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a22 l País ___ El Comercio ___ domingo 16 de setiembre del 2012 NOBLEZA INCA EN EL SIGLO XXI Cómo se realizó la investigación “La electricidad se llevó las almas” Detener el poder de la naturaleza Estos artículos son resulta- do de un traba- jo que empezó hace tres años el genealogis- ta holandés Ronald Elward, con los aus- picios de El Comercio. Durante este tiempo él revisó todos los archivos parroquiales de la an- tigua capital imperial, así como gran cantidad de documentos de los últimos 300 años que to- davía se conservan en notarías cusqueñas. En total, Elward ha examinado unas 60.000 páginas, las que incluyen partidas de bautizo, de defunción, de matrimonios, así como testamentos de familias de la antigua nobleza inca. Este trabajo permitió establecer los vínculos entre los descendientes vivos y sus ilustres antepasados. Nunca antes en el país se había realizado un trabajo de esta dimensión, que empieza a reconectar los eslabones de una historia que se creía perdida . Una prima de don Octavio, doña Alicia Valderrama Sinchi Roca (83), tiene varios recuerdos sobre las costumbres perdidas. Una de ellas es el ‘servinacuy’, y cuenta que ella misma vivió por dos años con el hombre que después fue su esposo. Cuando se casaron, la fiesta duró tres días. En los casos de un muerto, “el fallecido iba vestido con el hábito de uno de los conventos, llamado la mortaja, y era enterrado en esta manera”. También recuerda que de noche siempre se contaban historias de espíritus. “Solo había velas y las noches eran oscuras en todos los sentidos”. Con la llegada de la luz eléctrica el mundo cambió. La oscuridad y las almas perdidas se fueron para siempre. Por nacimiento, don Octavio pertenece al ayllu Sucso, uno de los más poderosos durante siglos. No solo los Sinchi Roca, sino también una gran parte de las familias nobles de San Jerónimo y San Sebastián pertenecen a este ayllu. Según el profesor Tom Zuidema, autor del libro “El calendario inca”, los Sucso eran responsables de los rituales en el mes de Pacha Pucuy. Lo que en nuestro calendario corresponde a la segunda mitad de febrero y la primera de marzo. En este mes los frutos de la tierra han crecido y madurado y la lluvia podría dañarlos. Los rituales estaban enfocados en debilitar a las fuerzas de la naturaleza, para evitar que esto suceda y para proteger los cultivos. Para eso se sacrificaban 100 llamas negras y también perros negros y aves. La palabra ‘sucsu’ en quechua tiene que ver con estar débil, ictérico, tísico. El inca Wiracocha era visto como el rey viejo, vencido por los ataques de los chancas. Los sacerdotes de su panaca probablemente siempre eran de edad muy avanzada. RONALD ELWARD Genealogía identificada y recuperada Fuente: R. Elward, Archivo Arzobispal Cusco, Archivo Regional Cusco, Iglesia San Jerónimo Wiracocha Otros hijos: ayllu Sucso Pachacútec Familia Sinchi Roca 5 generaciones Diego Sinchi Roca Ynga Probanza (1655) 2 generaciones Familia Inca Roca Familia Quisiyupanqui Familia Chalco Yupanqui Familia Túpac Yupanqui omas Rocca (Nace: 1685) Fernando Rocca (Nace: 1724) Ignacio Sinchirocca (Nace: 1780) Apolinar Sinchirocca (Nace: 1815) Santos Sinchirocca (Nace: 1843) Santiago Sinchi Roca (1870-1954) Lorenzo Rocca/Sinchirocca (Nace: 1745), Alférez Real en 1805 María Teresa (Nace: 1908-?) Francisco (1914-1979) Ismael (1918-1993) Alicia Valderrama (Nace: 1928) Demetrio (Nace: 1959) Charles-Edú (Nace: 1984) Octavio (Nace: 1941) Nota: Este modelo es una síntesis de cada generación. PERMANENCIA. La memoria que guarda está vinculada a las historias que le contaron y a este paisaje, el mismo que ha mantenido a sus ancestros en esta parte del Cusco. Cuando conocemos a don Octa- vio Sinchi Roca Zúñiga (71 años) es agosto y está empezando el momento para arar la tierra y sembrar maíz. En poco tiempo algunos trabajadores estaciona- les llegarán para laborar en sus tierras. Estas quedan en las afue- ras del distrito de San Jerónimo, a unos 10 km de Cusco. Los Sinchi Roca forman una de las familias nobles más im- portantes en esta antigua reduc- ción, junto con los Atayupanqui y Túpac Yupanqui. Ellos descien- den del inca Wiracocha, que gobernó probablemente en las primeras décadas del siglo XV. Don Octavio cuenta: “Gran parte de las tierras aquí pertenecían a mi abuelo, pero sus posesiones fueron divididas entre sus hijos y después entre los nietos”. El modelo de propiedad de la tierra que existe aquí sigue reproduciendo el modelo esta- blecido en la época inca: el inca y los curacas tenían sus tierras en la parte baja del valle, que son las mejores; después venían las de la clase alta y, en las partes superio- res, las tierras del pueblo. Don Octavio es uno de los pocos personajes que hemos hallado en esta investigación que todavía mantienen algo de la memoria de sus ancestros. “Mi abuelo y mi padre siempre nos decían que somos una familia inca, que tenemos sangre real, que tenemos derechos”, afirma con solemnidad. PRUEBAS DE IDENTIDAD Su hablar es tranquilo, pausado. Ha recibido una buena educa- ción y es un hombre sofisticado, bien vestido. Dice sentirse or- gulloso de descender de reyes incas. Pero no siempre fue una experiencia feliz. “A principios de los años 50, con un grupo de 15 jóvenes de San Jerónimo, fuimos los prime- ros en ir al colegio en Cusco. No fue nada fácil porque nos discri- minaron social y racialmente. Fue una época dura, pero eso hi- zo que los 15 seamos hoy los me- jores amigos”, cuenta. Al colegio le siguió la universidad y trabajó primero como profesor y después en varios cargos administrativos. Tiene en su posesión un do- cumento del año 1655: es una probanza que señala que su an- tepasado, Diego Sinchi Roca Yn- ga, era hijo legítimo de Alonso Sinchi Roca Inga y de Pascuala Sinchi Roca Ñusta Coya. Una probanza de nobleza era un do- cumento indispensable duran- te el virreinato para demostrar que uno era de ascendencia no- ble prehispánica. Eso servía pa- ra no pagar tributos, hacer labor pública o servicio personal para los españoles. Las primeras probanzas apa- recen alrededor del año 1570, Los Sinchi Roca: el poderoso vínculo con la tierra ancestral Don Octavio y su familia han sido dueños de estas tierras durante los últimos 500 años. A pesar de que se han reducido por el reparto de herencias, este es su punto de partida y el lugar al que ha decidido volver. cuando el virrey Toledo reor- ganiza el sistema tributario. Cada probanza tenía que ser argumentada y, generalmente, se hacía con los testimonios de miembros reconocidos de la no- bleza cusqueña. San Jerónimo tiene la suer- te de que casi todos sus libros parroquiales han sobrevivido completos desde el inicio del si- glo XVII, y están guardados en el Archivo Arzobispal de Cusco y en la iglesia misma, lo que po- sibilitó reconstruir la genealogía de esta familia. LINAJES PERDIDOS En los siglos XVII y XVIII ellos usaron otra variante del apelli- do: Rocca, en vez de Sinchi Roca. Un prominente antepasado fue Lorenzo Rocca (Sinchi Roca), casado con Tomasa Guambotu- pa. Él fue Alférez Real de los in- dios nobles en 1805 (la posición con más estatus para las familias nobles incas durante el virreina- to), y como Alférez Real tenía el encargo de llevar el estandarte del rey en la procesión de Corpus Christi, la celebración religiosa más importante en el Cusco. Al revisar los libros parro- quiales se puede ver que duran- te varios siglos las uniones de las familias nobles mantuvieron un estilo similar al que se veía, y to- davía se ve en menor grado, en Europa: se casaban entre ellos. De este modo, se creaban alian- zas de poder político, social y económico. Un caso típico de lo anterior lo representan los hijos de don Lorenzo quienes, ya en el siglo XIX, se casaron con las señoritas Lucía Incarocca, Vicencia Atayu- panqui y Leandra Pachacuti, to- das de la más rancia aristocracia imperial cusqueña de entonces. “Hasta hoy día todos somos pa- rientes”, dice sonriendo don Octavio. Pero esta es una cos- tumbre que ha venido desapa- reciendo con las generaciones actuales. Con el tiempo, como sucedió con todas las familias nobles cus- queñas, los Sinchi Roca prime- ro perdieron influencia política y social. Esto, en gran medida, por el edicto de Simón Bolívar que eliminó todos los títulos nobilia- rios, que incluyó el de cacique. MODERNIDAD Durante el siglo XIX y el siguien- te las tierras familiares empeza- ron a dividirse, más por cuestio- nes de herencia y de división de bienes. Recientemente, parien- tes de don Octavio han estado vendiendo parte de sus propie- dades ante la presión por la ex- pansión urbana de la ciudad. La antigua casona familiar de los Sinchi Roca en San Jerónimo fue demolida hace años. En su lu- gar, en los años 80, él construyó una casa moderna. Pero ya no vi- ve ahí porque “el tráfico ha au- mentado tanto que ya no es po- sible por el ruido”. Ha construido otra casa en el campo, donde “to- do es verde. Tengo mis árboles frutales, tengo cuyes. Vivimos tranquilos aquí”, dice. Al mismo tiempo, en las ge- neraciones más jóvenes empieza a surgir una nueva curiosidad: la de su pasado. Uno de ellos es Charles-Edú Sinchi Roca Du- rand, sobrino de don Octavio, de 28 años y dentista, quien decidió casarse con un ritual andino en un antiguo palacio inca, hoy el sitio arqueológico de Tamboma- chay. Cuando le preguntamos por qué, responde: “Porque he tomado la decisión de mante- ner la conexión con mi historia”. Don Octavio encontró este es- cudo familiar en una casona del siglo XVIII en el pueblo de Maras. “Durante siglos las uniones de los nobles incas eran de un estilo similar al europeo: se casaban entre ellos, creando alianzas de poder político, social y económico” CHRISTIAN UGARTE

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Page 1: NOBLEZA INCA EN EL SIGLO XXI Los Sinchi Roca: el …elcomercio.e3.pe/66/doc/0/0/5/1/8/518391.pdf · den del inca Wiracocha, que gobernó probablemente en las primeras décadas del

a22 l País ___ El Comercio ___ domingo 16 de setiembre del 2012

NOBLEZA INCA EN EL SIGLO XXI

Cómo se realizó la investigación

“La electricidad se llevó las almas”

Detener el poder de la naturaleza

Estos artículos son resulta-do de un traba-jo que empezó hace tres años el genealogis-ta holandés Ronald Elward, con los aus-

picios de El Comercio. Durante este tiempo él revisó todos los archivos parroquiales de la an-tigua capital imperial, así como gran cantidad de documentos de los últimos 300 años que to-davía se conservan en notarías cusqueñas.

En total, Elward ha examinado unas 60.000 páginas, las que incluyen partidas de bautizo, de defunción, de matrimonios, así como testamentos de familias de la antigua nobleza inca. Este trabajo permitió establecer los vínculos entre los descendientes vivos y sus ilustres antepasados. Nunca antes en el país se había realizado un trabajo de esta dimensión, que empieza a reconectar los eslabones de una historia que se creía perdida .

Una prima de don Octavio, doña Alicia Valderrama Sinchi Roca (83), tiene varios recuerdos sobre las costumbres perdidas. Una de ellas es el ‘servinacuy’, y cuenta que ella misma vivió por dos años con el hombre que después fue su esposo. Cuando se casaron, la fiesta duró tres días. En los casos de un muerto, “el fallecido iba vestido con el hábito de uno de los conventos, llamado la mortaja, y era enterrado en esta manera”. También recuerda que de noche siempre se contaban historias de espíritus. “Solo había velas y las noches eran oscuras en todos los sentidos”. Con la llegada de la luz eléctrica el mundo cambió. La oscuridad y las almas perdidas se fueron para siempre.

Por nacimiento, don Octavio pertenece al ayllu Sucso, uno de los más poderosos durante siglos. No solo los Sinchi Roca, sino también una gran parte de las familias nobles de San Jerónimo y San Sebastián pertenecen a este ayllu. Según el profesor Tom Zuidema, autor del libro “El calendario inca”, los Sucso eran responsables de los rituales en el mes de Pacha Pucuy. Lo que en nuestro calendario corresponde a la segunda mitad de febrero y la primera de marzo.

En este mes los frutos de la tierra han crecido y madurado y la lluvia podría dañarlos. Los rituales estaban enfocados en debilitar a las fuerzas de la naturaleza, para evitar que esto suceda y para proteger los cultivos. Para eso se sacrificaban 100 llamas negras y también perros negros y aves.

La palabra ‘sucsu’ en quechua tiene que ver con estar débil, ictérico, tísico. El inca Wiracocha era visto como el rey viejo, vencido por los ataques de los chancas. Los sacerdotes de su panaca probablemente siempre eran de edad muy avanzada.

Ronald ElwaRd

Genealogía identificada y recuperada

Fuente: R. Elward, Archivo Arzobispal Cusco, Archivo Regional Cusco, Iglesia San Jerónimo

Wiracocha

Otros hijos: ayllu SucsoPachacútec

FamiliaSinchi Roca

5 generacionesDiego Sinchi Roca Ynga

Probanza (1655)

2 generaciones

FamiliaInca Roca

FamiliaQuisiyupanqui

Familia ChalcoYupanqui

Familia TúpacYupanqui

Thomas Rocca(Nace: 1685)

Fernando Rocca(Nace: 1724)

Ignacio Sinchirocca(Nace: 1780)

Apolinar Sinchirocca(Nace: 1815)

Santos Sinchirocca(Nace: 1843)

Santiago Sinchi Roca(1870-1954)

Lorenzo Rocca/Sinchirocca(Nace: 1745), Alférez Real en 1805

María Teresa(Nace: 1908-?)

Francisco(1914-1979)

Ismael(1918-1993)

Alicia Valderrama(Nace: 1928)

Demetrio(Nace: 1959)

Charles-Edú(Nace: 1984)

Octavio(Nace: 1941)

Nota: Este modelo es una síntesis de cada generación.

permanencia. La memoria que guarda está vinculada a las historias que le contaron y a este paisaje, el mismo que ha mantenido a sus ancestros en esta parte del Cusco.

Cuando conocemos a don Octa-vio Sinchi Roca Zúñiga (71 años) es agosto y está empezando el momento para arar la tierra y sembrar maíz. En poco tiempo algunos trabajadores estaciona-les llegarán para laborar en sus tierras. Estas quedan en las afue-ras del distrito de San Jerónimo, a unos 10 km de Cusco.

Los Sinchi Roca forman una de las familias nobles más im-portantes en esta antigua reduc-ción, junto con los Atayupanqui y Túpac Yupanqui. Ellos descien-den del inca Wiracocha, que gobernó probablemente en las primeras décadas del siglo XV. Don Octavio cuenta: “Gran parte de las tierras aquí pertenecían a mi abuelo, pero sus posesiones fueron divididas entre sus hijos y después entre los nietos”.

El modelo de propiedad de la tierra que existe aquí sigue reproduciendo el modelo esta-blecido en la época inca: el inca y los curacas tenían sus tierras en la parte baja del valle, que son las mejores; después venían las de la clase alta y, en las partes superio-res, las tierras del pueblo.

Don Octavio es uno de los pocos personajes que hemos hallado en esta investigación que todavía mantienen algo de la memoria de sus ancestros. “Mi abuelo y mi padre siempre nos decían que somos una familia inca, que tenemos sangre real, que tenemos derechos”, afirma con solemnidad.

PRUEBAS DE IDENTIDADSu hablar es tranquilo, pausado. Ha recibido una buena educa-ción y es un hombre sofisticado, bien vestido. Dice sentirse or-gulloso de descender de reyes incas. Pero no siempre fue una experiencia feliz.

“A principios de los años 50, con un grupo de 15 jóvenes de San Jerónimo, fuimos los prime-ros en ir al colegio en Cusco. No fue nada fácil porque nos discri-minaron social y racialmente. Fue una época dura, pero eso hi-zo que los 15 seamos hoy los me-jores amigos”, cuenta. Al colegio le siguió la universidad y trabajó primero como profesor y después en varios cargos administrativos.

Tiene en su posesión un do-cumento del año 1655: es una probanza que señala que su an-tepasado, Diego Sinchi Roca Yn-ga, era hijo legítimo de Alonso Sinchi Roca Inga y de Pascuala Sinchi Roca Ñusta Coya. Una probanza de nobleza era un do-cumento indispensable duran-te el virreinato para demostrar que uno era de ascendencia no-ble prehispánica. Eso servía pa-ra no pagar tributos, hacer labor pública o servicio personal para los españoles.

Las primeras probanzas apa-recen alrededor del año 1570,

Los Sinchi Roca: el poderoso vínculo con la tierra ancestralDon Octavio y su familia han sido dueños de estas tierras durante los últimos 500 años. A pesar de que se han reducido por el reparto de herencias, este es su punto de partida y el lugar al que ha decidido volver.

cuando el virrey Toledo reor-ganiza el sistema tributario. Cada probanza tenía que ser argumentada y, generalmente, se hacía con los testimonios de miembros reconocidos de la no-bleza cusqueña.

San Jerónimo tiene la suer-te de que casi todos sus libros parroquiales han sobrevivido completos desde el inicio del si-glo XVII, y están guardados en el Archivo Arzobispal de Cusco y en la iglesia misma, lo que po-sibilitó reconstruir la genealogía de esta familia.

LINAJES PERDIDOSEn los siglos XVII y XVIII ellos usaron otra variante del apelli-do: Rocca, en vez de Sinchi Roca. Un prominente antepasado fue Lorenzo Rocca (Sinchi Roca), casado con Tomasa Guambotu-pa. Él fue Alférez Real de los in-dios nobles en 1805 (la posición con más estatus para las familias

nobles incas durante el virreina-to), y como Alférez Real tenía el encargo de llevar el estandarte del rey en la procesión de Corpus Christi, la celebración religiosa más importante en el Cusco.

Al revisar los libros parro-quiales se puede ver que duran-te varios siglos las uniones de las familias nobles mantuvieron un estilo similar al que se veía, y to-davía se ve en menor grado, en Europa: se casaban entre ellos. De este modo, se creaban alian-zas de poder político, social y económico.

Un caso típico de lo anterior lo representan los hijos de don Lorenzo quienes, ya en el siglo XIX, se casaron con las señoritas Lucía Incarocca, Vicencia Atayu-panqui y Leandra Pachacuti, to-das de la más rancia aristocracia imperial cusqueña de entonces. “Hasta hoy día todos somos pa-

rientes”, dice sonriendo don Octavio. Pero esta es una cos-tumbre que ha venido desapa-reciendo con las generaciones actuales.

Con el tiempo, como sucedió con todas las familias nobles cus-queñas, los Sinchi Roca prime-ro perdieron influencia política y social. Esto, en gran medida, por el edicto de Simón Bolívar que eliminó todos los títulos nobilia-rios, que incluyó el de cacique.

MODERNIDADDurante el siglo XIX y el siguien-te las tierras familiares empeza-ron a dividirse, más por cuestio-nes de herencia y de división de bienes. Recientemente, parien-tes de don Octavio han estado vendiendo parte de sus propie-dades ante la presión por la ex-pansión urbana de la ciudad.

La antigua casona familiar de

los Sinchi Roca en San Jerónimo fue demolida hace años. En su lu-gar, en los años 80, él construyó una casa moderna. Pero ya no vi-ve ahí porque “el tráfico ha au-mentado tanto que ya no es po-sible por el ruido”. Ha construido otra casa en el campo, donde “to-do es verde. Tengo mis árboles frutales, tengo cuyes. Vivimos tranquilos aquí”, dice.

Al mismo tiempo, en las ge-neraciones más jóvenes empieza a surgir una nueva curiosidad: la de su pasado. Uno de ellos es Charles-Edú Sinchi Roca Du-rand, sobrino de don Octavio, de 28 años y dentista, quien decidió casarse con un ritual andino en un antiguo palacio inca, hoy el sitio arqueológico de Tamboma-chay. Cuando le preguntamos por qué, responde: “Porque he tomado la decisión de mante-ner la conexión con mi historia”.

Don Octavio encontró este es-cudo familiar en una casona del siglo XVIII en el pueblo de Maras.

“Durante siglos las uniones de los nobles incas eran de un estilo similar al europeo: se casaban entre ellos, creando alianzas de poder político, social y económico”

CHRISTIAN UGARTE

Page 2: NOBLEZA INCA EN EL SIGLO XXI Los Sinchi Roca: el …elcomercio.e3.pe/66/doc/0/0/5/1/8/518391.pdf · den del inca Wiracocha, que gobernó probablemente en las primeras décadas del

El Comercio___ domingo 9 de setiembre del 2012___ País l a7

CASONA TISOC. Sobre la plaza San Francisco, donde hay un hotel.

San Blas en Cusco. En la familia esta rama es conocida como la de Limacpampa. Ellos abandonan el Centro Histórico de la Ciudad Imperial después el terremoto de 1950 y algunos se instalan en Lima [contactamos a un des-cendiente directo de Clemente Tisoc, pero no estuvo dispuesto a hablar para este reportaje].

No es de extrañar que con tan-tos personajes de su familia regis-trados en la historia, doña María Antonieta sea una entusiasta in-vestigadora del pasado. En esta tarea familiar, ella sucedió a su madre María Cleofé Tisoc Alfa-ro, quien había sido la heredera principal de su tía Carlota Tisoc Salas. Y Carlota, a su vez, había sido hija de Anselmo Tisoc, pro-bablemente un hijo ilegítimo del cacique Mariano Tisoc.

TAREA PENDIENTELa tía Carlota representaba la otra rama de la familia. Ella era dueña de una casona en la plaza San Francisco de Cusco. En su testamento de 1921 ella nom-bra a su sobrina como heredera principal porque, según María Antonieta, era la única sobrina legítima. “Todos los otros hijos de sus hermanos eran ilegíti-mos”, asegura.

María Antonieta nunca se ca-só, pero sabe que su tarea no ter-mina con ella. Su sobrina María Emperatriz Callo Tisoc (su her-mano mayor también se casó con una Tisoc) vive en Canadá, pero mantiene vínculos fuertes con Cusco y sus tradiciones. El próximo año la sobrina será la encargada de la Virgen de los Remedios del Convento de Santa

El rey-sacerdote y el Inti Raymi

¿Protectores o explotadores?

Doña María Antonieta descien-de de un linaje sagrado, de aque-llos que durante el imperio inca tu-vieron a su cargo el Coricancha, y la adoración al Sol. Lloque Yupanqui, su ancestro, fue el tercer rey inca de la dinastía Hurin, y es considera-do un rey-sacerdote.

Su ayllu Hahuaynin era, según el profesor Tom Zuidema en su libro “El calendario inca”, el res-ponsable de los rituales del mes que corresponde a junio. Este empezaba, explica el autor, el día 9 con la primera luna llena después de la reaparición de las Pléyades, observadas desde el Coricancha

(el Templo del Sol en Cusco). Su momento de clímax se pro-

ducía durante el solsticio de junio, cuando se desarrollaba un Inti Raymi distinto del que se realiza hoy, alrededor del 21 y 22 de junio. Durante este mes los sacerdotes seguían el movimiento del Sol en procesiones diarias, sacrifican-do una llama en la montaña Hua-nacauri, una llama en el Corican-cha y una tercera en la montaña Quiancalla.

De este modo anunciaban y fa-cilitaban el regreso del Sol, para que les proveyera de calor y envi-ra la lluvia para el primer riego.

Existe una corriente de opinión que señala que los caciques y los nobles incas fueron traidores y explotadores. ¿Qué dicen sobre esto los académicos que han es-tudiado el tema?

David Garrett reconoce que hubo muchas litigaciones de co-munidades contra sus caciques por abuso de poder pero, al mismo tiempo, hubo caciques que su-plían la falta de tributo hipote-cando sus propiedades, y repre-sentaban a sus comunidades en asuntos legales.

Cuando se anulan los títulos de cacique en 1825, los indios tribu-tarios se quedan sin ningún res-paldo y, según Garrett, eso da pie a que muchos hacendados tomen las tierras de las comunidades.

Por su parte, la historiado-ra Scarlett O’Phelan Godoy, de la Universidad Católica, añade que “con las reformas borbónicas del siglo XVIII la posición del corregi-dor creció en importancia”. Hasta ese momento, el poder colonial confirmaba en el cargo de caci-

Clara en la celebración del Cor-pus Christi en Cusco. Un cargo que tenía su tía en 1998.

Al terminar la conversación en la sala de su vivienda en San Jerónimo se pone de pie y se acerca a la ventana de su sala. Allá a lo lejos, se ven los cerros

que tantas historias guardan y que ahora se están poblando de manera desordenada. María Antonieta hace un gesto de des-aprobación. “Si todavía siguiéra-mos con los valores y normas de los incas –afirma– nada de esto estaría sucediendo”.

que a indígenas nobles. “Pero con la presencia de los corregidores, estos empezaron a nombrar caci-ques a personas que los iban a be-neficiar, y allí entran españoles, mestizos y mulatos”.

Muchos caciques nunca fue-ron confirmados oficialmente, lo que hacía su posición muy vul-nerable. “Un ejemplo de esto fue José Gabriel Condorcanqui, más tarde Túpac Amaru II. Él nunca fue nombrado oficialmente cacique” y esta fue una de las razones que alimentaron su rebelión. El primer acto de su revuelta fue ejecutar al corregidor Antonio de Arriaga.

Los caciques solían ser los miembros de la nobleza inca.

LINAJE SAGRADO. Se descubrió que sus ancestros fueron reyes-sacerdotes, a cargo del Coricancha, hasta la llegada de los españoles.