oficio de escribir/1€¦ · un magnolio que en sus mejores meses está tan avagardnerizado como a...

2
Los Cuadernos Inéditos OFICIO DE ESCRIR/1 Francisco Umbral La reidad me inventa: soy su leyenda. Jorge Guén L . . a artrosis no es la muerte, sino la sombra platoniana de la muerte, go que proyecta dentro de uno mismo un esqueleto de dolor que ni siquiera es dolor, una platónica sombra de dolor (otra vez Plató , joder, me jode el buja), y gracias a la arosis, o su amago, tiene uno su primera idea c a, conusa y es erilada de la propia muerte, ni rilkeana m ada, smo una muerte clínica, diga- os, y vemdera, un turible de muerte, y una idea :¡ue es más bien una imen -qué idea no es una ima en, . a ver-, no la precitada imagen ril- kea, m la imagen mística, ni l a búdica, ni la del Greco, no la muerte como destino, como flor como éxtasis ascension en llama morada d� Illescas, si o la muerte como esqueleto, que es lo suyo, V des _Le y el Bosco, que lo que dibuja la pretr sis, siqmera sea al dumino, es, ya do, el ropio esqueleto, a medida que lo va dando y dohendo, así que camina uno con un Vdés Le por dentro. Esta mañana me lo he dicho en mi jardín, ha- bldo solo, que no sé para qué sirve tener un jdín si no es pa hablar solo (y sin esperar habl a Dios un día, aunqu,e uno sea ya un esque- leto): . -Así como así, al fin soy un Vdés Le inte- rior, o sea que engo un precio como pintura, ya que no como literara. Te siste con la tuya crón. ' Oficio de escrir. U no escribe sobre el oficio cuando ya lo ha escrito todo o la vida le ha escri- to (� anuscrito a uno por dentro hasta dejae ar- trosi_co o pre, que no sé qué es peor. Hubo el es n or q e, loco de literara -¿es que puede exist r la literara sino como una forma sedente ( o siempre sedte) de la locura?-, loco de escri- btr hasta el ba, acabó escriloiendo sobre la pluma con que esc ibía en aquel omento, después de haberlo escnto todo en este mundo y en el otro, 74 hasta que la luma se le estropea, se le abre, y entonces escnbe la sentencia metísica fin an- tes de irse a dormir: ' «Las plumas son unas hijas de puta». Las plumas son unas hijas de puta, sobre todo la llamadas plumas ilustres en las necrológicas de pnmera, que están previstas desde os antes en los periódicos (o sea que el famoso se muere mu- cho más pronto que el mediocre, y en la sacra- ment de plomo de los tleres está espendole la pequeña lápida que cubrirá y explicará su pequeña gloria). Como uno leyó en su momento (que siempre es un momento posterior al europeo) a los tan nom- brados estructuralistas, uno ha conservado el tic de establecer simetrías, y entre el florecer de la osis en el ciruelo interior de mi esqueleto y el florecer de marzo en los ciruelos estériles de mi jardín (más flores cuando menos ciruelas como los maricones), descubro en seguida una si�etría, pero a la segunda mirada de reojo a los ciruelos me doy cuenta que me está pasando, a estas - ras de la artrosis, lo que me ha pasado toda la vida, cuando yo era un cuelo joven y no preci- samente estéril: que cuando creo estar rmulando un concepto, sólo estoy formulando una metáfora. Las relaci nes de los estrucralistas son concep- tos mecamzos, y los conceptos de los humis- tas son metáforas vergonzantes. ¿Hay otra ma- nera de pensiento que no sea el metafórico? Y no me refiero ahora, clo, a las grandes metáfo- ras universes (Borges dice que sólo hay tres o cuatro: a él no ha debido tocae ninguna en el reparto), que eso no son metoras, sino símbolos mitos, egorías, tabúes: Dios, la Muerte, la Eter: nid, el Tiempo y otras verses que sólo sirven p�comenzar, como capitulares de códice, para m1ci capítulos en blanco. M_e refiero las metoras emboscadas de pen- samiento, pienso, Luego existo, que no es sino una cosa metórica, poética, aunque parezca lo más descamado y mental del mundo (suponiendo que la mente no era cam, incluso comestible). Pienso, Luego existo. El tío se ha visto a sí mismo pens do, se ha pillo en el acto de pensar, y ha reliono un acto de su vida con la vida tot ha tomado la parte por el todo, o a la inversa: est� t ene muchos nombres en las preceptivas, pero a fm de cuentas no es sino una imagen descarnada de su ce, para e pezca un pensamiento, de donde a su vez se deduce que el pensar puede pensar pensamientos puros, sin motivación o ex- presión plástica: de aquí se el dominio de la mente sobre el cueo, del intelectual/sacerdote sobre el manual/artesal, del hombre culto im- productivo sobre el inculto que lo produce todo.

Upload: others

Post on 30-Apr-2020

3 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Los Cuadernos Inéditos

OFICIO DE ESCRIBIR/1

Francisco Umbral

La realidad me inventa: soy su leyenda.

Jorge Guillén

L.. a artrosis no es la muerte, sino la

sombra platoniana de la muerte, algo que proyecta dentro de uno mismo un esqueleto de dolor que ni siquiera es

dolor, una platónica sombra de dolor (otra vez PlatóD;, joder, me jode el buja), y gracias a la artrosis, o su amago, tiene uno su primera idea c�ara, cont:usa y es�erilada de la propia muerte, ni rilkeana m !lada, smo una muerte clínica, diga­!Ilos, y vemdera, un futurible de muerte, y una idea �:¡ue es más bien una imagen -qué idea no es una ima�en,. a ver-, no la precitada imagen ril­keana, m la imagen mística, ni la búdica, ni la del Greco, no la muerte como destino, como flor como éxtasis ascensional en llama morada d� Illescas, si�o la muerte como esqueleto, que es lo suyo, V�des _Le� y el Bosco, que lo que dibuja la preartr<;>sis, siqmera sea al difumino, es, ya digo, el �ropio esqueleto, a medida que lo va dañando y dohendo, así que camina uno con un Valdés Leal por dentro.

Esta mañana me lo he dicho en mi jardín, ha­blando solo, que no sé para qué sirve tener un jardín si no es para hablar solo (y sin esperar hablar a Dios un día, aunqu,e uno sea ya un esque­leto): . -Así como así, al fin soy un Valdés Leal inte­

rior, o sea que �engo un precio como pintura, ya que no como literatura. Te saliste con la tuya cabrón.

'

Oficio de escribir. U no escribe sobre el oficio cuando ya lo ha escrito todo o la vida le ha escri­to(�anuscrito a uno por dentro hasta dejarle ar­trosi_co o pre, que no sé qué es peor. Hubo el es�n�or q�e, loco de literatura -¿es que puede exist�r la literatura sino como una forma sedente (�o siempre sedante) de la locura?-, loco de escri­btr hasta el alba, acabó escriloiendo sobre la pluma con que esc�ibía en aquel nnomento, después de haberlo escnto todo en este mundo y en el otro,

74

hasta que la J?luma se le estropea, se le abre, y entonces escnbe la sentencia metafísica final an-tes de irse a dormir:

'

«Las plumas son unas hijas de puta». Las plumas son unas hijas de puta, sobre todo

la� llamadas plumas ilustres en las necrológicas de pnmera, que están previstas desde años antes en los periódicos (o sea que el famoso se muere mu­cho más pronto que el mediocre, y en la sacra­mental de plomo de los talleres está esperándole la pequeña lápida que cubrirá y explicará su pequeña gloria).

Como uno leyó en su momento (que siempre es un momento posterior al europeo) a los tan nom­brados estructuralistas, uno ha conservado el tic de establecer simetrías, y entre el florecer de la artrosis en el ciruelo interior de mi esqueleto y el florecer de marzo en los ciruelos estériles de mi jardín (más flores cuando menos ciruelas como los maricones), descubro en seguida una si�etría, pero a la segunda mirada de reojo a los ciruelos me doy cuenta que me está pasando, a estas altu­ras de la artrosis, lo que me ha pasado toda la vida, cuando yo era un ciruelo joven y no preci­samente estéril: que cuando creo estar formulando un concepto, sólo estoy formulando una metáfora. Las relaci<;>nes de los estructuralistas son concep­tos mecamzados, y los conceptos de los humanis­tas son metáforas vergonzantes. ¿Hay otra ma­nera de pensamiento que no sea el metafórico? Y no me refiero ahora, claro, a las grandes metáfo­ras universales (Borges dice que sólo hay tres o cuatro: a él no ha debido tocarle ninguna en el reparto), que eso no son metáforas, sino símbolos mitos, alegorías, tabúes: Dios, la Muerte, la Eter: nidad, el Tiempo y otras versales que sólo sirven p�� comenzar, como capitulares de códice, para m1ciar capítulos en blanco.

M_e refiero � las metáforas emboscadas de pen­samiento, al pienso, Luego existo, que no es sino una cosa metafórica, poética, aunque parezca lo más descamado y mental del mundo (suponiendo que la mente no fuera camal, incluso comestible). Pienso, Luego existo. El tío se ha visto a sí mismo pens�do, se ha pillado en el acto de pensar, y ha relacionado un acto de su vida con la vida total ha tomado la parte por el todo, o a la inversa: est� t�ene muchos nombres en las preceptivas, pero a fm de cuentas no es sino una imagen descarnada de su carne, para que parezca un pensamiento, de donde a su vez se deduce que el pensar puede pensar pensamientos puros, sin motivación o ex­presión plástica: de aquí sale el dominio de la mente sobre el cuerpo, del intelectual/sacerdote sobre el manual/artesanal, del hombre culto im­productivo sobre el inculto que lo produce todo.

Los Cuadernos Inéditos

Filosofía pura, pensamiento puro es «fascismo» por cuanto presupone una jerarquía y un sacerdo­cio, y por cuanto esa jerarquía está legitimada por una pureza/pereza: a mí no me mezcle usted con el mundo ni con su bajo mundo, a mí no me haga dar un paso más allá de mí mismo, a mí no me obligue a ver más allá de mis narices metafísicas, que huelen, luego existen.

Así que, cuando leo a un pensador puro, que todavía los leo, es como si jugase al ajedrez. La filosofía es el ajedrez de los que no somos ajedre­cistas. Está claro que este señor se lo monta, me digo, hace pasar sus metáforas por conceptos, su autobiografía por sistema (Hegel no ocultó lo que todo sistema filosófico tiene de crónica de la época en que fue escrito: y mayormente el del propio Hegel, que pasa por el más universal y es el más contingente y austrohúngaro). Llegado a estas rudas conclusiones, la artrosis me molesta por la quietud, o sea que es cuando salgo otra vez al jardín y doy vueltas en torno de los ciruelos

75

estériles y florecidos de marzo; los otros ciruelos, los multíparos, que dan una flor más compacta, lechosa, como racimos de semen, los grandes sau­ces que suben hacia abajo, el pinabeto que se nos quería caer estas navidades, cuando el ventarrón, que vino Otero con el enderezapinos y entre él y el jardinero lo enderezaron, aquí hacen falta diez hombres, me había dicho el jardinero, pero yo sé que el proletariado siempre exagera, y hace bien, que lo suyo no está agradecido ni pagado, pese a la lectura proletaria que Marx le hiciera a Hegel.

Hay otro ciruelo estéril, solitario, que se ve que es un guerrero de cobre encantado en ciruelo. Hay un magnolio que en sus mejores meses está tan avagardnerizado como A va Gardner en «Magno­lia», hay unos chopos que no me crecen, siendo mi árbol más paisano, y una parra virgen y unas rosas que son barrocas y no lo saben, y, volando sobre todo ello, como un pájaro, el nombre de la niña, Carola, mi sobrina, que es como se llama el sitio, porque la chica viene por agosto, cuando viene, y de ahí que a veces le haya puesto Agosto de nombre en algún poema o prosa melorrústica que le tengo dedicado. Los poetas nos han tenido engañados con eso de que el árbol es de quien lo mira y no de su dueño catastral. Existe el sentido de la propiedad lírica, que uno descubre siempre tarde, tenga o no propiedades, y los socialismos repartitivos no niegan esto, sino que lo hacen ex­tensivo a la humanidad: puesto que las cosas tie­nen que ser de alguien, que sean de todos.

A mí me parece una solución sensata y justa, porque no se canta igual el árbol propio que el del vecino, y yo puedo escribir mucho sobre la defla­gración primaveral de pianos verdes que acontece en mis sauces, pero el sauce de enfrente, el del vecino (que por cierto lo han podado mal y en exceso), no me dice ya mucho. Convengamos, en todo caso, en que los árboles propios no dejan a los grandes terratenientes ver el bosque humano de Macbeth que hay detrás y que se les viene encima (pero sólo de teatro, no hay cuidado).

Tengo, en fin, una artrosis lírica, sólo insi­nuada, lo suficiente para escribir de ella que las artrosis son unas hijas de puta, pero más fino. Jardín cerrado de mis huesos, a lo Soto de Rojas, cerrado y dolorido, artrosis primaveral del jardín exterior, eso que nos parece una fiesta de luz y olor, y a lo mejor es un espantoso sufrimiento de la primavera, de la tierra o de los dioses.

Lo que yo no me creo es que pueda arder a más tanta belleza, en un mediodía de marzo, sin que alguien, algo, esté pagando esto con su sufrimiento.

Tardo en caer en que el que sufre soy yo.

e