novela risa

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Revolución Intelectual Sin Armas es el movimiento social sobre el que está construida esta novela.

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Colección Morada al Sur- Novela

1

Edilson Silva Liévano

(El Peñón, Colombia.

1973)

Estudió Artes Escénicas,

Filosofía y Letras, Maestría en

Literatura Hispanoamericana.

En la actualidad se desempeña

como profesor universitario.

Cuenta con tres obras: Los

cuentos de palabreros (2007)

(cuento infantil), Cuentos de

batallas y escapes (2008)

(cuento), y ahora, finalmente

entrega un novela que había

prometido hacía tiempo: RISA

(2009).

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Título: Risa Autor: Edilson Silva Liévano Editorial: www.sumasaberes.com Colombia, Bogotá, 2009 ISBN: 9789588643007 Ilustración portada: Andrés Rey Esta producción cuenta con los derechos de autor aprobados por el Ministerio de Comunicaciones. La reproducción parcial sólo está autorizada por su escritor, con fines académicos.

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A Miguel Arturo y Visitación, hombres libres.

“Luego, volvió a dedicarse de nuevo a su gran problema,

se preguntó por qué con tanta facilidad tenemos la

detestable costumbre de ser infelices”.

VILA MATAS, El viaje vertical.

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NOVELARSE, VOLVERSE PALABRAS

He venido caminando por la carrera séptima. Es viernes de

septimazo, la gente saca a la venta los cachivaches viejos

y arma un mercado de pulgas que va hasta la calle

diecinueve. Uno tropieza con un show de raperos, lo mismo

que con una doble de Celia Cruz interpretando Te busco,

mejor que la propia Cruz. Me gusta esa forma desesperada

de la mujer desconocida, parece más real; se me pega la

melodía...”te busco perdida entre sueños, el ruido de la

gente te envuelven en un velo…te busco volando en el

cielo, el viento te ha llevado como un pañuelo viejo… y no

hago más que rebuscar paisajes conocidos en lugares tan

extraños, que no puedo dar contigo”. De pronto una chica

de gafas oscuras y el rostro cubierto con un fullar choca

conmigo. Es extraño – pienso - que aquí los talibanes le

ordenen llevar su rostro así. Me gusta imaginar cosas

tontas y ridículas, por ejemplo, esa mujer planea un

homicidio, quizá un crimen pasional, o no, mejor un crimen

político, un secuestro; no, ya sé, simplemente es alérgica a

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los ácaros que saturan el aire con tanta cosa vieja tirada en

la calle, no lo resiste. Pero qué cosas pienso, si la chica de

gafas es sencillamente una linda ascensorista que ha

pasado el día subiendo y bajando metida entre ese vetusto

aparato, soportando los chistes verdes que hacen los

joyeros del piso alto, que a veces se le acercan demasiado

y fingiendo apretura, rozan sus vergas erectas contra sus

muslos nutridos; ella trata de rechazarlos. Quizá hoy,

después de meses en el ascensor, va caminando de prisa

para no perder una cita en un lugar secreto con un chico

diez años menor que ella.

Qué se sabe del mundo, es así simplemente, se va y se

viene. Y ahí están de nuevo esos fastidiosos mimos que la

otra vez me imitaron y yo los espanté con mi paraguas,

pero ellos más ágiles o más acostumbrados a leer las

respuestas de los transeúntes, adivinaron mi gesto de

sombrillazo y lo hicieron primero que yo. Así que he

terminado como el mimo de los mimos, mejor que no me

reconozcan. Vaya canallada, me han hecho trizas entre los

aplausos y las risas de la gente, yo también les he sonreído

malhumorado, sólo para disimular.

Si tan solo alguno de ellos quisiera venir a novelarse, a

volverse palabras. Me detengo para ver un espectáculo de

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tango en la Plaza Santander. Esa chica tiene piernas de

jirafa, me gustaría que mis manos fueran las del bailarín

para acariciar sus muslos apretados entre esas medias de

malla; acercar mi boca tanto como la de él, llevarla en un

dos por cuatro rítmico, cadencioso, peligroso, dominarla,

doblegarla, respirar su perfume. Si me acercara y le dijera,

<<oye, cuéntame tu vida para ponerla en una novela>>,

seguro me tomaría por loco, sólo a un tipo así se le

ocurriría tal empresa.

Estoy frente al edificio republicano que antes fue sede del

diario El Tiempo y ahora es un canal de televisión, pero en

el sótano uno puede conseguir las ediciones pasadas del

periódico. Esta calle, la avenida Jiménez, está plagada de

sótanos y pasadizos secretos. Antaño, por los ochenta,

aquí funcionó una escuela de arte dramático, pero ahora

las instalaciones sufren el drama de podrirse por la

humedad. El anciano que atiende me mira con agrado,

como si fuera yo una lotería que acaba de ganarse.

─ ¿Y en qué se le puede servir al joven?

─ Quisiera la edición de enero de 2004 ─ le digo, mientras

trato de soportar el olor a moho; de pronto yo mismo tengo

la sensación de haberme vuelto viejo, de ser el anciano.

Ahí arriba, justo encima de donde estoy, frente a lo que

ahora es un Mc Donalds, mataron a Jorge Eliécer Gaitán,

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en el 48, claro, vaya tiempo de mierda. La algarabía del

septimazo me parece la misma del bogotazo. Imagino que

la ciudad se está incendiando y, la verdad, creo, harían

bien en volver a meterle fuego, con tanto idiota adentro,

con esa vastedad de pusilánimes… Que pase algo, que

algo suceda, que algún novelado se decida a llamar.

─ Aquí está joven, ¿busca algo especial?

─ Sí, los clasificados.

─ Y de RISA, ¿no va a llevar nada?

─ ¿Qué es eso de risa? No, claro que no.

─ La gaceta, usted sabrá…

─ No. No sé, ¿la edita El Tiempo?

─ No, es que pensé que seguramente usted era uno de

esos chicos que a veces viene a buscar la gaceta, pero no,

no, no hay. Aquí no la vendemos.

Voy subiendo las escalinatas y afuera la ciudad vuelve a la

normalidad, mientras tanto abro los clasificados. Ahí está el

anuncio: <<Cuénteme su vida para ponerla en una

novela>>. Me río, me dan ganas de reírme de mí mismo.

No sé por qué dejé tanto tiempo sin leer algo por lo que

pagué mucho dinero. Pero ahí está la evidencia de una

oportunidad abriéndose al mundo. Quiero ponerlo en

grande, anunciarlo en Internet, gritarlo. Ahora el periódico

se ha puesto amarillento, eso pasa siempre con el papel

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del diario, las páginas se ponen descoloridas, la tinta se

corre, las hojas se desparraman en cualquier basurero.

La gaceta Risa, qué idiotez ha dicho ese viejo. Bueno, un

día de estos paso y se la compro. Seguro el viejo la vende,

pero al final le ha dado por hacerse el pelotudo: <<No, no,

no hay, aquí no la vendemos>>.

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Desde hace dos meses no escribo una sola línea, nada en

mi cabeza. Abril ha llegado diluvial. Aquí, adentro, metido

entre cuatro paredes, me dan ganas de tirarme por la

ventana. Salvo un documental que pasan por la televisión

sobre el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, no hay nada

más que ver. En los comerciales hago la ronda del zaping,

pero se me hace insoportable tanta basura. Vuelvo al

documental. Me pregunto qué habrá pasado por la mente

del homicida minutos antes de sacar su revólver S. W. y

dispararle al hombre amado por todos, bueno, menos por

ellos, los que lo mataron. A falta de novelados me dan

ganas de abandonar el proyecto, de hacer una novela

histórica que inicie con un grito despavorido que se repite

incesante: ¡Mataron a Gaitán! Me emociona recorrer esa

página de la historia. Enciendo un cigarrillo y pienso que la

muerte de un hombre resume la de todos, pero me

interesan los novelados, no los muertos.

Me pregunto por qué la gente puede morirse, irse, correrse,

venirse, idiotizarse, ir a la peluquería a peinarse, pero no

tiene la sana costumbre de novelarse. No tengo nada más

que hacer, es muy tarde para leer, mañana será un día

glorioso, estreno una obra de Shakespeare en el Liceo

Francés; estoy un poco fuera de mí, incluso me había

hecho olvidar la idea de la novela. El teléfono suena, debe

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ser alguien para ultimar algún detalle del estreno, pero no,

es una voz que mi registro auditivo no recuerda.

<<Señor>>, dice, <<Me interesa contar mi vida en su

novela>. Luego hace una pausa y me interroga: << ¿Es

usted el escritor que puso el aviso en el clasificado ?>>. Sí.

Soy yo, le contesto.

─ Dígame, ¿podríamos vernos en tres días? ─ le digo

tratando de cuadrar mi agenda que, aunque mediocre,

tiene algunos compromisos.

─ Sí, sí señor. No hay ningún problema, en tres días está

bien

─ Haber, entonces aquí escribo, cita para novelado el día

jueves, y con quién tengo el gusto de hablar…

─ Me llamo Futuro Jorge Eliécer.

─ ¿Cómo dice?

─ Que me llamo Futuro Jorge Eliécer.

─ Sí, sí, es que no escuchaba, llueve muy fuerte ─ le

contesto tratando de disimular mi sorpresa.

Estoy sentado en el sillón de la sala con la cara a dos

manos y trato de contener la risa, aunque más bien es un

estado de confusión, llamarme justo ahora, con tremendo

nombre, a estas horas, cuando llueve, son casi las once,

¿Futuro Jorge Eliécer? No sé qué pensar, era chico, lo sé,

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su voz es la de un adolescente, seguro que no es en serio.

Así que alguien trata de pulsarme haber para ver si las

tengo bien puestas. Han pasado quince minutos y sigo

sentado en el sofá, aunque ahora tengo la sensación de

escuchar el eco de las voces que llega desde la calle,

¡Mataron a Futuro Jorge Eliécer! Un momento, pero, ¿por

qué no gritan "mataron a Gaitán" sino a Futuro Jorge

Eliécer? Es imposible, ahora hasta creo que Futuro Jorge

Eliécer con eso de llamarse Futuro no existe, que es solo

un fantasma que recorre las calles de la zona histórica,

haciendo bromas a incautos escritores como yo, delatando

a los culpables.

El jueves inicia glorioso, ya veo la escena: Futuro entra por

la puerta, decidido a narrarse. He dispuesto un mp3 para

grabar su voz. El citófono ronronea, el portero me avisa su

llegada, yo lo hago pasar:

<<Como ya le dije, señor, siempre era mi costumbre, eso

es algo que realmente yo hago desde pequeño, como en

ese pueblo no había, y si llegaban diez periódicos no

llegaban más, el que leía el alcalde, el cura, el médico,

algunos profesores y cuando ya los habían leído se los

vendían a don Pedro como usados y don Pedro los

destinaba para envolver las cosas de la tienda. Entonces

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cuando mi papá llegaba a casa con el mercado,

coleccionaba los pedazos de periódico y me ponía a leer

noticias atrasadas, las carteleras de cine, clasificados, lo

que fuera, y esas eran mis lecturas de la semana. A veces

como no sabía de cuándo eran, y a la profesora de sociales

le daba por preguntar, qué pasó esta semana, yo le decía

noticias de años anteriores o semanas atrás. Por ejemplo,

una vez le dije, profesora, esta semana pasó que mataron

al humorista Jaime Garzón, y entonces ella me dijo: <<No

hombre a ese lo mataron hace años, debe ser que lo están

celebrando, pero ya lo mataron>>. Un día me puse a mirar

los clasificados, a falta de no haber más, y vi un anuncio

pequeñito que decía: “Cuénteme su vida para ponerla en

una novela”. Yo me quedé muy intrigado y al día siguiente

busqué a la profesora de sociales, eso fue como ocho

meses antes de que también la mataran, y entonces ella

me dijo: “Vea pues, curioso, pero tenga cuidado no „vay‟

sea un maniático sexual que quiere atraer a jovencitos

como usted, para ya sabe qué, mijito, si quiere yo lo

acompaño y lo llamamos”. Pero no sucedió, el recorte se

me perdió, y de eso han pasado como tres años, hasta

ahora que he ido al Sótano de la Jiménez a revisar los

periódicos de esas fechas y vea, finalmente lo he vuelto a

encontrar>>.

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Los días son cada vez mejores, el clima mejora, la vida se

alegra en compañía de Futuro. Hemos acordado una

estrategia para novelarse. Futuro escribe en la mañana y

en la tarde leemos, discutimos y analizamos los momentos

novelables, no todo los días, dos o tres por semana,

porque luego Futuro se marcha a unas reuniones de las

que aún no sé nada. Hoy se ha marchado malhumorado,

hasta ha estado a punto de quitarse sus gafas oscuras, le

he dicho que para un novelista los retratos son importantes,

una figura en el arte de describir, pero él se niega a

dejarme ver sus ojos. Algo debe pasarle detrás de esas

gafas empotradas en la cara, pero ya habrá tiempo. Me

siento mal porque le he dicho que trate de encontrar otra

manera de decir las cosas. Soy un idiota, lo sé, se supone

que el novelista soy yo.

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EL MUNDO NO ES TAN SERIO

Creo que las cosas no funcionan bien, no como yo creía

que iban a funcionar, es que lo novelable de Futuro es

demasiado gris y su realismo aplastante me consume en

una atmósfera de moscas rondando cadáveres. Su forma

de relatarse me produce miedo, empiezo a sentirme

observado por ese chico de apariencia inofensiva, casi

angelical, me siento como un conejo ante un perro de caza.

Sigue diluviando sobre Bogotá, ahora se inundan las calles

y con los arroyos que se forman es imposible pasar de una

acera a la otra. Hoy quiero volver a casa y encontrar que

Futuro se ha marchado. Empiezo a desear un día soleado,

lleno de algarabía de niños de escuela y de perros

retozando en el parque

Futuro me ha dejado una nota sobre el escritorio que dice:

<<Señor, usted me ha pedido que le dé un giro a mi

historia, no puedo. El pasado sucedió así, es

inquebrantable. Es más, hasta me atrevo a pensar que

toda la vida ya sucedió, que vivimos en diferido, que

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estamos actuando un libreto. Futuro>>. Lo he leído

tratando de encontrar algún sobresalto en su idea

obstinada de narrarlo todo literalmente, sin ficción, pero no,

Futuro se empeña en mantenerse leal y fiel a su historia.

Hoy me ha hablado de unos amigos suyos que estarían

dispuestos a contar su relato. Me parece extraño, él mismo

no parece muy contento con el proceso, sin embargo

insiste en que con ellos voy a descubrir que el mundo no es

tan serio, tan serio como él lo ve. <<A lo mejor lo que nos

falta es un poco de risa, ellos parecen felices, aunque no lo

sean, y se saben reír>>. Ha dicho mientras espera que

cese la lluvia para irse con ellos.

Futuro se ha sentado en la ventana que da a la calle, ha

resuelto lanzar su historia, va rasgando las hojas que ha

escrito esta mañana, intenta leer algo, mueve los labios,

luego arruga el manuscrito y lo lanza. Me mira desafiante

sin que yo pueda decir algo. Lamento la pérdida de esa

historia que no alcancé a leer. Creo que me está

manipulando, entonces mejor prendo la cafetera, quiero

ocupar mi tiempo en hacerlo, ignorarlo también, aunque me

resulte insoportable. Con el fuego de la estufa y la lluvia de

afuera los vidrios del estudio se empañan, de vez en

cuando miro hacia la ventana para constatar que Futuro

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sigue ahí. Sí, sigue ahí, haciendo bolitas de papel, auque

ahora mastica también, creo que se está tragando las

hojas, ahora sí empiezo a preocuparme. Mejor tratar de

sacarlo de sus pensamientos, entonces la cafetera pita.

Voy y preparo dos cafés: ¿Con o sin azúcar?, le digo. ¿Con

o sin azúcar, joven?

─ Con azúcar ─ me contesta con una voz fuerte, bronca y

ronca, como una puerta que se estrella.

─ Pero toda esta pesadez sólo porque he pedido que le de

un giro a su historia.

─ Me estás jodiendo, déjame en paz.

Toma el café de forma despaciosa y en silencio

─ Me tengo que ir, vamos a grabar unas escenas en la

noche. Toma, quedó esto.

Futuro se marcha y siento el impulso de apoderarme de lo

poco que ha dejado, una hoja. Siento que no soy más que

eso, un buitre de sus despojos.

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LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE FUTURO

No sabemos quién tiene el poder, pero sí quién no lo tiene,

lo digo porque cuando inicié el proyecto creía que un

escritor es el amo poderoso, el demiurgo estético de los

mundos posibles, después comprendí que sin los otros, los

personajes reales, no era más que un pobre Diablo.

<<El oficial revisa la manada de jóvenes que ha bajado de

la sierra. Nos tiene ahí hace más de dos horas,

desesperándonos bajo el sol picante. El sudor nos va

empapando la camisa, las gotas de sudor bajan por mi

frente. El oficial va y viene fijando su mirada desde arriba

sobre nosotros, con morbo, haciéndonos sentir

empequeñecidos. Es más alto, como de dos metros, los

otros, nosotros, los de la manada, chaparros, algunos con

una barbita dispersa por la cara. Los ojos tristes esperando

la hora, no se sabe de qué, pero esperando, esperando,

esperando como vacas en el matadero. El oficial vuelve a

contarnos: “ Doscientos veinticuatro, me faltan setenta y

seis para completar los trescientos”, le dice a un suboficial.

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No hablamos entre nosotros, sólo nos miramos con

tristeza. En últimas todos sabemos muy bien lo que nos

espera. Hemos caído en la redada y ahora cualquier

posibilidad de escape nos parece imposible. Los otros

soldados, los que acompañan al oficial nos rodean, nos

apuntan con los G-3 que sobraron de la II Guerra Mundial.

La manada, nosotros los de la manada, escuchamos la

respiración que sale pesada como arrastrando algo, no se

sabe qué, pero algo como dolor, miseria, angustia, afán,

repugnancia.

De pronto veo que llega otro camión lleno de hombres, los

traen de las Comas. El oficial se pone feliz, va a completar

el pedido. Los meten entre nosotros, nos ordena según la

estatura. Yo no miro a nadie, no me muevo, no pienso

nada, trato de ver otras imágenes. Pienso en mí madre que

está cruzando el río Amarillo, pero yo estoy de este lado del

río Negro. Dejo rodar una película que por momentos

parece velada, con fotografías quemadas a quemarropa,

destellos luminosos que no me dejan ver mi infancia.

El oficial vuelve a pasar atragantado con una porción de

pan-de-bono que ha comprado en la tienda de la esquina.

Camina dando círculos alrededor mío, creo que se imagina

cómo me veré sin él, me pone la mano en el mentón y lo

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levanta para obligarme a mirarlo, siento que me besa con

sus labios ásperos, no lo hace, pero yo puedo sentirlo

saciando su deseo en los míos. Alguien suplica que lo deje

ir, pero es inoficioso, más rápido los otros militares, los

armados, lo meten en el camión. El oficial dirige su mirada

nuevamente sobre mí, entonces su respiración se agita y

tiene la brillante idea de hacernos una prueba de hombría

para el glorioso ejército. Al oficial acaba de ocurrírsele otra

idea magistral. Hacer que nos bajemos los pantalones.

Dejarnos en bola a plena luz del día, en plena calle, sin

más ni más.

Pantalones abajo, pelotas al aire, el oficial disfruta

saboreando una especie de caviar de gónadas masculinas.

De pronto siento que debo hacerlo, sin previo aviso,

entonces elevo mi dedo índice hacia el ojo, no sé si puedan

imaginar el sonido, algo así como “puac”. ¿Pueden

reproducirlo? Si lo intentan van a lograrlo. Se unen los

labios y se deja escapar un aliento sutil. Si hay demasiado

aire en los pulmones, saldrá un sonido disperso. Se trata

de un ejercicio de economía que debe hacerse casi sin

aire, sin mayor pretensión. Es necesario que la sonoridad

de las vocales quede comprimida entre esos dos sonidos.

En fin, el ejercicio resulta interesante, es sólo un juego, he

visto a niños hacer todo tipo de sonidos, por ejemplo de la

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lluvia, del aire, del mar, de los pedos. No es nada

difícil.¡¡Puac!! es el sonido de mi ojo saliendo de su órbita.

El ojo cuelga aún con visión borrosa mirando hacia la tierra.

El oficial que tiene mis pelotas en sus manos queda

salpicado en la coronilla con la sangre que sale de la

cuenca. <<¡Hijo de puta!¡ Cabrón de mierda!¡ Loco

desquiciado! ¡Bazofia humana! ¡En las filas de la patria no

se aceptan locos!>>, me grita con una voz aflautada y

furiosa. Para darle la razón tomo lo que queda mi ojo y lo

extirpo, como quién extermina una cucaracha, entonces el

oficial me derriba de un puño que da justo en el otro ojo,

saca su verga y orina sobre mi cara. Rojo-barro- barro-rojo

bajo un sol suplicante. Voy quedando ciego mientras la

manada es empujada al camión de los hombres cuerdos, y

ya no puedo verlos, desaparecen en el umbral de mi dolor.

Vuelvo caminando por la Línea, que es la carretera que

conduce de las Comas al Punto, veo todo borroso por los

golpes y el dolor que no me abandona ni un instante,

arriba, después del río Negro está el Punto, y allí me

desplomo entre los brazos de mi madre…Entonces ella

llora inconsolable, me da besos, y mi padre que ha llegado

de arrear ganado en la finca de las Comas, me acaricia la

cabeza mientras dice: ¡Qué valiente, indio, qué valiente!

Luego, como movido por una ira interna lo escucho

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desbaratar el tablado de la sala, con su hacha hace saltar

las astillas, una que otra le da en la cara, saca sus

escopeta, una vieja cazadora de cápsula No. 16, apunta

por la ventana, dispara un cartucho, luego otro, otro, otro,

otro, otro y así durante dos horas hasta que el peltrecho se

agota, se lanza sudoroso sobre la silla de mimbre,

enciende un tabaco y se queda pensativo. Hemos dejado

de llorar. A veces he pensado que mi padre se habría

enfrentado a la fuerza pública con tal de liberarme, que

incluso me habría disparado para no entregarme a la

guerra, y que ese día cuando llegó de las Comas corriendo

a buscar su escopeta, pensaba que yo había caído en la

redada, y entonces venía por su escopeta para organizar

un asalto al camión y liberarnos a todos, pero así eran las

redadas, llegaban cuando menos se esperaban y luego se

iban levantando polvo, estremeciendo la tierra >>.

El relato de Futuro se apodera de mí mientras duermo, soy

yo quién extirpa el ojo, luego estoy sobre un espejo de

agua que se va salpicando y se tiñe de rojo, un gran mar

rojo donde se crían langostas. A veces me veo frente a una

cámara fotográfica e intento sonreír para ella, pero ahí

donde no está mi ojo sólo queda un punto, una especie de

piel contraída, un puño cerrado, furioso, diminuto, pero

gigante, y la risa nunca me sale, siempre se malogra en el

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intento.

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EL PUNTO

Más de tres semanas y no he vuelto a tener noticia de

Futuro, ¿ha escapado de la idea de novelarse o ha

encontrado un narrador de verdad? El Punto, busco

afanosamente en el mapa dónde queda El Punto, pero no

hay un solo lugar registrado con ese nombre. Entonces es

algo inexistente, quizá como su nombre. En la tarde recibo

una llamada, Futuro me dice que estará en un bar,

Theatron, acompañando un amigo suyo que se despide de

la escena bogotana, <<se va a Madrid>>

Entro a Theatrón, un bar muy famoso en Chapigay que es

como comienza a llamarse esta zona de Bogotá donde se

agrupan todos los guetos de hombres que han emigrado de

sus pretensiones de machos reproductores, pero que a su

vez se han visto obligados a recluirse entre los muros

nocturnos de la ciudad para ser libres, así sea por cuatro

horas.

Pago vente mil devaluados pesos, el pase a la libertad.

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Futuro está sentado en la barra mientras su amiga hace un

show, me ha dicho que es un amigo, pero yo veo a Mónica

Naranjo en persona interpretando Sobreviviré. Me siento a

su lado y me pongo a observar el espectáculo. Ella ha

dispuesto una silla sobre el escenario, pero nunca la usa,

es como si en ella alguien invisible le sirviera de

motivación. “Tengo el ansia de la juventud / tengo miedo, lo

mismo que tú / y cada amanecer me derrumbo al ver la

puta realidad / no hay en el mundo, no/ nadie más frágil

que yo.” Hace la pantomima de cantar, Futuro se ríe, le cae

en gracia esa mujer y cuando el espectáculo termina ella

camina hacia nosotros con el taconeo pausado de una

putuela que quiere devorarnos con su sensualidad. Saluda

a Futuro con un beso en la mejilla.

─ Voy al camerino a desmaquillarme y luego nos vamos

querido. Esto se acabó ─ le dice Mónica a Futuro. Es una

mujer menuda y envuelta en una humedad tal que

desplaza el maquillaje. No entiendo lo que pasa con esa

mujer tan sola.

─ ¿Quién es esa mujer? ─ le digo a Futuro.

─ No es mujer, es hombre, se llama Ram.

─ ¿Por qué canta con esa silla vacía en el escenario?

─ Dice que es un homenaje a su hermano, que será mejor

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irse acostumbrando a estar sin él, ella es así, muy fatalista.

─ Hermano, ¿cuál hermano? ¿Está muerto?

─No, no está muerto, pero como si lo estuviera, se llama

Yiyo, el coordinador de RISA.

─ ¿Risa?, ¿qué mierda de risa es eso? Es la segunda vez

que alguien lo menciona

─ Averígüelo, nosotros tenemos que irnos. De paso, lo he

llamado para decirle que no pienso volver a novelarme, no

con usted.

─ ¿Pero qué pasa? ¿No le gusta mi trabajo?

─ ¿Trabajo? Pero qué trabajo puede ser transcribir lo que

nosotros decimos. Creo que de ahora en adelante tendrá

que hacer el trabajo por su cuenta. De paso, también

quería decirle que el ochenta por ciento de los que decimos

es producto de nuestra imaginación, una especie de deseo,

una apuesta porque suceda realmente. No se lo crea,

idiota.

Me quedo parado en la puerta del bar atragantado con algo

que hubiera podido decir, sin saber qué. Futuro y Mónica

se pierden entre calles aceitosas. Es tarde, la ciudad

duerme, pero las rondas nocturnas de homosexuales

empiezan a emerger por todas partes y van llegando a su

nido, han estado dispersos durante el día, trabajando;

ahora regresan, se agrupan, se huelen unos a otros, se

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chupan, se magrean, hablan y se inventan romances

mientras caminan cogidos de la mano todo el tiempo,

caminando de un piso a otro dentro de las discotecas. Se

sienten hermosos, únicos, llevan sus mejores trajes, quizá

el único que tienen para lucir, pero ahí lo traen puesto. La

noche disimula sus años, las luces sus cicatrices, el licor la

tristeza. Theatron los pone en un escenario donde el

mundo es pequeñito, diminuto, olvidado, son tan felices.

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ABORTAR UNA HISTORIA

Cuando colgó el teléfono que concertaba nuestra cita y aún

eran insospechados los riesgos que un novelado podía

llegar a correr, Marina pensó: <<Hoy es un gran día; han

prometido que van a ponerme en una novela; finalmente

alguien va a vengarme de ese maldito lobo marino; gringo

hijueputa, te llegó la hora; cómo he esperado tanto este

momento>>. Luego, en su alboroto, entró al baño, vistió

una bata azul traída de la india y de salida tropezó con un

directorio tirado en el piso.

La mujer venía caminando por la calle del Abad. La placa

de mármol puesta en la pared, la que daba a la línea

vertical así lo indicaba, pero del otro lado, sobre la línea

horizontal que completaba el plano, había otra placa que le

daba el nombre de Calle de los Avatares. En tiempos

pasados el prelado había sostenido una dura contienda

contra la concupiscencia, pero más porque los borrachos le

orinaban la Abadía. Me lo dijo Ilda, parada sobre la acera

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de los Avatares. ¿Ves esta mancha roja en la pared? Es de

la Tránsito que la degollaron la semana pasada. Luego me

llevaría a mirar otras manchas esparcidas por el piso y

cubiertas por el polvo. Dando la vuelta por donde ahora

quedaba una escuela de arte dramático se llega al punto

donde gira la historia de Marina.

Marina venía caminando entre mujeres estrambóticas que

la miraban con envidia. Se les dio por pensar que esa

mujer de cuerpo esbelto se metería de puta como ellas,

<<a chupar frío y a mamársela a los borrachos>>, que es

como define Ilda su oficio. Pero la aparición de Marina se

debía a una cita con un fotógrafo que tenía la oficina en la

zona. Iba a dar el paso para subir la acera cuando vio al

otro lado al hombre panzón. El hombre que ella llamaba

maldito lobo marino, un hombre infectado con el virus de

obesidad, con unos colmillos más largos que el promedio

normal y con cuatro barbas salpicadas en la papada

abultada. Sostuvo la respiración para que el gringo no

pudiera escucharla. Marina sospechaba que el gringo tenía

ojos, oídos, tentáculos escondidos en todos partes, casi

como una omnipresencia donde bastaba que tres se

reunieran para que el gringo sospechara que conspiraban

en su contra. Se lanzó su pañuelo palestino para cubrirse

el rostro que ya se disimulaba tras unas gafas oscuras.

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Pese al susto recordó con absoluta certeza la amenaza que

el gringo le hizo el día que salió a encontrarse con el

novelista, conmigo. De regreso, una nota sobre un ramo de

flores le advertía: no resisto una puta soplona. ¡Maldito

Lobo Marino no soy su puta ni la puta de nadie! Con sólo

ese recuerdo, el más reciente entre un prontuario nefasto,

Marina volvía a enojarse. El Lobo Marino tomaba

fotografías, seguramente ahora se hacía pasar por

reportero. Podía hacerse pasar por traductor del nocturno

de Silva, por antropólogo que estudiaba el cuerpo de las

víctimas que dejaba la guerra más larga del mundo o por

ayudante de una misión humanitaria. Cualquier cosa

estaba a su medida, igual que la vieja frase de los sofistas.

Vio al gringo dirigir la mirada hacia donde estaba ella. Debo

eliminarlo, dijo, pero sólo repitiendo mecánicamente las

palabras que muchas veces le había escuchado decir al

gringo. Eliminar era el verbo predilecto del gringo, aquí, en

Colombia la palabra se había acomodado de otra manera,

ejecuciones extrajudiciales, como si las otras fueran

judicialmente legales. Bajo esa forma verbal el homicidio

sonaba menos despiadado y más luminoso, como si a la

vieja imagen tétrica de la muerte también se le pudiera

desplazar. ¡Oh ángel luminoso de la eliminación, acude a

mí y dame la fuerza necesaria! Y el ángel luminoso de la

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eliminación le dio su toque de gracia. Al tiempo, algo

confuso pasaba, creyó que alguien gritaba dentro de su

cabeza con una frase aterradora: <<¡Puta de los avatares

da muerte a gringo¡>>. Luego creyó ver en su imaginación

imágenes virtuales que eran titulares de prensa lanzadas

contra el espectador televisivo: <<Lío diplomático por

muerte de gringo en Bogotá>> <<Inmunidad diplomática no

pudo librar a gringo de un disparo fulminante>>. <<Muere

gringo a manos de una puta suramericana>>. La

adrenalina del momento que le producía estar frente al

espectro de sus años de sufrimiento la iban relajando, el

miedo de momento se convertía en un gozo momentáneo y

extático. Mariana se hizo tras un poste de farolas rotas.

Una niña de unos catorce años venía a insinuarse, el

gringo se dejaba magrear y parecía olvidar su viejo papel

de fotógrafo. Nos declararán país no grato para el turismo,

muchos perderán sus visas, mala fama para colombianos,

ahora también infectados con el virus mundial de la

xenofobia.

El gringo estaba entusiasmado, le iba creciendo su

pequeño bulto entre las piernas. <<No eran más de cinco

centímetros, de eso estoy segura>>. Me dijo Marina. Abrió

la cartera que llevaba debajo del brazo. Se sintió envuelta

en un efecto déjà vu, como si ya lo hubiera hecho antes, la

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recurrencia de un instante pujando por nacer dos veces,

por repetirse infinitamente en la memoria. Se vio en el

tocador del Hotel Tequendama la noche que le presentaron

al gringo. Ahora estaba repitiendo el mismo acto mecánico

de abrir la cartera y buscar en ella algo. Esa noche sacó un

labial y se lo llevó a los labios para darle un toque de

frescura al barniz opacado por el cristal de las copas que

ya llevaban su sello. Tanto tiempo esperando ese

momento, tanto sacrificio para que un día la presentaran

con el gringo. <<El gringo ha puesto muchas mujeres en

las pasarelas del mundo>>, decía la dueña de la agencia

de modelos. Esa noche había ido con sus amigas a tentar

el destino, porque cuando los militares llamaron solicitando

lindas jovencitas para que hicieran el papel de madrinas de

los lisiados, ella no lo dudó ni un segundo, el gringo estaría

allí.

El gringo estaba en la sala bebiendo con los militares. Era

la noche en que se lanzaba una exposición de arte que

retrataba la terrible tragedia de las minas “quie-bra-pa-tas”,

para lo cual los altos militares habían ido vestidos de civil y

de paso se llevaron unas cuantas modelos, ojala vírgenes,

con la cuca de caucho como se sugería que algunas

mujeres la tenían. La sala estaba llena de lisiados:

hombres expuestos a la cámara del gringo. Ellas no debían

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permanecer con los altos oficiales y tenían orden expresa

de no despegarse un sólo momento de los jóvenes en silla

de ruedas. Eran sólo las damas de compañía, las

madrinas, la sonrisa, la belleza que debía infundirles ánimo

a los soldados. Pero ella había ido al baño a retocarse un

poco para estar más fresca ante el ojo del gringo y el gringo

le puso el ojo. No había terminado de retocarse cuando el

gringo entró en el baño. La había estado espiando. La tomó

por la cintura, ella volteó y se quedó apretada contra el

lavabo y la barriga del gringo, respirando agitada. <<Me

dicen que la tienes de caucho>>. Ella no supo qué

responder. Era ahora o nunca y si esa era su visa no

importaba que fuera ahí. Espiados por ese cuarto de baño

que de tanta limpieza marmórea hacía sentir sucio al más

aséptico de los mortales. Y fue ahí.

Cuando volvió de la vieja imagen guardada en su archivo

personal, se sintió aturdida por la bulla de la gente, los

pitos de los autos y las sirenas de las ambulancias,

tampoco pudo ver al gringo parado frente a ella. Pese a

que había logrado cambiar su apariencia, eso no era

garantía de nada. Un gringo lo sabe todo. Se sintió

aterrorizada como otras veces; como el día en que la

encerraron en la cárcel internacional de Manhatan; como el

día que salió de su casa para regresar cinco años después;

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como la noche que volvió a Colombia hecha una nadie;

como ahora que simplemente sabía que ya no habría un

punto para esconderse y echó a caminar de prisa, cada vez

más de prisa. Ahí iba sudando de pies a cabeza, lívida, sin

piso, huyendo de sí misma, cubierta con un pañuelo

palestino, aturdida por el ruido de una ciudad extraña a

ella, llena de ojos espiándola, sintió que las personas se

paraban explícitamente a mirarle y que toda la ciudad

andaba detrás de ella como si fueran ratas y ella Hamelin

tocando una nefasta flauta que encantaba sus oídos.

Cuando ya no pudo más se echó a correr, dejó caer su

cartera y después no pudo recordar dónde ni en que

momento perdió sus zapatos, con tan cruel desventura que

ella corría y una mujer gritaba tras ella llamándola por su

nombre: <<Marinita, tus zapatos, Marinita, tus zapatos>>.

Lloró inconsolable hasta que una serenata de mariachis

que animaba una fiesta la distrajo. Miró hacia el edificio

donde sonaba la música, las ventanas dejaban traslucir las

siluetas de los asistentes, era un quinto piso. Dos pisos

más abajo una mujer abrió su ventana y buscó en la calle el

grupo de mariachis, como esperando que la serenata fuera

para ella, quizá es una mujer que ha estado esperando una

serenata durante toda su vida, pensó, sonrío.

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SENTIRSE LIBRE

Marinita sintió sus venas vaciadas de sangre. Era un

cadáver tirado contra el monumento de los Héroes de las

Independencia Americana. Los autos pasaban ignorándola,

es más, se diría que huían de ella, pues, quién quiere

encontrarse un cadáver en la calle y apiadarse de él, nadie.

Todos los conductores tenían miedo de ello. Por un

momento creyó que uno de los petrificados nombres

volvería de ultratumba para rescatarla del frió de la muerte

que la envolvía. La música de los mariachis le hizo recordar

a la Sonora México que contrató su madre para celebrarle

los quince años. Sus pies descalzos no habían cambiado

mucho, seguían siendo menudos como los de la niña de

zapatos rosados. ¿Qué es aquello que he recibido con eso

de pasar de niña a mujer? ¡Quizá una maldición! Pensó.

Creyó ver entre los destellos de las luces de los carros la

imagen de su padre que volvía con unos zapatitos rosados

en sus manos, los que ella pensó que había perdido la

noche de la fiesta, y que buscó hasta el amanecer sin

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encontrarlos.

Se extendió en el piso de la plataforma como si fuera una

mariposa reposando su corta existencia. Sabía que no

debía permanecer mucho tiempo allí, solo el tiempo

necesario para reanudar las fuerzas. Si se quedaba,

vendrían los miembros de un escuadrón armado y con sus

botas militares le aplastarían la cabeza, le quebrarían sus

alas, le extirparían la barriga, le sacarían los ojos. Cualquier

cosa podría pasarle a una mariposa nocturna que apenas

acababa de escapar de la calle de los Avatares.

Recompuso sus cabellos para que nadie fuera a

confundirla con una loca, sobre todo ahora que necesitaba

tomar un taxi sin llamar tanto la atención. Esos gringos

hasta muertos son capaces de encontrarlo a uno. Pensó.

Dejó que las lágrimas se desplomaran y sintió sus pies

calzados con sus viejos zapatitos de niña, algo cambiaba

adentro, pero en su atolondramiento no pudo definir con

exactitud qué era. En medio de tanto dolor se sintió por un

instante feliz y creyó que todos estaban de vuelta. Mario, el

chico de la panadería Panes del Sumapaz, que un viernes

victorioso se convirtió en la encarnación de su primer beso;

su padre que ahora lucía tan joven como cualquiera de sus

amigos y llevaba un hermoso traje negro con una catleya

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en la solapa, como si fuera un día de fiesta nacional. Su

madre, acompañada de una hermana tan parecida a ella,

recobraba la lucidez.

Abrió los ojos para comprobar que no era cierto que tantos

rostros amigos, vomitados desde las trincheras del pasado,

volvían en la hora de la angustia. Entonces la realidad se

volvía benévola, ahí estaban los rostros de una señora, un

chico, una mujer más vieja y de un hombre no muy mayor

que le llamaban para saber si estaba viva. Le hablaban con

un murmullo fino y disimulado, apenas como si asomaran la

cabeza por las ventanas de la noche. Marianita, que aún no

recobraba la totalidad de sus percepciones creyó escuchar

el monótono y siniestro ruido de las voces que llegaban

desde el pasillo, el murmullo de las presas que parecía

desprenderse de unos seres pudriéndose en vida hasta

convertirse en espantos que viajaban por entre los muros

de la cárcel internacional de Manhatan. Los labios se

resecaban, ardía su garganta y apenas pudo decir: <<

Marinita, calla, olvida, todo termina aquí, déjame eso a mí,

deja que te saque, vámonos, deja que te ponga los

zapatos>>. Su voz fue confundiéndose con las voces de

los testigos que llegaban en el trago amargo de su fortuna.

Les pidió que la dejaran cerca a la vieja estación del tren

de La Sabana, que ella sabría encontrar el camino a casa.

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La subieron en un auto y pudo ver la ciudad deslizándose

al otro lado de los vidrios, pensó que así debía verse la

ciudad de Manhatan el día que la sacaron de la cárcel, le

vendaron los ojos y la pusieron en un guacal rumbo a su

patria, rumbo a la gran prostituta suramericana. Pensó.

Sólo ahora sentía que estaba realmente de vuelta y que

incluso podría volver a la cárcel internacional de Manhatan

y sentirse libre por completo.

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NADIE JAMÁS ME HA ESCUCHADO

Nadie jamás me ha escuchado durante años. No sé cómo

va a narrar la historia que voy a contarle, ya verá cómo la

organiza. Fueron cinco años y aún no estoy segura de

querer hablar de eso. ¿Quiere un melodrama? Pues no. Lo

otro que quiero preguntarle es si voy a estar sola en esta

historia. Si voy a tener que hablar todo el tiempo me voy a

aburrir. Francamente detesto los monólogos, estoy hasta la

coronilla de ellos. Esa maldita voz que no se calla nunca,

que sigue dando cantaleta hasta en el sueño. Creo que no

estoy segura de ponerme en evidencia; no es tan seguro a

pesar de que nadie me conoce. Nadie jamás ha escuchado

hablar de mí. Incluso cuando se informó en los noticieros

debieron decir: <<Cayó una mula>>. Dejamos de ser

mujeres con nombre propio y nos volvimos una especie

equina, con casquitos. Los comerciales lo dicen cla-ri-to:

<<No se vaya de mula…>>, <<ser mula te lleva muy lejos

de tu familia>>.

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Ni siquiera sé por qué he tomado la decisión de venir a

hablar con usted. Ah, sí, hoy vine porque quiero recordar y

olvidar. Es lo único que deseo, recordar mis días amarillos,

no sé si voy a vencer mis días grises. Dejémonos de

truculencia barata. Hablemos como se dice, a calzón

quitao. ¿Fui mula? Todavía me lo estoy preguntando. He

corrido por toda Bogotá, siento que alguien va a matarme.

Después de hablar con usted van a estar más furiosos y

van a asesinarme, y a pesar de todo estoy aquí. Yo le digo

una cosa, no espero que nadie derrame una lagrimita por

mí. Menos si está echado en la cama siguiendo en la pista

las pelotas de Juan Pablo Montoya. Yo no sé si usted va a

poder contarla. Mire usted, y lo digo es para los lectores.

Sobre todo para aquellos que aún no han sido

domesticados en el lenguaje de los noticieros y no saben lo

que es una mula. Una mula (no el animal sino la otra) es

una mujer que bien puede ser su madre o su hermanita

menor y que se llama. Digamos que se llama Estefanía.

Pues bien, Estefanía conoce a un tipo que puede ser su

propio tío, su primo, o un contacto cualquiera. Entonces de

alguna manera le llenan la cabecita de mentiritas finitas, le

dicen cositas, como vas a conocer París, o vas a conocer

Frankfort, vas a tener plática para comprarte lo que quieras,

vas a salir de pobre, vas a llevar a tu madre a conocer el

mar o le vas a poder pagar la cirugía de cerebro a tu padre.

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Cositas así. A veces ellos se informan muy bien de quién

eres, qué te gusta, qué haces, cómo vives, qué comes y

hasta te enamoran. Basta ya, no viene a dar una clase de

“mulalogía”. Lo último es que te llenan la barriguita de unas

cositas así y te las meten por el culo o por la vagina o por la

boquita. ¿Comprenden por qué las mujeres somos tan

especiales para este oficio? Cuando ya estas cargadita

entonces te ponen un destino y en un avión. Feliz viaje

amiga. Pues sí, eso es una mula, pero yo no soy una mula,

no fui una mula, pude ser una puta, si se quiere decir y lo

hice a convicción, pero por culpa de un gringo panzón,

vaya que suerte, pasé de ser puta a mula. Tampoco tengo

que ser tan dura conmigo. No era puta, ni quería serlo, sólo

tenía un sueño. Eso es todo. Estoy usando la palabra puta

sólo porque me enojo. Pero no es verdad, yo tenía mi

sueño como cualquiera pueda tenerlo y estaba trabajando

para lograrlo, a veces vuelvo atrás y trato de encontrar el

momento en que me fui por otro camino, trato de recordar

el día que perdí el mejor par de zapatos y dejé mi cabeza

durmiendo en la alcoba. Estoy más tranquila. No tengo

nada contra las putas, de hecho las adoro y son mis

amigas, las únicas que me brindaron un espacio para vivir.

Tendremos que borrar esa palabra de mi historia. De hecho

quiero comenzar de nuevo. ¿Le parece? No me tomé a

mal, no es que quiera darle una historia falsa. No, pero

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nada perderíamos con volver a empezar…

Mi madre terminó sus días fabricando un jardín de palabras

en el manicomio, soñando que podía sembrar la alegría,

regarla por las mañanas hasta verla florecer, pero había

olvidado que la tierra era árida y pedregosa, la pobrecita se

la pasa en eso, desactivando palabras peligrosas en su

mundo imaginario. Yo descubrí que los hombres eran de

colores: blancos, grises, negros, azules, rojos, amarillos. El

Humorista me hacía reír y para mí era un hombre amarillo.

Me gustaban sus dientes de conejo y crecí viéndolo hablar

con mi padre, hasta que un día, poco después de que mi

padre se pusiera gris, se lo tragó la muerte. En las

mañanas mi mamá me despertaba diciéndome <<Marinita,

piss, piss, despierta. Tienes que al ir al colegio>>. Para

entonces yo era una niña amarilla, con unas pecas en cada

cachete. Él vivía en el edificio de enfrente y era amigo de

mi padre. Para un grupo de hombres amarillos que a veces

se reunía, la presencia de tanto hombre negro rondando

nuestras casas era preocupante. De pronto las paredes

parecían tener oídos y los hombres negros parecían

posarse como sombras en cualquier parte. Aprendimos a

reconocerlos sólo con ver las ropas que usaban y la mirada

escudriñadora de sus instintos. Mi papá decía que eran los

escuadrones ANTIRISA. Sentíamos que algo empezaba a

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incubarse entre nuestros poros, pequeñas larvas que un

día se harían insoportables enjambres de moscas de

carroña. Pero he prometido hablarle de mis días amarillos.

Yo tenía un amiguito negro en la piel y blanco en el alma.

Íbamos juntos a la escuela, nos comíamos las onces

bocado el uno, bocado el otro, yo le llevaba chocolatinas

para que completara el álbum de ciencias naturales, y de

vez en cuando él me daba un besito, después de

convencerlo de la ausencia de pecado. <<Me encanta que

los dos salgan juntos. Se ven divinos. Yo misma he

pensado que deberíamos adoptar un niño negrito>> Decía

mi mamá. Yo amaba a ese niño carboncito. Todo el mundo

quería tomarnos fotografías y entonces comenzamos a ser

la sensación. Marinita y Dieguito por aquí y por allá. Una

foto para los dos niños que enamoraban a todo el mundo.

Bailamos en el jardín infantil el día de la raza. <<Si ese día

el mundo los hubiera visto, estoy segura que hoy el mundo

sería amarillo. Esos días todos fuimos amarillos, nuestra

Marianita y el Dieguito nos encandelillaron de felicidad.

Lloré como una pendeja, me hice agua todo el día>>.

Recordaba mi madre. No todo era amarillo, había días

grises donde los hombres se vestían de gris y las cosas

salían grises. El mundo funciona así. Yo tenía once años

cuando el amarillo de mi padre empezó a desvanecerse. El

gran secreto de vivir en este país consiste en una

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constante lucha por volverse a alumbrar, por encenderse

de vez en cuando, por recordarse deliberadamente el

estado colorativo de los días amarillos. Aunque las cosas

se pongan grises, decía mi papá, hay que encontrar la

forma de salir adelante. Mi papá me decía: <<Marinita, hay

un Manicomio Central en el que viven unas señoras que

tienen nombres raros. Una se llama Tristeza y tiene la

costumbre de podrirle a uno el alma; la otra es doña Guerra

que va dejando el mundo sin hombres para soñar y sin

piernas para caminar. Si te pones con tantas tristezas te

lleva el patas>>. El patas era una forma de decir que se lo

llevaba a uno el putas, pero el putas, me explicaba luego,

tampoco existe, lo que hay son hombres que no tienen

materia gris en su cabezas, sino mierda.

Un día, el escuadrón ANTIRISA mandó matar al hombre

que hacía reír. Ese día, los hombres se pusieron negros de

la tristeza y las señoras se escaparon del manicomio.

Volver a ser amarillos iba a ser muy difícil. Sentí que algo

se había muerto dentro de mí. Sentí que nos ahogábamos.

La última imagen que guardo del hombre amarillo que

hacía reír es la de un hombre que hablaba con varios

hombres por teléfono. Uno de ellos estaba en Bruselas,

otro en Medellín, otro en Bogotá y otro en Washington. A

todos les repetía lo mismo: <<¡No me maten! ¡Señor yo no

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he hecho nada, sólo hago reír para salvarnos del

manicomio!>> Siempre he pensado que esos últimos días

del Humorista quedaron congelados en una mueca de

tristeza que aún ronda por ahí. Me parece verla

asomándose en el closet, en el lavabo, debajo de la cama,

en la esquina que creo, según dice mi vecina, se llamaba la

Esquina del Difunto. <<Como hombres tenemos la

conciencia de que vamos a morir, pero llevar el anuncio

pegado en los ojos, la sentencia pisando los talones es

llevar la vida disparada hacia la tumba>>. Se lo dijo una

noche a mi papá, << ¡van a matarme!>>, fue una de las

pocas veces en que lo vi descompuesto. Mi padre bajó la

cabeza, las lágrimas se le desplomaron y sus palabras de

aliento fueron: << ¡Y yo voy a morirme!>>

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TUS DÌAS SERÁN POCOS, PROCURA QUE SEAN

ALEGRES

Según he podido enterarme, en 1986 atravesaron la ciudad

metidos en un viejo Ford Victoria, color azul; Marinita, la

niña de apenas cinco años; la señora Sandoval y el buen

mozo, ahora maestro de escuela, el señor Gutiérrez. Su

padre iba al volante con un aire de prócer de la

independencia. La Avenida Caracas era entonces un

revolcón de polvo con la presencia ruidosa de excavadoras

mexicanas que trabajaban día y noche por construir la

nueva avenida que sacara a la ciudad del eterno trancón.

Me voy, te dejo, adiós ciudad de mi encanto. Pensaba su

padre. Podía ser esa ciudad desarmada que nunca acaba

de amarse, pero era su bella ciudad; la de noches de

bohemia, la de tertulias mojadas en la palabra de la

historia. La ciudad quedaba atrás y ellos se desplazaban

unos pocos kilómetros hacia el sur en dirección a ese

paraje que al señor Gutiérrez le pareció de encanto, El

Sumapaz. Pusieron las cuatro cosas que tenían en el baúl

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bastante amplio del Victoria y entregaron la casa en renta.

El señor Gutiérrez detuvo el auto a un costado de la plaza

central, la única. La señora Sandoval había mantenido los

vidrios arriba para evitar que el aire tan helado de la zona

resfriara a la niña. La gente se había agolpado en la plaza.

No para recibirlos, ¿quién sale en los ochenta a recibir a un

maestro de escuela? Nadie. No, ellos, los del pueblo, se

habían agrupado para reír. Los Gutiérrez divisaban esa

extraña pantomima del gesto de la risa. Los labios se

retraían, los pómulos se hinchaban agregando más rojo al

ya rojizo producido por el frío; los dientes carcomidos por la

caries quedaban al descubierto, desencajados de su

monótona postura. El maestro de escuela bajó el vidrio

para comprobar si la risa era real. Un hombre con dientes

de conejo parado sobre una tarima imitaba al alcalde de la

gran ciudad. Ese personaje que en vida, o tal vez sólo los

días previos a las elecciones, había ido por allá, tras un

secuestro, que según algunos, había sido un auto

secuestro, se aparecía en carne y huesos paródicos con

sus ínfulas de niño rico, con el mito de ser il castrato de la

política, con su tono de marihuanero gomelo y con aires de

farandulero ocupado de la última moda de París. El actor

de esa vieja comedia del arte que hacía reír a su pueblo

era ni más ni menos el mismísimo alcalde local, nombrado

por el gran alcalde de la ciudad. (¡Traición! Podría pensar el

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gran alcalde la Ciudad. Nadie se burla de mí, nadie va a

reírse en mis propias narices. Te destituyo, te perseguiré,

te…¡Ya verás! )

El señor Gutiérrez bajó del Victoria con su esposa y su

pequeña hija. Él los observó desde la tarima. Se conocían,

se habían cruzado cuando asistían a las reuniones de la

militancia pro Ejército de Liberación Nacional, ELN. Se

habían visto alguna vez, charlaron algo sobre la traición a

las guerrillas liberales como origen del conflicto

colombiano, opinaron sobre el estado de excepción que

confiscaba los derechos civiles. En fin, el uno estudiante de

historia y el otro de abogacía. Sólo fue unos meses hasta

que el maestro dejó de asistir a las reuniones porque

advirtió que el escuadrón ANTIRISA buscaba oficio a sus

pistolas.

Todo parecía estar soleado hasta el día que le dijeron a su

padre que tenía cáncer en la próstata. Es un día tan gris

para la pequeña Marina que para entonces vivía sus

mejores días amarillos. La escuela donde trabajaba su

padre estaba en las afueras del pueblo. El Victoria no podía

subir hasta la loma pese a su motor ocho en V que tenía.

Así que el señor Gutiérrez decidió comprarse un caballo.

Era un caballo gordiflón y muy manso. No era fino de ligera

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estampa ni de paso elegante, no, era un caballo asustadizo

con los pájaros del campo. Así que él se llevaba a la

pequeña en ancas de vez en cuando al colegio, aunque

ella por ser tan pequeña estaba en el colegio del pueblo.

Después, cuando estuvo más grandecita, con diez años

encima, su padre le permitía salir a montar a caballo en las

partes planas de la zona.

-Siempre que te agarres bien, no olvides que se

asusta con los pájaros. Vaya pues, Marinita. Marinita, hoy

voy a la ciudad a recoger unos exámenes.

-Chao, papi.

Marina se iba a montar a caballo con la compañía de su

madre. Las dos se entretenían hablando con los

agricultores, mirado los cultivos de papa y la recolección de

cientos de bultos de zanahoria. A veces los campesinos les

decían que llevaran lo que quisieran. <<Está tan barato que

da lo mismo dejarla perder que llevarla a vender>>. La

esposa del maestro amaba el olor a campo. Marina estaba

dichosa rebujando en la tierra cuando vio cruzar el Ford

Victoria que volvía de la ciudad.

-¡Papi!-gritó Marina.

Regresaron a la casa que les había ayudado a conseguir el

alcalde local el día que llegaron al pueblo. De esa época,

Marina sólo podría recordar que él y su papá se reunían en

las noches para hablar, pero en lo que respecta a los temas

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le era difícil. Ella era muy pequeña y el alcalde sólo duró

unos meses después de su llegada. El gran alcalde, un

hombre poderoso, burgués, de casta política, pronto

encontró los argumentos necesarios para destituirlo de su

cargo. Pero, antes, recuerda la alegría que sintieron

cuando en una entrevista en la televisión vieron aparecer al

alcalde menor de esa apartada zona imitando al alcalde

mayor de la gran ciudad. <<Era para pagar balcón

semejante osadía, y por eso lo destituyeron, las monerías

habían ofendido al gran señor>>, recordaba su madre cada

año en que se cumplía la muerte del humorista.

Cuando entraron al pequeño estudio de su padre

encontraron a un hombre disminuido de tamaño y de

semblante mediocre meciéndose en una hamaca

atravesada en el cuarto. <<Sentí que su vida era igual a

ese movimiento pendular de la hamaca. Su cara

desvanecida me dio la noticia por anticipado>> Colgaba de

un hilo, según dijo él médico de la Clínica del Hombre:

<<Tus días serán pocos, procura que sean alegres>>. A él

la noticia lo cogió por sorpresa. Era joven y aún pensaba

en traerse otro hijo al mundo, como si los hijos ya vivieran

en un mundo preexistente. Nunca había imaginado su

partida tan pronto. Había tomado sus precauciones para no

convertirse en blanco del escuadrón ANTIRISA, aunque no

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pudo librarse de su cáncer. Era una ironía, pero era real.

Los exámenes de la Clínica del Hombre no mienten. Esa

frase del viejo anciano que le atendió le daba vueltas en la

cabeza y le producía rabia. Le era difícil estar alegre. Si él

se iba, que sería de su pequeña Marinita. Ese fue el día

que Marina vio que su padre ya no era un hombre amarillo.

Ahora estaba pálido, tenía la mirada gris.

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REÍRSE, PERO DE VERDAD

Fuimos a un restaurante que se llamaba el Patio de la

Luna, eso fue antes de que el humorista hiciera un

programa que se llamaba ZOOCIEDAD. Desde que mi

papá recibió la noticia y aquel día que se nos murió, no

dejamos de verlo. Nosotros seguíamos viviendo en el

Sumapaz y sabíamos que un día él ya no iba a estar con

nosotros. Siguieron hablando de política y de historia. Esa

noche mi mamá les dijo. “Creo que esos platos no deberían

servirse tan seguido”. Los dos se indignaron un poco con

la pobre vieja. Refutaron que era el colmo que alguien

pensara así. Pero ella se defendió diciéndoles que muchos

hacían reír a punta de la desgracia de todo el mundo; que

así las cosas la gente terminaba aceptando alegremente

sus problemas. En cierta forma la vieja tenía algo de razón,

pero es que el problema, me acuerdo que dijo Jaime, no es

de la risa, sino de los imbéciles que no saben reír, la risa es

un arte, no un chiste, lo que está detrás de la risa, es la

única manera de camuflar las verdades que tenemos en

este país, pero la gente se queda sólo con la risa sin llegar

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a la idea que se plantea, a la ironía, es una lástima que en

este país la ignorancia sea el arma secreta del escuadrón

ANTIRISA. Mi mamá no le prestó mucha atención a Jaime

porque mi mamá era eso, un poco loca. Ya era una loca

cuando se obsesionó con acostarse con el buen mozo

Gutiérrez y no quería andar pensando en política ni cosa

parecida. Sólo quería que la dejaran vivir en paz. Era

loquita, la señora era loquita. Imagínate, fue en la

universidad donde se lo levantó. Era el joven profesor de

geopolítica en la facultad de Comunicación Social.

<<Todas nos mojábamos pensando en él>>, decía. Ella no

estaba obsesionada con su cabeza excavadora del

pasado. No, ella estaba obsesionada con sus nalgas

apretadas capaces de moverse hasta socavarle unos

cuantos orgasmos en una noche. Qué mujer. Él y eso tiene

que ser así, no creo que estuviera pensando en la cabeza

de mi madre que tampoco es que fuera tan hueca como la

estatua de la Libertad. Ella nunca lo disimuló, nunca le

puso sellos históricos a sus tetas ni fingió orgasmos

revolucionarios, simplemente se mostró como lo que era.

Creo que eso lo enamoró, él necesitaba una mujer que

fuera como una especie de patria donde pudiera descansar

de revoluciones fallidas, de guerras y masacres, porque

para eso su cabeza y el mundo se bastaban solos. Si esa

noche el señor Gutiérrez mostró algo de indignación, creo

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que fue más un acto de solidaridad diplomática con su

amigo, pero no fue trascendental. Veíamos el programa

para no perdernos de un poco de risa, pero cada cual se

quedaba con lo que le servía. Creo que el señor Gutiérrez

comprendió que la señora Sandoval hacía rato se había

dado cuenta que las cosas no iban a cambiar y por eso no

se lastimaba el coco. Al Patio de la Luna fuimos muchas

veces, antes y después. Allí él hablaba del gringo, del

papel que jugaban los gringos en todo ésto, pero nunca era

el mismo gringo, siempre los nombres eran diferentes.

<<Aquí todo hay que consultarlo primero con ellos, y luego

con los demás>>. Decía. Se quejaba de la presión que le

hacían para que dejara el programa, pero para entonces el

programa tenía tanto reiting que se hacía imposible sacarlo

del aire así como así, pero lo mismo no sucedió con él, a

quien sí fueron capaces de sacar del mundo, porque aquí,

en este país de mierda, las pistolas siempre tienen oficio,

ah, y lo pagan muy bien.

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YO LE PUSE SU CABECITA CONTRA EL PISO

Yo le puse su cabecita contra el piso, es una cifra

insignificante, no se preocupe señor novelista y no crea

que vayan a acusarlo de xenofobia. Le pusimos su

cabecita en el suelo. Digo que lo pusimos porque lo hice

para salvar el honor de Marinita, así que ella y yo lo

hicimos unidas en la derrota y la esperanza. Lo dejamos

ahí tendido sobre la calle mugrienta y llena de chicles

pegados como mocos en el piso, y desde luego, nos

teníamos que echar a correr, pero Marinita se asustó

mucho. Eso fue Marinita, yo soy Marina. Marinita va

delante de mí, no me gusta que se asuste de mí, así que

si voy al supermercado le digo, “Marinita ve y escoge las

mejores manzanas”. Era lo que nos compraba papá

cuando íbamos al mercado. Cuando entro la veo feliz

con su canasta de manzanas haciéndome coquitos para

que compre muchas manzanas y en la noche nos

ponemos a hacer dulce de manzana. Cómo nos gustan

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las manzanas. Lo único de lo que me voy a arrepentir

toda mi vida es de haber asustado aquella noche tanto a

Marinita, entonces no tomé la precaución de decirle

“Marinita, ve a escoger manzanas mientras le digo un

secreto a ese gringuito”. Todo sucedió de improvisto, sin

pensarlo, y Marinita se me asustó mucho. Me puse a

esperarla en la ventana muchas noches, creo que

meses, años o siglos, no lo recuerdo muy bien. Sé que

debe haber algún archivo de eso. Debe haber un

fotógrafo de esos que perseguían a Marinita a todas

partes que siguió tomándole fotos. Es posible que por el

anuncio del periódico venga ese fotógrafo a contarle su

historia. Si él llega a venir y trae las fotos me gustaría

verlas. Siempre me pregunto qué habrá hecho Marinita

todo ese tiempo que tardó en volver. Toda asustadita,

escondida por ahí en cualquier rincón, a lo mejor

robando manzanas. No falta el desgraciado que debió

engañarla y decirle. Mira, te voy a llevar a Estados

Unidos, te voy a poner en fashion t-v. Por ahora deja de

comer más, vuélvete un gancho y verás el triunfo. Creo

que eso debieron decirle a Marinita. Ese fue el gringo

que la andaba persiguiendo a todas partes, al baño, a

las recepciones. Durante ese tiempo yo no pude

cuidarla. La verdad debió ser los días en que me levanté

sin cabeza, el día que se me quedó durmiendo. Ese

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gringo panzón debió engañarla, le hizo creer que eso era

cierto. Mentira, mentira, mentira, mentira, mil veces

mentira la palabra del gringo. A veces creo que Marinita

me ha contado cosas de lo que le dijo el gringo. Cuando

llegó toda mojadita, moribunda, muerta de haber corrido

tanto me lo contó. El muy, el desgraciado le cambió la

maleta a Marinita y le puso como cuatro con droga

diciendo que era ropa de un tal diseñador Faldar y que

iban a un desfile de modas a Nueva York. Lo ve, ve por

qué yo tenía que matarlo. Marinita lo creyó, se puso

contentísima, habló con el Humorista que estuvo en

completo desacuerdo. Ahora lo recuerdo muy bien. Los

perros norteamericanos que son todos drogadictos y

saben muy bien descubrir la droga escondida,

encontraron una maleta etiquetada con el nombre de

Marinita. Me la metieron ahí a ese encierro maldito.

Tardó tanto tiempo en volver. Volvió esa noche

asustadita, con la cara pálida de haber visto la muerte

del gringo mojando la calle de los Avatares. Yo estaba

triste, no por él sino por ella. Entonces sentí que no

quería asustarla más, que ya no iba a volver a llorar, ni a

correr de esa manera hasta perder sus zapatos. Me

contó que escuchó música de mariachis y que una

ventanita se iluminó y que pensó que iban a celebrarle

los quince años; que esa era la fiesta de papá el día que

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le quitaron los zapatos de niña, le pusieron unos de

mujer y bailó con los chicos del colegio. Me dijo

<<Alguien me llamaba, una mujer, me decía Marinita, tus

zapatos…>>. Nos abrazamos y le dije: papá está

muerto, mamá está loca, mataron El Humorista y sólo

nos tenemos tú y yo, mi linda Marinita, mi hermosa niña,

mi amarillita niña, mi chinita.

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NO NOS HEMOS CONOCIDO

Han pasado más de seis meses sin que Futuro Jorge

Eliécer aparezca. Tras la catástrofe de su relato me he

limitado a escuchar a Marina y a escribir por mi cuenta.

Razón tenía Vila Matas al afirmar que uno debe tener

autoridad sobre los personajes, no es fácil dejarlo todo a la

suerte de los novelados. Aunque no puedo negarlo,

también me siento como un dictador imponiéndoles un

destino. Pensé que no volvería a ver a Marina, pero no ha

tardado en aparecer. Se le puede ver en una valla

publicitaria a la altura del la calle cien con séptima. Es una

mujer hermosa que sonríe y anuncia un evento en la Plaza

Simón Bolívar: “Ya viene la Gran Toma”

Ahora su historia me convence menos, sé que la realidad

es una máquina poderosa de producir ficción, pero se me

hace absolutamente inverosímil que una confesa asesina

de ficción sea una angelical mujercita en la realidad.

Seguro, pienso, ésta es de las que le da por dormir como

santa después de portarse como diabla. Quizá no he sido

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otra cosa que un confesionario donde una mujer ha

descargado el peso de su conciencia. Un homicidio

cometido por el horroroso juicio de su autora, quizá un

equívoco.

Me cuesta trabajo distinguir si es Marina o Marinita la mujer

que anuncia en la valla y pienso que pese a haberla tenido

tan cerca, no nos hemos conocido. Pero nos pasa todo el

tiempo eso, que nunca sabemos a conciencia ni siquiera

quiénes somos nosotros mismos, sucede que la vida se

nos va envolviendo en un laberinto que nos obliga a tomar

rumbos diferentes cada rato, a veces damos la vuelta y

volvemos al mismo lugar. Bueno, por ahora me da por

pensar que es Marinita quien anuncia, se le ve feliz,

luminosa, tierna, sonriente, como cuando era niña e iba a

comprar manzanas con su padre.

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LOS LUGARES POSIBLES

Hemos de imaginar un hombre caminando bajo la lluvia, es

un lugar común identificar la tristeza y el abandono con la

lluvia, pero da la coincidencia que llueve doblemente esta

noche; adentro de mí y afuera en el mundanal espacio de

las calles bogotanas. A la altura de la trece con séptima un

hombre de ropa sucia se resguarda bajo unos cartones;

tirado sobre una acera; rodeado de perros hambrientos que

amenazan con ser espectros caninos; entonando una

canción para olvidarse del frío mientras hace sonar un

garrafón plástico como si fuera un tambor …rejuntados en

la arena, los recuerdos de un ayer, unos murieron de pena,

otros de hambre y de sed, unos huyeron al monte, pa'

poderse proteger, mataron todos los hombres, los niños y a

su mujer, …ya verán, ya verán, ya murieron, vive tu vida,

vive cien años de soledad... La canción del hombre no me

ayuda mucho a salir de la tristeza, lo mejor será seguir

vagando por la séptima, no quedarme quieto, me conozco,

la quietud da lugar a pensar, a cavilar, y esta noche no

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necesito ninguna de esas dos alas capaces de hacerme

encumbrar hasta alguna azotea para saborear la levedad

de la muerte. Lanzarme de un puente, ¡qué muerte más

inmunda! Colgarme de una soga, ¡qué aspecto más

bochornoso! Acostarme en la vía del metro para que me

desparrame en el mundo, mentira, la ciudad no tiene un

sólo metro para morir. Total no me queda otra opción que

seguir vagando por la ciudad, buscando a Futuro, aunque

pensé que más fácil sería hallar a Mónica. Cuánto voy a

amar a esta mujer si logro dar con su paradero. La mierda

de los perros se me pega en la suela de los zapatos y

entonces me da por pensar que es un indicio de buena

suerte. No he dado tres pasos cuando topo con un joven de

aspecto un poco descuidado. <<Mira si llueve esta noche,

no tiene un cigarrillo, hombre>>, me dice. Sí, y me llevo la

mano al pantalón para sacar la cajetilla. Le doy un cigarro y

me detengo para encenderlo. Luego el joven se pega un

poco más a mí, yo reanudo el camino, entonces el joven

vuelve a preguntar.

─ Usted no es colombiano, ¿cierto?

─ Claro que soy colombiano.

─ Pero es que usted es alto, mono, tiene los ojos verdes,

más bien parece español.

─ Para nada, soy colombiano.

─ Sabe una cosa, usted me parece gay, cierto, si quiere yo

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le muestro la picha, la tengo bien grande.

─ Tampoco, no soy gay, y si estoy por estos lados es

porque vengo a buscar a una amiga.

Luego el joven se acerca un poco más y me toma por el

brazo al tiempo que agrega: <<Sabe una cosa, usted me

cayó bien, y yo lo que soy es un ladrón, pero no quiero

hacerle daño ni robarle su trastos. Mire, –mientras se retira

la manga de su chaqueta ─ tengo una herida y necesito

comprar unos antibióticos que me cuestan quince mil

pesos, si usted me da esa plata no le hago nada>>.

Debe imaginarse que en situaciones como éstas el corazón

se sobresalta, pero no es el caso, no es la primera ni la

última vez que me roban. Entonces saco unos billetes de

mi bolsillo, le doy los quince mil pesos, y luego intento

guardar uno de veinte que me quedaba en la mano.

─ Mejor, déme ese de veinte y yo le devuelvo los quince,

así me queda algo para comer ─ me dice, y a mí me

parece que está bien.

─ Toma ─ le digo.

─ Ya perdió. Siempre se aprende algo nuevo, hombre ─,

me dice mientras me da golpecitos en el hombro de

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manera burlona. Y como si no hubiera sucedido una

escena violenta sino un romance quiere que tome su

número celular por si algún día requiero de sus servicios.

Saco mi celular, aún sabiendo que es una estrategia para

raptarlo, guardo su nombre, Aníbal, y su número celular.

Me quedo parado en la esquina de la calle con la cara de

idiota. Una manada de hombrecitos camuflados entre ropas

libertarias que aprietan sus carnes para exhibir sus

músculos trabajados con disciplina en el gimnasio, se

acerca.

─ Parece que acaban de robarlo ─ me dice un chico con

aspecto árabe.

─ Sí. Acaban de robarme.

─ No importa, venga, nosotros le invitamos la entrada, es

barra libre.

Vaya si tengo suerte, los sigo un poco achantado y los

imagino metidos en sus oficinas luciendo sus vestidos de

paño, con modales bruscos y voces gruesas, pero ahora

son otros, los dobles que se escapan de sus cubículos de

trabajo para meterse en otros, los bares. Los edificios se

apagan y en cada cuadra las banderas de colores que

identifican los bares se hacen visibles a las luces de los

faroles que indican la entrada. Se empuja la puerta, se

pasa una ligera requisa y ahí están los hombres sensuales,

unos sentados en las barras, solos, mirando los videos

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musicales, esperando que alguien se anime a cruzar

palabras para armar un levante. Me siento como uno más

de los jóvenes que han pagado la entrada, luego pido a un

barman que me lleve a la oficina de Edison, el dueño.

Pienso, si los hombres de la ANTIRISA han inventado la

tristeza, estos tratan de inventarse la felicidad, a su modo,

pero lo están intentando, peor es nada.

El barman me conduce por entre los pisos y atravesamos

cinco ambientes que componen la discoteca, cada uno con

música diferente. Al final, no precisamente en la oficina,

sino en una terraza, al lado de una chimenea está el

dueño.

─ Soy amigo de Mónica y tengo la esperanza de verla esta

noche.

─ Imposible. Mónica ha cancelado el contrato. Se va a

Madrid, a hacer un doctorado en lo suyo, ella es

profesional.

─ ¿Profesional?

─ Sí, profesional, comunicadora social, o bueno,

comunicador social.

─ Y no sabe usted cómo localizarla, verá, un amigo suyo le

ha enviado un paquete conmigo y se me hace urgente

entregárselo.

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─ Imposible, la verdad no puedo ayudarlo, auque sé de que

se trata, debe ser alguna contribución para su colectivo.

─ Sí, precisamente, es para RISA, y creo que es algo

considerable.

─ Aquí hay algunos de sus donantes y quizá ellos tengan

más información, si le parece, el barman sabe quiénes son,

Alejo, acompaña al señor.

─ Gracias Edison, verá, le voy a estar muy agradecido.

Alejo me conduce por otra ruta, pero volvemos al mismo

lugar de partida. <<Son ellos>>, dice.

Me presento como creo que es mi obligación. Les digo que

soy un viejo amigo de Miami, y que un amigo le envía un

recado para su colectivo, pero que él lleva meses

intentando localizarla sin tener suerte alguna. Los

muchachos me miran sin asombro, sin despotismo, en una

palabra, tranquilos.

─ Verá, nosotros le hemos colaborado ─ dice el que tiene

aspecto palestino, con su pelo alborotado como si hubiera

sobrevivido a un ataque israelí ─ hemos puesto dinero en

la cuenta de su movimiento, como me imagino que se trata

de lo mismo, nosotros podemos darle su cuenta corriente,

pero información detallada no tenemos. Además, creemos

que no volverá por aquí en mucho tiempo.

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Los jóvenes vuelven a lo suyo, excitados por una canción

de Madona que acaba de sonar, se abrazan y bailan en

camaradería. De pronto se besan unos a otros, se

acarician, van de boca en boca con una intensidad

absoluta, hasta un punto, envidiable.

Me da por ir al Sótano, es tarde, lo sé, la noche espanta a

los cobardes y ahora es necesario ser valiente. Tomo un

taxi en la trece para que me lleve al centro, seguro que el

viejo encorvado aún no ha cerrado el Sótano. El taxi me

deja una cuadra abajo y vuelvo a pasar por el lugar donde

mataron a Jorge Eliécer Gaitan, me pongo a leer la placa

conmemorativa. “En este lugar cayó….” El mendigo sigue

ahí, pero ya no canta, se ha quedado dormido, envuelto en

una cobija raída, me parece que es Futuro Jorge Eliécer,

tengo la absurda idea de ver lo que quiero, Futuro, le digo,

y el hombre me mira con ojos asustados, como si yo fuera

un policía más despertándolo a bolillazos.

─ Aún no amanece ─ me reclama el hombre. Está

acostumbrado a que en las mañanas la patrulla lo desplace

porque Mc Donalds tiene que abrir sus puertas y los

mendigos espantan a sus clientes.

─ No se preocupe hombre, creí que usted era un amigo

que estoy buscando. ─ le digo mientras el hombre empieza

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a salir de entre los harapos ─ Se llama Futuro Jorge

Eliécer.

El mendigo se ríe apasionadamente, y cuando finalmente

puede contener la risa agrega:

─ Yo soy Futuro Jorge Eliécer. He venido a acostarme aquí

desde el día siguiente en que mataran a Jorge Eliécer. Yo

estaba lustrando botas allá en esa esquina, escuché el

disparo y cuando logré llegar cerca ya se lo

llevaban…moribundo.

El Sótano está cerrado, a cambio me siento al lado del

mendigo, y entonces empieza un largo relato que inicia:

<<Lo que me sorprende, dice el mendigo al cual vamos a

darle un nombre, se llama Próspero Santa Marta, lo que me

sorprende, vuelve a decir, es que un hombre gritó ¡Mataron

a Gaitán! Pero los disparos sonaron después. Nadie quiere

creerme, pero yo sé que es así, no como dicen por ahí,

dizque un esquizofrénico le dio por pegarle tres tiros a

quemarropa. Las cosas no son así, lo que yo creo es que el

man como había fracasado en la defensa de la huelga y la

masacre de las bananeras, usted tal vez no había nacido,

la del 29, recuerde, y entonces como todo había quedado

así, mire, así ─ lo dice mientras se pone un dedo en su

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boca ─ entonces los de la United Fruit Company, autores

de la matanza en complicidad con el presidente Abadía, y

eso es lo que creo, temían que de presidente se las iba a

cobrar, y por otro lado, iba a defender el pueblo, es decir, él

sí nos iba a defender a nosotros los trabajadores, los que

no tenemos nada…>> Se hace tarde y me tengo que ir. El

hombre, un doble casual de Futuro Jorge Eliécer empieza a

quedarse dormido, está agotado, tendré que volver para

preguntarle, de dónde es, quizá un sobreviviente de la

masacre de las bananeras, su acento y su música me han

llevado allá, a la costa, a la cuna de tanta soledad.

He vuelto al punto donde estaba el mendigo, pero ya se ha

ido, son las ocho de la mañana y ahora tendré que

convencer al viejo encorvado de la necesidad de encontrar

a Risa, si no lo hago, la historia llega hasta aquí, punto

final. Me pregunto si el hombre habrá desayunado, tal vez

hoy no ha tenido suerte y a estas horas ni un pedazo de

pan se ha enredado entre sus caries.

Es tedioso entrar al Sótano, el olor a moho se hace

insoportable, lo mismo que el de ácaros que molesta esa

chica de las gafas oscuras que baja y sube su vida en un

ascensor, imagino. El viejo no está, la ventanilla que da al

público está vacía, nadie visita el Sótano. Espero, espero,

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espero que alguien aparezca.

Empiezo a desesperarme, arriba el tráfico se ha detenido,

los estudiantes universitarios se han unido para luchar

contra la privatización de la universidad pública, bueno,

solo los estudiantes de la pública. Una marcha pacífica de

cuatro mil estudiantes avanza hacia la Plaza de Bolívar;

gritan arengas contra el gobierno, consignas que hablan de

un pueblo unido que jamás será vencido, frases

desgastadas. Parte de la policía se ha puesto a lado y lado

de mientras otro escuadrón cierra la entrada en posición de

defensa. Hoy la plaza no les pertenece. Tal parece que la

consigna es que no lleguen hasta la plaza porque un

embajador norteamericano está de visita, algunos negocios

privados para firmar el Tratado de Libre Comercio, la casa

en orden, así es como quieren que se vea. Suenan tres

disparos de gases lacrimógenos y entonces pienso

¡Mataron a Gaitán! Al momento salgo disparado para la

séptima, me da por creer que Futuro debe venir entre los

estudiantes.

Ya en la calle la revuelta ha comenzado, alguien lanza

piedras contra los vidrios de una oficina del BBVA, no se

sabe quién, pero ahora los almacenes bajan sus rejas, las

alarmas suenan y un vagón del Transmilenio arde en

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llamas mientras una mujer gorda intenta salir por la

ventana, parece atascada y los estudiantes tratan de

auxiliarla, la fuerzan y ella se desespera, grita con un

chillido como el de un cerdo apuñaleado. Los gases me

asfixian y comienzo a vomitar en plena calle, las imágenes

se me devuelven e intento refugiarme en la óptica Visión

del Hombre que está justo al lado del monumento donde

cayó Jorge Eliécer Gaitán, pero cuando voy a dar un paso

adentro el guarda me empuja a la calle. Siento que el

bogotazo ha iniciado otra vez, me detengo atolondrado sin

saber a dónde ir. El efecto de los venenos del gas hace

que lo vea todo borroso, y en esa penumbra imagino que

Juan Roa Sierra, el asesino de Gaitan, el idiota que

descuartizaron por estas mismas calles, aparece como un

fantasma. Se le ve limpio, encorbatado como si fuera un

oficinista, parado detrás de una farola del alumbrado

público, algo se abulta entre sus camisa, estoy cayendo y

suenan tres disparos. Cuando despierto reposo en la

clínica Marly, conectado a una máquina de respiración

artificial. La televisión del cuarto contiguo transmite las

noticias del medio día: <<Terroristas han desatado el caos

en el centro de la ciudad. Manifestantes estudiantiles la han

emprendido contra las instalaciones de la banca

internacional y del local de comidas rápidas, McDonalds.

En los hechos, un vagón del sistema de transporte público,

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Tansmilenio, ha sido incendiado. Se calcula que las

pérdidas materiales son millonarias. En medio del disturbio

tres estudiantes de la Universidad Pedagógica Nacional

han perdido la vida. A estas horas el Cuerpo Técnico de

Investigación intenta esclarecer los hechos, pero se

presume que las balas fueron disparadas por los

manifestantes mismos. Nuestra corresponsal se encuentra

en el lugar de los hechos...>>

Es una tarde pacífica y normal, los esmeralderos negocian

piedras preciosas a plena calle y los loteros despachan la

suerte entre la multitud. Atravieso la Plaza del Rosario y me

dirijo al Sótano en busca del viejo encorvado que vende

periódicos pasados. Ahora sólo un objetivo me interesa,

descubrir ¡Qué es risa! ¿¡Qué invento de locos es eso que

en este país llaman risa!?

Me he puesto a husmear por entre las rendijas del Sótano,

a esperar que alguien aparezca en el laberinto que se

extiende a lo largo del pasadizo. De pronto el viejo

encorvado emerge de entre las sombras y como si ya me

conociera me hace un gesto de silencio. No sé qué pensar,

creo que intenta decirme, no diga nada, las paredes tienen

oídos, entonces me dice que si busco las ediciones del

Tiempo, le digo que sí. Se pierde por entre las estanterías

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donde guarda los periódicos y nace en mí la sospecha que

alguien le ha informado sobre mi llegada.

─ Bueno, encontré los números que me pidió, los otros

tendrá que buscarlo en la hemeroteca.

─ Sí, está bien.

─ Y sobre qué investiga el señor.

─ Verá, estoy interesado en la cultura.

─Usted sabe, la moda, los artistas más reconocidos, esas

cosas, no.

─ Mmmm, qué interesante, a este país le falta tanto ese

tipo de estudios, por ejemplo, a mí me gustaría que hubiera

una sección especializada en nudos de corbatas, la verdad

que sí.

─ Bueno, lo mío es un poco más humano, estoy interesado

en los escándalos de los famosos, sus polvos, los cachos,

maricadas de ese estilo.

─ Qué bien, joven, la verdad usted es un joven muy

talentoso.

─ Bueno, todos no podemos a dedicarnos a la economía ni

a la política. Pero ya que usted tan gentilmente ha

encontrado las ediciones que le pedí, entonces, voy a pedir

a los diarios que incluyan una sección dedicada a los

nudos de corbata, es una promesa.

─ A cambio de eso, joven, no dude en pasar en cualquier

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momento por más periódicos, los que necesite.

Me voy sin saber exactamente qué diablos sucede. Un

viejo encorvado, perdido en medio de la nada, parece

conocerme de siempre. Camino presuroso y regreso al

apartamento. Alguien debe haberle informado sobre mis

propósitos porque dentro de la sección de entretenimiento

he encontrado la gaceta: RISA. Gaceta es decir mucho, en

verdad no supera las tres hojas, a veces una.

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RISA: Revolución Intelectual Sin Armas. No. 23

DONDE LAS AGUAS SE JUNTAN

Por H*.

El mundo es un cáncer devorándose a sí mismo

HENRY MILLER, Trópico de cáncer.

Yo no hago sino poner en palabras lo que veo, siento y

pienso. Soy historiador de la emoción y mi propósito es

alentar el espíritu de los punteños. Es peligroso encender

la televisión, el cuarto se llena de sangre, escombros y

misiles, por ejemplo la muerte del antropólogo brasilero Da

Silva nos llegó por señal digital. Muerte acaecida el pasado

12 de octubre de 2005 cuando intentaba registrar el

exterminio del último resguardo indígena de punteños. Las

noticias informaron de un terrorista extranjero infiltrado en

las tierras punteñas, RISA desmiente lo dicho. Da Silva,

hombre que se suma a los más de ocho mil desaparecidos

en esta lucha no declarada, se graduó en la universidad de

Bahia, Brasil, descendiente de portugueses, emigró de

Brasil para unirse a los esfuerzos de RISA. Su último

comunicado, decía: <<Aquí los hombres que hablaban con

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los árboles han desaparecido, primero, porque los árboles

han sido cortados, segundo, los hombres también>>.

Es tan horroroso justificar un crimen, pero el sentido común

dicta que el horror nos viene dado por proporciones, sólo

que esta vez el orden de los factores sí altera los

resultados. Es decir, el exterminio de 180.000 indígenas

punteños nunca será tan importante como el homicidio de

un hombre de Illinois, sin embargo, nuestra RISA contenida

por siglos proclama que es nuestro deber estar a favor de

la vida.

Da Silva trabajaba en las extensas llanuras del Punto, una

región admirada de nubes, incendiada por un sol que

cambia gradualmente a lo largo del día; con un aire que a

veces viene cargado de aromas frescas y otra de una

saturación de monóxido que ha ido remplazando las nubes.

En sus dos ríos, el Negro y el Amarillo, aún puede uno

bañarse. Los punteños eran como faunos libres que se

perdían (quisiera escribir- se pierden, pero me veo obligado

al pasado, el tiempo presente no califica para hombres

inexistentes) entre las cosechas y sus manadas de ganado

y caballos. Esto es lo que más indignación produce a RISA,

que al encender la televisión una puta disecada y sensual

nos dé recetas para salir de la depresión. En las tardes,

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escribe Da silva, <<…los hombres retozan sobre bultos de

algodón, los mancebos se descubren el torso y se quedan

semidesnudos, son robustos como dioses, con los hombros

anchos y, entonces, luego de la faena, se beben el sol,

dicen que se desnudan al sol para alimentarse de sol,

vienen las mujeres que no son propiedad de ninguno y se

mezclan con sus hombres, imbrican sus sexos como

serpientes, en las tardes se reparten en las camas con sus

hombres y mañana irán con otro y con otro sin importar con

quién, y cuando nace un hijo, los hijos son hijos de todos y

del sol, porque es el sol quién les da el alimento para llenar

de semen las vaginas de las hembras...>>. Así eran las

cosas en el pasado entre los punteños.

De esa casta de dioses desciende Futuro. La naturaleza es

sabia al guardar uno de sus robustos mancebos para

conservar la raza. Sí, y lo ha hecho en un hombre que supo

extirpar su ojo para no ver la guerra, pero no pudo evitar la

llegada de las Águilas Negras, bestias infernales

domesticadas por los amos de Igor de Illinois. Un día, las

grandes llanuras, los páramos, los valles, las pequeñas

ciudades de punteños se vieron ensombrecidos por el

vuelo y el aleteo de las Águilas Negras. Venían con sus

picos metálicos y sus miras ópticas. Eran hombres livianos

pero con una fuerza bruta, capaz de elevar diez autos en

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sus patas. Así eran las Águilas Negras que iniciaron

sacando a los críos de las pequeñas aldeas para detener la

prole y luego se llevaron a los mancebos en camiones para

venderlos como carne de cañón en la guerra. Sólo un

hombre resistió a la segunda matanza, Futuro. Aún faltaba

una matanza, la que cuentan los pocos árboles que lo

vieron todo: Las Águilas Negras tomaban entre sus patas a

los hombres que quedaban y les sacaban los ojos,

desgarraban con sus patas el vientre y el sexo de los

hombres y se lo devoraban, y luego los vomitaban en el río

Negro, hasta que una capa de carne sanguinaria cubría las

aguas, y como el río era afluente del río Amarillo, entonces

el río se tiñó de rojo y nunca más se supo de qué color son

las aguas, ni cuál es el Negro, ni cuál es el Amarillo. Ciento

ochenta mil punteños extirpados del Punto en un día, sólo

para vengar la muerte de un hombre, eso fue lo que dijeron

en esa guerra santa que rectificaba el orden de la historia y

que estuvo en manos de los amos de Igor de Illinois, y

claro, es que Marina descendía de punteño; su padre había

sido historiador e intentaba develar las verdades de la

guerra más larga del mundo. Nunca Marina estuvo presa

en la cárcel de Manhatan, al lado de la estatua de la

Libertad, por ser mula, sino por ser punteña. Cuando Da

Silva descubrió esta verdad, la primera razón para el

exterminio de los punteños, su verdad sentenció la hora de

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su muerte.

Con la tierra baldía y desolada, así lo retrata la descripción

etnográfica: <<Los misiles han abierto cráteres en la tierra,

cuando llueve se arman pequeñas lagunas, suficientes

para ahogar a un hombre, la tierra está cubierta de minas

antipersona y el campo, la extensa llanura, no es otra cosa

que una inmensa planta de destilación de alimentos: trigo,

arroz, fríjol y cebada que llega de todas partes en grandes

camiones para llenar las tolvas que luego se convierten en

un licor amarillento que, una vez destilado, produce alcohol.

En la otra tierra, la que no ocupa la planta destiladora,

puede verse interminables plantaciones de palma africana

destinadas en veinte años al negocio de los

biocombustibles. De pronto, esta extensa llanura se ha

convertido en una selva de palmas solitarias que aguardan

pacientemente dar sus frutos para alimentar a los autos.

Mientras se avanza por entre las palmas hay Águilas

Negras que resguardan el camino de cualquier polilla

impertinente>>.

Así las cosas, el último dato del que tenemos noticia es de

octubre de 2004, sin embargo, RISA logró de Da Silva una

noticia que espantará a los lectores de literatura de

entreacto: <<Exterminados los hombres sólo quedaron las

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mujeres punteñas, mujeres hermosas, fuertes y con una

decisión férrea de ser fieles a sus hombres. Las Águilas

Negras las arrastran por las calles de las aldeas y las

obligan a copular con ellos, meten sus mediocres aguijones

entre sus vaginas que se cierran valientemente para evitar

que disparen su semen maloliente, pero no pueden

evitarlo. A veces las mujeres quedan embarazadas y son

custodiadas día y noche para obligarlas a tener los críos,

pero cuando están naciendo, sus vaginas se cierran hasta

ahorcarlos. Sin embargo, cuando las Águilas Negras

descubrieron esta práctica, están pendientes hasta minutos

antes de parir, y entonces con sus garras abren los vientres

para sacar sus críos, y es así como han ido creando una

raza de Águilas Negras que surcaran un día la tierra>>

Fui a la hemeroteca para revisar las últimas ediciones de

RISA porque deseaba releer algunas páginas que me

faltaban, la edición era bimestral y, en el No.25, Yiyo

presentaba un premio obtenido por el colectivo en el XV

Salón Nacional de Artistas: <<No siempre decimos lo que

pensamos, y ahora más que nunca es una exigencia, un

deber volvernos palabras, imágenes, sonidos, escritura,

gestos; devolverle al signo la fuerza necesaria cuando se

tiene al hombre como sustento. Es justo ahora cuando

hemos de unificar nuestras voces en la palabra. Sin ellas la

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libertad ha de malograrse, la justicia inclinará su balanza

más de un lado que del otro, los asesinos olvidarán sus

muertos, los desplazados no encontrarán el camino, los

políticos truhanes harán de las suyas, y mi vecino, mi

hermano caerá en la desesperanza>> (Con afecto, Yiyo)

La gaceta de RISA estaba dedicada a dar a conocer el

trabajo merecedor del premio y antecedía una breve

crónica firmada por Ram, aunque en su mayoría las firma

H*:

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RISA: Revolución Intelectual Sin Armas. No. 25

LEONES DE LA GUERRA

Por Ram.

<<Hoy es un día no deseado para RISA, pero

imprescindible, no hay ninguna alegría en ser testigos del

despojo, de pronto es como si la tristeza se nos metiera en

lo más hondo de la risa y nos hiciera doblegar la

esperanza. Pero no, nos sobreponemos, hemos

conseguido alimentos, ropa, juguetes, medicinas, algunos

electrodomésticos. H* ha logrado un camión de la Cruz

Roja Internacional, son las cuatro de la mañana, el pito del

camión suena afuera, el operativo ha comenzado. Somos

todos los que debemos estar. H*, El Pony, Marina y Yiyo,

pero Yiyo me ha invitado, soy su hermano, les caigo bien,

soy el único que anda haciendo chistes pendejos, tal vez

porque no conozco la misión que se han impuesto ni sé lo

que nos espera en el campamento de refugiados; también

están los voluntarios, una enfermera, un sociólogo, dos

médicos cubanos que se unen a la misión, un mexicano

que conocimos en una conferencia y que ha viajado sin

otra pretensión que participar en el operativo. Afuera está

el conductor con el camión parqueado y enciende un

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cigarrillo, al lado está un francés, Mesieur D*, empezamos

a sacar las cosas, mil trescientos juguetes que donó la

fundación Paz y Amor por Colombia del grupo Santillana;

pan, arroz, zanahorias, lentejas, fríjoles, papa que los

comerciantes de la central de alimentos Corabastos,

generosamente nos han dado, tal vez porque como los

refugiados conocen no el valor de las cosas sino el de la

crueldad del hambre y la injusticia recaída sobre aquellos

que ahora no pueden cultivar su terruño. Mesieur D* viene

hacia nosotros, nos dice que el Señor de la Guerra ha

firmado el permiso oficial para entrar al campamento de los

refugiados. La hora se acerca, Marina ha preparado café y

lo pone en un termo rojo para tomar por el camino y poder

soportar el frío de los páramos que anteceden al valle de la

Tregua. Según el reporte de Mesieur D* hay una población

de ocho millones de refugiados, lo que llevamos es nimio,

insuficiente, sentimos vergüenza de poder hacer tan poco,

de dar tan poco. No alcanzará para nada, así que no

visitaremos sino la sección A del campamento para evitar

riñas entre los hombres hambrientos. Yiyo anda discutiendo

porque no encuentra el trípode de su cámara ni el equipo

extra, no sabe dónde lo han refundido, finalmente, lo

encuentra en el estudio. Estas no son fotos para el Espacio

sino del espacio colombiano, es lo que quiere RISA,

mostrar la verdad al mundo. Son jóvenes y quieren pensar

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el mundo que les ha tocado vivir, nos ha tocado vivir, si no

lo hacemos, nadie va a hacerlo, estamos contentos por

eso, es nuestro primer operativo misional.

Ninguno de nosotros puede ir en el camión de la Cruz Roja

Internacional, no podemos usar sus símbolos ni sus

chalecos, solo los funcionarios, así que nosotros vamos en

el bus con nuestros chalecos amarillos y la insignia

FUNDACIÓN RISA POR COLOMBIA. Cada cual con el

firme propósito de unir su voluntad para distanciar del

horror por un momento, sin importar que de vuelta la

realidad venga cargada de ponzoña. Aquí estamos listos

para salir. Bogotá está silenciosa, apenas si empieza a

despertarse, nos da por pensar que incluso aquí todos

ignoran la existencia del campamento de refugiados.

Estamos saliendo de la casa, los andenes están llenos de

bultos que son hombres a los cuales esta Navidad

sorprendió con el frío escarchado y sumidos en el olvido.

Algunos son refugiados que han logrado burlar las murallas

de contención donde se guardan los sobrevivientes, han

venido a la ciudad guiados por su luz y como mariposas

tolondras se han desplomado en manada sobre las calles.

Pony y Marina conversan:

─ Así no me dan ganas de traer hijos al mundo.─, dice

Pony.

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─ No sé, eso depende del instinto de cada cual, si tu

instinto dice que debes reproducirte entonces hazlo, lo

importante es saber para qué. Como los punteños.

Marina ha recostado su cabeza sobre los hombros del

Pony y su cabello se confunde con los del Pony que tiene

una melena larga, libre. Y mientras viajamos Marina sueña,

sueña con un hombre que tiene el aspecto de un aborigen

apache de piel cobriza, el cabello casi hasta la cintura. El

hombre le habla con la mirada fija mientras hace gestos

sobre un círculo donde ha puesto hombres de barro. <<Así

es la vida, te lo explicaré>>. Marina despierta, estamos

atravesando un gran túnel debajo de la montaña y del otro

lado se abre la extensa llanura donde antes habitaban los

punteños, más allá, en los confines, está el campo de

refugiados.

Antes del campamento de refugiados pasamos por entre

kilómetros de plantaciones de palma africana que darán en

veinte años sus frutos y producirán un dividendo cuantioso

con la producción de biocombustible. Luego hay grandes

terrenos dedicados al cultivo de oleaginosas que tendrán el

mismo destino, grandes terrenos son destinados al pasteo

de animales que se alimentan con el forraje que dejan las

plantaciones, más allá hay extensos cultivos de amapola y,

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finalmente, se llega a la aldea de los punteños. La aldea es

un desierto de cráteres como volcanes, casas consumidas

por el fuego, ruinas puestas unas sobre otras; una corriente

de aire hace sonar los escombros del cataclismo, el polvo

nos obliga a cerrar las ventanas y entonces el calor se hace

infernal. Un punto de control de las Águilas Negras nos

obliga a detenernos, el corazón de Yiyo parece que va a

estallar, nos quedamos en silencio y vienen las preguntas

¿Quiénes son ustedes? ¿De dónde vienen? ¿Para dónde

van? ¿Qué vienen a hacer? ¿Su autorización? ¿Sus

identificaciones? Luego el hombre saca un gran libro y

escribe nuestros nombres y los números de identificación.

<<Sólo tienen dos horas>> Nos dice. Asentimos, así que

no hay tiempo que perder. Tras el reten hay una alambrada

de unos quinientos metros, infranqueable, con letreros que

advierten su peligro: <<Alta tensión>>, <<Campo

minado>>. Luego, tras un muro que se levanta unos cinco

metros y se extiende de manera infinita, dos Águilas

Negras custodian la entrada desde una garita. Un hombre

baja mientras el otro apunta la metralleta hacia nosotros.

Ha sido un error traer los chalecos del colectivo, un gran

error, nos van a estampillar, pero ya estamos aquí, en el

segundo control y eso nos da un aire de esperanza. Cómo

hemos podido meternos en la jeta del lobo de esta manera,

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ha sido imprudente, falto de olfato, en una palabra, estoy

temblando del miedo. Ya veo las garras posadas sobre

nosotros, ya veo nuestras carnes esparcidas y colgados a

la entrada del campo de refugiados, empalados en las

astas de las banderas.

─ ¿Qué es eso de RISA?

─ Somos un grupo de recreación que rehabilita en los niños

con secuelas dejadas por la guerra, por eso llevamos

juguetes, payasos y leones. Nosotros sólo somos el equipo

logístico, por eso usamos estos chalecos, para que nos

identifiquen.

─ ¿Quién los autorizó a ingresar?

─ El Señor de la Guerra, le contesta Yiyo.

Lo había visto como hombre, como adulto, pero ya más de

cerca, con su cara llena de de barros y cicatrices me

parece que es un niño. Acerca su cara a la mía y puedo

sentir su aliento.

─ Todo parece en regla, pero sabrán ustedes que el

cincuenta por ciento de todo lo que traigan para los

refugiados se queda como impuesto. Menos esa

mariconería de juguetes, excepto que sean armas, pero

muñequitas ni carros, eso se lo pueden llevar. Lo demás sí.

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A descargar.

Todos descendemos del autobús, menos los dos

funcionarios de la Cruz Roja Internacional. Bajamos las

cosas y las vamos repartiendo, el niño armado destapa una

compota para bebes del montón que le hemos puesto

sobre la arena. Se lo lleva a la boca y se saborea, se ríe,

nos mira con más confianza.

Ya está, hemos metido el resto de comida al camión,

adentro un hombre nos espera, es el contacto de la sección

A. Cientos de carpas donadas por Naciones Unidas se

levantan por la llanura y hombrecitos sacan sus cabezas

tímidamente por entre las cierres de cremallera. No se sabe

cómo pueden resistir el calor infernal, quizá están

moribundos, como pronto nuestros ojos acostumbrados a

las imágenes televisivas constatan. Lo que queda de los

hombres son apenas esqueletos forrados en el cuero,

momias que habitan la pesadilla eterna de la muerte

petrificada y que solo esperan dormirse algún día, no

resucitar nunca más. Una anciana estira la mano y la

mano cae sobre el piso, los pocos niños que aún viven no

son punteños sino gente llegada de La Coma, o de La

Línea. Punteños no hay sino uno. Lo vemos venir altivo,

aún camina con vigor y sus carnes apenas si se han

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disminuido.

─ A qué se debe que ese hombre sea tan diferente ─,

pregunta Marina.

─ A que se alimenta con el sol ─ dice Yiyo.

Sí, el hombre que se alimenta de sol viene a nuestro

encuentro, detenemos los dos autos, empezamos a

descender y el hombre no trae su ojo derecho. Le falta esa

parte de la visión, ha sido extirpada, seguramente en

alguna faena del campo, pienso.

No hay tiempo que perder, el tiempo es corto, los

recreacionistas inician su show en la plaza central. Yiyo y

H* se ocupan de las fotografías, Yo voy con Marina y los

médicos cubanos a mirar los enfermos, les damos

medicina. Lesmaniasis, paludismo, dengue, disentería,

todas las enfermedades del trópico camufladas en el

campamento de los refugiados. Al fondo de la aldea unos

hombres se dedican a enterrar un grupo de ancianos que

ha muerto esta mañana, todos al mismo tiempo, como si se

hubieran puesto una cita para irse de viaje. Vomito y para

hacerlo voy detrás del autobús, excitado por los olores

putrefactos de la zona, mientras lo hago veo a Pony que

sube al autobús con Futuro, pero baja con un león. El

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doctor Dunas trata de extirpar pus de una herida

cangrenada en la pierna de una mujer que apenas si se

queja con su último aliento. Expira. Yiyo y H* van a la

sección de los mutilados, hombres que en el pasado

perdieron su piernas por las minas antipersona y que los

dejaron lisiados para siempre, otros simplemente han

intentado escapar por la alambrada y su castigo es

ahorcarlos a la entrada, bueno, de vez en cuando el niño

armado fusila uno que otro, pero a los demás los mutilan y

los arrastran al campamento para que se mueran poco a

poco, poco a poco.

Dos grandes leones de peluche, ridículos a más no poder,

se asan, corren por entre los niños moribundos. Los niños

se ríen con la historia, no puedo escuchar la historia del

cuentero, pero los niños se ríen. Es contradictorio, pienso,

en la zona no hay leones y a estos les da por traer leones.

Dos horas, hora de irnos, de partir, de dejar atrás los niños

que esperan que algún día volvamos con más juguetes,

más comida, más ropa, más risa. Sí. Nos vamos. Yiyo da

la orden de partir y llama a los guardias para decirles que

nos vamos. Los niños nos dicen adiós con un poco más de

fuerza que antes, no es mucho lo que hemos hecho, lo sé.

Quiero llorar, de salida los guardias nos detienen. El niño

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armado sube al auto y le da un puntapié a uno de los

leones que está tirado en la mitad del autobús, el otro está

hacia atrás contorsionado, como muerto y echado contra la

puerta.

─ No hay problema, pueden irse.

Hemos avanzado dos metros cuando el niño armado hace

tres disparos. Nos quedamos estupefactos, sentimos que

van a matarnos, los autos se detienen, Pony reacciona

bruscamente, no entendemos lo que pasa. El niño viene

corriendo y Pony se seca el sudor que le impide la visión.

─ ¿Pasa algo señor? ─ le dice Yiyo bajando a su

encuentro.

─ Sí, a mi amigo y a mí nos gustaría tomarnos una

fotografía con ustedes, y con los leones.

Pony está sentado a mi lado, se ha hecho en los

pantalones, un charco inunda su silla y no entiendo por

qué. Entonces Yiyo sube hasta la puerta para decirnos,

<<Hey chicos bajen del bus, vistan a los leones para las

fotografías>>. Pony se pone de pie, va hacia el león del

fondo del pasillo, hace un gesto de silencio con el dedo

índice. Por supuesto nadie dice nada. El recreador viste al

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primer león y Pony va hasta el león desgonzado, con un

toque en la espalda, lo pone de pie y finge que ayuda a

vestirlo. <<No te preocupes, todo está bien>>, le dice al

oído.

Hemos bajado todos del autobús y Yiyo toma fotografías

con su cámara, las otras las hacemos con la cámara digital

del niño armado. Maicol, así nos dice que se llama, <<Y mi

amigo se llama Estiven>>, agrega. Primero Maicol entre los

leones, Luego Estiven entre los leones, luego los dos entre

los leones. Sonríen para la cámara, es un gesto instintivo

sonreír para la cámara, todo cambia cuando los veo

sonreír. Mientras yo ordeno los grupos Yiyo no deja de

obturar su cámara, son ráfagas de imágenes disparadas

por minuto, como si de pronto la imagen esperada llegara.

Los chicos se han vuelto amables, nos despedimos. Los

médicos cubanos no hablan, prefieren quedarse en

silencio, pero toman sus fotos. Ya en el autobús nos reímos

un poco de las situación y Yiyo propone cantar mientras

camufla la memoria con las imágenes en alguna parte del

autobús, sólo por precaución, rápidamente desvisten al

león. Futuro viene con nosotros, nos hemos traído el

hombre que se alimenta con el sol. No sé por qué todo el

mundo parece saber el plan, menos yo. Pony saca unas

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tijeras camufladas entre el equipaje, le da las tijeras a

Marina y ella, como una gran experta, empieza a cortarle el

pelo, antes de hacerlo lo acaricia y le sonríe, hay que no

dejar un solo pelo sobre el suelo, de eso se ocupa H* que

recoge el pelo y lo va lanzando por la ventana del autobús.

El recreador trae sus pinturas y entonces lo van

transformado en un figurín de la alegría, Yiyo saca su

equipaje extra, un traje de payaso y le pide a Futuro que se

vista. <<Sólo mientras pasamos la segunda guardia>>.

Todo sucede vertiginoso, inverosímil, todo ésto no ha sido

más que un operativo para salvar al último punteño, me

cago en estos hijos de putas que no me lo contaron antes.

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UN DÍA EN LA HISTORIA DE RISA

Se llama Yiyo y se levanta de un sueño profundo, su

cuerpo desnudo ha sudado un poco por el sol fulminante

que penetra por la ventana. Abre los ojos y ellos se

resienten a la luz cegadora. Quiere recordar lo que ha

hecho anoche, pero parece haberlo olvidado, apenas sí

puede saber quién es, algo pasa en su mente, en su

cuerpo. Anoche no sabe qué hizo, en la cama parece haber

sucedido una faena, la cama está revuelta más que de

costumbre, las sabanas plisadas y llenas de manchitas de

sangre, a qué horas mi cama se llenó de pulgas, piensa.

Del otro lado de la puerta queda un estudio fotográfico,

camina hacia él con el paso lento, buscando su cámara

Kodak, de eso sí está seguro, que si él no sabe qué

sucedió en su cámara debe haberse registrado algo que lo

saque de la laguna de la historia. Entra decidido a

investigar por qué la memoria se ha ido de un momento a

otro, sin razón aparente, trata de sentir si hay algún dolor

fuera de lo normal en su cabeza, una resaca, pero no, todo

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está normal, no ha bebido, tampoco siente sed como

cuando se emborracha con las lobitas, quizá le han dado

escopolamina, pero está seguro de que él tiene una

cámara Kodak, no hace mucho la han usado, abre la

puerta, entra y todo está revuelto como si los ladrones

hubieran buscado una aguja en un pajar, los cajones

vaciados, el computador está encendido, no recuerda

haberlo hecho él ni haber trabajado hasta tarde .

Definitivamente aquí ha pasado algo. ¡La cámara! ¡La

cámara no está, se la han llevado! <<Será mejor que me de

un baño para refrescar la memoria>>, piensa, tratando de

encontrar una salida. Va hacia el baño, puede recordar

eso, el mundo práctico no ha desaparecido, de pronto

siente que le arde el trasero, o mejor su esfínter anal. En el

espejo descubre algo insólito, hay una sonrisa vertical

dibujada en el espejo, la comisura de los muslos hace las

veces de labios. Es una boca fabricada con la anatomía del

culo. La confusión empieza a aclararse, Yiyo es bastante

lógico y sabe en lo que anda como para no hacer

conjeturas al momento. Esto lo asusta un poco. Seguro,

piensa, son los del escuadrón ANTIRISA, pero eso no hará

que él se venza. Han encendido el computador para ver

qué guardo, se habrán llevado todo y lo habrán reseteado,

piensa. Sí. Eso es lo que han hecho, se han llevado todo y

han dejado la memoria en blanco, a cambio un banner que

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dice: <<Cerdo asqueroso, métase la RISA por el culo>>. Lo

que no entiende es por qué lo han dejado vivo, tal vez para

jugar un poco al gato y al ratón, eso es, piensa, quieren

jugar un poco a ser los gatos, a cazarme poco a poco.

Pues bien, se dice, ahora no tengo una RISA sino dos, una

para la cara amable de la vida y la otra para el cinismo: se

van a retorcer de ira cuando el mundo les sonría con el

culo. De ahora en adelante el mundo les será amable, pero

con el culo. Haber, cómo intitularemos la exposición: “Las

sonrisas del culo”. “Mil formas de sonreír con el culo”. Qué

bien, me han dado una idea fantástica. Nos anotaremos un

hit en el Museo de Arte Moderno de Bogotá.

Según he podido enterarme, Yiyo llamó esa mañana a su

hermano que salía para Madrid como becario para un

doctorado en comunicación. Le contó lo que había pasado

esa noche y le recomendó una cámara nueva para

reemplazar la que se habían llevado. <<Mejor será que

vengas conmigo, mira que te tienen en la mira>>. <<No

hermanito, vete, en seis meses cuando vaya a Madrid la

haremos grande con la exposición que estoy

preparando>>. <<RISA, ─ me dijo su hermano, dos años

después, cuando era él quien capoteaba el colectivo─,

nunca tuvo para Yiyo la definición que nosotros le dimos

después, para él era simplemente una forma de poner en

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ridículo a los otros a través de la imagen, pero sigue siendo

intelectual, es decir, una imagen pensaba, con contenido.

Las cosas para Yiyo eran más simples, pero incluso más

profundas, él decía cosas como: Ya nos han robado

bastante como para que ahora nos vengan a robar la

sonrisa. Mira, Ram, así me decía, la gente siempre

encontrará un motivo para sonreír, es así de simple, de

literal, las cosas que hoy nos hacen sufrir mañana también

nos harán reír, o así no podamos reír, encontraremos

formas de sobreponernos sin olvidarlo>>. En eso tenía

razón, no siempre podremos sonreír, porque yo nunca, me

dijo su hermano, podré reír de lo que le hicieron a él. Y la

vida es así de irónica, un hombre que se propuso siempre

reír debió morirse muy triste.

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MIL CULOS PARA SONREIR

Yiyo ha bajado hasta la estación de policía más cercana,

por la sexta, allí un agente le toma la información sobre el

robo en unos formatos mediocres que él mismo debe

fotocopiar, les dice que no puede recordar nada, pero al

agente, parece no importarle en absoluto.

─ Es todo señor, la próxima vez trate de cerrar mejor la

puerta para que no entren los ladrones, meta drogas

menos fuertes.

─ Pero es que no han sido los ladrones, ni cuestión de

droga, debe ser el escuadrón. Además, me han hecho un

tatuaje para toda la vida.

─ No creo que sea algo trascendental. Seguramente será

una broma de algún amigo suyo.

─ Dudo mucho, el mensaje es muy claro, además, hay una

violación.

─ Mire, señor, le dice el agente, la política de ha logrado

demostrar que hay mucho tonto por ahí, suelto, posando de

terrorista, como eso del escuadrón de ANTIRISA, no son

más que un poco de adolescentes inofensivos. Nunca se

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ha podido comprobar que hayan cometido crimen alguno, y

es más, creemos que nunca lo harán, de hacerlo, créame

señor Yiyo, nosotros pondríamos la institución en defensa

de los derechos de nuestros ciudadanos, porque si para

algo estamos, es para defender la vida. Mejor, señor Yiyo,

porque no va a su casa, toma un buen desayuno, llama a

su mamá para que lo acompañe un buen rato, que sé yo,

trata de distraer lo sucedido, de olvidar esta broma pesada,

y verá cómo se siente mejor. De paso, aprovecha el

tiempo, busca los clasificados y se dedica a un trabajo

productivo. No le parece señor Yiyo que nosotros sí

tenemos problemas reales de los cuales ocuparnos, como

por ejemplo, luchar contra ciertos colectivos que sí son

terroristas y que amenazan nuestras Seguridad

Democrática. Le queda claro señor Yiyo. Más no podemos

hacer por usted.

Yiyo no dice nada porque su lenguaje son las imágenes no

las palabras, permanece en silencio imaginando que tiene

cara de culo y le sonríe al agente.

─ Claro, claro, está clarísimo ─ Yiyo se aleja, camina por

los corredores con prisa, como si escapara de un gran túnel

donde la libertad está al final.

Según he podido enterarme, Yiyo acude a sus amigos

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cercanos, los convoca a una reunión secreta en un espacio

desconocido. Lo haremos a nuestra manera, les dice. El

sótano es amplio y oscuro, logran camuflarse como

personal de limpieza. Entonces se vota la decisión de hacer

la Gran Toma en la Plaza de Simón Bolívar, junto a su

estatua cagada por las palomas. Son jóvenes,

adolescentes, muchachos despeinados, enclenques de

cuerpo, con ojos vidriosos suscitados por la emoción de

estar fraguando algo grande, extremadamente importante.

Yiyo los alienta a no dejarse vencer: <<Les devolveremos

su propia marca, así nos maten, nosotros no tenemos

armas, haremos uso de la democracia>>. El jefe de

redacción de RISA es Pony, le dicen Pony por su estatura,

pero es un esbelto estudiante de literatura en la

Universidad Nacional, bello hasta la saciedad, inteligente y

ponzoñoso con su cometarios: <<Nuestra toma será única,

irrevocable, irrefrenable: ¡RISA O MUERTE!>>. Entonces

todos se desternillan de risa, se abrazan y se besan unos a

otros, las chicas casi lloran de la emoción.

Pony no escribe nada, una detención en la calle con

documentos sería un error, propone que se publique en la

gaceta: <<Gran muestra de desnudo artístico en contra de

la dictadura civil. Condiciones para participar: arribar a la

plaza Simón Bolívar el lunes 6 de marzo de 2006 a las

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ocho de la mañana, escribir en la espalda la palabra

democracia y tatuar en el culo una sonrisa>>. La propuesta

no está nada mal, se aprueba, salvo algunas

modificaciones. Yiyo propone reemplazar las palabras

dictadura civil por totalitarismo democrático, algo más

amplio que involucre el mundo entero, dice. H* sugiere un

eslogan para la campaña <<No es lo mismo Estado de

Derecho que Estado de la Derecha>>. Sí. Les parece que

está bien, se ríen de la capacidad de armar ese tipo de

paradojas, se mofan. <<Es que nosotros somos unos

filósofos los hijueputas>>, dice Marina. Ah, y cuando la

prensa pregunte por qué, si es que alguna vez el

periodismo en Colombia hace ese tipo de preguntas les

diremos, agrega H*: <<Porque es que han secuestrado la

educación, la salud, la vivienda, la recreación, la tierra, la

alimentación, el derecho a nacer, en una palabra, la

vida>>. ¡Bravo por esa, propongo un brindis de chicha esta

noche! Les dice Marina. Nos llaman mamertos porque

reclamamos el derecho de irnos a donde nos de la gana el

fin de semana, sólo los europeos y los norteamericanos

pueden recorrer el mundo. Me gustaría conocer La

Patagonia, Machu Pichu, México, tantos sueños reprimidos.

─ Mira Pony, no seas resentido ─ le dice Yiyo ─ nadie tiene

la culpa de que seas un pobre diablo sin un peso en el

bolsillo, trabaja, gana suficiente dinero y vete a viajar por el

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mundo, ¿cuál es el problema?

─ Hay que tener cuidado con lo que ponemos, porque

fuera, si uno dice a alguien que tiene derecho a la

educación, entonces lo mira a uno como una mierda. No sé

si se han dado cuenta, el término derecho es ahora

sinónimo de terrorista. Estar con el Estado es aceptar que

no tenemos derecho. Por ejemplo, usted tiene derecho a

matarse la vida entera pagando una casa que es como una

caja de fósforos. Un día deberíamos hacerla bien grande,

meterle fuego a esas putas casas que llaman de interés

social, son denigrantes ─ .Dijo Pony un poco airado.

─ No lo diga en ese tono, le increpó H*, porque suena

panfletario, dilo con tranquilidad, si se deja emocionar los

amigos del Estado van a encontrar razones para decir que

usted es un marxista, y Marx es terrorista, lo mismo que

Freud y Sartre. Y recuerde que aquí hemos declarado que

no conocemos a Marx ni a Freud ni a Sartre ni a Marcuse ni

a Adorno ni a Bourdieu, simplemente sufrimos el hambre, la

deshonra, la muerte respirando en nuestra nuca, la gente

que duerme en la calle porque el banco le quitó su casa,

las cuentas de nómina asaltadas por un puto impuesto de

mierda de “cuatro por mil”, porque hay que permitir que los

bancos nos roben legalmente; la gente matándose en el

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trabajo de lunes a viernes para entregarle el dinero a los

bancos, ¿eso les parece vida? Sí. Soy un panfletario de

mierda, si les complace, soy un panfletario, panfletario,

panfletario: ¡RISA O MUERTE! Esos son nuestros

argumentos, estos nuestros problemas ,y nos da la

regalada gana de pensar que las cosas deberían ser de

otra manera, de ser problemáticos, gústele o no le guste a

la puta babilónica de la democracia suramericana, y por

supuesto, a sus amos.

─ No lo diga en ese tono, le replicó Pony, porque los

sensores del discurso van a creer que conspiramos y

somos terroristas. Pero estoy de acuerdo con usted, uno

tendría que preguntarse si la democracia, es decir, la

trillada voluntad del pueblo pobre, ignorante e imbécil ha

podido alguna vez exigir, al menos pensar que las cosas

pudieran ser de otra manera. La verdad no pienso vivir el

resto de mi vida haciendo una transfusión de sangre a una

casa de concreto que me asfixia.

─ Bueno, ya basta, nos ponemos muy trascendentales y

dejamos de fluir en nuestros propósitos, por ahora la

cuestión es conseguir las cámaras y las luces para

iluminarlos a todos. Ah, e imprimir las invitaciones para el

clero y los políticos.

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RISA: Revolución intelectual Sin Armas. No. 29

IRSE DEL PAÍS, SENTIRSE LIBRE.

Por Ram.

Es 12 de octubre de 2005, día de la Igualdad en España,

acabo de descender de un avión que me trajo por la ruta

Bogota-Caracas-Londres-Madrid. En Caracas quería

devolverme, pero las maletas las habían enviado en otro

avión, Bogotá- Madrid. Tomada la ruta, mejor seguirla. Me

siento solo, me agrada esa sensación de sentirme libre.

Abandono Bogotá, a mi familia, a Yiyo, pero también esa

pesadez de RISA que se me hace insoportable. Los amigos

de Yiyo no se visten con ropa normal sino con aire de

pretensión, a veces creo que flotan en el ego, sostenidos

por una idea puesta en el futuro que los arranca del piso y

los mantiene con vida, en especial ese Pony, es que con

Yiyo es diferente, porque él casi nunca habla, sólo hace,

toma imágenes de gente sonriendo. Bueno, Marina

también me cae bien, sobre todo después de lo que le ha

pasado, y Futuro, que si ese hombre se define por los

hombres me postro a sus pies, pero no creo, es muy

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macho, tiene los cojones bien puestos, mejor que se

reproduzca y engendre críos de suficiente carácter. Ah, mi

hermanito del alma, se lo dije claro cuando salí del

aeropuerto, voy a Madrid a sentirme libre y voy a putearme

hasta la saciedad. Mi novio está en Maiami, O.V.V., lo amo

porque nunca hemos pasado más de una semana juntos.

Ese es mi límite, más me consume en una modorra

insoportable, por eso no resisto los amigos de RISA, no los

resisto, con sus temáticas marxistas, así lo nieguen son

unos pesados marxistas leninistas bourdeanos utópicos.

Pero es que con Yiyo es diferente, Yiyo sólo piensa y

actúa, a veces dice algo. No más, pero lo que hace pone el

mundo patas arriba. Lo amo, amo a mi hermano sobre

todas las cosas del mundo. En la vida no podré amar más,

solo a esos dos hombres, el resto se me pega a la piel

como un brote de sarna.

Sigo en el aeropuerto Barajas, la verdad no sé para dónde

coger o si alguien vendrá a recogerme. Los policías

españoles son muy machos y cachas, como dicen aquí, de

pronto me da por coquetearle a uno, pero me he hecho

amigo de un ingeniero químico en el avión. Se llama

Gastón y es argentino, me pregunta si he traído droga,

vaya. Me emputa ese tipo y entonces le contesto <<¡Y tú

que eres ingeniero químico por qué no la preparas!>>.

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Luego, como si se creyera con el derecho a interrogarme

me dice: ¿Y a qué ha venido a España, ah? A ser puta, y a

doctorarme. <<Vaya, mezcla interesante>>, me dice. Creo

que le gusto y la verdad no está nada mal, el paquete se le

marca bastante bien debajo del pantalón, y no pasa los

treinta años, yo soy casi un niño, niñato como me dirán

después.

Empiezo a desesperarme un poco. No es tiempo de

desesperarme. En Colombia trabajaba en la redacción de

la crónica roja del Espacio, hasta que no pude resistir más

tanta noticia con sangre. Yiyo me llevó allí, porque así es

como se gana la vida Yiyo. Yiyo tiene veinticinco años y

también veinticinco centímetros de polla, ese hombre todo

lo tiene de veinticinco, dice que tiene dos pollas en una, y

no es mentira, porque nunca ha podido decidirse o por la

mujeres o por los hombres radicalmente, los hombres

afirman que es un vibrador humano, las mujeres un

semental. Le da igual, siempre le ha dado igual, dice que el

sexo es una solidaridad con el cuerpo, que para el alma

otras cosas son más importantes. Eso es lo que dice, me

encanta esa forma de pensar, pero en definitiva mi

solidaridad es sólo con los hombres, la del alma, yo no creo

tener alma, son un bultazo de carne que adorno cada día lo

mejor, para que no se descomponga, hasta cuando sea

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posible, porque vendrá el día en que estos glúteos se van a

descolgar como chinchorros y entonces nadie va follarme y

seré útil a los gusanos. Vaya, Yiyo se ha quedado en

Colombia y yo sigo trayendo todo a mi memoria, debe ser

porque la soledad es imposible, está plagada de

fantasmas. Vine a Madrid a ser puta y hacer un doctorado,

no he venido a hacer contactos con ETA ni cosas por el

estilo. Es más, ni la novia de Yiyo ni yo hacemos parte de

RISA. El colectivo es punto aparte, aunque Yiyo quería que

yo trabajara en un montaje teatral que estaban preparando,

algo paralelo a la “Gran Toma”. Pedazo de mierda eso de

la Gran Toma, cada vez más osados en un país donde los

amos castigan la osadía, pero así es Yiyo, radical, idiota.

¡Ay mi Yiyo, y sus amiguitos de universidad! No son otra

cosa que un grupo de borrachitos que toman vino de cuatro

pesos y que pretenden disparar un misil etiquetado como

RISA: H*, Pony, Yiyo, Marina, Futuro, hoy les da por hacer

una obra de teatro, mañana hacen una exposición

fotográfica, otro día un concierto de rock, un cortometraje,

ahora poco hacían uno muy gracioso, me gustaba, la

verdad, “De Duendes de Utopos y de Faunos”; un día de

estos les da por cagarla, la van cagar y se los van a cagar.

Quién dijo que Colombia era un país apto para la RISA,

será para el chiste, pensar la risa es otra cosa.

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Sigo parado en el aeropuerto de Barajas, barajo el tiempo y

las imágenes que no me abandonan, son insidiosas y

fastidiosas, pero van llegando y no puedo hacer nada

contra ellas, es que mi cabeza a veces parece un

ordenador descargando archivos de la red. De pronto me

da por hablarle como una puta a Gastón. Si quieres

follamos un día de estos, te pongo el condón con la boca,

soy pasivo, me encantan vergones y te cobro barato.

Gastón sonríe. <<Veo que eres de pollas tomar, anota mi

número, podrías trabajar conmigo >>, me dice. Me encanta

como lo dice, <<Si quieres nos metemos mano en el

baño>>, y entonces me lleva, se la mamo un rato en el

aeropuerto de Barajas, le cobro 20 euros, muy barato por

cierto, y cuando vuelvo mi amiga Ángeles Grandula me

está esperando.

─ Pero dónde coños te habíais metido, llevo siglos

esperando, que no tengo todo el día, eh.

─ Estaba dando una vuelta, conociendo el aeropuerto.

─ Para lo que hay que conocer, te va sobrar tiempo,

pendejo, mira qué guapo estás, seguro que no estabas

putiando.

─No. Es que quería chuparme algo, pero la verdad, nada.

Ángeles Grandula suelta la risa, es una risa de cómplice,

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me conoce. Nos hicimos amigos cuando fue de vacaciones

a Bogotá y como tenía pánico a la ciudad yo le hice terapia

de choque metiéndola en los suburbios y entre chochales

de mala muerte. Al tiempo empezó a disfrutar las zonas

bonitas con más confianza y también la verga de mi

hermano. Ángeles se llevo una buena impresión del país,

curioso pero cierto, RISA opinaba lo contrario: país de

mierda, país de miseria, país del capitalismo salvaje, de

matones, cosas así. La ventaja es que las necesidades

básicas aquí, en España, están mejor resueltas, eso sí,

dice ella. Ángeles Grandula se trajo también un niño que

duró nueve meses en llegar, y su padre, dijo ella, es Yiyo:

<<Porque es la única vez que he estado a punto de

ahogarme con un polvo. Vaya si la tiene grande, creo que

supera la de Nacho Vidal, y dispara semen como un

caballo>>

Esa es la verdadera razón por la que he venido, a conocer

a mi sobrino, lo otro, lo de puta y el doctorado es colateral,

sólo por no perder el tiempo, pero quiero pasar tiempo con

mi sobrino y en seis meses cuando venga Yiyo a conocer a

su hijo nos vamos a Lisboa de vacaciones, aunque Yiyo

está interesado en investigar sobre la Revolución de los

Claveles. Eso me desanima un poco de él, que Yiyo no sea

capaz de sacarse tiempo para ser papá. Bueno, con los

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antecedentes de RISA, y no fui yo sino H* quién me dijo:

<<Si quieres que te den la beca, haz una investigación

sobre la comunicación durante el Franquismo>>. Bueno,

pues bien, escribí el proyecto, gracias a una manita que me

dio Pony, H* lo revisó, Yiyo lo aprobó, y ya, la loca se va a

Madrid a doctorarse en la Complutense de Madrid. Así soy

yo, tan contradictoria, a veces los odio, pero otras los amo,

unos días les doy la razón y otras me retracto, soy tan

veleta, tan plumífera, tan puta…tan, piensen lo que

quieran.

Es ocho de enero y mi hermano me dice que están

celebrando el aniversario de la Revolución Cubana, que

han invitado a H* para hacer una conferencia sobre el

origen del individualismo en el capitalismo, pero que la

conferencia será en Venezuela. No entiendo, la verdad qué

tiene que ver Venezuela con Cuba, pero soy medio bruta,

entonces Yiyo me lo explica, pero eso no es nada, me dice

a través del chat:

>Hemos ganado el XV Salón de Jóvenes Artistas. Te

acuerdas del trabajo que hicimos en el campo de

refugiados, lo intitulamos “Leones de la Guerra”, y mira, nos

hemos ganado el premio.

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>Sí, lo recuerdo, muy bello, por cierto, esa idea de dejar

sonar los sonidos del ambiente con las imágenes quietas

de la guerra me pareció fantástica. A propósito, ¿de quién

fue la idea?

>De Perelman, idiota, aplicamos la noción de auditorio, se

trataba de conquistar y atrapar el público. Al público hay

que trabajarlo muy bien, de hecho uno trabaja para ellos,

para que lo escuchen. Sería bueno que te pusieras a leer,

loca, o nos vas a ser quedar como unos inmunditas.

>Yiiyito está hermoso, tienes que venir pronto, Deja por

unos días RISA y ven a conocer tu prole, vergón.

>Sí, ya lo vi ayer, Ángeles me envió las últimas fotos, de

verdad, he llorado al verlo.

>Pues bien, entonces qué esperas, ponte en un avión y

vienes.

>Ahora no porque la “Gran Toma” no da tregua, hay mucho

que cuadrar y los muchachos no se bastan solos. Ah, chiva

niña farandulera, Futuro y Marina están saliendo.

> ¿Y el escritor? ¿Dejó de perseguirlos?

> No para nada, estuvo hablando con mis amigos en el bar.

Lo vieron muy triste.

>Pobre marica…

>Vale, no te la tomes contra ese pobre hombre que intenta

hacer lo mejor.

>Perdóname, es que no se trata de intentarlo sino de

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hacerlo bien.

>Déjalo así. Ya se saldrá con la suya, tarado no es.

> Te dejo, me desconecto.

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RISA: Revolución Intelectual Sin Armas. No. 30

MUERTA COLOMBIA

Por Ram.

Ángeles Grandula no puede alojarme más en su

departamento de Gran Vía de Horteleza, su hermana que

se ha divorciado del marido colombiano ha venido a vivir

con sus cuatro hijos, porque hasta aquí se reproducen con

facilidad. En cambio me he tenido que ir al barrio bajo de

las Barranquillas. Vaya porquería de vecindario. El

ambiente está saturado de música colombiana, Juanes

suena por todas partes con esa canción que parece otro

himno…ama la tierra donde naciste, ámala es una y nada

más…Siento que la nostalgia se abre paso camuflada de

sentimentalismo barato, tendré que matarla. Venir hasta

Madrid para sentir que se es más colombiano que en

Colombia misma me parece ridículo. Yo no he venido a

España para sentirme colombiano sino libre, nadie.

Hoy parece que juega la selección Colombia y los hombres

gordos y fofos lucen las camisetas del equipo, entonces la

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calle, las esquinas, los bares, los parques, los centros

comerciales empiezan a teñirse de una gran mancha

amarilla que lo invade todo y me dan ganas de vomitar. Voy

camino al supermercado que debe quedar en la mierda, en

Colombia hay uno debajo de cada piso, aquí uno cada año

luz. Hace bastante frío y pronto se acerca la hora oficial del

invierno, diciembre me asfixia con su frío y hace que me

rasquen las axilas hasta hacerme sangrar, tal parece que

el abrigo que le robe a Yiyo aquí no sirve de nada. Bueno,

con los dólares que recogí en la fiesta de lluvia de sobres

que me hicieron mis amigos en Theatron voy a comprarme

algo. He pagado la renta y sé que pronto tendré que llamar

a Gastón, otros veinte euros no están nada mal. Con el

dinero que me queda solo puedo comprar malteadas

grasosas y luego meterme a la cama a invernar como los

osos. No quiero extrañar la comida de la casa, así la

extrañe no voy a extrañarla, eso lo tengo claro, muy claro.

Doblando la esquina Pelayo hay un graffiti escrito con tinta

roja <<Peligro, colombianos, moros y gitanos en la zona>>.

Es una desgracia, pienso, ahora sí empiezo a

preocuparme, eso me incluye. También me da por pensar

lo contrario, finalmente alguien se ha dado cuenta de lo

peligrosa que llega a ser la ignorancia. Esas no son

palabras mías sino de H*, fue H* quién dijo un día que lo

mejor repartido en la democracia era la ignorancia y la

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pobreza. Claro ,y eso produce hombres idiotas, imbéciles,

cretinos, pusilánimes hasta los huesos, arrodillados, brutos

hasta el infinito. Todos estos imbéciles vestidos de amarillo

me están emputando, estrellándome su pedacito de patria

en la cara. Si la amaran tanto, pienso, no pondrían sus

dedos callosos en la tinta de las urnas que no tienen tinta

sino sangre, pero son unos imbéciles. Alguien grita, creo

que es paisa, un regionalista ¡Viva Colombia! Siento un

escalofrío que me hace erizar y me da por pensar ¡Muerta

Colombia! Hace tiempo que le dieron el tiro de gracia pero

no la han sepultado, entre tanto hiede y su hedor se

desparrama, desborda sus dos océanos, contamina el

Amazonas, el pulmón del mundo; llega hasta Europa, y el

hedor de Europa también llega hasta Colombia y también la

contamina. Es que el mundo entero es un hedor, pero el de

Colombia duele más porque está hecho con mi propia

sangre. No he hecho sino pasar de un hedor a otro, pero

en Colombia hay todos los hedores del mundo, todas las

inmundicias. Ahora me voy preguntando si seré tan libre

como creía que iba a serlo. De verdad esa voz estampillada

en la pared me preocupa.

En la noche llamo a Ángeles Grandula. Tengo miedo, le

digo, hay un letrero así en tal parte. Entonces ella me dice

que no me preocupe, que no va a pasarme nada, que no

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hable con desconocidos. Conclusión, voy a tener que

quedarme callado el resto de mis días porque aquí todos

son desconocidos, menos los colombianos, pero los quiero

lejos, lejos de mí. Entonces no tengo más opción que

escribir y pensar en Yiyo, amo a Yiyo, me hace falta aquí

con su valentía, yo soy un cobarde que posa de valiente.

Hasta el fastidioso del Pony me hace falta, estaría aquí

bebiendo y salpicándolo todo con su risa y su pretensión de

filósofo. Cuando vuelva a Colombia lo primero que haré es

llamar al Pony.

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LOS VIERNES GAITANISTAS

Los últimos meses los he dedicado a la búsqueda de

Futuro. He intentado cruzar palabras con el hombre

encorvado pero se limita a preguntarme sobre la

investigación de la moda. En ninguna universidad su

nombre registra. Ayer visité la Universidad Pedagógica

Nacional, y volvió a sorprenderme un escuadrón enfrentado

con los alumnos. Los alumnos les tiran piedras y ellos les

responden con tanquetas. Una de ellas está marcada con

las letras AR 128. Las letras sugieren la sigla de ANTIRISA,

pero es imposible que dicho escuadrón terrorista se haya

infiltrado en las fuerzas del Estado que no están para otra

cosa distinta a la de proteger a los ciudadanos. Terminados

los disturbios la universidad luce las farolas rotas, los

adoquines convertidos en piedra de combate, las paredes

manchadas con tinta que ha lanzado el escuadrón

antidisturbios para marcar a los presuntos implicados, las

paredes vuelven a hablar de la dignidad de los pueblos,

hay graffitis, poesías, una América Latina dibujada con las

venas abiertas, desangrándose. Así que ha sido imposible

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investigar si alguien conoce el colectivo RISA.

Hoy, la alumna Quinceno me ha invitado a su prácticas

teatrales en le torreón del edificio B. Llego puntual y ella me

espera sobre la 73, la he conocido días antes en el café

Luvina Libro cuando lanzaban un texto de relatos que

intitulaban “El desplazamiento de sí mismo”. Me sorprende

que hoy la universidad tenga un aspecto demasiado pulcro,

es como si de ayer a hoy no hubiera pasado nada. Anoche,

según me explica una alumna, <<…los señores de

servicios generales han reconstruido todo, pero lo que más

nos desagrada, dice, es que también nos borren las

paredes. Tanto así que hemos tenido que conformar un

colectivo que cada día hace la ruta de la reconstrucción: Se

inicia pintando nuevamente el monumento a las venas

Abiertas de América Latina, luego tenemos que reconstruir

el mapa de Colombia, el que se encuentra dibujado en el

“aeropuerto” ─ así le dicen a una parte de la plaza central ─

con todos los puntos donde se han cometido masacres por

parte de los grupos armados, porque hasta eso han tenido

la osadía de borrarnos>>, me dice mientras avanzamos por

entre los estudiantes que se aglomeran en la plaza.

Subimos a un tercer piso donde un grupo de jóvenes hace

pequeños esquemas teatrales que retratan situaciones de

opresión. Cuando llegamos los jóvenes se sientan en

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círculo en el escenario y me invitan a pasar.

Quinceno es hermosa, de mirada húmeda, voz serena, y al

hablarme me interroga, como diciendo, si usted vino a

hablar conmigo dele que aquí estamos para el debate, pero

si vino a tildarme de rebelde sepa que no le tengo miedo.

Entonces me parece que es la persona indicada para

preguntar por RISA. Ella se queda pensando un momento,

suele hacer ese tipo de pausas, << ¿RISA?, RISA es lo que

hacemos todos los días con estudiar, hacer teatro,

componer música, escribir relatos como el que el que

lanzamos la otra noche, no cree usted que por eso quieren

acabar con la universidad pública, porque el día que la

clausuren se acaba la poca conciencia que queda en el

país. Aquí vino un joven de un nombre muy extraño,

Futuro, y estuvimos trabajando unos días sobre el teatro

del oprimido y sobre el teatro foro, pero creo que se iban

del país, o algo así, Bueno él y su novia, una niña que

estaba embarazada, muy linda, la que anuncia la marcha

de la Gran Toma para el 6 de marzo, ¿la habrá visto no?

>>Entonces les digo que sí, que la he visto y que he podido

reconstruir un poco sus vidas. Aquí vinieron ellos y

estuvieron compartiendo unos talleres con nosotros,

también querían aprender de nosotros la experiencia sobre

el teatro del oprimido. Pues bien, aquí nosotros exponemos

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la vida, liberamos la mente y el cuerpo de la represión, se

trata de volver a nosotros, de volver a estar ahí, de sentir

que pese a todos sobrevivimos y sanaremos las heridas sin

olvidarlas.

Aquí suceden varias cosas, por ejemplo un grupo de

amigos ha abierto un espacio los viernes que han

denominado como los Viernes Gaitanistas. Los Viernes

Gaitanistas los creó un señor que sabe la historia sobre el

asesinato de Gaitán al derecho y al revés, un señor Efraín

Isaacs, pero ellos han creado un espacio similar, no para

repetir la vida de Jorge Eliécer cada viernes, sino para

discutir los problemas, los de ahora y su historia. Por

ejemplo, ahora se está creando nuestro propio currículo

para la insurgencia. Hemos llegado a la conclusión que la

insurgencia de las armas, el secuestro y la extorsión no es

ninguna insurgencia, como tampoco tiene sentido un

Estado de tanques y misiles, son dos cosas iguales. La

insurgencia que nosotros proponemos tiene que ver con la

conciencia sobre la historia que hemos vivido, pero no la

que nos enseñan en los libros oficiales ni la que cuentan

los medios de comunicación, sino la que la gente ha vivido

realmente, proponemos espacios para que los desplazados

y los oprimidos vengan y cuenten por qué les quitaron sus

tierras, nosotros los escuchamos y ellos nos enseñan cómo

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es que se dan las cosas en esto que llaman nuestra patria.

Nuestra revolución para la insurgencia tiene que ver con

volver a las raíces, recuperar lo ancestral y defender los

derechos de cada punteño sobre la tierra, nuestra

insurgencia es con el corazón, el intelecto, el sentimiento y

la acción. Esas son nuestras armas. Un viernes, por

ejemplo, lo dedicamos a mirar desde el análisis crítico del

discurso qué es eso del nacionalismo, y también hemos

llegado a la conclusión de que durante los últimos cien

años el nacionalismo ha sido una falsedad, un sentimiento

inflado por la publicidad, pero un arma que justifica la

barbarie, porque si la patria es la madre entonces todo lo

que cuestione la patria es su enemigo. Bueno, usted

pregunta por RISA, y dice que se hacen llamar “Revolución

Intelectual Sin Armas”, pero nosotros hemos propuesto que

el intelecto no es suficiente, así que ahora se me ocurre

que sería mejor pensar en una “Revolución para la

Insurgencia Sin Armas”, o como ya le dije, el corazón, el

sentimiento, el intelecto y la acción son nuestras armas.

Ahora lo que yo creo es que si usted pregunta a cada uno

de ellos qué es eso de RISA, ellos posiblemente le

contesten: yo soy risa, yo soy risa, yo soy risa. Déjeme

aclararle una cosa, nosotros no estamos de acuerdo sólo

con el intelecto, porque la razón a la largo de todo la

modernidad también produce la barbarie más atroz, no

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queremos caer en la neurosis del intelecto, a mí me parece

que Futuro y Marina han hecho bien en embarazarse, en

coincidir en el amor, por eso tenían que irse del país.>>

La mañana va transcurriendo entre conversa y conversa,

los jóvenes lo hacen amablemente, sin agresión, de forma

ordenada:

─ Si me permiten, yo pienso que todo apenas se está

gestando, ni las cosas están tan claras para RISA ni para

nosotros. El discurso se va construyendo poco a poco, pero

la idea no es un discurso que sea más violento que la

violencia misma, pienso que la palabra también puede

tener un fin sanador.

─ Compañero, en lo que usted dice hay mucho sentido,

pero no podemos excluir la violencia por completo, la

violencia tiene algo de bueno, implica por ejemplo

desplazar nuestras formas de concebir el mundo, no

podemos seguir siendo tolerantes con las formas violentas

que denigran la condición humana. Es lo que escribía

Pablo en el prólogo del libro. “Todo desplazamiento obliga

necesariamente a una forma de violencia, y en el vacío

podemos descubrir lo que antes nos era legítimo,

aceptable, moralmente bueno, resignación, perdido”. Por

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ejemplo cuando nuestros desplazados por la violencia

desplazan su condición descubren que el Estado está en

deuda con su felicidad y que por tanto están en el legítimo

derecho a ser rehabilitados, no engañados con falsas

promesas, sino que a los punteños, por ejemplo, les tienen

que devolver sus tierras, no darles peñascos inservibles, en

una palabra, les tienen que devolver la vida, ya que a sus

muertos será imposible resucitarles. Pero el cinismo del

Señor de la Guerra, ahora pretende que perdonen lo que

les han hecho, y además que lo olviden: Perdón y Olvido,

dice la publicidad, nosotros decimos lo contrario, ni perdón

ni olvido, justicia. Creo que ese es el verdadero sentido

sanador, sólo así podremos recuperar la esperanza, solo

eso trae tranquilidad al espíritu y fortalece la voluntad. Lo

otro son recetas de cocina para salir de la depresión,

entretenimiento. Es que el intelecto también puede

engañarnos con su discurso, creo que ahí se pierde un

poco la coherencia, intelecto sí, pero con corazón.

─ Sí, todo eso suena hermoso, pero hay muchas cosas que

deberíamos comprobar, por ejemplo, qué evidencias

tenemos de la esperanza. De lo contrario, no sé si les

parece, pronto caeríamos en el utopismo de antaño. Yo

creo que la esperanza tiene que tener un paso hoy y otro

en el mañana. Por ejemplo, tenemos la esperanza de

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construir una verdadera patria, pues entonces la

universidad pública no se acaba, luchamos por ella, lo otro

es caer en el verbalismo ─ replica una joven estudiante y

que según me he podio enterar se llama María Paz.

─ Yo no creería que es simplemente verbalismo ─ le

replica un joven de cabello largo que según me cuentan

tiene un grupo de rock ─ si no lo expresamos no lo

sabemos, la palabra tendría que ser la primer forma de la

acción, porque cuando llegamos a proferir una palabra

muchas cosas han pasado aquí adentro. Yo creo, por

ejemplo, que si tú estas pidiendo una evidencia de la

esperanza, la palabra ya es una, en ella hay acción,

sentido, cosmovisión. Si alguien no se asume en su

discurso primario entonces difícilmente llegará lejos en su

accionar. Lo que sí creo es que cada uno tiene que

reflexionar sobre qué es patria, vida, amor, conciencia,

sexo, oprimido, revuelta, ese si me parece a mí que es el

primer paso hacia una toma de conciencia. Es que ya no es

tiempo de líderes, no se que va a pasar con RISA, RISA

tiene una cabeza que todo el mundo está buscando para

ponerla contra el piso, creo que son muy evidentes. Si

queremos llegar a algún lado no podemos seguir repitiendo

el esquema de líder. Me parece que cada uno debe

hacerse responsable de su propia formación, un verdadero

individualismo.

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─ Pero tendríamos que tener cuidado con el término

individualismo ─ dice Quinceno.

─ No, no, no podemos estar tan prevenidos con cada cosa

que se dice, cada palabra, no se amarren tanto ─ les

replica Camilo.

─ Bueno porque son términos que no se han reflexionado

lo suficiente.

─ Mira Quinceno, lo que pasa con el individualismo, y eso

algo que expuso H* en Venezuela en su conferencia sobre

“El origen del individualismo en el capitalismo”, que en

realidad es una tesis de Von Martín es que el dinero

transformó todas las relaciones sociales, pero yo no hablo

de ese individualismo de la cosificación, de lo cuantificable,

del ego capitalista, sino del individuo, que como ya decía el

compañero se desplaza a sí mismo, para descubrir los

valores posibles en los que debería creer y bajo los cuales

podría orientarse en el mundo. Es que tiene que

reconocerse como individuo para saber si algún día puede

llegar a la colectividad, imponer la colectividad como una

forma de ser sin antes transformar el individuo del ego

capitalista es un error, un craso error.

─ Bueno, todo está bien, yo lo que agregaría por hoy ─

dice Quinceno ─ es que nuestro país ya ha caído lo más

bajo posible, es decir, más abajo no hay para dónde, de

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ahora en delante nos queda el único recurso de empezar a

subir, quiero decir, subir éticamente y sólo hay una forma

de lograrlo, desde cada uno de nosotros, cada uno tiene

que decidir qué es realmente la felicidad, por ejemplo.

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PARTICIPACIÓN

La ciudad se levanta en una agitación inusual. La moral ha

sido sacudida desde lo más bajo, el culo. Según he podido

informarme Ram ha girado una cuantiosa suma de euros

que ha ganado este invierno trabajando en los bafles de la

discoteca Ohm, allí, invitada por su amigo Gastón, el dueño

se ha fascinado con el aspecto de niño andrógino sumado

a su cuerpo menudito, los modales finos, la piel canela y

una sonrisa que trasluce maldad en su origen. Su belleza ─

dice este hombre a un travesti, su sobrino, que hace las

veces de asistente del Chulo más poderoso de la calle

Callao ─ es excesivamente perfecta.

─ Al menos ─ dice Sacha, el travesti─ ¡ah!, a este no se le

nota el cutre de otros latinos.

Dos días han bastado para que Ram, que ahora por

sugerencia de Sacha se llamará Marcelo, sea el gogó más

aclamado en Ohm. Su trabajo consiste en hacer lo que le

gusta, bailar en lo alto de una torre de bafles. A veces lo

visten de siniestro y entonces lleva una capa satinada

negra, tacones y ropa interior femenina ajustada; otras

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debe ser un niño punk que se ha revelado de sus padres

para ser otro. Hoy va vestido de potrillo brioso con unas

riendas y un casco con una gran cresta de aluminio

platinado. Usando un pequeño arnés y una polea a veces

da pequemos saltos hacia el aire mientras lastima su piel

con una fusta trenzada. Mientras danza ha pensado en su

hermano Yiyo, pero él lo conoce y estaría feliz de verlo.

Quizá ya recibió el dinero y lo otro, piensa.

Yiyo está feliz, son mil euros en total. Yiyo sabe que ésto

no se lo habrá ganado sólo bailando. Mil euros y una

cámara nueva. Según he podido enterarme, con los mil

euros han mandado imprimir las invitaciones. Es un volante

que lleva una caricatura hecha por Rey, un amigo

diseñador gráfico, en ella puede verse la sonrisa vertical de

un culo que saluda al lector. La tarjeta de participación

invita a la gente a unirse a la protesta. En la madrugada

cientos de jóvenes han recorrido la ciudad usando sus

bicicletas, motos, autos, y de pronto las casas, centros

comerciales, hoteles, iglesias, hospitales, despachos

judiciales, escuelas, colegios, universidades, noticieros han

amanecido empapelados, muy sonrientes.

Las damas de la capital llaman a las emisoras para

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quejarse de la inmoralidad de estos terroristas. La policía

ha dispuesto un operativo para dar con los responsables.

Yo he ido corriendo al Sótano para hablar con el viejo, no

hay nadie, ahora un hombre joven vienatiende la ventanilla

y me dice que el hombre ha desaparecido. Entonces no

dudo en salir corriendo a la calle y quedo atrapado en

medio de la multitud que avanza decidida hacia la plaza,

todos llevan el dorso desnudo y una palabra escrita en la

espalda: democracia:

Soy el único que no se ha escrito nada y que aún lleva

puesta la camisa, es imposible salir de la multitud. El

Estado ha puesto a disposición todo su arsenal para

brindarles Seguridad Democrática a los participantes, para

brindarnos, es imposible salir de la multitud. A lado y lado

hay policía antimotines, tanquetas, agentes motorizados,

carabineros, soldados armados que apuntan desde los

techos, helicópteros artillados que recorren la ciudad a

pocos metros y entonces el cabello de las mujeres se

alborota con el viento. Algunos que no han podido salir a la

manifestación lanzan papel picado desde lo alto de los

edificios y el viento los dispersa.

A mi lado una anciana deja al aire su carne escurrida y

entonces me animo, me quito la camisa, y una chica me

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escribe en la espalda con labial la palabra que todos han

custodiado. Ya estamos aquí, pienso en Futuro, en Yiyo,

Marina, Pony, en H*, me da por pensar en ellos como si

fueran mis amigos de toda la vida, y lo que menos deseo

es verlos hoy, no quiero verlos aquí exponiendo sus vidas.

Es posible que vengan entre la gente, como unos usuarios

más de la democracia. Esto ha sido una locura, los medios

de comunicación también se apostillan a lado y lado y

disparan sus cámaras sobre los manifestantes. Ya está la

gente en la plaza, no hay tarima, no hay música ni fiesta ni

protagonismo de nadie. RISA parece haberse escondido

debajo de la tierra.

Las horas pasan vertiginosas y entonces la plaza se

apretuja más y más. Ya es hora, creo, de hacer algo por mí

mismo. Desajusto mis cinturón y dejo caer la ropa, pero ya

muchos hacen lo mismo, la gente ha comenzado a

desnudarse, y ahí están las sonrisas dibujadas en los

traseros: gordos, flacos, velludos, barrosos, chicos,

grandes, arrugados, todos sin que nadie pronuncie una

orden orientan el cuerpo hacia el Capitolio Nacional, se

inclinan al grito de alguien que decide coordinar el

movimiento de inclinación. Entonces los culos sonríen al

monumental edificio, primeo al Capitolio, luego a la

Catedral Primada, y por último al Palacio de Justicia. Vaya

si la han hecho grande, la hemos hecho, pienso.

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Ahora lo comprendo, creo saber dónde esta Yiyo, H* y

Pony, según dijo Quinceno, Futuro y Marina se marchaban

del país. Pero tengo la intuición de dónde ubicar a los

otros, deben estar camuflados entre los periodistas, no hay

duda, así que saco mi cámara fotográfica y disparo mi flash

hacia ellos. De pronto el caos se apodera de la plaza, tres

disparos han sonado nuevamente, sin saber de dónde ni

quién es el responsable. Los escuadrones antidisturbios

interpretan ésto como un ataque contra El Estado y

entonces reaccionan inmediatamente. Los gases y las

cortinas de humo invaden la plaza, me resisto a abandonar

el lugar. La manada se mueve despavorida y hay niños

tirados en el piso, magullados y asfixiados. De pronto los

periodistas son atrincherados contra las paredes del

Palacio de Justicia, los suben en tanquetas blindadas y se

los llevan, no se sabe por qué, no se sabe a dónde, pero se

los llevan. Tal parece que se trata de preservarles la vida

de los disparos fulminates de terroristas que han vuelto a

disparar.

Según he podido enterarme, los periodistas rescatados han

sido llevado a las instalaciones de un batallón y, allí,

aisladamente, les han revisado los documentos y reseñado

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sus rostros, luego de tres horas han salido, menos ellos.

Aquí está Futuro, Yiyo, y Pony, los puedo ver en mis fotos

digitales, los reconozco, y Ram, que ahora ha vuelto de

Madrid reconoce a Yiyo: <<Es él, lo sé, esta es la cámara

que le envié, siempre tenía este lunar justo aquí donde está

este, y estos zapatos los compró el año pasado en

Londres. Mañana iremos al Espacio colombiano, ahí sí que

lo conocen bien, y cualquiera le dirá que este es Yiyo, de

Pony no hay duda, es éste, mira que hermoso quedó,

bajito, patón, barbado, macho. Este es H*, míralo tan

delgado como está, es él, pero es que son unos bestias,

debieron dejar que la prensa internacional cubriera la

noticia, eso era lo que importaba, pero yo sabía que la iban

a cagar, que se los iban a cagar, y la cagaron. No sabes el

esfuerzo inmenso que tuve que hacer para que Marina y

Futuro, y el crío que ya viene, abandonaran el país, porque

hasta ese par de tozudos se obstinaban en ir a la plaza.

Mira a mi Yiyito, está sonriente, siempre se le hacía este

huequito aquí en los pómulos, y cuando yo era pequeño

jugaba a ponerle un granito de arroz y si él demoraba más

de cinco minutos entonces yo le daba un beso en la boca y

a veces nos besábamos largo rato. Yo le daba un beso

porque a mí me gustaba besarlo y a él le gustaba besarme,

pero sólo eso. Lo primero que haremos es reemplazar las

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imágenes de la Gran Toma por las de Yiyo, Pony, y H*, que

el mundo sepa que los han desaparecido, mil veces

hijueputa el escuadrón ANTIRISA, país de mierda,

dedicaremos una gaceta a reconstruir la historia completa

de RISA y otra a mostrar las imágenes de la Gran Toma>>.

Hoy recorremos la ciudad que no se repone de esta nueva

matanza, al menos quinientas personas estampilladas en el

piso. Subimos por la calle del Camarín del Carmen, hemos

concertado una cita con un periodista argentino que cubría

la Gran Toma. Necesitamos saber algo de los muchachos,

Ram ha pensado que lo mejor es cubrirse el rostro con

pañuelos palestinos para que no nos reconozcan tan fácil,

bueno ese soy yo, él va vestido como Mónica Naranjo,

mientras tararea la canción Sobreviviré. Antes ha querido ir

al visitar el monumento de Jorge Eliécer Gaitán y el Sótano,

mientras bajábamos las escalinatas me ha dicho con su

voz apesadumbrada: <<La han cagado, sí que la han

cagado, pero sabe una cosa escritor, ahora me da por

cagarla a mí: ¡RISA O MUERTE!>>

Llegamos, el hombre nos recibe con algo de recelo y

pregunta quién es la mujer.

─ No es mujer, es hombre, y es hermano de uno de

nuestros desaparecidos, de Yiyo.

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─ No voy a darles mi nombre, solo quería decirles que

tengo una conversación taladrándome día y noche la

memoria, es como si las voces buscaran su destino.

─ Bien, somos oídos.

<<Lo que yo puedo recordar, porque hay cosas que se me

han borrado o me son muy confusas. Lo que recuerdo es

que entrábamos a unas tanquetas blindadas y un hombre

armado decía, <es por su seguridad, hay terroristas en la

plaza>>. Claro, nosotros no esperábamos que con tanta

seguridad sonaran tres disparos. Al lado mío estaban tres

jóvenes, cuando hablé con ellos me dijeron, <somos

reporteros del Espacio colombiano>. Bueno, normal, pero

luego cuando nos subieron a las tanquetas, ellos

comenzaron un diálogo un poco extraño para mí.

─ Tú crees que nos van a matar.

─ Y qué se espera, ya la hicimos, podemos morirnos en

paz.

─ Tú crees que algún día nos van a recordar.

─ No sé, la gente olvida, tiene que olvidar si no se

enloquece.

─ Yo creo que mientras Ram viva no nos va a dejar morir,

de eso estoy seguro.

─ Además, Futuro le contará todo lo que pasó a su hijo,

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que sí va a tener carácter, eso espero…

─ Voy a irme sin poder abrazar a Yiyito, pero él nos

conocerá, estoy seguro.

─ Morir es también vivir, es mejor a vivir muriendo

eternamente.

─ Entonces nos vamos.

─ Sí. Nos vamos, unidos como siempre, vamos a reírnos

un poco, porque nunca se sabe si más allá haya espacio

para reír.

─ ¡RISA O MUERTE!

Es lo último que pude escuchar porque un gas inundaba la

tanqueta, sentimos que dormíamos. Al día siguiente yo

estaba en mi cama nuevamente, sin poder recordar a

dónde nos llevaron, imagino que pudo haber sido a un

sótano, alguna mazmorra, igual a las que usaban en las

dictaduras suramericanas. Pero de eso no tengo recuerdo,

mis amigos, los que iban en otras tanquetas, simplemente

dicen que las fuerzas armadas los pusieron a salvo, que los

llevaron al patio de un batallón, que allí les prestaron auxilio

médico, que nunca les registraron sus cámaras, que no

entienden qué pudo pasarme:<< Seguramente te habrás

golpeado la cabeza>>, me dijo una periodista colombiana.

Yo sé que algo paso ahí, algo que no puedo recordar,

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porque cuando lo intento, mi cerebro lanza las imágenes

de un partido de Boca contra el San Lorenzo en Mar del

Plata, es absurdo, si yo nunca he cubierto la crónica

deportiva. ¿Cómo se entiende eso? ¿No habría sido más

coherente un partido Millonarios contra Santafé? Creo que

los idiotas se equivocaron de archivo.

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hecha de retazos de imaginarios, el tiempo del destiempo, el espacio fragmentado y no lineal y bastante posmoderna; acudiend RISA es una novela hecha de retazos de imaginarios, el tiempo del destiempo, el espacio fragmentado y simbólico de una sociedad que lucha por mantenerse en pie. Lograda a partir de una estructura no lineal y bastante posmoderna; acudiendo a varios puntos de vista y a muchas voces, el autor logra someter a juicio tanto la historia local colombiana de una guerra no declarada que dura ya más de cien años, así cómo la represión ejercida por el totalitarismo democrático del siglo XXI. juicio tanto la historia local colombiana de una