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Formas de tratar con el pasado De la historia posible a una historia necesaria Pablo Aravena Núñez “No se trata de defender la historia por sí misma, en nombre de lo que fue, sino por lo que podría ser” François Hartog 1 I. Introducción Hemos sido espectadores de como el impulso conmemorativo asociado al bicentenario ha retrotraído la historiografía a sus formulaciones más arcaicas y conservadoras: historia de grandes hombres, historia de batallas, historia nacional. Operación efectuada también bajo denominaciones apiladas por la Nueva Historia: “historia de la vida privada”; como relato de usos, costumbres, vestimentas y comidas de época, “historia local”; como anecdotario de lo autóctono y producción de patrimonio, e incluso una “historia popular”; como mero reflejo de las mitologías o el sentido común de determinada comunidad. Pocos rastros –públicos al menos– hay de la “operación histórica” (de Certeau). De ese conocimiento que se imponía –incluso sin militancia partidista– la crítica de los poderes dominantes y de todo lo existente, aquel saber social que se fue fraguando del siglo XIX al XX en plumas tan diversas como las de Marx, Nietzsche, Febvre, Bloch, Braudel, Chatelet, Vilar, Pomian, Koselleck, Thompson, Anderson, Hobsbawm, Fontana e incluso Foucault. Por todos ellos pasa la hebra del compromiso ilustrado, de la construcción de un saber desmitoligizador y público, que ayude a los hombres y mujeres de su tiempo a comprender de qué materiales disponen para forjar un futuro libre de las injusticias y sufrimientos que les apremian. Pocos rastros hay de esa forma de hacer historia. Hoy no existe más que como una “opción” académica. Si se citan sus autores es para extraer datos útiles a nuevos proyectos historiográficos a los que esos viejos historiadores jamás hubieran adscrito. ¿Pero debemos suponer que el débil impacto y presencia de esta historia se debe sólo a algún tipo de censura? ¿A las posibilidades limitadas de pensar y decir en una cultura hegemónica? Hartog ha sugerido que aquella historia correspondía a una determinada manera de experimentar el tiempo, a un régimen de historicidad hoy agotado, aquel en que “el futuro es la categoría preponderante”. “Sin introducir ninguna relación mecánica el lazo existe […] si uno se encuentra en un régimen de historicidad donde predomina la categoría de pasado, el modelo de la historia magistra vitae es más bien el que prevalece. De ahí la pregunta: si entramos en un régimen presentista, ¿qué tipo de historia ya no se puede hacer y, al mismo tiempo, que historia se podría hacer?”. 2 Desde luego, leído literalmente, los historiadores e historiadoras pueden hacer la historia que les plazca, el pluralismo académico (o la simple indiferencia) les garantiza esa posibilidad. Pero la fórmula: la historia “que se puede hacer” nos llama la atención acerca de una forma de hacer historia que sea hoy legítima y útil. 3 Una primera versión de este texto fue presentada como trabajo final del seminario “Pensar la crítica de la cultura desde Walter Benjamin”, dirigido por el profesor Horst Nitschack. Doctorado en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile, Segundo Semestre de 2010. 1 Hartog, François, “Sobre la noción de régimen de historicidad” en Delacroix, Dosse y García, Historicidades, Buenos Aires, Waldhuter Editores, 2010, p. 162. 2 Hartog, François, Op. Cit., pp. 154-155.

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Formas de tratar con el pasadoDe la historia posible a una historia necesaria

Pablo Aravena Núñez

“No se trata de defender la historia por sí misma,en nombre de lo que fue, sino por lo que podría ser”

François Hartog1

I. Introducción

Hemos sido espectadores de como el impulso conmemorativo asociado al bicentenario haretrotraído la historiografía a sus formulaciones más arcaicas y conservadoras: historia de grandeshombres, historia de batallas, historia nacional. Operación efectuada también bajodenominaciones apiladas por la Nueva Historia: “historia de la vida privada”; como relato deusos, costumbres, vestimentas y comidas de época, “historia local”; como anecdotario de loautóctono y producción de patrimonio, e incluso una “historia popular”; como mero reflejo de lasmitologías o el sentido común de determinada comunidad. Pocos rastros –públicos al menos– hayde la “operación histórica” (de Certeau). De ese conocimiento que se imponía –incluso sinmilitancia partidista– la crítica de los poderes dominantes y de todo lo existente, aquel sabersocial que se fue fraguando del siglo XIX al XX en plumas tan diversas como las de Marx,Nietzsche, Febvre, Bloch, Braudel, Chatelet, Vilar, Pomian, Koselleck, Thompson, Anderson,Hobsbawm, Fontana e incluso Foucault. Por todos ellos pasa la hebra del compromiso ilustrado,de la construcción de un saber desmitoligizador y público, que ayude a los hombres y mujeres desu tiempo a comprender de qué materiales disponen para forjar un futuro libre de las injusticias ysufrimientos que les apremian.

Pocos rastros hay de esa forma de hacer historia. Hoy no existe más que como una“opción” académica. Si se citan sus autores es para extraer datos útiles a nuevos proyectoshistoriográficos a los que esos viejos historiadores jamás hubieran adscrito. ¿Pero debemossuponer que el débil impacto y presencia de esta historia se debe sólo a algún tipo de censura? ¿Alas posibilidades limitadas de pensar y decir en una cultura hegemónica?

Hartog ha sugerido que aquella historia correspondía a una determinada manera deexperimentar el tiempo, a un régimen de historicidad hoy agotado, aquel en que “el futuro es lacategoría preponderante”. “Sin introducir ninguna relación mecánica el lazo existe […] si uno seencuentra en un régimen de historicidad donde predomina la categoría de pasado, el modelo de lahistoria magistra vitae es más bien el que prevalece. De ahí la pregunta: si entramos en unrégimen presentista, ¿qué tipo de historia ya no se puede hacer y, al mismo tiempo, que historiase podría hacer?”.2 Desde luego, leído literalmente, los historiadores e historiadoras pueden hacerla historia que les plazca, el pluralismo académico (o la simple indiferencia) les garantiza esaposibilidad. Pero la fórmula: la historia “que se puede hacer” nos llama la atención acerca de unaforma de hacer historia que sea hoy legítima y útil.3

Una primera versión de este texto fue presentada como trabajo final del seminario “Pensar la crítica de la culturadesde Walter Benjamin”, dirigido por el profesor Horst Nitschack. Doctorado en Estudios Latinoamericanos,Universidad de Chile, Segundo Semestre de 2010.1 Hartog, François, “Sobre la noción de régimen de historicidad” en Delacroix, Dosse y García, Historicidades,Buenos Aires, Waldhuter Editores, 2010, p. 162.2 Hartog, François, Op. Cit., pp. 154-155.

Aunque en adelante referiremos “prestigiosos” diagnósticos que corroboran la tesis delcambio de la moderna experiencia del tiempo, cabe siempre la pregunta si es que por estaslatitudes el diagnóstico calza a la medida. Si acaso ese “presentismo”, vivido como experienciade la inmediata caducidad de los objetos, la inmediatez y la prisa, no tiene que ver por sobre todocon la vida de consumo implantada “desde arriba” asociada a nuestras últimas (sudacas)modernizaciones. Si no tiene que ver más bien con la precariedad de la vida y un hedonismocompensatorio que aplaca la revuelta. En terminología del propio Hartog, si se trata de unpresentismo pleno o por defecto. Como sea, parece que la historia posible no es la de antes, loque en modo alguno equivale a afirmar que no sea ya necesaria.

Si la historia posible de hoy está representada por las modalidades señaladas al comienzodeberíamos asumir entonces el retroceso de la racionalidad, incluso en su modo más elemental,en favor del pasado como materia de consumo u objeto de goce estético. Mejor habrá que –antesde despedirnos, por imposible– volver a la historia crítica y revisar sus probables fallas. ¿Nocabría postular acaso –antes de asumir la mutación ontológica del tiempo– un desajuste entre elprocedimiento y los fines propuestos como causa de su retroceso? Se trata de vislumbrar que otrarelación “con” el pasado debemos considerar para ganar al menos la posibilidad de activar lahistoricidad humana.

En lo que viene usaremos –una vez más– el pensamiento de Benjamin como “reactivo”.En efecto, el presente trabajo pretende contraponer el modo en que la historiografía modernaconstruye su conocimiento, con el modo reivindicado por Benjamin en sus escritos sobre lahistoria. No se trata de una reconstrucción del contexto historiográfico al que Benjamin aludíacon sus críticas al historicismo, positivismo y la concepción socialdemócrata de la historia, sinode la confrontación de un modo benjaminiano de “conocer” el pasado con el que parece definirseen la institución histórica4 en la segunda mitad del siglo XX. En efecto se trata de unahistoriografía crítica, que también se plantea como superación del historicismo, el positivismo yde los mecanicismos de raíz marxista/positivista y estructuralista. Como lo mostraremos, ambosmodos son clasificables –a falta de otro término a la mano– como progresistas, en el sentido deasumir como axioma la relación estrecha entre conocimiento histórico y política (teoría y praxis),no sólo como modo de comprender las determinantes de aquel, sino como una actividad que debealimentar la agencia histórica en su presente. De otro modo: un conocimiento destinado a lageneración de conciencia histórica.

Las preguntas con las que se interroga a estas formas de conocer el pasado (benjaminianae historiográfica) son: ¿En base a qué procedimientos u operaciones se busca explicar y propiciarla agencia histórica? ¿Qué tipo de relación específica entre pasado y presente se postula en cadacaso? ¿Qué rasgos de aquel historicismo criticado por Benjamin permanecieron en lahistoriografía y qué implicancias se pueden desprender? Interrogantes estas formuladas en uncontexto cultural caracterizado por una sobreproducción de obras y representaciones del pasadoque parecen no ir más allá del mero goce estético o “moda nostalgia”, en la denominación deJameson,5 es decir, la absoluta trivialización del pasado como “historia” posible.

Nuestro itinerario se dirige, primero, a esbozar el actual contexto cultural desobreproducción, trivialización del pasado y desestimación de la conciencia histórica por partede la “renovación historiográfica” (seguida por la “historiografía postmoderna”), para luegoofrecer un contraste con la “forma de tratar con el pasado” propuesta en la operación intelectual

3 Sobre la relación entre legitimidad (científica, o en tanto conocimiento) y utilidad (social y política) de la historiaver el planteamiento de Carlos Pereyra, “Historia, ¿para qué?” en: Historia ¿Para qué?, México, Siglo veintiuinoeditores, 1998, pp. 11-31.4 Al respecto ver Chartier, Roger, La historia o la lectura del tiempo, Barcelona, Gedisa, 2007.5 Jameson, Fredric, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós, 1995.

específica de la historiografía como logro del trabajo crítico efectuado frente a las diversasformas de la dominación, para –no obstante– exhibir su exacerbado racionalismo, que la habríallevado a desconectarse de las prácticas sociales de la memoria, la acción y la construcción deproyectos. En tercer lugar describiremos el modo benjaminiano de conocer el pasado comoformulación que posee la cualidad de estar centrada en las dinámicas del sujeto (memoria) y que,por ello, puede ofrecerse aún como una crítica del modo historiográfico, para finalmente tratar devislumbrar la potencialidad de tal planteamiento en la producción de conciencia histórica. Esteha de ser el rasgo principal de una historia necesaria.

II. Pasado sin historia

Hace ya tiempo que nos vemos expuestos a un exceso de pasado en nuestros trayectoscotidianos. Una avalancha de testimonios, documentales, libros de historia, programas detelevisión, discursos políticos e iniciativas gubernamentales nos hablan del pasado. Se cuentanpor cientos los films que abordan acontecimientos traumáticos, fenómenos en los que estuvieroninvolucrados sujetos aún vivos que guardan memoria de los acontecimientos tratados. Frente aesta constatación la explicación parece dársenos por sí sola: la última parte de nuestra historia haestado marcada por acontecimientos tan grandes, tan devastadores que no dejan de asombrarnos ydar que pensar. Más aún, se impone el deber moral de no olvidarlos, para que “nunca más…” Larealidad de dichos acontecimientos sería tan aplastante que habrían sobrepasado los límites deldiscurso en que habitualmente cabían: la historia. El recurso constante a ellos efectuado por lafilosofía, la literatura, pero fundamentalmente el arte, la fotografía, el cine y la televisión deberíaser entendido como modalidades de indagar en nuevos niveles de sentido: “el pasado no pasa”6

porque no puede pasar. De este modo se entendería que la historia esté a la orden del día. Pero en un movimiento que es difícil de separar del recién esbozado, la puesta en valor

del pasado ha venido también de sectores muy heterogéneos: gobierno, empresa y ONGspromueven la reconstrucción de memorias locales bajo argumentaciones que van desde lareconstrucción de la ciudadanía, pasando por la formación de capital social mediante la identidad,la resiliencia, hasta la resistencia cultural en contra la globalización. Pero también gobierno yempresa han caído en la cuenta que sectores industriales desactivados podían ser nuevamentepuestos en marcha reconvertidos a “patrimonio”. En este mismo impulso algunos historiadoreshan sido llamados por la industria editorial para escribir una historia que “le interesara a lagente”, es decir una historia vendible, que en la práctica ha implicado la renuncia a todaproblematización en favor de la construcción de cuadros exóticos y postales del pasado.

¿Y si la sobreproducción de narraciones, novelas, films, programas televisivos y postalesdel pasado tuviese entonces otra explicación que la “densidad” de nuestra historia reciente?

“... la conciencia de la propia existencia y el orgullo que nacen de la identidad cultural son parteesencial del proceso que deben seguir las comunidades para reforzar su poder. Por estos motivos losresponsables del Banco Mundial pensamos que el respeto hacia la cultura y la identidad de los pueblos esun elemento básico de cualquier enfoque viable para un desarrollo centrado en las personas.

Hemos de respetar las raíces de las personas en su propio contexto social. Debemos proteger laherencia del pasado; pero también debemos amparar y fomentar la cultura viva en todas sus

6 Esta frase es recurrente en el documental Salvador Allende (Patricio Guzmán, 2004). Con ella Guzmán –quienoficia además de narrador– marca el descubrimiento de cada nueva huella de Allende en nuestro presente. La mismafrase se puede encontrar en el libro Antropología de la memoria de Joël Candau (Buenos Aires, Nueva Visión, 2006,p. 75) a propósito de la lucha por la memoria efectuada entre distintos grupos sociales: lo que un grupo olvida es loque el otro recuerda como modo de interpelación.

manifestaciones. Esto es, además, muy positivo para el mundo de los negocios, como han demostradomuchos análisis económicos recientes. Desde el turismo hasta las restauraciones, las inversiones en elpatrimonio cultural y las industrias relacionadas con él promueven actividades económicas generadorasde trabajo que producen riqueza e ingresos”.7

Nadie se habrá sustraído del rasgo cultural más significativo de nuestro tiempo: lasobreproducción de mercancías culturales “del pasado” –como se aprecia en la cita, promovidapor aquellos sectores económicos que hasta no hace mucho “sacaban el revólver cuando leshablaban de cultura”– y la proliferación de discursos políticos y académicos encaminados a dosformas de “instrucciones de uso”8 de él: ante las catástrofes políticas, para no volver a repetir losmismos errores. Y ante la globalización, para preservar nuestra identidad cultural y prevenirefectos homogenizadores.

En efecto, la oferta y demanda de pasado es seña de una demanda de diferencia“original”,9 que es justamente lo que escasea en tiempos de una industria cultural que producemercancías en serie: “lo aurático como estrategia de marketing”, ha sugerido Andreas Huyssen.En este sentido es lícito plantearse si el auge de la memoria es sólo obra de este marketing, quehabría aprovechado como impulso inicial reivindicaciones de la memoria como las ya señaladasmás arriba. Es innegable la función de los medios en esta difusión y demanda, pero al parecer losmedios están involucrados de otra manera –más profunda, diríamos– en este auge de la memoriao demanda de pasado.

En el planteamiento de Huyssen, de la sospecha sobre los medios como merosinstrumentos de la comercialización de mercancías culturales, se desplaza la atención a estoscomo el origen de la modificación de nuestra tradicional experiencia del tiempo:

“Debe haber algo más en juego en nuestra cultura, algo que genere ante todo ese deseo de pasado,algo que nos haga responder tan favorablemente a los mercados de la memoria: me atrevería a sugerir quelo que está en cuestión es una transformación lenta pero tangible de la temporalidad que tiene lugar ennuestras vidas y que se produce, fundamentalmente, a través de la compleja interacción de fenómenostales como los cambios tecnológicos, los medios de comunicación masiva, los nuevos patrones deconsumo y la movilidad global”.10

En este entendido Huyssen concede que frente a los cambios, la memoria, sobre todo enlos espacios locales, juega un rol positivo como modo de neutralizar los efectos de los fenómenosseñalados. La “cultura de la memoria” –como la denomina– tiene sus vicios,11 pero a la hora de7 Wolfensohn, James, “Culture and Development at the Millenium” (1998), citado por Patricia Goldstone enTurismo. Más allá del ocio y del negocio, Barcelona, Debate, 2003, p. 299.8 Aludo al excelente libro de Enzo Traverso, El pasado instrucciones de uso. Historia, memoria, política, Madrid,Marcial Pons, 2007. En este mismo sentido es útil el reciente libro de Manuel Cruz, Acerca de la dificultad de vivirjuntos. La prioridad de la política sobre la historia, Barcelona, Gedisa, 2007.9 Recientemente Fredric Jameson, retomando el problema de la relación con el pasado en el contexto de laposmodernidad, ha señalado que tal demanda de pasado es al tiempo demanda de una experiencia intensa: “si sepudiese estar seguro, o tener cierta seguridad, de que ese fue el pasado, ello constituiría una experiencia intensa. O almenos una que no tenemos si no creemos en el pasado”. Reflexiones sobre la posmodernidad, Madrid, AbadaEditores, 2010, p. 103.10 Huyssen, Andreas, En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de la globalización, México, Fondode Cultura Económica / Goethe Institut, 2002, p. 29. También “La cultura de la memoria: Medios, política, amnesia”,en: Revista de Crítica Cultural, Nº 18, Santiago de Chile, Junio de 1999, pp. 8-15.11 Respecto de Auschwitz como modelo para pensar o recordar otros traumas y genocidios, el de funcionar como unrecuerdo encubridor o bloquear la reflexión en torno a los fenómenos particulares. En torno al marketing de lamemoria, el desplazamiento de una memoria real por una “imaginada”, más o menos en el sentido planteado porJameson a propósito del simulacro. Sobre los medios mismos, la amnesia. Y acerca de las memorias nacionales, el

buscar un amparo frente a la nueva forma que toma la temporalidad, ella se convierte en unaherramienta irremplazable.

Aquella mutación de la temporalidad se realizaría de la siguiente manera: producto de laaceleración de los avances tecnológicos se generan mayor cantidad –también a mayor velocidad–de objetos que devendrán obsoletos, lo cual reduce la expansión cronológica del presente. Lascosas son obsoletas casi en el mismo momento en que son puestas en el mundo, por lo que elespacio mismo del presente resulta reducido a un máximo. Frente a esto la memoria yparticularmente la “musealización” (la práctica de conservación llevada a escala cotidiana ymasiva. Ej: fotografía, video) actuarían como una defensa frente a la angustia que genera estavelocidad del cambio, del devenir inmediato de lo nuevo en obsoleto. Pero la complejidad delfenómeno no termina aquí, pues junto con este estrechamiento del presente se produce también suensanchamiento: “cuanto más prevalece el presente del capitalismo consumista avanzado porsobre el pasado y el futuro, cuanto más absorbe el tiempo pretérito y el porvenir en un espaciosincrónico en expansión, tanto más débil es el asidero del presente en sí mismo”, “existe unexcedente y un déficit de presente”.12

Más aun, el modo de compensación frente a la velocidad se revela impotente. Huyssen hatomado esta hipótesis inicial de Hermann Lübbe, la que no tarda de despachar comoconservadora. Se la debe rectificar en atención a dos cuestiones: en primer lugar a que latradición y el pasado mismo no son “otra cosa” segura, estable, que compense la pérdida deestabilidad presente, sino que ellas mismas están siendo afectadas por la industria cultural de lamemoria y, en segundo lugar, a que este cambio de temporalidad ha generado nuevas formas de“sentimiento, experiencia y percepción”. Es frente a esto que Huyssen reivindicará la memorialocal, no como forma de resistencia o compensación, sino como posibilidad de rearticulación denuestra historicidad:

“Reducir la velocidad en lugar de acelerar, expandir la naturaleza del debate público, tratar de curarlas heridas inflingidas en el pasado, nutrir y expandir el espacio habitable en lugar de destruirlo en aras dealguna promesa futura, asegurar el “tiempo de calidad” –ésas parecen ser las necesidades culturales nosatisfechas en un mundo globalizado y son las memorias locales las que están íntimamente ligadas con suarticulación”.13

Es esto según Huyssen lo que garantiza un habitar histórico, lo que lo lleva a afirmar,contrariando a Nietzsche, que lo urgente hoy no es olvido productivo, sino “recuerdoproductivo”.

Desde una perspectiva crítica semejante (aunque anterior a Huyssen) Fredric Jameson haplanteado que pese a esta vuelta del pasado vivimos una época ahistórica, en la medida que senos priva de los referentes para proyectar una acción portadora de novedad. La produccióncultural (novelas, fotografías, films, etc.) tiende a extraviar los referentes temporales bajo laforma del “simulacro”: se escribe, se edita o filma tal como hubiera sido en los años treinta, seelimina o aísla la huella de la manufactura actual, de modo que esos objetos comienzan a apilarseen un plano horizontal, deviene en una “espacialización” en vez de su lógica (histórica)“temporalización”. Se trata de los efectos asociados de nuestra exposición a una produccióncultural (desde el arte más abstracto hasta la publicidad) basada en “una nueva cultura de laimagen o el simulacro”, trayendo “el consiguiente debilitamiento de la historicidad, tanto ennuestras relaciones con la historia oficial como en las nuevas formas de nuestra temporalidad

giro hacia los chauvinismos y fundamentalismos.12 Huyssen, Andreas, Op. Cit., p. 32.13 Op. Cit., p. 38.

privada”.14 Es –según Jameson– una nueva cultura hegemónica: la lógica cultural del capitalismoavanzado.

“... esta nueva e hipnótica moda estética nace como síntoma sofisticado de la liquidación de lahistoricidad, la pérdida de nuestra posibilidad vital de experimentar la historia de modo activo: nopodemos decir que produzca esta extraña ocultación del presente debido a su propio poder formal, sinoúnicamente para demostrar, a través de sus contradicciones internas, la totalidad de una situación en laque somos cada vez menos capaces de moldear representaciones de nuestra propia experienciapresente”.15

Se trata entonces de una forma de reproducción del orden económico y del poder a travésde esta modalidad de la cultura, pero modificando no específicamente los “contenidos” de éstasino su condición misma (sus a priori): se ha comprimido el tiempo y dilatado el espacio. Anteesta dificultad Jameson plantea un repliegue a los “mapas cognitivos” que se elevan desdenuestro espacio local (desde nuestra experiencia material del capitalismo) como forma posibleorientar nuestras acciones.

Ambos planteamientos establecen la modificación de nuestra experiencia del tiempocomo rasgo de época, sea como efecto de la eficacia de unos medios para producir simulacros, oun ensanchamiento del presente como efecto de la vertiginosa caducidad de las cosas. Ambasmutaciones harían, en principio, imposible la tradicional experiencia de la historia, al tiempo queambas vuelven al nivel del sujeto –a la escala local e individual– para plantear salidas. Es estaindicación la que nos reenviará a los planteamientos de Benjamin. Antes revisaremos brevementela renuncia a la experiencia de la historia como “desborde” de la misma institución histórica.

III. Baja de la Conciencia histórica

Hubo un tiempo en que el pasado era invocado, como historia, para actuar en el presente ypreñarlo de futuro. La historia no como magistra vitae ni como mero ejercicio erudito, sino comofuente irrenunciable de conocimiento para la construcción de cualquier proyecto que guardarapretensiones serias de conquistar lo real. Su factibilidad dependía de una adecuada lectura de lasestructuras subyacentes. La diferencia entre utopía y proyecto político pasaba justamente por latarea de leer con sumo rigor la historia: ser concientes de los límites y posibilidades que ésta nosbrindaba para llevar adelante la estrategia… “La humanidad siempre se ha de plantear sóloproblemas que puede solucionar”, sostuvo Marx en aquel memorable Prólogo.16 No a otroespíritu respondía la advertencia de Marc Bloch, para quien –por más rigor académico que seimpusiese– la historia nunca estuvo disociada de la política: “La ignorancia del pasado no selimita a impedir el conocimiento del presente, sino que compromete, en el presente, la mismaacción”.17 O lo afirmado por François Chatelet: “El saber histórico constituye la iluminaciónprivilegiada gracias a la cual la práctica humana afirma su poder”.18

14 Jameson, Fredric, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós, 1995, p.21.15 Jameson, Fredric, Op. Cit., p. 52.16 Marx, Karl, “Prólogo de Crítica de la economía política”, en: Karl Marx, La ideología alemana (I) y otros escritosfilosóficos, Madrid, Editorial Losada, 2005, p. 194.17 Bloch, Marc, Apología para la historia o el oficio del historiador (Edición anotada por Étienne Bloch), México,Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 68.18 Chatelet, François, “El tiempo de la historia y la evolución de la función historiadora”, en: Preguntas y réplicas.En busca de las verdaderas semejanzas, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 53.

Pero los modos en que en el último tiempo se viene reivindicando el pasado por parte debuena parte de los historiadores son muy distintos. El discurso de la historia ha terminado pordisociarse absolutamente del discurso de la acción, en un proceso en que se cruzan –y a ratossolidarizan– las operaciones teóricas de las corrientes intelectuales predominantes de la segundamitad del siglo XX, con las lógicas culturales del capitalismo avanzado. En dos palabras: lacorriente que se inicia con la homologación de historia a mito operada por el estructuralismolevistraussiano –que más tarde adquirirá resonancias nietzscheanas al declararse la imposibilidadde la “fabula” de la Historia–, y una industria cultural que hace del pasado su mercancíapredilecta.

En efecto, aquella operación realizada por Lévi-Strauss en “Historia y dialéctica” (comose recordará, el capítulo final de El pensamiento salvaje [1962]), puede ser dispuesto como elpunto a partir del cual se despliega una genealogía que nos lleva hasta la producciónhistoriográfica hoy predominante, que no merecería realmente la atención sin la constatación deque ha ido fortaleciendo el sentido común de un ejercicio de la historia desconectado de la praxis.Pese a la concesión inicial de Lévi-Strauss acerca de que “para que el hombre contemporáneopueda desempeñar plenamente el papel de agente histórico, tiene que creer en este mito”,19 elreverso de tal gesto concesivo “era un severo veto a la coordinación de saber histórico eintervención política, de intelección y praxis”,20 toda vez que era negada la capacidad de la razónhistórica para captar certidumbres inherentes a las articulaciones objetivas de una historia encurso. En adelante asistiríamos al predominio de una historiografía que se edificaría sobre lasruinas de la conciencia histórica, entendida ésta “como nudo de enlace entre la actividad delhistoriador, la ilustración reflexiva de la sociedad y la proyección política de un saber crítico”.21

No es este el lugar para desplegar la genealogía aludida más arriba –que por lo demás ya ha sidodesarrollada por José Sazbón, con la erudición que le caracterizaba22–, tan solo baste con remitiral proyecto de Pierre Nora de Los lugares de la memoria y la perspectiva revisionista de FrançoisFuret respecto de la posibilidad de fundar algún proyecto apelando a la Revolución Francesa.

Dos citas a modo de constatación del “efecto” estructuralista en estos hombres de lainstitución: “el hombre de izquierda –sostenía Lévi-Strauss– se aferra todavía a un período de lahistoria contemporánea que le dispensaba el privilegio de una congruencia entre los imperativosprácticos y los esquemas de interpretación. Quizá la edad de oro de la conciencia histórica ya haterminado”.23 Es en este entendido que Nora desarrollará su proyecto de una arqueología de lamemoria, planteando sin ningún problema ahora la equivalencia entre la Revolución Francesa ysu propia conmemoración, entre acontecimiento y memoria.24 Por su parte Furet, quien integrócomo axioma de su trabajo la afirmación de Lévi-Strauss acerca de que “la Revolución Francesatal como la conocemos, no ha existido”, terminará de liquidarla denunciando su peso “tiránico enla conciencia política contemporánea”, para desligarse de toda tradición revolucionaria y dar pasoa “un nuevo destino” para el trabajo historiográfico. En su propia formulación: “la curiosidadintelectual y la actividad gratuita de conocimiento del pasado”.25 Pero la mayor expresión de esta

19 Lévi-Strauss, Claude, El pensamiento salvaje, México, Fondo de Cultura Económica, 1990 , p. 368,20 Sazbón, José, “Conciencia histórica y memoria electiva”, en: Nietzsche en Francia y otros estudios de historiaintelectual, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes Editorial, 2009, p. 7321 Op. Cit., p. 78.22 Al respecto se puede consultar la entrevista que he sostenido con José Sazbón titulada “Nueva historia y concienciahistórica”, en mi libro Los recursos del relato. Conversaciones sobre Filosofía de la Historia y TeoríaHistoriográfica, Departamento de Teoría, Universidad de Chile, Santiago, 2010.23 Lévi-Strauss, Claude, El pensamiento salvaje, p. 374.24 Sazbón, José, “Conciencia histórica y memoria electiva”, p. 9725 Furet, François, “La Révolution Française est terminée”, p. 59. Citado por Sazbón, José, “Conciencia histórica ymemoria electiva”, p. 87. Fuertes críticas al revisionismo historiográfico de Furet se pueden encontrar en Hobsbawm,

baja historiográfica de la conciencia histórica es, sin dudas, la que se desprende de losplanteamientos de Keith Jenkins, en particular su famosa tesis acerca de la inexistencia delpasado y la desligazón entre pasado e historia, que por motivos de espacio no podremosdesarrollar aquí.26

Habrá que sumar a este movimiento los efectos de una industria de la memoria –aludidamás arriba– que ha hecho del pasado su mayor recurso, disponiéndolo en el mostrador de loscircuitos turístico-patrimoniales y así impidiendo cualquier forma de comprensión histórica trasuna goce estético del pasado: “quienes absolutizan la actividad mercantil suelen desentenderse delos sentidos acumulados en esa historia de los usos. Seleccionan un ritual o una época, ydesprecian otros, según puedan convertirse en espectáculo vendible”.27

Para terminar de bosquejar la actual crisis –aunque sea a gruesos retazos– debemos añadirel problemático cruce entre este tipo de industria y el trabajo del duelo efectuado luego de lascatástrofes políticas del siglo XX. De ello quiere dar cuenta François Hartog cuando afirma que“la ‘ardiente obligación’ del patrimonio, con sus exigencias de conservación, renovación yconmemoración, se añade al ‘deber’ de memoria, con su reciente traducción pública dearrepentimiento”.28

Evidentemente América Latina no ha estado exenta de estos movimientos, baste pensar enel predominio de una historiografía que se ha desentendido del referente para “replegarse alcódigo” o al texto,29 en las distintas versiones de historias de la vida privada que explotan eldetalle al límite de lo exótico, y en las lecturas patrimonialistas que se vienen efectuando conocasión de los bicentenarios. La salida editorial, escolar y massmediatica de estas corrientesinvisibilizan todo esfuerzo de una pretendida Historia Social, dentro de la que también seríanecesario hacer algunas distinciones.

IV. La especificidad del modo historiográfico30

El consenso sobre la importancia del pasado ha hecho constatar a periodistas y público engeneral un supuesto aumento de interés por la historia. Pero esas formas en que se realiza dichointerés (novelas, películas, proyectos de “historia local”, gestión patrimonial, museificación),independiente de un celo profesional, han hecho reparar a ciertos historiadores –al menos a

Eric, Los ecos de la Marsellesa, Barcelona, Crítica, 1992. 26 Al respecto su libro ¿Por qué la historia? Ética y posmodernidad, México, Fondo de Cultura Económica, 2006.También ver las consideraciones sobre este autor (y de la “historiografía posmoderna” en general) hechas por LuisDe Mussy y Miguel Valderrama en el libro Historiografía posmoderna. Conceptos, figuras, manifiestos, Santiago deChile, Ril Editores/Ediciones Universidad Finis Terrae, 2010. Una reciente crítica al posmodernismo historiográfico,publicada en nuestro medio, es la de Josep Fontana, La historia que se piensa. Conferencias, clases y conversacionesen Chile, (Edición e introducción de Pablo Aravena Núñez), Concepción, Ediciones Escaparate, 2011.27 García Canclini, Nestor, “El turismo y las desigualdades”, en: Ñ. Revista de Cultura, Nº 120, Buenos Aires, ElClarín, 2006, p. 8. François Hartog afirmará más tarde: “Los lugares de la memoria concluían en el diagnóstico de la‘patrimonialización’, precisamente de la historia de Francia, sino es que de Francia misma”, en Regímenes dehistoricidad, México, Universidad Iberoamericana, 2007, p. 180.28 Op. Cit.., p. 181.29 Sazbón, José, “La devaluación formalista de la historia”, en: Ezequiel Adamovsky (ed.), Historia y Sentido.Exploraciones en teoría historiográfica, Buenos Aires, El cielo por asalto, 2001, p. 82.30 Parte de los planteamientos que desarrollo en este punto han sido considerados en mi libro Memorialismo,historiografía y política. El consumo del pasado en una época sin historia, Concepción, Ediciones Escaparate, 2009.

aquellos no involucrados en la industria del patrimonio y el turismo31– sobre el hecho de que notodo recurso al pasado es histórico. La industria cultural ha hecho tanto uso del pasado –y haempaquetado tantos productos con la etiqueta de la historia– que terminó por devaluarcompletamente el concepto de lo histórico. Usualmente entendemos como histórico aquello quepasó o existió realmente, siendo este “realmente” algo absolutamente nebuloso en la medida que,más allá del consenso testimonial del pasado reciente y de las experiencias transmitidas, elpúblico por lo general carece de referencias culturales mínimas para juzgar si aquello que se estáofreciendo es –al menos– verosímil historiográficamente hablando. Una demanda (o sobreoferta)de pasado no nos autoriza a hablar de una demanda de historia.32

Pero no se trata de reducir lo histórico –otra vez– a lo que “de verdad” (a la luz dedocumentos, pruebas y procedimientos admitidos por la institución histórica) ocurrió, sino deatender a la manera en que leemos y nos apropiamos de un acontecer más o menos probado.Porque ¿con qué nos relacionamos si aquello que se nos ofrece como pasado en realidad noaguanta constatación ni prueba alguna? Si no nos relacionamos con el pasado lo hacemos connosotros mismos, con proyecciones de nuestra propia cultura. En estricto rigor la actual vuelta delpasado no lo es de sus restos o huellas –menos aún tratadas críticamente– sino, como se hainsinuado ya, de sus simulacros: “la copia idéntica de la que jamás ha existido original”, “elpasado como referente se encuentra puesto entre paréntesis, y finalmente ausente, sin dejarnosotra cosa que textos”.33 ¿Qué es lo que representan entonces esas producciones culturales,preponderantemente esas imágenes y películas? Lejos de representar el pasado, encarnan nuestraspropias ideas y estereotipos del pasado. A esto Fredric Jameson ha llamado “historia pop”.

En este “pasado a la orden del día” de las mercancías culturales, no hacemos otra cosa querelacionarnos con nuestro propio presente, no hay diferencia (Otro) que nos interpele desde elpasado.34 En este sentido el problema que vislumbra el historiador argentino Tulio HarperinDongui en este “acercamiento de la historia a la gente”, el “que para hacer más comprensible elpasado lo identifique con el presente”, el hecho de que se proclame “descubrir en un supuestopasado –que es sólo una alegoría del presente– lecciones válidas para ese mismo presente,ignorando de que para que la historia del pasado pueda ofrecer esas lecciones necesita ser deveras historia del pasado, mientras que lo que se confecciona de esa manera no lo es enabsoluto”.35

Se podrá entender entonces cual es la real importancia de establecer lo mejor posible loshechos: sin ese trabajo riguroso (“indicial”) –que va más allá de la “reconstrucción” de edificios yutensilios de época– no sabremos cual era esa imagen del mundo que tenían aquellos que nosantecedieron, qué batallas dieron y en nombre de qué, cuáles eran sus valores y concepciones delo que debe ser una sociedad justa, una vida buena. Nada más sospechoso que una historia quenos muestra las épocas pasadas como otra versión de lo mismo que hoy tenemos.36 El pasado

31 “Los centros de investigación y las sociedades de Historia Local se incorporan a los dispositivos de ese turismo dela memoria, de donde obtienen a veces los medios de subsistencia. […] Con frecuencia el historiador es convocado aparticipar en este proceso en calidad de ‘profesional’ y ‘experto’, quien según las palabras de Oliver Dumoulin, hacede su conocimiento una mercancía, como el resto de bienes de consumo que inundan nuestras sociedades”. Traverso,Enzo, El pasado instrucciones de uso… Op. Cit., p. 14.32 He desarrollado algunas observaciones sobre este fenómeno en mi libro Memorialismo, historiografía y política.El consumo del pasado en una época sin historia, Concepción, Ediciones Escaparate, 2009.33 Jameson, Fredric, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós, 1995, p. 46.34 A este respecto ver más adelante la alusión a la “operación histórica” (Michel de Certeau)35 Harperin Dongui, Tulio, “El historiador y la tradición”, en: Ñ. Revista de Cultura, Nº 343, Buenos Aires, El Clarín,24 de abril de 2010, p. 25.36 Una historia a lo “Picapiedras” (Hanna-Barbera). Ellos eran iguales a nosotros, con la única diferencia de que todoestaba hecho de piedra y madera. Es interesante constatar como esta violación de la especificidad del pasado es usada

histórico ha de reconocerse por la perplejidad que nos causa derivada de su diferencia, de su“inactualidad”, por esa primera impresión de “¿Cómo podían pensar eso?” “¿Cómo podían lucharpor aquello?” “¿Cómo pudieron tener una sociedad, en ciertos aspectos, mejor o peor que la quenosotros tenemos?” “¿Por qué motivo ya no tenemos lo que ellos tenían?”. La historia nosinterpela, nunca nos confirma en nuestro lugar.

Nuestro planteamiento no hecha de menos tanto la posibilidad de “narrar los hechos comorealmente sucedieron”, sino la diferencia del pasado y lo que se posibilita en términos de lacomprensión de nuestro presente a partir de este extrañamiento fundado en el rigor metódico delhistoriador de oficio. En una palabra: la historia nos hace concientes de nuestra historicidad:productos y productores de la historia.

Tomando distancia frente al exceso de literatura histórica del siglo XIX, Nietzsche seplanteaba de la siguiente manera como hombre ocupado del pasado griego:

“Pues no sabría yo qué sentido tendría la filología clásica en nuestra época, sino el de actuarinactualmente –es decir contra la época y por lo tanto sobre la época, y es de esperar que a favor de unaépoca venidera”.37

La historia tendría un poder reactivo sobre el presente. El pasado griego para Nietzsche noera valorable porque nos pudiera dar cuenta de ciertas continuidades, por ejemploconfirmándonos como los herederos directos de la democracia. Esa inactualidad que define eltrabajo del historiador ha sido oportunamente reformulada en los siguientes términos: “el pasadoes, ante todo, el medio de representar una diferencia. […] la figura del pasado, conserva su valorprimero de representar lo que falta. Con un material que por ser objetivo, está necesariamenteahí, pero es connotativo de un pasado en la medida en que, ante todo, remite a una ausencia, esafigura introduce también la grieta de un futuro. Un grupo, ya se sabe, no puede expresar lo quetiene ante sí –lo que aún falta– más que por una redistribución de su pasado”.38 De este modonuestro habitual concepto de historia cambia su centro de gravedad del pasado al futuro (lo quefalta).

Pero aún así un conocimiento histórico de este tipo correría el riesgo de ser trivial si noproporciona explicaciones verosímiles de tal diferencia y de los cambios que han ocurrido hastallegar a encontrarnos como estamos en esta orilla del tiempo. (Se entenderá que por mucho que sereleve la diferencia, distancia o ruptura, la interpelación del pasado sólo se puede efectuar siaceptamos un mínimo de continuidad, algo en común, de otro modo caemos en los excesos al quenos tiene acostumbrados cierto multiculturalismo de raíz herderiana: una diferencia indiferente).39

Ningún sentido tendría la presentación del cambio que existe entre diferencia y diferencia, entredistintos momentos sociales, expuesto como efecto de una pura determinación externa, telúrica, obien en una clave fatalista. Si se naturaliza el cambio –o se lo explica por factores absolutamenteexternos a la agencia humana– tampoco hay posibilidad de interpelación. Los historiadores (almenos cuando no están ocupados de dialogar entre ellos mismos, enfrascados en la puraerudición o tratando de sobrevivir, o lucrar haciendo turismo y patrimonio) “pueden sacar elpasado del dominio de lo trivial y lo nostálgico y comenzar a generar la conciencia de la historiacomo el relato de la acción humana, las elecciones humanas, de la gente que trata de resolver sus

corrientemente como recurso didáctico para hacer “más comprensible la historia” a los alumnos.37 Nietzsche, Friedrich, Sobre la utilidad y perjuicio de la historia para la vida, Córdoba, Alción Editora, 1998, p. 28.38 Al respecto ver la formulación del citado Michel de Certeau, “La operación histórica”, en: Jacques Le Goff y PierreNora (Comps.), Hacer la historia, Barcelona, Editorial Laia, 1985, p. 53.39 Al respecto ver Antonio Gómez Ramos, Reivindicación del centauro. Actualidad de la filosofía de la historia,Madrid, Akal, 2003, pp. 11-13. También los planteamientos de Aurelio Arteta en “La tolerancia como barbarie”, en:Manuel Cruz (Comp.), Tolerancia o barbarie, Barcelona, Gedisa, 1998.

relaciones sociales cambiantes –y muchas veces desiguales– en medio de sus circunstanciascambiantes y también, muchas veces, desiguales. Con esta comprensión del pasado podemos sermás capaces de enfrentarnos, inteligente y humanamente, con valor y con humildad, a losproblemas muy reales que nos confrontan en el presente”.40

El asunto es que no es posible, “por definición”, una historiografía dócil, legitimadora oreconfortante de nuestras conciencias. Si aceptamos, a partir de una abrumante cantidad deestudios, que la historiografía nace como conocimiento sólo en el siglo XIX –como ese sabercrítico que utilizaba Marx para revelar el carácter artificial e interesado de unas institucioneseconómicas y políticas que se presentaban como naturales y eternas, o como ese modo deerudición reivindicada por Ernest Renan, que daba las pruebas de la violencia en la que sefundaba toda unidad política, el absurdo del origen–, veremos que no se puede denominarhistoriografía al mero correlato de lo existente. Tal como la función clásica del filósofo, si elhistoriador no importuna no está ayudando al conocimiento de nuestras sociedades. Y es que lahistoriografía no se define por sus “métodos” –después de todo casi ninguno le pertenece: lacritica de documentos la ha tomado en su origen de la filología y la “diplomática”, el análisis debalanzas de pagos y afines de la economía y así otros de la geografía, demografía, etc. Lo quequeremos señalar es que este conocimiento no halla su especificidad tan solo en el acto deestablecer los hechos “como realmente ocurrieron”, sino en las preguntas, explicaciones yfunciones que es capaz de efectuar: la “operación histórica”.

¿Qué preguntas son esas? Pues las preguntas que corresponde hacerse ante las dificultadeso extrañamientos de cada presente: “¿Cómo se ha constituido este presente? ¿Por qué estosniveles de desigualdad? ¿Por qué la exclusión de los pueblos indígenas? ¿Por qué esta crisiseconómica global?” Son las preguntas de un historiador del mundo contemporáneo. Pero nomenos ajeno al presente es el historiador del mundo antiguo, piénsese en Jean-Pierre Vernantcuando historiaba el pensamiento antiguo griego tratando de desentrañar los orígenes de unaracionalidad puesta en duda luego de las aberraciones desplegadas desde mediados del siglo XX,o indagando en los arquetipos de nuestra relación con la alteridad. La pregunta determina laprofundidad temporal del trabajo del historiador.

Como ha sostenido recientemente Enzo Traverso “para escribir un libro de Historia queno sea sólo un trabajo aislado de erudición, hace falta también una demanda social, pública”.41 Ysi esas preguntas no surgen de la sociedad, el historiador debe interpelarla formulándolas.

La historia recurre al pasado sólo porque le interesa el presente, este es la cantera dedonde extrae sus asombros y preguntas. La curiosidad gratuita por el “¿cómo era antiguamente?”puede efectuarse con los métodos de la historiografía, pero el saber histórico no fue concebidopara ello, sino para que los hombres y mujeres se expliquen su presente, salgan de él y produzcanhistoria: la historiografía como garante de la historicidad humana. Se entenderán entonces ahorade mejor forma los enunciados de Bloch y Chatelet incluidos más arriba: la necesidad que unehistoria y acción.

V. Por qué no la historia

¿Se opone el “modo benjaminiano” de conocer el pasado al “modo historiográfico”, talcomo hemos esbozado a éste? Hemos adelantado al comienzo que ambos modos no sólo noesquivan, sino que exigen como condición de un “autentico” conocimiento del pasado su40 Shopes, Linda, “Más allá de la trivialidad y la nostalgia: contribuciones a la construcción de una historia local”, en:Jorge Aceves Lozano (Comp.), Historia Oral, México, Instituto Mora/UAM, 1993, p. 251.41 Traverso, Enzo, Op. Cit., p. 40.

conexión con las urgencias del presente. La dificultad acaso esté en lo que se entiende en cadacaso por conocimiento y las formas que se estiman más adecuadas para representar el pasado.

La operación histórica no comienza mientras no se formule una pregunta sobre elpresente, que exige a su vez una explicación del tipo que se considera más apropiada pararepresentar el devenir pasado: una explicación narrativa.42

La pregunta surge habitualmente (“normalmente”) en caso de un mal funcionamiento dela sociedad, de un desajuste entre expectativas y la vida cotidiana. Como lo planteara Heideggeral inicio de Ser y Tiempo: la pregunta surge sólo cuando el útil deja de funcionar, de modo quedeja ya de ser transparente para quienes nos servíamos de él. Pero dichas preguntas no sonformuladas por “la sociedad”, sino que ellas son urgentes sólo para quienes experimentan elpresente con una sensación de “ajenidad”. Aquel sujeto para el que las cosas “están bien” no seformula preguntas y su aproximación al pasado será gratuita, es decir, “culta”.

¿Qué explicaciones formula el historiador? Cada pregunta nos hace indagar en materialesde distintos tiempos y niveles de la vida social. El historiador trabaja con huellas que han dejadosujetos de otro tiempo. El historiador recompone la acción de cada sujeto y va tramando susencrucijadas: una acción se encuentra con otra, luchan, se anulan, hacen alianza excluyendo aotros que forman nuevos proyectos, etc. Se verá entonces porqué el historiador se ve obligado aproducir un relato (como ponía de relieve Paul Ricoeur). La mayor parte de las veces éste tiene laestructura de una “genealogía del presente”, es decir, muestra por qué, debido a qué acciones eintereses el presente ha llegado a ser lo que es. Pero como es siempre fruto de la acción humana –una construcción de sujetos en pugna– nunca sella el juicio de que el presente es inmodificable.Al contrario, al restituir los proyectos que competían en el pasado por un futuro que hoyhabitamos como “el presente”, nos hace comprender que este siempre pudo ser otra cosa, que elactual orden presente descansa en elementos absolutamente “artificiales”, humanos: la fuerza, elinterés o la estrategia de algunos para darse un mundo como “traje a la medida”, desde luego endonde no cabemos todos.

En principio la apuesta benjaminiana no se opone a tal función. Es más, lo expuestocorrespondería en Benjamin a una oposición y superación –en dirección de una historiamaterialista– de uno de los principales rasgos del historicismo: la idea de que el pasado es uncúmulo de hechos positivos que el historiador debe descubrir y registrar, la actitud tranquila ycontemplativa que guarda el historicismo ante su objeto. Frente a ello el materialista debe hacer“conciente la constelación crítica en la que dicho fragmento del pasado se encuentra precisamentecon el presente”, “toda representación dialéctica de la historia tiene como precio la renuncia a esacontemplación tan característica del historicismo”. El materialismo debe superar la meraexposición histórica y la mera apreciación: “lograr esto es algo reservado a una ciencia históricacuyo objeto no esté formado por un ovillo de facticidades puras, sino por el grupo contado dehilos que representan la trama de un pasado en el tejido del presente”.43 En esta misma direcciónmás tarde, en sus Tesis, advertirá: “Articular históricamente el pasado no significa conocerlocomo ‘verdaderamente ha sido’. Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relampagueaen un instante de peligro”. De este modo Benjamin sigue con su rechazo al historicismo aludido

42 Al respecto téngase presente la tesis de Paul Ricoeur, según la cual el mundo de la experiencia humana (real)guarda una estructura pre-narrativa, es decir, es una “historia” no contada todavía, sobre la cual “la narración re-significa lo que ya ha sido pre-significado en el plano del obrar humano”. El narrar sería un proceso secundario: eldel “ser-conocido de la historia”. Tiempo y narración I. Configuración del tiempo en el relato histórico, México,Siglo veintiuno editores, 1998.

43 Benjamin, Walter, “Historia y coleccionismo: Eduard Fuchs”, en: Discursos interrumpidos I. Filosofía del arte yde la historia, Buenos Aires, Taurus, 1989, pp. 91 y 104.

con la máxima con que declaraba conducir sus estudios Leopold Von Ranke. El pasado no “estáahí” para ser copiado, el discurso sobre el pasado siempre supone una “apropiación”. Ladeclaración de Ranke funciona como correlato de una teoría del conocimiento que supone que elpasado está allí ordenado, listo para ser narrado. Y no obstante –y esto es lo llamativo– este ordenes el único que tolera narrar quien “está bien en el presente”: el vencedor. Frente al conformismoy tranquilidad de la clase dominante –que emana de su éxito histórico– se opone la experienciadel peligro, como la necesidad y precariedad presente en la que habita el vencido. El pasado senos muestra entonces de un modo particular según la disposición o situación del sujeto.

Pero la disyunción entre el modo historiográfico y el bejaminiano tiene que ver con elrechazo de este último al acto de “narrar la historia” que, más allá de la vinculación política de lahistoriografía positivista decimonónica, radica en disposiciones epistemológicas mas profundas.44

En “El Origen del drama barroco alemán” Benjamin señala: “El objeto del saber en cuantodeterminado por la intencionalidad del concepto, no es la verdad, la verdad es una esencia nointencional”.45 El origen de esta disposición debe buscarse en su planteamiento crítico frente a unmodo de conocer el mundo meramente utilitario, en el que se esconde el principio de ladominación, y su búsqueda de una alternativa en la tradición que le era más propia. En efecto, suinclinación hacia lo particular y fragmentario sólo puede ser comprendida a partir de la Cábalajudía: las ideas de Dios son incognoscibles, sólo nos es dable la contemplación del mundoprofano como forma indirecta de acceso cognitivo, de este modo “si la filosofía no puedealcanzar las ideas –que se escabullen por ‘temor’ o por ‘angustia’ de la persecución erótica delintelecto– puede descubrirlas volviendo la mirada hacia los objetos particulares y fragmentos ‘sinintención’, ellos pueden ser tratados como emblemas o como jeroglifos de las ideas, es decir,como representaciones sensoriales en las cuales puede revelarse la realidad suprasensible ytrascendente”.46

Hay en Benjamin un rechazo de la mirada representacional, es decir de aquella operaciónen que una conciencia intencional se apodera del mundo articulando lo particular en una totalidadmayor, un aproximarse a los fenómenos con una “voluntad de sistema” que violenta a la verdad.En este entendido, sus reservas hacia una historia que se deja narrar se nos hacen perfectamentecomprensibles si consideramos que la narración histórica es un intento de totalización, en elsentido de que cada acontecimiento –cada “hilo”– es subsumido en la trama. Desde aquí ha deentenderse también su preocupación por la actividad del coleccionista, pues en dicha figura el“bajo deseo de posesión” de cada objeto, cada ruina, abre la posibilidad de una entradamaterialista a la historia por vía de una valoración aparentemente gratuita de la materialidad y lofragmentario: “para Fuchs; su verdadero fuerte lo constituyen sus atisbos de cosas depreciadas,apócrifas”.47A partir de éstas es que se puede construir la verdad del capitalismo (y no a partir desus mismas declaraciones). Como señalara Hannah Arendt se trataría de “captar el aspecto de lahistoria en las representaciones más insignificantes de la realidad, como si dijéramos en susdesperdicios”.48

En “El narrador” Benjamin descubre uno de los recursos fundamentales de la narraciónhistórica. Lo que en el discurso científico y filosófico se revela como “voluntad de sistema”, enhistoriografía se revela como “voluntad de sentido”. Benjamin señala:

44 Aquí atiendo a las consideraciones que ha hecho al respecto Ricardo Forster en “Entre el lenguaje y la memoria”,en: W.Benjamin. Th.W.Adorno. El Ensayo como Filosofía, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1991.45 Benjamin, Walter, El origen del drama barroco alemán, citado por Ricardo Forster.46 Sotelo, Laura, Idea de la historia. La escuela de Frankfurt: Adorno, Horkheimer y Marcuse, Buenos Aires,Prometeo, 2009, p. 42.47 Benjamin, Walter, “Historia y coleccionismo: Eduard Fuchs”, Op. Cit., p. 134.48 Arendt, Hannah, Walter Benjamin, Barcelona, Anagrama, 1971, p. 20.

“Moritz Heimann llegó a decir: un hombre que muere a los treinta y cinco años, es, en cadapunto de su vida, un hombre que muere a los treinta y cinco años. Esta frase no puede ser mas dudosa, yeso exclusivamente por una confusión de tiempo. Lo que en realidad se dice aquí, es que un hombre quemuere a los treinta y cinco años quedará en la rememoración como alguien que en cada punto de su vidamuere a los treinta y cinco años”.49

Equiparable a la observación de Nietzsche: “no hay hechos en sí. Siempre hay que empezarpor introducir un sentido para que pueda haber un hecho”. Aquí cada acontecimiento se constituye yno vale más que en función del fin: “El sentido de su vida solo se descubre en su muerte”. Cabeentonces la interrogación benjaminiana acerca de la utilidad de la representación histórica paraacceder a la verdad –a una verdadera articulación histórica del pasado– si cada “historia de”convoca, encadena y subsume los acontecimientos para un sentido que no hace más queevidenciar una intencionalidad. De ésta verificación se derivará igualmente el interés deBenjamin por el fragmento y el recuerdo. Se trata de un recuerdo que nos asaltainvoluntariamente, y que justamente por ello es verdadero, es el recuerdo de un fragmento quenos llega como imagen “saltada del continuum”, es decir, fuera de cualquier sistema y, enconsecuencia, ajeno a la mirada representacional. En “Una imagen de Proust”, Benjamin nosseñala: “es necesario introducirse en un estrato especial muy profundo de esa memoriainvoluntaria, en la cual los momentos recordados no nos dan noticia de la totalidad comoimágenes aisladas, sino en forma no representativa y disconforme, sin determinación yopacamente”.50

Así mismo, más tarde señala en una de sus notas preparatorias pata las Tesis: “Alconocimiento involuntario no se le presenta jamás –y esto lo diferencia del arbitrio– un decurso,sino solamente una imagen. De ahí el “desorden” como el espacio de imágenes de la involuntariaremembranza”.51

Benjamin está dispuesto a distanciarse de la representación como un “orden de las cosas”,y ese orden en el caso de la historia es el continuum de los acontecimientos desplegados sobre untiempo homogéneo y vacío. Disposición de una subjetividad hegemónica como razón de losvencedores. Benjamin parece ver por los ojos del “ángel de la historia” (tesis IX): “En lo que anosotros nos aparece como una cadena de acontecimientos, el ve una sola catástrofe, queincesantemente apila ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies”.52 En resumidas cuentas, estoequivale a decir que sólo se posee categorías para “hacer visible” el “pasado” de los vencedores –allí están la causalidad, el fin, el proceso, etc–, en cambio, “lo sido” de los vencidos –como loopuesto al pasado– “es una de esas regiones para las que el pensamiento moderno carece decategorías”.53 En vano se tratará de salvar “científicamente” esta particular región, tal operaciónse revelaría más bien como una apropiación, un “adueñarse de la tradición de los oprimidos”.

Podemos entonces desde aquí volver a pensar en el modo historiográfico, particularmenteen la función ideológica y política de la narración histórica, incluso sólo como “forma”. En estaperspectiva, sin duda que, entre los pensadores contemporáneos, Hayden White ha sido el más

49 Benjamin. Walter, “El narrador”, en: Para una crítica de la violencia. Iluminaciones IV, Madrid, Taurus, 1999, p.127.50 Benjamin, Walter, “Una imagen de Proust”, en: Imaginación y sociedad. Iluminaciones I. Madrid, Taurus, 1998.51 Benjamin, Walter, “Apuntes sobre el concepto de historia”, en: La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre lahistoria, Santiago. ARCIS/Lom, 1995. (Traducción, Introducción y notas de Pablo Oyarzún Robles), p. 93.52 Benjamin, Walter, Op. Cit., p. 54.53 Sobre éste punto véase los planteamientos de Reyes Mate en “La historia de los vencidos”, en: Cuestionesepistemológicas. Materiales para una filosofía de la religión, Madrid, Anthropos/CSIC, 1992.

importante “deconstructor” del discurso histórico,54 específicamente al tratar sobre “el valor de lanarrativa como representación de la realidad”.55 White afirma en las primeras líneas de Elcontenido de la forma:

“La narrativa no es meramente una forma discursiva neutra que pueda o no utilizarse pararepresentar los acontecimientos reales en su calidad de procesos de desarrollo; es mas bien una formadiscursiva que supone determinadas opciones ontológicas y epistemológicas con implicancias ideológicase incluso explícitamente políticas”.56

A primera vista tal posición no parece distanciarse mucho de la crítica de Benjamin, sinembargo, antes de sacar conclusiones convendría aclarar si ambos autores están hablando de lomismo, saber a qué corresponde en White ese “narrar la historia” enunciado por Benjamin.

En efecto White hace la distinción entre un “narrar” y un “narrativizar” –entre los cualesla historiografía hoy puede elegir. Lo que distancia a estas dos nociones sería que mientras laprimera se limita al mero informe de lo que entrega la evidencia, la segunda se definiría porimponer la forma de un relato, definido éste por la posesión de una estructura inicio-intermedio-fin, una sucesión causal (o multicausal) de acontecimientos y, finalmente, por una ficción dehacer hablar al propio mundo, lo que con anterioridad Roland Barthes designara como “ilusión deobjetividad” (sustracción de los signos del yo del enunciante).57

Según las mencionadas características, el “narrar la historia” de Benjamin puede hacersecalzar sin gran esfuerzo con el “narrativizar” de White, esto teniendo en cuenta que lahistoriografía que conoció Benjamin difícilmente podía “optar” por un discurso no narrativizanteque, finalmente, era el que daba el “tono”.58 Sin embargo esta imposibilidad de “optar” no podríaderivarse de la inexistencia de formas no narrativas de representación histórica, sino que más biense derivaría de aquellas complejas normas que rigen las relaciones entre los géneros discursivos,de modo que siempre habrá, utilizando la terminología de Bajtin, uno que “da el tono”. De hechoWhite distingue esas otras formas posibles de representación: los annales y las crónicas.

Aunque estas formas “históricas” estaban ya distinguidas por el “establishmenthistoriográfico”, White añadió un componente fundamental en su perspectiva de análisis:mientras que para los historiógrafos annales y crónicas eran “anticipaciones fallidas” del discursohistórico definitivo, para White son otras formas posibles de concebir la realidad histórica, son,en su propuesta, “concepciones que constituyen alternativas”.59 (En este entendido, entonces,¿qué problema habría para incluir el modo benjaminiano como otra particular alternativa depropiciar una experiencia histórica?)

Ese modo está definido por Benjamin como “imagen dialéctica”, la que en principio sóloconcierne a la memoria: el “peligro” agudiza la sensibilidad del sujeto oprimido haciéndolo ver loque antes no podía, a esa disposición le corresponde un modo particular de “conocer el pasado”.Es en este punto que tiene sentido la separación entre historia y memoria. La historia (con su

54 No olvidamos, por ello, la labor de Michel Foucault, en especial su introducción a La arqueología del saber, o aRoland Barthes, en “El discurso de la historia”.55 White, Hayden, El contenido de la forma, Barcelona, Paidós, 1992.56 White, Hayden., Op. Cit., p.11.57 Barthes, Roland, “El discurso de la historia”, en: El susurro del lenguaje, Barcelona, Paidós, 1987, p. 168.58 Los historiadores que constantemente cita Benjamin son L. Von Ranke, Michelet y Fustel de Coulanges, cuyasobras se configuraron sobre una suerte de “episteme” narrativa, muy ligada al surgimiento del realismo literario. Paraésta conexión se puede ver Mijail Bajtin: “La novela de educación y su importancia en la historia del realismo”, en:Estética de la creación verbal, México, Siglo Veintiuno Editores, 1982.59 White, Hayden, Op. Cit., p.21.

discurso universalizante, dócilmente narrativo, etc.) se revela como el modo en que se apropia elpasado la clase dominante. La memoria concierne a los oprimidos.

Aunque abordaremos con más detalle en el apartado siguiente la naturaleza de tal “imagendialéctica”, nos sirve adelantar que ésta sería la asociación entre dos imágenes: la del presente yla del pasado, independiente de su época (y esto es lo historiográficamente problemático), quecomparece fugazmente para echar luz sobre la situación actual. “Sería un paso en falso equiparardicha ligazón de imágenes con el mero nexo causal” –dirá Benjamin. Se trata de un nexodialéctico, pero “en suspenso”, cuyo tercer término es lo que nos hace inteligible el momentopresente en favor de lo por venir, lo inminente. Lo relevante es que esas imágenes nos asaltan,son involuntarias y dependen de las circunstancias definidas por el estado de la lucha presente:“hay hilos que pueden estar perdidos durante siglos y que el actual decurso de la historia vuelve acoger de súbito y como inadvertidamente”.60

Según el planteamiento de Benjamin no puede haber historia de los vencidos, porque estano se deja narrar, es imagen dialéctica que asalta, que pasa fugazmente y se desvanece, es unsaber vital y no libresco ni académico. De allí el recurso a Nietzsche como epígrafe de la tesisXII: “Necesitamos la historiografía, pero no como el malcriado haragán que se pasea por losjardines del saber”, seguido de la primera frase de la tesis: “El sujeto del conocimiento históricoes la misma clase que lucha”. Y no obstante, como es sabido, estas Tesis constituían el armazónteórico de El libro de los pasajes (el estudio sobre el París de Baudelaire). Este libro bien podríapresentársenos como las Tesis “puestas en obra”, un libro hecho de citas, imágenes y trazos deprosa argumentativa. Un montaje de citas que evocan imágenes de modo casi aleatorio. Un textode factura tan excéntrica que hasta ahora no ha sido reclamado por ningún campo disciplinario.

Evidentemente El libro de los pasajes no es un esfuerzo de formalización de la memoriade los vencidos, sino que utiliza la operatoria de ésta como recurso “representacional” alternativoa la tradicional historia de la cultura y del arte. Aquella que presentaba todo nuevo dogma ocreación como desarrollo, superación o reacción de uno anterior, ligada a una concepción de lacultura como desarrollo autónomo. Esa concepción lineal –o necesaria– estaría anclada en el“hábito de representar dichas nuevas hechuras desligadas de su repercusión sobre el hombre y suproceso de producción tanto espiritual como económico”. “El decurso de la historia del arteaparece como necesario; los caracteres estilísticos como orgánicos; y las hechuras artísticas,incluso las más extrañas, aparecen como lógicas”.61

Quizá el carácter de obra inconclusa de El libro de los pasajes, y su tardía edición(Frankfurt, 1983 y Madrid, 2005), explique el mal entendido de lo que sería una posible“historiografía benjaminiana” (fórmula en principio antinómica). (Malentendido quizá explicabletambién por el voluntarismo político de sus principales exégetas. Para el caso de América Latinapensamos en Michael Löwy en el contexto del quinto centenario del “descubrimiento” deAmérica y su propuesta de centrarse en la historia de las víctimas como aplicación del modobenjaminiano, lo que se ha constituido en un verdadero paradigma de cierta historiografía de lapostdictadura).62

Pero tratemos de ver ahora de qué malos entendidos se trata. Probablemente por suafincamiento académico, la labor de construir una historia de los “vencidos” (así, con remisión aun planteamiento benjaminiano) se ha traducido en el exclusivo esfuerzo por hacerlos “visibles”en la escritura historiográfica, cuestión bastante curiosa en tanto no aporta otro dato que el que

60 Benjamin, Walter, “Historia y coleccionismo: Eduard Fuchs”, Op. Cit., p. 104.61 Op. Cit., pp. 90 y 111.62 Löwy, Michael, “El punto de vista de los vencidos en la historia de América Latina. Reflexiones metodológicas apartir de Walter Benjamin”, en: Miguel Vedda (Comp.), Constelaciones dialécticas. Tentativas sobre WalterBenjamin, Buenos Aires, Editorial Herramienta, 2008.

uno ya supone: los pobres siempre han estado ahí sufriendo, esperando o peleando. Con todo, unahistoriografía de éste tipo tiene el valor de añadir complejidad a los cuadros en que habitualmentese reducía la imagen del pasado, es decir aporta indudablemente en materia de conocimiento delpasado. Pero el proceder se hace dudoso cuando ese puro gesto se quiere hacer pasar por políticoy cuando uno consulta la matriz teórica en que ha querido hallar justificación este tipo deplanteamiento historiográfico.

No es desconocido para nosotros la tremenda difusión que ha tenido estos últimos veinteaños la obra de Walter Benjamin, fenómeno que en nuestro medio nacional fue potenciado por lapublicación de la traducción de las Tesis de Filosofía de la Historia (y otros fragmentos sobre lahistoria) bajo la rúbrica de Pablo Oyarzún en La dialéctica en suspenso. (Arcis/Lom,Santiago,1995). El libro repercutió en todo el campo intelectual. Los historiadores erandirectamente aludidos, sobre todo aquellos adscritos a una matriz marxista. A partir de esemomento comenzó a sonar el nombre de Benjamin en el medio historiográfico, debía ser citadopor todo aquel que se dedicaba al estudio de los sectores postergados, sin voz o políticamentederrotados.

Sostengo que la rehabilitación puramente historiográfica de ciertos sujetos oprimidos noes política por sí misma, al menos no en el sentido que uno esperaría, parece servir mejor a unapolítica académica, en la medida que delimita (por adscripción a un tema) a una comunidadhistoriadora.63 Desde luego un libro de historia sobre los vencidos puede impulsar la acción deciertos sujetos ofreciendo un epos en el cual afirmarse, pero ésta es una característica que no esprivativa de las “historias de los vencidos”. Dado que un texto nunca tiene cerrada susignificación, un texto pasado dado de baja por reaccionario, por ejemplo, puede ser útil en lacoyuntura de una lucha actual.

Este peculiar tipo de historia de los vencidos no es política ni benjaminiana, o de otramanera, no es benjaminiana porque no es política. En rigor una “historiografía benjaminiana” esun proyecto imposible en la medida que nos referimos a un saber académico, que se defiende enlos límites de la disciplina. Así se desprende –como ya lo hemos citado– de la primera línea de laya aludida tesis XII: “El sujeto del conocimiento histórico es la misma clase oprimida que lucha”,precedida a su vez por el siguiente epígrafe de Nietzsche: “Necesitamos la historiografía. Pero lanecesitamos no como el malcriado haragán que se pasea por el jardín del saber”.64 No significaesto que la historiografía académica deba plantearse en términos militantes o panfletarios, comocorrelato de la lucha de un sujeto, sino algo más complejo: que la historia de los vencidos no seescribe sino que se realiza, más exactamente se “actualiza”. La historia de los vencidos es unproyecto de justicia y ésta no ha de dársenos por una avalancha de libros de historia que ahoraamplían los marcos de la fotografía mostrando el dolor pasado y las supuestas deudas presentes.El olvido no se cura con la historiografía, sino con la justicia. Así Benjamin lo planteaba cuandorevisaba la posibilidad de una historia universal: “Sólo a la humanidad redimida le concierneenteramente su pasado. Quiere decir esto: sólo a la humanidad redimida se le ha vuelto citable supasado en cada uno de sus momentos”.65 La justicia como memoria total. Podemos afirmar eneste punto que la pretendida historia de los vencidos ha funcionado más bien en dirección de unadespolitización de la propuesta benjaminiana.66

63 Al respecto las consideraciones de Manuel Cruz, Acerca de la dificultad de vivir juntos. La prioridad de la políticasobre la historia, Barcelona, Gedisa, 2007, pp. 59-68.64 Benjamin, Walter, La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia, (Traducción, introducción y notas dePablo Oyarzún Robles), Arcis/Lom, Santiago, 1995, p. 58.65 Benjamin, Walter, Op. Cit., p. 49.66 respecto se puede consultar la entrevista que he sostenido con Ricardo Forster titulada “El pasado comoposibilidad”, en mi libro Los recursos del relato. Conversaciones sobre Filosofía de la Historia y TeoríaHistoriográfica, Op. Cit.

Al respecto permítasenos una extensa cita del precioso trabajo de Stéphane Mosès:

“Si bien es cierto que la memoria de los oprimidos es esencialmente discontinua, ¿cómo puedenrelatarla, es decir, desplegarla en una secuencia de acontecimientos, sin imponerle a pesar suyo, elesquema de la continuidad temporal? Esta objeción se dirige ante todo a la historiografía marxista que,para Benjamin, siempre amenaza con transformar la historia trágica del proletariado oprimido y de susvanas tentativas revolucionarias en una epopeya victoriosa. Pero también se dirige, más generalmente, ala tentación apologética en cuyo nombre las victimas de la historia corren el riesgo de congelar su propiopasado en forma de ‘herencia’ destinada, no a ser reactualizada en las luchas del presente, sino aconvertirse en un simple objeto de conmemoración. En otras palabras, si bien existe, frente a la historia delos vencedores, una tradición secreta de los vencidos, ¿no está siempre amenazada con que la devore otraforma de conformismo?”.67

Una posible alternativa: el trabajo del historiador como coadyuvante de la sobrevivenciade la tradición de los vencidos, de sus luchas, sus mártires. El historiador como guardián delrepertorio de imágenes que podrían servir en la próxima lucha. Y esta forma de hacer historia, siquiere se leída y aceptada por los vencidos, debe ser llana, dócil, totalmente plegada a aquellasubjetividad que quiere asistir (Ej.: Gabriel Salazar y su constante aliento al proyecto de unahistoria de Chile “rapeada”), que es al mismo tiempo la renuncia al utillaje crítico de lahistoriografía moderna y el retorno a la figura del contador de historias.68

VI. ¿Y en caso que el pasado nos quiera decir algo?: Anacronismo y conciencia histórica

“La historia de los oprimidos es una historia discontinuamientras que la continuidad es la de los opresores”.

Walter Benjamin

Si el carácter narrativo, como representación, es un punto en que, pese a su comúnpretensión crítica del presente, se distancian el modo historiográfico del benjaminiano, no lo esmenos la forma en la que el pasado se nos hace presente. Si para la historiografía el pasado vienea contestar una pregunta, para la memoria el mecanismo por el que es asaltada por una imagendel pasado es casi desconocido. Fuera de la necesidad que imprime el “instante de peligro”, nomanejamos otra determinante. En efecto, se trata, en el primer caso, del carácter intencional del

67 Mosès, Stéphane, El ángel de la historia. Rosenzweig, Benjamin, Sholem, Madrid, Ediciones Cátedra / Universidadde Valencia, 1997, p. 133.68 Al respecto es explícito el historiador Gabriel Salazar: “…el historiador que al mismo tiempo es ciudadano y secompromete en un proyecto, que se asocia por tanto a otros ciudadanos que van en el mismo proyecto y que terminancompartiendo los dos la misma metodología implica, en consecuencia, que la historia en tanto que es merametodología, epistemología, etc., se disuelva en este proceso, y se disuelva el historiador también”. “El historiador ysu ‘objeto’”, en: Aravena, Pablo, Los recursos del relato. Conversaciones sobre Filosofía de la Historia y TeoríaHistoriográfica, Programa de Magíster en Teoría e Historia del Arte, Departamento de Teoría de las Artes, Facultadde Arte, Universidad de Chile, Santiago, 2010, p. 173-174.

conocimiento y, en el segundo, del no-intencional (anclado en la disposición epistemo-críticaantes esbozada).

En el apartado IV hemos redundado en el modo en que la historiografía produce larelación entre pasado y presente, tratemos ahora de develar cómo se establece tal relación en elmodo benjaminiano, es decir, bajo la figura de la “imagen dialéctica”.

Según el planteamiento de Benjamin subsumir la tradición de los vencidos (la memoria)en la historia equivale a “apoderarse” de la tradición para neutralizarla,69 tal como lo indica en eltexto sobre Fuchs cuando trata acerca del convencimiento de la socialdemocracia de que el saberhistórico generado por la burguesía bastaba para enseñar al proletariado: “En realidad se tratabade un saber sin acceso a la praxis e incapaz de enseñar al proletariado en cuanto clase acerca desu situación; esto es, que era inocuo para sus opresores”.70

Entonces la opción es sólo esta: “a menos que admitamos que si la tradición de losoprimidos puede convertirse a su vez en objeto de una historia, se tratará de una forma de historiaradicalmente diferente”.71 Esta historia tomará de las dinámicas de la memoria y la tradición susrasgos más específicos: su carácter no lineal, sus rupturas e intermitencias, es decir sunegatividad radical. “Si para Benjamin la tradición es el vehículo de la autentica concienciahistórica, es porque está basada en la realidad de la muerte”.72 Es su apuesta por la cesura, por ladetención del caudal de la historia como única condición de la emergencia de lo absolutamenteimprevisto, lo nuevo. El momento en que se produce la conciencia histórica es un momento enque la temporalidad habitual (de sentido común) queda abolida, ese es el instante revolucionario,tal como lo identifica Benjamin en su tesis XIV: “La historia es objeto de una construcción cuyolugar no es el tiempo homogéneo y vacío, sino aquel pletórico tiempo-ahora. Así, paraRobespierre la antigua Roma era un pasado cargado de tiempo-ahora… citaba a la vieja Roma talcomo la moda cita a un viejo atuendo… ella es el salto de tigre hacia lo pretérito”.73 Es estaprecisamente la estructura de la imagen dialéctica, no hay lazo causal entre las dos imágenes, sinoun verdadero choque entre la imagen presente y la de un pasado indeterminado. Es de estechoque que emerge un nuevo sentido para el presente, una iluminación.

Pero es justamente este carácter indeterminado, no-intencional, el que aleja al modobenjaminiano de la historiografía, pues éste es un conocimiento interesado. En dicho caso elproblema estriba en el destino de la porción de pasado –siempre la mayor parte– que no ha sidoiluminada por la pregunta presente del historiador de oficio. En la formulación de SiegfriedKracauer: “La agresividad del investigador tiende a hacer que el pasado retroceda, asustado,hacia el pasado; en lugar de conversar con los muertos, él es quien habla la mayor parte deltiempo”, la pretensión de hacer fértil el estudio histórico tratando de responder nuestras preguntases una “meta legítima y necesaria, pero no la única ni la más alta”.74 El historiador a la vez queexhuma sepulta pasado y con ello impide la posibilidad de que este nos diga algo cuando lonecesitemos.75 Los coleccionistas, en cambio, “son guiados por los objetos mismos”. Así la

69 Al respecto Renato Rosaldo ha señalado: “La mayoría de los escritores, sobre entendimiento histórico, eluden los problemasangustiantes de la traducción, asumiendo que el analista y el actor social usan aproximadamente las mismas formas narrativas. Sinembargo, aún dentro de la misma cultura, los diferentes actores usan formas narrativas muy distintas”, en Cultura y verdad.Nueva propuesta de análisis social, (Cap. 6), México, Grijalbo, 1989, p. 135.70 Benjamin, Walter, “Historia y coleccionismo: Eduard Fuchs”, Op. Cit., p. 104.71 Mosès, Stéphane, Op. Cit., p. 134.72 Op. Cit., p. 134. (Cursivas nuestras)73 Benjamin, Walter, La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia, Op. Cit., p. 61.74 Kracauer, Sigfried, Historia. Las últimas cosas antes de las últimas, Buenos Aires, Los cuarenta, 2010, pp. 111 y115.75 Al respecto ver las observaciones de Reyes Mate en La razón de los vencidos, Barcelona, Anthropos, 1991, pp.200-202.

operación museística, como la del historicismo, lleva el riesgo de que “sería una imagenirrecuperable del pasado la que amenaza con desaparecer con cualquier presente porque este nose reconoce mentado en él”.76 “Pasarle a la historia el cepillo a contrapelo” significa también –según Ricardo Forster– “recuperar como si fuéramos coleccionistas […] aquello olvidado de lahistoria”.77

Pero a su vez el modo historiográfico se aleja del modo benjaminiano por su apuestaanacrónica (e irracional). Imágenes separadas por miles de años, de contextos diversos no puedenser toleradas por la historiografía como fuente de algún tipo de conocimiento. Pero es inquietanteconstatar que, no obstante, el principio que puede validar a la imagen dialéctica como generadorde conciencia histórica es el mismo que actúa como condición de todo conocimientohistoriográfico: el anacronismo, que como bien lo ha mostrado Georges Didi-Huberman, elmismo Marc Bloch reconociera como constitutivo del conocimiento historiográfico.78 Si una delas precauciones máximas de la historiografía es no cometer anacronismo, habría que ver en quémedida no es anacrónico plantearles preguntas presentes al pasado.

Ese anacronismo historiográfico es positivo y negativo: positivo en tanto invoca unpasado con sentido para el presente, que nos interpele y favorezca la desnaturalización delpresente, que acentúe su carácter provisorio, frágil, arbitrario y artificial. Comprensión básicapara aceptar que lo nuevo es posible “en la historia”. La historia sólo puede sernos interesante poreste anacronismo productivo, cuyos resultados contrastan con la corrección cronológica de la listade efemérides. Negativo, en su otra configuración, porque al proyectar nuestros propiossignificados en significantes del pasado, pese a ser materialmente idénticos, terminamosrelacionándonos con nosotros mismos, en una versión análoga a aquella “historia pop” formuladapor Jameson. No hay interpelación posible y somos confirmados en nuestra posición presentecomo “definitiva” (“ya desde hace tiempo que la humanidad asumió que debe ser así, ¿quienessomos nosotros para cambiarlo?”). Pero negativa también porque en la pregunta descarta otrasinterpelaciones tan eficaces como inimaginables desde este presente.

Anacronismo productivo también en el arte como “símil” de la función historiadora, comootro modo de interpelación, no del pasado, sino que en este caso “interpelación del futuro”:“Adorno (más ‘realista’, pero no necesariamente más ‘materialista’ que Benjamin) conserva, sinembargo, ese lugar del arte por ser una memoria anticipada de una reconciliación que no ocurrirá,el arte contrasta con el mundo presente y se transforma en su crítica más radical justamentecuanto más contrasta con él: el ‘arte autónomo’, el que menos ‘refleje’ la realidad, es por ellomismo el más insobornablemente político”.79

Habría que reconsiderar entonces aquello que a generaciones de historiadores se les haenseñado como un “pecado capital” (¡no cometer anacronismo!). Cuando Benjamin anota:“Fustel de Coulanges recomienda al historiador, si quiere éste revivir una época, que debe sacarsede la cabeza todo lo que sabe del transcurso ulterior de la historia”,80 está denunciando comoideológico (conservador) el principio de evitar todo anacronismo, pues es el descarte de lamemoria y la política, de toda inquietud presente como condición de posibilidad de la emergenciadel pasado. Asumir el anacronismo es también pasar a la historia el cepillo a contrapelo ypropiciar la conciencia histórica.

76 Benjamin, Walter, “Historia y coleccionismo: Eduard Fuchs”, Op. Cit., p. 91.77 Forster, Ricardo, Benjamin. Una introducción, Buenos Aires, Biblioteca Nacional / Cuadrata, 2009, p. 34.78 Didi-Huberman, Georges, Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes, Buenos Aires, AdrianaHidalgo editora, 2008, pp. 56-78.79 Grüner, Eduardo, “Recuerdos de un futuro (en ruinas)”, en: Marcelo Percia (Comp.), Ensayo y subjetividad,Buenos Aires, Eudeba, 1998, p. 52.80 Benjamin, Walter, La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia, Op. Cit., pp. 51-52.

***

A la hora de vislumbrar hoy la potencialidad del planteamiento benjaminiano, habría quetener en claro que Benjamin parece apropiarse (para una nueva historia) del modo de concienciade la historia experimentable en la tradición de los vencidos. Pero al parecer esas dinámicas ya noestán disponibles para nosotros, aquella subjetividad aludida por Benjamin ya no existe. No senos escapa tampoco que el modo historiográfico –como también determinado tipo de arte– es tansolo un modo de propiciar la conciencia histórica, por tanto su cultivo depende en este sentido deuna disposición más ética que política.

Quizá una pista para avanzar hacia un planteamiento distinto del problema sea larespuesta del desaparecido filósofo argentino José Sazbón, cuando interrogado –por quienescribe– sobre la posibilidad de la formación de una conciencia histórica sostenía:

“Es una cuestión que no sabría cómo responder, en el sentido de que implica una especie decomponente voluntarista. Porque tiene que ver más bien con prácticas sociales y prácticas políticas quedecantan en una conciencia histórica, o la implican como existente, y a partir de ahí producen ciertaslíneas de desarrollo. Pero yo no sabría cómo crear una conciencia histórica cuando de manera tandesproporcionada estamos, en general los intelectuales, desmedidamente avasallados por unas formas deproducción de sentido que vienen de los medios de comunicación y que contrarrestan cualquier otroesfuerzo de producción de sentido”.81

81 Sazbón, José, “Nueva historia y conciencia histórica”, en Pablo Aravena, Los recursos del relato. Conversacionessobre Filosofía de la Historia y Teoría Historiográfica, Op. Cit., p. 21.