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ORACIONES DE S.AGUSTÍN (1) Grande eres, Señor, y digno de toda alabanza. Grande es tu poder, tu sabiduría no tiene límites. Y este hombre, pequeña migaja de tu creación, quiere alabarte. Precisamente este hombre que es un amasijo de fragilidad, que lleva aún pegada la etiqueta de su pecado, y es la mejor demostración de lo que es la soberbia. A pesar de tanta miseria, este hombre quiere alabarte. Y eres Tú mismo quien lo estimulas a que encuentre deleite en ello. Porque nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti. Conf. 1, 1, 1. (2) Que mi espíritu te alabe, para que pueda llegar a amarte. Que confiese tus muchas misericordias, para que sepa así alabarte. Todas las criaturas no cesan ni se avergüenzan de alabarte. No hay espíritu alguno que no te alabe con su boca. Todos los seres, animados o inanimados, no cejan de alabarte por medio de quienes les contemplan. El Universo todo me invita a que salga de mi modorra y me alce hacia Ti, que eres mi puesta a punto y mi fuerza. Conf. 5, 1, 1. (3) Oh Dios, Creador de todas las cosas, dame primero la gracia de hacer bien esta oración, después, hazme digno de ser escuchado, y, por último, concédeme lo que te pido: la paz, el amor, la felicidad. Soli. 1, 1, 2. (4) ¡Atención! Contempla cómo el cielo y la tierra gritan a voces que han sido creados. Como Tú eres Hermoso, ellos son hermosos. Como Tú eres Bueno, ellos son buenos. Como Tú existes, ellos existen. Pero no son tan hermosos, ni tan buenos, ni existen como Tú, su Creador, en cuya comparación ni son hermosos , ni son buenos, ni son simplemente . Conf. 11 , 4, 6. (5) Yo amo al Creador. Si bueno es todo lo que El hizo, mucho mejor es Aquel que lo hizo. No he descubierto aún la belleza del Creador. Únicamente veo su pálida imagen en las criaturas. Creo lo que no veo, y creyendo lo amo, y amando lo veo. Que me dejen en paz los halagos de las cosas perecederas, que se callen el oro y la plata, que se callen el brillo de las joyas y la magia de las atracciones humanas , que se callen del todo. Hay una voz más clara que yo quiero seguir, capaz de conmoverme más, capaz de excitarme más , capaz de quemarme las mismas entrañas . No quiero escuchar el estrépito de las cosas mundanas. Que se callen el oro, la plata, y todas las demás cosas de este mundo. Serm. 65 A , 4. 1

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ORACIONES DE S.AGUSTÍN

(1) Grande eres, Señor, y digno de toda alabanza. Grande es tu poder, tu sabiduría no tiene límites. Y este hombre, pequeña migaja de tu creación, quiere alabarte. Precisamente este hombre que es un amasijo de fragilidad, que lleva aún pegada la etiqueta de su pecado, y es la mejor demostración de lo que es la soberbia. A pesar de tanta miseria, este hombre quiere alabarte. Y eres Tú mismo quien lo estimulas a que encuentre deleite en ello. Porque nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti. Conf. 1, 1, 1. (2) Que mi espíritu te alabe, para que pueda llegar a amarte. Que confiese tus muchas misericordias, para que sepa así alabarte. Todas las criaturas no cesan ni se avergüenzan de alabarte. No hay espíritu alguno que no te alabe con su boca. Todos los seres, animados o inanimados, no cejan de alabarte por medio de quienes les contemplan. El Universo todo me invita a que salga de mi modorra y me alce hacia Ti, que eres mi puesta a punto y mi fuerza. Conf. 5, 1, 1. (3) Oh Dios, Creador de todas las cosas, dame primero la gracia de hacer bien esta oración, después, hazme digno de ser escuchado, y, por último, concédeme lo que te pido: la paz, el amor, la felicidad. Soli. 1, 1, 2.

(4) ¡Atención! Contempla cómo el cielo y la tierra gritan a voces que han sido creados. Como Tú eres Hermoso, ellos son hermosos. Como Tú eres Bueno, ellos son buenos. Como Tú existes, ellos existen. Pero no son tan hermosos, ni tan buenos, ni existen como Tú, su Creador, en cuya comparación ni son hermosos , ni son buenos, ni son simplemente . Conf. 11 , 4, 6. (5) Yo amo al Creador. Si bueno es todo lo que El hizo, mucho mejor es Aquel que lo hizo. No he descubierto aún la belleza del Creador. Únicamente veo su pálida imagen en las criaturas. Creo lo que no veo, y creyendo lo amo, y amando lo veo. Que me dejen en paz los halagos de las cosas perecederas, que se callen el oro y la plata, que se callen el brillo de las joyas y la magia de las atracciones humanas , que se callen del todo. Hay una voz más clara que yo quiero seguir, capaz de conmoverme más, capaz de excitarme más , capaz de quemarme las mismas entrañas . No quiero escuchar el estrépito de las cosas mundanas. Que se callen el oro, la plata, y todas las demás cosas de este mundo. Serm. 65 A , 4.

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(6) Contempla el cielo, ¡qué bello es! Contempla la tierra, ¡cuánta belleza! Contempla ambos a la vez, ¡qué maravilla ! El Señor los ha hecho, El los rige y los gobierna. El está presente en todo su proceso evolutivo y en sus períodos. Por eso todas las criaturas lo glorifican, ya sean los seres animados como los inanimados, ya sean los seres del cielo como los de la tierra ya sean los seres en crecimiento como los en envejecimiento. Cuando gozas de este espectáculo maravilloso y te sientes inundado por lo Trascendente, confiesa que El es el Creador del cielo y la tierra. Pero, ;ojo! no te quedes disfrutando sólo de lo que hizo, olvidándote del que lo hizo. Si amas lo que hizo , ama mucho más a quien lo hizo. Si son hermosas las cosas que creó, cuánto más hermoso es el que las creó! In sal. 148, 15 (7) ¿Quién es Dios? Se lo he preguntado a la tierra. Se lo he preguntado al mar. Se lo he preguntado a los abismos y reptiles. Se lo he preguntado al viento y a las aves. Se lo he preguntado al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas. Se lo he preguntado a todas las criaturas que no son yo. Y todos me han contestado a gritos: No somos tu dios, búscalo más allá de nosotros. El nos ha hecho. Conf. 10, 6, 9. (8) Señor, óyeme, escúchame, atiéndeme. Dios mío, Señor mío, Rey mío, Padre mío, Creador mío, Esperanza mía, Herencia mía,

mi honor, mi casa y mi patria; mi salud, mi luz y mi vida. Escúchame, escúchame, escúchame según tu estilo: ese estilo de tan pocos conocido. Soli. 1, 1, 4. (9) Comprende, alma mía, si puedes, sobrecargada como estás por tus debilidades por tus problemas! Comprende, alma mía, sí puedes, que Dios es la Verdad! Está escrito: "Dios es luz" no la luz que ven nuestros ojos, sino la que ve el corazón. No trates de saber qué es la Verdad, porque inmediatamente te toparás con múltiples obstáculos: imágenes corpóreas y nubes fantasmagóricas impedirán una visión nítida, como la del primer instante. Permanece, si puedes, en esa claridad inicial, en ese rápido fulgor que es la Verdad. De Trin. 8, 2, 3. (10) Oh Dios, separarse de Ti es caer, volverse a Ti es levantarse , permanecer en Ti es sentirse seguro. Alejarse de Ti es morir, volver a Ti es vivir, morar en Ti es revivir. Abandonarte es perderse, buscarte es amar, verte es poseerte. La fe nos empuja hacia Ti, la esperanza nos guía hasta Ti, la caridad nos une a Ti. Soli. 1, 1, 3. (11) ¿ Quién eres Tú , Dios mío ? Dime quién eres, sino el Señor mi Dios? Porque, ¿qué señor hay fuera de mi Señor? o ¿qué dios hay fuera de nuestro Dios? Tú eres el mejor, tu bondad no tiene límites;

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eres el más poderoso. Tú eres la misericordia perfecta, y a la vez la perfecta justicia. Tú estás escondido a todos, y no obstante presente en todo. Tú eres todo belleza y todo fuerza; siempre igual a Ti mismo, y al mismo tiempo incomprensible . Tú eres el inmutable que todo lo muda. Nunca eres ni nuevo ni viejo. Tú eres el gran Revolucionario, que hace débiles a los soberbios sin que se enteren. Tú estás siempre activo y siempre quieto; siempre recogiendo y nunca necesitando; Tú siempre sostienes, colmas y proteges; creas, conservas y perfeccionas. Tú buscas y no te falta nada; amas y no te abrasas en la pasión; tienes celos y estás tranquilo; te arrepientes y no te pesa; te irritas sin perder la calma. Tú cambias tus obras, pero no cambian tus planes. Recoges lo que encuentras y nunca has perdido nada. No te falta cosa alguna y, sin embargo, te encanta ganar siempre. Nunca eres avaro y devengas los intereses. Tú eres tremendamente exigente y, al mismo tiempo, siempre estás en deuda con nosotros, Señor, Señor... Conf. 1, 4, 4. (12) Despiértame, Señor, vuélveme a llamar, entusiásmame, arrebátame, deslúmbrame, embaúcame. Y ahora sí: ¡caminemos y amemos! Si es cierto que tantos vuelven a Ti desde su abismo de ceguera, ¿por qué yo no? Si es cierto que tantos, al acercarse a Ti, son iluminados por tu luz, ¿por qué yo no? Si es cierto que tantos, al aceptar tu luz, son hechos hijos de Dios, ¿por qué yo no? Conf. 8, 4, 9.

(13) ¡Oh Señor, ¿cómo podría yo descansar en Ti?, ¿cómo podría conseguir que vengas a mi corazón y lo embriagues; para que me olvide de todos mis males y me abrace a Ti, mi único Bien? ¿Qué eres Tú para mí? No Te enojes y déjame hablar: ¿qué soy yo para Ti, para que me mandes que Te ame, y, si no lo hago, Te disgustes conmigo y me amenaces con grandes desgracias? ¿Es que no es suficiente desgracia el no amarte?. ¡Ay de mí! Por lo que más quieras, dime: ¿Qué eres Tú para mí? Díselo a mi alma: "Yo soy tu salvación". Pero, ¡díselo de modo que lo oiga!, Señor. Entonces yo saldré disparado tras esa voz y Te daré alcance. ¡No me escondas tu rostro! Muera yo para que no muera mi alma y pueda así verte!. Conf. 1, 5, 5. (14) Dios mío, ¿dónde moras?. Cuando siento cerca de mí tu presencia, respiro hondo y pego gritos de alegría y alabanza, como cuando se celebra una fiesta. Pero, ¡ay!, yo sigo estando triste al comprobar que vuelvo a caer en las andadas y me deslizo por el abismo. A veces hasta me siento identificado con el mismo abismo. Mi único consuelo es mi fe: la fe que una noche Tu encendiste y que me recuerda: "Alma mía, ¿por qué te sientes abatida?, ¿por qué te me turbas?. Espera en el Señor".(Salmo 41,6) El es tu luz y tu guía. Sí, espera y persevera hasta que pase la noche, madre de toda maldad. Conf. 13, 14,15.

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(15) Me admiraba, Señor, que Te amase a Ti y no a un fantasma. No obstante, no conseguía mantenerme en el goce que de Ti tenía. Por un lado me atraía tu hermosura; por otro me apartaba de Ti, cuando me dejaba arrastrar por la costumbre carnal. Sabía que tenía que estrechar mi unión contigo, pero me faltaban las fuerzas, porque las pasiones frenaban mis impulsos espirituales. A pesar de todo, logré ir subiendo gradualmente de lo corporal a lo espiritual; hasta que, por fin, en un momento de iluminación sublime y estremecedor, me encontré contigo,cara a cara, mi Dios. Mas, ¿ay!, de nuevo me rebrotaba la flojera y volvía a las andadas. Lo único que perduraba era un buen sabor de boca ante el recuerdo de ciertos platos exquisitos que no lograba consumir... Busqué, entonces, cómo dar un paso firme que me permitiese gozar de Ti definitivamente. Y no lo hallé hasta que me abracé a Jesús, que me llamaba y me decía: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Conf. 7, 17,23; 18,24. (16) ¡Oh Dios de las virtudes! ¡Vuélveme a Ti! ¡Muéstrame tu rostro y estaré a salvo! Dondequiera que mire, si no es a Ti, hallo dolor, por más que me pare a contemplar las cosas bellas. Todos los seres nacen y mueren. Naciendo comienzan a ser, creciendo llegan a la perfección; y, ya perfectos, envejecen y perecen. Cuanto más prisa se dan en crecer, antes perecen. Tal es su condición. ¡Que mi yo se apegue a las cosas, Señor, con la liga del amor por medio de los sentidos, sino que Te alabe a Ti por ellas, oh Dios Creador de todas las cosas! Conf. 4, 10, 16.

(17) (Oh Dios y Señor nuestro!) A los que esperamos a la sombra de tus alas, ¡cobíjanos, llévanos de tu mano! Sí, Tú me llevarás sobre tus hombros, como el padre lleva a su peque. Tú lo harás hasta cuando sea un viejecito. ¡Mi seguridad es tan insegura, cuando no está asegurada por Ti! Junto a Ti todo me sale bien, apartado de Ti, no doy una a derechas. Vuélvete, pues, al Señor y no te alejes nunca de El. Conf. 4, 16, 31. (18) ¡Tú eres mi refugio, Señor! No me alejaré de Ti, una vez que me hayas liberado de todos mis males y me hayas llenado de todos tus bienes. Eres tan bueno, que me mimas con tus caricias y regalos para que no me fatigue por el camino; también me corriges y hasta me pegas cuando es necesario; y siempre me educas para que no me salga del buen camino. En todo momento, cuando me acaricias o cuando me castigas, "Tú eres mi refugio, Señor". Sermón 55, 6, 6. (19) Tú, que eres la Verdad, respondes a todos los hombres con claridad, aunque no todos capten tus respuestas claramente. Todos Te consultan sobre lo que quieren, pero no siempre quieren lo que Tú les respondes. Un buen cristiano es aquel que no se preocupa tanto en oír de tus labios lo que él quiere, cuanto en querer aquello que de Ti oyere. Conf. 10, 26, 37. (20) Todos los hombres buscan la felicidad.

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Todos la apetecen. No hay nadie que no la desee. El problema está en saber dónde la colocamos, pues cada hombre la aprecia según sus gustos. Para mi la felicidad sólo está en Dios. Por eso, cuando Te busco a Ti, mi Dios, estoy buscando mi felicidad. Que Te busque yo, Señor, para que viva mi alma, ya que, si mi cuerpo vive de mi alma, mi alma vive de Ti. Conf. 10, 20, 29, (basado en el texto) (21) Señor y Dios mío, mi única esperanza, no permitas que deje de buscarte por cansancio, sino que Te busque siempre con renovada ilusión. Tú, que hiciste que Te encontrara y me inculcaste ese afán por sumergirme más y más en Ti, dame fuerzas para continuar en ello. Mira que ante Ti están mis fuerzas y mi debilidad. Conserva aquellas, cura ésta. Mira que ante Ti están mis conocimientos y mi ignorancia. Allí donde me abriste, acógeme cuando entre. Y allí donde me cerraste, ábreme cuando llame. Haz que me acuerde de Ti, que Te comprenda, que Te ame. Acrecienta en mí estos dones, hasta que me transforme completamente en nueva criatura. De Trin. 15, 28, 51. (22) Actualmente, Señor, somos luz en Ti, pero sólo por la fe, no por la visión. Todavía el abismo llama al abismo, por mucho que yo viva bajo el estruendo de tus cascadas. Como Pablo no he llegado a la meta, no he logrado desasirme del lastre del pasado, y así poder avanzar hacia la gran realidad que me espera. Gimo agobiado por el peso de mi carga. Mi alma tiene sed del Dios vivo, como la cierva ansía el manantial. ¿Cuándo llegaré a la fuente? Mientras tanto, anhela, grita, no te conformes con este mundo;

al contrario, transforma tu mente, hazte niño en la malicia, pero maduro en el corazón. Conf. 13, 13, 14. (23) Por Ti suspiro, Señor, y a Ti recurro para que siga suspirando aún más por Ti. Tú no me abandonas, porque eres el sumo Bien, y no permites que deje de encontrarte quien Te busca con sincero corazón. Y Te busca con sincero corazón quien recibe de Ti el don de buscarte con un corazón sincero. Que Te busque, Padre, sin equivocarme; que, al buscarte, nadie se interponga en mi camino, pretendiendo engañarme. Este es mi único afán: encontrarme ahora mismo contigo. Soli. 1, 1, 6. (24) Oh Padre, siempre me encuentro buscando, no me atrevo a afirmar nada. Tú, mi Dios, vigila mis pasos, guíame en esta búsqueda... Conf. 11, 17, 22. (25) ¡Oh eterna Verdad" ¡Oh amada Eternidad! ¡Oh verdadero Amor! ¡Tú eres mi Dios! ¡Por Ti suspiro noche y día! A penas te conocí, Tú me tomaste de la mano para hacerme ver lo que me quedaba por ver, para hacerme comprender que yo no era todavía capaz de ver. Y dirigiendo con fuerza tu luz sobre mí, deslumbraste mis débiles ojos, y yo me estremecí de amor y de terror. Entonces caí en la cuenta de que vivía en un vacío angustioso, al estar lejos de Ti. Y sentí una voz del cielo que me decía: "Yo soy manjar de adultos,

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crece y me comerás. Pero no me asimilarás para convertirme en tu ser, como haces con los alimentos, sino que t te transformarás en Mí". Oí y vi todo esto con el corazón. Y adquirí una certeza tal, que antes dudaría de mi propia existencia. Conf. 7, 10, 16b. (26) Ahora comprendo, Señor, que hay que volver a Ti. Lo que no sé es cómo llegar a Ti. Ya no me alagan las vanidades de este mundo, ni me falta buena voluntad. No obstante, sigo desconociendo por dónde ir a Ti. Enséñame, Señor, ese camino, dime cuál es su trazado, dame fuerzas para recorrerlo. Y, cuando llegue, ábreme la puerta en la que estaré llamándote. Si con la fe se llega a Ti, dame esa fe. Si con la fuerza, dame dicha fuerza. Si con la ciencia, dame tal ciencia. Aumenta en mí la fe, acrecienta en mi la esperanza, incrementa en mi la caridad. ¡Qué maravillosa y singular es tu bondad, Señor! Soli. 1, 1, 5. (27) Señor, ¿Qué es lo que amo cuando Te amo? No amo la hermosura de un cuerpo, ni la belleza de un rostro. No amo maravillosos juegos de luces, ni dulces melodías, ni bellos cantares. No amo la fragancia de las flores, ni exóticos olores, ni el maná, ni la miel. No amo un abrazo o un beso boca a boca. No, no amo todo esto cuando amo a mi Dios. Y a pesar de todo, amándote amo cierta luz y cierta voz, amándote amo cierto perfume y cierto manjar; amándote

amo cierto abrazo y cierto beso. Esto es, esto es lo que amo cuando amo a mi Dios, que es Luz, Voz, Fragancia, Comida, Abrazo y Beso. En El mi alma ve lo que el espacio no pude abarcar. En El escucha lo que el tiempo no borra. En El huele lo que el viento no esparce. En El gusta lo que el apetito no consume. En El abraza lo que la saciedad no colma. Esto es lo que amo, cuando Te amo a Ti, mi Dios. Conf. 10, 6, 8. (28) ¡Tarde Te amé! ¡Tarde Te amé, oh belleza siempre antigua y siempre nueva! ¡Tarde Te amé! Porque Tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera de mí mismo, y por fuera te buscaba. Yo me arrojaba deforme como era, en medio de tanta hermosura creada por Ti. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían alejado de Ti aquellas cosas, que si no existieran en Ti, nada serían. Tú, en cambio, me llamaste, y tus gritos rompieron mi sordera. Tú relampagueaste, y tu resplandor eliminó mi ceguera. Tú derramaste tal fragancia, que yo respiré y ahora suspiro por Ti. Tú me tocaste, y ardo en deseos de tu paz. Conf. 10, 27, 38. (29) ¿Sabes por qué tienes tantas dificultades para llegar a conocer a Dios? Porque no te conoces a Ti mismo. Y no te conoces, porque al no saber alejarte de toda sensualidad, no logras entrar dentro de ti mismo, ni tomas conciencia de tu yo más profundo. Esto sólo lo conseguirás de dos formas: una, aprendiendo a cauterizar en el silencio las heridas de la vida; y otra, medicándote

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con las artes liberales. Ama, pues, la poesía y toda erudición moderada. De esta forma te sentirás más ágil y constante, más limpio y mejor dispuesto para apetecer ardientemente la Sabiduría, que tú deseas abrazar. De Ordine , 1, 3: 8, 24. (30) Hubo un tiempo en mi vida, en el que, estando preocupado por el problema de cómo conocerme a mí mismo, oí una voz interior, no sé si proveniente de mí mismo o de otro, que me hablaba en lo más íntimo desde fuera. Conversé amigablemente con ella y de sus transcripción salió mi libro "Los Soliloquios". Este título responde a eso: a hablar a solas. Un buen método de investigación de la verdad: aquí no hay vencedores rencorosos ni vencidos humillados. Aquí, todo es calma y tranquilidad. Aquí yo me pregunto y yo me respondo, con la ayuda de Dios. Aquí, cuando me veo obligado a rectificar mis opiniones, no me avergüenzo de ello, ni me reprendo acaloradamente, sino en paz. ¿Has probado tú a hacer otro tanto? Soli. 1, 1; , 7, 14. (31) Tú estabas dentro de mí y yo por fuera Te buscaba. (Conf. 19, 27, 38) Una vez más: ¡vuelve a lo más íntimo de tu ser y pregúntate! No mires sólo a lo que asoma en la tierra, mira más bien a la raíz que está bajo tierra. ¿Es la pasión por el dinero una de estas raíces? Pues, aunque aparentemente hagas muchas cosas buenas, todo estará contagiado de ese mal. ¿Es la caridad la que radica en ti? Estáte tranquilo: cuanto hagas estará bien hecho y ningún mal le afectará. Porque la soberbia acaricia, el amor castiga. La soberbia viste mucho, es amor pasa desapercibido. La soberbia ayuda en agradar a los hombres, el amor exige disciplina, corrige, castiga. Es más provechoso el castigo impuesto por amor, que el alago proveniente de la soberbia.

In 1 Ep. Jn. 8, 9. (32) ¡No seas frívolo, ni aturdas el oído del corazón con el alboroto de tus vanidades! ¡Entérate bien y conviértete! Sólo hallarás un descanso inalterable, tu paz interior, cuando tus amores sean estables. En los amores humanos todo se desvanece: unas cosas suceden a otras... Por eso, Dios nos dice en su Palabra: "¿acaso Yo también me desvanezco?" No. Fija en El tu mirada, confíale cuanto tienes, aunque no sea más que para descansar de tus fatigas, y de tantos y tantos desengaños. Confía en Dios. No pierdes nada en ello. Al contrario, con El se restañarán todas tus heridas, con El se reformará y se vitalizará tu débil personalidad. Con El las cosas ya no te arrastrarán en su caída, sino que gozarás de estabilidad y permanecerás junto a El, que es el único estable y permanente. Conf. 4, 11, 16. (33) Oh Dios, conocedor de mi vida, que yo Te conozca; que yo Te conozca a Ti, como Tú me conoces a mí. Oh Fuerza de mi alma, entra en ella, amóldala a Ti, para que sea tuya la poseas sin mancha ni arruga. Esta es mi esperanza. En ella fundo mi alegría, cuando mi alegría es sana. Conf. 10, 1, 1. (34) Estimulado a que volviese a mí mismo

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y llevado por tu mano, Señor, entré en lo más íntimo de mi corazón. Allí descubrí con el ojo del alma, por turbio que estuviese, una luz fascinante. No era una luz cualquiera, como puede ser la luz del sol, ni era una luz potentísima capaz de iluminar todo el Universo. Era mucho más que eso. Tampoco estaba por encima de mi entendimiento, al igual que el aceite está sobre el agua o el cielo sobre la tierra; sino que estaba y la sentía sobre mí por haberme creado; y, al mismo tiempo, me sentía bajo ella al ser hechura suya. Quien conoce la verdad, conoce esta luz. Y quien conoce esta luz, conoce la eternidad. Pero,¡ojo!, sólo por el corazón se llega a esta luz. Conf. 7, 10, 16a. (35) Esto hago frecuentemente: me pongo a la escucha de lo que me enseñas y ordenas, Señor. Siempre que puedo me refugio en este goce, porque me hace feliz, porque no encuentro lugar seguro para mí sino en Ti. ¡En Ti toma sentido mi existencia, por muy desordenada y confusa que sea! Tú a veces, Señor, me introduces en un mundo interior del todo desconocido y tan profundamente delicioso; que, si fuese pleno, no sé qué sería de mi vida... Pero, ¡ay!, luego vuelvo a caer bajo el peso de mis miserias y de las ocupaciones de cada día. Entonces lloro amargamente al sentirme atado. ¡Tan fuerte es el poder de la costumbre! Conf. 10, 40, 65. (36) Líbrame, Señor,

líbrame de mi verborrea interna. ¡Cuántas veces lo que callo con los labios no logro acallar interiormente! Si sólo pensara en cosas que Te agradan, no Te pediría este silencio interior. Pero, como muchos de mis pensamientos, según Tú bien sabes, son puramente humanos y vanos; ayúdame a que no los consienta, a que los rechace cuando sienta sus caricias y alagos, a que jamás ejerzan sobre mí su poderío, ni trasciendan a mis acciones. De Trin. 15, 28, 51. (37) Los hombres aprecian en mucho los conocimientos científicos, y no se percatan de su ignorancia sobre sí mismos. Por ello, es más importante conocerse y dominarse, que pasearse por el espacio. Quien reconoce su debilidad edifica en el amor y no se infla con la ciencia; antepone el conocerse a sí mismo a conocer el curso de los astros. La ciencia en sí acarrea siempre dolor. De Trin. 4, Proem. 1. (38) ¿Amas alguna cosa de este mundo más que al mismo Dios? A bote pronto te diría que no. Pero pensándolo bien, tengo que decir que no lo sé. Y no lo sé, porque la experiencia de la vida me dice que a la primera de cambio, mis hechos no concuerdan con mis deseos: la realidad es a veces más fuerte que mis anhelos y me arrastra más de lo que quisiera. Por eso tres son los momentos que más me preocupan y me atemorizan: la pérdida de los amigos, el encararme a dolor y el encuentro con la muerte. Temo perder a los amigos, porque sin ellos sería más dificultosa mi búsqueda de Dios y mi reencuentro conmigo mismo.

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Temo e dolor, porque este frena mis ansias de Dios. Temo la muerte, no tanto por lo que dejo atrás, cuanto por lo que supone de fracaso en mis proyectos de alcanzar la Verdad. Sí, sé que amo la Sabiduría por sí misma y las demás cosas en razón de la misma; pero, ¡ay!, ¡miserable de mi!, ¿por qué no la logro de una vez?, ¿por qué este martirio en desearla y al mismo tiempo no alcanzarla?. ¿Cómo podría lograrlo, cuando yo no envidio a los demás, cuando yo procuro que otros también la amen y conmigo la busquen, la posean y la gocen; cuando estos son para mí más amigos, cuanto más ponemos en común esta búsqueda? Oh Dios, Dios, Tú que no eres mudable como yo, Tú que eres siempre el mismo; haz que yo me conozca a mí y Te conozca a Ti. Esto sólo Te pido. Escúchame, socórreme, dame tu luz y haz que, entrando dentro de mí pueda subir a Ti. AMEN. Soli. 9, 16; 12, 20-21; 13, 22; 2, 7; , 6, 9. (39) Cuando me haya unido a Ti, Señor, con todo mi corazón, habrán acabado para mí todos mis dolores y sinsabores. Mi vida, una vez saciada de Ti, será auténtica vida. Mientras, al no estar lleno de Ti, soy un peso para mí mismo. Dentro de mi alma batallan alegrías engañosas, porque son tristes, con tristezas que deberían ser alegres. No sé quien ganará el combate. Mis penas malas pelean contra mis gozos buenos, mas, ¿quién ganará el combate? ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten piedad de mí! ¡Ay de mí! ¡Yo no Te oculto mis heridas! ¡Tú eres mi médico, yo el enfermo! ¡Tú eres misericordioso, yo un miserable!

Conf. 20, 28, (40) Yo decía para mis adentros: ¡Ahora! ¡Ya! ¡Ahora mismo! Estaba a punto de hacerlo, pero no lo hacía... Dudaba entre morir a la muerte o vivir a la vida... El Señor, en cambio, me decía: "¿Por qué te apoyas sólo en ti mismo, si reconoces que eres inestable? ¡Arrójate en mis brazos! ¡No temas! ¡No me echaré atrás, ni permitiré que te caigas! Es más: ¡lánzate tranquilo a mis brazos, que Yo te acogeré curaré todas tus heridas! Conf. 8, 11, 25 y 27. (41) La casa de mi alma es demasiado pequeña para acogerte, Señor. Hazla más grande. La casa de mi alma amenaza ruina. Restáurala, Señor. Lo sé, reconozco que da pena verla. ¡Está tan destartalada! ¿Quién será capaz de arreglarla? Ciertamente que yo no. ¡Sólo Tú puedes arreglarla y limpiarla! Puesto que así lo creo, por eso me dirijo a Ti. ¡Y... Tú lo sabes, Señor! ¡Tú lo sabes! Conf. 1, 5, 6. (42) Cayó el ángel, cayó el hombre y ambos dejaron patente la diferencia abismal que hay entre la luz de tu Palabra y nuestras tinieblas. Por otro lado, ¡cuán grande es el hombre que Tú hiciste, Señor! Tanto, que sigue siéndolo aun cuando carezca

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del vestido de tu Luz; aun cuando, dejándose arrastrar por sus debilidades, caiga en el abismo de las tinieblas. Sólo Tú logras disipar nuestras tinieblas. Sólo de Ti proceden nuestros luminosos vestidos. Entrégate a mí, Dios mío; restitúyete a mí. Mira que yo Te amo. Y si este fuera poco, haz que Te ame más aún. ¡Mira! Desconozco mi capacidad de amor: No sé cuánto me falta para que te ame lo suficiente, para que corra hacia Ti, para que Te abrace y no Te abandone más. Una cosa tengo muy clara: que me siento a disgusto conmigo mismo y con los demás, cuando estoy lejos de Ti; que toda riqueza, que no seas Tú, mi Dios, es pura basura. Conf. 13, 8, 9. (43) ¡Oh Verdad, Luz de mi corazón! Estoy a obscuras. No permitas me hablen mis tinieblas. A mis espaldas he oído tu voz que me gritaba: "vuélvete". Pero yo, debido al alboroto que aturdía mi interior, a penas he podido percibirla. No obstante, en este momento, me vuelvo a Ti, sudoroso y ansioso por Ti. Que nadie interrumpa mi caminar hacia tu fuente. En ella voy a beber y de ella voy a vivir. No soy capaz ya de vivir mi vida, porque la he vivido mal y he sido el único causante de mi muerte. En cambio, contigo pienso volver a vivir. Háblame, pues, charla conmigo. Conf. 12, 10, 10. (44) ¿Cómo podré pagarte, Señor,

por algo tan bonito como el que no me eche a temblar cuando recuerdo mi triste pasado? Por esto yo Te amaré, Te daré las gracias, confesaré tu nombre; ya que has perdonado todos mis decarríos y maldades. Tú has descongelado, como al hielo, mis pecados. Gracias a Ti no he cometido otras muchas perversidades, porque pude llegar a mayores, cuando amé el delito en sí mismo y sin nada a cambio. Confieso, pues, que todos mis pecados han sido perdonados, tanto los que cometí voluntariamente, como los que, por gracia tuya, dejé de cometer. Gracias, Señor. Conf. 2, 7, 15. (45) Escucha a Cristo que te dice: "Venid a Mí los que estáis cansados". No acabarás con tu cansancio huyendo. ¿Prefieres, acaso, huir de el, en vez de refugiarte en El? Si decides lo primero, búscate antes un lugar donde huir, y después huye. Te conjuro, oh Dios, Si por el contrario, no puedes huir de El, porque está presente donde quiera que vayas, entonces, corre y refúgiate en Dios. Sí, refúgiate en El. Sermón 69, 3, 4 (46) "¡Te conjuro, oh Dios, no ceses de hablarme" (Salmo 27, 1) Confíame tu palabra: esa palabra verdadera que sólo Tú eres capaz de pronunciar. Haz que yo deje fuera de juego a quienes, con sus palabras, no hacen otra cosa que levantar polvareda y cegarse los ojos mutuamente. Mientras tanto, yo entraré en mi cuarto interior, para cantarte cantos de amor, mezclados con gemidos maravillosos.

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Conf. 12, 16, 23. (47) Señor, ¡pon atención y escúchame! Circuncida mis labios de toda temeridad y mentira, para que tus Escrituras sean mis castas delicias; que yo no me engañé en ellas, ni con ellas engañe a otros. Sólo Tú eres luz de los ciegos y fuerza de los débiles; Tú eres Luz de los videntes y fuerza de los fuertes. ¡Pon atención, escúchame y revélame tus secretos! Tu voz es mi gozo: tu voz es para mí más atractiva que cualquier otro placer. ¡No me abandones!, ¡no desprecies esta tu hierbecita sedienta! Beberé de Ti, Te alabaré y proclamaré cuanto descubra en tus libros. Conf. 11, 2, 3. (48) Quien te ha creado sin ti no te salvará sin ti. Por lo mismo, Quien te ha creado sin que tú lo supieses no te salvará si no consientes. Serm. 169, 13. (49) De una vez por todas aprende bien este breve mandato: ama y haz lo que quieras. Si callas, calla por amor. Si corriges, corrige por amor. Si perdonas, perdona por amor. Mantén siempre viva la raíz del amor, porque de esta raíz no puede surgir otra cosa que el BlEN. ln 1 Jn. 7, 8, (50) ¡Qué dulce fue para mí apartarme de repente

de toda frivolidad placentera! Si antes temía perderla, ahora gozaba abandonándola. Tú, con infinita delicadeza, eras quien la alejabas de mi vida: la desterrabas y en su lugar entrabas Tú. Tú que eres más dulce que todo placer, más resplandeciente que toda luz, más íntimo que todo secreto, más encumbrado que todo honor. Mi espíritu se sentía finalmente libre del dinero, de la fama y del placer rastrero; y me entretenía en hablar contigo, Señor y Dios mío, mi riqueza, mi honor, mi salvación. Conf. 9, 1, 1. (51) Pero, ¿dónde estaba mi libertad durante tantos años? De qué abismos insondables fui sacado en su momento, para que aprendiese a sujetarme a tu suave yugo y a tu carga ligera? ¡Oh Jesús, mi apoyo y salvador! Sólo entonces pude no querer lo que quería y querer lo que Ti querías. Conf. 9, 1, 1. (52) Quien os habla fue engañado durante algún tiempo, cuando de joven me acerqué por primera vez a las Sagradas escrituras. me acerqué, no con el afán de quien busca humildemente, sino con la presunción de quien quiere discutir. Osaba buscar con mi soberbia aquello que sólo se puede alcanzar con la humildad. ¡Qué felices sois ahora vosotros, que podéis sentiros seguros, como niños, en el nido de la fe y recibís el alimento espiritual! En cambio, ¡pobre de mí!, creyéndome capaz de volar, abandoné el nido y me caí al suelo antes de remontar el vuelo. Pero el Señor misericordioso me recogió, para que no muriese pisoteado,

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y me puso de nuevo en el nido. Serm. 51, 5, 6. (53) Oh Dios, Fuente de la Vida, único y verdadero Creador del universo; por culpa de mi orgullo Te he amado parcialmente, al tener una imagen falsa de lo que eres. Oh Señor, para volver a Ti no hay más que un camino: el de la humildad. Purifica mis malas costumbres, sé indulgente con quien reconoce su pecado, escucha el llanto de este cautivo, y rompe las cadenas que yo mismo me he forjado. Para lograrlo Tú me pones esta condición: que no adopte una posición contra Ti en nombre de una engañosa libertad; que no me deje arrastrar por el deseo del tener o por el temor de perderlo todo. Señor, que no busque más mi propio interés, sino el tuyo. Conf. 3, 8, 16. (54) ¡Oh Maestro y Señor de los mortales, a quienes les domina la muerte por culpa de su soberbia! Lo que no fuiste eso nunca lo enseñaste. Lo que Tú no viviste eso nunca mandaste. Por eso yo acepto, oh buen Jesús, con los ojos de la fe aquello que Tú nos dijiste: "Venid a Mí y aprended de Mí". Y ¿qué vamos a aprender de Ti, para que tengamos que venir a Ti? Tú sigues diciéndonos: "Porque soy manso y humilde de corazón". ¿A esto se reducen los tesoros de la sabiduría y de la ciencia encerrados en Ti? ¿En que vengamos a aprender de Ti, como si fuese lo más importante de la vida el ser manso y humilde de corazón? ¿De tanta importancia es ser pequeño? Si no nos lo hubieras dicho Tú, que eres el más grande, ¿hubiéramos sido capaces de entenderlo? Seguramente que no.

Por lo mismo, el hombre nunca encontrará la paz, si no aprende a desinflar su hinchazón: el creerse que es algo grande, cuando en realidad está enfermo. ¡Que Te oigan a Ti, Señor! ¿Que vengan a Ti! ¡Que aprendan de Ti a ser mansos y humildes los que buscan la verdad y tu misericordia! Oiga esto el que sufre y se siente cansado, oiga esto el que está agobiado y no se atreve a levantarse, oiga esto el pecador arrepentido que viene dando vuelcos desde lejos. Que lo oiga el Centurión..., que lo oiga Zaqueo..., que lo oiga la mujer pecadora..., que lo oigan las prostitutas y los publicanos..., que lo oigan los enfermos... Todos estos, cuando se convierten a Ti, fácilmente se transforman en mansos y humildes... De Sacr. Virg. 35, 35 - 36, 36. (55) ¡Tú eres grande, Señor! Te fijas en los humildes mientras te distancias de los soberbios. Tú te acercas sólo a los que reconocen sus fallos, y no Te dejas ver por los orgullosos: por mucho que crean saber sobre las estrellas o las arenas del mar... Su orgullo petulante les impide el poder verte: al no buscar con los ojos de la fe el origen de su capacidad investigadora; al no buscar "religiosamente" al autor de la creación, no pueden encontrarte. Y, caso de encontrarte, no son capaces de admirarte, ni de alabarte. Conf. 5, 3, 3-5. (56) (Ante los misterios de Dios), hombre de ciencia tú buscas razones; yo, en cambio, me estremezco,

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creo. Sí, yo contemplo la profundidad, aunque no pueda ver el fondo. Tú, ¿has venido a investigar los caminos del Señor? Si has venido a investigar lo insondable y a escudriñar lo inescrutable, créeme que te has equivocado totalmente: es como si quisieras ver lo invisible o hablar lo inefable. Serm. 27, 7. (57) ¿Quieres ser alto y grande? Comienza por ser pequeño. ¿Quieres levantar el gran edificio de la perfección? Piensa primero en los cimientos. Fíjate bien en esto: los edificios suben, los cimientos bajan. Así toda grandeza se hace pequeña y toda pequeñez se transforma en grandeza. Serm. 69, 1, 2. (58) Si Cristo hubiera elegido primeramente al orador, diría el orador: "he sido elegido por mi elocuencia". Si Cristo hubiese elegido al senador, diría el senador: "he sido elegido por mi dignidad". Si Cristo hubiese elegido al Emperador, diría el emperador: "he sido elegido por mi poder". Que se callen estos y aguarden un poco. No se les rechace, ni se les desprecie; pero que aguarden un poco, los que suelen gloriarse de sí mismos. Dame el pescador, dame el ignorante, dame el inútil, dame aquel con quien no se digna hablar el senador ni cuando le compra el pescado. Dámelo. Cuando Yo lo haya transformado, quedará claro que he sido Yo quien lo ha hecho. También lo haré después con el orador, con el senador y con el emperador. Pero ahora es más seguro el pescador. El orador, el senador y el emperador pueden gloriarse de sí mismos. El pescador, en cambio, no puede gloriarse

sino en Cristo. Venga el pescador en primer lugar, para enseñarnos la saludable humildad. Después podrá venir el emperador y todos los demás. Serm. 43, 6 (59) El amor a la verdad busca la paz de la contemplación, y la necesidad del amor exige el servicio al hermano. Si nadie nos impusiese esta carga, (la de ser obispo), nos dedicaríamos al estudio y contemplación de la verdad. Pero si se nos impone, debemos aceptarla por exigencias de la caridad. Y, aún en este caso, no debemos renunciar completamente a los goces de la contemplación, para que no nos suceda que, privados de este goce, quedemos atrapados por la necesidad del apostolado. De Civ. Dei 19, 19. (60) Nadie como yo ama tanto la paz de la contemplación. Nada hay mejor, nada es más dulce que dedicarse a escrutar los tesoros divinos, lejos del mundanal ruïdo. Dedicarse a la contemplación es lo mejor y lo más placentero. En cambio, predicar, llamar la atención, corregir, edificar la Iglesia, atender a las preocupaciones de los demás es un peso insoportable, es una carga tan pesada que cansa mucho. Y, ¿quién no huye de una carga así? Además, la responsabilidad del Evangelio me aterroriza. Por esto mismo, os pido, hermanos, que aligeréis mi carga, que la aligeréis ayudándome a llevarla. ¿Cómo? Siendo buenos cristianos... Serm. 339, 4.

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(61) Nadie debe estar tan embebido en las cosas de Dios, que se olvide de los hombres; ni tan inmerso en las cosas de los hombres, que se olvide de Dios. Porque el amor de la verdad busca la paz de la contemplación; y la necesidad del amor exige el servicio a los demás. De Civ. Dei 19, 19. (62) Desciende, Pedro, a la vida, ¡Querías descansar en la montaña! ¡No puede ser! Desciende, predica la palabra, insta oportuna e inoportunamente, arguye, exhorta, increpa... Trabaja, suda, soporta la fatiga... La realidad de tus deseos, Pedro, está reservada para la otra vida. Ahora el Señor te ordena que desciendas a tus tareas, que te dispongas a servir a los demás, que estés dispuesto a ser desprendido, a ser crucificado. Así le sucedió a la Vida, que descendió para encontrarse con la muerte; así le sucedió al Pan, que bajó para sentir hambre; así le sucedió al Camino, que se puso en marcha para cansarse; así le sucedió a la Fuente, que brotó para tener sed. Después de esto, ¿te atreves a rehusar el trabajo? No pienses en tu propio interés. Sé generoso, ten caridad... Serm. 78, 6. (63) Quien preside una comunidad debe procurar, antes que nada,ser servidor de todos. Me aterra lo que soy para vosotros. Para vosotros soy vuestro obispo, con vosotros soy un cristiano más. Ser obispo es un título recibido por encargo. Ser cristiano es un título recibido de Dios.

Ser obispo es fuente de múltiples peligros. Ser cristiano es fuente de salvación. Serm. 340, 1. (64) Orad por mí. Cuanto más elevado es el lugar en que estás, tanto mayor es el peligro que corres. Hay quien me honra y quien me maldice. Hay quien me alaba y quien me critica. En mayor peligro me pone quien me alaba que quien me critica o maldice. Las alabanzas humanas alagan nuestra soberbia, las críticas ejercitan nuestra paciencia. Quien habla mal de mí aumenta mi recompensa. Quien me adula, la disminuye. ¿He de desear por eso que habléis mal de mí? Tampoco, porque sería aumentar mi recompensa a costa vuestra. Hablad, pues, bien de mí; hacedme caso, obedecedme. Prefiero estar yo en peligro, a que vosotros sufráis las consecuencias. Serm. 340 A, 8. (65) ¿Qué es que pretendo? ¿Qué anhelo? ¿Qué deseo? ¿Por qué hablo tanto? ¿Por qué me siento en esta sede episcopal? ¿Por qué vivo?... Hago todo esto, porque quiero que vivamos unidos a Cristo. Esta es mi única ambición, este es mi honor, esta es mi gloria, esta es mi alegría, este es mi tesoro... Yo no quiero salvarme sin vosotros. Serm. 17, 2. (66) ¡Qué brote así, Señor!

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¡Que brote así, como Tú sabes hacerlo: con alegría y con vigor! ¡Que brote así de la tierra la verdad del cielo la justicia! Entonces en el firmamento se hará la luz... Esto es: compartir con el hambriento nuestro pan; invitar a casa al vagabundo; vestir al desnudo; no despreciar a nadie de nuestra especie... Y una vez que hayamos dado tales frutos, míralos, Señor: ¡qué buenos son!, y ¡que surja la luz mañanera! Después de la acción pasemos a la contemplación. Sólo entonces seremos la luz del mundo... Conf. 13, 18, 22. (67) Que nadie diga: "yo no sé qué es lo que tengo que amar". Ame al hermano y amará el amor mismo. Normalmente se conoce mejor el amor con el que se ama, que al hermano a quien se ama. En este sentido puedes conocer mejor a Dios que al hermano. Dios es más conocido, porque está más presente. Dios es más conocido, porque es algo más íntimo. Dios es más conocido, porque es más cierto. Abraza al Dios Amor, abraza a Dios con el amor. El es el Amor que nos une a todos, El es el Amor que nos aglutina a todos... Cuanto más inmunizados estemos contra el no amor, contra la hinchazón de la soberbia; tanto más estaremos llenos de amor. Y el que está lleno de amor, ¿de qué está henchido sino de Dios? De Trin. 8, 8, 12. (68) Amemos al Señor, Nuestro Dios, y amemos a la Iglesia: a Dios como Padre, a la Iglesia como a Madre;

a Dios como Señor, a la Iglesia como Sierva, porque todos somos hijos de la esclava... La unión de este matrimonio es tan fuerte por el amor, que nadie puede ofender a uno y pretender ser amigo del otro. Por lo tanto, que Dios sea para vosotros vuestro Padre, y la Iglesia vuestra Madre. In Ps. 88, serm. 2, 14. (69) Vosotros, los rebeldes, volved al corazón; adheríos a Aquel que os ha creado. Manteneos en su compañía y os sentiréis maduros. Descansad en El y hallaréis la paz. ¿Adónde vais por caminos impracticables? ¿Adónde vais? El bien que amáis procede de El. ¿Qué interés tenéis en seguir caminando por tan malos senderos? Buscad la paz que queréis encontrar; pero no la busquéis donde no está: en la región de la muerte. La paz no está allí. ¿Cómo va haber allí vida feliz, si ni siquiera hay vida? El bien que deseáis, la paz, está en Cristo... Conf. 4, 12, 18. (70) ¡Lejos de mí, Señor, lejos de mi corazón, que se desnuda ante Ti, lejos de mi pensamiento el considerarme satisfecho con cualquier alegría o placer! Hay un gozo que no puede ser percibido por los depravados. Sólo quienes Te sirven generosamente son capaces de sentirlo. Tú mismo eres ese gozo: el placer, la felicidad está en gozar de Ti, en gozar para Ti, en gozar por Ti. Esta es la verdadera felicidad y no otra. Quienes fijan su felicidad en otros objetivos, busca otra cosa,

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no la auténtica felicidad, no el verdadero placer. Conf. 10, 22, 32. (71) ¡Oh Señor y Dios mío! Hazme partícipe de tu felicidad para que me encamine hacia Ti. No quiero la felicidad del oro ni de la plata. No quiero la felicidad del dinero. No quiero la felicidad que procede de las cosas humanas, puesto que son vanas, pasajeras y caducas. Que mi boca no pondere todas estas vanidades. Hazme, más bien, feliz de Ti, que a Ti nunca podré perderte. Mientras Te tenga a Ti, ni Te perderé, ni yo pereceré. Hazme, Señor, feliz de Ti, partícipe de tu felicidad. Serm. 113, 6 (72) Señor y Dios mío, si yo gimo en medio de los hombres, si yo gimo en medio de los cristianos, si yo gimo en medio de los pobres; es para que Tú me concedas el que, con el pan de tu palabra, pueda saciar a aquellos que no tienen hambre y sed de justicia, porque viven saciados y satisfechos. No obstante, su saciedad no es auténtica, su saciedad no tiene en cuenta tu verdad. Es más, la rechazan, y, rechazándola, caen en un vacío existencial. Yo he experimentado todo esto, y por eso conozco muy bien la capacidad del hombre a la hora de crearse un mundo de vanas ilusiones. De Trin. 4, Proemio 1. (73) Ante el dolor todos los hombres sufren. Pero no todos reaccionan de igual modo: lo que para unos es motivo de virtud, para otros es algo insoportable. En un mismo fuego el oro brilla

y la paja humea. Bajo un mismo trillo se tritura la paja y se limpia el grano. Bajo una misma prensa no se confunden el aceite y el alpechín. Agitados por igual, el cieno despide un olor nauseabundo, mientras el bálsamo desprende una fragancia exquisita. Así también una misma adversidad o dolor purifica a unos, y hunde a otros. De Civ. Dei 1, 8, 2. (74) Padre sabio y bueno, Te encomiendo este mi cuerpo. lo pongo en tus manos siempre que sea para bien mío o de mis amigos. Te pediré para él lo que Tú me sugieras en cada momento. Sólo imploro ahora tu clemencia, para que me convierta del todo a Ti, y elimines todos mis prejuicios. Y mientras goce de este cuerpo, haz que yo sea puro y fuerte, justo y prudente, amante perfecto y conocedor de tu sabiduría, digno morador de tu casa y habitante feliz de tu reino. Soli. 1, 1, 6. (75) Hermano, tú eres un hombre y tienes un cuerpo y un espíritu. Ahora bien tu cuerpo recibe la vida de tu espíritu. ¿Quieres también recibir la vida que viene del Espíritu de Cristo? Incorpórate al cuerpo de Cristo, que es vivificado por el Espíritu de Cristo. De ahí que S.Pablo nos hable del pan eucarístico de esta forma: "Aun siendo muchos, somos un solo pan y un solo cuerpo, al participar del mismo pan". (1 Cor. 10, 17) Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad. El que quiera vivir, tiene dónde vivir, tiene de qué vivir.

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Que se acerque (a la Eucaristía) y crea; que se incorpore al cuerpo de Cristo y será renovada su vida. No huyas de la compañía de los miembros, ni seas un miembro canceroso. Sé un miembro bello, honrado y sano, unido estrechamente al cuerpo de Cristo, para que vivas de Dios y para Dios. In Jn. 26, 13. (76) Todo cuerpo, por su propio peso, tiende al lugar que le es propio: hacia arriba o hacia abajo. El fuego tiende hacia arriba. La piedra hacia abajo. El aceite mezclado con agua tiende a ocupar las capas de arriba, mientras el agua busca las de abajo. Cada uno, pues, es movido por su propio peso y tiende a ocupar el lugar que le corresponde. Mi peso es mi amor: él me lleva dondequiera que vaya. mi amor me lleva hacia arriba, porque tu Espíritu me enciende y me tira hacia lo alto; El me enardece y por eso subo. Sí, subo los peldaños con alegría y me encamino hacia la paz de Jerusalén cantando: ¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor! Allí podré descansar. Allí podré permanecer por siempre. Gracias, Señor, porque en el Espíritu Santo, que es tu don, descansamos y en El gozamos. Salm. 121, 6. (77) Cantemos ahora, hermanos; no para deleite y descanso nuestro, sino para alivio de todo trabajo. Como suelen hacerlo los caminantes, que cantan caminando y caminan cantando. Sí, alivia tu fatiga de caminante cantando. Que no te domine la pereza: canta y camina.

Pero, ¿qué puede significar "camina"?: avanzar siempre en el bien, a pesar de que los hombres tiendan a retroceder y esto les lleve a ir de mal en peor. Tú progresa, ve adelante, camina. Sí, progresa en el bien, ve adelante en la fe, camina en las santas costumbres. Canta y camina. No te extravíes, no te vuelvas atrás, no te detengas. Tú, canta siempre y camina siempre. Serm. 256, 3. (78) Dios descansará en el séptimo día. Este será nuestro sábado, que no tendrá tarde, que concluirá en el día dominical, que es el octavo y eterno día, consagrado por la resurrección de Cristo, que anticipa el descanso eterno no sólo del espíritu sino también del cuerpo. Allí descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos. Este será el fin sin fin. De Civ. Dei 22, 30, 6. (79) Señor, ya que nos has dado todas las cosas, danos también la paz: la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Todas las cosas que has hecho, por muy buenas que sean, una vez cumplida su misión, pasarán. Sí, todos los seres tuvieron su mañana y su tarde. Sólo el séptimo día no tiene tarde ni ocaso, porque Tú lo has santificado para que dure siempre: para que, así como Tú descansaste el séptimo día, después de crear todas las cosas tan buenas; así también nosotros,

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una vez realizadas nuestras buenas obras, que lo son porque Tú nos las diste, podamos descansar en Ti, en el sábado de la vida eterna. Señor, danos esta paz... Conf. 13, 35, 50-51. (80) Te amo por ser Tú quien eres. Te amo por tus dones. Te amo por tu amor. Te amo de tal modo que, si por un casual imposible, Agustín fuese Dios y Dios Agustín; yo volvería a ser aquel que soy: Agustín, para que Tú fueses el que eres: Dios; ya que Tú sólo eres capaz de ser el que eres. Señor, perdóname el disparate que acabo de decir. No sé expresarme de otra forma. Sólo sé que mi corazón está loco por Ti. Tú comprendes lo que siento, por más que no sepa decírtelo. Sí. Yo Te amo, mi Dios, aunque mi corazón sea estrecho para tanto amor, aunque mis fuerzas desmayen ante tanto amo, aunque mi persona sea una birria para tanto amor. A pesar de todo, procuro salir de esta miseria para sumergirme en Ti, para transformarme en Ti, para perderme en Ti. ¡Fuente de mi vida! ¡Fuente de todo mi bien! ¡Mi Amor, mi Dios! Pseudo Agustín (?).... (hasta aquí las oraciones grabadas en las cintas) (81) Eres bueno, Señor, porque eres mi Creador. Tú eres mi bien y yo Te agradezco cuanto me has regalado desde niño... Gracias, Señor. Tú eres mi Dulzura, mi Honra,

mi Confianza. Gracias por tus dones; no obstante, sigue guardándomelos, porque si Tú me los guardas, todo cuanto me has dado se incrementará y sólo así yo llegaré a la perfección. Conf. 1, 20, 31. (82) ¡Gracias Te sean dadas, Señor, por todo lo que vemos! Por el cielo y la tierra, por la luz y las tinieblas, por el firmamento y los mares, por la tierra fértil y por los desiertos, por las plantas y los árboles, por todos los animales, y por el hombre, hecho a tu imagen y semejanza. Y bien: ¡contemplemos todas estas cosas, cada una por sí buenas, y todas juntas muy buenas! Conf. 13, 32, 47. (83) Señor, de Ti proceden todos los bienes, y Tú alejas de nosotros todos los males. Nada existe fuera de Ti y sobre Ti. Nada es sin Ti. Todo se halla bajo tu imperio, todo está contenido en Ti, todo está orientado hacia Ti. Soli. 1, 1, 4. (84) Algunos, para encontrar a Dios leen libros... Pero no caen en la cuenta que el gran Libro está en la belleza de la Creación. Atiende, lee, analiza el mundo superior e inferior: Dios no escribe con tinta para que tú puedas entender. El pone delante de tus ojos todo lo creado. ¿Por qué buscas otra voz más convincente? Escucha lo que te grita el cielo y la tierra: ¡Dios nos hizo! Serm. 68, 6.

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(85) Oh Dios, eterna es tu verdad, eterno es tu amor, verdadero es tu amor, verdadera es tu eternidad, amable es tu eternidad, y amable es tu verdad. De Trin. 4, Proem. 1 (86) Te invoco, Dios de Verdad, principio, origen y autor de toda verdad. te invoco, Dios de Sabiduría, Principio, origen y autor de toda sabiduría. Te invoco, Dios Vida plena y verdadera, principio, origen y autor de toda vida. Te invoco, Dios Felicidad, principio, origen y autor de toda felicidad. Te invoco, Dios Bondad y Belleza, principio, origen y autor de toda bondad y hermosura. Te invoco, Dios Luz inteligible, principio, origen y autor de toda capacidad intelectual. te invoco, oh Dios, de todo corazón. Soli. 1, 1, 3. (87) Te invito a que reflexiones conmigo: Hay tres cosas dentro de ti que son inseparables y al mismo tiempo distintas entre sí. Me refiero al SER, al CONOCER y al QUERER. Sí, Yo existo, yo conozco, yo quiero. Porque yo existo sabiendo u queriendo. Porque yo sé que existo y que quiero. Porque yo quiero existir y saber. ¿Me sigues? ¿Has comprendido? Pues algo semejante sucede con Dios, cuando hablamos del Misterio de la Trinidad. Conf. 13, 11, 12. (88) Señor, ahora Te amo a Ti sólo, a Ti sólo sigo,

a Ti sólo busco, a Ti sólo sirvo, porque Tú sólo eres Señor. Manda lo que quieras, pero sana mis oídos, para poder oír tu voz; sana y abre mis ojos, para poder ver tus signos; destierra de mí toda ignorancia, para que sepa reconocerte. Soli. 1, 1, 5. (89) Te invoco, Dios mío, misericordia mía, que me has creado y no me has olvidado, cuando yo me había olvidado de Ti. te invoco para que vengas a mi alma, a la que Tú has inculcado este deseo por Ti. No abandones ahora a quien Te invoca. Tú, que antes de que Te invocara, me previniste de múltiples formas, menudeando tus llamadas, para que Te oyera desde lejos, para que me volviese a Ti, para que Te llamara a Ti, me estabas llamando. Conf. 13, 1, 1. (90) La Sabiduría (de Dios), que es eterna, está más allá de toda realidad terrena. Cuando logramos contemplarla, nos rapta, nos absorbe, nos sumerge en un placer interior tal, que llegamos a vislumbrar en ese momento de intuición lo que es la Vida Eterna, por la que suspiramos constantemente... Conf. 9, 10, 25. (91) Dios bueno, ¿qué le pasa al hombre que siente mayor alegría cuando encuentra o recobra lo perdido, que cuando lo ha tenido siempre consigo? Un general, después de la victoria,

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tanto más se alegra cuanto mayor fue el peligro en la batalla. Los náufragos, palidecen ante la muerte que les acecha; sobreviene la bonanza, y se siente inundado de una gran alegría, porque el susto ya pasó. Enferma un amigo; los síntomas son alarmantes, y todos los que le quieren sufren con él. Se pone bueno, y, aunque no quede del todo bien, es tal la alegría que reina, que no la hubo antes, cuando estaba sano y fuerte. Con los placeres mundanos sucede lo mismo: éstos se logran después de muchas molestias y esfuerzos. Por ejemplo: en el comer y en el beber no hay placer, si antes no se tiene hambre o sed. Los aficionados al vino toman antes aperitivos muy picantes con el fin de estimular el placer de la bebida. Si esto sucede con los placeres más vulgares, ¿cómo no va a suceder con la amistad sincera y honesta? De esta forma nuestro Padre Bueno siente más alegría por el pecador arrepentido, que por los noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentimiento. También nosotros sentimos una gran alegría al oír estos relatos evangélicos de la oveja descarriada, de la dracma perdida y del hijo pródigo. Conf. 8, 3, 6-8. (92) Sólo Tú, Señor, puedes juzgarme: nadie conoce la intimidad de un hombre más que Tú. Ni yo mismo, que soy quien mejor debería conocerme, termino por conocer al hombre que hay en mí. Sólo Tú, Señor, me conoces: Es más, mientras yo me desconozco, yo sé algo de Ti: que Te conozco como en un espejo confusamente y no cara a cara. Sí, yo sé de Ti que Tú eres absolutamente invulnerable, mientras yo estoy indefenso ante cualquier tentación. Yo sé, y espero, que Tú me seas fiel

y no permitas que sea tentado más allá de mis fuerzas. Confesaré, pues, lo que sé de mí y lo que desconozco de mí. Lo que sé de mí Te lo debo a Ti. Lo que desconozco de mí seguiré desconociéndolo, hasta que Tú disipes mis tinieblas con la luz meridiana de tu presencia. Conf. 10, 5, 7. (93) Dos amores fundaron dos ciudades: el amor propio, que termina por despreciar a Dios, ha engendrado la ciudad terrena: el amor de dios, que conduce al desprecio de sí mismo, ha engendrado la ciudad celeste. La primera se gloría de sí misma; la segunda se gloría en el Señor: Aquella busca la gloria de los hombres, ésta busca la gloria de Dios. Aquella está dominada por la ambición de poder: en ésta predomina la actitud de servicio en el amor: los jefes aconsejando y los súbditos obedeciendo. Aquella, a través de los poderosos, ama su propia fuerza; ésta dice a su Dios: Te amaré, Señor, que eres mi fuerza. En aquella los sabio no buscan más que lo material; en ésta no hay otra sabiduría que la de Dios, y se busca que Dios sea todo en todos. De Civ. Dei. 14, 28. (94) ¿Cómo puedo invocarte, Señor y Dios mío, cuando al invocarte Te estoy invitando a venir a mí? ¿Acaso hay dentro de mí un lugar en el que Tú puedas acampar? Tú, que eres el autor del cielo y de la tierra, ¿puedes encontrar dentro de mí un rincón suficientemente espacioso en el que puedas morar? ...................... Es cierto que Tu resides en todos los seres,

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por el hecho de que sin Ti nada existiría; ni siquiera yo mismo. Entonces, ¿por qué Te pido que vengas a mí? Porque ¡nada sería, Dios mío, nada sería yo en absoluto, si Tú no morases dentro de mí! O, si quieres mejor, porque ¡nada sería, si no estuviera en Ti, de quien, por quien, y en quien son todas las cosas! ¡Así es, Señor, así es! Conf. 1, 2, 2. (95) En cierta ocasión, cuando deliberaba sobre mi entrega total al servicio del Señor, mi Dios, yo era el que quería y el que no quería; sí, yo era y no otro. Este querer definitivo y este no querer definitivo me destrozaba. Es más, este desgarro interior se hacía contra mi voluntad, sin que yo supiese quién era el que me empujaba. No era yo el autor de esta escisión, sino el pecado que habitaba en mí. Conf. 8, 10, 22. (96) Mas, ¿dónde estaba yo cuando Te buscaba? Cierto que Tú estabas delante de mí, pero, como yo había huido de mí mismo, no me encontraba. ¿Cómo iba a encontrarte a Ti? Conf. 5, 2, 2. (97)

Oh Verdad, Luz de mi vida; no permitas que me deje engañar por mis tinieblas. Me dejé embaucar por las mismas, y por eso vivo en total obscuridad. No obstante, también Te amo desde la obscuridad. Conf. 12, 10, 10. (98) En mis años jóvenes fui seducido y seductor, engañado y engañador. En ciertos momentos fui soberbio, en otros supersticioso, pero siempre vacío. Señor, que se rían de mí los arrogantes, los que todavía no han sido humillados por Ti para su salvación. Yo, por mi parte, Te confesaré mis debilidades para alabanza tuya. Concédeme, Te lo suplico, que pueda recordar todo mi pasado y ofrecértelo como sacrificio de alegría. Porque, ¿qué soy yo para mí sin Ti, sino un guía que lleva al precipicio? Y, cuando me salen las cosas bien, ¿qué soy yo sino un niño que mama de tu leche y se alimenta de Ti, comida incorruptible? En resumidas cuentas, ¿qué es el hombre más que un hombre, quienquiera que sea? Que se rían de mí los arrogantes. Yo, por mi parte, aunque débil y pobretón, Te alabaré, Señor. Conf. 4, 1, 1. (99) Quiero recordar mi pasado, con todas sus debilidades y fealdades. No lo hago para regodearme en él, sino por amor tuyo, Dios mío. Sí, lo hago por amor de tu amor. Voy a evocar con cierta amargura mis perversos caminos, para que Tú,

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dulzura sin engaño, dulzura dichosa y garantizada, lo endulces. Quiero también que recompongas mi interior dividido, después de tantas incoherencias y escisiones, cuando, alejado de Ti, que eres Uno, me perdía en el mundo de la dispersión y de la confusión. Conf. 2, 1, 1. (100) Hermanos, hagamos lo posible por comprender las palabras humanas. Yo, en cuanto hombre, cuando os hablo a vosotros, hombres, que me escucháis; de algún modo introduzco mi pensamiento en vuestros corazones sirviéndome de la voz. ¿Me estáis oyendo? ¡Os estoy hablando! Cuando yo os dirijo la palabra, ésta os llega a todos por igual, sin necesidad de dividirla como hacemos con el pan. ¡Qué maravillosa es la palabra del hombre! ¿Qué no será la Palabra de Dios? Lo que acabo de deciros os llegó a vosotros y quedó conmigo. Antes de hablaros estaba en mí y no en vosotros; pero, en cuanto os hablé, empezasteis a poseerlo, sin menoscabo de mi parte. ¡Que maravillosa es la palabra del hombre! ¿Qué no será la Palabra de Dios? Criatura soy. Criaturas son los que me escuchan. Si mi palabra produce tantas maravillas en mi corazón, en mi voz, en mi boca, en los oídos de los que me escuchan, y en sus corazones, ¿qué podremos decir de la Palabra del Dios Creador? Serm. 120, 3. (101)

¡Asombrosa profundidad la de tus Sagradas Escrituras! Su forma exterior atrae como las gracias de un niño. Pero en su interior, ¡qué asombrosa profundidad!, Dios mío, ¡qué asombrosa profundidad! ¡Da vértigo asomarse a tanta profundidad, cuando esta asusta y al mismo tiempo suscita amor! Conf. 12, 14, 17. (102) "En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Voy a prepararos el lugar" (Jn. 14, 2) ¿Qué significa que se marchó para prepararnos un lugar? Da a entender que, para preparar tales habitaciones, el justo debe vivir de la fe y en la fe. Y es que la fe, que limpia los corazones de quienes han de ver a Dios, cree lo que no se ve en nuestro peregrinar por este mundo. Si lo viese, ya no sería fe... Vete, Señor, a prepararnos ese lugar. Vete y que no Te veamos. Escóndete para que en Ti creamos. Sólo así, viviendo de la fe, nos prepararás el lugar. Sólo así, creyendo en Ti, Te desearemos; y, deseándote, Te poseeremos. Pero, ¿qué significa "que vas" y "que vienes"? Si mal no comprendo, quieres decirnos que no te alejas de donde vas, ni Te alejas de donde vienes. Ciertamente, vas mientras Te escondes; vienes, mientras te manifiestas. Vete, Señor, y prepáranos el lugar del goce eterno; quédate, Señor, y échanos una mano en los problemas de esta vida. In Jn. 68, 3. (103)

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Aviso a los que leen mis libros (o escuchen mi voz): ¿Compartes mis ideas? Acompáñame en mis proyectos. ¿Dudas sobre mi forma de pensar? Sigue buscando conmigo la verdad. ¿Reconoces que te has equivocado? Pásate a mi terreno. ¿Crees que me he equivocado yo? Corrígeme. Sólo así marcharemos juntos por el camino de la verdad en busca de aquel que dice: "Buscad siempre mi rostro". Esta es la recomendación piadosa y segura, que brindo a quienes leen mis libros (y escuchan mi voz). De Trin. 1, 3, 5. (104) ¡Feliz quien Te ama a Ti, Señor, y al amigo en Ti; y al enemigo por Ti! Nunca podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en el Señor, pues a Dios nunca lo podemos perder. Conf. 4, 9, 14. (105) Señor, mi esperanza está depositada sólo en tu misericordia, que es inmensamente grande. Da lo que mandas y manda lo que quieras. Nos mandas ser continentes..., pues de la misma nos viene la unidad y no la dispersión. Te ama menos aquel que ama contigo alguna cosa que no ama por ti. ¿Me mandas ser continente? Pues dame lo que mandas y manda lo que quieras... He aprendido a contentarme con lo qu tengo. Sé caminar por la vida escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo... Todo lo puedo en Aquel que me conforta. Reconfórtame tambieén a mí, para que sea capaz de ello. Da lo que mandas y manda lo que quieras. Conf. 10, 29, 40 y 31, 45

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