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ÍNDICE

Editorial

DE PORTADA: ASÍ INICIA EL 18.

Sinfonía a 3 voces, por Horacio Puchet

Cancelar el futuro: El riesgo de ir con “El bueno”, por Héctor Uriel

Rodríguez

Todos son zurdos, por Artemio Estrella

El ineludible destino de “votar por el menos peor”, por Octavio Catalán

Meade no es opción, por Gerardo Garibay Camarena

Mi enfoque sobre las elecciones, por Ricardo Stern

El agotamiento de las ideas, por Hiram Pérez Cervera

Renta básica: Lo que se discutió en Europa, por Efrén Zúñiga

Wellington, revista electrónica Contenido seleccionado de Wellington.mx Año 1, número 2. Diseño de portada: Wellington.mx

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EDITORIAL

Ya estamos plenamente sumergidos en esa marea política que antecede al inicio oficial de

las campañas electorales y también en redes sociales comienza a renacer la efervescencia política, en este año en que nuestro país enfrentará un gravísimo peligro.

El peligro para México es la bestia de las pasiones, un monstruo al que todos alimentamos

al calor de la contienda, pero que sí se sale de control podría acabar devorándonos, como

ya lo ha hecho muchas veces durante los últimos doscientos años.

Se trata de un dragón de dos cabezas: la primera es la de la desinformación y las

simplificaciones, que reduce el escenario a un choque frontal de blanco y negro, de ángeles

y demonios, de santos en nuestro bando y satanes en el del contrario. La segunda cabeza

es la del odio, que surge como consecuencia lógica y lamentable de esa simplificación en la

que el rival es culpable de todos los crímenes y el aliado poseedor de todas las virtudes.

Basta darse una breve vuelta por las redes sociales para confirmar el temor de que este

monstruo está creciendo cada vez más, y de que se multiplicará durante los propios meses.

En las cavernas de Facebook y Twitter encontramos lo mismo amenazas de muerte que

llamados al golpe de estado y la guerra civil, aderezados con insultos que se considerarían sumamente inapropiados en cualquier otro contexto.

No cometamos el error de pensar que esa violencia se quedará sólo en las redes sociales, o

de que se trata sólo del efecto del anonimato digital, pues ese rencor y esa apuesta por la

violencia como arma política sí existe y hay un riesgo de que se refleje en la vida real, por lo

que es muy importante que cada uno de nosotros nos comprometamos, ante los demás y

ante nuestra propia historia, al no alimentar el monstruo de la desinformación y del odio.

Por ello Wellington.mx se compromete ante ti, estimado lector:

• A luchar en favor de lo que creemos, más que en contra de lo que nos desagrada; • A no recurrir a las falsas noticias, ni a las fáciles condenas del contrario; • A respaldar cada crítica en un argumento; • A reconocer que la gran mayoría de quienes apoyan una visión política distinta a la

nuestra también lo hacen de buena fe, queriendo lo mejor para sus familias y comunidad;

• A privilegiar la civilidad en los artículos, en las redes sociales y en las interacciones cotidianas.

Que sea para bien.

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DE PORTADA

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Sinfonía a 3 voces por Horacio Puchet

2018: año electoral en México. Las

gráficas de popularidad de los candidatos semejan el dibujo de líneas melódicas en una partitura. Como sinuosas voces en un contrapunto, las preferencias electorales suben o bajan, se acercan entre sí o se alejan, a veces se entrecruzan. El universo del electorado es un juego de suma cero donde lo que uno pierde lo gana el otro, tal como las cambiantes notas en su movimiento completan la armonía del conjunto.

Si la música es matemática que se escucha, la estadística es música que se ve.

EXPOSICIÓN Llamo a esta elección sinfonía a tres voces porque todo apunta a que ella se repartirá en tercios. Tres son los candidatos mejor posicionados, muy por delante de los otros, los independientes, que aún no terminan de recabar las firmas para aparecer en la boleta. Y como no hay segunda ronda, el candidato que conquiste algo más que la tercera parte del electorado, alcanzará la presidencia.

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La agenda este año aparece dominada por asuntos internos y de corto plazo. Tres temas articulan el discurso: inseguridad, corrupción y desempeño económico. Lo externo se reduce a la relación con los Estados Unidos. Noto que están ausentes los asuntos culturales, científicos y tecnológicos. Tampoco se mencionan perspectivas de largo plazo; la imaginación electoral parece agotarse en lo urgente y necesario. La novedad de estas campañas son las insólitas alianzas que han surgido. Extrañas coaliciones de antagonistas ideológicos se unen por comunes intereses; postulados partidarios son postergados para responder a lo coyuntural; izquierdas y derechas son rebasadas por la necesidad de ubicarse en el centro del espectro. Dos coaliciones ofertan el cambio y una la continuidad. Las diferentes opciones políticas, sin embargo, son unánimes en lo económico. Son todos keynesianos que desconfían tanto del mercado como de la planificación y promueven el estado de bienestar. Las diferencias son de matices, dependiendo de la clientela electoral. El diagnóstico del país tampoco es demasiado diverso. México es una economía estable, con un buen manejo de su deuda, según las calificadoras internacionales. Es la 13ª economía del mundo y crece anualmente por encima del 2%. Se ubica como el principal exportador de América Latina y como el séptimo país más visitado del planeta: una verdadera potencia mundial en materia de turismo. En el Índice de Desarrollo Humano, ocupa el lugar 77 de

188 países con un IDH Alto: 0,762. Si bien el porcentaje de población en pobreza es grande, ella ha venido disminuyendo: en los últimos tres años pasó de 46.2% a 43%, mientras que la extrema se redujo de 9.5% a 7.6%. Por contraste, México es la nación latinoamericana donde los ciudadanos pagan más sobornos por la obtención de servicios (la policía es la institución que se percibe más corrupta). Según Transparencia Internacional, la corrupción cuesta al país 10 puntos del PIB, y en el Índice Global de Impunidad 2017 México se sitúa en el lugar 66 de 69. Otro reto es la violencia. La inseguridad es el problema que más preocupa al 60% de los mexicanos, según la encuesta nacional de victimización ENVIPE 2016. Se habla de una crisis de seguridad que comenzó hace 20 años. Cierto es que la seguridad pública, en sus cuatro vertientes (homicidio, secuestro, extorsión y robo), es una responsabilidad de los tres niveles de gobierno, no sólo del gobierno federal. La organización Semáforo Delictivo calificó al 2017 como el peor en materia de homicidios de las últimas dos décadas: 24 000 asesinatos, de los cuales 18 000 fueron ejecuciones. Los números ahí están, para la general consulta, retratando la realidad que todos los días enfrentamos. Son indicadores del rumbo del país. Lo que varía es la interpretación que se hace de ellos: el consabido vaso medio vacío o medio lleno. Y de percepciones están hechos los votos.

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SOPRANO En primer lugar de popularidad se encuentra Andrés Manuel López Obrador. Personaje de innegable carisma, con gran arraigo entre la gente y comunicador eficaz. Marca la agenda con declaraciones estridentes. Sus frases son, para bien o para mal, inolvidables. Esta cualidad ambivalente hace que muchas veces él mismo sea su principal opositor. La coalición que lo postula no es menos contradictoria, Morena-PT-PES, una amalgama de radicales de izquierda y de derecha unidos en torno a un líder carismático por la urgencia del cambio. López Obrador capitaliza la frustración y el enojo público por el lento desarrollo y los índices de corrupción. Promete mayor participación estatal en la economía para crear más oportunidades. Pero su plan de gobierno se basa en un dato incomprobable: la suposición de que, por concepto de desvío de recursos, se pierde anualmente 1 billón de pesos del presupuesto federal (una cifra que

representa la mitad del gasto corriente). Asume que sólo por lavado de dinero se pierden 475 mil millones de pesos. Y promete que, sin aumentar impuestos ni contratar más deuda, con sólo políticas de austeridad y combate a la corrupción, es posible erogar al año 367 mil millones de pesos en proyectos de inversión y desarrollo social. Trenes, refinerías, duplicación de pensiones, becas de estudio, elevación de salarios a burócratas, salen de su boca como del sombrero de un mago. Un programa muy remotamente factible, debido a la improbabilidad de que disponga efectivamente de esos recursos adicionales. Se basa en una petición de principio. Lo más seguro es que genere endeudamiento y mayor carga fiscal. Sobre todo porque López Obrador carece de estrategias claras de combate a la corrupción y a la delincuencia. Sus declaraciones en este sentido no han pasado de vagas ocurrencias, como la de otorgar amnistía a narcotraficantes. ¿Cuáles son sus posibilidades de triunfo? Tras 18 años de campaña cuenta con la confianza de casi un tercio del electorado. Pero ese número es su techo, pues su conocimiento entre la población se sitúa en el 95%, de ahí que su margen de crecimiento sea casi nulo.

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CONTRALTO

El candidato Ricardo Anaya, un queretano de 38 años, es el más joven de los aspirantes. Un abogado de brillante oratoria, doctor en Ciencias Políticas por la UNAM y experto en cultura popular (su tesis de licenciatura sobre el grafiti, prologada por Carlos Monsiváis, es de referencia en el tema). Ha hecho una carrera meteórica: secretario particular del gobernador Garrido, subsecretario de planeación turística con Calderón, presidente de la cámara de diputados y, a los 35 años, presidente del Partido Acción Nacional. En 2016, cuando el PAN obtuvo 7 de las 12 gubernaturas en disputa (5 de ellas en alianzas con el PRD), Anaya emergió como el principal artífice del resultado. Se le critica haber construido su candidatura desde la dirigencia,

modificando estatutos, manipulando el padrón y provocando fracturas en su partido. Su discurso busca conectar con los jóvenes, que son la mayoría del electorado. El frente opositor que lo postula, la Coalición por México al Frente, es una alianza semejante a las que forman demócrata-cristianos y social-demócratas en los gobiernos europeos, o a las que se dieron en Sudamérica para poner fin a las dictaduras en los años 80 del siglo pasado. Según el diagnóstico de su Plataforma Electoral, el país “vive una situación de urgencia”; la población sufre una “profunda regresión en sus condiciones de vida”; el actual régimen “está rebasado” y es “por completo inviable para las necesidades y retos del país”. Impera el presidencialismo, “el poder está concentrado en manos de una sola persona”; la vida política se ha deteriorado y el “agotamiento institucional es producto de un sistema disfuncional que ha alentado el quebranto del Estado de Derecho, la impunidad, la corrupción y los privilegios de unos cuantos a costa de excluir a las mayorías”. Convoca a crear un “nuevo modelo de Estado”, “una auténtica democracia”, a “impulsar la equidad de género”, a “transformar a fondo las estructuras” colocando a “la persona en el centro de las decisiones”. Entre sus propuestas figura la revocación de mandato, la reforma del poder judicial y el impulso a la cultura mexicana.

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Pero la propuesta que ha tenido mayor resonancia en los medios es la de establecer una Renta Básica Universal, algo por completo irrealizable; los números no cuadran. El costo anual de un programa de tal magnitud, calculando a 2 800 pesos por persona, sería de 4 300 800 millones (2 800 x 12 meses x 128 millones de mexicanos), mientras que el presupuesto federal es de 4 888 892.5 millones de pesos, de los cuales el 24.7% es gasto no programable, dinero destinado a pagos de deuda e intereses, 1 173 120 millones de pesos. O sea: no salen las cuentas. Ni clausurando todo el gobierno federal. Es una propuesta que se explica sólo en el ambiente electoral. Pero Anaya con su populismo puede restarle votos a Morena.

TENOR

Por último, José Antonio Meade, representa la continuidad. Es el candidato que brinda tranquilidad y certidumbre a los mercados.

Un hombre preparado, con experiencia exitosa en cuatro secretarías de gobiernos diferentes, aunque entre sus experiencias no está la de ganar puestos de elección popular. Carece de militancia formal. Maneja un perfil ciudadano y deja la confrontación en manos de su coordinador de campaña y del dirigente del partido. Su designación fue una hábil maniobra que hizo ver al PRI como un partido abierto al cambio y a las candidaturas independientes. El lado negativo de este candidato es el partido mismo que lo postula, signado por escándalos de corrupción y por el natural desgaste del poder. Los índices de aprobación del actual presidente rondan el 27%: ese es el piso del que parte Meade. Su reto es convencer, a un electorado

desilusionado y agraviado por la corrupción, de los logros alcanzados al presente. Debe comunicar de manera eficaz que se concretaron reformas estructurales necesarias, que los organismos internacionales han respondido renovando

su confianza en el país, que tenemos finanzas públicas sanas, que México ha soportado la caída del precio de las materias primas gracias a la solidez económica que ellas aportaron. Debe transmitir al electorado que gracias a la reforma financiera bajaron las tasas de interés, que existen zonas económicas

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especiales en las que se invierte dinero en educación e infraestructura, que se redujo la pobreza y el trabajo infantil, que el salario recuperó el 15% de su poder adquisitivo, que se están creando un millón de empleos al año. Debe convencer de que, a pesar de todo, el combate a la corrupción se está dando, y que muchos culpables (entre ellos priistas notables) han sido detenidos y enfrentan un proceso penal. Debe además ilusionar sobre el futuro del país. El reto es enorme para él y para su equipo de campaña. El país deberá elegir, ha dicho, entre “seguridad y confianza y una opción totalmente contraria”. Pero no sólo de retórica viven los candidatos. La disciplina de su partido todavía puede jugar a su favor. Un artículo reciente del Financial Times aseguraba que Meade podría ganar gracias a “la formidable maquinaria” del PRI.

CODA ¿Mi pronóstico? El Estado de México, con su particular composición electoral, es una

muestra representativa del comportamiento nacional. Como fue en el Estado de México, así será en el resto del país. Mi apuesta es por un triunfo cerrado del candidato oficialista. Pero mi sinfonía, como la Schubert, es una sinfonía incompleta. Otras voces habrán de sumarse pronto al concierto electoral. Margarita Zavala, al ser otra opción de continuidad, le restará votos a Meade. Para mí, Armando Ríos Piter es una incógnita, al igual que el “Bronco”. Es posible también que las elecciones, con su carga de incertidumbre, sean negativas para el conjunto de la economía. Escribí este texto a petición de mi amigo Gerardo Garibay, sin ser yo un especialista en la materia, sólo como una manera de enriquecer el debate privilegiando las ideas sobre las emociones. Es así como un músico ‘ve’ el panorama electoral, o más bien, cómo lo ‘escucha’. Su oído trata de discernir el sentido entre el ruido que provoca el clamor del momento, un tiempo en que el país trata de armonizar las estridencias que lo habitan y de resolver de manera pacífica sus disonancias, un año crucial en muchos sentidos, en que

habremos de decidir si continuamos en la misma tónica o modulamos para explorar otras tonalidades. *Horacio Puchet es músico de la Sinfónica Nacional y docente de la UNAM, escritor en sus ratos libres y padre de familia de tiempo completo. Su correo: [email protected]

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Cancelar el futuro:

El riesgo de ir con

“El bueno” por Héctor Uriel Rodríguez

En una pelea de gallos, un sujeto se

acerca a un hombre con sombrero que

parece ser todo un conocedor del arte de la

gallería. Con el ánimo de multiplicar

fácilmente su dinero pregunta casual, pero

interesadamente: - ¡Oiga amigo! ¿Quién es

el bueno? - El “pinto”, le responde con

certeza incuestionable aquel sujeto, al

tiempo que se lleva la mano a la barbilla en

señal de profundo análisis.

Sin dudarlo el primer sujeto apuesta todo

su dinero al “pinto”. Menos de un minuto

después de iniciada la pelea, su gallo yace

en la arena rodeado de un charco de sangre

- ¡Me dijo que el bueno era el pinto! -

Reclama al hombre del sombrero. - No le he

mentido, responde éste, ése era el bueno,

¡lo que pasa es que el otro es un

desgraciado!

Mochila Profunda comenta, sin poder

ocultar sorpresa y admiración, que suele

ver en las múltiples misas a las que asiste a

dos de los flamantes precandidatos a la

Presidencia de México. - De Margarita ya se

sabía, dice, pero de Meade, de Pepe

Meade, el ahora precandidato priísta. ¡Eso

sí que es una grata sorpresa! - ¡Hasta

comulga! Exclama nuestra informante

dichosa, mientras su rostro irradia luz

celestial.

La asidua visitante de las más exclusivas

sacristías de las parroquias “popof” de la

Ciudad de México, lo dice bajito pero

queriendo ser escuchada: ¡Qué bueno es! -

¡Ya tenemos candidato! ¡Éste es el bueno!

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En el PRI, sin embargo, las alertas están

encendidas y las maletas hechas. A pesar de

que la bonhomía de Meade le coloca cerca

de las veladoras de las señoras copetonas y

de buena familia, el efecto no es el mismo

en las encuestas y en la percepción social. -

No se levanta ni con espátula, dice un

priísta de hueso colorado, mientras se rasca

la cabeza contrariado por saber que los

priístas deben mantenerse alineados, pero

parecen enfilados hacia el precipicio. -

Obedecemos la decisión del Presidente, él

sabe lo que hace y el sistema es fuerte así,

dice, pero aún tiene la esperanza de que el

Partido cambie de candidato, - ¡Hay que

poner a un priísta de a de veras! Sostiene

mi compañero de café. - A la base no le

gusta que sea tan “bueno”, no va con

nuestra esencia, somos un poco más

como… ¡Ya sabes! - Al tiempo me comparte

el último tracking que le han pasado. - El

Partido se va a dividir y aunque no

queremos que gane López, se empieza a

convertir en opción, por que a Anaya el

Presidente no lo quiere ni en pintura. Si

Anaya crece, pues ya es otra cosa….

Las últimas encuestas serias, que no son las

que se publican, sino los trackings que

reciben los partidos, mantienen a Andrés

Manuel en el primer lugar de las

preferencias, pero no por tanta diferencia,

le separan 9 puntos de Ricardo Anaya y, a

diferencia de éste, AMLO no logra crecer.

Meade, está en claro tercer lugar y la

pendiente es franca y hacia abajo. Magarita

viene en cuarto, con solo 4%. Andrés

Manuel necesita crear alianzas y debe

buscar quién le pueda entregar más votos.

Tras la decisión de sumar al PES está un

interesante y revelador cálculo: Aportan

más votos las iglesias cristianas que el

movimiento LGBTQHJDEUA8999, en ese

mismo sentido, no ha sido un descuido

deslizar la idea de la amnistía a los

delincuentes. Si bien a la gente decente su

idea no nos gusta, no debemos olvidar que

los narcomenudistas, los ladrones de

coches, los carteristas y demás

delincuentes de poca monta, no son pocos

y también tienen familia que vota y les

quiere libres. Por su parte, los anuncios más

bien ñoños de Anaya están logrando

reducir sus negativos y le ayudan a crecer,

aunque para algunos eso resulte “insolting”

and “onacceptabol”.

La confianza en el sistema y en los poderes

fácticos es ilusión que adormece. Es cierto

que el PRIsidente tratará de utilizar toda la

fuerza del aparato del estado para apoyar a

Meade, pero “vino nuevo en odres viejos”

es mala combinación. más fácil es que el PRI

se parta en 2 a que logre mantenerse unido

en torno a un mal candidato, que

ciertamente brilla menos que su esposa en

el súper. Por otra parte, lo de Rusia, que

tanta gracia causa a Manuelovich, no

parece tan descabellado y no se trata de

sumar una joya más a la abollada corona

del comunismo en Latinoamérica, sino

sencillamente de descomponer el

escenario. Si como todos sostenemos,

excepto Trump; Estados Unidos nos

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necesita - ¿A quién le conviene dañar a

México? ¿Es cierto que Rusia de ninguna

manera brinda apoyo a AMLOsky? ¿Cuál

sería la actitud de AMLO ante Trump, si

ambos tienen en su discurso el más rancio

nacionalismo? ¿Cómo sería la relación

entre ambos países? ¿Y si es cierto que los

rusos apoyaron a Trump y lograron que

llegue, cómo es que Estados Unidos nos va

a proteger? - Son preguntas.

Cierro recordando mi historia inicial del

palenque y concluyo: Concentrar el voto en

la única alternativa, aunque no sea “el

bueno”, puede ser la opción para quienes

apostamos al México del futuro por encima

del México del pasado. Suponiendo sin

conceder que AMLO no es como Chávez, de

menos es claro que quiere regresar al

México antes de los grandes cambios que

hemos visto a partir de 1994. No sé

ustedes, pero me encanta la idea de elegir

qué marca de gasolina comprar, disfruto la

opción de que Amazon me traiga libros en

inglés a mi oficina y me encanta poder ver

TV de paga y no la Televisión que ofrece el

Estado, que ya ni recuerdo en qué canal

transmite. Cuando era niño así no era mi

vida. Coincido con mi amiga “copetona” en

que Anaya no es tan bueno,

pero debo decir que puede

ser el que pueda. Me queda

claro que en el camino se ha

llevado a varios gallos de los

buenos y no tan buenos.

Estoy comenzando a

convencerme de que para

enfrentar a López y no

cancelar el futuro, no

debemos apostar al pinto,

por “bueno” que sea.

*Héctor Uriel Rodríguez

Sánchez. Apasionado de la

Política, Speaker y Consultor

de Negocios – Hago que las

cosas pasen. CEO en

DirigeHoy.net y Presidente

de HazBienElBien AC.

Twitter: @hectoruriel y

Facebook: /hectoruriel.rs

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Todos son zurdos por Artemio Estrella

En asuntos políticos se habla de

espectros políticos que van desde la izquierda política, socialistas, hasta la derecha política, conservadores, pasando por los centralistas (¿?). Se dice que los de izquierda son cerrados en asuntos económicos y muestran cierta apertura en asuntos sociales. Por el contrario, los de derecha se dice que son abiertos en asuntos económicos y cerrados en asuntos sociales. Partidos que se consideran a sí mismos como de izquierda política: PRI, PRD, PT, MORENA, por mencionar a algunos. El partido mexicano considerado de derecha por antonomasia es el PAN y de creación reciente tenemos al PES (Partido Encuentro Social).

Sorprende a propios y a extraños la alianza entre el PAN, de derecha, y el PRD, de izquierda. Qué decir de la alianza entre MORENA, de extrema izquierda y el PES, supuestamente de extrema derecha. Pero ¿son realmente esos partidos tan opuestos entre ellos?, ¿ideológicamente se encuentran unos en el otro extremo respecto de los otros?

¿Hay diferencias entre ellos? Partidos como el PAN y el PES ponen sobre la mesa una moral tradicional, con enfoque en los valores de la familia. No lo declaran abiertamente, pero el sustento de la moral de la supuesta derecha mexicana tiene base en los valores cristianos, algo muy criticado por la izquierda mexicana.

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Por el contrario, los partidos de izquierda como el PRI, PRD, MORENA y el PT, se proclaman laicos, es decir que, los valores religiosos no conforman de ningún modo su ideario político. Es entonces que en asuntos de moralidad podemos decir que son opuestos. Sólo que esta característica es la única que los hace diferentes.

¿Hay igualdades?

Todos navegan con bandera de demócratas y no sólo eso, todos son socialistas. El PAN, el PRI, el PRD, MORENA y el PES, todos son partidos socialdemócratas. Si ser de izquierda es ser socialista, entonces todos los partidos políticos mexicanos son de izquierda. El PRI y el PRD son miembros de la Internacional Socialista. Mientras que el PAN es miembro de la Internacional Demócrata de Centro (organismo socialcristiano). Las propuestas de todos ellos se centran más en asuntos sociales, en asuntos económicos simplemente no hay propuesta, más allá de seguir interviniendo en asuntos económicos como bien marcan los cánones socialistas.

Todos son de izquierda

Claro, algunos más radicales que otros y otros con algunas diferencias morales respecto de los contrarios, pero al final

todos comparten la mayor parte del ideario político socialista. Es por esto que no deben de extrañar sus alianzas, pues hay casi total compatibilidad entre todos los partidos mexicanos. Esta es precisamente la confusión que hay entre la sociedad mexicana, se venden como radicalmente opuestos, pero son lo mismo. El ciudadano mexicano no logra ver diferencia alguna entre los distintos partidos y sus militantes, porque relativamente no existe tal diferencia. Los discursos son los mismos, las propuestas son las mismas y cuando llegan al poder, el ejercicio de éste es el mismo. El cambio prometido nunca llega, sino que en cada periodo se polariza la situación. La ciudadanía mexicana tendrá en las próximas elecciones otro sabor: a los candidatos independientes. Cada candidato independiente con su ideología, principios y valores particulares. Esperemos que con los independientes podamos acceder a otra gama de propuestas que se salgan del tradicional socialismo, ese izquierdismo tan arraigado en nuestro país. *Artemio Estrella es tecnólogo especialista en TICs, columnista invitado en Asuntos Capitales y en Wellington.mx, y en asuntos políticos un impulsor de los principios republicanos.

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El ineludible destino

de “votar por el

menos peor” por Octavio Catalán

Desde que tengo memoria, en

cada proceso electoral nos encontramos ante la misma encrucijada, “votar por el menos peor”. En un análisis profundo de esa calamidad, podemos observar que no se trata de un fenómeno propio de un municipio, estado o incluso del país en donde habitemos. Defensor como lo soy del libre mercado, no puedo declararme de la misma forma como un demócrata convencido. Y es que la democracia es una forma de gobierno que nos conduce naturalmente a ser gobernados por las peores personas. Para explicar la contundente afirmación que hago en el párrafo anterior, vale la pena confrontar este texto con la obra “Libertad o Socialismo” de Hans-Hermann Hoppe, en su capítulo –Por qué los peores gobiernan-.

En un mercado libre, asumimos que existe libertad de entrada de oferentes, situación que siempre beneficia al consumidor, pues el resultado de la competencia, generalmente es un mejor bien o servicio, y mejores precios. Ganar al consumidor, es resultado de una mejora constante en lo ofertado. Sin embargo, el virtuosismo de la competencia en un mercado libre, no le es aplicable al “mercado político-electoral”. Dejar abiertas las puertas a cualquier oferente político resulta altamente peligroso. Alguien podría contra argumentar ingenuamente, que de igual forma la competencia en la arena política nos arrojará mejores propuestas y mejores políticos, pero eso es una falacia, pues el objetivo que se persigue es perverso en el fondo.

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Cuando el objetivo de la competencia es pernicioso, los oferentes están dispuestos a corromperse hasta sus últimas consecuencias. V. Gr., en la industria armamentista, las empresas compiten por crear instrumentos cada vez más mortales, con mayor capacidad de aniquilación y con consecuencias cada vez más funestas.

Todos los oferentes que compiten en mercados negros, ilegales y deleznables, tarde o temprano logran perfeccionar los fines a los que se han entregado. Un fabricante de drogas sintéticas busca la forma de generar más adicción de su consumidor y ser más competitivo que los productos contra los que compite en su mercado.

Un sicario busca la forma de ser más preciso en su reprobable actividad y al mismo tiempo tiene que acoplarse a los precios de un mercado, que aunque nos duela reconocer, existe.

Partiendo de la premisa: “LOS IMPUESTOS SON UN ROBO”, afirmación a la que no le dedicaré en este texto mayor explicación, pues ya la abordaré en otro momento, tenemos que considerar que el objetivo de todos los políticos que aspiran a ocupar un cargo público, es justamente “administrar” ese tributo que le fue arrancado del bolsillo al ciudadano. El gobierno no genera nada. Todo su actuar es financiado a costa de lo que le expolió a sus gobernados.

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Aunque a algunos les cueste más trabajo que a otros admitirlo, lo que en el fondo todos los políticos quieren, es llegar a una posición para disponer de los recursos que fueron expoliados a los ciudadanos, es decir, gastarse lo de los demás. Quien quiere llegar a esa posición se esforzará cada vez más en disfrazar esas intenciones y justificarán como Robin Hood que te quitan dinero para “redistribuirlo justamente”. Sin importar si existe un cohecho, concusión o peculado probado, al que hoy llamamos elegantemente “servidor público”, es un ladrón legitimado por la ley para ejercer actividades que ya de origen son cuestionables en su moralidad. Adicional a lo anterior, ya entronizados en sus cargos, los políticos perfeccionan los mecanismos financieros para saciar su hambre y sed de lo ajeno. De la misma forma en que el fabricante de armas o drogas y el sicario se perfeccionan en sus respectivos marcos de competencia, este ladrón del erario, se perfeccionará en su

oficio, pues es el mecanismo de supervivencia que genera la democracia. La creatividad que estos políticos desarrollan para justificar el robo a los contribuyentes la llamamos demagogia y pronto todos prometen imposibles y se convierten en populistas. Por ello es peligrosísimo que la democracia permita la libertad de entrada a cualquier oferente. Ese es el circo que vemos cada elección, ninguno se escapa. Cuando de apoderarse de lo ajeno se trata, no hay ideologías: la izquierda hace alianzas con la derecha, los conservadores con los liberales, los dinosaurios adiestran a los millennials… esta Orbe ya es Conversa y sin duda tiene esa pizca Socarrona que nos invita a reflexionar. De estos fenómenos hablaremos en esta columna, analizar las propuestas y las plataformas de los candidatos, de los partidos y de los gobiernos es un deporte que entretiene a la nación todos los días. En síntesis, la democracia si es la peor forma de gobierno, como apuntaba Churchill, excepto por todas las demás. Es lo que tenemos, así que prepárese nuevamente querido lector, y ¡a votar por el menos peor! “La conciencia predominará, sólo por medio de la razón.” *Octavio Catalán estudió derecho en la IBERO CDMX. Es consultor político desde 2007. Su Twitter es: @oc_catalan.

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Meade no es opción por Gerardo Garibay Camarena

José Antonio Meade es

probablemente el mejor candidato

presidencial que haya lanzado el PRI en su

historia: con impecables credenciales

académicas, una trayectoria muy

destacada en el servicio público y sin estar

marcada por la militancia partidista, un

perfil alejado de escándalos de corrupción

y una capacidad administrativa que le

reconocen propios y extraños, al grado de

que hasta el propio Ricardo Anaya en su

momento lo calificó como “un mexicano

del que nos sentimos profundamente

orgullosos” y de una “extraordinaria

calidad humana”. De todos modos va a

perder.

El hecho es que, por razones que no cabe

discutir aquí, la marca PRI se ha convertido

a nivel nacional en un lastre tan pesado que

simplemente esta fuera de la competencia,

y ni siquiera Pepe Meade ha podido

sobreponerse al inmenso arrastre hacia el

abismo de esas infernales anclas de los 22

gobernadores priístas acusados de

corrupción durante los últimos seis años,

varios de los cuales están ahora en la cárcel

por malversaciones que podrían superar los

$258 mil millones de pesos.

Tampoco se ha podido quitar la losa de la

condena en la opinión pública por

escándalos como el de “la Casa Blanca” o

“la estafa maestra”, que involucran

directamente a la actual administración

federal y que se suman a las secuelas del

caso Ayotzinapa, a la fuga del Chapo y a los

“gasolinazos”, todos ellos preservados

frescos en la memoria de los votantes a

través de la caja de resonancia de las redes

sociales, consolidando una nefasta imagen

del gobierno federal, cuya dolorosa

incompetencia en términos de

comunicación ha exacerbado el problema.

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A principios de diciembre y a pesar de todo

lo anterior, tras una operación de destape

impecablemente ejecutada, parecía que

Meade tenía el impulso para posicionarse

como la opción competitiva ante Andrés

Manuel López Obrador y que incluso podría

absorber a buena parte de los

simpatizantes panistas a través del

fenómeno del voto útil. Sin embargo, a dos

meses de distancia de su registro como

precandidato, la tendencia de los sondeos

de opinión es cada vez más clara: aunque

tuvo un ligero aumento en sus niveles de

apoyo inmediatamente después de su

lanzamiento oficial, conforme avanzan las

semanas y ante los ojos de la sociedad

Meade se identifica más con el PRI, el peso

de los “pecados de la marca” se acumula

sobre el candidato, y lo está hundiendo.

Veamos los números.

A principios de semana El Financiero

publicó su más reciente encuesta:

Obrador aparece con 38% de los apoyos,

Anaya tiene un 27% y Meade está

claramente en el tercer lugar con un

22%.

Un día después Reuters y Parametría

dieron a conocer otro sondeo: Una vez

más Obrador muestra una ventaja de

dos dígitos, con 34% de los apoyos,

contra 23% de Anaya y sólo 18% de

Meade.

Cifras que también se asemejan a las

publicadas un par de semanas por El

Universal: 32% AMLO, 36% Anaya y 16%

Meade.

Lo verdaderamente grave de este escenario

para José Antonio Meade no es estar en

tercer lugar, sino que, tomando como

referencia la encuesta de El Financiero, su

porcentaje de apoyos (22%) es

notoriamente menor al del PRI como

partido en cuanto a la intención de voto

para senadores (25%, y 30% cuando

sumamos al PVEM y Nueva Alianza). Es

decir, que casi 1 de cada 3

priístas/aliancistas de “voto duro” le está

negando el respaldo.

Este fenómeno era de esperarse, después

de todo el candidato nunca ha militado en

el PRI y su perfil dista mucho de ser el de un

tricolor promedio. Sin embargo,

originalmente el plan era que esos rechazos

dentro del voto priísta se compensarían con

la suma de voluntades de ciudadanos

independientes o de otros partidos, y se

suponía que para ello lo único necesario era

que las personas conocieran a Pepe Meade

y se dieran cuenta de sus fortalezas. Pero

eso no pasó.

¿Cómo lo sabemos?

Porque, gracias a la multitud de anuncios

de su precampaña, los porcentajes de

reconocimiento de Meade se triplicaron en

el lapso de un par de meses, pero sus

porcentajes apoyo en lugar de aumentar,

disminuyeron. Para mediados de

noviembre, entre un 28% y un 40% lo

identificaban, ahora ya lo ubican entre el

70% y el 85% de los electores potenciales,

pero en la intención de voto bajó de

aproximadamente un 20% a un 18%.

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Es decir, prácticamente nadie que se

haya enterado de la existencia de Pepe

Meade a través de la precampaña se

convenció de votar por él.

Por el contrario, generó una mala

percepción. Tanto los sondeos de El

Universal como de El Financiero coinciden

en que la imagen del candidato priísta es

notoriamente más negativa que la de

AMLO e incluso que la de Ricardo Anaya.

Es decir, tras iniciar su campaña Meade

heredó los monumentales niveles de

rechazo ciudadano al PRI como partido

y a la administración Peña Nieto como

gobierno. Puesto en números, casi un

60% de la gente afirma que nunca

votaría por el PRI y más de un 70%

rechaza la labor de Enrique Peña.

Con la suma de todos estos elementos la

única conclusión posible es que, a pesar de

todas sus innegables cualidades

personales, Meade no es la opción para

evitar que Andrés Manuel López Obrador

gane la presidencia de la República el

próximo 1 de julio.

El único que le puede competir realmente a

AMLO es Ricardo Anaya.

Es más, incluso para Anaya el camino es

cuesta arriba. Está entre 6 y 10 puntos por

detrás de AMLO, y encabeza un Frente cuyo

funcionamiento en el fragor de la batalla

electoral sigue siendo un misterio. La buena

noticia es que los niveles de rechazo a

Acción Nacional son mucho menores que

los del PRI y que el candidato de la coalición

Por México al Frente está subiendo de

forma ligera, pero generalizada, en los

sondeos.

Si aquellos simpatizantes de Meade, Zavala

y el Bronco que repudian el proyecto de

Andrés Manuel deciden a tiempo, Anaya

podrá alcanzar a Obrador y definir la

elección en una lucha de dos, en lugar de

que el candidato de Morena se vaya solo.

Es decir, a partir de los datos actuales, la

única esperanza realista para evitar que

el viejo PRI de López Obrador regrese al

gobierno federal es que el voto anti-

AMLO se sume a la campaña de Ricardo

Anaya. Meade no es opción.

*Gerardo Garibay Camarena es editor de Wellington.mx, columnista en diversos medios digitales y autor de los libros “Sin Medias Tintas” y “López, Carter, Reagan”.

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Mi

enfoque

sobre las elecciones por Ricardo Stern

Estamos iniciando un año

complicado –todavía más– en la política mexicana. Con excepción de dos períodos de estabilidad política merced a dictaduras o “dictablandas”, como se quiera ver, el porfiriato y el priato, este ha sido desde su fundación un país en perpetua campaña política. La obsesión por el poder, por la salvación a través de un tipo de gobierno u otro, por el líder fuerte, bondadoso y paternal que ha de ocupar la Gran Silla, tiene un dejo idolátrico y supersticioso, muy acorde con el espíritu nacional. Y no podría ser de otra manera: los gobiernos no pueden sino reflejar las virtudes, limitaciones, vicios y pecados de los gobernados. No sólo porque los gobiernos están compuestos de personas que salen de los diferentes estratos de una nación, sino porque las decisiones que esas personas toman están fuertemente limitadas por las ideas, aspiraciones, y caprichos de la misma gente. Tomar decisiones impopulares cuesta demasiado caro a un gobernante y muy difícilmente las tomará si no es en caso de extrema obligación.

Sólo un gobernante virtuoso de un pueblo predominantemente virtuoso estará en capacidad de realizar sólo acciones positivamente buenas. La esencia misma de un pueblo decadente será, por el contrario, la de estorbar y criticar toda acción benéfica y aplaudir y votar por las acciones más perjudiciales. En un estado con esas características, el rango de acción del gobernante para hacer el bien será, obviamente, muy limitado, mientras que su rango de acción para hacer daño será amplio. Esto significa que el mejor escenario para un país en tal grado de decadencia (y no hay duda de que México está en ese caso) es que los poderes de la Unión sean ocupados por gente relativamente virtuosa e instruida, que supere al menos por un poco el nivel general de descomposición del resto. Es decir, tendremos en esencia dos tipos de candidatos: (a) los que han contribuido directamente a la descomposición intelectual, moral y estética del pueblo, esto es, demagogos, charlatanes que lucran

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con el odio, la mentira y la división irracional de la sociedad, que viven en perpetua campaña, que son como termitas devorando sin clemencia el armazón de la nación y sólo empeoran sus vicios, y (b) los que pueden contribuir a contrarrestar aunque sea un poco esta descomposición, incluso si de pronto se ven arrastrados a la competencia demagógica y deben realizar durante la campaña diversos actos populacheros y prometer cosas inverosímiles. Los primeros basan todo su éxito en calumnias, amenazas, promesas absurdas, discursos vulgares e inflamatorios, movilizaciones de masas acríticas y otros alardes de fuerza para chantajear, etc. Esto creará una competencia política en la que incluso el hipotético político virtuoso y serio del caso “B” necesitará también corromperse y hacerse demagogo, como decíamos, para no quedar fuera de la carrera. El dilema es que, al caer en ese juego, contribuirá también a que continúe la descomposición, y, sin embargo, seguirá siendo deseable que lo haga, para al menos tener una posibilidad de evitar que el o los más demagogos accedan al poder y causen una destrucción todavía mayor. Esta es la razón por la que la demagogia es imparable, y arrastra a las sociedades en una espiral descendente cada vez más destructiva, empobrecedora y violenta.

Torneo de engaños. Todos los partidos y candidatos estarán pronto compitiendo, pues, para engañar más, prometer más soluciones mágicas, inventar nuevas y creativas formas de atraer la atención y entusiasmar a los ya completamente ebrios ciudadanos, inmersos en una bacanal troglodita por la que desfilan en pasarela los políticos mendicantes, con caras de ansiedad mientras esperan el pulgar hacia abajo o hacia arriba del pueblo engreído y tirano. En este circo de la demagogia no habrá un político que se salve, y sin embargo seguirá habiendo diferencias. La diferencia principal es que los verdaderos demagogos no sólo prometerán cosas milagrosas y absurdas, sino que verdaderamente tendrán la intención de cumplirlas, mientras que los que podríamos llamar falsos demagogos sólo estarán usando el populismo como estrategia de mercadotecnia, pero saben perfectamente que tratar de satisfacer esa voracidad popular por dádivas y magia sólo traería catástrofes, por lo que, de llegar al poder, harían lo posible por evitar implementar políticas conducentes al socialismo o nacionalismo, las dos grandes vertientes de la demagogia moderna. Votar por este último tipo de candidatos es la única manera que tiene un ciudadano consciente de contribuir a evitar un daño mayor. No hay manera, una vez que se ha caído en este círculo desenfrenado e insaciable, de prevenir por completo algún daño. No votar, evidentemente, es inútil, al

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igual que votar por partidos pequeños o candidatos independientes. En un escenario de riesgo, en que se juega todo, no se puede tirar un solo voto a la basura. No hay nada que se pueda hacer, habrá que votar por un candidato populachero de todas formas, y sabiendo además que por muy falso demagogo que sea, no podrá evitar realizar algunas acciones contraproducentes para mantenerse en el poder. Habrá daño, pues. Pero es no solo lícito sino incluso un deber ético contribuir a que ocurra el mal menor. Ningún médico opinaría que amputar un miembro es algo “benéfico” en sí mismo, y sin embargo puede ser lo único que salve la vida una vez que se llegó a una circunstancia extrema. El panorama que tenemos en México para las elecciones del 2018 es justamente este. Se trata de un país con incontables atrasos en todos los aspectos, una población inmadura políticamente y que nunca ha salido del paternalismo y la demagogia. Es claro que ningún político puede hacer algo contra eso, y tenemos: un partido populista extremo, Morena, prometiendo ser “la esperanza de México”; una alianza (PAN-PRD-MC) que asegura que la solución alquímica a los problemas es esa superchería económica llamada Renta Básica; y al candidato del partido en el poder, José Antonio Meade, diciendo que podemos llegar a ser una gran “potencia” (lo que sea que eso signifique). Es claro que ninguno de los tres podrá cumplir esas promesas, pero también es claro que no son los tres iguales.

Obrador, el más peligroso.

López Obrador y su partido de corte fascista es sin duda la opción más riesgosa (por no hablar de lo injusto que sería que se salieran con la suya, accediendo al poder por los medios más viles), ya que es el más radical, el que cuenta con seguidores más fanáticos y violentos y el que ha demostrado no tener escrúpulos para prometer, calumniar, apoyar movimientos sediciosos, cerrar avenidas, etc. En una palabra, tenemos todos los elementos para suponer que es el tipo de demagogo que sí piensa implementar un plan de gobierno “alternativo”, o sea, radical, autoritario y anticapitalista. En la Declaración de Principios de Morena, leemos que “el modelo neoliberal impuesto en los últimos 30 años, sólo ha beneficiado a una minoría a costa de la pobreza de la mayoría de los mexicanos. La economía está en manos de los monopolios; la planta productiva está destruida; hay millones de jóvenes sin oportunidades de estudio o de trabajo; el campo se encuentra abandonado y miles de migrantes cruzan la frontera norte cada día, a pesar de los riesgos y de la persecución”. Esto parece casi calcado de la Declaración del PSUV de Venezuela, partido que tiene como principal misión “atacar al neoliberalismo”. Y aquí hay innumerables motivos de alarma. El primer punto es que ese modelo de economía mixta con más apertura que el socialismo nacionalista del viejo PRI, al que llaman “neoliberalismo”, no ha producido

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ni una sola de las cosas que se le achacan en el documento. No ha beneficiado a una minoría, no ha puesto la economía en manos de monopolios, no ha destruido la planta productiva, no ha dejado sin oportunidades a millones de jóvenes, no ha causado un abandono del campo y no ha producido más migrantes que antes. Por el contrario, en los últimos años hay más mexicanos regresando a nuestro país que emigrando. Y, de hecho, en todos los puntos mencionados, es demostrable fuera de toda duda que dicho “neoliberalismo” ha producido exactamente lo contrario. De este modo, toda la propuesta obradorista parte de un diagnóstico no sólo falso sino absurdo. Y esto se comprende al revisar la historia reciente de la izquierda mexicana, cuyos líderes provienen del viejo sistema priista. Antiguamente, la ideología prevalente del PRI era socialista-nacionalista-revolucionaria, y fue solo gracias al autoritarismo, que no a sus buenos resultados, que pudo sostenerse por tantas décadas, y los beneficios que hubiera podido causar por aquí y por allá se debieron más al factor de la estabilidad política y el orden que en sí al modelo económico entonces vigente, carente de toda virtud y responsabilidad. La corrupción, la violencia, la pobreza, el analfabetismo, la segregación, el corporativismo y monopolismo eran infinitamente mayores que ahora, por no hablar de las libertades civiles.

No hay un solo indicador económico o de desarrollo humano que haya retrocedido en los últimos 30 años. Incluso la violencia, el peor flagelo, está en niveles bajos, si revisamos toda la historia de México, un país sumamente violento desde su origen. Los homicidios NO relacionados con el crimen organizado llevan 15 años en su nivel histórico más bajo, sólo por dar un ejemplo. Ni en las épocas más rígidas de control priista se alcanzaron esos niveles tan bajos. Incluso la violencia relacionada con el crimen organizado, en su punto más álgido, 2012, no pasó jamás de los niveles que eran normales en 1960. En resumen, el diagnóstico es completamente falso. Y por si esto no fuera suficientemente grave, sabemos también que los partidos autoritarios de otros países, afines a la ideología de Morena, que han llegado al poder en muchos países dese hace décadas (incluyendo, como ya decíamos, México con el viejo PRI), han causado siempre los mismos efectos, que son nada menos que… ¡de los que se queja la Declaración de Principios del propio Morena! Es decir, sólo han beneficiado a una minoría a costa de la pobreza de la mayoría, han creado monopolios, destruido la planta productiva, dejado a millones de jóvenes sin oportunidades de estudio o de trabajo, arruinado la producción agrícola y producido miles o millones de migrantes. Así que López Obrador es, sin duda, la opción más nociva. Anaya, menos riesgo; Meade, el más serio…demasiado.

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De Ricardo Anaya sabemos poco, pero su historial ha sido moderado y pertenece a un partido relativamente conservador, que ya gobernó el país y no ocurrió ningún desastre. Esto permite suponer que, aunque tiene esa propuesta falaz y radical de la Renta Básica, es al menos posible que, en caso de ganar la presidencia, comprendería mejor las consecuencias de tan torpe medida y, con algún pretexto, no concretaría su implementación, o bien no obtendría en el congreso la mayoría necesaria, incluso si su partido obtuviera una mayoría de legisladores, cosa que jamás ha ocurrido y no es nada probable, además de que incluso muchos legisladores del PAN no aprobarían una medida tan irresponsable y estéril.

Su alianza con el partido de centro izquierda PRD no sube mucho las probabilidades de conseguir ese apoyo en las cámaras. Creo, pues, que podríamos estar tranquilos en general, de ganar Anaya, pero no deja de ser riesgoso votar por un candidato que, a pesar de sus

estudios nada desdeñables, parece no ser muy ducho para contrastar la realidad con las ilusiones. Meade parece ser el más serio de los candidatos, y reúne excelentes características para gobernar, desde un carácter tranquilo y moderado hasta conocimientos técnicos y formación académica más que pertinentes para el cargo. Sin embargo, ese carácter tan deseable en un gobernante puede ser el talón de Aquiles de un candidato. Sabiendo que la mayoría de la gente vota por motivos más bien irracionales, la moderación y falta de “carisma” en el sentido político clásico pueden ser percibidos como debilidad, tibieza y, lo

peor que puede ocurrir en el marketing político, aburrimiento. Si Meade no consigue despertar emociones fuertes, su probabilidad de ganar se reduce

drásticamente. Difícilmente podrá salvarlo la disciplina electoral de las bases militantes del PRI,

como veremos más adelante, y, de hecho, representar a ese partido en estos momentos de tanto descrédito puede también generarle un nivel de animadversión insuperable. Es un arma de doble filo competir bajo un logotipo tan deteriorado.

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Independientes, incógnita.

No sabemos qué independientes competirán, pero no hay ninguno que verosímilmente pueda superar a ninguno de los tres mencionados. Eso sí, hay al menos cuatro que pueden alterar el escenario, y hasta cambiar el resultado, que son: Margarita Zavala, Pedro Ferriz, María de Jesús Patricio (Marichuy) y el Bronco. Zavala es, dese luego, la más fuerte, y algunas encuestas la sitúan el torno al 10% de las preferencias. Aquí se presenta una situación que amerita algo de análisis, ya que es un porcentaje con el que le sería imposible ganar, pero sí determinar un resultado favorable a López Obrador, ya que ese 10% serían votos que, en su mayoría, de no participar ella en la contienda, se distribuirían entre Meade y Anaya. Sería bastante irónico que la presencia de la esposa de uno de los más grandes adversarios de AMLO, acabe determinando su victoria. Obrador el puntero y Anaya el perseguidor. De hecho, a seis meses de la elección, López Obrador ya aparece

hasta arriba, y con un amplio margen, en todas las encuestas. Anaya parece estarse perfilando como el segundo lugar, y Meade no parece estar logrando pasar más allá del “voto duro” del PRI, lo cual, contrario a lo que muchos piensan, no alcanza para determinar una elección. El resultado de 2006 lo deja ver muy claramente, cuando el candidato del PRI, Roberto Madrazo, quedó 13 puntos porcentuales abajo del segundo lugar. Tuvo incluso 3.5 millones menos de votos que el tercer lugar de 2012, Josefina Vázquez Mota. Así que el “voto duro” e incondicional del PRI no alcanza, ni de lejos, para ganar una elección. El rechazo a Morena y AMLO sigue siendo grande, pero

cada vez menos, incluso en estados del norte en los que este era amplísimo. La popularidad del presidente Peña ronda el 27%, y la mayoría de la gente considera, con un entrenamiento nulo en economía,

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que ésta ha empeorado en el presente sexenio. En pocas palabras, todo está favoreciendo a AMLO en este punto, y sus opositores no muestran la más mínima señal de tener disposición a aliarse o negociar de alguna manera para evitar que el populismo extremo se haga del control el país, o al menos del poder ejecutivo, ya que, aunque algunas encuestas parecieran indicar un avance de Morena en el poder legislativo, es prácticamente imposible que alcanzaran una mayoría absoluta, e incluso relativa. En el ya referido proceso de 2006, en que el PRI quedó tan mal parado, no perdieron, a pesar de la debacle, el control de ambas cámaras, lo cual permite al menos suponer que AMLO enfrentaría una oposición vigorosa a sus políticas previsiblemente retrógradas e irresponsables. En cualquier caso, el escenario es difícil y, gane quien gane, tendrá retos de seguridad y gobernabilidad enormes. Con las encuestas favorables a AMLO que hoy se observan, será más fácil que nunca para él y su equipo alegar fraude, en caso de perder, con las consecuencias fatídicas que ya conocemos de esa vieja manipulación suya. Y si gana, el “PRIANRD”

apostará por su fracaso, lo cual es a la vez bueno y malo, ya que así como puede estorbarle muchos de sus propósitos demagógicos, puede también generar violencia, parálisis y otros males. No es ni siquiera descabellado concebir una especie de “golpe de estado” encabezado por el propio Obrador como presidente, contra los otros poderes y partidos de oposición, si éstos se dedican a estorbarle. En conclusión, por ningún lado se ve esperanzador el panorama, además de que la política no es ni puede ser jamás la esperanza de un país para salir del atraso y la barbarie. Incluso, el hecho mismo de que todas las esperanzas de la mayoría de la población estén puestas en quién ocupa la silla presidencial, ya es en sí mismo el mejor indicador de las pocas esperanzas que tenemos. *Ricardo Stern, Ciudad de México, 1976. Estudió piano, literatura dramática y arquitectura del paisaje. Es autor de Aquí no se sirve café (novela, Sediento, 2012) y La razón ardiente (ensayo, Galma, 2015). Actualmente trabaja en consultoría política e investigación.

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El agotamiento

de las ideas por Hiram Pérez Cervera

Es un hecho, estimados lectores,

que el sistema político mexicano esta agotado hace varios años. Ya no se ofrecen soluciones, tan sólo paliativos y hasta eso, cada vez más ineficaces. Todo se soluciona con impuestos, todo se soluciona con gasto, para dar como resultado ferraris en garajes de funcionarios o costosas mansiones de lujo en lugares paradisiacos a los cuales ni usted ni yo podemos soñar con tener – ya sea por lo caro de los permisos de construcción o porque de plano está prohibido hacerlo.

No obstante, dicho agotamiento no sólo es patente dentro de la acción política, también lo es ya dentro del mundo de las ideas y esto es lo que debería ser de preocupación para los actores políticos del país pues ¿De que manera van a legitimar los futuros cobros y los gastos? La gente de a pie ya no se traga con facilidad los discursos de la política. Tomemos por ejemplo a Andrés Manuel López Obrador, su discurso de la mafia del poder y del rejuvenecimiento de la economía mexicana a través de modelos que fracasaron en toda América Latina en los años 70, así como su percepción de líder

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cuasi divino, son cada vez más infumables para los mexicanos - eso sin contar el grupo que lo apoya desde el dogma - a tal grado que recientemente tuvo que entrar el apoyo de un partido de otro país, el PSUV, a través de pintas con la leyenda “López Obrador es revolución mexicana” para darle un aire nuevo a su figura y tal vez así medio tapar todos los amarres que está haciendo con esos personajes que antes identificaba como miembros de esa mafia. Claro está que esta propaganda realizada desde otro país, de acuerdo discurso de la izquierda esto no es injerencia de un gobierno en los asuntos de otro ¿Verdad? O quizás es una manera de decirle al INE “no puedes fiscalizar no que no está en el territorio nacional”. Un caso más de esta falta de ideas es el caso del candidato del PRI, José Antonio Meade. Su destape como precandidato a la presidencia de México fue, por demás, faraónico y apegado a las tradiciones de ese viejo PRI que nadie quiere y que del que hoy, irónicamente, se intenta deslindar – como lo hacen en cada campaña, cabe destacar. Peor aún, los medios de prensa nacional lo intentaron presentar como el representante del liberalismo económico

en el país, cosa que solo un par de ingenuos se lograron tragar. A un par de meses de haberse destapado ¿Cuáles son sus ideas? ¿Qué rumbo quiere darle al país? Hasta el momento ninguna clara, se entiende que este es el momento de buscar el apoyo interno del partido y que quizás las mejores ideas no sean reveladas aún, pero lo reprochable es precisamente eso, amigo lector, que no hay ideas, solo discursos sobre como hay que convertir a

México en una potencia económica para superar las barreras de la pobreza, pero siempre queda preguntar ¿Cómo? ¿Continuando el camino que llevamos recorriendo casi 6 años? De momento no lo sabremos, lo cierto es que mucha gente esperaba mucho más de Meade y de saludos navideños y buenos

deseos para año nuevo no pasamos. Nos queda Ricardo Anaya Cortés, virtual cabeza de la coalición Por México al Frente. Personalmente esperaba un inicio fuerte hablando de ideas, con cosas nuevas que dieran de que hablar y con propuestas nuevas que fueran encaminadas a revertir la reforma fiscal de 2013.

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Y sí, hubo una propuesta nueva, pero en el sentido del retroceso, se propuso un ingreso básico universal, a todas luces impagable pero que pretende sustituir los programas sociales existentes. Espero de verdad, que prevalezca la segunda idea y se abandone la primera. Fuera de ese primer desencuentro, lo que se ha dejado ver es su recorrido por la república en búsqueda del apoyo necesario al interior del partido para encabezar la coalición, es decir, pura pose para la foto. Para un partido que tiene una reputación de ser propositivo en la medida que lo fueron Castillo Peraza, Manuel Clouthier o Luis Pazos, quienes siempre tenían algo bueno que decir o algo con lo que aportar, esto debe ser motivo de una reflexión a su interior a modo de saber que está pasando que impide que los liderazgos salgan a dar la batalla por las ideas. Finalmente quedamos nosotros, los que pagamos todo esto, los individuos que componen la sociedad mexicana, en medio de estas tres fuerzas sin tener una idea muy clara de las diferencias que, en ideas, debería haber entre ellas. Nos encontramos en una especie de limbo en el que los políticos se dispondrán a ofrecer lo más que puedan – sin importar si esto es posible o no – para atraer la preferencia de los votantes, esto es malo

para la república, es malo para la democracia y es malo para la prosperidad de un país, pues es el nicho en el cual el socialismo puede colarse para arruinarnos la vida a todos, sucedió en Argentina, sucedió en Bolivia, sucedió en Venezuela. Sucedió cuando el modelo se agotó y la ciudadanía no fue capaz de ver la diferencia entre un actor político y otro. Amable lector, me daré por bien servido si al terminar esta lectura en su mente se quede abierta la siguiente discusión ¿Qué nos conviene más, un país donde la gente puede seguir su camino y afrontar las consecuencias de sus decisiones de forma responsable o uno donde un comité de políticos pretende que pueden planificar nuestro día a día para enriquecerse a costa nuestra? ¿Dónde prefiere su dinero, en la bolsa de un político o en la suya? Si algo debemos tener bien claro antes de entrar a estas elecciones es que cada cosa que le autorizamos hacer por nosotros a la política implica también una autorización para meternos la mano en los bolsillos, tal vez convendría exigir recorrer un camino hasta ahora desconocido para México, el camino de la libertad. *Hiram Pérez Cervera es internacionalista, enfocado en el estudio del impacto de la política sobre la economía. En twitter lo encontrará como: @hiram_perezc

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Renta básica:

Lo que se discutió en

Europa por Efrén Zúñiga

A más de alguno sorprendió la

principal propuesta del Frente Amplio (FA): el Ingreso Básico Universal. Lo que más llamó la atención fue sin duda la manera tan airosa con la que el entonces dirigente del Partido Acción Nacional (PAN) y ahora Candidato a la Presidencia por el FA, Ricardo Anaya, la presentó, la justificó y la promovió en sus redes sociales y en los medios de comunicación.

Algunas de las razones que expuso fueron las siguientes: Que es una propuesta que promete mitigar la pobreza; que la automatización ha desplazado la mano de obra; que los programas sociales no se encuentran en su totalidad en un padrón; que reconocidos economistas (según el propio Anaya hasta Milton Friedman, lo cual no es del todo cierto) y diversas personalidades como Mark Zuckerberg la respaldad; y que es una medida que se encuentra en discusión en países desarrollados como Francia o España.

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Si bien muchas de las justificaciones pudieran no gustar del todo, echemos un vistazo a esto último. ¿Qué se ha debatido?, ¿quiénes se oponen y quiénes lo apoyan?, ¿cuáles son las virtudes que enaltecen quienes la promueven? y ¿cuáles son los señalamientos de quienes la critican?

Veámoslo a continuación.

Los detractores del IBU (o más conocida en Europa como Renta Mínima) sostienen que en una economía con un alto nivel de informalidad este tipo de ayudas solamente desincentivan el empleo formal, pues los individuos al percibir un ingreso fijo, por el solo hecho de existir, tenderían a incorporarse al mercado laboral informal para así permitirse recibir dos fuentes de ingresos. Peor aún, el caso en que una persona que pudiendo laborar prefiera no hacerlo pues sabe que recibiría un ingreso fijo.

Otro asunto a destacar es el financiamiento. Para los detractores, esta política tiene únicamente dos vías financiamiento: más deuda o más impuestos, algo que, al menos entre los sectores liberales, no sería bien visto. Por último, el proverbial asunto político. Los opositores al IBU aseguran que estas políticas convierten a los beneficiados en un botín político, convirtiéndose así en rehenes del estado. La política que recomiendan es más flexibilidad laboral, bajar impuestos y liberalizar la economía, y después de que ocurra todo lo anterior entonces será momento de revisar el IBU. Revisemos a grandes rasgos lo que dicen sus promotores. Quienes están a favor de IBU afirman que esta medida no podría desincentivar el empleo pues, de entrada, la gente no tiene empleo porque el mercado o estado no ha podido ser capaz de generar espacios para incorporarse.

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Si bien reconocen que este tipo de medidas (de transferencias directa), de alguna manera ya existen, estas son insuficientes para garantizar un nivel idóneo de bienestar. Otra justificación es que, al introducir dinero en la economía, esta se reactivará generando un mayor número de puestos de empleos. En lo correspondiente a la afirmación de que esta medida desincentiva el empleo formal, los promotores afirman para que ello no ocurra, el IBU debe ser garantizado al margen de que tenga o no tenga empleo, para que así las personas reciban una fuente adicional de financiamiento. Finalmente, para los defensores del IBU no habría porque incurrir ni en más impuestos ni en más deuda, ya que con solo implementar una reforma fiscal recaudatoria sobre “los más ricos” sería suficiente. Este debate es bastante amplio de los que parece, al grado que más que económico pareciera ser hasta algo filosófico. Lo que es claro es que esta política la defenderían todos salvo los políticos conservadores o liberales. Anaya dice que se está debatiendo, es cierto, pero no se ha presentado un resultado absolutamente concluyente en aquellos sitios en los que se ha implementado. Es decir, para el Candidato la sola discusión es suficiente para tomar una postura, justificarla y promoverla.

Lo que no dice es que en el debate es la izquierda y no la derecha quién la defiende y le promueve. Para finalizar vale la pena revisar de RT Noticias, el Kaiser Report, donde Max Kaiser cita la gastada definición de locura de Albert Einstein como preámbulo para el análisis de la Renta Básica en una entrevista con Scott Santens. En dicha entrevista la Renta Básica se justifica un mecanismo de respuesta ante la automatización y la desigualdad, ello en el 2015. ¿Le suena familiar? Pues fue así como Ricardo Anaya presentó su propuesta en redes sociales apenas hace un par de meses ¿coincidencia? *Efrén Zúñiga es Licenciado Economía por la Universidad de Guanajuato. @EfrenZuS