recurre a varias estrategias. Existen dos particularmente significativas: el

discurso sobre la calidad total, por un lado, que responsabiliza en última instancia al

propio trabajador del control de la calidad del producto, y la procedimentalización de

los procesos y trazabilidad de los sujetos, por otro, que hace efectiva ésta

responsabilidad al marcar y delimitar exactamente en cada fase del proceso qué

trabajador concreto ha hecho tal o cual modificación en tal o cual fase del proceso.

(Lahera, 2005) La implicación actitudinal de los trabajadores y su responsabilidad

individual sobre la calidad total del producto, junto con el JIT y la parcelación de la

actividad convierten a cada trabajador en vigilante no sólo de sí mismo sino del trabajo

del resto de compañeros. Existe no obstante una importante contradicción entre

normalización y calidad.

A esto hay que añadir los cambios y determinaciones que desde el ámbito exterior a la

fábrica o centro de trabajo se implementan para hacer efectivo el proceso. Para

conseguir la hegemonía social del nuevo modelo de producción flexible no basta con la

hegemonía en la fábrica, como en el ejemplo de Gramsci, sino que desde la gerencia

empresarial se elabora todo un discurso e imaginario social que se promueve hacia el

exterior. Un discurso que, acudiendo a las ciencias naturales como soporte legitimatorio,

sacraliza el caos, la incertidumbre, el riesgo, el desorden, la paradoja, como un nuevo

orden social en el que el emprendedor, el arriesgado, el gurú de los negocios es el que

logra la supervivencia y el éxito. Un lenguaje belicista, individualista, meritocrático y

neodarwiniano sirve como soporte expresivo de una nueva ideología individualista,

funcional al orden productivo (Alonso, 2007). Y en este discurso del mundo del caos, el

fetichismo de la información juega un papel esencial, como elemento, no sólo de

valorización, como se decía más arriba, sino de supervivencia.

En éste sentido también es interesante hacer mención a Castel y a la relación que

establece entre el nuevo modelo productivo y los cambios macropolíticos en relación

con el Estado (Castel, 2004). Castel establece una secuencia histórica en la consecución

de derechos y seguridad de los ciudadanos por parte del Estado, que podemos asociar a

los cambios sociolaborales; la seguridad civil, que se correspondería con el modelo

manchesteriano, sólo aseguraría los derechos de libertad y propiedad de los propietarios,

excluyendo al resto que no serían siquiera considerados ciudadanos; posteriormente

aparece la seguridad social, que se correspondería con la época fordista y en la que

existiría una propiedad social colectiva garantizada por el Estado providencia que

aseguraría derechos de ciudadanía para todos, o por lo menos para toda la población no

sólo propietaria sino también trabajadora; por ultimo, ahora estaríamos en frente de un

resurgir de la inseguridad, que se correspondería con el toyotismo. Derechos civiles, en

relación al individualismo posesivo y el modelo manchesteriano; derechos sociales, en

relación a la propiedad social, el Estado protector y el fordismo; el retorno de la

inseguridad generalizada, en relación a la crisis, la desregulación, la individualización,

la deslocalización, la descolectivización, la desaparición de la propiedad social, el

retorno de las clases peligrosas y el modelo de producción flexible.

A todo ello, se añade la cuestión del ciclo biográfico laboral postfordista (Alonso,

2007), que, debido a la temporalidad y precariedad consustanciales al mismo, fragmenta

la biografía laboral de los trabajadores impidiendo la elaboración de planes de futuro y

de una carrera profesional, lo que deja a la mayor parte de los mismos en una situación

de vulnerabilidad constante, con riesgo de exclusión social, además de la absoluta

pérdida de seguridad de las franjas más jóvenes y mayores de la fuerza de trabajo3. Este

ciclo biográfico refuerza el aislamiento y vulnerabilidad de los trabajadores, la ideología

individualista y, por tanto, es no sólo consecuencia sino también causa de la hegemonía

del modelo toyotista; de hecho es deliberadamente promovido a través de la publicidad

y las empresas bajo la excusa de la formación permanente.

3 Como estudios empíricos que ejemplifican esta idea pueden citarse los realizados sobre el sector del telemarketing en España. Por ejemplo, el de Andrea del Bono o el de Javier Paniagua.

Por último, volviendo al tema de la subjetividad del trabajador dentro de la relación

laboral en el centro de trabajo contemporáneo, es obligado hacer alguna mención a las

ideas que plantean los Critical Management Studies, una corriente sociológica

postmoderna desarrollada en las escuelas de negocio británicas. Dichos estudios tienen

en común la crítica a las relaciones de poder dentro de los centros de trabajo y a las

disciplinas en las que se hacen carne esas relaciones de poder. El enfoque foucaultiano

del que parten concibe a los trabajadores como sujetos que reconstruyen y mantienen,

en función de su propio interés, el orden disciplinario dentro del centro de trabajo

(Knights y Willmott, 2007). La concepción del poder como algo que no pertenece a los

sujetos sino que fluye y está en todas y en ninguna parte, materializándose en las

prácticas disciplinarias sobre los cuerpos se ejemplifica, en esta perspectiva, con los

programas de incentivos que fomentan la competitividad y la participación del

trabajador en los procedimientos gerenciales; la individualidad producida empuja al

trabajador a comprometerse con los objetivos de la empresa, para escapar precisamente

del control y la marginalización. Otros autores han señalado cómo esta concepción

excluye el conflicto y la disidencia dentro de las relaciones laborales (Thompson y

Ackroyd, 2007), fenómeno que es mucho más extendido de lo que la perspectiva

foucaultiana propone. Esta perspectiva, al intentar esquivar el dualismo en la

explicación, incluye la disidencia dentro de los dispositivos de poder, y no como algo

externo que se le opone. Debido a ello y a la presuposición de que toda relación de

poder en la sociedad capitalista contemporánea sigue el modelo carcelario, no tienen en

cuenta la relación laboral como algo específico en sí mismo, y niegan, minusvaloran y

relegan a un segundo plano la disidencia y la oposición de los trabajadores. Las nuevas

tecnologías disciplinarias del postfordismo serían el triunfo final y perverso del capital

frente al trabajo. De ahí, se deduce fácilmente que, de haber una lucha política de

relevancia en nuestros días, desde luego se vertebra a partir de un eje diferente al de la

relación capital – trabajo. Nótese la similitud con la perspectiva de Negri que se

comentaba en el punto anterior. Y sin embargo, esta perspectiva no sólo presenta

importantes limitaciones conceptuales, sino que la propia investigación empírica la

desmiente. Particularmente llamativo en éste sentido es el caso de las investigaciones

que, desde Donald Roy en 1954, se han hecho sobre la autolimitación de los

trabajadores en la productividad a pesar de los incentivos. No se trata de un problema de

comunicación, ni de una técnica disciplinaria mal aplicada, sino de una deliberada y

racionalizada actitud por parte de los trabajadores para evitar que la gerencia proponga

nuevos objetivos de producción más altos, o por motivos de puro desinterés, al no

considerar el incentivo como algo por lo que merezca la pena intensificar el trabajo

(Roy, 1954)4. Este ejemplo, además, sirve para mostrar otro elemento importante en el

hilo argumental de este artículo, a saber, la no linealidad del desarrollo de los métodos

de control; el estudio de Roy es de 1954, muy anterior a la generalización global del

modelo toyotista, que halla en los incentivos individualizados a la producción un pilar

de apoyo fundamental.

Referencia obligada: el toyotismo japonés y la reflexión crítica de los propios

autores japoneses sobre el mismo.

El término con el que nos hemos referido al nuevo paradigma de control de los

trabajadores en la sociedades capitalistas contemporáneas, toyotismo, tiene su origen en

la reestructuración del trabajo tenida lugar en el Japón de los años 50 y que, después, se

ha intentado extrapolar como modelo al resto del globo, especialmente a occidente a

partir de los 70 y 80. Preferimos el término toyotismo en lugar de modo de producción

flexible o postfordismo por varias razones. En primer lugar, por analogía al fordismo o

el taylorismo, los nuevos modos de control, disciplinamiento y gestión de la fuerza de

trabajo merecen un nombre concreto que haga referencia a su creador o creadores,

ayudando así a poner nombre, fecha y lugar a la aparición de dicho nuevo modelo, lo

que evita abstracciones y excesivas generalizaciones. En este caso, el toyotismo evoca

la empresa Toyota, propiedad de la familia japonesa Toyoda que fueron los artífices y

pioneros de los nuevos métodos de control y disciplinamiento del trabajo que estamos

describiendo. En segundo lugar, ese mismo esfuerzo de concreción y síntesis ayuda a

identificar más claramente los atributos del mismo concepto al dotarlo de un nombre

propio; la expresión postfordista adolece de una ambigüedad contraproducente para las

ciencias sociales y lleva aparejada normalmente una noción evolucionista, en el sentido

spenceriano, de la dinámica de cambio en las sociedades modernas. Por su parte, la

expresión modo de producción flexible, es igualmente bastante vaga, especialmente

porque podría utilizarse también para describir los métodos de control de la época

manchesteriana; además, la flexibilidad del capitalismo contemporáneo no se limita solo

4 La investigación de Roy está referenciada en el libro de Corbetta, 2003 sobre metodología de la investigación, en el capítulo sobre observación participante.

a la producción sensu strictu. Por último, no es descartable la existencia de un cierto

prejuicio occidental al describir los cambios implementados en la producción con

nombres autóctonos (Manchester, Taylor, Ford), y negar el mismo criterio a las

tecnologías de control ideadas fuera del marco cultural occidental, adjudicándolas

nombres asumibles y digeribles por nuestros propios imaginarios y lenguajes.

El toyotismo surge entonces en la década de los 50, en el Japón de la postguerra como

una respuesta a las determinadas condiciones que se daban en aquel momento y en

aquel país. Se trataba de una potencia emergente, con una alta demanda de productos

manufacturados en el exterior, recién salida de la 2ª Guerra Mundial, y con una

potentísima organización de trabajadores, el Sohyo. La competencia internacional y la

resistencia de los trabajadores, obligaron a los industriales a tomar ciertas medidas para

conseguir transformar a Japón en una de las economías más competitivas del mundo.

Los industriales japoneses, combinando ideas propias con algunas prácticas observadas

en el ejército de los EE. UU., comenzaron a implementar lo que serían las líneas

maestras de lo que hoy es el toyotismo: el Just in Time (JIT), al que se ha hecho

mención más arriba, los Círculos de Calidad, y la Cultura de la Empresa o Mundo de la

Empresa. El modelo se caracterizaba y caracteriza también por un elevadísimo número

de horas trabajadas y jornadas frenéticas de trabajo a destajo. Además, supone la

división de los trabajadores en dos categorías; los trabajadores fijos y cualificados, con

contratos de por vida, que constituyen un 30% y que entran a formar parte del mundo

de la empresa y disfrutan de toda una serie de ventajas (que no son tales y a un precio

muy elevado); y los trabajadores temporales descualificados, que constituyen

aproximadamente un 70 % de la fuerza total de trabajo (Totsuka, 1994).

Las ventajas de las que disfrutan los trabajadores del tercio privilegiado consisten en el

trabajo de por vida y un mayor salario. Pero hay que matizar. En primer lugar, el trabajo

no es de por vida, pues la jubilación ha venido siendo obligatoria a los 55 años. En

segundo lugar, nada impide a la empresa expulsar a cualquier trabajador en cualquier

momento, siendo para éste muy escasas las posibilidades de volver a encontrar un

trabajo, debido a que los salarios e incentivos se otorgan por parte de la gerencia en

función de criterios completamente arbitrarios, y que variaban de una empresa a otra. El

currículum de uno de estos trabajadores, por brillante que sea, de poco puede servir en

otra empresa del mismo sector. En tercer lugar, el salario y los incentivos, así como

otras ventajas como vivienda de la empresa, se conceden a cambio de una alta

evaluación del trabajador por parte de la misma, dentro de la cual se valoraba el hecho

de formar parte “voluntariamente” de los círculos de calidad; éstos círculos de calidad

fueron los mecanismos precursores de los sistemas de calidad total a los que se hacía

referencia más arriba. Su objetivo es el Kaisen (mejoramiento continuo). Grupos de

trabajadores que se reunen para elaborar propuestas de mejora para la empresa; las

reuniones se hacen fuera del horario de trabajo y no siempre son retribuidas como horas

extra; las ideas deben ir orientadas a la eliminación de fallos y pérdidas de tiempo en el

proceso de trabajo, y las que son consideradas brillantes por parte de la gerencia reciben

una recompensa. De esta manera los trabajadores entran en una espiral en la que ellos

mismos aumentan incesantemente los ritmos y niveles de explotación y productividad

para la empresa.

Mención especial merece el “Mundo de la Empresa”, que consiste en encerrar a los

trabajadores en la cultura de la empresa a la que pertenecen, a través de los

procedimientos comentados más arriba sobre los círculos de calidad, los préstamos para

vivienda o el empleo de por vida. El objetivo es fomentar la competitividad entre los

trabajadores por las evaluaciones e incentivos, para favorecer la competitividad en el

exterior. Muto Ichiyo critica la visión idílica que se ha tenido del toyotismo en

occidente haciéndolo pasar por el efecto de una actitud de los trabajadores de deferencia

para con sus jefes que viene heredada de la tradicional cultura asiática colectivista y de

sumisión a la autoridad; por el contrario, señala cómo han sido y son los estímulos

económicos, y una competencia altamente individualista la que ha destruido el

colectivismo del movimiento obrero japonés, que tanta fuerza tuvo en los años de

postguerra (Ichiyo, 1996).

Nos encontramos además con la existencia de un fenómeno llamado Karoshi, del que

nos habla Ben Watanabe, y que quiere decir “trabajo excesivo y muerte” (Watanabe,

1997). Consiste en la muerte sobrevenida a los trabajadores por agotamiento físico y

mental, debido a la intensidad del trabajo y a las largas horas de jornadas que impone el

JIT. Es un caso extremo de entre los muchos perjuicios a la salud entre los trabajadores,

que ha tenido una gran relevancia en Japón. Actualmente, en occidente, es difícil no

pensar en los recientes casos de suicidio de trabajadores por el acoso moral de sus jefes

en la France Telecom, cuando se habla de trabajo precario y muerte.

Todos estos apuntes de los autores japoneses que han trabajado la materia, llevan a la

conclusión de que el tan loado modelo japonés de desarrollo es un conjunto de métodos

autoritarios y perjudiciales para los derechos conquistados históricamente por los

trabajadores, que nada tiene que ver con la visión entusiasta occidental que ha tenido de

el mismo, como sistema invulnerable a las crisis y conciliador de los intereses

patronales y sindicales.

Para finalizar, algunos comentarios sobre las luchas en Japón como motor de las nuevas

tecnologías de control y disciplina laboral. El proceso de creación e implementación del

toyotismo comenzó en primerísimo lugar con el desmantelamiento sistemático del

Sohyo y la represión de los líderes sindicales (Ichiyo, 1996), transformando a los

sindicatos de trabajadores en sindicatos de la empresa. Las propias tecnologías de

flexibilización y racionalización del trabajo tenían como objetivo la desintegración de la

solidaridad de los trabajadores. Sin embargo, la implantación de estas tecnologías y

dispositivos organizacionales nunca estuvo, ni está, exenta de problemas para la

gerencia empresarial japonesa debido a la disidencia de los trabajadores. La propia

Toyota, ante la evasión de trabajadores jóvenes de sus filas ante las duras jornadas de

trabajo y el ritmo frenético que impone el JIT, tuvo que recurrir en los 80 a ampliar los

volúmenes de stock. También a lo largo de la historia del desarrollo del toyotismo en

Japón, se pueden comprobar casos de aplicación de medidas de control y disciplina del

“pasado”, o al menos del pasado occidental. Es el caso de las campesinas de 15 y 16

años que vivían en instalaciones de la empresa Sony, durante los años 60, con un

reglamente realmente estricto y casi carcelario, para lo cual, la empresa previamente

expulsó a los delegados sindicales, les redujo el sueldo o incluso les agredió

físicamente.

Resumen y conclusiones.

Los cambios producidos en el mundo del trabajo en el último medio siglo no afectan a

la naturaleza del valor del trabajo ni alteran la relación fundamental de oposición entre

el capital y el trabajo. Dichos cambios se dirigen más bien a la sustitución de unos

mecanismos y métodos de control del trabajo por otros más acordes a la situación

abierta con el auge del movimiento obrero y la posterior crisis económica de los 70.

Además, los cambios tecnológicos obedecen a las dinámicas del conflicto entre

trabajadores y patronal, en las cuales ésta última siempre busca el sometimiento y la

disciplina de los primeros. La evolución de las diferentes formas y tecnologías de

control no es lineal, sino que puede discurrir por varios caminos que entran en

competencia entre sí, dando lugar a la coexistencia de varios tipos, de los cuales alguno

llega a ser hegemónico en determinados contextos o a nivel mundial. Por último, los

posicionamientos epistemológicos y teóricos sobre el mundo del trabajo tienen sus

consecuencias ético-políticas con respecto a los intereses creados en un conflicto que un

análisis sociológico no debe descuidar.

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