obdulio no quiere ser héroe

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Obdulio no quiere ser héroe La aparición del grafiti "Obdulio no quiere ser héroe" conmocionó al país. Con velocidad ajena al timing de los uruguayos proliferó por las paredes de Montevideo y en las ciudades de más de diez mil habitantes, como suele decirse. Alteró de inmediato el sensor de la derecha; una generalización de disciplina de esas características no se veía desde los años sesenta. Pero también inquietó a la izquierda, porque si bien el movimiento exudaba un aire contestatario, simultáneamente exhibía el espíritu impugnador de lo que inaugura y se desplaza de lo conocido. Una incredulidad que incluía al centro, dominó el espectro político; nadie parecía comprender el significado de la frase "Obdulio no quiere ser héroe". Cuando a Paco Rubianes le encargaron la cobertura en el matutino para el que realizaba frecuentes notas en la modalidad free lance, el tema llevaba más de dos meses en cartel y era de-lo-que-se-habla. Salió de la Secretaría de Redacción casi a las 23 de un 28 de mayo dedicido a comenzar de imediato. En el archivo rastreó los antecedentes y comenzó a imaginar una estrategia de tratamiento episódico encarada desde el punto de vista de quien ignora lo que ocurrirá. Prácticamente había terminado completando tres páginas de su libreta de apuntes, cuando le informaron que el archivo cerraba. Pasadas la una de la madrugada salió del Diario levantándose las solapas del gabán y ya sin ganas de fumar. Sin embargo encendió un cigarrillo para caminar las cuatro cuadras que lo separaban de la parada del 143. Al llegar a la esquina de la calle Mercedes había contado tres paredes con la inscripción "Obdulio no quiere ser héroe". Entre la espera y el traqueteo del viejo Leyland, llegó a las dos a su casa. Su mujer y sus tres hijos dormían. La puerta de la calle cada vez hacía más ruido. No era sólo falta de aceite en los goznes, también se trataba de evitar ese chirrido exasperante del promontorio de la parte de

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Obdulio no quiere ser héroe – Publicado en: Desamores, Montevideo, 1993. La aparición del grafiti "Obdulio no quiere ser héroe" conmocionó al país. Con velocidad ajena al timing de los uruguayos proliferó por las paredes de Montevideo y en las ciudades de más de diez mil habitantes, como suele decirse. Alteró de inmediato el sensor de la derecha; una generalización de disciplina de esas características no se veía desde los años sesenta. Pero también inquietó a la izquierda, porque si bien el movimiento exudaba un aire contestatario, simultáneamente exhibía el espíritu impugnador de lo que inaugura y se desplaza de lo conocido. Una incredulidad que incluía al centro, dominó el espectro político; nadie parecía comprender el significado de la frase "Obdulio no quiere ser héroe".

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Obdulio no quiere ser héroe

La aparición del grafiti "Obdulio no quiere ser héroe" conmocionó al país. Con velocidad ajena al timing de los uruguayos proliferó por las paredes de Montevideo y en las ciudades de más de diez mil habitantes, como suele decirse. Alteró de inmediato el sensor de la derecha; una generalización de disciplina de esas características no se veía desde los años sesenta. Pero también inquietó a la izquierda, porque si bien el movimiento exudaba un aire contestatario, simultáneamente exhibía el espíritu impugnador de lo que inaugura y se desplaza de lo conocido. Una incredulidad que incluía al centro, dominó el espectro político; nadie parecía comprender el significado de la frase "Obdulio no quiere ser héroe".

Cuando a Paco Rubianes le encargaron la cobertura en el matutino para el que realizaba frecuentes notas en la modalidad free lance, el tema llevaba más de dos meses en cartel y era de-lo-que-se-habla. Salió de la Secretaría de Redacción casi a las 23 de un 28 de mayo dedicido a comenzar de imediato. En el archivo rastreó los antecedentes y comenzó a imaginar una estrategia de tratamiento episódico encarada desde el punto de vista de quien ignora lo que ocurrirá.

Prácticamente había terminado completando tres páginas de su libreta de apuntes, cuando le informaron que el archivo cerraba. Pasadas la una de la madrugada salió del Diario levantándose las solapas del gabán y ya sin ganas de fumar. Sin embargo encendió un cigarrillo para caminar las cuatro cuadras que lo separaban de la parada del 143. Al llegar a la esquina de la calle Mercedes había contado tres paredes con la inscripción "Obdulio no quiere ser héroe".

Entre la espera y el traqueteo del viejo Leyland, llegó a las dos a su casa. Su mujer y sus tres hijos dormían. La puerta de la calle cada vez hacía más ruido. No era sólo falta de aceite en los goznes, también se trataba de evitar ese chirrido exasperante del promontorio de la parte de abajo que raspaba el mosaico. Cerró extremando la armonía de movimientos y aguardó un instante conteniendo la respiración. Parecía no haber despertado a nadie con excepción de la gata que lo saludó con un breve parpadeo. Fue hasta la cocina. Una tortilla lo esperaba en la sartén. Se quitó el gabán. Lo colgó en el perchero de atrás de la puerta y se sentó a comer mientras repasaba las notas que había tomado.

Ya frente al escritorio se alumbró con la luz baja de la lámpara flexible. Ni pensar en escribir a máquina a esa hora de la madrugada. Sólo la luz o el crujir del sillón amenazaban la calma. Faltaba cerrar la pieza de las nenas y esa otra puerta al final del pasillo. Arreglos que seguían esperando; tiempo, dinero, la concentración que generalmente necesitaba para encarar los distintos proyectos que se sucedía a ritmo de vértigo. Como ese que tenía delante.

"Probablemente, de no haber existido el reportaje de Chacho Montaner a Obdulio Varela, tampoco habría sido escrito ese grafiti. Pero siempre hay una

gota antes de la que derrama". Le pareció bien como arranque de la primera nota y agregó: "Al día siguiente, un programa juvenil de la mañana lo introdujo en su agenda. -Recién salido del horno- comentó el conductor y agradeció al corresponsal informante. Después de un silencio dijo, -¿qué extraño no? Que nos permitamos cierta desfachatez solo así, a solas. Quizá los muros de la ciudad tengan algo de diván y sirvan para mentar tabúes. Cortó y entró con un rock liviano, que tiraba a blues, con esa sincronización pasmosa de la radio. Algo empezó a ocurrir allí; hubo decenas de llamados juveniles.

Unos reían, otros reflexionaban. Recuerdo la queja de una chica: -podrían dejarlo en paz al pobre viejo. Yo vi anoche el reportaje; quería conocerlo a Obdulio Varela. Terminó dándome lástima el periodista. Parece que la gente de los medios piensa que sólo hay sorpresas en el baúl de los abuelos".

Rubianes desarrolló algunas ideas en el mismo tono y dejó la nota para releerla por la mañana antes de llevarla al diario. Tomó un sorbo de vino, se recostó en el sillón y rememoró aquel reportaje. Obdulio había salido al aire con su cara de buen tipo, barba de dos días y camiseta de entre casa. No hubo nada nuevo; ni pregunta ni respuestas. El viejo se limitó a reiterarse, ¿acaso no era lo que le pedían? Dijo que ese partido, del 16 de julio de 1950, cuando Uruguay ganó por segunda vez la Jules Rimet, lo jugaban cien mil veces más y lo perdían en todas; había sido suerte nomás. Y a lo mejor el manotazo que lo hizo famoso, su gesto de abrazarse a la pelota para enfriar el partido había tenido importancia, -y sí... eso los sacó de las casillas a los pobres 'japoneses'- había dicho Obdulio, como decía cuarenta años atrás, bautizando a los brasileños con ese símbolo de la lejanía y la extrañeza que era antes el Japón.

Pero más que Obdulio el espectáculo había sido el propio Chacho Montaner. Rubianes estaba de acuerdo con la chica del programa radial. Bastaba mirarle la expresión para saber que no escuchaba lo que Obdulio decía. Ponía ese gesto entre salamero y bobalicón que era la cara oficial de mirar a Obdulio como si ya fuera de bronce.

Entre la incomprensión y un desasosiego en cuarto creciente, el espectro político inició la emisión de ondas más explícitas aunque de gesto subterráneo. Desplegó a sus jóvenes en busca de contactos aunque más no mera con la periferia del movimiento. Aún faltaba más de un año para las elecciones, pero la duración del tiempo electoral en Uruguay había sido históricamente inmanejable y atípica en el mundo.

Las señales volvían sin respuesta o con un tipo de devolución difícilmente decodificable. Un altísimo porcentaje de los jóvenes menores de 25 años, incluyendo aquellos encuadrados políticamente, parecía involucrado en la generalización del fenómeno, pero significativamente, todo indicaba la ausencia de conexiones que condujeran hacia alguna parte. No había signos de horizontalidad, verticalismo o simplemente de linealidad. Menos aún de estructuras piramidades; ni siquiera de estructuras. Algunos observadores optaban por imaginar una situación circular concéntrica, otros por modelos esotéricos y había quienes atribuían el misterio al tipo de organización de las logias y las sectas. Para Rubianes lo que más se aproximaba a la realidad, era

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la imagen de una madeja cuyo hilo atravesaba el espacio en múltiples direcciones y sin un sentido expreso.

La primera estadística, aunque elemental, fue encarada por un grupo de estudiantes de sociología a instancias de un docente y apareció a los seis meses, a mediados de setiembre. Sólo hacía referencia al interés de las franjas etáreas y reveló para la ubicada entre 15 y 24 años, un porcentaje del 86%; un 82% para la de 25/34,71% para 35/44, 50% para 45/54 y un 30% para los de 55 en adelante. La publicación de estos índices fue el punto de inflexión en que la presión informativa se acentuó, los gestos políticos se intensificaron y la atmósfera nacional adquirió cierto aire enrarecido.

También Chacho Montaner decidió volver a ocupar el centro de la escena creyéndose probablemente en medio de un fenómeno que había ayudado a gestar. Con publicidad masiva anunció una nueva entrevista al caudillo de Maracaná que saldría al aire en vivo. La expectativa batió records de audiencia para las últimas dos décadas, ubicándose unos pocos dígitos por debajo de la filmación del descenso en la luna en 1969.

Entre la Redacción del diario, su casa o la de algún amigo. Paco Rubianes optó por una cuarta alternativa; ver la emisión desde un bar de la zona sur. Allí se instaló a las ocho de la noche de ese jueves de octubre, media hora antes de comenzar el programa y cuando el canal frotaba la epidermis popular con los últimos toques sensibles. las mesas estaban colmadas por grupos predominantemente jóvenes. Ni siquiera quedaba espacio libre contra las paredes o columnas interiores. Dos mozos insuficientes iban y venían en trajín de día festivo. Cuando apareció Obdulio, Paco anotó un silencio aceptable. El diálogo avanzó con normalidad previsible hasta el segundo bloque en que Montaner prometió ir al grano después del corte. Rubianes cronometró veintisiete minutos de avisos; otro record. Los empleó en anotar las reacciones de la gente ante la tanda publicitaria. El ejercicio arrojó aristas curiosas e impensadas. Guardaría el material para una nota autónoma.

Al volver la imagen se reorganizó un silencio cargado. Después de un breve rodeo, Montaner le preguntó a Obdulio qué sentido atribuía al grafiti que cubría las paredes del país. La expectativa se reflejaba en el rostro sudoroso del periodista. Gotas de humedad corporal resbalaban en primeros planos que diluían la figura avejentada del caudillo, más relajada y distendida. Obdulio Várela escuchó atentamente y sonrió. Se repantigó expansivo en su sillón de mimbre al punto que el sonido amplificó un rumor de engarces desgastados. Su sonrisa era la del viejo truquero de boliche de barrio, más que la del solemne filósofo popular que el país parecía requerirle a través de Montaner. -Y...,-dijo Obdulio mirando con picardía a su mujer, a la izquierda de la mesa de cármica, -¿qué viá saber yo? ¿Por qué no se lo preguntan al que lo escribió?- hizo un guiño y agrandó la sonrisa. Una especie de rugido de gol se elevó hasta el cielo y volvió. Cohetes y petardos estallaron durante algunos minutos. Parecía la celebración de una esperada victoria sobre la hora.

Paco Rubianes, con esa deformación que le imponía el oficio, logró permanecer ajeno. Sabía que un periodista no deja de ser alguien que se sentó

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en la tribuna equivocada, en medio de la hinchada adversaria. Siempre está observando. Lo que de él se espera es que mire y anote. Rubianes registró cada reacción. La de los jóvenes y viejos, la del empleado de corbata y el repartidor de estampitas. Anotaba como el que mira y boceta, con ese ritmo alocado del que intenta descifrar un instante, una expresión. Y volvía a mirar a la pantalla. Pocos recordarían a la mañana siguiente si hubo un cuarto bloque. Paco Rubianes lo sabría. Ya cuando muy pocos prestaban atención a la imagen y una medición de audiencia habría arrojado resultados catastróficos, Rubianes registraba el dato de esa cámara nerviosa buscando su punto de calma. La gestualidad crispada de Chacho Montaner intentando acompañar la risotada franca de Obdulio. El corte brusco. La despedida abrupta. La huida del director en busca de otras imágenes para iniciar el olvido.

La emisión en cierto modo relanzó el tema que fue retomado con fuerza por cierta veta zumbona y juvenil. Chacho había subido las apuestas y quedó en ese tipo de centro del que no se sale a voluntad. Pudo optar por distanciarse y callar. No era su estilo. Desde uno de los medios que le ofrecieron sus páginas y evitando cuidadosamente rozar a Obdulio, se las tomó con los programas juveniles en forma indiscriminada, contra "los profesionales del escepticismo, habituados a burlarse de quienes persisten en la búsqueda de los misterios nacionales, mientras se escudan en los pliegues de la cómoda poltrona colectiva. El país no necesita francotiradores, sino francoempujadores".

Fue otra vez en el barrio sur donde apareció la respuesta: "Córrete Chacho, córrete". La segunda incursión del grafitero anónimo fue primera plana de los diarios y ocupó buena parte de la emisión de radios y canales de TV al día siguiente. Un matutino habitualmente desenfadado empleó letras tipo catástrofe, y en medio de gran profusión de fotos tituló: COMUNICADO No 2. Dos hechos nuevos redimensionaron el fenómeno sobre el final del año. El primero rué la aparición de nuevas encuestas efectuadas por empresas profesionales que ratificaron los porcentajes de atención y su distribución generacional. Pero también mostraron mayores índices de interés para los estratos de menor escolaridad, mientras que una mirada desde la autoidentificación político partidaria, otorgaba una sorprendente equidad, con índices casi similares, para los votantes de los cuatro lemas principales.

Simultáneamente, otro de los canales privados de TV, decidió tomar el tema desde un ángulo novedoso. Salió a encuestar masivamente a los jóvenes acerca de las características físicas que le atribuían al autor de los grafiti. El objeto era culminar con un identikit que se prometió emitir una vez reunido un muestreo significativo. El anticipo de las tendencias, mostraba alguien del sexo masculino, que promediaba los treinta y cinco años de edad, tez blanca, gesto franco, sonrisa amplia y bonachona, mirada luminosa, gran mentón, cara alargada y despejada sin bigotes ni barba. Estatura y complexión media, tirando a fuerte. Luego de varias semanas de anunciar la culminación del proceso de encuestas y en medio de otro alto pico de audiencia, el canal puso en pantalla el resultado del identi-kit imaginado colectivamente. La imagen tenía un asombroso parecido con Carlos Gardel.

Durante el verano, el grafiti terminó generalizándose por las paredes y las

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rocas de los balnearios. El país ingresaba a un año electoral que prometía ser atípico. La duda se percibía en las primeras figuras políticas que ignoraban cómo manejar ese repentino giro en la sensibilidad popular. Las agencias internacionales de noticias, que habían comenzado incluyendo el tema en los despachos de sus corresponsales permanentes, dieron paso a enviados especiales en una cobertura como jamás había merecido tema alguno en la historia recordable del país.

"Un fenómeno sorpresivo, tan imperceptible como una frase construida hasta con cierto descuido cacofónico, algo que en cualquier capital del mundo pasa a diario inadvertido, por alguna razón no develada, ha ensamblado con los nervios motores de este pequeño país austral, hasta provocar su identidad inconclusa". Curiosa expresión la del colega alemán, pensó Rubianes transcribiendo el concepto a una de sus notas.

El estrado político seguía crispando el gesto. Circulaban rumores luego desmentidos que mencionaban ofertas de puestos de responsabilidad para los dirigentes del movimiento. Versiones delirantes llegaban a hablar de listas abiertas con generosidad reservándoles puestos claves en ambas cámaras legislativas. Pese a lo descabellado de la especie, no podía desconocerse que el destino de centenares de miles de votos jóvenes quizá dependiera de decisiones inéditas.

El tratamiento del tema y sus vinculaciones con el ambiente electoral se tornaba cada vez más delicado. Rubianes podía palparlo a diario. Ya fuera en su casa o en la Redacción, lo esperaba ai finalizar cada día, una lista de ocho a diez llamados de distintos sectores políticos. No solían quejarse por la forma en que se los aludía, le recordaban que estaban ahí. Es algo que la comunidad política no deja de hacer jamás, una suerte de tic. Pero la insistencia mayor que de costumbre, revelaba una especial sensibilidad rodeando este caso. Rubianes sabía que una cortesía excesiva alienta la desmesura en los llamados; hasta se corre el riesgo de quedar empantanado en un diálogo inconducente con los sectores de la trastienda, lejos del verdadero protagonismo. Por el contrario, la hostilidad o cierta indiferencia puede generar una actitud refractaria. Como siempre se trataba de lograr el equilibrio que evite la neutralización de energías y la pérdida de fuentes habituales.

De lleno en el tiempo político, las encuestas comenzaron a registrar un elevado desinterés por las elecciones y la factibilidad de un triunfo nacional de la izquierda. Ambos datos incorporaban tensión adicional y contraían los plazos. Un grupo de teóricos de la llamada ortodoxia de izquierda creyó del caso consolidar esas tendencias impulsando una operación política. Inicialmente diagnosticaron: "Obdulio no quiere ser héroe" significa que hay que dejar de frivolizar los símbolos nacionales y de iconizarlo todo. También que debía terminarse con la transferencia de influencias. Si los méritos de Obdulio Varela pertenecían al terreno futbolístico, pues ahí había que dejarlos. En definitiva, se trataba de VOLVER A ARTIGAS. Esta era la síntesis de un documento muy extenso cuyo borrador llegó a poder de Rubianes. Lo publicó sin miramientos al día siguiente en exclusiva. Sus impulsores se enojaron y le atribuyeron intencionalidad en el hipotético fracaso de la operación, "irresponsablemente

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puesta en riesgo", dijeron, "por su precoz aparición pública".

Pocos días después, el ya clásico y esperado trazo de aerosol desgarbado decía: "Artigas está cansado". Por primera vez aparecía firmado por una "G", inicial de Gardel que el escriba parecía incorporar a su identidad anónima. La respuesta lapidó las expectativas ortodoxas, venidas a menos por la racha adversa en los asuntos mundiales y atrajo severas críticas del sector renovador, por exponer en una movida de resultado incierto, la credibilidad del espacio progresista". La derecha celebró con alborozo pero puertas adentro, sin alardes eufóricos. Para los círculos juveniles fue un nuevo motivo de diversión. Desde el seno de la izquierda ortodoxa, un solitario columnista no logró contenerse y desató una larga diatriba de página entera desafiando al "anónimo ideólogo juvenil" a dar la cara y plantear alternativas. Tituló su columna: ¿Entonces quién? La respuesta llegó veloz y lacónica: ¿?, firmado: G.

A poder de Rubianes llegó un dossier apócrifo pero atribuible a sectores nostálgicos de la pasada dictadura. Diagnosticaba una peligrosa distorsión de los objetivos nacionales al punto de impedirse la adecuada concentración de la ciudadanía para elegir serenamente a quien regiría los destinos de la patria en el quinquenio próximo". Finalizaba postulando un gesto repentinamente represivo "que ipuntara a la raíz del problema".

Rubianes pensó que la especie era a esta altura algo más que un globo de ensayo. Publicó los puntos principales y opinó: "La tensión ha ido sustituyendo paulatinamente al humor en el caso de los grafiti de la zona sur. Probablemente lo que nació hace un año y pico como una broma eficaz, haya trascendido la voluntad de su(s) iniciador(es) (...) Pese a que las nuevas generaciones le presten cada vez menos atención a la cuestión política, no deberían desconocer que este país fue conformado en torno a ejes nítidos. El pacto, el consenso, el debate en torno a los grandes temas forma parte indisimulable de su idiosincracia".

Por otra parte, Rubianes también había emprendido la búsqueda de cabos que le permitieran llegar hasta el nuevo ídolo juvenil. Como tantos colegas andaba a la caza de develar la textura del fenómeno de apariencia tan gaseosa. Después de largos meses de seguir pacientemente una y otra vez rastros que lo llevaban a vía muerta, concluyó que ese movimiento simplemente se encontraba en las antípodas de lo que habían sido las guerrillas de la década 60/70. Se diferenciaba no sólo por su falta de organización; también por sus objetivos. Por lo tanto requería de nuevos modelos de análisis.

Aparentemente quienes orientaban esta explosión de grafiti sólo buscaban sensibilizar, movilizar y generar expectativas, pero sin marcar un cauce y menos aún, colmarlas. Más de una vez se topó con jóvenes que revelaban abiertamente haber copiado la frase comprobando que realmente no había nexos emresí, ni a su vez entre cada uno de ellos y quien lanzó la frase que devino consigna. Llegó incluso a publicar una nota con respuestas en torno al sentido que le atribuían. Las más repetidas se ubicaban en torno a "basta de viejos", "basta de ojos en la nuca", "si vivimos mirando el país de 1950 nos vamos a perder el del 2030", "basta de culto a la viveza y la garra charrúa". Y

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hubo quien arriesgó un pronóstico amenazante: "es la declaración, incruenta por ahora, de la guerra del cerdo".

Faltaban menos de cuatro meses para las elecciones nacionales cuando en medio de un ambiente cargado de tensiones cruzadas apareció un grafiti que alivió a todos. "Hasta el día después", decía encima de la letra G. Para el país politizado, no hacía falta decir más. El día después no podía ser otro que el siguiente a las elecciones.

Sin embargo, si aquel gesto había tenido por objeto descomprimir el clima, permitiendo una válvula de escape a la acumulación de crispaciones, no jugó los efectos esperados. Con el correr de los días pudo comprobarse que el interés antes depositado en la aparición de nuevos grafiti no se desplazó hacia ningún tema específico, ni siquiera hacia la cuestión electoral. Los encuestas constataron que la ciudadanía simplemente dispersó sus centros de atención. Las cosas llegaron al extremo de que diversos muestreos registraban mayores niveles de interés por conocer la identidad del autor de los grafiti, que por la del próximo presidente de la república. Este dato fue ampliamente debatido, chequeado e inclusive consultado en altas esferas institucionales antes de divulgarse. Por primera vez el país evidenciaba un vibrato diferente, privilegiando un fenómeno de tramado irracional.

Con ese clima incambiado llegó el día de las elecciones. Se registró un triunfo histórico de la izquierda. El desplazamiento de votos de los lemas tradicionales dibujó una suerte de triple empate entre los partidos de mayor gravitación. Emergía un complicado mapa político. Impensadamente, la madrugada del lunes pos electoral encontró a una pequeña cantidad de adherentes al lema triunfador celebrando en la zona céntrica. Parecían hacerlo sin euforia, como recordando un deseo.

El lunes fue atípico. Una sensación de nerviosismo neutralizaba las bromas políticas. Las horas transcurrían lentas pero crispadas en medio de la modorra habitual del país. La gente circulaba pendiente de los medios y éstos, en estado de máximo alerta, inflaban la expectativa desde innumerables equipos que circulaban por la ciudad. La sede del partido triunfador y la casa del presidente electo sólo eran dos aspectos más de la cobertura extraordinaria. El verdadero espectáculo estaba en la gente de la calle; lo más importante estaba aún por ocurrir. La ansiedad de la espera revelaba que la promesa del anónimo escriba había sido una de las más intensamente creíbles y creídas, de las últimas décadas.

Eran aproximadamente las 20 y 30 de ese lunes de noviembre. El sol con el horario adelantado casi rozaba el río por atrás de la ciudad, más allá de la rambla amurallada. Probablemente Rubianes y muchos de los cronistas diseminados por las calles de Montevideo habían cedido años de vida por estar allí, en el barrio sur, entre el policía y la muchacha de cabello revuelto y ojos negros. El agente caminaba despreocupadamente. La chica de tez morena, vestía con andrajos a la moda pero pobremente. Aparentaba entre 18 y 20 años. Algo de su aspecto impulsó al agente a pedirle el documento. Ella le contestó nerviosamente que no lo llevaba encima.

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-Entonces, -le dijo- me vas a tener que acompañar a la seccional. Ella le respondió con voz suave que la estaban esperando.-A mí también me esperan- comentó el agente sonriendo. La empujó levemente para que empezara a moverse. Ella hizo un gesto brusco, intentó desprenderse y lo miró en medio de las últimas claridades, -usted no me entiende- dijo seriamente, -toda esa gente me está esperando- señaló hacia los caminantes con un movimiento vago del mentón. El policía le siguió el gesto y volvió a mirarla, midiéndola en su complexión pequeña, aniñada. Frunció la frente y enarcó las cejas; juntó los dedos y los movió como quien no alcanza a comprender, dándose tiempo. Ella quiso aprovechar el momento para hablar de nuevo, explicar. El policía la interrumpió con una carcajada estridente, -no me digas que...

-Sí, claro- dijo ella, alumbrada por una débil esperanza en el entendimiento humano. Dijo algo más que el policía no oyó, sacudido por la risa. Se contuvo para mirarla y arrancó con más fuerza. -Por qué me tendrán que pasar a mí estas cosas- decía como para sí, entre espasmos, -¡dale, caminá!-Pero es que...-Nada. Al que tenés que convencer es al comisario. A mí no me vas a tomar el pelo.Algo después de la medianoche Rubianes recibió un mensaje de Márquez. Cansado de vagabundear por la ciudad se había instalado en un bar céntrico.

El día finalizaba y lo entristeció la forma en que vio a la gente despoblar las calles. Con un aire cansino en que flotaba la derrota. Creyó constatar cierto desistimiento. Como si colectivamente se hubieran arrepentido de esperar desmesuras, culpándose de olvidar que el país no acostumbra proveerlas. Si esta nación peca de algo es de plantarse varios tramos antes del exceso. Rubianes bebió un sorbo de la jarra de cerveza y se quedó pensativo, mirando lo que acababa de anotar. No eran apuntes para publicar, ¿o quizás sí? En definitiva aquello era parte del oficio. Es lo que diferencia a un periodista de quien no lo es; no en que conoce la verdad, sino en que cree conocerla. Asume una explicación de los asuntos colectivos porque los demás le exigen que la tenga.

Rubianes sabía que un periodista que se precie no puede apelar un "qué sé yo" o un "cómo te podría explicar". Debe saber y además poder trasmitirlo. De ahí que esos apuntes hilvanados distraídamente podían ser vitales un rato después a solas frente al teclado del ordenador. Se paró y fue por cuarta vez hasta el teléfono en busca de novedades. Las había. Márquez, de Jefatura, le indicaba que en la seccional segunda podía haber algo de su interés. Pidió que le enviaran inmediatamente un fotógrafo, pagó la cuenta y salió caminando hasta la seccional Estaba cansado. Al llegar mencionó a Márquez y lo dejaron pasar. Sin focos, le dijeron, viendo a su compañero que llegaba cámara en mano.

La chica dormitaba junto a otras mujeres detenidas. Pidió para hablar con ella y lo autorizaron sólo cinco minutos. El cuerpo amodorrado de la muchacha temblaba levemente. Sus ojos apenas abiertos revelaban sorpresa y temor. -No tengas miedo- la tranquilizó Rubianes mostrándole la identificación y

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ofreciéndole un cigarrillo, -¿necesitás algo?

-Sí, ya sé quién sos- dijo ella indicándole con un gesto de la mano que guardara el carnet. Con la otra aceptó el cigarrillo, -lo que necesito es salir de aquí- dijo sin énfasis. Rubianes le preguntó si la habían tratado mal. -No- respondió, -pero tampoco es la clase de sitio en que esperaba pasar la noche, -hablaba quedamente mientras chupaba con intensidad paladeando el humo del cigarrillo. -Les fallé a todos- dijo enseguida mirando hacia abajo.-Por eso no te preocupes; ya habrá tiempo.-No. No lo hay- suspiró ella dejándose caer pesadamente en un banco de madera y recostándose contra la pared. Rubianes quedó mirándola en silencio sin saber qué sentía exactamente. El agente que llegó a indicarle el fin de la entrevista lo sacó de dudas. Apenas pudo darle otro cigarrillo que ella encendió ansiosa con la colilla del anterior. Se despidió confundido. Miró el reloj y midió el tiempo. Faltaba poco más de una hora para el cierre.

Antes de salir pidió un teléfono. Llamó a un diputado amigo que aceptó interceder con discreción. Después se comunicó con el diario, donde lo esperaban para armar la tapa. Salió a la calle y caminó dos cuadras antes de encontrar un taxi. Sintió, como tantas otras veces, invertirse la tensión del tiempo; la lentitud de las horas anteriores contrastando con la volatilidad de los minutos en el último tramo de cada nota. Desde hacía muchos años sabía que estaba hecho para eso y gozaba la definición pese a cierta contracción superficial.

El Director y el Secretario de Redacción lo esperaban. Tras la información somera, la batalla se centró en torno a la identidad de la muchacha. No aceptó darla. Ella no lo explicitó pero para Rubianes toda su actitud pedía el anonimato. Y en todo caso prefería guardarse esa primicia aún a riesgo de perderla al día siguiente. No supo bien por qué pero respetaba sus intuiciones. De pésima gana le aceptaron la ausencia del dato. No quedaba tiempo y de todos modos con nombre o sin él, esa sería la noticia de la jornada. Ya frente al teclado, unas palabras que minutos antes ignoraba fueron apareciendo en la pantalla. Contó el día tal como lo vivió y como lo vio vivir. Escribió con ternura de su pueblo y de esa ciudad a la que a veces criticaba impiadoso. Esa chica y la gente eran la síntesis de algo que por el momento ignoraba. Era una historia sin final. En todo caso, escribió, podemos imaginar un final provisorio. Porque ella, la chica, lo dijo a su modo: "Obdulio no quiere ser héroe y yo tampoco".

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