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FLORENTINO GONZALEZ: MEMORIAS

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FLORENTINO GONZALEZ

MEMORIAS

. :.?UDUCA

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BOLSILIBROS BEDOUT

VOLUMEN 91

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En el año de 1933 y cuando a ,la sazón desempeñaba elcargo de ministro plenipotenciario de C{}lombia ante lasrepúblicas de Argentina ,Y Uruguay, ~l doctor José Ca.ma-cho Carreño tuvo el aCierto de reeditar en Buenos Aires,con el subtítulo de controversill.ll bolivarianas, las Memoriasde Florentino González, autor y testigo de los aconteci-mientos que allí se describen, en forma por demás apasio-nante,

Esta obra, que indudablemente se refiere a una de lasépocas más interesantes de nuestra historia, y como lo ano-ta su afortunado prologuista, ya había sido publicada,en la Revista del Río de la Plata, fuente utilizada parala respectiva reproducción. Y con anterioridad, en el añode 1853, bajo el título Recuerdos de la época de la dicta-dura, su autor había dado a la luz pública, en el Neogra-nMino de Bogotá, los tres últimos capítulos, de los ochoque, integran el trabajo histórico en referencia.

Antes de consitlIlar algunos rasgos biográficos, tanto delcreador de las mencionadas Memorias, como del diplomáticoy escritor que tuvo la feliz iniciativa de recobrarlas paraLa posteridad, consideramos conveniente hacer alusión auna actitud que, si bien se relaciona con fueros o aprecia-ciones de orden estrictamente personal, no por ello dejade revestir un especial interés informativo.

En la edición del año 33, que como queda dicho de-bemos al entusiasmo y preocupación de José Camacho Ca-rreño, coterráneo de Florentino González por más señas,y que hoy constituye una rareza bibliográfica, aparecieronsolamente siete capítulos de las Memorias, "por razones dequien tiene el capricho de publicarlas hoy", según suspropias palabras. Se había omitido así la publicación delúltimo capítulo.

Tiempo después y a raiz del retorno a su patria, Ca-macho Carreño perfiló un hermoso boceto sobre el cons-pirador septembrino, del cual tomamos los siguientes apar-tes, justificativos de la anotada supresión:

"Quiero hoy absolver UIUl pregul1ta con que viene in-dagatoriandoseme desde que publiqué las Memorias de Gon-zdlez, no sólo aquí sino en Venezuela: por qué arran-qué de ellas el capítulo octavo y último y lo guardé calladito.

Para replicar tengo de imputarle oportunismo al doctorGOIlZa/eX, porque S% a inspiración suya puede explicarseque haya estampado contra Bolívar, en tierra extra¡ía, los

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baldones y oprobios que forman esta parte de sus recuer-dos. Conste que en ella no hay dato, base ni fundamentohistórico de ningún género, que no se aporta noticia algu-na ni se refieren episodios, y que todo se reduce a injuriaral padre con lenguaje napolitano, en bordonazos sin dig-nidad estética y sin escrÚpulos por la exactitud: ¡baste sa-ber que 1WS atribuye a los colombianos haber festejadocon euforia democrática la muerte de Bolívar, que pinta som-bríamente ocurrida entre corro de sargentones que empina-ban copas y barajaban sotas!

Es el caso que cuando González llegó a Buenos Airesestaba a la moda renegar de Bolívar. La plum~ de Barto-lamé Mitre había hecho escuela y en la cabeza de todomocozuelo contraponíanse Bolívar y San Martín: aquél ca--mo licencioso soldadote en cuyos campamentos no re~biaba la disciplina sino careaban de brazo, orgÍas, el vinoy la lujuria, y cuyo corazón se desbocaba ambicioso sin an-clas éticas, tropical de at7'ebatos dementes, aventurero au-dacisimo; y éste como ascético esquema ideal que cifra-ba la moral de América y para quien la libertad no era unailuminación dionisiaca, sino un camino de perfección in"terior y política. Naturalmente recordábase la noche deGuayaquil, bajo cuyos luceros, entre los reflejos del Gua-yas, ilustrábase un San Martín que .'e despojaba del im-perio de América para enajenárselo (1 /l/l hombre de silue-ta rojiza y ebria.

Don Florentino González tomó el compás de la escuelamitrista y quiso adular el ambiente argentino, hoy "modifi-cado ya, pronunciándose contra Bolívar en términos quedeshonran la pluma del estilista, y con juicios donde estáinconocible el varón de leyes. El octavo capítulo de susMemorias es un aldabón oportunista que le franqueó se-guramente puertas de notoriedad y de influencia y no po-día reeditarlo en Buenos Aires un ministro de Colombia enel instante mismo en que pugnaM con éxito porque se pro-pagase la gloria de Bolívar, cifra de América".

No es nuestro propósito formular crítica alguna a lasrazones que tuvo Camacho Carreño para tomar semejante

. determinación; ni mucho menos adentramos en las respe-tables argumentaciones de. sus páginas prologales. Sin em-bargo, queremos hacer la siguiente consideración: si tene-mos en cuenta que Plorentino González escribió sus Me-morias en París, entre los años de 1841 a 1845; si no perde-mos de vista que el capítulo de marras, que aquí reivindicamos,fue publicado en esta capital, en el periódico y año arribaseñalados; y si además recapacitamos en la circunstancia,nada desestimable, de que tan eminente granadino habíasentado sus reales en países del sur, Perú, Chile y Argenti-na, desde mediados de 1859; creemos que nuestro admi-rado José Camacho Carreño, incurrió en flagrante desacatoy equivocación, al considerar como un simple seguidor deMitre y descarado adulador· del ambiente argentino a tanilustre colombiano y califica como "aldabón oportunista"

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un documento que mucho antes de aparecer en la Argentina,ya había sido plenamente divulgado entre nosotros. Cosafundamentalmente diferente es qu,~ Camacho Carreño se hu-biese apartado de la forma y contenido del capítulo encuestión. De los últimos capítulos (6'.', 7'.' Y 81?) Y en cuan-to se refiere a su publicación en Colombia, "nada sabríadecir", había escrito a comienzos del citado prólogo. Estamoscasi seguros que de haber tenido conocimiento de este su-ceso publicitario, el joven e inteligente diplomático se habriainhibido de endilgar tamaña increpación.

Con lodo, la reedición de las Memoria.\' de FlorentinoGonzález, en la forma indicada, y el piadoso, el patrióticogesto de habemos repatriado SllS restos, al cabo de los añosy del ostracismo en que estaban unidos, compensen a JoséCamacho Carreño de tan despectiva inculpación. Bien seha escrito que la grandeza de los hombres residoe en susacciones, no en sus pensamientos.

Florentino GonzáJez nació en Cincelada. departamentode Santander, en el año de 1805. Joven todavía se radicóen Bogotá al lado de sus familiares y aquí hizo estudios enel Colegio de San Bartolomé, donde obtuvo. en 1825, losgrados de bachiller, licenciado y doctor en jurisprudencia.Muy pronto comienza a participar en labores periodísticas yforma parte en las filas que encabeza el general Santander.En 1827 figuró como candidato para diputado a la conven-ción de Ocaña, pero por falta de edad no pudo ser calificado,habiendo actuado entonces como secretario. En dicho añocolaboró en el periódico político y noticioso llamado ElConductor, dirigido por Vicente Azuero.

El 25 de septiembre de 1828 tuvo la más decidida parti-cipación en la conjuración contra Bolívar, razón por la cualfue condenado a muerte, pena que luego le fue conmutadapor la de prisión solitaria y que cumplió por espacio de diezy ocho meses en el castillo de Bocachíca, en Cartagena. Deaquí pasÓ a Caracas, en donde el propio gobierno le enco-mendó la redacción de La Gaceta Oficial. Regresó al paísen 1831).

Fue elegido secretario de la convención constituyente con-vocada para los departamentos de la Nueva Granada, cuyainstalación tuvo lugar el 20 de octubre de 1831. Actuó comoredaclor del Constitucio/lal de CU/ldinamarca en aSQl:io delos doctores Rufino Cuervo, Ignacio Gutiérre~ Vergara. Lo-renzo Maria Lleras y otros más. En 1833 acudió como re-presentante al congreso, por la provincia del Socorro. Entrelos numerosos periódicos aparecidos en el curso de este añoy como el más importante, se cuenta El Caclwco, que fundóen unión de Lorenzo María L1eras. Tuvo como colaborador einspirador al presidente Santander.

Entre los años de 1834 a 1836 y aunquc en forma interi-na desempeñó las secretarías de hacienda, de lo interior yde relaciones exteriores, y con igual carácter. la gobernaciónde la provincia de Bogotá, El, 22 de octubre de 1837, elgeneral Santander dio a .la pUbJicidad el semanario La Bande-

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ra Nacional. "muy bien escrito y con artículos de fondo debastante mérito", como lo anota un distinguido historiador.Los primeros números, además de Santander, fueron redac-tados por Florentino González y Lorenzo María LIeras. En1839 fue nuevamente representante al congreso nacional porla provincia del Socorro. A los pocos meses de clausuradaLa Bandera Nacional, apareció El Correo, que redactó encompañía de Vicente Azuero, Francisco Soto y otros perso-najes santanderistas. El 21 de diciembre de este mismo añofue designado como rector de la Universidad Central. Maspor el hecho de haber recaída el nombramiento en un miem-bro del congreso, el gobierno alegó su i1ega"lidady fue reem-plazado por el doctor José Duque Gómez. Ante esta determi-nación, Florentino González renunció la cátedra de derechoconstitucional que regentaba en dicha universidad. Al siguien-te año, también concurrió al \:ongreso nacional por el So-corro, su· provincia nativa.

En el mes de ~ébrero de 1841 y a causa de la revoluciónviajó a Europa en donde permaneció hasta 1845. Tanto enFrancia como en Inglaterra adelantó serios estudios en de-recho público y ciencias económicas, principalmente. A suregreso, se dedicó a algunas actividades comerciales e igual-mente colaboró en El Día, en cuyas columnas trató temasy problemas de carácter económico.

El 14 de septiembre de 1846 y pese a su posición política,Florentino González, hombre talentoso como pocos y de unavasta preparación en cuestiones políticas, económicas, fisca-les y de administración pública, fue designado por el presi-dente Mosquera para ocupar la secretaría de hacienda, enla que desempeñó una labor de suma importancia y trascen-dencia para el país. En el seno del congreso y corno miembrodel gabinete presentó diversos proyectos, empezando por unoque facilitaba la administración de hacienda y procurabahacer más expeditas las liquidaciones de cuentas y más fácilel examen de los recursos fiscales.

En 1847 fue candidato a la presidencia de la repúblicay en el año anterior lo había sido para la vicepresidencia.El 28 de enero de 1849 el presidente Mosquera instaló elInstituto Caldas, con miras a "preservar la moral, fomentarla industria, la educación, la inmigración de extranjeros, laestadística y las vías de comunicación", Florentino Gonzálezformó parte de la sección de caminos, inmigración y esta-dística. El 8 de junio de 1848 fundó el semanario El Siglo.Iiesde donde expuso sus ideas políticas y tuvo como colabo-radores a Julio Arboleda y Lino de Pombo. Al siguienteaño, a principios de febrero, fue nombrado corno encargadode negocios en Francia y la Gran Bretaña, legación que fuesuspendida en el mes de octubre. Luego de baber figuradonuevamente como candidato ala vicepresidencia y de habersido entusiasta partidario de la federación, en tl1.S~asistió alvigésimo primer congreso constitucional de la Nueva Gra-nada como senador. Allí y desde las columnas del Neograna-dino' prosiguió su campaña federalista, habiendo ejercido no-

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tabJe influencia en la expedición de la constitución de aquelaño.

El 6 de febrero de 1854 fue degido como procuradorde la Nación, cargo que desempeñó con suma actividad ycompetencia hasta 1858. A comienzos de mayo de 1857 sele promovió una acusación ante el Senado de la Repúblicapor no haber llevado a la Corte Suprema de Justicia el jui-cio de nulidad de un contrato de arrendamiento de la sa-lina del Zanjón, contigua a la de Zipaquirá. Sobre esteacontecimiento, J. M. Cordovez Moure, en sus Recuerdosautobiográficos, relata 10 siguiente:

"Pocas veces se presentará en nuestros Congresos un es-pectáculo tan instructivo como el que ofrecieron aquellosatletas parlamentarios en pleno vigor intelectual. A la formi-dable acusación de Malo Blanco, circunscrita a los hechosexpuestos en los autos, sin una sola frase que denotara pa·sión en el debate, replicó Florentino González con la des-deñosa altivez que lo distinguía; combatió uno a uno, conderroche de elocuencia, los cargos del fiscal, y termitu5 pa-rodiando al defensor que, al ver perdida la causa de su clien-te, la exhibió desnuda, exclamando en actitud amenazante:

¡Condenadme si os atrevéis, honorables senadores!En realidad de verdad la acusación a Florentino Gonzá-

le;: fue un brote desgraciado de sus malquerientes, que leproporcionaron aquel triunfo en su carrera politica, porquefue absuelto a contentamiento general".

En el mes de marzo de 1859, el absuelto procurador par-tió para Lima y Santiago de Chile, con el carácter de e~viado extraordinario y ministro plenipotenciario. A partir de1861 fijó su residencia en Chile y aquí, al hacer dejacióndel cargo diplomático se dedicó con éxito sobresaliente a lalabor periodística, publicitaria y docente. Fue redactor, entreotros periódicos, de El Tiempo y El Mercurio de Valparaiso.Con apoyo del gobierno publicó un Proyecto de Código deEnjuiciamiento, y poco más tarde, el Diccionario de DerechoCivil Chileno.

Posteriormente pasó a Buenos Aires, en donde con sufama de gran humanista y esclarecido jurisconsulto, prosi-guió su carrera intelectual, con particularidad en el ramodocente. y conquistando triunfos, desde luego. Baste decirque fue el fundador del derecho constitucional argentino.Fruto de la consagración catedrática son sus obras: Cienciaadministrativa y Lecciones de Derec/w Constitucional. Peroademás publicó otros estudios de importancia, tales como elrelacionado con el uti possidetis de 1810, Y algunas traduc·ciones del inglés y del francés, con anotaciones y comenta-rios.

y finalmente, para dar alguna idea de la estampa física deeste eminente colombiano y gran pensador americano, nadamás indicado que acudir al testimonio de uno de sus contem-poráneos, D. José María Samper:

Florentino Gonxálftx el"O 0110 de cuerpo, de 8aU",,,o porte,la ¡«{(" csbefla, la cabeza erguida )' poderosamenJe confor-

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mada; el cabello y la barba negros y ligeramente rizados;la tez de cm blanco mate casi pálido; los ojos grandes, her-mosos y expresivos, bien que medio velados por momentosy con cierto aire melancólico; la frente magnífica, abierta ycomo iluminada; la nariz firmemente perfilada y recta; el ros-tro anguloso y de líneas llenas de vigor; la boca grande pe-ro fina, en la que vagaba siempre ulla sonrisa como de .s«-perioritk1d y desdén y una expresión de confianza en si mis-mo; una voz de entonación suave pero llena y enérgica,' elandar digno y libre, y en toda la figura un sello patente deinteligencia superior, de independencia y de resoluCión: talesnan los rasgos físicos de Florentino González, gallardo comoun gladiador de buen tono, distinguido como un gentlema~ in-gles, lleno de luz en la cabeza, de entereza en el corazón.y de fuerte voluntad".

Florentino González murió en Buenos Aires, el día 2 deenero de 1874, y sus restos fueron repatriados en 1934.

* * *José Camacho Carreño nació en Bucaramanga el día 18

de marzo de 1903. De muy !emprana edad vino a Bogotá,y aquí entre los años de lS15. a 1919, hizo estudios en elGimnasio Moderno, bajo la--dirección de D. Tomás RuedaVargas, habiendo sobresalido entre sus condiscípulos. Pasa lue-go al Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, en cu-yos claustros recibió diploma de bachiller. En la UniversidadNacional adelantó estudios de jurisprudencia y en' septiem-bre de 1926, obtuvo el título correspondiente. Como tesisde grado presentó un original ensayo sobre las pasiones y lapremeditación. En las postrimerías del gobierno del generalPedro Nel Ospina y en unión de Eliseo Arango, JoaquínFidaJgo Hermida, Augusto Ramírez Moreno y Silvio Ville-gas, formó parte del célebre grupo "Los Leopardos", deno-minado así por la manifestación combativa y entusiasta detan aventajados universitarios. Desde entonces, Camacho Ca-rreño comenzó a escribir en las columnas de El Nuevo Tiem-po y a participar activamente en la política.

A principios de 1925 y en calidad de suplente concurrióa la Asamblea de su departamento, en cuya oportunidad,teniendo como contendor a Gabriel Turbay, su amigo ycompañero de infancia, hizo revelación de sus magníficas do-tes oratorias. Entre 1927 y comienzos del 29, desempeñó laSecretaría de nuestra Legación en Bélgica. En la UniversidadLibre de Bruselas cursó especialización en ciencias económi-cas y para obtener su licenciatura escribió el libro tituladoReflexiones Económica.>.

Elegido diputado y representante al Congreso para el bie-nio de 1929 a 1931, quizás el más brillante del presente siglosegún fuentes autorizadas, asiste primero a la Asamblea desu tierra natal y luego acude a la cámara de representantesde la que fue dos veces presidente. En su seno desplegó unaactividad preponderante y terció en duelos oratorios de ex-traordinaria resonancia. Famoso entre todos, aún se recuerdael librado con Antonio José Restrepo en torno a un proyec-

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to sobre la libertad de industria del tabaco y la acusaClOnal ministro de guerra del presidente Miguel Abadía Mén-dez, general Ignacio Rengifo.

En enero de 1932 y mediante designación del presidenteOlaya Berrera, viajó a Buenos Aires como ministro plenipo-tenciario ante los gobiernos de Argentina y Uruguay. Susdestacadas actuaciones en tan señalada representación fue-ron decisivas para el buen nombre de nuestro país. Bastadecir que en el transcurso de este año sostuvo sonadas po-lémicas periodísticas en favor de Colombia durante el con-flicto ('.on el Perú. Al año siguiente, en 1933, integró con eldoctor Alfonso López la delegación colombiana ante la VIIConferencia Internacional Americana de Montevideo, y acuya inauguración asistió· el presidente de los Estados Uni-dos, Franklin D. Roosevelt.

A su regreso a la patria se dedicó al ejercicio de la pro-fesión, especialmente en el ramo penal, en el cual, graciasal poderío de su elocuencia logró triunfos !\""Sonantesfrentea distinguidos émulos de la oratoria y de la ciencia juridica.Dueño de un estilo correctísimo, de sabor clásico pudiéra-mos decir, escribió ensayos sobre los más variados temas, algu-nos de ellos recogidos en la obra Bocetos y paisajes. Publi-CÓ, así mismo, la titulada El Último leopardo, páginas de auto-biografía y política.

José Camacho Carreño falleció trágicamente, en las cer-canías de Puerto Colombia, departamento del Atlántico, eldía 2 de junio de 1940.

* * :¡:

Vuelvan, pues, a la publicidad en toda su integridad,y gracias a los buenos auspicios de la Editorial Bedout, estaspáginas -tan controvertidas como controvertibles- escritaspor un eminente colombiano, y que como dijimos en un co-mienzo se refieren a una de las épocas más importantes denuestra historia, incluyendo como acontecimiento culminante,la acción y participación del autor en el infortunado episodiode la conjuración contra Bolívar.

VICENTE PEREZ SILVA.

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ATREVIMIENTOSHISTORICOSMental y moralmente crecí en el Gimnasio Mo-

derno y de él saqué lo poco bueno que en mí haya,y por sus desoídos consejos me deslucen defectostan graves como los que anidan en todo corazón hu-mano. Formáronme allí José María y Tomás Sain-per, Pablo Vila, un catalán que pastoreaba cornonadie las almas pueriles, Agustín Nieto Caballeroy Tomás Rueda Vargas, que me ha acudido en mu-chas oportunidades con la lumbre de su criterio se-gurísimo y con su donaire espiritual.

No diré como en los ancianos claustros, queRueda Vargas leía disciplinas históricas porque enrealidad las conversaba y dialogaba poblando la.fantasía de la muchachada con las grandes, exiguasomedianas sHuetas pretéritas y con la emoción deepisodios a que daba colorido tan feliz narrador.Siempre aavertí que nuestros hombres tradiciona-listas y verdaderos clásicos, arrebataban de prefe-rencia al gran dibujante de costumbres y caracte-res. El conflicto era apasionado entre el libeIialhereditario y forzoso y el seducido por un escolás-tico corno don MiguelAntonio Caro, latino del másrigido corte, cuya grandeza es todavía inabarcable,a pesar de las perspectivas con que la facilitan eltiempo y la distancia.

Es incalculable el efecto plástico que ejerce enel alma de un adolescente una palabra del poderdescriptivo de la de Tomás Rueda Vargas. Cuandodejé el Gimnasio y me avasalló otro rectorado deconciencia, el de Rafael María CarrasquHla, quiseemanciparme de los rumores que en ella habíaplantado su primer educador, y en algún periódicomosqueteril, donde hacíamos pabellones de fusiles

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Jovenes quienes despuntábamos a ia vida pública,.quedó estampado un agresivo retrato del gran im·presionista, cuyo influyo pretendía sofocar con laviolencia.

Los años, que en mí han acelerado su comen.te~de honras y desencantos, restauran al forjadorde muchas ideas y aún prejuicios, que abovedó mipujante mocedad pero que liberta ahora la madu-rez. Todo este introito tSirvepara confesar que en.muchas impresiones históricas tengo fresca la pinocelada del granadino más auténtico. Y parece queél de su parte, ni olvidó ni desdeñó al discípulo.porque en esta ciudad, ausentes los azares políticosque estrechan el alma para la comprensión de lanacionalidad y la endurecen para los empeños ro-.mánticos, recibí una carta de Tomás Rueda Var··gas. Al ver la firma, sorprendióme que el gran dila.-pidador mental, que se derrocha en diálogos y nose atesora en escritos, se hubiese resuelto a echarestas cuatro.,Iínas. Pronto me lo expliqué. Encomen-dábame una labor sobre las obras del señor Caro, yme transcribía, además, lo siguiente, de la genialpluma: "Entre las obras examinadas por Gutiérrezen la Revista del Río de la Plata, cita Zinny una noconocida entre nosotros y de especial interés paralos colombianos, a saber: Recuerdos sociales e his.t6ricos de la época de la dominación española yguerra de independencia en Colombia, o memoriasinéditas del doctor don Plorentino Gon,ále,". (M.A. Caro, Obras completas, tomo 11, pág. 283).

He copiado estos renglones y demorádome enestos antecedentes, porque no tengo alientos, minu-ciosidad, vanidades o abnegación de erudito, niquiero picar de historiador, Iíbreme Dios. La vidapresente basta a entretener mitSocios. que son po-cos, y mis navegaciones retrospectivas son muy COl'·tas, porque carezco de tensas carabelas para aven.turarme en expediciones, y de la historia amo ape-nas su filosofía, su enseñanza, su sintesis, y algo s,~me alcanza de las grandes unidades humanas que14

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compendian una época o cifran un ciclo de marti-rios colectivos.

Pero en cambio detesto al andarín que trepa apie el Chimborazo, buscando pedrezuelas, chaque.tas y gorras militares, al atisbador que esculca ensu aposento la faltriquera de los hombres geniales,al recadero de pequeñeces y murmuraciones. La"ida moderna, necesariamente sintética, concluirácon el detallismo. Sobre la complexión de los gran-des hombres, veíamos envuelto al historiador erudi-to, como un boa que estrangulaba su humanidadpara trabajar sobre la carne sin sangre, una disec-ción donde pereCÍa todo criterio y todo análisis.Pero la historia, es una fisiología, un organismoviv0, una síntesis funcional.

Sentado que no soy historiador ni quiero serlo,con lo cual aplaco el extremado celo de los aspiran-tes y sello la sonrisa de mis amigos que desconfia·rán de mi erudición sobre el pasado, entro a expo-ner algo sobre las Memorias d{~donPlorentino Gon·zález, halladas por suerte en una rara edición dela Revista del Río de la Plata y en una vieja libreríade Buenos Aires.

Pero hagamos otra partición en el honor y re-gocijo de este hallazgo. Es mi colega aquí, don Nés-tal' CarbonelI, letrado de raza, cuyos nombres hanorlado de egregios frutos la cultura de Cuba, su pa-tria, y la de América. Este diplomático de sencillodecoro, es uno de los más sentidos panegiristas deBolívar. Cuando nombra al Libertador, he visto rotosu habitual reposo y estremecida su placidez, confiereza polémica, loas que pongo aquí, para pre-sentar a mis lectores, que conocerán ya por sus es-critos a quien me ha servido en la busca de estosdocumentos, con voluntad diligentísima. Como debotambién gratitud a Guillermo Abello Salceda, ami-go y compatriota, cuyo amor a Colombia hace quesu criterio muy fino y templado por vasta cultura,cuiJje siempre de estos temas que engrandecen a lapatria.

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Las Memorias de don Florentino González, secomponen de ocho capítulos. Aquí van s6lo sietepor razones de quien tiene el capricho de publicar-las hoy. De esos, los cinco primeros son los sefiala-dos por don Miguel Antonio Caro y se desconocenen mi tierra, según lo declara este prócer de la sa-biduría nacional. De los últimos nada sabría decir,aunque supongo que si allá fueron leídos y comen·tados en la época de su aparición, el olvido que losenvolvía les comunicará tinte de cosa nueva, cuandoreasomen a la actualiaad polémica. Tampoco melisonjea el título de descubridor, a menos que lo fue.-se de una verdad oportuna y realizable, en el hechoO en el derecho, porque destapar vejeces tendrá suencanto perfumado, pero n.o aloca mi fantasía nidesazona mis ambiciones.

Mas antes de engo1farme en las Memorias, devalorarlas con el precio que las resucita hoy, de im-pugnar en ellas la parte de injusticia y de interpre-tar lo que esconden como remordimiento por cier·tos luctuosos trances, rompamos el silencio queamortaja a quien las redactó en noble prosa. Estebiógrafo que llamaron Florentino González, mereceun recuerdo público y una consagración en las le·tras americanas, y la patria debe rescatar su nom·bre para inscribirlo entre los de sus grandes servi-dores y glQriosísimos hijos.

f

Después de Andrés Bello, Florentino Gonzálezes quizá el jurisconsulto americano cuyas creacio-nes ejercieron mayor influjo; clásico genuino de laconcepción y del lenguaje, cuya estrella que alum·bró tantas obras de mérito que el romántico prodi.gando regalaba, se halla próxima a caer en definiti-vo olvido. Elevémosla de allí los colombianos, a laeminencia que le cuadra, para blasón de las letrasnativas, para lustre de las instituciones republica-nas y para título de reciprocidad con otros pueblos,porque la sabiduría de este socorrano, que evocopara mi ciudad maternal, no se ejercitó sólo en ea.lombia sino se derramó por el continente en oblrasy enseñanzas y llegó hasta a amaestrar la legisla-16

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ladón de naciones amigas. Su patria debe, pues,glorificar a este prócer y recoger y ahijar sus obras,que reverencian otros pueblos, corno darle sitio enel corazón a su recuerdo, ya que los huesos del pros-crito reposan en la Recoleta, camposanto aristocrá-tico de esta ciudad, que dio cariñosa sepultura aesos despojos, corno brinda espléndida hospitalidadai colombí.anoque llega para ofrendarle su admira-ción y su cariño.

Ya está dicho que FloroIltino Gonzáleznació enel Socorro. Se ahueca mi voz de santandereano alllevarle esta memoria obsequiosa, al suelo de misabuelos y de mis padres. Cómo creció, erró, estu-dió, padeció, se disciplinó, se:doctoró y entró a lostormentos y penalidades de la vida pública, lo na-rra él, con pluma candorosa y buenota en los sen-timientos, pero florentina y espesa en el raciocinio.Ocupó preeminencias y cargos de todo orden y ran-go, y en ellos mostróse funcionario ejemplar, enquien la audaz iniciativa y el feliz arranque, no pug-naban con la prudencia y con la sabiduría. Ojalá elpresente conciliara esos términos que muchos mi-ran como contradictorios. Si algo daña a ciertos re-gímenes, antiguos, es la incmia, la timidez, la in·consciencia de lo que significa el Estado corno fuer-za creadora, promotora y reguladora. Si por algo.en cambio, va a perpetuarse en el recuerdo colom-biano, Rafael Reyes, es por su atrevimiento. Susequivocaciones se olvidarán, cuando se mustie elresentimiento de quienes fueron objeto de eUas.Pero quedarán sus obras y sus empresas, sus he-chos y sus realidades, sus silogismos de hierro y pie-dra y sus silogismos de moral y sentido nacional, yellos publicarán que le debemos la paz y la conci-liación, la sanidad fiscal y monetaria, y algunos em-peños de ingeniería alzados con un presupuesto po-bretón, en el cual hubieran tiritado de frío y dehambre, jactanciosos y desarreglados gobernantesque vinieron luego.

Florentíno González, como funcionario de Es-tado Se caracteriza por la i.niciativacreadora, por el

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arrojo' para las determinaciones, que frenaba y pon-deraba su capacidad de razonamiento ..Explícase asíque Mosquera 10 haya tenido CQmoencargado deJa ,hacienda, en cuyo desempeño es cierto que nos·acuñó algunas teorías inglesas de librecambio querompieron la provechosa y técnica política de mo-derado proteccionismo que habían sentado Castilloy Rada y Tanco, pero contribuyó en cambio a obraralgunas de las fundamentales innovaciones y pro-gresos que a la nación legara la administración pri-mera del grande hombre y estadista efectivo quefue Tomás Cipriano de Mosquera.

Como parlamentario conquistó gran celebridad,no porque atronara el ámbito legislativo, como loacostumbran ahora ciertos tenores de garganta me-tálica, con soeces vocablos y truculencias de len-guaje que desuellan al prQjimo, sino porque lo col-maba con la figura jurídica de su razonamiento ele-gantísimo, inexpugnable y diáfano.. Ser 'Orador es.cosa muy distinta de tener facilidad y abundamien-to de palabras, o logomaquia. Discurso quiere deciren español razonamiento; y solo razona el que tienemateriales de meditación ordenada, o, para abre·viar, el que recibió disciplinas clásicas.

Don Miguel Antonio Caro fue egregio tribuno,porque tenía ámbito cerebral para que discurrierasu poder dialéctico; y José Vicente Concha perdu-rará en la emoción pública que él arrebató, porquela belleza que brotaba de sus labios se robustecióen el foro con la doctrina, que le comunicó alcancey sentido humano a su palabra. Mas hay oratoriasnuevas, simuladoras y falaces, que no tienen otrotimbre que la obsecación megalómana y la egoístasoberbia.

Florentino Gonzálezhablaba para defender Wlaley. Otros solo se erigen para atacar de frente o alsoslayo la ajena iniciativa, ya que la propia no cla-rea por parte-alguna. Aqueldejó redactadas muchasprovidencias legislativas, engendrados, y nutridosmuchos principios, batalladas muchas doctrinas delibertad, resueltos los afanes de la hacie~da y los

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cUldados de la administración. Esos empeños die-ron motivo a su palabra para que se desencadenarasobre armoniosos argumentos y jamás sobre vili-pendios, que no pronunció ni en horas de congojadefinitiva, cuando la terquedad política pretendíaaniquilarJo.

Fue también pcriodista y con Santander y conAzuero bombardeó siempre el murallón tradiéional,abrigo de los símbolos que siguen confortando a loshombres. Aún en medio del enardecimiento polémi-co, permanece en él indeformable el jurista. el tác-tico de los conceptos, el dispensador crítico del fa-vor ° de la reprobación.

Cobra novelesca emoción andariega su vida,desde el instante en que la monarquía embravecidacon los primeros atrevimientos republicanos, lo sa-ca de la ciudad solariega y lo arroja a trotar cami-nos que él nos dibuja en sus recuerdos, enzarzadosde pcnalidades sin término que iba dilatando la titu-beante violencia.

Alcanzado el título de doctor y la cátedra lue·go, de donde arranca viva teorí2, de discípulos quelo prolongan, cualquiera hubiese pensado que teníamerecido un rcposo académico quien había cursadoadolescencia tan azarosa y juventud tan salada deapuros. Pero su vida tenía un destino errante y suciencia el augurio de formarse en la experimenta-ción y de ir cotejando la hipótesis subjetiva con elpanorama concreto y cambiante. Multiplícanse entonces los peligros, los trances de honor, las aco-metidas, el presidio abovedado y el ostracismo quelo lleva a peregrinar ticrras y países que su fabulosaasimilación tornará en ingredientes de juicio y deproducción mental. Torres Caicedo, su biógrafo, quegozó en París de la privqnza de sus amarguras, se-ñala CDmo rasgo peculiar suyo la atlética memoria_Refiere el ensayista que nombrado González secre-tario de la Asamblea Constituyente de 1830, al con-cluir los ardorosos debates, rehacía literal y fielmen-te los discursos que se habían pronunciado. Solo asíse explica que terminadas sus andanzas, llevara fres-

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co en la memoria, como caudal que aviva sus obras.y las enriquece, el gran espectáculo humano quediscurrió ante sus ojos.

En el año de 1859, la Cámara de Representant4~squiere forzarlo corno proC1H'adorde la nación queera a porfía vicepresidente de la república, a quedemande ante el Senado un contrato de arrenda-miento de la Salina del Zanjón, celebrado entre elGobierno y don Carlos Michelsen, en el 53. Floren-tino González rotundamente se negó a obedecer elmandato, y fue entonces acusado·ante el Senado de:Colombia. La patricia sala oyó una de las más com-pendiadas, esbeltas y jurídicas defensas. La consa-gración de ese discurso fue absolver con la unani-midad de los votos, al tribuno sin mancha que lopronunciaba. Pero aún declarada la pulcritud de suconducta pública en forma tan solemne, quiso Gon-zález voluntariamente renunciar las posibilidadesque a su entereza y a su genio ofrecía la carrera po-lítica y resolvió aceptara cargo de plenipotenciario.cerca del Gobierno del Perú paril mediar en diferen-cias que existían entre éste y el del Ecuador y para.someter al juicio arbitral del Gobierno de Chile, don-de ejerció funciones diplomáticas hasta 1861, -las.reclamaciones que hacía la Nueva Granada al Ecua-dor. En 10 sucesivo seguirá como simple abogado.

Su cabeza ya no hinchará de vigor lógico, desabiduría política, de aspiración republicana, los.rangos y dignidades representativas donde sólo laocupó el bien nacional y el afán de adelantamiento,y la apasionará, en cambio, la cátedra en países dis-tantes, que todavía memoran con gratitud su magis-terio, consagrado por ciudadanos que fueron sus.di:scípulosy humanizaron sus enseñanzas.

De~pedida a la injusticia yal rencor, es su de-fensa ante el Senado de Colombia, bloque severo,persuasivo y armonioso, donde campea el razona-miento como un duelista de golpe certero y franco,.sin que 10 emboce la capa ni lo disim\lle ardid des-honesto. Y consecuencia de ese adiós obligado quele dio a su ambición, será la fecunda tristeza refle-20

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xiva de sus días, que cinceló el cuerpo de varios de-rechos primordiales, redactados no para la legisla-ción de su patria sino para instituciones amigas quele obsequiaron abrigo y hospitalidad.

En Chile dio a estampa varios trabajos de de-recho internacional público y para retribuir la aco-gida de aquel pueblo dejó allí un código de enjui-ciamiento civil, que en lo adjetivo complementa lagran obra de don Andrés Bello. Aquella labor fuepremiada con laudes que la blasonan por caer devarones de letras y de gobierno, y a ella añadió otra,un diccionario del derecho civll chileno, amén deotros ensayos, sobre el hombre como sujeto jurí-dico, en relación con los bienes y con su goce, domi-nio 'Yregulamiento.

Por Chile echó amistades con algunos criollosargentinos, cuyo cariño y sugestiones lo encamina·ron a este Buenos Aires, donde extremó su obrade jurista en el magisterio y en la elaboración le-gislativa. Admirablemente acogido fue nuestro com-patriota por la sociedad de entonces, y seguramenteterció en este buen recibimiento la circunstancia dehaber sido Gonzálezadverso a las ideas de Bolívar,y de haberlo así declarado, en escritos que se pu-blicaron aquí.

Mucho tiempo fue Bolívar amado y reverencia·do en la Argentina y los grandes capitanes y adali-des de esta nación excelsa, los Dorregos, los Guidos,los Necocheas, los Las Reras, los Alvear, los Lava-lles, tanto celebrado guerrero que funda su gloriay su pundonor, éranle adictos, y en qué forma, alLibertador. Mas aquellos sentimientos continentalesyesos conceptos propicios, viéronse de pronto nu-blados, sin saberse cómo, bajo la conjura de algu-nos. El Buenos Aires que aclamó con un júbilo debacante la victoria de Ayacuchoy derramó por lascalles su emoción y alumbró con antorchas las efi-gies de Bolívar y Sucre, guardaba ahora ciertas re-ticencias para el héroe y el genio. Nuestra políti-ca, acaso, tuvo aquí abogados y personeros, y entorno a la sombra prócer empezó el ceceo de los

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recelosos lo mismo en Caracas, que en Lima, que.cn Quito, que en Bogotá. La historia es así, pordesventura.>Y prevalido en ella se franqueó puer..tas y cobró amistades y valimientos, este conju-rado de Septiembre, cuyo testimonio sobre el pa-J"ricidiose analizará luego.

Florentino González fue nombrado profesor dederecho constitucional y quien fundó esa cátedra enla Argentina. Fruto de sus enseñanzas son unas lec·ciones que andan impresas y se consultan todaviacomo fuente caudalosa de principios r~publican()s,cuyas virtudes docentes no disminuyen al tornadaselementales, las robustas doctrinas que cuajaron enese texto y que perfila una prosa suelta, castiza yobediente al objeto que la inspira. Como discípuloscuenta Florentino González a muy notorios varonespúblicos. Sus enseñanzas doctas modelaron a unCarlos Pellegrini, a un Aristobulo del Valle, reputa-do como el constitucionalista sup~mo, a un Ole-gario Andrade, y vive todavía alguien que lo escu-chó y 10 memora con afecto, el señor don BenitoVillanueva, notable que fue de su Nación y hombrede vasto influjo y acatado juicio.

Varias tareas legislativas preparatorias se en·comendaron a la versación de González. Compusoun código de enjuiciamiento penal y de su plumasalió el boceto de jurado en materias criminales.que no fue votado entonces y que la aspiración re-publicana y liberal quiere instituir hoy en BuenosAires como la única manera de balancear el' actohumano, contrapesando en él los factores de la jus-ticia social con las ciegas detenninaciones de la li-bertad individual. Gloria ésta envidiable para elgran colombiano, la de haber propuesto en épocadistante, reformas que la posteridad demanda. Tam-bién en el ensayo fue pródiga su permanencia aquí.Derecho, diplomacia, historia, economía, fueron -losmotivos que tramaron las páginas apretadas y con-ceptuosas, acantilados que adornan el bloque desus ideas directivas y de sus obras fundamentales.

Las Memorias que voy prologando, aparecie-22

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ron en una Revista de Buenos Aires. nartecio dondereposan muchos preciosos documentos de la histo-ria de América, algunos relativos a nuestra emanci-pación y a nuestros próceres, porque es paradojaldecirlo, pero cuando no existían los aviones ni losbarcos de gasolina, estas repúblicas se amaban y co-nocían con más intimidad, comparaban a sus hom·bres y los helTI1anabanbajo la grandeza de su des·tino coincidente, trocaban ídeas y aspiraciones, can-jeaban pareceres y formaban así un gran sistemaintelectual y afectivo cuya gravitación parece hoyrota. Grave admonición ésta, que enseña que el es-píritu es medio de comunión más poderoso que ladesentendida mecánica.

Quien haya creído que excedo las alabanzas deFlorentino González como prosador, 1as justificaraal leer sus Memorias. redactadas en castellano puro.donde los efectos de la belleza se irisan sin el re-buscamiento verbaf -que fascina a los modernos.Cada palabra cae a plomada intelectual, sobre el si·tia propio adecuado y sinfónico que le correspondeen la oración. Y el estilo es apenas la callada ruecadonde se va hilando la trama de esta vidafecun-da y fortunosa.

La sencillez expresiva singulariza a los prosistasde aquellos días. lectores del romanticismo francésy al propio tiempo de la mística y de la picarescaespañola, que sirven aquella, para templar con ma·jestad y euritmia el estilo, y ésta para realzarlo yavivarlo con el colorido, con la feliz ocurrencia, conel garbo y la atmósfera pasional. De esa conjunciónartística solamente puede nacer una prosa de la es-plendidez escultural y de la pujanza y movimientode la de Marco Fidel Suá.rez.

Son las memorias y el ensayo biográfico, los ins-trumentos más aptos para crear y embellecer la hÍ'S-toria, porque en ambos el hombre es centro degravedad de los acontecimientos y detelTI1inantepa-sional suyo. Se diferencian tales géneros, con nota-ble ventaja, de ciertos fárragos eruditos, donde laprosa cenicienta y arrugada de los historiadores

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chochea espulgando menudencias, enhebrando COIl

ojo miope hechos sin valor, hipertrofiando el detaHesin contenido espiritual, para que oscurezca el con-junto o la gran carnadura humana. Esos historiado-res son los responsables Qe que la juventud antipa-tice con este linaje de disciplinas y olvide y desdeñeel ejemplo y edificación de sus enseñanzas.

Poned en cada país un retratista como el Mar-qués de Villa Urrutia, que constela la corte españo-la con un séquito tan bien diseñado como los quetajara en mOOallonesSaint..simon. ¿No es verdad.que todos recorreríamos esas deliciosas galería'!cromáticas, con el objetivo embeleso con que demo-ramos en el Louvre, para mirar el famosísimo -re-trato donde Champain inmortaliza al Cardenal Ri-ohelieu? Porque este príncipe adquiere grandeza, lu-minosidad, garbo y cada uno de sus rasgos es untratado de intenciones sutiles, mientras al otro la-do, perversamente. el mismo pincel desdibujó almonarca atolondrado a quien enredaba su ayudafascinante. O leed los ensayos de André Maurois. Oleed en otro orden, a Emilio Gebhart,artista porexcelencia, que talla como gemas SUiS reconstruccio-nes del Renacimiento. Pero no salgamos de los pa-trios lindes, que en ellos redactó sus memorias per-durables Posada Gutiérrez, y esa obra tiene todoslos caracteres de la genialidad histórica, de la be-lleza que no se marchita, y del juicio sereno, que aveces searrebola un poco, cuando sube la tensiónemocional, y el testigo que va relatando lo que vio,oyó, ejecutó, gozó o rabió, torna demasiado viva lareconstrucción. Ese libro me ha enseñado más prin-cipios, más acaecimientos y más concepto de loshombres que en él se agitan, que muchos archiver-sados, archifatigantes y archisolemnes profesores,que inventarían la grandeza, como los bodeguerossus géneros.

Las páginas que hoy afluyen a la cultura colom-biana, acaso no complazcan a los historiadores.Tampoco necesitan ellas el espaldarazo académico.Van al que tenga sentido humano d~ la nacionali·24

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dad y sentido estético de las cosas, de los hombresy de los episodios. Quizá no haya allí dato objetivosensacional alguno, porque su gran valor consisteen transmitir sin el rasgo concreto, la emoción delibertad que acaloraba nuestros tiempos heroicos.

Se entra a un capítulo proceloso. Me aventuroen él,. concertando por anticipado, las condicionesdel reto. Amurálleme el testimonio de FlorentinoGonzález, para juzgar con él el 25 de Septiembrey para dejar una palabra sin sabiduría, pero sinpasión tampoco, sobre Bolívar, el gran colombiano,'cuyo ámbito de mando habrfa tenido que ser laAmérica, si el genio por excelencia hubiese tenidoprovocaciones de poder.

Dije ya que esta segunda parte de las memoriasque se publicó en Buenos Aires antes de la primera.fue seguramente conocida y comentada en Colom-bia. No creo que a ellas se refieran las palabras delseñor Caro, que singularizan más bien los cincoPlimeros capítulos. Con esta salvedad y con la lectu-ra desprevenida que hará quien me acompañe en elitinerario psicológico, abocaré un análisis, sin áni.mo de convertir a nadie, y con el solo propósito derobustecer mi convicción bolivariana.

Florentino González, empieza preparando esce-nográficamente el ambiente, haciendo figurar en éluna fuerza invisible y tácita de opresión (que haceacto de presencia con rumor sordo como los corosgriegos) y la va fantaseando y coloreando, hasta quetoma cuerpo y nos espanta y nos atemoriza. Algo vaa suceder en la Nueva Granada. La libertad for-jada con lanzas y corazones, vacila bajo el in-flujo de esa fuerza que se va creando en la entra·ña social y devorándola secretamente. La ley quetodo lo compendia y cifra, va a ser rota. Mirad có·mo empieza su relato Florentino González: "Las es-cenas del drama que había de terminar en la catás-trofe de la libertad, se sucedían con presteza". Elbiógrafo anuncia, sugiere, crea, una atmósfera trá-gica, bajo la cual pretende mutilarse la libertad.Aquí el girondino abandona la naturalidad de sus

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giros para asumir un compás enfático y sentencioso.Pero el drama no se desarrolla, y el lector 5e desen-cantará, cuando avanzando sobre las líneas que losolicitan con su poder dramático; no ve encarnarselos siniestros personajes, ni cuajar las amenazas, nioperarse los hechos que justifiquen para Bolívar eltítulo de renegado de la libertad.

El esclÚpulo lógico de González, jurista irrevo-cable, ingenia entonces, débil en el sofisma queblandía por la primera y única vez, una serie demenudas escenas, sobre las cuales quiere apoyar eledificio imaginativo que se levantaba contra eí Li-bertador. Y después de la grandeza del introitp, em··pieza a plañir, trivialidades como estas: "En una so-la semana Bolívar elevó al grado de general a 17coroneles". Esto podría bautizarse: de Esquilo a loscuarteles de San Agustín. Mas adelante nos refiereque "el doctor Vicente Azuero, uno dé los más dis-tinguidos ciudadanos de Colombia, fue atacado é:llla calle más pública de la capital por un coronelque llevaba el mismo nombre de Bolívar, quien to-mándole la mano derecha, trató de quebrarle losdedos y lo estropeó enseguida a puntapiés". Vamosde la Bastilla a la policía y a la Cruz Roja, en buscade vendajes. Y a este tenor, sucédese nimia serie deinsignificantes incidentes, que consternan hasta ladecisión parricida el ánimo de estos repúblicos y le-galistas consumados.

Bolívar quería la dictadura de la Nueva Grana-da y substituir en el poder a los juristas, con unasoldadesca sin Dios, ley ni rey. Oyendo las descrip-ciones, un incauto fácilmente se equivoca para con-fundir a don Simón con Melo. Pero sorprende ésto:Desde que Bolívar llegó a la Nueva Granada, proce-dente del Sur, donde había desdeñado glorias sincuento y despedídose, en el PelÚ, de la realidad delimperio de Manco Capac, que se rendía a su seduc-don y grandeza suplicativamente, empezaron nues-tros granadinos a cuchichear contra el caraqueño,no todos por fortuna, sino los facciosos que lo mi-raban de mal talante. Apoyado por Mosquera y en·26

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valentonado, me imagino, por ciertas promesas quedeslizaba a su oído Francisco de Paula Santander,de cuya fidelidad a Colombia nadie dudará,el hom-bre y el genio que bautiza con su nombre mis sie-rras· nativas, Bolívar iba a derrocar la iegitimidady a investirse él, con la plenitud de los poderes.

El precavido legalismo se atrinchera entonces.Nos los describe Posada Gutiérrez y nos los descri-be Florentino González. Son copiosas y enternece-

. doras las referencias de ese advenimiento y largosy prolijos los detalles que jalonan la marcha deldéspota imaginario. El drama falla también. Bolívarse desmonta de su caballo, atisba por encima la ad-ministración, revisa y manosea algunos negocios pú-blicos, y con pasmo de todos, dejando en su mismositio a nuestro Santander, pica otra vez su caballe-ría, y va camino de Venezuela, para tranquilizar losánimos, buscando el único obj·etivo que lo asaetea·ba: la solidaridad, la concordia, el robustecimientode la Gran Colombia, noble idea de sucorazó:J;l ob-cecado. El lo había dicho desde 1822: '-Yo pertenez-co ahora a la familia de Colombia y no a la familiade Bolívar; ya no soy de Caracas sola; soy de todala nación que mi constancia y mis compañeros hanformado". Y en el Perú, cuando renunciaba las hon-ras sin tasa, decía: "Como todos los peligros hancesado, puedo decir que mi espada ya es inútil parala América. Con el1a he gobernado en medio de loscombates y de las revoluciones. AHORA ES EL REI-NO DE LA LEY. Yo debo retirarme a obedecer1a ya sostcnerla en las filas del Ejército Libertador. Contales propósitos, yo ofrezco todavía al Perú aquello;;servicios que Colombia permita prestarle, pero nun-ca mandando, porque soy colombiano y mi patriame JJama". De otro mensaje al Congreso de Colom-bia: ''Fiel a mi promesa de obedecer la ley funda-mental de la República, reitero a los legisladoresde Colombia mi promesa de morir con la espada enla mano, a la cabeza del ejército de Colombia, antesde permitir se huelle el pacto de unión que NuevaGranada y Venezuela han presentado al mundo. La

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constitución de Colombia es sagrada por diez años;no se violará impunemente mientras mi sangre co.rra por mis venas y estén a mis órdenes los liberta-dores". Y un borrador suyo dice: "No sé cómo deci-ros mi última palabra, quisiera prometeros mi vuel-ta; pero un esclavo de las leyes de su patria no pue-de nada". Así hablaba el anticolombiano y antilega-lista. Y no eran silogismos abstractos, los que pro.nunciaba: este razonamiento sobrio, decoroso y es-tricto, se alzaba para fundar un desistimiento deambición. No vale la penaargiiir, cuando los absur.,dos proyectos poblaban de embelecos y niñerías, allegalismo atemorizado.

Un documento debe estamparse aquí, aquellacarta donde el Secretario de Bolívar da cuenta alMarisca,l Sucre, en nombre del Libertador, de queel Congreso de Colombia lo había privado del man-do del ejército. Cuán democrática estoicidadl

Guancayo, Octubre 24 de 1824"Señor General:"S. E. el Libertador me manda decir a USoque

la nueva orden del Congreso que con esta fecha seincluye sobre la revocación de las facultades extra-ordinarias con que antes estaba autorizada, le obli-gan a dejar el mando inmediato del ejército de Co-lombia, no porque sea esta la orden expresa del Go-bierno y la mente del Congreso, sino porque S. E.cree que el ejército de Colombia a las órdenes deUSono sufrirá el más leve daño o perjuicio por estamedida, y porque S. E. desea además manifestar almundo su más grande anhelo por desprenderse detodo poder público y aun de aquel mismo que, pordecirlo así, compone la parte más tierna de su co-razón: el ejército de Colombia. Aldesprenderse S. E.el Libertador de este idolatrado ejército, su alma sele despedaza con el más extraordinario dolor, por-que su ejército es el alma de\.Libe~t?>.d<)~. A,s.\.deseaS. E. que lo haga USoentender a los principales je-fes del ejército de Colombia, pero con extraordina-28

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ria delicadeza para que no produzca un efecto quesea sensible a nuestras tropas.

Tomás de Heres"

Bolívar no podía desobedecer la ley ni quebran-tarla, porque la ley estaba consubstanciada con é),era hija y creación de su espíritu, la había conce-bido, primero en el martirio de la suposición, luegoen los empeños afanosos de la guerra, finalmente enlas tareas y realidades del gobierno. Las constitu-ciones brotaban de su cabeza, como fruto natural,y no solo abrigaba el principio y lo esculpía en fór-mulas perfectas, sino que lo motivaba también. Elpliego de Angostura lo dice, y Bolívar guarda res-petuosamente su carta primordial escrita con la fa-cilidad de una improvisación, pero madurada en elpadecimiento. en la batalla y en el análisis.

Su conducta con Páez en Venezuela,es de sumanobleza. El guerrero ya no buscaba la violencia co-mo ruta de su destino. Ahora era un gobernante, unestadista, un arquitecto de naciones, y 10 completaese diplomático cuya audacia y finura consigue queel león de Apure se ablande hasta negociar con ély capitule ante sus persuasiones jurídicas y antesus meridianos continentales.

Sosegada aquella porción de la Gran Colombia,regresa el Libertador a Bogotá. Nuevos murmullosen juzgados y abogacías. La escolastiquería repicasu cencerro y da sus golpecillos de alarma. El tira-no se aproxima otra vez. Y al entrar Bolívar, segúndon Florentino, recíbesele con estiramiento y res-frío visible, y esta desabrida salutación seguramentelo entristezca, aunque él es un radiógrafo del cora-zón humano y la lumbre de su inmaculada concien-cia descubre las sombras que están pesando sobrela ambición conjurada.

Hay un libro de méritos singulares. Nómbrase"Bolívar en el Perú", y lo ahija el eminente Gonzá-lo Bulnes, quien a su caudalosa erudición aparejaun segurísimo juicio. Esa obra debiéramos leerla yconsultarla ,los colombianos perennemente, porquela historia que narra y que no es otra que el origen

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de la ciudadanía peruana, está sombreada de traicio-nes y alevosías, como si la dádiva purísima de li-bertad que derramaron nuestros ejércitos, hubiesemortificado a los esclavos atávicos. Dice el autorchileno:

"Su alma no conocía 1a envidia. En vez de es-torbar la gloria de sus tenientes, la empujaba, laaplaudía, y la admiraba. Así se formaron a su som-bra y se alimentaron con el jugo de su tronco po-deroso reputaciones eminentes y una constelaciónde hombres ilustres como jamás se han presentadoen ningún país americano. Bastará nombrar a San·tander, a Páez, a Rivas, a Cedeño, a Urdaneta, a Ri-caurte, a Sucre. Cu:¡mdo Girardot fue muerto en elcerro de Bárbula, Bolívar recogió del campo de baotalla su corazón todavía caliente y lo llevó a Cara··cas con grandes, tal vez excesivos honores públicos.Cuando Sucre venció en Ayacucho Bolívar pudo senotirse lastimado con la reputación colosal que esavictoria le creaba agregada a la de Pichincha; perolejos de eso, delirante de entusiasmo, escribió lavida del vencedor y la publicó en la prensa de Limahaciendo los más grandes y calurosos elogios".

y para comprobar esa largueza de corazón yliberalidad de juicios, destáquese de las Memoriasde González, este pasaje que recuerda la llegadade Bolívar a Cartagena y las inspiraciones que mo-vÍanlo:

"Precedido de esta proclama se dirigía Bolívara Bogotá. En Cartagena fue recibido con exagera-dos honores por su antiguo amigo el general Maria-no Mantilla, que era comandante general de Mag-dalena. Allí estaban Con él los principales generalesy jefes del ejército, y allí se concertaron varios delos nlanes que después se podían poner ~n ejecu-ción. Entre otros tellgo motivos para creer que seadoptó el d~ probar a ganar los ciudadanos más li-berales, como Azuero, Soto o Diego Fernández Gó-mez., colocándolos en el ministerio porque se creíaque si estos hombres prominentes se hallaban enla administración con Bolívar, la reforma que Bo-30

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lívar meditaba sería más fácil". Confesión de parte,relevo de prueba. Este dictador brindaba el gobier-no a los oprimidos.

La dictadura está próxima a instalar sus cuarte-les violentos. El autócrata se fortifica, endurece yarma para abatir la ley y para coronar sus terqueda-des. Así lo va describiendo puntualmente el biógrafo."Ma<; de pronto, en el razonamiento que parecíaimpecable y que espejeaba ante nosotros sus ágiles

<C' incontrovertibles golpes, cae esta declaración, baseíndiciaria que lo destruye todo: "Entre los regocijospúblicos, -dice González evocando aquellos días-hubo algunos bailes de máscaras, a los cuales asis-tió Bolívar desarmado y sin custodia. Si, como di-jeron después sus partidarios, no hubiéramos teni-do otro objeto que asesinarlo y apoderamos del po-der para dominar, aquella era una ocasión que nohubieran perdido conjurados de aquella clase".

Aquí desmayó el recto narrador. Que los deseosde los conjurados eran los de suprimir al grandehombn:, lo confesará el mismo Florentino González,pocas líneas adelante, diciendo, eso sí, que aquellareso\udón postrera solo se abrazó por obra de cier-tas circunstancias. Lo único positivo en el párrafotranscrito, es que Bolívar asistía desarmado y sincustodia a un baile de máscaras, donde hallaríansenaturalmente vestidos sus enemigos, es decir: loúnicu evidente es que el déspota imaginario fiabaa su debilida,l la creación y mantenimiento del fi-.b>uradoimperio. Enérgica debilidad aquella, fuerzaque nu atemoriza, vigor que no desdice. Más ade-lante continúa González: "Bolívar nunca andabaacumpañadu sinu con uno o dos acompañantes decampo, quienes en ocasiones como aquella, ni aunllevaban armas". Peregrino dictador éste. Acasohonraría a Colombia que hubiese existido en el áni-mo del Libertador efectivamente, el anhelo de ladictadura, porque siendo ello así, al presentarse éldoquiera, desnudo de armas y custodia, sencillamen-te declaraba que su corazón no tenía recelo paralos granadinos, ni abrigaba su espíritu duda alguna

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sobre su nobleza y consecuencia. El padre fiaba :,\1hijo díscolo, su existencia preciosísima.

Narró González algún hecho que pinta la cai.1.dad de jurisprudencia que alentaba a nuestro lega.lista, no a los legalistas, del corte de Antonio Nari·fío y de Camilo Torres, de José Félix d~ Restrepoy Nicolás Esguerra, sino a otros a quienes disculpaignorarse entonces la teoría de la complicidad: "So-lamente el 21 de Septiembre se preparó un atenta-do contra la vida de Bolívar, y esto sin conocimien-to previo de la junta directiva. Bolívar se había idoa pasear a Soacha, a dos leguas y media de la capi-tal, acompañado solamente por el señor José Igna-cio París y un ayudante de campo, quien no teniaotra arma que su espada. El teniente coronel PedroCarujo habló a cuatro de los conjurados para ir asacrificar al Dictador. Cuando ya los caballos esta·ban ensillados y las personas listas con sus armas,Carujo vaciló el tomar sobre sí solo la responsabi-Hdad de un hecho tan grave, y se decidió a dar pre-vio aviso al General Santander. Este general lo di-suadió de semejante designio, llegando hasta ame-nazarlo con que daría parte a las autoridades si nole prometía sobre su palabra de honor que desisti-ría de llevarlo a cabo".

Yo creo' en la existencia de una ley natural yde una moral rígida porque todo acto humano dejaen el hombre una serie de consecuencias espiritua-les. El remordimiento es la más frecuente entre to-das, y por remordimiento escribió Florentino Gon·zález este alegato sobre la conjuración de Septiem-bre, que muestra la pulcritud de su juicio nubladoun instante, pOJ:1queen la contradictoria serie dehechos y de impresiones que se agolpan en esta pá.gina, solo queda flotando una certidumbre: la delarrepentimiento de su autor. Torres Caicedo, que loescuchó en París, lejos de esta América convencio-nalista, nos dice sencillamente que Florentino Gon..záJe.z reprobaba el atentado califk.ánd~\~en \()'b n\á .•.duros términos. El que dude de la veracidad deltestimonio, lea estas Memorias. Los hechos. cobran32

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una apariencia defensiva, el ágil polemista erige conellos almenas y castilletes, pero por el fondo, entrelos sótanos, vaga una voz acongojada, una duda,una incertidumbre. Hay dos partes en este docu-mento. La externa, la formalista, la obligada. Aden-tro pugna para aligerar el peso de la conciencia, unargumento de virtualidad mayor, invisible y defen-sivo, que hace estremecer toda la fábrica de razo-namientos. ,

Florentino González dice al comienzo que nadiepretendía suprimir la vida de Bolívar. Pero las tor-turas espirituales van forzando su pluma y arran-cándole progresivas declaraciones, que la desnuda-rán al fin en esta confesión última y categórica:"Habíamos llegado -nos dice-, a un punto de don-de no podíamos retroceder sin perdernos, y perdercon nosotros la causa de la libertad en nuestro país.Resolvimos, pues, arrostrar todos los peligros, to-mar a viva fuerza los cuarteles de Vargas y Grana-deros, y el palacio del Dictador y apoderamos de lapersona de éste, vivo o muerto, según fuese posi-ble, en medio de la lid en que íbamos a entrar".

Aquí sucede una serie de lúgubres cánticos a lalibertad, de salmos abstractos para justificar el cri-men. El réprobo, tomado ya in-fraganti desea excul-parse con razones de hecho y de derecho. Una seriede invocaciones enlutan este calvario lógico. Floren-tino González lo asciende, ascéti.camente,bajo el su-plicio de saber que su jurisprudencia no alcanzaráa cobijar el acto homicida. Y al concluir se entrega:"Es, pues, solamente para honrar los sentimientosde delicadeza de los conjurados, que tomo interésen que se note en virtud de qué circunstancias tanpremiosas y difíciles, fue que decidieron quitar lavida al Dictador". Adelante: "Cuando hubimos for-zado las primeras puertas, salió a nuestro encuen-tro, en la obscuridad y desvestido, el teniente An-drés Ibarra, a quien uno de los conjurados descargóun golpe de sable en el brazo, creyendo que era Bo-lívar, iba a segundar el golpe, pero Ibarra gritó, yyo detuve al agresor, habiendo conocido a aquél en

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la voz". Exquisita sensibilidad ésta, que vacilaba an-te un escolta y alimentaba en cambio de enfermizaspasiones el corazón, para suprimir como a destruc-tor de Ja libertad a quien se,la donó a la América.

Inútil reproducir la sentencia del propio Bolf·var, donde desnuda sin reproches los propósitos deesta conjuración, porque esa página ha entristeCidoa muchas generaciones. Don Miguel Antonio Ca-ro cinceló, además, este fallo, esta sentencia mar-mórea:

"Y envidia vil desfloraCon rabioso azotar, la ínclita ramaCon que piadosa gratitud decoraTu frente creadora,Que el honor de los Césares desama".

En honna de Santander, para' inútH defensade su gloria purísima, copiemos el siguiente apar·te de don Florentino González y las palabrasque él nos repíte textualmente, dichas por elHombre de las Leyes: "Santander no pensaba queen los momentos mismos se proclamaba un decre-to, al frente de los pretorianos que la habían funda-do, se intentase una reacción contra un poder que'aparecía tan fuerte por el número de bayonetas deque podía disponer. Así, cuando yo puse en su cono-cimiento el plan de la comisión, sin desconocer larazón con que procedíamos a usar el derecho deinsurrección contra un usurpador, que tan descar.a-damente había hollado todos los derechos del pue-blo, y apropiádose de hecho del poder público,se admiró de la resolución de que nos mostrába-mos animados rasque habíamos acometido tanazarosa empresa, "reconozco, me dijo, que ha He-•• gado el caso en que una insurrección es tan-·"to, o más justa que en 1810. Entonces nos" insurreccionamos •contra un gobierno estable-" cido por siglos en el país, y reconocido por la•• aquiescencia de nuestros padres. Nos insurreccio-.• namos porque ese gobierno ejercía actos escan-" dalosos de opresión sob~ el pueblo, y porque fal-.• taban entre nosotros agentes que pudieran consi-34

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" derarse como legítimos representantes de él. El" resultado favorable de una lucha sangrienta nos" puso en posesión de nuestra soberanía, y usamos" de ella para establecer un gobierno constitucional" republicano. Por la astucia y la violencia se ha" destruído ese gobierno, y de hecho se ha establecí-" do uno despótico, por el mismo hombre a quien" la nación había encargado de afianzar ese gobier-" no constitucional y cooperar a que se perfeccio-" nase. No es posible sancionar con nuestra aquics-" cencialos atentados que acaban de consumarse, y" yo no podré desaprobar nunca los esfuerzos que" se hagan para restablecer el gobierno que el pue-" blo de Colombia se dio y que el general Bolívar ha" destruido. Solo tengo que hacer a Vd. una obje-" ción relativa a mi persona. Si una I'evolucióntiene" lugar hallándome yo en el país, y en la ciudad" misma en que ella estalle, va a decirse que yo he" promovido esta revolución, y que la he promo-" vida por ambición personal, no por el noble de-" seo de restituir la libertad a mi patria. Yo no" quiero, Florentino, que nunca pueda sospecharse" ni decirse semejante COSade mí. Déjenme Vds." alejarme del país, y dispongan de su suerte sin" mi intervención, para que no haya ningún pretexto" para contrariar sus esfuerzos".

Como se sabe a la sazón hallábase el Hombrede las Leyes preparando su viaje como plenipoten-ciario del gobierno ante el gobierno de Washington.

No quiero seguir un itinerario de réplicas y con-trarréplicas sobre hechos exiguos. Carezco, a Diosgracias, de voluminosa erudición histórica, y tengoque fiarme más al cri¡erio que al carril forzado demenudencias, que nos llevarían a una misma con-clusión. Bolívar no podía, lógicamente, ambicionarla dictadura de la Nueva Granada. Había desechadosolemnemente, en ocasiones varias, las honras ex-tremas que paraadularlo concebía la admiración ypor nada trocaba -como lo dijo- su título de Li·bertador. Este don Simón, de Caracas, hijo de donJuan Vicente y doña María de la Concepción, pen-

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saba continentalmente, y tenía conciencia de la Amé-rica y de sus destinos y flaquezas, tan acertada yclara, como lo expresa su carta de Jamaica.

Porque fue el primer colectivista, el creador d,ela solidaridad internacional y de la cooperación en-tre los pueblos, el ligamento espiritual de un conti-nente, y desde Méjico hasta la Argentina, donde hu-bo otro inmortal, grande en la paz, grande en laguerra y grande en el desprendimiento, San Martín,se conocía, adoraba y ambicionaba a Bolívar. Losgrandes jefes de la liberación argentina se expre:-san sobre nuestro Libertador en términos que na.-die podría superar. Guido dice: "Nada importa, migeneral, mi fama en la opinión de los demás hom-bres; pero sí vale inmensamente para mí el no serdefraudado del justo concepto de Vd., a quien COD.-

templo, no con el ojo de un vulgo insensato, sinocon la admiración que merece el único Tutelar dc~la independencia americana". Y noble pensamientotambién el de Dorrego cuando meditaba que si lalibertad buscara un trono, elegiría el corazón d(~Bolívar.

El hombre cuya grandeza se afianzaba así, em-perador de las almas todas, fundador de la comuni-dad internacional, creador de la doctrina del arbi-traje, analista de América, padre de constituciones,árbitro de una guerra que no encuentra semejanzashistóricas, artífice de la palabra, dueño y señor dela elocuencia, ¿pensaria acaso en apocar su obra algobierno despótico de unas cuantas leguas y de unoscuantos hombres, cuando holgadamente gravitabaen su cabeza un vasto horizonte continental? ¿Seráposible que el numen que concibe el Congreso·dePanamá y la comunidad continental, que llega a serubicuo casi, en la irradiación de sus actos y de >suspensamientos, piense en disputarle el sitio, y el an..tojo de mando al legalismo socarrón, para que leoproclamen· tirano de parcialidades, a quien nevabaun corazón que era confluencia de todos los ánimoslibres y ancla de seguridad cíVica?36

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Sobre la grandeza aún caótica de Bolívar, Wal-do Frank ha perfilado algunos de sus rasgos, en unlibro intuitivo donde se aprieta defectuosa la Amé-rica lndo-Española. Entre esos croquis rudos, su car-boncillo apuntó este decir: "Bolívar fue quien conci-bió la América como un cuerpo orgánico, libre y en-tero, y quien se volvió a los Estados Unidos como auna parte igual y necesaria. Bolívar fue quien pri-mero vio los dos cuerpos nuevos como una sola in-tegración: el mundo atlántico".

Entre las obras geniales de Bolívar se destacasu teoría internacional. ,Para darle forma a la sa-ciedad de los pueblos americanos, envió con cali-dad de plenipotenciarios, a negociar en su nombre,con los gobiernos de América, a esclarecidos ciuda-danos de Colombia. Fue a Méjico, don Miguel San-tamaría; al Brasil, su tío. el coronel Leandro Pala-cios; y a estas partes del Sur, encaminóse don Joa-quín Mosquera. Obra de aquellos emisarios dignísi-mas, son cuatro tratados con Méjico, con el Perú,con Chile y con la Argentina, desafortunadamente,éste no tan explícito como los otros. Del que se fir-mó en Méjico, cuyo tenor reproducen los de Chiley del Perú, quiero copiar aquí los artículos 14 y 15que rezan: "Luego que se haya conseguido este gran-de e importante objeto, se reunirá una AsambleaGeneral de los Estados Americanos, compuesta desus Plenipotenciarios, con el encargo de cimentar deun modo más sólido y estable las relaciones íntimasque deben existir entre todos y cada uno de ellos, yque les sirva de consejo en los grandes conflictos,de punto de contacto en los peligros comunes, defiel intérprete en sus tratados públicos cuando ocu-rran dificultades, y de Juez, árbitro y conciliador ensus disputas y diferencias. Siendo el Istmo de Pana-má una parte integrante de Colombia, y el puntomás adecuado para aquella augusta reunión. estaRepública se compromete gustosamente a prestara los plenipotenciarios que compongan la Asambleade los Estados Americanos todos los auxilios que

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demanda la hospitalidad entre pueblos hermanos,y el carácter sagrado e inviolable de sus personas".Esto, para quien dude de que Bolívar fue el funda-dor del arbitraje entre naciones.

Quien ha leído hasta acá, puede solemnizar aBoHvar, tomarlo por un trascendentalista cuotidia-no, que andaba como los pensadores de profesióncon sus monolitos de ideas, y su exasperada vani·dad. No olvidemos al hombre de mundo. Porque enla tregua brevísima de las batallas, desensillado elcorcel, ocupábase nuestro Libertador en atarear alas mujeres del pueblo, con grávidos menesteres. Elhombre punteaba la guitarra con lindo oído. Sobradecir que danzaba con perfección; y en requiebros,rendiciones y súplicas, igualaron pocos la seducciónde esa palabra y el brillo de esa flaca carnadura,imperativa y envolvente. El hombre fáustico, no po-día desentenderse del aspecto sentimental. Porqueno fue el truhán donjuanesco que nos describen al-gunos biógrafos, empecinados eh deslustrar la granética privada y pública de su vida. Su amor obede-cía a un concepto g~ethiano, y solo en el Werther,al compás de las cítaras que embellecían el poemapor excelencia, hay una orquestación parecida a lade su tormentoso vivir. No era Bolívar el bohemioalocado, que se desapuntaba rápido con una sed po-sesoria. Su espíritu hizo del amor, pero sobre todode la galantería y de la del¡~cadeza,una tesis cósmi-ca, que completa su obra con este fascinante aspec-to humano.

El clérigo Borges, da cuenta de su tempranodolor al enviudar, rota la primícia de su romanti-cismo. En pos de ella, otras siluetas vendrán a es-coltar, en el obligado y pasional sometimiento a sugrandeza, la virilidad de este hombre fenómeno cu-ya fuerza hallará un broncíneo escudo contra el pa-rricidio, en el estoicismo de doña Manue1a,cuandosobre el umbral impenetrable de la intimidad detu-vo a los moralistas insólitos. Alegre estas páginas lasiguiente carta de Bolívar, donde adquiere su plu-ma una coquetería y una sentimentalidad, propiaapenas del Werther:38

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A las señoras Garaycoas.Mis amabilísimas damas:

La Gloriosa me ha proporcionado la dicha deser saludado por ustedes. Yo no esperaba una satis-facción tan agradable para mi corazón porque nolas creía a ustedes tan buenas con un ingrato comoyo, que no escribo a nadie por indolente y tambiénpor ocupado. A la Gloriosa, que las serranas me hangustado mucho, aunque todavía no las he visto;que no les tenga envidia, como decía, porque no tie-ne causas con unas personas tan modes tas que seesconden a la presencia del primer militar. La igle-sia se ha apoderado de mi vida en su oratorio; lasmonjas me mandan la comida, los canónigos medan de refrescar. El Tedeum es mi canto y la ora-ción mental mi sueño, meditando en las bellezas dela Providencia dotada a GUélJyaquily en la modestiade las serranas que no quieren ver a nadie por mie-do del pecado. En fin, amigas, mi vida es toda espi-ritual. y cuando ustedes me vuelvan a ver yo estaréangel icado.

No hay más tiempo, pero soy el más humildeq.b.l.p. de las damas Garaycoas, Llagunos y Calde-rones.

Bolívar.

A la Gloriosa, que soy el más ingrato de susenamorados. -El mismo-o El amanuense saluda austedes ..

Se han engastado entre los carboncíllos descrip-tivos de la conjuración de Septiembre estos refle-jos de galantería, mas no se crea que es para cegarcon ellos la atención pública, y disuadirla del pre-juicio que pretendió hacer del Libertador de Amé-rica, el Autócrata de la Nueva Granada. Bolívar fueautoritarísta y sus obras confirman la tesis asumi-da en esta carta dirigida a don Rafael Arboleda:"Yo lo digo altamente. La República se pierde sino me confiere una inmensa autoridad. Yo no con-fío en los traidores de Bogotá ni en los del Sur.Por otro lado, todo el Norte está conmovido de unextre¡no al otro, no hay un solo individuo que no

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se encuentre arrebatado de esta conmoción gene-ral, y Vd. sabe que para atender a tan inmensasdistancias y sujetar a la ley del deber a tantas pa·siones irritadas, se necesita de un poder colosaique participe de la opinión y de la fuerza pública".

Así se expresan hoy los panegiristas del régi-men corporativo, cuando muestran la autoridad co-mo sustento -de la unidad colectiva, y cuando dis-ciplinan los desvíos egoístas para obligarlos a ser-vir y beneficiar la unidad pública. No puede seguir-se entendiendo la democraoia como licencia y aná·lisis descarriado y especulativo, como abuso dema-gógico y como festival parlamentario, porque esun orden legal, una función creadora, un mecanis-mo de trabajo y de producción nacional. La aspi-ración nebulosa de libertad, se concreta hoy en unaserie de instituciones disciplinarias para la econo-mía y de jerarquías inexorables, que elevan y pre-mian el objetiva social, pero disminuyen y repri-men los empeños egoístas. El autoritarismo de Bo-·lívar es el fundamento de su pasión democráticay la defensa del hombre libre que él engendró. E1.legalismo como complicidad demagógica, no podíacaber en aquella mente. Colombia valía más en sucorazón, que las facciones insurrectas. Pero no can-tinuemas por lo pronto el debate. Parque, el mo-zuelo que cumplió ya su deber de recadero can lacultura patria, debe despedirse, para que sigan losdoctores.

Me he quedada pensando en que algún serranoesquivo puede con su patriótica geografía elementalenseñarme que Bolívar nació en ~aracas. A ese le-ñador voy a decirle que si en otro suelo que nosprolonga sentimentalmente fue concebida, crióse ylloró el niño Simón, fue Bogotá la escogida para sugobierno y para cuna de su madurez genial. Quienfue señor de tantos lugares y avasallador de volun.tades tantas, fundó siempre su orgullo en bauti-zarse colombiano: la voz ablanda hasta la ternw~ala dureza broncínea del mando, para nombrar. a su40

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Colombia y a su ejército, como confidencias delcorazón.

Porque la Gran Colombia de Bolívar no cabeen el deslinde notarial de los aparceros y sigue gra-vitando, como póstuma solicitud espiritual del Pa-dre, sobre Venezuela, Ecuador y Nueva Granada.iOh triángulo indeformable, permanece así!

JOSE CAMACHO CARRE&O.

Buenos Aires, 25 de Septiembre de 1932.

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CAPITULO I

Tenía yo cinco años, cuando en 1810 las pro.-vincias que componían el virreinato de la NuevaGranada alzaron el grito de independencia de lamonarquía española. Mis facultades mentale~ _es-taban ya algo desarrolladas en aquella tierna (fdad,y como los acontecimientos que sucedían, eran denaturaleza para llamar la atención hasta de los ni-ños,por estar acompañados del ruido del tambOry del aparato militar, hicieron en mí bastante im-presión, y me acuerdo de muchos de 'ellos, como si-ahora mismo estuviesen pasando a mi vista.

Mi familia, bastante numerosa, y gozando de co.-modidades pecuniarias, tenía en la provincia del So.-<corro,mi suelo natal, bastante influencia desde eltiempo del gobierno español, ya por enlaces quecon algunas de mis parientes habían contraído va-rios empleados españoles, ya por la consideración-que siempre dan las comodidades pecuniarias.Aquella rama de mi familia en que estaban enlaza-dos empleados españoles, fue adversa a la indepen-dencia, y tuvo que sufrir mucho más tarde a causade su adhesión a la dominación peninsular. Mi pa-dre, joven de 27 años, patriota, activo y empren-dedor, abrazó la causa de la eman<;ipaciónconaquel entusiasmo y calor de que sólo la juventudes capaz. Por supuesto se halló, en consecuencia,mezclado en todos los acontecimientos que tuvieronlugar en la provincia, ocupó varios empleos, y par-ticipó de las persecuciones y los triunfos que al-ternativamente se proporcionaron los partidos enque se habían dividido los revolucionarios.

Pasaré en silencio varios sucesos que recuerdode aquellos primeros tiempos; porque siendo pare-42

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cidos a los que tenían lugar en otras provincias.la historia general del país dará noticia de todosellos. Sólo mencionaré uno, por ser de los más no-tabks, y porque puede conducir a formar idea delmodo como se hacía la guerra en aquel tiempo.

Los generales Antonio Baraya y José MiguelPey, se hallaban en 1812 ó 1813 a la cabeza de doscuerpos de tropa en la provincia del Socorró. Erandestinados estos cuerpos, segÚn se dijo, a comba-tir en favor de la independencia; mas en su mar·cha estos dos generales se desavinieron a causa delas apianes políticas que dividían las provinciasdel interior de Nueva Granada, y su desavenenciafue tal, que vino a parar en un combate de los doscuerpos militares en las alturas de Palo blanco enla villa de San Gil. Yo vi desde lejos aquel comba-te, que duró todo un día. Cada uno de los cuerposocupó uno de los montes que dominan a San Gil,tan distantes, que con dificultad podía alcanzar deuno a otro un tiro de fusil. Ocupadas así las res-pectivas posiciones, empezó desde muy tempranopor la mañana un fuego de fusilería sumamentevivo, acompañado de algunos cañonazos y peque-ñas bombas o granadas, el cual terminó a las cua-t ro de la tarde, declarándose la victoria en favorde Rll'aya, en cuyas filas combatía el bravo grana-(!¡no AtanaslO Gírardol, que tanto se disti:nguiódespués en Venezuela. A pesar de haber duradotanto el combate, y haber sido tan vivo el fuego,"ólo murieron scis o siete soldados, y hubo comouna docena de heridos, lo que dará a conocer queaquello más fue un simulacro de guerra que unabrilalla n~ñida. Todos los oficiales y tropa que man-daba Pey fueron prisioneros de Baraya, y tratadoscon la mavor consideración. Yo veía a estos oficia-les todas Ías noches en casa; pues mi padre, aun,que adverso él su opinión, los recibía y obsequiabasiempre.

En 1813 empezó a llegar a la provincia del So-corro un considerable número de emígradosde Ve-nezuela, y de los valles de Cúcuta, y empezamos a

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ver señales evidentes de los reveses que sufrían lasfuerzas independientes. Aquellos emigrados difun-dían el espanto por donde quiera que pasaban, conla relación de las crueldades que habían visto co-meter a los españoles, que no vacilábamos en creeral vedas llegar, muchos de ellos a pie, y a todosdesprovistos de cuanto pudiera necesitarse para lamarcha larga que habían hecho. Era preciso queel temor de males muy graves los hubiera obligadoa abandonar así sus casas y propiedades, para em-prender un viaje de privaciones y fatigas.

En I8IS,el General Custodio García Rovira pa·só por el Socorro, a ponerse al frente del ejércitoindependiente, que en el norte de la Nueva Gra-nada debía hacer frente a las fuerzas españolas que,después de la ocupación de Cartagena por el gene-ralespañol don Pablo Morilla, se adelantaban porOcaña y Venezuela. Garda Rovira presentó la bata-lla en el campo .de Cachirí, en donde, después deuna lucha algo reñida fueron vencidas las fUl~rzasindependientes y emprendieron la retirada al int.e-rior, pasando por la provincia del Socorro. Yo vipasar por San Gil los batallones independientes, yrecuerdo que la consternación y el espanto estabapintado en los semblantes de los oficiales y solda-dos. Sucedía esto en el mes de febrero de 1816.

Derrotada aquella fuerza, y habiéndose retira-do al interior, dentro de pocos días iba a ser ocu-pada por los españoles la provincia del SOCOlTO.Cuantos se habían comprometido activamente porla independencia; debían, pues, emigrar, o resolver-se a expiar en el patíbulo su consagración a la cau~sa de su patria. Mi padre, se puso en marcha contoda su familia y los emigrados de Venezuela, condirección a Sogamoso, en la provincia de Tunja; pa-ra seguir de allí a Casanare, si las fuerzas indepen-dientes del interior eran también vencidas. y noquedaba otra esperanza que ir a aguardar la reac-ción en las llanuras desiertas del Oriente de laNueva Granada.

Desde entonces empecé a ser víctima de las vi.44

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cisitudes políticas. En aquella emigración penosa,tuve que marchar muchos días a pie, sufrir ham-bre, frío y privaciones; suerte común que nos cupoa todos los que huíamos de la persecución es-pañola.

A mediados de marzo Uegamos a Sogamoso.Allí encontramos a los generales Rafael Urdanetay Manuel Serviez, quienes, con un cuerpo de caba-llería, al mismo tiempo que protegían la emigra-ción que se dirigía a la provincia de Casanare, aguar-daban en aquel punto estratégico, lo que resolvieseel gobierno supremo de las Provincias Unidas de laNueva Granada, sobre el empleo que debía darsea aquella fuerza. En ella servía el ilustre granadinoJosé María Córdova, entonces de edad de 17 o 18años, y daba ya muestras, de aquel genio militarque unos años más tarde lo había de elevar al pri-mer grado de la milicia, y darle esa nombradía quelo hace tan célebre entre los guerreros de SudAmérica. El general Urdaneta era ya muy notableen el ejército independiente, por los servicios quehabía hecho desde 1810,en que abrazó la causa dela emancipación con el entusiasmo de un republi-cano decidido a ver establecido en su patria un go-bierno protector de los derechos individuales y lasgarantías sociales. Frecuentemente tendré que ha-blar de él en estas Memorias; y siento que no siem-pre podré hacerla tan favorablemente, porque enel curso de las disensiones políticas, no siempre hehallado su conducta consecuente con sus buenosantecedentes. Serviez, según he sabido en París 29años después, era capitán en el ejército imperialde Francia, y servía en él con distinción, cuando aconsecuencia de sus relaciones amorosas con unaseñora casada, se vió de tal sue:rte comprometidasu posición, que no le quedó otro partido que el defugarse con aquella señora. Abandonó Francia, ydespués de algún tiempo partió para la Amérkaespañola, en donde la guerra de independencia quese sostenía contra la metrópoli, presentaba al valory a la pericia el campo y la ocasión para medrar

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en gloria, en honores y en fortuna. Serviez, fue em..pleadoen mandos importantes, y según he oído de·.cir a los contemporáneos. si no hubiera sido con-trariado en sus planes y medidas, la invasión es-pañola en el interior hubiera encontrado obstácu10sque la habrían detenido por mucho tiempo.

Durante nuestra invasión en Sogamoso. fueaprehendido un espía que los españoles habían man-dado a observar las fuerzas y movimientos de: losindependientes. Era un habitante de aquellas co-marcas. que probablemente np sabía a cuánto seexponía con aquella comisión peligrosa; mas estaconsideración no impidió que fuese juzgado mili-tarmente. y de acuerdo con el dictamen del auditordon Francisco Xavier Yañez. condenado a la muer-te de horca. Por la primera vez de mi vida habíayo oído hablar de una sentencia de muerte, y fuetanta 1a impresión que me causó aquel suceso, quenunca puedo recordarlo sin que se renueve (m míel terror que entonces experimenté. Sin embargo,es tan fuerte el sentimiento de la curiosidad en lostiernos años, que el día de la ejecución fuí a veren la capilla al hombre que debía morir, y lo vi des-pués suspender en la horca. Toda mi vida .me:arTe-pentiré de tan tonta curiosidad, que ha tenido elmerecido castigo; pues nunca pienso en aquel. suce-so sin experimentar un disgusto notable y una amar-ga pena. Después no he presenciado ejecuciones ca-pitales sino una vez, en que un deber como solda-do me impuso· esta dolorosa necesidad.

Cerca de un ·mes permanecimos en Sogamoso,en la incertidumbre más cruel respecto de la suerteque nos tocaría. El presidente Madrid, bien, aterra-do por los reveses que había sufrido el ejército in-dependiente, bien povque en el estado de divisiónen que se hallaban los ánimos, no contase con bas-tante apoyo para emprender nuevas operaciones mi-litares, resolvió ceder, y se entregó en manos d(~losespañoles. Sea de esto lo que fuere, el genera' "Urda-neta con algunos oficiales venezolanos se ma.rchóenel mes de abril para Casanare, y Serviez con la fuer-46

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za que mandaba siguió para Bogotá. La emigraciónquedó sin quien la protegiese, y, en consecuencia,luego tratamos de dejar a Sogamoso con direcoióna Casanare. Mas algunos habitantes de Sogamosohabían conspir.adopara apoderarse de varios de losemigrados, y entregarlos a los españoles cuya van·guardia se encontraba a siete ti ocho leguas de dis-tancia, y al momento de partir, cuando ya estabanmontados los que tenían caballos y marchábamosa pie los que carecíamos de caballería, se formó untumulto, y algunos hombres se arrojaron sobre eldoctor Yañez para detenerlo y entregarlo al ejérci-to enemigo. Consentían, decían ellos, en que losdemás partiésemos; mas el doctor Yañez habíacomprometido aquel pueblo con la muerte del es-pía y debían entregarlo al ejército expedicionariopara que saciase en él su venganza, que de otramanera recaería sobre los' habitantes. Por fortuna,entre aquellos hombres había muchos que debíanservicios a mi padre y a mi pariente Ramón Líne-ros, y éstos lograron con el 'ascendiente que sobreaquellos hombres tenían, que dejasen partir al doc-tor Yáñez. Siempre me acuerdo del terror que sehallaba pintado en el semblante de aquel venera-ble patriota, cuando los 'amotinados, teniendo porlas riendas la mula que montaba, lo llenaban deinjurias y le impedían la marcha. Quince años mástarde vi al doctor Yáñez en Caracas, y tuve oca-sión de recordarle aquel suceso,.que yo había pre-senciado cuando era todavía niño y noté que aúnentonces le causaba el recuerdo una impresiónde sorpresa. Sin embargo. después hablamos deaquel suceso con placer; pues sucede entre los com-pañeros de infortunio, que no se han visto en mu-chos años, que si llegan a encontrarse, después depasada la primera impresión, el asunto más agra-dable de la conversación es el recuerdo de sus ma-yores desgracias: Recordasio malorum jucundissi.ma.

Frustrada la tentativa de los conjurados de So-gamoso, nos pusimos en marcha los emigrados para

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Casanare por el páramo de Toquilla. Unos iban acaballo, otros tuvimos que emprender la marcha élpie, y yo era de este número, porque mi caballo fm~robado la noche que precedió a la partida. Granparte de los equipajes se quedó, y ni aún pudimosllevar bastantes víveres para alimentarnos en lasmontañas desiertas que íbamos a atravesar,. Paramí, por supuesto, ninguna de estas circunstanciasera causa de la menor pena; porque en los tiernosaños las vicisitudes de la vida son para el hombreasunto de diversión, y solo el semblante triste demi padre, y las lágrimas de mi madre, me hacíana veces pensar que estábamos sufriendo muy positi-vas desgracias. Entonces vi a señoras delicadas :mar-chal' a pie y descalzas con sus hijos en los brazospor los riscos de aquel páramo, y presencié escenaslastimosas de desesperación, que aun ahora me con-tris tan y afligen al recordarlas.

Todos los emigrados marchamos juntos hasta elpunto en que la senda que conduce a LabranzaGrande, se divide de la que se dirige a Zapatoca,De allí una parte de la emigración se dirigió al pri-mer punto. y a mi me tocó ir entre los que marcha;ron para el segundo. El doctor Juan NepomucenoAzuero iba con nosotros, y, a pesar· de todas las di-ficultades. llevaba una carga (le fusiles y algunasmuniciones, pues este patriota entusiasta, jamásdesesperó de poder emprender algo en favor dela independencia. No sé qué suerte corrieron porfin aquellas armas.

Nuestro alojamiento en aquel páramo desierto,en que la temperatura está siempre cerca de:l graodo de congelación, eran tiendas de campaña descu-biertas por los lados; yel alimento era cam(~sala-da y arroz cuando la lluvia permitía hacer fuego, Elque haya pasado por aquellos lugares puede calcu-lar lo que sufriríamos. Era aquella una transiciónmuy violenta para algunas personas que habían vi-vido con grandes comodidades y en medio de losbeneficios de la paz, y se encontraban de repé'nteen una situación tan triste, y viendo por delante un48

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porvenir más triste todavía. El hombre que no hasufrido en su juventQ.d, recibe una mayor impre-sión de la desgracia, .~i le sobreviene por primeravez en la edad madura. No así el que creció en laescuela del infortunio: es compasivo por las des-gracias ajenas, y es indiferente a las suyas.

En fin, al cabo de ocho días de marcha, llega-mos a Zapatoca, triste aldea de la provincia de Ca-sanare, de unas cincuenta o sesenta casas, en dondeno se encuentra ninguna de las comodidades de lavida. Sin embargo, las simpatías que encontramosentre los habitantes, y la solicitud que mostraronpor aliviarnos, nos consolaban de las penas que aca-bábamos de sufrir. Entre los que se distinguieronpor sus atenciones y servicios. debo hacer partku-lar mención del señor Mariano Acero, que fue mástarde coronel del ejército de Colombia, y del buencura de aquella parroquia, doctor Francisco Serra-no. El primero alojó en su casa toda mi familia, ynos atendió con cuanto pudo proporcionarse de útilen aquel pobre pueblo. Los demás emigrados en-contraron tan buena hospitalidad como nosotros, encasa de los otros habitantes de aquel pueblo.

Aquí era donde los emigrados debían decidir sise arrojaban a vagar por los desiertos de Casanare.a ser víctimas de las enfermedades o de las tribussalvajes, o si retrocedían para entregarse en manosde los españoles. Las conferencias se sucedían unasa otras, y se pasó cerca de un mes sin adoptar re-solución alguna. En esos días llegó con su señorael doctor Casimiro Calvo, que había podido esca-par del país ya ocupado por los españoles; y sin va-cilar siguió a las llanuras de Casanare. Este ejem-plo de una persona que acababa de ver lo que pa-saba en el interior, y sabía que no había más re-medio que la fuga, desgraciadamente no fue imita-do. Los demás emigrados permanecimos allí.

El general don José María de Latorre, al entraren la capital de N. Granada, publicó una amnistíabastante extensa, a la cual se acogieron incauta-mente los más distinguidos ciudadanos; pero Mori-lla no la confirmó, y ella solo sirvió como una red

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para apnsJOnar la confianza y la buena fe. Otr;asautoridades españolas publicaron también algunosindultos, y concedieron otros particularmente. Mipariente Líneres, y mi padre reCIbieron cada unoun indulto, que les fue remitido de Sogamoso conun expreso; y aquel regresó con su familia a so-meterse a los españoles. Entregóse a ellos en So-gamoso, y lejos de cumplirle la promesa que tansolemnemente le habían hecho, fue juzgado y eje-cutado en Tunja, en unión de Vásquez y otros pa-triotas distinguidos.

Mi padre, menos confiado, volvió con su famI-lia ocultamente al pueblo de Iza en la provincia deTunja, en donde era párroco el doctor Juan Nepo-mucenu Parra, con cuya amistad podla contar. Des-de aLí con cautela iba a Sogamoso todas las nochesa informarse con sus numerosos amigos del estadode las cosas, para calcular el grado de confianzaque debía acordar al indulto que tenía en su poder;y resolver si debía o no presentarse y ofrecer su su-misión. Muchas personas le aconsejaban que se pre-sentase, asegurándole que le, sería cumplida la pro-mesa que se le había hecho. Mas los sucesos lo des-engañaron y le hicieron ver que la única esperanzaera ir a ,reunirse a los restos de los patriotas quese habían refugiado en Casanare y el Apure, acaudi-llados por los generales Nonato Pérez, Páez y Mo-reno. Mi padre, que amaba a su familia como a lavida, vaciló algunos días en tomar aquel partido;pero al fin cedió a las súplicas de mi madre, y sepuso en salvo. Partió de la casa en que estábamosrefugiados, a media noche, después de habernosabrazado a todos y bañándonos con sus lágrimas, ynos dijo un adiós, que entonces no pensaba yo quefuera el último; pero que ~l siempre me ha acredi-tado cruelmente que yo no había de volver a OiT.Desde entonces no volví a ver a mi buen padre, ymi corazón quedó privado de aquel dulce comerciode sentimientos que proporciona el amor filial y elamor paternal. Desde entonces quedé en el mundo

expuesto a las vicisitudes de la orfandad, con dos

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hermanos tiernos y una madre desgraciada, sin forotuna ni recursos; pues todo lo habíamos perdido enmedio de los desastres de la guerra.

Las operaciones militares habían terminado enel interior de la N. Granada; y los restos del ejér-crto patriota se habían salvado por los llanos deSan Martín a la provincia de Casanare conducidospor Serviez y algunos pocps oficiales, entre quienesse hallaba mi tío José Vargas, después coronel, .Yde quien más tarde tendré ocasión de hablar. Enton-ces empezó aquella persecución feroz, que durantetres años fue la ocupación exclusiva del gobiernoespañol que se estableció en el país sometido. Losjlustres granadinos, que a virtud de la amnistía deLatorrc creyeron que podían quedarse viviendo enpaz en el seno de sus familias, volvieron a sus ca·sas; y cuando ya descansaban en ellas en la con-fianza de que tan solemne promesa sería cumplida,supieron a un mismo tiempo que el general donPablo Morilla había declarado nula la amnistía, yque ellos debían ser entregados a comisiones mili-tares, para ser juzgados como rebeldes. Tal intima-ción se la hizo a muchos el mismo oficial que mandab,\ la escolta que debía conducidos a la prisión.de donde no debían volver a salir sino para entregarsu cabeza al verdugo. Día por día i"ecibíamos, en elretiro en donde nos hallábamos ocultos, nuevas delas ejecuciones que se hacían en la capital, y en to-dos los lugares considerables de las provincias. Losgranadinos más distinguidos por su saber, su vir-tud y patriotismo fueron fusilados en los primerosmeses. Los ciudadanos generales García Rovira, Ca-milo Torres, Joaquín Camacho, José María Arrubla.Jorge Tadeo Lozano, Torices, Caldas, fueron de lasprincipales víctimas. Por todas partes no se veíasino ¡u'to y lágrimas; y la consternación estaba pin-tada en todos los semblantes, menos en los de lospacificadores, quienes con la risa y el sarcasmo enlos labios insultaban la desgraci'a general.

Cuando la venganza se hubo saciado sobre la~cabezas de los que habían ocupado los primeros

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. "'~~TALOGACL01\lEste libro fue Digitalizado por la Biblioteca virtual Luis Àngel Arango del Banco de la República, Colombia

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puestos, en el gobierno independiente, personas demenos valor fueron el objeto de la saña expediciona-ria. La venganza, como todas las pasiones, más seexcita mientras más se alimenta. La de los españo.les se desarrolló en su más horrible latitud contra,todo 10que podía calificarse de insurgente. El sexodébil, los ancianos, los niños mismos eran arrastra·dos a las prisiones y entregados allí al furor brutalde los soldados. El asilo doméstico no tenía ningu.na garantía. Se hacían visitas domiciliarias, por lamás ligera sospecha; y a veces sin ella, y solo conel objeto de tener un pretexto que paliase los robos,las seducciones y los raptos escandalosos que enton-ces se cometieron. Los ejecutores de estas visitaseran regularmente sargentos groseros, con seis 'U

ocho soldados más groseros que ellos todavía. DeISaños más tarde tendré ocasión de volver a hablarde ellos.

En el pueblo retirado en que vivíamos, pocnsveces se vio un militar español; mas cuando se pre-sentaba alguno, todos los jóvenes se ocultaban, y llOera recibido sino por los ancianos y las mujere:s.Varias veces he pasado oculto 24 horas sin comerni beber, en el desván de una casa, en donde sehabía alojado un oficial español, y en que yo me!rallaba ocasionalmente. Yo era un muchacho de12 años, y por mi edad no se creería que pudiesecorrer ningún riesgo. Pero no era esto cierto; yoera hijo de insurgente, y desde que me descubrie-ran estaba condenado a servir de tambor, o de pí-fano, en una de las bandas de los cuerpos espaiío-les. Mi famHia,por otro lado, era atormentada cruel-mente por los indígenas, quienes todos los días ocu-rrían al cura para que nos hiciese salir del pueblo,llegando hasta el extremo de amenazado con quelo denunciarían a los espafíoles como ocultador deemigrados. Muchas veces vi a mi buena madre ves-tirse con el traje común de los indígenas, e ir a ocul-tarse entre algunos de aquellos, que no participa-ban de la animosidad o miedo de lOS c.en>ás.

A las calamidades políticas que sufría el }'1,aís,

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se agregó una de otra especie, no menos terrible.La viruela se difundió por toda la Nueva Granada,y como de acuerdo con la saña de los vencedores,contribuyó a diezmar la población.

El estado de inseguridad en que vivía mi fami,lia, en medio de continuas alarmas y sobresaltos,no era soportable por más tiempo. Después de me·ditarJo bien, formamos un nuevo plan para conser·vamos. Las mujeres y los niños se fueron a la capital, en donde podían vivir, como desconocidos, conmenos zozobras y temores; y yo me fui con mi abue-lo materno v un criado fiel de mi padre a la pro-vincia de C~sanare, al lado del mismo eclesiásticodoctor Serrano, cura de Zapatoca, de quien habléen otra ocasión. E'l doctor Juan Nepomuceno Azue·1'0 se mantenía oculto por aquellas cercanías, '1 lo-gró eludir por mucho tiempo con habilidad laspesquisas de los expedicionarios. Después veremoscómo fue aprehendido y conducido a una prisión ala capital del virreinato

En Zapatoca se gozaba de una perfecta indepen-dencia. Los expedicionarios no habían penet~ado aaquel lugar retirado, y no había más gobierno queel de los funcionarios municipales que elegían losvecinos. La opinión era allí completamente unifor.me por la causa de la independencia; y, por consi-guiente, los emigrados gozaban de entera seguridady hablaban y obraban con plena libertad. La prime-ra interrupción que sufrió esta seguridad fue ima-ginaria, y fui yo la causa inocente de ella.

El doctor Casimiro Calvo regresó de Taguanatrayendo la barba larga como los soldados del regi-miento de Barba'stro. Pasó a caballo por el puentedel arroyo, que está a la entrada del pueblo. Me ba-ñaba yo allí a la sazón; y luego que lo vi, me vestí ycorrí a dar el aviso de que los barbones estaban lle-gando a Zapatoca. Pocos momentos después se su-po lo que hacía dado lugar a tal equivocación, y serestableció la confianza. El doctor Calvo siguió parael interior, y logró ponerse al abrigo de persecu-ciones.

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Un mes después, cinco soldados merodeadores.al mando de un sargento, se aparecieron allí. f'ue..ron los primeros soldados españoles que yo vi: su··cedió esto a principios de 1817.Iban con el objeto>de arrebatar todas las caballerías que encontrasen,y en efecto, se llevaron como 40 o 50 mulas, en·tre ellas doce de mi pertenencia. Estos merode2ldo-.res corrieron allí un gran peligro. El cura y el al··calde los recibieron y trataron bien; pero en la no·che misma de su llegada, varios habitantes se con-certaron para desarmarIos y matarlos. Yo, aunqu(:era un niño, presencié las medidas que para ellose tomaron. Mas como no había un arma de fuego,y ellos velaron siempre con sus fusiles cargados, nose atrevió nadie a dar el golpe. Debieron conocerdesde luego, que no estaban aHí muy seguros, porque todos los vecinos los observaban con descon·fianza; y así fue que al cabo de dos días partieronllevándose cuanto pudieron haber a las manos.

Por este tiempo se recibieron en Zapatoca algu.nas proclamas de los generales independientes, quesostenían la guerra en Apure, y se leían allí pÚbli-camente y con señales patentes de regocijo. })aramí fueron un lenitivo muy ligero al dolor que ex-perimenté al saber la muerte de mi padre, noticiaque llegó al mismo tiempo. El había partido en com-pañía del doctor Mariano Acero, y pocos días des-pués de haber alcattzado ·los restos que se habíansalvado del ejército independiente, fue arrebatadopor la fiebre en el pueblo de Betoyes. Yo había idoa Casanarc con la esperanza de reunirme a él mástarde, y tomar las armas en defensa de la indepen.dencia de mi patria. Esto nQ podía ya suceder:: miabuelo materno, anciano y achacoso, que era miúnico protector, no podía arrostrar las penalid:adesde un viaje por aquellos desiertos; y yo, un adoles·c~nte de doce años, era incapaz de hacer nada deprovecho por mí solo. Me volví, pues, al pueblo deIza a casa del doctor Juan Nepomuceno Parra ami.go de mi padre.· Este eclesiá5tico me recibió en sufamilia, y se dedicó a conHpuar mi educación, que

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había sido interrumpida hacía dos años por conse-.cuencia de la guerra, y de las vicisitudes que ellanos hizo sufrir. Dentro de algunos meses me per-feccioné en la escritura, y aprendí algo de latín, ypartí con él para Bogotá con la esperanza de seguirallí mi carrera.

Llegué a la capital al seno de mi familia pocosdías después de que la célebre heroína PolicarpaSalabarrieta había sellado con su sangre en una pa-tíbulo su patriótica consagración a la causa de laindependencia y de la libertad. Era ·aquella grana-dina cortejada por Sabaraín, patriota que había si-do destinado a servir en las filas españolas, y queconspiró o se sospechó que conspiraba para des-truir d gobierno español. A causa de sus relaciones,fue condenada a muerte con su amante, y variosotros individuos, por sentencia de una comisiónmilitar; pues todos los delitos contra lo que se lla-maba orden público eran juzgados por esta clase detribunales, y la pena de muerte estaba aplicadaa las menores faltas. Aquel acontecimiento era en-tonces el objeto de todas las conversaciones de Bo-gotá. Era esta la primera mujer a quien se fusilabapor insurgente, y ella se condujo con tan heroicovalor, y echó en cara con tanto arrojo a los españoles su injusticia, su crueldad y sus crímenes, queexcitó la admiración y simpatía de todos. Entre loserrores criminales que la crueldad dictó a los expe.dicionarios, pocos les han hecho tanto daño comoeste. La indignación, que hervía en los pechos delos granadinos, llegó al extremo; y la juventud, so-bre todo, ansiosa de una justa venganza, contrahombres que no respetaban ni el sexo ni la edad,ardia en deseos de tomar las armas para destruíra los pacificadores.

Tal era el estado de las cosas cuando yo lleguéa Bogotá, y me reuní a mi familia, a sufrir con eHamales de todas clases. Las reliquias de nuestra pe-queña fortuna se habían consumido, y estábamosreducidos a vivir del producto de algunas alhajasque se iban vendiendo a proporción que lo deman-

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daban nuestras necesidades. Vivíamos en un barricDretirado de la ciudad, y nadie nos conocía, a ex(:ep·ción d ~ algunos parientes, como 'la familia del cloctor Ignacio Vargas, primo hermano de mi abuelo,que había sido fusilado po. los españoles, por ha·ber sido uno de los personajes importantes ,que:cooperaron a la revolución de 1810,y que tuvo des-pués parte en el gobieT?oindependiente.

El aprendizaje que había hecho en las desgra-cias anteriores, me sirvió para reglar mi conductaen Bogotá. El estudio de las ciencias se restablecióen 1818, y yo conservé mi carrera de externo en lasaulas del colegio de San Bartolomé, pues el edificioprincipal del colegio estaba ocupado por un bata.llón llamado del Rey, y no había todaVÍa alumnosinternos. Me ligué desde luego con todos los estu~diantes, entre los cuales, había muchos hijos de es-pañoles; y fui tan reservado que nunca ninguno, &~ellos pudo saber cómo ni por qué había venido yoa Bogotá. Solo después de :algún tiempo, habiendodescubierto _.que m~s condiscípulos Leopoldo y An·gel María Flores, y José María Gaitán participabande mis mismas opiniones, descubrí a ellos mi modode pensar. De resto, mi silencio hacia creer a los demás que yo era tan bueno y fiel vasal'locomo el hijode un Didor. Sobre todo, participaba de esta creen-cia un joven muy apreciable, hijo del contador Cor-vacho, de mi misma edad y mi íntimo amigo, aquien me veía en la necesidad de dejar en su error.Esto me ha sido siempre tanto más sensible, cuan-to que él me comunicaba todo lo que oía en su ca-sa, a su padre, y a los oficiales españoles que la fre-cuentaban. Me disgustaba en extremo que él me hi-ciese estas confianzas creyendo depositarIas en uncorazón que participaba de sus simpatías políticas;pero la necesidad de mi seguridad y la de mi fami·lia exigían que yo no lo de$engañase. Me impuse sí,siempre, el deber de no preguntarle nada, y así esque 10 que supe por él, fue porque espontáneaD:len-te quiso decírmelo.

El general don Juan Sámano gobernaba el vi-56

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rreinato con el título de capitán general, y excedíaa Morilla en crueldad para con los vencidos.No re-cuerdo que pasase una semana, desde que llegué aBogotá, sin que hubiere alguna ejecución capital.Por docenas llevaban a veces los hombres al supli-cio; y no se crea que eran hombres importantes, dequienes la política pudiera justificar el suplicio. Aexcepción del teniente coronel Sasmajous, francés,que había tomado servicio en las filas independien-tes, y fue hecho prisionero con la guerrilla que man-daba, no sé que se haya fusilado a otra persona denota, en quien la política pudiera justificar aquellasevera medida. Se ejecutaba una carnicería por ma--yor en pobres gentes del campo, en cuyas casas ha·biadormido algún guerrillero o algún desertor; enartes'anos de Bogotá a quienes se había escapadoalgunas expresiones imprudentes, que se tomabancomo pruebas de que existía una conspiración, ypara poner el sello al horror de esta conducta, des-pués de las ejecuciones se descuartizaban a algunosde los fusilados, y se suspendían los miembros enescarpias en los caminos públicos. El viajero en-contraba por todas partes estas muestras pavoro-sas de la justicia española. Aun en los paseos pú-blicos solía encontrarse a la entrada la cabeZao elbrazo de algún patriota, como para advertir a losque se paseasen, que no debían dívertirse en pen-sar en hacer a su tierra independiente.

Si apartamos la vista de los cadalsos, y la vol-vemos hacia otros lugares, no hallaremos ningúnmotivo de consuelo. Las cárceles estaban llenas deciudadanos, aguardando a purificarse, operaciónque se ejecutaba ante un tribunal, en que el indi-viduo presentaba pruebas de su fidelidad al rey. Lamás perentoria consistía en dar una gruesa sumade dinero para el tesoro real, y en las que se die-sen reservadamente a los miembros del tribunal.Todo individuo que tenía alguna fortuna, era por loregular sometido a la purificación. Entretanto queesto sucedía, el indíviduo permanecía en la cárcelprivado de comunicación, y con un par de grillos.

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Aquí en Francia, en esta época de civilizacióny hu-manidad, no puede concebirse lo que era una pri-sión de aquellas; ni se sabe lo que es el cencerreode los grillos y el chirrido de las cadenas; y temomucho que no se me crea lo que he visto con misojos y oído con mis oídos.

Una parte del clero había favorecido con la pre-dicación y con cuantiosos donativos, la causa de laindependencia. No podía, pues, escapar de la ~~rse-cución. Los eclesiásticos más respetables fueron s<>pultados en las prisiones, y después unos fueron n~mitidos a las bóvedas de Puerto CabeHo,otros a Es-paña y aun algunos a la fortaleza de Omoa, en Cen-tro América. Entre ellos recuerdo al doctor AndrésMaría Morilla, canónigo de la catedral de Bogotá, yal doctor don Benedicto SaIgar. El doctor Juan Ne-pomuceno Azuero fue ap.rehendido en los últimostiempos, y permaneció preso en el convento de SanJuan de Dios de Bogotá, con el doctor Manrique, yotros eclesiásticos, hasta después de la batalla deBoyacá. Era aquel convento el lugar escogido paracárcel de los eclesiásticos, patriotas; porque su·pro-vincial, el padre Juan José Merchán, se distinguíapor su adhesión a la causa real. Ejercía este padreuna vigilancia severa sobre los presos; mas estos fa-vorecidos por el prov¡'sor, doctor F,rancisco JavierGuerra y Mier, burlaban muchas veces sus precau-ciones, y salían a visitar a sus amigos, y a fQrmarplanes para sacudir el yugo español. Ei doctor Azue-ro se presentaba en casa, a veces a las 12 de la,no-che, y allí y en otras partes recibía noticias d.e al-gunas guerrillas que se habían formado en las cerocanías de Bogotá. Este infa1igable patriota, jamásdejó de hacer cuanto pudo por la causa de la inde-pendencia. Preso, o fugitivo, en todas partes facilI-taba cuantos auxilios podía a los defensores de lalibertad que luchaban con las armas en la mano. Yono podía hacer otro servicio que introducirle algu-nas cartas, que siempre llevaba entre el forro de misombrero, por si a la guardia le viniese en voluntadel registrarme al entrar al convento...58

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N.o debo pasar adelante sin tributar el debidaelagio a la conducta, humana, generosa y decenteque obsenró en aquella época el doctar Guerra, aquien he mencionada arriba. Las individuos del cle-ro, que escaparon de la persecución, la debieron aeste distinguido español. Muchos ciudadanos fuerontambién favorecidos por él, entre ellos el señor JoséIgnacio París, quien mejor que yo puede revelar losservicios importantes que hizo a los patriotas quepermanecían ocultos. A sus esfuerzos se debió el res-tablecimiento del colegio de San Bartalomé, cuyabeca vestí yo en aquel tiempo por su protección;pues en las informaciones que se hacían para obte-nerla era necesario, además de la limpieza de san-gre y legitimidad, comprobar que el aspirante nopertenecía a familia insurgente. Esto último eraimposible para mí, y él se encargó de que mis infor-maciones se aprobasen por el virrey sin tal forma-lidad.

El general don Juan Sámano, fue nombrado Vi-rrey de la Nueva Granada en 1818. Para su posesiónhubo unas famosas fiestas, en que los juegos de azary las corridas de toras fueron las principales diver-siones. Era tal en aquellos tiempos la pasión por eljuego, que las gentes de todas condiciones se api-ñaban en la plaza pública, alrededor de las mesasde juego, que allí estaban bajo tiendas de campa-ña. Los clérigos, los militares, los jueces, abogados.camerciantes, y hasta las señaras expanían sus ha.beres sobre una carta, o sobre un número de biri-bis, o sobre una vuelta del pasadizo. Y era tal la in-moralidad del gobierno, que este escándalo se au-tarizaba como la principal diversión.

Con motivo de la pasesión del virrey, y de al-gunos triunfos del ejércita expedicionario, se relajópor algunos meses la persecución sanguinaria delgobiemo. Algunos de las encausados, que en otratiempa hubieran sida condenados a muerte, o fue-ron absalutamente indultados, o condenados a pre-sidio. El que era sentenciado a esta pena, era em-pleado en empedrar los caminos, las plazas y las

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calles de la ciudad y llevaba un grillete con unacadena al pie. En el presidio de Bogotá había mu-chos hombres distinguIdos, y la plaza de Bogotá es-tá empedrada por sus manos con piedra conducidaen sus hombros. Yo tenía ocasión de visitar frecuen-temente a los presidiarios, y de ver lo que pasaba;porque entre ellos se hallaba un pariente mío, elseñor José Lineros, a quien auxiliaba mi familia conlo que podía, en el estado de penuria en que nosencontrábamos.

A pesar de las precauciones con que se gu:ar-daba a los presos, sobre todo a los que estaban enel colegio del Rosario que era el depósito de los quese destinaban al patíbulo, algunos lograron burlarla vigilancia de los que los custodiaban. El doctorMiguel Ibáñez fue uno de los presos que se fuga-ron. usando para ello una astucia y una presenciade ánimo que hacen conocer en él; el hombre de ta·lento y de una resolución decidida. El calabozo enque estaba cada preso, no se abría, sino para in1:ro-ducirle los alimentos, operación que siempre eje:eu-taba un soldado. Un día, a las 6 de la tarde, se pre·sentó en el calabozo del doctor Ibáñez con los ali.mentas, un soldado poco más o menos de su mismatalla, que llevaba puesto un capisayo. Le ocurriÓ alinstante salir de la prisión con el traje de aquel sol-dado; y sacando un doblón, se lo puso en la mano,.y le pidió que le prestase el mamón y el capisayopara poder pasar a hablar con otro preso en un ea··rredor de abajo. Consintió el soldado; y el doctorIbáñez salió del calabozo a vista del centinela que,guardaba su puerta, y de la guardia que estaba enla del colegio, sin que nadie sospechase que era él..Luego que estuvo en la calle, logró ocultarse, y eso.capar por algún tiempo a .las más exquisitas pes··quisas; pues aunque Ia delación era premiada y la.protección de los perseguidos castigada de muerte ..la opinión republicana era tan general, y estaba tanbien cimentada, que ni los premios halagaban l.adelación, ni 'los castigos impedían dar asilo a lo,>

que lo buscaban.60

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En el mismo año de 1818, se anunció el resta-blecimiento del Santo Oficio, con una procesión so-lemne, a que concurrieron todas las autoridades ycorpomciones, y en que se practicaron varias cere-monias ridículas, que, sin embargo, me impusieronmucho en aquel tiempo. Desde entonces el gobiernocreyó contar con este auxiliar que en otI'éVSépocashabía sido tan poderoso para la tiranía. Pero la opi-nión republicana rayaba ya en fanatismo, y aunqueaquel pueblo era y ~s muy religioso, el celo políticoprevaleció sobre el fanatismo religioso; y se vieroncon desprecio las excomuniones lanzadas contra lospatriotas y los que los auxiliasen. Por consiguiente,la inquisición para nada sirvió al virrey.

A fines de aquel año empezaron los pacificado-res a recibir noticias de sus reveses en Venezuela.Páez y Pérez les hicieron la guerra con sucesos en elApure; y el general Simón Bolívar, después de ha-ber logrado desembarcar con algunas fuerzas en lascostas de Venezuela, logró ocupar a Santo Tomás.de Angostura sobre el Orinoco, y tomar el mando detodas las fuerzas que obraban en distintos puntos.Allí se formó el plan de campaña que debería se-guirse, y se adoptó la opinión del general Francis-co de Paula Santander, de penetrar por Casanare enel interíor de la Nueva Granada, y atacar a los es-pañoles en el asiento mismo del gobierno, para deallí llevar la guerra a los diferentes puntos del vi~rreynato y de la capitanía general de Venezuela, queestuviesen ocupados por ellos. No seguiré aBolí·var y Santander en la expedición gloriosa que des·truyó el poder español en Boyacá. Toca esto al his-toriador de Colombia, y no al escritor de unas sim-ples Memorias.

Desde que se supo la llegada de las fuerzas in·dependientes a Casanare, la deserción de los cueropos militares que guarnecían a Bogotá empezó a sertan numerosa, que parecía ya más una completa dis-persión. Hubo noche en que de un solo cuerpo de-sertaron 25 soldados. Todos emprendían viaje paraCasanare, a reunirse' al ejército independiente. El

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batallón del Rey entero trató de sublevarse una no-che, y apenas pudieron contenerlo en el mOIMIltoen que cargaban los soldados los fusiles para darel grito. Sámano en su desesperación redobló sus

. crueldades. Se fusilaba por mayor en aquellós días~ los prisioneros de las numerosas guerrillas q\lepor todas partes combatían a los realistas. Enton-ces se redujo a prisión a, los pocos hombres impor-tantes, que habían escapado milagrosamente de lacuchilla de Morillo: los doctores Vicente Azuero yDiego Fernando Gómez fueron de este número, ypennanecerieron cargados de grillos hasta que en eldesconcierto de la fuga que emprendió Sámano en lamañana del 9 de agosto de 1819,lograron salvarse yconservarse para ser una de las más firmes colum-mas de la libertad en mi patria. Frecuentementetendré que volver a mencionar sus nombres, porqueen la' serie de vicisitudes que debía yo correr en elcurso de mi vida política, siempre me vi asociadoa ellos en la buena y en la mala fortuna.

Llega ya la época en que los vencedores que noshabían tiranizado, insultado y degollado, caen delpoder a que la suerte de las armas los elevó, y vie·nen a ocupar aquellas mismas prisiones que el pa-triotismo humedeció con lágrimas, y el despotismoregó con 'la sangre republicana. El 8 de agosto porla noche, el capitán Martínez de Aparicio, que habíalogrado escapar de la derrota total que sufrieron lasfuerzas reales en Boyacá, llegó a Bogotá y anuncióal virrey la espléndida victoria de Bolívar y 'la com-pleta destrucción del ejército realista que mandabael general Barreiro,quien fue hecho prisionero concasi todos los jefes, oficiales y soldados que com-ponían aquella fuerza.

Eran las 12de la noche, hora en que el silenciode los sepulcros, reina regularmente en Bogotá. Es-te silencio habitual fue interrumpido por el ruidode los caballos que se aprestaban para la fuga, porel sonido de las puertas de las casas a donde entra-ban ~ advertir a' los españoles que era llegado e\momento de partir, y por los movimientos de -los62

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cuerpos militares de la guamición, que se prepara-ban para salir. Sospechamos, desde luego, los pa-triotas, lo que sucedía; y -ª- pesar de que la ciudadestaba amenazada con el deglieIlo general de los ha-bitantes, en caso de un suceso adverso, algunos seaventuraron a salir a informarse de lo. que había,y adquirieron pleno conocimiento de lo sucedido.

Amaneció el día 9, y el palacio, los cuarteles,las prisiones y los puestos mHitares aparecieron sin(:ustodia. Los encargados de la autoridad habían fu-gado todos, y una ciudad de 40.000 almas quedabasin quien mantuviese el orden público. Yo entré enel pal<acio, en los cuarteles, en todos los edificiospúblicos, y no había en ellos una alma. En el cuar-tel de caballería encontré algunos caballos y algunas6illas y pares de pistolas, que habían dejado allí lossoldados, y que en el desorden en que estaban, in-dicaban la precipitación con que sus dueños se ha-bían escapado. El hombre que ha vivido muchotiempo bajo la impresión del terror, si de repenteve desaparecer las causas que la producían, quedaagobiado de una especie de estupor, que le impidetomar de pronto una resolución. Así me parece quenos sucedió a los habitantes de Bogotá, desde las 5hasta las 9 de la mañana de aquel día. A esta horame hallaba yo en la puerta del palacio, observandolas idas y venidas de los habitantes, cuando unfuerte estallido, que conmovió la ciudad, e hizo sal-tar todas las vidrieras, y golpear las puertas, nossobresaltó a todos con la idea de que la ciudad eraatacada. Media hora después se supo, que aquelrui-do procedía del almacén de pólvora, que estaba auna legua de distancia de la ciud<ad. Los españoles,lo dejaron minado, y voló a la hora que dejo indi-cada.

La explosión del almacén de pólvora fue la se·ña1 para que la población se pusiese en movimiento.El anciano coronel de milicias don Francisco XavierGonzález, asociado a algunos de sus antiguos com-pañeros, tomó varias providencias para manteneralgún orden en la ciudad. Otros patriotas se ocupa-

R::l

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ron de desclavar los cañones, que habían encontra-do en el parque, y armar alguna gente, para defen.demos contra las partidas de dispersos que no po-dían dejar de presentarse y atacamos. A pesar detodo, a las doce de aquel día reinaba en la ciudadla anarquía más completa, y los grupos de gentevagaban por las calles a discreción del primero quequería conducirlos. De tiempo en tiempo se presen-taban algunos de los derrotados de Boyacá. corrien-do a caballo por las calles, con semblante despavo-rido, y apuntando sus carabinas a los ciudadanosque se presentaban por delante. Tres de estos reco-rrieron casi toda la ciudad. y cuando salieron deella. casi habían cansado sus caballos. Jamás he po-dido explicarme cómo hombres a quienes sus ene-migos picaban los talones, podían perder el tiempoy cansar sus caoo.llos,corriendo a la aventura y sindesignio, por las calles de una ciudad en anarquía.Creo que aquellos españoles se habían vuelto locoscon el repentino cambio de fortuna.

El teniente coronel patriota Hermógenes Maza.después general de Colombia, apareció por la tardeen las orillas de Bogotá, y armado de una carabinahacía frente solo a los derrotados que osaban en-trar en la ciudad. Entre estos se presentó a las cua-tro de la tarde' en la plaza de San Francisco el ca-pitán Brito. y pagó con su vida tal acto de temeridad.Vi tendido su cadáver en aquella plaza, atravesadode un balazo. El día se pasó en escenas de más omenos desorden, y en continua incertidumbre yalarmas. sin que se adoptase ningún partido decisi-vo para salir de tan angustiada situación. Mas alacercarse la noche ya algunos·ciudadanos combina-ron el modo de mantener el orden y defenderse con-tra un ataque imprevisto. Se organizó el serviciode uno o dos cañones de a ocho, que se llevaron auna esquina de la plaza, y se armó algunos indivi-duos con fusiles. carabinas y lanzas. Esta fuerza semantuvo en la plaza toda la noche. A las 12 de ella,a'lgunos tiros anunciaron que había alguna nove-dad; y, en efecto. una partida de dispersos al mando64

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del capitán Vencoechea había entrado en la ciudad,y después de un tiroteo de una media hora, se reti-ró y emprendió la fuga que había acaudillado elvirrey en la noche anterior. El ciudadano Armeromurió en aquel combate, al pie del cañón que esta-ba en la esquina de la catedral.

Al día siguiente, don José Tiburcio Echeverríaque se hallaba oculto, y había logrado burlar lasmás exquisitas pesquisas de los expedicionarios, sa-lió de su escondite y fue encargado de la goberna-ción de la ciudad por aclamación. Desde entonces,todo se hizo de acuerdo con sus órdenes, y nos pu-simos a aguardar la llegada del general Bolívar y deiejército patriota.

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CAPITULO II

A las cuatro de la tarde del 10 de agosto de1819, estábamos varios habitantes de Bogotá en laplaza de la Recoleta de San DiegL,.,cuando vimosaoen;:arse como una doct'na de militares a caballo,en cuyos morriones se leían en chapas de cobre laspalabras "Libertad o muerte". Bolívar fue reconod-do entre ellos y aclamado por la multitud. Entoncesvi a este guerrero ilustre por la primera vez, 'Ycuen-to ese día por uno de los más felices de mi vida;pues aunque en época más lejana sus aberracionespolíticas me obligaron a hacerle una oposición de-cidida, y deslucieron la gloria que con tan heroic,,->sesfuerzos había adquirido, en aquel tiempo gozabayo de la plenitud del placer que siente una almareconocida cuando conoce al hombre de quien harecibido grandes beneficios. Veía en él la mano vi-gorosa que había quebrantado nuestras cadenas, yel genio repúblicano que había de asegurar a la li-bertad su imperio en Colombia; y me entregaba terdo entero a los sentimientos de amor y admiraciónque me inspiraba. Creo que cuantos lo rodeábamosen aquel momento éramos igualmente felices, y du-do que la felicidad del que recibía los homenajesfuera mayor que la de los que se los tributaban.

Durmió Bolívar aquella noche en el mismo pa-lacio, y en la misma cama, en que tres-días antesdescansaba el Virrey. A la consternación y lágrimasde los días anteriores, SUcedieronlas muestras másnotables de alegría. Bailes, convites y fiestas de di-ferentes clases, proporcionaron a aquel guerrero ysus compañeros placeres de que habian estado pri-vados por muchos años. Mas esto no fue un moti.vopa!a que las atenciones importantes se descuidasen.66

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El ejército real fue perseguido vigorosamente hastaHonda, en donde el virrey se embarcó con los pe-queños restos que pudo salvar, y todos los españo-les que habían emigrado de Bogotá. Se organizó laadministración militar y de la hacienda, y se asegu-raron los caudales, armas, municiones y demás per-tenecientes al servicio público, que había quedadoen las arcas y almacenes del gobierno. El ejércitolibertador llegó desnudo y desprovisto de todo; losoficiales mismos no tenían una casaca ni un par dezapatos. Me acuerdo que cuando tuve el gusto deubrazu a mis dos tíos Fermín y José Vargas, enton-ces capitán el primero y teniente el segundo, y des·pués coroneles de Colombia, todo su vestido consis-tía en un pantalón. una camisa y capisayo. Su cal-zado era un par de alpargatas; y si así estaban vesti-dos los oficiales fácil es suponer cómo estarían lossoldados. Al ver aquellas mesnadas desnudas y malarmadas, el que pocos días antes había visto el ejér-cito español, tan imponente por su disciplina, porsus brillantes uniformes, excelente armamento ycompleto equipo, hallaba difícil el convencerse deque aquellos eran los vencedores y el último el ven-cido. El entlL'iiasmo por la libertad había obrado es-ta milagrosa peripecia. Un mes después ya se pre-sentaron en revista los cuerpos independientes per-fectamente vestidos y equipados.

El gobierno se organizó de esta manera. El te·rritorio que debía formar después la República deColombia, debía tener por jefe supremo, con el nom-bre de Presidente, al general Bolívar. Las provinciasdel interior ya libertadas se organizaron por lopronto en el gran departamento de Cundinamarca,de cuyo gobierno civil y militar se encargó al gene-ral Francisco de Paula Santander con el título deVicepresidente. El general Bolívar, después que hu·bo trazado el plan de las operaciones militares, quedebían continuarse para completar la expulsión de!os españoles del territorio entero de Colombia, yde haber puesto en marcha algunas fuerzas para elsur y el Magdal'1na, al mando de jefes experimenta-

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dos, salió de Bogotá, con dirección a las provindasdel norte, para seguir de allí a Venezuela, a dondelo llamaban atenciones preferentes.

Aquí debo hacer mención de un hecho que su-cedió en una de las provincias del norte, y que hon··ra en sumo grado a un amigo mío. El teniente coro.·nel José María Mansilla, después general de Colom-bía, se hallaba preso en Panlplona aguardando deun 'momento a otro su sentencia de muerte, cuandoelkjército patriota penetró en el interior de la Nue-va Granada. Mansilla, a pesar de estar agobiado deun pesado par de grillos, fonnó el proyecto, no solode libertarse sino de apoderarse de Pamplona, yobrar eficazmente en favor de la causa de la inde-pendencia. Logró ponerse de acuerdo con algunosotros presos, y atropellando la guardia del cu~rtel•.y apoderándose de algunas armas y municiones, seprecipitó a la calle y proclamó la independencia.Los españoles lo atacaron inmediatamente, y él,aunque embaraZado con los grillos, estuvo batién·dose en las calles de Pamplona hasta que aquellostomaron la fuga. No fue posible quitarle los grilloshasta después del triunfo; porque estaban fuerte-mente remachados. No era la última"vez, que estedistinguido patriota había de llevarlos, como lo ve-remos veint~ años más tarde.

El entusiasmo por la libertad, el deseo de coope-rar al recobro completo de la independencia, y unanoble ambición de gloria, impelieron a una granparte de la juventud a tomar servicio en los cuerposdel ejército patriota. Entonces ciñeron la espadamis amigos Joaquín y Francisco Barriga, ahora se-l\eral el uno, y coronel el otro; el actual general delEcuador Isidoro Barriga, y varios otros, de los cua-les pocos sobreviven a las batallas sangrientas queaun había que dar, para hacer desaparecer el pabe-llón español de la tierra colombiana. Yo, a pesar dela repugnancia de mi madre, senté plaza como as-pirante en el batallón Cazaaores de vanguardia, yestuve haciendo el"servicio, ignoráudoto mi falnilia,durante un mes; pues me era permitido comer y68

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dormir en casa, y cuando me tocaba la guardia po-día escoger la hora de hacer mi servicio, y solo to-maba el uniforme en el cuartel. Estas excepciones,de que gozaba como cadete cesaron con el motivoque voy a indicar.

Mi batallón estaba encargado de la custodia delos 39 jefes y oficiales prisioneros en Boyacá,a quie-nes varias veces hice la guard.ia. El general Bolívarhabía procurado canjearlos por varios de los patrio-tas que estaban en poder de los españoles; mas elvirrey Sámano rehusó constantemente sus propues-tas, resuelto a continuar la guerra a muerte que sehacía desde que empezó la lucha por la independen-cia. En el estado de duda en que nos encontrábamosrespecto del éxito final de las operaciones militaresque se habían emprendido, y careciendo de fuerzassuficientes para mantener una. guarnición respeta-ble en la capital, aquellos prisioneros eran un emba-razo muy grande para el gobierno. Ellos, además,valiéndose de algunas relaciones que conservaban,de las muchas que habían formado en la capital enla época de su buena fortuna, tramaba, según sedijo, algún movimiento, o por lo menos proyectabanfugarse. El general Santander, en un manifiesto quepublicó sobre la ejecución de estos oficiales, ha ex-plicado largamente las causas y motivos que dieronlugar a este deplorable suceso. Remito, pues, a él a:mis lectores, y continuaré lo que me toca.

A principios de octubre, recibieron todos loscuerpos de la guarnición la orden de mantenerseacuartelados y sobre las armas, hasta ulterior dis-posición. Permanecimos, pues, encerrados durantedos días. Al amanecer del tercero, vi formada, frenteal cuartel de mi batallón, una compañía del batallónBarcelona, después Gran:arleros, a la cual se le man-dó cargar con bala. Vi al mismo tiempo formar cua-dro en la plaza a los cuerpos militares, y al jefe deEstado Mayor, coronel Manuel Manrique, despuésgeneral, presentarse a la puerta de mi cuartel acom-paiiado de varios religiosos, y desde luego sospeché!a ..::atástrofe sangrienta que íbamos a presenciar

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aquel día. El coronel Manrique previno al oficial deguardia lo condujese a donde estaban los presos;algunos de ellos descansaban todavía en su cama, yno sabían que había de ser por la última vez. Desldeluego, el primer calabozo a donde llegó fue al ·enque se hallaba el general Barreíro, los coroneles Xi-ménez y Galluso, y algunos otros oficiales superio-res. Yo abrí la puerta, y el coronel Manríque, des-pués de saludarlos cortésmente, les manifestó el ex-tremo sentimiento que experimentaba de' ser e11ór-gano para anunciarles que debían prepararse paramorir dentro de dos horas. El general Barreiro y elcoronel Ximénez recibieron tal intimación sin de-mudarse, y el primero, con la sonrisa en los labios,aun· tuvo la presencia de ánimo de dirigir algunoscumplimientos al coronel Manrique, y mantener conél una ligera conversación. Barreiro había sido de-cente y humano en su conducta, y no era abonreci-do como los demás expedicionarios.

La funesta intimación se repitió a todos losotros prisioneros, y a la media hora se veía en elcuartel el espectáculo triste de 39 individuos que sedespedían de la vida en los brazos de otros tantossacerdotes. Yo fui llamado a la formación de lapla-za frente al lugar de la ejecución, y allí tuve la des-gracia y funesta obligación de presenciar el sacrifi-cio de 39 hombres, a quienes se inmolaba en re-presalia de la carnicería, que la política absurda ycruel de Fernando VII decretó contra los patriotas.Esta es la última vez que he visto fusilar a un hom-bre, y no hay un día de mi vida en que no recuerdecon horror aquella escena de ·sangre,y en que no serepresenten en mi imaginación las agonías de lasvíctimas..

Ahora, a 25 años de distancia de aquel suceso(en 1844) Y cuando la paz y la civilización han hu-manizado los corazones, nadie sospechará qU(~aquelno fue un día de luto y lágrimas en Bogotá. iAh!'no:aquellos desgraciados, no oyeron un sollozo que loscompadeciera. Cánticos de alegría y vivas a la Jiber,tad acompañaban las descargas de los fusHes.La iPO~

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blación entera de Bogotá estaba apiñada en la pla-za y calles adyacentes, y agravaba la agonía de losmoribundos con señales inequívocas de placer. iAsíel fanatismo político había pervertido los sentimien-tos, yel recuerdo de las crueldades de aquellos hom-bres había enconado el corazón! Yo también parti-cipé de aquel rencor insensato, que la guerra amuerte había nutrido en todos los pechos. Hoy nome queda sino el pesar de haber estado poseído undía de tan funestas pasiones. Pero ¿quién en mediode las discordias civiles, puede lisonjearse de noverse al fin de ellas más o menos salpicado de san-gre?

No se crea por lo que precede, que hago a mipatria un crimen de aquel suceso. No; la dura nece-sidad de las represalias lo exigía. Nuestros conciu-dadanos que caían en poder dl~ los españoles eraninmediatamente fusilados o pasados a cuchillo. Cua-trocientos habían sido degollados a sangre fría enlas bóvedas de Bocachica, por el general don Fran-cisco Tomás Morales. Allí en aquellas mazmorras,en donde me sepultó después la Dictadura, he vistoyo mismo diez años más tarde las señales de .aquellacarnicería por mayor. Aquí las huellas de los pies,más allá las señales de las manos estampadas consangre en las paredes, representaban las agonías enque se revolcaban las víctimas antes de expirar. Par-tes oficiales hay en que los generales españoles avi-san, después de haber tomado por asalto una ciu-dad, haber pasado a cuchillo todos sus habitantesancianos, niños y mujeres ihasta el número de milquinientos! Estas matanzas, el robo, el incendio, elestupro, todos los crímenes que habían marcado pordonde quiera el paso del ejército español, engendra-ron ese furor, ese fanatismo por la independencia,que produjo tantos horrores, al lado de tantas ac-ciones heroicas y gloriosas. No había una familiapatriota en quien la cuchilla española no hubiesesegado la vida de un padre, de un hermano, de undeudo cualquiera, que no se hubiera visto robada einsultada. Digan ahora los hombres más hUlUallOSy

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civilizados, ¿hay un pueblo sobre la tierro en dondeno se hubiesen ejecutado las represalias' que nos-otros ejecutamos? Yo lamento el que se nos hubiesereducido a esta cruel necesidad, deploro como hom-bre reconocer que hay épocas en la vida de las na-ciones, en que el deber de conservar bienes máspreciosos y de conseguir grandes ventajas, imponea los gobiernos la dura obligación de usar en todasu plenit:.¡d de los derechos que conceden las leyesde la guerra. El talión es una pena impert'ecta queno debe adoptarse en la administración de la :ius-ticia civil: en la guerra es preciso talionar para con-tener los excesos de los beligerantes.

Con motivo de la parte que me tocó en el su<:esoque acabo de referir, yo había faltado de mi casadurante tres días, y ya no me era posible ocultar ami madre que pertenecía al ejército. Este descubri-miento le causó un gran pesar; pues, aunque aniima-da del más ardiente patriotismo, y partícipe del en-tusiasmo general por la causa de la independencia,no podía resolverse a que su hijo mayor fuese a co-rrer en las filas del ejército los peUgros de la gue-.rra, y quería que yo terminase mi carrera literaria,para que fuese después el apoyo de sus viejos añosyel protector de la familia. Tenía ella ralón: en mifamilia no quedaban ya más varones que dos tíosmatemos, que ceñían la espada en las filas ind(~pen-dientes, y de quienes podían privamos los trancesde la guerra. Mi padre, mi abuelo, varios de mis pa- .rientes habían perecido en los patíbulos por la li-bertad, o por las enfermedades Queafligieron la emi-

. gración en los climas insalubres de Apure y Casa-nare. Mujeres y niños, viviendo de una parte delsueldo de mis dos tíos, que ellos habían dejado anuestro favor, era lo único que quedaba de la fami-lia. Obtuvo, pues, mi madre, del vicepresidente San-tander, mi licencia absoluta, y pasé al coleg:iodeSan Bartolomé a continuar mi carrera literaria. -

La enseñanza era, por supuesto, muy imperfec-ta, y todavía se hacía perder el tiempo a los estu-diantes en aprender las añejas doctrinas de los peri-72

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patéticos, y en disputar como energúmenos en latín,sin llegar nunca a entenderse, sobre las causas efi.Óentes y finales, sobre los entes y las substancias.El silogismo y el epiquerema resonaban en los co-rredores de los colegios en descompasados gritos,acompañados de fuertes patadas y extrañas contor-~iones. El momento de concluir un raciocinio conel retumbante ergo se marcaba siempre por los dis-putantes con un desaforado grito y una estupendapatada. Me tocó hacer mi estudio de la lógica, lametafísica y la moral de esta manera; y debo con·fesar que no dejó de contribuír a infundirme aficiónal estudio la diversión que encontraba en estasdisputas. Hablaba bastante bien el latín, y tenia, porconsiguiente, facilidad para presentar las sutilezasque rebuscaba en los libros de una manera que des-concertaba a mi contrario, y el más grande placerde un ergotista es poner a su codisputante en talesembarazos.

Así se pasó el primer año de nuestro estudio defilosofía, en el que 10 de más provecho que estudia-mos fue la lógica de Heinecio, y la aritmética deWolffio. Yo fui designado para sostener conclusio-nes de esta última, y esto me hace creer que era elmás adelantado en ella. Mas como el acto de lasconclusiones causaba algunos gastos, que aunquecortos, no podía yo hacer, me excusé, y fui subs.tituido por un condiscípulo.

Debo hacer aquí mención de un incidente queocurrió cuando empezamos a estudiar la lógica deHeinecio. Era catedrático de teolog~a en el mismocolegio el doctor Francisco MargalIo, eclesiástico deacendrada virtud; pero cuya religiosidad rayaba enfanatismo. Luego que este eclesiástico supo que loslibros antiguos que servían para la enseñanza deaquella ciencia no serían el texto de nuestros cur-sos, y que el hereje Heinecio había de substituirIos,clamó altamente contra tal medida y suscitó contraella 'a todo el clero. El resultado fue que Heineciofue proscrito obstensiblemente, pero sus principiosfueron consignados en el cuaderno de lecciones que

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nos dictó el catedrático, doctor José María de Lato-rre y Uribe. El libro se consideró como prohibido;pero por la misma razón fue más leído: es lo quesucede cuando se persigue los libros.

Luego que pasaron los aotos de conclusiones,que eran las muestras públicas que se daban de losadelantos de los alumnos, salimos del colegio a pa-sar las vacaciones que duraban tres meses, desdemediados de julio hasta el 18de octubre. En el mesde agosto se celebraba con fiestas de diferentes da-ses el aniversario del triunfo de Boyacá, )' era estala principal diversión de que gozábamos en las va-caciones.

Eran aquellas fiestas una especie de saturnales,en que había máscaras, banquetes en tiendas deoampaña levantadas en el paseo público, canto dealgunas composiciones relativas a la fuga del vi:rreyy sus compañeros, y en que desde el presidente has-'ta el último ciudadano, mezclados confusam(mte,participaban de los placeres que aquel conjunto po-día proporcionar. Durante aquellas fiestas, los pri-meros ciudadanos mezclados con los soldados co-mían en campo raso carne asada, .a la manera de losllaneros de Apure y Casanare, en conmemoraciónde la época, en que la emi.gracióny el ejército vi·

• vieron de ese modo en aquellas regiones.A fines de 1821se publicó la constitución acor-

dada por el congreso constituyente, que se reunióen Cúcuta con los diputados de Nueva Qranada, Ve-nezuela y el Ecuador. Colombia quedó entonces de-finitivamente constituida, y fueron elegidos el gene-ral Simón Bolívar, presidente, y el general Francis-co de P. Santander vicepresidente. Por este tiempo,la guerra se había ya regularizado, y cesó la matan-za de los prisioneros, y aquel insensato derrama-miento de sangre, que provocado por los españoles,era a la vez talionado por los independientes.

El general Bolívar había venoido en Caraboboe' cuerpo principal del ejército español que ocupa-ba Venezuela: éramos dueños del Magdalena, y elgeneral Mariano Mantilla sitiaba a Car~agena, que74

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estaba proxlma a rendirse; Panamá había procla-mado la independencia; por la parte del sur mantu-vimos el terreno que habíamos ocupado hasta másallá de Popayán. Tantos medios había adquirido lacausa de la emancipación, que nuestra independen-cia podía ya considerarse como consumada.

Poco después se rindió Cartagena, y nuestrasfuerzas ocuparon a Maracaibo, a consecuencia dela brillante victoria naval que consiguió el heroicoarrojo y espléndido valor del benemérito general.rasé Padilla. En Venezuela no quedó más puntoocupado por los españoles que la fuerte plaza dePuerto Cabello. En el ,sur se hada la guerra convaria fortuna, hasta que los triunfos de Bombonáy Pic.hinchay la capitulación de Pasto la termina-ron. El sitio de Puerto Cabello continuó hasta 1823,{~nque el general Páez tomó la plaza por asalto,ejecutando para ello una de aquellas operacionesarrojadas y bien combinadas que tanto honor hacenal genio militar de aquel caudillo. La historia re-ferirá el pormenor de estos hechos que ennoblecenel nombre de los guerreros colombianos. Cumplebastante a mi propósito la rápida reseña que dejohecha.

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CAPITULO III

En enero de 1823se reunió en Bogotá el primerCongreso Constitucional de Colombia. Yo seguíaentonces mi carrera literaria en calidad de exter-no, y empezaba a sentir aquella afición por los ne··gocios públicos que tantos sinsabores me había.de proporcionar más tarde. Avido de conocer prá~·ticamente el gobierno representativo, de que tení~lya algunas nociones teóricas, jamás falté a presen-ciar las sesiones de las Cámaras, especialmente dela de Representantes. Entonces empecé a observaJry conocer a todos los hombres que han tenido par-te en el gobierno de mi país.

.El nÚmero constitucional no estaba completopara empezar las sesiones el día 2 de enero, queera el fijado para la apertura de ellas. Reuníans(:,pues, los diputados presentes en junta preparato-ria todos los días, para escogitar los medios de con-seguir la venida de los ausentes; y en estas jun-tas ensayaron la mayor parte de ellos, el papel quedebían de representar luego que las cámaras es-tuviesen constituidas. Cuando el número estuvocompleto, se enfermó desgraciadamente el diputa-do señor Rafael Mosquera; y como el mal era degravedad y ,se temía por su vida, causó este inciden-te notable ansiedad; pues si llegaba a morir, se di-feriría por mucho tiempo la apertura de las sesio-nes, y era en extremo importante que el Congresodictase varias leyes, para sacar a la administraciónde los embarazos en que se hallaba, y arreglar di-ferentes ramos del servicio público. Sobre todo eraurgente arbitrar recursos pecuniarios; pues el teso-ro estaba exhausto, y las atenciones del ejército yde la administración civil demandaban ~uantiosassumas.76

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Felizmente, dentro de pocos días logró resta-blecerseel señor Mosquera, y comenzaron las se·siones de las cámaras. Después de arreglados algu-nos puntos de etiqueta, el vicepresidente Santander,encargado del Ejecutivo,· y los secretarios del des-pacho, dieron cuenta al Congreso del estado polí-tico y militar de la nación. Fue aS,unto de largasdiscusiones el determinar cómo esto debía verificar-se. Querían algunos que para dar cumplimiento alas disposiciones constirtucionales que imponían alEjecutivo aquella obligación, el vicepresidente hu-biese de presentarse personalmente en las Cámaras.Al fin se decidió que debía hacerla por un mensajeescrito. Los secretarios leyeron ellos mismos susMemorias.

Desde entonces se introdujo una costumbre per-judicial en la composición de esta clase de docu-mentos. En vez de ser unos informes claros y sen-cillos en que se diese cuenta de la ejecución queen cada departamento de la administración habíantenido las leyes, cada secretario ha escrito todoslos años un libro, en que hay trozos panegíricos oapologéticos, disertaciones científicas, y aun a ve·ces se ha descendido hasta la polémica de los dia-ristas en tiempo de animosidades civiles. Tiene estovarias desventajas. En primer lugar, cada secreta-rio se halla todo el año preocupado de la composi.ción abigarrada, que ha de darle nombre de con-sumado estadista, de. brilIante escritor, y de geniocreador de mejoras sociales, y promovedor de me-didas de progreso. Así sucede que las atencionesdel despacho son descuidadas tres o cuatro mesesantes de ~mpezar las sesiones de las cámaras, yque esta especie de obras, más bien académicasque parlamentarias, absorben todos los cuidadosy ocupan las capacidades del ministro. Y éste, li-sonjeado por la vanidad, no advierte que, en laslargas disertaciones, panegíricos, apologías y polé-micas en que se mete, suelta prendas que despuésson recogidas por sus adversarios, y convertidas enarmas contra las cuales no se puede defender. Tam-

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bjén acontece que por aumentar el libro, o por pa·recer fecundo en '¡dea~,cada m.inistro ofrece a laconsideración de las Cámaras cuantas :le han ocu-rrido en el año, y atolondra a los diputados, queabrumados por un inmenso cúmulo de cosas, n.o$aben por dónde empezar, y pasan desatentados deuna a otra. sin fijarse bastante en alguna, paramadurar sobre ella alguna buena medida. Pruebatodo esto la ignorancia del gobierno parlamenta-rio, y la necesidad de ciertas reformas, que, po-niendo a los ministros en la necesidad de haceralg(\ positivo, y de probar con hechos si son o nocapaces del puesto que ocupan, los preserve de lavanidad pueril de escribir disertaciones. En Ingla-terra no dicen los ministros a las cámaras: "En es-ta tierra hay esto, y lo otro, y lo de más allá quéhacer; consideradlo y disponed en vuestra sabidu-ría lo que creais conveniente", No, señor,-aquel10smaestros del gobierno se presentan en las cámaras,y dicen: "El gobierno está resueIto a hacer tal me-jora y os presenta el proyecto de la ley necesaria.En la discusión expondremos las razones que a ellonos mueven, y si os prestáis a acordarlo en lostérminos en que lo proponemos, podéis contar conque será exactamente ejecutado". El ministro, quesiempre es diputado, conduce el debate; y si la ma·yoría le es contraria, y la medida es de importan-cia, deja el puesto y viene otro a hacer marchar elgobierno con otras ideas. Así es únicamente comopuede practicarse el gobierno parlamentario, y evi-tarse que el ministerio sea ocupado por hombresque más piensan en lucir con buenas palabras enuna Memoria, que hacer nada de provecho.

, y ya que me he permi'tido esta especie de di-grc,ión, por lo interesante que me parece el asuntoa que se contrae, no pasaré adelante sin notar unaque llamaré candidez, por no darle otro nombre,que desgracia más estos escritos. Varios de ellosempiezan o concluyen con la confesión d~ in.c'?.-pa-cidad que alega el ministro, para que le perdonensus faltas y errores: hipotresía de jesuíta, que en·78

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cierra más vanidad que la manifestación francade 10 que W10 crea valer. el ministro no se debeconfesar incapaz para lo que propone y compren-de. Si se siente tal, deja el puestu, o es un desver.gonzado manteniéndolo con la conciencia de su po-co valer. Lord Roussell y Mr. Thiers dicen a susantagonistas, cuando siquiera vacilan en compren-der algo que se cree útil y reclamado por la opi-nión nacional: "Sí vosotros no sois capaces de ha.cerlo, idos, y nosotros tomaremos el portafolio ylo haremos", Así se obra con franqueza en política,y se da al pueblo el medio de conocer en quiénpuede esperar con confianza. Volvamos a la legis-latura de 1823.

Entre los negocios que el Senado debía ocu-parse, era uno de ellos el juicio del general AntonioNariño. cuya acusación había decretado el congresoconstituyente de 1821, para que respondiese de sumanejo como colector de diezmos que había sidoantes de la emancipación de la República. Este ge-neral, nombrado senador, había venido a Bogotáen el año anterior, y con su presencia resucitó elantiguo partido a cuya cabeza había él estado enla época del gobierno federal. La imprenta fue des-de luego el órgano por donde se desahogaron suspretensiones, y de las 'contestaciones de sus contra-rías, entre quienes el principal era el general San-tander, encargado del Ejecutivo de Colombia. Lacontienda fue bastante viva y la susceptibilidad delgeneral Nariño se excitó tanto, que últimamenteacusó ante el jurado una de las publicaciones quese hicieron. Creía él probabIcmente que su adversa·rio, a quien se suponía persona importante, saca-ría la cara, y le dalia ocasión de luchar cuerpo acuerpo {:úntra él ante el jurado, pero no fue así. Lepresentaron un firmante de poco valor: conductacobarde que por desgracia han seguido frecuente-mente los escritores. El general, por supuesto, parano dar campo al ridículo en que pudiera ponerloesta mi:stificación, lanzó la descarga de su punzan·te verbosidad más contra el defensor, Dr. Jerónimo

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Torres, y el editor del Correo de Bogotá, Dr. Mar-celino Trujillo, que contra el estafermo que le ha-bían puesto por delante. El alegato fue acalorado, elauditorio era numeroso; y como entre los tiros queel general disparaba, algunos herían de gravedad avarios de los oyentes, el teniente coronel Barrionue-va se mostró poco sufrido, y le dijo en altas vocesalgunas palabras desagradables. Este desorden pa-só pronto, reprimido por el tribunal, y la sala sedespejó para pronunciar el fallo. No recuerdo sifue favorable o adverso al acusado; pero no im-porta, pues solo refiero este suceso para que pue-da conocerse el estado de calor en que se hallabanlas pasiones, cuando empezó el juicio del gene:ralNariño ante el jurado.

Se le hacía cargo por el descubierto en que ha-bía quedado cuando dejó de ser colector de diez-mos, que me parece ascendía a cerca de $ 90.000,que debiendo haber entrado en la tesorería de diez-mos, los había empleado en especulaciones mercan-o'tiles,en que se habían perdido. Tan común habíasido bajo el gobierno colonial el traficar con loscaudales públicos, y tan admitido era todavía quelos colectores de diezmos negociasen con el dineroque recaudaban, que el general Nariño no tuvo dI-ficultad en defenderse presentando como causa deldeficiente que le resultó en sus cuentas, la pérdidatotal de varias expediciones de quinas, que habíahecho por sí, o por medio de sus corresponsales. Es-te me parece que fue el Aquiles de su defensa, simi memoria no me engaña; pOl1queescribo fiado en-teramente en la fidelidad con que siempre me haservido; pues en el curso de las vicis~tudes con quemás tarde me había de perseguir la suerte, todosmis papeles y documentos se perdieron, y solo con-servo aquellos que me interesan muy personalmente.

La sesión del Senado fue muy agitada, contri-buyendo a ello las muestras de aprobación o impro-bación que los espectadores se permitían; pues des-graciadamente en mi país la gente de la barra hacreído perÍnitido vituperar o aplaudir a losdipu.80

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tados: derecho que no tienen sino los mismos diputados en los países en donde se conoce bien elgobierno parlamentario-representativo. Ya veremos,en la secuela de la desastrosa historia de mi país,el funesto influjo que tal abuso ha tenido en lasresoluciones legislativas, y cómo los demagogos, hanespeculado con él sobre la debilidad de los dipu-tados. Y al hablar de esta debilidad, no solo entien-do la de los que se intimidan por el vituperio, sinotambién la de los que se animan con los aplausos;puesto que el hombre de gobierno no debe obrar si-no con la impasibilidad del deber, sin dejarse se-ducir por la alabanza, ni intimidar por la rechifla.

Después de una tempestuosa discusión, el se-nado dio su voto yel general fue absuelto; yacom-pañado por sus amigos, salió en especie de triunfopara su casa. Fue la última vez que apareció en laescena pública de una manera notable. A pesar dela absolución, parece que no quedó contento de laposición en que quedaba; pues siempre daban susacciones muestras de que lo devoraba un profundopesar. Bien sea porque creyese que aquel juicio lomenguaba ante la opinión, bien que pensase quesus conciudadanos le habían hecho injusticia en nollamarlo a algún puesto elevado a que se juzgabaacreedor, todos sus hechos hacían ver en él unode aquellos hombres que, viendo frustrado su pa-triotismo o su ambición, se retiran a devorar ensecreto las amarguras del desengaño que el servi-cio público deja frecuentemente por herencia. Sealo que fuere, Nariño murió poco tiempo despuésen un lugar retirado, y hay quien piense que élabrevió este fin común a la humanidad.

Yo tenía en aquella época 18 años y seguía miscursos de derecho. Al mismo tiempo tenía que tra-bajar para vivir y para que viviesen mi madre ymis dos hermanos, de cuya subsistencia me habíahecho cargo desde que salí del colegio. Debo de-cir aquí los arbitrios de que me valía para que vi-viéramos; y cuando mis lectores los conozcan y veancon cuán pocos recursos he sabido conservar mi

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independencia, y podido limitarme a V1Vlr,no ex-trañaránque ni me haya vendido al poder, ni loshalagos de la fortuna me hayan hecho mentir a miconciencia y mis convicciones.La única entrada quetenía eran ocho pesos mensuales, que me pagaba elDr. Bemardino Tobar, porque escribiese de nocheen su estudio de abogado. Con esto, con 10 poco queme pagaban algunas otras personas que me llama-ban para escribir, y los escasos beneficios del tra-bajo de mi madre, vivíamos ella, mis dos herma-nos y yo, y nos vestíamos tan decentemente comoera posible. Era esta una vida de privaciones; peronos hallábamos contentos, porque el porvenir esta-ba por delante, y las bases estaban echadas, paraque fuese ventajoso a mi hermano y a mí; pues yoestaba bastantemente adelantado en mi educación,y él seguía mis huellas con tesón, y dando mues-tras de una capaci~ad distinguida. No nos engaña-mos en las esperanzas que sobre estas bases fundá-bamos, pbrque si en medio de las revueltas civileslos pocos talentos que adquirimos, la posición enque nos hallamos, han sido causa de persecuci<mesencarnizadas, sobre todo para conmigo, siempre he-mos hallado en ellos un recurso para valemos, y enmedio de las desgracias nos han servido para ha-llar aquel consuelo de que nadie puede privar alhombre que tiene algunas luces.

Lanzado yo en la capital sin protectores, pobrey desvalido, no tenía a quién volver los ojos sinoa mí mismo, ni con quién contar sino conmigo pa-ra hacerme lado y progresar en la sociedad. Mi asi-dua asistencia a las sesiones de las cámaras, me fa-cilitó el entrar en conversación con algunos diputa:dos, y el que ellos supiesen que yo podía servir pa-ra algo, aun.que no fuese sÍno para copiar informesde las comisiones, por lo pronto. Me ocupé algunasveces de este trabajo; y como mi escritura no eramala y conocía perfectamente la ortografía, graciasal provecho con que estudié la lengua latina,. losque 'me ocuparon que~aron satisfechos. Esto me82

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puso en camino para ser empleado el año siguien-te; mas de esto hablaré en su lugar.

Ahora debo decir lo que me parecieron enton-ces, las discusiones parlamentarias, y los hombresque tomaban parte en ellas. No siendo muy cono-cida la táctica de las asambleas legislativas, es desuponerse que aquellos prim.eros ensayos del novi-ciado del gobierno representativo debían resentirsede tal ignorancia. Hubo escenas de tumulto, en quelos diputados se permitieron expresiones poco co-medidas, y en que las pasiones se manifestaron conencono. Yo había ojeado el libro de Jefferson, y co-nocía el reglamento, y aquellos desórdenes me pa-recieron muy mal. Respecto de los oradores, comoyo no había oído nunca discursos políticos, ni te-nía conocimientos para juzgar los negocios de quetrataban, a casi todos los oía con admiración. Deuna media docena de hombres, por lo menos forméuna alta opinión; y es preciso que advierta que deel:a participaba el auditorio entero. iQué grandesme parecieron entonces aquellos hombres! Después,cuando ya adelantado en conocimientos y capaz deformar juicio más acertado, los he vuelto a oír, ¡quémal han correspondido a la idea que me había for-mado de ellos! Tan cierto es que algunos hombresno parecen gig.antes sino porque están entre pig-meos.

Al mismo tiempo que a los oradores de las cá·maras, había que oir a los oradores eclesiásticos enlas iglesias; porque era la época de la cuaresma. Des-de que un sistema liberal de aduanas empezó a lla-mar el comercio a nuestros puertos, se importó unamultitud de libros de los que había producido laimprenta española en sus intervalos de libertad, yde los que producían las imprentas de París. En·traron en el país promiscuamente los piadosos ylos impíos; y desde luego, la predicación empezó ahacer la guerra a los que el clero calificaba comopertenecientes a esta última clase. Siempre he gus-tado yo de oir a los buenos oradores, y no faltabanunca a los sermones del Dr. Francisco Margallo,

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que se distínguía entre los sagrados. Este eclesiás-tico declaró la guerra a muerte a los Hbros, y el te-ma de sus sermones era el perjuicio que causaban 11la religión y a la moral. De su boca oí yo los nom·bres de Voltaire, Rousseau, Raynal, Volney, de loscuales tomaba nota para formarme el catálogo delibros que me había de proporcionar después. Su-cede con frecuencia que este sea el resultado de:!celo indiscreto de los predicadores; y la experienciaha demostrado que la boga de una producción lite-rada está siempre en' razón diTecta del furor co'nque se la persigue.

En aquella cuaresma formé yo mi catálogo delibros, me los porporcioné prestados con bastantetrabajo, y me ocupé todo el año con incansable t,~-són en su lectura. Entonces leí la filosofía de V0.1-taire, sus novelas y parte de su correspondencia, lasobras todas de Rousseau, Las ruinas de Palmira yEl viaje a Egipto y Libia, de Volney,La religiosa, ElOrigen de los Cultos, y promiscuamente con todosellos el Evangelio en triunfo, la Metafísica de Pará,las verdades eternas y varios otros libros devotos;pues quería comparar para formar mi juicio y saberen lo que debía fijarme. Por supuesto, la consecuen-cia fue que, al cabo de cierto tiempo, el conflicto decontrapuestas ideas en que tan abigarrada lecturahabía de ponerme, debía ser terrible; y mi espírituse hallaba en aquella situaci6n penosa de la inC(lr·tidumbre, en que cae el hombre cuya creencia hasido desquiciada, y no substituída por otra quetranquilice su conciencia. Ya no era yo creyente delos que antes se usaban; pero tampoco era creyenteilustrado, como se apellidaban los que, habiendodado de mano a las añejas preocupaciones, se pre-sentaban como cristianos puros del Evangelio. Yono era nada: mi cabeza era un enjambre de dudasy nada más. No era posible permanecer en este es-tado. Me contraje, pues, a meditar sobre lo que ha-bía leído, y a estudiar con atención este negocio im-portante, y corno procedía en ello por buena fe ysanas intenciones, la tranquilidad del ánimo fue vol-84

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viendo poco a poco. Sin embargo, no era negociode algunos meses, ni de un año, el fijar mis ideascompletamente sobre este punto; y así es que unasveces caía en los extravíos de la impiedad, y otrashallaba sobrecogido por los terrores de la supersti-ción. No fue sino tres o cuatro años más tarde queterminó esta versatilidad de la incertidumbre, y queconvencido de la verdad del cristianismo puro, sinlos accesorios con que el interés, la superstición yel fanatismo lo han desfigurado a punto de no co-nocerlo, me quedé cristiano. Desde entonces ha go-zado mi conciencia una tranquilidad jamás pertur-bada sobre este asunto, y la seguridad de mi con-vicción,y la calma de que goza mi espíritu, son parami pruebas, que se refuerzan cada día, de que noestoy en error. Dios, que me ha de juzgar, es testigode que nunca lo he renegado, y de que, siemprebe sido fiel a la moral del Evangelio. Mis enemigosme han pregonado como impío y ateo; peor paraellos, que se han degradado con tal calumnia. Diezy seL••años después algunos se desengañaron, y losbe visto unidos en cordial amistad conmigo: ire-paración tardía, que evita el mal futuro, pero que noborra las cicatrices de las heridas recibidas!

Los cursos de derecho se seguían en el colegiode San Bartolomé, en tres clases. El doctor JoséIgnacio Márquez presidía una de ellas, en que dabalecciones de derecho constitucional, dereoho de gen-tes, principios de legislacióncivil y penal, y derechopatrio. Los autores que le sirvi,eronde texto al prin-cipio, fueron: El Contrato Social, de Rousseau, ElEspíritu de las Leyes, de Montesquieu, El DerechoNatural de Gentes, de Heinecio, y Las Instituciones,de Asso y de Manuel. Por esto puede comprenderseque el catedrático no conocía nada mejor entonces.Después, ya estudiamos maestros y discípulos, jun-tamente, La ciencia de la legislación, del napolita-no Filangieri, el Tratado de Legislación,de Bentham,el Derecho de Gentes, de Vattel, la Ciencia del De-recho, de Lepage, la Política Constitucional, de Ben-jamín Constant. y el Tratado de los deHtos y penas,

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de Beccaria. Me tocó, pues, iniciarme en las cienciaspolíticas bajo mejores auspicios, y marchar en micarrera con la civilización moderna, .dejando a unlado los abogados rancios que no conocían más po-lítica que la de Bobadilla.

El derecho r<>manose estudiaba en otra clase,que presidía el doctor Pablo Francisco Plata; y elderecho canónico en una tercera regentada por eldoctor Juan de la Cruz Gómez, después obispo deAntioquia. Yo asistía a todas las tres clases de dere-cho en el colegio de San Bartolomé, y además a lade derecho público del colegio del Rosario, y a lade derecho canónico del de Santo Thornas en el con-venta de Santo Domingo, que era entonces la Uni-ver,idad. Esto me proporcionó el llenar pronto lasformalidades escolares y terminar mi carrera. V01-veré a las cámaras. '

Había en la Nueva Granada algunos abogadosque gozaban de una reputación colosal, debida alconocimiento perfecto de la Curia Filípica y las chi-canas del foro español, y más que todo al favor.quegozaban cerca del Virrey y los oidores, en virtuddel cual siempre salían victoriosos en las contiendasforenses. Casi todos ellos fueron nombrados diputa-dos, y se presentaron en las cámaras con aqut'~llaconfianza y seguridad que inspiran los anteceden-tes; mas sin sospechar siquiera que aquel campoen que iban a combatir les era desconocido, y lasarmas de que estaban provistos no les podían servirpara luchar, y mucho menos para vencer. En losprimeros días no más fracasaron"aqu~llasreputacio-nes asombrosas, y se vio que aquellos hombres deotra edad no podrían tener cabida en los negociospúblicos de la presente. El primer disparatón queallí se oyó, lo dijo el decano de los letrados de 'laépOCílcolonial. Discutíase en la Cámara de Repre-sentantes un proyecto de ley en que se arbitrabanvarios medios para proporcionar al gobierno re-cursos pecuniarios. Aquel señor, cuyo nombre seme permitirá callar, se levantó de su asiento contoda la suficiencia que inspira la conciencia del pro,·86

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pio valer, y después de advertir que era inútil can-sarse en tantos debates y discusiones, cuando todopodía hacerse con una sol~ medida, propuso que laúnica disposición se redujese a prevenir, que unpeso fuerte valiera dos, y que en la misma propor-ción las monedas en que se divide tuviesen esteaumento de valor. Dicho esto, volvió a tomar suasiento, y el diputado Rafael Mosquera, con aquellasorna burlona del que va a envolver un sarcasmoen una proposición seria, se levantó y dijo: "apoyo;paro propongo que un peso en lugar de dos valgadiez; pues en lugar de doblar nuestra riqueza es me-jor que la decuplemos". Esta picante ironía produ-jo, por supuesto, sus efectos naturales: la risa, delos oyentes, el transitorio; y la ruina de la reputa-ción del abogado, permanente. Nadie volvió a hacercaso de aquel señor. El señor Mosquera, por el con-trario, cada día ganó mayor nombre para expresarsus ideas. La historia de la Nueva Granada mencio.nará su nombre muchas veces, y no será la últimaen que yo también toque con él.

Aquel año fue señalado por acontecimientosmuy importantes para la causa de la independen.da. Maracaibo y Puerto Cabello quedaron reincor-porados a la República, y el general Bolívar, des-pués de terminada la guerra en los departamentosdel Sur, se embarcó para el Perú con el ejército co-lombiano, con el objeto de continuar la lucha hastael completo de la independencia de Sud América.

Las fuerzas españolas, a pesar de tantos reve-ses, eran todavía respetables, y aunque en toda laextensión de Colombia no se veía una bayoneta ex-pedicionaria, la marina española nos inquietaba enlas costas. Había, por supuesto, necesidad de man-tener en los puertos fu.ertes guarniciones y de refor.zar nuestra armada; y estas atenciones y las delejército auxiliar 'al Perú, que se mandó aumentarhasta diez mil hombres, exigían gastos a que lasrentas no pódían hacer frente. Se resolvió, pues,contl-atar en Europa un empréstito de treinta mi·llones de pesos para ocurrir a los gastos. Se hizo

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el contrato en Calais en 1824,y yo me ahorraré dtrabajo de referir la historia de este empréstito, SlL-Pllesto que abundan publicaciones contemporáneasaCbmpañadas de documentos que la harán conocermejor que yo. El doctor José María CastiUo Rada,secretario de hacienda, fue el que promovió la m¡~-dida; y debo decir, en obsequio de su memoria, quetuvo razón en solicitada con tanto empeño, y lle-varIa a efecto con tanta actividad. Solo es de la·mentarse que al mismo tiempo no hubiera arregla-do con la economía y orden necesario la administra-ción e inversión de los caudales. Era el defecto deeste granadino notable: concebía grandes y útilesmedidas, pero no tenía el genio de un administrador,y por consiguiente alllevarlas a cabo desacreditabasus teorías, porque no ponía en práctica los mediosque habían de hacerles producir el resultado. Cas-tillo en el gobierno, con un genio administrativo alfrente del despacho de hacienda, creo que habíahecho prodigios financieros. Mas no era aquella laépoca en que una casaca negra podía ocupar el sitialde la presidencia. El vigor de un brazo militar eranecesario para llevar a cima la emancipación de laAmérica española, y para someter al yugo de las le-yes esos guerreros que, orgullosos con tantos triun-fos, hubieran recibido con désdén las órdenes de unabogado.

Cuando menciono por la primera vez el nom-bre de Castillo, me complazco en ,tributarIe la jus-ticia a que lo contemplo acreedor; porque aunquecon el transcurso de los tiempos vinimos a encon-tramos opuestos en opiniones políticas, yo no soyun banderizo a quien ciega la parcialidad de un ban-

,do. Tal vez lo que ahora digo no gustará a mis ami,gos; ni lo que refiera en seguida complacerá a misadversarios políticos; pero esta es la suerte del es-critor contemporáneo que dice las cosas, como lasconcibe y las ve. No me importa: "verdad a los vivosy jusÚcia a los muertos", será mi enseñ.a, 'J di\!.anlo que quieran los que lean estas MelIlorias. Yo séque, al cabo de cinco años de ausencia de mi patria,88

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cuando las luces de la civilización europea y la prác-tica de las virtudes de la paz, han borrado en míhasta el rastro de las animosidades de partido, y lasmeZiquindadesde los bandos, me hallo con aquellafeliz libertad de ánimo que se llama imparcialidad,necesaria para apreciar los hombres y los sucesosde mi país.

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CAPITULO IV

En 1824 no hubo tantas dificultadespara la reu,-nión de las cámaras y asistió a las sesiones un 00-m~r? may~r. de diputados. Yo fui empleado comooficIal eScnblente en la secretaria de la Cámara deRepresentantes, con una asignación que creo no pa-saba al principio de 20 pesos mensuales, y que seaumentó en seguida a pesos 25. Debí este empleo ala libre elección del secretario, quien conocía mi ap-titud por varios trabajos que yo había hecho oficio- .samente en la Secretaría. Mis embarazos pecunia-rios, eran, pues, menores, y mi familia empezó avivir con más comodidad.

Los Estados Unidos del Norte habían reconod-do la independencia de Colombia, y mandado a Bo-gotá un ministro plenipotenciario, que celebró enaquel año con el gobierno un tratado de amistad, na-vegación y comercio. Este acontecimiento fue reciobido con grandes muestras de regocijo público. Elplenipotenciario, sefíor Anderson, fue acogido conseñales distinguidas de honor. La música militar so-nó a la puerta del palacio, a su entrada a la audÍ€:n-da pública, que le dio el vicepresidente encargadodel Ejecutivo, a la cual asistieron los principalesfuncionarios y los más notables ciudadanos. Su :re·<:ibimientofue el que se habría hecho al Embajad.orde la primera potencia del mundo, en una corte endonde se hubiesen querido hacer altos honores a susoberano. Era el primer diplomático que se pres1en-taba en Bogotá a tratar con nosotros de nación anación; pues aunque en 1821 el coronel don AntonioVan-Haben, (después teniente general, con quiencontraje amistad en París), se presentó con poderesdel rey de España para tratar sobre la regular.lza-1JO

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cióo de la guerra, iba con el carácter de un comisa·rio regio que va a entrar en composición con súbdi·tos rebeldes.

Poco después de la llegada del ministro Ander·son, murió en Bogotá su secretario, que era protes-tante, y fue sepultado públicamente, según el rito desu culto, oficiando como sacerdote don José AntonioMiralla, natural de La Habana, de quien hablaréluego. Los más notables ciudadanos concurrieron ala ceremonia fúnebre, y el pueblo dio muestras deuna tolerancia que no era de esperarse de su pocailustración. No así el clero, que levantó el grito enlas iglesias, y atrajo la animadversión de la muche·dumbre sobre los que se habían manchado (decían)con la fea abominación de honrar las cenizas de unhereje.

MiraBa, por supuesto, fue el blanco principalde los tiros de la superstición; pero no era él mássensible a aquellos, avezado como estaba a lucharpor bastante tiempo con semejante adversario. Eraeste distinguido americano hombre de superior ta-lento, versado en los clásicos latinos, poeta fácil yelegante y dotado de una afluencia, gracia y habili·dad para hablar, que siempre tenía encantada la so-ciedad que le escuchaba. Amante de la libertad yde la independencia de Sur América, fue a Colombiacon el objeto de combinar los medios para que lasfuerzas reunidas de ésta y de Méjico auxiliasen laemancipación de la isla de Cuba. Se ocupó con tesónde este asunto, mas aunque se tomaron algunas me-didas v se aprestaron algunos buques, atenciones ul·teriores preferentes dejaron la empresa sin efecto.

Durante su mansión en Bogotá, MiraIla dio lec-ciones de lengua francesa en el colegio de San Barto·~omé. Yo traducía de tiempo atrás aqueIla lengua, yentonces aprendí a hablar 10 poco que ahora sé deella. Era él también quien redactaba la parte espa·ñola del Constitucional, periódico que se escribía enBogotá en español y en inglés. Yo gozaba de la bue-na amistad de MiralIa, y él me la hizo provechosapecuniariamente, ocupándome en extractar las ac-

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ras del Senado y de la Cámara de Representanks,que se publicaban (~nel Constitucional, lo que mefacilitó más tarde el que se me emplease en la tr.a-ducción de la parte inglesa, lengua que me dediquéa aprender en aqud tiempo.

Miralla fue empleado por el gobierno de oficial1'? de la secretaría de relaciones exteriores en dondepermaneció hasta fines de 1825,en que se fue paraMéjico, en donde murió a su llegada.

Con Miralla llegó a Bogotá don Antonio Valero,que fue admitido nada menos que en el grado degeneral en el ejército de Colombia, no sé por qué;pues aunque en aquel tiempo se dijo que había he-cho en Méjico alg¡IDos servicios, no conozco en lahistoria de aquel país nada que le hiciera acreedora hombrearse a su llegada con los muchos que,después de lidiar con denuedo en cien combates,habían llegado a aquel puesto. Lo único notable quesé de este general, es que era ventrílocuo.

Un acontecimiento, cuyas consecuencias fuerondespués muy graves, sucedió en Bogotá en 1824.Undía amaneció debajo del puente de San Victorino elcadávc::-del teniente don N. Perdomo traspasado deun lanzazo. La voz pública denunció al punto comoautor del crimen al coronel Leonardo Infante, negro,que por el valor con que había combatido en las fi·las independientes, llegó a aquel alto grado de lamilicia. Baldado de una pierna por una herida querecibió en Pasto, vivía este coronel en Bogotá contres o cuatro bravos, y pasaba con ellos el tiempoen groseras diversiones, y en aterrar a la gente delbarrio de San Victorino, en donde habitaba, con 'lastropelías que cometía en las zambras nocturnas quearmaba de continuo. Recorría las calles con otro neogro, hermano suyo, y un mulato llamado JacintoRiera, cantando una tonada que llamaban l~ guam-bia. Aquella tonada era una señal de alerta, y j guay!del que no se hiciese a un lado cuando la pandillade cantores se acercaba. El coronel inglés Lister lle-vó una vez un trancazo de Infante, porque se enconotró a su paso. El pobre Perdomo, negro también, se92

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encontró por su desgracia una noche a las di1z conel coronel y sus bravos, que ya le tenían tirrIa porno sé qué palabras que no les habían sonado bien.Armáronle camorra luego, frente a una taberna enla calle San Juan de Dios, y cuando Perdomo vioque la cosa iba a mayores, salió corriendo con direc-ción al puente de San Victorino. Eran las diez; elcorop..el llevaba una lanza; Perdomo se encontrómuerto de un lanzazo al otro día debajo del puente,y la muestra de su reloj, que se halló parado, apun-taba las diez. La justicia verificó estos hechos aqueldía, y a las tres de la tarde se decretó la prisión delcoronel. Su nombre inspiraba tal terror, y se creíatan positivamente que resistiría, que hubo dificul-tad de encontrar un oficial que se encargase de con-ducir la escolta que lo había de aprehender. Al fin,un capitán Meléndez, negro igualmente, porque todofue negro en este drama, acaudilló la escolta, y a lamedia hora entregó al coronel preso en un cuartel.Luego que esto sucedió, los habitantes de San Victo-rino mauifestaron su alborozo de todos modos, co-mo sucede a una comarca infectada por bandidos eldía que llega a libertarse de ellos.

Siguióse la causa con prontitud a Infante, hastallegar al estado de sentencia por la alta corte mar-cial. Componíase esta de cinco jueces, y el reo fuedeclarado criminal por la mayoría del tribunal; masal determinar la pena en que se le declaraba incur-so, resultó que dos votos le condenaban a muerte,uno a diez años de presidio, y dos a no sé qué otrapena, y que al mismo tiempo se declaró que habíasentencia de muerte. Se redactó, en consecuencia,ésta, y el doctor Miguel Peña, presidente del tribunal,se denegó a firmarla y. por consiguiente, no se llevóa efecto por lo pronto. Quedó, pues, aquel negocioen suspenso hasta que se reunió el congreso el añosiguiente, y la Cámara de Representantes, habiendotomado en consideración aquel suceso, decretó laacusación del juez doctor Peña, por haberse dene-gado a firmar 10 que el tribunal declaraba que erasentencia. El doctor Peña se defendió ante el Sena-

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do con aquella elOcuenciay aquella gracia en el d(~-cir que le eran características; y debo confesar quesu exordio arrancó lágrimas a más de. uno de losoyentes, cuando recordó en él sus servicios y pade-cimientos en la época desgraciada en que Boves,Suasola y Murillo desolaron a Venezuela.No recuer-do bien las razones én que fundó su defensa, ni lasque le contrapuso el acusador nombrado por laCámara de Representantes, doctor E. M. Canaval,quien fundó entonces su reputación de abogado.Mas esto puede verse en los documentos que se pu-blicaron en aquella época. Lo que ahora me interesaes hablar del resultado de este juicio; porque él fuela ocasión para aquella serie de escándalos que em-pezaron en Colombia en abril de 1826,y terminaroncon la disolución definitiva de la gran República en1831.Por la conexión que este hecho tiene con aque-llos sucesos, soy en referirlo un tanto minucioso. Elresultado del juicio fue que el doctor Peña fue con-denado por el senad.oa un año de suspensión, y queconsiderándose resueIta la cuestión del coronel In-fante, éste fue fusilado en la plaza de la catedral deBogotá.

El día de la ejecución, el cortejo fúnebre quecondujo al coronel al patíbulo, pasaba por enfrentede los balcones de la Cámara de Representantes, yel coronel Carlos Padrón, diputado, levantó la vozdiciendo que aquel cuerpo interviniese en impedirla ejecución, porque, decía él, el coronel Infante es-taba doctorado con la cruz de libertadores de Vene-zuela y Nueva Granada, y el que tenía aquella con·decoración no podía ser fusilado. iTan exageradaseran las pretensiones de algunos de aquellos milita-res en esa época! .

Después que murió Infante, el doctor Peña par-tió para Venezuela por la vía de Cartagena. y¿I leseguiré a su tiempo en este viaje funesto.

En el año de 1824quedó definitivamente resuel-ta la cuestión de la emáncipación de Sud América.Bolívar en Junín, y Sucre en Ayacucho, dieron el úl-timo golpe al ejército español, venciéndolo y tomán-94

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dolo prisionero, aunque con fuerzas inferiores. Des-pués de estos sucesos, solo el coronel Rodil hizo al-guna r,esistencia en el Callao; mas poco tiempo des-pués lo abandonó y se embarcó para España, segúnse dijo, con cuantiosos tesoros. El pabellón colom·biano flotaba, pues, desde el Orinoco hasta el Des-aguadero, y terminada la guerra exterior para laAmérica del Sur, por la impotencia en que quedabaEspaña. ,era tiempo de que los respectivos gobiernoscontrajesen toda su atención a los negocios internos.

Nuestras minas, nuestros ríos, nuestros inmen-sos baldíos llamaron desde luego la atención de loseuropeos. Mas sucede a los gobiernos nuevos e in-expertos que, deslumbrados por los proyectistas ycharlatanes, se dejan engañar con promesas seduc-toras; y sin meditar las consecuencias, entregan losrecursos del país en manos inhábiles para sacar deellos ventaja, o de agiotistas que, sin proponerse lle·var a la cima ningUna empresa, solo se apoderande ellas para especular sobre la credulidad de losincautos en las Bolsas extranjeras. Así sucedió enColombi.a. Los proyectos de navegación, de pescade perlas, de explotación de minas, de colonizaciónde baldíos, brotaron en abundancia, y con impre-visiva confianza se concedieron unos tantos privile-gios para varias de estas empresas. Algunos hicieronfortuna en Londres con los pergaminos, qu,e conte-nían las concesiones; mas pronto estas empresas,que ninguna veía a su frente una casa respetable queorganizase la ejecución, cayeron en descrédito, y e~desaliento que trae consigo el desengaño substituyóa aquel fervor con que se animaba la esperanza.

El señor Juan Bernardo Elbers, sueco de ori-gen, y naturalizado en Colombia, y el coronel inglésPatricio Hamilton, fueron de los pocos que habien~do obtenido privilegios y concesiones, trabajaronpor poner en planta sus empresas. El primero habíaobtenido un privilegio por veinte años para nave-gar el Magdalena en buques de vapor, y el segundoel Orinoco. Elbers logró poner en el Magdalena, su-cesivamente, dos malos vapores, qlle siempre halla-

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· ron mucha dificultad para navegar, bien porque noeran apropiados para el río, bien porque eran maimanejados. Lo cierto es que pocas veces estuvierondisponibles aquellos vapores para hacer el viaje, ycuando lo estaban lo hacían casi con la misma len-titud y con más inc:onvenientes.que los botes comu-nes de que se hace uso en aquel río. Elbers hizocuanto pudo por allanar las dificultades; mas ha-biendo sufrido grandes descalabros en su fortuna,se halló en la imposibilidad de hacerla, y al cabode once años vino a declararse caduco el privilegio;habiendo servido de obstáculo, mientras duró, a quecapitalistas de los Estados Unidos, que querían aco-meter la empresa, la realizasen.

De las concesiones que se hicieron en aqueltiempo, solo ha sido provechosa al país la de variasminas que se dieron en arrendamiento a una compa·ñía inglesa. Esta compañía ha gastado sumas con·siderables en la explotación de las minas de la Baja,.Santana y Maffilato, de las cuales solo esta últimacorresponde hasta ahora algún tanto a sus esperan·-zas. Mas como la constancia inglesa no desmaya niretrocede delante de los gastos y las dificultades, sesigue trabajando' con tesón, y es de esperarse que:los que han invertiidoen esto sus ¡capitales sacaránal fin considerable utilidad. El país ha obtenido unamuy positiva, porque los establecimientos inglesesde minas han sido una escuela práctica en que hanaprendido muchos" que hoy «ontribuyen a enrique..cer la provincia de Antioquia, que es la que más haprosperado en la Nueva Granada.

Las atenciones diplomáticas empezaron tamobién a ocupar por aquel tiempo al gobiemo. Enton·ces llegó a Bogotá el coronel Torrens como ministrode Méjico,y poco después, los coroneles ingleses Ha.milton y CambelI, que luego se presentaron con elcarácter de Plenipotenciarios de la Gran Bretaña ycelebraron el tratado de amistad, navegación y co-mercio, ahora vigente.

Los señores don Manuel Ferreiros y don José96

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Agi.iero llegaron también, enviados por el gobiernodel Perú, a dar las gracias al de Colombia por losauxilios que le había prestado para conseguir suindependencia. Don Pedro Molina vino con el carác·ter de ministro plenipotenciario de Centro América,y el caballero de Quartel se presentó como agentediplomático de los Países Bajos. La capital, pues.con esta reunión de distinguidos extr.anjeros, su,;comitivas, y los comerciantes respetables de otrospaíses que la visitaban, mejoró notablemente. Desde entonces datan las innovaciones que se hicieronen los alojamientos, el amueblado de las casas, lamesa, el vestido y los usos sociales; mejoras en quehemos hecho tantos adelantos, que puedo decir queun habitante de Londres o París poco tiene que ex-trañar en Bogotá por lo que se refiere a estas cosas,si frecuenta la buena sociedad. Si, por el contrario,va a vivir con pobres gentes, que allá como en todaspartes las hay, que están un siglo atrás de la épocaen que viven, pueden como Mollien, escribir con elnombr·e de viaje una diatriba, con que hacer reir alos parisicnses. He vivido en París yen Londres lar-go tiempo, conozco varias capitales de la Europa, yhablo así, porque he tenido ocasión de comparar.Verdad es que para el viajero no hay comodidades,ni atractivos, porque carecemos de posadas, cafés yteatros, pero para el que vive en familia, Bogotápresenta desde aquella época muchas de las venta-jas que puede proporcionar una ciudad europea, ycon menor gasto.

En 1825 empezaron a llegar a Bogotá algunosfondos de los que nos habían prestado los ingleses,y con la presencia de este numerario se animaronmucho los negocios mercantiles, y se calmó el des-contento que empezaba a nacer en los empleadostanto civiles como militares, por lo mal pagados quese hallaban. Parte de este empréstito había ido alPerú por Panamá, parte se había invertido en ar-mamentos y buques de guerra, y algunos centenaresde miles de pesos aguardaban en Cartagena las ór-denes del gobierno.

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El congreso dispuso que $ 300.000se diesenprestados a los agricultores de Venezuela; y el in-tendente del Magdalena, general Mariano MontilIn,comisionó para llevarlós al doctor Miguel Peña, quedebía partir en aqu(~lIosdías de Cartagena. Entre-gáronle $ 300.000en oro y pesos fuertes españoles,y el doctor Peña, según se dijo, entregó el todo oparte de los $ 300.000en moneda de la corriente enaquel país; y como la en que se le había entregadoaquella suma obteniia en el mercado de Venezue]acomo un 15%de premio, es claro que se defraudabaal Estado de más de $ 40.000.Este negocio fue elobjeto de varias órd·enes del gobierno, y de contesta-ciones, que al fin no tuvieron ningún resultado, por-que todo se hundió en el abismo que el mismo doc-tor Peña abrió a Colombia un año después.

En julio de 1825terminé yo mi carrera de estu-dios, y fui empleado de la secretaría de guerra, decuyo despacho estaba encargado el general CarlosSoublette. Este general, distinguido por su inteli-gencia y por sus maneras agradables y corteses, meacordó su confianza, y era yo el oficial que escribíasiempre con él en el despacho, y aun en su casacuando la urgencia lo exigía. Mi presteza paraescri-bir, y mi buena mJ:mloria,que hacía innecesario elque se me repitiese 10 que se me dictaba, eran muydel gusto del general Soublette, y del vicepresiden··te, general Santan·der, y así era que si el uno medejaba, me ocupaba el otro. Gran recargo de traba ..jo venía sobre mí COntal motivo, pero también lo·graba con esto la ventaja de instruirme de los m~go·cios de la administración, y ponerme en contactocon los hombres eminentes del país, con quienes yohabía de tener algún día urna parte activa en losnegocios públicos.

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CAPITULO V

El año de 1826 había de ser funesto para Co-lombia. El General José Antonio Páez, comandantegeneral del departamento de Venezuela, fue denun-ciado a la Cámara de Represl~ntantes como infrac-tor de la Constitución, por varias tropelías que desu orden se cometieron en Caracas, al tiempo dehacer el alistamiento de los ciudadanos en la mili-cia nacional. Examináronse con escrupulosidad yatención los hechos, y después de largos debates, enque los diputados de Venezuela principalmente sos-tuvieron la acusación, se decretó ésta para ante laCámara del Senado. Pensaban algunos que el impe-rio de la leyera ya bastante fuerte en Colombia paradoblegar ante ella aquel célebre caudillo, y los queno lo creíDn querían probar con este hecho si sal-drían de la duda. La Cámara del Senado admitió laacusación, y suspendiendo al general Páez de susfunciones, previno que compar,eciese a responder desu conducta para la próxima reunión del Congreso.

Llegó la intimación a manos del general Páezen Valencia, a fines del mes de abril, y es precisodecir que inmediatamente se dispuso a obedecer ya prepararse para marchar a la capital. En Valenciay en Caracas me lo han asegurado así muchas perso-nas, como un hecho constante, y no puede dudarseque tal fuera la resolución de aquel ilustre caudillo,que después de haber afianzado con su espada lapaz de Venezuela, se ha consagrado en la vida pri-vada a las ocupaciones tranquilas de la agricultura.Mas había en Valencia hombres interesados en quela paz se perturbase,entre ellos aquel mismo doctorPeña, que había partido de Bogotá el año anteriorcon el resentimiento en el corazón, y con el alma

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penetrada de deseos de venganza contra el vicepre-~idente, y los que lo habían juzgado y condenado.Este hombre, de superior talento y rara elocuencia,habra cautivado la amistad del general Páez, y au·xiliado por otros, logró persuadirl~ que aquella acu-sación era una trama infernal urdida por el vicepre-,sidente Santander para apoderarse de su persona enBogotá, y hacerlo correr la misma suerte que a In-fante, a quien se representó como una víctima a8(:si-nada por odio a los guerreros de origen venezolano.Al mismo tiempo se movió la sedición en los cu.er·pos mílitares y en el populacho, y hasta se asesinó<a dos o tres infelices, para con el espectáculo d(;~la,sangre y de los cadáveres mover los ánimos a la re·belión, y que se :lmpidiese la marcha del gem~ra'lPáez. Este, bien sea intimidado con los peligros qU{~

le representaban si se entregaba a sus jueces, bienseducido con la idea de llevar desde aquel tiempo.a efecto la separación de Venezuela, que era deseadopor muchos, desmayó de su primer propósito y des-obedeció. Celebróse entonc€..'Sla famosa acta del 3(}de abril, tan conocida de todos, y el gobierno deColombia quedó desconocido en Venezuela.

La primera noticia que se recibió en Bogotá fUl\

la de las buenas disposiciones que había manifesta·do el general Páe:za obedecer, y este anuncio llenó.de júbilo a los patriotas. Sabían ellos que si el gene-ral Páez se sometía al juicio. su vilaje hubiera sidoun paseo triunfal. y el resultado una victoria civil,que dando fuerza al poder constitucional ennoblecíaal hombre que la proporcionaba.

Todos con el candor del patriotismo nos entre·gamos a las más lisonjeras ilusiones. iNo sabíamoscuán poco nos había de durar! El acta del 30 deabril vino luego, y el desconsuelo fue grande en pro-porción que lo habían sido nuestras esperanzas. Enmí produjo esta noticia una impresión de tristezatan profunda, que en muchos días no Ilude hacerotra cosa que lamentar ,aquel suceso, icomo si desde

.entonces previese las vicisitudes que habían de 50-

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brevenir en consecuencia de tal acontecimiento, ylas desgracias,. en que me habían de envolver contodos los que permanecimos fieles a las causas delas leyes!

Todas las atenciones del gobierno se contraje-ron a conjurar aquella borrasca política. De día yde noche escribíamos todos los empleados en las se·cretarías del despacho órdenes a todos los jcfes no-tables del ejército, que tenían algún mando, parD.que mantuviesen en la obediencia a la autoridadconstitucional a sus subordinados, a los intendentesy gobernadores, a las autoridades eclesiásticas, paraque cada cual por su parte procurase oponerse alcontagio revolucionario. El vicepresidente Santan-der, los secretarios por su parte, escribieron cartasal general Páez para que retrocediese en la vía deperdición en que marchaba y arrastraba a la Repú-blica. Todo fue en vano. Pronto el movimiento se ex-tendió a una gran parte de la antigua Venezuela, apesar de los esfuerzos del general Bermúdez en lasprovincias de Oriente. Sin embargo, no se habíaoído todavía un tiro de fusil, y quedaba la esperanzade que el general Bolívar, volviendo del Perú, con lainfluencia que le daba su nombre, el prestigio de sugloria, y el apoyo de las fuerzas respetables de quepodía disponer, restableciese el imperio de las le-yes, y con una amnistía franca y absoluta reconci-liase d los colombianos extraviados con una consti-tución bajo la cual la República había completadosu independencia y presentádose {ll mundo comouna naClón grande y respetable.

Aquel Bolívar tan famoso por la constancia conque había luchado por la independencia y eJ esta-blecimiento del régimen constitucional; aquel Bolí-var, <.ldorado Dor todos los colombianos, y admiradopor bs extranjeros, no era ya, sin embargo, el mis-mo. Tantas victorias conseguidas, tantos honorestributados por los pueblos, tantas lisonjas prodiga-das por cuanto había de más notable en la Améri,cadel Sur, habían desvanecido aquella cabeza ceñidade laureles, y hecho germinar en ella proyectos de

BANCO m lA REPUBLlC/, 101BIBLIOTECA L:'HS.\NGEL ARANGO

"A "r'A. T r\r::.lJ.rln~Este libro fue Digitalizado por la Biblioteca virtual Luis Àngel Arango del Banco de la República, Colombia

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ambición, que aquellas circunstancias le dieron es-peranza de poder realizar.

Bolívar acababa de fundar la República de Bo-·livia, y de hacer adoptar en ella la constitución se·mimonárquica que duró hasta la caída de SantaCruz con algunas :ligeras reformas. Cuando recibiÓla noticia de los sucesos de Valencia, al anunciarque regresaba a Colombia a reconciliar a sus comopatriotas divididos, manifestó que su fe política es.·taba consignada en la constitucióp.colombiana y diosus disposiciones para que se hiciesen pronuncia-mientosen que. pidiendo la reforma de la constitu-ción de Bolivia. se solicitase el establecimiento deaquella o algo parecido..El señor Leocadio Guzmán,que había ido a Urna con una misión de los revdlto-sos de Venezuela, volvió a Colombia con aquel en-cargo. Las cartas de Bolívar a varios generales quetenían mandos importantes, les indicaban que Guz-mán les daría a conocer sus miras; y como desdeque éste llegaba a un departamento, se hacía, o Sl~

procuraba hacer algún pronunciamiento, de acuerdocon aquellas ideas, los patriotas sospecharon desd,~entonces que la presencia de Bolívar, lejos de serprovechosa a la causa constitucional, iba a compli.car la situación en que se hallaba el país.

Tales sospech:~sse confirmaron cuando al des-embarcar Bolívar en Guayaquil, el 13de septiembrede 1826, se le recibió con un pronunciamiento enque se le confería una especie de dictadura. El actay la comunicación con que se le presentó correnentre los documentos de la vida pública 4el generalBolívar, y allí pweden consultarlos los que deseenleer estos docum·entos. La comunicación es dignade leerse, como muestra del gusto literario de losencomiadores de la dictadura. La bandera tricolor,periódico de Bogotá, que redactaba el doctor RufinaCuervo, hizo entonces un graciosísimo análisis deaquel documento. Si la memoria me ayudara lo re-produciría aquí, para evitar la mo\"",tia de hu."'Ca't"toa los que no lo h:ayan leído; 'pero al cabo de veinteaños no es posibll~retener un artículo de periódico.102

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Sigamos la huella de los escándalos que marcaron eltránsito del general Bolívar hasta Bogotá.

Pronunciamientos semejantes al de Guayaquilprecedieron o siguieron al general Bolívar en algu-nos puntos del Sur, y en algunos otros departamen-tos, de manera que cuando éste se acercó a Bogotá,casi toda la República se hallaba ya revuelta. El vi-cepresidente Santander fue al encuentro de Bolívarhasta Tocaima, ciudad a 18 leguas de la capital; ydespués de haber tenido allí con él una larga con-ferencia, regresó engañadu con la confianza queaquel logró ínspirarle con la protesta de la purezade sus miras. Sin embargo, los hechos escandalososque se habían ejecutado contra el orden constitu-cional desde su llegada a Colombia, y en los mismoslugares por donde transitaba, tenían demasiadoalarmados a los defensores de las leyes, para quetales protestas verbales disipasen nuestros temores.La imprenta que en Bogotá había defendido con ea·lar la causa constitucional, y había pintado con susverdaderos colores los hechos atentadores a la tran-quilidad pública, que con el nombre de actas sehabían ejecutado, se consideró amenazada, y los edi-tores de la "Bandera Tricolor" anunciaron que superiódico estaba próximo a desaparet:er de la esce-na, porque creían mal segura la libertad. "El Con-dueLor", redactado por el insigne patriota doctorVic.ente Azuero, luchaba al mismo tiempo por man-tener la opinión en favor de las leyes en cuya em-presa terminó en 1827 de la manera que veremosdespués. La alarma de todos los ánimos era bienmanifestada por la imprenta, y la desconfianza conque se miraba a Bolívar era general en la capital,cuando éste se presentó en Fontibón, a dos leguasde Bogotá. El intendente del departamento salió arecibirlo con todos los funcionarios públicos, y alsaludarlo, felicitándolo por su regreso a Colombia,le manifestó la esperanza que todos los buenos co-lombianos tenían de que él fuera el restaurador delorden constitucional. Bolívar, con el tono del des-precio y la indignación, manifestó al intendente lo

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extraño que le era el que le hablase de una consti-tución despreciada, y de unas leyes violadas tantasveces en ocasión en que él esperaba que se le feli·citase por los triunfos y las glorias del ejército liber-tador. El intendente, ,coronel José María Ortega, des-concertado con tal respuesta se confundió entre lacomitiva y entró de esta suerte con Bolívar en Bo-gotá.

La nueva de tan inesperada respuesta alarmó alos más confiados; y el vicepresidente Santanderparticipando de esta alarma temió que al recibidoen el palacio y entregarle el mando repitiese Bolívarla misma impertinente respuesta de Fontibón. Re-suelto a no tolerar tal ofensa, ni proporcionar consu aquiescencia estt::~nuevo triunfo a los revoltosos,aguardó a Bolívar con la resolución decidida derepeler con firmeza el ultraje, si se le hacía, y paraestar prevenidos contra todas las eventualidades,un gran número de patriotas asistimos a la ceremo-nia con nuestras pistolas cargadas en los bolsillos.Era nuestra intención secundar al vicepresidente enlo que hiciera, puesto que teniendo la constituciónde su lado, desde que Bolívar manifestase que nola tenía en cuenta para nada, estábamos en nuestroderecho uniéndonos al jefe constitucional. Más tar-de he sabido por Santander mismo que estaba re-suelto a correr todos los azares, hasta el de desco-nocer a Bolívar, antes que sufrir una respuesta comola que éste dio al intendente de Fontibón.

Felizmente, Bolívar fue comedido en su respues-ta probablemente porque había sabido la mala :un-presión que causé! la que había dado al intendente.Todo pasó en paz, pues, por este lado, y terminóeste día de ansiedades sin los sucesos terribles quemuchos temían. Era el 14 de noviembre de 1826.

No se condujeron los compañeros de Bolívarcon la misma mc>deración.Sobre las puertas de ,;a-rias casas, y sobre todo en las de los cuarteles, sehabían puesto algunas tablillas con este letrero:"viva la constitución"_ El cotone1Pedro AIcánta.raHerrán, comandante de un escuadrón de caballería,104

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entrÓ con su cuerpo a alojarse en el cuartel que sele había destinado, y viendo a la puerta la tablillaque contenía el viva a la constitución, la rompió asablazos. En vista de este hecho, los habitantes quehabían puesto iguales tablillas en las puertas de suscasas, temiendo algún atentado, las quitaron inme-diat·amente.

Mas los patriotas no dejaron de hacer los es-fuerzos que estaban en su poder para hacer conocera Bolívar la opinión favorable a la causa constitu--dona!. Entre otras cosas el doctor Vicente Azueroredactó una enérgica representación que firmarontodas las personas más notables, incluso el vícepre-sidente general Santander, y el secretario de guerrageneral Soublette. En ella se le manifestaba cuánglorioso seria para él restablecer la constitución co-lombiana, y hacer marchar la nación bajo los aus-picios de un orden de cosas que tantas ventajas lehabía proporcionado en los seis años anteriores. Esel único documento en que se encontrará mi firmaen toda la historia de aquellos suoesos, y soy de lospocos que tienen el honor de estar exentos de ha-ber tomado parte en las actas y pronunciamientosanárquicos y criminales, que ennegrecen las páginasde los anales de Colombia y Nueva Granada.

Este documento no se presentó a Bolívar, por-que cuando ya estaba firmado. se supo que habíaprometido de la manera más explícita sostener laconstitución, y que con tal designio se preparaba'a marchar a Venezuela.

Es de advertirse que antes de venir Bolívar aColombia, había mandado en comi,sión cerca delgeneral Páez a su ayudante el coronel Daniel Flo-rencio O'Leary, quien se presentó en Bogotá comoadicto al orden constitucional, y pudo, por el con-tacto con los amigos de las leyes, que este carácterle proporcionaba, conocer a fondo sus opiniones.Este coronel había seguido a Venezuela a llenar sumisión, que no sé cuál fue, y se esperaba su regresode un día a otro. BoUvar,sin embargo, no 10 esperóy partió de la capital con dirección a Venezuela,de-

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jando de nuevo el mando al general Santander. EnTunja se detuvo algunos días, que empleó en fre-cuentes conferencias con el intendente, doctor JoséIgnacio Márquez, d,elas cuales resultó la resoluciónde restablecer la perniciosa contribución de la alca-bala, que había sido abolida en 'años anteriores. Laescasez de recursos pecunrarios motivó aquella re·solución, que se ll~~vóa efecto por un decreto eje.,cutivo, que seexpídió contra el tenor expreso de ladisposición constitucional, que atribuía al congresoexclusivamente la facultad de imponer contribucio·nes. El general Santauder fue culpable de esta infrac-ción, por haber condescendido con Bolívar en dal~el decreto como enca.rgadodel Ejecutivo: y es muyraro que no le ocu.rrieseque traspasando así las ba-rreras constitucionales, cooperaba a menguar elaprecio de aquella constitución que se deseaba res-tablecer. Sucede <:;(>0 frecuencia que los gobernantesse aventuran a tNIlar medidas que les están vedadascon el pretexto Je reprimir revueltas y desórden~s,y' dan con tal ejemplo aliento a las facciones conque tienen que combatir, pues los gobernantes cons-titucionales f'n tanto son acreedores a considera-ción, respeto y obediencia, en cuanto obran deacuerdo con las condiciones con que la sociedad ksha encargado el mando. Desde que se separan deaquellas condiciones, se ponen al nivel de los faccio·sos, y no pueden contar con la asistencia legal delos buenos ciudadanos.

Sientt;.encontrar aquel borrón en la historia ·delgeneral Santander, que tan fiel observante habíasido y fue después de las leyes; pero yo refiero loshechos como los he visto haciendo justicia a losmuertos y diciendo verdad a los vivos, y faltaría aesta divisa si omitiese las reflexiones que precedensobre aquel hecho. Diré solo, para 'los que creanhallar disculpa a tal acto, que la República enteraestaba declarada en asamblea, y que en tal estado,conforme al artículo 128de la constitución el PoderEjecutivo podía tomar todas las medidas que esti-mase conducentes al restablecimiento del ord(m;106

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"mas limitadas a los lugares y tiempo absolutamen-te necesarios". Es,ta última condición indica clara-mente que tal facultad se refería a medidas transi-torias, mas no a legislar sobre contribuciones quehabían de gravar permanentemente a la República,punto delicado, que aun en las monarquías no tocanjamás los reyes sin la concurrencia del padamento.

Estábamos ya en el año de 1827, y las noticiasque se recibían de Venezuela eran todas favorablesa la causa constitucional, pues los principales ciuda-danos se manifestaban decididos por el restableci-miento del orden, y aun los cuerpos militares em-pezaban a separarse del general Páez, declarándoseen favor de la autoridad constitucional. El coronelFelipe Macero dio el ejemplo con un batallón quemandaba, y que hizo un movimiento para ir a po-nerse a las órdenes del general Bermúdez, quien, co-mo he dicho en otra parte, se mantenía obediente alas leyes. Bolívar siguió a Venezuela bajo tan buenosauspicios; mas al acercarse a Valencia, estando yaen su poder la plaza de Puerto Cabello, suspendiótoda operación que condujese al sometimiento delos revoltosos, y manifestó al general Páez su deseode dar fin a aquellos escándalos de una manera pa-cífica. Nada más natural que desear aquel desenla-ce, y hasta aquí nada hay que vituperar en Bolívar.Mas luego que Páez, atento a sus insinuaciones,depuso las armas y se sometió a sus órdenes, Bolí-var no se limitó a concederle una generosa amnistía,sino que lo colmó de los mayores honores, lo llamóel salvador de Colombia, y dando a Venezuela unaorganización diferente de la que tenía conforme a laconstitución y las leyes, sancionó con este hecho larevolución que iba a sofocar. No solo hizo alteracio-nes en el sistema administrativo, civil y militar, sinoque dio una nueva legislación de hacienda, que mástarde extendió a toda Colombia. Así, pues, Venezue-la quedó sometida al general Bolívar mas no al po-der legal. y la rebelión contra la constitución cam-bió de jefe, pero no terminó.

Entretanto que estas cosas sucedían, la tercera

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división del ejército colombiano auxiliar al Perú,acaudiHada por el coronel Bustamante, se sublevpcontra sus jefes. y mandándolos presos a la Buena-ventura se embarcó para Guayaquil, con el objetode venir a prestar su cooperación al gobierno de Co-lombia para el restablecimiento del orden legal. Elgeneral Santander mandó al general Antonio Oban-doa hacerse cargo del mando de aquella división,con las instrucciones necesarias sobre el uso quedebía hacer de aquella fuerza. Mas cuando Obandollegó a Guayaquil, ya los diestros manejos del gene-ral luan José Flores. 'que mandaba en los departa-mentos del Sur, algunas desavenencias de otrosjefes, y las disposiciones del intendente de Guaya-quil, habían minado aquella división, y Obando na-da pudo hacer; porque la fuerza, sublevada una par-te por un oficial Bravo, y otra por su voluntad, pasódividida al mando de otros jefes. y Bust!arnantetuvoque quedarse refugiado en el Pero.

Los jefes de la tercera división que habían sidoenviados presos al puerto de Buenaventura, vinierona Bogotá, en dond,e se hallaban al tiempo que sereunió el Congreso en 1827.Ante este congreso de·bfan prestar el juramento constitucional de posesiónBolívar, que había sido reelecto presidente, y San-tander, vicepresidente de Colombia. BotJívarhabíadirigido desde Caracas una renuncia de la presiden-cia en los términos más encarecidos, con la seguri-dad de que no seria admitida, porque la mayoría delcongreso le era tan devota, y lo consideraba tannecesario a la cabeza del gobierno, que podía contarcon que sus protestas de aversión al mando, d.edesinterés y falta de ambición, proporcionándole dhonor de manifestar un desprendimiento generoso,no le hacían correr el riesgo de descender del puestoa que se había (~levado.Además, las innumerablesactas y pronunciamientos hechos por los militares yalgunos empleados con su aquiescencia, en los cu.a-les se manifestaba el deseo.de que no solo continua-se como jefe de la nación, sino de que se revistiesede la omnipotencia dictatorial, sabía él que eranlOS

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razones que se tendrían en cuenta para que el con-greso no admitiera tal renuncia; pues la consecuen-cia natural que se presentía era la de que Bolívarsería aclamado Dictador por el ejército y sus par-tidarios, tan luego como el congreso a<:eptase sudimisión. Así, unos por adhesión a su persona, otrospor evitar mayores males, .Y otros por servil ,adula-ción, formaban una mayoría, con que podía contarsepara rehusar la dimisión, por poderosas que fuesenlas razones para aceptarla. Ruego a mis lectores queal meditar sobre este hecho y juzgarlo, consultenantes entre los documentos para servir a la vida pú-blica de Bolívar, impresos en Caracas, todos los queson precedentes y contemporáneos a esta renuncia,para calificar mi juicio y decidir si es parcial o im-parcial, honrando a los que habían despedazado laconstitución, premiando a los que eran más activospara ttastornarel orden público, y mirando con oje-riza y desconfianza a los que se habían mantenido fie-les a las leyes, y digan si aquellas protestas de des-prendimiento, aquellos ruegos encarecidos porque lodescargasen del mando, son la expresión de la since-ridad y de la buena fe; son lauros que deben aumen-tar la aureola de su gloria. Yo no juzgo con pasión;yo no estoy animado del rencor por agravios perso-nales, que nunca recibí de aquel hombre grande;yo lo he adorado como un Dios hasta 1826, y nome coloqué en las filas de la oposición que lo hizocaer, sino cuando todas las esperanzas de orden, depaz, de progreso y felicidad para mi patria que fun-daba en él, se desvanecieron viéndolo colocarse dellado de los que habían despedazado la constitución,y tratar ésta y las leyes con insultante desprecio.Yo era empleado en un ministerio; mi interés per-sonal estaba en favor de Bolívar, que podía hacermeadelantar en mi carrera, o quitarme este medio desubsistencia; todo lo que a m;[ se refería personal-mente me dictaba el ser boliviano. No soy yo,' pues,quien por interés personal me he cegado respectode aquel hombre. Creo ahora, como creí entonces,que ninguna de las palabras de su renuncia eran sin-

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.ceras; y lo creo más, cuanto más reflexiono sobrelos hechos que fomentaba o consentía, al mismotiempo que tan bellos discursos dirigía y publicaba.Las palabras, de cualquier boca que salgan, nuncatienen más peso que los hechos, y los discursos deCatón no pueden cree:r~ al hombre que obra comoCésar. No: los hechos son los que hab~ana la razón,a la imparCialidad, al buen juicio; los hechos sonlos que nos sirven para apreciar los hombres. Losde Bolívar ahí están consignados en los volúmenesimpresos en Caracás, en donde deben estudiar suhistoria los hombres imparciales; no en los pane.gíricos apasionados que plumas pagadas y premia-das por él han publicado.

La renuncia de Bolívar se presentó, pues, anteel congreso, en tales circunstancias, que el diputadoque votase por la admisión tenía la seguridad de serel objetó de persecuGiones encarnizadas, como losheChos lo probaron después. Sin embargo, los ilus-tres granadinos Francisco Soto, Miguel Uribe Res-trepo y Diego Fernando G9mez, miembros del se-nado, levantaron la voz en el congreso para persua-dir la conveniencia de admitir la dimisión. Sus va-lientes discursos, en que el patriotismo puro, y elamor a la libertad de los oradores fueron expresadoscon la elocuencia de la verdad, corren en las publi-caciones de aquella época, y serán siempre un mo-numento de honor para aquellos compatriotas yamigos míos. Mas, como dijo Soto al empezar sudiscurso, no era aquella la época en que la razónpudiera lisonjearse de persuadir, aunque un ángel.del cielo fuera el órgano para expresarl'a. Aquellosdiscursos no tuvieron, pues, otro efecto, que el deproducir ruidosos aplausos en la barra, y la renun-cia fue negada. Sin embargo, hubo 24 votos por laadmisión, y en los periódicos contemporáneos deaquel hecho se halla la lista de los ciudadanos quetuvieron el honor de emitirlos.

Santander, por su parte, había también renUll-ciado la vicepresi.dencia; mas las razones que mo-vían a los amigos de las leyes pare aceptar la dimi-110

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sión de Bolívar se oponían a que se admitiese la deSantander. Aquel se había hecho culpable de infrac·ción de todas las disposiciones constitucionales,arreglando según su voluntad la administración deVenezuela; éste, fuera del desliz del restablecimientode la alcabala, no había incurrido en otra falta, yluchaba, por el contrario, porque se mantuviesen lasinstituciones. Los amigos mismos de Bolívar, creíanque Santander era necesario en la administración;los de buena fe como un freno que moderase laambición; y los demás, con la esperanza de que coin·cidiendo más tarde con sus miras, pudiese con suauxilio conservarse la revolución que ya tenían tanadelantada. La renuncia de Santander fue, pues, ne-gada por todos los votos, menos cuatro, que estu-vieron por la admisión.

La sesión del congreso fue muy agitada, comodebe suponerse. Los oradores liberales fueron es-trepitosamente aplaudidos por los ayentes y causóesto tal desesperación a 'algunos militares que esta-ban en la barra, que salieron furiosos y vomitandoamenazas contra los que se permitían aplaudir a losoradores que habían puesto de presente las faItasdel Libertador y dado a conocer sus aspiracionesambiciosas. Por lo pronto tales amenazas 'Solo tu-vieron por efecto el ridículo con que habló de ellasla imprenta que bajo la protección del vicepresi-dente gozaba todavía de libertad.

Allí pararon los sucesos relativos a la renuncia.Mas una mera dificultad había de ocurrir dentro depocos días. Bolívar se hallaba en Venezuela, y nopodía tornar posesión de la suprema magistratura eldía señalado por la constitución; y Santander, lle-gado aquel día, no podía continuar en el mando, sino prestaba juramento. Llegó el día, y Santanderrehusó tomar posesión del destino insistiendo enque le admitieran su renuncia; porque, decía él: "yono puedo mandar en Colombia como vicepresidente,sino es con arreglo a esa constitución, que ha sidovilipendiada y destrozada, y que no tengo mediosde restablecer. ¿A qué fin prest'ar un juramento que

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no tengo medios de c1.lmplir?"La República no de-bía quedar por eso acéfala, porqt¡e el presidente delSenado podía enoargarse del mando; mas ya habíanmediado com\l1licaCÍol!lesentre él y el vicepresiden-te, en que éste le instaba para que tomase las rien-das del gobierno, y aquel se había rehusado a ello.Así es que por una u otra razón, aunque las disposi-ciones constitucional,es ocurrían a la eventualidad,de hecho nos hallábamos en una crisis terrible. Pordos veces una diputación de ambas cámaras anun·ció sin efecto al vic':~presidenteque el congreso leaguardaba para que prestase el juramento de pose-sión; Santanderreh1.lsó hacerla. Al fin una terceradiputación, representándole los males que se iban aseguir, y la opinión del congreso que creía inexcu-sable su resistencia, consiguió conducido -a la salade sesiones, y que prestara el juramento. No lo hizo,sin embargo, sin expresar que se hallaba lleno deasombro al ver que se le compeliese a jurar unaconstitución vilipendiada y que no encontraba coo-peración para sostener. Quedó, pues, Santander,vinculado a una administra.ción, cuyo jefe teníaopiniones y miras muy diferentes de las suyas, yya puede presentir se que la buena armonía no de-bía subsistir entre los dos largo tiempo.

La República se encontraba, después de la llega-da de Bolívar en una situación muy animada. LaNueva Granada seguía gobernada por un jefe cons-titucional, y Venezuela era regida por los decretosde Bolívar. Había dos jefes, uno que mantenía enobservancia la constitución y las leyes en una partedel territorio; otro que con una legislación de sucreación gobernaba el resto; y preparaba así la ni~na completa de las instituciones.

Los escritores públicos no dejaron de indicarlo que en tales circunstancias convenía a los grana.dinos. El· distinguido republicano doctor VicenteAzuero, que redactaba el periódico titu1ado "El Con-ductor", después de mannes\a'r las \\<)derosasrazo-nes que había para creer que ·la constitución no se-ría mantenida, y que íbamos a ser sometidos a un112

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régimen militar, propuso en el número 48 de aquelperiódico, un plan para impedir que la Nueva Gra-nada sufriese la suerte que había tocado a Vene-zuela. Causó aquel artículo notable sensación en elpÚblico, y muchos republicanos, entre ellos algunosmilitares, fomentaron con empeño su realización.Mas era preciso, para llevarlo a cabo, desconocer laautoridad de Bolívar, y declarar la ,Nueva Granadaen revolución. La guerra civil iba a ser la conse-cuencia, y Santander con los que querían institucio-nes liberales de una parte, y Bolívar con los amigosdel régimen militar de la ctra, iban a iniciar unacontienda en que la sangre habría corrido a torren-tes, antes de obtener lo que tres años más tarde rea-lizó, y solo sirvió para manifestar con cuánta anti-cipación su ilustre autor conoció lo que convenía asu tierra natal. Aquel escrito, los muchos en quesiempre había defendido la libertad y los principiosrepublicanos, le atrajeron la animadversión del par-tido boliviano, y fueron causas para él de gravesdisgustos. Las disposiciones que sus contrarios ma-nifestaban de ir adelante en sus designios sin dete-nerse en los medios, le hicieron temer algún aten-tado contra su persona, y creyó prudente retirarsepor cierto tiempo al campo, y ha~er cesar la publi-cación del periódico, para cuyo editor no habíagarantías, tan luego como Bolívar llegase.

Aquí empieza mi carrera de escritor público. Ha-biéndome manifestado el doctor Azuero sus inten-ciones, yo le declaré que estaba dispuesto a hacerrnecargo del periódico, y a continuar su publicacióndefendiendo los mismos principios, y resuelto a co-rrer todos los riesgos que me sobreviniesen en con-secuencia. Mi oferta fue aceptada, y el número si-guiente fue ya publicado por mí. Mas no sirvió estopara hacer cesar la animadversión contra Azuero.Afectaban creer algunos de sus enemigos, que yo noera sino la pantalla que con mi firma ocultaba al an-tiguo escritor; proponiéndose con esto mantenervivo el odio contra Azuero, y degradándome ante elpúblico dar un fuerte ataque a mi reputación na-

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dente. Yo veíal>ascosas bajo un punto de vista másexacto, y conocía que aquel mismo empeño de mis-enemigosen hacer creer que los artículos del Con.ductor,aunque bajo Ini firma, no eran míos sino deAzuero, contribuía a formar mi reputación de escri-tor y a darme confianza en mis fuerzas; porque siyoeS'cribía de tal modo que mis producciones po-dían confundirse con las de aquella excelente plu-ma, natural era que más tarde, cuando la verdadapareciese, me encontrara yoa su nivel en la opi-nión, a virtud del mismo empeño de mis enemigospor dar a mis escritos el mérito de los de aquel.

Otros, t:;11vez, creían de buena fe, que yo era"soloun firmante porque no me suponian capacidade instrucción para examinar las cuestiones que to-caba en mis escritos. Tuve la prueba de esto en unaocasión. HalIábame de visita en una casa en que,casualmente se encontraban entre varias personasel general Heres y el señor Leocadio Guzmán, queacababan de llegar a Bogotá. Había yo escrito en-aquellos días un articulo nada favorable a estos se--ñores, tan activos agentes de la nibtadura, y comose hubiese llegado a hab'lar de tal artículo, y ellos nome conocían, dijeron: "no se nos da nada por eleditor, que es un pobre joven que firma; esas obser-vaciones son escritas por pluma más alta". Yo medespedí y salí, por no entablar una discusión, o talvez una disputa desagradable, en una sociedad don-de había varias ser/oras. Sé que después de mi sa-lida, informados dilchos señores de que el editordel "Conductor" er:ael mismo que acababa de des.pedirse,fue aquel pasaje asunto de las burlas delos ofendidos. Ahora, como entonces, estoy conven·cido que hice 10 que la cortesía y la decencia exi·gían en una circunstancia semejante. Cuatro añosdespués vi a los señores Heres y Guzmán en Ca-racas, y me parece que ya entonces no tenían dudade que yo 'era el autor de los artículos del Con-ductor.

Ocupaba yo entonces un destino en la secreta·ria de relaciones exterio~s, a donde se me habilil114

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pasado de la de guerra por mis conocimientos en,a lengua inglesa y francesa y en el derecho inter-nacional. No era decente para mí, ni tolerable pa-ra mis j.efes el que a un mismo tiempo fuese yo em-pleado en el ministerio y ..:scritor de la oposición.Esta consideración me ponía en una situación di-fícil. porque el oficio de escritor no produce nadaen un país cn que hay pocos lectores, y al renun-ciar mi empleo me privaba de mi principal mediode subsistencia. Sin embargo, no vacilé, y el díaque llegó Bolívar a Bogotá dejé una renuncia sobrela mesa del ministro, y no volví más al ministeriode relaciones exteriores. No se admitió inmediata-mente mi dimisión; pues el señor Rafael Revenga,quc habia sido nombrado ministro, quería conser·varmc. Me había manifestado particular cariño enel tiempo que anteriormente había servido bajo susÓrdenes, y aguardó a hablarme antes de resolver.Digo esto, porque pocos días después, estando am-bos en un baile que dió el Encargado de negociosde Méjico, corone! Torrens, se me acercó y me dijocon mucha amabilidad: "señor González, ¿por quése quiere usted ir de la secretaría?", yo le dije quemis razones eran obvias, y que yo esperaba que hi-ciera justicia de ellas. El señor Revenga se separóde mi cortésmente, y aunque mi renuncia fué ad-mitida y yo quedé separado del ministerio, siem-[lre conservó conmigo buenias relaciones de urbani-dad. En Caracas lo vi por la última vez en 1834,en donde recibí y correspondí su visita. Refiero es-[os hechos, porque son notables en un país, en que,desgraciadamente se ha creído, que la diferencia deopiniones políticas debe hacer cesar entre los ciu-dadanos las relaciones privadas; siendo esto causade que las contiendas públicas degeneren en cruelesenemistades personales, y se alejen los medios dereconciliación que ofrecen las relaciones privadassostenidas por la cortesía. Sigamos el hilo de nues-tra historia.

Bolívar se puso en marcha desde Caracas conel objeto de embarcarse para Cartagena, y venir de

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allí a Bogotá. Al despedirse de la ciudad que lo ha-bía visto nacer, dirigió a sus paisanos una de aqut~-Has elocuentes proclamas, con que siempre habíacautivado la atención, mas en la cual dejó correrexpresiones que, siendo dictadas por el afecto local,eran, sin embargo, injuriosas no sólo a Colombia,sino atada la Améri-cadel Sur, que debía a los co-lombianos su in<l:lependencia.Manifestaba Bolíva.ren -aquellaproclama que todos sus sacrificios, to-dos sus esfuerzos por la cauSa de la independen-cia los había hecho única y exclusivamente por lagloria de Caracas.Así,destruía este hombre con una'palabra todos los panegíricos, en que se le habfaencomiado como el amante más devoto de la glo-ria de su patria, y aniqui:labade un golpe los sen-timientos de gratitud y admiración que habían na-cido en nuestros pechos, cuando nuestra alma es-taba impregnada de la idea consoladora de que po-seíamos un hombre en cuyo corazón teníamos to-dos igual cabida. No, no era así, por confesión su-ya propia:a:hí está el documento en los volúmenespublicados en Ca.racas.

Precedido por esta proclama, se dirigía Bolí.val' a Bogotá. En Cartagena fué recibido con exa·gerados honores por su antiguo 'amigo el generalMariano Mantilla, que era comandante general deMagdalena. Allí estaban con él los principales ge-nerales y jefes del ejército, y allí se concertaron va-rios de los plane:sque después se podían poner enejecución. Entre otros, tengo motivos para creer quese adoptó el de probar a ganar los ciudadanos másliberales, como Azuero, Soto o Diego FernandoGómez, colocáp.dolosen el ministerio; porque secreía que si estos hombres prominentes se halla-ban en la administración con Bolívar, la refonnaque Bolívar meditaba sería más fácil. Digo esto,porque Soto me ha referido que él ha recibido lapropuesta personal deac(~ptar el ministerio de re-laciones exteriores, la cual se le hizo a virtud deuna carta del general Heraz,' que acompañaba a 130.lívar, en la cual encargaba a una persona residen-116

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te en Bogotá que diese aquel paso. Desde que hesabido este suceso, he meditado detenidamente so-bre las consecuencias que hubiera tenido la com-posición de un ministerio con aquellos hombres,y he pensado que tal vez hubieran resultado gran-des bienes de que aceptasen. Diré las razones quetengo. Bolívar, que en la guerra no siguió nuncasino sus convicciones y su genio, y que debió a lasuperioridad de éste y a la fuerza de aquéllas tanespléndidos e inconcebibles triunfos, era en el go-bierno un hombre del todo diferente: sus ministrostenían grande influjo sobre su opinión. Así lo vemosvariar sus medidas y matizadas con la debilidad ola violencia (según el carácter de los ministros quelo rodeaban). Sólo las ideas muy grandes, como laconfederación Americana, y todo 10 que se referíaa Estados ya formados y con garantías de porvenir.eran siempre suyas propias. Mas la organizaciónde estos Estados, las minuciosidades que aseguranla libertad, seguridad individual, yel bienestar so-cial; todo 10 que forma el hombre público prácti.co, era ajeno de él. Podía improvisar una Repúblicacomo la de Platón; lo probó en Angostura y en Bo-livia. Pero cuando tenía que descender a conocerprácticamente el pueblo en que habían de plan-tearse las instituciones, no tenía la atención bas-tante para examinar, ni tino para acertar. La mis-ma grandeza de sus concepciones lo cegaba sobre loque no le parecía de igual magnitud; y no teniendopaciencia para ocuparse de lo que creía pequeño,sus ministros hacían lo que juzgaban que pudierahaber llenado sus miras. Si hombres como Azuero,Soto y Gómez hubieran estado en el ministerio, talvez, aprovechando esta disposición de carácter, hu-bieran dado a los negocios un giro, que salvandolas glorias del héroe de la borrasca en que iba po.iCO a poco naufragando, librase también a Colom-bia de los horrores que sobrevinieran. Mas yo juzgoasí, después que la experiencia dió a conocer la fal-ta de genio de Bolívar para el gobierno, que él con-fesó francamente muchas veces; y aquellos hombres

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se resolvían a .rehusar a tomar parte en la adminis-tración antes de conocer al hombre, y de tener es-te dato para decidErse. No vieron entonces sino laintención de asociarlos en la ejecución de una em-presa criminal y loca; y su patriotismo, su honory su firmeza les hicieron rechazar con desdén estaidea degradante. No los culpemos: la patria ha te-nido mucho que sufrir porque vieron así las co..sas; pero sus honrosos motivos los justifican per:osonalmente.

En Bogotá la opinión era tan contraria a lasideas del general Bolívar, que en todas las ocasio-nes en que podía manifestarse, lo hacía de UDJa ma-nera inequívoca. Con motivo de la fiesta del Corpus,asistieron a un ambigú en <:asadel alcalde municL-pa'l todas las personas más notables. Allí en los d:i~ferentes brindis que se propusieron, no hubo unosolo que no se dirigiese a manifestar la aversión conque era vista la dictadura, y los deseos por el triWl-fa de las ideas liberales. Hallábase entre los convi-dados el coronel Tomás Cipriano Mosquera, a quientanto se había censurado por el acta de Guayaquily la comunicaciÓn c.on que la dirigió a Bolívar.Creyó que era aquella la ocasión de sincerarse; y to-mando la copa, después de protesitar de su firme de-cisión por los principios liberales, concluyó dicien-do que si Bolívar llegaba a imitar a César, él seríaBruto.

Más tarde le vimos decir en la Nueva Era, queel hombre a quien tantos elogios tributara, se ex-

. travió y se perdió, porque desconoció el país quegobernaba, y quiso gobernarIo de una manera di-ferente que lo exigía.Discúlpalocon que se engañó;pero si la ambición fue la causa, los pueblos nodisculpan, sino que castigan, a los que padecen eSeta clase de engatios. César y Napoleón obraron tam-bién engañados por la ambición, y el primero pagósu engaño con veinte y tres puñaladas, y el segun-do con seis años de tormentos en Santa Helena.idébil expiación por tanta sangre derramada por suoausa!118

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El partido boliviano empezó por aquel tiempoen Bogotá a defender por la imprenta las medidasde Bolívar. El mismo coronel Mosquera, con su pri.mo Rafael Arboleda, publicaron por aagún tiempoun periódico titulado El Ciudadano, en que comobatían las publicaciones de la oposición, y tengogusto en confesar que lo hicieron con la modera·ción debida. Este periódico tuvo poquísimo séqui.to y duró muy corto tiempo. Una que otra hoja apa-reció, además, de cuando en cuando; pero no re·cuerdo ninguna que deba mencionarse.

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CAPITULO 'VI (1)

Las escenas del drama, que había de terminaren la catástrofe de la libertad, se sucedían con pres-teza. Bolívar Hegóa Bogotá, de regreso de Caflacas;y desmontándose en la puerta de la iglesia de San-to Domingo, en donde el Congreso estaba reunido,prestó inmediatamente el juramento de posesión dela Presidencia de Collombia,que se reducía 'a prome-ter a Dios y a la nación sostener y defender la Cans-titución de Colombia. Ya veremos cómo cumplióeste juramento.

Sucedía esto, según me parece, en agosto de 1827.Ninguna manifestación, ningún aplauso, precedió,ni siguió a aquel acto: circunstancia que Bolívar de-bió notar con estrañeza; pues era la primera vezque su presencia no fuese saludada con vivas yaclamaciones en la capital.

,Conla llegada de Bolívar, cesó la anomalía queduraba tanto tiempo, de que la nación estuviese go-bernada por dos jefes, que daban órdenes desde dis-tintos puntos.

Este capítulo fue publicado en el No 235 del Neo-Granadino de Bogotá, correspondiente al 4 de febrerode 1853 y está precedido de la siguiente anotación:

RECUERDOS DE LA EPOCA DE LA DICTADURADentro de poco habrá desaparecido la generación que

presenció los sucesos que tuvieron lugar en Colombia des-de 1827 hasta 1831. Es pues importante el que se publi-que una relación dl~ ellos para que los ,contemporáneospuedan contradecir, o confirma.r esta relación, y ella pue-da pasar con su testhnonio a la posteridad. Con este obj,e-to doy a la luz los capítulos 60

, 7" Y 8" de unas memo-rias históricas que escribí en París, durante mi. resiiien-cia en aquella ciudad, desde 1841 a 1845. Florentmo Gon-zález.

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La revolución empezó a presentarse con un ca-rácter más decisivo. En una sola semana, Bolívarelevó al grado de General a 17 coroneles, entre quie-nes se hallaban algunos de los que más se habíandistinguido por sus opiniones liberales y su oposi-ción a la Dictadura. No pudieron resistir a los ha-lagos de aquel grado; y se les vió cambiarse en par-tidarios ciegos del hombre cuya conducta habíancensurado. El General José María Mantilla, es unahonrosa excepción; y siempre ha conservado unafirme y fiel adhesión a los principios liberales.

En proporción se prodigaron los ascensos algrado de coronel y otros de la milicia; y la devo-ción del ejército quedó, por consiguiente, asegura-da de la manera más positiva.

El congreso, por su parte, dócil al querer delPresidente, aprobó sus actos; y luego se ocupó endiscutir y aprobar la medida que había de prepa-rar el campo para el desenlace final de la revolu-ción. Se presentó un proyecto de ley convocandouna Convención de Diputados de todas las provin-cias de Colombia, para que reformase la Constitu-ción y reorganizase la República. Fue este proyec-to el objeto de largas y acaloradas discusiones. Alprincipio se sancionó; y se dieron las disposicionesnecesarias para que se hiciesen las elecciones.

El Diputado Francisco Anmda, de Caracas, unode los favoritos de Bolívar, y depositario de su con-fianza, propuso en la Cámara de Representantesque se acusase al General Santander ante el Sena-do por mala conducta en el contrato y manejo delempréstito de treinta millones de pesos negociadoen Inglaterra en 1824. A pesar de que el hombrepor cuyo medio se propouía la acusación, hacia pre-sumir el alto personaje que la .sugería, y a pesar deldecidido empeño con que la sostuvieron el señorArando, y los demás Diputados de la confianza deBo!Jvar, la Cámara terminó por negar la acusación.No se había perdido m~n el pudor, y la mayoría re-chazó con desdén las negras imputaciones que se hi-cieron a un hombre que, como Vicé-presidente de

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Colombia, había suministrado a Bolívar todos losrecursos de hombres, armas y dinero, que fueron,loselementos de la gloria militar que alcanzaron ély los demás ingratos Generales, que con tanta sañapersiguieron a Santander.

Resuelta la convocatoria de la Convención,em-pezaba una época de esperanzas, que debía inspi-rar alguna confiarn:a a todos los partidos. Era na-tural que los hombl~escapaces de escribir, manifes-tasen su opinión sobre las reformas que creían ne-cesarias. El doctor Vicente Azuero, que se había re-tirado de la escena política, en consecuencia de undisgusto serio con uno. de los partidarios de Bolí-var, con motivo de un artículo publicado en el pe-riódico El Co1tductor, que yo redactaba en su au-sencia, volvió a apa.recer,y tomó de nuevo a su car-go aquel periódico. Creía que le sería permitido pu-blicar libremente .l;;US ideas, en una época en queellas podían contribuír tan. poderosamente a que laimportante cuestión que iba a ocupar a los Repre-sentantes del pueblo se decidiese de la manera másconveniente a Colombia. Mas se desengañó prontode su honrada confianza.

Apenas apareció el primer número del Conduc.tor, publicado por su antiguo redactor, el doctorVicente Azuero, uno de los más distinguidos ciuda-danos de Colombia, fue atacado en la calle más pú-blica de la capital por un coronel que llevaba elmismo nombre de Bolívar, quien tomándole la ma-no derecha, trató de quebrarle los dedos, y lo es-tropeó en seguida a puntapiés. Probablemente lohabría matado, si por casualidad no hubiese pasadopor aquella calle el General José María C6rdova, ylo hubiese librado de aquel bárbaro, que era de losperros de presa de la comitiva del Dictador. Pasóeste hecho a medio día, en el lugar más público dela capital, y era el objeto de este atentado uno delos hombres más prominentes del país, Presidentedel Congreso constituyente de Colombia; y ni Bolí-var, ni el intendente de CWldinam'arca,coronel Pe-dI:0 Akántara Rerrán, ni autoridad ninguna, tomó122

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el mep.or interés porque se castigase al culpable, apesar de las enérgicas representaciones del agravia-do. Este hecho bastaría, no sólo para deshonrar alos que lo dejaron impune, sino también para im-poner silencio a los que preconizaban a Bolívar co-mo defensor de las garantías individuales y amigode la libertad. Otros se verían todavía más escan-dalosos y atentatorios.

Después de este suceso, era ya muy peligrosohacer cualquier publicación en favor de los princi-pios liberales. El Conductor cesó, y la imprenta mi-nisterial quedó por algún tiempo en posesión delderecho exclusivo de em::omia:r al Dictador, y pro-digamos injurias y calumnias sin contradicción. Nohacen ningún honor a Bolívar las plumas que enBogotá se consagraron a su defensa. Era uno de losescritores un tal Jenaro Montebrune, napolitano, quepretendía ser primo del célebre Filangiere, autorde la ciencia de la legislación, y sólo habí:a sido co-nocido por su charla importuna, y por su disposi-ción mercenaria a servir a quien quiera que le pa-gase, sin cuidar de examinar la clase de servicioque le exigiera. Este aventurero tuvo una vez lasandía avilantez de proponcrme que escribiese enel sentido de sus producciones, haciéndome la in-juria de apreciarme por sus sentimientos mercena-rios. Una mirada de desprecio fue mi única respues-ta, y aun creo que no me recta tanto aquella vil cria-tura. Ot1"O era un tal coronel Abondano, único entrelos granadinos que habían combatido en Venezuela,que no hubiese dejado en aquel país fama de va-liente. Habíase elevado a aquel grado adulando algeneral Rafael Urdaneta, pues yo lo conocí de capi-tán en 1825, y después no hubo bátal1as en que hu-biera podido ganar aquel alto empleo. Estos eraalos hombres encargados de popularizar la Dictadu-ra, y deprimir y difamar a los más esclarecidos co-lomb~anos, sin que nadie se atreviese a contrade-cirlos.

SIn embargo, al tiempo de hacerse las eleccio-nes pñra diputados a la Convención, aparecieron al-

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gunas hojas sueltas que reanimaron algún tanto laopinión. Verifiéándose aquellas en los ciudadanosmás distinguidos por sus talentos, patriotismo yservicios, y más que todo por la decisión que en losúltimos tiempos habían mostrado por la causa dela libertad. Santander y Azuero fueron los primeroselegidos entre los diputados de Bogotá, y con ellosotros ciudadanos de los mismos principios, de loscuales uno solo se separó más tarde. El doctor Mi.guel Uribe Restrepo, ese distinguido senador, quecon tanta fuerza se había conducido en el senado,n.o ~e elegido, :porq~e luego que Bolívar se pose-SIOno de la Presldencla, se expatrió voluntariamen-te, declarando que no volvería al país mientras Bo-lívar gobernase, como lo cumplió.

Los doctores Soto y DiegoFernando Gómez fue-ron también elegidos, no recuerdo si por Bogotá,o por las provincias de su nacimiento. Y como casien todas las' provincias las elecciones tuvieron unresultado semejante, pues aun en Ia tierra natal deBolívar, en Caracas, fueron elegidos el venerablepatriota Martín Tovar,y el constante liberal señor1ribarren , desde luego vió la facción boliviana queno podía prometerse hacer de la ConveCÍónun ins-trumento para la realización de sus designios liber-tiÓdas.

Con el mayor descaro se procuró impedir el via-je de los diputados liberales a Ocaña, que era ellugar designado para l'as sesiones. Con pretexto dela escasez del tesoro, se les puso mil dificultades aalgunos para proporcionarles el viático, y a otrosse les rehusó enteramente. Mas, a pesar de todo,eHos se pusieron en marcha para el lugar de la reu-nión.

Entretanto, Bolívar continuó legislando, d~puésque terminaron las sesiones del Congreso. Entreotros decretos, expidió uno, en febrero de 18:t8, d6-terminando que en las causas de conspiración, sedi-ción, o rebelión, conociesen los comandantes gene-rales de armas, fuesen, o no, militares las pe1"5onasculpables. Los trámites en estos juicios deb.ía ~r124

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también los abreviados del procedimiento militar,y las penas las establecidas en las leyes militares.Quedaban pues, todos los ciudadanos sometidos ala autoridad del sable en todo lo que se refería ala seguridad pública.

Cuando ya 'se hallaba en Ocaña un gran núme-ro de diputados, hubo en Carta:gena un movimiento,que tenía por objeto poner el departamento deMagdalena al mando del general José Padilla, qu~era adverso a las miras de Bolívar, y en el cual secomprometieron varios oficiales del ejército. Masno era Padilla el hombre para iniciar y dirigir unarevolución; pues, aun'C}uede heróico y arrojado va-Bar, carec~ del talento que pudiera dictarle unbuen empleo de aquella calidad.

El general Mariano Mantilla, hábil y diestromás que aquél, no tuvo dificultad en frustrar suintento; y Padilla salió fugitivo, con dirección aOcaña, esperando encontrar allí protección y favor.Aun no se había reunido la Convención, y sólo pu-do tener algunas conferencias con la junta prepara-toria de los diputados presentes, a quienes, se dijo,había revelado muchas cosas importantes. Poco des-pués fué conducido preso a Bogotá, con el tenien-te coronel Tomás Rerrera, los capitanes Buitragos,"RamónAcevedo y otros oficiales, y se les siguió unacausa que terminó como veremos más adelante.

Al fin se reunió el número de diputados nece-sario para empezar las sesiones de la Convención,y és ta se reunió en Ocaña para ocuparse en recons-tituír a Colombia. Al mismo tiempo, en los depar-tamentos se hizo firmar a todos los militares desus numerosas guarniciones peticiones dirigidas ala Convención, en que, con el pretexto de manifes-tar la opinión del ejército sobre las reformas quese debían hacer, y de presentar las consecuenciasque, en caso de no realizadas se podrían seguir, seind.icaba claramente que los diputados no debíanesperar ningún apoyo de las bayonetas, si no secondescendía con sus deseos. El primero de estosdeseos era el de que Bolívar permaneciese al fren-

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te de la nación, y el de que su voz fuese oída comola de un oráculo.

En pocos días, la Convención se vió agobiadabajo la coacción moral de estas amenazantes mani-festaciones, hechas por hombres que, en los tumul-tos y desórdenes de las actas y pronunciamientosanteriores, habían dado a conocer lo que de ellospodía temerse. Además, Colombia entera estaba de-clarada en asamblea; es. decir, sometida a la Dic-tadura militar; y a fin de que nada faltase paraque la coacción fuese CQmpleta,Bolívar se trasladóa Bucaramanga,a corta distancia de Ocaña, desdedonde, por medio de sus ayudantes de campo, queiban y venían frécuentemente~,movía todos los re-sortes para lograr en aquel cuerpo una mayoría fa-vorable a sus miras.

En los documentos impresos en Caracas paraservir a la historia de la vida pública de Bolívar,se encuentran todos los que se ,refieren a aquellaépoca, en que constan los hechos que dejo referi-dos. Importan mucho ·que se conozcan, para que sesepan todas las circunstancias que restringían yamenazaban la libertad de los diputados, y paraque se vea cuán general y contraria a las miras deBolívar debía ser la opinión de Colombia, cuandono pudo aquél lograr nunca una mayoría en su fa-vor, y tuvo que ocurrir el vergonzoso arbitrio dehacer desertar un corto número de diputados, pa-ra que, faltando el que la ley eyigía para continuarlas sesiones, el cuerpo quedase disuelto de hecho.Luego se verá cuándo tuvo lugar este 18 de Bm-mario de nuevainvenCÍón.

La prensa liberal sólo producía en Bogotá unpequeño periódico titulado el "Zurriago", que elpartido opuesto se empeñó en atribuírme, aunquenunca tuve parte alguna en aquella publicación in-correcta y descuidada. Yo no escribía entonces, por-que el suceso del doctor Vicente Azuero me habíademostrado hasta la evidencia que no habla garan-tías de·ninguna especie: y el hecho escandaloso quevoy a referir reforzará esta evidencia.126

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Un día de los del mes de marzo de 1828, pa-saba yo al mediodía por la primera caBe del comer-cio, en Bogotá, cuando vi sa1ir de un almacén alcoronel Ignacio Luque, que robó después con otrossalteadores el correo de Cartagena, quien vomitan-do injurias y denuestos se dirigió hacia mí con unlMiga en la mano.

No habiendo agraviado nunca a aquel coronel,ni habiendo escrito para el público desde que cerróel Conductor, no sospechaba que fuese yo el obje-to contra quien tales injurias se dirigían. Mas él melo hizo entender, cuando estuvo a dos pasos de dis-tancia, y levantando la m·ano iba a descargarme unlatigazo. Desde que había visto que el atentado con-tra el doctor Azuero había quedado impune. yo sa-bía que no tenía que esperar protección de las au-toridades, y cargaba un par de buenas pistolas enlas faltriqueras. Así. luego que vi a aquel furiosoen actitud de descargar, le dije: "alto ahí, coronel,porque si usted me da un latigazo" ... y le mostréuna pistola amartillada, que tenía ya en mi mano.Volvió Luque la espalda, y marchóse diciendo cuan-tos denuestos se le ocurrían, y yo seguí mi camino.

Provenía la arumosidad de Luque de un ar-~ícu]o que se había publicado en el Zurriago contralos militares, y que él me atribuía, o quería atribuir-me, aunque yo jamás tuve ninguna parte en aquelperiódico. Frustrado el intento de causarme un son-rojo y de dar en mi persona un nuevo golpe a lalibertad de imprenta, el coronel marchó al cuarteldel batallón Vargas, de que era comandante. Llevóeste cuerpo a la plaza de la catedral, con tamborbatiente y banderas desplegadas; y tomando des-pués, por la fuerza, en la tienda en que se vendíael Zurriago, los números que de él quedaban, losquemó públicamente a la frente del batallón. Con-cluído este ridículo auto de fe, por estos nuevosinquisidores, el mismo Luque, en unión del coronel Ferguson, edecán de Bolívar, pasó a la impren-ta del Zurriago, rompió las prensas, arrojó los ti-pos a la calle, y dió de palos a los impresores.

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Quien quiera que lea esto, preguntará: ¿qué cas-tigo se impuso a los culpables de tales atentados, yquién mandaba en un país en que así se atropellabatodo conescándalu. abusando de la fuerza destina-daa mantener la seguridad pública? ¿O era aque-lla una tierra. de bandidos, en donde la fuerza bru-tal decidía del derecho de los habitantes? Yo sólopodré responder que vi ejecutar estos hechos en lacapital de Colombia, en la mitad del día, teniendoel mando supremo el general Bolívar, y el del de-partamento el coronel Pedro Alcántara Herrán, ysiendo los criminales el jefe de un batallón y unayudante de campo de Bolívar, a quienes nunoa seinquietó ni persiguió, a pesar de que yo dirigí unaenérgica queja al intendente Herrán. Estos eran loslaureles con que entonces se adornaba el ejército.Es necesario tener en cuenta estos hechos, paraapreciar con justicia la insurrección que más tardeprecIpitó a Bolívar del sitial de la Dictadura y des-truyó el poder de su bando.

Yo dirigí un escrito a uno de los secretariosde la Convención, refiriendo lo que pas'aba en Bo-gotá, para que se pusiese en conocimiento de losdiputados. Mostróse aquel escrito a alguno de ellos,entre otros al distinguido ciudadano Joaquín Mos-quera, que fue después presidente de Colombiaquien desde entonces me honra con sus simpatíasamistosas, y ha tomado el más grande interés pormi suerte en todas las vicisitudes que han matiza-do mi agitada existencia.

Nada podía hacer la Convención para reprimirlos atentados que se cometían en un país entregadoal poder del sable, en donde los mismos Represen-tantes del pueblo estaban expuestos a ser víctimasde otros semej~ntes.

Guardó silencio aquel cuerpo, 'Y solo se ocupóen discutir la reforma de la Constitución.

Dos proyectos se presentaron a la Convención,el uno sostenido por el doctor Vicente Azuero, y porla gran mayoría liberal, y el otro por el doctor JoséMaría Castillo Rada, de acuerdo con las ideas del128

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partido boliviano. El proyecta del doctar Azuera,afianzando. las libertades públicas y can ellas lasinstitucianes demacráticas, por las garantías de queradeaban el derecha de elegir, y par el moda Camaarreglaba el ejercicio del poder pública, establecíatambién las bases de un sistema de administraciónmunicipal, que satisfacía a las (:xigencias de las pun-tas más distantes del asienta del gobierno general.

Era cierto y seguro, si las sesianes cantinua-ban,. que este prayecta sería sancionada, a pesarde las esfuerzos de Balívar para que se rechazase,de las amenazas que la imprenta ministerial publi-caba cantra el partido liberal, y de la oposición delejército.. Apuráranse tados las recursas de la tácti-ca parlamentaria para lagrar que se tamase en can-sideración el prayecta del dactar Castillo, y todaslas tentativas fueran vanas. Las discusianes eranacalaradas; y la minoría baliviana, viendo que le eraimpasible engrasar sus filas con algunos diputadas,a quienes se intentaba seducir can promesas a conamenazas resalvió cartar la dificultad desertando.del lugar de las sesianes, y disalviendo así la Can-vención, par falta del número. que la ley exigía 'Paraque cantinuase reunida. Veintiún diputadas, deacuerdo can Balívar, y acaudilladas par el dactarCastillo., desertaron de Ocaña en un misma día, yla Convención quedó disuelta por falta del quórumlegal. Así se cansumó aquel grande atentada, y asíse privó a Calambia del medio de darse un gabier-no. que le asegurase el parvenir de felicidad y gran-deza a que la hacían acreedora las esfuerzos quehabía hecha para fundar su nacianalidad.

El 11 de junio. de 1828, el general Urdaneta, elcaronel Herrári, y las demás balivianas, recibierandel general Balívar las instrucciones de la que sedebía hacer en Bagatá, en cansecuencia de la deser-ción que debía haber tenido efecto. El 12 se toma-ran tadas las dispasicianes para praclamar Dictadara Balívar el día siguiente.

Para dar a este acta las apariencias de papular,el intendente, coronel Herrán, canvacó el 13 par la

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mañana una reunión de los principales empleadosy padres de familia, a quienes manifestó que la Con-vención no llenaría su misión, y que, en consecuen-cia, era necesario que los pueblos consultasen losmedios de proveer a la 'existencia y conservaciónde Colombia. Invitó,a los concurrentes a que mani-festasen su opinIón; mas solo se dejó hablar a losque se mostraron favorables a la Dictadura, pueshabiendo tratado de oponerse a eUael doctor RafaelMaría Vásquez, fue reducido al silencio por las ame-nazas que le hizo el general José María Córdova.

En fin, el doctor Manuel Alvarez Lozano, quehabía sido nombrado procurador ad hoc por el co-ronel Herrán, presentó el proyecto, que de antema-no llevaba preparado, de aquella acta ominosa de13de junio, que dio el último golpe al gobierno cons-titucional en Colombia,y entregó la nación al poderdiscrecional de BolíVlar.

A tiempo que la reunión aprobaba aquella acta,los cuerpos militares estaban en sus cuarteles sobrelas armas, y se habían dado todas las disposicionespara vencer cualquier oposición que se tratase dehacer a lo que de antemano se llevaba acordado. Sa-bíaseesto por todos, y hubiera sido un arrojo teme-rario el oponerse. Así, todos los hombres liberalesevitaron presenciar aquel escándalo, y solo tomaronparte en él los devotos al Dictador.

Firmaron el acta voluntariamente, otros sedu-cidos con promesas, y otros intimidados con el te-mor de perder sus empleos; y aquel mismo coronelBolívar, que había estropeado al doctor Azuero, fuediputado para conducirla a BolíVlara Bucaramanga.Este la recibió con muestras del mayor contento.aceptando el poder dictatorial que. ella le defería;y se puso en marcha para Bogotá.

El 12 de junio habíamos sido informados losseñores Wenceslao Zu.láibar,Agustín Horment, JoséDuque Gómez y yo de todo lo que debí~ suceder aldía siguiente, y de la resolución del genéral RafaelUrdaneta y del doctor Herrán, de llevarlo a efectoa todo trance. Acordamos hablar a varios ciudada-nos para organizar una oposición, y gastamos parte130

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de la noche de aquel día en dar los pasos necesariospara conseguirlo. Todo fue inútil; porque lbS ciu-dadanos a nada se" atrevían delante de la guarni-ción numerosa de la capital, prevenida para obte-ner a balazos la aquiescencia al pronunciamientoque se iba a hacer, si se mostraba alguna resi~-ten cia.

Tomamos el partido de abstenemos de todaparticipación en aquel acto, y yo me alejé de la ca-pital el día 13, para evitar el comprometerme inútil-mente; pues siendo secretario de la comisión decrédito público, y habiéndose dispuesto que se exi-giera la firma de todos los empleados al pronuncia-miento, presumía que también se tocaría conmigo,y que al rehusarla me vería expuesto a algunfl vio-lencia.

Permanecí ocho días fuera de la capital, al cabode los cuales volví, y hallé que estaba celebrándoseel vergonzoso acontecimiento con corridas de torosy otros regocijos públicos, en que todos los buenos,patriotas evitaron presentarse. No concurrió tampo-co a ellos en gran número el pueblo ávido de di·versiones; ni se veía el contento sino en el rostrode los militares que acababan de fundar su podersobre las ruinas de la libertad.

En mi oficina habían firmado el acta los jefesy oficiales primeros, y algunos subalternos por eltemor de perder sus destinos. El Director doctorFrancisco Soto, se hallaba ausente en Ocaña, y miamanuense, doctor Juan Nepomuceno Gómez ha-bía marchado a aquella ciudad comisionado por al-gunos liberales para informar a los convencionalesde todo lo sucedido, creyendo que aun continuabanlas sesiones, pues ignorábamos la deserción de ,los21 diputados. Estos dos empleados nunca firmaron,ni el acta del 13 de junio, ni ninguna otra de lasmuchas que se registran en las páginas de los do-cumentos de la vida pública de Bolívar.

i:n cuanto a mí, al presentarme en mi oficina,el Director accidental, señor Rafael Caro, me ma·nifes tó que era necesario que firmarse el acta. Res,

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pondile que yo estaba en aquel puesto por nombra-miento de la Comisión, que por la leyera indepen-diente del Poder Ejecutivo, y que ni firmaba el acta,ni reconocería nunca nada de 10que se habiJahecho,ni de 10que se hiciese en contravención a la Cons-titución y leyes del pais. El señor Caro era mi amigoy tenía por mí particular estimación. No insistió enque firmase, y permanecí tranquilo en el puestoque ocupaba.

El acta del 13 de junio, que se circuló a todoslos departamenos, sirvid de modelo para las queen seguida se hicieron en casi todos ellos, y corn-pleliaron la revolución en. favor de la Dictadura.

Bolívar regresó a Bogotá, en donde fue acogien-do sucesivamente los actos de rebelión que lo ele-vaban a la Dictadura; y contrajo, desde luego, suatención a preparar las fuerzas con que había dehacer la guerra al Perú, que se había declarado ose declaró por aquel tiempo.

Entretanto, sus ministros preparaban el decre-to orgánico del gobiernodictatorio, que se publicócon gran solemnidad el día 29 de agosto, con el tí-tulo de arreglo provisorio.El reemplazó, a la Cons-titución de Colombia, sin otra' seguridad para laspocas garantías que acordaba a los ciudadanos, quela promesa de respetadas. Y hemos visto lo quepodía esperarse de las promesas de este hombre,que un año antes había jurado sostener y defenderla Constitución, y la había hollado tan escandalo-samente.

Así se cumplió aqueHa revolución, que puso aColombia bajo el dominio de la Dictadura militar.Así terminó la gloria de aquel hombre, a quien lanación había adorado como al Mesías de la Repú-blica en la América española, y que desmintió consus hechos todos los bellos discursos que habíamosoído de sus labios en favor de la democracia y de lalibertad. La ambición de Napoleón tuvo para él másatractivos que la ambición de Washington. Tam-bién lo condujo al fin desgraciado de' aquel, y loprivó de la gloria de éste.

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CAPITULO VII (1)Disuelta la convención por la deserción de los

veintiún diputados, los Representantes del pueblo,que habían permanecido fieles a su mandato, se re-unkron presididos por el señor Joaquín Mos,quera,y declararon en un acta, que se halla entre los docu-mentos de la vida pública de Bolívar, el motivo queimpedía la continuación de las sesiones.

Hecho esto, regresaron a sus domicilios; y sedijo entonces que un gran número de ellos, antes deemprender su marcha, había contraído el solemnecomprometimiento de ir a promover en sus respec-tivas provincias una reacción contra Bolívar; su-puesto que ya había desaparecido, toda esperanzade reconstituir el país y afianzar la libertad por losmedios legales.

No sé con certidumbre que aquel comprometi-miento hubiese existido de la manera solemne quese aseguró se había contraído; pero sí sé que cadauno de aquellos diputados, al regresar a su respec-tiva provincia, fue un apóstol de la libertad, y quetodos estaban dispuestos a secundar una reaccióncontra Bolívar, y en favor de los principios liberales.

Ni era menos adversa al Dictador la opiniónde los ciudadanos; y era seguro que al primer golpeque este sufriese, se declararía de la manera másexplícita. Así lo daba a entender el pueblo con latimidez y desconfianza con que participaba de lasfiesta" en que los militares celebraban el vergonwsotrlunfo que acababan de obtener.

La juventud, sobre todo, educada bajo el régi-men constitucional, y nutrida con el amor a la li-bertad, daba muestras inequívocas de la impacien-

Este capítulo fue publicado en el Neo-Granadino deBogotá - 11 de febrero de 185:¡, números 236, 237, 238Y 23!).

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da con que sufría el yugo que se le acababa deimponer.

Algunos republicanos reflexionábamos sobre to-das estas circunstancias en el almacén del señorWencesl'aoZuláibar, el día y al tiempo mismo que,con grande aparato militar, se publicaba el decretode arreglo provisorio, de que ya he hablado en elcapítulo anterior.

Recordamos también todos los sucesos escan-dalosos que habían precedido a este acto quepretendía legalizar la usurpación, e indignados alconsiderar los medios criminales con que se habíaprivado a Colombia del gobierno constitucional yde la libertad; y espantados con el porvenir que senos esperaba bajo el mando de un Dictador sosteni-do solamente por una sa1dadesca inmoral y merce-nária, resolvimos acometer la empresa peligrosa dedestruir la Dictadura y restablecer el gobierno cons-titucional.

Formóse, en consecuen.cia,en aquel mismo día,una junta revolucionaria secreta, y en la sesión quetuvo aquella misma no<;he,se decidió que la direc-ción de la revolución se encargase a una comisiónde siete personas, que serían el núcleo de las afilia-ciones sucesivas que debían hacerse de las personasque se comprometiesen a obrar, y el centro de don-de partirían todas las órdenes para las operaciones.Fuí nombrado miembro de esta comisión con losseñores coronel Ramón N. Guerra, Mariano Esco-var, Juan Nepomuceno Varga'),Wenceslao Zuláibar,Luis Vargas Tejada y dO\...-torJuan Francisco Ar-ganil.

El general Francisco de Paula Santander eravicepresidente constitucional de Colombia; y aun-que Bolívar, por sí y ante sí, lo había declaradocesante, todos reconocíamos en él el depositariodel poder legal, que se encargaría del gobierno deColombia, si era destruído el régimen dictatorio.

Era, pues, nuestro obj~;todestruír este régimen,apoderándonos de las persouas de Bolívar y susministros, venciendo la resistencia que podíamos134

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encontrar en algunos cuerpos de la fuerza armada;y poner en seguida a la cabeza del gobierno al jefeconstitucional de la Nación, quien dispondría de lasuerte de los usurpadores.

Este fue el plan primitivo de la revolución acor·dado por la comisión directiva, y éste fue el planque se puso en conocimiento del general Santander,para lo cual fuí yo comisionado. Este plan se siguióinvariablemente hasta la noche del 25 de septiem-bre, en que hubo que cambiarlo por las razonesque a su tiempo expresaré. La naturaleza de lospreparativos que se hicieron para el movimiento,hará ver si ellos se acordaban con aquel plan.

Bolívar, para desembarazarse del general San-tander, lo había nombrado ministro plenipotencia-rio cerca del gobierno de',:los Estados Unidos, ySantander estaba dispuesto a servirse de aquelnombramiento como de un medio de salir de unpaís, en el cual no se consideraba seguro, porqueBolívar vería siempre en él el centro de reuniónde la inmensa mayoría fiel al gobierno constitu-cional y adversa al despotismo dictatorio.

Santander no pensaba que en los momentosmismos en que la Dictadura se proclamaba por sien un decreto al frente de los pretorianos quela habían fundado, se intentase una reacción con-tra un poder que aparecía tan fuerte por el nú'mero de bayonetas de que podía disponer. Así,cuando yo puse en su conocimiento el plan de lacomisión, sin desconocer la razón con que prece-díamos a usar del derecho de insurrección contraun usurpador, que tan descaradamente había ho-llado todos los derechos del pueblo, y apropiádo-se de hecho el poder público, se admiró de la re-solución de que nos mostrábamos animados los quehabíamos acometido tan azarosa empresa. "Reco-nozco, me dijo, que ha llegado el caso en que unaínsurrección es tanto, o más justa, que en 1810.Entonces nos insurreccionamos, contra un gobier-no establecido por siglos en el país, y reconocidopor la aquiescencia de nuestros padres. Nos insu-

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rreccionamos porque ese gobierno ejercía actos es-candalosos de opresión sobre el pueblo, y porquefaltaban entre nosotros agentes que pudieran con-siderarse como legítimos representantes' de él. Elresultado favorable de una lucha sangrienta nospuso en posesión de nuestra soberanía, y usamosde ella para establecer un gobierno constitucionalrepublicano. Por la astucia y la violencia se ha des-truído ese gobierno, y de hecho se ha establecidouno despótico, por el mismo hombre a quien laNación había encargado de afianzar ese gobiernoconstitucional y cooperar a que se perfeccionase.No es posible sancionar con nuestra aquiescencialos atentados que acaban de consumarse, y yo nopodré desaprobar nunca los esfuerzos que se ha.gan para restablecer el gobierno que el pueblo deColombia se dió y que el general Bolívar ha des-truído. Sólo tengo que hacer a usted una objeciónrelativa a mi persona. Si lIDa revolución tiene lu·gar hallándome yo en el país, y en la ciudad mismaen que ella estalle, va a decirse que yo he promo-vido esta revolución, y que la he promovido porambiCión personal, no por el noble deseo de res-tituír la libertad a mi patria. Yo ni quiero, F'loren-tino, que nunca pueda sospeol1arse,ni decirse se-mejante cosa de mí. Déjenme ustedes alejarme delpaís, y dispongan de su suerte sin mi intervención,para que no haya ningún :pretexto para contrariarsus esfuerzos".

Manifesté al general Santander la imposibili-dad en que nos pondría de restablecer el régimenconstitucional, desde el momento en que él, queera el representante legal de ese régimen, se aleja-se del país. Permaneciendo él en Colombia, el g<>-bierno constitucional aparecía en su persona en elmomento en que fuese destruído el gobierno die-tatorío. Alejándose, era nt:~cesariocrear un gobier-no provisorio, de hecho, que oponer al gobiernodictatorio, entre tanto que el pueblo 10 legalizaba.por medio de sus representantes. La guerra civilsería la consecuencia, y el resultado de la lucha tal~36

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vez sería adverso a la causa de la libertad. Toman-do las riendas, del gobierno, el vicepresidente cons-titucional de Colombia que no había dado ningunamuestra de aquies<:enciaa la usurpación, ni man-chado su conducta con ningún acto de infidelidada la Constitución que había jurado, el oponerse asus órdenes v desobedecerlas era un acto de rebe-lión. El dere~ho del pueblo luchaba entonces COD-tra el hecho del usurpador, y la fuerza de éste nopodría prevalecer contra la fuerza moral de aquél.

Yo hice al general Santander estas reflexionesy nada me contestó a ellas, seguramente porque noera posible contestadas. No me dió ninguna res-puesta decisiva acerca de su aquiescencia a tomarel mando; mas yo vi en su silencio la conviccióníntima de que no podía dejar de hacerla así; y miscompañeros pensaron lo mismo que yo, luego queles referí mi conversación con el general Santander.

Bien persuadidos de que el vicepresidente nodejaría de tomar el mando, si conseguíamosdestruirel gobierno dictatono, en la siguiente reunión dela junta directiva resolvimos poner en acción losmedios de que podíamos disponer para lograr aquelresultado.

Era jefe del Estado Mayor del departamentode Cundinamarca el coronel Ramón N. Guerra,miembro de la junta directiva; y un batallón de ar-tillería, que era uno de los cuerpos de la guarni.ción, era mandado por jefes y oficia'lesunidos con·migo en ideas políticas, y dispuestos a arriesgadotodo para obtener el restablecimiento del régimenconstitucional. El paI'que estaba a disposición ybajo la custodia de este cuerpo y contando con elcuerpo, teníamos no solamente la fuerza de éste,sino también los medios de annar y municionara todos los que se comprometiesen a correr lostrances de ia lucha, si ella llegaba a ser necesaria,por alguna circunstancia casual; pues ctf:: otro mo-do era imposible, como se verá a medida que sevaya desarroHando nuestro plan de operaciones,

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cambiado repentinamente por necesidad en la no-che en que estalló la revolución.

Hablé de nuestro designio al comandante de.artillería Rudecindo Silva, y a algunos oficiales; yluego ofrecieron tener el cuerpo a nuestra dispo-sición.

Teniendo en la junta directiva al jefe de Es-tado Mayor, poseíamos el medio para dar todas lasórdenes necesarias en el momento decisivo, y conel batallón de artillería teníamos un cuerpo respe-table que hiciese eficaces aquellas órdenes. El ge-neral Padilla y los oficiales a quienes se tenía pre-sos en los cuarteles, por consecuencia de los acon-tecimientos de Cartagena, dc~que ya he hablado enel capítulo anterior, podían servimos, desde luego,ganando algunos oficiales y sargentos de los cuer-pos que los custodiaban, y después, poniéndose a lacabeza de estos mismos cuerpo~ y de los estudian-tes y jóvenes de la capital, qmenes estaban todosdispuestos a tomar las armas contra la Dictadura enel momento mismo en que hubiese una insurrec-ción contra ella.

Preparándose con actividad todos estos mediosde acción y a mediados de septiembre contábamosya, además del cuerpo de artillería, con el compro-metimiento expreso de varios oficiales y sargentosde los cuerpos de 'más confianza del Dictador. Enel batallón Vargas, los capitanes Quinteros y Lizar-di y algunos sargentos, estaban de acuerdo en po-ner el cuerpo a disposición del jefe que nosotrosseñalásemos. Este jefe debía ser el teniente coro-nel Tomás Herrera, quien se ha11abapreso en el-cuartel de Vargas con el capitán Rafael Mendoza,que debía ser su segundo en el mando del cuerpo.

En aquel mes se' celebró el establecimiento delgobierno dictatorio con corridas de toros y otrosregocijos públicos en la plaza de la Catedral. Preo--cupado el pueblo de los sucesos recientes, no seentregó a la alegría como otras veces; antes bien,dió muestras positivas de la aversión con que mi-raba a Bolívar. Promovió el intendente Herrán una

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procesión, en que los miembros de la municipali-dad y algunos jefes militares debieran conducir elretrato de Bolívar alrededor de la plaza en una delas tardes de toros. Salió la procesión sin otro sé-quito que el de algunos concejales y mi'litares; es-perando los que la dirigían, que el pueblo correnaen tropel a unirse a ella y saludar con sus vivas yaclamaciones, como en otro tiempo. al hombre aquien entonces veían, engañados, como la personi.ficación de los principios que adoraba. Mas ya elpueblo, lejos de ver en Bolívar la personificaciónde los principios, veía en él el mayor enemigo deellos, y no se vió a un solo ciudadano asociarse aaquella demostración, ni secundar los vivas que decuando en cuando lanzaban!os desairados figuran-les que cargaban y rodeaban el retrato del Dicta-dor. No recorrió la procesión los cuatro frentes dela p'laza; porque avergonzado el Intendente y suscompañeros del papel que iban representando de-lante de un pueblo que se mofaba socarronamentedel servilismo de aquellos hombres, regresaron a lamunicipalidad cuando hubieron andado solamentee-J espacio de unas cien varas. Yo presenciaba todoesto en una esquina; y me acuerdo que alli se meacercó el general José Mana Córdova, y me mani-festó lo extraño que le parecía que nadie gritara unsolo viva. Yo le dije: General, el pueblo tiene uncatarro muy fuerte, y sólo tiene pulmones paratoser.

Entre los regocijos públicos hubo varios bai-ICS dc máscaras, a los cuales asistió Bolívar desar-mado y sin custodia. Si, como dijeron después suspartidarios, no hubiéramos tenido otro objeto queasesinatlo y apoderamos del poder para dominar,aquella era una ocasión que no habnan perdido con-¡urados de esa clase. Mas no eran deseos de ven-ganza, ni odios personales, ni la ambición del po.-der, lo que nos moVÍa a correr los trances peligro-sos de una insurrección, sino la esperanza de resta-blecer al pueblo en sus derechos, y restituír a nues-tra patria el gobierno que ella se había dado y bajo

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el cual empezaban a desarrollarse los gérmenes dela prosperidad a que eHa está llamada.

Estaba convenido y dispuesto por la junta di-rectiva, que Bolívar y sus ministros debían seraprehendidos, y puestos a disposición del jefe cons-titucional de la nación, para lo cual contábamoscon todos los medios, si, como se nos había ofre-cido, el jefe de'! Estado mayor ponía en nuestrasmanos el día señalado, los cuerpos de guardia, ymantenía en su casa los jefes de -la fuerza arma-da con el pretexto de darles órdenes y concertarplanes con ellos. Así estaba acordado con él; y asíes que con la ma¡yorconfianza aguardábamos el 28de septiembre, que era el día señalado para apo-derarnos de Bolívar y sus ministros en un baileque debía dar el Encargado de negocios de Méjico,a que seríamos convidados muchos de los compro-metidos, y a1 cual Bolívar asistiría sin falta. Sa-bíamos que entonces podría llevarse a cabo nues-tro designio, sin ruido ni efusión de sangre; pues,poniéndonos en posesión de los cuarteles, y de to-dos los puestos militares, inclusa la guardia del pa-lacio de,gobierno, con órdenes expresas del jefe deEstado mayor, ninguna dificultad había para apo-deramos de aolívar y sus ministros, pues aquélnunca andaba acompañado sino con uno o dos desus ayudantes de campo, quienes, en ocasiones co-mo aquella, ni aun llevaban armas.

Es una calumnia el cuento que se inventó des-pués del 25 de septiembre, de que algunos enmas-carados siguieron una noche a Bolívar a'l salir delbaile de máscaras, hasta la esquina de su palacio,con el objeto de asesin~lo. Zuláibar, Horment,Pedro Celestino Azuero y muchos otros de los prin-cipales comprometidos estábamos desarmados, ypermanecimos en el baile hasta mucho tiempo des-pués de que Bolívar había salido de él. Si algunaspersonas siguieron a Bolívar con la intención quese ha querido suponer, y de que nunca ha podidodarse prueba alguna, jamás tuvo noticia de ello lajunta directiva, ni ella dió orden alguna para que140

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así se hiciese; ni podía darIa, porque no tenía se-guridad de que Bolívar asistiese al baile de másca-ras. Si tal designiohubiera existido, también se hu-bieran dado las disposicionesoportunas para asegu-rar los cuarteles y los puestos militares, y las de-más consiguientes a aquel hecho.

Solamente el 21 de septiembre se preparó unatentado contra la vida de Bolívar y esto sin cono-cimiento previo de la junta directiva.

El general Bolívar se había ido a pasear a Soa-cl1aa dos leguas y media de la capital, acompañadoúnicamente por el señor José Ignacio París y unayudante de campo, quien no tenía otra arma quesu espada. El teniente coronel Pedro Carujo hablóa cuatro de los conjurados para que lo acompaña-sen a Soacha bien montados y armados, para ir asacrificar al Dictador. Cuando ya 'los caballos esta-ban ensillados y las personas listas con sus armas,Carujo vacHó el tomar sobre sí solo la responsa-bilidad de un hecho tan grave, y se decidió a darprevio aviso al general Santander. Este general lodisuadió de semejante designio, llegando hastaamenazarIo con que daría parte a las autoridadessi no Ie prometía sobre su palabra de honor quedesistiría de llevado a cabo. El general, no conten-to con esto, me hizo llamar inmediatamente, y meavisó lo que pasaba, excitándome a que reuniesela junta directiva a fin de que di:eselas providen-cias necesarias para impedir semejante atentado.Yo reuní a tres o cuatro de los que pude encontrar,y sin pérdida de momentos buscamos a Carujo, yle manifestamos nuestra formal oposicióna que lle-vase a cabo su designio; representándole, además,cuán impropio era que él se precipitase a obrar porsí solo, habiéndose comprometido con juramento aobedecer las órdenes de la junta directiva. Estehecho está comprobado en el proceso que se si-guió contra el genenu Santander, y en el mismoconsta que su conducta en aquel día se tuvo encuenta para conmutar 'la sentencia de muerte quecontra él se había pronunciado.

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Se ve, pues, que ni en los bailes de máscaras,ni cuando Bolívar salía a pasear al campo desarma-do y casi solo, se meditó por la Jun,ta directiva ha-cer nada contra él; porque no era nuestro objetola muerte violenta de aquel hombre, cuando, nosólo se desperdiciaron las ocasiones oportunas pa-ra ejecutar aquel hecho, sino que positivamente seimpidió que se llevase a cabo por los individuosque, sin consentimiento de la junta, intentaron con-sumarIo.

Los partidos procuran. siempre dar a los he-chos de sus contrarios un colorido criminal, y losvencidos en las cqntiendas civiles son víctimas delas calumnias y de la saña de los vencedores. Vaevictis. En esos desórdenes de la sociedad, que sellaman guerra civil, y de que siempre tienen la cul-pa los gobernantes, el vencido no encuentra juecessino verdugos, ni puede esperar que de los labiosde los testigos salga la verdad sino la calumnia. Lavenganza dicta los escritos, las declaraciones y losfallos; y basta que el que es objeto de ellos hayamostrado simpatía por la causa vencida, para quepor la prensa, de palabra y en los juicios, se le es-tigmatice y denigre con todas las imputaciones quepueden hacer de él un objeto de horror. El podertriunfante acepta como prueba de celo las calum-nias que se divulgan contra los vencidos, y hOnra!'lcon el nombre de la justicia los asesinatos que co-meten los jueces. Los bolivianos confirmaron entrenosotros estas verdades, empeñándose en hacemospasar en el mundo como una gavilla de asesinosdignos del odio y execraciónde las generaciones fu-turas. Ahí están los hechos hasta el 21 de septiem-bre, hechos constantes en documentos oficiales, yque pasaron a la vista de muchas personas que vi-ven todavía. Examínense con imparcialidad; y díga-se entonces, si era el deseo'innoble de derramar lasangre de un guerrero ilustre el móvil de nuestrasacciones, o era nuestro único objeto, nuestra no-ble 'Ygenerosa resolución, librar a nuestra patriade la Dictadura militar que acababan de aclamar142

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los nuevos pretorianos, y conquistar para el puebloel poder que escandalosamente se le había usur-pado.

Los planes mejor combinados abortan a vecespor la indiscreción de los que los conocen, o por-que, .:nel momento de la ejecución falta el valornecesario para ir hasta el fin a los que los dirigeno deben cumplirlos. Una y otra cosa concurrieron,el 25 de septiembre de 1828,a precipitar y frustraruna revolución combinada con prudencia y madu-rez, y que se habría cumplido sin un tiro de fusil,ni una gota de sangre, a pesar de la indiscreciónque lo precipitó, si al Jefe de Estado mayor no lehubiera faltado la resolución necesaria para obrarcomo estaba comprometido a hacerla.

El secreto no se había guardado religiosamen-te entre todos los comprometidos, y puede decirseque en aquellos días lo que se pensaba hacer, noera ya el secreto de los conjurados, sino el secretode la población de la ciudad de Bogotá. Mas tangeneral era la opinión contra la dktadura, y tangrande el entusiasmo por la libertad, que una soladelación, un solo aviso indirecto, no había ad·vertido a los bolivianos de que su poder estaba mi-nado de manera que de un momento a otro de-bía acabar.

Descansaban en la más tranquila confianza,persuadidos de que nadie en Colombia sería capazde alzar la voz, ni tomar las armas contra el hom-bre que con su nombre había hecho temblar lashuestes españolas, cuando este nombre significabapara el pueblo lo mismo que el de la República yla libertad: y que con su espada había conquistadola independencia, con el auxilio de todos los colom-bianos. cuando esta espada representaba para nos-otros la fuerza y el poder del pueblo. No sospecha-ban siquiera, que ese nombre y esa espada, que eranobjetos de adoración para la turba servil y alud-nada que se prosternaba ante ellos, había perdidoel poder mágico que tenía sobre los colombianos.desde que había dejado de significar la República,

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la libertad, ía fuerza y el poder del pueblo, y sólosignificaba la dictadura, y la fuerza y el poder delos nuevos Pretorianos que se habí:an arrogado elderecho de disponer de nuestra suerte. Creían 'queel pueblo, que había hecho tan heroicos sacrificiosen la guerra de la independencia para fundar la Re-pública, estaba contento con una nacionalidad sinfruto y sin gloria, no estando acompañada de la li-bertad, y que resignado, aceptaba con gusto la ser-vidumbre de la época colonial, solamente porque elpoder que se la imponía no estaba en manos de losespañoles, sino en mano del hombre que nos ha-bía sometido a ella aclamando hipócritamente losnombres, gratos al pueblo, de la República y la li-bertad.

Ignoraban, pues, que en el seno de esa socie-dad que creían resignada y sometida, fermentaba laindignación contra la usurpación consumada, y queellia debía estallar de un día a otro de un modoterrible para ellos. Mas en la tarde del 25 de sep-tiembre, el capitán Benedkto Triana, a quien el ca-pitán Rafael Mendor:ahabía dicho que estuviesepreparado para un trance en que su cooperación senecesitaba en aquellos días, acalorado con el licor,se trabó de palabras con unos oficiales del batallónVargas, y como aquéllos·lo injuriasen, los amenazódi.ciéndoles que dentro .de pocos días todos ellostendrían el castigo merecido.

Denunciaron éstos a la autoridad militar lo quehabía pasado; y Triana fu(: reducido inmediatamen-te a prisión ry sometido a una especie de tortura pa-ra inducirlo a que declarase 10 que supiera acercadel plan del movimiento revolucionario que se su-ponía estar preparándose, supuesto que con tantaconfianza había proferido sus amenazas. Trianaguardó silencio con heroica finneza, y nada pudie-ron los halagos, ni los crueles tratamientos a quese le sometió alternativamente, para hacerle decla-rar lo que supiese.

El coronel Guerra, que, cOIllOJefe de Estadomayor, tenía conocimiento de lo que sucedía, dió144

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parte, al anochecer, a los miembros de la junta di-rectiva, y les manifestó la necesidad de hacerlo to-do aquella misma noche.

Reunióse inmediatamente la mayoría de losmiembros de la Junta directiva, entre quienes es-taban los señores Agustín Homlent, y teniente co-ronel Carujo, quienes habían reemplazado a dos de'os primitivos miembros, que habían hecho dimi-sión del cargo, y se resolvió dar el golpe aquellamisma noche, apoderándose de: Bolívar en su pa-lacio, y de los ministros en sus casas, después deocupar los cuarteles y los puestos militares de lamanera que desde el principio se había acordado.Prevínose al teniente coronel Carujo, que era ayu-dante general del Estado mayor, que redactase lasórdenes necesarias para entregar todas las guardiasa los oficiales que se le indicÓ, y que, firmadas quefueren por el coronel Guerra las llevase a ejecuciónunido a dos adjuntos al Estado mayor, que esta-.ban comprometidos a obrar.

Extendieron las órdenes en la oficina mismadel Estado maryor, y Carujo y sus dos adjuntos fue-ron a casa del Jefe para que las firmase. Mas elcoronel Guerra, que tan adelante había ido ya, fla-queó en su resolución, y no tuvo el valor necesariopara pers'everar hasta el fin. Luego que nos pusoen alarma, que aceptó las disposiciones que había-mos adoptado, y que habíamos empezado a llevar-las a efecto, el coronel se perdió de vista, y se fuea casa de uno de los ministros de Bolívar, en don-de pasó el tiempo en un juego de cartas, con quese divertían allí por las noches algunas personasimportantes. Buscósele en todas partes, y no se lepudo hallar.

Entretanto, el batallón de artillería había sidopuesto sobre las armas, municionado y advertidode lo que se iba a hacer, y un gran número de con-jurados armados se hallaban reunidos en casa delciudadano Luis Vargas T~jada, aguardando, con al-gunos miembros de la junta directiva, el aviso deque las órdenes del Estado mayor estaban cumplí-

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das, y de que los jefes de 'los cuerpos quedabanasegurados en casa del coronel Guerra, a donde sehabía convenido que se les llamase, con el pretextode recibir órdenes, y se les retuviese de grado o porfuerza. Luego que se recibiese este aviso, debíamossalir los que aHí estábamos reunidos :a aprehendera Bolívar y sus ministros.

A las diez y media de la noche, los adjuntosencargados de cumplir las órdenes acordadas y ex-tendidas, informaron que dichas órdenes ni estabanfirmadas, ni ejecutadas, porque no había sido po-sible encontrar al coronel Guerra en parte alguna.

Este imprevisto suceso, que desconcertaba to-dos los planes tan madura y prudentemente combi-nados, enfrió la resolución de algunos, que empeza-ron a escaparse de la casa con diferentes pretextos.Vargas Tejada, aquel ciudadano con quien era con-génito el amor de la libertad unido a una sublimeinteligencia y a una palabra eléctrica y arrebatado-ra, alzó la voz en medio del salón de su casa, y ha-ciendo una rápida reseña de los atentados cometi-dos, y descorriendo el velo del luctuoso porvenirque aguardaba a 'la patria, nos exhortó a perseve-rar hasta el fin y efectuar a todo trance el cambia-miento -meditado.

Brillaba la luna llena con una claridad émulade la· luz del sol; y todo el mundo había podido verlo.sconjurados armados que andaban por las calles,y el gran número de ellos que entraba a la casa deVargas Tejada o salía de ella. Sin falta se sabríaal día siguiente esta circunstancia, y la de habersemunicionado y prevenido el batallón de artillería;nuestro plan sería descubierto y frustrado, y todos¡loscomprometidos seríamos entregados a la cuchi-lla del verdugo, o lanzados de nuestra patria, que-dando ella privada de su jefe constitucional y delos defensores de sus derechos.

Habíamos llegado a un punto de donde no po-díamos retroceder, sin perdemos, y perder connosotros la 'causa de la libertad en nuestro país.Resolvimos, pues, arrostrar todos los peligros, to·146

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mar a viva fuerza los cuarteles de Vargas y Grana-deros, )' el palacio del Dictador, y apoderarnos dela persona de éste, vivo o muerto, según fuese po-sible, en medio de la lid en que íbamos a entrar.Ya no podíamos lisonjeamos de triunfar sino conla impresión de terror que cause en nuestros con-trarios la noticia de la muerte de Bolívar, y ellafue resuelta, en aquel momento supremo, en queya era imposible arreglarnos al plan primitivo, quecon tanta fidelidad se había seguido, hasta que fal-tó, con el coronel Guerra, el medio de llevado aef.ecto. Al mismo tiempo, se dispuso que se pusie-se en libertad al general PadilJa, que estaba custo-diado por un oficial de nuestra confianza, y conél, a la cabeza del batallón de artillería, de unacompañía de milicia nacional, que estaba pronta, yde la juventud que estaba armada, apoderamos delos cuarteles y de todos los funcionarios públicosimportantes. Este fue el plan que se trató de poneren ejecución a las doce de la noche; y este plan fuesolamente el resultado de la posición crítica enque nos encontrábamos, por circunstancias impre-vistas e independientes de nuestra voluntad.

Refiero los hechos como pasaron, para que laverdad quede consignada en la historia, no porqueyo piense que la resolución de conservar o quitarla vida a Bolívar, justifique o condene la revolu-ción. La revolución la justifican los sucesos quehabían precedido a ella: las actas, los pronuncia-mientos militares, las tropelías contra las personasy contra la imprenta, la disolución de la Conven-ción, y el establecimiento de un gobierno despóti-co de hecho, en lugar del gobierno constitucionalque existía en el país por la voluntad del pueblo.Era llegado el caso de usar del derecho de insurrec-ción con más razón y justicia que la que tuvieronnuestros padres para usar <le él en 1810; y parausar de él era nt.'Ccsario luchar contra las bayone-tas, y que corriera sangre, como ha corrido en to-das las grandes insurrecciones de los pueblos con-tra sus tiranos; como corrió entre nosotros para

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emancipamos de la metrópoli española; como co-rno, aquí en París) para arrojar a los Borbones.¿Es una cosa santa y sagrada la vida del hombreque comete :el insigne crimen de arrebatar a unanación entera, compuesta de millones de ciudada-nos, sus libertades, sus !leyes,todos sus derechos,y de arrogarse la facultad de disponer de la ~iday las propiedades de sus semejantes? ¿Es que losderechos para vivir c'recen y se santifican en razónde la magnitud de los crímenes -que se cometanpara consumar una usurpación? El bandolero queroba la bolsa, y ataca la vida de un pasajero en uncamino público, es indigno d{: la vida; y el crimi-nal que roba la libertad, la propiedad, la seguridad,todos los derechos y garantías de un pueblo, y leprepara la servidumbre por herencia; ese criminal,no solo no es indigno de la vida ¿sino que adquierepor todos estos crímenes un derecho a la inviolabili-dad de ella? Yo no puedo concederle este derecho; ycreo, como creía en 1828,que existe en los ciudada-nos derecho pleno, incontestable, para insurreccio-narse contra el que usurpe el poder soberano delpueblo, contra la voluntad del mismo pueblo. So-lamente los escritores venales pagados para deifi-car la autoridad y deprimir el principio de la so-beranía del pueblo, han podido pretender que setenga por la vida de los usurpadores ese respetoreligioso que solo es debido a los 'que ejercen elpoder público por la voluntad del pueblo, y repré-sentan la majestad de él. La persona y la vida deéstos es sagrada, como lo es la soberanía del pue-"blo; y los atentados que contra ella se cometan son .un crimen de lesa-nación.

Es, pues, solamente por honrar los sentimien-tos de delicadeza de los conjurados, que tomo in·terés en que se note en virtud dé qué circunstanciastan premios(ls y difíciles, fue que decidieron qui.tarle la vida al Dictador, y cuán ajeno de eLlosfueeste designio mientras conservaron la esperanza deefectuar un aambiamiento por los medios que enotra parte tengo indicados. y que consta en los148

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procesos de aquella época. Con excepción de muypocos, no había entre nosotros quién no tuviesehorror al derramamiento de sangre. Hablo por loque yo mismo siento: sé que las muertes que seejecutan para efectuar una gran revolución se jus-

t~C~cancon eilJen que resulta al pueblo de mejo-'rar su suerte; sé que el puñal es el arma con que lalibertad castiga la tiranía y la usurpación, porquelos tiranos y los usurpadores no se presentan conla espada a batirse con los individuos del pueblo,pero mi corazón rehusa la sangre de mis semejan-tes, y fue preciso que me encontrara en una posi-ción tan crítica, en que el porvenir de mi patria,mi vida y la de mis compañeros eran el precio dela vida de Bolívar, para que abrazase aquella du-ra resolución. Debo a la Providencia el singularfavor de ver mis manos limpias de sangre, a pe-sar de la parte que me ha tocado en 'los trancespolíticos de mi país.

Grandes peligros íbamos a arrostrar, cuya con-sideración era capaz de doblegar el corazón másbieI! puesto. Mas el entusiasmo por la libertad pre-valeció sobre el temor, y a las doce de la noche fueasaltado el palacio de Bolívar, y el cuartel del ba-tallón Vargas. Doce ciudadanos, unidos a veinticin-co soldados, al mando del comandante Carujo, fui-mos destinados a forzar la entrada del palacio ycoger vivo o muerto a Bolívar. Iba con nosotrosdon Agustín Horment, francés de origen, quien fueel primen;> que, arrojándose a la puerta del pala-cio, hirió mortalmente al centinela, y franqueó elpaso a los que le acompañábamos. Entramos inme-diatamente, sin otra resistencia que la del cabo deguardia, quien recibió una herida mortal, despuésde haber dado un sablazo al heroico joven Pedro Ce-lestina Azuero. El resto de la guardia, que ascen-día a unos cuarenta soldados selectos mandadospor un valiente capitán, fue rendido y desarmadopor la tropa que mandaba el comandante Carujo,sin que hubiese necesidad de un solo tiro de fusil.

Nos hallábamos, pues, en posesión del palacio,

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y era preciso penetrar hasta el dormitorio de Bolí-var. Subí el primero la escalera, y, con riesgo demi vida, desarmé al centinela del corredor alto, 'sinherirlo. Quedó libre el paso y seguimos a forzarlas puertas que conducían al cuarto de Bolívar,guiados por el valiente joven Juan Miguel Acevedo,que había tomado el farol de la escalera para alum-bramos.

Cuando hubimos forzado las primeras puertas,

salió a nuestro encuentro, en la oscur!Jacl y Jes-vestido, el teniente Andrés Ibarra, a quien uno delos conjurados descargó un golpe de sable en elbrazo, creyendo que era Bolívar. Iba a segundar elgolpe, pero Ibarra gritó, y yo detuve al agresor,habiendo conocido a aquel en la voz.

Zuláibar y P. C. Azuero empezaron a gritar vi-vas a la libertad, y Bolívar alarmado, y sospechan-do ]0 que sucedía, se arrojó a la calle por una ven-tana, y fue a ocultarse debajo de un puente del ríode San Agustín. Cuando rompimos, pues, la puertade su cuarto de dormir, ya Bolívar se había salvado.Nos salió al encuentro una hermosa señora, conuna espada en la mano, y con admirable presenciade ánimo y muy cortésmente, nos preguntó ¿quéqueríamos? Correspondimos con la misma cortesía,y tratamos de saber de ella en dónde estaba Bolí-var. AIlJunode 10s conjurados llegó poco después yprofirió algunas amenazas contra aquella señora, yyo me opuse a que la realizara, m~ifestándole queno era aquel el objeto que nos conducía allí. Pro-cedimos a buscar a Bolívar, y un joven negro, que,le servía, nos informó que se había arrojado a lacalle por la ventana de su cuarto de dormir. Nosasomamos algunos a aquella ventana, que Carujohabía descuidado de guardar, y adquirimos la cer-tidumbre de .que Bolívar se había escapado.

Entretanto tronaba el cañón del batallón deartillería contra las puertas del cuartel de Vargas,y un fuego vivo de fusilería se había empeñado enla calle entre los dos cuerpos.

Vi que se había frustrado nuestro plan, yrne150

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dirigí a la calle para escaparrne, con Azuero, Ace-vedo, el doctor Mariano Ospina y otros. Honnenty Zuláibar hicieron lo mismo, luego que hubieronvendado la herida que había recibido el tenienteIbarra, operación que hicieron con la corbata deZuláibar, según se me refiriÓ después.

Cuando bajábamos la escalera, oímos un tirode pistola, y al salir encontramos muerto y atra-vesado de un balazo al coronel Pcrguson¡ eQ~ánde Bolívar, quien al oír los tiros de cañón y defusil, había corrido al palacio a recibir órdenes,y con un par de pistolas en las manos había tra-tado de abrirse paso. Carujo le dió un balazo an-les que Ferguson se 10 diera a él; y es una false-dad lo que se dijo entonces por el Gobierno dic-tatorio. cuando se aseguró que Ferguson se habíapresentado sin armas y había sido asesinado porCarujo. Cuando yo le vi tendido en el suelo, a dospasos de la puerta del palacio, todavía tenía en sUSmanos las pistolas cargadas y amart~lladas. y yomismo tomé una de ellas.

Permanecíamos en la puerta del palacio con-sultando el partido que debíamos tomar, cuandooímos el fuego de fusileríaen la plaza de la Ca-tedral, en donde estaba trabado el combate entreel batallón Vargas y el de artillería, que ya habíasido arrollado hasta aquel punto. Nos situamos enla esquina. y vimos que el coronel Diego Wthittle,comandante de Vargas, se acercaba con una com-pañía de aquel batallón. Detúvose, como a cincuen-ta varas de distancia, emboscado en la plazoletade San Carlos, desde donde estuvo observándonosa la luz de la luna, que brillaba en toda su pleni-tud. Retrocedió después precipitadamente a la pla-za de la Catedral. diciendo, según supe después,que el palacio estaba ocupado por tres o cuatro-cientos hombres, y que necesitaban mayores fuer-zas para arrollarlo.

Yo me separé allí de los demás conjurados.y con el doctor Mariano Ospina seguí hasta la es-quina de la casa de moneda, de donde él tomó

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otro camInO, y yo me fui para mi casa a tomarmi caballo para huir de la capital.

Carujo siguió por detrás de, la Catedral conunos veinte soldados, Horment, Zuláibq,ry Aceve-do. Encontráronse con el Intendente Herrán, ha-blaron con él, y lo dejaron pasar sin hacerle el me-nor daño, a pesar de haber sido él uno de los au-tores de la usurpación.

Horment, Zuláibar y Acevedose separaron des-pués de Carujo, quien con quince o veinte solda-dos siguió para San Victorino, arrollando en sumarcha al escuadrón de Granaderos, y otras parti-das de tropas que se presentaron a su paso. EnSan Victorino se encontró con el general José Ma-ría CÓl'dovaa cuyas órdenes puso los soldados quellevaba, y siguió a ocultarse en la casa de campode un ciudadano que, aunque amigo de Bolívar,le inspiraba toda confianza por sus sentimientosgenerosos. Esta confianza no fue engañada, y Ca..ruja jamás reveló a nadie el nombre de esa per-sona.

Las operaciones sobre el cuartel de Vargas nohabían tenido buen éxito, por falta de resoluciónen los jefes que la dirigían. Se confió a un sargen-to con quince hombres la comisión de sorprenderla guardia de prevención. Logró el sargento en-trar al cuerpo de guardia; y no sabiendo qué ha-cer después, dió tiempo al oficial de guardia pa-ra dar el alarma y armar los soldados. El capitánRafael Mendoza, que estaba allí arrestado. con esevalor que no le ha faltado nunca, tomó una pisto-la y trató de rendir al oficial, y apoderarse de lossoldados de la guardia. El oficial se desembal'azóde Mendoza hiriéndole ligeramente _en una pier-na, cerró las puertas del cuartel, y puso sobre lasarmas todo el batallón. Mendozaentretanto searro-jó a la calle por una ventana, se unió con ,los de-más conjurados, y con el capitán Emidgio Brj.ce-ño pasó a la prisión del General PadiHa,que esta-ba cerca. La guardia de la prisión era mandada porel teniente de Granaderos Pedro Gutiérrez, uno de152

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los conjurados. Este oficial les abrió las puertas,y matando de un carabinazo al coronel Bolívar,que vigilaba a Padilla en su cuarto de dormir, ma-nifestó a este General que estaba libre. Briceñole instó para que saliese a ponerse a la cabeza delos conjurados cuando ya una sangriente lucha es-taba trabada en la misma calle entre el batallónVargas y los artilleros. Así me han referido los ofi-ciales Mendoza, Briceño y Galindo, y el sargentoque sorprendió la guardia de prevención, y variossoldados de artillería que me hacían la guardia enCartagena cuando estuve pl'eso en aquella ciudad.

El General PadiUa ignonaba enteramente elplan de la insurrección. Ni lo sospechaba siquiera;pues vigilado siempre por un oficial de superiorgraduación, nunca fué posible darle el menor avi-so de lo que se meditaba. Lo que pasaba a su vis-ta le causó, pues, la mayor sorpresa; y bien fuesepor esta sorpresa, o porque su valor había fla-queado con los sufrimientos de una larga prisión,no se resolvió a tomar ninguna parte en el hecho,y fue a entregarse en manos de autoridades boli-vilanas.

Los artilleros fueron arrollados hasta la plaza,quedando muertos varios de ellos, y los restantesprisioneros.

Cesó el combate, y empezaron a oirse por lascalles los vivas de las tropas del Dictador, quien,al oirlos, saliÓ de su escondite, y se reuniÓ a losque lo buscaban.

Siguió entonces la persecución de los venci-dos, y la prisión de los que se sospechaba, o se sa-bía, que eran autores del hecho. El Intendente Re-rrán había conocido a varios de los conjurados,cuando éstos 10 encontraron en la calle y lo deja-ron pasar. Diéronse las órdenes para buscar a losque habían sido conocidos, y desde luego se re-rujo a prisión a los generales Santander y Padillacon todos los artilleros que se habían rendido. ElCoronel Guerra, como Jefe del Estado Mayor, in-tervenía en todo, hasta que aprehendido el coman-

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dante del batallón de artillería, éste dijo, que ha-bía obrado por orden de aquél. Entonces se le re-dujo a prisión, y poco después fueron tambiénaprehendidos Horroen!, Zuláibar, Pedro CelestinoAzuero y varios oficiales.

Estaba vigente aquel decreto que Bolívar ha-bía expedido en febrero de 1828,atribuyendo a laautoridad militar el conocimiento de las causas deconspiración. Era natural que se procediese contnlos conjurados con arreglo a aquel decreto, que,aunque expedido sin facultades, era por lo menosuna disposición preexistente al hecho. No sucedióasí. Un decreto ex post tacto creó un tribunal es-pedal para que juzgase a los conjurados por unprocedimiento más breve y sumario que el queestablecen las ~evesmilitah$. Por este tribunal fue-ron juzgados sumariamente, condenados a muerte,y ejecutados, Padilla, que ninguna parte había te-nido en la revolución, ni tuvo noticia de ella has-ta el momento en que estalló, Horroent, Zuláibary el capitán Galindo, que había estado al frentede una compañía de milicia nacional.

Ese Tribunal especial condenó al Coronel Gue-rra a diez años de presidio. Esto fue motivo paraque un nuevo escándalo se agregase al de la crea-ción de aquel Tribunal ex post facto. Bolívar al sa-ber la sentencia pronunciada contra Guerra se en-fureció, disolvió por sí mismo el Tribunal, llenan-do de improperios a los jueces, y dispuso que elcoronel fuese juzgado por segunda vez por el Je-fe militar del departamento, General Rafael Urda-neta. Este lo condenó a muerte, y fue inmediata·mente ejecutado. Guerra fue juzgado dos vecespor un mismo hecho, y por dos tribunales ex postfacto. No recuerdo que Suetonio, ni Tácito, ni Gib·bon mencionen, entre las extravagancias atroces delos tiranos, ninguna parecida a esta.

Mientras pasaban en la capital estos hechos,yo fui aprehendido en la provincia de1.Socorro porJoaquín Montero, quien sin estar encargado deninguna función pública, amotinó con mí, en Cha-

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ralá, un considerable número de individuos, y seme echó encima en la casa en que me hallaba.Fuí conducido con un par de grillos a la capHa!de la provincia, en donde me recibió a Ia puertade la cárcel el Gobernador, coronel Vicente Vane-gas. Me dirigió mil denuestos e injurias, a que yocontesté volviendo la espalda, y entrando al ca-labozo que me habían destinado. El Gobernador ysu asesor, doctor Román Ponce, consU!ltaron entresí. y resolvieron fusilarme al día siguiente, puescreían recomedarse de esta manera con el Dicta-dor. Llegó este designio a oídos del ciudadano To-más Fernández, hijo de un antiguo amigo de mipadre, y de quien yo lo había sido en mi niñez; ylogró impedir el atentado. Fuí conducido a Bogo-tá con un par de grillos, bajo la custodia del ofi-cial José Navas, a quien debí atenciones y buentratamiento, hasta el pueblo de Ubaté, en dondefuÍ entregado a un español Echeverría, ayudantedel General Urdaneta, que había sido mandado pa-ra custodiarme.

Llegué a Bogotá el 16 de octubre. Llovía a cán-taros, y fui conducido al colegio de San Bartolomé,que estaba convertido en cárcel y cuartel. Al pasarpor la plaza, vi en ell~ siete banquililos y dos horcas,que se habían dejado allí en espectáculo permanen-te, desde el 28 de septiembre, como muestras de lajusticia del Dictador. Allí se hicieron sucesivamentelas ejecuciones del ilustre Padilla, de Horment, deZuláibar, de Azuero, de Silva, de Galindo, de Hines-trosa, de Guerra, de López y de algunos artilleros;y allí se meditaba ejecutar a Santander, a Herrera,a Mendoza, a Briceño, a Acevedo, a los Buitragos, aEzequieJ Rojas y a todos cuantos fuesenaprehendi-dos. Así habría sucedido infaliblemente, si los coro-neles José María Obando y José Hilarío López nohubiesen levantado, en las provincias del Sur, labandera de la insurrección contra la Dictadura. Es-tos dos Jefes, que siempre fueron fieles a la causade la libertad, no se arredraron de hacer esfuerzospor restablecerla, aun después que tuvieron noticia

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de haberse frustrado la conjuración del 25 de sep-tiembre. Súpose en Bogotá que ellos ponían en ar-mas a las provincias del Sur, y esto dió lugar a quese reflexionase sobre las consecuencias que podríanresultar de la continuación de la carnicería que ha-bía empezado.

En el colegio de San Bartolomé, que estabaconvertido en cárcel y cuartel, se hallaba tambiénla oficina del comandante General Urdaneta, queera juez de estas causas, después que no se hallóbastante severo el tribunal ex post tacto que Bolí-var creó el día siguiente de la insurrección. Allí fuipresentado a aquel General, quien, después de cam-biar conmigo algunas palabras corteses, me mandóellcerrar en un calabozo, de donde me sacaron aldía siguiente para dar mi primera declaración. Enla noche oi las voces de algunas señoras de mi fa-milia, que disputaban con el oficial de guardia por-que se les permitiese entrar a verme. Por sus excla-maciones lastimeras conocí que las repelían sincompasión. No vi en muchos días, fuera de mis car-celeros, otra persona que un pequeño criado queme llevaba los alimentos, quien con des1reza no co~mún en su edad, logró darme varias noticias im-portantes. El me avisó de los movimientos de Oban-do y López en el Sur. 'r

Seguíase el juicio a veinte o veinticinco ciuda·danos que estábamos presos, y se seguía con lapresteza del procedimiento militar, cuando sobrevi-no un incidente que lo retardó, 'Ynos fue sumamen·te favorable; pues en estos casos cada día de dila-ción es un grado de fuerza que la razón gana sobrelas pasiones. El teniente coronel Carujo, que sehallaba oculto en Bogotá, y había burlado las másex;quisitas pesquisas de la policía dictatorial, dirigióuna representación al Gobierno, ofreciendo revelar,por un término abstracto y general (así decía) todolo relativo a la conjuración, si se le concedía la vida,y se le permitía salir del país. Accedióse a su solici-

tud, y Carujo se presentó inmediatamente, e hizo156

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una relación de lo que sabía, sin nombrar otras per-sonas que las que ya habían muerto.

No contentó al Dictadora la exposiciónde Caro-jo, porque, limitada a manifestar el sistema que sehabía seguido para organizamos y transmitir sinpeligro el secreto, y a referir los acontecimientosya conocidos,nada decía de los conjurados que que.daban sin descubrir. Carujo expuso que por las pa-labras: término abstracto y general, había él enten-dido solamente dar una idea en globo de la combi-nación. De nada le sirvió esto; y el Dictador dispusoque se le juzgase como a los demás conjurados, síno denunciaba a los que habían tenido parte en lossucesos. Carujo denunció entonces a varios de losque estábamos presos, entre otros al General San-tander y a mí. Respecto de aquél lo que había pa-sado con él el 21 de septiembre, cuando Santanderle impidió ir a dar la muerte a Bolívar en Soacha,y con relación a mí dijo aquello en que me habíavisto tomar parte, y que yo era el conducto porcuyo medio se entendía la junta directiva con e.lgeneral Santander. Constaba esto igualmente pordeclaraciones en otros conjurados; y era grande elinterés de saber todo lo que había pasado en lasentrevistas que yo había tenido con el general San·tander. En el proceso de este General publicado enesta ciudad en 1831,por medio de .]aprensa, pue.de verse lo que yo declaré, evacuando las citas quehabían hecho de mí el mismo General Santander,Carujo y otros de los procesados.

Hasta entonces ningún testigo falso se habíapresentado y estos procesos se hallaban, por lo me-nos exentos de la fea mancha del perjurio. Mas lainmoral aprobación que se daba a toda especie deoalumnia contra nosotros, y a cuanto conducía aperdemos, era de funesto ejemplo. Un tal ManuelMejía se presentó a declarar con juramento que mehabía visto, en la noche del 25 de septiembre, de-bajo de los balcones de su casa, a :lacabeza de unapartida de artilleros, haci,endo fuego al batallónVargas. Este descarado perjuro me sostuvo en mi

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cara que era verdad 10que decía. Jamás había teni-do lugar un hecho semejante; y yo respondí: todolo que este hombre declara es una falsedad. El Ge-neral Urdaneta pudo apreciar en esta entrevista departe de quién estaba la verdad. Mejía, sin embargo.tuvo después consideraciones y empleos, en pago de..su infame perjurio.

El 28 de octubre, aniversario del nacimiento deBolívar, fueron al fin removidos de la plaza de laCatedral los patíbulos, que durante un mes habíanservido de espectáculos de terror. Era esta una se-ñal de que ya el odio y la venganza hacían lugar asentimientos de otra clase en el corazón de los ven-c~dores. Debíamos sufrir, sinemhargo, muchas ago-nías antes de que se decIdieran definitivamente denuestra suerte.

El 1'!'de noviembre fuimos todos condenados amuerte, y lo supimos, aunque no se nos notificó lasentencia.

Dióse cuenta de ella a Bolívar, quien, durantediez días, estuvo vacHando entre la confirmación oconmutación de ella. Por este tiempo llegaban diariamente noticias sobre la importancia que adqui-da en el Sur la insurrección acaudillada por losCoroneles Obando y López; y se temía con razónque el ejemplo de nuevos suplicios, bien lejos decontribuír a que depusieran las armas, sería un mo-tivo para que persistiesen con más empeño en supropósito. Esta consideración, y .las instancias demuchas personas respetables, entre otras el señorJoaquín Mosquera, decidieron por fin al Consejo deministros a pedir al Dictador que conmutase la sen-tencia de muerte.

El 9 de noviembre por la noche oía yo, a desho-ras y entre sueños, que de la pieza vecina a mi ca·labozo me decían en alta voz: Vous ne mourrez pasoEra el Comandante Carujo que había sabido la con·mutación de la sentencia, y me daba la noticia enfrancés, para no ser entendido de los que lo custo-diaban. En la mañana del lO, cuando desperté re-cordé aquellas palabras; pero me parecían la ilusión158

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de un ensueño y no hice mucho caso de ellas. Sinembargo, no permanecí mucho tiempo en la incer-tidumbre. A pocos minutos, abrió la puerta el ofi·cial de guardia; y aunque m(;~saludó diciéndome quetenía que darme una mala noticia, luego, me dijo:no es sino muy buena; ya no los matarán a ustedes.

A las nueve de la mañana del mismo día se nosnotificó la sentencia en que se había conmutado lade muerte. Yo era el peor tratado de todos. Se mecondenaba a diez años de prisión solitaria en unabóveda de los insalubres fuertes de Bocachica enCartagena. Los demás, unos debían ser expatriados,otros confinados en los presidios, y algunos fuerondestinados a servir en las filas del ejército comosimples soldados.

Aquel día se nos concedió ya comunicaclOnfranca con todas las personas que quisieron visitar-nos; y el cuartel se llenó inmediatamente de hom-bres y señoras que, con las muestras más patentesde alegría, nos felicitaban.

Durante diez días, yo había visto delante de mísin conmoverme el suplicio que la Dictadura desti·naba a los vencidos; y cuando aquella sentencia fueconmutada, la idea de una reclusión solitaria pordiez años, me tuvo singularmente preocupado poralgún tiempo, y durante algunas horas no fui muysensible a la alegría que todos mostraban. Resigna·do a morir, desde el día en que caí en poder de misenemigos, el imprevisto cambio de destino me hizouna fuerte impresión. Mas, pronto reflexioné que laDictadura no podía durar ni aun la quinta parte deaquel tiempo, y esta consideración me tranquilizó.

Los tres días que corrieron hasta la mañ,anadel14,en que se nos debía conducir para Cartagena,fueron para mí muy agradables. Por ser yo el peortratado, fui el objeto del más afectuoso y tierno in-terés de parte de las muchas personas que tuvieronla bondad de visitarme.

El 14 de noviembre salimos de Bogotá paraCartagena, bajo la custodia del coronel José Arjo-na y del capitán Pérez Gómez, y una compañía de

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milicias, que debía conducirnos hasta Honda. A mísolamente me conducían con los mismos pesadosgrillos con que se me había herrojado desde el So-corro. En Facatativá, en donde dorminos la primeranoche, el capitán Pérez Gómez llamó un herrero yme desembarazó de esta molestia, sin conocimientodel coronel Arjona. Este, luego que me vió sin gri-llos, quiso ponérmelos de nuevo; mas Pérez Gómezlos ocultó, y Arjona no pudo encontrar otros en elpueblo.

A nuestra llegada a Honda, fuimos entregados auna compañía de fuerza veterana, que nos condujoa Cartagena bajo el mando de los mismos oficiales.

Omitiré varios incidentes que ocurrieron ennuestra marcha. Solo recordaré que entre los pre-sos iba el doctor Diego Fernando GÓmez,uno de losmás distinguidos ciudadanos de Colombia, que ibaconfinado a un pueblo de la provincia de Cartage-na, en virtud de una disposición concebida en estostérminos: Por cuanto no resulta nada contra el Doc-tor Diego F~rnando Gómez, se le confina a San An-tonio de Turbaco. Desesperábase el doctor Gómezno poder combinar con los principios lógicos la con-clusión que se sacaba de los antecedentes con queempieza aquella orden; y como me manifestasecuánto le atormentaba el ver que se había llegadoa 'tal extremo que de las premisas que siempre ha-bían servido para absolver seconc1uyese la imposi-ción de una pena, yo no podía responderle otracosa que lo que decía un distinguido compatriotanuestro: "Nuestro país se pierde por falta de ló-gica".

El 1'? de diciembre llegamos a Pasacaballos.pueblo sobre la Bahía de Cart'agena,y de allí se noscondujo a los fuertes de Bocachica. Allí se me se-paró de mis compañeros y se me sepultó en unamazmorra, que no he visto igual en ninguno de lospaíses de Europa que he recorrido, a pesar de quehe examinado con curiosidad las prisiones más cé-lebres, incluso de la inquisición en el palacio de losPapas de Aviñon. El :aguade la mar filtrada por los160

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muros anegaba el suelo; la única luz que se meconcedía de día y de noche era un candil groseroy hediondo, y mis compañeros eran [os cangrejosque se criaban en la humedad.

Entré en aquel sepulcro, y después de haberloexaminado, extendí mi capa sobre el lodo, me acos-té, y me dormí profundamente; pues he tenido lafortuna de dormir mucho y con tDanquilidad, du-rante todas mis desgracias, y aun cuando estuvecondenado a muerte. Doy gracias a la Providenciapor aquel beneficio; pues durante el sueño, el in-fortunio hace tregua con el infeliz.

No eran muy largas las de que yo había de dis-frutar aquella vez. A media noche se corrieron loscerrojos de mi prisión, y el comandante de la for-taleza entró, y, despertándome, me anunció que mellevaba el presente de un par de grillos y una ca-dena con que el comandante general del departa-mento agravaba la pena de reclusión solitaria a queme habían condenado. Sin levantarme, extendí laspiernas para que cumpliera su comisión, y, luegoque hubo concluído, se fue, y yo me volví a dormirhasta las ocho de la mañana del día siguiente.

Omitiré la narración de lo que sufrí en aquellamazmorra. Conmigo se renovaron los refinamientosde opresión que ejercieron sobre sus prisionerosLuis XI, la inquisición de Estado de Venecia, y elEmperador de Austria con Silvio Pellico ry sus com-pañeros. Estos, y Santiago Casanova en sus memo-rias dan una idea de los tormentos que se sufren enuna prisión solitaria.

Entre los condenados a expulsión se hallabanlos oficiales comprometidos en el acontecimientodel general Padilla en Cartagena, el teniente co.ro-nel Pablo Durán, el teniente coronel Carujo, y el Dr.Ezequiel Rojas. El capitán Rafael Mendoza fue con-denado al prisidio de Cartagena, y a los capitanesEmigdio Briceño, y Acevedo, y el joven Juan MiguelAcevedo, fueron confinados a Venezuela. El señorMariano Escovar y el Dr. Juan Nepomuceno Azueropermanecieron presos por algún tiempo en Carta-

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gena, y los señores Eleuterio Rojas, Benito Santa-maría, y otros varios fueron expulsados a Jamaica.El Dr. Francisco Arganil fue remitido a: prisión aPuerto-cabello. Vargas Tejada se ocultó en Casana-re y no fue nunca aprehendido; pero se ahogó des-graciadamente en un no; los .más comprometidosno pudieron ser descubiertos.

No se limitó la persecución a los conjurados deseptiembre. Además del Dr. Diego Fernando Gómez,fueron expatriados por orden del Dietador, los Dres.Vicente Azuero y Francisco Soto,que se hallabanretirados en provincias distantes, y no tenían si-quiera noticia de la conjuraeión; el héroe de Mar-galita, General Francisco Estévan Gómez, el venera-ble patriota Martín Tovar, el señor lribarren, y va-rios otros colombianos cuyos nombres no recuerdo.Mas, cuando la personificación del patriotismo, dela honradez, de la filantropía, y de todas las virtu-des cívicas, Martín Tovar!, fue ultrajado con Ia pros-cripción, ¿para qué mencionar más hombres ilus-tres, que acusan los atentados de aquella época?j Venerable ciudadano!, que ya Hora Venezuela enla tumba, tu nombre solo, en las listas de proscrip-tos, bastaría para honrar a tus compañeros de opioniones y confundir a sus contrarios!

Desembarazado así ,Bolívar de los hombres aquienes más podía temer, en el centro y norte deCol,ombia, emprendió en persona operaciones con·tra··Obando y López, quienes, fuertes en las provin-cias de Pasto, impedían el paso al ejército destinadoa hacer la guerra al Perú: Obando y López, no que-riendo servir de obstáculo para que aquella con-tienda nacional se decidiese en favor de Colombia,depusieron las armas, en virtud de una capitulación,en que Bolívar ofreció poner término a la pel"Se-cución contra los conjurados del 25 de septiembre,y contra las personas proscritas después de aquelsuceso, y convocar Un Congreso general que consti-tuyese a Colombia. Esta capitu\aci6n se man,-uvosecreta e ignorada, hasta 1831,en que cayó definiti-vamente el gobierno dictatorio; pues, no habiéndose3.62

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cumplido las estipulaciones relativas a los proscri-tos, Bolívar no la publicó. No se tuvo conocimientode elJa hasta que restablecido el gobierno constitu-cional, la imprenta la dió a luz en Bogotá.

Permanecí en la mazmorra en que se me habíasepultado, hasta que se recibió en Bogotá una re-presentación que hice al gobiemo dictatorio, burlan-do la vigilancia de mis guardianes, en la cual de-nunciaba la agravación que había hecho de la penaa que me condenaron el general Mariano Mantilla,comandante general del departamento. En conse-cuencia de esta representación, aquel General, alcabo de meses, mandó que se me quitasen los grillosv la pesada cadena con que me aprisionaron, y quese me trasladase a una de las bóvedas del castHlo.Mi salud empezaba a decaer visiblemente; y estecambio influyó de una manera notable en que serestableciese. Mi situación mejoró también bajootro aspecto. Podía ver la luz del sol por una pe-queñísima ventanilla, y podía neutralizar el fastidioabrumador de la soledad con el estudio de la len-gua inglesa y de la historia de Inglaterra, que yopresumía que debían serm::" de grande utilidad al-gún día, para tener los medios de entrar en comu-nicación con los individuos de aquel gran pueblo,firme apoyo de la libertad, y de aprender sus admi-rables instituciones políticas. Así, no serían perdi-dos para mi patria, ni para mí, los días que debíapasar en mi triste y solitaria prisión.

Recibí también algunos consuelos de parte demis conciudadanos y de un generoso extranjero, loscuales menciono como una muestra de mi gratituda las personas que me'los proporcionaron. La seño-ra Maria Josefa Mendigaña de Tovar me mandó deBogotá algunos regalos. El señor José Vicente Mar-tínez, mi antiguo amigo, no pudiendo conseguir per-miso para visitarme, me mandó su carta de visitadesde la puerta del castillo. Los señores José Llo-reda y Enrique Grice, cuñados del señor Juan deFrancisco Martín. 'lograron aquel permiso, y pasaronal castHlo a ofrecerme cuanto pudiera necesitar y

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el señor de Francisco me hizo, por medio de ellos,los mismos ofrecimientos; mandóme, además, unacarta de mi tío el coronel Fermín Vargas, goberna-dor del Chocó,en que me abría un crédito ilimitadoen Cartagena. Otro de mis 1:[os,el coronel José Var~gas, fue destinado con el cuerpo que mandaba a laguarnición de aquella plaza, y obtuvo el permiso 'dehacerme una visita cada quince días, y de proveer-me de alimentos apropiados a mi situación, puespor aquel tiempo era ",tormentado por una fiebreintermitente, que me hizo desfallecer durante diezmeses. Los oficiales José de Dios Dcrós, Manuel Pe-reyra y José María Martínez de Aparicio, que mehacían guardia muchas veCt~S,me proporcionabantodas las comodidades que les era posible, siempreque podían burlar la vigilancia del teniente cOl"one]Egan, comandante del castillo,que usaba conmigode toda la severidad de un duro carcelero. Muchosde los soldados del batallón de artillería, que fuedisuelto el 25 de septiembre, estaban incorporadosen la guarnición, me hacían la guardia y me lleva-ban todas las noticias de lo que pasaba, que desdeel presidio de Cartagena, me mandaba el capitánRafael Mendoza. Por medio de ellos recibí constan·temente cartas de mi fami:1ia,y dirigía las mías.Allá en el fondo de mi prisión sabía yo todo lo quepasaba en Colombia, y la disposición que había enlos ciudadanos para sacudir el yugo de la opresiónel día que la oportunidad se presentase.

La severidad de mi prisión, se relajaba a medi-da que el Dictador perdía en la opinión de mis com-patriotas, y los proscritos éramos gradualmente ob.jeto de un grande interés, aun para muchos de losque sostenían a aquél. Mas sobrevino un aconteci·miento que hizo renovar todos los rigores de micautiverio. Dormía yo profundamente una nochecuando, a las doce de ella, grandes gritos y ruidosde armas me despertaron. Me puse de pie inmedia-tamente, y acerqué una bala de cañón de a 24, queestaba olvidada en aquella bóveda, y yo había ocul-tado cuando entré en ella, acordándome de que mi164

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preso en la inquisición de Cartagena había escapadode que lo asesinasen por el uso oportuno que hizode una gran piedra contra sus asesinos. Así estabayo en guardia cuando abrierQI1 la puerta, y el oficialque me custodiaba me entregó a un oficial de mi-'!icias. Cerraron luego la puerta, relevaron los pues-tos con miliciano s, y partió la tropa veterana conla mayor precipitación. Sospeché que algo muy ex-traordinario sucedía en Colombia. Permanecí en ve-la, y me acerqué a la puerta a preguntar, por un pe-queño agujero, al centinela la causa de aquella mu-danza. El miliciano y el soldado novicio son másfieles a la consigna que el soldado veterano; y micentinela permaneció mudo como una estatua, aun-que yo reiteré mis preguntas. No hubo súplicas, niinsinuaciones que lo doblegaraJil, y preciso me fueaguardar a que pasaran las dos horas del primercuarto, para probar si el centinela de la segunda vi·gilia era más tratable. Fue así, en efecto; y, luegoque el centinela fue relevado, supe que se había re·cibido en Cartagena la noticia de que el General Jo-sé María Córdova se había insurreccionado contrael Dictador en Antioquia, y ponía en armas aquellaprovincia. En consecuencia, toda la fuerza vetera-na de la guarnición se pondría en marcha al día si-guiente, y por este motivo se había llamado preci-pitadamente la que guardaba el castillo.

Aquel suceso me hizo conocer el estado en quese hallaba la opinión, y 1a exasperación de los áni-mos contra la Dictadura. Y aUllque por 10 prontome vi. privado de todo lo que empezaba a ser unlenitivo a los tormentos de mi prisión, me conso-laba con la idea de que no estaba lejano el día enque serían quebrantadas mis cadenas.

CÓJ1dovafue atacado con tanta presteza por unhábil general, a la cabeza de la mejor tropa del Dic-tador, que no tuvo tiempo para organizar una fuer-za suficiente para resistir. El General Daniel F.O'Leary fue el digno rival que se opuso a aquel hé-roe; y (para servirme de las mismas expresiones deaquel jefe), "Cól'dova combatió y murió con ese in-

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dómito y espléndido valor de que había dado tantaspruebas, y que jamás fue desmentido en todo e~curso de su heroica carrera".

Mi tío, el coronel Fermín Vargas, había secun-dado en el Chocó el movimiento de Antioquia, y,vencido Córdova en el Santuario, fue entregado aBolívar. Por fortuna para Vargas, fue presentadocuando se hallaba en Cartago con el General JoséMana Obando, que era entonces halagado por Bolí·var de todos modos, y mandaba el departamento delCauca. Bolívar rehusó la entrada a todas las perso-nas que iban a hablarle en favor de Vargas; peroObando, quebrantando la consigna logró abocárse-le, y obtener que Vargas le fuese entregado, comoque a él correspondía mandarIo juzgar, como que sehallaba en el departamento de su mando. El gene-ral Bolívar se fue para Bogotá, en donde sus mi-nistros concertaban el plan de la monarquía, quese meditaba establecer en Colombia, de que habla-ré en otro capítulo de estas memorias, y Vargas fuepuesto en libertad por el general Obando. La esposade Vargas y el General Obandome refirieron des-pués estos hechos, y fue testigo de ellos el coronelEusebio Borrero. Sin la generosa intervención deaquel General, Vargas habría sido fusilado, porqueesta era, la intención que había manifestado el gene-ral Bolívar.

Pasaba todo esto en los últimos meses del añode 1829.

Comprimidas todas las tt~ntativasque se habíanhecho para iniciar una reacción en favor de la liber-tad, se ocupó el gobierno dictatorio en expedir lasórdenes para la elección de diputados a un Congre-so constituyente que se había convocado para el l?de enero de 1830 en Bogotá. Prevínose al mismotiempo que, en todas las principales ciudades deColombia, se convocase por las autoridades Wlajunta de todas las person,as más notables, para quemanifestasen su opinión sobre la forma de gobiernoque fuese conveniente establecer en Colombia.

De antemano era ya conocido por los generales166

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adictos a Bolívar, y por todos los altos empleados,el plan de monarquía combinado por el Consejo deministros; y se creía que, guiadas las justas e inti-midades por aquellos funcionarios, harían manifes-taciones y dirigían peticiones de acuerdo con lacombinación del ministerio. Los escritores ministe-riales desenvolvieron aquella idea, presentándola conlos colores más atractivos; y se creía confiadamentepor aqueHos hombres que el desenlace había de ser-Ies favorable. iTanta era su ceguedad, y hasta talpunto desconocían la opinión del pueblo que gober-naban!

El Congreso constituyente se reunió a princi-pios de 1830,y en lugar de las peticiones solicitandoel establecimiento del gobierno monárquico, que seaguardaban, sobre todo de Venezuela, recibió suce-civamente las actas populares que, en Caracas, Va-lencia y todas las ciudades principales, se celebra-ron, desconociendo la autoridad de Bolívar, pidien.do que dejase el mando y el país, y declarando a Ve-nezuela República independiente. Esto dió aliento alos hombres liberales que había en aquel Congreso,y empezó a oirse en el recinto de las sesiones la vozde la libertad. El ejemplo de la tribuna dió tambiénánimo a la imprenta, y aparecieron algunas produc-ciones en que la opinión contra Bolívar se mani-festó de una manera inequívoca.

El Congreso acordó una constitución bastanteliberal para haber sido hecha bajo la influencia aque estaba sometida aquella asamblea. Esta consti-tución fue ofrecida a Venezuela, con la esperanzade que, aceptándola, se reincorporas e a Colombia.Mas el Congreso constituyente de Venezuela, quepara entonces se había ya reunido, rechazó todaproposición que tendiese a reincorporar aquel paísa Colombia; y por un decreto solemne declaró queVenezuela no entraría en relaciones de ninguna cla-se con el gobierno de Bogotá mientras Bolívar pi-sase territorio de Colombia.

Entretanto, los departamentos del Ecuador yGuayaquil se insurreccionaron también contra el go-

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bierno de Bogotá, formaron .un Estado independien-te, y pusieron a su cabeza al General Juan José FIó-rezo

Cuando tan notables acontecimientos sucedían,Bolívar meditaba todavía restablecer, por medio .delas armas, su autoridad en Colombia, ty ponía fuer-zas en movimiento con dirección a Venezuela. Elcoronel José Vargas salió de Cartagena con el bata-llón Boyacá, uno de los mejores del Ejército, parair por Riohacha y el territorio de la Guajira a ocu-par a Maracaibo. El Coronel Vargas obtuvo permi-so para ir a despedirse de mí, antes de salir de Car-tagena. Estuvo conmigo cerca de una hora en Boca-chica, y me informó de todo cuanto sucedía en Co-lombia, y de las órdenes que había recibido, acolll'-pañadas de una carta en que el ministro de la Gue-rra le decía que en Maracaibo encontraría su des-pacho de General. El coronel Vargas me comunicósu designio de ir a secundar el movimiento de Ve-nezuela, lejos de contrariarlo, y partió diciéndome:"pronto vendré a libertarte, si como temo, tu suerteva a empeorarse, luego que yo me declare en favorde la revolución".

En Riohacha, el día en que marchaba para laGuajira, Vargas pasó revista al batallón, y declaróa los oficialesy soldados que marchaba a Maracaibo,no a ocupar la plaza a nOl:nbredel Dictador, sino aincorporarse con las fuerzas de Venezuela, y coope-rar con ellas a la absoluta destrucción del poderdictatorio. Así lo cumplió, y Venezuela sabe la in-fluencia decisiva que tuvo este suceso en asegurarsu independencia y evitar la guerra civil. V!argasnoaceptó nunca el grado de General, ni cuando el Go-bierno de Venezuela se lo ofreció a su llegada a Ma-racaibo, ni cuando Moreno lo proc1amó tal, despuésde la lección de Cerinza en 1831.

Bolívar, mientras estas cosas sucedían, se man-tuvo ostensiblemente separado del gobierno a cuyacabeza había puesto al Presidente del Consejo, Ge-neral Domingo Caicedo.

El General Caicedo expidió en 6 de marzo de168

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1830 orden expresa para que se me pusiese en liber-tad, y me mandó al efecto un salvo-conducto, querecibí el 17 del mismo mes, por medio de un anti-guo soldado del bat,allón d~ artillería disuelto el 25de septiembre, quien, estando de centinela en lapuerta de mi prisión, me lo entregó con la mayorreserva. En posesión de este documento, aguardéquince días a que la disposición del gobierno se lle-vase a efecto. Lejos de que así sucediese se previnoal comandante del castillo que redoblase su vigilan.cia conmigo. Por fortuna, para entonces ya no eraEganel comandante, sino el coronel Félix Jastran,hombre decente, humano y liberal, que tuvo por mílas mayores consideraciones, que recuerdo siemprecon gratitud, sobre todo porque se me dispensaronen una época en que yo desfallecía agobiado con unafiebre intermitente que me consumía lentamentehacía ocho meses, sin que hubiese recibido otro ali·vio, que el transitorio que me proporcionó un mé-dico a quien el General Mantilla permitió que mehiciese dos visitas en todo aquel tiempo, y me lle-vase medicinas.

Llamé al coronel Jastran a mi calabozo, y le ma·nifesté el salvo-conducto que estaba en mi poder,diciéndole que, como yo deseaba que él no se com-prometiese por haber llegado a mis manos aqueldocumento estando custodiado por él era necesarioque diese los pasos para conseguir se me traslada·ra al hospital militar de Cartagena, desde dondepodría reclamar el cumplimiento de las órdenesdel gobierno, sin que se presumiese que yo habíatenido conocimiento de e'llas en el castillo.

El estado lamentable de mi salud exigía impe-riosamente esta medida; yel coronel Jastran, deacuerdo conmigo, 10 representó así al General Mon.tina, invocando sus sentimientos de humanidad. Re-conocióme un médico, que mandó aquel General,confirmó lo que el coronel Jastran había info:nnado,y se me condujo, en consecuencia, al hospital mili.tal' de Cartagena. Se me guardó allí con más seve-ridad que en el castillo y no se me pe:nnitió hablar

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con ninguna persona. Mas habiendo pasado, porfrente del cuarto en que estaba, un ayudante delGeneral Mantilla, a quien yo conocía, le dirigí lapalabra en alta voz suplicándole dijese al GeneralMantilla que yo m~cesitabahacerle una representa-ción, y esperaba se sirviese mandarme papel y tinta,y que lo comisionase a él mismo para conducirle miescrito, a fin de que con seguridad llegase a susmanos. Cumplió el ayudante con mi encargo, den·tro de hora y media volvió llevándome lo que nece.sitaba. Escribí en el momento mi representaciónmanifestando que tenía en mi poder el documentoque me autorizaba para recobrar mi libertad, y quesi una orden del gobierno había sido buena para se-pultarme en una prisión, otra orden del mismo go-bierno debía ser buena para sacarme de ella; recla-mando, en consecuencia, que se me pusiese en liberotad. Entregué al Ayudante mi representación paraque la condujese, y, cuando él y el jefe del hospitalvieron su contenido, se inmutaron al hallar que loque para ellos era un secreto, era perfectamenteconocido por, mí, a pesar de todas las precaucionesque se habían tomado para que lo ignorase. Así seengañan esos hombres que creen que les basta ro-dearse de soldados para hacer lo que quieran, cuan-do la opinión pública está en su contra. Esos mis-mos soldados, que, hallándose en contacto con losciudadanos, se impregnan de sus ideas, son el me-dio infalible y se:guro para burlar su severidad ycrueldades, y aun para dar en tierra con ellos.

Ena natural que un agente del Gobierno dictato-rio, que tan celoso se había mostrado en cumplirlas órdenes del gobierno y tanto había clamado con-tra los que le desobedecían, diese pronto cumpli-miento a aquella cuya ejecución yo recla.fi?iaba.Asílo esperaba yo, que siempre he estado acostumbra-do a pensar lógicament~ Pero los hombres de par-tido carecen de lógica y, sobre todo, los del partidodel despotismo. Lejos de acceder la mi solicitud, elGeneral Montilla, dispuso que se me encerrase otra170

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vez en Bocachica, y se cuida.ra con más severidad detenerme incomunicado completamente.

Extenuado y casi exámine fui otra vez conduci-do a la triste y solitaria bóveda, en que durante diezy seis meses, había devorado las angustias de la so-ledad y desfallecido en los delirios de la fiebre.Cuando en Colombia levantaba ya su bandera esalibertad, por la cual yo había expuesto generosamen-te mi vida, yo sufría en una mazmorra sobre lasplay¡as de mi patria todos los rigores de la esclavi-tud y en medio de ellos se robustecía en mi cara·zón el amara la Diosa por quien me había sacri-ficado.

No solamente no se cumplió la orden dada porel gobierno previniendo que se me pusiese en liber-tad, sino que el General Mantilla me pasó una co-municación, diciéndome que yo debía purgar la des-obediencia al gobierno de mis dos tíos, Fermín yJosé María, que habían tornado las armas en defen-sa de la libertad.

Así el despotismo llegaba ya hasta a hacer res-ponsable a los colombianos por los hechos de susparientes.

Representé de nuevo al general Mantilla mani-festándole la sorpresa que me causaba el que serecalcase tanto mi desobediencia al gobierno, y so-bre la de mis tíos, cuando dejaba de cumplirse res-pecto de mí una orden del mismo gobierno. Mani-festóme entonces que la orden había sido reclama-da, y que si se insistía en ella se llevaría a efecto.

Entre tanto ya mi familia y mis amigos sabíanen Bogotá lo que pasaba en Cartagena, y consiguie-ron que el señor don Juan de Francisco Martín es-cribiese al general Mantilla tma larga carta mani-festándole lo impropio que era su procedimientoconmigo e instándole para que me pusiese en liber-tad. La posición del señor de Francisco lo habilitabapara hacer eficaz su mediación y el general Monti·lla no pudo desatender a este generoso ciudadano.

Dispuso el general Mantilla que se me conduje-se a Cartagena y se me mantuviese preso en el cuar-

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tel de artillería, hasta que se presentase un buqueque pudier.a conducirme a Jamaica.

Cuando yo atravesaba la bahía en una canoa,trataba de levar el ancla un bergantín americanoque debía saliTen aquella. tarde para Nueva York.

Al llegar al muelle, sin desembarcarme, mandédecir al general Mantilla que yo estaba pronto paraembarcarme en aquel buque e irme a los EstadosUnidos. Rehusó condescender a mis deseos diciendoque había dispuesto que fuese precisamente a Ja-maica.

No habiendo en el puerto buque alguno conaquel destino y siendo raros los que navegaban en-tre aquella isla y Cartagena, visible era Laintenciónderetenerme preso con cuaLquier pretexto. Fui,pues, conducido al cuartel de artillería y puesto pre-so en el cuerpo de guardia. Al entrar hice un saludomasónico a los dos comandantes, Osse y Franco ya los oficiales que se hallaban presentes, y esto meservió para tener una acogida afectuosa y frater-nal. Fui bien tratado por aquellos jefes y por losoficiales, sobre todo por el capitán Francisco Nú-ñez. OsSe y Franco, aun me llevaban los papelespúblicos de la capital y consultaban conmigo so-bre lQ que sería conveniente hacer en las circuns-tancias en que se hallaba el país.

Menciono en estas memorias tantas personas,porque jamás he olvidado ningún servicio que se mehaya hecho por pequeño que él fuese, y porque creomuy útil y conveniente el que sean conocidos losnombres de todos aquellos individuos que mostra-ron alguna cualidad noble y generosa en una épo-ca de tanta vileza y maldad.

y me he extendido a varias particularidades so-bre mi prisión, no por mí, sino para que se tengauna idea del modo como se trató por la Dictaduraa los que en Colombia se opusieron al estableci·miento del despotismo.

Notables y trascendentes acontecimientos te·nían lugar en Bogotá, en el mes de mayo. BI:>':\..••OZ"~

rechazado por Venezuela, y considerado como un172

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obstáculo invencible para la reconciliación de loscolombianos, había dejado el mando y marchadopara Cartagena con el objeto, según se aseguró en-tonces de embarcarse para Inglaterra, y dejar elpaís para siempre; el Congreso en una sesión tu-multuosa, en medio de los gritos y amenazas de lamultitud, eligió presidente de Colombia al ciuda-dano Joaquín Mosquera y vice presidente al generalDomingo Caicedo que estaba encargado del Gobier-no; el batallón de granaderos se insurrecdonó y sepuso en marcha para Venezuela, de donde eranoriundos los oficiales y soldados; los expatriados yconfinados por consecuencia de la conjuración deseptiembre fueron llamados; el doctor Francisco So-to fue nombrado procurador generai de la Nación,el doctor Vicente Azuero, Ministro del interior; yvarias otras personas notables para otros empleosimportantes.

El mando superior del departamento del Mag-dalena, estaba en manos del general Mariano Mon-tilla, nada dispuesto a obedecer al gobierno cons-titucional que acababa de establecerse.

Bajo sus órdenes mandaba la provincia de Car-tagena, como comandante de armas el general Fran-cisco Carmona, decidido por el nuevo orden de co-sas. Rabíase notado que todos los pasos de éste ten-dían a emplear las fuerzas de la guarnición en apo-yar lo que se había hecho en Bogotá. Estas fuer-zas constaban de un batallón de artillería y de losbatallones Yaguachi y Pichincha. Los dos últimoseran en extremo adictos al general Carmona y elprimero era devoto del general Mantilla. Descon-fiaban estos jefes uno de otro y siempre que el ge-neral Carmona entraba al cuartel de Yaguachi ode Pichincha el general Monti:l1aponía sobre las ar-mas el batallón de artillería, se abocaban cañonesa la puerta del cuartel, se alarmaba la ciudad y secerraban los almacenes y las casas.

Varias veces se repitieron estas escenas, ya dedía, ora de noche y yo tuve lugar de ver en el cuar-tel multitud de escenas de confusión y desorden al

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agolparse los soldados annados a la puerta delcuartel.

.•• I 11 J ¡Una vez hallándose muchos soldados en la puer-

ta frente a la boca de un cañón, se mandó moveréste, yel artillero que tenia la mecha encendidaen la mano iba a aplicarla a la ceba. Un oficial consuma viveza interpuso su brazo y desvió la mecha;evitando de esta manera la muerte de los soldados,que hubieran sido hechos pedazos por la metralla.

Yo observaba todo esto en un rincón del cuer-po de guardia, .fijos los ojos en el capitán Núñez,con cuya protección podía contar en cualquier tran-ce, y, además, tenía a mi lado la bandera, que siem-pre olvidaron, de cuya lanza pensaba servirme pa-ra abrirme paso en caso necesario.

Así pasé entre esperanzas y zozobras, los díasque corrieron hast·a el 28 de mayo. En aquel día sepresentó al cuartel el capitán Santiago Corser, aquien yo conocía, a darme aviso de que una goletaque mandaba estaba pronta a llevarme abordo desu buque. Di aviso al general Mantilla y éste man-dó ponerme en libertad para que me embarcase.Me trasladé abordo del buque y permanecí allí has-ta el 1'!de junio. En aquel día por la mañana, pa-saron cerca del buque, en un bote de la fragata in-glesa Shannon que había llegado para conducir aBolívar a Inglaterra, el coronel Crophton yun ayu-dante de Bolívar. Viéronme sobre la cubierta, avi-saron a Bolívar que yo había llegado a Oartagena yéste dió orden para que me~ aprehendiesen inme-diatamente.

Llevaron la orden al coronel Pedro Rodríguez.jefe de Estado Mayor, cuando estaba presente suesposa. Esta buena señora me dió aviso inmedia-tamente, entretuvo a su marido y, entretanto, yosolicité la protecciÓn del Cónsul inglés, MI'. Watts,y logré que mandase una carta para el comandan-te de la fragata de guerra inglesa Raindeer, que seacababa de hacer a la vela, previniéndole que mecondujese sano y salvo a Jamaica. Tomé un botecon cuatro buenos remeros y a las cuatro de la tar-174

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de alcancé la fragata en Bocachica frente al mismocastillo en donde estaba la mazmorra e~ ~~: ~~

sepultaron diez y ocho meses antes, día por día.Fuí recibido abordo por el teniente Dicken y con-ducido a Jamaica, siendo durante el viaje el objetode las más delicadas atenciones.

Así terminó mi cautiverio. La fortuna, sin em-bargo, me tenía reservados todavía muchos trancespeligrosos por los cuales había de pasar mi amora la causa de la República.

Con el goce de mi libertad, y a favor de los cui-dados que me prodigó en Jamaica el distinguidocolombiano Miguel Uribe Restrepo, se restableciómi salud y pude embarcarme para Venezuela, adonde llegué a fines de julio desembarcando en laVela de Coro, después de una navegación difícilde 24 días en que corrí el riesgo de ser apresadopor una fragata española.

Yo fuí el último de los conjurados de septiem-bre a quien se restituyó la libertad.

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CAPITULO VIII (1 )

Hay en los partidos ciertos hombres funestosque, cuando va en decadencia la causa que defien-den, se ponen al servicio de las pasiones de sus con-trarios, y logran de este modo ganar su confianza;porque los partidos confían luás en los que coope-ran a satisfacer sUs pasiones que en los que se es-fuerzan por realizar sus principios.

El General Rafael Urdaneta, que había sido elinstrumento principal de que Bolívar se sirvió parallevar a cabo la destrucción del Gobierno constitu-cional de Colombia,.y para sostener su usurpación,tuvo la destreza de hacer entender al partido liberalque apoyaría sus medidas y emplearía la grande in-fluencia que tenía en el ejercicio en ganar este parala causa de la libertad.

El batallón Canao, que guarnecía a Bogotá, ma-nifestaba disposiciones evidentemente hostiles alGobierno que ·acababa de establecerse. Se le hizosalir de la capital, no habiéndose atrevido el Presi-dente a disolverlo, como se 10 propuso el coronelJosé M. Vargas, ofreciéndose él mismo a llevar aefecto esta medida. Cuando este cuer.posalió de Bo-

(1) Este capítulo tue publicado, al igual que losdos anteriores, en el Neo-Granadino de Bogotá.el 4 de marzo de 1853 y corresponde a los nú·meros 240 y 241.La respectiva l-eproducdón se hace de la Re-vista del Río de La Plata, incluyendo las car-tas dirigidas por Florentino González a los se-ñores Ricardo 'Vanegas'y Marcelo Tenorio, y alfinal, la anotación hecha por La Redacción.

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gotá, declaró abiertamente que no obedecía al Go-bierno.

El partido liberal, olvidando que no hay otrabase sólida para fundar la confianza en la conductade los hombres públicos, que una Iarga serie de bue-nos precedentes, que comprueben su invariable leal-tad a los principios, cometió el indisculpable, el in-signe error de entregar la suerte del Gobierno cons-titucional en manos del General Urdaneta. Este Ge-nend recibió del Gobierno la comisión de negociar lasumisión de los militares insurrectos, y con ellatuvo los medios de concertar el plan alevoso y des-leal que pocos días después se llevó a efecto, pararealizar una nueva usurpación.

Llegó a noticia de Bolívar este desacierto de losliberales, y viendo ·a estos enteramente en manos delmás devoto de sus tenientes, desistió de embal'Car-se y permaneció en el departamento del Magdalena,rodeado de sus principales Generales y de un fuertecuerpo de tropa, con la esperanza de ser restableci-do en el poder. Era preciso que este hombre domi-nado únicamente por la ambición de mando absolu-to, llegase al fin a que tienen que llegar en este si-glo todos los hombI'es públicos que tengan otra am-bición que la del triunfo de los principios que hacenla felicidad de los pueblos.

Sucedió en Bogotá lo que era natural que su-cediese. El batallón Callao, reforzado por todos lospretorianos que se hallaban dispersos en distintospuntos, por los que se escaparon de la capital, y porvarios escuadrones de caballería, que formaron al·gunos clérigos bolivianos con el pretexto de defen-der la religión, se acercó a Bogotá con el designioevidente de dar un golpe decisivo al Gobierno cons-titucional. Este resolvió decidir la cuestión por me-dio de las armas, pues ya no podía esperar saludsino del resultado favorable de los trances de unabatalla. Un cuerpo de tropas regladas y de volunta-rios entusiastas por la libertad, que se habían ar-mado en esos días, (agosto de 1830) salió al encuen-tro de los insurrectos, al mando de los coroneles

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Pedrq>Antonio García, José María y Fermín Vargas,y Francisco Barriga, 'Y encontró a los revoltosos ados leguas y media de la capital, situados en unpunto ventajoso, sobre la orilla derecha del ríoFunza, al extremo de la calzada, que, desde Puente-grande, atraviesa los terrenos cenagosos de las ori·llas del Funza.

El Ceronel García, que mandaba en jefe, alfrente de sus fuerzas se empeñó imprudentemente,en columna cerrada, en' aquella calzada, en que esabsolutamente imposible desviarse a un lado ni aotro sin ri,esgode ahogarse en el fango. La frente dela columna de García era fusilada sin defensa porlos facciosos resguardados por una fuerte trincheraal extremo de la calzada y por los flancos era diez·mada por el fuego que se le hacía por los qúe esta·ban situados a las orillas de los fangales.

El impertérrito Coronel García, seguido por suvaliente compañero Vargas, marchó con impávida se·renidad hasta muy cerca de la trinchera, en dondecayó muerto de un balazo. Vargas siguió adelante,secundado por todos sus compañeros, y al poner elpie sobre la trinchera y animar a sus soldados a queavanzasen, rodó expirante atravesado por las balas.El coronel José Vargas fue también herido gravemente por una bala que le traspasó una pierna; elTeniente Coronel Diego Silva fue también gravemen-te herido y murió después: y la calzada presentabauna escena dolorosa de sangre, de ayes de los he-ridos, de ronquidos de los moribundos, y de deses-peración de los que quedaban en pie combatiendo.

En aquellos momentos de horror y desolación,la caballería de los facciosos, compuesta por hom-bres fanatizados por los clérigos perversos que losarmaron, penetró en la calzada, y acabó con }alanzala catástrofe que las balas t'enían ya ade1antadas. Lavictoria se declaró por los facciosos, y los vencidosfueron asesinados sin piedad por aquellos hombres,que invocaban una religión qu~ prescribe el 'amordel prójimo y el perdón de las· injurias, como pre·ceptos del Ser Omnipotente que jamás necesita de178

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las armas de los hombres para, hacer triunfar susverdades. Así la perversidad de algunos sacerdo-tes, y fanatismo religioso de algunos ignorantes,coadyuvaron con los sectarios del despotismo a des-truir las libertades de un pueblo que tantos sacrifi-cios había hecho por conquistarlas.

Los vencedores invadieron la oapital, capitulan-do el Presidente con ellos, y encargaron del Gobier-no Supremo al general Urdaneta. El Presidente sa-lió del país, y el Vicepresidente se retiró a una pro-vincia distante de la capital.

Los facciosos habían pedido que se les entrega-sen por el Gobierno doce de los principales ciuda-danos, entre quienes estaban los Dres. Vicente Azue-ro y José Ignacio Márquez. Estos doce ciudadanos,que eran el apoyo más firme del Gobierno constitu-cional, se ocultaron, y lograron escapar a las pes-quizas del usurpador.

En los países que tienen la desgracia de sergobernados por un gobierno central, un golpe demano dado al gobierno en la capital, trae consigola sumisión de todo el país al que usurpa el poder,sobre todo, si el pueblo está desarmado, como setiene cuidado de tenerlo generalmente en tales paí-ses.

Urdaneta comunicó a las provincias de la Nue-Va Granada su adv,enimiento al poder, y en casi to-das fue aceptada su autoridad; porque militarizadocomo estaba todo el país, en todas partes había pre-torianos que secundasen los triunfos del despotis-mo. Solamente en las provincias de Popayán y Pas-to, en donde se hallaban los generales José MaríaObando y José RUario López. y en la de Casanare,mandada por el general J. Nepomuceno Moreno, sehizo resistencia, por lo pronto, a la autoridad deUrdaneta. Obando, López y Moreno se hicieronfuertes en aquellas provincias con los ciudadanosarmados que se les reunieron, y se mantuvieron enuna actitud imponente, hasta que empezó la insu-rrección general contra Urdaneta, de que pronto ha-blaré.

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A la cqrnicería de la calzada de Puentegrande,siguió la proscripción de gran número de ciudada-nos, que fueron remitidos a la isla de Providencia.sin fórmula alguna de juicio. También se fusiló aotros en varias part{~s,principalmente en la provin-cia del Socorro, y por doquiera se ejercía una per-secw:;Íónhorrorosa contra aquellas personas que ha-bían dado muestras de simpatía por la causa de lalibertad.

Las fuerzas de Obando y López se aumentabancada día, y no era posible destruidas con facilidad,pues el usurpador temía mover los batallones quetenía en él interior, recelando, que al instante quedesapareciesen esas bayonetas intimidadoras, esta-llaría la insurrección. Se meditó entonces quitarlesla fuerza estigmatizando sus nombres con una impu-tación.

En Junio de 1830, el General Antonio José deSucre pasaba por las montañas de Berruecos, en laprovincia de Pasto, en vía para Quito a reunirse asu familia. Una partida· de hombres armados le sa-lió al encuentro· en el camino, y asesinó a este ilus-tre guerrero de la independencia, que tan notablepapel hace en la historia de Colombia. Urdaneta seerigió en campeón de la justicia para vengar lamuerte del general Sucre,y lanzó contra Obando yLópez la imputación de aquel negro crimen. Bastan-te se ha escrito y publicado sobre este suceso, y poresta razón omito elextenderme sobre lo que a élse r:efiere. La historia atribuirá sin duda este cri-men al que podía tener interés en que se cometiese.La imputación lanzada contra Obando y López notuvo el ef€cto que deseaba Urdaneta.

El gobierno usurpador se mantenía en actitudguerrera; pero entretanto sugería en las provinciasque se hiciesen pronunciamientos, pidiendo que Bo-lívar volviese al mando supremo; y convocó un Con-greso, que debía reunirse en la Villa de Leiva, paraconstituir el país. Representóse la misma farsa deactas y peticiones que había precedido y seguido ala disoluci6n de la Convención en 1828, las cuales180

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recibió Bolívar en Cartagena y Santa Marta, estan-do ya atacado del marasmo febril que acabó pocodespués con su vida.

A~tes de mi partida de Jamaica, yo había reciobido un salvo-conducto que me mandó el generalCaicedo, para que volviese inmediatamente a Bogo-tá. Llegaba yo a San José de Cúcuta, en vía para lacapital, ignorando la caída del Gobierno constitucio-nal, cuando me encontré con el general Pedro For-toul, comandante general del departamento, y el Dr.Francisco Soto, Gobernador de la provincia, quehuían para Venezuela. Ellos me informaron de to-dos los sucesos, y me mandaron en comisión cercadel Gobierno de Venezuela a solicitar el auxilio dealguna fuerza, que cooperase con la del general Mo-reno en Casanare a la destrucción del Gobierno usur-pador. El Congreso de Venezuela negó el auxilio,mas el general Páez permitió a todos los oficiales yciudadanos, que quisiesen ir a unirse a Moreno, elque lo verificasen, llevando sus armas.

El Congreso constituyente de Venezuela termi-nó la Constitución del país, que fue publicada congrandes muestras de regocijo por parte del pueblo.

En febrero de 1831 se recibió en Venezuela lanoticia de la muerte de Bolívar, que había fallecidoen una hacienda de un propietario de Santa Marta,en medio de una multitud de generales y coroneles,que se ocupaban en jugar a las cartas y a los da-dos, mientras aquel agonizaba. Murió aquel hombreabrumado por los remordimientos que debían cau-sarle las desgracias de la guerra civil que su ambi-ción había causado. y en que dejaba sumido el país.Se lamentaba en sus últimos momentos de lo queél llamaba la ingratitud de sus compatriotas, comosi se debiese gratitud a los que gastan la sangre yla riqueza de los pueblos en conquistar el poderpara sí, y no para el pueblo. Los que en mi país tu-vimos el valor de oponernos \a la usurpación de Bo-lívar, éramos todos adoradores de su persona hasta1826, porque su persona representaba para nosotrosla República, la Democracia, que era el objeto de los

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sacrificios hechos por la independencia. Pero desdeque fue patente para nosotros que la República y laDemocracia no habían sido el objeto de sus afanesy trabajos, ni era para fundarlas que ¡sehabían exi-gido al pueblo tan grandes sacrificios, nuestra ado-ración se cambiÓ en horror por el ambicioso queasí había frustrado todas nuestras esperanzas, yquerido convertir en su provecho personal todo loque el pueblo había hecho por adquirir el derechode gobernarse a sí mismo. No causó impresión nin·guna de dolor en el pueblo la muerte de Bolívar, nilamentaron su pérdida sino aquellos que favorecíansus miras liberticidas. ¿Cómo podrían libertarse lospueblos de ambiciosos de esa clase, si, cuando semueren, se pusiesen a honrar su memoria?

La noticia de la muerte de Bolívar fue la señalpara la insurrección general en la Nueva Granada.En todas las provincias aparecieron guerrillas, quehostigaban con sus ataques las tropas del usurpa-dor. Moreno avanzó de Casanare al interior, y Oban-do y López emprendieron también su marcha de lasprovincias del Sur. Estos deshicieron en Palmirauna parte de las fuerzas de Urdaneta, a tiempo queMoreno, secundado por los coroneles Harta, Vargasy Gaitán destruía otro cuerpo de ellas en Cerinza.

Entretanto el General Caicedo, en la provinciade Neiva, expedía un decreto declarándose en ejer-cicio del Poder Ejecutivo, como Vice-Presidenteconstitucional, y nombraba un ministerio que debíaser el órgano de sus órdenes. Desde ese momento,la bandera del poder legal reunió al rededor suyo atodos los ciudadanos, y Urdaneta quedó enteramen-te entregado a los cuatro o cinco mil soldados, quepodía reunir con los restos de sus tropas deshechasen los combates recientes. Con estos restos, se hizofuerte en la capital, a cuyos alrededores llegaronpronto el general López, del Sur, y el general Mo-ceno, del Norte, seguidos de muchos miles de oiu-dadanos armados a sus expensas, que fOrnlaban lashuestes respetables de la libertad.182

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Conforme a una capitulación ajustada en lasjuntas de Apulo, el General Urdaneta debía entregarla capital, y poner las tropas que mandaba a dispo-sición del Gobierno constitucional, a cuya cabezaestaba el Vice-presidente General Caicedo, quienllegaba del Sur con las fuerzas que mandaba el ge-neral López. El general Caicedo dispuso que aque-llas tropas se entregasen al general José María Man-tiIla y al coronel Tomás Herrera, quienes entraron enla capital y se hicieron cargo de ellas, quedando asíaquella libre de la dominación intrusa, y restableci-do el Gobierno constitucional.

En el departamento del Magdalena, los gene-rales Luque y Portocarrero, y los coroneles Hernán-dez y Vezg.a, auxiliados por considerable número deciudadanos, habían efectuado una reacción contra elusurpador, y arrojado fuera de la Nueva Granadaal general Montilla y demás generales que acompa-ñaban a Bolívar antes de morir. No conozco los por-menores de esta reacción, debida principalmente,según se me ha informado, al patriotismo, pericia yvalor del coronel Hernández, ese republicano, que,luego que hubo prestado el útil servicio que nece-sitaba su patria, se retiró a trabajar en su campo.

El coronel Salvador Córdoba era remitido pre-so de Antioquia para el departamento del Magdale-na, por el coronel Carlos Castelli, uno de los másentusiastas sostenedores del gobierno intruso de Dr-daneta. Córdoba sedujo a los que lo escoltaban, vol-vió coneHos sobre Antioquia, en donde se les re-unió un considerable número de ciudadanos arma-dos, con quienes encontró en Abejorral las tropasde CasteIli, y las destruyó, libertando así de la do-minación intrusa aquella importante provincia.

Solamente el Istmo de Panamá quedaba todavíasin someterse al gobierno constitucional. El coronelTomás Herrera fue destinado 'a libertarlo; y en po-cos meses, no solamente restableció allí el gobiernoconstitucional, sino que destruyó completamente la

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(acción sanguinaria del coronel Alzuru, quien unidoal general Luis Urdaneta, y secundado por algunatropa, había usurpado el mando del departamento,y empezó a cometer atrocidades inauditas. Alzuru ylos que lo seguían se condujeron como bandoleros,robando y matando aun a los parlamentarios; y elcoronel Rerrera los trató como tales, haciéndolosfusilar en la plaza de Panamá. En los documentosde aquella época se verán las razones que el.coronelRerrera tuvo para adoptar este severo partido.

La indignación popular había estallado en la ca-pital de una manera terrible contra el general Ra-fael Urdaneta, y los demás generales y jefes quehabían sostenido su usurpación. La vida de estoscorría un inminente riesgo, si no se escapaban pron-to del país; y uno de eHosla habría perdido sin du-da, sin la oportuna intervención del Vke-presidenteGeneral Caicedo,.quien 10 libertó de los que 10 ata-caban, y le facilitó escaparse con seguridad. Los de-más lo hicieron también inmediatamente, y salieroncon precipitación de un país que habían agraviadotan cruelmente con sus atentados.

Libre el gobierno de todo 10 que podía embara-zarlo, y fuerte por la opinión pública, se ocupó in-mediatamente en organizar el país. Llamó, por undecreto honroso, al seno de la patria al GeneralSantander y a los demás ciudadanos proscritos porconsecuencia de la conjuración del 25 de septiem-bre; y convocó una convención de diputados de to-das las provincias de la Nueva Granada, que debíareunirse en Bogotá en octubre de 1831,para daruna Constitución a la Nueva Granada, supuesto quela disolución de Colombia era ya un hecho consu-mado.

Hstas noticias se recibieron en Valencia, queera entonces la capital de Venezuela, con muestrasestrepitosas de alegría. Eran las ocho de la noche;y desde aquella hora se echaron a vuelo las campa-nas, tronó el cañón en las calles haciendo salvas, yla música militar acompañaba los vivas y aclama-ciones del pueblo congregado a celebrar el aconteci-184

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miento hasta la media noche. Yo estaba postradoen una cama atormentado por la disentería, y allírecibí las noticias, por medio del ministro del inte-rior, con quien el Presidente, General Páez, tuvola bondad de mandarme los partes originales queacababa de recibir, y cartas de mi familia, de quienno tenía noticia hacía muchos meses.

La sensación que experimenté al recibir tangratas nuevas, produjo en mi salud una mejora no-table; y pude prepararme para regresar a mi país;dejando a Venezuela con pesar, porque, durante míexpatriación, recibí siempre de sus habitantes todoslos servicios, atenciones y obsequios con que la hos·pitalidad puede aliviar la suerte de un desterrado.Yo correspondí trabajando, durante un año, con losciudadanos que constituyeron el país, en consolidarlas nuevas instituciones; mas siempre recordarécon gratitud la buena acogida que se me dispensó.

Regresé a Bogotá, y, al pasar por El Socorro,encontré en la cárcel con un par de grillos al mismoJoaquín Montera, que, en 1828, había amotinado enCharalá el pueblo para aprehenderme y entregarmea la muerte. Este señor debía ser remitido en esosdías para la isla de Providencia, por orden del Go·bierno.

Luego que supe lo que sucedía a Montero, habléal Gobernador, señor Miguel S. Uribe, para quepusiese en libertad a aquel compatriota, ofrecién·dole que yo tomaba sobre mí el hacer que se revo-casen las órdenes que había acerca de él, lo que nodudaba conseguir conociendo el bondadoso corazóndel general Caícedo. Montera fue puesto en libertad,y ha sido después un buen ciudadano.

Llegué a Bogotá el 15 de octubre, y a pocos díasde estar en aquella ciudad, vi en una reunión al co-ronel Vanegas y al doctor Ponce, los mismos que,en 1828, habían resuelto en El Socorro fusilarmepor su cuenta. Estos señores evitaban encontrarseconmigo; pero yo los saqué del embarazo, buscán-dolos y extendiéndoles mi mano para saludados.Siempre he pensado que la venganza es un senti-

1859 -:;;••.Jl1Este libro fue Digitalizado por la Biblioteca virtual Luis Àngel Arango del Banco de la República, Colombia

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miento indigno del hombre que ama los principiosliberales, que, no sol'o aconsejan, sino que prescri-ben como un precepto, la tolerancia y el perdón dt¡las injurias; porque. los principios liberales y la mo- .ral cristiana son la misma C(i)sa.También he creídoque el hombre que obra con sus enemigos como es-tos han obrado con él, no vale más que ellos. (1).

Los que acompañaron al General Bolívar en laempresa funesta de esclavizar a su patria, y los quedeslumbrados con su brillante genio guerrero ado~ran su nombre, han censurado la publicación queacabo de hacer de los capítulos de mis memoriasen que refiero los ht~chosque tuvieron lugar en Co~lombia desde 1827hasta 1831.Murió ya el hombre,dicen; y debemos quedamos con la memoria de susgrandes hechos, y olvidar sus errores y extravíos.Así Virgilio y Horado, poetas mercenarios de la an-tigua Roma, deificaron al verdugo de las libertadesde su patria: así los literatos pagados de la Cortede Luis XIV encomiaron al Rey orgulloso que man-tuvo en combustión por medio siglo a la Europ.a;así los escritores venales del imperio francés hanmagnificado el mérito del rebelde del 18 de bru-mario. Y han hecho pasar a la p9steridad, como mo-delos dignos de imitarse, al Romano que consumóla usurpación iniciada por Julio César, y abrió laera de atentados, inmoralidad, desastre y ruina que

(1) En esta parte de la publicación hecha en el Neo-Granadino, aparece el siguiente epígrafe:

El curso usual en tales ocasiones es decir, no hable-mos de estas cosas (de los defectos de los hombresnotables) pero la historia, ni mantendría su másgrande privilegio, ni cumpliría sus más altos debe-res, si, deslumbrada por un genio brillante, o asom-brada de triunfos espléndidos, o alejada por cuali-dades amables, se abstuviesen de señalar los defec-tos que tan frecuentemente desprecia los valores demayor quilate, y que pudieran tener im.itndores. porlos talentos y afectos que los acompañan.

Lord Broughm Statesmen186

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deshonran los anales de ese pueblo latino, ejemploant,es de tantas virtudes, y admiración del mundo:al Rey corrompido, que esquilmó al pueblo francés,para convertir a Versalles en un jardín de recreopara sus mancebas y aduladores; que incendió el Pa-latino y proscribió a los calvinistas; que pasó su vi-da en maquinar la ruina de las naciones limítrofes, ylegó a su país la Corte inmoral de Luis XV y alusurpador funesto, que encadenó la Francia al des-potismo imperial, desmoralizó a sus compatriotas,propagando la máxima jesuíta, de que los mediosson indiferentes para conseguir un resultado; prodi-gó la sangre de los pueblos para saciar la vitupera-ble ambición que lo devoraba, despojó a las poten-cias vecinas, y convirtió el ejército de la Repúblicaen guardias pretorianas.

Los pueblos imprudentes han aplaudido los en-comios que las plumas mercenarias de los adula·dores han hecho de los ambiciosos, y han rodeadúlos nombres de estos de una aureola brillante de po-pularidad; y los pueblos han sido víctimas de estaimprudencia, porque de esa manera han alentado aotros ambiciosos a consumar usurpaciones, que, envez de convertirlos en un objeto de horror para losciudadanos, los hacen el ídolo de la Nación que lossufre, y pierde con ella sus libertades.

Mario y Srylafueron elegidos a pesar de las pros-cripciones que deshonran la época en que vivieron.

Cicerón fue elogiado por los atentados que co-metió contra los cómplices de Catilina, degolladosen el silen~io de la noche, sin formalidad de jui-cio en las prisiones mamertinas.

El pueblo Romano quiso acordarse solamentede los triunfos de Mario y Syla, de las glori.as ora·torias de Cicerón, y de su celo por el castigo de al-gunos grandes criminales; y olvidando que la bon-dad de los fines no justifica ni ennobloce los gran-des hechos si no está acompañada de la inocencia

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de los medios; rodeando de popularidad a Syla, aMario y a Cicerón, autorizó los atentados de JulioCésar y de su sobrino Augusto.

El fin que todos estos hombres proclamaronera la salud del pueblo; y, porque el pueblo noquiso hacer caso de las faltas que se cometieronpara lograr este fin, César pasó el Rubicón con suslegiones, y en nombre de la salud del pueblo des-truyó la República romana; Marco Antonio, levan-tando en alto la túnica ensangrentada del tirano, yconvirtiéndola en bandera de los partidarios deaquel, continuó su tiranía con el mismo pretexto; yOctavio, sacrificando a los cómplices de su usurpa-ción, consumó la obra comenzada por su tío, y de-golló a ese mismo Cicerón que había degollado, sinjuzgar, a los cómplices de Lucio Catilina.

Si la opinión pública hubiese sido severa conMario, con Syla, con Cicerón; si no hubiera echadoun velo sobre los medios de que se sirvieron paraconseguir el pretendido fin de la salud del pueblo;si se hubiera pensado que,.cuando falta la inocenciade los medios, el fin manchado con la criminalidadde estos no puede justificarse, el mundo no tendríaque llorar las desgracias que lo·han afligido en losúltimos dos mil años.

No habria tenido que HorarIas:Porq!le los ambiciosos habrían visto que no se

echaba un velo sobre sus crímenes, para enzalzarsus victorias, y los hechos notables que consuma·rano

Porque el fallo de la opinión y de la historiahabría espantado él tódos los que pretendiesen subiral sitial del poder por una escala de crimenes y.atentados.

La indulgencia de Salustio y de los demás his-toriadores con Cic:erón,han hecho al mundo mayo-res males que todos los que podría haberle causadoel triunfo de Cati1ina.188

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El Cónsul de Roma se disculpó del degliello de1111 l' 1101'1'110

los ciudadanos con el pretexto de la Salud del Pue.blo. El Pueblo aplaudió, los historiadores han aplau..-dido; y todos los gobernantes arbitrarios se han jus-'tificado de sus crímenes con el ejemplo de Cicerón;porque todos han pretendido que, cometiéndolos,consultaban la Salud del Pueblo.

Los partidos ensalzan siempre a los que los li-bran de sus enemigos, y disculpan los atentados quese cometen para conseguir este fin, sin reparar queel talión los aguarda en el porvenir. Así en los tiem-pos de los triunviros fueron vengados los suplidosde Léntulo y Cetego, cómplices de Catilina, y el ase-sinato de 7.000ciudadanos en el circo autorizado entiempo de Syla, y el de los 4.700de los más notablesque cayeron bajo la cuchilla de los partidal'ios deeste tirano.

Los mismos aplausos que se prodigaron al ven-cedor de Queronea y Orcoménes, y al orador roma-no, se tributaron después a Lépido, Octavio yMarco Antonio. Los mismos obtuvieron Claudio,Nerón y Tiberio; los mismos han obtenido siempretodos los que han sido agentes de las venganzas departido.

¿Por qué?Porque, desde el momento en que se justificó

el suplicio arbitrario de los amigos de Lucio Cati-lina; desde que los triunfos de Marío, de Sy1ay deCésar fueron bastantes para hacer pasar por gran-des hombres a esos asesinos de sus conciudadanos,nada pudo ya contener a los ambiciosos y a los tira-nos, y, lejos de esto, se le presentaron alicientes pa-ra llegar a sus fines por cualesquiera medios.

La historia ha sido culpable de una criminalcomplicidad con la ambición y la tiranía, porque lahi,storia ha sido escrita por plumas cobardes, ven·didas a los ambiciosos y a los tiranos. En la seriede los siglos, apenas se ve un Tácito publicando loscrímenes de los déspotas; y este gran hombre, cuan-do dice rara temporum felicitate, ubi sentire quae

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vellis, et quae sentias dicere licet!, explica perfecta.mente por que hasta entonces no se habia denuncia-do al mundo los crimenes de los opresores de Ro-rna. La historia ha sido escrita bajo la censura delos despotas y de los tiranos, 'Y estos han hecho quese ensalce y elogie a los despotas y tiranos que leprecedieron, para continuar en su favor la ilusionde que eran victimas los pueblos. Solo en Inglate-rra, pais de libertad, de garantias y de independen-cia,.se ha visto a un Hume, a un Gibbon y a un Ma-canlay, votando a la execracion de la posteridad alos opresores del mundo; y solo alli se ha visto quehaya desaparecido la tentacion de imitar a esosopresores. AlIi se detesta la memoria de RicardoIII, de Enrique VIII, de Carlos I; de Carlos II, deJacobo II, de Jorge III, y se recuerda con reco-nocimiento a Guillermo I, y se tributa en vida home.naje de una gratitud uniforrne a la gran Reina, bajo

. cuyos auspicios se han consumado las grandes re-formas que han tenido lugar en los ultimos quinceafios, y al sabio e ilustrado consorte que la acornpa-fia en el trono. Asi, una nacion libre y que sabeapreciar el merito, condena a la execracion los tira-nos, y honra con su aprecio a los bienhechores de :ahumanidad.

E5tO es 10 que yo quiero que suceda en mi pa-tria; y para contribuir a queasi suceda es que publi-co los hechos de nuestros hombres publicos, y hago

·sobre ellos reflexiones que la imparcialidad y la jus-ticia me sugieren.

Yo no puedo decir como Tacito: non mihiGal,ba, Vitelius. Otto, nee beneficia, neque injuria cog;niti; porque yo he tenido una parte en los sucesos.que refiero. Pero, felizmente, millares de contem-poraneos pueden dar testimonio de los hechos, ypuedo referirme, como Chateubriand, a los docu-mentos publicos que la imprenta conserva; ventajade que nogozaba el historiador romano.

He arrostrado la animosidad de los contempo-ranees que se comprometieron en la causa de Ia190

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usurpación, para impedir el que en mi país se erijaen sistema elogiar a los usurpadores que tuvieronalgunas grandes cualidades, y a cuya sombra hicie-ron a la patria grav1simos males.

La he arrostrado para que cese el desvarío dela opi.nión y se detenga el empeño de extraviar lajuventud deslumbrada con esa gloria militar teñidade sangre, y que tiene por pedestal la ruina de lospueblos.

La he arrostrado porque, en las naciones veci-nas dominadas por los bolivianos, se ha establecidouna propaganda liberticida, que ya empezaba a cun-dir entre nosotros.

Ahí están los hechos que ejecutó el hombre aquien se quiere deificar, y los que cumplieron loshombres que tuvieron la debilidad de seguirlo.

Yo no he prostituido mi pluma como MI'. Thiers.encomiando al que destruyó las libertades de mipatria; porque yo no conozco otra gloria verdaderaque la gloria cívica, que está basada sobre el bien-estar que los hombres públicos proporcionan al pue-blo. La gloria de Santander, que luchó por estable-cer en mi país el reinado de las leyes; la gloria deAzuero, que lidió por la fundación de la verdaderaRepública, la gloria de Mosquera, que destruyó elmonopolio del tabaco; estableció la navegación porvapor, declaró la libertad de cultos, rompió lastrabas del comercio, franqueó el Istmo a todo elmundo, descentralizó al administración, regularizóla contabilidad de la hacienda y fundó el presupues-to; la gloria de López, que completó la libertad deimprenta, abolió la esclavitud y el cadalso político,y ha iniciado el establecimiento de la Democracia;y la gloria de Obando, quien después de haber tra-bajado como ciudadano y como sol-dado por la fun-dación de la República real, va a tener la fortunaenvidiable de consumar la obra que ha sido el obje-to de los deseos de los amigos de la libertad en mípatria. Esta es la gloria que yo adoro; la gloria eter-na de los principios, la gloria que va adherida a losbeneficios que la humanidad recibe de la verdadque se practica.

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He aquí las razones que he tenido para dar aluz los capítulos 6'?,7'?Y8'?de unas memorias que so-lamente había escrito para que se publicasen cuan-do yo hubiera dejado de existir. Eran destinadas co-mo un legado para mis hijos; pero he reconocidoque no debía ceder a este sentimiento de egoísmo,que limitaba al conocimiento de mi familia la rela-ción de los hechos que menciono, cuando en mipatria podía ser Útil su recuerdo en las presentescircunstancias, y cuando era la época oportuna dellamar sobre ellos la atención de los contemporá-neos, para que pasen a la posteridad con su testi-monio.

Ha disgustado a algunos el que refiera lo queha tenido relación con mi persona, como si pudie-se prescindir de hacerlo, mencionando sucesos enque yo he sido actor. No sé cómo podría escribirunas memorias históricas omitiendo nombrar a unapersona que se haJ.lamezclada en todos los aconte-cimientos a que ellas se refieren. Por haber tenidoparte en ellos es que puedo referidos. Si a algunospesa el que 'yo aparezca siempre de Una manerahonrosa.../enesos acontecimientos, no es culpa mía,sino del sentimiento que les inspira ese pesar. Noes la venganza, ni ninguna pasión mezquina, la queme ha movido. En todo el curso de mi agitada exis-tencia, ninguna persona ha tenido ocasión de ex-perimentar de mi parte un acto de venganza, porquejamás he degradado mi corazón haciéndolo el asien-to del odio. Diciendo la verdad, no es a este senti-miento al que cedo; es al interés 'de mi país, y aldeseo de que los hechos pasen a la posteridad talescomo suc~dieron. La opinión hará justicia de ellos,y a la opinión lego yo el cuidado de vengar las inju-rias que se me prodiguen.

Señor Don Ricardo Vanegas:Cuando se publican los hechos de los contempo-

ráneos el que los refiere tiene necesidad de excitarla susceptibilidad d(~muchas personas, amigas o re.-lacionadas de los individuos que los ejecutaron. Sa-bía yo esto; y por tal razón había destinado mi ma-192

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nuscrito sobre los acontecimientos de la época dela Dictadura para una publicación póstuma, rehu-sando condescender con los deseos de algunos ami·gas que lo habían leído y que me instaban porque lodiese a luz desde 1845.Cedí por fin a estas instan-cias, teniendo también en cuenta la necesidad deinstruir a la juventud sobre la verdad de los acon·tecimientos de la época más interesantes de nuestrahistoria, cuando se manifestaba por algunos el de-seo de extraviada, haciendo ver grandes hombres ennuestros opresores, y criminales insignes en los ami-gos de la libertad.

Mi silencio que antes fuera prudente, hubierasido entonces cobarde y antipatriótico. Publiqué,pues, aquellos capítulos de mis memorias, en quese refieren los hechos más prominentes del agitadoperíodo que comprende los años de 1827a 1831.

He tenido la desgracia de que esta publicacióndisguste a algunos, porque no se referían en ellahechos honrosos de sus amigos, y a otros porque semencionaban los de sus deudos, que ellos desearíanfuesen olvidados. Nada puede serme más sensibleque el que usted se halle entre estos últimos; porquepocas personas hay en el mundo a quienes yo esti-me y quiera al igual de usted. Quisiera pues quefuese posible decir a usted en respuesta a su ar-tículo del número 244 del Neo-Granadino, otra cosaque lo que tengo que decir respecto del coronel Vi-cente Vanegas. Son ciertos los hechos que refieroen mis memorias, y de ellos pueden dar fe el señorRamón Carvajal. el coronel José Navas, y el doctorCayetano Garcia, cura que era del Socorro. El Co-ronel Vanegas no tenía por que insultarme, ni te-nía autoridad para fusilarme, y no puede concebir-se que se entregara a estos excesos sino porquecreía que tal proceder era digno de recomendaciónpara el dictador. Así se dijo entonces y así lo creíyo.

Piensa usted que no podía ser este el motivo,porque no era persona de tal valer que pudieraconsiderarse un gran mérito al tratarme de aquella

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manera. Puede ser cierto que ni entonces valiera yoalgo; ni ahora valga tampoco; pero sí es un hechoque a nadie se buscó en aquella época con más ex-quisita solicitud que a mí. Tenía yo el honor de ser·una de las personas de mayor confianza del generalSantander;' había sido uno de los escritores que ha-bía sostenido la lucha contra la Dictadura con ma-yor interés y que ha.bía repelido los ataques de losque hicieron callar la imprenta; y tal vez por todoesto se creía importante el aprehender mi personay se pensaba que el maltratanne era un mérito. Noes pues doctor Vanegas. porque yo pensase que valíamucho, que creía qU4~el coronel Vanegas y el doctorPonce quisieron fusilarme. sin autoridad para reco-mendarse. Por el contrario hace mucho tiempo quesé que yo no puedo valer nada para mis contempo-ráneos, y que al poc:oo mucho valor físico que hetenido para arrostrar los peligros que he corridodurante mi agitada existencia, tengo que agregaruna buena dosis de valor moral para sufrir resigna-do la iniquidad de la opinión.

No me faltará.Extraña usted, doctor Vanegas, que diga lo que

yo he dicho del Coronel Vanegas, y que no hable dela misma manera del general MontiUa y otros altospersonajes. Estos altos persqnajes me oprimieron;pero no me insultaron. Usted no debe, pues, extra-fiar el que yo diga dc~cada cual lo que hizo ni tam-poco el que yo haya omitido referir acontecimientoshonrosos de que .no!tengo noticia. He sido impardalcomo pocos pueden lisonjearse de serIo; y por estarazón, el general Rafael Urdaneta, casado con unapersona de mi familia, ha tenido que aparecer enmis memorias haciendo el desgraciado papel que letocó en aquella época, y el general Pablo Durán, otropariente mío, fue omitido en la relación de los acon-tecimientos de 1830e:n que tuvo una parte honrosa.

Ha sucedido esto, porque yo refiero los aconteci-mientos que conozco, sin atender a la posiCión delas personas, ni a sus relaciones conmigo; y no men-ciono lo que no sé porque ni esto puede exigirSe de1-94

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nadie, ni yo escribo la historia de la época sino unasmemorias que solo pueden referirse a los sucesosque más de cerca han tocado conmigo. Toca a losque conocen los acontecimientos omitidos en mismemorias, publicarlos, como yo he publicado losque conozco.Así contribuirán tanto como yo contri-buyo a dar materiales al que se encargue de escribirnuestra historia. Usted haría un servicio a la memo-ria del coronel Vanegasescribiendo su biografía,para que las páginas brillantes de la historia de suvida captasen del público la indulgencia por susextravíos.

A mí me cupo la desgracia de presenciar estos,en la época a que me refiero y aunque sé algunoshechos honrosos del coronel Vanegas en otro tiem-po, no era del caso traerlos a cuenta, cuando yomencionaba el recibimiento que me hizo en la puer-ta de la cárcel del Socorro. :I'ocábame decir enton-ces cuál era la conducta de los agentes del Dictadory no escribir la biografía de cada uno de ellos.

Es probable que en mis memorias no se hallenmencionados muchos acontecimientos importantesde la época a que ellas ,se refieren. Así debe ser; heescrito en París en mis momentos de ocio, sin tenera la vista ningún documento, porque todos mis pa-peles se perdieron en 1841,y mi único auxiliar hansido mis recuerdos de lo que había visto, hecho uoído. Los que conozcan mejor los sucesos debenhacer una relación más extensa de ellos; yo refierolo que sé y manifiesto mi opinión sobre los motivosque en mi concepto, impelían a obrar a los autoresde esos sucesos. '

Puede haber error en esto último, pero ustedme conoce de muchos años atrás, doctor Vanegas,para que yo pueda suponer que usted haya de impu-tar a otros motivos lo que he dicho. Usted sabe queel sentimiento de la benevolencia es el que ejerceel supremo imperio sobre mi corazón nunca perver-tido por el odio ni por la envidia.

Extraña usted que yo haya estigmatizado al queusted dice que me denunció, y que callé los nom-

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bres de un general.y un coronel que declararon con-tra mí. Yo he condenado a la infamia, no al que medenunció, sino al perjuro que dio una declaraciónfalsa contra mí. Los demás declararon la verdad yen nada agravaban mi suerte, porque bien sabidaera, cuando me aprehendieron, ·la mayor parte queyo había tenido en la conjuración del 25 de septiem-bre. El general Mtmdozay el coronel Briceño no hi-oieron sino confinnar lo que ya constaba por otrasdeclaraciones.

Espero, doctor Vanegas, que quedará usted sa-tisfecho de las r32:onesque he tenido para hablar,en mis memorias, de los acontecimientos que refie-ro, en los términos en que lo he hecho. Usted es unade las personas de quienes yo esperaba justicia. Sini de usted la obtl.lviere,agregaré este a los demásdesengaños que forman la historia de mi vida.

Soy siempre de usted cordial amigo,

FLORENTINQ GONZALEZ.

Señor Marcelo Tenorio:

Estás publicando, mi querido amigo, varios ar-tículos sobre los sucesos de la époéa de la Dictadu·ra, que no comprendo por qué los has titulado Re-futación de mis recuerdos, cuando el nombre quepudiera convenirles sena a lo más el de Rectifica-ción. Como leal ~igo del general Córdoba has tra-tado de darle un lUI~aren la historia, cual tu corazónlo desearía para él, y has rechazado la aserción queyo hice acerca de su conducta el 13 ,de junio de 1828.Entre las personas de respetabilidad a quienes pue-des ocurrir para cerciorarte de que es verdad loque yo dije acerca de las amenazas que Córdobahizo con su látigo, se halla el señor Senador PedroCortez, quien podrá sacarte de la duda. En cuantoa los demás sucesos de 1828, la carta de Córdoba aBolívar publicada tm el número 243 del "Neo-Gra.nadino" me parece que es un documento intachable,para corroborar la verdad de lo que yo he dicho.

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En lo que tienes mucha razón es en extrañar dque yo no haya mencionado tu entrevista conmigoen los días en que estuve condenado a muerte, y ela.•••iso que me diste respecto de la suerte que me te-nían destinada. Te confieso que mi omÍsión fue vo-luntaria, no por dejar de hablar de tí, sino por nohablar de mí. Les disgusta tanto a algunos el queyo refiera cualquier cosa que muestre que he sidoobjeto de interés para varias personas, que me heabstenido de mencionar muchos hechos por no dar-les tal desagrado. Tú sabes cuántas cosas pasaronen aquella época que me son honrosas y no se men-cionan en mis memorias. Tú te has encargado dereparar la omisión respecto de algunas de ellas, yyo te lo agradezco, no solo por la parte que me-toca, sino por el servicio que haces a la historia. Yoestoy contento con que se haya llenado el objetoque me propuse al publicar una parte de mis me-morias, que fue el hacer pasar los hechos a la pos-teridad con el testimonio de los contemporáneos. Simi publicación ha disgustado a algunos, esto depen-de de que la historia no se escribe con la pluma ser-vil y complaciente de Horacio y VirgHio,sino con laimparcial y seyera de Tácito.

Sigue, mi querido amigo, en la tarea deenri-quecer nuestra historia con las preciosas anécdotasque recuerdas, y que serán su más bello adorno. Elpaís te lo agradecerá como te lo agradace tu afec-tuoso amigo.

FLORENTINO GONZALEZ..

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IN DICE

P',,-Presentación 5Atrevimientos históricos 13

CAPITULO 1

Recuerdos de los primeros SUCE~SOS de ]a revoluciónde 1810, en la provincia del Socorro. - Batalla de Pa-lo Blanco. - Derrota de Cachirf. - Emigración: Vr-daneta, Serviez, Córdova, Dr. Yáñez. - Sufrimiento delos emigrados. _ Indultos ofrecidos POr los españoles;suerte adversa de los que confiaron en ellos. _ Ejecu-ción de los más distinguidos ciudadanos. - Persecu-ciones y matanzas. _ Sámano es hecho virrey. - Reve-ses del ejército español; derrota de Boyacá; anarquiaen Bogotl\ 42'

CAPITULO II

Llegada. de Bolivar a Bogotá. - Santander, vicepresi-dente de Cundinamarca. - Revolución de Montilla enPamplona. - Prisioneros españoles; ejecución capitalde 39 de ellos. - Congreso constituyente de Clicuta;Bol1var presidente y Santander vicepresidente de Co-lombia. _ Triunfos de las armas independientes 66

CAPJ:TULO UI

Congreso de 1823: dificultades para empezar las "e-siones. - Mensaje del vicepresidente y Memorias delos secretarios. - Juicio del general Nariño. _ Mismedios de subsistencia. _ Mi asistencia a oir a losoradores eclesiásticos: consecuencias. - Enseñanza dela jurisprudencia en los colegios. - Ruina de algunasreputaciones antiguas. - Triunfos de Maracaibo yPuerto Cabello. - Empréstito. _ Castillo y Rada 76

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PAc.CAPITULO IV

Congreso de 1824. _ Mi primer empleo ptlblico. - Re-conocimiento de la inde'pendencia de Colombia porlos Estados Unidos. - Su ministro plenipotenciario. -Muerte y entierro del secretario de la legación. - Mi-ralla. - Enseñanza de la 'lengua francesa. _ GeneralValero. _ Infante. - Asesinato de Perdomo. - Conse-cuencias. _ Dr. Peña. - .Juicio ante el Senado. - Eje-cución de Infante. - Pretensión dIsparatada de Pa-drón. - Ultimos triunfos sobre los espaftoles. - Privi-legio para varias emprl~sas. _ Llegada de varios di-plomáticos a Bogotá, - Tratado con 'la Gran Bretaña.- Mejoras en el modo de vivir. - Marcha del Dr, Pe-ña a Venezuela , ,'., .. , ". 90

CAPITULO V

Acusación del General Páez ante el Senado. _ Rebe-lión. _ Acta del 30 de abril de 1826. _ Llamamientoa BoUvar. - Su venida del Perú. - Comisión de Guz-mán. _ Llegada de Bolivar a Guayaquil. - Acta del13 de septiembre. - Mosquera. 1 PronunCiamiento enotros puntos. - La bandera tricolor. - El conductor.- Llegada de Bolivar a Bogotá. _ Su conducta ftnFontibón. _ Coronel Herrán. - Representación a :So-livar, - Comisión de O'Leary. _ Marcha de BoUvarpara Venezuela. - Sumisión de Páez. - Tercera Di-visión auxiliar al Peru. _ Renuncia de Bolivar y San-tander. - Uribe, Soto, GÓmez. _ Dr. Azuero. _ El Con-ductor. - Me encargo de su redacción. - Renuncio midestino en la Secretaria de Relaciones Exteriores. -Brindis del coronel Mosquera 99

CAPITULO VI

Llegada de Bolívar a Bogotá, y posesión de la Presi-dencia de Colombia. _ Ascenso de 17 coroneles algrado de General. _ Coronel Bolívar: atentado con-tra el doctor Vicente Azuero: impunidad del qUe locometió. - Escritores ministeriales. - Convocatoria dela Convención: el'eceiones. _ Decreto sobre conspi-radores. - Movimiento en Cartagena: General Pa-_dilla. - Reunión de la Convención en Ocaña. _ Boli-val" en' Bucaramanga. _ El Zurriago: atentados con-tra la prensa. - Proyectos de Constitución. _ Difi-cultades en la Convención. - Deserción, de 21 dipu-tados. _ Acta del 13 de junio de 1828 en Bogotá:pronunciaI1;lientos, decreto de arreglo provisorio .,. 120

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Pág.

CAPITULO VII

Conjuración del 25 de septiembre de 1828. _ Suce-sos consiguientes. - Caída de Bolívar - Restableci-miento del Gobierno Constitucional 133

CARITULO VIII

Bollvar permanece en Cartagena. _ Destrucción delgobierno constitucional y usurpación del general Ra-fael Urdaneta. - Venezuela se constituye. - Muertede Bolívar. - Insurrección general en la Nueva Gra-nada contra Urdaneta. _ Restablecimiento del gobier-no constitucional 176

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COLECCION "BOL8ILIBROS BEDOUT'

TITULaS PUBLICADOS

(,'hambú _ GuilIermo Edmundo ChavesManuel paeho - Eduardo Caballero CalderónDiccionario de Emociones - Bernardo AI'ias TrujilloEl Alférez Real - Eustaquio PalaciosRisaralda - Bernardo Arias TrujiJIoCuentos - Tomás CarrasquillaPrehistoria - Jairo Calle O. y Ll.lis R. RodriguezEl Florero dt" Llorente - Arturo AbellaTipa.coque - Eduardo Caballero CalderónEl Cristo de Espaldas _ Eduardo Caballero CalderónCuentos y Novela..••- Francisco de P. RendónSieno Sin Tierra - Eduardo Caballero CalderónCootelera - Alfonso Castillo Gómez

Guilleo Vt'roe - Doot' Cuentos y un Drama - Néstor MadridMalo

lUanul'la - Eugenio Díaz Castro.Pedagogía :r Otra ••Bagatelas - Conrada González MejíaEl Moro _ José Manuel MarroquínA Echar CUl'ntos Pues - Antonio MolinaChamba.cú - Manuel Zapata OlivellaEl Ca.rnero _ Juan Rodriguez FreyleUn Arte de Vivir - André MauroisEl Viejo y el Ma.r - Ernest HemingwayEl RuiS6ñor y la Rosa - Oscar WlldeEl Cora:zón nwninado - Porfirio Barba JacobObra Completa - José Asuncíón SilvaLa Rebelión de las Ratas - Fernando Soto AparicioMientra.!l Llueve _ Fernando Soto Aparicio

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Viaje al Pasado _ Fernando Soto AparicioMáximas Regulares - Luis A. Ramírez

Diario de Bucaraman~:a - Louis Peru de LacroixLa Vida es Sueño y I~I Alcalde de Zalamea. - Pedro Cal-

derón de la BarcaHa.mlet - W:illiam ShakespeareLa Odisea - HomeroLa Iliada _ HomeroEl Criterio _ Jaime BalmesRafael Uribe Uribe - Eduardo SantaEl Quijote - Miguel de Cervantes SaavedraEl Pa.pa.Paúlo VI - Hoy Mac Gregor Hastie

Caballito de Siete Colores - Ciro MendiaMa.rtin Fierro - José HernándezLa Marquesa de Yolombó - Tomás CarrasquillaHistoria de la Revolu(:ión de la República de Colombia -

Tomos 1 _ II _ III _ IV - V - VI - José Manuel RestrepoLos Comuneros - Gerrnán Arc\niegasEl Libro de los Apólogos _ Luis López de MesaEscrutinio Sociológico de la Historia Colombiana - Luis

López de MesaDe Cómo se ha formado la Nación Colombiana - Luis Ló-

pez de MesaDisertación Sociológica, - Luis López de MesaTriptico - Armando SamperEl Sentido de Vivir _ José Gutíérrez

Memorill8 - José Hilado LópezMemorill8 - Salvador Camacho RoldánHe Visto la Noche - Manuel Zapata OlivellaAntología Poética de Hernando Domínguez Camargo

Eduardo Mendoza VarelaJosé Ma.ria Córdova - Roberto Botero SaldarriagaMi Simón Bolivar - Fernando GonzálezLos Negroides ~ Fernando GonzálezMi Compadre - Fernando GonzálezEl Maestro de Escuela, _ Fernando GonzálezPensamientos de un Viejo - Fernando González

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De La Tierra a La Luna y Viaje'"alrededor de la Luna •Julio Verne

Cuba ¿Paraíso perdido'! _ Camilo Restrepo

El "Che" que yo conocí· José Pardo LiadaLa Tierra Nativa. Isaias GamboaBolívar • Julio ManciniTránsito - Luis Segundo de SilvestreCuatro Años a Bordo de Mi Mismo - Eduardo Zalarnea

BordaEl Lazarillo de Tormes - Anónimo - El Buscón - Francisco

de Quevedo y VillegasPepita Jiménez - Juan ValeraBiografía de las Palabras _ Pbro. Efrain Galtán OrjuelaAsí Hablaba Zaratustra - Federico NietzscheDiana Cazadora - Clímaco Soto BordaPax - Lorenzo MarroquínViaje a Pie - Fernando GonzálezHistoria de una Alma. - José Maria SamperSa.ntand4~r- Fernando González

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Se terminó de imprimir el díaZ7 de julio de 1971 en los talleresgráficos de Editorial Bedout S. A.Medellín, República de Colombia.

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••"Florentino González era alto de cuerpo, degallardo porte, la talla esbelta, la cabeza ergui-da y poderosamente conformada; el cabello yla barba negros y ligeramente rizados; la tezde un blanco mate casi pálido; los ojos gran-des, hermosos y expresivos, bien que mediovelados por momentos y con ciarto aire me-lancólico; la frente magnífica, abierta y comoiluminada; la nariz finamente perfilada y rec-ta; el rostro anguloso y de líneas llenas devigor; la boca grande pero fina, en la que vaga-ba siempre una sonrisa como de superioridady desdén y una expresión de confianza en simismo; una voz de entonación suave pero lle-na y enérgica; el andar digno y libre, y en todala figura un sello patente de inteligencia supe-rior, de independencia y de resolución: taleseran los rasgos físicos de Florentino González,gallardo como un gladiador de bUeJ:I tono, dis-tinguido como un gentleman inglés, lleno deluz en la cabeza, de entereza en el corazón yde fuerte voluntad".

1~OLSILlBROSEDOUT

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