monografia fuego vivido susana arenas
DESCRIPTION
La femenomenologia del fuego - Bachelard y EliadeTRANSCRIPT
FUEGO VIVIDO: ESCRITURA DE LA IMAGINACIÓN
SUSANA PATRICIA ARENAS GIRALDO
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
INSTITUTO DE FILOSOFÍA MEDELLIN
2009
1
FUEGO VIVIDO: ESCRITURA DE LA IMAGINACIÓN
SUSANA PATRICIA ARENAS GIRALDO
Trabajo de grado para optar al título de Filósofa
ASESOR: EUFRASIO GUZMAN MESA
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA INSTITUTO DE FILOSOFÍA
MEDELLIN 2009
2
Nota de aceptación:
___________________________________
___________________________________
___________________________________
___________________________________
___________________________________
Firma del presidente del jurado
___________________________________ Firma del jurado
___________________________________ Firma del jurado
Medellín, Febrero 16 de 2009
3
AGRADECIMIENTOS
Agradezco a mi familia por el apoyo y la confianza que me dieron durante mi proceso educativo.
Agradezco al profesor Eufrasio Guzmán, por sus consejos, recomendaciones y
flexibilidad.
Agradezco a mis amigas por el acompañamiento y asesoría que me brindaron.
4
A la madre tierra,
A mi madre,
A aquellos que sueñan mirando al fuego,
A quienes imaginan tocando el agua,
A los que escuchan el viento,
Y a quienes caminan sobre la tierra,
Les escribo.
5
CONTENIDO
Pág RESUMEN 7 INTRODUCCION 8 1. FUEGO VIVIDO 15 1.1 El fuego y los mitos 15 1.2 El tiempo del fuego 21 1.3 La llama y la verticalidad 24 1.4 El fuego y la ensoñación – La llama en la noche 26 2. EL FUEGO Y LOS OTROS ELEMENTOS 34 3. EL CUERPO Y LA IMAGINACIÓN 55 3.1 Cuerpo de tierra 55 3.2 Escribir y contar: sanación por los elementos en el cuerpo 61 3.3 El cuerpo de noche y la escritura como vida 68 4. CONCLUSIONES 75 BIBLIOGRAFÍA 82 BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA 84
6
RESUMEN
La presente monografía se centra en la literatura del fuego propuesta por Gastòn
Bachelard. Este autor se refiere al fuego como uno de los elementos de la materia
que generan ensoñaciones y sueños en un individuo fascinado por él. Se tienen
en cuenta además algunas ideas y representaciones que los hombres del mito
tenia sobre el fuego en sus rituales y su sacralidad para lo cual se recurre a las
investigaciones de Mircea Eliade. Esto porque la imaginación de los hombres del
mito y la del soñador está vinculada en sus creaciones sagradas y literarias.
Se tratan también algunas ideas relacionadas con el fuego, como la verticalidad de
la llama que Bachelard vincula a un ascenso moral, el tiempo del fuego que es
circular, la escritura y la noche a la luz de las imágenes del fuego.
El fuego, el agua, el aire y la tierra tienen una importante conexión entre si, por ello
en la segunda parte, se hacen algunas relaciones entre ellos y en la ultima parte
se realiza un acercamiento entre el cuerpo y la imaginación, donde se señalan
aspectos importantes como la pertenencia del cuerpo a la tierra, la relación con la
naturaleza, la sanaciòn por la imaginación material y la vida unida a la literatura.
Finalmente, es necesario decir que en su literatura de la imaginación Bachelard
propone un método vivencial de encuentro con las imágenes materiales para ir
creando imágenes literarias, algunos pasajes del presente texto son construidos
teniendo en cuenta dicha manera de unir la escritura a la imaginación por medio
del agua, el aire, la tierra y el fuego.
7
INTRODUCCIÓN
Vivir con el signo del fuego en el cuerpo es lo que Bachelard1 llama el fuego vivido
o vivir poéticamente. El fuego vivido es soñar con imágenes, excederse en ellas,
reproducirlas, es como superar el tiempo, aligerar la percepción de las
circunstancias, consumirlas en la llama hasta llegar a ser el fuego mismo. Esta
experiencia se refiere a aquel que es capaz de renovarse vitalmente en el mundo
por la potencia de la imaginación.
De modo que el fuego vivido está estrechamente ligado a la renovación, concepto
que para el presente trabajo se construye desde los escritos de Eliade2, y que
está comprendido como un proceso vital compuesto por dos momentos, el de caos
y el de creación, esto en referencia a las observaciones de la naturaleza y algunos
de sus ciclos. Para las culturas rituales, el mundo era destruido y creado
nuevamente, así se renovaba, porque el mundo estaba gastado y necesitaba
nacer de nuevo, con la renovación se evoca además el sacrificio del dios, que a
partir de su cuerpo autoinmolado se forma el mundo, luego de una muerte, se da
un nacimiento.
Bachelard3 también tiene algunas ideas sobre la renovación principalmente en
relación al ave fénix, al cual rastrea en la literatura para hacer alusión al ser que se
inflama a sí mismo y que resurge de su propia ceniza. Él mismo produce el fuego
que lo consume y tras su destrucción renace. Así que el fuego tiene relación con
aquello que muere y renace, es el elemento que destruye y da una nueva vida.
1 BACHELARD, Gastón. Fragmentos de una poética del fuego. Barcelona: Paidós, 1992. p. 23. 2 ELIADE, Mircea. Lo sagrado y lo Profano. Barcelona: Paidós, 1999. p 46. 3 BACHELARD. Fragmentos de una poética del fuego, Op. cit., p. 65.
8
“El ser, fascinado, escucha el llamado de la hoguera. Para él, la destrucción es algo más que una permutación, es una renovación”4.
Es importante decir además, que para realizar un acercamiento comprensivo al
fuego vivido propuesto por Bachelard, inicialmente se considera importante
retomar algunas ideas de los mitos descritos por Mircea Eliade5, además de las
diversas prácticas sagradas alrededor del fuego. Esto porque según las
conclusiones de este autor, los mitos y las imágenes arcaicas que fueron
importantes en la vida de los hombres en tiempos pasados retornan siempre, tal
vez desfiguradas, gastadas, enmascaradas, pero siempre regresan,. Puede verse
entonces como las creaciones literarias y las prácticas de ellas que en otro tiempo
fueron la realidad, se enlazan con las subsiguientes formas literarias que es lo que
interesa a Bachelard, como en el mito del ave fénix, el autor hace un
reconocimiento de las apariciones literarias del fuego una y otra vez a lo largo de
la literatura, de modo que la literatura del fuego es como el ave fénix que
permanece y renace de sus cenizas.
Asimismo, el tiempo en que el ave tarda en consumirse es su tiempo de
creatividad, el momento de su máximo furor, que es el mismo instante en que por
su propia fuerza se destruye, para quedar en la oscuridad y quietud de las
cenizas. Las imágenes primigenias fundamentales en la experiencia vital del
hombre alcanzan así su punto creativo, su expresión, para luego reposar y esperar
la chispa que hace nacer otra vez al fuego. Buena parte de los mitos babilónicos6
estudiados por Eliade se refieren a la cosmogonía –creación del Universo- y al
respecto el autor señala la estructura circular de estos mitos y las ceremonias
alrededor de ello. Dice que cada cierto tiempo el mundo se gasta y debe ser
renovado, pero para ello debe destruirse totalmente y volver a ser creado.
4 Ibíd., p. 37. 5 ELIADE, Mircea. Imágenes y símbolos. Ensayos sobre el simbolismo mágico religioso. Madrid: Taurus Ediciones, S. A, 1974. p. 19. 6 ELIADE, Mircea. Cosmología y alquimia babilónicas. Barcelona: Paidós, 1993. p 86.
9
Entonces se rememora en las ceremonias el estado anterior a la creación que es
el caos junto a la creación misma.
Lo que se retoma de lo dicho anteriormente es que para toda creación humana, se
realizaban rituales, debido a que cada creación evocaba a la gran creación del
universo. El fuego siempre presente en las ceremonias era el posibilitador de gran
cantidad de creaciones, tanto por su luz como por la capacidad de hacer pasar el
tiempo más rápido, es decir poder agilizar las labores creativas. Así que quienes
manejaban el fuego eran especialmente preparados y respetados, debían ser
iniciados, ya no tenían que esperar las transformaciones propias de la naturaleza,
ellos mismos tenían el poder de efectuar cambios a partir del vinculo con la
naturaleza y de los misterios develados por ella al iniciado.
Así, según las observaciones de Eliade, el fuego es un elemento presente en la
experiencia humana que origina importantes imágenes en su conjunción con el
hombre, debido a la insistente atracción del individuo y de las comunidades
humanas hacía él. Cabe decir, que todos los escritos de Bachelard dirigidos al
fuego están marcados por el deseo hacia él, por la atracción que le genera al autor
en sus diferentes formas; la hoguera, la antorcha, la llama, y por el rastreo del
fuego en algunos poemas y textos literarios, siguiendo sus apariciones,
desvanecimientos y transformaciones escritas, en relación con sus autores.
“De una llama contemplada hacer una riqueza íntima, de un hogar que calienta e ilumina, hacer un fuego poseído, íntimamente poseído, he aquí todo el ámbito del ser que debería estudiar una psicología del fuego vivido. Esta psicología describiría, si pudiera encontrar una cohesión de las imágenes, una interiorización de las potencias de un cosmos” Tomaríamos conciencia de que somos fuego viviente desde que aceptamos vivir las imágenes, las imágenes de una prodigiosa variedad que nos ofrecen el fuego, los fuegos, las llamas y las brasas” 7
7 Ibíd., p. 11.
10
La búsqueda de Bachelard está dirigida a lo que ocurre en un individuo que sueña
con el fuego, que vive las imágenes, imágenes que no poseen una configuración y
significado unívoco, sino que envuelven al individuo en la pluralidad de llamas que
lo consumen para recrear la vida misma en los latidos de un fuego vivido, su
corporalidad alterada arde por varios lugares y de diferentes modos, hasta que el
cuerpo todo es una hoguera cuyo humo huye en señal de todo un mundo que
arderá. Una interioridad que se posee por la fuerza de lo que arde, es entonces
cuando el individuo se ha encontrado con la vitalidad del cosmos, el corazón del
universo que arde en el individuo.
De ahí el interés por una psicología del fuego vivido, llegar donde se están
librando los choques vitales, buscar las chispas del fuego que se anuncia con toda
la potencia de la vida y la muerte. Para el autor el anunciarse del fuego vivido
puede estar en la escritura, aquel poseído por la verticalidad, donde la llama más
extensa de la hoguera sube hasta hacerse delgada como la llama de una vela. La
delgadez del fuego en la llama de la vela es signo de un fuego que asciende en un
movimiento purificador, fuerza vital que asume la tendencia alargada del recipiente
que la contiene y la alimenta. El fuego se devora al cuerpo del soñador y se
reproduce a sí mismo en él, reemplaza al cuerpo, toma su forma, de ahí que la
escritura naciente de este fuego vivido es escritura que quema, acalora las hojas
en las que se ha impreso a sí misma y no deja más que letras ardientes que se
mueven ante los ojos como pequeñas llamas que inducen al lector a buscar el
fuego, a sumergirse en él.
“Al considerar las imágenes poéticas del fuego tenemos una posibilidad más, puesto que abordamos el estudio del lenguaje inflamado, de un lenguaje que sobrepasa la voluntad del ornamento para alcanzar, alguna vez, la belleza agresiva. En el discurso inflamado, la expresión siempre sobrepasa al pensamiento. Al analizarlo desentrañaremos la psicología del exceso”8.
8 Ibíd., p. 44.
11
Al referirse a la belleza agresiva del lenguaje inflamado es posible que el autor
esté refiriéndose a la potencia vital de la expresión, de la cual carece el
pensamiento. Las palabras entonces no son representación de los pensamientos,
antes y más allá de ellos, las palabras inflamadas están en movimiento, están
ardiendo y hablan por sí mismas, las palabras inflamadas son las imágenes
mismas puestas allí, dichas o escritas, pero expresadas, no son palabras
silenciosas, ni pensamientos carentes de la luz provista por el fuego. El lenguaje
inflamado es entonces las imágenes en su expresión propia, las imágenes que
son en el fuego, que están encendidas y calcinan en la expresión que ellas son.
Porque el fuego no puede ser detenido en una interioridad a la manera como
puede hacerse con el pensamiento, el fuego vivido cuando se enciende en el
individuo se está encendiendo también afuera de él, de ahí su carácter esencial de
pura expresión.
El individuo es el horno que se cuece a sí mismo por dentro y por fuera, es como
la madera alrededor de la cual ya el fuego vive, y lo que aún no se enciende en el
individuo lo hará, porque su potencial de combustión es como un fuego dormido
que espera ser avivado por otro fuego. Este es el tiempo del fuego, lo que tarda en
encender verticalmente a todo el individuo. Porque luego de ello, el individuo
renacerá una y otra vez de su propias cenizas, de allí también el interés del autor
por el ave fénix. La forma del fuego es vertical y su tiempo circular, la circularidad
consiste en la muerte y la vida por el fuego. El individuo que se inflama a sí
mismo, produce la llama que lo consumirá, y de sus cenizas una nueva llama
surgirá regenerando al individuo.
“Si pudiéramos hacer sentir a continuación que en la imagen poética arden un exceso de vida, un exceso de palabras, habríamos probado detalle por detalle que tiene sentido hablar de un lenguaje caldeado, gran fogón de palabras indisciplinadas donde se consume el ser, en una ambición casi alocada por promover un ser-más, un más que ser” 9.
9 Ibíd., p. 47.
12
Un más que ser es un ser que es en la nada también, que es en la muerte, en las
cenizas aún está la potencia vital del fuego, por eso ellas vuelven a encenderse,
ya sólo hay fragmentos del individuo incinerado, muerto, pero de allí mismo, en el
instante mismo de la muerte por el fuego resurge la vida, la llama se enciende y se
inflama otra vez a sí mismo. El fuego que lo destruye es el mismo fuego que lo
recrea, sólo es cuestión del tiempo, el sacrificio del individuo en un tiempo circular,
es el que da la posibilidad de la creación literaria. Pero el individuo se vuelve lo
que escribe, él mismo se convierte en una imagen de fuego, arde al igual que su
escritura, se quema con ella y renace para volver a escribirla.
En el individuo recipiente del fuego, hay un exceso, de allí que el fuego pueda
surgir en él, la vitalidad es tan fuerte que se vuelve mortal, empuja a la nada, como
Empédocles10 es empujado por algo al volcán, El lenguaje en su vitalidad, en su
movimiento constante da nacimiento al fuego, las palabras se friccionan entre sí,
surgen chispas por la vitalidad de ellas y entonces allí está ya el fuego vivido.
Además del fuego, se trabajan también algunos aspectos importantes del agua, el
aire y la tierra, se hacen algunas relaciones entre los cuatro elementos, y
principalmente se hace énfasis en el encuentro del agua y del fuego.
“Entregándose en cuerpo y alma a la imaginación, el poeta se dirige a la realidad
psíquica primera: a la imagen”11.
El cuerpo es el que se relaciona con los cuatro elementos y con la naturaleza en
general, de ahí que la parte final del texto se centre en el cuerpo y la imaginación,
además se tiene en cuenta la escritura y el habla literaria como actividades
estrechamente vinculadas a los elementos de la materia y al cuerpo que por el 10 Mito que analiza Bachelard en una de las partes de fragmentos de una poética del fuego. 11 BACHELARD, Gastón. El aire y los sueños. Bogotá: Fondo de cultura económica, 1993. p. 63.
13
proceso de imaginación abren las puertas de la sanación. Se retoman además
algunas ideas de Mircea Eliade sobre el chamanismo, al estar este tan relacionado
con el acercamiento a la naturaleza y a la sanaciòn por el encuentro con ella. Así
sanar la propia vida es encontrarse con las imágenes que capturaban la vida de
los hombres del mito y que en formas distintas continúan capturando la vida del
soñador. De modo que vivir se convierte en el encuentro con la intimidad propia y
la de los ancestros a través de las imágenes ahora literarias que surgían en el
cuerpo y en el mundo del hombre del mito.
Finalmente se pone de manifiesto el cuerpo que sueña y escribe en la noche como
la vida misma. Se tocan algunos aspectos de lo arraigado del pensamiento y de
las imágenes literarias al cuerpo, al ser y con ello al propio vivir. Porque para
Mircea Eliade las imágenes míticas son mucho más que formas religiosas
olvidadas, son ellas las creaciones del cuerpo y de la naturaleza con las que el
hombre sacraliza su vida y renueva su potencia vital. Y para Bachelard la
imaginación es la forma de retornar a la vida, de reapropiarse de la libertad para
expandir el ser en los sueños y ensueños que llenan de nuevos significados
encarnados a los soñadores que escriben.
14
1. FUEGO VIVIDO 1.1 EL FUEGO Y LOS MITOS
“… Es importante decir que el alquimista como el herrero, y antes que ellos, el alfarero; es un señor del fuego, pues mediante el fuego es como se opera el paso de una sustancia a otra. El entusiasmo demiúrgico surgía del oscuro presentimiento de que el gran secreto consistía en aprender a hacer las cosas más aprisa que la naturaleza”12.
Los hombres cercanos a la naturaleza y con ello a los mitos permanecían en
estados de comunión con su imaginación, es posible que de allí se desprendan
sus constantes estados de ensoñación, que ellos creían como realidad y los que
ellos mismo inducían a través de prácticas como la danza, los cantos y el
consumo de algunas sustancias13. En estos estados de ensoñación el fuego
seguía siendo un elemento central, de modo que la imagen del señor del fuego no
solo era la de quien llevaba a cabo su arte con él, sino además quien pudiese
albergarlo en su propio cuerpo, producirlo, llamarlo, dejarlo ser en su interior y
manteniéndolo en el propio cuerpo, se presentaba un cambio en el estado vital,
porque este ser se relacionaría de manera distinta con la naturaleza. Pero la idea
era llegar a ser el que ardiera por sí mismo a través de un incremento en el calor
interior. Aquí puede hacerse también un nexo con el ave fénix, productora de su
propio fuego. En el cuerpo humano la imagen mítica del alquimista, el chamán o el
herrero, era similar a la de aquel que se consumía en su fuego para renacer, por
tanto lograba resistir al frío, al agua, a un fuego exterior en virtud de la propia
temperatura de su cuerpo.
12 ELIADE, Mircea. Herreros y alquimistas. Madrid: Alianza, 1999. p. 71. 13 ELIADE, Mircea. El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. México: Fondo de cultura económica, 1976. p. 45.
15
“Además, producir el fuego en el propio cuerpo es un signo de que se ha trascendido la condición humana. Los primitivos se representan universalmente el poder mágico, religioso como ardiente y lo expresan por nombres cuyo significado literal es calor, quemadura, muy caliente, etc”14.
Con respecto a la trascendencia de la condición humana, estas personas
imaginaban un cuerpo distinto, posiblemente más fuerte, más resistente, que
pudiera diluir los peligros a su paso, carbonizarlos. A la manera como lo hace el
fuego, que devora y consume lo que se acerca a él, se alimenta de otros
elementos o seres de la naturaleza, de algún modo los purifica por eso sólo los
más preparados podían convivir con él sin ser destruidos. El fuego significaba para
los hombres del mito la supervivencia con respecto a ciertos peligros de la
naturaleza y de otras tribus, significaba el calor protector y guardián de la vida al
proporcionarles mejoría en la preparación de los alimentos, luz y defensa frente a
los animales salvajes.
Esto porque, el fuego es el que acompaña la soledad, el que está vivo siempre
que se cuiden sus brazas, se mueve, da imágenes y produce sonidos, además de
la luz y el calor que proporciona, de ahí su facilidad para que en su compañía se
tejieran historias imaginarias, para que el hombre del mito lo viera como un ser
especial que albergaba dentro de sí un gran conocimiento y entonces viene ese
deseo de querer encender el fuego en el propio cuerpo, de llevarlo consigo, de
internalizar toda su potencia calorífica, transformadora y fuerte.
“La verdadera significación del calor mágico y del dominio del fuego no es difícil de adivinar: estos poderes indican el acceso a un cierto estado extático o en otros niveles culturales (India) a un estado no condicionado de perfecta libertad espiritual”15.
Lo que daba la atracción tan grande al hombre del mito por el fuego era esa
identificación con él, el deseo de que ambos seres convergieran en uno sólo, yo y 14 Ibíd., p. 72. 15 Ibíd., p. 73.
16
el fuego, ser él mismo, y así, ser seducido y vencido por el fuego sería arrojarse a
las llamas, pero si se esperaba el tiempo suficiente y el iniciado resistía los
llamados del fuego, llegaría el momento en que el fuego se apagaría en la
hoguera y se encendería en el individuo mismo. Moriría afuera para renacer y
morar en el digno recinto que se le ofrecía. Así el cuerpo sería el templo del fuego.
Esta ensoñación deja ver como el individuo llamado por el fuego debe resistir a la
fuerza abrasadora de su propia imaginación, mantener un ligero pero seguro limite
entre sus creaciones imaginativas y el mundo. Mantener en soledad el diálogo
con el fuego sin arrojarse a él y poco a poco ir sintiéndolo dentro de él mismo,
recibir la vitalidad de la experiencia de mirar y escuchar los sonidos del la hoguera
y crear dentro de sí mismo el espacio del fuego.
“De modo que, es la intimidad, la simpatía con el fuego, lo que hace convergentes, a experiencias mágico religiosas tan diferentes y solidariza vocaciones tan dispares como las del chamán, el herrero, el guerrero y el místico. De ahí que, el fuego, la llama, la luz cegadora, el calor interno expresen siempre experiencias espirituales, la incorporación de lo sagrado, la proximidad de Dios”16.
Eliade va mucho más allá de la idea del vínculo entre el fuego y la creación
imaginaria, es claro que para los hombres del mito el fuego era un símbolo de lo
sagrado, incluso una presencia de lo sagrado, si no el dios mismo. Pero lo más
valioso para este análisis más allá de si el fuego era símbolo de dios, es la
estrecha conexión entre el alquimista, el chamán, el herrero y el guerrero, debido a
que éstos a pesar de poseer sus representantes humanos, son también imágenes
que llevan dentro de sí un cúmulo de significaciones y vivencias colectivas, como
si el fuego fuera de algún modo el vitalizador de estas ensoñaciones, el nexo entre
las imágenes, podría considerarse entonces al fuego como la vitalidad misma de
la imaginación, el fuego vivido, aquel que se ha internalizado, es la imaginación
que se mueve por todo el cuerpo, porque está fusionada con él. Con el fuego
16 Ibíd., p. 73.
17
vivido, las imágenes no están ya congeladas, olvidadas o desmembradas, han
reaparecido como el fénix, la vida de ellas es el propio fuego, es decir; ellas
aparecen y existen como el fuego en el cuerpo. El calor es propio de las imágenes
que se están moviendo de modo ascendente buscando su modo de ser propio, la
verticalidad. Están ascendiendo porque ellas vienen de lo profundo de un cuerpo,
que está parado sobre la tierra. Las imágenes vendrán de la vivencia con la
naturaleza, con la tierra, con la animalidad engendradora del individuo y se dirigen
hacia el cielo, hacia la creación, hacia la expresión.
Algunos cuentos populares conservan todavía el recuerdo de un argumento mítico-ritual, en el que el fuego ocupaba el papel de prueba de iniciación y a la vez de agente de purificación y transmutación. Además, El simbolismo de iniciación del fuego y la fragua, de la muerte y resurrección por el fuego, de la forja sobre el yunque, están atestiguados con claridad en los mitos chamánicos17. Sin embargo, el fuego para producirse en el cuerpo necesita un recinto propio para
él, de ahí que sea él quien purifique y prepare al individuo encargado de cuidarlo y
alimentarlo. Entonces los hombres del mito sabían que el fuego antes de
entregarse, limpiaría por su propia naturaleza todas las impurezas que se
encontraran en el individuo receptivo. Este ser sabía que su iniciación era con el
fuego y los símbolos para este desgarramiento personal son los mismos del fuego
con los otros elementos de la naturaleza, el hombre del mito se sabía un ser
natural de ahí que supusiera imaginativamente que al igual que las armas, los
alimentos y los metales alcanzaban estados de maduración y mejoramiento en el
fuego, el individuo se convertiría también en algo mejor en su cercanía con el
fuego. Su máxima potencia vital saldría y al volverse rojo como el hierro tomaría
nuevas formas superiores que el mismo fuego le imprimiría hasta trasladarse a él
y volverlo un ser de fuego.
“Conviene señalar que el herrero por el carácter sagrado de su oficio, por la mitología y la genealogía de que es guardián, por su solidaridad con los chamanes 17 Ibíd., p. 97.
18
y guerreros, ha sido llamado a ocupar un lugar en la creación y difusión de la poesía épica”18.
He aquí otra muestra de cómo el fuego para el hombre del mito en diversos oficios
y artes está conectado con la creación mítica y épica. Aquellos que por el fuego
van ayudando a construir con historias, con imaginaciones y con palabras una
cultura son los que llevan lo sagrado dentro de sí. Puede decirse entonces que
una de las formas fuertes de lo sagrado es la creación, porque básicamente lo
sagrado desconocido contiene los misterios de la vida y la existencia de las cosas.
Alrededor de aquello desconocido luego de la aparición del universo y de los
individuos el hombre crea sus propias historias de origen. Mira a la naturaleza,
mira a sus compañeros de vida y crea sus mitos, que sin embargo para las
comunidades del mito, más que creaciones literarias son el legado de seres que
podían conectarse con lo desconocido. Estos seres guardianes del fuego sagrado
que se convertiría luego en fuego vivido son los que atienden al llamado del fuego,
los que se entregan a sus ensoñaciones, los iniciados que se arriesgan a recibir el
fuego en su propio cuerpo. Los que dejan encender su imaginación y arden con
ella mientras escriben y mientras hablan. Lo sagrado no es develado pero al ser
vivido como el fuego permite crear.
“Entonces, parece existir en diferentes niveles culturales (índice de gran antigüedad) además del lazo íntimo entre el arte del herrero y las ciencias ocultas (chamanismo, magia, curación) un vínculo con el arte de la canción, de la danza y de la poesía”19.
Se considera importante mencionar el vínculo del fuego con algunas actividades y
labores del hombre del mito, para ir construyendo la idea de la originación del
fuego vivido. El valor del fuego no está en la soledad de él, está en la soledad en
que pone al individuo que se encuentra frente a él y con soledad no se hace
referencia a un estado de tristeza o abandono de un individuo, sino a su estado de
18 Ibíd., p. 79. 19 Ibíd., p. 90.
19
distanciamiento del mundo y acercamiento a las ensoñaciones del fuego. El fuego
se enciende y con ello la creación, él es el animador de las palabras, el que las
enlaza y les encuentra musicalidad, como no es una actividad meramente
intelectual sino imaginativa y corporal, el movimiento no está solo en lo que se
dice, todo el cuerpo acompaña el nacimiento de las creaciones y el fuego se
mueve en las manos, en la voz, en los ojos, en las piernas. Porque la vida se da
como movimiento, el corazón late, los ojos se mueven, la sangre fluye, El ardor del
fuego vivido es el ardor de la vida.
“De modo que en esta categoría de experiencias primordiales se encuentra presente la fuente de todos los complejos mítico-rituales en los que el herrero y el artesano divino o semi-divino son al mismo tiempo arquitectos, danzantes, músicos y hechiceros médicos”20.
El artesano del fuego es el que puede moverse de muchas formas –escribir,
hablar, construir, ir a la guerra, sanar- el que comprende su cuerpo y comprende el
cuerpo de los otros, su visión del individuo es la de un ser de fuego que deja nacer
en sí las creaciones y que fluye con su combustión interior. Conoce el fuego que lo
anima y la relación del fuego, el movimiento, la imaginación y la vida. Por tanto, su
idea sobre la enfermedad o los males que aquejan a una comunidad posiblemente
esté basada en un desequilibrio o perdida del fuego de la vida. De ahí que él, que
es quien deja arder en sí al fuego provea a los otros de la sanación dándole algo
de sí mismo, de su propio cuerpo; como saliva u otros fluidos corporales, además
de realizar movimientos, danzas y pronunciar palabras frente al aquejado. Y así
hacer que el cuerpo del otro encienda el fuego además de alinearse con la
naturaleza a través del propio cuerpo del sanador.
20 Ibíd., p. 92.
20
1.2 EL TIEMPO DEL FUEGO
“El ser humano jamás está fijo, jamás está ahí, jamás vive en el tiempo en que los otros lo ven vivir, donde él mismo dice a los otros que vive…A menudo, casi siempre, somos seres estancados sacudidos por remolinos” 21.
El tiempo que sucede o en el que el fuego está, se asocia de manera importante a
una nueva mirada sobre la temporalidad del individuo, hay un cambio en la
concepción de él, en términos de movimiento que reemplaza a la idea de
permanencia. Que Bachelard asocia más con el estancamiento, de ahí que los
remolinos que sacuden al individuo despiertan o animan su temporalidad. El
tiempo en la poética de Bachelard está relacionado con la vivencia, con los
momentos del fuego vivido, de modo que el tiempo se está moviendo al ritmo de
las transformaciones efectuadas por el fuego. De ahí que en la ausencia de calor
del fuego se hielan o detienen las experiencias. Sin embargo el tiempo del fuego
rompe el tiempo tradicional, aparece más bien con llamas verticales que rompen la
calma y detención de la linealidad. De tal modo que es un tiempo de la
transformación creativa, las imágenes emergen y se van descubriendo en la
escritura; fragmentadas, incompletas, pero vuelven una y otra vez en su propia
temporalidad de creación.
De ahí la conexión que realiza Bachelard entre la imaginación, la ensoñación y la
creación poética. El fuego vivido llega con las imágenes que encienden de tal
modo al individuo que lo llevan a una ensoñación, es decir a un acercamiento a las
imágenes desde la pura vivencia, sin ejercer control, dominio o imponer un orden
proveniente desde la voluntad personal del individuo. Él se da a las brasas
encendidas en su propio cuerpo y de allí surge la creación.
21 BACHELARD, Gastón. Fragmentos de una poética del fuego. Op. cit. p. 55.
21
Esta ensoñación de la forma y el tiempo del fuego vivido corresponde a la
imaginación creadora de quien escribe, las imágenes se originan en él, lo poseen,
lo inunda un mar de fuego que tiende hacia su expresión y cuando las manos se
encienden con las imágenes, la luz aparece, las palabras queman las hojas y se
quedan allí en una hoguera de papel. Esto podría tomarse como la aniquilación del
propio individuo por las imágenes que se encienden en él, cuando ya han ellas
quemado el papel, cuando ya están escritas, expresadas, del individuo sólo
quedan cenizas y el recuerdo de un gran fuego, es entonces cuando de estas
propias cenizas en que el individuo se ha convertido, en virtud del fuego vivido
surge de nuevo una llama, que enciende lo que queda y reconstruye al individuo,
pero por la circularidad de esta ensoñación podría decirse que este individuo
desde siempre ha sido devorado por el fuego, así que no hubo un estado inicial,
sino más bien una latencia del fuego, un enfriamiento luego de la recreación. Sea
el individuo consciente o no de ello. Además podría decirse también que con cada
incineración y resurgimiento por el fuego vivido el individuo se transforma, es
siempre otro. Quedando solo como presencia permanente, su filiación con el
fuego.
“Se viviría el doble, si se pudiera vivir poéticamente e incluso hablar, con convicción, el lenguaje poético”22. La visión de Bachelard no encuentra al escritor inicialmente como un ser diferente
de los otros, su concepción del fuego vivido se refiere a un modo de ser, al
acercamiento vital con uno mismo y con la vida. El fuego se enciende en
cualquiera, habrá entonces quienes dejen apagar la llama, quienes la ahoguen, los
que soplan fuertemente sobre ella cuando apenas está en su infancia y quienes se
opongan y limiten su verticalidad ascendente. La llama puede ser rodeada por el
hielo e irse extinguiendo sin alcanzar su madurez, como si el intelecto le robara su
calor vital para luego de todos modos perderlo en obras frías. Podría decirse que
22 Ibíd., p. 57.
22
cuando el individuo pretende servirse de la llama, ella se hace arisca, no se
extiende a las manos, se niega a arder en la obra. Cuando se busca la llama y a
cambio no se efectúa sacrificio alguno por parte del individuo ella huye, retorna a
su nido. Pero cuando el fuego se deja arder libremente, se le pone madera seca
proveniente de uno mismo, se le deja entrar a todos los recintos corporales y a los
espacios vitales, arde con todo su vigor, inicia su circularidad esencial y empieza a
extenderse verticalmente en la corporalidad.
El fuego es vivido cuando el surgimiento de las imágenes y su danza se convierten
en el centro del individuo, cuando pueden ser experimentadas como el modo de
ser más auténtico y vital de un individuo, de ahí que las concepciones del mundo y
de los otros estén atravesadas por el fuego y que las palabras mismas provengan
de la hoguera, hay entonces una doble vitalidad como lo menciona Bachelard, el
mundo es el espacio de las imágenes y de la creación, la vida cobra su fuerza
lumínica en el mundo a partir de la antorcha ardiente que aumenta la visión de los
ojos y el calor de las manos. Es imprescindible entonces para el ensoñador, o el
que escribe por el fuego, estar convencido de la vivencia en la cual está en
comunión con el modo de ser del fuego; su movimiento constante, la temperatura
propia que anima al individuo, sus sonidos devorando la madera, las extrañas
visiones cuando la mirada se sumerge en el corazón de la hoguera, donde flotan
con las llamas las cenizas blancas que permanecen así por el tiempo que viva el
fuego.
“La imaginación vive mejor en la movilidad de los adjetivos. Entonces el fuego podrá designar períodos vividos, seguir la vida que fluye, que ondula, también la vida que surge. Muy raramente la vida temporal del fuego conoce la tranquilidad de lo horizontal. El fuego, en su propia vida es siempre un surgimiento”23.
23 Ibíd., p. 12.
23
1.3 LA LLAMA Y LA VERTICALIDAD
Bachelard se acerca con bastante interés a una de las formas del fuego que es la
llama de la vela, debido a que ésta, es una llama acompañada por el intelecto,
pero no el intelecto frío y congelado que no es signo de intimidad alguna, sino el
intelecto prendido por la hoguera, la que se encuentra en la base del individuo,
éste intelecto puede encontrarse con las imágenes, puede recibirlas y dejarlas
seguir a través de sus manos que escriben. La hoguera no puede atravesar al
individuo en su movimiento de ascenso sin antes alcanzar volverse como la llama,
porque el frío que desciende del cielo la detiene, sólo en su forma alargada,
vertical, el fuego puede volverse un fuego vivido.
“La llama es, entre los objetos del mundo que convocan al sueño, uno de los más grandes productores de imágenes”24.
El fuego que se encuentra presente en la llama es un fuego tranquilo, que se
dirige hacia el mismo lugar, es la luz que permite la escritura, que acompaña la
mano del soñador y sus ojos, que centra en ella las imágenes que mas tarde
inundarán al que escribe, ella se mueve mientras él la mira, ella mantiene su ritmo
de consumación ante la presencia del ser que se acompaña de ella. La llama es la
imaginación encendida que vibra ante el que sueña con ella.
“Un soñador dichoso de soñar, activo en su sueño, contiene una verdad del alma, un porvenir del ser humano”25.
Para el autor el soñador tiene la posibilidad de soñar ante la llama en virtud de su
conexión con su propia alma que cada vez se hace más estrecha y cobra más
vida. En las imágenes que envuelven al soñador están aquellas que provienen de
su propia alma, en las que ella se descubre como en un entramado de 24 Ibíd., p. 9.
24
acontecimientos imaginativos. Las posibilidades vitales que anidan en los sueños
acogen al soñador, lo adoptan como un personaje más que se transmuta en otros,
que recibe y dona lo que es.
“El soñador vive en un pasado que ya no es únicamente el suyo, en el pasado de los primeros fuegos del mundo”26. El autor se refiere a los primeros fuegos del mundo, como a los brotes más
primigenios de la imaginación y la ensoñación, a aquellos soñadores del pasado, a
quienes escribieron inspirados por la luz y el brillo de una vela o ante el calor y
fuerza de una fogata. Los soñadores se encuentran en sus escritos, en sus
renovadas imaginaciones nacidas de la vitalidad de un fuego ardiente ante los ojos
o ante las manos. Entonces el soñador está frente a los otros soñadores que lo
preceden, está ante el pasado que sobrepasa su historia personal para acercarlo a
las vivencias flameantes de otros que aunque no estén en el tiempo lineal, siguen
ardiendo en el tiempo del fuego.
“Lo que toda llama aconseja según Bachelard es: arder arriba, siempre más arriba para estar seguro de dar luz. Para obtener esta “altura psíquica”, hay que hacer crecer todas las impresiones insuflándoles materia poética”27. Al referirse a la altura psíquica el autor está proponiendo un movimiento de
ascenso, de elevación y crecimiento del individuo a través de la creación poética,
es así como se dará luz a partir de uno mismo. La iluminación que puede darse a
otros es posible con la transformación de las imágenes en uno mismo. Y esta
iluminación se refiere a lo artístico, a lo poético, de allí que la literatura sea como
la luz creada de la consumación de un individuo o de muchos. Ser como la vela
que se va dando a sí misma, se va reduciendo y derritiendo para que el fuego
25 Ibíd., p. 10. 26 Ibíd., p. 11. 27 Ibíd., p. 12.
25
ascienda en su propio cuerpo. Las llamas de la literatura se vuelven entonces una
sola luz que se da en el movimiento de ascenso de la creación.
1.4 EL FUEGO Y LA ENSOÑACIÓN – LA LLAMA EN LA NOCHE
“Los sueños y las ensoñaciones no se modernizan tan rápidamente como nuestros actos. Nuestros ensueños son verdaderos hábitos psíquicos sólidamente arraigados. La vida activa casi no los altera”28.
Para el autor los sueños y las ensoñaciones viven en el tiempo del fuego, no se
transforman en un movimiento de pasado a futuro despojándose de lo que eran y
convirtiéndose en otra cosa, sino que lentamente van surgiendo figuras ígneas
que en la oscuridad permanecen acompañadas de otros rostros que se irán
iluminando para luego desvanecerse en el proceso de la creación, pero nunca
desaparecen por completo, de modo que los ensueños guardan dentro de sí todas
sus posibilidades creadoras que no están en correspondencia con el suceder de la
vida fuera del sueño. Los ensueños no están regidos entonces por los actos de la
vida de un individuo, ni por sus pensamientos, los ensueños tienen su propia vida,
su independencia de un control central en el individuo, como si estuvieran más allá
de él. Viven por sí mismos luego de que han sido encendidos y alimentados.
Cuando se prende la hoguera ya el fuego no es pertenencia del individuo, éste no
puede controlar sus movimientos o su tiempo de vida, el fuego cobra
independencia y arde como un dios que se expande verticalmente como la llama y
dura en su circularidad de fénix.
“Ante un sueño de pequeña luz, el soñador se siente en su casa, el inconsciente del soñador es como su casa para él. ¡El soñador!-ese doble de nuestro ser, ese
28 BACHELARD, Gastón. La llama de una vela. Venezuela: Monte Avila Editores, 1975. p. 14.
26
claroscuro del ser pensante-tiene, en un sueño de pequeña luz, la seguridad de ser”29.
Esta idea de Bachelard del soñador como el doble del ser es tratada también por
Blanchot30 en sus escritos dedicados a la noche y al sueño. Blanchot se pregunta
quien es el que sueña cuando alguien duerme, para él, no es el mismo durmiente
quien está soñando, hay alguien más que lo sueña, pero este alguien no es otra
persona, es el presentimiento de lo otro, no puede reconocerse como un yo,
porque el yo duerme, tal vez se sabe que alguien duerme y se tiene el recuerdo de
un yo que no es él, pero no puede decirse que sea otro, porque cada vez que el yo
duerme él podría ser diferente, es diferente en el mismo sueño a veces, se
transmuta en otras cosas, de ahí que no es lo mismo, aunque se despierta, se
continua soñando, la noche sigue en el día, sueñan muchos y siempre son otros
los que sueñan la pesadez de un yo.
La otra noche31 es la noche de la ensoñación, en la que se imagina y se escribe,
en ella no se duerme, se sueña siempre, un doble del yo es quien sueña fijado en
un punto que da claridad a una noche sin luz, que sin embargo es una noche sin
tinieblas. El sueño de la otra noche le muestra al soñador como algo puede
traspasar a los otros, como se puede dejar de ser en uno y continuar en otros,
pero siendo diferente al mismo tiempo, nunca se es el mismo en los sueños de la
otra noche, hay constantes intercambios, donde la claridad sin luz de la noche
continua, es otra luz la que hay allí, luz que llega a lo que parece lejano, luz que
alcanza lo que quisiera huir, luz en la que están suspendidas todas las presencias
del sueño en esa insistente soledad de la otra noche, así que hay un punto
lumínico que alcanza a lo ausente que trata de tomar presencia, ese punto es el
mismo, todo lo que está en la otra noche está reflejado en ese punto. Por eso
29 Ibíd., p. 14. 30 BLANCHOT, Maurice. El espacio literario. Barcelona: Paidós, 1992. p. 256. 31 Ibíd., p. 487.
27
mirando detenidamente el punto, se viaja con él, se mueve con él, se toca lo que
él refleja.
“Pero cuando el pensamiento reposa, las imágenes velan”32.
Continuando con Bachelard, éste una vez más indica la necesidad de aquietar el
pensamiento para que las imágenes puedan surgir y se mantengan activas. Ellas
no poseen el orden que el pensamiento busca, de ahí que en ausencia de él es
cuando ellas hacen su aparición con sus sensaciones y ensoñaciones propias. Las
imágenes velan en el ensueño, ese es su espacio psíquico. En la vigilia plena del
pensamiento y de la claridad total ellas no se encuentran, pueden convivir pero
con una luz ligera, porque ellas son el fuego que arde en la oscuridad más no el
fuego presente a medio día. La única luz debe provenir del fuego de las
imágenes, la luz proveniente de otras fuentes es entonces luz artificial que ahoga
al fuego vivido.
“La forma poética de un sueño nos permite acceder a ese psiquismo dorado que mantiene despierta la conciencia…Uno se duerme ante el fuego, pero no ante la llama de una vela”33.
El fuego en grandes cantidades es la fuerza vital de la imaginación, sin embargo el
fuego que asciende es el que se convierte en una llama, de ahí que el fuego de la
creación consumada sea el de la llama, mientras el otro está consumiendo al
individuo para hacerlo el receptáculo de su creación, la llama es el momento en
que el individuo está en plena vivencia de la creación literaria. El fuego inicial ya
se ha orientado, ha encontrado su espacio y tiempo creativo, ha superado su
propia violencia consumidora para iluminar tenuemente la escritura.
“Toda la literatura fantástica encuentra en el sueño nocturno esquemas útiles sobre los que trabaja el animus del escritor”34. 32 BACHELARD, Gastón. La llama de una vela. Op. cit. p. 15. 33 Ibíd., p. 17.
28
Y esta iluminación tenue es posible por el alcance compresivo del intelecto frente
a las imágenes, la habilidad del animus es la del acto, la de recibir las imágenes, y
procurar la expresión propia de ellas, el animus35 se acerca a las imágenes como
ante lo sagrado, vigila el fuego, lo alimenta y lo deja ser, el animus debe ser el
cuidador del fuego, sin embargo un animus en pugna con el anima del individuo
luchará por apagar el fuego, por desmembrar las imágenes y servirse de su
vitalidad. Un animus en contra de la experiencia poética y literaria sumergirá en las
tinieblas y en la humedad los brotes creativos nacientes en las profundidades del
individuo.
“Hay un parentesco entre la lámpara que brilla y el alma que sueña. Tanto para la una como para la otra el tiempo es lento. El sueño y el resplandor demandan la misma paciencia. Entonces el tiempo se hace profundo; las imágenes y los recuerdos vuelven a unirse”36.
El alma que sueña extiende algo de luz sobre las desconocidas profundidades del
individuo, es la que deambula con la luz de su conciencia por los espacios
deshabitados y olvidados de un ser, trae memorias, recuerdos cruzados con
imágenes, le permite al individuo la experiencia de sí mismo en ámbitos distintos a
la vigilia. Su paso es lento como el resplandor de la lámpara, para el soñador se
hace necesaria la paciencia y la aceptación porque ya la percepción no es la
misma que en la vigilia, unas imágenes se superponen a otras, se entrecruzan los
espacios, las voces en ocasiones parecen no viajar en el aire, no se sabe de que
lugar vienen y en que cuerpo están. El cuerpo puede extenderse, acortarse, ser
denso o flotar y en ocasiones hasta diluirse, convertirse en la mera sensación vital
perdiéndose la conciencia o el control sobre las extremidades. Los ojos pueden
ver mucho más lejos con sólo enfocar la mirada y a veces por más que se froten 34 Ibíd., p. 17. 35 Concepto ideado por Carl Gustav Jung para referirse al aspecto masculino interno de un individuo. Es tanto un complejo personal como una imagen arquetípica. Tomado de SHARP, Daryl. Lexicón junguiano. Santiago: Cuatro Vientos, 1994. p. 21. 36 BACHELARD, Gastón. La llama de una vela. Op. cit. p. 18.
29
las manos sobre ellos no podrá verse más allá de una cercana y oscura nube. Así
que en los sueños a veces se es pura mirada cuando toda la experiencia sólo es
del ver y de la aparición de imágenes ante los ojos, perdiéndose el resto de los
sentidos, se es no más que oídos cuando la voz propia y las otras que se
escuchan parecen ser la única guía o manos cuando nada se ve, nada se oye,
pero el tacto se agudiza y es el único modo existencial dentro del sueño.
“El fuego perezoso no quema siempre de una vez todos los elixires de la madera. El humo abandona con pesar la llama brillante. Esta tenía todavía muchas cosas por quemar. ¡En la vida, también hay, muchas cosas por encender nuevamente!”37.
El encender está relacionado con el vivir, lo que se enciende es el fuego vivido, las
experiencias toman las formas de la ensoñaciones, las visiones sobre las cosas
que pasan en el mundo ya no están únicamente regidas por los análisis del
entendimiento, toda la capacidad receptiva de la imaginación se hace permeable a
los otros. Volver a vivir, encarar una y otra vez situaciones que retornan por su
conexión con las imágenes del individuo. El tiempo circular del fuego en su
movimiento de morir y renacer se aferra al soñador, afecta su modo de ser y sus
encuentros con el mundo. El fuego no quiere morir hasta haber devorado el
corazón de la madera, por eso se enciende el fuego una y otra vez en los
acontecimientos que retornan, en lo que aún queda de ellos por consumir.
“El hombre, gracias a una llama ligera, libera las fuerzas de la luz aprisionadas en la materia”38.
El fuego al devorar la madera o los objetos que sean entregados a él, es el
símbolo de una potencia vital capaz de convertir la materia en espíritu, capaz de
sacar de la madera, la fuerza allí encerrada por su propia materialidad. De modo
que el fuego es el transformador de la materia en el espíritu y lo hace a través de
37 Ibíd., p. 68. 38 Ibíd., p. 93.
30
una purificación, eliminando todas las impurezas que serán quienes a su paso por
el fuego se conviertan en luz y en calor. Lo que el fuego deja es la materia inerte,
las cenizas luego de la calcinación, donde sin embargo según la imagen del fénix,
se enciende de nuevo la vida. El hombre que sueña es la materia prima, la
imaginación es el fuego y lo que se libera luego del incendio es la literatura, las
cenizas son la nueva materia prima a partir de la cual se recreará una y otra vez el
individuo que sueña en su doble.
“Sería tarea muy grande para un psicólogo deslindar, a pesar del caos de los sueños y de las pesadillas, la personalidad de ese ser íntimo, de ese ser doble que se nos parece como un hermano. Conoceríamos entonces la unidad esencial de nuestros sueños. Seríamos, realmente el soñador de nosotros mismos. Comprenderíamos oníricamente a los demás cuando conociéramos la unidad profunda de su ser soñador” 39
Para el autor la imaginación se encuentra vinculada a la noche y la noche a los
sueños, de ahí que la ensoñación poética o literaria de quien vive el fuego sea ese
espacio temporal que se abre rompiendo el tiempo vulgar o el tiempo de la
cotidianidad. Entonces la noche se establece en el individuo como el
oscurecimiento de las experiencias y pensamientos del mundo para que pueda
brillar el fuego en cualquiera de sus formas, y concretamente la llama en el modo
de la creación literaria como tal, el fuego de la llama es un fuego suficiente, no
amenaza con destruir, porque ya ha habido una purificación en la hoguera cuando
el fuego se inició, de modo que lo necesario es la simple llama que da un poco de
luz en espacios vivenciales propios de la noche, así que nada como el sol o la luz
del día puede existir allí. La noche no puede ser violentada con una luz fuerte,
para habitar en ella se debe estar casi en penumbras con la llama de la vela o de
la lámpara. El ser doble que es quien sueña mientras el yo reposa es a quien el
autor llama ese ser íntimo que se nos parece como un hermano. De ahí el interés
por acercarse a su propia intimidad, a sí mismo en la noche y a la imaginación que
producen la ensoñación y el sueño. La imaginación tiene aquí una importancia
31
crucial y el autor la depura de ideas adheridas a ella como de desorden, caos y
falsedad. Es claro que las imágenes no poseen un orden a la medida del
pensamiento humano, sin embargo ellas en su vitalidad poseen unos movimientos
propios de transformación. En los que se muestran, se ocultan y se permutan,
pero el autor considera que a pesar de esto, en la ensoñación se puede ingresar
en la vida de las imágenes, en el fuego y moverse en la noche. Y además cree
que la vida más llena de sentidos en una en que se permita el ingreso de las
imágenes y la libertad de la imaginación.
Así que al ir adentrándose en las imágenes de los sueños se alcanza el contacto
con partes íntimas de un individuo, puede conectarse con ese otro ser que habita
en las imágenes y que se descubre a sí mismo en las ensoñaciones. Es otro modo
de percibir las cosas, otra manera de sentir e incluso de moverse por eso en las
ensoñaciones es un doble del yo el que se mueve. Se es de otra manera a como
habitualmente el individuo se encuentra en el mundo, con las otras personas, en
un tiempo regular y en el día. Hay una correspondencia del yo y de este ser íntimo
de las ensoñaciones, hay algo que los alcanza a los dos, un encuentro entre
ambos, sin embargo son diferentes, uno habita el día, con su pensamiento como
guía en un tiempo lineal y el otro vela en la noche, pertenece a las imágenes, es
una imagen misma del yo que vive en las ensoñaciones, que muere y renace una
y otra vez, que vive lo que el yo escribe, que es activo mientras el durmiente
recibe y es testigo sus faenas. Este ser íntimo habita en la noche, pero se necesita
el fuego para que el día y la noche puedan mirarse, la hoguera se enciende para
poner a ambos seres en el mismo espacio, que es el del ensueño, pero la llama de
la lámpara o de la vela es la que permite que ellos puedan permanecer reunidos.
De modo que, la imaginación le permite al individuo adentrarse como otro ser en
los ensueños, estar en un lugar imaginativo que le permite la creación de otros
modos de vivir. Porque el individuo deja atrás su habitual o inmutable modo de ser 39 Ibíd., p. 98.
32
en el mundo para darse inicialmente de manera pasiva a las imágenes y retornar
cada día a recordar lo vivido en el fuego. Pero es importante decir que ese día
luego de la ensoñación no corresponde necesariamente con el día del mundo. El
día que viene luego de haberse prendido el fuego en un individuo es cuando las
ensoñaciones se retiran y le dan paso al amanecer en que serán relatadas.
Porque las ensoñaciones pueden sucederse día tras día del tiempo lineal
quedando así el individuo centrado en ellas aunque pretenda continuar en su
cotidianidad, esto se hará con el gasto mínimo de vitalidad, porque la mayoría está
con las imágenes. Pero cuando llega el momento del día es cuando el individuo se
reúne en sí mismo, y las ensoñaciones dan paso a la escritura.
Por lo anterior el autor considera que conocer los propios sueños y acercarse a la
imaginación propia es encontrarse con uno mismo y por tanto el comprender las
ensoñaciones o sueños de otro es acercarse a su propio ser íntimo, a la unidad a
la cual pertenece más allá de la aparente cohesión de un yo.
33
2. EL FUEGO Y LOS OTROS ELEMENTOS
El fuego sube por naturaleza mientras el agua cae, ella necesita un impulso para
subir, el aire alimenta al fuego, lo deja ser junto a él, el aire se sumerge en el agua
y la tierra sube en sus montañas al cielo, guarda al fuego liquido en el interior de
sus volcanes y deja nacer al agua desde la intimidad de sus rocas. El fuego, el
agua, el aire y la tierra son los elementos de la materia que atraen a Bachelard en
su búsqueda literaria, de modo que en sus obras dedicadas a la imaginación, el
autor se interesa en el encuentro que se da del escritor con los elementos
materiales en el espacio de los sueños y de los ensueños.
“Los sueños de la vela nos conducen al reducto de la intimidad. Parecería que existen en nosotros rincones sombríos que no toleran más que una luz vacilante”40. Es importante decir, que la oscuridad es una parte significativa de la vida del
fuego, su luz brilla precisamente donde se oscurece un individuo, el fuego nacerá
en el lugar más oscuro y frío, donde hay mayor humedad, el fuego está junto al
agua como ante la detención de su propia existencia, ante el limite mismo de su
ser. El agua amenaza con desvanecerlo con apagarlo e enfriarlo, pero el fuego
simplemente permanece allí ante ella, tratando de tomar el oxigeno, de
alimentarse de él para sobrevivir junto al agua. Sin embargo el agua lo reclama
como si de ella proviniera. Y así él se va deshaciendo en ella, se funde con ella, el
devorador se deja inundar y se duerme en las membranas liquidas del agua. De
ahí que la vela sea la que pueda llegar hasta este lugar, una llama pequeña que
no despertará la vitalidad expansiva de lo acuático, que permitirá la pequeña luz
vertical en aquella intimidad cuya agua no será violentada por la fuerza de la
antorcha. El tiempo entonces del fuego junto al agua es el tiempo de la soledad, el
40 Ibíd., p. 14.
34
momento de la muerte que se le refleja al fuego en el agua, ahí él ve su propio
rostro desdibujado en el movimiento liquido, entonces el fuego antes de su muerte
está ya en el agua y vive en ella como imagen, de ahí que este sea el único
momento, el momento eterno, el instante inacabado de la muerte del fuego. Y de
cuyas nupcias con el agua asciende hasta el cielo el agua aérea que el fuego
alcanza a quemar mientras muere.
Cuando el fuego muere, el individuo contempla el agua y otra ensoñación
comienza, su materialidad se va volviendo liquida, sus sentimientos y
pensamientos pierden su solidez, el individuo se va extendiendo hasta volverse
amorfo como el agua, las estructuras ideales que lo contenían se rompen y el
agua de su alma brota en el aire, y al suceder este resurgimiento acuático, el
cuerpo como sólido muere para volverse corporalidad liquida, ahora recorrerá la
tierra, ascenderá en los árboles y descenderá en las montañas, será en la lluvia,
penetrará en cavernas y dormirá en los lagos.
“Contemplar el agua es derramarse, disolverse, morir”41.
Morir así es retornar, volver al agua encerrada en el cuerpo y llevarla hasta los
umbrales de la piel, emerger ella y unirse a los torrentes que corren. Pero el agua
que refleja no es solo agua de muerte, es el agua en la que pueden verse las
nubes y el color del cielo. También mirando hacia abajo el individuo puede ver
sobre el agua lo que se encuentra en el cielo. Tal vez el agua sea sólo superficie y
aquello de la profundidad sólo sea la imaginación de un soñador con una opacidad
interior. Tal vez el fondo del agua refleja el mundo de arriba, esto siempre que se
conserve su transparencia, su limpidez.
Porque que el agua esté limpia como para convertirse en un espejo; lo cual es
posible, es señal de la calma y la quietud, tal vez solo con estos estados en el
35
movimiento pueda el mundo mostrarse en el agua. Para escribir sobre las
imaginaciones del agua Bachelard recurre al mito de Narciso y dice:
“Narciso va por lo tanto a la fuente secreta, al fondo de los bosques. Tan solo allí se siente naturalmente duplicado, tiende los brazos, hunde las manos en su propia imagen, le habla a su propia voz. Eco no es una ninfa lejana. Vive en el fondo de la fuente. Eco está sin cesar con Narciso. Es él. Es su voz”.42
Lo que encuentra Narciso de sí mismo en el agua es lo más atrayente, lo más
importante de todo un ser, allí está lo que no posee de sí, lo que se le escapa, es
él en el reino de las aguas, pero tiene que consolarse con contemplarse, no puede
ser el otro de sí. Allí en el agua se ve a sí mismo tan cerca, tan posible, es él y sin
embargo no puede apropiarse de si mismo. La única vivencia posible en el otro es
con la imaginación, con la cercanía y la visión en el agua. Tendrá que recibir del
otro su existencia en el mundo del agua y para estar allí tendrá que desaprenderse
de sí, tendrá que olvidarse de lo que es fuera del agua, de su existencia sobre la
tierra. Cuando ya no exista más, empezará a ser el otro, la imaginación silenciosa
y suave aparecerá con las ondas del agua y el otro empezará entonces a mirar
desde el agua a Narciso apoyado en el lago, este instante bajo el agua mientras
Narciso se pierde para que el otro sea, para ser otro es el gran momento de la
imaginación del agua, de las imágenes en el agua. Poder mirar todo el mundo
desde allí, sentir un cuerpo cuya percepción ha sido alterada por la sustancia del
agua, mirar entonces como mira el agua, moverse como ella lo hace, deshacerse
repetidamente en el reflejo que se es cuando el viento sopla. Pero se es ahora
pura superficie, el individuo se volvió una imagen sin profundidad alguna y el agua
se ha hecho plana.
Sin embargo, el individuo podría pensarse como cuerpo material dentro del agua,
de allí que Bachelard haga la diferencia entre aguas de superficie y aguas
41 BACHELARD, Gastón. El agua y los sueños. Bogotá: Fondo de cultura económica, 1996. p. 77. 42 Ibíd., p. 43.
36
profundas porque hay alguien para flotar o para hundirse en las aguas, sin
embargo la existencia del reflejo es una existencia de superficie, más allá de las
formas de la tierra que afectan el desplazamiento del agua, la verdadera
despersonalización es en la superficie, justo en el limite del agua y el aire. Claro
está que la imaginación del agua también se refiere a los cuerpos que caen en
ella, a todo lo que allí se pueda encontrar con la oscuridad de sus profundidades.
Pero en este caso la imaginación es aun incipiente porque el ser está diferenciado
de ella, Busca imaginar fuera de ella, se ve a él sumergirse y encontrar allí algo o
simplemente contemplarla pero pensando sobre lo que en ella puede haber. La
gran vivencia ocurre justo cuando el individuo se convierte en el agua, cuando sale
de si y vitaliza a su propio reflejo, es evidente que debe regresar de allí, recoger su
ensoñación porque sólo así será posible la creación literaria. Es importante aclarar
que aunque el autor se interesa en varios tipos de ensoñaciones del agua, para el
presente texto la que genera mayor interés es la de ser agua.
“Tanta fragilidad y tanta delicadeza, tanta irrealidad empujan a Narciso fuera del presente”43.
La fragilidad y la delicadeza son propias de aquel reflejo que con las ondas
naturales del agua en su efluvio deshacen la imagen del individuo que intenta
deformada mantenerse, poder ser mirado desde el agua es lo que va deshaciendo
la realidad terrena de Narciso, sus propios ojos son inundados por la vida ficticia
del reflejo, el agua entra entonces en él mientras sus ojos se clavan en la
superficie que lo mira, ya no es más él quien mira, es lo visto, en la ensoñación del
reflejo el agua inunda al individuo sólo mirándolo, porque cuando el agua es la que
mira, se produce la ensoñación. Mientras el individuo se sienta a mirar el agua
puede imaginar y crear. Pero el gran sueño del agua es cuando se es ella, cuando
la mirada del agua pasa al individuo y este convertido en agua es ya la pura
43 Ibíd., p. 44.
37
mirada acuosa en la que la naturaleza se contempla a sí misma. Así, la
ensoñación del agua es ser ella y contemplar el mundo con su mirada.
“Pero Narciso en la fuente no está entregado tan solo a la contemplación de sí mismo. Su propia imagen es el centro de un mundo. Con Narciso, por Narciso, es todo el bosque el que se mira, todo el cielo el que viene a tomar conciencia de su grandiosa imagen”44.
La mirada del agua no es la mirada de un individuo, no es una mirada
interpretativa del mundo. El agua mira con el reflejo. Muestra en su superficie lo
que ve, lo que en ella se refleja. Ese es su mirar. De ahí no se considera como lo
dice Bachelard que sea necesaria la mirada de un individuo como centro de un
mundo. La naturaleza no necesita la conciencia de un hombre, es él hombre quien
necesita la fluidez de ella. La naturaleza no es consciente porque eso no es una
facultad de ella, sin embargo ella se ve en el agua, la grandiosa experiencia
vendrá para un individuo que fuera de ella observe el reflejo de los árboles, del
viento en el agua. Sin embargo la naturaleza se mira sin necesidad de un ojo
animal o humano. El hombre necesita la ensoñación para poder reunirse de nuevo
con la naturaleza, más la naturaleza es ensoñación en sí misma, ella no hace
parte de la realidad humana. Además de la mirada del agua, en el escenario de
Narciso está la voz en el aire, se habla, siempre es su voz la que retorna.
“Desaparecer en el agua profunda o desaparecer en un horizonte lejano, asociarse a la profundidad o al a infinitud; tal es el destino humano que busca su imagen en el destino de las aguas”45.
La muerte en la imaginación es reemplazada por la desaparición, poco a poco se
deja de ser, el olvido penetra en el soñador hasta disolverlo en las aguas, la
delgadez lo iguala a la línea del horizonte, lo arrastra hasta no verse más entre el
agua y el cielo. El destino del soñador en el agua es ser una gota que al ser
tocada por la sustancia infinita que la compone pierde su individualidad, deja de 44 Ibíd., p. 44.
38
ser ella y ya no puede distinguirse más entre las aguas. Por ello el agua va hacia
sí misma, corre sobre la tierra para buscarse, para alcanzarse.
“La más extremada de nuestras paradojas. Consistirá en probas que las voces del agua son apenas metafóricas, que el lenguaje de las aguas es una realidad poética directa, que los arroyos y los ríos sonorizan con una extraña fidelidad los paisajes mudos, que las aguas ruidosas enseñan a cantar a los pájaros y a los hombres, a hablar, a repetir, y que hay continuidad, en suma, entre la palabra del agua y la palabra humana”46
El agua habla en el correr incesante, su murmullo es el del movimiento, el de la
búsqueda y el encuentro, es la voz del mundo que se repite en el vientre humano,
que habla del origen y deja oír las voces del nacimiento y de la desaparición, ante
la solidez de la tierra está la liquidez del agua, el agua hace pasar con suavidad y
blandura aquello duro hijo de la tierra. El agua se encuentra en la boca dejando
pasar las palabras, el habla humana es un habla liquida, fluida que corre en el aire
proveniente de las profundidades humanas.
El agua arrasa con los obstáculos, no se detiene, rompe el encierro y anula los
bloqueos de un cuerpo, por ellos es transformadora y purificadora. Ella arrastra en
su caudal lo que entorpece el libre manar imaginario de un soñador, en su correr
afirma el vacío que deja tras de sí, vacío en el que brotan las imágenes.
“El agua es la señora del lenguaje fluido, del lenguaje sin choques, del lenguaje continuo, continuado, del lenguaje que aligera el ritmo, que da una materia uniforme a ritmos diferentes”47. “La liquidez es un principio del lenguaje; el lenguaje debe estar henchido de agua”48.
45 Ibíd., p. 25. 46 Ibíd., p. 30. 47 Ibíd., p. 279. 48 Ibíd., p. 287.
39
El lenguaje debe ser una experiencia del cambio y de la transformación. Cuando el
lenguaje fluye en su acuosidad, el individuo debe fluir en él, moverse, romper con
los limites en sí mismo e irse con su lenguaje en el agua de su ser. Necesita beber
de sus palabras como de una fuente, limpiarse las manos y el rostro en el río de
su habla. Las palabras deben seguir el camino del agua, recorrer la tierra y
encontrarse con el fuego. Llegar al espíritu ardiente del lenguaje y volver su habla
un habla inflamada que se parezca al agua, que corra como ella, fuego del agua.
Más allá de la línea de horizonte del agua está el aire, que al igual que el fuego se
relaciona con la liberación de la materia, con la soltura y la perdida de la gravedad,
las materias pesadas se transforman por el fuego, se van en el aire, de ahí quien
sea el aire el que reciba o alberge la vida de lo que se ha quemado para ascender
en la verticalidad. El humo de forma ligera se esparce en el aire, se queda en él49.
“En el reino de la imaginación el infinito es la región donde aquella se afirma como imaginación pura, donde está libre y sola, vencida y vencedora, orgullosa y temblando. Entonces las imágenes se lanzan y se pierden, se elevan y se aplastan en su altura misma. Entonces se impone el realismo de la irrealidad”50.
El infinito como bóveda azul del aire, es el espacio libre que muestra la ruptura con
la tierra, y con su realidad, allí donde hay que ser liviano para poder ascender la
imaginación muestra su inacabable extensión, de modo que la imaginación ya no
está asociada a la materialidad, se desprende de los objetos de la naturaleza y se
presenta en su forma pura e invisible. Lo que hay en el aire son ya movimientos
que se sienten con el murmullo del viento, con la fuerza del sol y la caída del agua.
Aunque para la imaginación del aire el soñador se vale de imágenes nacientes de
él como el ave, el árbol aéreo, las nubes, todo el espacio libre de presencias
físicas es el aire. En él se puede viajar desde la tierra, en él, el agua asciende al
49 BACHELARD, El aire y los sueños, Op. cit. p. 23. 50 Ibíd., p 15.
40
cielo y desciende a la tierra una y otra vez, en él los pájaros vuelan, mueven sus
brazos para poder sobrevivir y moverse en el aire.
“Una verticalidad real se presentará en el seno mismo de los fenómenos psíquicos. Dicha verticalidad no es una metáfora vana; es un principio de orden, una ley de filiación, una escala a lo largo de la cual se experimentan los grados de una sensibilidad especial”51.
La verticalidad aunque corresponde con los fenómenos de movimiento del fuego y
el aire se refiere principalmente a la imaginación de un individuo. Así es que para
el autor la verticalidad es la vivencia de ascenso de un ser en sí mismo. La
verticalidad es el estado activo de elección que lo lleva cada vez a ir más arriba o
a descender y perder la verticalidad, ser plano, un punto en la tierra. Porque para
el autor la verticalidad parte de la tierra al cielo, este es su aspecto positivo. En su
aspecto negativo es la perdida de altura, es el descenso y la caída en la
profundidad.
De ahí que el autor llame a la verticalidad la escala en la que se experimenta una
sensibilidad especial. Además la sensibilidad especial se refiere a aquellos que
pueden soñar con la naturaleza, con lo elemental del mundo. Su sentido entonces
de unión con lo más básico de la vida es lo que le permite al soñador
reencontrarse con su propio abismo y con los otros, buscando en sus imágenes la
tendencia al asenso, a la subida formando su verticalidad, retornado del agua,
atravesando la tierra como el fuego y volviéndose aéreo.
Pero la verticalidad se refiere también a la unión imaginaria del cielo y la tierra, al
puente aéreo que hay entre dos naturalezas.
“La caída imaginaria solo conduce hasta las metáforas fundamentales a una imaginación terrestre. La caída profunda, la caída en las simas negras, la caída en el abismo, son casi fatalmente las caídas imaginarias en relación con una
51 Ibíd., p 20.
41
imaginación de las aguas o, sobre todo, con una imaginación de la tierra tenebrosa”52.
En el aire nada cae, imaginariamente las caídas se relacionan con la tierra que
hala o con el agua que recibe, sin embargo en el aire los movimientos tienen que
ver con el puro vuelo, el ascenso y descenso se vinculan con una verticalidad en
el mismo aire, sin que haya posible caída. Esto porque cuando se imagina desde
el aire la tierra se pierde de vista, deja de ser un centro de fuerza, la libertad de la
imaginación aérea está en la soltura de los cuerpos en su libertad de movimiento,
así que no hay una caída consumada, de modo que en cada movimiento de
descenso hay otro de ascenso. Diferente ocurre con la imaginación de la tierra, en
ella un cuerpo que sube en el aire retornará a la tierra y es esta precisamente la
caída.
“Imaginación de la caída como una ascensión al revés”53.
Por ello, se hace referencia en la imaginación del aire más a la ascensión al revés
que a la caída, en la imaginación del aire no hay movimientos de caída, solo hay
vuelo. Los cuerpos se mueven como plumas con voluntad, el aire los mece y ellos
se inundan de él. El respiro vital del soñador es por el aire, el viento al pasar se
lleva al soñador con él, vuela en las hojas de los árboles y se deja ir, perderse es
la imaginación aérea, expandirse en el espacio hasta volverse de aire, volverse
infinito, alargado, extenso. Como si en el aire los espacios del soñador crecieran
incesantemente, su cuerpo es ahora un cuerpo infinito, inmenso, liviano e invisible,
en su mirada y en su piel el soñador se va al paso del viento y a la presencia del
cielo. Arrebatado de sí mismo por la imaginación del aire, se vuelve sonido y
vuelo.
52 Ibíd., p. 26. 53 Ibíd., p. 27.
42
Claro está, luego de haber sido un caminante sobre la tierra. La inversión
valorativa que hace Bachelard valiéndose de la imaginación es la que le permite
decir que la vida aérea es más verdadera que la vida de la tierra. Con esto se
refiere a la creación cultural humana sobre la tierra que es poco flexible con
respecto a la imaginación. Y con la imaginación como ya se ha tratado de mostrar
se refiere a mucho más que la mera irracionalidad dentro de las emociones
humanas. El autor principalmente lo que hace es tratar de encontrar una
correspondencia entre los modos de ser y los elementos de la naturaleza. Así es
que al ser la tierra dura, pesada y sólida el autor la relaciona con este tipo de
comportamientos y modos de vivir en las personas. La tierra no da espacio para la
ensoñación, sin embargo es tan fuerte la potencia imaginaria del hombre que
incluso logra soñar con aquellos espacios terrestres diferentes como las
montañas, las cuevas y los misteriosos bosques que albergan dentro de sí a la
noche.
“La vida aérea es la vida real; al contrario, la vida terrestre es una vida imaginaria, una vida fugitiva y lejana. Los bosques y las rocas son objetos indecisos, fugaces, planos. La verdadera patria de la vida es el cielo azul”54.
Entonces la tierra tiene su potencial imaginario en el mundo natural que se asienta
sobre ella, en la vegetación, en los ciclos de fertilidad, en el nacimiento y albergue
del agua, en la cercanía de las montañas con el cielo. Mientras que la imaginación
del aire se relaciona con la perdida de leyes físicas, con la independencia de los
ciclos naturales, con el cambio del cuerpo mismo. Entonces para el autor lo real no
es lo que obliga al hombre, lo que lo limita ni aquello con lo que el individuo debe
pelear, medir su fuerza. Lo más real es lo que libera, lo que independiza al
individuo llevando al romper sus límites y a expandirse infinitamente.
“Mientras para un terrícola todo se dispersa y se pierde al abandonar la tierra, para un aéreo todo se reúne, todo se enriquece al ascender”55. 54 Ibíd., p. 60. 55 Ibíd., p. 67.
43
En la tierra el individuo debe ser fuerte, en ocasiones luchar con ella, sobrevivirle,
conocerla y hasta controlarla para poder habitarla medianamente sin amenazas
mortales. Necesita alimentarse de ella. Por ellos los seres más cercanos a la tierra
son de tendencias concretas, su conocimiento es a través de lo evidente y de lo
táctil. De modo que al alejarse de lo terrenal y de sus formas siente la perdida, una
desmaterialización que lo indispone, siente inseguridad y no puede relacionarse
con lo invisible, para él allí en el aire no hay nada, sólo percibe el vacío y el
silencio. Él sólo escucha el ruido de las herramientas trabajando la tierra, los
rugidos de los árboles al caer, su cuerpo siempre es el mismo, pesado,
hambriento y lleno de necesidades. Su tiempo se agota al paso del reloj para
continuar en sus labores con la tierra. Es tan excesiva la apariencia de realidad de
la experiencia terrena que a veces alcanza su opuesto y parece ficticia. Es casi
irreal el modo en que el tiempo huye y se agota. En que el sol sale y se oculta casi
en un parpadeo. De ahí que en la experiencia terrena la noche no existe, es sólo
el instante en que se parpadea entre la puesta y la salida del sol.
Mientras en la imaginación el tiempo se detiene, es tan lento que se parece vivir
una infinidad en sólo unos instantes en que se mira al fuego, se sumergen las
manos en el agua y se escucha al viento. En la tierra una cosa es siempre la
misma, sin embargo en la imaginación aérea los colores cambian, la percepción
del cuerpo se altera, los sonidos se agudizan y la piel parece toda volverse un par
de alas que se mueven entre el viento.
“Si la pureza, la luz, el esplendor del cielo llaman a seres puros y alados, si, por una inversión que solo es posible en el reino de los valores, la pureza de un ser da la pureza al mundo en que vive, se comprenderá en seguida que el ala imaginaria se adorne con los colores del cielo y que el cielo sea un mundo de alas”56.
56 Ibíd. p. 95.
44
Hay una relación de correspondencia entre los seres y el mundo en el que viven.
Entonces al igual que el aire llama a los seres al ascenso, los seres que ascienden
van dejando en el aire lo que son, se van quedando allí, son parte viva de ese
mundo imaginario. En el aire aparecen sus rostros alados y el aire pinta sus ojos
que miran hacia arriba. Allí en la imaginación de los elementos hay una identidad
entre el aire, el fuego, el agua y la tierra con sus soñadores. Por esto es que el
fuego después de ser tan mirado y escuchado por el soñador se prende en su
interior e inversamente el soñador por su filiación con él lo enciende en el lugar al
que dirige sus ojos y sus manos. El agua reproduce un cuerpo liquido del soñador
y este mirando al cielo puede ver al agua nuevamente allí. Y la tierra asciende
como montaña firme en el soñador, mientras él traza caminos inmóviles sobre el
agua, el aire y el fuego.
“Para la imaginación aérea bien dinamizada, todo lo que se eleva despierta al ser, participa del ser”57.
Retornando a la idea de la verticalidad, con ella lo que se busca es ser más, poder
ver mejor, recuperar la vida hurtada, subir para atraer las partes perdidas de uno
mismo luego de la fracturante experiencia sobre la tierra. Reunir la vida, invocar
las imágenes de la naturaleza y del cuerpo. Para ser mejor, para alcanzar bondad
y nobleza. Porque con la imaginación ya no se está sobre la tierra, se está bajo
ella, dentro de ella o lejos de ella pero ya no más en su límite de superficie. Limite
que hace sentir al individuo distinto de ella, en contra de ella. Por ello la
experiencia humana de superficie con la tierra, despoja a la tierra de su
imaginación, le quita el ser, la convierte en mero asiento de la vida de otros, en
servidora y esclava de la inteligencia.
“El que trate de igualar su vida con su imaginación sentirá crecer en sí una nobleza soñando en la sustancia que sube, viviendo el elemento aéreo en su ascensión”58. 57 Ibíd., p. 97. 58 Ibíd., p. 141.
45
La propuesta del autor es entonces, igualar la vida con la imaginación, la vida ya
no tiene que tener órdenes ajenos, preestablecidos culturalmente que encierran al
individuo en sí mismo y lo privan del encuentro posible con el mundo, suplantando
al mundo por una construcción estrecha, cerrada y oscura. Donde sólo hay un par
de caminos, el de ida y el de retorno, donde sólo se cabe de una forma, y donde
la gran labor y oficio de los individuos es mantener los límites de ese mundo irreal,
trabajar arduamente en el fortalecimiento de las murallas que le dan existencia y
morir allí dentro. Pero al buscar que la vida se vuelva imaginación, el soñador no
tiene que derribar las murallas, ellas desaparecen ante sus ojos, su cuerpo
empieza a transformarse, ya no solo está presente en aquel orificio terreno, se
mueve en muchos lugares, es de muchas maneras, se siente liviano a veces, en
ocasiones está en la noche, en otros momentos ve a su doble jugar en el agua,
ser el agua y finalmente siente que su cuerpo se consume en la llamas
imaginarias que lo harán vivir en el aire, en el agua y en la tierra al mismo tiempo.
En el sueño el encuentro con los elementos continúa siendo un aspecto
importante de una vida imaginativa. Entrar en el mundo de los sueños y con ello
en la noche toca de manera significativa el modo de ser del soñante, en los
sueños hay más que aspectos extraños, allí se encuentra el soñador con una
intimidad que lo acoge, que lo recibe, esto principalmente para el sueño aéreo, en
el que el desenvolvimiento del soñante es mayor, él llega allí como a un mundo
salvaje, lleno de naturaleza que casi lo deshace pero en el cual puede sobrevivir.
Ya no llega a los sueños como el héroe colonizador de un mundo desconocido. Él
mismo se vuelve allí parte de lo desconocido, Y llega a los sueños aéreos en
virtud de su soltura de su abandono personal y lo poco de orden o necesidad de
control que llega con él se disuelve mientras asciende por el aire, cuando respira
bajo el agua, cuando sus manos se vuelven el recinto del fuego y cuando es
llevado por el agua al interior de las montañas o por el aire a sus simas.
46
Y al aire le llega la noche, donde brota lo invisible y las palabras pierden su
sonoridad, callan en la noche en que serán atrapadas por las manos del soñante,
se escribirán en el silencio del día, ya no vendrán con el esfuerzo de sentido y
comunicación propio del día. Están en el aire de la noche, se mueven en las agua
del sueño, se levantan de la tierra y se agitan como el fuego y así las palabras
serán traídas por las imágenes que se ven bajo los parpados y vendrán no como
sonidos sino como sensaciones que necesitan ser grabadas en el cuerpo del
durmiente, allí permanecen en su movilidad callada hasta que las manos se
extiendan sobre el papel y lo manchen con la coloración de la noche. Iluminen las
letras impresas en la oscuridad del papel.
“La noche y el silencio son los dos guardianes del sueño: para dormir es preciso no hablar y no ver. Hay que entregarse a la vida material, a la imaginación del elemento que nos es propio”59.
Aunque el escritor le quita el velo de inconsciencia a las vivencias en la noche,
cuando la imaginación es su guía vital, la noche se vuelve para él lo inabarcable.
Cuando él sale del día, queda la noche y cuando el día regresa aun queda la
noche, el escritor se encuentra en el día haciendo visible la noche, jugando entre
las manos con las imágenes del sueño, mira al cielo y en las nubes encuentra ya
las formas dinámicas en que su “cuerpo de noche” le permite flotar, escucha los
sonidos de los árboles con el viento y recuerda la vida enraizada en la tierra que
es llamada por el cielo, Ve en el agua la natural reproducción visual de un mundo
que se deshace y rehace al ritmo de las manos que pretenden tocarlo. Finalmente
podrá el escritor, en el día de la insistente noche, ser el fuego mismo, llegar al día.
Aunque el que sueña puede salir de la noche, aun en el día la lleva consigo, con el
fuego que es el escritor, la luz y la noche cohabitan. Si el escritor no pudiera
encender una y otra vez el fuego, no saldría de la noche y como perteneciente a
ella no podría notar lo invisible.
47
“Para ciertas almas, ebrias de existir onírico, los dias están hechos para explicar
las noches”60.
El poder del escritor está entonces en despertar con el fuego más no con el día.
Con el fuego tendrá luz y calor en la noche, y así en el día no estará despojado de
los ensueños. Lo que permite el fuego es que la noche pueda ser en el día del
escritor. El no estará ahogado por la noche si posee el fuego y aunque en el día
de los otros él permanezca en la noche, tendrá la luz para ver.
La luz del fuego permite la revivencia del pasado en la noche, hay recuerdos
perdidos que retornan en imágenes para mostrarse al soñador, son ellos los que
vienen y buscan a un actor en quien realizarse de nuevo, las imágenes buscan su
renovación y el soñador reviviéndolas es quien puede cambiar las cosas, quien
puede vivir la imagen y distanciarse de ella en cualquier momento, dejar que las
imágenes pasadas ocurran en él al tiempo que las mira desde el sueño. Porque
una imagen en los sueños ya no vuelve a vivirse del mismo modo, esto porque en
el sueño el tiempo no obliga, el que duerme puede alterar las vivencias, repetirlas,
hacerlas más lentas o más rápidas y así actuar de nuevo, actuar distinto y con ello
renovar las imágenes, mezclarse con su imaginación y sanarla. La imaginación
necesita ser sanada de ideas que se refieren a acontecimientos inevitables,
permanentes, insolubles.
“Pero querríamos dar desde ahora la impresión de que aquí es la luz misma la que transporta y mece al soñador. Este es un de los papeles que desempeña, en el reino de la imaginación dinámica, la luz voluminosa, de formas redondas y móviles, sin nada en ella que penetre o corte”61.
La luz que aparece dentro de la noche viene acompañando al soñador, ella le
permite tener los sentidos de la noche abiertos, traspasa el umbral de la vigilia y el
59 Ibíd., p. 39. 60 Ibíd., p. 41. 61 Ibíd., p. 60.
48
sueño y puede darse cuenta de lo que sigue ocurriendo, es claro que ya en la
imaginación de los sueños los sentidos se agrupan, se expanden o cambian con
respecto a la manera habitual de sentir en el día, sin embargo el soñador que
pueda recibir sus imágenes podrá gozar de su dinámica y de las alteraciones
sensoriales que ellas en su vitalidad generan en el que duerme. La luz en su
conexión con el fuego se refiere a la vida, de ahí que la luz en el sueño sea la vida
del que duerme, la presencia de su vigilia, entonces la luz convierte al que duerme
en el soñador, en el que mientras duerme se da cuenta de las imágenes nocturnas
y se ve a sí mismo como imagen, incluso con las habilidades propias de este
nocturno estado vital. A veces tendrán tanta vida las imágenes, que todo lo
sentido se incrementará, las percepciones se confundirán y se parecerá estar
asistiendo a un espectáculo más brillante que los vividos sobre la tierra a pleno
día.
“En cada hora de su vida el bosque debe ayudar a la noche a oscurecer el mundo”62.
El bosque está relacionado con el tiempo que pasa, que guarda al mundo de la luz
del sol, protege el espacio y tiempo del sueño. Los árboles le dan al soñador un
hogar nocturno en el día. Le prometen con su sombra el retorno de la noche y la
humedad de la tierra. El bosque es la apertura a las entrañas de la tierra. Ella sale
en él. En el bosque no es el hombre quien entra en la tierra, es ella quien entra en
él, en su mundo. El hombre que camina sobre la tierra intenta conocerla, pero en
el bosque es la tierra quien intenta alcanzar al hombre. Ella se apodera de su
mundo de luz con sus árboles que dan sombra y al estar reunidos dan oscuridad.
El mundo del hombre es el lugar plano, donde él se para y se sostiene y lucha
para que la naturaleza pierda sus formas irregulares, sus accidentes. Pone
puentes sobre el agua para pararse sobre ella, corta árboles para internarse más
en el corazón del a tierra, para deshacer su misterio y peligro.
49
Pero en el bosque, la tierra aun se pertenece a sí misma, por ello es posible la
ensoñación con el recuerdo o la visión de sus imágenes naturales. La impresión
del bosque en el corazón del hombre aun es de vitalidad, de estar animado, el
bosque más que un objeto es un interlocutor y más que un interlocutor es un
recinto sagrado, es el cuerpo de una deidad de la noche.
“La noche es sustancia, entonces, como lo es el agua. La sustancia nocturna se va a mezclar íntimamente con la sustancia liquida. El mundo del aire va a dar sus sombras al arroyo"63.
Con la aparición de la noche y de la sombra del árbol hay un cambio de
temperatura, algo de la frescura del agua se presenta porque la noche llega como
el agua. El aire caluroso da paso al aire fresco, pierde su transparencia diurna
para teñirse del color de la noche y solo en el centro del bosque se encuentra la
luz del fuego. Este fuego que arde rápidamente desde siempre es el que marca el
tiempo del bosque, es su corazón. Es el fuego que no quema y que se mantiene
encendido porque lo que penetra hasta ese lugar del bosque ha perdido ya buena
parte de su materialidad en el aire.
“Después de haber atravesado la tierra, después de haber atravesado el fuego, el alma llegará al borde del agua”64. El fuego que esta en la noche y no en el día es el fuego ceremonial que permite la
noche y es del que se trata en el presente texto. El fuego es el encuentro del
hombre y la noche, pero no es un encuentro señalado por el conocimiento. Es un
encuentro abrumador, de vértigo, de un temor sostenido, de destino, un temor
inevitable. Detenido que no da posibilidad de huida. No se puede parpadear, ni
dudar. Es en un instante de lentitud que se dilata mientras las imágenes se
62 Ibíd., p. 88. 63 Ibíd., p. 88. 64 BACHELARD, El agua y los sueños. Op. cit. p. 118.
50
mueven el soñador está casi quieto, su lentitud contrasta con la rapidez de ellas.
Su rapidez no tiene que ver con su presentación ante los sentidos del soñador,
sino con su que cuando el soñador está en le bosque nocturno ante las imágenes,
sus sensaciones, pensamientos, percepciones y movimientos son lentos, casi
quietos en referencia al lugar donde se encuentra.
Toda la percepción de él será lenta más ello no significa que en ese lugar todo sea
lento. Por eso es que el soñador tiene un temor que allí no puede nombrar, sólo lo
reconoce con temor cuando sale de allí. La percepción personal es muy lenta en
un marco referencial más rápido. De modo que el miedo como sensación nunca
da paso al acto, es decir a la huida, a la angustia, a los gritos, a la sudoración a la
rigidez corporal. Pero al despertar se le reconoce a la sensación del sueño como
temor, porque en este momento si aparece el acto.
“Cuando la imaginación sueña con la unión duradera del agua y del fuego, forma una imagen material mixta de singular poder. Es la imagen material de la humedad caliente en muchas ensoñaciones cosmólogicas, la humedad caliente es el principio fundamental. Será la animadora de la tierra inerte y hará surgir de ella las formas vivas”65.
El agua dice lo más importante de la vida, ella dice tactílmente lo que calla la
tierra, su lenguaje dice la ruptura de toda estructura, clama por el desplazamiento,
por la superación, recorrer la tierra, nacer y penetrar en ella es lo que el agua
hace, llegar al corazón de la tierra donde se halla el fuego. De ahí que lo que él
agua busca por destino es al fuego. Llegar a su trono llameante y prenderse de él,
arrebatarlo para sí, robarse al fuego. El agua quiere atrapar en ella la vida
incesante del fuego. El agua entonces llega hasta el lugar del primer fuego, ella
adora su luz, su claridad, quiere ser transparente y para ello debe estar junto a él.
“El pasado de nuestra alma es un agua profunda. Y luego, cuando hemos visto todos los reflejos, de pronto miramos la propia agua; creemos sorprenderla
65 Ibíd., p. 155.
51
mientras fabrica belleza; caemos en la cuenta de que es hermosa en todo su volumen, con una belleza interna, con una belleza activa”66.
El agua recibe las muertes del individuo, lo que ha pasado por su vida. Sus
recuerdos quedan en la profundidad de sí mismo hundidos en el agua. Todas las
imágenes vividas encontradas en ella fascinan al soñador, pero más allá de ello el
soñador se encuentra con la sustancia misma reflejante, con la sustancia del
agua, la ve como el lugar de las imágenes que se mueven lentamente, como el
origen de su propia imagen. El agua da la sensación de procedencia, con los pies
sobre ella el soñador se sabe sostenido.
Lejos del fuego y de su luz, el agua es oscura, fría y tenebrosa. Se desconoce y
obligada corre permanentemente en su ceguera dentro de la tierra. Así es que
cuando encuentra al fuego se encuentra a sí misma, conoce su imagen.
“Se sueña antes de contemplar. Antes de ser un espectáculo consciente todo paisaje es una experiencia onírica. Sólo se miran con una pasión estética los paisajes que ya hemos visto primero en sueños”67. Poder contemplar las cosas y no solo mirarlas se hace posible por los afectos que
ya se encuentran entrelazados a las imágenes aparecidas en los sueños. Eso que
ya nos habita y que se mueve en nosotros es lo que nos lleva según el autor, a
sentirnos llamados por el mundo, por lo que hay en él. Se contemplan las cosas
cuando el individuo se siente alcanzado por ellas, cuando lo que está viendo llega
como el encuentro de la imagen consigo misma, de modo que el individuo es el
espejo que puede reflejar a la naturaleza que está dentro de sí y a su vez captar el
reflejo de lo que lo sobrepasa. Así el individuo es en principio el límite, la brecha
diferenciadora de dos mundos, es el que permite el doble reflejo de lo existente.
Sin embargo la fluidez de las imágenes en su encuentro será posible o no según
la transparencia del individuo. Aquel que ya ha sido purificado por el agua, que ya 66 BACHELARD, El agua y los sueños, Op. cit. p. 86. 67 Ibíd., p. 12.
52
ha muerto en ella puede ser límpido espejo, Sin embargo el que esté cubierto por
lo opaco difícilmente podría permitir la agudeza del ojo del agua.
“Los primeros intereses psíquicos que dejan huellas imborrables en nuestros sueños son intereses orgánicos. La primera convicción calurosa es un bienestar corporal. Las primeras imágenes materiales nacen de la carne y de los órganos”68.
Las imágenes primeras del nacimiento del cuerpo, son los brotes creativos de una
vitalidad que proviene de la conjunción de los elementos. El fuego en el cuerpo
está desde el nacimiento dado en la temperatura, en la tibieza del niño junto a su
madre, este es el fuego que se comparte, el calor entre la madre y el bebé. El
agua viene en el alimento de la madre, entra en el pequeño cuerpo para
alimentarlo, para mantenerlo vivo, el niño nace sobre la tierra y su encuentro con
ella aparece junto al primero respiro, el aire que penetra en él como uno de los
primeros signos de su individualidad, y respirará por sí mismo. El niño vive mecido
por su madre, pertenece al aire mientras adquiere su posición vertical y puede
moverse sobre la tierra con sus propios pies. Mientras las manos de su madre lo
desplazan por el aire.
“El dinamismo positivo de la verticalidad es tan claro que podemos enunciar este aforismo: el que no asciende, cae. El hombre como hombre no puede vivir horizontalmente, su descanso, su sueño es con la mayor frecuencia una caída. Los que duermen ascendiendo son raros. Duermen el sueño aéreo…”69.
La lucha es por el ascenso, por vivir repetidamente la elevación de las emociones,
Aceptar el movimiento propio de las sensaciones, no interrumpir pesadamente su
fluidez. Las emociones y sensaciones suben cuando están reunidas con imágenes
aéreas, De ahí que cada emoción agradable y suave evoque imágenes de
libertad. Cuando el individuo duerme cae, su conciencia se desvanece y su vida se
convierte en el respirar de un cuerpo horizontal. Pero cuando el individuo se
convierte en un soñador, ya no cae más en el sueño, las imágenes se apropian de 68 Ibíd., p. 19. 69 Ibíd., p. 21.
53
él y lo elevan, lo llevan a lugares, profundos, claros u oscuros pero siempre
tendiendo a la elevación, sin importar que varios sueños estén marcados por lo
oscuro y lo profundo, llega la noche del ascenso, de la claridad y con ello de la
sanación en las imágenes.
“En cuanto un sentimiento se eleva en el corazón humano, la imaginación evoca el cielo y el pájaro”70.
La sanación en las imágenes es poder soñar con los elementos materiales,
retornar a ellos que componen nuestra vida, renovar los canales corporales del
sueño para que las vivencias recuperen sus imágenes originales, sus imágenes en
el soñador. Y en vez de seguir viviendo como exiliado de sí mismo el individuo teja
sus vivencias con los recuerdos de sus ensueños.
“Cada uno de los elementos tiene su propia disolución, la tierra en el polvo, el fuego en el humo, el agua disuelve más completamente, nos ayuda a morir del todo”71. Los elementos materiales son infinitos, sus procesos se terminan y reinician. Así la
tierra luego de dar vida, alimento y asiento existencial, vuela por el aire como
polvo. Así el soñador de la tierra trasciende en los recuerdos y vivencias de su
elemento para entregarse en el aire, para subir, ascender, ser liviano. El fuego
luego de arder para el soñador termina de consumir la materia e igual que el polvo
el humo asciende, se va en el aire, y el agua cuando ha purificado y disuelto al
soñador lo entrega al aire en el vapor. En el aire el soñador es ya lo invisible,
perdida su materialidad se libera de la gravedad de la tierra y ahora es habitante
del cielo. Y en la en soñación con la tierra, el agua y el fuego el soñador ha dejado
su materialidad.
70 Ibíd., p. 89. 71 Ibíd., p. 142.
54
3. El CUERPO Y LA IMAGINACIÓN
3.1 CUERPO DE TIERRA
La experiencia imaginaria con la tierra busca el encuentro del caballo salvaje,
símbolo de la fuerza que se mueve con todas sus extremidades por las superficies
terrestres. El iniciado debe reconocer su fuerza instintiva como la fuerza de un
caballo. La mayor fuerza dinámica del caballo se encuentra en las partes inferiores
de su cuerpo, él es símbolo de lo activo, de las piernas que corren tras la acción.
Los cascos del caballo son estructuras duras para aplanar la tierra, para no
sucumbir ante su dureza.
El caballo representa toda la fuerza presente en los miembros inferiores del
cuerpo del iniciado. La fuerza que duerme hasta el momento del trabajo iniciático.
Eliade72 habla sobre la fuerza calórica que se incrementa en el iniciado y que brota
primitivamente en el cuerpo para el resurgimiento de la imagen del héroe. Esta
fuerza llega como una fuerte experiencia de cólera que los hombres del mito
llamaban la cólera divina. Toda esta fuerza aparece como el símbolo de las
fuerzas naturales salvajes a las que el héroe debe aprender a conocer, son las
fuerzas de la madre, de la diosa a las que el arquetipo73 del héroe se opone,
porque ella en sí misma arrolla en la creación o en la destrucción, es por ello que
para que el iniciado alcance las fuerzas imaginarias del héroe necesita recibir y
transformar las fuerzas de la tierra que ascienden por sus pies como una fuerza
volcánica, llena de fuego y de cólera. 72 ELIADE, Mircea. Iniciaciones místicas. Madrid: Taurus.1975. p. 141. 73Concepto de Carl Gustav Jung. Los arquetipos son sistemas de aptitud para la acción y, al mismo tiempo, imágenes y emociones. Tomado de: SHARP, Daryl. Lexicón junguiano. Compendio de términos y conceptos de la psicología de Carl Gustav Jung. Santiago: Cuatro vientos, 1994. p 28.
55
El cuerpo se transmuta imaginariamente por momentos en un caballo, cuya crin
lucha con el viento, cuyos cascos ponen toda su fuerza sobre la tierra que recibe
el peso del animal, volviéndose ligero en el acortamiento del tiempo, en su galope
incesante, en su eterna búsqueda de acción, de movimiento. Su rostro va antes
que el resto de su cuerpo, adelantándose, es él, el que recorre la tierra, el que se
deshace de todo peso, el que rompe el espacio callado y quieto.
Sabe instintivamente de su carrera, sus piernas lo llevan a una búsqueda de más
y más tierra por recorrer, de más y más tierra por conquistar. Es el señor del polvo,
porque es ello lo que queda a su paso. El caballo deja en el cuerpo del soñador
las huellas imborrables de su galope, que rompen barreras y obstáculos, dejando
así libre el camino por la imaginación de la tierra en el escritor.
Allí donde sólo la quietud aguarda, irrumpe el caballo con su ímpetu y la
naturaleza que lleva consigo, removiendo nuevamente la tierra, destruyendo la
estabilidad de un ser, se anuncia en el silencio y la calma de la noche más oscura.
Su presencia llega con la inestabilidad, las ganas de recorrer la tierra, el ansia por
la libertad. El carácter del caballo es salvaje, agresivo, indolente, impasible y poco
compasivo.
Ya el iniciado se ha acercado a los dominios del caballo, pero sabe que para tener
posibilidades en la lucha debe encender el fuego, el reto está en encender fuego
en las tierras del caballo, pero cuando el caballo ha venido en medio de la
oscuridad y el iniciado no ha podido encender el fuego, con suerte logra escapar y
es así que en medio de la oscuridad el soñador ha tenido que huir varias veces,
einiciar su trabajo con el fuego una y otra vez. Pero llega el día en que el iniciado
como señor del fuego alcanza a encenderlo en la tierra del caballo.
56
“El iniciado debía transmutar su humanidad mediante un acceso de furia agresiva
y aterradora, que le asimilaba al animal de presa enfurecido. Se encendía hasta
un grado extremo, arrebatado por una fuerza misteriosa, inhumana e irresistible,
que su ímpetu combativo hacía surgir de los más hondo de su ser”74
El soñador de la tierra tendrá entonces que lidiar con las violentas fuerzas equinas
que retumban dentro de él, que claman, que relinchan. El caballo llega a la noche
del soñador como un trueno para estremecer su cuerpo y su mundo imaginario.
Sus ojos ardientes se fijan en el soñador para iniciar la lucha con él, lo desafían, o
el caballo vence o vence el soñador, ambos deberán enfrentarse y el señor de la
tierra corpórea será el caballo o el soñador. El cuerpo por naturaleza le ha
pertenecido desde siempre al caballo, es el iniciado quien irrumpe en sus
dominios, quien por indicaciones del chamán se aventura en las montañas y
llanuras de la noche en las que el caballo tiene su poderío de movimiento. En la
búsqueda el soñador enciende en las tierras del caballo el fuego y espera frente a
él su aparición, que al tiempo que corta el viento corta la respiración del iniciado.
En un instante en que el soñador respira explota el fuego y el caballo aparece a
gran velocidad ya ha recorrido toda la tierra alrededor del soñador y alrededor de
su fuego, frente al iniciado el caballo infunde terror a su oponente y se abalanza
con sus patas sobre él, frente al fuego entonces caballo y soñador se vuelven uno
en la lucha de dos cuerpos. Tendrá entonces el iniciado en la duración de sólo
unos instantes hacerse a la velocidad del caballo, hacerse a su fuerza y mostrarle
la tenacidad de su corazón. La lucha termina cuando el caballo se reconoce frente
a su igual, cuando al volver la vista a los ojos y al cuerpo de su compañero de
lucha ve allí sus propios ojos de fuego y el brillo de su propio pelaje. Asimismo la
lucha termina cuando al poner la vista sobre su oponente el soñador reconoce en
el caballo su rostro y sus manos. Ese caballo furioso ya no le es tan ajeno, ya no
le es tan extraño, con la lucha y las heridas de ambos su sangre se ha mezclado.
74 ELIADE, Mircea. Iniciaciones místicas, Op cit., P 147.
57
El gran iniciador de la tierra es entonces el caballo que alimenta al neófito con su
propia vida, derramada sobre el cuerpo del soñador en la lucha y las manos
desnudas del iniciado dejan en el pelo del caballo su bravura y coraje de hombre.
El caballo al igual que la llama de fuego se verticaliza en el aire. Sobre sus dos
patas traseras se sostiene por instantes, para verticalizar su fuerza terrena. Para
que la vitalidad proveniente de la tierra ascienda a través del cuerpo del animal
dirigiéndose al cielo, el caballo entonces levanta su cabeza y con ello el resto de
su cuerpo, sus ojos pueden ahora mirar mas arriba, más allá de su oponente.
Pero además del caballo que corre sobre la tierra, los ciclos de la vegetación son
de gran importancia en la concepción del tiempo y de la vida. Para el hombre del
mito, la sacralidad estaba vinculada fuertemente a los tiempos dados por la
naturaleza en sus procesos de nacimiento y muerte, de siembra y cosecha.
“Los ritos son los que impone la naturaleza misma de la operación que se va realizar, ya que no es otra que introducirse en una zona sagrada, que se supone inviolable; se entra en contacto con una sacralidad que no forma parte del universo religioso familiar, sacralidad más profunda y, por ello mismo, más peligrosa. Se crea así el sentimiento de aventurarse en un dominio que por derecho no pertenece al hombre, el mundo subterráneo con sus misterios de la lenta gestación mineralógica que se desarrolla en las entrañas de la Tierra Madre”75
El hombre del mito se acercaba a la naturaleza con curiosidad, encontraba en ella
lo misterioso y asombroso de su vitalidad. La tierra estaba animada, la vegetación
tenía un lenguaje vivo que el hombre quería conocer y aprender, de ahí que el
chamán76 conocía la magia de la naturaleza, se adentraba en sus secretos
sagrados, la naturaleza hablaba en él y lo convocaba a él, éste ser capaz de
resistir las pruebas iniciativas de la naturaleza, podía sobrevivirle y por ello
75 ELIADE, Mircea. Historia de las creencias y las ideas religiosas. De la edad de piedra a los misterios de Eleusis. V 1. Barcelona: Paidós Orientalia, 1999. p. 85. 76 Ibíd., p. 74
58
comprenderla. Él debía además ser el guardián de los misterios de la tierra madre.
Ser su mensajero entre los hombres. A través de él se efectuaban sanaciones,
diálogos con los antepasados, experiencias sagradas, que la naturaleza llevaba
dentro de sí. Acercar al hombre el espíritu de la tierra era la labor vital del chamán.
La imaginación del chamán y de la tribu era la fuente de su sacralidad. Poder
mezclarse con lo desconocido de la tierra madre, crear nexos entre el viento, el
cielo y la vegetación era lo que ponía al hombre en contacto con su propio espíritu
que era el mismo que el de la naturaleza. El hombre pertenecía a la tierra y la
tierra al hombre, el hombre era el hijo y el esposo de ella. Compañeros vitales que
se desconocían en lo más íntimo pero que se buscaban en el lenguaje sagrado.
Lenguaje constituido por danzas junto al fuego o al agua. Por ceremonias
corporales simulando la procreación vegetal de la naturaleza. Por la lluvia, por el
arco iris, por la sequía y por la abundancia.
La noche, la luna y el sol eran encuentros de la tierra madre y el hombre,
encuentros sagrados, fuertes y estremecedores en que el hombre trataba de
sobrevivirle y hacerse un digno consorte de ella. Hablar con la tierra era el deseo
del hombre y no era sólo por miedo, aunque el miedo constituía parte importante
de los rituales. El hombre del mito conocía el espíritu insólito y con frecuencia
impredecible de la tierra madre. Pero más allá de ello existía el espíritu del héroe
que aunque generalmente se presentaba en un iniciado para la guerra, buena
parte de la iniciaciones del chamán eran de carácter heroico. De modo que el
hombre del mito deseaba vivir, la tierra era lo que se encontraba más allá de él,
algo inmenso, fuerte que los antepasados habían respetado y venerado, todos
crecían con las narraciones sagradas, con los rituales y las danzas, el lenguaje
eran las imágenes pintadas del mismo cuerpo con la tierra, era la presencia del
hombre en el mundo, en las imágenes graficas se ponía presente el hombre y la
tierra misma.
59
Los rituales eran el lenguaje venerado en las tribus, se deseaba adquirir la
vitalidad y los conocimientos ancestrales que para muchos eran posibles
ingresando en las entrañas de la tierra, en su vientre devorador y dador de vida.
Así; entrar en las cuevas, estar bajo el agua y atravesar el cuerpo nutricio de la
tierra madre era haber nacido a una vida nueva. A una vida en comunión con las
fuerzas sagradas. Luego del retorno al vientre se poseía un cuerpo nuevo, más
resistente, conocedor del lenguaje de la tierra, sanador y con dominio sobre el
agua, el aire, la tierra y el fuego.
“La experiencia extática como tal y como fenómeno original es un rasgo constitutivo de la condición humana; no podemos imaginarnos una época en la que el hombre no soñara o no tuviera ensoñaciones, no cayera en “trance”, esa perdida de consciencia que se interpreta como un viaje del alma al más allá”77.
Esta sacralidad dada por la imaginación y la atracción por la naturaleza constituía
la vitalidad de las imágenes del hombre. Porque, la imaginación le permite al
hombre acercarse a lo desconocido que es temido y añorado al mismo tiempo. Le
deja verse a sí mismo en otros estados, en otras formas, vivir su cuerpo
transformado. Las ensoñaciones -que para el hombre del mito eran visiones- y los
sueños, dejan vivir al hombre en otros estados de sí. Lo vivido no sólo está
constituido por los movimientos físicos concretos. Imaginariamente el cuerpo se
trasmuta en otras formas. Estos cambios imaginarios son los que le permiten al
individuo unir su cuerpo con sus emociones, con sus temores, con su voluntad.
Ser tan pesado y duro como la roca, un peñasco lleno de voluntad, nadie lo puede
mover, quien se acerque a él con violencia será despedazado por la roca con su
propia fuerza, aquel que se acerque a él para protegerse, o cubrirse podrá entrar
en su vacío. Galopar libre sobre la tierra siendo un caballo indomado con un
corazón de fuego. Ser tan liviano como la pluma, suavemente dejarse mecer en el
aire sin ser dañado, sentirse casi inexistente, con la mínima voluntad, un cuerpo
77 Ibíd., p. 43.
60
nuevo, un cuerpo del aire. O las alas del águila que la llevan a las alturas, dueña
de los cielos, conciente en su vuelo, cuerpo alado que deja al hombre viajar sobre
las aguas y las montañas. Volverse todo líquido y deshacerse en los océanos del
nacimiento siendo un cuerpo húmedo y amorfo. Y ser finalmente idéntico al sol,
cuerpo de fuego, que emana luz y calor.
3.2 ESCRIBIR Y CONTAR: SANACIÓN POR LOS ELEMENTOS EN EL CUERPO Para quien conoce la ensoñación escrita, para quien sabe vivir, vivir plenamente, al correr de la pluma, ¡lo real está tan lejos! Lo que se tenía que decir queda tan pronto suplantado por lo que se escribe por sorpresa, que se siente muy bien que el lenguaje escrito crea su propio universo. Un universo de la frase se coloca orden sobre la página blanca, en una coherencia de imágenes que tiene leyes a menudo muy diversas, pero que conserva siempre las grandes leyes de lo imaginario78
Sentarse a escribir es esperar, acallar el pensamiento hasta que las manos como
constructoras de los cuerpos escritos de las imágenes empiecen su danza de
letras. Dejarse llevar es la alianza con la imaginación, el compromiso vital con ella
es de pura receptividad, de donación a la experiencia de la escritura. Porque
escribir es ser testigo de las imágenes, escucharlas, mirarlas, sentirlas, para luego
dejarlas ser en uno, en las manos y en el papel.
Testificar el mundo imaginario es abrir el portal de la sanación del hombre a partir
de la literatura, a partir de su corazón y a partir de la imaginación. El alejamiento
de las potencias creativas de la vida y la fragmentación de ellas es lo que enferma
al individuo, lo que lo arroja al mundo diurno sin más alternativa que la entrega
total al trabajo profano. A las actividades carentes de sentido vital para el cuerpo
completo, para el cuerpo imaginante. Un cuerpo enfermo es un cuerpo
61
imaginariamente árido, cuyo fuego interior se ha extinguido hace mucho tiempo,
un cuerpo entregado a la pura velocidad de acabamiento, del fin. Se ha olvidado
de ser un cuerpo vegetal, cíclico con constantes recomienzos. Este ser de la
eterna vigilia desea el fin, es un ser del ocaso, se ha olvidado del nuevo día.
El agua ya no refleja para él más que la suciedad de su propio cuerpo, el aire sólo
es el instrumento para continuar muriendo más rápidamente, la tierra es el
receptáculo de la muerte, ya roto el ciclo de la renovación por la naturaleza. Y al
mirar el fuego, por su cuerpo helado pasa una sensación parecida a la nostalgia,
que intenta en vano dar señas de un gran fuego, que solía recorrer el cuerpo
buscando la unidad de sus partes.
La sanación llega con el cuerpo reunido, con el fuego circulando como la sangre,
con el agua propia lavando la vida, purificando los sueños. El aire es el verdadero
aliento de la vida, el don existencial de la naturaleza, que se interna en todos los
espacios de un ser, haciéndolo ligero, haciéndolo flotar. Y la tierra sigue
alimentándolo, sosteniéndolo, ocultando al soñador cuando necesita morir, cuando
necesita renacer. Cuando su cuerpo debe ser restituido. Cuando su cuerpo de
tierra y agua se descompone en las entrañas de la tierra madre para volverse de
fuego, para volverse de aire.
El día llegará cuando el cuerpo sea fuego, agua, tierra y aire y las manos, los ojos,
las piernas y el corazón ardan en el agua inundados por el fuego, sostenidos por
la tierra y mecidos por el aire.
El chamán se donaba a sí mismo a la naturaleza para ser instruido en el domino
de los elementos de materia para ser el canal de la sanaciòn de su tribu, para
traerles beneficios y convenios con la madre tierra.
78 BACHELARD, El aire y los sueños, Op. cit. p. 308.
62
Las iniciaciones místicas, están dadas por la escucha a algo que enseña, por el
maestro o por los mismos sonidos de la naturaleza y del cuerpo que representan
sus voces. Ser instruido en la vida imaginaria que irá transformando la realidad del
soñador, es un proceso marcado por la escucha y la correspondencia, renunciar a
sí mismo para luego ganarse, convertirse en un individuo diferente implica dejar
de seguir los propios deseos, para entregarse a la búsqueda de la naturaleza, a la
tendencia arcaica del cuerpo. Y con arcaica no se hace referencia a instintivo, el
cuerpo más allá de sus instintos lleva dentro de si, un equilibrio orgánico, un
conocimiento profundo de la vida, del trabajo coordinado, su inteligencia bastante
desconocida para el hombre, es lo que le ha permitido sobrevivir en el mundo
natural. El cuerpo lleva gravado los aprendizajes de la supervivencia, los placeres
humanos, sus deseos más cercanos.
De ahí que el trabajo en la tierra haya entrenado al hombre para ser fuerte,
perseverante, paciente. Templar el animó, el carácter ha sido el trabajo corporal
humano desde sus orígenes. El individuo ha sido templado a temperaturas
extremas, sumergido y tallado en el fuego, para recibir el agua que lo vuelve más
fuerte, que encierre al fuego dentro del metal en que el hombre se ha convertido79.
“En el momento en que el herrero sumerge el hierro candente en el agua fría, surge en él todo un enjambre de, sueños mas o menos salaces, sueños mas o menos objetivos, sueños mas o menos cósmicos”80.
Un cuerpo lleno de la ira divina, lleno de fuego, antes de consumirse a sí mismo
necesita enfriarse, sólo así puede continuar y ser más fuerte. Por ello el agua
brota de los ojos de un ser atormentado, es ella la que viene del cuerpo, para
poder conservar la fuerza del fuego y al mismo tiempo poder conservar la vida. El
fuego como principio de movimiento y de potencial del acto, debe permanecer, un
cuerpo lleno de agua, inundado por su propia pasividad permanecerá inmóvil, pero 79 BACHELARD, Gastón. La tierra y los ensueños de la voluntad. Méjico: Breviarios del fondo de cultura económica, 1994. p. 172.
63
un cuerpo lleno de fuego se despedazará en el exceso de actividad y de furia. Así
es que junto al fuego debe permanecer el agua, para encarcelarlo, para encerrarlo
y mantener su vida dentro del cuerpo. De modo que ante las grandes
desesperaciones de la vida, y justo en el momento en que el individuo cree
sucumbir, la sanaciòn aparece, llega desde las profundidades del cuerpo como el
agua, que impacta con su frío y su abundancia al fuego, dando una sensación
corporal de calma y poniendo en detención al movimiento. Luego de tanta
excitación no queda más que la espera, la silenciosa calma del agua, que junto al
fuego templa al ser, lo hace resistente y por ello más fuerte.
La escritura de la imaginación también se encuentra unida a un habla, si el agua,
el aire, la tierra y el fuego tienen un habla, y es el escritor quien la escucha y se
comunica con ella, así mismo el escritor es un contador de historias, historias que
incluso pueden ser cantadas, teniendo en cuenta la musicalidad propia de la vida
o de la naturaleza. El soñador cuenta historias a otros o a sí mismo mientras
camina por las veredas, por las montañas, cruzando la noche y al medio día a la
sombra de un árbol. El soñador instruye sobre la vida, como el chamán instruía
arcaicamente a la tribu sobre la naturaleza.
Cuenta historias el soñador, acostado sobre la hierba, mientas mira las estrellas
en la noche o en el día, mientras sigue el movimiento de las nubes. Asimismo
cuenta historias, con los pies metidos en el río y alrededor del fuego, mientras
llueve y desde su guarida ve al agua caer y con ello a toda la naturaleza renovarse
con baño celestial.
“¡Hablar, escribir! ¡Decir, contar! ¡Inventar el pasado! Acordarse pluma en mano, con el cuidado reconocido y evidente de escribir bien, de componer, de embellecer para estar totalmente seguro de que se supera la autobiografía de la realidad acontecida y de que se recobra la autobiografía de las posibilidades perdidas, es
80 Ibíd., p. 167.
64
decir, los propios sueños, los sueños verdaderos, los sueños reales, los que fueron vividos con complacencia y lentitud”81
El que cuenta o canta historias a otro más allá de entretener, testifica la vida,
habla de lo vivido por los hombres, de lo que les duele, de sus trabajos, de sus
aventuras. El contador reúne a su tribu alrededor de la naturaleza para crear
sentidos, para resignificar la vida individual y la vida en comunidad. Ofrece
símbolos a lo innombrable e imágenes sanadoras, que se transforman en las
luchas y recorridos vitales de los personajes de sus cuentos.
La voz del contador busca poner presente su historia, con sus gestos, miradas y
entonación vivifica los cuentos, los actúa en toda la expresión de su cuerpo. El
contador de historias es el que puede transportarse al tiempo de lo contado, abrir
una brecha entre el pasado y el futuro para contar, para poner de manifiesto en su
cuento las vivencias de otros que por momentos se tornan suyas. El que cuenta
historias ya deja de ser uno para ser muchos, deja de vivir su vida por instantes
para hablar y vivir la vida de otro.
El contador es la presencia viva del pasado, es el recorrido de la humanidad
gravado en el cuerpo de un ser, que en sus manos, su voz y su mirada, encarna a
los que ya se han ido, a los que han retornado a su origen de tierra.
Para las tribus representar el papel de los dioses en la creación y las aventuras de
los héroes era parte importante de su vida sagrada. La palabra hablada era un
poder porque en ella habitaban los recuerdos sagrados del origen de la vida y las
aventuras de acercamiento de la humanidad y los dioses. Lo que se decía
entonces no era mentira ni carecía de realidad.
81 Ibíd., p 110.
65
Las historias contadas por el chamán eran verdaderas porque provenía de los
ancestros, de las voces de los muertos ocultas en la naturaleza. Así es que el
soñador, igualmente que el chamán lo que cuenta es la vida, relata lo importante
desde siempre para el hombre, mas allá de tantas necesidades ilusorias del
mundo mercantil. El contador de historias pone en evidencia lo que siempre ha
fascinado al hombre, lo que busca y lo que ya otros han creído hallar. El contador
muestras los caminos como un oráculo literario, ejemplifica la vida de otros que ya
han transitado por allí, pone de manifiesto sus dudas, sus posibilidades y sus
elecciones y finalmente muestra los resultados finales de cada elección vital.
La parábola es la forma que tienen los individuos en comunidad - los hombres
reunidos-, de ir entendiendo el mundo, de ir acercándose a sí mismos, de superar
obstáculos y de dejar en la palabra sus temores, sus deseos, sus frutos y los
caminos recorridos durante la vida. La potencia de aprendizaje en el hombre está
representada por el niño, por su curiosidad, su apertura al mundo, sus ganas de
fusionarse con lo desconocido, de vivir en él. Entonces las imágenes literarias y la
gestualidad con que son relatadas sus apariciones y transformaciones en la vida
del hombre, cautivan al espíritu del puer aeternus 82 que se pasea por todo
individuo, además una historia se le cuenta a otro, esto fortalece el vínculo de la
comunidad entre los hombres, de aprender juntos, de ser instruidos por las
vivencias de los otros y a su vez enseñar la propia vida a los demás.
“Reanimar un lenguaje creando nuevas imágenes, ésa es la función de la literatura
y de la poesía”83
Contar historias junto al agua, al aire, al fuego o la tierra, estimula en los
participantes, ensoñaciones compartidas pero individuales, en las que las 82 Arquetipo junguiano. Termino latino que significa niño eterno, se usa en mitología para denominar a un niño-dios que jamás envejece. Tomado de: SHARP, Daryl. Lexicón junguiano. Compendio de términos y conceptos de la psicología de Carl Gustav Jung. Santiago: Cuatro vientos, 1994. p 163.
66
imágenes empiezan a recorrer el cuerpo del oyente, fortalecen su unión con su
grupo y su unión dentro de sí mismo. Porque ser receptivo al otro y a su vida abre
los portales, para que el individuo entre en su propia experiencia imaginaria.
Acompañar al otro en su narración, empieza a darle al individuo la sensación de
que ambos no son tan diferentes. Empiezan a quedarse en el oyente las marcas
de la vida del otro, mientras sus propias señales, empiezan a brotar por el relato
vital de otros seres.
Y el contador no sólo trae historias de seres de otros lugares y otros tiempos, él
puede transformar la vida, transformar la realidad, puede reinventar lo ocurrido,
darle sentidos nuevos a las vivencias, sí, el contador puede inventarse una vida,
puede inventar una vida para el otro y para sí mismo. Con las habilidades
imaginarias el contador puede enseñar a otros a inventar sus propias historias, a
llenarlas de alternativas de interpretación, que finalmente pueden dar un mayor
acercamiento comprensivo a lo vivido. Pueden dar más posibilidades de vida, de
actuar, de resolver.
El nuevo chamán, es el soñador que cuenta historias, que lo hace en la escritura,
en la música, en la danza, la escultura, pintura o demás artes. Es el que
inicialmente perdido, deambula en las imágenes que brotaron de su cuerpo, hasta
que halla el punto inmóvil en el que ha de quedarse para ser alcanzado por la
potencia vital imaginaria, en el que viajará sin moverse, por las vivencias ya
enterradas o desaparecidas, por lo que aun no sucede y él logra entrever. Porque
él es el contador, el que con el habla y la escritura de la imaginación reúne a la
tribu con la tierra madre de la cual provienen y con su cuerpo dormido que espera
la llegada del día.
Sanar la vida es también contar las historias, entregarlas a quien escucha y a su
vez recibir de él sus historias, compartirlas, mezclarlas, tejerlas en lo mismo, los 83 BACHELARD, La tierra y los ensueños de la voluntad, Op. Cit., p 12.
67
recuerdos ya no sólo pertenecen entonces a un ser, pertenecen a muchos, las
cicatrices se comparten y la sanaciòn se transmite de un cuerpo a otro. Entre
muchos cambiar la vida, verla diferente, hacerla moverse, que el fuego circule por
los recuerdos, que el agua al caer sobre lo que se que quema temple la vida, que
el aire eleve las vivencias que tanto peso dejaron sobre un ser y que finalmente la
tierra reciba lo muerto para darle una nueva vida, un nuevo nacimiento.
3.3 EL CUERPO DE NOCHE Y LA ESCRITURA COMO VIDA
La luz del fuego en el cuerpo llega con la claridad del pensamiento y su calor
como regocijo en las emociones. Poner en confluencia lo que se quiere y lo que se
juzga como apropiado no es simple, menos teniendo en cuenta que el propio
querer a veces está conformado por varias tendencias. Las emociones
generalmente son un terreno confuso e incontrolable de ahí el aislamiento que
intenta hacerse con ellas en la vida. Ante la seriedad predominante en el día, y el
control necesario para poder actuar con eficiencia, Se hace imprescindible ser frío
y rápido. El conflicto aparece ante la imposibilidad del individuo de librarse de
parte fundamental de si mismo como lo es el ámbito emocional, éste a su vez tan
arraigado al cuerpo y a la imaginación, a pesar de ser el pensamiento una de las
formas corporales, la sensación de independencia de éste y de inmensidad es lo
que ha dado al individuo, la impresión de que lo que está fuera del pensamiento
es defectuoso y pequeño.
El fuego que circula por el cuerpo no es sólo emoción o sólo pensamiento, es el
encuentro de varias tendencias corporales que dan origen a la llama, que recogen
cada parte de un ser para configurar un estado vital diferente al habitual. Este
estado vital es el propicio para la escritura de la imaginación, llega con fuerza, con
soltura y concentración de las potencias del cuerpo en un centro encendido que
68
pone al soñador ante su propia imagen literaria, ante su propio cuerpo de noche
que lo lleva a desprenderse, para ser finalmente el cuerpo que imagina.
Así el cuerpo que imagina y escribe es el cuerpo reunido en sí mismo, donde
están en interacción todas sus funciones y es el cuerpo que late al unísono con la
naturaleza viva.
“En su contemplación, el ser soñante aprende a animarse desde su interior, aprende a vivir el tiempo regular, el tiempo sin impulso ni tropiezo. Es el tiempo de la noche. El sueño y el movimiento nos entregan, en esta imagen, la prueba de su acuerdo temporal. El tiempo diurno atravesado por mil tareas, disperso, perdido en ademanes desenfrenados, vivido y revivido en la carne, aparece con toda su vanidad. El ser soñando en la noche serena encuentra el maravilloso tejido del tiempo que reposa”84
El tiempo que reposa permite al soñador vivir su cuerpo de noche, volverse parte
de un mundo de imágenes, En la lentitud de lo que llega hasta él, se vislumbra la
quietud de lo eterno, es el tiempo que parece quedarse para siempre, que no
huye, que no termina, que se alarga, al tiempo que alarga al soñador. Mirando lo
mismo, cada vez se hace diferente, escuchando los sonidos que simulan un habla,
que cambian, que se van y retornan. Es el habla del soñador con un universo
desconocido e insondable, así lo que escucha cambia en su interior, lo que habla
tiene muchos sentidos, es recibido de muchas formas. Los sonidos propagados en
un vacío, alcanzan a las imágenes y alcanzan al soñador en la mirada, en los
gestos y el habla de sueño se encuentra presente en el cuerpo de noche.
Los sentidos del sueño son la piel y la imagen que el soñador mismo es, no sólo
se constituye como figura simple, es ella la receptora nocturna de los juegos
imaginarios del soñador durante su día, durante su reposo. Esa imagen se
fortalece, se conforma como independiente, es diferente, extraña a la experiencia
habitual de la corporalidad.
84 BACHELARD, La tierra y los ensueños de la voluntad, Op. Cit., p. 227.
69
Alteraciones perceptivas pueden llegar con la imaginación, hay nuevos modos de
vivir cuando es posible dudar de las cosas quietas y estables. El tiempo como
variable a partir de la cual se construye la vida y el orden social, es una
experiencia tentadora de transformación, de modo que si se puede alterar el
tiempo, se puede alterar la vida. El reloj con su sonido constante marca el conteo
más mínimo del tiempo, sin embargo de sonido a sonido del minutero tantas cosas
pueden suceder.
El acto de escribir es acción pura en la vida, que lleva al encuentro con los otros, a
la profundidad de uno y de los demás. Es la experiencia de la magia con las
palabras que transforman toda vida malograda en la seriedad y el exceso de
realidad. La libertad de uno y de otros es lo que se gana con la literatura, imaginar,
imaginar mucho, imaginar cualquier cosa y que ello sea la vida.
“Parecería que hubiera ya zonas en las que la literatura se muestra como una explosión del lenguaje”85
La escritura es una cuestión de vida. Y la vida se encuentra fuertemente vinculada
al libre albedrío. La escritura de la imaginación, es posible por la alteración de las
circunstancias consideradas como habituales, normales y ordenadas. Romper la
única realidad es lo que busca la literatura y dejar un punto abierto para la
irrupción de lo desconocido, de lo más íntimo del corazón del hombre.
“No hay poesía antecedente al acto del verbo poético. No hay realidad antecedente a la imagen literaria. La imagen literaria no viene a vestir una imagen desnuda, no viene a dar la palabra a una imagen muda. La imaginación habla en nosotros, nuestros sueños hablan, nuestros pensamientos hablan, Toda actividad humana desea hablar: cuando esta palabra toma conciencia de sí misma, entonces la actividad humana desea escribir, agenciar los sueños y los pensamientos”86
85 Ibíd., p 13.
70
La escritura de la imaginación es la posibilidad de inventarse el mundo, de
cambiar las cosas de manera permanente, de reinterpretar los acontecimientos no
sólo con el uso del pensamiento, sino además con la aparición de las emociones,
de los afectos, de las huellas imperceptibles a primera vista que deja la vida en el
escritor. Volver a mirar, con cada mirada una posibilidad nueva, una nueva
oportunidad. Las cosas no tendrán que ser la desnudez de sucesos enmarcados
en el tiempo lineal y en la forma de actuar habitual. Serán mucho más que eso.
Podrán ser la liberación completa de una vida en las imágenes literarias. La
recuperación de un cuerpo perdido en el mercantilismo y el tiempo de trabajo. El
retorno del ser a su espacio existencial auténtico.
“La imaginación se encanta con la imagen literaria. La literatura no es, pues, un sucedáneo de cualquier otra actividad. Da fin a un deseo humano. Representa una emergencia de la imaginación”87.
Cambiar los acontecimientos, disponer del tiempo es la mayor potencia vital del
individuo. Hacer que el tiempo regrese, cambiar lo pasado, jugar entre lo no
sucedido y lo de siempre, es el tiempo circular del fuego. Lo que pasó aun no
termina, está en un presente continuo, quieto, lo que viene aparece desde el
recuerdo, el recuerdo confuso de lo no vivido y de lo que se ha escapado. Esa es
la literatura, alteración de la vida, reordenación constante del tiempo, ruptura de
los espacios. Es el cohabitar de varios lugares, de varias vivencias en un solo
momento, el único momento que le queda al escritor, el momento del fuego. El
punto de su vida, circular, sin un claro inicio y sin un claro final. La conjunción de
otros con él mismo, su reflejo perteneciente a las alturas, a la verticalidad del
fuego, imagen dormida sobre el agua, que sueña con la realidad de su
desaparición en la eterna presencia de formas desconocidas pero familiares,
lejanas pero intimas, transparentes en su trasfondo oscuro, que vibran en
multiplicidad de colores. Aquello está más vivo que el escritor, ése está presente
86 Ibíd., p. 307-308. 87 Ibíd., p. 307-308.
71
mientras él está ausente, Eso se mueve sin ninguna limitación pero él está más
quieto que nunca.
Hasta que sólo se da cuenta que todo su cuerpo se ha vuelto tan suave, tan ligero,
tan grande que ya no puede verse a sí mismo, ya no puede diferenciarse de
aquellas imágenes, casi no siente nada, sólo queda para él, el asombro incorpóreo
del apoteósico acto imaginativo que se lo ha llevado casi todo.
Y allí empieza a escribir, a errar en el vacío que las imágenes de su ensueño
dejaron tras su despertar, a convocar los sonidos de la noche que se esfumaron
con el día, a recuperar en las hojas y en las palabras su cuerpo sacrificado, de
donde nacen las figuras, de donde brotan las vivencias imaginarias. Cuerpo
abierto en sus entrañas que se convierte en la tierra madre de la imaginación del
escritor.
Y entonces, sobre las aguas del cuerpo hay algo que se mueve, el fuego es el
principio del movimiento, del movimiento se desprende energía y calor. Al moverse
el agua es porque dentro de ella hay calor, hay movimiento, hay fuego. El estado
inicial de la escritura de la imaginación podría concebirse como la permanencia en
el agua, pero esta agua no está inerte ni estacada. De ella vendrá algo, surgirá
una chispa vital que se expandirá en el aire como ideas, como pensamientos,
como la amplitud de toda la imaginación en el espacio abierto y allí va también el
fuego, como el principio de lo activo, de un vapor caliente que juega en el aire, que
se disminuye y se aumenta, que se hace cercano e inmenso. Que aun no puede
ser tocado pero que toca al escritor, le susurra al oído, llega con sutiles y efímeras
visiones, roza su piel y se eleva sobre su cabeza. Más allá del vuelo de aquello
que se mueve, se ve ya la tierra, un punto lejano en el horizonte es lo que lo atrae,
la fuerza de la tierra empieza a materializar la obra, poco a poco ve más cerca el
lugar hasta que en instantes de explosión y de lucha se ve en el cielo la luz del
trueno que cae sobre la tierra, quemando al cuerpo que recibe su fuerza. Entonces
72
el soñador empieza a cabalgar sobre sus manos y escribe, mientras su cabeza se
eleva en el aire y sus piernas se hunden en el agua, La escritura de la imaginación
es el mismo momento en que todo el cuerpo permanece reunido, más cerca que
nunca, todas sus partes fusionadas en el sólo latido del fuego.
“Todas las mitologías de las minas y de las montañas, las hadas, genios, elfos, fantasmas y espíritus innumerables son otras tantas epifanías de la presencia sagrada a la que ha de enfrentarse quien penetra en los niveles geológicos de la vida”88.
Podría hacerse un paralelo entre la imaginación en Bachelard y lo sagrado en
Mircea Eliade. Ambos son los modos en que el hombre se aventura en la
búsqueda de fuerzas vitales corporales y naturales. Antes las imágenes, los
sueños, ensueños y las danzas eran hierofanias, formas de rememorar, de
acercarse y de tener presente lo sagrado. En la filosofía de la imaginación de
Bachelard los sueños y ensueños son formas de recuperar las imágenes vitales
que han dejado marcas indisolubles en el cuerpo. Que regresan mientras se mira
el agua, cuando se sueña con el fuego. Al caminar por el bosque y al mirar las
nubes.
“El mundo y la existencia humana se valoran en términos de vida vegetal, y de ahí que el ciclo cósmico se conciba como la repetición indefinida del mismo ritmo: nacimiento, muerte, renacer”89.
Luego de la escritura sobreviene el desmembramiento del cuerpo, de nuevo los
pies huyen al agua, la cabeza retorna al cielo, las manos continúan trabajando la
tierra y el recinto del fuego queda vacío. Esto no se refiere a una experiencia de
desintegración mental, sino de desintegración imaginaria y con ello literaria. El
cuerpo literario, el cuerpo que se transmuta imaginariamente en otros cuerpos que
habitan los elementos materiales, muere para renacer. Esto porque al ser la
88 ELIADE, Historia de las creencias y las ideas religiosas. De la edad de piedra a los misterios de Eleusis. V 1. Barcelona: Paidós Orientalia, 1999. p. 85. 89 Ibíd., p. 71.
73
escritura de la imaginación una escritura entre el cuerpo y la naturaleza, ambos
tienen los mismos ciclos. Este cuerpo imaginante es un cuerpo vegetal, por ello su
ritmo es el ritmo arcaico de la naturaleza sin intervención técnica de la mano del
hombre. De modo que su ciclo es el ciclo cósmico de los mismos hombres del
mito. Este cuerpo no sólo está unido a la naturaleza, al reunirse con ella en su
proceso de escritura se reúne con sus ancestros, que también imaginaban, que
también soñaban, y para quienes esta relación con la tierra madre también era
vital, constitutiva de su ser. Que danzaban cerca del fuego como el escritor de la
imaginación danza en su interior. El mundo sagrado, es decir el mundo de unidad
entre el cuerpo y la naturaleza ya no está afuera como sucedía para el hombre del
mito. Ahora el escritor si quiere sobrevivirle a su imaginación en el mundo en el
que se encuentra, necesita una infinitud interior que lo acoja y unas manos que
ancestralmente hayan trabajado arduamente la tierra y que le permitan arder en el
fuego y no quemarse, permanecer en el agua sin deshacerse y viajar en el vasto
aire sin perderse.
74
4. CONCLUSIONES
• Para los hombres del mito eran el iniciado y el chamán aquellos que
acercándose a la naturaleza tenían visiones y experiencias mágico
religiosas, a partir de las cuales se construían las historias y rituales de las
tribus, estas vivencias continúan en las sociedades contemporáneas,
siendo vividas por el soñador, que al acercarse a la imaginación material
logra escribir y contar historias que dan nuevos sentidos a los
acontecimientos y que dan indicios del retorno del individuo a sí mismo y a
su mundo natural. Aunque estas experiencias ya no constituyan
movimientos comunitarios, el soñador está en el movimiento de su propia
imaginación y de su creación literaria.
• El sueño y la ensoñación crean el espacio vital para que la imaginación
tome un lugar importante en el individuo, lentamente se va depurando la
imaginación de aspectos incoherentes e insustanciales que la han ido
deformando en su proceso de exilio de la vida y fragmentación en su unidad
dinámica.
• El tiempo de los sueños y las ensoñaciones es diferente al tiempo cotidiano
del individuo, de ahí que la experiencia imaginaria sea tan ajena a la
experiencia tradicional del individuo, ella no es aprehensible y compresible
a la manera de lo que llega a través de los sentidos, porque incluso los
sentidos se alteran, cambian por instantes. Por ello el tiempo de las
imágenes del fuego son relacionadas con su devenir de inicio y
75
acabamiento constante. El fuego representa los instantes imparables del
cambio continuo.
• La imaginación del fuego pone en circulación la vida para reunir
nuevamente al cuerpo y a los otros elementos a través de la experiencia
literaria que se vive, se escribe o se cuenta.
• El tiempo del fuego es el tiempo circular, lo que tarda el fuego en brillar en
el escritor, luego de encenderse el fuego en la noche del escritor, todo se
hace lento, las cosas ya no pasan más, todo se queda, todo está presente.
Los movimientos de las imágenes no se dan en el tiempo lineal, se dan en
un tiempo lento, cuyo paso es casi imperceptible, que se reinicia
constantemente y que siempre da formas distintas al proceso vital de las
imágenes.
• La verticalidad de la llama de fuego se relaciona con un ascenso moral, con
la subida de las emociones, con su desprendimiento de lo meramente
instintivo, activo en las partes más inferiores del cuerpo para llegar con toda
la fuerza del instinto transformado a las partes superiores y así lo agresivo
del instinto se exprese de modo más sutil en la escritura, en los sueños y
los ensueños de la imaginación.
• La noche en el presente texto, no se refiere necesariamente a la ocultación
del sol. La noche es el espacio libre de acción en que el individuo se
entrega al reposo y las imágenes comienzan a aparecer en los sueños o los
ensueños. Es además el espacio durante el día en que el soñador escribe,
76
porque al tratar de narran lo vivido en las imágenes, se oscurecen las
búsquedas y labores diurnas, y el tiempo en esa noche es otro.
• La noche es el espacio de la quietud y el silencio en el que danzan las
imágenes, en ella el soñador vive y escribe las imágenes literarias. La
noche entra en el soñador para abrir los ojos de una parte en él que
siempre vela, una parte que es una imagen misma de él, que habita los
sueños, que se mueve en los ensueños y que recibe las imágenes del
fuego y de los otros elementos.
• Hay una relación entre algunas partes del cuerpo, los elementos de la
material y la escritura, porque la escritura de la imaginación es la escritura
del cuerpo reunido con la naturaleza. De ahí que cuando se escribe, las
manos al poner sobre la tierra la escritura, dejan que el cuerpo se
encuentre con la tierra madre, mientras sus entrañas vibran en chispas de
fuego, su cabeza busca en lo aéreo ideas y sus pies reciben la fluidez del
agua que se transmite por todo el cuerpo hasta llegar a las manos que
entregan en la escritura su propia vida, su propio fuego interior.
• El Fuego imaginariamente actúa como el espíritu de la escritura en todos
los elementos. Es el que por su movimiento constante, su luz y calor se
relaciona con lo vivo, con aquello que anima lo inerte.
• Las imágenes literarias provienen desde el cuerpo del escritor, vibran con
su propia vida, son las imágenes transformadas que anteriormente
cautivaron también la atención de los hombres del mito. Así como ellos
77
tenían toda su sacralidad construida alrededor de sus mitos, -que a su vez
eran mantenidos y fortalecidos por los rituales-, el escritor mantiene vivas
sus imágenes escribiéndolas, entregándose a ellas.
• La escritura de la imaginación es más que poner palabras en una hoja, es
vivir en los sueños de la noche y en los ensueños del día. Es sentir en el
cuerpo las imágenes que habitarán en lo escrito, prestarse el escritor para
su proceso de gestación, alimentación y alumbramiento.
• El cuerpo del escritor es el espacio natural de la creación literaria, poder
centrarse en él, escucharlo, sentirlo es lo que da posibilidad de escribir con
la potencia de las imágenes.
• El fuego es el espíritu circular dentro del cuerpo del escritor, luego de ser
encendido debe mantenerse atrapado en el cuerpo, porque es el ánimo
mágico que da la chispa vital a las creaciones literarias.
• El fuego se enciende en el cuerpo del escritor cuando este está totalmente
preparado para arder, cuando es leña seca que está dispuesta a perderse a
sí mismo, a consumirse para brillar en el ardor del fuego. Para adquirir la
luz del pensamiento y el calor de las emociones propios del fuego.
• La mayor función imaginaria del agua es la del reflejo, la de ser el ojo de la
naturaleza. En el agua aparece la imagen del escritor y la imagen de su
mundo, aparece la posibilidad de crear desde los ojos que lo miran en las
78
imágenes, otro mundo, muchos mundos que se renuevan, que cambian
como el agua en su recorrido sobre la tierra, en su unión con la sombra del
día o al contacto con el aire que se mueve.
• El aire es el que permite la imaginación total de lo inmaterial, ascender en él
por virtud del mínimo peso del cuerpo, ignorando el llamado de la tierra las
imágenes del aire se completan en su transparencia y ligereza, llamando al
soñador a la verticalidad, a la superación de sí mismo, de su carga.
• El escritor de la imaginación es el que sueña, el que llega a sus ensueños
como a su propia morada. No todo el que sueña escribe, ni todo el que
escribe lo hace por la vida de las imágenes de la naturaleza. Pero el
individuo que sueña y escribe es el escritor de la imaginación.
• El cuerpo imaginante es el que logra escucharse, mirarse a sí mismo,
donarse a las imágenes y empezar a soñar para retornar a su vida diurna
con la potencia creadora y transformadora de las imágenes, para vivir y
escribir en ellas.
• El cuerpo de noche es la imagen del individuo que sueña, esto porque el yo
es quien se encuentra en el mundo diurno, el que habitualmente domina al
cuerpo, pero al dormirse el yo, es otro quien despierta, este otro ser es el
aquí llamado cuerpo de noche, que vive las aventuras de las imágenes, que
presencia los errares de los sueños, que pertenece al sueño mismo.
79
• La sanación por las imágenes es el proceso de reencuentro del individuo en
su propio cuerpo con la naturaleza. El fuego cerca del agua fortalece, el
fuego se alimenta del aire, el aire y el agua son el límite de dos Universos
imaginarios, la tierra se abre para la creación del nuevo cuerpo -el cuerpo
imaginante-, es decir para la renovación del individuo por la activación
conjugada del agua, el aire, y el fuego en las imágenes literarias que se le
presentan al individuo en el sueño y el ensueño.
• El yo es una función psicológica del día que excluye para poder funcionar
como centro del organismo otras formas de ser del cuerpo, para la escritura
de la imaginación se hace necesario que esta función repose y de paso a la
emergencia de otros modos de ser, como lo son la imaginación, los sueños
y los ensueños.
• El que escribe también cuenta historias, cerca de los elementos se habla
para recordar, para poner de manifiesto la vida propia y la de otros, las
vivencias de la humanidad, sus búsquedas, sus deseos, sus temores y
trabajos. El contador de historias enciende una fogata que une lo vivido y lo
presente, le habla a otros de sus imágenes, de las imágenes de los
ancestros igual a como antaño lo hiciese el chamán, el contador es el
encargado de reunir a los hombres en el corazón de la naturaleza.
• El que cuenta historias no sólo lo hace de sus antepasados, también cuenta
sus propias historias que de repetirlas tanto se han ido borrando, se han ido
transformando, hasta casi no pertenecerle más, también escucha las
historias de otros para llevarlas a otros lugares, a otros tiempos, para reunir
a los hombres en sus palabras y con ello en sus vidas.
80
• Cuando los hombres hablan de sus historias, reciben las de otros y
entregan las suyas, hay entonces una comunión de vida entre ellos, porque
finalmente la vida es lo que se cuenta, las imágenes que se reviven otra y
otra vez y que se relatan son lo que queda impregnado en el cuerpo de lo
vivido, se fortalece entonces la comunidad en virtud del sufrimiento y la
sanación compartida.
• La sanación también llega luego de compartirse las historias de la vida, de
cambiarlas, verlas distintas, reabsorberlas y cada vez que se cuentan
hacerlo con menos dolor y más limpieza, fluidez, soltura porque se ha
dejado que los recuerdos luego de arder en la hoguera se eleven en el aire,
se vayan, se le han ido regalando poco a poco a quienes los han
escuchado y estos a su vez por el aprendizaje escuchado han dejado en el
contador una porción de su esperanza, de su comprensión, de su vida. Lo
vivido es ahora parte de todo humano que cuenta y que escucha historias.
El dolor al igual que la sanación ya no le pertenecen a uno, le pertenecen a
muchos.
81
BIBLIOGRAFÍA
1. BACHELARD, Gastón. El agua y los sueños. Bogotá: Fondo de cultura
económica, 1996. 296 p.
2. BACHELARD, Gastón. El aire y los sueños. Bogotá: Fondo de cultura
económica, 1993. 312 p.
3. BACHELARD, Gastón. Fragmentos de una poética del fuego. Barcelona:
Paidós, 1992. 190 p.
4. BACHELARD, Gastón. La llama de una vela. Venezuela: Monte Avila
editores, 1975. 105 p.
5. BACHELARD, Gastón. La tierra y los ensueños de la voluntad. Méjico:
Breviarios del fondo de cultura económica, 1994. 454 p.
6. BACHELARD, Gastón. Psicoanálisis del fuego. Argentina: Schapire S.R.L,
1973. 195 p.
82
7. ELIADE, Mircea. Cosmología y alquimia babilónicas. Barcelona: Paidós,
1993. 116 p.
8. ELIADE, Mircea. El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. Méjico:
Fondo de cultura económica, 1976. 484 p.
9. ELIADE, Mircea. Herreros y alquimistas. Madrid: Alianza, 1999. 208 p
10. ELIADE, Mircea. Historia de las creencias y las ideas religiosas. De la edad
de piedra a los misterios de Eleusis. V 1. Barcelona: Paidós Orientalia,
1999. 455p.
11. ELIADE, Mircea. Imágenes y símbolos. Ensayos sobre el simbolismo
mágico religioso. Madrid: Taurus, 1974. 174 p.
12. ELIADE, Mircea. Lo sagrado y lo profano. Barcelona: Paidós, 1999. 191 p.
13. ELIADE, Mircea. Mito y realidad. Madrid: Labor, 1994. 228 p.
14. ELIADE, Mircea. Iniciaciones místicas. Madrid: Taurus.1975. 225 p.
83
BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA
1. BLANCHOT, Maurice. El diálogo inconcluso. Caracas: Monte Avila, 1970.
664 p.
2. BLANCHOT, Maurice. El espacio literario. Barcelona: Paidós,1992. 264 p.
3. BURCKHARDT, Titus. Alquimia. Significado e imagen del mundo.
Barcelona: Plaza & Janés, 1976. 246 p.
4. BURCKHARDT, Titus. Símbolos. Barcelona: Tradición Unánime, 1991. 93
p.
5. CAMPBELL, Joseph. El héroe de las mil caras, psicoanálisis del mito.
Méjico: Fondo de cultura económica, 1959. 372 p.
6. CAMPBELL, Joseph. El poder del mito. Barcelona: Emercé, 1991. 314 p.
7. CAMPBELL, Joseph. Las mascaras de Dios. Mitología primitiva. Madrid:
Alianza, 2000.561 p.
84
8. JUNG, Carl. Psicología y alquimia. España: Plaza y Janes, 1989. 410 p.
9. JUNG, Carl. Símbolos de transformación. Barcelona: Paidós, 1993. 441 p.
10. SHARP, Daryl. Lexicón junguiano. Compendio de términos y conceptos de
la psicología de Carl Gustav Jung. Santiago: Cuatro vientos, 1994. 220 p.
85