nueve segundos
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8/13/2019 Nueve Segundos
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NUEVE SEGUNDOS
Matas Zuccarelli par el reloj despertador con tanta violencia que rompi las cuatro patitas que
lo soportaban. Un fino hilo blanco de luz divida la cmoda y corra por las baldosasescapndose bajo la cama. Desde el afiche pegado sobre el televisor, un sonriente Mao lo miraba
con tristeza.
Al incorporarse, una burbuja acida con restos del matambre comido en la cena, ascendi por sugarganta. Corri hacia la heladera y tom de la jarra, con desesperacin, un largo trago de agua.
Suspir emocionado y comenz el recorrido una vez ms.
Sus dientes, cual ruidosas castauelas, salpicaron el silencio del living. La temperatura era una
de las pocas cosas que variaban. El fro, noche a noche, aumentaba impiadoso. Pese a que lasventanas estaban cerradas, una congelada brisa transitaba por el monoambiente del Chicago
Spire, en el piso 127. Matas observ disgustado los nublados cristales y maldijo el puto fro de
Chicago.
Las feas pantuflas (amarillo patito) se le enredaron, como pasaba siempre, en el mismo reborde
de la alfombra. Las arroj fastidiado bajo la mesa ovalada de caoba. Llevaba puesto solo unosboxers grises, un pantaln azul de felpa barata y una remera blanca con el logo turstico de la
ciudad de La Plata.
Por centsima vez sinti como su excitacin creca al ir acercndose al balcn, saturando susterminales nerviosas. Abri la puerta corrediza, de cristal opaco, que emiti un desganado
lamento metlico. La luna llena, siempre era llena, pareca hacerle un guio complaciente. La
mortecina luz inund sus ojos. Pesta repetidamente para sacudirse una creciente sensacin deenceguecimiento. Ya no nevaba, aunque los techos de los edificios vecinos estaban abarrotados
del blanco elemento.
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Subi con sumo cuidado a la baranda de aluminio, estableciendo un precario equilibrio sobre el
borde de solo diez centmetros. Abajo, a ms de cuatrocientos metros, la ancha avenida lucia
insignificante. Ni un auto, ni un alma, se atrevan a marcar el inmaculado manto nveo.
Sinti las mejillas calientes, le quemaban los labios. Inici una suave pendulacin. Un torrente
elctrico galvanizaba su cuerpo. La incipiente ereccin abultaba su boxer. Inhal una bocanadadel glido aire y volvi la cabeza para observar el reloj digital adosado sobre la nevera. Las
3:33:33 de la madrugada.
Matas Zuccarelli, como lo haba hecho en decenas de ocasiones en los pasados meses, se lanz
al vaco con singular alegra
Apret los puos y contuvo el aliento, comenzando el acostumbrado conteo. La sangre a mil
borboteando por sus venas.
Nueve segundos, el cuerpo en cada libre comenzar su aceleracin hasta superar los doscientos
kilmetros por hora. Los cachetes de la cara flameando ruidosamente. Los ojos secos, casiimposible el pestaeo
Ocho, los brazos y piernas extendidos como intentando planear. El aire inflando su remera hasta
transformarla en una especie de globo blanco pegado a su espalda. Cristalina sensacin delibertad total
Siete, abre y cierra la boca provocando un curioso sonido que lo divierte. La adrenalina entra de
a litros a su corazn que se desboca en infernal galope. Las imgenes se tornan grises, irreales
Seis, el pijama y el calzoncillo han volado, su miembro, ahora libre, palpita en espasmos cada
vez ms seguidos. El orgasmo es inminente, la respiracin entrecortada, un quejido increscendo
Cinco, el gozo extremo se mezcla con un crudo miedo a la muerte. El suelo se acerca
peligrosamente. Sensaciones que colisionan, placer y terror en una lucha que deber decidirse en
dcimas de segundo
Cuatro, sus manos se aferran desesperadamente al colchn, sus uas a punto de rasgar lassabanas. Ha descubierto, desde el primer vuelo, que esa accin lo despierta inmediatamente.
No habr golpe final, no habr orgasmo liberador. Paraso y averno juntos. Una frontera cada vez
ms difusa.
Matas se levant y fue al bao a orinar, lo dominaba la impotencia y una desazn que arrancfras lgrimas de sus ojos. Estaba baado en sudor y sus manos temblaban sin control. El clmax
sexual nunca alcanzado, lo tena profundamente traumado. La relacin con Joshua, su nueva
pareja desde que abandon a Marcelo, se deterioraba a pasos agigantados debido a suincapacidad de llegar al orgasmo.
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Su siclogo le recomend que se dejase caer hasta el final. Con la eyaculacin vendra tambin
la superacin del trauma. Deba concentrarse en el disfrute y apaciguar el pnico a estrellarse.
Matas, domina tu mente, condcela a donde t quieres, antes de que sea demasiado tarde.
le haba advertido enrgicamente el profesional.
Llegar hasta el sueloje, como si fuera una cosa tansencillale contest con una mueca de
evidente fastidio.
Era tan creble el sueo, tan real la posibilidad de despanzurrarse, como real e imperativa era su
necesidad de alcanzar el xtasis.
El romance con Marcelo haba tenido tanto de maravilloso como de trgico. Lo conoci un da
de agosto en una tediosa fiesta de cumpleaos. Marcelo era el invitado ms ilustre, Matas el
mozo. Ambos arquitectos, aunque solo uno viva de su profesin. Marcelo lo ayud desde elprimer momento y a la semana, Matas ya trabajaba en una pequea firma de Fort Lauderdale,
dedicada a la remodelacin de edificios pblicos. Tres meses despus se pusieron de novios yentraron en el negocio de los bienes races. Rpidamente amasaron una pequea fortuna. Ladespilfarraron en fiestas, alcohol, drogas, sexo y viajes por el mundo. Cinco aos inolvidables,
sin duda los mejores de su vida.
Semejante bacanal termin por pasarle factura, su cuerpo colaps y tuvo que internarse en una
clnica para comenzar un serio tratamiento de rehabilitacin. Marcelo se qued en el camino.
Sumergido en la ms atroz de las adicciones no quiso salir. Se volvi amargo y peligroso. Luegode intentarlo todo, ocho meses atrs Matas, con el cuore desgarrado, decidi dejarlo.
La ruptura amorosa vino emparentada con la explosin de la burbuja inmobiliaria. Perdi hasta
lo que no tena y para colmo se incorpor a las filas de los ms de siete millones dedesempleados. Corra octubre del 2008 y haba cado el teln para la gran tragicomedia del sueo
americano.
Entr en hondos estados depresivos y aunque no tena la valenta para suicidarse, la imagen
revolote cercana. Da tras da le costaba ms asirse a la realidad. Entonces asom la rapada ypoceada cabeza de Joshua. Transitaba los veinticinco aos, veinte menos que l, y para nada era
su tipo, tena fsicamente todo lo que a Matas le desagradaba: baja estatura, barba desprolija y
barriga prominente. Pero el diminuto hebreo lo sigui a sol y sombra, y desinteresadamente,
cuando ya se iba a pique, le tir un cable a tierra. Se termin encariando de esa adorablecriatura y lo hizo su compaero una fra madrugada de febrero. Aunque la relacin nunca se
haba consumado por su incapacidad orgsmica.
Ara las horas en insoportable vigilia. Era ya un adicto al vuelo nocturno, aunque todo su
existir haba estado signado por continuos saltos al vaco. La escalada luego era lenta y tediosa.
Al llegar a la cima no disfrutaba de ello, pues de reojo ya estaba nuevamente observando eloscuro precipicio.
Sus pensamientos de ese da se anclaron en Mariela, su querida y malograda Mariela
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La conoci en la Universidad de La Plata, la identificacin fue rpida y fulminante, dos espritus
indmitos, desbocados. Un planeta entero servido a sus pies. Vaya si tuvieron momentos
hermosos, memorables jornadas en Argentina, Aruba, Bonaire y Miami. Todo aniquilado por ungermen subversivo que creca poco a poco en su interior y que termin por dominarlo.
Liber su homosexualidad latente recin cumplidos los treinta. Una hmeda maana floridana,intempestivamente, sali del closet. La vida de ella quedo destruida, a tal punto que luego de
separarse, volvi a su ciudad e intent dos veces (la primera sin xito) suicidarse.
La muerte de Mari lo desbast. Matas se extravi en un laberinto de pastillas antidepresivas,
perdi toda autoestima y como un zombi fue a trabajar a alguna que otra fiesta, muy de vez en
cuando, para no morirse de inanicin. Marcelo lo rescat del pozo, aunque solo por un cortotiempo.
A las ocho de la noche, el arquitecto sin obra, se tap hasta el cuello y antes de dormirse sonrisatisfecho. Estaba convencido que en esa jornada nocturna contara hasta nueve y se reventara
contra el asfalto de la gran avenida, alcanzando un fenomenal clmax sexual.
Que maldita acidez!dijo y se incorpor de un salto buscando apurado la pequea nevera
negra. El agua le aplac apenas el ardor de estmago.
Se alegr al notar que el fro era ms benvolo que en el pasado. Los vidrios que daban al
exterior no estaban empaados y el habitual resplandor de la luna llena haba desaparecido.
Qu bueno! hoy tenemos novedadessusurr entusiasmadoPor lo menos el camino hacia
el salto ser menos montono.
En el sueo, Matas era consiente que estaba soando. Por eso le intrig el hecho que esta vezpudiese, intencionalmente, evitar el tropezn con la maldita alfombra.
Comenz a dudar si era realidad o ficcin lo que estaba pasando y se inquiet, buscando con
ansias un indicio que lo calmase.
La puerta no chill al correrse. Afuera nevaba copiosamente. Al subirse a la baranda, la nieve
acumulada sobre su borde casi lo hace resbalar. Un escalofro traspas su humanidad al tocar lahelada superficie.
Tan vivido, tan realmusit preocupado.
El camin recolector de basura se mova lentamente en la lejana avenida, como una mosca sobre
crema pastelera. Esa nueva e inesperada visin le impidi iniciar el acostumbrado balanceo.
Dios mo!exclam aterradoesto no es un sueo. La imagen del reloj digital le indic lo
contrario: 3:33:33.
Exultante de gozo, Matas se arroj por primera vez de espalda.
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Nueve segundos: El cielo, de un gris plomizo, cubre toda su visual. Se mueve a mayor velocidad
que los copos nveos, as que puede abrir los ojos sin problemas. La ereccin ha tardado ms que
de costumbre, pero ya nota al miembro ansioso bajo su jockey.
Ocho: Pega los brazos al costado y separa las piernas, lo que hace que su cuerpo se incline
levemente para atrs. La pared del Chicago Spire pasa peligrosamente cerca. Lanza un grito dejbilo que se aflauta y parece quedar pendido en el aire.
Siete: El pantaln de felpa se le desprende, no as el calzoncillo. Su pene, que ya ha emergidopor la ranura de la prenda ntima, parece el timn roto de un barco en picada al abismo. Voltea el
rostro a un lado para sentir el aire inflando con violencia su cachete derecho.
Seis: El alarido es ahora carcajada. Nunca ha sentido un desplazamiento tan veloz, un vrtigo tan
arrollador. El orgasmo se acerca. Centra su atencin en cosas que alejen su terror por el porrazo
que se avecina. Intenta retener el rostro de Joshua, pero es Marcelo quien aparece.
Cinco: Un murcilago, paloma o quien sabe que bicho volador pasa como cohete por su lado,alcanzando a rozar su hombro izquierdo. Se desestabiliza y por milmetros no se revienta contrala afilada cornisa del edificio. La rpida apertura de sus brazos lo pone en posicin nivelada otra
vez. Todo esto solo aumenta su excitacin.
Cuatro: No lo ve, aunque sabe que el suelo se aproxima a trecientos kilmetros por hora. Siente
sus puos abrirse. Las manos bajan buscando asirse al colchn. El pnico empieza a ganar la
pulseada.
Tres:Aguanta infeliz de mierda!se insulta dndose aliento, aunque sabe que no lo lograr.
El anhelado orgasmo all nomas, tan, pero tan cerca. Joshua, Marcelo y Mariela y su puta
cobarda
Dos: Los dedos se hunden en una superficie blandael colchn? Descubre aterrado que es lapalma de su propia mano la que recibe sus afiladas uas. No existe sueo, ni cama alguna, esta
volando en serio. La explosin sexual llega poderosa. Luces de colores, estrellas rojas, fuegos de
artificio, msica de arpas y flautines
Uno: Abre sus sentidos justo a tiempo para ver el duro piso que lo recibe. Olor a sangre
mezclada con semen y las tinieblas que lo tragan impiadosas.
El hombre lava su cara con sumo cuidado, tratando de no tocarse la nariz que sangra
abundantemente. Un feo chichn deforma su frente. Pese a todo se encuentra feliz, tranquilo,relajado.
Matas Zuccarelli levanta la cabeza, lo suficiente para que el lquido rojo no emane de sus fosasnasales y de reojo mira al espejo mientras dice sonriendo:
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Vaya porrazo que te pegaste al caerte de la cama maricn!