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ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO, DISCIPLINA DE
FÁBRICA Y PRODUCCIÓN DE SUBJETIVIDAD
Reflexiones en torno al valor del trabajo, su organización y los
sujetos que lo constituyen
Antonio Márquez de Alcalá
En éste artículo se pretende reflexionar, desde un punto de vista teórico, sobre dos
aspectos que revisten gran importancia en relación a los cambios producidos en las
últimas décadas en el mundo del trabajo, especialmente en aquellas economías que han
protagonizado el cambio de tecnologías a nivel internacional, fundamentalmente las
occidentales y las potencias emergentes asiáticas, aunque cambios del mismo tipo tienen
lugar también y son promovidos en la totalidad del mundo. La primera parte reflexiona
sobre el valor del trabajo y algunos planteamientos postmodernos en torno al mismo que
reducen su significación o la niegan y que, como todo posicionamiento epistemológico,
implican un posicionamiento político, en este caso, funcional al orden productivo actual.
Esta parte tiene una intención meramente introductoria a un tema que debería ser tratado
en investigaciones posteriores de mayor calado, pero es necesaria para situar
correctamente las coordenadas de un debate sobre el mundo del trabajo que, en éste
artículo, se entiende que debe girar en torno a lo expuesto en la segunda parte. En
consecuencia, en esta segunda parte, se reflexiona sobre los cambios producidos a nivel
de la organización del trabajo y el disciplinamiento de la fuerza de trabajo, pues se
entiende que es en ese ámbito donde se han producido los cambios verdaderamente
significativos y sobre el que es necesario arrojar luz, para una adecuada comprensión y
una consecuente toma de conciencia y posicionamiento ético-político.
El valor del trabajo
En los últimos años se han hecho hegemónicas en la academia e incluso en medios de
comunicación y la opinión pública ideas sobre el valor de las mercancías que
fundamentalmente tienen como objetivo la crítica a la teoría del valor trabajo,
desarrollada en su día por Marx y Engels, y fundamentada en los análisis de Ricardo.
Estas teorías suelen basar su argumentación en los cambios fundamentales que ha
introducido la llamada sociedad del conocimiento, en concreto, la idea de que la
información y el conocimiento socialmente producidos son las nuevas fuentes de
valorización del capital y de riqueza social, dejando en un segundo plano el trabajo o
dividiendo el mismo en trabajo material e inmaterial. Éste último tipo de trabajo
obedecería a otros criterios que harían imposible su cuantificación y, por tanto, ya no
sería el trabajo ni los trabajadores los productores de riqueza sino las redes sociales
externas a los centros de trabajo donde éstas capacidades y conocimientos que se
implementen en el trabajo inmaterial son producidas.
Como argumentos en contra de la teoría del valor trabajo, y con esa perspectiva
postmoderna de fondo, habitualmente se dan dos: el primer argumento consiste en la
reificación de la información como fuente de valor y materia prima inagotable que
resuelve los problemas de la escasez, al poder producir mercancías “ad infinitum”. No
sólo la información como elemento productivo y la sociedad de la información no son
conceptos nuevos, si no que se confunden los conceptos materia prima, fuerza de
trabajo, valor, y fuente de valor. El hecho de que la información y el conocimiento
constituyan en la actualidad parte del valor añadido de las mercancías, así como una
cualidad exigida a la nueva fuerza de trabajo, no implica que sean fuentes de valor, pues
la propia información y conocimiento han de ser producidos y re-producidos en
determinadas condiciones sociales dadas, es decir, en el mercado son valores y no sus
fuentes.
Esta primera interpretación es acorde con la clásica teoría de la preferencia subjetiva, o
teoría de la utilidad, para la explicación de los valores de las mercancías. En un contexto
compuesto por individuos que están dotados de gustos y recursos, y que calculan
racionalmente sus acciones con el fin de maximizar la utilidad y el bienestar personal, la
interdependencia económica a través de la división del trabajo en función de la
especialización de funciones, hace que sea la utilidad relativa obtenida por los
individuos del consumo de productos y ocio la que determina el valor de las mercancías.
Visto que las elecciones racionales de los individuos serán las que determinen la
demanda efectiva, la información que los agentes económicos posean será importante en
la determinación del valor. Por lo tanto, en la sociedad capitalista contemporánea,
dominada por las nuevas tecnologías de la información, dicha información se erige en la
fuente esencial de valor. Este paradigma es acorde con los objetivos, intereses e
imaginarios de los agentes propietarios de capitales que hallan en él una justificación
perfecta a su propia existencia social y a sus acciones, y se sirven del mismo para
reproducir dicha existencia y dichas acciones (Cole, Cameron y Edwards, 2004).
El segundo argumento, que arranca de las teorías de Antonio Negri, consiste en que el
valor de la mercancía ahora es producido por las redes sociales, sin que se llegue a
definir exactamente qué se entiende por ello, las cuales capacitan a la nueva fuerza de
trabajo (General Intellect) de un excedente de conocimientos inmateriales que los
modos de gestión del trabajo inmaterial no son capaces de cuantificar; es decir, el
trabajo en el llamado postfordismo (o toyotismo, como se llamará en este trabajo), al ser
inmaterial no se puede medir (Negri, 2003). Dejando a un lado el rigor científico del
concepto de “trabajo inmaterial”, para empezar, la teoría del valor trabajo argumenta
que el valor de las mercancías es producido por la cantidad de trabajo abstracto
socialmente necesario contenido en ellas, sin importar que el trabajo sea material
(físico), o inmaterial (intelectual), pues la sustancia de valor es el tiempo de ese trabajo
abstracto medido en condiciones sociales medias contenido en la mercancía. Pero es
que, además, las investigaciones empíricas sobre las nuevas formas de organización del
trabajo, nos muestran todo lo contrario a lo planteado por Negri y su escuela, esto es,
precisamente, un mayor y más exhaustivo control del tiempo efectivo de trabajo y muy
especialmente en aquellos ámbitos considerados “inmateriales”, como son aquellos que
tienen que ver con la comunicación y los servicios (Paniagua, 2007).
Este argumento se basa además en un típico error de confusión entre los conceptos de
precio y valor. En el libro tercero de El Capital, Marx ya echó por tierra un argumento
similar que en su época se planteaba en términos del mayor valor producido (y la mayor
renta) por determinadas tierras más fértiles, ya sea mediante mejoras técnicas o debido a
la productividad natural de la tierra (Marx, 2000). Se pretendía que, como estas tierras
arrojaban un beneficio que no arrojaban otras, el valor no viene dado aquí por el trabajo,
sino por la fertilidad natural o por las mejoras técnicas que introduce el arrendatario.
Pero de lo que se trata en realidad es de la posesión de un factor de producción en
régimen de monopolio, que genera a su poseedor un sobreprecio al posibilitarle vender
más barato o al mismo precio en condiciones más ventajosas, sacando mayor tajada de
la tasa de ganancia general, pero el valor viene determinado por el tiempo de trabajo
abstracto socialmente necesario para esa rama de producción; una ver generalizado ese
adelanto, desaparece la ventaja competitiva y el trabajo como fuente de valor vuelve a
hacerse evidente. Trasladado al ejemplo actual de los flujos comunicativos externos a la
relación salarial y al propio proceso productivo, dichos flujos sólo pueden suponer una
ventaja competitiva en determinadas condiciones similares al ejemplo anterior. Por
ejemplo, se puede decir que una marca de ropa extrae un beneficio al apropiarse de las
modas espontáneas de las clases sociales más bajas (Klein, 1999), pero éstas no han
generado ningún valor, sino que ponen a disposición de la marca una serie de recursos
simbólicos que puede aprovechar para abrirse una determinada cuota de mercado; a la
marca no le cuesta absolutamente nada en términos de tiempo de trabajo, ni a los
miembros de las clases bajas tampoco pues entendemos que crean esas modas al margen
del mercado y la relación salarial, ya sea por ocio o por cualquier otro motivo; a lo
sumo, sería el trabajador de la marca que se acerca a esos barrios a investigar esas
modas el que crea valor para la marca con su trabajo de investigación.
También, por lo que se refiere a la excedencia de las capacidades intelectuales del
General Intelect con respecto al capital, hay que hacer dos observaciones importantes; la
primera es que el hecho de que las capacidades intelectuales de los trabajadores o una
parte de ellos excedan las capacidades requeridas por el capital que les contrata, no es
nueva, como tampoco la posibilidad de que, en virtud de esa superioridad intelectual,
puedan organizarse en tanto que vanguardia intelectual de una determinada clase social,
es decir, que puedan organizarse políticamente y enfrentarse a la relación de capital.
Piénsese en el propio surgimiento en España del PSOE a finales del XIX, como
organización de trabajadores, que tuvo como protagonistas a un grupo de tipógrafos,
trabajadores habituados a la lectura y escritura. En segundo lugar, estas afirmaciones
nos sitúan, de nuevo, ante algo muy viejo que se pretende innovador, a saber, la clásica
contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción del enfoque
marxiano; se viene a decir, simplemente, que las propias características de la nueva
fuerza de trabajo (mayores capacidades intelectuales que antaño; algo que la evidencia
empírica no siempre corrobora) suponen un límite a la relación de capital, y que
capacitan a los trabajadores para cuestionar y poner en riesgo dicha relación, mediante
la confrontación. Que antes fueran enormes masas de trabajadores organizadas por
cuadros sindicales, y ahora una “multitud” de trabajadores precarios con alta formación
intelectual (distinción bastante artificial y mecánica) las que ponen en riesgo la relación
capital-trabajo, no altera en lo sustancial el asunto. Para este viaje, no eran necesarias
esas alforjas.
Nótese, por último, la vaguedad del argumento en cuanto a los conceptos de multitud,
general intellect, etc. Unas veces se refieren a los movimientos sociales en tanto que
actores políticos, y otras a una determinada fuerza de trabajo que no se corresponde
necesariamente con dichos movimientos. El problema, además de lo cuestionable y
precario del razonamiento, es que el argumento relega a un segundo plano al trabajo y a
la clase trabajadora como concepto, es decir, a los trabajadores como sujeto productivo
y sujeto político, concentrándose en los síntomas de la conflictividad social (los
movimientos sociales) y despreciando el análisis minucioso de las causas (¿quiénes son
los que constituyen la “multitud” y por qué?). En este sentido, esta perspectiva entronca,
en sus consecuencias políticas, con la perspectiva, también postmoderna, de los Critical
Management Studies británicos, que veremos también en el segundo apartado y que
desde una perspectiva foucaultiana ignora y minusvalora la conflictividad laboral,
centrándose en los procedimientos disciplinarios de la gerencia. Ambas, al considerar al
trabajador como un sujeto pasivo (o colaborador) y secundario esquivan la problemática
de la constitución política y la acción política del trabajo, no así, la del capital.
Para concluir este apartado, es interesante señalar como la única teoría opuesta en
última instancia a la del valor trabajo, como explicativa de la fuente del valor en el
capitalismo, es la de la utilidad (o preferencia subjetiva) y puede ocurrir que las críticas
a la primera suelan desembocar en justificaciones, a menudo no pretendidas, de la
segunda1.
1 Existiría una tercera teoría sobre el valor, la del coste de producción, centrada en los problemas de regulación de una sociedad plural compleja y acorde con los objetivos de los agentes de la planificación y gestión a nivel macro, las instancias estatales. Como no guarda ninguna relación con las perspectivas que se critican en este artículo, no se hace ninguna referencia. El cualquier caso, se puede encontrar información sobre ella y las otras dos, utilidad y valor-trabajo en: ETXEZARRETA, M. (Coord.); 2004. Crítica a la economía ortodoxa, 2004, Bellaterra.
Cambios en las reestructuraciones disciplinarias, traen cambios en la composición
de la fuerza de trabajo y su subjetividad, así como en la forma de expresar la
misma y el conflicto.
Los cambios que, sin embargo, han sido más que evidentes en la evolución del
capitalismo a lo largo del siglo XX, especialmente su segunda mitad, y en lo que va de
siglo XXI, han tenido lugar en el ámbito de la organización del trabajo, la disciplina
laboral y la economía política, sensu strictu, tanto dentro como fuera de la fábrica. Las
diferentes tecnologías de control y disciplinamiento de la fuerza de trabajo han ido
surgiendo históricamente como causa y consecuencia de las luchas de los sujetos
implicados en la producción de bienes y servicios. Existe una imbricación entre las
formas de control de la fuerza de trabajo, la constitución de dicha fuerza de trabajo y las
formas de subjetividad capaz de expresar los objetivos e intereses en conflicto,
particularmente, la subjetividad antagonista de la fuerza de trabajo, que es de la que nos
ocuparemos.
Haciendo un recorrido histórico, se podrían distinguir tres grandes épocas en lo que a
formas de organización y control del trabajo se refieren: el modelo manchesteriano, el
modelo taylor-fordista (o fordismo), y el modelo toyota (o toyotismo, también
denominado más frecuentemente como postfordismo o modelo de producción flexible).
Se analizarán a continuación cada uno de ellos en torno a tres aspectos; en qué consisten
los mecanismos disciplinarios, cómo es la composición de la fuerza de trabajo y cuáles
son los conflictos desarrollados a raíz de la subjetividad antagonista de la misma,
también a nivel político más general. Éstos aspectos los podemos relacionar con los
ciclos de disciplinamiento de Gaudemar (Gaudemar, 1991): un ciclo panóptico, un ciclo
de disciplinarización extensiva, un ciclo de disciplina maquínica, y un ciclo de
disciplina contractual. A cada uno de ellos correspondería una “figura ejemplar”: la
fábrica fortaleza (experimentos benthamianos de disciplinamiento laboral), la fábrica
ciudad (paternalismo patronal más allá de la fábrica, sobre todo en el Sur de Europa), y,
a partir de la crisis disciplinaria del siglo XX, se abren dos vías, la fábrica máquina
(taylor-fordismo) y la fábrica democrática (marchandage, fordismo contractualista,
delegación de la disciplina en los sindicatos). El toyotismo y sus múltiples formas,
abren un nuevo ciclo que, en cierto sentido profundiza como ya preveía Gaudemar, en la
“democratización” de las técnicas de control, pero arrancando esas concesiones
democráticas a los sindicatos y llevándolas hasta el propio trabajador individual, a modo
de autocontrol disciplinario.
El modelo manchesteriano, es el clásico de la primera revolución industrial y el inicio
de la segunda en la que se produce un éxodo masivo de la población rural hacia los
centros fabriles de las ciudades, donde se trabaja en pésimas condiciones de seguridad e
higiene y la vida de los trabajadores depende absolutamente de los ciclos de la
producción. La clase trabajadora la componen familias enteras en las que trabajan
ambos géneros e incluso los niños forman parte importante de algunas ramas
industriales. Se produce una gran concentración de trabajadores en barriadas míseras,
sin ninguna protección social. Se trata de la situación que describe Engels en La
situación de la clase obrera en Inglaterra (Ibíd., 1976). En ésta época organizativa se
implementan varios experimentos de las figuras que Gaudemar denomina fábrica
fortaleza y fábrica ciudad. En cuanto a la subjetividad de los trabajadores, ésta se
expresa en conflictos periódicos no muy organizados, pero en aumento, y en la
aparición progresiva de los sindicatos; de hecho, gran parte de las luchas son por la
creación de sindicatos y su legalización, es decir, por la autoconstitución de la clase
trabajadora en sujeto político.
El segundo período será el taylorismo – fordismo. Tras la segunda revolución industrial
y la primera guerra mundial, dos novedades introducidas en la política laboral de la
fábrica serán cruciales para todos los desarrollos posteriores. En primer lugar, el
taylorismo, el modo de gestión del trabajo que separa netamente las tareas de
concepción, diseño y control, llevadas a cabo por la gerencia, de las tareas de ejecución,
desempeñadas por los trabajadores, trataba de evitar la más mínima participación de
éstos en el control del tiempo de producción, al tiempo que introducía una mayor
racionalidad y eficacia en la gestión de grandes cantidades de trabajadores aglomerados
que, además, reclamaban derechos de sindicación y reducción de la jornada laboral. En
segundo lugar, la introducción del fordismo con la cadena de montaje y la
especialización de tareas, reducía y simplificaba las actividades desarrolladas por el
trabajador y permitía aumentar, al fabricar en serie, un mayor número de mercancías en
menos tiempo. Se genera así un trabajador descualificado, reduciéndose los costos de
formación de la nueva fuerza de trabajo, pero cuyo número y concentración aumenta de
manera notable, con la consiguiente mayor fuerza y potencial de los sindicatos y
organizaciones obreras que fuerzan la consecución de determinadas ventajas,
especialmente la reducción de la jornada laboral a 8 horas. A partir de estas victorias y,
sobre todo, a partir de la 2ª Guerra Mundial, entramos en la época dorada del fordismo,
el fordismo clásico. La constitución de la fuerza de trabajo ya es muy diferente de la del
modelo manchesteriano; el trabajador arquetípico es el varón blanco nacional, el trabajo
infantil deja de existir y la fuerza de trabajo femenina es empujada hacia el hogar en una
época de bonanza económica en la que los elevados salarios de los varones, la seguridad
en el empleo y las ventajas sociales se consideran suficientes para mantener a toda la
familia. Al mismo tiempo, el trabajo inmigrante es invisibilizado. La lucha se expresa
en forma de frecuentes conflictos de los grandes sindicatos contra la patronal, pero
conflictos regulados en torno a un consenso mínimo garantizado por el Estado
providencia, encargado de mantener el equilibrio y la siempre frágil paz social,
asegurando la propiedad privada y la economía de mercado, al tiempo que otorga
amplios derechos sociales (desempleo, jubilación, educación, etc.) a los trabajadores.
Las figuras ejemplares de Gaudemar que tienen lugar en este período son las de la
fábrica máquina, durante el primer período fordista, antes de la 2ª Guerra Mundial, y la
fábrica democrática que, a partir de esa fecha, delega en los sindicatos y corporaciones
de trabajadores algunas tareas de control y gestión, como herramienta para implicar al
trabajo en la política gerencial, reduciendo así el conflicto.
Por último, el toyotismo (modelo de producción flexible, postfordismo), la tercera
época a la que nos referimos, surge de las necesidades de reorganización del capitalismo
a nivel internacional tras la crisis de 1973 y la quiebra de la legitimidad social del
Estado providencia fordista, aunque sus inicios son anteriores, en el Japón de los 50;
posteriormente se globaliza. Esta nueva fase en la que nos encontramos se caracteriza
por la fragmentación del proceso productivo en varias empresas esparcidas por todo el
mundo, la especialización de funciones de las mismas, la subcontratación, la relegación
de las tareas de menor valor añadido a empresas subcontratadas externas, lo que permite
a su ver la diversificación de los ámbitos y productos a los que se dedica una misma
empresa matriz. La externalización (outsourcing) de actividades es una estrategia de
flexibilidad para adaptarse a un entorno cada vez más competitivo (Del Bono, 2005).
Liberar espacio en las instalaciones de las empresas, relegando operaciones comerciales
o de venta del producto a empresas subcontratadas es, en realidad proceso antiguo y
consustancial a la acumulación capitalista (Marx, 2000f:356). Actualmente se incluye
también la atención al cliente y una gran cantidad de operaciones diferentes, como,
reclutamiento de personal y puesta en marcha; además, una diferencia con la tradicional
externalización de las actividades comerciales, es la externalización de las diferentes
fases del proceso productivo, quedando como actividades propias de la empresa matriz
aquellas que implican con mayor valor añadido al producto. Ello ha sido favorecido por
las nuevas tecnologías de la comunicación y los transportes y ha dado lugar a un nuevo
procedimiento de producción, el just in time (JIT), que pretende reducir los costes y las
transacciones entre empresas que ya no son sólo competidoras, sino en muchos casos
partners que facilitan la producción de las mercancías que la empresa matriz,
normalmente una multinacional, vende como producto. Dicha práctica consiste en
producir exactamente la cantidad necesaria de producto en el tiempo justo adecuándose
en todo momento a los cambios de la demanda evitando que se acumulen stocks. Se
reducen costes de mantenimiento y pérdidas de tiempo de circulación y producción.
Para estos nuevos métodos de producción, transnacionales y flexibles, cualquier
limitación o rigidez en los mercados y muy en especial en el mercado de trabajo supone
un obstáculo a derribar. Se ha procedido a desmontar progresivamente los derechos
laborales históricamente conquistados por los trabajadores y a reducir al mínimo la
intervención el Estado en la esfera económica, pasando de un Estado providencia a
configurarse lentamente un Estado mínimo, encargado de la seguridad y el orden. En
éste contexto, la constitución de la fuerza de trabajo ya no es tan nítida y monolítica
como en el período fordista. La desaparición de las fronteras entre el trabajo salarial
fordista y el trabajo informal van desapareciendo y el trabajador tipo ya no es el varón
blanco autóctono, sino que se produce una progresiva feminización de la fuerza de
trabajo que es reclutada para los nuevos trabajos flexibles y precarios, caracterizados
por la temporalidad y la reducción de derechos laborales. También la fuerza de trabajo
inmigrante y joven va adquiriendo protagonismo en éste tipo de empleos precarios y
muchas veces alegales, vulnerables y con mayor riesgo de caer en la exclusión social
(Alonso, 2007), cada vez más frecuentes en detrimento de los empleos seguros y
estables garantizados por la relación salarial fordista y las protecciones que Estado y
sindicatos aseguraban al trabajo. Otra consecuencia es la progresiva pérdida de
capacidad contractual de los sindicatos, acompañada de una pérdida progresiva de
afiliación por parte de los trabajadores, y una cada vez mayor exclusión social como
consecuencia del desmantelamiento del Estado providencia. Y ello no ocurre solamente
por los ataques desde las gerencias empresariales a las centrales sindicales y de los
gobiernos neoliberales a los derechos laborales y a la propiedad social (Castel, 2004),
sino que la propia constitución de dichos empleos, temporales, precarios e
individualizados, frenan las posibilidades de sindicación y acción colectiva por parte de
los trabajadores. Tenemos por lo tanto una fuerza de trabajo más fragmentada, dividida,
que entra y sale del mercado de trabajo de manera imprevisible, y que pierde capacidad
de negociación política, una fuerza de trabajo políticamente en retroceso, que es
desmantelada progresivamente como sujeto político. La subjetividad antagonista pierde
su expresión colectiva y se implementan actitudes, ya presentes en cierta medida en la
época fordista, de resistencia individual, como el absentismo o la pereza en el puesto de
trabajo. Un tipo de resistencia al control que el régimen de concertación fordista no ha
sabido evitar, pero para el que responde de manera mucho más adecuada, el modelo de
producción flexible, más eficaz en el control de los movimientos individuales de cada
trabajador. En cuanto a las figuras ejemplares de Gaudemar, podemos comprobar una
profundización en cierto sentido de la fábrica democrática, al otorgar en algunas ramas
económicas mayor implicación y capacidad de decisión al trabajador, pero siempre de
forma individual y manteniendo la estricta división de funciones taylorista (Lahera,
2005). Las características definitorias del toyotismo, o modelos de producción flexible,
serían por tanto: la práctica del just in time (JIT), la externalización y subcontratación, y
algo fundamental, la enculturación de los trabajadores en los valores, principios y
objetivos de la empresa, pretendiendo que aquellos se identifiquen con ésta.
Históricamente, el modelo de producción flexible occidental ha absorbido y asumido el
modelo toyota japonés, por lo que se puede considerar un mismo modelo a pesar de las
diferencias culturales y geográficas, y es importante insistir también en el hecho de que
se trata de una “miríada de empresas que son una cadena de montaje invisible
desplegada en el territorio” (Castillo, 2005:19) y que la competencia empresarial ha sido
un factor impulsor de estas nuevas disciplinas y formas de control del trabajo.
Reflexiones teóricas sobre los cambios históricos.
Tras hacer este repaso histórico, podemos comenzar señalando dos ideas:
La primera es que no existen modelos puros de control y disciplina del trabajo, sino que
se da una competencia entre varias formas de tecnología a lo largo de la historia; lo que
existen son modelos hegemónicos que consiguen imponerse a otras posibilidades como
resultado de estrategias y luchas de los actores implicados. Así, en el cambio del siglo
XIX al XX, ante la crisis de control del trabajo que suponía la segunda revolución
industrial, la concentración de trabajadores y la creciente fuerza de los sindicatos y
organizaciones obreras, surgió la disyuntiva entre la fábrica-máquina, basada
exclusivamente en la cadena de montaje fordista, o los modelos de democracia fabril y
concertación que no se implementaron hasta después de la 2ª Guerra Mundial, y que ya
existían como experiencias concretas aunque no generalizas en el marchandage
manchesteriano (Gaudemar, 1991). También el taylor-fordismo desde la 2ª GM hasta la
crisis del petróleo se hace hegemónico, o el toyotismo a partir de esa fecha, el cual se ve
modificado según que ámbitos geográficos pero caracterizado siempre por el “just in
time” y la búsqueda de la adhesión ideológica a la empresa por parte de los trabajadores.
La idea es que los cambios en los modelos productivos y las tecnologías y estrategias
disciplinarias no son mecánicos, sino producto de una compleja interrelación en la que
el factor principal serían las disputas entre los actores sociales.
La segunda idea, consecuencia de la anterior, es la de una cierta selección industrial2 de
los modelos de control; al no existir una correspondencia mecánica entre necesidades
productivas y modelos disciplinarios, éstos son propuestas que pueden coexistir y
competir en el tiempo, como de hecho ocurre, resultando de la propia competencia y de
las propias luchas de los sujetos sobre los que se aplican (los trabajadores) unas formas
de control y disciplina laboral hegemónicas.
Aquí la referencia a Gramsci es oportuna: cuando habla del Americanismo (Gramsci,
2007:70) expone cómo Europa, tras la segunda revolución insdustrial, opone sus
tradiciones a la introducción de los modos de organización y las tecnologías de control
del trabajo americanas, basadas en una mayor racionalización en el uso de la fuerza de
trabajo (taylorismo). Y esta oposición se da porque existen clases tradicionales
“parasitarias” en Europa que no existen en América, nos dice, a pesar a la inevitabilidad
del avance de la racionalización en la industrialización europea, es decir, la necesidad
de competir con la potente industria americana. En América, todos los grupos sociales
se hallan integrados funcionalmente a través del trabajo y la industria, mientras que en 2 Se habla de selección industrial aludiendo a la selección natural darviniana como metáfora. Se entiende aquí que los cambios evolutivos ocurren de manera análoga a como Darwin entendía la evolución de las especies; cambio adaptativo a lo largo del tiempo en una lucha contra el entorno, pero no lineal ni ascendente. En cualquier caso, se trata simplemente de una metáfora. Véase: DARWIN, C.: El origen de las especies. Alianza Editorial, 2003, Madrid.
Europa, especialmente en el sur, una miríada de rentistas, terratenientes, etc, se oponen
a la nueva industria. Esta racionalización industrial americana es, según Gramsci, reflejo
de la racionalización social preexistente en los EE.UU. (ausencia de clases parasitarias)
y ha permitido un aumento de capitales superior al europeo a pesar de los salarios más
altos. El taylorismo es introducido en América mediante una combinación de fuerza y
persuasión (destrucción del sindicalismo, pero altos salarios; proceso similar al del
toyotismo en Japón, como se verá más adelante), lo que genera consenso entre la
población trabajadora para con el régimen fabril y político: “La hegemonía nace de la
fábrica y no tiene necesidad de tantos intermediarios políticos e ideológicos” (Gramsci,
2007:70).
Esta explicación sirve, por un lado para ejemplificar como la implantación de una
determinada forma de organización del trabajo como hegemónica es resultado de una
serie de procesos de lucha que no son continuos ni lineales, ni aún cuando parecen
inevitables como en el caso que expone Gramsci, sino que presentan giros, parálisis,
errores, retrocesos y nuevas recuperaciones, debido a que los agentes sociales van
adaptando sus estrategias en función de los contextos cambiantes, y no siempre
realizando la elección más racional y/o acertada en función de los objetivos que
persiguen. También las figuras ejemplares de Gaudemar son interesantes como
ejemplo; el caso del marchandage al que hacíamos referencia más arriba, como
precursor desechado de la fábrica democrática y la política de concertación, o la
disyuntiva que se abrió en el campo de la gerencia empresarial en la época de la
segunda revolución industrial entre ésta misma figura y la de la fábrica máquina, que
fue finalmente la implementada en la política de control y disciplinamiento del trabajo.
Por otro lado, la explicación de Gramsci sirve para introducir el concepto de hegemonía
en relación con los procesos de trabajo. Éste concepto puede usarse en éste caso con dos
acepciones: como condición de una presencia mayoritaria que alcanza un régimen de
control y disciplina con respecto a otros en un determinado ámbito, por ejemplo,
Europa; o también en el sentido más estrictamente gramsciano del término, es decir,
como preponderancia y dominación ideológica, cuando el régimen disciplinario es
hegemónico dentro de la fábrica (y por extensión el régimen político fuera de la fábrica
en el que se encuadra ésta; a eso se refiere exactamente la cita entrecomillada), cuando
lo que pretende es la hegemonía ideológica y el control de la fuerza de trabajo a través
de la misma y no tanto a través del cumplimiento estricto del reglamento. Más arriba se
ha mencionado que el cumplimiento del reglamento de los centros de trabajo y el
control de ese cumplimiento es aún más estricto si cabe en el toyotismo que en las
formas fordistas anteriores, pero más importante aún que el reglamento es la adhesión
ideológica de los trabajadores a los principios de la empresa; en un contexto atomizado
e individualizado como el toyotista, donde los sindicatos son un estorbo para la
producción, la búsqueda de la adhesión de las conciencias individuales de los
trabajadores es fundamental ante la pérdida de la función integradora de los sindicatos,
y ello a pesar de que la propia temporalidad a que se ve sometido el trabajo actúa a la
contra de ésta deseada adhesión.
Para conseguir por tanto ésta adhesión ideológica en el modelo de producción flexible,
la gerencia recurre a varias estrategias. Existen dos particularmente significativas: el
discurso sobre la calidad total, por un lado, que responsabiliza en última instancia al
propio trabajador del control de la calidad del producto, y la procedimentalización de
los procesos y trazabilidad de los sujetos, por otro, que hace efectiva ésta
responsabilidad al marcar y delimitar exactamente en cada fase del proceso qué
trabajador concreto ha hecho tal o cual modificación en tal o cual fase del proceso.
(Lahera, 2005) La implicación actitudinal de los trabajadores y su responsabilidad
individual sobre la calidad total del producto, junto con el JIT y la parcelación de la
actividad convierten a cada trabajador en vigilante no sólo de sí mismo sino del trabajo
del resto de compañeros. Existe no obstante una importante contradicción entre
normalización y calidad.
A esto hay que añadir los cambios y determinaciones que desde el ámbito exterior a la
fábrica o centro de trabajo se implementan para hacer efectivo el proceso. Para
conseguir la hegemonía social del nuevo modelo de producción flexible no basta con la
hegemonía en la fábrica, como en el ejemplo de Gramsci, sino que desde la gerencia
empresarial se elabora todo un discurso e imaginario social que se promueve hacia el
exterior. Un discurso que, acudiendo a las ciencias naturales como soporte legitimatorio,
sacraliza el caos, la incertidumbre, el riesgo, el desorden, la paradoja, como un nuevo
orden social en el que el emprendedor, el arriesgado, el gurú de los negocios es el que
logra la supervivencia y el éxito. Un lenguaje belicista, individualista, meritocrático y
neodarwiniano sirve como soporte expresivo de una nueva ideología individualista,
funcional al orden productivo (Alonso, 2007). Y en este discurso del mundo del caos, el
fetichismo de la información juega un papel esencial, como elemento, no sólo de
valorización, como se decía más arriba, sino de supervivencia.
En éste sentido también es interesante hacer mención a Castel y a la relación que
establece entre el nuevo modelo productivo y los cambios macropolíticos en relación
con el Estado (Castel, 2004). Castel establece una secuencia histórica en la consecución
de derechos y seguridad de los ciudadanos por parte del Estado, que podemos asociar a
los cambios sociolaborales; la seguridad civil, que se correspondería con el modelo
manchesteriano, sólo aseguraría los derechos de libertad y propiedad de los propietarios,
excluyendo al resto que no serían siquiera considerados ciudadanos; posteriormente
aparece la seguridad social, que se correspondería con la época fordista y en la que
existiría una propiedad social colectiva garantizada por el Estado providencia que
aseguraría derechos de ciudadanía para todos, o por lo menos para toda la población no
sólo propietaria sino también trabajadora; por ultimo, ahora estaríamos en frente de un
resurgir de la inseguridad, que se correspondería con el toyotismo. Derechos civiles, en
relación al individualismo posesivo y el modelo manchesteriano; derechos sociales, en
relación a la propiedad social, el Estado protector y el fordismo; el retorno de la
inseguridad generalizada, en relación a la crisis, la desregulación, la individualización,
la deslocalización, la descolectivización, la desaparición de la propiedad social, el
retorno de las clases peligrosas y el modelo de producción flexible.
A todo ello, se añade la cuestión del ciclo biográfico laboral postfordista (Alonso,
2007), que, debido a la temporalidad y precariedad consustanciales al mismo, fragmenta
la biografía laboral de los trabajadores impidiendo la elaboración de planes de futuro y
de una carrera profesional, lo que deja a la mayor parte de los mismos en una situación
de vulnerabilidad constante, con riesgo de exclusión social, además de la absoluta
pérdida de seguridad de las franjas más jóvenes y mayores de la fuerza de trabajo3. Este
ciclo biográfico refuerza el aislamiento y vulnerabilidad de los trabajadores, la ideología
individualista y, por tanto, es no sólo consecuencia sino también causa de la hegemonía
del modelo toyotista; de hecho es deliberadamente promovido a través de la publicidad
y las empresas bajo la excusa de la formación permanente.
3 Como estudios empíricos que ejemplifican esta idea pueden citarse los realizados sobre el sector del telemarketing en España. Por ejemplo, el de Andrea del Bono o el de Javier Paniagua.
Por último, volviendo al tema de la subjetividad del trabajador dentro de la relación
laboral en el centro de trabajo contemporáneo, es obligado hacer alguna mención a las
ideas que plantean los Critical Management Studies, una corriente sociológica
postmoderna desarrollada en las escuelas de negocio británicas. Dichos estudios tienen
en común la crítica a las relaciones de poder dentro de los centros de trabajo y a las
disciplinas en las que se hacen carne esas relaciones de poder. El enfoque foucaultiano
del que parten concibe a los trabajadores como sujetos que reconstruyen y mantienen,
en función de su propio interés, el orden disciplinario dentro del centro de trabajo
(Knights y Willmott, 2007). La concepción del poder como algo que no pertenece a los
sujetos sino que fluye y está en todas y en ninguna parte, materializándose en las
prácticas disciplinarias sobre los cuerpos se ejemplifica, en esta perspectiva, con los
programas de incentivos que fomentan la competitividad y la participación del
trabajador en los procedimientos gerenciales; la individualidad producida empuja al
trabajador a comprometerse con los objetivos de la empresa, para escapar precisamente
del control y la marginalización. Otros autores han señalado cómo esta concepción
excluye el conflicto y la disidencia dentro de las relaciones laborales (Thompson y
Ackroyd, 2007), fenómeno que es mucho más extendido de lo que la perspectiva
foucaultiana propone. Esta perspectiva, al intentar esquivar el dualismo en la
explicación, incluye la disidencia dentro de los dispositivos de poder, y no como algo
externo que se le opone. Debido a ello y a la presuposición de que toda relación de
poder en la sociedad capitalista contemporánea sigue el modelo carcelario, no tienen en
cuenta la relación laboral como algo específico en sí mismo, y niegan, minusvaloran y
relegan a un segundo plano la disidencia y la oposición de los trabajadores. Las nuevas
tecnologías disciplinarias del postfordismo serían el triunfo final y perverso del capital
frente al trabajo. De ahí, se deduce fácilmente que, de haber una lucha política de
relevancia en nuestros días, desde luego se vertebra a partir de un eje diferente al de la
relación capital – trabajo. Nótese la similitud con la perspectiva de Negri que se
comentaba en el punto anterior. Y sin embargo, esta perspectiva no sólo presenta
importantes limitaciones conceptuales, sino que la propia investigación empírica la
desmiente. Particularmente llamativo en éste sentido es el caso de las investigaciones
que, desde Donald Roy en 1954, se han hecho sobre la autolimitación de los
trabajadores en la productividad a pesar de los incentivos. No se trata de un problema de
comunicación, ni de una técnica disciplinaria mal aplicada, sino de una deliberada y
racionalizada actitud por parte de los trabajadores para evitar que la gerencia proponga
nuevos objetivos de producción más altos, o por motivos de puro desinterés, al no
considerar el incentivo como algo por lo que merezca la pena intensificar el trabajo
(Roy, 1954)4. Este ejemplo, además, sirve para mostrar otro elemento importante en el
hilo argumental de este artículo, a saber, la no linealidad del desarrollo de los métodos
de control; el estudio de Roy es de 1954, muy anterior a la generalización global del
modelo toyotista, que halla en los incentivos individualizados a la producción un pilar
de apoyo fundamental.
Referencia obligada: el toyotismo japonés y la reflexión crítica de los propios
autores japoneses sobre el mismo.
El término con el que nos hemos referido al nuevo paradigma de control de los
trabajadores en la sociedades capitalistas contemporáneas, toyotismo, tiene su origen en
la reestructuración del trabajo tenida lugar en el Japón de los años 50 y que, después, se
ha intentado extrapolar como modelo al resto del globo, especialmente a occidente a
partir de los 70 y 80. Preferimos el término toyotismo en lugar de modo de producción
flexible o postfordismo por varias razones. En primer lugar, por analogía al fordismo o
el taylorismo, los nuevos modos de control, disciplinamiento y gestión de la fuerza de
trabajo merecen un nombre concreto que haga referencia a su creador o creadores,
ayudando así a poner nombre, fecha y lugar a la aparición de dicho nuevo modelo, lo
que evita abstracciones y excesivas generalizaciones. En este caso, el toyotismo evoca
la empresa Toyota, propiedad de la familia japonesa Toyoda que fueron los artífices y
pioneros de los nuevos métodos de control y disciplinamiento del trabajo que estamos
describiendo. En segundo lugar, ese mismo esfuerzo de concreción y síntesis ayuda a
identificar más claramente los atributos del mismo concepto al dotarlo de un nombre
propio; la expresión postfordista adolece de una ambigüedad contraproducente para las
ciencias sociales y lleva aparejada normalmente una noción evolucionista, en el sentido
spenceriano, de la dinámica de cambio en las sociedades modernas. Por su parte, la
expresión modo de producción flexible, es igualmente bastante vaga, especialmente
porque podría utilizarse también para describir los métodos de control de la época
manchesteriana; además, la flexibilidad del capitalismo contemporáneo no se limita solo
4 La investigación de Roy está referenciada en el libro de Corbetta, 2003 sobre metodología de la investigación, en el capítulo sobre observación participante.
a la producción sensu strictu. Por último, no es descartable la existencia de un cierto
prejuicio occidental al describir los cambios implementados en la producción con
nombres autóctonos (Manchester, Taylor, Ford), y negar el mismo criterio a las
tecnologías de control ideadas fuera del marco cultural occidental, adjudicándolas
nombres asumibles y digeribles por nuestros propios imaginarios y lenguajes.
El toyotismo surge entonces en la década de los 50, en el Japón de la postguerra como
una respuesta a las determinadas condiciones que se daban en aquel momento y en
aquel país. Se trataba de una potencia emergente, con una alta demanda de productos
manufacturados en el exterior, recién salida de la 2ª Guerra Mundial, y con una
potentísima organización de trabajadores, el Sohyo. La competencia internacional y la
resistencia de los trabajadores, obligaron a los industriales a tomar ciertas medidas para
conseguir transformar a Japón en una de las economías más competitivas del mundo.
Los industriales japoneses, combinando ideas propias con algunas prácticas observadas
en el ejército de los EE. UU., comenzaron a implementar lo que serían las líneas
maestras de lo que hoy es el toyotismo: el Just in Time (JIT), al que se ha hecho
mención más arriba, los Círculos de Calidad, y la Cultura de la Empresa o Mundo de la
Empresa. El modelo se caracterizaba y caracteriza también por un elevadísimo número
de horas trabajadas y jornadas frenéticas de trabajo a destajo. Además, supone la
división de los trabajadores en dos categorías; los trabajadores fijos y cualificados, con
contratos de por vida, que constituyen un 30% y que entran a formar parte del mundo
de la empresa y disfrutan de toda una serie de ventajas (que no son tales y a un precio
muy elevado); y los trabajadores temporales descualificados, que constituyen
aproximadamente un 70 % de la fuerza total de trabajo (Totsuka, 1994).
Las ventajas de las que disfrutan los trabajadores del tercio privilegiado consisten en el
trabajo de por vida y un mayor salario. Pero hay que matizar. En primer lugar, el trabajo
no es de por vida, pues la jubilación ha venido siendo obligatoria a los 55 años. En
segundo lugar, nada impide a la empresa expulsar a cualquier trabajador en cualquier
momento, siendo para éste muy escasas las posibilidades de volver a encontrar un
trabajo, debido a que los salarios e incentivos se otorgan por parte de la gerencia en
función de criterios completamente arbitrarios, y que variaban de una empresa a otra. El
currículum de uno de estos trabajadores, por brillante que sea, de poco puede servir en
otra empresa del mismo sector. En tercer lugar, el salario y los incentivos, así como
otras ventajas como vivienda de la empresa, se conceden a cambio de una alta
evaluación del trabajador por parte de la misma, dentro de la cual se valoraba el hecho
de formar parte “voluntariamente” de los círculos de calidad; éstos círculos de calidad
fueron los mecanismos precursores de los sistemas de calidad total a los que se hacía
referencia más arriba. Su objetivo es el Kaisen (mejoramiento continuo). Grupos de
trabajadores que se reunen para elaborar propuestas de mejora para la empresa; las
reuniones se hacen fuera del horario de trabajo y no siempre son retribuidas como horas
extra; las ideas deben ir orientadas a la eliminación de fallos y pérdidas de tiempo en el
proceso de trabajo, y las que son consideradas brillantes por parte de la gerencia reciben
una recompensa. De esta manera los trabajadores entran en una espiral en la que ellos
mismos aumentan incesantemente los ritmos y niveles de explotación y productividad
para la empresa.
Mención especial merece el “Mundo de la Empresa”, que consiste en encerrar a los
trabajadores en la cultura de la empresa a la que pertenecen, a través de los
procedimientos comentados más arriba sobre los círculos de calidad, los préstamos para
vivienda o el empleo de por vida. El objetivo es fomentar la competitividad entre los
trabajadores por las evaluaciones e incentivos, para favorecer la competitividad en el
exterior. Muto Ichiyo critica la visión idílica que se ha tenido del toyotismo en
occidente haciéndolo pasar por el efecto de una actitud de los trabajadores de deferencia
para con sus jefes que viene heredada de la tradicional cultura asiática colectivista y de
sumisión a la autoridad; por el contrario, señala cómo han sido y son los estímulos
económicos, y una competencia altamente individualista la que ha destruido el
colectivismo del movimiento obrero japonés, que tanta fuerza tuvo en los años de
postguerra (Ichiyo, 1996).
Nos encontramos además con la existencia de un fenómeno llamado Karoshi, del que
nos habla Ben Watanabe, y que quiere decir “trabajo excesivo y muerte” (Watanabe,
1997). Consiste en la muerte sobrevenida a los trabajadores por agotamiento físico y
mental, debido a la intensidad del trabajo y a las largas horas de jornadas que impone el
JIT. Es un caso extremo de entre los muchos perjuicios a la salud entre los trabajadores,
que ha tenido una gran relevancia en Japón. Actualmente, en occidente, es difícil no
pensar en los recientes casos de suicidio de trabajadores por el acoso moral de sus jefes
en la France Telecom, cuando se habla de trabajo precario y muerte.
Todos estos apuntes de los autores japoneses que han trabajado la materia, llevan a la
conclusión de que el tan loado modelo japonés de desarrollo es un conjunto de métodos
autoritarios y perjudiciales para los derechos conquistados históricamente por los
trabajadores, que nada tiene que ver con la visión entusiasta occidental que ha tenido de
el mismo, como sistema invulnerable a las crisis y conciliador de los intereses
patronales y sindicales.
Para finalizar, algunos comentarios sobre las luchas en Japón como motor de las nuevas
tecnologías de control y disciplina laboral. El proceso de creación e implementación del
toyotismo comenzó en primerísimo lugar con el desmantelamiento sistemático del
Sohyo y la represión de los líderes sindicales (Ichiyo, 1996), transformando a los
sindicatos de trabajadores en sindicatos de la empresa. Las propias tecnologías de
flexibilización y racionalización del trabajo tenían como objetivo la desintegración de la
solidaridad de los trabajadores. Sin embargo, la implantación de estas tecnologías y
dispositivos organizacionales nunca estuvo, ni está, exenta de problemas para la
gerencia empresarial japonesa debido a la disidencia de los trabajadores. La propia
Toyota, ante la evasión de trabajadores jóvenes de sus filas ante las duras jornadas de
trabajo y el ritmo frenético que impone el JIT, tuvo que recurrir en los 80 a ampliar los
volúmenes de stock. También a lo largo de la historia del desarrollo del toyotismo en
Japón, se pueden comprobar casos de aplicación de medidas de control y disciplina del
“pasado”, o al menos del pasado occidental. Es el caso de las campesinas de 15 y 16
años que vivían en instalaciones de la empresa Sony, durante los años 60, con un
reglamente realmente estricto y casi carcelario, para lo cual, la empresa previamente
expulsó a los delegados sindicales, les redujo el sueldo o incluso les agredió
físicamente.
Resumen y conclusiones.
Los cambios producidos en el mundo del trabajo en el último medio siglo no afectan a
la naturaleza del valor del trabajo ni alteran la relación fundamental de oposición entre
el capital y el trabajo. Dichos cambios se dirigen más bien a la sustitución de unos
mecanismos y métodos de control del trabajo por otros más acordes a la situación
abierta con el auge del movimiento obrero y la posterior crisis económica de los 70.
Además, los cambios tecnológicos obedecen a las dinámicas del conflicto entre
trabajadores y patronal, en las cuales ésta última siempre busca el sometimiento y la
disciplina de los primeros. La evolución de las diferentes formas y tecnologías de
control no es lineal, sino que puede discurrir por varios caminos que entran en
competencia entre sí, dando lugar a la coexistencia de varios tipos, de los cuales alguno
llega a ser hegemónico en determinados contextos o a nivel mundial. Por último, los
posicionamientos epistemológicos y teóricos sobre el mundo del trabajo tienen sus
consecuencias ético-políticas con respecto a los intereses creados en un conflicto que un
análisis sociológico no debe descuidar.
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