no mataras

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Mario Marazziti, ed. o MATARÁS Por qué es necesario abolir la pena de muerte

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Contra la pena de muerte en el mundo

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Page 1: No Mataras

Mario Marazziti, ed.o MATARÁS

Por qué es necesario abolir la pena de muerte

Page 2: No Mataras

2.200 p,as./13,22 €ISBN 84-8307-371-4

1111111111111111111111111111119 788483 073711

«Una ejecución no es simplemente muerte ... Añade

a la muerte una ley, una pública premeditación

conocida por la futura víctima, una organización

que, en sí misma, es una fuente de sufrimiento moral

más terrible que la muerte. La pena capital es el más

premeditado de los asesinatos, que no puede ser

comparado con ningún acto criminal, por más terri-

ble que sea». Estas palabras de Albert Camus resu-

men el sentir de millones de personas en todo el

mundo que están en contra de la pena de muerte, un

castigo legal en 90 países entre los que se encuentra

Estados Unidos. Actualmente, más de 3.600 conde-

nados esperan su ejecución y se calcula que, sólo en

ese país, han sido ejecutadas más de 660 personas

desde 1976. ~ No matarás nace para dar razón y

contenido a la campaña promovida por la Cornuni-

dad de San Egidio, que pide una moratoria mundial

de la pena de muerte, cuya abolición es todavía una

de las asignaturas pendientes de la humanidad. ~

Page 3: No Mataras

La Comunidad de San Egidio nació en Roma enl'

I968 a la luz del Concilio Vaticano 11.Fundada

por Andrea Riccardi, es un movimiento laico que

está formado por más de 30.000 personas y está

presente en más de 25 países. Conocida en todo el

mundo por su labor como mediadora en diferen-

tes conflictos internacionales, a finales del año

2000 inició una campaña para pedir una morato-

ria de la pena de muerte. Mario Marazziti, presi-

dente de la Comunidad de San Egidio y uno de

los impulsores de la campaña, reúne en este volu-

men a algunos de sus miembros más destacados,

como la hermana Helen Prejean, cuyo libro Pena

de muerte fue llevado al cine con gran éxito de

público.

Diseño de la cubierta: Neli Ferrer/Enric jardf.Fotografía de la cubierta: © Tony Srone.

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Ricardo Piqueras, ed.LA CONQUISTA DE AMÉRICA

Ahmed RashidLOS TALIBÁN

Carlos BarralMEMORIAS

Raymond Carr, ed.HISTORIA DE ESPAÑA

Francesc EscribanoCUENTA ATRÁS

Eduardo Gil BeraBAROJA o EL MIEDO

Andrés TrapielloTURURÚ ... y OTRAS PORFÍAS

Michael LewisTHE NEW NEW THING

Bob WoodwardGREENSPAN

jordi Borja, G. Dourthe y V. PeugeotLA CIUDADANÍA EUROPEA

Bertrand JordanLOS IMPOSTORES DE LA GENÉTICA

Miguel García-PosadaCUANDO EL AIRE NO ES NUESTRO

Fabián EstapéVIDA y OBRA DE ILDEFONSO CERDÁ

Gilles KepelLA YIHAD

Francoise Bouchet-SaulnierDICCIONARIO DE DERECHO HUMANITARIO

,'1

David J. Edmon'ds y John A. EidinowI

EL ATIZADOR DE WITTGENSTEIN

Hernando de SotoEL MISTERIO DEL CAPITAL

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No matarás

ATALAYA

Page 6: No Mataras

BARCELONA

MARIO MARAZZITI, ed.

No matarásPor qué es necesario

abolir la pena de muerte

CON TEXTOS DE

MARIO MARAZZlTI, HELEN PREJEAN, NORBERTO BOBBIO,

FRANCESCO COSSIGA, ANATOLI PRISTAVKIN, PIERRE SANÉ,

PATRIZIA TOIA y ARMAND PUIG

TRADUCCIÓN DE ATILIO PENTIMALLI

EDICIONES PENÍNSULA

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Page 7: No Mataras

.Título original italiano:Non uccidereilerché e necessario abolire la pena di morte.

© Edizioni Angelo Guerini e Associati, abril 1998.

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escritade los titulares del «copyright», bajo las sanciones establecidasen las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por

cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografiayel tratamiento informático, y la distribución de ejemplares

de ella mediante alquiler o préstamo públicos, así comola exportación e importación de esos ejemplares para su

distribución en venta fuera del ámbito de la Unión Europea.

Primera edición: septiembre de 2001.© de la traducción de todos los textos excepto

"La Biblia y la pena de muerte»: Atilio Pentimalli, 200 l.© de esta edición: Ediciones Península s.a.,

Peu de la Creu 4, 08001-Barcelona.E-MAIL: [email protected]

INTERNET: http://www.peninsulaedi.com

Fotocompuesto en V. Igual s.l., Córsega 237, baixos, 08036-Barcelona.Impreso en Hurope s.l., Lima 3, 08030-Barcelona.

DEPÓSITO LEGAL: B. 33.696-2001.ISBN: 84-8307-371-4.

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CONTENIDO

MARIO MARAZZITI

Por qué no matarás 7

HELEN PREJEAN

La pena de muerte es una práctica de tortura

NORBERTO BOBBIO

Contra la pena de muerte 45

FRANCESCO COSSIGA

Una negativa religiosa a la pena de muerte 65

ANATOLI PRISTAVKIN

La eficacia de la clemencia 73PIERRE SANÉ

Una venganza de Estado

PATRIZIA TOIA

Por una diplomacia sobre los derechos humanos 103

ARMAND PUIG

La Biblia y la pena de muerte 109

APéndices

APÉNDICE PRIMERO - LOS DATOS

Estado de salud de la pena de muerte en el mundo 141

APÉNDICE II - UN DOCUMENTO HISTÓRICO

Sobre la pena de muerte, texto de Cesare Beccaria 1.93

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POR QUÉ NO MATARÁS

MARIO MARAZZITI

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que todos los pueblos, to-das las naciones y todos los grupos humanos creían que la penade muerte era útil, obvia o necesaria para castigar una culpa gra-ve. Hoy esto no es así. Además, la gravedad que había de teneresa culpa no siempre ha estado clara: matar a un hombre, robaruna gallina, traicionar al cónyuge, coger dinero de bolsillos aje-nos. Ese tiempo duró solamente desde el inicio de la historia has-ta el siglo XVIII. Desde entonces, paulatinamente, han cambiadomuchas cosas en numerosas partes del mundo. Noventa y nuevepaíses han abolido completamente (por ley o al menos de he-cho) la pena de muerte. Los países que la mantienen han des-cendido a noventa y cuatro. Por primera vez en la historia de lahumanidad en más de la mitad de las naciones de la Tierra lapena de muerte está fuera de la práctica de la justicia. Esto noquiere decir que para más de la mitad de los habitantes del pla-neta la pena capital haya desaparecido. Es más, la presencia, en-tre otros, de India, China,]apón y la mayoría de los estados nor-teamericanos entre los países que la mantienen hace que granparte del mundo tenga que medirse directamente con las pregun-tas que acompañan a la pena de muerte y a cada ejecución. Si seecha una mirada a los dos milenios de la era cristiana y a los dosque les han precedido no puede dejar de observarse que se haproducido ciertamente un giro y una aceleración increíbles en elúltimo medio siglo.

Durante los últimos veinte años-cuarenta y seis países hanabolido la pena de muerte para todos los crímenes o para los crí-

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IMARIO MARAZZITI

menes ordinarios: tal es la directriz de la conciencia y del senti-miento del mundo. Sin embargo, es preciso, hoy en día, advertirla ,reanudación de las ejecuciones en Estados Unidos (despuésde una suspensión de hecho que duró lo bastante para hacer es-perar un cambio más radical) y, en el horizonte, el regreso de unpaís populoso como Filipinas entre las naciones que se están pre-parando para hacer un uso estable de ella. El debate en torno dela pena de muerte se suele caracterizar por una fuerte tensión.Para quien cree necesaria la abolición la pena capital tiene un sa-bor arcaico. Pero la presencia de países de gran tradición demo-crática impide la ecuación: pena de muerte igual a totalitarismo,igual a barbarie.

Hace algo más de un siglo parecía normal que en la Inglaterrademocrática se fuera a la cárcel por deudas. Hoy parecería detes-table, desproporcionado, inútil. Algo parecido, aunque no tanclaro, sucede con la pena de muerte. Simiramos al mundo en sutotalidad, con los ojos particulares de quien se ocupa de la penade muerte, la impresión que se tiene es que se ha dejado atrás lainfancia instintiva, la del ojo por ojo y diente por diente, y quenos encaminamos hacia una adolescencia más confusa y de me-nor sentido único. El sueño de muchos, y de este libro también,es que el contagio de la abolición de la pena de muerte pueda di-fundirse más rápidamente que el virus del sida y que, en cual-quier caso y sin lugar a dudas, sea menos letal.

La pena de muerte se inscribe en el «estado de natura» delmundo. La imposición del «estado de cultura» del mundo sus-trae aire, fundamentos y raíces a lo que en el «estado de natura»parece obvio, consecuente, necesario. El problema es que el ca-mino del planeta no es lineal y que del «estado de cultura» sepuede pasar al de «natura», y viceversa. Italia, que en 1889, conel Código Zanardelli, había abolido la pena de muerte (yaún an-tes de Italia el ducado de Toscana desde 1786), durante el fas-cismo aceptó sin muchos problemas su reintroducción, anuladaluego de nuevo con dos actos oficiales, en 1947 y en 1994.

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POR QUÉ NO MATARÁS

De aquí nace, si era necesario, un papel de gran responsabi-lidad para cada uno, para la opinión pública, para hacer irrevo-cable la superación de comportamientos sólo «naturales».

«La ley, por definición, no puede obedecer a las mismas re-glas de la naturaleza. Si el asesinato está en la naturaleza huma-na, la ley no está hecha para imitar o reproducir esta naturaleza.Está hecha para corregiría». Así escribía Albert Camus, obsesio-nado no sólo por la pregunta sobre la posibilidad de santidad dequien no cree, sino también por la necesidad de reducir la tasade barbarie de nuestra vida cotidiana.

El precioso ensayo de Norberto Bobbio que es posible leer enlas páginas que siguen, ayuda a colocar la pena de muerte en lahistoria en la que estamos inmersos y permite reconocer los di-ferentes acercamientos que, quizá de manera irreflexiva, nos ca-racterizan a cada uno de nosotros. Quien quiera combatir lapena de muerte en la convicción de que sólo la peor parte delmundo y de la historia han sostenido y sostienen la pena capitalestá obligado a revisar sus propias posiciones. Los principalespensadores de Occidente han encontrado pocas cosas que re-petir: Platón, Kant, Rousseau, Hegel, en compañía de casi to-dos, gente común y personas de punto del espíritu. No se expli-caría, pues, de otro modo, cómo hasta tiempos recientes todaslas grandes religiones mundiales-incluso el cristianismo-hanevitado combatir la pena capital, preocupadas principalmentepor delimitar los aspectos inhumanos y deshumanizantes.

Quien está a favor de la pena de muerte invoca normalmen-te las razones de la venganza, la seguridad, o la justicia de la co-

-Iectividad hacia los individuos. La pena de muerte, se sostiene,tendría también un carácter pedagógico y preventivo, como di-suasión y como educación ejemplar. Todo ello, además, se acom-paña a menudo de la convicción de que no hay nada que hacercon quien se ha hecho culpable de los crímenes más crueles.

Cada una de estas razones encuentra fuertes contradiccionesen la realidad.

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MARlO MARAZZITI

, Victor Hugo observaba, no sin razón, que la «venganza estápor debajo de la sociedad, y el castigo está por encima, porqueatañe sólo a Dios». La venganza reparadora es la motivación máscomúnmente adoptada por la mayoría de los ciudadanos ,norte-americanos favorables a la pena de muerte (H. Strean y L. Free-man, Our wish to kill). Yla invocación de las ejecuciones como jus-ta pena del Talión, retribución, por los homicidios perpetrados,con el argumento de la legítima defensa de la sociedad, encuen-tra también muchas dificultades. La legítima defensa se evocapara defender la vida humana cuando no hay otras posibilidadesy en un estado de necesidad provocado por la urgencia. En elcaso de las sentencias capitales, como se puede ver, la ejecucióntiene lugar mucho tiempo después, a menudo años, en frío, te-niendo a disposición medios desde luego alternativos como ladetención de por vida. La desproporción de medios entre quientiene el monopolio de la violencia, el Estado, y quien ha hechoun uso terrible e impropio a pequeña escala de esa videncia es talque inquieta dramáticamente la conciencia.

«Una ejecución no es simplemente muerte-escribía Ca-mus-. Es distinta de la privación de la vida al menos como en uncampo de concentración, es diferente de una prisión. Añade a lamuerte una ley, una pública premeditación conocida por la fu-tura víctima, una organización que, en sí misma, es una fuente desufrimiento moral más terrible que la muerte. La pena capital esel más premeditado de los asesinatos, que no puede ser compa-rado con ningún acto criminal, por más terrible que sea. Porquepara que hubiera una equivalencia, la pena capital tendría quecastigar a un criminal que hubiera advertido a su víctima de la fe-cha en la que le infligiría una muerte horrible, y le hubiera in-formado de la identidad de la persona a cuya merced, a partir deese momento y durante meses, estaría la misma víctima. Unmonstruo así no se encuentra en la vida privada».

También la hermana Helen Prejean, «alivenun walking», ex-plica de modo conciso en este libro cómo en el corredor de lamuerte se muere muchas veces antes de morir. Y cómo es nece-

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saria al Estado que inflige la pena capital la desestructuraciónprogresiva del condenado, hasta eliminarle los caracteres más re-conocibles de humanidad. El relato en directo ayuda a entenderque no se trata de un hecho accesorio, de una crueldad casual,sino de un elemento necesario para exculpar al Estado que libe-ra a la colectividad de un ya-no-ser-humano. En cierto sentido sepodría decir que la liturgia de la ejecución, en susmodos más evo-lucionados, asume el carácter de una operación higiénica, de unaratificación de una muerte, de una salida del consenso de los hu-manos, que ya tuvo lugar en el momento del delito y fue eviden-ciada durante la estancia en el corredor de la muerte. Es muysignificativo que en inglés el término usado para quien halla lamuerte mediante la pena capital sea executed, con una operaciónsemántica que ha eliminado toda referencia aparente a la muerte.

La descripción del sadismo de la cárcel unido a la condenaa muerte tiene en Dostoievski un crítico despiadado. En El idio-ta asigna al príncipe Mychkin tener que condenar de maneraradical la pena de muerte: «El delincuente era un hombre in-teligente, intrépido, fuerte, de edad madura, y se llamaba Le-gros. y, yo os digo, lo creáis o no, que mientras subía al patíbu-lo lloraba, blanco como el papel. [...] ¿Qué se hace del alma enaquel momento, a qué sufrimientos es llevada? [...] Ahora,puede ser que el suplicio mayor y más fuerte no consista en lasheridas, sino en saber a ciencia cierta que, a decir verdad, den-tro de una hora, luego en pocos minutos, luego dentro de me-dio minuto, luego ahora, y luego en este mismo instante, elalma abandonará el cuerpo y tú ya no existirás como un hom-bre, y esto ya con certeza; lo esencial es esta certidumbre. Pues,cuando pongas la cabeza bajo la cuchilla y la sientas deslizar so-bre tu cabeza, ese cuarto de segundo es lo más terrible de todo.y ¿sabéis que ésta no es una fantasía mía, sino que la han dichomuchos? Yo estoy tan seguro, que os diré sinceramente mi opi-nión. Matar a quien ha matado es un castigo incomparable-mente más grande que el delito. El homicidio sobre la base deuna sentencia es incomparablemente más atroz que el homici-

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dio del malhechor, El que es degollado por bandidos lo es denoche, en un bosque, o si no, seguramente esperará todavía,hasta el último instante, poderse salvar. [...] Pero aquí, esta ex-trema esperanza, con la que la muerte es diez veces más leve, seelimina con seguridad; aquí hay una sentencia y en el hecho deque ciertamente no podrás escapar está todo el horror del tor-mento, y no existe otro más cruel en el mundo».

Si se consideran, además, las circunstancias en las que tienenlugar las ejecuciones, surgen dramáticas contradicciones no sóloen países como China o Japón, sino también en algunos estadosde la Unión.

El desequilibrio inicuo-también en una lógica de legítima de-fensa-entre delitos como el impago de tasas o el robo, y la pena ca-pital (véase en el apéndice de estadística el enorme abanico de ca-sos en los que se conmina la «reina de las penas» en China) nopuede dejar de turbar muchas conciencias occidentales: ya no tantoa partir de una «superioridad» democrática, sino de dudas legítimassobre el val<;>rde la vida humana ysobre las garantías fallidas para losindividuos. Al mismo tiempo, las estadísticas que demuestran cómoen Estados Unidos a igualdad de delitos contra los blancos son losnegros los que mayoritariamente abarrotan los «corredores de lamuerte» norteamericanos son abrumadoras. Por el contrario, esmucho más bajo el porcentaje de blancos condenados a muertecuando la víctima es un negro. Y abrumadoras son también laspruebas que demuestran cómo en Estados Unidos son ajusticiadas,sin tener la posibilidad de llegar a una conmutación de pena, laspersonas poseedoras de una renta baja. No es tampoco irrelevantela tasa de errores judiciales demostrados, sino que se consideran in-suficientes para bloquear la máquina de la muerte de Estado.

y aún Dostoievski, en Memorias de la casa de los muertos ( 1860) ,se detiene con fuerza sobre la desigualdad de la pena para losmismos delitos.

La seguridad, la protección a la sociedad del asesino (pero nun-ca se tendrá bastante en cuenta que en amplias zonas del mundo

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se mata por ley o, en cualquier caso, por medio del Estado pormotivos menos graves y, a menudo también, para eliminar oposi-tores políticos; no se tendrá bastante en cuenta cómo el mante-nimiento de la pena de muerte en casos excepcionales es un ve-hículo usado de manera ordinaria apenas se pasa de un estado depaz a un estado de conflicto), son también un argumento extre-madamente frágil. Es incontestable el hecho de que la detenciónconsigue el mismo objetivo de defensa de la sociedad de indivi-duos peligrosos. A este argumento un sentimiento popular repli-ca: «Pero no podemos pagar nosotros el coste de por vida de unindividuo tan perjudicial para la sociedad. Mejor acabar con él».Paradójicamente pero no demasiado, al menos en las sociedadesdemocráticas que intentan practicar las ejecuciones capitalesdentro de un sistema jurídico de garantía, la aplicación de lapena capital es un coste aún más oneroso para la sociedad. El Es-tudio Erickson's de Los Ángeles ha comparado los costes totalespara el procedimiento de defensa, acusación, juicio y detenciónen el caso de la pena capital y de cadena perpetua. El resultadoes que una ejecución capital, al final de todo el proceso, cuestade media 2.087.000 dólares, mientras que una cadena perpetuasin posibilidad de recurso no supera los 1-449.000 dólares. Enotros estados norteamericanos el ahorro para la colectividad, enel caso de abolición de la pena de muerte, aún sería superior.

También el efecto de disuasión y de freno de los crímenes másgraves que tendría la pena de muerte es fuertemente debatido. Ylo es desde hace más de dos siglos. Pero no es sólo Cesare Becca-ria quien observa ya en 1764 cómo son la certidumbre de lapena y su lenidad más que su intensidad las que ejercitan un no-table efecto disuasorio a la proliferación del crimen. Camus re-lata en sus extraordinarias Reflexiones sobre la pena de muerte másde un ejemplo en el que la misma ocasión de la pena de muertese convierte en escenario y matriz del delito: del ridículo de loscarteristas en acción durante una multitudinaria ejecución deun carterista, al inquietante verdugo convertido en asesino. Más

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MARIO MARAZZITI

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cercano a nosotros, es preciso observar que no existe ningún es-tudio que demuestre a ciencia cierta la relación entre una dismi-nucióndel crimen y la reintroducción de la pena de muerte enun determinado país. El caso reciente de Canadá es totalmentede signo contrario. La tasa de homicidios por cien mil habitantesha disminuido del 3,09 por 100 de 1975 (el año precedente a laabolición de la pena de muerte en caso de homicidio) al 2,41 de1980. Desde entonces ha permanecido relativamente estable. En1993, diecisiete años después de la abolición, la tasa de homici-dios era de 2,19 por cien mil habitantes, el 27 por 100 menosque en 1975. Es sólo un ejemplo, pero muy significativo.

En los estados norteamericanos en los que se aplica la penade muerte la tasa de homicidios se duplica respecto al resto delpaís y tiende a aumentar.

En cuanto al efecto disuasorio, éste supondría el máximo depublicidad y, coherentemente, la retransmisión en directo enhoras de máxima audiencia televisivay radiofónica. Al contrario,en casi todos los países que mantienen la pena capital, sobretodo donde es más fuerte el sistema democrático y el papel de laopinión pública, se suele tender hacia un régimen de reserva yde puertas cerradas. En Japón se consigue el máximo de esteproceso de cobertura. La familia y el condenado no conocen niel día ni la hora de la ejecución, que puede ser llevada a cabo encualquier momento después de la emisión de la sentencia. Nadieen su sano juicio, más allá del sistema carcelario, tiene la posibi-lidad de asistir o de conocer el lugar. Posiblemente, también elresponsable de la aplicación de la pena de muerte considera pe-ligroso un exceso de conocimiento directo del ritual de la muer-te legal.

No resulta extraño, si el ya citado escritor francés de Argeliaexplica cómo la indignación, poco antes de la guerra de 1914,por un crimen especialmente odioso que tuvo como víctimas a ni-ños, había empujado a su padre a asistir por primera vez en suvida a una ejecución. «Mi madre sólo cuenta que volvió furioso-escribe Camus-, desencajado, rehusó hablar, se estiró un instan-

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te sobrela cama y,de repente, empezó a vomitar.Había vistoasomarlas orejas a la realidad que se escondía bajo las fórmulas solemnesdirigidas a enmascararla. Ya no pensaba en los niños asesinados,no podía dejar de pensar en aquel cuerpo palpitante sobre el ta-blón donde lo habían colocado para cortarle el cuello. Se tieneque pensar, pues, que este acto ritual es muy espantoso, si pudovencer la indignación de un hombre simple y probo, y si un casti-go, que según él era considerado hasta entonces cien veces me-recido, no tuvo en definitiva otro efecto que el de provocarle lanáusea física. Cuando lajusticia suprema no ofrece más que oca-siones de vómito para el hombre honesto bajo su protección, pa-rece difícil sostener que sea capaz, como tendría que ser su deber,de aumentar la paz y el orden en el seno del Estado».

Alrededor de la pena de muerte se concentran muchos de los in-terrogantes que acompañan la vida humana y el ansia de justicia,la concepción del hombre y de la historia, la sacralidad o no dela existencia, la demanda de Dios, sobre el hombre y sobre la mu-jer. Se enfrentan la idea de la pena (y de la justicia y de sus tra-yectorias) como expiación, defensa social, retribución, enmien-da y rehabilitación. Los ecos de estas grandes demandas y de lasineludibles respuestas están contenidos, aunque de manera rá-pida, en las páginas que vienen a continuación. En la base de laintervención de Pierre Sané está el enorme compromiso difun-dido durante los últimos veinte años por Amnistía Internacionalpara reducir en el mundo el número de los países que utilizan lapena capital. Y según Anatoli Pristavkin es posible tener un co-nocimiento más preciso de los términos de una batalla para sus-pender y abortar el recurso a la pena de muerte en el corazóndel antiguo Imperio soviético.

A Helen Prejean le gusta repetir que «muchos no están satis-fechos con la pena de muerte, sino que quieren que tambiénDios esté de acuerdo con ellos». Y verdaderamente la cuestiónno es de poca monta, pues el emperador ]uliano, antes de laconversión, era contrario a otorgar cargos públicos a los cristia-

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nos porqu,e los secuaces de Jesús rechazaban tenazmente conmi-nar o aplicar condenas a muerte, según lo que los cristianos cre-yeron y practicaron constantemente durante los primeros cincosiglos. Ésta es una perspectiva que se encuentra de modo reflexi-vo en 'las observaciones de Francesco Cossiga. Y aún: ¿Se puedeconsiderar sagrada la vida cuando existe quien está autorizadolegalmente a quitar la vida a otros? ¿Es posible hacer una excep-ción al «no matarás» que protege al asesino de Abel sin que estoponga en riesgo definitivamente el respeto integral de la vida hu-mana? (Bobbio). ¿Qué hacer? Es posible intervenir a escala in-ternacional a través de una más atenta «diplomacia de los dere-chos humanos», sostiene Patrizia Toia.

Buba un tiempo en el que no sólo las sociedades sino tam-bién las religiones parecían estar de acuerdo, sin traumas, en elhecho de admitir como obvia la pena de muerte. Éste era un tiem-po no muy lejano. También la esclavitud y la tortura ocuparon sulugar en la vida cotidiana sin que las grandes tradiciones religio-sas del mundo encontraran en ellas la expresión de una ofensa aDios y al hombre. Ytambién le sucedió a la misma democracia oc-cidental, sólo hace falta ver que incluso Estados Unidos ha lucha-do duramente para eliminar la práctica de la esclavitud de suspropios ordenamientos jurídicos e hizo falta mucho más de un si-glo para vencer la herencia del desprecio, la segregación racial. Elpresidente JefIerson, uno de los padres de la democracia norte-americana, tenía en casa algunas decenas de esclavos.La misma co-lonización de América Latina representa la negación del carácterde humanidad de las poblaciones indígenas y se traduce en escla-vitud; cuando no eliminación, de etnias enteras.

Hoy la conciencia de la humanidad, en su totalidad, percibela esclavitud y la tortura como insoportables ofensas de la digni-dad humana, unos instrumentos del pasado que nunca deberíanresucitar. Lo mismo está sucediendo o puede suceder con la penade muerte. Sólo durante los últimos cinco años los países que lahan abolido para todos los delitos han pasado de 58 a 75. y se hantriplicado en un cuarto de siglo los países que han renunciado a

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la pena capital. Durante el año 2000 seis países han eliminado lapena de muerte y dos estados han declarado una moratoria, Fili-pinas e Illinois. Ydesde Illinois ha surgido un cambio de opinióny una discusión también en otros estados norteamericanos.

Es una evolución que también encontramos en las Escriturascristianas. El Antiguo Testamento muestra bien el camino de lavenganza sin medida, por grados, hasta la protección de la vidadel mismo culpable, anticipando así los temas y la sensibilidaddel Nuevo Testamento, del amor y del perdón por el enemigo. Esuna trayectoria que sintetiza el mismo camino humano, comosurge del ensayo de Armand Puig. Es un pasaje que se puedeleer, hoy, en las intervenciones de Juan Pablo 11contra la pena demuerte, para que sea «desterrada» (Navidad de 1999), y tambiénen las tomas de posición unánimes de todos los obispos católicosnorteamericanos (noviembre de 2000), y en pronunciamientosanálogos de ambiente evangélico y de representantes de la co-munidad hebrea norteamericana.

La campaña para una Moratoria Universal promovida por laComunidad de San Egidio al final del año 2000 ha recogido másde tres millones de firmas para el «Llamamiento» que han sidoentregadas al secretario general de Naciones Unidas, Kofi An-nano Más de doscientos cincuenta mil partidarios de la campañason españoles, la mayor parte europeos. Creyentes y laicos. El«Llamamiento» se lo han hecho propio también Amnistía Inter-nacional y Moratorium 2000, el movimiento norteamericanopromovido por la hermana Helen Prejean. De este modo, hasido posible formar un frente ético, interreligioso mundial, quepide un mundo sin más ejecuciones capitales. Es la primera vezque cristianos de toda denominación y laicos, hebreos, algunoslíderes musulmanes y representantes de las principales religio-nes de Asia se encuentran los unos junto a los otros para solicitara los gobiernos e individuos un respeto mayor a la vida humana.Éste es también señal del cambio que se está experimentando enla conciencia del mundo y el resultado del trabajo sencillo, vo-luntario, de miles de personas que quieren ayudar al mundo a

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encaminarse hacia el Tercer Milenio con un derecho humanoI

más. Una etapa importante, en este camino, ha sido la primeraconvención panamericana, en San Francisco, de los grupos ymo-vimientos abolicionistas norteamericanos. Promovida por la Co-munidad de San Egidio,junto con Death Penalty Focus, ACLU yAFSC,marca el inicio de una sinergia real entre todos los activis-tas por los derechos humanos en Norteamérica. Las cosas se mo-verán.

Este libro no es una palabra conclusiva sobre un tema que conti-núa estorbando a la historia. Es un instrumento de trabajo parala mente y las conciencias dentro de una batalla que parece ne-cesaria: abolir la pena de muerte, dure lo que dure, uniendo lasenergías de individuos, grupos, asociaciones, instituciones, hom-bres y mujeres creyentes y no creyentes, gobiernos. Es un instru-mento de trabajo al servicio de un sueño que tiene raíces sólidas,concretas, fundadas sobre datos y hechos, en cuyo camino la Co-munidad de San Egidio encuentra centenares de asociaciones,grupos, a los que sumar el propio esfuerzo. Es un sueño y un tra-bajo. Para que sea posible, como un primer paso, una moratoriacompleta, universal, de la pena de muerte.