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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA Nacionalismo cultural en la novela hispano-filipina de Antonio Abad, El
Campeón (1940)
Nacionalismo cultural
Antonio M. Abad (1986-1970), un periodista filipino acudió a todas las editoriales de
Manila al acabar la segunda guerra mundial buscando financiación para su novela El
Campeón finalizada en 1940 en la isla Filipina de Cebú. Sin éxito, este militante de la
lengua española en Filipinas se acercó a sus ‘hermanos’ latinos ofreciéndoles una
obra híbrida de costumbres, folklore, nacionalismo y crisis de identidad étnica y
cultural bajo el tema de la pelea de gallos. Al parecer, una editorial argentina se
interesó por la obra pero nunca consiguió ser publicada según nos cuentan Salvador
García & Luisa Young (2013). Estos jóvenes investigadores de México y Filipinas
respectivamente han recompuesto la obra en una versión reeditada en el 2013 bajo el
proyecto de reedición de clásicos hispano-filipinos llevado a cabo actualmente por el
Instituto Cervantes de Manila.
Esta mínima introducción sirve para ilustrar la compleja red transnacional asociada a
la producción y circulación literaria filipina y los vínculos que se generan entre los
centros y las periferias del mundo Hispánico. En Filipinas no hay (ni ha habido
nunca) 1 un público lector suficientemente grande para que estas novelas se
mantuvieran vivas tras nacer de la mano de un grupo marginal de escritores que
además desaparecería en una generación. Y aunque el público lector en español es
bastante amplio, no lo es tanto la posibilidad de publicar para los escritores filipinos
que competían con un vasto mercado latinoamericano y español.2
Todavía incluso cuesta recordar que Filipinas fuera un día un país vinculado a la
lengua española, menos aún que tenga una tradición literaria en español. Lo que esta
1 A principios del siglo XX vivían en Manila unas 100,000 personas y su centro urbano era
hispanohablante según explica Donoso (2012: 339). Un estudio sociolingüístico de Molina Martos de
2005 cifra el número de hispano-hablantes en 3000 en la región de Manila. Y un artículo del periódico
El País de mayo de 2016 extrapolaba la ya mítica frase ‘los últimos de Filipinas’ en referencia a las
tropas españolas que protagonizaron el sitio de Baler, a ‘los últimos del español’ en un artículo sobre la
lenta muerte de la última generación hispano hablante de Filipinas. En línea
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/04/12/actualidad/1460464651_728256.html 2 No es mi intención aquí hablar sobre la posición de la literatura Hispano-Filipina en el marco de la
literatura mundial pero merece la pena considerar los trabajos de Pascal Casanova’s The World
Republic of letters (2004) or David Damrosh’s What is world literature? (2003) o más recientemente
Pheng Cheah What Is a World?: On Postcolonial Literature as World Literature (2016). También la
edición de las Letras FilipinasIsaac Donoso, es probablemente el filipinista que más luz puede arrojar
sobre este tema en su antología de 2010.
Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA tradición literaria tiene muy presente, y está claramente expuesto en las historias que
cuenta, son las idiosincrasias de su doble historia colonial - primero la española
(1951-1898) y luego la estadounidense (1898-1948) y su consecuente proceso de
transculturación (Ortiz 2002). La hibridez de la literatura hispano-filipina se
manifiesta a través de los lazos transnacionales reales e imaginados que aparecen en
las obras (hacia España, Estados Unidos, pero también Japón y China) con relación a
al pasado, presente y futuro del país. Precisamente por haber conseguido la
independencia del imperio español, pero encontrarse bajo un nuevo sistema colonial
esta literatura empieza a cuestionar la identidad cultural filipina y el rol de la misma
en la creación de una consciencia nacional. La identidad transcultural filipina por
tanto sustenta su visión nacional en la incorporación o en el rechazo de los vínculos
culturales heredados de su historia y del momento presente en el que se crea, esto es,
hacia lo hispano (el catolicismo, la lengua española), lo estadounidense (la
modernización, el progreso) y lo ‘asiático’3 (la identidad étnica, las tradiciones y
rituales locales pero también la idealización de otras culturas asiáticas). Estos
vínculos transculturales son a veces complementarios y a veces contradictorios,
especialmente porque el nacionalismo parte de un impulso homogeneizador que
encuentra por tanto grandes dificultades en organizar lo heterogéneo y lo híbrido que
tienen todas las culturas y que está especialmente presente en los contextos
postcoloniales.
Uno los objetivos principales de la tesis doctoral en la que se enmarca este artículo es
descubrir qué caracteriza al discurso nacionalista hispano filipino a través de (una
sección de) su literatura y cómo estas narrativas estrechan o rechazan los vínculos
culturales que la componen. En algunos casos, los textos ofrecen una reflexión intra-
cultural, hacia las características locales de las Filipinas, y a veces transnacional, es
decir, mirando hacia fuera, comparándose y emulando otras naciones que se perciben
3 Fernando Zialcita cuestiona el término ‘asiático’ por considerarlo abstracto y generalista (al igual que
lo es el término ‘europeo’) y sobre todo porque incluso dentro de lo que se aglutina como el Sudeste
Asiático (Tailandia, Laos, Vietnam, Camboya, Indonesia) Filipinas se percibe como una ‘anomalía’
debido a que sus características culturales no coinciden con las del resto de este territorio y conforman
el canon de lo ‘auténticamente asiático’ que además coincide con lo ‘exótico’ en los ojos de occidente
(Authentic Though Not Exotic, Essays on Filipino Identity 2005). En otro artículo, a modo de ejemplo,
Zialcita explica que “En el campo arquitectural no hay nada común entre un tempo confucionista, una
estupa budista,, un templo hindú y una mezquita. Entonces, ¿cómo se puede declarar que la iglesia
barroca de Filipinas es una aberración en Asia, si “Asia”, como unidad cultural no existe?” (“El
español y la identidad filipina”, en Donoso 2012: 522)
Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA como ‘mejores’ y por tanto a lo que una Filipinas independiente podría aspirar a ser.
Tal es el caso de las Notas de Viaje (1929) escritas por la doctora María Paz Mendoza
Guazón en las que la observación de modelos culturales en Estados Unidos, Europa y
Oriente Medio le sirve para hacer hipótesis sobre cómo podría transformarse Filipinas
tomando lo positivo y rechazando lo negativo según la propia visión de Mendoza. Por
ejemplo, ella hace especulaciones como las siguientes: si las Filipinas reconociera sus
industrias locales en vez de admirar todo lo que viene de fuera, podría comercializar
sus productos, como los quesos de la región de la Laguna (tal y como hacen los
holandeses de forma artesanal en pequeñas empresas familiares, Notas de Viaje 66),
los tejidos de piña, o promocionar el adobo como plato nacional, como hacen los
chinos con el arroz frito exportándolo a todo el mundo (52). Si la educación en
Filipinas adoptara los modelos alemanes o daneses, los filipinos aprenderían a ser
individuos independientes, productivos y especializados en oficios tal y como lo
hacen los alemanes (66).
Antonio Abad, sin embargo, desencantado por la insistencia estéril de los intelectuales
filipinos en mimetizar4 las idealizadas naciones occidentales (y también las orientales
como lo fue el caso de Japón antes de la Segunda Guerra Mundial como demuestra la
novela de Jesús Balmori (1887-1947) Los Pájaros de Fuego, una novela filipina de la
guerra, 1945) dirige su mirada al campo, a explorar la Filipinas rural, en particular la
de la isla de Cebú de donde él mismo proviene. Habiendo escrito ya una novela
urbana en la que el protagonista se mantiene fiel a sus ideales políticos y sociales
renunciando a un trabajo en una imprenta estadounidense en Manila5, Abad elige
como tema central para El Campeón una de las prácticas más arraigadas a la vida
rural filipina, la de la pelea de gallos. Este giro temático me anima a interpretar El
Campeón como un intento de ejercer un nacionalismo cultural que no se basa en una
condición e hipótesis futura (como el caso de María Paz Mendoza Guazón en sus
Notas de Viaje, 1929) sino una reflexión sobre el presente y el pasado de las
comunidades rurales. Frente al abismo de una segunda guerra mundial y con la
4 Cuando hablo de mimetizar me estoy refiriendo al concepto de Homi Bhabha ‘postcolonial mimicry’
que expresa la idea de que el sujeto colonizado, al haber sido educado bajo los cánones de occidente no
deja de imitar su modo de pensamiento, si bien lo reinterpreta a su manera. Bhabha describe esto en su
más citada frase “ is almost the same, but not quite” (“Of Mimicry and Man: The Ambivalence of
Colonial Discourse” 1984: 126). 5 La Oveja de Nathan (1922) que Daisy López, profesora de español en la Universidad de Filipinas
describe como “nuestra Guerra y Paz” (“Los últimos del español”, 2012, El País)
Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA diligencia y devoción de los japoneses derribando los accesos a Intramuros (la ciudad
amurallada donde vivía la élite colonial en Manila) no es de extrañar que la novela de
Abad abandone la tarea de visionar el futuro de una Filipinas independiente y ofrezca
una mirada al pasado y a su propio presente. No obstante, el nacionalismo cultural
que proclama la novela no es tanto un reclamo de un pasado indígena idealizado y
perdido, ya que entonces no se subrayaría lo hispano en las raíces culturales filipinas6,
sino en el reconocimiento de la pelea de gallos y su sincretismo cultural con el
catolicismo (y algunos elementos de la cultura china) como un fenómeno
contemporáneo al autor que contiene la ‘esencia’ transcultural del ser filipino, por lo
tanto podríamos hablar de un nacionalismo transcultural.
La tarea de los nacionalistas culturales, como explica Hutchinson es la de “excavar
restos culturales” en búsqueda de un fundamento sobre el que reconfigurar o
regenerar la idea de nación basada en el patrimonio nacional y el pasado histórico
(Hutchinson 2013:86). 7 La novela de Abad puede leerse como un ejemplo de este
nacionalismo cultural por la manera en que representa la pelea de gallos. Por un lado,
se considera una práctica íntimamente filipina (a la vez que transcultural y
transnacional) 8 que ha sido capaz de resistir las políticas colonialistas que han
intentado erradicarla como los dogmas de la iglesia católica y el discurso imperialista
camuflado bajo las políticas modernizadoras de Estados Unidos que consideraban la
pelea de gallos como un deporte bárbaro y por tanto indigno de un país que aspire a
ser independiente (Davis 2013; Guggenheim 2007).
Además, a través de la fábula de El Campeón, Abad critica la jerarquía colonial
ordenada en base a cuestiones de clase y etnicidad, acusando a los tecnócratas
6 Nick Joaquín (1917-2004) es uno de los escritores filipinos más reconocidos en lengua inglesa y uno
de los primeros en fomentar el reconocimiento de lo hispano como parte de las ‘raíces’ culturales
filipinas, sin las cuales, tal y como dice Zialcita es difícil dejar de entender la identidad de Filipinas
como una anomalía en Asia. 7 El libro de Hutchinson están en inglés, las citas incluidas en este artículo son mi propia traducción. 8 La pelea de gallos según cuenta Antonio de Pigafetta, uno de los primeros cronistas de la
colonización filipina, ya existía en las islas antes de la llegada de los españoles (Guggenheim 1982).
Además, la pelea de gallos se cree originaria del sudeste asiático, a pesar de considerarse un deporte
local en muchos países de América Latina. Alan Dundes en su colección de artículos sobre la pelea de
gallos (The Cockfight: A Casebook, 1994), añade a los articulos de Davis and Guggenheim que yo
comento aquí, otros sobre esta practica en Irlanda, California, Londres, México, Puerto Rico y
Argentina. Al parecer, “nada es más barato que criar un gallo de pelea” (El Campeón , 50) y no se
necesita una gran infraestructura para la pelea en sí, por lo que es un ‘deporte’ popular en ciertas
regiones de todo el mundo.
Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA filipinos de cierta ceguera política al intentar traducir la ideología nacionalista
occidental al contexto filipino. A través de la metáfora del corral de gallinas, Abad
insta a una transformación en los roles de la población formulando una visión
alternativa de comunidad nacional filipina. En las siguientes secciones ilustraré cómo
la novela representa la pelea de gallos y la gallera como un espacio físico y simbólico
de resistencia política a través de los diálogos de los personajes humanos y cómo la
nueva comunidad imaginada toma forma en la novela con la fábula de Banogón y el
corral de pueblo.
La pelea de gallos, una práctica transcultural filipina
A finales de 1939, cuando los vientos del conflicto europeo empiezan a levantar vuelo
también en Manila, Abad se refugia en su Cebú natal. Sigue con sus labores de
periodista pero se dedica a recuperar las historias que había publicado en varios
periódicos sobre las aventuras de un gallo de pelea llamado Banogón, y las transforma
en una novela que finaliza en 1940.
El Campeón cuenta la historia de un gallo de pelea que es descubierto en un corral de
pueblo por Gervasio Balongoy, el sacristán de la iglesia donde se ubica el corral, que
también resulta ser un experto entrenador y conocedor de los gallos de pelea.
Banogón demuestra su valentía, fuerza y estrategia al atacar a otro gallo del corral a
raíz de una disputa amorosa de la que Gervasio es testigo accidental. Gervasio intenta
convencer al propietario de la granja, el recién llegado Padre Nicolás, para que este le
permita entrenar a Banogón para la pelea. La narración en los primeros capítulos de la
novela se ocupa de presentar los argumentos en defensa de la pelea de gallos entre los
personajes humanos como una práctica inofensiva, social y educacional que ofrece a
los trabajadores del campo el único entretenimiento accesible para las clases
populares por cuestiones económicas y de aislamiento rural:
Los hay quienes convierten la gallera en centro de su vida. En vez de ser un
medio lo consideran un fin. Esos son los viciosos de todas partes, los que, los
días sin gallera, se reúnen en cualquier parte para jugar. La gran mayoría la
compone el pueblo que va a estos centros a distraerse como los ricos se
distraen en el teatro, en el cine, en las carreras o en sus clubs. Allí el pobre se
encuentra con otros pobres, con quienes cambia impresiones, les cuenta sus
problemas, les comunica sus deseos y esperanzas, les expone sus opiniones
acerca de cosas y personas; allí se entera de los sucesos del día y los comenta
y adoba a su modo, allí se consuela de sus fracasos y dolores, y allí se piden y
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dan consejos, discutiéndolos libremente en un ambiente libre de suspicacias.
Se ha dicho más de una vez que la gallera es el deporte del pobre, y es verdad.
Pero los que lo afirman, no han visto más que lo más exterior, lo más visible
del deporte, que es la parte que mira a la diversión. La parte más sana de él es
que el hombre del pueblo, que no ha recibido ninguna instrucción, aprende allí
lo que de virtuoso debe cultivarse y fomentarse en todo deporte. (El Campeón
48)
En este discurso de Gervasio, se describe el espacio y el ambiente de la gallera casi en
términos terapéuticos que ayuda a la salud mental de “los pobres” ofreciéndoles por
un lado un espacio social de desahogo y de entretenimiento y por otro de educación
en valores. Este fragmento no deja pasar la oportunidad de mencionar cómo la gallera
también es un lugar “libre de suspicacias”, abriendo el espacio a lo político y tornando
la gallera en un posible sitio de disidencia. La novela, sin embargo, no expande este
potencial político de resistencia de la gallera (como lo hace el capítulo que José Rizal
le dedica a la misma9 y que es sin duda un guiño intertextual del autor hacia Rizal,
simplemente denuncia indirectamente en otra cita los abusos del sistema de
explotación laboral en el campo:
Y en los pueblos pequeños como el nuestro y en las comunidades de los
barrios, la gallera no es el centro del vicio, sino el lugar donde el Labrador,
curvado toda la semana sobre la aridez de la gleba que le da su morisqueta,
busca encontrarse con su igual, conoce a otros como él, y con todos hace vida
social que en estos lugares sin la gallera sería nula. (49)
La gallera entonces compensa por la ausencia de un lugar público de descanso
dominical para los trabajadores “de la gleba”, aquellos que están perpetuamente
condenados al trabajo de jornaleros en el campo y que ansían compensar su ardua
tarea semanal con la diversión de la pelea de gallos. La inocencia con la que se aborda
el rol de la pelea de gallos en la Filipinas rural según la novela contrasta con las
galleras de ciudad de las que se apodera el vicio y el capitalismo y que son, a ojos de
Gervasio, la excepción y no la regla: “Confieso que las galleras de la ciudad no tienen
más objeto que la explotación del juego como fuente de ingreso de unos cuantos
9 En la novela de Rizal, dos hermanos van a la gallera para decidir si se unen a la guerrilla que se está
organizando contra los españoles cuando durante la pelea se proclama victorioso el gallo menos
popular provocando un estruendo entre el público, que, según Rizal, cantará su victoria “por los siglos
de los siglos”:
Una salvaje gritería saluda la sentencia, gritería que se oye en todo el pueblo, prolongada,
uniforme y dura algún tiempo. El que la oye de lejos, comprende entonces que el que ha
ganado es el “dejado”; de lo contrario, el júbilo duraría menos. Tal sucede entre las naciones:
una pequeña que consigue alcanzar una victoria sobre otra grande, la canta y la cuenta por los
siglos de los siglos (Noli me Tangere, 2008: 457)
Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA capitalistas.” (49) Frente a las palabras de Gervasio los únicos argumentos que le
quedan al Padre Nicolás son el de la crueldad animal y el del vicio. La crueldad
animal no es un problema en sí misma, sino a razón de que el hombre no debe quitarle
la vida a las criaturas de Dios por su propia diversión:
¿No te parece una crueldad – le decía- el contemplar desde la seguridad de los
tendidos, con esa vuestra ruidosa alegría, cómo se despedazan dos gallos?
Dios al criarlos, les ha regalado para que gocen de ella, el supremo don de la
vida, y vosotros se la quitáis con crueles demonstraciones de entusiasmo. (47)
Esto además sería una forma de vicio y dilación que también ofende a Dios:
El juego es un vicio, y el que se deja dominar de él sin hacer ningún esfuerzo
para contrarrestar su influencia ofende gravemente a Dios. En el juego se
pierde dinero, que es un instrumento dado por Dios para sostener al hombre y
mantener a su familia. Tú estás al servicio de Dios, y lo ofendes cada vez que
entras en una gallera. (47)
Gervasio calla, pero piensa que la “crueldad es una cuestión de perspectiva” (47).
Paradójicamente, había sido el predecesor del padre Nicolás el que había comenzado
la tradición de la gallera para compensar por el aburrimiento de la vida en el campo:
“¿Qué iríamos a hacer en este pueblo triste, donde todo transcurre en medio de la
mayor monotonía, si no fuera por la ilusión dominguera de la gallera?” (47) Explica
Gervasio a un escéptico Padre Nicolás usando las palabras del cura anterior.
Para Gervasio y para los demás fieles, acudir a la gallera no entra en contradicción
con ser un buen cristiano. El sincretismo cultural entre la pelea de gallos como un
juego de apuestas y el catolicismo no aparece solamente con el hecho de que las
peleas rurales tengan lugar los domingos justo después de la misa sino más bien
porque los actos de fé (encender velas a los santos venerados o rezar) pueden ayudar a
superar los obstáculos de la vida diaria, incluso tener un gallo ganador:
¡Ir a las famosas y legendarias fiestas de Nuestra Señora de Regla y asistir otra
vez al triunfo de Banogón, “nuestro gallo”, según acababa de declarar
Gervasio Balongoy! ¿Podría él aspirar a otra dicha mayor? Y si ganaba, que sí
ganaría sin duda alguna, ¿qué haría si no encender una vela ante el altar de
Nuestra Señora?(135)
Inggoy, uno de los ayudantes de la iglesia del Padre Nicolás, reacciona con tal alegría
ante la idea de ir a las fiestas religiosas de Opón cuya patrona es la Virgen de la Regla
y a la vez llevar a Banogón a una pelea donde seguramente podría ser bendecido por
ella.
Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA En El Campeón, la pelea de gallos no revela solamente su transculturalidad con las
practicas católicas hispanas sino también con la superstición del horóscopo chino.
Uno de los galleros más famosos de la isla se hizo famoso gracias a un “horóscopo
infalible” (89) que heredó de un extravagante comerciante chino. Este gallero, que
posteriormente se lo pasó al padre de Gervasio, tradujo el método del chino al bisayo
(una de las lenguas que se habla en Cebú) y así Gervasio es capaz de predecir las
fechas más auspiciosas para Banogón según el tipo de gallo al que se enfrente.
En un estudio histórico de la pelea de gallos en Filipinas Guggenheim (1982) explica
que el gobierno colonial español privatizó las galleras para poder expedir licencias a
los propietarios y los organizadores y multar a los que no se ajustaban a la ley. De
esta manera podían mantener el control social sobre la gallera y beneficiarse de unos
impuestos adicionales. Este dato explica tal vez la relajada moral del padre Nicolás (y
de su predecesor) que acaban haciendo la vista gorda a la pelea de gallos y
permitiendo a Gervasio que haga de Banogón un campeón. La novela expone así el
discurso contradictorio de la iglesia católica en su posición ante la práctica de la pelea
de gallos y también la transculturación de la misma con los rituales católicos, chinos y
filipinos.
Por último, uno de los argumentos más interesantes que expresa la novela invoca la
identificación de los filipinos con el simbolismo que la pelea de gallos produce
justificando la popularidad de la práctica en Filipinas. 10 La pelea de gallos en la
novela de Abad está representada como una práctica que ha resistido su erradicación
(incluso la iniciativa estadounidense de sustituirlo por otros deportes “menos
bárbaros”, como el béisbol, Davis 2013:) y continúa siendo tan popular porque
coincide con “las exigencias psicológicas del pueblo”, es decir, reproduce
alegóricamente una parte del ethos filipino:
- [Gervasio]En la gallera, el hombre del pueblo aprende a practicar la virtud
de la tolerancia.
- [Padre Nicolás] ¿Y en qué consiste eso?
- Consiste en la capacidad de poder aceptar sus derrotas con el mismo
espíritu ecuánime con el que recibe sus victorias.
10 Cabe mencionar, sin embargo, en este punto el artículo de Clifford Geertz “Deep play: notes on
Balinese cockfighting” de 1972 que se ha convertido en el artículo más famoso sobre la pelea de gallos
desde la perspectiva antropológica. Geertz explica que la popularidad de la pelea de gallos en Bali tiene
que ver con el simbolismo social que representa así como a las imágenes de masculinidad que
reproduce y proyecta entre los asistentes.
Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA
- Es la primera vez que oigo hablar así a alguien de la gallera.
- Porque es la primera vez que usted se pone en contacto con y se adentra en
el pensamiento de un hombre que conoce la razón de ser se su arraigo en el
pueblo.
- Pero aun dando por buenas todas las razones que aduces, los tiempos
modernos han traído nuevos deportes, más sanos y menos expuestos que la
gallera. ¿Por qué no se ha de sustituir esta por aquellos?
- ¿Por qué? Porque en primer lugar todos esos deportes son costosos y, en
segundo lugar, porque no apelan a las exigencias psicológicas del pueblo.
- No te entiendo.
- Voy a tratar de explicarme. (49)
[…]
¿no se ha fijado usted que nuestro pueblo, a pesar de su legendario amor a la
paz, ama el peligro y adora a los valientes que mueren peleando? En los
deportes importados no existe el elemento de peligro que el pueblo encuentra
en el combate entre dos gallos que se engarzan. Por eso jamás se harán
perpetuamente populares en nuestro país. ¿Se ha fijado usted en la prontitud
con la que se agrupa la gente de la sementera alrededor de cualquier fanático
que predica doctrinas absurdas que ella no entiende pero que, por instinto,
sabe que son aborrecidas por el gobierno?¿Y por qué ese fanático conquista
adeptos? Porque éstos ven en él la encarnación del valor temerario, del que
desprecia el peligro sabiendo que las fuerzas del predicador podrían ser
aplastadas por la ley en cualquier momento. Así es igualmente la gallera en las
oscuras y anónimas preferencias populares: una encarnación, un símbolo del
valor personal, del valor que desconoce el miedo y no siente escalofríos ante
el espectáculo de la sangre que tiñe de rojo la arena del ruedo.
-Tú no eres hombre vulgar, Gervasio – comentó el P. Nicolás cuando su
sacristán hizo una pausa para dar una chupada a su cigarro – tú, seguramente,
has estudiado.(50)
Estas “exigencias psicológicas del pueblo” son pues la celebración del valor
temerario, la pasión por el peligro y el deseo de desafiar el estatus quo. Aun sabiendo
que lo normal es que la ley aplaste a los insignificantes insurrectos que interrumpen
en el sistema como el fanático predicador, la posibilidad de ganar, la pujanza de la
lucha, alegóricamente representada por la pelea de gallos, y la “adoración del que
muere peleando” tienen un arraigo profundo en la psique filipina. Aunque sea
problemático extrapolar este argumento a todo el pueblo filipino pues la gallera
excluye a las mujeres y a otros hombres que no son adeptos a la misma, es inevitable
no hacer una lectura de esta confesión en el marco colonial en el que se inscribe como
un tipo de resistencia que alegóricamente reproduce una narrativa de subversión de
poder mediante el sometimiento del otro.
Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA La nación transcultural
La parte central de la novela describe la carrera de éxitos Banogón llegando a triunfar
en las galleras no sólo de los pueblos vecinos, sino de Cebú y Manila. En su última
pelea, sin embargo, aunque se declara campeón, sufre una lesión en la pata que lo
obliga a abandonar las arenas. Banogón es devuelto al pueblo donde nació, esta vez
para vivir en la granja del periodista que después escribe la historia de su vida tal y
como el mismo Banogón la cuenta a la nueva comunidad de la que es parte.
Los días gloriosos de Banogón como gladiador tocan a su fin con su vuelta al corral.
El campeón en las arenas no es más que un viejo gallo lisiado que no consigue
consumar la labor por la que aún se le mantiene con vida, aquella de producir otros
gallos de su misma “casta”. Su propio orgullo aristocrático que en un principio le hace
rechazar su nuevo estilo de vida y la comunidad que él considera vulgar, se suma a su
poca experiencia en el amor (los gallos de pelea están obligados a mantener un voto
de castidad) impidiéndole consumar su destino biológico de reproducción y su rol de
protector del harem. Banogón se siente desplazado y humillado pues nadie reconoce
su valor ni su condición privilegiada de gallo de pelea:
Iba el viejo campeón arrastrando la tragedia de su pata inútil camino de la
casa que consideraba su último refugio y pensando en la brevedad de sus días
de gloria, apenado de su soledad. Allí, en medio de aquel mísero corral,
ningún gallo había visto los laureles que coronaban su frente jamás abatida
por la derrota, ninguna gallina se fijaba en la gallardía de su figura de una
raza superior. (220)
Esta crisis identitaria (y de masculinidad) de un sujeto simbólicamente diaspórico
retornado a la comunidad recuerda a lo que Hutchinson afirma acerca del estereotipo
del nacionalista cultural, esto es, su sensibilidad cultural y la búsqueda de una
identidad propia deriva de su posicionamiento como excluido (“outsider”) cuya
“conexión con la nación está siendo cuestionada” (87). Su exclusión se debe, bien a
que pertenece a una élite educada (que en los contextos coloniales implica la
metrópolis del colonizador) o bien por haber vivido en el exilio o en la diáspora.
Algunos de los nacionalistas culturales, dice Hutchinson, combinan un sentimiento de
nostalgia por la patria con uno de vergüenza hacia su atraso en comparación con las
instituciones libres y el vigor de la sociedad que les acogió (87). La arrogancia de
Banogón al llegar a la gallera responde a esta visión extranjera de comparación
Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA negativa entre la comunidad anterior (como gallo de pelea vivía una vida de cuidados,
atenciones y admiración) y la actual que demanda una transformación. Esta
representación de Banogón apunta a la propia crítica de Abad hacia las clases altas
filipinas por encontrarse en desajuste con otras realidades filipinas, en este caso las
rurales. Este conflicto se resuelve en la novela por medio de una regeneración en los
roles de la comunidad, especialmente por parte de las élites, con el fin de reinventar la
comunidad nacional.
Banogón se reencuentra con una vieja amiga en el corral, la gallina que había sido su
primer amor. Ella le explica cómo son las cosas ahora y qué ha acontecido en su
ausencia. El recorrido por la historia que Bakiki ofrece, en el antepenúltimo capítulo
de la novela, una reflexión sobre las transformaciones sociales y raciales traídas por
agentes externos a las Filipinas, específicamente la introducción por parte del hombre
de una nueva especie, la leghorn americana. El discurso de Bakiki revela la
impotencia de la población del corral (sobre todo la femenina) para resistir estos
cambios y el sentimiento de culpa que esto genera:
Bakiki confesó haber tenido veinte o treinta descendientes de esta raza,
habidos de uno de los más ostentosos leghorn del corral. No tuvo más
remedio que aceptarlo, ya que no quedaba gallo hábil de su propia raza, y la
llamada de la especie era más fuerte que su odio. No sintió mucho la
separación de sus hijos blancos cuando ocurrió la desbandada. Pero era eso
su gran pecado: haber colaborado en la obra de exterminio de su propia
raza.(244)
La ausencia de “gallos hábiles de su propia raza” y “la llamada de la especie” son los
argumentos que justifican la colaboración de Bakiki en este “exterminio de su propia
raza”. Estas afirmaciones tan contundentes dejan ver el énfasis que la novela pone en
el componente racial de la transculturación colonial Filipina. La castración simbólica
de los gallos filipinos, debido a los requerimientos de la pelea de gallos, esto es, el
abandono del corral, el control de su virilidad por medio de un voto de castidad, o su
orgullo de clase, facilita que la población sea tomada por otros que transforman
visiblemente el paisaje del corral filipino. En el siguiente fragmento Bakiki hace una
apología de los colores indígenas frente a la monotonía del blanco:
En el plumaje de sus hijos se repetía la anárquica multiplicación prodigiosa
de los colores que caracterizaba los primeros tiempos del corral del cura,
indicio, si no de pureza étnica, de abigarrada autoctonidad. Desde el metálico
negro de obsidiana que no conseguía delustrar la continua exposición al sol y
a las lluvias, al blanco impoluto que le recordaba el dominio de los leghorns,
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y desde el rojo agresivo del cobalto, con motas negras y amarillas, hasta el
gris perla realzado por un pico negro y unas patas de color marfil, todos
pregonaban el triunfo de lo indígena. Cada uno tenía su propia
individualidad, y aquella algarabía de colores era, para Bakiki, un constante
reto a la vulgaridad del color uniforme y único, característica de las gallinas
llamadas de raza.
Con un discurso que subvierte la hegemonía imperialista y nacionalista de una sola y
homogénea identidad racial, Bakiki hace una apología de los colores indígenas frente
a la “vulgaridad del color uniforme y único”. En esta policromía se incluyen los
colores autóctonos e indígenas pero también los foráneos, como el “blanco impoluto”
de las leghorn. En el primer fragmento Bakiki percibe el mestizaje étnico con las
leghorns como una pérdida cultural frente a la dominación americana mostrando un
vínculo negativo hacia lo estadounidense. En otras partes de la novela también
aparece un discurso de rechazo hacia la dominación americana visible con la armonía
con que los personajes humanos de diferentes culturas (el chino Pinga, el español
dueño de una gallera, los filipinos que trabajan en la granja) conviven, frente a la
discriminación racial hacia las gallinas americanas en el corral y también en la
gallera, siendo los gallos Tejanos los más temidos rivales para los filipinos.
Sin embargo, el segundo monólogo de Bakiki deja ver que todas estas influencias, en
las que no domina una cultura sobre otra, forman parte de la identidad transcultural
filipina, en “aquella algarabía de colores” reside pues el individualismo filipino. La
novela apela al abandono de la idea de una homogeneidad y la supremacía racial y
cultural desafiando la ideología nacionalista heredada de Europa. En el caso de Bakiki
hacia sus ‘hijos’ y en el de Banogón con respecto a su arrogancia de clase en favor a
un compromiso con la comunidad actual apoyado en una reconciliación histórica y
personal entre los dos personajes y su pasado.
Con la llegada de la Navidad, Bakiki lamenta la pérdida de sus pollitos para servir las
varias celebraciones que acompañan las fechas, “Los amo por igual, y cuando me los
quitan es como si a mí misma me quitaran la vida” (259) confiesa a Banogón. Él, al
contrario nunca ha sentido el dolor de la pérdida de un ser amado pues en su carrera
como “artista del homicidio no había visto nunca derramarse una lágrima sobre el
cadáver del vencido” (259). La muerte era para Banogón la otra cara de su
supervivencia y como tal nunca había sentido el deseo de vivir por los demás, sino
por él mismo. Mientras Banogón medita sobre estas cuestiones es protagonista de un
Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA acto heroico al salvar a un pollito de las garras de un gavilán y encontrando un nuevo
rol como padre-protector de la comunidad:
Ese pollito salvado por mí ya es hijo mío, ¿comprendes, Bakiki? ¡Es ya hijo
mío! Tan hijo mío como si lo hubiese engendrado yo mismo, porque lo he
engendrado en el corazón…este corazón tan egoísta, que si hasta ahora ha
palpitado por la gloria de mis laureles de campeón, de ahora en adelante
palpitará para él únicamente. (266)
Para Banogón la familia, ya no es algo que deriva de la consanguinidad, sino que se
funda en un sentimiento de entrega al otro y pertenencia al grupo. Su egoísmo y
arrogancia se transforman en un deseo de ofrecer protección y liderazgo espiritual:
Porque es ahora – se sinceró el viejo ex monarca de las galleras- cuando he
podido dar un nuevo sentido a mi vida. Así como tú eres la madre real y
verdadera de todos los que componen la población de este corral, yo voy a ser
desde ahora su padre afectivo, su defensor contra todos los peligros. Tú los
engendraste según la carne y yo lo he engendrado en espíritu (267)
La crisis de identidad y de virilidad se resuelve con un modelo de masculinidad, la del
padre afectivo, que de una manera metafórica cuestiona la idea de nación como
monarquía liderada por un rey, para convertirse un modelo familiar regulado por un
régimen de protección. Además, este giro en la actitud del personaje sugiere que el
sentimiento nacionalista no se fomenta por los lazos sanguíneos sino por un espíritu
nacional en el sentido de Benedict Anderson en sus Comunidades Imaginadas (1991):
“the nation is always conceived as a deep, horizontal comradeship. Ultimately it is
this fraternity that makes it possible […]” (1995:6-7). A pesar de que Banogón
desciende simbólicamente la jerarquía social y se sitúa con los más indefensos, no es
el sentido de fraternidad con los iguales en el que reside la identidad nacional
(excepto tal vez con respecto a Bakiki) sino en la identificación con el padre. Por esta
razón, la novela, aún promueve una visión de la nación patriarcal en la que la idea de
familia se sitúa en el centro de la misma y se mantienen los roles de género. Las
mujeres como reproductoras y asociadas a la nación por un vínculo sanguíneo y los
hombres a cargo de la protección física y la guía espiritual. Esta concepción de
masculinidad está posiblemente más en línea con el ideal de la masculinidad
confuciana por la que lo masculino se sustenta en el equilibrio entre la valentía del
‘wu’, competencia para las artes marciales, y la sutileza del ‘wen’, sofisticación
intelectual (Gary Atkins, 2005). Desde otro punto de vista, se puede entender la nueva
sensibilidad de Banogón para la compasión y entrega a los demás con los valores
Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA católicos, especialmente la retórica de sacrificio y martirio que promueve la figura de
Cristo. La escena final de la novela presenta a Bakiki y Banogón celebrando la
Navidad y su propio destino como los recién nacidos padres de la patria:
No llores más, que tus lágrimas parecen repudiación de tu nobilísimo destino.
¿No oyes cómo las campanas se han echado al vuelo? Es que acaba de nacer
el Niño Dios. ¡Cantan el himno glorioso de la Santa y Fecunda Maternidad!
Conclusión
La novela El Campeón de Antonio Abad demuestra cómo el imaginario de nación
filipina puede interpretarse desde el nacionalismo cultural. Como tal la novela puede
ubicarse en un periodo de gestación de la consciencia nacional que no intenta
conseguir un cambio político sino cultivar el sentido de pertenencia a una comunidad
transcultural filipina celebrando su multiplicidad.
El uso de la pelea de gallos como ejemplo de práctica cultural íntimamente filipina
que conecta la historia colonial de Filipinas con el presente se percibe como parte de
la recuperación del patromonio cultural de los nacionalistas culturales. Abad
representa la pelea de gallos como un símbolo anticolonial de varias formas, primero
representando el espacio de la gallera como un lugar de encuentro, de descanso y de
entretenimiento dominical que compensa el aislamiento rural y la explotación de los
latifundios en la Filipinas rural; segundo, resistiendo las políticas dogmáticas de la
iglesia católica y el falso reclamo de modernización y progreso estadounidense
demostrando las ambivalencias morales y políticas de ambos discursos; y tercero
como un espacio físico y simbólico de disidencia política que recrea, a través de la
propia pelea de gallos, algunos aspectos de la sensibilidad filipina, esto es, el deseo de
subvertir el estatus quo por medio de la victoria de los perdedores.
El objetivo del nacionalismo cultural es también elucidar un nuevo imaginario
nacional basado en aspectos pasados de la cultura y relacionados con el presente, en
este sentido El Campeón imagina la nación filipina como familia patriarcal
vinculándose aún a los modelos nacionalistas europeos pero desvinculándose de ellos
al apelar a un nuevo tipo de líder nacional militarista pero también protector y
comprometido con los demás (no solamente con las oligarquía colonial). Por último,
la comunidad filipina imaginada que propone la novela desafía la idea de
Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA homogeneidad y superioridad étnica en favor del reconocimiento de la heterogeneidad
filipina que podemos entender como una forma de nacionalismo transcultural.
Obras citadas
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