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Número CASIMIRA CANDIANI 2018 36

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Número

CASIMIRA CANDIANI

201836

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Mtro. Alejandro Murat HinojosaGobernador Constitucional del Estado de Oaxaca

Mtro. Ignacio Antonio Toscano JarquínEncargado de Despacho de la Secretaria de las Culturas y

Artes de Oaxaca

Lic. Guillermo García ManzanoDirector General de la Casa de la Cultura Oaxaqueña

Lic. María Concepción Villalobos LópezJefa del Departamento de Promoción y Difusión

Lic. Rodrigo Bazán AcevedoJefe del Departamento de Fomento Artístico

L.A.T. María R. Cruz GallegosJefa del Departamento Administrativo

C.P. Rogelio Aguilar AguilarInvestigación y Recopilación

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Un personaje indeleble

CASIMIRA CANDIANI

Decía don Emilio Castelar, que las virtudes de los hombres son fáciles de ver porque brillan en el campo y en la plaza

pública; pero que para poder apreciar las virtudes de las muje-res que se ocultan en el santuario del hogar, hay que buscarlas, como las perlas, en la clausura apretada de las conchas.

Así pues, buscando en la sociedad oaxaqueña mujeres que se hayan distinguido por su altruismo por su virtud y saber, por sus conocimientos científicos y por su grande amor a la patria, nos encontramos, entre otras, con la señora Casimira Candiani de Brioso, cuya inteligencia tenía un alcance y una perspicacia poco comunes, aun en su trato con los hombres más distingui-dos por su talento, y quien, por sus nobles y elevados sentimien-tos patrióticos, fue comparada en 1847, con la insigne Carlota Corday, heroína en la gloriosa y fructífera Revolución Francesa.

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Esta dama, además, cultivaba con inspiración el raro don de la poesía; fue hacendosa en el hogar, excelente esposa y amante madre. Todas estas cualidades nos han impulsado a consagrarle estas líneas y a colocarla en lugar de honor que corresponde a las damas distinguidas de la culta sociedad oaxaqueña y como digna de recuerdo y santa emulación de las generaciones veni-deras.

La señora Candiani de Brioso fue como hija, un modelo de vir-tud y de resignación, pues supo soportar la cruel miseria que al principio rodeaba su hogar, sin faltar al honor y al trabajo; niña aun, se emancipó de la ignorancia con el estudio y la aplica-ción a que la escasez la condenaban; y fue, si nó una maestra, si una buena consejera. Su casa fue frecuentada por damas ho-norables que se preciaban de su amistad y que escuchaban con agrado sus consejos, o bien conversaban con ella sobre asuntos de interés doméstico o general, a fin de hacerse útiles en su hogar y en la sociedad.

La señora Candiani de Brioso disfrutó de una memoria asom-brosa. Recordaba hechos pasados con toda fidelidad y sin faltar fechas; aparte de la elocuencia que tenía para hacer interesan-tes y patéticas sus narraciones, sorprendía a su auditorio por la relación de sucesos en sus más mínimos detalles, con citas his-tóricas y con moralejas, empleando la mímica y las genialidades de las personas a las que se estaba refiriendo.

El frecuente trato de la señora Candiani con los médicos amigos suyos, la puso en aptitud de adquirir conocimientos que utilizó en muchos casos y con especialidad cuando residió fuera de Oaxaca, con motivo de los empleos de juez que desempeñó su esposo en Ocotlán y Ejutla.

Así sucedió en Ocotlán, en ocasión en que la señora doña Paz Gaviño de González, esposa de don Martín González se enfer-mó de parto. No habiendo allí médico ni profesora de obstetri-cia, la señora Candiani se encargó de asistirla en los momentos en que peligraba la vida de la paciente, y tuvo la fortuna de sal-varla de las garras de la muerte.

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Cuando ella enfermaba y ocurría el médico a su cabecera, lla-maba la atención de éste por los conocimientos que poseía de medicina, pues le daba explicaciones tan precisas y con térmi-nos técnicos tan bien empleados, que ayudaba, digámoslo así, al médico en su diagnóstico y curación.

La señora Candiani tenía algunos dones que la hicieron notable, casi excepcional y que admiraban sus contemporáneos. Era, primero: el de manejar el lenguaje según su interlocutor, ha-blando al niño como niño, al labriego como labriego, a la joven enamorada como otra joven que con ella sentía y al hombre de ciencia en el tono y el estilo de los diplomáticos.

Era el segundo, el de la evidencia o presentimiento; pues con su admirable sutileza de espíritu, adivinaba o vislumbraba los acon-tecimientos futuros. Referiremos dos casos que confirman su videncia. Vivía en Ocotlán en 1869 y presintió una noche, que el techo de la casa iba a desplomarse, y comunicando su presenti-miento a su esposo, lo obligó a salir de la pieza; a poco el techo cayó al suelo. Lo ves, le dijo a su esposo, mis presentimientos te han salvado, lo mismo que a mi hijo, de morir aplastados.

Previendo que su hijo don Manuel Brioso, al llegar a la mayor edad resintiera la pérdida del capital que ella con sus manos había formado, fingió que por un mal negocio, su esposo, el señor don Manuel Brioso, estaba en la miseria. Luego que esta noticia llegó al oído de su hijo, le preguntó llorando por ella, y le contestó diciéndole: “esto no es cierto por ahora hijo mío, pero puede serlo después”. Y así sucedió, pues a poco el señor Dr. Valverde denunció un capital de mano muerta, oculto en la casa. Como Brioso hijo estaba ya preparado, no se afligió por la pérdida del capital y se resignó a ella, esperando mejores tiem-pos para rehacerse de él, como lo consiguió algunos años más tarde, habiendo transado con el acreedor, después de haber lo-grado realizar una operación ventajosa que heredara con la casa de sus padres.

En la edad de las ilusiones, no fue extraña a las inspiraciones del patriotismo y a las aflicciones de la patria. Esposa, fue el ángel

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del consuelo en el hogar, no sólo sufrió todas las inclemencias de la suerte, en las proscripciones a que el esposo se vio sujeto por servir a gobiernos contrarios a la causa liberal, sino que lo ayudó a luchar y a formar el capital que legó a su hijo Manuel.

Madre, fue tierna y amorosa con su hijo; sábese que, viviendo en la Casa de la Pólvora de Oaxaca, situada al Oriente, salvó la vida a su hijo mencionado, cuando un feroz soldado de Cobos quiso pasar su caballo sobre él, siendo aún infante de leche, tendido en el suelo. Ella desvió de la dirección de su hijo, con un empe-llón, el caballo del dragón, a riesgo de ser atropellada, y tuvo la satisfacción de recoger ileso y con la sonrisa en los labios, a su querido hijo.

Una vez que hubo llegado a la pubertad su hijo Manuel, procuró educarlo convenientemente y guiarlo por el sendero de la ilus-tración, de la moral y del bien, a lo que debió alcanzar el título de Abogado de los tribunales de la república.

La señora Candiani de Brioso enfermó de peligro, cuando con-taba sesenta años de edad y murió la noche del 21 de octubre de 1879, dejando en el hogar doméstico un vacío difícil de llenar y en el corazón de su esposo y de su hijo, el más agudo dolor y la tristeza más profunda.

Manuel Martínez Gracida.- El Centenario.- Revista mensual ilus-trada.- No. 7.- Oaxaca, marzo de 1911.

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Carta de vida

Durante el siglo XIX, la mujer encontró más espacios para desa-rrollarse dentro de la sociedad mexicana gracias, sobre todo, a las exigencias del desarrollo económico, que la obligó a integrarse a la planta productiva sin abandonar sus funciones tradicionales. La apertura de estas actividades productivas evidenció la significación de la mujer en la composición de la historia.

Desde ese momento se aceptó su presencia en la cultura. Y así, por primera vez en la historia de nuestro país, la mujer mexicana par-ticipó en actos culturales como la Exposición Colombina de Chi-cago (1890); colaboró en publicaciones periódicas, en ocasiones fundadas y dirigidas por ellas, como el periódico literario “Violetas de Anáhuac” (1887) y aparecieron antologías como “Flores del si-glo”, álbum de poesías selectas de las más distinguidas escritoras americanas y españolas, editado por Juan E. Barberó (1873).

Aunque para muchos el siglo XIX es el del progreso y las rápidas transformaciones, sería erróneo aceptar sin cuestionarse este se-ñalamiento, especialmente en cuanto al papel de las mujeres, cuyo desarrollo, notable en cuanto a la situación de su estado anterior, no avanzaba en igual ritmo que el de los hombres.

El cambio de mentalidad masculina no se podía dar de la noche a la mañana, amén de que dicha transformación dependía de gran variedad de factores como: creencias religiosas, costumbres, ideas morales, tradiciones e instituciones civiles, sin olvidar otras in-fluencias como la de razas.

También hay que tomar en cuenta que durante la Colonia dominó el espíritu español: creyente, leal, caballeroso, severo de costum-bres y celoso de la honra, todo lo cual se refleja en sus institucio-nes, legislación, literatura, especialmente la dramática y noveles-ca, en dónde la mujer se convierte en objeto de culto, idealizada, rodeada de un aura de profundo respeto, pero encerrada en sus funciones de esposa y madre.

En cuanto a las situaciones políticas y económicas en el siglo XIX

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se puede resumir en ingobernabilidad, patriotismo intenso en al-gunos sectores como los gobernantes, los “ilustrados”, los religio-sos y casi inexistente en el resto de la población, sobre todo la indígena que vive o sobrevive atada a su comunidad o, cuando mucho, a su región, con intolerable pobreza o miseria.

El erario público carente de fondos, adeuda sueldos a burócratas y soldados. Comunicaciones escasas y en muy malas condicio-nes que alargan los viajes y maltratan a los viajeros. Minorías de liberales y conservadores que luchan por imponer a las masas un proyecto de nación, difícil de lograr por el analfabetismo genera-lizado, aunque en las clases menos pobres permea intensamente el pensamiento de la Revolución Francesa y del federalismo nor-teamericano que en la práctica se enfrenta con el clero y los con-servadores que consideran que si se permite la existencia de otra religión que no sea la católica, apostólica y romana, la nación se condena al oprobio y a la guerra civil perpetua.

En este ambiente conflictivo viene a la vida en la ciudad de Oaxa-ca, Casimira Candiani en el año de 1819, datos que tomamos de su partida de bautismo que contiene los siguientes indicios: “En la ciudad de Antequera, Valle de Oaxaca, a cuatro de marzo de mil ochocientos diez y nueve, yo el Tente., bauticé solemnemente a María Casimira, Rita, Francisca, Orosia, hija de legítimo matrimonio de don Santiago Candiani y Doña María Feliciana Santibañez. Na-ció el día de la fecha, fueron padrinos Don José María Gris y Doña Manuela Candiani; les amonesté su obligación y lo firmé con el Sr. Cura Semanero.- Rafael Lara de la Vega.- Manuel Figueroa Cer-queda.- Rúbricas.- al margen 143.- Ma. Casimira.

A mediados de junio de 1821, cuando Casimira contaba dos años de edad, se proclamaba la Independencia en Tezoatlán, distrito de Huajuapan, por don Antonio de León, ex capitán del ejército realis-ta y el 31 de julio de ese año, entraron a la ciudad de Antequera las fuerzas insurgentes, evento que don Carlos María Bustamante des-cribió así: “El pueblo contempló atónito aquel acervo de soldados miserables, descalzos, que menos parecían militares que mojigan-ga o encamisada de carnaval. Ocurrió aquel día, a la una, un fuerte temblor de tierra y al pasar cerca del edificio del antiguo Colegio de Jesuitas (después monasterio de las monjas de la Concepción) la división triunfante, se desprendió el escudo de armas de Castilla que tenía al frente la portada de la iglesia”.

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En junio de 1823, terminado el efímero imperio de Iturbide, el co-ronel León reunió a los oficiales de la jurisdicción y después de una juiciosa discusión sobre federalismo y centralismo, se propuso el sistema federal y se declaró a Oaxaca, Estado libre y soberano y se estableció una Junta Provisional Gubernativa integrada por don Miguel Ignacio Iturribarría, Agustín Mantecón y José Joaquín Guergué.

En 1825 expidió el Congreso la Constitución del Estado de Oaxaca que copiaba los lineamientos de la Federal de 1824 y que se ca-racterizaba por la intolerancia religiosa, la concesión de privilegios a militares y eclesiásticos y un amplio y fraternal concepto de la ciudadanía americana.

En este ambiente de efervescencia política, no exenta de “pronun-ciamientos” y movimientos militares y de álgida inquietud ciuda-dana, iba creciendo la niña Casimira Candiani con todas las re-gulaciones y limitaciones de la época como lo relata don Manuel Martínez Gracida: “Educada en el hogar doméstico, con la moral rígida que en el primer quinto del siglo XIX desarrollaban los pa-dres de familia para hacer a sus hijos sumisos, religiosos y buenos miembros de la sociedad, formó la señora Santibañez, una joven recatada, útil y hacendosa. Era este hogar humilde pero honrado.”

Hay que recordar que el ideal de la mujer en el siglo XIX, fue pro-ducto de los preceptos y ritos religiosos, de la educación, cuyo papel era proporcionar un saber útil y un saber moral. Durante esta época, la iglesia mantuvo la tradición venida del virreinato, otorgándole suma importancia a la formación del espíritu y a las conductas femeninas, pero debido a los cambios políticos que se dieron en el país, muchos hombres se alejaron de la iglesia, igual que algunas mujeres, aunque la mayoría conservaron sus creen-cias, que les señalaban que el cuerpo era el enemigo del alma, el obstáculo principal en el camino de la salvación, es decir, el cuerpo representaba para ellas, la vía más fácil de llegar al pecado.

La sexualidad, considerada como el espacio propicio para el mal, se justificaba solo por su aspecto teológico, la perpetuación de la especie para el servicio de Dios. Con este enfoque, el embarazo, el parto y el amamantamiento representaban los valores más impor-tantes del ideal femenino y por consecuencia, la purificación de los actos corporales, cuya suma iconográfica era el corazón.

La religión, durante esa época, estaba ligada a la vida cotidiana de

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la mujer, aunque tiende a desaparecer el sentimiento dominante de miedo y venganza divina que en el siglo anterior había sido su fundamento. Pero aunque hay un cambio de actitud frente a la mirada de Dios, ya no tan fiscalizada como en siglos anteriores, aun se sigue manteniendo la severidad religiosa en espera de un comportamiento determinado, caracterizado por la obediencia y la observancia de las prácticas religiosas. Todo lo anterior influyó en la primera educación de Casimira.

Por otra parte, desde poco antes de que Don Miguel Hidalgo ini-ciara el movimiento de independencia, la situación económica en Oaxaca, venía resintiendo la baja en el precio de la grana, artícu-lo que con la plata, eran los pilares de la economía. Antes de los cambios políticos que se dieron en 1921, la provincia de Oaxaca había estado dominada por un grupo pequeño de comerciantes peninsulares que emprendieron en su mayoría compromisos eco-nómicos mutuos y cerraron contratos con los comerciantes del consulado de la ciudad de México. Los comerciantes locales y los del consulado de México estaban particularmente interesados en el tinte escarlata, únicamente producido por la población indígena y teniendo una gran demanda en las factorías de Francia, Holanda, Inglaterra y España. Los comerciantes negociaban con las grandes casas mercantiles españolas, la Casa de Uztáriz, los Cinco Gremios Mayores de Madrid y otras.

El padre de Casimira, don Santiago Candiani, era representante de varios de los comerciantes españoles en el Ayuntamiento de Oa-xaca y era aviador de cultivadores y comerciantes de grana, ma-nejando los capitales peninsulares y administrando los embarques, ventas y cobros del tráfico de la grana. Pero con la consumación de la Independencia, los comerciantes españoles que todavía per-manecían en la ciudad, tuvieron que abandonarla, la demanda de grana decayó completamente y don Santiago se encontró con una difícil situación económica pues tenía que responder a diversos compromisos adquiridos en las operaciones mercantiles que tenía encomendadas.

Luego de liquidar los pocos bienes que había acumulado, la familia Candiani estableció su domicilio en humilde vivienda situada en las calles del Carmen, al norte de la ciudad de Oaxaca. Don Santiago Candiani trató de desempeñar diversas ocupaciones para sostener y mantener a su abundante familia compuesta por su esposa y tre-ce vástagos quienes pudieron asistir a diversas escuelas públicas

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que, en esa época, impartían educación separando los sexos, o sea que los niños Candiani asistieron a la “Escuela Modelo” dirigida por don Demetrio Navarrete y operada por los maestros Mauricio Or-tega, Juan Z. Martínez y Juan A. Guendulain, y las niñas acudieron a la “Amiga Primera” dirigida por la señorita Dolores Ramírez.

Por el mismo rumbo donde habitaban los niños Candiani, se loca-lizaba la casa que ocupaba don Antonio Salanueva, quien ejercía su oficio de encuadernador y tenía como ayudante al adolescente Benito Juárez, quien conoció y trató muy de cerca a la niña Casi-mira, como lo relata Martínez Gracida: “En la época de su infancia fue amiguita de Juárez, el gran indio de Guelatao, con quien pla-ticaba a menudo y a quien decía haberlo visto pasar por su casa, ubicada en la calle del Carmen, a tirar el bagazo de trigo que salía del almidón que se elaboraba en la casa del Padre Antonio Sala-nueva, protector de Juárez”.

La amistad y reconocimiento que se forjó en la época juvenil, la conservaron y cultivaron Benito y Casimira, a pesar de la diferen-cia de edades, durante toda su vida, siguiendo y compartiendo los avatares felices o desgraciados, que fueron encontrando y enfren-tando en el transcurso del tiempo, durante el cual Benito pasó de la Escuela Real con el preceptor Domingo González, al Seminario de la Santa Cruz en octubre de 1821, donde comenzó a estudiar gra-mática latina sin haber terminado la educación primaria. En 1824 cursó Artes y continuó con Filosofía, que comprendía lógica, ética y retórica, obteniendo muy buenas notas en todas las materias.

En octubre de este año, fue publicada la Constitución política de la república mexicana que fue jurada por las autoridades oaxaqueñas los días 17, 18 y 19 que fueron declarados de fiesta, organizándose demostraciones de júbilo, adornos y alumbrado extraordinarios. En enero de 1825, el Congreso expidió la Constitución particular del Estado, que copiaba los lineamientos generales de la federal y que, como lo veremos más adelante, tuvo apreciables consecuen-cias, tanto para Benito Juárez como para Casimira Candiani por los significativos cambios que trajo a sus vidas.

La base de esos cambios y de la recién proclamada y jurada Cons-titución política son la libertad y la razón. Para los liberales del siglo XIX, la idea de “Razón” es uno de los principios esenciales en que se fundamenta el nuevo orden social que se trata de hacer triunfar en la república mexicana, superando el oscuro pasado colonial. Con

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el progreso que reporta el libre uso de la razón, no hay duda de que una vida distinta ha comenzado para la sociedad oaxaqueña. Los hombres se mueven ahora dirigidos y orientados por las “claras luces de la razón”; no impulsados como antaño por la irracionali-dad del fanatismo y los prejuicios. Y esta es una característica fun-damental que distingue a la época nueva de la anterior.

La otra característica que fundamenta el pensar y actuar de los li-berales es el concepto de libertad que evoluciona del movimiento insurgente que la concibe como la libertad de la nación frente al dominio ilegitimo y absurdo de otro país, o sea, la independen-cia política que se alcanza con la disolución del coloniaje y una vez lograda esta, los liberales tratan de lograr la libertad individual mediante la destrucción del sistema social que la niega y por la instauración de uno nuevo que la haga posible para conseguir una sociedad justa.

Una sociedad es justa cuando la estructura que la sostiene per-mite el disfrute de la libertad a los hombres; una sociedad regida por el despotismo es aquella en la que, por encima de la libertad individual y de los derechos que emanan de ella, está el gobier-no. Por eso el triunfo de la libertad es la derrota del despotismo, la cancelación del sistema que, desconociendo la “ley natural” ha usurpado los derechos que ella confiere al hombre para que los disfrute libremente.

Así pues, los liberales exigen las libertades básicas y hallan en la laicidad el camino al progreso y la civilización, aunque liberales y conservadores suelen tener en común, una sólida formación clási-ca y, hasta determinado momento, el mismo origen social. La gran diferencia aparece en torno a las Constituciones de la República y los códigos civiles. En el fondo lo que se debate es la seculariza-ción, el proceso sustentado en la educación laica, la separación de la iglesia y el Estado, la libertad de expresión y de creencias.

En materia de enseñanza, y esto es primordial, los liberales exigen la liberación de la infancia de pedagogías como la muy famosa del catecismo del Padre Ripalda, pero nada hacen para prohibir libro alguno, porque de hacerlo, seguirían el ejemplo de sus adversarios y porque negarían su exigencia: las leyes que garantizan las liber-tades de expresión y comportamiento.

En el ideario liberal, sin el proceso educativo no hay secularización. José María Luis Mora afirma: “No es cosa difícil extraviar a un pue-

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blo que en lo general carece de instrucción”. La educación laica significa liberar el alma (el conocimiento) y el cuerpo (las libertades cotidianas). Durante las guerras de Reforma, los cambios son sobre todo en el papel: leyes, decretos, proclamas. Luego se necesita llevar a la práctica esa lucha por las conciencias.

En la ciudad de Oaxaca, la educación primaria no era obligatoria y solamente los niños de clases altas de la sociedad se beneficiaban de ella. Había cuatro escuelas municipales, algunas academias par-ticulares, una escuela comercial operada por maestros particulares y un internado para niños dirigido por la iglesia católica. En 1824 se fundó la escuela lancasteriana que funcionó como academia preparatoria del Instituto de Ciencias y Artes del Estado (ICAE), en donde el sistema de educación era mutua: un maestro enseñaba a algunos estudiantes y estos ayudaban a enseñar a otros. En 1861 esta institución dio lugar a la escuela Normal del Estado. En cuan-to a las materias que se enseñaban en las escuelas mencionadas, todas seguían un patrón igual: lectura, escritura, dibujo, tablas de multiplicar, gramática española, rudimentos de geografía y geo-metría, doctrina cristiana, urbanidad y doctrina cívica para explicar derechos y deberes de los ciudadanos.

Respecto a educación superior, únicamente existía el Colegio Se-minario que había sido fundado por Fray Tomás de Monterroso en 1683, mediante cédula real emitida por la reina gobernadora María Ana de Austria y el Breve Pontificio de Inocencio XI y en él se cursaban dos cátedras de gramática latina, una de Filosofía que comprendía lógica, ética y dos de sagrada teología. En años pos-teriores se agregaron cátedras de Derecho Romano y de Gentes o Común equivalente al actual Derecho Civil. El resultado de esta si-tuación era que únicamente eclesiásticos eran los letrados además de algunos pocos seglares que tenían la capacidad económica de trasladarse a la ciudad de México para cursar carreras como inge-niería, leyes, comercio y medicina.

En la Constitución de 1825, en su artículo 246 se decretó: “Se crea-rán los establecimientos que se juzguen convenientes para la en-señanza pública de las ciencias naturales, políticas y eclesiásticas, bellas letras y artes útiles al Estado”. En agosto de 1826, el primer congreso constitucional del Estado expidió la primera ley de ins-trucción pública, en la que establece la apertura del Instituto de Ciencias y Artes con las cátedras de francés, inglés, retórica; lógica, ética, elementos de aritmética, álgebra y geometría, física general

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y particular, geografía, botánica, elementos de química y minera-logía, estadística, economía política, Derecho natural y de gentes, derecho canónico e historia eclesiástica.

Como mencionaba anteriormente, estos hechos tuvieron gran repercusión en las vidas de Benito Juárez y Casimira Candiani. El primero, abandonó el seminario para inscribirse en el Instituto donde concluyó la carrera de leyes en 1831 y continuó haciendo sus prácticas en el bufete del Lic. Tiburcio Cañas. En cuanto a Ca-simira, su padre fue nombrado portero del Instituto, como pode-mos ver en la correspondiente nómina, ya que varios amigos de la familia Candiani figuraban como funcionarios del régimen liberal o catedráticos del Instituto, lo que permitió a Casimira obtener una amplia educación informal, al tener trato cercano y frecuente con los ilustrados amigos de su padre.

El 9 de enero de 1827 abrió sus puertas el Instituto de Ciencias y Artes del Estado a toda la juventud oaxaqueña (aunque no se ad-mitían mujeres, ¿o no había mujeres que quisieran ingresar?) con Fray Francisco de Aparicio de Director y catedrático de gramática castellana; las demás cátedras quedaron distribuidas de la siguiente manera: Dr. Luis Blaquier, medicina; Lic. José Mariano Fernández Arteaga, Derecho civil y natural; Vicente Manero Envides, Dere-cho público y de gentes; Lic. José Mariano González, Derecho ca-nónico e historia eclesiástica; Dr. Francisco Pontón, cirugía; Juan N. Bolaños, economía política y estadística; José Flores Márquez, física y geometría; Lic. Miguel Méndez, lógica, matemáticas y éti-ca; Bernardo Aloisi, inglés y francés; Lic. Joaquín Miura, Derecho público y constitucional; Juan María Bonequi, bibliotecario; José Flores Márquez, secretario y Santiago Candiani, portero.

Otro amigo de don Santiago fue don Antonio Maza, con quien realizó diversos negocios relacionados con la exportación de la grana, por lo que sus esposas, doña Petra Parada y doña Feliciana Santibañez, cultivaron amistad al igual que sus hijos cuando se en-contraron en las diferentes escuelas a las que asistieron, ya que de parte de la familia Candiani eran trece vástagos y de la familia Maza solamente cuatro: Juana y Margarita, Manuel y José María. Los descendientes de esta familia relatan cómo sus tíos recordaban a Casimira como una joven feliz y plena, llena de energía y absoluta-mente audaz, siempre dispuesta a enfrentar cualquier desafío. No sólo ganaba a los hombres a escalar lo que fuera: una barda, una pared o de trepar a un árbol para mecerse en su copa; también

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a correr entre broma y broma luciendo una carcajada fácil y es-pontánea, invariablemente optimista, vivaracha, despierta, alegre, siempre rodeada de amigos varones de las más diversas edades

También Manuel Martínez Gracida anota; “ La joven Candiani se crió en medio de una gran escasez, porque su padre había perdido primero su fortuna en malos negocios y después, porque sus re-cursos para atender a sus trece hijos, que formaban su familia no eran suficientes, viéndose por tal motivo en la necesidad de buscar colocación en el gobierno, quien le dio el destino de bedel (por-tero) en 1827 en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, sueldo que apenas alcanzaba para cubrir una parte de los gastos mensua-les, teniendo la señora Santibañez que trabajar en la confección de ropa para completar el presupuesto. La escasez de recursos de su padre no fue obstáculo para que la joven Candiani se ilustrara, pues por cuantos medios podía haber a la mano, sondeaba los problemas de la ciencia”

Hay que recordar que la educación femenina en esa época, no sufrió en los primeros años de la vida nacional, cambios signifi-cativos; la falta de estímulo y la reiterada actitud de mantener a las chicas apartadas del trato con el sexo opuesto, hacían de los cambios algo muy esquemático. Calderón de la Barca anotó con respecto a la actitud de la mujer frente al estudio: “No creo que existan más allá de media docena de mujeres casadas y de algunas muchachas por encima de los catorce años, que lean un libro al año, con excepción del misal”. Muchas de ellas aprendían a pin-tar, bordar, tocar el piano y, con frecuencia, el idioma francés, su educación estaba definida aun por el sexo, el cual las excluía de cualquier conocimiento al margen de su rol de mujer.

Contra esta modalidad de educación, los pensadores de la Refor-ma propiciaban el fomento de la instrucción para ambos sexos, porque en ella veían el inicio de un naciente liberalismo: la idea de generar la equidad de oportunidades para que destacara el indivi-duo más capaz, conllevaba el de la libertad de aprender. La lucha para que la mujer tuviera una educación similar a la del hombre, se empieza a dar hacia 1860, con el pretexto de iniciarlas en calidad de preceptoras de las futuras generaciones que tomarían las rien-das de la nueva sociedad que estaba surgiendo.

Casimira Candiani no tuvo acceso a la educación superior formal, pero su carácter y sed de conocimientos la llevó a tratar y apren-

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der teoría y práctica de diversas materias, de hombres de ciencia como el Dr. Juan N. Bolaños, el obispo Francisco García Cantari-nes, Dr. Francisco Rincón, Lic. Ignacio Mariscal, Lic. Manuel María Villavicencio, Dr. José Antonio Gamboa, Lic. José María Cortés, Dr. Antonio Falcón y otros más, Catedráticos del Instituto, de quienes aprendió lo esencial de Geografía, historia sagrada y universal, me-dicina derecho y Bellas Letras.

Dos años después de la apertura del Instituto, Casimira cumplía diez años y llegaba a la adolescencia. En la época decimonónica se afirmaba que esta edad ocultaba una ensoñación difícil de con-trolar que preocupaba a los católicos y también a los laicos. No es casual la elección del mes de mayo para dedicarlo a la virgen María, mes en donde, con la llegada de la primavera, la naturaleza y la sexualidad está más despierta. La protección que ejerce la Virgen sobre la conservación de la inocencia femenina debía actuar en medio de las tentaciones que se despertaban durante esa época. Los niños eran llevados a “ofrecer flores” a la virgen, curiosa ce-remonia que se llevaba a cabo en los templos por las tardes y en la cual, mientras rezaban un rosario, al término de cada “misterio” había una parte con alabanzas cantadas a la Virgen y los niños se acercaban al altar y dejaban en su acceso, ramos de flores y agua perfumada. Casimira recordaría en sus años de juventud, como acudía al templo del Carmen, en compañía de sus hermanos, a cumplimentar este rito.

La mayoría de las madres en el siglo XIX, incluyendo a las esposas de los liberales, enseñaban los principios religiosos y morales a sus hijos a través de la imagen de la Virgen, convirtiéndose ésta en el centro de educación moral, mientras que la oración y los ritos eran los medios por los cuales las mujeres mantenían su acercamiento con ella. La relación que principalmente se establecía entre las mujeres y la Virgen era de protección, porque siendo la Virgen pura y sin mancha, representaba para ellas y para sus hijos un medio de salvación ante el mundo. Ella es la que se encarga de cuidar y proteger a ambos y era la que, por su misma condición maternal y de mujer, mejor las comprendía.

Entretanto, Benito Juárez acababa de colgar los hábitos, desertan-do del seminario para ingresar a la carrera de Derecho y afiliándo-se al grupo liberal, republicano y patriota al que apodaban de los “vinagres” en contraposición de los “aceites”, conservador y mo-nárquico y que tuvieron encuentros enconados por las elecciones

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presidenciales, cargo al que aspiraban Gómez Pedraza y Vicente Guerrero y que en la ciudad de Oaxaca llegó a producir muertos y heridos de ambos bandos, por lo que las autoridades redoblaron la vigilancia, pero no pudieron contener los rumores de un levanta-miento a favor de Guerrero ni la profunda división política que se daba entre la población.

Casimira comenzó a frecuentar a Benito Juárez que se había in-dependizado de Salanueva y que empezó a enseñarle gramática española, principios de aritmética. Pero también la puso en con-tacto con don José María Canseco que hacía cabeza del partido de los “Vinagres” y de don Miguel Méndez quienes la introdujeron en el ideario liberal, lo que le permitió comprender la gran influencia que tenía el clero, no sólo en el ámbito religioso, también en el económico, político y militar y porqué el Instituto tenía tan pocos alumnos, pues como lo Comentó Benito Juárez: “ …los padres de familia rehusaban mandar a sus hijos a aquel establecimiento, y los pocos alumnos que concurríamos a las cátedras éramos mal vistos y excomulgados por la inmensa mayoría ignorante y fanática de aquella desgraciada sociedad. Muchos de nuestros compañeros desertaron espantados del poderoso enemigo que nos perseguía (el clero). Unos cuantos no más, quedamos sosteniendo aquella casa con nuestra diaria concurrencia a las cátedras”.

En 1829, la niña Casimira quedó muy preocupada cuando su ami-go Benito se alistó en una de las milicias que salían en defensa de la patria ante la amenaza de una reconquista por parte de los espa-ñoles encabezados por el brigadier Isidro Barradas. Juárez y varios de sus compañeros del Instituto, marcharon a Tehuantepec para impedir una invasión por Salina Cruz. Aquí se enteraron que Barra-das había sido derrotado en Tampico por las tropas comandadas por Antonio López de Santa Anna y Manuel Mier y Terán y la niña Candiani aprendió que las ideas liberales, sobre todo la razón y la libertad, se defienden con las armas de ser necesarios.

Regresa Benito al Instituto y a continuar la educación liberal de Ca-simira, recomendándole lecturas que él ya había realizado y con-siguiéndole libros como las Cartas de B. Jerónimo Feijoo, obras de Rousseau, Voltaire, Constant (autor de Curso de Política) y otras que forjaban la base del pensamiento y la filosofía liberal. En 1830, Benito Juárez es nombrado maestro sustituto de la clase de Física Experimental en su propio plantel con sueldo de 30 pesos men-suales, lo que le permite independizarse de Salanueva y comenzar

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su cambio social, ya que los catedráticos del Instituto tenían que vestir pulcramente, lo que significaba usar frac, corbata de moño, sombrero de copa y bastón, cuyas costumbres conservó hasta su muerte.

El sueldo de portero del Instituto, puesto que desempeñaba el pa-dre de Casimira, era de 200 pesos anuales, cantidad insuficiente para mantener decorosamente a sus trece hijos, por lo que la ma-dre, señora María Feliciana, tuvo que emplearse en la confección de ropa para ayudar a la subsistencia de la familia. Las luchas po-líticas para acceder al poder habían polarizado a la sociedad oa-xaqueña por lo que la clientela de doña Feliciana la formaban las familias liberales, entre las que figuraba la de los Maza Parada que encabezaba don Antonio Maza, dedicado al comercio de la gra-na, por lo que había tenido tratos con don Santiago Candiani y su descendencia, quienes eran bien recibidos en su casa en la cual también coincidía el antiguo sirviente, Benito, ahora ya converti-do en un incipiente abogado y catedrático del Instituto como lo comentó en su época José María Maza: “…el muchacho aquel que llegó prófugo y se había destinado con el Padre Salanueva, ya era regidor y diputado y sonaba su nombre por todo Oaxaca, de todos querido y respetado por su saber y honradez. Vestía frac verde con botonadura de oro, pantalones de paño negro en corte de clari-nete, chaleco muy descotado, camisa de pechera bien bordada, altísimo cuello que asomaba las puntas por los lados de la barba, corbata de cuatro dedos de ancho que se enrollaba más que una culebra y tieso sombrero de felpa color café claro, de baja copa, en figura de campana invertida”.

A pesar de la diferencia de edad, Margarita Maza y Casimira Can-diani comenzaron a intimar y compartir sus inquietudes y juegos. Las niñas tenían plena libertad para sus juegos, siempre que fueran dentro del hogar. La casa de los Maza se componía de varias ha-bitaciones amplias, estancia grande, pieza de juguetes, pequeño jardín y patio. Las niñas de la edad de Margarita y Casimira, recibían la admonición materna: “ya eres una mujercita” y entraban en un círculo de misterios y prejuicios, el cual le era imposible conocer, porque las preguntas jamás obtenían respuestas.

La costumbre era que a esa edad, los padres comenzaran a bus-carles hombres maduros que pudieran hacerlas felices, según el criterio de la época. Otras prácticas usadas en esos tiempos y que al conocerlas nos permitirán entender mejor las vidas de Margarita

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y Casimira y otras mujeres de su época, las relataremos brevemen-te, tomando como base los comentarios de Ángeles Mendieta en la biografía de Margarita. “La comida familiar era una ceremonia de rígido horario. El menú se componía de siete u ocho platillos, pero la madre con los ojos ordenaba aquellos que podían ser ingeridos por las jóvenes. La salud era vigilada a cada minuto. El padre servía la comida y todos se presentaban a la mesa impecablemente vesti-dos. Era mal visto que alguno de los muchachos llegara retrasado y sufría el castigo de que se le “emparejara” y además no se le dirigía la palabra.

“El padre señalaba el tópico de la conversación; nunca se hablaba de la honra ajena ni de asuntos enojosos. La esposa y las hijas no tenían iniciativa, pero respondían con gusto y alegría. Las oracio-nes se rezaban de pie y luego se disfrutaba de una breve siesta, generalmente reclinados en los sillones de la sala, pues se consi-deraba un tanto deshonesto acostarse en la cama durante el día. A las habitaciones de las doncellas no accedía sino la madre y las sirvientas, pero también los varones tenían prohibido pisar el um-bral de las cocinas.

“Durante la tarde se hacían labores de bordado, luego se servían los “dedalitos” de chocolate, en tazas diminutas de porcelana y a las seis, se concurría a visitar a las vecinas o al rosario. Las señoras acostumbraban poner los pies sobre escabeles, como se ve en un retrato de Margarita, y leían un poco a la luz de los quinqués, mien-tras llegaba la hora de la cena. Los pequeños jamás escuchaban las conversaciones de los mayores y la “inocencia” de las niñas era severamente vigilada. Los lutos eran guardados con sumo rigor, cerrando las puertas de madera de los balcones y colocando un moño de moiré en la puerta de entrada. Algunas familias hablaban en voz baja y las viudas se cubrían la cabeza. Las niñas, hasta de tres años, se vestían de luto, por el fallecimiento de sus papás.

“Una joven nunca salía a la calle sola, siempre acompañada de una “dueña”. Muchas familias tenían a su servicio damas de compañía que ayudaban a la señora a vigilar a las jóvenes por los rincones de las casonas, algo superfluo, puesto que aquellas niñas habían sido educadas de tal manera, que jamás hacían nada que pudiera ser censurable. La virtud de las jóvenes era algo inherente en ellas, forjadas duramente por la tradición.”

“El problema surgía cuando los galanes jóvenes se adelantaban a los arreglos paternales; en tal caso, se les permitía charlar por la

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reja de los balcones, pero la madre permanecía en la penumbra o en el balcón de arriba para evitar que se tomaran de la mano, au-dacia por demás imposible, ya que el pretendiente se veía obligado a ceder la acera a todos los transeúntes. Los señores se discul-paban llevándose la mano a la chistera, mientras hacían una seña maliciosa al muchacho que enrojecía de vergüenza. En el caso de los prometidos cuando la novia había sido pedida y dada en ma-trimonio, el novio podía sentarse frente a la doncella en la sala, mientras en el estrado permanecía, haciendo labor de aguja alguna dama, que fingía no ver las señas de amor de los enamorados.

Ya cerca de los esponsales, o en alguna fiesta, era permitido sen-tarse en unas sillas dobles llamadas “tú y yo”, curiosamente unidas por un costado y donde la pareja quedaba una para el oriente y otra para el poniente, aunque al final tenían oportunidad de desli-zar alguna carta de amor en el intercambio de libros. Estas cartas eran obligadamente rechazadas sin abrir, al principio, pero des-pués recibían mejor acogida. En el caso de ruptura, cartas y regalos eran devueltos a sus dueños.

Cuando las jóvenes salían, se multiplicaban las precauciones. Ha-bía “viejos verdes” que por ver los tobillos de las muchachas se situaban en las esquinas donde paraban los carruajes para gozar el espectáculo, muchas veces frustrados por los progenitores que llevaban paraguas adecuados para burlar a los mirones.

En el caso de Casimira y su amiga Margarita estas costumbres no las afectaron tanto pues sus familias eran liberales no sólo en teo-ría, también en la práctica. Por otra parte, los tiempos comenzaban a cambiar y las continuas guerras civiles entre liberales y conser-vadores hacían que las prácticas comerciales, burocráticas y civi-les, permitieran más libertad a las doncellas. Casimira, contra toda costumbre, continuaba su educación mediante el continuo trato con los catedráticos del Instituto y otros amigos de su padre. Mar-garita, también tuvo la misma educación, con la diferencia de que sus preceptores acudían a su casa donde aprendió a leer, escribir bastante bien (mejor que Juárez) y a dominar las operaciones arit-méticas.

Margarita, desde los trece años, ayudaba a su padre a llevar las cuentas del negocio, contestar la correspondencia y cooperar en otras actividades administrativas. Muy pronto comenzó a ser cor-tejada por dos galanes: Carlos Corro, rico comerciante español

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y Antonio García, capitán de las fuerzas del General Antonio de León, comandante de la plaza en la ciudad de Oaxaca. Por su parte Casimira, era galanteada por un distinguido alumno de la escuela de Derecho del Instituto, de firme ideario liberal, amigo y compa-ñero de Manuel Dublán, Matías Romero, Ignacio Mariscal y otros liberales que destacaron en la vida local y nacional. Su nombre: Manuel Brioso Fernández.

Los padres de ambas jóvenes tenían, como ya se ha mencionado, vigentes ideas liberales, por lo que permitieron que ellas decidieran con quien contraer matrimonio, sin imponer las conveniencias o tendencias paternas. En julio de 1843 se casa Margarita con Benito y en fecha anterior lo había realizado Casimira con el ya licencia-do en leyes Manuel Brioso, lo que comenta así M. M. Gracida: “A mediados del siglo XIX, contrajo matrimonio doña Casimira con el Lic. Manuel Brioso, en cuyo hogar fue el ángel del trabajo, de la be-nevolencia y de la paz, pues ni faltó a los quehaceres domésticos, ni al cariño de su esposo, ni a la tranquilidad de la casa. Si alguna vez las estrecheces pretendían hincar sus dientes en el hogar, ella, sonriente y laboriosa, procuraba contrarrestarlas y hacer a su es-poso, dulce y agradable la vida”.

En los albores de 1844, regresó el General León de Huajuapan para postularse como gobernador para el periodo 1844 – 1849, de acuerdo con lo prescrito en las Bases Orgánicas, lo cual consiguió fácilmente ya que contaba con el apoyo y voto de Santa Anna y del General Canalizo, Presidente de la República y con la fidelidad de la Junta Departamental, instalada recientemente, encabezada por don Luis Fernández del Campo y que tenía entre sus funciones la de hacer al Presidente de la República la propuesta de candidatos a la gubernatura, propuesta que fue encabezada por el General León, quien fue confirmado en el cargo por decreto de 26 de mar-zo de 1849.

Inexplicablemente para sus contemporáneos, el gobernador Ge-neral León, nombró a Benito Juárez secretario de gobierno ya que era totalmente opuesto al régimen centralista de Santa Anna. Al paso del tiempo podemos comprender que León vio o previó de manera admirable, la gran capacidad de administración de Benito que se dedicó a la reorganización del poder judicial, estableciendo dos ministros y dos fiscales, un juzgado civil y dos de lo criminal en la capital y 17 foráneos en poblaciones que hasta la fecha son cabeceras de distrito. El reproche de sus correligionarios y un ex abrupto de León con un alumno del Instituto terminaron la re-

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lación con el General (duró menos de un año) y Juárez pasó a ocupar un puesto de fiscal y volvió a sus cátedras en el Instituto. Al término de la presidencia de Paredes Arillaga, el partido liberal recuperó su fuerza en Oaxaca y Juárez fue llamado a formar parte del triunvirato que controló la gubernatura, acompañado de Fer-nandez y Arteaga.

En 1845, 14 de febrero, se publicó el decreto que reabría el Institu-to de Ciencias y Artes que había cerrado sus puertas desde agos-to de 1843, lo que permitió a Benito Juárez ayudar a su amigo Candiani incluyéndolo en la planta de catedráticos y a sus esposa, doña Casimira, continuar su educación extraoficial con los demás docentes del Instituto que reabrió sus puertas impartiendo diez y seis cátedras: seis de estudios preparatorios generales, cinco para la carrera de medicina, una de especialización en esta misma rama y cuatro para la Facultad de Jurisprudencia, funcionando en el anexo al convento de San Pablo.

El 9 de marzo, a la una y cuarto de la tarde, la ciudad resintió un te-rremoto de corta extensión pero de movimiento trepidatorio con efectos desastrosos que destruyeron edificios, casas y templos. El convento y templo de San Pablo quedaron en situación de no po-der servir al culto ni al Instituto, por lo que fueron desalojados en previsión de un letal accidente, pues bóvedas y claves presenta-ban profundas grietas y grandes cuarteaduras. La población, presa del pánico, abandonó sus habitaciones, trasladándose a los paseos públicos y lugares abiertos en donde improvisaron sus viviendas para pasar la noche.

En el aspecto político, Juárez había formado parte del triunvirato que en 1845 gobernó el Estado y después, en 1846, fue diputa-do federal con Manuel Iturribarría, Tiburcio Cañas, Manuel Enciso, Bernardino Carvajal, Francisco Banuet, entre otros, hasta el “año terrible” 1847, en que los yanquis invadieron el territorio nacional, llegando a la capital de la república el 8 de septiembre y en donde encontró la muerte el General León en la batalla de Molino del Rey. Después de la firma de los tratados de Guadalupe que pusieron fin a la guerra entregando medio territorio mexicano a los vecinos del norte, Juárez regresó a Oaxaca, donde un movimiento militar había desconocido al gobernador Francisco Ortiz de Zárate, que-dando como encargado el Lic. Marcos Pérez. La junta legislativa, siguiendo el deseo del partido liberal, nombró a Juárez goberna-dor provisional, cargo que desempeñó por cinco años, hasta 1852,

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ya que fue electo para un periodo constitucional al término del provisional.

La invasión de nuestro territorio por los norteamericanos inspiró el espíritu patriótico de la joven señora Casimira, quien desde más pequeña ya había escrito versos llenos de inspiración, de amor, de moral y de religión. Dice Manuel M. Gracida; “La guerra que los Estados Unidos hicieron a México en 1847 obligó a la señorita Candiani a hablar a sus amigos y a las madres de familia para que excitasen el patriotismo de sus hermanos e hijos respectivamente y pulsó mas de una vez la lira para cantar a la patria. Aun no ocu-paba Veracruz el ejército americano, cuando la Señora Candiani, viendo que los polkos, olvidando los deberes del patriotismo, en-traban en lucha con los liberales, dirigió al pueblo una composi-ción patriótica en apoyo de las excitativas que el gobierno y los buenos oaxaqueños dirigían al mismo pueblo para que se afiliaran en los batallones que salieron a combatir al invasor, alentándolos a pelear en defensa de la patria. Tanto las excitativas como el cantar patriótico dieron buenos resultados, pues los oaxaqueños, viendo que el bello sexo tomaba parte activa en la guerra, se presentaron al gobierno, ofreciéndole sus servicios”.

El cantar tiene seis estrofas y la reproducimos al término de esta reseña biográfica; en una de sus líneas dice así; “Valientes oaxa-queños: ¡Al combate! Corred, volad; también otros valientes os es-peran, resueltos e impacientes, para esa turba vil escarmentar. En lazo fraternal, unidos todos, desplegad con vigor vuestra bravura; haced al invasor ver su locura en pretenderá a México eclipsar”.

Con motivo de este canto, dijeron los redactores de la Nueva Era Constitucional en su número de 9 de abril de 1847, lo siguiente: “El entusiasmo por la patria, no es un sentimiento ajeno del bello sexo. Antes bien, su organización delicada, su fibra sensible y el estar destinada por la naturaleza a desempeñar el importante papel de la maternidad, en que va envuelto el amor a la especie, hace que en ciertos corazones predispuestos por una organización privilegiada, se desarrolle el entusiasmo de amor a la patria, hasta el grado de producir acciones superiores a las facultades comunes de aquel sexo. Juana de Arco y Carlota Corday en Europa; Policarpa Salva-tierra en la otra América y la memorable Leona Vicario en ésta, son un testimonio del grado a que lleva a las mujeres la sublime virtud del patriotismo, cuando son arrebatadas por ella”. Agrega M. M. Gracida: “Se ve pues, por éste juicio, que la señora Candiani mere-

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ció por su conducta patriótica una mención honorífica y a la que debió después que las personas ilustradas de la Nueva Antequera la llamaran la Carlota Corday de Oaxaca”.

Los frutos del matrimonio comienzan a llegar. En la familia Juárez viene al mundo su primogénita; Manuela; dos años después, la segunda hija: Margarita. En 1848, siendo Benito Juárez gobernador por primera vez, nace Felícitas y al año siguiente Guadalupe. En 1850 nace Soledad y al siguiente, Amada quien muere a la edad de tres años, después de ser la niña predilecta de don Benito. En la familia Candiani hubieron cinco hijos pero sólo tres fueron via-bles; el primero que fue mujer, se llamó Josefa Manuela que murió muy tierna; el segundo fue hombre y se llamó Manuel, quien reveló mucho talento y murió en la adolescencia. Y por último Manuel Brioso y Candiani que nació en 1859 y alcanzó el título de abogado en 1883.

Ambas familias continuaron guardando buena amistad y apoyán-dose en medio de los cambios políticos que continuaban en el país y en el Estado. En 1852 y 53, don Manuel Brioso, además de catedrático de medianos y mayores de gramática latina también ejerció el puesto de secretario del Instituto, con sueldo de 400 pe-sos anuales que no siempre eran pagados oportunamente, siendo Director Benito Juárez. Antes de la promulgación de las Leyes de Reforma, a todos los empleados de Gobierno se les sometía a una curiosa ceremonia, misma que tuvo que pasar Manuel Brioso: se colocaba un crucifijo y los santos evangelios en la mesa o altar de los juramentos y el presidente o jefe de la corporación o empleo del recién contratado, lo exhortaba en estos términos: “¿Jurais a Dios nuestro señor y a sus santos evangelios cumplir y ejecutar precisa y puntualmente los decretos del Congreso del Estado, los del soberano Congreso Nacional y las providencias de su supremo Poder Ejecutivo, del mismo modo que guardar y hacer guardar to-das las leyes vigentes que no se opongan al sistema establecido, siendo fiel y puntual en la administración pública?” Y respondiendo por la afirmativa el agraciado y juramentado, el jefe o presidente contestaba: “Si así lo hiciereis, Dios os premie y si no os lo deman-de”.

Siendo Juárez Gobernador, nombró juez de lo civil en Ocotlán y posteriormente en Ejutla, a su amigo Manuel, alrededor de 1869. Ambas poblaciones carecían de servicios y la infraestructura urba-na era muy limitada. Doña Casimira, con su espíritu de solidaridad

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y ejercicio de la libertad aplicados a todas sus acciones, fácilmente se integró a las familias más distinguidas de ambas villas y aplicó sus conocimientos en cuantas ocasiones fueron necesarias.

Luego vino la invasión francesa y el efímero imperio de Maximi-liano y Juárez peregrinó por el centro y norte del país, teniendo como palacio nacional una carroza negra y llevando la indepen-dencia de la nación a sus últimas consecuencias en el Cerro de las Campanas. En Oaxaca, los Hermanos Cobos y el Prefecto Imperial, Juan Pablo Franco, persiguieron a los liberales, incluyendo a sus esposas, acusadas de recibir correspondencia de los rebeldes que se habían refugiado en la Sierra Juárez. Así, fueron detenidas dis-tinguidas damas como doña Manuela Carranza, Manuela Ortigoza de Renero, doña Juana Mejía, doña Pilar Casorla, doña Jovita Fer-nández del Campo, guardadas por tiempo indefinido en el Colegio de Niñas. Poco después intervino en su favor don Manuel Jiménez Bohorquez Varela para ofrecer su casa como sitio de reclusión, lo que consiguió de Cobos mediante el pago de crecida fianza y bajo la condición de constituirse en su carcelero con la garantía de su vida.

Los Brioso Candiani se refugiaron en la “Casa de la pólvora” situa-da al oriente de la ciudad, donde salvó la vida de su hijo Manuel, cuando un feroz soldado de Cobos quiso pasar su caballo sobre él, siendo aún infante y estando tendido en el suelo. Ella desvió de la dirección de su hijo, con un empellón, el caballo del dragón a riesgo de ser atropellada. Una vez llegado a la pubertad, Manuel recibió de su madre una educación que lo guió por el sendero del bien y de la dedicación al estudio del Derecho, terminado su carrera en el glorioso Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca lo que le permitió llegar a la ciudad de México en donde encontró empleo como Archivero de la Suprema Corte de Justicia, pudien-do acceder a información privilegiada y escribir numerosas obras de investigación, literarias y de información general. Pero esto son otras historias.

Con la satisfacción del deber cumplido y de haber conservado sus ideas y convicciones liberales hasta el último momento de su vida, doña Casimira Candiani Santibañez de Brioso, abandonó esta tie-rra a la edad de sesenta años, en octubre de 1879. Quede este escrito como humilde homenaje a su memoria.

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