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Dios espera que demos

fruto

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Nuestra reunión dominical es respuesta a la llamada que Dios nos hace, como su Pueblo, Iglesia, a escuchar su Palabra y la acción de gracias.

 La Celebración cristiana del Domingo

nos ofrece la oportunidad de compartir nuestra fe y contrastar nuestro modo de proceder con lo que el Señor quiere de nosotros.

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Por ello nos preguntamos sobre nuestra respuesta al amor de Dios en nosotros y cuál es nuestra actitud para serle fieles tal como nos pide hoy la Palabra de Dios.

 

Dios, el propietario, nos encarga

cuidar su «viña» y hacerla fructificar. Nosotros somos sólo administradores. Ojalá cumplamos a cabalidad y con honestidad nuestra tarea.

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Espíritu Santo, ven a acompañarnospara que nuestra Iglesia no cese nunca de convertirse bajo tu impulso y se identifique cada día máscon el Evangelio de Jesús..Que nosotros no rechacemos la invitación de Diosa acercarnos y escuchar su Palabra,y trabajar por el Reino,sino que con nuestras obras y palabrasdemos testimonio de nuestra fey ejemplo de nuestra esperanza.

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Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestra mente,nuestro corazón y nuestra voluntad,para que podamos comprender, aceptar y vivirla Palabra de Dios.Amén.

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«La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel»

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La liturgia de este domingo es un conjunto de parábolas sobre la viña y sus frutos. Comenzamos con el bello poema de Isaías sobre el pueblo de Israel y la viña de Dios. Dios hizo lo mejor que pudo para cultivar esta viña, pero al final ésta no produjo los frutos deseados; rechazaron su mejor fruto, Jesús. Como consecuencia, la viña de Israel quedó destinada a ser arrasada.

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El profeta reproduce un hermoso poema, un canto de amor a la viña. Su dueño hace en ella todo lo que un buen labrador puede hacer para asegurarse una buena cosecha: cava, retira las piedras, planta buenas cepas, construye una atalaya o torre para vigilar posibles visitas no deseadas, y prepara ya un lagar para el vino.

Pero la viña defrauda totalmente a su amo que tanto la mima: no da uvas, sino agrazones.

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El mismo profeta aplica la comparación al pueblo de Israel y a su capital Jerusalén: "la viña del Señor es la casa de Israel". Dios también ha derrochado en su pueblo elegido toda clase de cuidados: "¿qué más cabía hacer por mi viña que yo no haya hecho?".

Pero el pueblo de Israel no correspondió al amor de Dios y no le dio los frutos esperados: "esperó de ellos derecho y ahí tienen: asesinatos". El castigo va a ser que la viña quedará abandonada, sin cuidar, con acceso a toda clase de alimañas.

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«Señor vena visitar a tu viña»

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El salmo recoge como idea central la misma del profeta: «la viña del Señor es la casa de Israel». El salmista reconoce el pecado del pueblo y lo merecido que tiene el castigo. Pero a la vez dirige a Dios una humilde oración de súplica: «vuélvete... ven a visitar tu viña... no nos alejaremos de ti... restáuranos, que brille tu rostro y nos salve».

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Este salmo es una súplica que Israel dirige a su pastor en momentos de grave necesidad. Se nombra a tribus del Norte y no se hace ninguna alusión ni a Judá, ni a Jerusalén, ni al Templo. Así dice un autorizado estudioso de los Salmos: «Todo hace pensar que el salmista es un israelita del norte que expone aquí ante el Dios de todo Israel, su inquietud sobre la suerte de su pequeña patria» (H. Gunkel).

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El lirismo que caracteriza a todo el poema aparece con particular relieve en los versos 9-12, donde Israel es presentado como una «vid» que el Señor sacó de Egipto y plantó cuidadosamente en la tierra prometida. El recuerdo de aquella solicitud hace más angustiosa la situación presente y confiere mayor intensidad a la súplica de toda la comunidad expresada particularmente en el estribillo: «Señor, ven a visitar tu viña»

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«Pongan esto por obra, y el Dios de la paz estará con ustedes»

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Una segunda línea de pensamiento es la actitud de apertura humana hacia todo lo bueno: «todo lo que haya de verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, virtuoso», lo han de tener en cuenta. También se pone él mismo como modelo a imitar: «lo que aprendieron, oyeron y vieron en mí, pónganlo por obra». Todo eso les llevará a esa paz interior que todos deseamos: «y el Dios de la paz estará con ustedes».

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Hacia el final de su carta, Pablo hace a los cristianos de Filipos una serie de recomendaciones que deben caracterizar su vida y asegurarles la paz. Por muchas turbulencias y dificultades que puedan tener, no deben nunca perder la paz: «nada los preocupe». El medio para conseguir esta armonía es tener una profunda fe en Dios, en diálogo de oración: «que sus peticiones sean presentadas a Dios». Así, «la paz de Dios custodiará sus corazones».

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San Pablo espera buenos frutos de las comunidades cristianas: paz, justicia, pureza, bondad y solidaridad, etc. Y nos recuerda que todo fruto bueno es un don de Cristo, a quien debemos seguir en su Iglesia.

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«Arrendará la Viña a otros viñadores»

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(Mc. 12,1-12; Lc. 20,9-19)

33 Escuchen otra parábola: Un propietario plantó una viña, la rodeó con una tapia, cavó un lagar y construyó una torre; después la arrendó a unos viñadores y se fue. 34 Cuando llegó el tiempo de la cosecha, mandó a sus sirvientes para recoger de los viñadores el fruto que le correspondía. 35 Pero los viñadores agarraron a los sirvientes y a uno lo golpearon, a otro lo mataron, y al tercero lo apedrearon. 36 Envió otros sirvientes, más numerosos que los primeros, y los trataron de igual modo.

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(Mc. 12,1-12; Lc. 20,9-19)

37 Finalmente les envió a su hijo, pensando que respetarían a su hijo. 38 Pero los viñadores, al ver al hijo, comentaron: Es el heredero. Lo matamos y nos quedamos con la herencia. 39 Agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron. 40 Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿cómo tratará a aquellos viñadores?41 Le responden:–Acabará con aquellos malvados y arrendará la viña a otros viñadores que le entreguen su fruto a su debido tiempo.

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(Mc. 12,1-12; Lc. 20,9-19)

42 Jesús les dice:–¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular; es el Señor quien lo ha hecho y nos parece un milagro? 43 Por eso les digo que a ustedes les quitarán el reino de Dios y se lo darán a un pueblo que produzca sus frutos. 44 [El que tropiece con esa piedra se hará trizas; al que le caiga encima lo aplastará.]

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45 Cuando los sumos sacerdotes y los fariseos oyeron sus parábolas, comprendieron que se refería a ellos. 46 Intentaron arrestarlo, pero tuvieron miedo de la multitud, que lo tenía por profeta.

(Mc. 12,1-12; Lc. 20,9-19)

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La de hoy es otra parábola muy intencionada, la de los trabajadores de la viña que no sólo no entregan al dueño los beneficios que le tocan, sino que maltratan y apalean a sus enviados y matan al hijo (lo hacen «fuera de la viña», como a Jesús fuera de la ciudad), para quedarse ellos con la viña y sus frutos. Jesús anuncia que les será quitado el Reino a esos viñadores, y les será dado a otros más agradecidos.

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El pueblo de Israel, sobre todo sus clases dirigentes, está retratado en los primeros, y los pueblos paganos, en los segundos.

El domingo pasado, con la parábola de los dos hijos, el que dice «sí» y no va, y el que dice «no» pero luego va a trabajar, Jesús desenmascaraba la hipocresía de los «oficialmente buenos» del pueblo judío. El domingo próximo hará algo parecido con la parábola de los invitados al banquete del Reino. Hoy, lo denuncia con la parábola de los viñadores ingratos.

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Son parábolas que muestran una tensión creciente entre Jesús y sus enemigos, y Mateo las sitúa inmediatamente antes del relato de la Pasión. El asesinato del «hijo» es el punto crítico de la parábola y de los acontecimientos que están a punto de suceder.

Jesús, en la etapa final de Jerusalén, en que va agudizándose su enfrentamiento con los dirigentes del pueblo, retrata a estos en la figura de los viñadores ingratos y asesinos.

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La parábola de los administradores de la viña. La anterior profecía de Isaías queda aquí dramatizada. El dueño de la viña, por supuesto, es el Padre. La viña es su pueblo elegido de Israel Los administradores son sus líderes, durante el transcurso de la antigua Alianza. No actuaron bien; los buenos frutos fueron escasos.

Los primeros enviados son los profetas. Los. administradores los despiden, aun los tratan mal. Entonces el dueño envía a su propio hijo. El es también rechazado y muerto. Seguidamente, el dueño no tiene otra alternativa que arrendar la viña a otros administradores, que harán de la viña algo fructífero.

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La parábola subraya el misterio de la revelación de Dios transferida de los judíos a los gentiles. Más profundamente todavía, subraya la naturaleza del Reino de Dios: para compartirlo necesitamos dar fruto. Nadie está en el Reino «por derecho propio», ya sea éste la sangre, la nacionalidad, la cultura, la herencia, la posición social o religiosa, etc. Nadie puede dar el Reino por supuesto como fue el caso de muchos líderes de Israel, y actualmente de muchos «católicos formales».

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Sus oyentes, sacerdotes y ancianos del pueblo, debieron entender bien -y no les debió gustar nada- la intención de Jesús, que aclara todavía más con la otra comparación de la piedra fundamental del edificio: "la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular". La parábola parece como un resumen nada optimista de la historia del pueblo judío.

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Jesús dirige a sus oyentes una pregunta "pedagógica", para que contesten ellos mismos: "¿qué hará con aquellos labradores?". Es una pregunta parecida a la que Isaías intercala en la queja de Dios: "ahora, habitantes de Jerusalén, sean jueces entre mí y mi viña".

La amenaza es clara, y se entiende mejor si se escucha desde los tiempos en que Mateo escribió su evangelio: "se les quitará a ustedes el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos".

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¿Cómo se consigue la paz interior?

-Pablo aconseja a los Filipenses que, para que puedan gozar en verdad de la paz de Dios, se dediquen ante todo a la oración y acción de gracias ante Dios. Es él quien nos ayuda a superar las preocupaciones y problemas de la vida.

Nos hace recordar un episodio de los viajes del mismo apóstol. Pablo y Silas, después de una jornada que no les pudo ir peor, porque fueron rechazados, golpeados, encerrados como medio muertos en la cárcel, dice el libro de los Hechos que a media noche estaban cantando salmos en la cárcel.

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-Un segundo recurso que sugiere Pablo a los suyos: una actitud de apertura y flexibilidad hacia el ambiente que los rodea. Aquellos cristianos estaban en medio de una sociedad pagana: pero seguro que había cosas aprovechables en aquella cultura romano-helénica.

Pablo les invita a un espíritu abierto, con discernimiento, pero teniendo en cuenta lo que hay de válido en la sociedad. Es bueno saber ver lo bueno que tiene este mundo, y las personas que nos rodean, y aceptarlo: «todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, ténganlo en cuenta».

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También la sociedad concreta en que vivimos y las personas que encontramos en nuestro camino, por muchos valores que creamos que andan peligrando o semiperdidos, seguro que poseen valores que podemos aprovechar los cristianos: los deseos de paz y de justicia, el rechazo de la violencia, la solidaridad, la igualdad entre los sexos, el aprecio de la ecología, el progreso de las ciencias...

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Todos andamos en busca de una paz interior, que es una condición para que luego podamos tener paz con los demás y con el cosmos. Si yo estoy en armonía interior, en paz conmigo mismo y con mi historia, contribuiré seguramente a la paz comunitaria. A veces mis disgustos personales provocan desencuentros y tensiones con los demás.

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Una relación de unión con Dios, y la aceptación de la historia y de las personas, ciertamente nos ayuda a encontrar esa paz y ese equilibrio que deseamos. Aceptar a los demás o los valores presentes en nuestra generación no significa que todo va bien, o que aplaudimos sin más todo lo que pasa, o que un creyente no va a tener turbulencias en su viaje por este mundo, sino que tiene recursos para vivir su vida en paz interior.

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Sería bueno que hiciéramos nuestro uno de los salmos más breves del Salterio, el 130, que nos da la clave para tener paz interior: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros: no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre».

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La comparación de la viña está muy presente en los escritos proféticos y también en el Evangelio: Jesús la utiliza en varias de sus parábolas y enseñanzas. Aunque seamos habitantes de ciudad, y estemos poco familiarizados con el mundo del campo, podemos entender fácilmente lo que es una viña y los trabajos que requiere y lo que puede representar una buena o una mala vendimia (= cosecha de la vid) al final de los esfuerzos.

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También podemos captar la intención de Jesús al comparar esa viña al Pueblo de Israel, y la lección que también para nosotros se deriva, porque nosotros, la Iglesia, somos responsables de esa viña del Señor y, si no la cuidamos y la hacemos producir los frutos, podemos defraudarlo.

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Claro que es necesario distinguir el sentido distinto que tiene la «viña» en el texto de Isaías (1ª lectura) y en el texto de Mateo (Evangelio). En el mensaje de Isaías la «viña» simboliza al Pueblo de Israel y lo que le importa al Señor es que su viña ( es decir, su Pueblo) produzca los frutos; por eso, al no dar fruto, es destruida. En el Nuevo Testamento (Evangelio), la «viña» no se identifica con el Pueblo al cual es confiada por el propietario.

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Claro que es necesario distinguir el sentido distinto que tiene la «viña» en el texto de Isaías (primera lectura) y en el texto de Mateo (Evangelio). En el mensaje de Isaías la «viña» simboliza al Pueblo de Israel y lo que le importa al Señor es que su viña ( es decir, su Pueblo) produzca los frutos; por eso, al no dar fruto, es destruida. En el Nuevo Testamento (Evangelio), la «viña» no se identifica con el Pueblo al cual es confiada por el propietario.

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Dios, Padre todopoderoso, «Sacaste una vid de Egipto...

y la trasplantaste».Nosotros, Señor, somos esa vid

arrancada de Egipto, es decir, del país de nuestras esclavitudes y trasplantada por ti a la tierra de la libertad.Hacer una persona libre es una obra de arte

y tú, Señor, lo has hecho con nosotros.No por nuestros méritos, ni por nuestros esfuerzos,

sino por puro amor tuyo nos has hecho libres.Tu Hijo, el Señor Jesús, es nuestra libertad.

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Con Él hemos experimentado cómo caían de nuestro corazón

tantas cadenas que nos tenían esclavizadosy nos has puesto

en el camino ancho de la libertad.Lo estrecho, lo angosto, nos angustia, nos ahoga.

Lo ancho nos invita a respirar a nuestras anchas,a respirar en ti

como un horizonte abierto de libertad.Gracias, Señor Jesús,

porque con tu muerte nos has dadola posibilidad de ser libre de verdad,

para ser discípulos y misioneras de la Palabra.Amén.

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En la parábola evangélica la «viña» es más que la Iglesia: ésta debe estar al

servicio de la viña. La «viña», en el Evangelio, es el Reino de Dios, su proyecto y acción salvadora en el mundo, a cuyo servicio está la Iglesia. Ella debe anhelar la llegada del Reino: «Venga a nosotros tu reino». Y lo que ole importa al Señor, en el Evangelio, es la suerte de su viña: si los administradores no entregan los frutos de la viña, serán cambiados por otros, pero la viña no es destruida.

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Pero sería muy cómodo quedarnos en eso. También va para nosotros el mensaje y el reproche. Ahora el profeta diría: «la viña del Señor es Reino de Dios encomendado a la Iglesia de Cristo». La esterilidad y la infidelidad de Israel, por desgracia, se pueden repetir en la Iglesia y en cada uno de nosotros. No venderemos a Jesús por treinta monedas, ni decidiremos matarlo. Pero ¿somos unos administradores que sí cuidan la viña para que dé los frutos que espera el «propietario», o queremos apoderarnos de lo que no nos pertenece y en nuestras manos la viña se hace estéril o raquítica?

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El texto de Mateo subraya muy bien que la viña tiene un «propietario», que arrienda su viña a unos «administradores», que no son propietarios...

Ante todo, la amonestación va para los dirigentes de la comunidad eclesial, que pueden tener la tentación de sentirse dueños y propietarios de la viña, de la comunidad, y en vez de ayudar a los demás a dar los frutos que Dios espera de todos, la «explotan» en beneficio propio.

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Pero también se nos aplica la lección a cada uno de los fieles. Dios ha «invertido» en nosotros: nos ha dado la vida, el cuerpo, la salud, talentos naturales, su Palabra, el Evangelio, los sacramentos, la comunidad eclesial, personas buenas que nos rodean y nos estimulan. ¿Qué cosecha puede esperar de nosotros este año? ¿Se tendrá que quejar de nuestros pobres frutos como lo hizo de la higuera seca al lado del camino?

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Nosotros no somos de los que rechazan a Cristo, ciertamente. Sabemos que él es la piedra angular y creemos en él. Pero, ¿damos los frutos que él espera de nosotros? ¿Seguirá siendo actual el aviso de Jesús, de que será retirado el Reino a los primeros destinatarios y les será dado a otros que lo administren mejor? ¿No será esta la explicación del cambio de comunidades cristianas que durante siglos estuvieron llenas de vitalidad y ahora languidecen?, ¿o de familias religiosas que en otros tiempos florecieron en vocaciones y ahora prácticamente han desaparecido?

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Si alguien quiere saber cuáles son esos «frutos» que Dios espera de su viña, no tiene más que volver a leer a

Isaías: esperaba derecho, y le

damos violencia; justicia, y no hay

más que lamentos. Los frutos, por tanto, están en el sentido de la caridad y de la justicia.

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La Eucaristía es escuela de paz. De la Eucaristía que celebramos los cristianos podemos ir aprendiendo diversas lecciones, por ejemplo de fe y unión con Cristo, o de oración de petición y de acción de gracias, o de caridad fraterna.

Pero hoy tal vez podría conectar nuestra celebración con esa búsqueda de paz interior de la que habla Pablo en su carta. Una Eucaristía bien celebrada puede ser una garantía y un alimento de paz y armonía interior.

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Un lugar de culto acogedor y limpio. Un ritmo sereno, con momentos de silencio además de las palabras y los cantos, una estructura dinámica pero bien coordinada de la celebración, con la buena realización de los diversos ministerios. Todo ello nos ayuda a sentirnos en la presencia de Dios, a escuchar su Palabra, a dirigirle nuestras oraciones y cantos desde un ánimo tranquilo y atento a la vez. Puede ser un auténtico oasis de activa paz en medio del ajetreo de nuestro horario.

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Algunas preguntas para meditar duran te la semana

1. El salmista es un buscador de Dios. No puede vivir sin él. Cuando me siento lejos de Dios, ¿lo busco con fuerza, con insistencia, con tenacidad?

2. Israel es la viña mimada de Dios. Una viña que, en vez de uvas dulces, le ha dado agrazones. ¿Qué cosas de mi grupo o de mi comunidad produce amargura a Dios? ¿Cómo lo podemos evitar?

3. El salmista nos habla de una agua amarga y un pan de lágrimas. ¿Sé solidarizarme con mis hermanos que sufren? ¿Dónde? ¿Cómo?

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