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El papel de la mujer en la historia

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Mujeres y hombres han sido protagonistas de la historia aunque, desde siempre, han asumido papeles diferenciados y distintos niveles de participación en las instituciones sociales. La mujer ha tenido que recorrer un largo camino lleno de obstáculos para tener la posibilidad de participar en la sociedad de una manera activa, pero muchas veces han sido excluidas intencionadamente de los libros de historia o se ha obviado su contribución por ser hecha desde el anonimato y lo cotidiano.

Entendemos que la mujer no ha estado al margen de la formación de la sociedad tal y como la entendemos hoy en día, por tanto, lo que pretendemos con este trabajo es dar una muestra de la evolución del lugar de la mujer en la sociedad desde la prehistoria hasta la actualidad, un camino difícil y que todavía no ha llegado a su meta.

1.- La mujer en la prehistoria

La prehistoria transcurre desde el inicio de la evolución humana hasta la aparición de la escritura. El hecho de que no exista escritura hace que sea la arqueología la que nos proporcione información sobre este período histórico del que sabemos que se vivía de la caza, de la recolección y que la vida era nómada. El descubrimiento de la agricultura y de la ganadería permitió convertirse al sedentarismo y levantar los primeros poblados. En esta época se descubrió el fuego, se utilizaban herramientas que también sufrieron una evolución y pasaron de estar hechas de hueso, piedra y madera a ser de bronce y de hierro; y se comenzó a desarrollar la cerámica y el tejido.

A pesar de no tener testimonios escritos es, mucha la información que poseemos sobre la prehistoria, al tiempo que somos conocedores del hecho de que la mujer es la gran olvidada en esta etapa de la historia. Lo podemos ver, por ejemplo, en el lenguaje tradicionalmente utilizado al referirnos sobre este período en el que han predominado términos masculinos como “la evolución del hombre” o “el hombre de las cavernas”...

La evolución es cosa de hombres y mujeres y la aportación de ambos miembros es fundamental para la supervivencia del grupo. Sólo la colaboración pudo garantizar el bienestar del conjunto.

En base a esto, nos encontramos con una sociedad más igualitaria que la actual. Los restos arqueológicos indican que las mujeres no solo realizaban tareas de reproducción,

manutención y producción sino que también participaban en tareas fuera del ámbito doméstico como la caza, la recolección, el cultivo de la tierra, el taller de la piedra o la metalurgia. Tenemos múltiples obras artísticas que la vinculan a cuestiones religiosas y rituales, así como destacan su importancia por la capacidad de generar vida (por ejemplo: la venus de Willemdourf; la venus Grimaldi, la de Lespuge, etc...)

En las sociedades prehistóricas también existía la división de tareas, ya que es una estrategia social básica para tener éxito en la explotación de los recursos. Para muchos autores este reparto fue fundamental para vincular a la mujer con las crías

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humanas, que requieren de un cuidado y una atención constante en sus primeros momentos de vida. Esto pudo vincularla a las actividades de mantenimiento y al espacio doméstico (se la cree impulsora de la agricultura), aunque no necesariamente significaba desigualdad o subordinación, a pesar de la imagen que tenemos de la mujer cavernícola que es arrastrada por el pelo. Esto nos lleva a sumarle otra aportación fundamental para el desarrollo de la vida en sociedad: el desarrollo del lenguaje, una forma de comunicación oral “materna” como base del lenguaje, para calmar a los más pequeños.

Por tanto, estamos hablando de un momento de la historia en que las mujeres intervenían en todas las actividades propias del campamento, desde las religiosas a la caza, al tiempo que realizaban aportaciones fundamentales para la evolución, subsistencia y mejora de la calidad de vida del grupo.

2.- La mujer en la Edad Antigua (aprox. 3300 a.C- 476 d.C)

Con la aparición de la escritura entramos ante lo que los historiadores denominan Edad Antigua y cuya duración se extiende hasta la caída del Imperio Romano.

Es una etapa histórica caracterizada por el abandono de las tribus pequeñas y la creación de ciudades amuralladas, por la división del trabajo y la aparición de las diferencias sociales (artesanos, clase alta, esclavos, campesinos...). Al mismo tiempo, es un periodo que abarca múltiples civilizaciones y aunque nos centraremos principalmente en la civilización egipcia, la antigua Grecia y el Imperio Romano, haremos un recorrido muy rápido por el papel de la mujer en diversas culturas que, siendo muy diferentes, comparten todas ellas la distinción entre los derechos de la mujer y del hombre.

En la sociedad babilónica la mujer estaba considerada por debajo del hombre, tanto a nivel social como jurídico, aunque tenía algunos derechos civiles como el hecho de poder tener propiedades o realizar negocios. Algo similar ocurría en la cultura mesopotámica donde la mujer podía atender asuntos legales en ausencia del varón y, aunque se creía que en un primer momento tenían derecho a la propiedad, poco a poco el poder y la libertad femenina fueron recortados. Un ejemplo de dichos recortes lo vemos en la civilización palestina, donde la mujer era considerada una posesión del hombre; su papel se reducía a escuchar y en la sociedad no tenía ni voz ni voto, por ejemplo en los juicios su testimonio no tenía valor. La mujer era considerada una menor de edad de por vida.

Esta situación era común en la edad antigua, independientemente de la situación geográfica en la que nos situemos. Así, por ejemplo, en el caso de la India, la mujer realiza las tareas más duras, no accede a la educación y su acceso al mundo laboral se restringe a trabajos que el resto de la sociedad no quiere. Si nos vamos a China, nos encontramos una sociedad en la que la mujer es menospreciada pero a la vez tiene un peso importante en la política, puesto que han existido mujeres pertenecientes a la familia imperial con mucha influencia en la toma de decisiones. Este hecho es la excepción, lo habitual era que la mujer recibiera una educación orientada a desarrollar su rol de esposa (afectuosa, virtuosa, refinada, buena madre...), raras veces se le enseñaba a leer y en cuanto se casaba, pasaba a ser una propiedad de la familia del esposo. Las sociedades precolombinas daban diferentes grados de importancia al hombre y la mujer, siendo considerado el hombre superior. La mujer se ocupaba de la casa, tejía la ropa de toda la familia, cuidaba de los hijos, hacía la comida y ayudaba en el campo; sólo paraba para dormir.

Hemos visto por tanto que, a pesar de estar hablando de civilizaciones diversas en tiempo y espacio, todas ellas comparten el hecho de considerar a la mujer inferior al hombre. Vamos a

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ver ahora si esto también es así en las tres civilizaciones que mayor importancia han tenido en el mundo clásico.a.- La mujer en la civilización egipcia

En el antiguo Egipto la herencia al trono era por parte matrilineal lo que ya nos puede indicar que la mujer tuvo un papel importante a nivel social, y, aunque no podemos olvidar las limitaciones de la época, la mujer gozó de una independencia desconocida en otras culturas.

En teoría, hombres y mujeres eran iguales ante la ley; la mujer podía heredar propiedades, negociar transacciones, comerciar, acudir a los tribunales en calidad de demandante, acusada o testigo y todo ello sin necesidad de que un varón actuara en nombre de ella.

Desde el momento de su nacimiento niños y niñas eran tratados igual, por lo menos en teoría, ya que algo fundamental como el acceso a la educación era muy fácil en el caso de los varones mientras que, en el caso de las niñas, solo era posible si pertenecían a la nobleza.

Una vez se convertían en adultas pasaban a ocuparse de las labores del hogar y del cuidado de los hijos, aunque llegó a ser habitual trabajar fuera de casa. Hubo sacerdotisas, médicas, comerciantes..., podían trabajar en cualquier cosa excepto aquellas profesiones que exigieran fuerza física. Su escasa accesibilidad a la educación hizo que pocas llegaran a ostentar cargos administrativos o ejercieran de escribas. Pocas fueron faraonas, las más conocidas Hatshepsut y Cleopatra VII. Algunas fueron reinas influyentes bajo la sombra de su marido. Las pertenecientes a la clase más pobre trabajaban en el campo, en la fabricación de tejidos, cerveza o pan, en la venta de productos o como siervas.

También existían diferencias en el ámbito del matrimonio. Se casaban aproximadamente a los 12-14 años; el marido podía tener varias concubinas pero esta poligamia no se le permitía a la mujer. El divorcio era legal y podía ser solicitado tanto por el hombre como por la mujer. Si se quedaba viuda recibía su parte de la herencia, que era compartida con los hijos, y la mantenía aunque se volviera a casar.

Vemos que, sin poder hablar de una igualdad plena, la mujer del antiguo Egipto gozaba de una libertad mayor respecto a otras sociedades de su tiempo e incluso posteriores como la romana o la griega.b.- La mujer en la antigua Grecia

En la civilización griega la mujer tenía casi el mismo estatus social que un esclavo, no podía participar en la política ni tener derechos civiles de ninguna clase.

Desde el día de su nacimiento la mujer vivía bajo el control del varón, su padre, hermanos, marido e incluso hijos tomaban decisiones por ella, decisiones que llegaban a alterar y condicionar su vida y sobre las que no se le permitía opinar. No podían acceder a la educación, no podían votar, ni trabajar fuera de casa, heredar o tener propiedades. Su labor consistía en dirigir la casa, criar a los hijos, cocinar, limpiar, tejer, acarrear agua y supervisar a los esclavos, si los tenía. Solo podía salir de casa para visitar a una vecina, ir a una boda, un entierro o a un festival religioso.

El matrimonio es entendido como un contrato entre el padre y el futuro esposo, por tanto estamos hablando de una sociedad que no consideraba a la mujer una ciudadana, sino una esposa o una hija, alguien inferior al hombre en todos los ámbitos de la vida.c.- La mujer en el Imperio romano

La mujer era excluida de la vida pública y no podía ejercer derechos como el voto o hablar en una asamblea.

Hatshepsut

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Las niñas de las familias acomodadas iban a la escuela hasta los 12 años y pocas continuaban estudiando, si lo hacían precisaban de la autorización del padre o el marido, recibían clase siempre con preceptores en casa y nunca en la escuela y solían adquirir una cultura relacionada con el entretenimiento (canto, danza, tocar un instrumento...).

Aproximadamente a los 12-14 años se casaban y el marido es considerado su dueño, sólo este podía solicitar el divorcio y el adulterio de la mujer se castigaba con la muerte, no así en el caso del varón.

A pesar de todo lo dicho hasta ahora, la mujer contaba con una gran consideración dentro de la familia y participaba en toda la vida social de la casa. Al contrario que la mujer griega, se encargaba de las compras, de acompañar al marido a actos públicos y/o privados, asistir a espectáculos, podía tener propiedades o intervenir en los tribunales como demandante o testigo.

Resumiendo, en el mundo antiguo, y salvo grandes excepciones como la egipcia, la mujer no participó en la vida pública, no participó en la elaboración de leyes o en la administración del Estado pues ni se la consideraba capacitada para dirigir la sociedad ni le debía interesar lo que ocurriera fuera de su hogar. La mujer estaba bajo la tutela permanente del varón.3.- La mujer en la Edad Media (476-1453)

La Edad Media comprende un período de casi 1000 años con todo lo que eso puede suponer a la hora de intentar homogeneizar las características de una etapa histórica que abarca desde la caída del imperio romano hasta el S.XV.

El régimen feudal es la organización social, política y económica de la Europa occidental durante esta etapa. La economía se caracterizaba por ser principalmente agraria. Es una época de gran violencia, lo que motivó que la población disminuyera y los monasterios se convirtieran en los únicos pilares de la civilización, adquiriendo la iglesia un gran poder. Acabada la época de las grandes invasiones, se experimenta un crecimiento de la población que se asienta en las ciudades y lleva al renacimiento de la vida urbana y el comercio, surgiendo así una nueva clase social denominada burguesía.

Las sociedades medievales son herederas de las costumbres romanas, por lo que establece sus bases en el patriarcado. El varón es considerado un agente activo y la mujer pasivo, por lo que el primero ocupa un lugar prominente en la vida pública (política, negocios, cultura...) mientras que el mundo de la mujer se reduce al ámbito doméstico. La mujer es el núcleo de la pareja y la casa, se dedica a las tareas domésticas y todas, tanto nobles como comunes, se encargan de la educación de sus hijos y de la salud y de la higiene de la familia.

La mujer era un objeto de intercambio para aumentar las relaciones sociales y económicas de los varones y, mientras vivía, el hombre era el administrador de los bienes de la mujer-esposa. Al enviudar consigue su propia autonomía pudiendo administrar sus bienes, aunque en muchas regiones se le exigía que ingresara en un convento.

Es una sociedad eminentemente rural por lo que la mujer participa de las tareas del campo, como el resto de su familia. También la mujer del artesano colabora en las funciones propias de su oficio. Si la mujer abandona el ámbito familiar para trabajar suele ser como criada. Algunos trabajos eran exclusivamente femeninos, como el hilado, tejido y horneado, pero desempeña otras profesiones como: mesoneras, lavanderas, bordadoras..., e incluso dirigían sus negocios a la muerte del marido, a pesar de que los ayuntamientos no les permitían acudir a las reuniones de los gremios1. Tanto los hombres como las mujeres tenían los mismos oficios, no había diferencias y podían ser barberas, orfebres, herradoras, cuchilleras, vendedoras, etc. Es importante señalar

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Gremio: Asociación formada por maestros, oficiales y aprendices de un mismo oficio.

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que la mujer se inicia en el trabajo entre los 6 y los 12 años y por supuesto, tiene un salario inferior al del hombre.

Con respecto a la educación, este era un campo destinado exclusivamente al varón, ya que ser clérigo era una condición indispensable para acceder a la cultura. Las monjas recibían una educación en sus conventos que abarcaba el latín y el griego, pero lo habitual era que la mujer dejara el colegio al acabar la primaria mientras que los varones podían continuar. A partir del S. XIII aparecen escuelas femeninas; en ellas las niñas aprendían latín, a leer, a escribir y las sagradas escrituras, aunque no olvidemos que la mujer es ajena a la educación salvo contadas excepciones que pertenecen a la nobleza.

Es difícil establecer el papel de la mujer en un etapa histórica tan amplia. Hay elementos que se mantienen más o menos inamovibles a lo largo de este extenso periodo, como es la estructura patriarcal que somete a la mujer y el papel activo dentro del ámbito privado, su amplia actividad laboral y su también minoritaria contribución al campo de la cultura. A pesar de ello se pueden señalar con el tiempo ciertos cambios significativos o ciertas innovaciones que modifican la vida de la mujer: surgen los primeros conventos y con ellos aparecen algunas intelectuales, como Hilda de Whitby, y también se puede destacar el papel protagonista de algunas reinas y nobles como Blanca de Castilla o Leonor Plantagenet. El desarrollo urbano crea un nuevo mundo para la mujer donde se le posibilita una intervención más activa y una mentalidad más abierta, se empieza a imponer el llamado modelo burgués, que se dedica principalmente a la artesanía y al comercio.

Por último, nos gustaría señalar que a pesar de todo lo expuesto y de las dificultades de la época, podemos hablar de lo que se ha denominado cultura cortesana medieval, que es una cultura específicamente femenina. No solo porque las mujeres intervengan en la vida intelectual de la corte y contribuyan a la orientación de la poesía, sino porque la poesía amorosa de esta época se dirige a un auditorio femenino. Es famosa, por ejemplo, la corte de

Leonor de Aquitania. En estas cortes son las señoras del castillo las que inspiran, protegen y hablan por boca de los poetas.

El hecho de que el hombre se vea obligado a ocuparse constantemente de la guerra y la progresiva secularización de la cultura, que se va independizando de la iglesia, lleva a una situación en que las mujeres dominan la sociedad a través de la cultura.

4.- La mujer en la Edad Moderna (1453-1789)

La edad moderna abarca desde el descubrimiento de América hasta el comienzo de la Revolución francesa, lo que abarca varios siglos en los que se producen avances muy significativos a nivel histórico.

Como aspectos relevantes de este periodo de la historia podemos destacar el auge de las monarquías autoritarias y absolutistas; la división del cristianismo; el renacimiento de la ciencia, la cultura y el arte; el desarrollo del comercio y, como consecuencia, el crecimiento de la burguesía. Esta burguesía mostrará su interés por gobernar pero será al final de esta etapa cuando se produzca la más famosa revolución burguesa: la revolución francesa.

Blanca de Castilla

Leonor de Aquitania

Hilda de Whitby

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En este período histórico los estados siguen el modelo patriarcal establecido hasta el momento y que otorga a la mujer un papel subordinado, y sigue destacando la división de géneros en la sociedad y en la familia.

Se hace preciso destacar que el origen y la fortuna también van a establecer grandes diferencias entre las propias mujeres. Así, en el caso de la nobleza y la alta burguesía, las mujeres aprendían a leer, a escribir, la doctrina cristiana, costura y a veces música, y por supuesto siempre en casa, con sus madres, profesores particulares o en los conventos, nunca en las escuelas. El matrimonio en la nobleza y en la aristocracia era considerado un instrumento para sellar alianzas políticas, resolver conflictos y asegurar la paz; la mujer destacaba por su papel de madre y solían tener más hijos que las mujeres pobres para asegurar la descendencia. No podían formar parte de los ejércitos, aunque hubo excepciones como Juana de Arco, no podían ser notarias ni escribanas, ni ocupar cargos de representación en los parlamentos, sólo podían participar en la supervisión de algunos hospitales. La maternidad era su profesión.

Por el contrario, en las familias pobres las mujeres realizaban múltiples tareas además de criar a los hijos, limpiar, preparar la comida, cuidar los animales, curar, tejer, cardar lana, etc. A pesar de que durante los siglos XVI y XVII el trabajo femenino se

consideraba indigno, las mujeres campesinas y de clases bajas trabajaron y compaginaron tareas agrícolas con las domésticas o la artesanía, también podían dedicarse al pequeño comercio o al servicio doméstico, este último era más semejante a la esclavitud que al trabajo ya que muchas veces no llegaban a cobrar un salario por ejercer su labor.Durante el Renacimiento se mantiene la estructura familiar como base del entramado social, no hay cambios a este respecto. Para la mujer no había más que dos destinos honorables, el matrimonio o el convento. A la mujer se le exigían ciertas cualidades que llevan a considerarla la “perfecta casada” como son: ser complaciente con el marido, la fidelidad, la sumisión, el carácter firme ante los hijos, tierna, bondadosa y vigilante con el servicio. Estas características se ensalzan

además en un momento en el que se desarrolla el interés por la belleza, el amor y el desnudo. La belleza fue considerada un signo visible de la bondad interior y de una condición social noble.

5.- La mujer en la Edad Contemporánea (1789-hoy)

Nos encontramos en el momento de la Revolución Francesa y aunque antes ya hubo mujeres que pedían medidas igualitarias, éstas solían ser para sus hijos y marido y no para ella; solían demandar trabajo, pan y un salario digno. Pero pronto empezaron a defender su trabajo y su papel en la sociedad. Así nos encontramos que estuvieron presentes en la cultura, en las calles, en las barricadas, en las reuniones políticas, o que crearon sus clubes revolucionarios (ejemplo de ellos son: el Club de las republicanas revolucionarias; el Club de las amigas de la ley o la Sociedad patriótica de la decencia y amigas de la verdad), y redactaron unos derechos como los del hombre.

Juana de Arco

Familia Arnolfini

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Participaron de manera muy activa en los conocidos en la época como Salones, lugares de tertulia donde se discutía sobre filosofía, se polemizaba sobre las leyes, los derechos, la organización del poder, etc. Casi todos los salones estaban regidos por mujeres y entre ellas destacamos a Mademe Vigee-Lebrum, que dirigía un salón al que acudían a diario ministros del rey Luis XVI, o a Sophie Madeleine Arnaul a cuyo salón acudían Voltaire, Diderot o Benjamin Franklin. Mención especial merece Olympe de Gouges, cuya vocación política se dirige a la lucha por la emancipación de las mujeres y que redactó la “Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana”.

Las mujeres demostraron conocimiento, saber, aptitud de organización. Su papel en la revolución fue decisivo, y aún así, fueron ridiculizadas en muchas ocasiones y aquellas que asumieron un papel pionero en el movimiento por la igualdad

fueron guillotinadas. Asistieron al nacimiento de la sociedad contemporánea, sin embargo y aunque protagonistas fueron excluidas y tuvieron que esperar más de cien años para lograr el derecho al voto y equipararse al hombre en ciudadanía.

Los cambios que se produjeron en el ámbito ideológico, económico y en el social anunciaron una etapa histórica de grandes transformaciones. En el campo económico, Europa vivió una revolución que cambió su estructura y organización social y política: la Revolución Industrial que asimismo supuso una revolución demográfica, en la agricultura, en el transporte, en el comercio, en la tecnología, ya que permitió el paso de la manufactura a la fabricación moderna y, por supuesto, todos estos cambios incidieron en la vida del hombre y de la mujer.

Con la revolución industrial el papel de la mujer no mejoró. En la economía preindustrial la mujer participaba en las actividades artesanales dentro del hogar, con la llegada de la industrialización quedó excluida de la producción aunque con excepciones. Las mujeres competían en el mercado laboral con los hombres y trabajaban principalmente en la industria textil. Los empresarios preferían emplear a las mujeres por su habilidad, porque pagaban menores sueldos y porque las primeras organizaciones sindicales estaban formadas sólo por hombres. Lo habitual era la explotación de la mujer generalizándose un sistema en el que predominaban los salarios bajos, unas pésimas condiciones laborales, largas jornadas de trabajo y otra serie de abusos como la explotación infantil.

Habitualmente la mujer accedía al mundo laboral entre los 9 y los 14 años y su salida la marcaba el matrimonio o el nacimiento del primer hijo. Esto era en gran parte debido a la oposición de sus propios compañeros de trabajo que no querían mujeres casadas trabajando fuera del hogar.

Pero también existían mujeres que desempeñaban otro tipo de actividades profesionales o eran dueñas de negocios; éstas sufrían menos los efectos de la explotación aunque también se enfrentaban a grandes desigualdades sociales y de oportunidades. Principalmente se ocupaban en el servicio doméstico como camareras, criadas o nodrizas; trabajaban como maestras por un salario -que era la mitad del que recibían los varones por desempeñar la misma labor- y solo podían ser parteras las mujeres viudas o casadas si contaban con la autorización del marido.

No fue un momento fácil ya que la revolución industrial hace que el papel de la mujer se marginalice en mayor medida que antes, tanto en su papel de esposa como en el de madre. Las tareas domésticas al no generar beneficios se consideran no productivas, consideración que aún se arrastra en la actualidad, por lo que la mujer pierde prestigio en el mundo agrícola, artesanal y comercial en el que hasta ese momento había participado junto con el hombre.

Este nuevo sistema económico capitalista, que supuso la incorporación de la mujer proletaria al trabajo industrial, fue diferente en el caso de la mujer burguesa que quedó

Olympe de Gouges

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enclaustrada en el hogar sin ninguna labor reconocida. Eso las llevó a indignarse, tanto con su situación de propiedad legal del marido, como con su marginación en el acceso a la educación y a determinadas profesiones. Es en este contexto en donde las mujeres comienzan a organizarse para reivindicar el derecho al sufragio. Pero tendría que pasar antes la Primera Guerra Mundial (1917).

La guerra otorgó a las mujeres un nuevo papel en la sociedad. Para colaborar con el esfuerzo bélico se les permitió y hasta se les animó a trabajar en las fábricas, en el campo, en los hospitales, en la conducción de tranvías, ambulancias..., llegaron a ser el 35% del personal industrial en países como Alemania o Gran Bretaña. Su acceso al mundo laboral fue más una necesidad que un derecho. En tanto que los hombres eran movilizados al campo de batalla, se produjo un vacío en los diferentes sectores económicos que había que cubrir y la mujer fue reclamada para trabajar.

Al terminar la I Guerra Mundial y aunque la mujer fue “invitada” a dejar su puesto de trabajo, muchas lo siguieron ocupando. Esta incorporación al mundo laboral contribuyó a aumentar su responsabilidad e independencia, la hizo consciente de que poseían las mismas capacidades pero no los mismos derechos que los hombres, y los movimientos sufragistas, en demanda de su derecho al voto, cobraron gran importancia. Es en la época de entreguerras cuando se planteó con más fuerza que nunca la movilización para la obtención del voto, y es a partir de la I Guerra Mundial cuando la mujer pudo votar en muchos países, a excepción de los países totalitarios. Y así tenemos los ejemplos de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini que consideran que la mujer debe volver al sometimiento del hombre, padre o esposo; entienden que es la guardiana de las costumbres y de la virtud doméstica y que lo que desea es un hogar íntimo, un marido cariñoso y un montón de niños felices a su alrededor.

Evidentemente el nazismo alemán y el fascismo italiano tenían ambiciones de predominio y control mundial. Esto, junto con otras causas como las consecuencias del Tratado de Versalles firmado tras la I Guerra Mundial o la depresión económica, entre otras desembocaron en la II Guerra Mundial.

Al igual que en la guerra de 1917 ésta vino a cambiar el mundo laboral de las mujeres para siempre. Mientras los hombres combatían, ellas tuvieron que ocupar sus puestos de trabajo y esto incluía actividades consideradas hasta ese momento no aptas para mujeres. Fueron llamadas a trabajar en fábricas de ensamblaje, de municiones y piezas de aeronaves, como vigilantes aéreas, conductoras de camiones, etc. Pero la gran novedad con respecto a etapas anteriores es que la mujer, por primera vez en la historia, es reclutada, sale de su rol único de enfermera y empieza a desempeñar muy diversas funciones dentro del ejército.

Tras estas dos contiendas, las mujeres salen fortalecidas, puesto que, en casi todos los países, ya ejercían su derecho al voto apareciendo una mujer más activa y liberada en sus costumbres y maneras de vivir. Cuando la guerra terminó en 1945 la seguridad económica recién lograda

por las mujeres se vio amenazada; los hombres regresaban a su casa, con sus familias y a sus trabajos. Se esperaba que las mujeres volvieran a desempeñar los papeles tradicionales de esposa y madre. Es este desasosiego y descontento el que contribuye a la aparición del movimiento de liberación femenina de los años 60.Tras las manifestaciones de fuerza y vitalidad del feminismo que se alargaron hasta los años 70, los 80 se presentan como bastante conservadores. Aún así, el feminismo no desapareció sino que sufrió grandes transformaciones.

Aparentemente perdió su capacidad de movilizar a miles de mujeres en multitudinarias marchas o en manifestaciones, que fueron una imagen típica de los movimientos feministas de las dos

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décadas anteriores, pero lo hizo en favor de lo que se conoce como “feminismo institucional” y que permitió la formación de grupos de presión, la creación de ministerios o instituciones públicas dedicadas a la defensa de la igualdad entre géneros, como es el caso del Instituto de la Mujer, creado en nuestro país en 1983.

Todo esto, junto con la paulatina incorporación de la mujer a puestos de poder, ha ido creando un poso feminista que se cerró simbólicamente con la declaración de Atenas de 1992, donde las mujeres mostraron su claro deseo de firmar un nuevo contrato social y establecer una democracia paritaria.

Para finalizar este trabajo, debemos señalar que muchos de los valores actuales, presentes en el inconsciente colectivo, están mediatizados por una educación basada en la cultura patriarcal donde el hombre se muestra superior a la mujer. En la interpretación de la historia estos valores se han proyectado configurando estereotipos de conducta con muy poco rigor histórico.

La historia ha tenido, desde siempre, protagonistas femeninas pero su obra ha sido mal reconocida y mal valorada. En cada época las mujeres han contribuido notablemente a la construcción de la sociedad y no queremos acabar sin señalar que, si bien el camino recorrido es muy largo, este viaje no se ha acabado. No olvidemos la situación actual de la mujer en el tercer mundo o en algunos países árabes donde la legislación viola dos derechos y libertades de niñas y mujeres, mediante prácticas como la poligamia o el matrimonio de menores, y crea desigualdades de derechos en áreas como el matrimonio, el divorcio, la custodia de los hijos, el acceso a la propiedad privada y a la herencia. Existen leyes que dan cobertura a crímenes de honor, permitiendo a los hombres matar a una mujer alegando haber sido deshonrados previamente por la víctima.

Nosotras somos ahora las protagonistas de este momento histórico. En nuestras manos está lograr los avances necesarios para mejorar la situación de la mujer actual y futura. Todavía hay retos por los que trabajar como son acabar con la violencia de género y con la explotación sexual, asumir mayores cotas de responsabilidad política y empresarial, acabar con la doble jornada en nuestros hogares o mejorar las políticas de conciliación laboral y familiar, entre otros muchos aspectos.