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189 Música y liturgia en el Monasterio de La Armedilla Joaquín Díaz Alonso Músico y folclorista Bodegón sobre tabla con alambre

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Música y liturgia en elMonasterio de La Armedilla

Joaquín Díaz AlonsoMúsico y folclorista

Bodegón sobre tabla con alambre

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Música y liturgia en el Monasterio de La Armedilla

La liturgia, que significa servicio público, tuvosiempre como fines fundamentales la alabanza deDios y el perfeccionamiento del ser humano. ElPapa San Celestino escribió : “La oración litúrgicaes el índice de nuestras creencias” y la frase parecequerer compendiar todas aquellas acciones en quela Iglesia, con sentido atrayente y convocatoria uni-versal -es decir, de manera que todo el pueblo pu-diese tomar parte-, educaba y difundía su propioDogma para admiración y beneficio ético y estéticode los cristianos.

La primera forma de liturgia que se establece alllegar el cristianismo a España tiene su origen en lallamada liturgia del templo de Jerusalén, es decir,se basa en aquellas fórmulas usadas por los judíosque pasaron al culto cristiano y que daban gran im-portancia a la palabra, o sea a las lecturas bíblicas ya la interpretación cantada de salmos. Más tarde,pero con cierta lentitud, se fue creando un reper-torio que se llamó hispano, pues tuvo su implanta-ción en Hispania y en aquella parte de la Galia enla que estuvieron asentados los visigodos. Éstos ylos habitantes de la península, los llamados his-pano-romanos, usaron un tipo de fórmulas y me-lodías en su liturgia que les caracterizaron frente aotros ritos de la época. Las influencias, pese a seruna liturgia local, no fueron escasas y llegaron deoriente y del Africa latina. De hecho ya San Agustín

manifestaba en sus Confesiones el bienestar espi-ritual que la música podía producir a quien la cre-aba y a quien la escuchaba, al escribir: “Cuandooigo en vuestra iglesia aquellos tonos y cánticos ani-mados de vuestras palabras, confieso que, si se can-tan con suavidad, destreza y melodía, me atraen”.Y continúa diciendo, como sorprendido de que lamúsica bien interpretada consiga esos efectos:

“Juzgo que aquellas palabras de la Sagrada Es-critura excitan nuestras almas a la piedad y devo-ción más religiosa y fervorosamente si se cantancon aquella destreza y suavidad, que si se cantarande otro modo, y que todos los afectos de nuestraalma tienen respectivamente sus correspondenciascon el tono de la voz y canto, con cuya oculta es-pecie de familiaridad se excitan y se despiertan”.

En parecidos términos -es decir con el mínimorecelo hacia la expresión espiritual del canto si sehace adecuadamente- se manifiesta San Benitocuando, en su famosa “Regla de los monjes y de losmonasterios”, dice: “Recapacitemos en cómohemos de comportarnos en presencia de Dios y delos ángeles y al cantar tengamos cuidado de quenuestro espíritu concuerde con nuestra voz”. Esdecir, San Benito alerta acerca de la posibilidad deque no siempre se produzca una sintonía entre elespíritu y la emisión de la palabra a través de la voz.

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San Jerónimo, en su Comentario a la Epístola

a los Efesios, desentraña la cuestión: “Debemoscantar y salmodiar y alabar a Dios más con nuestrocorazón que con nuestra voz: este es el sentido dela frase «cantad en vuestros corazones al Señor»Que todos aquellos cuyo oficio es salmodiar en laiglesia lo sepan: se debe cantar a Dios no con lavoz, sino con el corazón. No como los actores deteatro, que cuidan su garganta y su faringe con po-ciones suavizantes para hacer escuchar melodías ycantos de teatro en el templo, sino con temor, enla práctica y conocimiento de las Escrituras. Unhombre, sea cual fuere, si esta provisto de buenasobras, es un buen cantor ante Dios. Que el servidorde Cristo cante para que las palabras que lee parez-can agradables, y no su propia voz”.

San Isidoro también distinguía entre los canto-res del teatro, que actuaban, y los cantores de laliturgia, que “vivían” esa liturgia desde su interior,y en parecido sentido se expresaron muchos pa-dres de la Iglesia cuya misma cabeza visible estuvoen numerosas ocasiones muy cercana a la música.No podemos olvidar la labor de papas como Vita-liano, León II, León IX, León Ostiense y Víctor III,dejando para el final pero no por menor impor-tancia a Gregorio Magno quien a comienzos delsiglo VII ordenó una forma de canto sin acompa-ñamiento instrumental, denominado canto llano,para las Iglesias, determinando que los cantorestuviesen una preparación adecuada para que suinterpretación elevara el sentido religioso delcanto y llegara de forma más pura al pueblo. Esdecir, junto a la suavidad de la melodía que sugeríael propio texto, la destreza de la interpretaciónque pedía San Agustín.

Sabemos que los primeros cristianos de la pe-nínsula ibérica recitaban salmos bíblicos según unaversión latina determinada que se denominó“Vetus hispana” para contraponerla a la fórmula ro-mana conocida como “Vetus itala”. Los manuscritosespañoles que se conservan contienen textos deSan Jerónimo y de San Agustín que ofrecen algunasprecisiones sobre la recitación de esos salmos. Porotro lado, parece que antes de la implantación deloctoechos o sistema de ocho modos en la música

litúrgica occidental, todavía el canto de los salmosse hacía con cierta libertad que, sin depender deltodo de la influencia bizantina, daba mucha impor-tancia a la memoria, a la tradición oral y a las formasantiguas supervivientes de los cambios que ya sehabían iniciado y que tomarían cuerpo en el cantofrancorromano. Sin embargo, antes de que el cantogregoriano, es decir el impulsado por San Gregorio,llegara a implantarse en España, se usaron todasaquellas formas que acabo de mencionar, ligadas alos hispano romanos y posteriormente a los mozá-rabes que les diferenciaron de otros ritos como elgalicano, el ambrosiano o el bizantino.

Los mozárabes fueron los españoles que, du-rante la dominación musulmana y en territorio ocu-pado, conservaron la religión cristiana. Almantenerse como tributarios de los gobiernos mu-sulmanes, éstos les permitieron tener ciertos dere-chos y una vida en común. De esa época procedenpalabras corrientes que todavía usamos hoy comoalguacil o alarife. En el siglo X arreció la persecu-ción y el hostigamiento a los cristianos en ciudadescomo Córdoba y muchos mozárabes huyeron haciael norte asentándose en diferentes zonas. En laconquista de Toledo por Alfonso VI algunos de losmozárabes que vivían allí le ayudaron decisiva-mente, concediéndoles posteriormente por ello unfuero con privilegios abundantes. Además conser-varon su rito particular en sus parroquias, rito quese hubiera perdido si Cisneros no lo hubiese ins-taurado después en una capilla de la misma cate-dral de Toledo gracias a una bula del papa Julio II.Ese rito, llamado también romanovisigótico, quehabía sido abolido en Castilla en 1078 con gran re-sistencia del pueblo, se mantuvo en una capilla deaquella catedral hasta nuestros días. Algunos auto-res refieren la leyenda de que, al conquistar AlfonsoVI Toledo en 1085 y ver la resistencia que oponíanalgunos mozárabes al rito romano, decidió realizardos pruebas tradicionales, la del duelo y la delfuego, para demostrar ante el pueblo la voluntaddivina. Un caballero francés -representando al ritoromano- y otro español -por el mozárabe- lucharon,y ganó el español, con lo que tuvieron que pasar ala siguiente prueba. Arrojaron después dos misalesal fuego y el romano saltó fuera de la hoguera ileso

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mientras que el mozárabe quedó entre las llamasaunque sin ningún daño ... Se decidió, por tanto,que el rito romano se extendiera por todas partesy el mozárabe se circunscribiera a algunas parro-quias, concretamente seis, de Toledo.

La misa mozárabe tenia tres partes, como la ro-mana: oblación, consagración y sunción. Entreestas dos últimas, el sacerdote fraccionaba la Sa-grada Forma en ocho partículas que representabanmomentos de la vida de Jesús: la corporeidad, elnacimiento, la circuncisión, la aparición en publico,la pasión, la muerte, la resurrección, la gloria y elreino de Cristo. Esas partes tenían su representa-ción en la propia forma del templo que tenia la apa-riencia de una cruz. Se supone que la liturgiamozárabe se celebraba con cierta movilidad por elinterior de la iglesia, lo que explicaría la existenciade cuatro ábsides en los cuatro extremos de la cruz.

Don Randel, uno de los principales especialistasen la liturgia mozárabe, que recientemente estuvoen Urueña, me comentaba que, dejando aparte elcanto gregoriano, el repertorio musical del antiguorito hispánico es el que más datos nos proporcionapara un estudio del canto litúrgico de la Europa me-dieval. Los códices y fragmentos actualmente con-servados pertenecientes a este rito, que datan delos siglos IX al XI, contienen mas de cinco mil me-lodías. Desgraciadamente todas, menos veintiuna,están escritas en notaciones que no se puedentranscribir en notación moderna. Sin embargo, suimportancia para el historiador y el musicólogo esinnegable. El repertorio hispánico nos ofrece laclave de muchos enigmas en torno a los demásritos, a pesar del enigma fundamental que presentaen sí. A causa de su aislamiento geográfico-políticodurante la época de dominación musulmana entreel año 711 y finales del siglo XI, es nuestro testigomás importante -en muchos sentidos el único tes-tigo- de cómo pudiera haber sido el canto litúrgicooccidental anterior a Carlomagno.

Desde muy pronto, comienzan a usarse códices,o sea libros compuestos por varios pergaminos do-blados en forma de cuadernos, de los que se ayu-daban los cantores para recordar -no sólo con la

memoria- las melodías que debían interpretar. Aun-que muchos de los primeros códices se traían defuera de España, en la opinión de Higinio Anglés yotros musicólogos una de las primeras muestrasque podría contener música escrita es el Libellus

Orationum, probablemente manuscrito en Tarra-gona a fines del siglo VII. Otros autores piensanque, lo que le parecían neumas -o sea notas musi-cales- a Anglés, podían ser en realidad pruebas dela pluma, tan frecuentes en los márgenes de los có-dices medievales cada vez que el copista iniciabaun párrafo y el cálamo se resistía a escribir. En cual-quier caso y siguiendo a Randel, lo que tenemosson muchos aspectos sobre la estética musical perono las melodías, que quedan reducidas al númerosusodicho de veintiuna. Ya en el siglo XII, y abolidala liturgia mozárabe, comienzan a penetrar en Es-paña, fundamentalmente a través del país vasco, al-gunos escritos con notaciones musicales para elrito romano que se conocen como “escritura aqui-tana”, por proceder de la Aquitania. Esas notacio-nes vienen a poner de relieve un problemaimportante: hasta ese momento la transmisión delos cantos litúrgicos se hacía oralmente y dependíatanto de la memoria del cantor como del gustopara interpretar del mismo. La música litúrgica noincluía la participación del pueblo salvo en algunosmomentos en que contestaba brevemente a untexto del cantor. Por tanto, y desde entonces, lo po-pular y lo oral van a estar ausentes de la música li-túrgica medieval salvo raras excepciones y se va afijar por escrito lo esencial del canto y sus formasen detrimento de la libertad en la interpretación yde la participación colectiva. No pensemos, sin em-bargo, que había desaparecido por completo el “ar-tista”, si llamamos de tal manera al creador que eracapaz de sentir emoción al usar su propia voz, asícomo de relacionar la palabra con el sentimiento.Tenemos el ejemplo, no español, de Hildegard vonBingen, la creadora del primer lenguaje artificial dela historia, llamado Lingua ignota. Hildegard nosólo enseñó a las monjas de su monasterio a valorarelementos esenciales en la vida y en el arte comoel color y la luz, sino que también les enseñó a va-lorar el arte musical. Muchos no entendían la im-portancia de la música en los ritos litúrgicos, entreellos algunos prelados de Mainz que prohibieron

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usar la música en el monasterio. La prohibiciónprovocó una respuesta escrita de Hildegard en laque exponía la relación entre la música y los esta-dos místicos, justificando la función especulativa opráctica de las artes. Hildegard, que fue una grancompositora, se refiere a la creación musical comoa una cosa extraordinaria, y escribe: “también com-puse cantos y melodías en alabanza a Dios, y lossalmos sin enseñanza ninguna, y los cantaba sinhaber estudiado nunca los pneumas ni el canto».Hildegard enseñó a cantar y a interpretar la músicaa muchas mujeres y monjas de su época para acom-pañar el lento transcurrir de la vida del claustro.

Tras la adopción de la liturgia romana por los ca-rolingios y la fijación por escrito del repertorio enforma de notación musical llegará una larga épocadel gregoriano que se mantendrá hasta nuestrosdías con un repertorio más o menos estable en lasdiversas regiones de la cristiandad. Ese proceso seinicia en el concilio de Burgos de 1081 y va a mo-dificar la forma de rezar y de cantar orando. Dehecho todavía están sin resolver algunos enigmassobre cómo se efectuó el cambio de la liturgia mo-zárabe a la romana teniendo en cuenta la lentitudcon la que suelen desarrollarse estas reformas y laescasa voluntad de cambio de las comunidades pe-ninsulares. Sólo a través de la invasión cluniacensey la llegada de monjes que se incorporan a la vidade los monasterios españoles trayendo la nueva li-turgia puede explicarse el paulatino pero inexora-ble avance del ritual centralista romano. Todo estocon matices, ya que en un par de antifonarios delos archivos capitulares de Toledo, pueden rastre-arse orígenes franceses, de Cluny, transmitiendo asu manera aquella liturgia universal que la Iglesiapretendía imponer. Por tanto, cuando Fray José Si-güenza escribe que “quisieron nuestros padres ypusieron buen cuidado en ello, que el canto denuestro coro estuviese lleno de mucha compos-tura, gravedad y modestia pretendiendo se hiciesemás con el corazón que con la boca usando elcanto que había en España, el de mejor sonido, cualera el que se usaba en la iglesia de Toledo, a quiensiempre han imitado en cuanto han podido” , enesa reflexión se puede descubrir que habla no sólode un repertorio recogido y custodiado en un ma-

nuscrito toledano desde los siglos XIII a XV, sinode una forma de presentar, cuidar y transmitir eserepertorio, que seguirían los jerónimos hasta quefuese litúrgicamente posible. Hasta la reforma delcanto gregoriano de los siglos XIX y XX, la tradiciónoral estuvo pues viva de manera muy diversa en lasdiferentes etapas por las que fue atravesando hastaahora. En cualquier caso, en la Edad Media se iniciaun proceso, aceptado plenamente hoy día, queconfería a lo escrito la categoría de ley dándolo unacredibilidad que no tenía la comunicación verbal.

Nos centraremos ahora en el lugar denominadode la Armedilla que, con el precedente de un espa-cio sagrado, con la tradición de una cueva y unahierofanía, con la veneración a una imagen de laVirgen, era un lugar a propósito para que fuese laorden de San Jerónimo la que edificase el monas-terio. Los jerónimos, inspirados en la vida del santode Estridón, nacieron en el siglo XIII con el propó-sito de vivir, como aquél, en lugares ásperos e in-hóspitos. El papa Gregorio IX, que fue quien lesconcedió la bula de creación, les dio como regla aseguir la de San Agustín, aunque en el fondo su mo-delo fuera San Jerónimo, es decir el modelo de vidacenobítica que éste había tomado del eremita Pa-comio, cuya regla, según la tradición, le fue trans-mitida por un ángel y fue escrita en copto. SanJerónimo tradujo esa obra al latín y la convirtió enun texto fundamental para la espiritualidad en oc-cidente, sirviendo de guía a algunas otras reglascomo las de San Basilio, la de Vigilio, la de San Ce-sáreo o la de San Benito, en cuyos capítulos ven losexpertos más de treinta referencias directas al textooriginal de Pacomio. Sobre este aspecto del interésjerónimo por fundar monasterios en lugares difíci-les o alejados de las ciudades se suscitó un debateentre Fray Lope de Olmedo y Fray Juan Serrano-con pretensiones de reformador el primero y de-fensor de la orden el segundo ante el Papa MartinV en 1428- que parece oportuno recordar aquí. FrayLope acusaba a la orden entera de haberse apar-tado de la primera voluntad de San Jerónimo dehacer penitencia y haberse entregado al mundo lle-vando un tipo de vida mucho más relajado. En larespuesta -recordemos que ambos frailes están di-rimiendo sus diferencias ante el Papa- Fray Juan Se-

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rrano contradecía firmemente esta opinión: “Estáncasi todas las casas de esta orden en desiertos, por-que de veintiséis que hasta ahora se han fundado,las que más cerca de población están a media leguade las ciudades y una sola dentro de una villa. Lasdemás, contra lo que aquí se ha dicho por FrayLope, más distantes y en lugares desiertos, ajenasdel trato del mundo y con todo y eso van allá losfieles atraídos de la devoción y solemnidad con quese celebran los oficios divinos ... No profesa estaorden ser mendicante ni lo profesó San Jerónimo.Si se entran por nuestras puertas los príncipes se-culares y los prelados de la Iglesia, traídos del buenolor y de la fama de las virtudes de dentro y de lacompostura y modestia de fuera ¿qué peca la reli-gión en esto, sino lo que la luz, que es imposibleencubrirla?” .

Tuvieron, en efecto, los jerónimos muchos ybuenos protectores entre los reyes y nobles y dehecho, un infante, don Fernando de Aragón, y unduque, el de Alburquerque, fueron los primerosmentores de la Armedilla. Don Fernando se en-cargó, tras convencer a los cofrades de la Virgen dela necesidad de que una orden se ocupara del ser-vicio y reverencia de la imagen, de que los jeróni-mos tomasen a su cargo todas estas funciones. Losvecinos de Cuéllar habían intentado antes que unosmonjes, los del Císter, se hicieran cargo de la ermitay de la talla, pero habría que recordar que la ordenbernarda no solía hacer monasterios en lugaresabruptos -fragoso y casi inhabitable, llama al lugarde la Armedilla Fray José Sigüenza en la Historia dela Orden- sino en sitios estratégicos, aunque fuesensolitarios, con agua abundante y bosques cercanos,lo cual influiría sin duda en la renuencia a la dona-ción que se les quiere hacer en 1185.

Respecto al culto a la Virgen mencionaré que yadesde su tercer capítulo general, el segundo de loscelebrados en San Bartolomé de Lupiana en el año1418 y al que asisten dos representantes de la Ar-medilla, se insiste en el esmero con que se habíade cuidar el servicio a la Virgen Nuestra Señora, nosólo por ser la madre de Dios y piadosísima conquienes la invocaban sino por haber mostradograndes señales de su amor y clemencia hacia la

Orden de San Jerónimo. En realidad, gracias alsanto y a su divulgación de la idea de María comomadre del género humano, se incrementa la devo-ción popular de los siglos posteriores. Por tal mo-tivo y por otros, en dicho capítulo se decretó quea partir de ese momento se hiciese en los monas-terios de la Orden fiesta doble en honor de la Vir-gen con oficio propio todos los sábados del año,teniéndola además por patrona singularísima. Eseoficio, hasta que fue sustituido por otro similar,duró mas de 140 años, por lo que es más que pro-bable que se usara en la Armedilla. El Padre Juande San Jerónimo hablando de las razones que in-clinaron de siempre a los reyes de España a elegirla orden para que se ocupara de monasterios im-portantes, dice: “Juntábase a esto -es decir a la de-voción que distintos monarcas tuvieron hacia estosmonjes- la consideración, que es sobre todas estasy la primera, que las casas de esta orden son unasmoradas donde siempre, a imitación de las delcielo, se está sin diferencia de noche y de día ha-ciendo oficio de ángeles”.

En los monasterios, el desarrollo de cada día es-taba marcado por las horas canónicas, división dela jornada que ya usaba la tradición rabínica en lassinagogas basándose en las costumbres del desapa-recido templo de Jerusalén que marcaba tres horaspara concurrir al recinto a orar: la tercia, la sexta yla nona. A la tercia oraban los judíos porque era tra-dición que en esa hora se les entregó la ley en elmonte Sinaí. A la sexta, porque en esa hora se erigióla serpiente Aenea o de oro en el desierto. A lanona, porque en ese momento dio la piedra enCadés agua para el pueblo sediento. La Iglesia, losprimeros padres y sobre todo los primeros creado-res de reglas monásticas aceptaron de buen gradola división horaria de cada día, dándole, según lostiempos y el interés en la exégesis, diferentes inter-pretaciones a cada uno de los espacios de tiempo,que ampliaron a siete, custodiados por ocho hitoso momentos: maitines, que coincidían con la me-dianoche, laudes -a las 3- prima -a las 6, ya que coin-cidía con la primera hora del sol-, tercia -a las 9-,sexta -a mediodía-, nona -a las tres de la tarde-, vís-peras -a las seis- y completas -a las 9 de la noche-. SanBenito, en su Regla, siguiendo precisamente un

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Salmo del Antiguo Testamento, el 119, que se reci-taba en el templo de Salomón y que mantenía elorden de las 22 letras del alfabeto hebreo, recogíauno de los dobles versos de la letra “sin” que decía: “Siete veces al día te alabo por tus justos juicios”.“Y nosotros -decía san Benito- para cumplir coneste sagrado número 7, hemos de celebrar los ofi-cios de nuestro servicio a sus horas, o sea laudes,prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas,pues de estas horas diurnas dijo: durante el día tealabé siete veces, ya que el mismo profeta dice delas vigilias nocturnas: me levantaba a media nochepara alabarte”. El santo dividía, pues, el día en 7 es-pacios horarios y añadía un momento más a me-dianoche para rendir tributo a Dios. Cada uno deesos periodos de oración tenía unas lecturas y unoscánticos que estaban perfectamente determinados.La tradición del numero siete, aunque fijada por laRegla de San Benito, venía de antiguo: el séptimodía de la Creación descansó el Señor, pasadas sietesemanas salió el pueblo de Israel de Egipto, en elséptimo mes se concedía absolución general a todoel pueblo, en el año séptimo descansaba la tierrade la siembra porque así lo mandaba la ley, Noe es-peró siete días a que la paloma volviera al arca yotros siete hasta que volvió a salir. El sumo sacer-dote en el tiempo del perdón rociaba siete vecesal pueblo con la sangre del cordero, los sacerdotesde Jericó rodearon la ciudad siete veces con sietetrompetas, con siete bocinas se anunciaba el jubi-leo, pero además eran siete las peticiones del padrenuestro en el nuevo testamento, siete los sacra-mentos, siete los dones del Espíritu Santo, siete lospanes que se distribuyeron a cuatro mil personas,siete los candelabros y los sellos, siete los ángelesque se dice estaban ante el trono de Dios en el Apo-calipsis, etc.

Así como San Jerónimo, siguiendo a Pacomio,apenas habla del culto litúrgico y se entretiene más–a lo largo de los 192 capítulos de su traducción-en hablar de la vida monástica y de los trabajos dia-rios manuales o en la tierra (que en realidad consi-deraba también como oración), sin embargo SanBenito es absolutamente preciso en sus órdenesacerca de cómo deben ser los oficios del día y dela noche en el coro, de modo que estuviese muy

bien determinado el rezo de los 150 salmos del sal-terio bíblico con el que debían cumplir los monjes.

Los monjes jerónimos, además de estudiar Filo-sofía, Teología y Cánones, daban siete años de mú-sica. No era un capricho. Desde los comienzos dela orden se cuidó muchísimo la solemnidad en losoficios, ya lo hemos mencionado, y seguramentefuese ésta la principal razón por la que diferentesreyes protegieron y encumbraron a la orden porencima de otras, además de por el hecho de ser ne-tamente española. Esta costumbre de cuidar espe-cialmente el canto es recordada en un Libro deoficios o Libro de costumbres de finales del sigloXV en el que se escribe: “EI oficio de cantar devotay espaciosamente, es propio de la Orden” y José Si-güenza, historiador de la orden, remacha: “Es muyconstante esta religión en las cosas que una vezabraza”. Y una de esas cosas, era precisamente elculto divino por medio del canto y especialmentedel canto que seguía la ortodoxia instaurada desdeantiguo. De hecho, los monjes jerónimos aun enlos momentos en que la polifonía empieza a impo-nerse en el culto y en la liturgia, mantienen su dis-tancia de ella como si se tratara de un modelodesviado de su propio estilo de concebir el canto.Para los monjes estaba prácticamente desaconse-jado el discanto, es decir la forma de interpretarcon una voz fija sobre la que otra iba haciendoadornos, salvo en ocasiones en que la solemnidado el propio tema lo permitían, como por ejemploen el Benedictus, el Magnificat o el Nunc dimittis.Por eso dejaban para los grupitos o capillas de mú-sicos seglares, si es que se podía disponer de ellos,el uso de esos modelos novedosos y más adorna-dos en los que, no sólo se perdía la sobriedad ca-racterística del canto gregoriano sino que a vecesse hacia difícil entender la letra de lo cantado. Noaparece en ninguna documentación -al menos yono lo he encontrado- los libros que usarían en laArmedilla para el canto de coro, aunque parece ló-gico que usaran, entre otros, el Antiphonario y elGradual que imprime Juan Varela de Salamanca enel año 1508 en Sevilla para uso especifico de laorden de San Jerónimo, en canto llano. El término«canto llano», generalmente, se utilizaba para hacerreferencia a la música litúrgica monódica. Se con-

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traponía a veces a la forma de «canto de órgano».La diferencia fundamental entre canto llano y cantode órgano no es sólo la que hacía referencia a suforma de interpretación a una voz o varias, sinotambién a la métrica. El término «organum» en am-plio sentido, por tanto, sería todo canto eclesiásticosometido a una medida pero también el canto me-lismático, el discanto y la armonía. Que los jeróni-mos preferían diferenciar lo sencillo de locomplicado, ha quedado demostrado. Que prefe-rían separar la liturgia de la ciencia queda bien claroen esta carta que el Padre General, Fray Jerónimode Alabiano, dirige al rey Felipe II ante su interéspor implantar estudios superiores en El Escorial.En esa misiva, del 22 de agosto de 1564, escribe:«De una cosa es bien que Su Majestad esté adver-tido, que así como conviene que en la Orden hayaletrados y personas doctas en número y cantidadcompetente para que en todas las casas de ella hayael oficio del púlpito y para leer y confesar, etc., asíno conviene que haya exceso en haber muchos le-trados como los hay en la Orden de Santo Do-mingo y en otras partes, porque comúnmente lasletras van en detrimento del coro y oficio divino,que es nuestro principal y primer instituto, y ha-biendo muchedumbre de letrados, dejaríamosnuestro principal intento y tomaríamos el accesoriopor principal, lo cual sería grave inconveniente yvendría la Orden a hacer su oficio como las otras,distraídas en letra y caería mucho de la mortifica-ción, modestia y recogimiento que ahora tiene».

La música de coro siempre tuvo, pues, por en-cima de otras formas de cultivo personal, una con-sideración especial: en Lupiana, primera fundaciónde la orden, en Guadalupe y en el Escorial se cre-aron excelentes archivos musicales. Aunque en lamayor parte de los monasterios jerónimos no erahabitual que nadie de fuera se ocupara de los ofi-

cios, en Guadalupe Don Diego López de Rivade-neira deja una renta anual de 1.500 ducados paratener un grupo de ministriles con chirimías, saca-buches, bajón y trompetas para que acompañaranlos oficios. Es un caso especial ya que normal-mente la música estaba encomendada a los monjeso al órgano si lo había (sabemos que en la Arma-dilla lo hubo, pues en el inventario de objetos per-tenecientes al monasterio del año 1820, semenciona, indicándose además que es un “órganode buen uso”). En algunos monasterios como elde Lupiana se mantuvo un extraordinario archivoy una enseñanza musical tan cuidada que, segúndice la tradición, cuando en el siglo XIX se exclaus-traron los jerónimos por la desamortización,pudieron colocarse inmediatamente como profe-sores de música o intérpretes en algunas orquestasteatrales madrileñas.

Concluyo: parece obvio que cuando los jeró-nimos se instalan en la Armedilla, a comienzosdel siglo XV, traen con ellos su cuidada forma deoración en el coro que habían desarrollado desdelos orígenes de la orden y por voluntad de susfundadores, y que fue posteriormente respetadapor todos los monjes a despecho de las modas yde los cambios circunstanciales. Esta forma deorar en el coro, solemne y sentida, convence aalgunos reyes españoles de la conveniencia deapoyar a la orden y contar con ella en todas lascircunstancias en que la seriedad y el protocolose hiciesen necesarios. Hemos de suponer quela veneración por Nuestra Señora de la Armedillajunto a una liturgia respetuosa con el misterio ycon la tradición fueron elementos importantesque ayudaron a mantener el respeto por lamúsica como forma de oración hasta que ladesamortización vino a cebarse con las propie-dades eclesiásticas.

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