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NOVELA CARLOS GARRIDO CHALÉN MILAGROS HERNÁNDEZ CHILIBERTI

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NOVELA

CARLOS GARRIDO CHALÉN

MILAGROS HERNÁNDEZ CHILIBERTI

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 2

I

EL RÍO MISTERIOSO

El Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), entrenado en las luchas

de Liberación centroamericana, empezaba sus escarceos, y en 1978 comenzaba a

germinar sobre la base de la facción de los partidos Patria Roja y Bandera Roja, el

grupo polpotiano Sendero Luminoso, que le declaró la guerra terrorista al Perú. En

ese tiempo, el misterioso cerro “Chilco”, un gigantesco promontorio de arena y

piedra ubicado entre Paiján y San Pedro de Lloc, famoso porque según los

pobladores, se tragaba vivas a las personas ambiciosas que intentaban apoderarse

de las riquezas que guardaba, permanecía indiferente al espectacular

derramamiento de sangre que se iba a desatar.

Los parroquianos supersticiosos decían que el “Chilco” era el mascarón de

proa de un misterioso “encanto” gobernado por una demonesa, hermosa como

una reina germana, con patas de gallina, llamada “Margona”.

Por las noches la veían subiendo y bajando del cerro, como fantasma

ululante, bajo el armisticio del terror alrededor de la mole; y cuando los lugareños

más audaces, se acercaban para intentar hablar con ella, se escondía y convertía

en impresionante fuego fatuo.

Debido a la discontinuidad de la cobertura vegetal por la escasez de

precipitaciones y los anticiclones sub tropicales, el régimen pluvial de la zona, era

muy irregular, como las de un desierto: padecía varios años sin lluvia y en un

momento dado quedaba totalmente inundado, debido a que las espinas de ciertas

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 3

plantas provocaban la ionización del aire y la condensación de la humedad

atmosférica y aguaceros ocultos de extraordinaria intensidad.

José Chiroque Laico, un conocido chamán de Paiján, asegura que el “Chilco”

se abrió por varias horas en 1960, el “Día de los difuntos”; y él vio “con sus

propios ojos”, que dentro del cerro agonizaban, lanzando ayes lastimeros, miles de

almas en pena, que clamaban por ayuda y también las formidables riquezas de oro

y plata que guardaba.

Una hermosa mujer sensual y provocativa, totalmente desnuda, que él

infirió se trataba de un demonio disfrazado, se le apareció e invitó a entrar y tomar

todo lo que quisiera, pero él dice que no cayó en la tentación y pudo conservar la

vida.

El 17 de Mayo de 1980 cuando precisamente Sendero Luminoso se alzaba

en la localidad de Chuschi, Ayacucho, y cinco sujetos encapuchados, armados

hasta los dientes, asaltaron el local donde se guardaban las ánforas y padrones

para las elecciones nacionales del día siguiente, y las quemaron, algo sumamente

extraño para la ciencia aconteció en el Cerro “Chilco”: se convirtió en una

gigantesca masa incandescente y al enfriarse emitió vapores y gases que

ocasionaron una intensa lluvia torrencial; y de su interior salió, como vomitado por

la tierra, un volumen constante y permanente de agua cristalina que hizo hasta su

propio cauce, como si fuera un río de caudal regular cambiando totalmente las

perspectivas de vida de la zona.

Ingenieros y topógrafos de Cajamarca, discerniendo que la zona se iba a

convertir en un Edén debido a la aparición súbita del río, comenzaron a hacer sus

trazados, y a proponer sembríos alternativos para una agricultura de exportación y

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 4

se apoderaron de grandes extensiones de tierras, que a los pocos días de ser

recorridas por las aguas, adquirieron un verdor impresionante.

Entonces aparecieron los traficantes de tierra, con Nemesio Culquichicón,

“El coyote”, a la cabeza, un ex convicto de la cárcel de Huacarís, Cajamarca,

condenado por asalto a mano armada, homicidio, violación de menores y tráfico de

drogas, que decidió levantar domicilio y asentarse con su familia en las

inmediaciones del cerro “Chilco”, animando a otros prontuariados identificados

como Milciades Castillo, Otoniel Bermejo, Emiliano Cosamalón y Bertilda Rentería,

que con Bertha Dioses, la mujer de Nemesio, encandilaron a los agricultores de

Paiján y San Pedro de Lloc, por su gran belleza.

– Ésta es la más grande oportunidad que nos brinda la vida y no la vamos a

desperdiciar – dijo Culquichicón a su mujer.

Ésta asintió con la cabeza, lentamente, con cierta incredulidad, pero no

contestó. No quiso contestar. No estaba convencida que su ambicioso y vil marido

pudiera cambiar. Llevaba casada con él cinco años y la sometía, por celos, a los

más increíbles tormentos. La encerraba con llave para que no saliera de su casa y

un día incluso, que tuvo que viajar a Méjico para contactarse con “un grandazo de

la droga” de Sinaloa, le puso un cinturón de castidad absolutamente ignominioso.

Tan públicos e indignantes eran los vejámenes que Nemesio le endilgaba a

la bella Bertha, sobre todo cuando estaba borracho, que a un vecino de gran

inventiva apodado “El cachaco” se le ocurrió acuñar como nacida del alma, una

frase histórica que el pueblo acogió como genial y la propagó entre las otras

colectividades aledañas que la aplicaron en sus cotidianas conversaciones:

“La mejor carne se la come el perro”

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Nemesio era pues “el perro” y Bertha esa carne deleitosa que todos

soñaban poseer. Fiel al castigo, por esa filosofía de que “la mujer debe acompañar

al marido adonde vaya” que le inculcó su abuela andaluza, acompañaba a su

marido doquiera le ordenaba; y su presencia en esas tierra prendó a los

campesinos y comerciantes y les cambió prácticamente la vida.

– Esa mujer tiene un coño formidable y un culo con vida propia difícil de

encontrar - alcanzó a decir el dueño del Grifo “Las Delicias” de Paiján, don

Gregorio Quiliche.

– Lástima nomás que tenga un marido que es un conchesumadre –

confirmó su trabajador de confianza que lo escuchaba.

– ¿Conchesumadre? ¡Re concha de su madre!! – rectificó otro – y se ha

venido a ésta zona con sus amigos- enemigos que son iguales o peores que él.

– En esta sociedad de pillos, el mal sale ganando.

– El hombre es y será un criminal donde se coloque a sí mismo – pergeñó

un cura que por casualidad había escuchado la conversación– a lo que un

parroquiano reviró diciendo:

– Bueno usted no diga nada, padre, que ya sabemos por qué le dicen

“pinga loca”

El catalán cuarentón que estaba por renunciar a sus hábitos obligado por el

escándalo que produjo la noticia aparecida en el Diario La Industria de Trujillo,

asegurando que era padre de por lo menos siete hijos, tenidos en igual número de

mujeres de Paiján, enrojeció y se alejó raudamente del lugar, pesándole haber

intervenido

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Nemesio Culquichicón, decía que quería ser siempre la mano derecha, pero

nunca pudo ser un buen vecino: a Milciades Castillo le quitó a su mujer hace diez

años y luego de fornicarla toda una noche, se la devolvió al otro día, diciendo que

lo hacía porque era “buena gente”. A Emiliano Cosamalón le vendió una casa y a

Otoniel Bermejo su vaca, que era “lo que más amaba en el mundo”. A la única

que miraba de reojo y no le había faltado, era a la bruja Bertilda Rentería, famosa

por sus malas artes, a la que en sus conchos más hondos, le temía.

– A mí no me venga con huevadas porque yo le pongo las pelotas en el culo

– había dicho Bertilda– y esos dichos llegaron a oídos de Nemesio, que aseguró:

– Bertilda es mi pana del alma. ¡Qué me va a joder a mí! Cuando le enseñe

mi potente herramienta de 20 pulgadas me va a adorar.

– Si pero esas 20 supuestas pulgadas de flácida carne de burro no han

podido hasta ahora darme un hijo – le contestó su mujer, con cierta ironía.

– Bien dijo el filósofo griego Perico León: ”De vuestras esposas y de

vuestros hijos saldrán vuestros enemigos”

– Eres un lago de agua putrefacta. Como se te ocurre decir esa estupidez.

Además Perico León no es griego, sino peruano.

– No soy basura y lo que te digo no es una “malacrianza”: Los hijos son

nuestros socios despilfarradores, si somos ricos; y nuestros peores enemigos si

somos pobres. Comen de nuestro corazón y no nos agradecen. Hasta después de

nuestra muerte tenemos que seguir ocupándonos de su pobreza y su desgracia.

No se interesan ni afligen por nuestro dolor ni por nuestra penuria. Ningún hijo

sabe darle a su padre una sola hora de alegría.

–No hables barrabasadas: los hijos son nuestra continuación y nuestra

semilla. Así que no sigas hablando estupideces y anímate a hacerme un hijo. Y te

prometo que le rindo un homenaje permanente a tus cochinas 20 pulgadas.

–¿Cochinas? Tu abuela carajo

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– Bueno no te amargues. Pero lo que te digo es verdad..

– Mi padre tenía un vecino muy extraño. Cuando le preguntó por qué se

había casado a una edad avanzada y no joven, le contestó: “Es que con ello quise

ganarles en orfandad, antes que los hijos me ganen en ingratitud”.

– Bueno, ya me di cuenta entonces por qué eres así. Hijo de tigre, tigrillo.

– A los siete años tu hijo es un perfume y esperanza; y a los catorce tu

humilde servidor. Después un enemigo cagado o un socio bien pendejo.

– Qué tal concepto que tienes de la vida. Convengo contigo que la mayor

desgracia es la ingratitud. Pero eso depende de la crianza. De tal vid tal sarmiento.

“El Coyote” tenía esa filosofía de alcantarilla que nada le importaba. Menos

a quién tendría que llevarse por delante para lograr sus propósitos. Pero lo que

todos ignoraban, era que el surgimiento de ese río, tenía un origen mítico y

sagrado, que a la par arrastraba una maldición que se gestó desde el momento

que las negras pisadas humanas comenzaron a enraizarse en esa heredad.

Las sombras de la muerte crisparon inadvertidamente el corazón del cerro

“Chilco”.

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II

BERTILDA RENTERÍA

Bertilda Rentería, lo supo y calló en todos los idiomas. Provista de

aguardiente, tabaco, espadas y calaveras, se movilizó una noche con dos de sus

ayudantes a las faldas del Cerro “Chilco” para hacer sus “pagos” a la tierra y

convertir para su causa a los espíritus guardianes de la mole de piedra; “trabajar”

en la zona “con la debida tranquilidad” y someter con sus artes a quienes se

opusieran a sus hechizos de bruja.

Había aprendido de los yaguas de la Amazonía sus ritos ancestrales; y como

los nemaras se ahumaba fumando cigarros preparados con tabaco envuelto en

hojas de banano para invocar al espíritu de la tempestad y atraer la lluvia. Ingería,

como los curanderos huitotos, bastante ají, hasta donde pudiera resistir, para

ahuyentar los malos espíritus y gustaba al igual que los adivinos cocamas, beber

ayahuasca y nishi, para entrar en trance. Leía en las venas de los bofes de los

animales muertos y adivinaba a través del quemado de sebo de llama y coca, en

los granos de maíz y el estiércol de los auquénidos. Podía predecir cuánto tiempo

iba a vivir una persona mirándole los molleros de sus brazos. Interpretaba los

sueños y disponía de yerbas secretas para despertar el apetito sexual perdido.

Especialista en hechizos, cuando le encargaban martirizar o matar a una

persona, escogía un animal predeterminado, le daba el nombre de la víctima y con

un cuchillo filudo le abría el pecho, arrancaba despiadadamente el corazón y lo

envolvía, todavía palpitante, en objetos magnetizados y durante tres días y a todas

horas, le hundía clavos, alfileres enrojecidos al fuego y largas espinas,

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pronunciando maldiciones, persuadida de que la víctima de sus infernales

maniobras, estaba percibiendo las torturas inferidas, luego de lo cual moría

irremediablemente.

En otras oportunidades capturaba un sapo grande y lo bautizaba poniéndole

el nombre del “enemigo”; lo obligaba a tragar hostias robadas de alguna Iglesia

pronunciando frases de execración y amarraba con cabellos de la víctima

asquerosamente escupidos y luego lo sepultaba para que muera asfixiado.

Su “mesa” o tablero de operaciones, que instalaba para sus ritos, estaba

constituida por fetiches, escapularios, estampas, imágenes de santos, indumentos

litúrgicos, objetos de significación mágico religiosa “benditos e indulgenciados”,

restos arqueológicos rescatados de huacas, reliquias, perfumes, sahumerios,

calaveras, varas de madera y espadas o puñales de acero.

Cuando ya había instalado su “mesa”, que ella llamaba “ganadera”, y hacía

sus “pagos” u ofrendas soplando a los cuatro vientos con agua de Kananga,

absorbiendo tabaco y perfume por la nariz, aparecieron del cerro “Chilco” dos

figuras espectrales pavorosas, salidas de la misma entraña de la tierra. Una de

ellas, que se identificó como Kuyac, le gritó enfurecido:

– ¡Aléjate de nuestra campiña bruja del carajo. ¿Quién te has creído que

eres carajo para venir a convocar a las sombras y entrar a nuestros dominios sin

nuestro consentimiento?

El alegato del demonio atizó las tinieblas y generó un temblor impredecible.

El cerro “Chilco” pareció agrandarse en medio de relámpagos difusos y el río sonó

como ventolera. Bertilda que se había sentado sobre una piedra cuadrada debajo

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de una ponciana, se paró como impulsada por un resorte e imperturbable

contestó:

– ¿Y tú quién mierda eres para retarme a mí, a Bertilda, la bruja más

concha de mi madre y poderosa que ha parido la tierra?

Amankay, el otro espectro, que miraba impávido la escena, desbordado de

rabia, con los ojos sumamente abiertos interrumpió a Kuyac:

– Estúpida hechicera: ¿Quién te crees que eres? ¿ Con qué autoridad vienes

a profanar nuestra paz y a hablarnos de esa manera? ¿No sabes acaso que éste es

nuestro hogar? Te vas de una vez por todas o te echamos carajo, a ti y a tu

pandilla de delincuentes.

Bertilda con una de sus varas de chonta golpeaba el aire de sus alrededores

y mientras sus ayudantes “zingaban”, aspirando por la nariz, un compuesto hecho

de tabaco y aguardiente para golpear al enemigo, repuso:

– ¿Y quién mierda me va a echar? ¿Tú?, pobre diablo miserable hijo de

puta. Te reprendo, te ato y echo fuera; y me cago en tus amenazas y tu

zarrapastroso poder. Ningún espíritu inmundo puede contra Bertilda.

– ¿Bertilda? Tienes el nombre más cojudo que he escuchado y no tienes

ninguna autoridad para echarnos, imbécil de mierda. Tu poder no es mayor que el

de “Margona”, reina y señora del tobogán...

– ¿Quién chucha es esa huevona Margona o como la llamen?

– No oses retarla porque te mueres. Ella ha creado este edén para

satisfacer la sed y el hambre de éste pueblo.

– Ni que fuera Dios, carajo.

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– Si el humano cambia la finalidad de esta fuente de vida, la maldición

caerá paulatinamente y el tenebroso yermo volverá a reinar. ¿Eso es lo que

quieres?

Bertilda estaba vestida con un sayo o poncho negro sin costuras ni mangas,

con capacetes de plomo con los signos de la luna, venus y Saturno. En una

esquina había colocado en candelabros de madera negra tallados en forma de

media luna, dos velas de sebo humano, dos coronas de verbena, una espada

mágica de mango negro, un vaso de cobre conteniendo sangre humana, un

pebetero de incienso, alcanfor, áloes, ámbar gris y estoraque, amasados con

sangre de macho cabrío, topo y murciélago; cuatro clavos arrancados del ataúd de

un ajusticiado, la cabeza de un gato negro alimentado cinco días con carne

humana, los cuernos de un macho cabrío y el cráneo de un parricida desenterrado

en su tierra natal. Antes que se aparecieran las dos figuras espectrales, se disponía

a trazar un círculo con la espada y dibujar dentro de él un triángulo coloreado con

sangre, para asegurar su predominio. Por eso que frustrada su evocación

reaccionó con energía:

–A tu “Margona” me la paso por la cuca, carajo y que venga si quiere para

sacarle la mierda.

Cuando dijo eso, el cerro pareció haber sido afectado por un violento

terremoto. Un ruido atronador hizo que los pájaros que dormitaban en los árboles

de las inmediaciones, despertaran y huyeran despavoridos. Un viento como de

huracán arrasó con la “mesa” de Bertilda, quien con su chonta en ristre trataba de

detener esa agresión que parecía ser monitoreada desde los umbrales del infierno.

Entonces entendió, más por prudencia que por temor, que tenía que emprender

las de Villadiego.

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III

BERTHA DIOSES

En su mundo interior, el infortunio femenino de Bertha Dioses se negaba a

sincerarse. Sabía que más que una esposa, era parte de la mercancía de un

maleante carente de sentimientos paternales. Sin embargo, después de vivir

cinco años en ese infierno, no perdía la esperanza. Anhelaba un pedacito de cielo

que creciera en sus entrañas. Y el padre, no podía ser otro que ese perro

relamido en su carne esculpida por los dioses, en la más divina de las borracheras.

Lo había decidido unilateralmente: tendría que embarazarse del canalla, en

atención a esa filosofía que le inculcó su abuela andaluza de ser fiel hasta la

muerte.

No deseaba sentir la postura de su pareja como un asunto personal. En su

interioridad aún lo disculpaba, diciendo como alevoso consuelo que el hombre

debía tener libertad para decidir ser o no ser padre. No obstante, albergaba la

esperanza de verlo sonreír si se enteraba de su maternidad, por ahora inexistente.

Su rústica psicología le decía que el rechazo de Nemesio a tener un hijo se debía

a que la paternidad lo asustaba, porque le haría revivir, en su machismo, conflictos

que se remontaban hasta su propia infancia. Pero, de repente la asaltaba la idea

de que su marido fuera realmente estéril:

– ¿Y si de verdad Nemesio no puede tener hijos? He escuchado que las

paperas pueden provocar esterilidad y me he enterado que cuando vivía en

Chuschi, estuvo mucho tiempo afectado por esa enfermedad. ¡Dios mío! ¡Ojalá no

haya quedado como mulo!

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– Dicen que los lácteos y las carnes rojas provocan la sequía de los

espermatozoides – comentó una amiga.

– No te creo. Voy a tener que cambiarle la dieta a mi chanchito.

– ¿Y por qué no le pides a la Bertilda que te ayude?

– No lo había pensado; pero si Nemesio se entera me mata.

– ¿Tan intolerante es?

– ¡Ay hija, no lo conoces!

– ¿Es malo?

– A veces exageradamente malo, hasta diabólico.

– ¿Y así lo aguantas?

– ¿Qué voy a hacer? Me casé con él por amor y soy una mujer chapada a

la antigua.

– O sea cojuda.

– Llámame como quieras; pero lo amo. Es un cagón, pero lo amo.

– Sabías que el amor físico constituye la más perversa de todas las pasiones

fatales y que es el anarquista por excelencia: no conoce leyes, ni deberes, ni

verdad, ni justicia; es como una embriaguez irresistible, o una locura furiosa.

– Si lo se. Leí en un libro que el amor es el vértigo de la fatalidad que

siempre anda buscando nuevas víctimas; la enajenación antropófaga de Satumo,

que ansía ser padre para poder devorar a sus hijos.

– Vencer ese tipo de amor es dominar a la naturaleza toda entera. Tú

puedes tener amor en tu corazón porque eres buena. Pero me pregunto: ¿Tu

marido será recíproco contigo?

– Yo siempre espero que un milagro me cambie la vida.

– Pero los milagros no existen amiga mía

– No seas blasfema. Lo que dices es falso. Lee Lucas 21:33 y verás que “el

cielo y la tierra pasarán; pero las Palabras de Dios no.

– Lo que tú tienes que hacer Berthita es vivir la vida. No seas cojuda.

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– ¿Qué? Y a costa de mi salvación? ¡Por favor! Yo creía que eras mi

amiga.

– Y lo soy. Lo que pasa es que veo como te afanas.

– ¿Que me afano? ¡Estás hablando en falso! Sé por Filipenses que por

nada debo hacerlo.

– Entonces ponle una velita a San Cacho y pídele todos los favores.

– ¿San Cacho? Yo no adoro imágenes porque eso es abominable ante los

ojos de Dios.

– Aquí sí me jodiste porque mi casa está llena de imágenes de santitos y

algunos son bien milagrosos.

– Pues lee Hechos 17: 29; 19:26; Romanos 1: 22-25; Colosenses 2: 20-23;

Éxodo 20:1-7; Deuteronomio 4: 15-16; Isaías 44:9 y Salmos 115: 3-8; y verás que

eso es malo.

– Entonces pídele a Dios que te envíe sus Ángeles para que te socorran

pues.

– En eso sí creo. Los ángeles existen. En la Biblia existen más de 200

referencias a ellos, como seres espirituales superiores en poder e inteligencia, que

han visitado por orden del Altísimo, y con determinados propósitos, al hombre.

– Dame un ejemplo

– No sólo uno: un ángel se le apareció a Manoa para anunciarle que iba a

tener un hijo llamado Sansón. Un ángel intervino para evitar que Abraham

degüelle a Isaac. Dos ángeles salvaron la vida a Lot y su familia, cuando Dios

destruyó Sodoma y Gomorra.

– ¡Uy¡ Si a mi se me apareciera un ángel me cago los calzones.

– Cochina de mierda.

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IV

EL ENCANTO

La noche era oscura y exageradamente tenebrosa. Las formas de las

piedras y la vegetación se veían como siluetas espectrales y sólo podían apreciarse

porque a la izquierda de la mujer vestida de poncho negro con los signos de la

Luna, Venus y Saturno, llameaba como bailarina de ballet una vela negra

interminable y a su derecha una blanca en la que la luz flameaba zigzagueante.

Bertilda era una mujer que no se dejaba acallar por nadie. Ni siquiera por Kuyac y

Amankay, los espectros que el día anterior habían generado su abrupta retirada. Y

tampoco por Margona, la poderosa demonesa que había tomado el lugar como su

predio. Por eso había regresado con sus más poderosas herramientas de combate.

Ella sabía que el gran arcano, es decir, el secreto indecible e inexplicable, es

la ciencia absoluta del bien y del mal. Ese «cuando hayáis comido del fruto de este

árbol, seréis como dioses», dicho por la serpiente, tenía para ella, sin embargo,

otra connotación irreversible; y entonces entendía que el bien y el mal fructifican

sobre un mismo árbol, y brotan de una misma raíz; que el bien personificado, es

Dios, y el mal, el diablo. Entonces conocer el secreto o la ciencia de Dios, como

que la llevaba a creerse Dios y conocer el secreto o la ciencia del diablo, a creerse

el enemigo. Ser a la vez Dios y diablo, y reunir en sí la más absoluta y tensa

antinomia y el más infinito de los antagonismos: como beber de un veneno que

consumiría los mundos y vestirse con la túnica devoradora de Deyanira o lo que

era igual: abandonarse a la más próxima y más terrible de todas las muertes.

Alguien le dijo:

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– Desgraciado aquel que pretende saber demasiado! ¡Ya que si la ciencia

temeraria y excesiva no le mata, terminará volviéndole loco!

Pero ella, que ya estaba loca, asumió que comer del fruto del árbol de la

ciencia del bien y del mal era asociar el mal al bien y asimilarlos. Cubrir con la

máscara de Tifón el rostro radiante de Osiris, levantar el sagrado velo de Isis, para

profanar el santuario, ese al que ahora quería entrar para consolidarse con el

infierno. ¡El temerario que ose mirar directamente al sol, quedará ciego, y para él

el sol será entonces negro! - le dijeron; y ella escogió las tinieblas para definirse

barchilona del mundo ultramontano.

El sello del Baphomet de los templarios en un pentagrama con una estrella

invertida y en el medio una cabeza de dos rostros con cuernos de cabro, servía

ésta vez de mantel a la mesa de Bertilda. Otro similar, pero más negro y con la

palabra Adramelech, guindaba en un atril a manera de cortina. Sus dos ayudantes

sacaban una especie de sonido, seco grave y tétrico, en unas congas templadas

de cuero de íbice, mientras la hechicera - al tiempo que bebía y esparcía a todo lo

largo y ancho del lugar, sangre humana - recitaba como murmullos venidos de

infierno:

– In Nomine Dei Nostri Luciferi Excelsi! , Rey del Mundo de la carne y la

lujuria, ordeno a las fuerzas de la oscuridad que viertan su poder infernal sobre mí.

Abrid las puertas del Averno de par en par y salid del abismo para recibirme como

su natural filial.

Luego, de una funda, sacó un gato negro y levantándolo a todo lo largo de

sus brazos, gritó:

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 17

– Adramelech, entra en este felino y concédeme las indulgencias que te

pido. He tomado tu nombre para adorarte y hacerte mi líder. Deseo que los

humanos me obedezcan, así como las bestias del campo, regocijándome en la

vida carnal Por todos los demonios del Averno, ordeno que lo que digo haya de

suceder. ¡ Salid y responded a mi llamado, manifestando mis deseos! . Escuchen y

respóndanme a sus nombres: ¡ Abbadón,! (mirando hacia el sur); ¡ Satán!

(mirando hacia el este); ¡Lucifer! (mirando hacia el norte); Belial! (mirando hacia

el oeste); Leviatán! (mirando hacia el sur); Adramelech (revirando los ojos y

dándose golpes en la cabeza)”.

Dicho esto, besó el culo del gato, y procedió a atravesarlo vivo con la

espada. El animal lanzó un grito terrorífico que mortificó a la noche; y acto seguido

Bertilda bebió parte de su sangre. Luego llenó un cobrizo cáliz y con una pluma de

cuervo comenzó a escribir con el mismo líquido rojo sobre dos pergaminos. En

uno de ellos estaban sus peticiones y la ofrenda de su alma para el demonio y en

el otro una terrible maldición irrepetible. El primero lo incineró en la llama de la

vela negra, mientras tumbaba, pateaba y apagaba la vela blanca. El segundo lo

enrolló para guardarlo celosamente. Y dijo:

– ¡Está listo, Shemhamforash!. Salve Satanás!

Dicen que calumniar la vida y la naturaleza e invocar a diario la muerte sin

poder morir, y al demonio sin medir su maldad, es el infierno eterno, ese avalar

mitológico del espíritu de perversidad. Sin embargo Bertilda no reparaba en ese

peligro inminente, ni se había puesto a analizarlo. Quería el poder absoluto

creyendo, en su ignorancia, que ese proceder era justo. Pero con los trozos de la

rota espada de la justicia, la anarquía puede fabricar sus puñales y conducir a la

depravación y al crimen; y ella lo que estaba haciendo, además de pervertir el

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 18

sentido moral de su propia existencia e incurrir en una verdadera alienación

perversa (Aquel ser humano que no obedece ante todo a la justicia no se

pertenecerá a sí mismo y caminará privado de luz por la noche de su existencia,

actuando presa continua de la pesadilla de sus pasiones) era convocar en pacto, a

las fuerzas más recalcitrantes del infierno. Levi decía:

– Cada uno de nosotros en cierta forma concibe, da al mundo y alimenta su

ángel bueno o su demonio perverso. La concepción de la verdad hace nacer en

nosotros al genio bueno; la percepción voluntaria de la mentira es un caldo de

cultivo para la incubación de vampiros y pesadillas. Cada uno está obligado a

alimentar sus propias criaturas y nuestra vida se consume para el provecho de

nuestros pensamientos. De esta forma, la monstruosidad moral producirá la

fealdad física. El intermediario astral, este arquitecto interior de nuestro edificio

corporal, le modifica continuamente, conforme a nuestras necesidades verdaderas

o ficticias. Es él quien abulta el vientre y las mandíbulas del goloso, aprieta los

labios del avaro, hace impúdica la mirada de una mujer impura y venenosa las del

malvado y el envidioso. Cuando el egoísmo prevalece en un alma, la mirada llega a

ser fría y las facciones duras; la armonía de las formas desaparece y, según la

especialidad irradiante o absorbente que tenga dicho egoísmo, los miembros se

cargan de una gordura excesiva o se adelgazan en extremo. La naturaleza, al

hacer de nuestro cuerpo el retrato de nuestra alma, garantiza con ello una

semejanza permanente y nunca se cansa de retocarle. Hermosas mujeres que no

sois al mismo tiempo buenas, no esperéis gozar durante mucho tiempo de vuestra

belleza. La belleza es como un adelanto que concede la naturaleza a la virtud, y si

ésta no se apresta a compensarlo, la primera reclamará de manera ineludible su

capital.

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Cuando Bertilda terminó su invocación, un lucero errante entretuvo a sus

ayudantes saturados de tabaco y cañazo y el cerro Chilco se partió en dos,

dejando al descubierto unas construcciones piramidales revestidas de oro,

alrededor de las cuales, centenares de personas en cautiverio, muchas de las

cuales habían desaparecido de Paiján, arrastraban pesadas cadenas.

Las paredes de las pirámides estaban impregnadas de las más variadas

piedras preciosas y gobernadores de las tinieblas resguardaban el lugar. Unas aves

horripilantes volaban en círculos concéntricos alrededor de la mole de piedra y

entraban y salían vertiginosamente por las diferentes puertas de la edificación. Los

ayudantes de Bertilda al ver tantas riquezas, ingresaron a su interior para tomar lo

que podían.

– No entren, no entren carajo que el cerro se los va a tragar. Este es un

lugar de cautiverio, pero también un encanto, es un encanto - les gritó la bruja.

Pero fue demasiado tarde. Apenas sus amigos habían ingresado, se cerró

tragándose a los ambiciosos, sin que Bertilda pudiera hacer absolutamente nada

para socorrerlos.

El infierno le jugó a Bertilda una mala pasada.

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 20

V

EL RESUCITADO

En 1799 vivía en el suburbio Saint-Antoine, en París, un herrero llamado

Leriche. Operaba curaciones milagrosas y tenía en su haber incluso algunas

resurrecciones, como las que protagonizó Jesús con Lázaro o Pedro con la hija de

Dorcas. Una bailarina de la ópera lo fue a buscar llena de lágrimas y le dijo que su

amante llamado Candy había muerto. Leriche la acompañó entonces hasta la casa

del duelo. Al entrar, una persona que salía, le confirmó que seis horas antes había

muerto.

Cuando Leriche lo examinó el cadáver tenía frío todo el cuerpo con

excepción del estómago. Hizo encender entonces un gran fuego, friccionándolo

con agua caliente y polvo de mercurio. Pasada una hora y media de tales

cuidados, Leriche acercó un espejo al rostro del cadáver y encontró que el cristal

estaba ligeramente empañado. Lo puso entonces en un lecho bien caliente y, al

cabo de tres horas, el referido sujeto resucitó. Cuarenta y seis años después

seguía viviendo en la plaza Chevalier-du-Guet. Murió a los 99 años atropellado por

un burro desbocado en la casa de campo de un amigo.

Candy Wolson, que se llegó a casar con su amante, la bailarina de ópera,

que salvó su vida al tener la feliz iniciativa de llevar a su lecho de muerte al

herrero Lariche, fue el tatarabuelo de Bertha Dioses. Ésta aseguraba que en los

momentos más difíciles, se le aparecía morral en mano para consolarla. Le contaba

cómo eran sus antepasados y profetizaba incluso las cosas que le iban a ocurrir en

el futuro. Cuando se casó con Nemesio Culquichicón, le dijo que era el peor error

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que había cometido en su vida, porque el sujeto era “compactado” con el

engañador.

– ¿Que compactado con quién…?

– Con el diablo - espetó el abuelo fantasma.

– ¿Y qué significa eso? - le preguntó Bertha atormentada.

– Cuando Nemesio nació, su madre, la Señora Emilaura Ortiz - por consejo

de su marido, un sujeto perverso y alcohólico llamado Esaú Culquichicón que

practicaba magia negra - entregó su alma a un panteón infernal. Ella y él murieron

un año después y de esa ofrenda no pudieron nunca retractarse. Por eso tu

marido fue tomado desde niño por espíritus demoníacos que lo volvieron

despiadado y corrupto.

– No me imaginaba que ese fuera el origen de su terrible conducta. ¿Pero

eso puede resolverse?. Tiene que haber alguna manera de salvarlo, pues yo

también al parecer, estoy en peligro.

– Solamente si alguien enterado le hace liberación y él mismo lo permite.

– ¿Y si no?

– El infierno y la muerte.

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 22

VI

EL FANTASMA

Bertha, se decide salir esa tarde a disfrutar de la naturaleza reverdecida, lo

que le parece propicio para meditar sobre sus ansias y necesidades de mujer

insatisfecha. El paisaje combina varias tonalidades de verde, sin embargo, algunos

matojos se ven de color café. A medida que camina por las orillas del río en

dirección del cerro Chilco, observa que en lontananza, los cerros se ven según el

cristal con que lo mires.

El cuadro era espectacular y lamentó no poseer en ese momento una

cámara fotográfica para registrarlo. En su limitada capacidad intelectual, imaginaba

que tras esas montañas excelsas podrían vivir seres de otro planeta, que serían

los hacedores de tanta maravilla.

Inusitadamente, una luz acompañada de un estruendo espeluznante

carabinó la tarde y la cordillera pareció avivar colores nunca vistos, como si los

cerros hubieran abierto su matriz para mostrar los minerales que gestaban en sus

vientres pétreos.

El rojiverde del cobre, el argentino de la plata, los grises y cafés del hierro,

el dorado del oro, todos los colores en conjunción, parecían hablar en un idioma

misterioso, hasta que la luna apareció con franjas anaranjadas para establecer un

predominio que las sombras admitieron como posible.

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 23

Cuando la luz y el sonido se atenuaron, la oscuridad se preñó de pesadilla.

Bertha, que parecía haber heredado de su tatarabuelo el don de discernimiento de

espíritus, pudo divisar que, más o menos a cien metros, sobre un promontorio

negro rojizo se alzaba una figura en cuclillas de aspecto humano.

Cuando intentó caminar tras la aparición, ésta comenzó a alejarse y al

detenerse, la figura hizo lo mismo; hasta que se quedó totalmente inmóvil,

tomando la forma de una atractiva mujer de rasgos andinos, ataviada con ñanaca,

lliclla y usutas, que agachándose dibujó con su dedo una figura en la tierra y con

voz metálica y sin que Bertha le preguntara nada, reconoció:

– Soy princesa de un imperio no reconocido gobernado por nadie. Fantasma

dicen que soy, pero en realidad soy el viento mismo de la quebrada que canta.

Vengo y voy, aunque cuando vengo no se si estoy yendo y cuando me voy estoy

regresando a mi punto de partida. Cuando quiero me llamo Amankay, pero

también la rosa del acantilado y la guirnalda del río tempestuoso. Soy madre e hija

de todos y todos confluyen en mi gravitación espectral que viene también del eco

del Universo majestuoso. Mira mis manos son las tuyas. Mira mis pies pertenecen

al océano que labra las orillas con sus olas Mira mi rostro podría ser tu vecino,

pero también tu enemigo irreconciliable. Estoy aquí, pero soy del más allá. El de

allá es mi horizonte, pero también el tuyo al que vengo de vez en cuando para

enternecerme. Como tú que estás y no estás.

– ¿Y por qué dices que estoy y no estoy?

– Porque siendo lo que crees ser, no eres nada

– ¿Nada? Soy Bertha Dioses, la reina de estos predios.

– Una reina que no reina ni en su casa

– ¿Por qué dices eso?

– Porque eres un camino maltratado por la noche.

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– Háblame claro.

– Has venido aquí siguiendo a un hombre que no es tu hombre.

– ¿Por qué crees que no es mi hombre, si es mi marido?

– Será marido de la maldad. Ese perro, no es tu marido.

– Explícate.

– Él dice que te ama, pero no se ama ni a sí mismo.

– Si no se amara a sí mismo, no soñara.

– Eso es lo que crees, pero sueña para el otro.

– Me estás asustando.

– A ti no te asusta nada. Así que no te hagas.

– Dime ¿Es que acaso mi marido es homosexual?

– No lo es; pero cuando nació fue dedicado al demonio y desde aquel

entonces el diablo lo gobierna.

– Mierda, eso sí que es un problema.

– Que tú conoces desde hace tiempo

– Bueno sí, en cierta forma, pero no creía que la cosa fuera tan dramática.

– Por eso que en muchas ocasiones cuando te ha hecho el amor, no ha sido

él sino el réprobo que vive en él.

– ¡El diablo mismo calato!!! Un demonio sexual.

– Exacto. Acaso no te habías dado cuenta que es impotente.

– Si, pero…

– Pero que en ciertas ocasiones su brutalidad sexual ha sido incontenible…

– Verdad…

– Pues te ha estado fornicando el mismo diablo; que te ha hecho sentir por

primera vez mujer copada y satisfecha.

– ¡Dios me libre y me favorezca!

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Luego de pronunciar esas palabras que espantaron y le dolieron a Bertha en

todas las partes de su cuerpo, el espectro salió corriendo a grandes zancadas por

la orilla del río, se convirtió en una estela de luz vertiginosa y se perdió como

tapándose con una colcha de fuego por la cima del cerro encantado.

Bertha, quedó temblando. Se sintió puta, sucia, ultrajada por el infierno. Y

una idea la aterró hasta partirle en dos el alma: su marido tenía una herramienta

sexual aunque flácida envidiable, pero no servía porque en realidad era impotente.

Pero en las últimas semanas había sentido síntomas de embarazo incontrastables.

¿Y si estuviera embarazada por el diablo? –se preguntó. Y la desmayó el terror,

mientras en su vientre palpitaba el caos desatado.

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VII

OTONIEL BERMEJO

El camino que une San Pedro de Lloc con el cerro Chilco era de tierra y

piedra viva. Sólo cuando algún funcionario se condolía de las necesidades del

pueblo, máquinas del Municipio eran enviadas para emparejar el terreno y hacerlo

transitable.

Un autobús avanzaba bordeando los cerros circundantes que parecían

testigos a punto de expresarse, entre las leguas de la vegetación verde grisácea.

Por la ventanilla, Otoniel Bermejo observaba las decenas de casitas de barro y

quincha de abandonada apariencia, que parecían vigilar con mudez incomparable

la nocturnidad de esos parajes. El vehículo debería cruzar un largo trecho, para

poder llegar a Chilco. El chofer andaba lento, porque todo el día había llovido y el

terreno estaba empantanado.

Cuando inició su recorrido el autobús estaba casi lleno de pasajeros y

bultos, por lo que Bermejo se había quedado en la parte delantera y sus

compañeros de tropelías, en el fondo. En cada parada, alguien bajaba y algún

nuevo pasajero subía; la mayoría eran hombres y mujeres de rostro madurado por

la angustia, pero también por la esperanza. Quienes descendían descargaban

bolsas y paquetes; los que subían, llevaban sacos con productos para vender en la

nueva ciudad. El calor en el colectivo era agobiante y se incrementaba porque en

cada parada, subía más gente de la que bajaba y daba la impresión de que ya no

cabía ni un mosquito. El cobrador, tenía la habilidad, sin embargo, de hacer

espacio, para todos, no obstante los reclamos válidos de los pasajeros.

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 27

En una empinada, se pinchó de improviso un neumático del autobús y sólo

la habilidad del conductor impidió que el vehículo se despistara, ante el terror de

los pasajeros, que fueron obligados a bajar para cambiar el neumático. Mientras

chofer y auxiliar trabajan arduamente para poner el repuesto, varios pasajeros se

ofrecieron a ayudar; sin embargo algunos, como Bermejo, decidieron caminar un

poco, para estirar los pies y otros motivos personales.

– Caminaré por las cercanías y buscaré un lugar adecuado - dijo para sí -

debo descargar con urgencia las tripas. El mango que he tragado me ha caído

bomba. Felizmente eso de cambiar un neumático siempre se demora una media

hora, nunca menos.

– ¿Adónde vas Otoniel? – gritó Milciades al ver que se alejaba.

– ¡Ya regreso, voy de urgencia a hacer algo que nadie puede hacer por mí.

Estén pendientes para que autobús no me deje!!

Como casi todo el terreno era plano y no había sitios para improvisar

escondrijos, se alejó un poco más, hacia un recuadro donde el monte estaba

verde y se erigía un gran javillo, detrás del cual hizo sus necesidades. Luego usó el

mugriento pañuelo que llevaba en el bolsillo, para higienizarse y en la lejanía pudo

escuchar voces de mujeres, como llamando a sus hijos, insistentes:

– Cusi, no te vayas tan lejos!

– Sinchi, cuidado que te vas a caer!.

Iba a regresar, cuando se dio cuenta que, justo a unos seis metros de

donde estaba, algo brillaba en el suelo, justo donde acababa de descubrir también

una arboleda. Extrañado, porque anteriormente no se había percatado de lo que

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 28

estaba avistando, decidió comprobar de qué se trataba. ”Parece una vaina de oro y

de repente regreso rico al autobús”, pensó para sí. Cuando de repente, sintió como

si la tierra se lo tragaba:

– ¡Coño de su madre, maldita sea! Alguien hizo este hoyo y lo dejó tapado,

¿Para qué será esta trampa?. Tiene más de dos metros de altura, ¡Puta carajo, no

me percaté y vine a caer en esta mierda!

Era un agujero profundo con el piso relativamente suave, por la cantidad de

hojas, que subyacían en el fondo, e impidieron que se lastimara. Logró ponerse de

pie, alzó sus manos, pero no alcanzó a la superficie. La excavación parecía haber

sido hecha por un hábil constructor. Las paredes casi circulares del foso, eran muy

lisas, sin ninguna escalera para el ascenso.

Levantó su brazo lo más alto que pudo. Saltó en repetidas ocasiones, pero

no logró alcanzar el borde superior. Gritó, pero nadie acudió a socorrerlo. Sonó la

bocina con gran insistencia y escuchó que el autobús, era puesto en marcha,

posiblemente en la creencia de que había tomado otro vehículo para dirigirse al

cerro Chilco.

Las sombras de la tarde comenzaron a adueñarse del paisaje y Bermejo

observó con desesperación cómo caía la noche. Gritó hasta ponerse ronco del

esfuerzo, pero nadie pudo escucharlo. Lo agobió la idea de tener que pasar la

madrugada en ese hoyo en el que con las justas podía dar algunos pasos.

– ¿Quién mierda me mandó a alejarme tanto de la carretera? – se reclamó

a sí mismo – Esto se pone feo, demasiado feo, luego anochecerá y la noche será

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larga. Ahorita no hace frío pero en el amanecer seguramente me congelaré. Y

ojalá no comience a llover porque me cago!…

Sumido en la desesperación logró sentarse sobre sus talones y se tomó la

cabeza con las dos manos. Un viento suave movía las ramas de los árboles y las

hojas secas caían y se amontonaban en el agujero. Buscó en su ropa, y en un

bolsillo encontró una caja de fósforos.

– Si caen más ramas y hojas, quizá pueda hacer una pequeña fogata para

calentarme, si no llega nadie para sacarme de este hoyo maldito.

En el suelo encontró pequeñas ramas secas y esperó que el viento le traiga

más para encender un fuego que le permitiera entibiarse. No logró su objetivo. Sus

pensamientos viajaban de un lugar a otro, en el tiempo y el espacio; y a pesar de

la difícil situación en la que se encontraba, pensó en el provechoso futuro que se

había trazado en la nueva ciudad que estaban levantando. Y se acordó de ese

pasado sucio, delictivo y voraz que había dejado atrás, irremediablemente.

Recordó como en una secuencia cinematográfica, su niñez tormentosa y las

incontables ocasiones en que debió soportar sin cobertura alguna, el incesante frío

de Cajamarca y acostarse sin comer; los asaltos a mano armada que protagonizó

con “El coyote” y a cuántos inocentes tuvo que herir o matar, para salirse con la

suya; las persecuciones, sus escondites y los rostros de sus cómplices caídos en

sus andanzas delictivas.

Estaba en lo más dramático de su recordatorio, cuando desde lo alto

ingresó al foso con violencia una gran rama, que le hirió la pierna derecha. Gritó

para alertar a quien posiblemente la hubiera lanzado, y nadie respondió.

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– Debe haber sido el viento que quebró la rama de algún árbol y cayó por

acá. Pero no hay mal que por bien no venga: me servirá para hacer fogata. Ojalá

antes, que se desprenda otra, pero que no me caiga en la cabeza.

Entonces cayó otra y una tercera lo golpeó lamentablemente en la cabeza y

aturdió por un momento. Sintió entonces como si alguien le estuviera jugando una

broma macabra. Un par de minutos de calma, pero siguieron cayendo más ramas,

sobre el hueco, en el que pudo notar la existencia de miles de hormigas.

Cubrió su cabeza con los brazos a fin de soportar la lluvia de ramas gruesas,

pero fue imposible impedir ser golpeado en todo el cuerpo. Miró hacia abajo, y

constató que el suelo se había cubierto de ramas. Paradójicamente se sintió

esperanzado, ya que suponía que ese hecho aparentemente casual, podría acortar

la distancia entre el fondo y la superficie.

Se montó sobre las ramas que habían cubierto el piso; levantó el brazo y

comprobó que efectivamente, la distancia había disminuido. Decidió confiar en su

surte y esperar una nueva avalancha de ramas. Y en efecto, así sucedió: el pozo

se fue llenando lentamente y él, mejoró su posición dentro del mismo, aunque

llegó un momento en que casi no podía levantarse, aporreado, adolorido y

prácticamente inmovilizado. En la misma medida que caían los leños, crecía su

desesperación, pero también su expectativa de salir. La altura de la leña llegaba a

sus rodillas. Lucha entonces para levantarse, pero no lo logra. Tiene la sensación

de que en vez de ramas, son ahora paladas de tierra las que caen. Se mira con

espanto las heridas, y llega a la conclusión fatal de que el ser sepultado vivo, era

el castigo que estaba recibiendo ante tanta canallada cometida.

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Llegó un momento en que se quedó dormido, casi desmayado. Despierta, y

vuelve a sus meditaciones, a recordar los instantes más sangrientos de su vida,

como la tarde cuando asesinó al Comisario de la comarca, porque le había pedido

que se identifique.

– Y tú quién mierda eres para pedirme que me identifique.

– Soy el Comisario del pueblo, la autoridad

– ¡Eras! – le dijo, y le metió tres balazos en el pecho, en presencia de

testigos.

Buscó en su mente buenos recuerdos, como un gesto compensatorio y

encontró, mirándolo enternecida, los dulces ojos de Margarita en sus mocedades,

aquella noche de lluvia, cuando por vez primera le dijo que la amaba. Intentó

encontrar otros instantes, pero no pudo. Sólo lo asaltaron, como un enjambre de

avispas, los recuerdos tristes, como ese, reiterativo y dramático, cuando se veía

recorriendo las calles de Lima en el auto de la policía, detenido.

La lluvia de ramas disminuye, pero la calma es momentánea. Luego, caen

más y más. Se pone en posición fetal, sintiéndose niño, solloza y ve a su madre.

¿Quién más que ella podría sacarlo de ese embrollo? Abre sus ojos y ve a alguien

atisbándolo. No es el niño que soñaba, es adulto. Y es que retornan al parecer, sus

fantasmas. Pero no son hermosos como los ojos de su novia. Mira al cielo: no hay

luna ni estrellas. La oscuridad es casi total, salvo algunos rayos tenues que entran

por los espacios que dejan los pequeños troncos. Su cuerpo está casi aprisionado

entre las ramas. No puede subir. Los maderos lo oprimen imposibilitando su

movimiento. Se siente atado. Los palos siguen cayendo, pero los que ya han caído,

se han dispuesto de manera que ahora lo protegen un poco de los nuevos golpes.

De esa manera se duerme. Cuando despierta, ya es un nuevo día y puede

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observar la claridad a través de las ramas que estuvieron a punto de sepultarlo

vivo.

– No puedo seguir en este hoyo. Algo debo hacer para salir de aquí.

Respira profundo. Se calma. Acumula fuerzas. Descansa. Piensa. Ya no

siente caer nada. Soportando los dolores, va pisando las ramas y montándose

encima de ellas. Tensa el cuerpo, endurece la musculatura, aunque eso le produce

un intenso dolor físico. Reposa. Sus pies escalan, sus manos se levantan. De su

boca sale un gran grito, su cabeza logra romper la prisión de madera, la saca al

aire, sus pies escarban y suben, saca la mitad del cuerpo, hasta que finalmente

consigue salir de su cárcel. Escapa del pozo, camina adolorido y finalmente se

sienta en el camino a descansar y a esperar el próximo autobús para ir a reunirse

con su pandilla en la ciudad naciente. Antes de conseguir salir de la zona, pudo

ver un letrero añoso que le enfrió el alma, en el se leía la siguiente frase terrible y

lapidaria:

“Cementerio Inca. Respeta a los muertos, porque si no… los muertos no te

respetarán”.

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 33

VIII

EL MONSTRUO DEL RÍO

Cuando Bertha Dioses escuchó de su abuelo fantasma, que su marido “El

Coyote” fue entregado al nacer por Emilaura, su madre, a un panteón infernal, por

consejo de su marido, un sujeto perverso y alcohólico llamado Esaú Culquichicón,

y que en consecuencia estaría compactado con el diablo, se le puso la piel de

gallina.

– Por eso tu marido fue tomado desde niño por espíritus demoníacos que lo

volvieron despiadado y corrupto. Su larga historia criminal fue escrita desde el

mismo infierno – le diría la voz espectral.

Un sentimiento de indefensión, corcoveó en su cerebro y la puso en crisis

convulsiva. Entonces intentó explicar el porqué de la saña de su marido, su natural

propensión a la perversidad, esa manera extraña de patear los tableros sin

importarle a quien dañaba.

– Mándalo a la mierda. No permitas que te trate como te trata – le

aconsejaban sus amigas

Ahora Bertha Dioses, se explicaba por qué todas las madrugadas, él solía

despertarla con sus gritos de terror, alegando que espíritus inmundos lo querían

matar y llevárselo al infierno. Durante su vida delictiva, tenía dieciocho muertos en

su haber y había heredado de su padre Esaú Culquichicón, su acercamiento

sospechoso a la magia negra. Acudía permanentemente a hechiceros compactado

con el diablo, y era muy proclive a destruir a sus enemigos, mandándolos a matar

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 34

en mesas de poderosos brujos sin escrúpulos. Y como ella tenía discernimiento de

espíritus, veía que algunas noches de luna, espíritus de la peor estofa, acampaban

cerca de su casa, para conspirar contra Nemesio. Eso, influía en su ánimo y lo

mantenía en permanente agresividad, aún en la intimidad con ella. Intimidad

tramposa, dicho sea de paso, porque definida ya su inocultable impotencia sexual,

el que obraba en tantas noches truculentas de espanto, ya no era él sino el “otro”

al que sus padres irresponsablemente lo entregaron.

Ante tales circunstancias, decidió tomar al toro por las astas, y le contó al

“Coyote” la revelación que había tenido.

– Vas a creer esas cojudeces, mujer cojuda – le contestó de inmediato

– Pero entiende Nemesio, esto te lo digo por tu bien

– ¡Qué bien ni que ocho cuartos, carajo! Al enemigo me lo agarro y le meto

verga hasta que me pida perdón.

Cuando dijo eso, el vientre de la mujer comenzó a moverse extrañamente.

– Pon tu mano aquí Nemesio, pon tu mano…– le gritó aterrorizada.

El hombre, estaba a punto de perder la paciencia, pero ésta vez se dejó

llevar por la actitud insistente de su mujer. Puso su mano despacio sobre su

vientre y sin saber por qué, sufrió un terrible estremecimiento.

– ¡Mierda! ¿Qué fue eso? – replicó, retirando de inmediato la mano

– Es lo mismo que yo quisiera saber – acotó Bertha en el paroxismo más

incontenible – Si tú no puedes tener hijos por las razones que sabemos, y ciertas

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noches, sin embargo, actúas como si no fueras impotente y yo no tengo relaciones

sexuales con nadie ¿Qué puede ser eso? Explícame.

– No tengo ninguna respuesta - agregó estupefacto “El coyote”

– ¿Y entonces?

– ¿Y entonces qué? ¡Mujer cojuda! Yo qué sé! ¿Cómo quieres que

adivine?…

– ¿No crees que lo revelado por mi tatarabuelo fantasma, es real, que hay

que tratarte, que si no te tratan te llevan al infierno y lo que es peor, me llevan

también a mi, hombre sin alma?

Nemesio Culquichicón, hombre de peleas a chaveta y plomo limpio,

asaltante, ratero empedernido, pegador de mujeres indefensas, cabrón

insoportable, comenzó a temblar cobardemente; y su vista se fue por la anchura

del paisaje, por el caminito empedrado que había zanjado en cada vado el río

tempestuoso. Y descubrió por primera vez en su vida, que no sabía nada y que

nada de lo que había vivido, le servía para alegar victoria sobre el mundo. Se

sentó; y como si de la noche a la mañana esa constatación lo hubiera envejecido,

sintió que algo raro acaecía en su cerebro y algo extraño también en su corazón.

La noche ululaba en su frente reclamando seguro un entendido, y una fuerza

exterior intentaba convencerlo que no pasaba nada. Pero la última frase

pronunciada por Bertha salpicó como eco en sus latidos de hombre cruel,

llevándolo al abismo:

“y lo que es peor, me llevan también a mí, hombre sin alma…

y lo que es peor, me llevan también a mí, hombre sin alma”

¿Hombre sin alma? Claro que tenía alma, pero no le pertenecía. Había sido

tomada desde niño por una entidad que no venía del cielo y que lo sometía. Por

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eso entraba en exabruptos y carecía de todo sentimiento de humanitarismo. Esa

entidad desconocida lo abrumaba con su malignidad y llevaba a caminos de

hostilidad y de venganza. Nada bueno había, por eso, en él. O al menos parecía,

pues todo lo que hacía tenía el sello de una iniquidad que todo lo trampeaba,

hasta cuando conquistara a su hermosa mujer con mentiras, y después no había

noche que no dudara de ella y la ofendiera con sus imprudentes arrebatos.

– Mándalo a la mierda – le decían los que viéndola tan linda y tan buena,

eran testigos de los desprecios injustificados y malsanos a los que era sometida.

Pero ella lo amaba y el amor todo lo perdona todo. No lo miraba grotesco, a

pesar de los 110 kilos que abusaba. Lo veía hermoso. Y sus reacciones las

explicaba diciendo que tenía traumas de una infancia dolorosa que no había

superado, y que había entonces que entenderlo. Debía rechazarlo y sin embargo,

lo atraía para sí como un imán y lo mimaba. “Qué lindos sus ojitos de mi maridito”,

le decía; y lo hacía de buena fe, por amor, aunque Nemesio en realidad tenía un

estrabismo extraño que aumentaba su fealdad y convertía en horroroso.

– Bueno ya, te voy a hacer caso mujer –aceptó “El Coyote”– voy a

reconocer que tengo un problema cuya causa se remonta a mi infancia.

Encuéntrale la solución, mueve cielo y tierra, pero sálvame.

Cuando Nemesio dijo eso, a Bertha Dioses le volvió el alma al cuerpo y saltó

de alegría, mientras su marido la miraba con desconfianza creyendo que se le

había caído un tornillo de la tutuma. Ella, sin percatarse del gesto del truhán, ni

darle importancia, preparó un maletín con alguna ropa y de inmediato compró

pasaje en Entrafesa para viajar en ese mismo momento a la ciudad de Chiclayo,

para comunicarse con su amiga Graciela Marín Díaz, que conocía a unos guerreros

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espirituales, hombres de guerra, que vivían en la ciudad de Lima, para tratar de

ayudarlo. Cuando llegó, su amiga la recibió con mucho cariño, asegurándole que

sabía que llegaría.

– Pero cómo sabías que llegaría – le preguntó intrigada

– Es que ayer, el Señor puso en nuestros corazones que oráramos por

ustedes

– ¿Por nosotros? ¿Estás segura?

– Si, y en oración, Dios le habló a mi hija Juana Barragán, que tiene don de

profecía, y le reveló el grave problema que ustedes enfrentan, y dijo qué vendrías.

– ¡Dios bendito! ¿Tan grave es nuestra situación? – inquirió la mujer de

Nemesio.

– Muy grave, pero recuerda Berthita, que lo que es imposible para el

hombre, es posible para Dios. Ayer mismo llamamos a los hermanos, Fernando

Bellido y Fernando Arce, dos guerreros de conquista, para que los ayuden.

Bertha sintió entonces alivio. Como que Dios con su infinita misericordia,

abría oportunidades para una liberación que se hacía imprescindible. El enemigo

había tomado la parcela familiar de Culquichicón y amenazaba con llevárselos al

infierno. Extraños pactos ancestrales, le habían dado derecho sobre su alma

inconsciente, que al parecer era mantenida y atormentada en un lugar de

cautiverio. Había entonces, que hacer un trabajo de espionaje espiritual y discernir

en dónde se encontraba ese lugar, para liberarlo de la esclavitud en la que se

encontraba.

– Y qué te dijeron Chelita, ¿lo van a ayudar?

– Me pidieron su nombre completo y yo sé que se llama Nemesio

Culquichicón, pero no conozco su apellido materno.

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– Pezuña

– ¿Pezuña? ¿No me estás jorobando?

– No, verdad, “Pezuña”, se apellida. Su mamá se llamó Emilaura Pezuña.

– ¿Y cómo el enemigo se le ha podido acercar? – dijo Graciela Marín, muy

seria.

– ¿Por qué? – preguntó inocente Bertha

– Porque con tremenda “pezuña” hasta el diablo se va a dormir a un Hotel

cuando anochece.

– No seas mala Chelita.

Ambas rieron de buena gana con la ocurrencia, que sirvió para matizar el

momento y sacarle esa punta mórbida y crucial que exhibía.

Cuando Graciela Marín llamó a los guerreros de Lima, Bellido se sorprendió

también del apellido materno de “El coyote”, pero igual ofreció ayudarlo. Antes

preguntó con cierta desconfianza:

– ¿Y tú lo conoces bien? Di la verdad, porque si no, nos metes en un gran

lío.

– Bueno, te voy a decir la verdad: a él no lo conozco. Incluso por sus

vecinos sé que se trata de un sujeto perverso. A la que sí conozco desde hace

quince años y sé que se trata de una persona extraordinariamente buena, es a su

esposa Berthita. Háganlo por ella.

– Está bien. No comenten a nadie que llegamos y cúbrannos en oración. A

las seis de la mañana, recójannos en la agencia de Expreso Sudamericano de San

Pedro de Lloc, para desde allí movilizarnos hacia el rio.

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Fernando Bellido, acostumbrado a esos menesteres, no supo por qué,

acabada la conversación, comenzó a sentir un ligero desvanecimiento. Los ojos se

le nublaron y alcanzó a ver unas figuras espectrales de formas terroríficas que se

le acercaban amenazantes, poniéndole en su mente que en caso viajaba, moriría.

Cuando le contó a Fernando Arce, lo que estaba experimentando, éste le contestó:

– Cancela ese ataque hermano. Tú sabes hacerlo. Estos fulanos, al parecer

son carnada fina y ya se enteraron que vamos a intervenir. Hay que cubrirnos y

también cubrir a nuestras familias, pues no te olvides que el rey de la mentira, es

muy vengativo.

Superado el percance, los dos Fernando llegaron a destino, en donde Bertha

Dioses y su marido lo esperaban. Apenas los vio, “El Coyote” sintió extrañamente

que le partían el alma: bufaba como un toro de lidia, ardía en fiebre y hablaba en

lenguas desconocidas con gestos de dramática agresividad, que pusieron en

apuros a los visitantes. De inmediato oraron por él y lo ungieron con aceite de

oliva, para cancelar la opresión que sentía, y que claramente procedía del averno.

Ya recuperado, se movilizaron hacia el cerro Chilco, en donde unos cuervos

rodearon el lugar que había sido elegido para ministrarlo. Las aguas del río

entonces comenzaron a mugir como ganadas por un dolor de parto que le salía de

adentro y hasta peces que normalmente debían transcurrir hacia el océano, se

salían del cauce como buscando la muerte.

Del interior del cerro, se escuchó como si alguien abriera un gigantesco

portón oxidado y decenas de enormes ratas presurosas y hambrientas, profiriendo

agudos chillidos, aparecieron en el lugar como si hubieran sido vomitadas por la

mole. Era el caos desatado. A las ratas las siguió igual número de cerdos salvajes y

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de “perros viringos” que comenzaron a aullar mirando el centro del río, en donde

un gigantesco remolino todo lo enguía y vomitaba a la vez, formando olas que

parecían marinas, que adquirían diversas tonalidades, – del rojo, pasaban al verde,

del verde al amarillo y del amarillo al azul - como si una luz cambiante del lecho

del río decidiera sus colores, o como si las aguas fueran evanescentes y estuvieran

siendo sometidas al rigor de una temperatura arbitraria definitivamente cambiante,

de una entidad – visible o invisible - que parecía manejarlo todo.

El espectáculo era terrible, y entonces Fernando Bellido, recomendó, que se

aprovisionaran en un área elevada, a la que posiblemente no podían acceder ni las

ratas, ni los cerdos ni los perros salvajes, y desde la cual podían mirar lo que

acontecía abajo, y evitar ser agredidos.

– Estamos ante un poder distinto a todo lo que hemos visto en nuestra vida

- alegó Arce.

“El coyote”, que según Bertha Dioses tenía el carácter más terrible del

Planeta, estaba impávido, pletórico de terror. – Qué mierda es eso, decía para si. Y

es que lo que sus ojos miraban no tenía antecedente y ni los muertos que se llevó

a la tumba, le dieron a su alma ese desgaste truculento, esa carga de culpa, que le

producía lo que estaba observando. Y por primera vez en su vida tuvo miedo.

No terminaba de explicar lo que sucedía, ni siquiera se acomodaba bien

sobre la piedra en la que pensaba sentarse para mirar lo que abajo acontecía,

cuando de repente un sonido hosco, al que le siguió una especie de rebuzno largo

y quejumbroso, los hizo volver su mirada hacia el centro del río, que daba la

impresión de tener una altura de más de tres metros de alto, y vieron que de las

aguas enturbiadas por la lluvia torrencial que había azotado el lugar, emergía un

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ser repugnante, de rasgos humanoides, barriga prominente, que tenía tres ojos

con unas larguísimas pestañas y negras ojeras, una cabellera ensortijada que

terminaba en volutas de acero que se chocaban entre si cuando avanzaba. No

tenía manos, sino garras y cuando salió a la orilla, para tragarse la cantidad de

peces que yacían sobre el vado, los cuatro pudieron ver que no tenía pies, sino

unas patas que parecían de gallo o de gallina.

– Vade retro Satanás, que el Señor te reprenda – dijo Bellido, lanzando

aceite de oliva, desde arriba, sobre el ser inmundo, que parecía haber brotado del

interior de la tierra.

El engendro del infierno, se percató entonces de la presencia humana.

Levantó la cabeza para mirar de dónde provenía la voz que había escuchado y

lanzó un rugido indescriptible. Cuantos todos creyeron que el final era inevitable;

que la bestia se lanzaría contra ellos para destrozarlos, el ser siniestro se volvió

tras sus propios pasos y atravesó el cerro del Chilco y se perdió en sus entrañas,

para no regresar.

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IX

DULCE ALGODÓN

El hombre va vestido con una camisa blanca, y llevaba colgado del cinto,

un cuerno que alguna vez estuvo en la cabeza de un bovino. Sudando pero

sonriente, empujaba un carrito de vivos colores. Apartó sus pensamientos que de

vez en cuando le resultaban tortuosos y finalmente se detuvo en una esquina.

Hizo sonar el cuerno y su sonoridad despertó la mente y la salivación de los

pequeños, que corrieron a pedir a sus madres una moneda para comprar el dulce

ofrecido por aquel sonido conocido.

Entonces Otoniel Bermejo sube sus mangas y saca del interior del carro

una cocinilla que el mismo había fabricado. Le echa combustible y luego bombea

aire a su interior. Cuando ve que la presión es apropiada, enciende y hace las

instalaciones pertinentes en el interior del carro, mientras pensaba para sí:

– Desde que caí al hueco, mi alma y mi cuerpo jamás han vuelto a ser como

antes. El arrepentimiento siempre llega justo. Ni antes ni después. De manera que

uno sufre desde ese mismo momento hasta la eternidad…

De repente, llegan varios niños que interrumpen sus pensamientos.

Conversa con ellos sobre el precio de su mercancía y les habla con todo el cariño

nacido de un ser humano que, aunque esos infantes nunca lo creerían, alguna vez

fue tan cruel.

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El interior del carrito, despierta la curiosidad de los chiquillos como si fuera

un sombrero de mago, del cual emergen nubes de dulce algodón. Colores y

sabores que hacen la felicidad completa de un pequeño y si a alguno no le

alcanza o no encuentra eco en casa, algún amigo compartirá el suyo, porque así es

la solidaridad que acuna la infancia.

El vendedor de algodones dulces, siente cierto por eso orgullo de contar con

tan grandiosos clientes. Se agacha un poco para manipular el pedal, se levanta,

alza su cuerno y nuevamente lo hace sonar con un júbilo casi celestial. Su sonrisa,

ciertamente, es amplia y verdadera.

Mientras mueve el pedal, responde las inquietudes de la chiquillería y les

echa uno que otro cuento… Toma un par de cucharadas de azúcar y mezclándolas

con un colorante rojo, las coloca en el interior. Adentro de su carro, el pie y la

fuerza centrífuga hacen la magia. De otro escondite saca unos palitos de álamo y

los coloca en una lata a un costado de su carruaje. Los niños miran ansiosos la

cubierta transparente, con tanta admiración, que unos ni siquiera desean pestañar

para no perderse el espectáculo.

Un trabajo sencillo, duro y honrado para un delincuente prontuariado y

rufián de rancia estirpe, que alguna vez, en un pasado lejano, fue también niño y

no lo olvida…

– Señor algodonero, yo quiero mi algodón rosado — reclamó una clientita.

– Ya va a salir la dulzura para sus ojitos y su boquita, mi niña.

– Caballero, yo quiero uno bien grande, así de este porte – dice un chico

carita de luna, abriendo sus brazos, como queriendo abarcar el mundo entero.

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– Y yo señor, también quiero ¡Señor, señor! que también sea tan inmenso

como él dice – replicó un tercero.

Su rostro ahora bonachón, se transparenta y deja ver todo lo que hay

dentro de él: su gran cariño por los niños de esa población. Quizá recuerde

aquellos años en que fue chico como cada uno de los que lo observan con avidez y

nerviosismo… Pero luego ya no quería recordar porque fue muy malo y un

sanguinario delincuente y criminal.

– ¡Que los niños no se vayan! ¡Que no me dejen solo! — caviló Otoniel

Bermejo al borde de las lágrimas. Cuando ellos se marchaban, volvían esos

pensamientos, que lo ponían al borde del dolor y de la angustia.

– Señor, a mí no me alcanza, mi mamá no me dio el dinero completo – dijo

con mucha pena un niño.

– Señor, mi papi no tiene trabajo, así que no le puedo comprar, otro día

que usted pase le compraré dos - anota otro.

El hombre los mira abriendo y cerrando los ojos, jugueteando, cuando abre

el derecho el izquierdo está cerrado y viceversa, finalmente alza ambos ojos al

cielo. ¿Cuál será el diálogo que realiza con Dios?...

– Miren, vamos a tener un secreto, otro día cuando pase, si se acuerdan me

traen el dinero ¿Les parece?

– De acuerdo, señor

– Pero no le pueden contar a nadie ¿Estamos?

– Sí, señor – le contestaron, fervorosos, al unísono.

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Toma dos algodones y entrega uno a cada niño. Éstos no saben qué decir,

sólo tienen sonrisas para pagar, así que sonríen y salen contentos a unirse al

grupo que sentados en una acera, disfrutan de sus golosinas.

El señor algodonero apaga su anafe, quita la correa del pedal, levanta su

rostro, mira a los niños, sonríe y comienza a empujar su carro. Toma su cuerno lo

acciona e inicia su retirada, dando gracias a Dios por su nueva oportunidad de

vivir. En otra esquina detiene su carrito, saca el cuerno y lo hace sonar con notas

que parecen aleluyas.

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X

LA LIBERACIÓN

Después de la experiencia vivida con ese ser de las tinieblas, que Fernando

Arce identificó como un sub Gobernador infernal, explicando que se había

materializado por la importancia que tenía “El Coyote” para el mundo demoníaco,

Bellido dijo:

– Bueno, el recreo terminó. Pongámonos a trabajar. Vamos, vamos.

– ¿El recreo terminó? Puta que éste está bien cojudo –dijo Culquichicón –

casi me muero del susto y nos sale diciendo que hemos estado de recreo.

Pero prefirió callar. No dijo nada. Era mejor. Los hechos vividos, habían sido

de tanto impacto emocional, que le quitaron las ganas de pronunciar palabra

alguna. Estaba estupefacto. Ni en los momentos más infaustos de su carrera

delincuencial, había generado tanta adrenalina, sentido tanto horror, tanto peligro.

La condición que Fernando Bellido le había puesto, para ministrarlo, era que

se arrepienta. La vieja escuela de criminalidad lo estaba prácticamente

destruyendo y convertía en candidato indefectible al averno. Y allí mismo,

caballero nomás, pidió perdón por sus pecados y los de sus padres, que por

ignorancia, lo entregaron al diablo y reconoció al Altísimo como su Dios.

Los guerreros entonces pudieron recién entrar a realizar un trabajo de

espionaje espiritual, para ubicar en qué lugar tenía el enemigo el inconsciente de

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Nemesio, y los pactos generados por los pecados de sus antepasados, que habían

generado maldición sobre “El Coyote”.

– El Señor me está llevando – aseguró Bellido en oración – a una zona

desértica en donde existe una montaña de arena, debajo de la cual puedo ver una

roca. Es la puerta de una entrada cuidada por un demonio con cara de leopardo.

Sobre ese territorio hay como una araña gigantesca transparente, que resguarda el

lugar. En la parte superior de la montaña, hay un cráter donde puedo distinguir

una mesa de pactos circular con algo parecido a sangre que hierve, custodiada por

uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete demonios. Allí se esconden los pactos. Hay

muchos huecos, como panales de abejas, estalactitas y estalagmitas con esencias

diversas. Cerca se ven demonios de brujería y hechicería y miles de arañas,

cucarachas y escarabajos que salen y entran del cuerpo de una bestia, que vigila el

lugar. El piso está lleno de fango. Cerca observo dos mesas de pactos de

hechicería y numerosas almas colgadas cabeza abajo como en carceletas. Una

mesa grande es de tormento, otra de sacrificios y una tercera contiene esencias

que guardan los pactos. Para llegar al segundo nivel, se tiene que bajar por una

escalera escondida entre las mesas, y sortear la presencia de dos demonios: uno

con forma de mono con cuernos y el otro de sapo. Ambos son gigantescos: emiten

un sonido que activa esencias y los demonios mimetizados en las paredes se

materializan para atormentar a las almas cautivas.

– Yo también veo – interrumpió Fernando Arce - que la entrada es curva y

muy grande. Tiene dos columnas que protegen dos mesas de pactos. El demonio

que habita ese ambiente es de perversión. Tiene forma de rinoceronte, pernas de

dragón, cuerpo de cocodrilo y aletas de tiburón en la espalda y una cola con la que

latiguea a las almas y remece las columnas. Hay muchos demonios alrededor y las

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almas son llevadas allí para ser atormentadas. Unas son mutiladas, descuartizadas,

otras flageladas y otras aplastadas. Es terrible lo que les pasa.

– Si tú miras bien – intervino Bellido – en medio de las columnas hay un

pasaje que lleva al nivel 3. En la mitad del camino hay una escalera. Un tipo de

ventilador gira y emite esencias. Es un guardián que al girar su cola hace las veces

de ventilador. Es como la cola de una rata. Es un demonio de idolatría. En el piso

hay como una cascada que expide esencias. El demonio se arrastra por el suelo y

rueda. Tiene un hocico muy grande como búfalo nariz chata, cuernos y ojos

negros profundos. Su bramido es muy fuerte y con el eco de su sonido atormenta

las almas. En el techo hay colgadas tres mesas de pactos rodeadas de estalactitas

y cerca, una piscina que se conecta con otra que intercambia almas en

sufrimiento.

– Mira por el costado – intervino Arce – hay una entrada para el cuarto

nivel. Sus peldaños son y no son. Desaparecen rápidamente de la vista, como un

espejismo. Una bestia que parece un alga marina gigantesca, emite esencias.

Parece un arbusto, pero es un guardián y una trampa para los que ingresan. Por el

centro hay una mole o pico que sale y entra. Guarda una mesa de pactos y tiene

infinidad de demonios de muerte y destrucción. Su guardián tiene forma de

momia, vendas que le cubren, del que emana esencias, al igual que una correa de

su espalda que carga una mochila, de la que salen almas atormentadas. En sus

manos tiene uñas como púas y anillos que le sirven para atormentar. Una entrada

baja al centro. Muchos demonios y bestias entran y salen por un pasaje muy

largo, y en un lugar semi-redondo, hay una mesa de pactos y muchas almas

colgadas con cadenas en las paredes. Cuatro demonios protegen las mesas de

pactos que se cierran y se abren misteriosamente. Hay bestias amorfas

gigantescas: un puerco espín con cola grande, una bestia redonda con tentáculos

y cuernos con ojos. Un sub Gobernador de idolatría, extremadamente gordo, con

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cara de chancho y grandes colmillos, guarda el lugar. Tiene tres ojos. También veo

un Sub Gobernador de perversión, que parece una pantera con tentáculos; un Sub

Gobernador de muerte y destrucción, vestido de monje, con cuernos en su cabeza

y un látigo negro en sus manos y un Sub Gobernador de hechicería, vestido como

Virrey, ojos de serpiente y una cobra con colmillos gigantes, que también guardan

el lugar y los pactos. Por el lado derecho, hay un pasaje que conduce al territorio

del Gobernador, un sujeto que posee tres rostros que miran hacia todos los lados:

uno cara de serpiente, el otro cara de jabalí y el tercero cara de lobo. El pasadizo

está cubierto con esencias gelatinosas y fétidas que desintegran a todo el que

entra sin autorización. Muchos demonios cuidan su trono. Es muy poderoso. Dos

bestias custodian los alrededores. Son como perros de dos cabezas, mutantes.

Tienen pactos en sus collares. En ese lugar de cautiverio hay 1807 almas. Una de

ellas es de Nemesio.

– ¿Mía? – preguntó “El Coyote”, sorprendido

– Pero ¡¿Eso es posible?! ¿Puede estar aquí y allá al mismo tiempo? –

indagó Bertha, temblando como una hoja en el otoño.

– Con él, aquí y ahora, está su alma consciente; pero en ese otro lugar de

cautiverio, su alma inconsciente – afirmó el guerrero.

– Pero ¿Cuál es la razón?¿Desde cuándo estoy allí?

– Desde que tu madre de niño, te ofreció, por insistencia de tu padre, a los

demonios, y les dio derecho sobre tu alma.

– Puta que me jodieron ¿no?

– No se si “puta” o si como dices “te jodieron” – expresó Bellido, sonriendo

ante la forma de expresarse de “El Coyote” -, pero si, convengo que sin querer, o

queriendo, te hicieron un daño enorme. Más alégrate, porque Dios ha venido a tu

vida para salvarte.

– ¿Cómo lo hará? – preguntó Culquichicón sumamente emocionado.

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Los guerreros de conquista, no le contestaron. Pero allí estaba la frase

inmortal de Isaías, rompiendo las rendijas:

“¿Se gloriará el hacha contra el que con ella corta?¿Se ensoberbecerá la

sierra contra el que la mueve?¡Cómo si el báculo levantase al que lo levanta; como

si levantase la vara al que no es leño!”

“El Coyote” se daría cuenta de lo que iba a ocurrir. Fernando Bellido y

Fernando Arce, pidieron a Dios, que les dé dones de invisibilidad e

imperceptibilidad y que haga cesar y abata la arrogancia de los demonios; y que

habiendo ubicado el lugar de cautiverio, envíe ángeles de guerra para destruir a

sus guardianes y los pactos escondidos.

“Disputa oh Jehová, con los que contra nosotros contienden;/ Pelea contra

los que nos combaten./ Echa mano al escudo y al pavés,/ y levántate en nuestra

ayuda./ Saca la lanza, cierra contra nuestros perseguidores;/ di a nuestra alma: Yo

soy tu salvación./ Sean avergonzados y confundidos los que buscan nuestra vida; /

Sean vueltos atrás y avergonzados los que nuestro mal intentan./ Sean como el

tamo delante del viento,/ Y el ángel de Jehová los acose./ Sea su camino

tenebroso y resbaladizo,/ Y el ángel de Jehová los persiga”

No habían terminado de hablar, cuando se estremecieron los cielos y la

tierra pareció moverse de su lugar, en la indignación del Dios de los ejércitos, y

miles de ángeles alados, feroces y destructivos, montados en poderosos caballos

gigantescos, que escupían fuego por sus fosas nasales, causando estruendo de

multitud, como de mucho pueblo, estruendo de ruido de reinos, de naciones

reunidas, irrumpieron de parte del Altísimo, en el lugar de cautiverio, y con

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 51

espadas que despedían esencias, liberaron - poniéndolas a buen recaudo - a

miles de almas cautivas, incluyendo la de Nemesio. Luego quemaron y

destrozaron el reducto del enemigo. Los demonios, se llenaron de terror y sintieron

dolores como mujer de parto; se asombraron mirándose entre sí y desconcertados,

huyeron sin ofrecer resistencia, dejando abandonadas las mesas de pactos, que los

emisarios del Cielo, hicieron añicos. Y es que estaba escrito:

“Porque la maldad se encendió como fuego, cardos y espinos devorará; y se

encenderá en lo espeso del bosque, y serán alzados como remolinos de humo”

Cuando los ángeles leyeron el Edicto de Victoria emitido por Dios, y

pusieron un manto sobre el lugar para que nunca más el enemigo lo tome, el alma

inconsciente de Nemesio se fusionó con su par consciente, y los demonios que

habían tomado su vida, salieron vomitados de su cuerpo y fueron echados al

abismo. Igual pasó con los que se habían posesionado en el vientre de Bertha

Dioses, que lloró agradecida.

“Nunca más será habitada, ni se morará en ella de generación en

generación, ni levantará allí tienda nadie, ni pastores tendrán allí majada; sino que

dormirán allí las fieras del desierto, y sus casas se llenarán de hurones; allí

habitarán avestruces, y allí saltarán las cabras salvajes; en sus casas aullarán

hienas, y chacales en sus casas de deleite”

– Ahora sí me vas a dar un hijo – le ordenó la mujer. Y un Nemesio

transformado, nuevo, enternecido, le prometió:

– Los hijos que tú quieras.

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Los guerreros de conquista, regresaron ese mismo día a Lima, complacidos,

pero antes, fueron testigos, después de la liberación de Nemesio, cómo demonios

de formas grotescas, mimetizados en las rocas, se materializaban y cobraban vida,

e ingresaban con estruendo a la mole del Chilco, que inmediatamente se tragó la

carga recibida. Y quedaron, como diría el Profeta:

“Como si nunca hubieran sido plantados, como si nunca hubieran sido

sembrados, como si nunca su tronco hubiera tenido raíz en la tierra; tan pronto

como sopla en ellos se secan, y el torbellino los lleva como hojarasca”

Bertha Dioses, creyó esa misma noche que su marido estaría sufriendo por

su forma de actuar, una enfermedad parecida a la ninfomanía. Pero no le molestó,

ni preocupó. Al contrario, se sintió inmensamente satisfecha. Y pensó, que valió la

pena haber vivido.

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La noche del coyote Carlos Garrido Chalén / Milagros Hernández Chiliberti 53

CONTENIDO

I El río misterioso

II Bertilda Rentería

III Bertha Dioses

IV El encanto

V El resucitado

VI El fantasma

VII Otoniel Bermejo

VIII El monstruo del río

IX Dulce algodón

X La liberación