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MONARQUÍAS EN CONFLICTO LINAJES Y NOBLEZAS EN LA ARTICULACIÓN

DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA

José Ignacio Fortea Pérez, Juan Eloy Gelabert González, Roberto López Vela, Elena Postigo Castellanos

(Coordinadores)

Fundación Española de Historia Moderna – Universidad de Cantabria

2018

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© Los autores.

© De esta edición: Fundación Española de Historia Moderna – Universidad de Cantabria. Madrid, 2018.

EDITORES: José Ignacio Fortea Pérez, Juan Eloy Gelabert González, Roberto López Vela, Elena Postigo Castellanos.

COLABORADORES: Mª José López-Cózar Pita y Francisco Fernández Izquierdo.

ISBN: 978-84-949424-1-9 (Obra completa)

978-84-949424-2-6 (Comunicaciones)

Imagen de cubierta: - “Puerto con Castillo”, Paul Bril (hacia 1601).© Archivo Fotográfico Museo Nacional del Prado (Madrid).

Edición patrocinada por el Gobierno de Cantabria, Dirección General de Cultura

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XV Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna.

DIRECTORES

José Ignacio Fortea Pérez (Universidad de Cantabria), Juan Eloy Gelabert González (Universidad de Cantabria), Roberto López Vela(Universidad de Cantabria), Elena Postigo Castellanos (Universidad Autónoma de Madrid).

SECRETARIOS

Oscar Lucas Villanueva (Universidad de Cantabria), Juan Díaz Álvarez (Universidad de Oviedo), Mª José López-Cózar Pita (Fundación Española de Historia Moderna).

COMITÉ CIENTÍFICO

Dr. Eliseo Serrano Martín (Universidad de Zaragoza) • Dr. Juan José Iglesias Ruiz (Universidad de Sevilla) • Dr. Francisco Fernández Izquierdo (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) • Dra. Virginia León Sanz (Universidad Complutense de Madrid) • Dr. Félix Labrador Arroyo (Universidad Rey Juan Carlos) • Dr. Francisco García González (Universidad de Castilla-La Mancha) • Dr. Manuel Peña Díaz (Universidad de Córdoba) • Dra. Ángela Atienza López (Universidad de La Rioja) • Dr. José Luis Betrán Moya (Universidad Autónoma de Barcelona) • Dr. Máximo García Fernandez (Universidad de Valladolid) • Dr. Antonio Jiménez Estrella (Universidad de Granada)

Todos los trabajos contenidos en este volumen han sido sometidos a una evaluación doble ciega, tanto en su

fase de propuesta, como en la redacción del texto definitivo, de acuerdo a los criterios de excelencia académica

establecidos por la Fundación Española de Historia Moderna y la Universidad de Cantabria.

EVALUADORES

Rosa Alabrús Iglesias (Universidad Abad Oliba) Joaquim Albareda (Universidad Rovira i Virgili) Armando Alberola Roma (Universidad de Alicante) Francisco José Alfaro Pérez (Universidad de Zaragoza) Marina Alfonso Mola (UNED) Izaskun Álvarez Cuartero (Universidad de Salamanca) Fernando Andrés Robres (Universidad Autónoma de Madrid) Francisco Andújar Castillo (Universidad Universidad de Almería) Miguel Ángel Aramburu-Zabala Higuera (Universidad de Cantabria) David Bernabé Gil (Universidad de Alicante) Mónica Bolufer Peruga (Universidad de Valencia) Miguel Ángel de Bunes Ibarra (CSIC) Manuel Bustos Rodríguez (Universidad de Cádiz) Carlos J. de Carlos Morales (Universidad Autónoma de Madrid) Adolfo Carrasco (Universidad de Valladolid) Juan Manuel Carretero Zamora (Universidad Complutense) Hilario Casado Alonso (Universidad de Valladolid) Ana Crespo Solana (CSIC) Jaume Danti i Riu (Universidad de Barcelona) Miguel Deya Bauzá (Universidad de las Islas Baleares) Juan Díaz Álvarez (Universidad de Oviedo) Isabel Enciso Alonso-Muñumer (Universidad Rey Juan Carlos) Antonio Espino López (Universidad Autónoma de Barcleona) Amparo Felipo Orts (Universidad de Valencia) Camilo Fernández Cortizo (Universidad de Santiago de Compostela) Francisco Fernández Izquierdo (CSIC) Alfredo Floristán Imízcoz (Universidad de Alcalá de Henares) José Ignacio Fortea Pérez (Universidad de Cantabria) Ricardo Franch Benavent (Universidad de Valencia) Gloria Franco Rubio (Universidad Complutense) Enrique García Hernán (CSIC) Bernardo José García García (Universidad Complutense) Juan Eloy Gelabert González (Universidad de Cantabria) Javier Gil Puyol (Universidad de Barcelona) José Luis Gómez Urdáñez (Universidad de la Rioja) Miguel Fernando Gómez Vozmediano (Universidad Carlos III) Jesús Manuel González Beltrán (Universidad de Cádiz)

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David González Cruz (Universidad de Huelva) José Antonio Guillén Berrendero (Universidad Rey Juan Carlos) José Luis de las Heras Santos (Universidad de Salamanca) Antonio Irigoyen López (Universidad de Murcia) Antonio Jiménez Estrella (Universidad de Granada) Félix Labrador Arroyo (Universidad Rey Juan Carlos) Ramón Lanza García (Universidad Autónoma de Madrid) Virginia León Sanz (Universidad Complutense) Manuel Lobo Carrera (Universidad de Las Palmas de G.C.) Amparo López Arandia (Universidad de Extremadura) María López Díaz (Universidad de Vigo) Roberto López López (Universidad de Santiago de Compostela) Ana Isabel López Salazar Pérez (Universidad Complutense) Roberto López Vela (Universidad de Cantabria) Óscar Lucas Villanueva (Universidad de Cantabria) David Martín Marcos (Universidade Nova de Lisboa) Carlos Martínez Shaw (UNED) José Antonio Martínez Torres (UNED) Miguel Ángel Melón Jiménez (Universidad de Extremadura) Víctor Ángel Mínguez Cornelles (Universidad Jaume I) Ana Morte Azim (Universidad de Zaragoza) María Eugenia Mozón Perdomo (Universidad de La Laguna) Fernando Negredo del Cerro (Universidad de Carlos III) Juan Francisco Pardo Molero (Universidad de Valencia) Magdalena de Pazzis Pi Corrales (Universidad Complutense) Pablo Pérez García (Universidad de Valencia) Rafael M. Pérez García (Universidad de Sevilla) María Ángeles Pérez Samper (Universidad de Barcelona) Guillermo Pérez Sarrión (Universidad de Zaragoza) Primitivo Pla Alberola (Universidad de Alicante) Julio Polo Sánchez (Universidad de Cantabria) Charo Porres Marijuan (Universidad del País Vasco) Elena Postigo Castellanos (Universidad Autónoma de Madrid) Marion Reder Gadow (Universidad de Málaga) Ofelia Rey Castelao (Universidad de Santiago de Compostela) Joana Ribeirete Fraga (Universidad de Barcelona) Antonio José Rodríguez Hernández (UNED) Saulo Rodríguez (Universidad de Cantabria) José Javier Ruiz Ibáñez (Universidad de Murcia) José Ignacio Ruiz Rodríguez (Universidad de Alcalá de Henares) Pegerto Saavedra Fernández (Universidad de Santiago de Compostela) María del Carmen Saavedra Vázquez (Universidad de Santiago de Compostela) José Antonio Salas Auséns (Universidad de Zaragoza) Julio Sánchez Gómez (Universidad de Salamanca) Francisco Sánchez Montes (Universidad de Granada) Miguel Ángel Sánchez García (Universidad de Cantabria) Javier de Santiago Fernández (Universidad Complutense) Porfirio Sanz Camañes (Universidad de Castilla – La Mancha) Margarita Serna (Universidad de Cantabria) José Ángel Sesma Muñoz (Universidad de Zaragoza) Hortensio Sobrado Correa (Universidad de Santiago de Compostela) Enrique Solano Camón (Universidad de Zaragoza) Fernando Suárez Golán (Universidad de Santiago de Compostela) Antonio Terrasa Lozano Margarita Torremocha Hernández (Universidad de Valladolid) Javier Torres Sans (Universidad de Gerona) Jesús María Usunáriz Garayoa (Universidad Pública de Navarra) Bernard Vicent (EHESS) Jean Paul Zuñiga (EHESS)

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EL COMPONENTE NOBILIARIO EN LAS BIOGRAFÍAS DE

ECLESIÁSTICOS DEL SIGLO XVII

ANTONIO IRIGOYEN LÓPEZ

[email protected]

Universidad de Murcia

Resumen: Tras el Concilio de Trento se difundió una literatura destinada al clero que tenía como finalidad ponderar la dignidad y excelencia del estado eclesiástico, al tiempo que se reivindicaba su papel director dentro de la sociedad, por lo que se estaba reafirmando el carácter privilegiado del estamento. Pero, además, se multiplicaron las obras de carácter biográfico que, a través del ensalzamiento de prelados ejemplares, incidían en estos mismos argumentos. Lo interesante es que, a la hora de elaborar las vidas de estos clérigos, en numerosas ocasiones se aludía a los orígenes nobiliarios de sus familias. Por tanto, a través del análisis de varios de estos tratados de los siglos XVII, lo que se pretende investigar el peso y la influencia del ideal nobiliario y tratar de responder a diferentes cuestiones: ¿Por qué un estamento privilegiado, como era el clero, había de recurrir al otro, la nobleza, para apuntalar su posición social preeminente? ¿Es que no se podía concebir la dignidad sin la nobleza? ¿Pudo existir un sentimiento de inferioridad del clero frente a la nobleza?

Palabras clave: Prelado, Obispo, Nobleza, Religión, Estamento, Biografía.

Abstract: After the Council of Trent a literature for the clergy appeared. Its purpose was to ponder the dignity and excellence of the ecclesiastical state. At the same time his leading role within society was vindicated; in this way, the privileged character of the estate was reaffirmed. At this time, the publication of biographies of exemplary prelates increased greatly. The

El presente trabajo forma parte del Proyecto de Investigación HAR2017-84226-C6-1-P: Entornos sociales

de cambio. Nuevas solidaridades y ruptura de jerarquías (siglos XVI-XX), financiado por el Ministerio de Economía,

Industria y Competitividad de España.

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EL COMPONENTE NOBILIARIO EN LAS BIOGRAFÍAS DE ECLESIÁSTICOS DEL SIGLO XVII

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interesting thing is that most of the biographies explained in its first pages the nobiliary origins of the bishops. Therefore, through the analysis of several of these treaties of the Seventeenth Century, it is intended to investigate the weight and influence of the nobility ideal. This paper tries to answer different questions: Why did a privileged class, such as the clergy, have to resort to the other, the nobility, to shore up their pre-eminent social position? Could dignity be conceived without the nobility? Was there a feeling of inferiority of the clergy against the nobility?

Key words: Prelate, Bishop, Nobility, Religion, Estate, Biographie.

INTRODUCCIÓN

Don Antonio Domínguez Ortiz en su clásico trabajo sobre la sociedad española del Antiguo Régimen señalaba que la nobleza era un factor que pesaba mucho en la elección de los prelados y que el estamento, en cualquiera de sus estratos, era el que proveía la mayor de las mitras1. Por su parte, Maximiliano Barrio ha corroborado estas afirmaciones, si bien, gracias a su trabajo con los fondos vaticanos, ha podido cuantificar este predominio nobiliario, de tal modo que ha establecido que para el periodo 1556-1699, el 23,8 % de los prelados procedía de la nobleza titulada, y el 46 % de la nobleza titulada2. Por consiguiente, el 70 % de los obispos tenía orígenes nobiliarios. Así las cosas, en las informaciones que proporcionaban los testigos en los procesos consistoriales que se incoaban a los candidatos, se insistía en la nobleza de los candidatos; pero cuando faltaba, entonces se aludían a otras cualidades, lo mismo que sucedía en los episcopologios y biografías de obispos3.

Precisamente, en este trabajo, a partir del análisis del último tipo de fuente señalado, las biografías de prelados, se pretende comprobar cómo se explicitaba el carácter nobiliario de los candidatos. La hipótesis de la que se ha partido es que, al insistir en la nobleza, en los orígenes nobiliarios, de los prelados, se estaba buscando proporcionar uno de los factores que explicaba la ejemplaridad de los biografiados; es como si la procedencia nobiliaria predispusiera para la virtud religiosa. Y si ahora se reclama la atención sobre el componente confesional de la nobleza, esto es, la aceptación por parte de sus miembros de las demandas morales y comportamentales del discurso cristiano4, no hay que perder de vista lo beneficioso que les podía resultar ya que podía servir para legitimar sus posiciones dominantes. En la temática que se va a analizar aquí, se añadiría un sentido inverso: sería el componente nobiliario el que se utilizaría para justificar el celo religioso y para legitimar el disciplinamiento. Con ello, además, se apuntalaba el predominio social del estamento noble, pero también del eclesiástico, aunque éste, en cierto modo, supeditado a aquél. O, quizás, lo más correcto sería hablar de una perfecta simbiosis de los dos estamentos privilegiados en defensa de un sistema social que les atribuía una posición preeminente e indiscutida. De este modo, los nobles podrían convertirse en la fuerza moral de la reforma católica5.

La metodología ha consistido en la búsqueda de biografías de obispos a través de varios repositorios digitales, en concreto tres: Biblioteca Digital Hispánica (dependiente de la Biblioteca Nacional), Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico Español (dependiente del Ministerio de Educación Cultura y Deporte) y Google Books. Se ha acotado el período a los reinados de la

1 Antonio Domínguez Ortiz, Las clases privilegiadas del Antiguo Régimen, Madrid, Istmo, 1985, pp. 221-

222.

2 Maximiliano Barrio Gozalo, El Real Patronato y los obispos españoles del Antiguo Régimen (1556-1834),

Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2004, p. 139.

3 Ibidem, pp. 137-138.

4 Igor Sosa Mayor, El noble atribulado. Nobleza y teología moral en la Castilla Moderna (1550-1650),

Madrid, Marcial Pons, 2018, pp. 18-19.

5 Elena Postigo Castellanos, “Caballeros del Rey Católico: diseño de una nobleza confesional”, Hispania,

189, 1995, pp.169-204, p. 179.

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monarquía de los Habsburgo, por lo que se ha tratado de localizar las biografías de prelados españoles que actuaron en los siglos XVI y XVII en cualquier espacio de la Monarquía Hispánica. La razón de esta elección temporal radica en el hecho de que se buscaba, por un lado, comprobar los primeros efectos de los decretos tridentinos y, por otro, la necesidad de circunscribirse a la monarquía de los Habsburgo, en la que los nobles desempeñaron un notable papel, al tiempo que la concepción ideológica de la significación del estamento presentaba unos rasgos propios y característicos. Para la explotación de las fuentes se han utilizado preferentemente métodos propios del análisis de contenido.

Dado que se trata de un proyecto recién iniciado, se han consultado quince biografías publicadas impresas en el siglo XVII, correspondientes a nueve prelados (Tabla 1), pues Tomás de Villanueva y Toribio de Mogrovejo cuentan con dos cada uno, y tres se han hallado para Juan de Ribera y Baltasar Moscoso y Sandoval.

Tabla 1.

Prelados biografiados

Prelado Episcopado

Francisco de Reinoso Obispo de Córdoba: 1597-1601

Juan de Palafox y Mendoza Obispo de Puebla: 1640-1653

Obispo de Osma: 1653-1659

Pedro de Tapia Obispo de Segovia: 1641-1645

Obispo de Sigüenza: 1645-1649

Obispo de Córdoba: 1649-1652

Arzobispo de Sevilla: 1652-1657

Tomás Carbonel Obispo de Sigüenza: 1677-1692

Baltasar de Moscoso y Sandoval Obispo de Jaén: 1616-1646

Arzobispo de Toledo: 1646-1665

Luis Crespí de Borja Obispo de Orihuela: 1652-1658

Obispo de Plasencia: 1658-1663

Juan de Ribera Obispo de Badajoz: 1562-1568

Arzobispo de Valencia: 1569-1611

Tomás de Villanueva Arzobispo de Valencia: 1544-1555

Toribio de Mogrovejo Arzobispo de Lima: 1679-1606

Como siempre, está la cuestión espinosa del alcance y difusión de estos libros: para qué y para quién se escribían y quién realmente los leía. Habría que convenir que los primeros destinatarios serían los clérigos ya que les proporcionaban unos modelos de actuación y conductas que podrían resultarles muy beneficiosos para su propia carrera eclesiástica:

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EL COMPONENTE NOBILIARIO EN LAS BIOGRAFÍAS DE ECLESIÁSTICOS DEL SIGLO XVII

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“Pontífice, Cardenales, Arzobispos, Obispos, Prelados,

A vosotros presento a Don Baltasar de Moscoso y Sandoval, en quien hallaréis todos mucho

que os importe. No excluye mi intención de la utilidad común del ejemplo al único inmediato

vicario de Cristo […]

Todos pues hallaréis en Don Baltasar practicadas las virtudes con tan uniforme proporción,

que ninguna, por grande que sea, os parezca mayor”6.

Sin embargo, este tipo de escritos perseguían ofrecer modelos de catolicismo, por lo que también podían ser leídos por seglares:

“Mi deseo ha sido escribir con tal estilo, que me lean; que, leyéndome aprovechen; y se

consiga el fin, que debemos tener en nuestras acciones, mirando, como Norte fijo la mayor

gloria de Dios; de donde, por legítima consecuencia, se sigue nuestro aprovechamiento, pues

su voluntad santa en nuestra santificación”7.

Es evidente que se persigue el afán moralizante a través del ejemplo concreto e, incluso, tal y como ha señalado David García Hernán a propósito de la literatura, como un medio para la construcción de una realidad8. Así se expresaba Gregorio de Alfaro en la biografía del obispo de Córdoba Francisco de Reinoso:

“Pero lo que más me obliga es saber que ningún ejemplo fue más poderoso para los vasallos

que el de su príncipe, para las ovejas, que el de su pastor, para los prebendados de una iglesia,

que el de su obispo, y el del padre para sus hijos”9.

Por otro lado, no se puede olvidar que el Siglo de Oro fue la época del gran desarrollo del texto religioso, de una amplísima difusión plurimórfica del escrito religioso, en palabras de Álvarez Santaló10. Basándose en la obra de Nicolás Antonio, tanto Julio Caro Baroja como Ricardo García Cárcel han constatado el predominio abrumador de la producción de obras de temática religiosa durante los siglos XVI y XVII11. Además, como muy bien ha demostrado Ofelia Rey Castelao, en la segunda mitad del siglo XVII este predominio del libro de temática religiosa se daba en el consumo privado, indicando que los propietarios solían pertenecer, como cabría esperar, a los grupos sociales superiores: nobleza, clero y profesionales liberales, y que a mayor nivel de riqueza, más cantidad de libros en las casas12. Lo cual no impedía que los contenidos del

6 Antonio de Jesús María, Don Baltasar de Moscoso y Sandoval, presbítero y cardenal de la S.I.R. del título

de Santa Cruz en Jerusalén, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas, Canciller Mayor de Castilla, del Consejo

de Estado y Junta Universal del Gobierno de la Monarquía, Madrid, por Bernardo de Villadiego, 1680, Dedicatoria.

7 Ibidem, Prólogo.

8 David García Hernán, “Los contenidos historiográficos político-religiosos subyacentes en la literatura del

Siglo de Oro español”, Revista de Historiografía, 21, 2014, pp.105-122, p. 109.

9 Gregorio de Alfaro, Vida del ilustrísimo señor D. Francisco de Reinoso, obispo de Córdoba, Valladolid,

1617, por Francisco Fernández de Córdoba, Dedicatoria.

10 León Carlos Álvarez Santaló, “Religiosidad moderna y cultura lectora en la España de los siglos XVI al

XVIII”, en Antonio Luis Cortés Peña y Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz (eds.), Estudios sobre Iglesia y sociedad

en Andalucía en la Edad Moderna, Granada, Universidad de Granada, 1999, pp. 225-265, p. 225.

11 Julio Caro Baroja, Las formas complejas de la vida religiosa (siglos XVI y XVII), Madrid, Sarpe, 1985,

pp. 49-62; Ricardo García Cárcel, Las culturas del Siglo de Oro, Madrid, Historia 16, 1989, pp. 119-122.

12 Ofelia Rey Castelao, “Libros y lecturas en la España de Carlos II”, e-Spania [En ligne], 29, février 2018,

mis en ligne le 01 février 2018, consulté le 12 mars 2018. URL: http://journals.openedition.org/e-spania/27568; DOI:

10.4000/e-spania.27568

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libro llegarán a gran parte de la población a través, por ejemplo, de lecturas colectivas. Porque una de las características de estas biografías es, como ya se ha podido apreciar, su apuesta por la ejemplaridad:

“En este breve tratado verás discreto lector el principio medio y fin de la vida de un varón

ilustrísimo español […] que en todos los estados que vivió tienes en el que imitar, porque en

todos enseña con excelencia como se han de haber los que vivieren en ellos. […] No hay cosa

en la vida de este caballero, que no sea subida de punto”13.

Y en tanto que el ideal nobiliario impregnaba la sociedad estamental y era al que aspiraba el conjunto de la población, la condición de noble da más fuerza al discurso. Esto lo explica claramente Alfaro en su biografía del obispo Reinoso:

“Para tratar de la vida de este varón insigne, me pareció comenzar por su linaje, pues la

experiencia nos enseña que cuanto el ejemplo es más ilustre, tanto es más eficaz; y cuanto la

virtud es más esclarecida, tanto más obliga ser imitada” (Reinoso, p. 1).

También hay que indicar que estas biografías, en general, retratan a prelados que han tenido notable influencia. Su piedad religiosa está fuera duda y, por esta razón, se relatan vidas de clérigos que la llevaron hasta sus últimas consecuencias, lo que les valió que posteriormente llegaran a ser santos como Tomás de Villanueva, Toribio de Mogrovejo o Juan de Ribera, canonizados en 1658, 1679 y 1960, respectivamente. Pero otros obispos destacaron, no sólo por las virtudes cristianas en el ejercicio de su ministerio eclesiástico, sino también por su participación en otros asuntos públicos, por su intervención en la política de la Monarquía. En este punto se puede encontrar otra de las finalidades de este tipo de literatura: la fidelidad al rey. De este modo, muchos de los biógrafos dedicaron gran atención al papel político que tuvieron algunos de estos prelados, y los orígenes nobiliarios podrían ser vistos como una condición que les predisponía para ello. No puede extrañar nada esto pues eran agentes de la Monarquía, intermediarios ante los poderes locales14; al fin y al cabo, debían al rey su mitra15. Buenos ejemplos se encuentran en el obispo Juan de Tapia a quien su biógrafo le otorga un papel fundamental para para sofocar el motín que en el año 1652 estalló en Córdoba16; el patriarca Ribera, virrey en Valencia, que luchó contra la violencia y el bandidaje endémico en el reino17; igualmente desempeñaron papeles políticos relevantes el cardenal Moscoso18 y Luis Crespí de Borja19. Mientras que en otros su participación en la política de la Monarquía pudo pasar más desapercibida, como en el caso del prelado de Sigüenza, Tomás Carbonel, quien fue confesor del rey Carlos II e inquisidor de la Suprema. Pero, sin duda, el caso más paradigmático de la

13 Gregorio de Alfaro, Vida del ilustrísimo…, op. cit., Prólogo.

14 José Javier Ruiz Ibáñez, Las dos caras de Jano. Monarquía, ciudad e individuo. Murcia, 1588-1648,

Murcia, Universidad de Murcia, 1999, pp. 142-146.

15 Maximiliano Barrio, El Real Patronato…, op. cit., pp. 44-97.

16 Manuel Peña Díaz, “El "canonizado" motín cordobés de 1652: Tensiones cotidianas y poder de

negociación”, en José Luis Betrán Moya, Bernat Hernández, Doris Moreno (coords.), Identidades y fronteras culturales

en el mundo ibérico en la Edad Moderna, Barcelona, Universidad de Barcelona, 2016, pp. 315-332.

17 Ramón Robres Lluch, San Juan de Ribera, Barcelona, Juan Flors editor, 1960, pp. 347-363.

18 Francisco de Asís Martínez Gutiérrez, “Besa la mano de Vuestra Excelencia quien más le respeta. Cuatro

cartas del cardenal Moscoso al VII duque del Infantado, embajador en Roma y virrey de Sicilia”, Chronica Nova, 40,

2014, pp. 351-365.

19 Emilio Callado Estela, “Una familia valenciana en el gobierno de la Monarquía Católica: los Crespí de

Valldaura y Brizuela”, en José Martínez Millán, Félix Labrador Arroyo, Filipa M. Valido-Viegas de Paula Soares

(coords.), ¿Decadencia o reconfiguración?: las monarquías de España y Portugal en el cambio de siglo (1640-1724),

Madrid, Polifemo, 2017, pp. 115-137.

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EL COMPONENTE NOBILIARIO EN LAS BIOGRAFÍAS DE ECLESIÁSTICOS DEL SIGLO XVII

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intervención política de un prelado lo proporciona Juan de Palafox, cuya actuación como virrey de la Nueva España fue más que polémica, tras haber servido en otros puestos políticos de la Monarquía, al ser hechura de Olivares20.

1. NOBLEZA Y RELIGIÓN: RETROALIMENTACIÓN

Ya ha quedado claro que la mayoría de las biografías episcopales comenzaban haciendo referencia a la nobleza de los linajes de los prelados. ¿Por qué razón? Pues por un doble motivo: primero porque se consideraba que la nobleza predisponía en cierto sentido para alcanzar metas religiosas; y segundo, porque las virtudes que se supone adornan la nobleza mejorarían con la aportación de las virtudes religiosas. Queda patente en la biografía que hace Antonio de Jesús María: “Todas estas grandezas concurrieron, apostadamente, a enrojecer la sangre del V. Eminentísimo Señor D. Baltasar de Moscoso y Sandoval”. Los individuos religiosos que han llegado a la culminación de la carrera eclesiástica alcanzando una mitra episcopal, mejoran el linaje, perfeccionan la nobleza:

“Y porque el escudo de armas que usa esta familia y casa ilustre de los Reynosos es (como

suele en las demás casas) la cifra y suma de las grandezas y blasones que hay en ella, quiero

brevemente declararla, por lo que alteró en ellas el obispo con su mucha humildad”21.

El linaje da la nobleza y, por tanto, todas las cualidades positivas que la sociedad valoraba: “Linda cosa es la nobleza, honrosa digna de ser tan apreciada, como lo es de los hombres, y aun de Dios también”22. Por esta razón, se insiste en detectar en el linaje –entendido, según la definición de Juan Hernández Franco, como una forma de organización del parentesco reducida casi exclusivamente a los miembros de los cuerpos sociales con más poder y jerarquía estamental23– de los prelados la sangre noble. En las biografías episcopales, hay varias formas de hacerlo. En primer lugar, se encuentran textos que dedican bastante espacio a este cometido. Así, Alfaro dedica seis páginas a comentar los orígenes nobiliarios del obispo de Córdoba, así como las acciones heroicas y valerosas de sus antepasados: “Fue pues este caballero de la antigua familia de los Reynosos, de la cual se tiene noticia desde el rey don Sancho el Deseado, en la era del César 1196”24. También información muy detallada de los linajes se proporciona en las biografías del cardenal Moscoso, del patriarca Ribera y del obispo Crespí de Borja.

Como ha señalado Enrique Soria, la familia es el eje del sistema nobiliario25, la cual cumple con la función de ser la célula básica de socialización26. Y aquí se enlaza con el discurso eclesiástico que “obliga” a los padres a ser ejemplo para los hijos, y en el caso de los hijos que se encaminaron hacia la Iglesia, implicó una inversión de toda la familia27; en última instancia, lo que se trata es que ellos también contribuyan al mantenimiento del orden social establecido que,

20 Cayetana Álvarez de Toledo, Juan de Palafox, obispo y virrey, Madrid, Marcial Pons, 2011, pp. 55-56 y

283-320.

21 Gregorio de Alfaro, Vida del ilustrísimo…, op. cit., p. 2.

22 Francisco Escrivá, Vida del Ilustrísimo y Excelentísimo señor Don Juan de Ribera, patriarca de Antioquía

y arzobispo de Valencia, Valencia, en casa de Patricio Me, 1612, p. 3.

23 Juan Hernández Franco, “Libros de genealogías y reflexiones desde la historia social sobre los linajes

castellanos en la Edad Moderna”, Norba. Revista de Historia, 25-26, 2012-2013, pp. 339-352, p. 347.

24 Gregorio de Alfaro, Vida del ilustrísimo…, op. cit., p. 2.

25 Enrique Soria Mesa, La nobleza en la España moderna, Madrid, Marcial Pons, 2007, p. 115.

26 Francisco Chacón Jiménez, “Familia, sociedad y sistema social. Siglos XVI-XIX”, en Francisco Chacón

Jiménez y Joan Bestard (dirs.), Familias. Historia de la sociedad española (del final de la Edad Media a nuestros días),

Madrid, Cátedra, 2011, pp. 334-336.

27 Enrique Soria, La nobleza…, op. cit., p. 121.

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no se olvide, estaba sustentando en la desigualdad y la jerarquía. Los padres son responsables de la educación de los hijos y de transmitirles, por tanto, las virtudes que se apreciaban socialmente: nobleza y religión. Los padres debían ser ejemplo de virtudes. Así, se dice que los padres del obispo Reinoso vivían “honrada y cristianamente”, por lo que a sus hijos “procuraron criar con mucho cuidado, procurando que pareciesen hijos de sus padres, y que imitasen las virtudes de sus antepasados”. En estas pocas palabras quedan resumidas las intenciones de estas biografías de prelados. Y, de nuevo, se insiste en la importancia del modelo en el que fijarse, como podía ser el padre del obispo Reinoso, el cual “daba también mucha eficacia a lo que decía y enseñaba a sus hijos, que el ejemplo da mucha fuerza a la doctrina; y bien los mostraron todos ellos en las ocasiones que se les ofrecieron de las mismas virtudes en el discurso de sus vidas”28. De este modo, la mayoría de las biografías siempre representan las figuras paternas como dechados de virtud religiosa, que añaden a la condición nobiliaria. El esquema de transmisión de virtudes nobiliarias y religiosas es sencillo: Linaje-Familia-Padres-Prelado, todo articulado en torno a la fuerza de la sangre, a un influjo que transmitía a los descendientes “temperamento y propensiones”29:

“No sólo quiso la Majestad Divina favorecer a Don Luis con patria tan gloriosa, con padres

también nobles, y generosos, quiso honrarlo, para que no hubiese en su persona cosa que nos

fuese estimable. Fuelo en la virtud, y en las letras, como veremos más adelante; y así no quiso

que dejase de serlo en la sangre”30.

La alusión a la nobleza es continua en el caso de la vida del obispo Reinoso. Su biógrafo comienza por referirse a él, en numerosas ocasiones, como caballero. Pero otras veces destaca atributos que no son sino sinónimo de nobleza como, por ejemplo, el honor y la generosidad, la cual nace de la despreocupación de la nobleza por la austeridad económica ya que de lo que se trataba era “vivir noblemente”, es decir, no reparar en gastos a la hora de mantener el “ethos” nobiliario:

“Donde se manifiestan dos grandes virtudes en este caballero, que fueron muy señaladas en

él. Una es la fidelidad en sus palabras […] la otra, la notable liberalidad. Viéndose con

doscientos ducados, le pareció que no le podía faltar nada, y que era hacer agravio a su

nobleza natural, que otro entrase a la parte del gasto yendo en su compañía, y así no mirando

a lo que le podía suceder, ni a la necesidad que llevaba, ni a la en que su padre quedaba, y

finalmente al poco remiedio que había de hallar en Roma, gastó lo que teneía en servicio del

amigo”31.

Cuando cuesta relatar los orígenes nobiliarios se acude a fórmulas génericas, como en la biografía de santo Tomás de Villanueva: “Fueron todos sus padres, y abuelos, gente principal, y honrada en sus pueblos, y de hacienda, cristianos viejos, y limpios de todos cuartos”. Y luego se

28 Gregorio de Alfaro, Vida del ilustrísimo…, op. cit., p. 3.

29 Juan Hernández Franco y Sebastián Molina Puche, “La sangre en la familia y su proceso socioinstitucional.

Siglos XVI-XVII”, en Francisco Chacón Jiménez y Joan Bestard (dirs.), Familias. Historia de la sociedad española

(del final de la Edad Media a nuestros días), Madrid, Cátedra, 2011, p. 117.

30 Tomás de la Resurrección, Vida del venerable y apostólico prelado el Ilustrísimo y Excelentísimo Don

Luis Crespí de Borja, obispo que fue de Orihuela y Plasencia, y embajador extraordinario por la Majestad Católica del

rey Felipe III a la santidad de Alejandro VII, para la declaración del culto de la Concepción de María felizmente

conseguida, Valencia, por Juan Lorenzo Cabrera, 1676, p. 4

31 Gregorio de Alfaro, Vida del ilustrísimo…, op. cit., p. 6.

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insiste en que ha tenido parientes en las órdenes militares o en las buenas relaciones con la Inquisición32. Y en términos parecidos se expresa el biógrafo de Toribio de Mogrovejo:

“Aunque naciera de padres muy humildes, fuera claro por sus propias virtudes. Pero para que

éstas resplandeciesen más, y tuviesen esta calidad humana por accesoria a la divina, fue

descendiente de familias tan antiguas, de linajes tan ilustres de Castilla, que como en las

costumbres dio la ventaja a pocos, en la nobleza pudo no concederla a ninguno. Todos sus

mayores fueron nobles, hijosdalgo notorios de solar conocido”33.

En la biografía del obispo Carbonel quizás se encuentre el mejor empeño de un autor para demostrar la nobleza de su protagonista. En efecto, al comienzo de su relato parece que va a costar encontrar los orígenes nobiliarios del prelado. Comienza relatando las glorias de Madrid, donde nació el obispo, quizás como primera forma de distinguirlo, ya que fue ésta una de las prácticas habituales para ennoblecer a los biografiados: la nobleza de su patria (tomado en el sentido de lugar de nacimiento). A continuación, Reluz identifica a los padres, naturales de Albacete y Sonseca, respectivamente y pone en boca del obispo Carbonel el dicho de que sus padres fueron “pobres honrados”. Pero el autor se empeña en localizar los orígenes nobles del prelado, justificándolo de este modo:

“Si este escrito se hubiera de dirigir sólo al señor Don Fray Tomás Carbonel, bastaba lo dicho,

para cuanto pertenecía a su natural ascendencia; mas como ésta no se feneció en su persona,

pues la vemos continuada en honradas familias, sería bien dar alguna, aunque breve noticia,

para que se sepa, que no sólo por sus muchas virutdes, noble estado, y tan honrosos empleos

como tuvo, deben ser apreciadas las memorias de este siervo de Dios”34.

Estas palabras, auténtica loa del régimen estamental, sirven para ratificar las hipótesis que en este trabajo se defienden: que la nobleza era una de las cualidades que contribuyó a la ejemplaridad de los prelados y que estas vidas contenían un claro propósito propagandístico, ya que servían para consolidar el programa confesional en una sociedad que continuaba teniendo como grupo preeminente a la nobleza, la cual debía estar muy –o totalmente– imbuida de las virtudes cristianas. Con el fin de asentar la nobleza de la familia del obispo Carbonel, Reluz proporciona prolija información sobre sus tíos, primos y sobrinos ya que, por el contrario, nada dice de la ocupación del padre. Pero lo que se valora tanto en él como en su madre es su compromiso como formadores de buenos católicos:

“Le importó el no haber visto jamás cosa de mal ejemplo en sus padres; antes a fuer de ser

muy siervos de Dios, cuidaban de la cristiana educación, y la debida enseñanza de sus

hijos”35.

Un caso especial es el del obispo Juan de Palafox. No sólo porque se trata de una persona al que acompañó la polémica durante gran parte de su vida, sino porque era hijo natural del futuro marqués de Ariza. Pero el biógrafo insiste en hallar la sangre noble que corre por sus venas:

32 Miguel Salón, Libro de la santa vida, y milagros del ilustrísimo y reverendísimo señor Don Fr. Tomás de

Villanueva, arzobispo de Valencia, de la orden de San Agustín, beatificado por nuestro santísimo padre Paulo Papa V,

Año 1618, Valencia, en casa de Juan Crisóstomo Garriz, 1620, p. 2

33 Antonio León Pinelo, Vida del Ilustrísimo y Reverendísimo D. Toribio Alfonso Mogrovejo, arzobispo de

la ciudad de los Reyes Lima, cabeza de las provincias del Perú, Madrid, 1653, pp. 3-4.

34 Tomás Reluz, Vida y virtudes del Ilustrísimo señor D. Fr. Tomás Carbonel, obispo y señor que fue

Sigüenza, de la sagrada orden de N.P. Santo Domingo, Madrid, por la viuda de D. Francisco Nieto, 1695, pp. 2-3.

35 Tomás Reluz, Vida y virtudes del Ilustrísimo…, op. cit., p. 10.

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“Fue su padre don Jaime de Palafox y Mendoza, marqués de Ariza, pero antes de serlo, y de

casarse: haciendo lugar el estado de padre, y de madre, a la filiación natural, y excluyendo la

espuria, o bastarda, que solamente pudiera oscurecer, o empañar el resplandor de tan alto

ascendiente, y las prerrogativas de tan esclarecido linaje: por hallarse ya en él emparentada

estrechamente la ilustrísima casa de Ariza con las familias más calificadas, y de mayor

notoriedad que respeta la aprobación, y el examen escrupuloso de España: como son,

Cardonas, Moncadas, Urreas, Lunas, Mendozas, Zúñigas, y Borjas, y otras estirpes

nobilísimas en las Coronas de Castilla, Aragón, Valencia, y Cataluña; heredando tan de cerca

los timbres y blasones honrosos de las casas de Guadalete, Aytona, Almazán, Aranda, y

Morata: con cuyas ramas se descuella tanto el árbol genealógico de la casa de Ariza, que no

cede a ninguno en grandeza, pues las más de ellas el aire que ocupan las respeta coronadas”36.

Lo notable del biógrafo de Palafox es que no se centra tanto en desglosar los orígenes y las glorias del linaje de Ariza, como en destacar las relaciones de parentesco que mantiene con las mejores casas de la aristocracia española, lo cual funciona como prueba de la gran calidad del linaje. Pero no contento con enfatizar la alta nobleza de la línea paterna, también insinúa la de la línea materna:

“De su madre, aunque no sería dificultoso averiguar la calidad individualmente, se ocultó

siempre por el decoro, teniéndose por verosímil, que no fue muy inferior a la que participaba

por las líneas paternas; conjetura que se confirma no ligeramente con las circunstancias del

parto, que a no ser la persona de señaladas obligaciones, tanto en el recato, como en la sangre,

no hubiera sido necesario desvanecerle, o disuadirle con tan costosos disimulos, o arriesgados

accidentes”37.

Se refiere el texto a que la condición de hijo natural hizo que su madre se retirara a Fitero, con la excusa de tomar allí los baños, para el parto. Lo que sucedió después es más que rocambolesco y es que la madre ordenó a una criada que se deshiciera del niño llevándolo al río; pero la criada fue sorprendida por el guardián de los baños. El suceso del río lleva al biógrafo a ver la intervención divina y a comparar a Palafox con Moisés, llamado, por tanto, a grandes empresas. Como bien señala Cayetana Álvarez de Toledo esta semejanza, que fue pronto destacada tanto por los defensores como por los críticos de Palafox, llevaba implícita un alto contenido político38.

Más adelante, el biógrafo vuelve a poner su acento en los orígenes nobiliarios del obispo. Tras el desenlace del río el guardián dio al niño en adopción a unos parientes, quienes lo criaron. Cuando su padre pasó a convertirse en marqués, inició la búsqueda de su hijo natural y lo encontró cuando el niño tenía ya nueve años. No deja de ser un canto a la nobleza el encuentro entre padre e hijo:

“Hizo llevar a su presencia el niño, y al llegar a los ojos de su verdadero padre, empezó la

sangre con un conmoción natural a hervir generosamente dentro de las venas, verificándose

aquí la filosofía de las viguelas templadas con una misma igualdad, que pulsada una, hace

que resuene armonías la otra, tales son los secretos impulsos con que la naturaleza anima sus

acentos: obrando la simpatía una mudanza en él tan espirituosa, que ya no le parecía que se

llamaba Juan Navarro, sino Don Juan de Palafox y Mendoza, hijo natural del marqués de

36 Antonio González de Rosende, Vida y virtudes del Ilustrísimo y Excelentísimo señor D. Juan de Palafox

y Mendoza, de los consejos de Su Majestad en el Real de las Indias, y Supremo de Aragón, obispo de La Puebla de los

Ángeles y arzobispo electo de México, Madrid, por Julián de Paredes, 1666, p. 5.

37 Ibidem, p. 5

38 Cayetana Álvarez de Toledo, Juan de Palafox, op. cit., pp. 32-34.

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Ariza: que desde luego le declaró y recibió por tal y en la disposición del ánimo, y aprecio

de su voluntad, nada menos que si fuese legítimo”39.

El biógrafo de Palafox se empeña en vincularlo con los antepasados de su linaje y es lo que hace que, a diferencia de otras biografías de obispos en las que se indica la inclinación del biografiado hacia la carrera eclesiástica, ponga como principal propósito el servicio al rey. El obispo participaba de este modo de una de las principales funciones nobiliarias: la actualización del medieval “auxilium et consilium”:

“Es verdad, que desde amanecieron en él la luz, y el uso de la razón, mostraron gran fuerza

sus inclinaciones a diferente profesión, y ejercicio: pues desde luego con una propensión

naturalísima, pesó hacia donde se conoce que llamaba más el genio, y la sangre, que la

elección, publicaba que quería emplearse en servicio de su rey, y aunque el nombre era de

Juan Navarro, los ímpetus, y los espíritus que ardían en él, no disimulaban que eran de don

Juan de Palafox: deseando, a imitación de sus mayores, cuya sangre encerraba en las venas,

y cuyas obligaciones declaraba en los afectos, continuar en la guerra los señalados servicios

de sus antepasados, que los que se señalan con mayor decoro son los que se rubrican con la

sangre que el valor vierte”40.

Por consiguiente, ya en los padres, en sus comportamientos y cualidades, se encontraba el germen de las virtudes del obispo. Así del padre del obispo Reinoso se dice que muy misericordioso con los pobres y muy devoto del Santísimo, en la más pura tradición del catolicismo hispano; no deja de ser casual esto puesto que las autoridades eclesiásticas, reforzando las directrices tridentinas intentaron revitalizar al máximo posible, el sacramento eucarístico –al fin y al cabo, en la transustanciación se econtraba una de las principales diferencia con las confesiones reformadas– y, por esto, se convirtió en seña de identidad del catolicismo y la celebración del Corpus Christi unos de los medios elegidos para la difusión de la doctrina, todo dentro de esa cultura de masas, elitista y dirigida que era el Barroco41.

Los discursos se centran en cantar la nobleza de la línea paterna, pues no hay que olvidar que el linaje se transmite por la línea masculina. Sin embargo, también hay que valorar la línea materna. Así, en la biografía de Reinoso, se señala que el padre de la madre era “hombre muy noble, y abogado insigne en los Consejos, estando la Corte en Valladolid”. Pero aquí se puede apreciar ciertos cambios. Más que la nobleza de sangre, parece que se asiste a la nueva nobleza de servicio, que asciende por el correcto desempeño de su carrera profesional muy vinculado a la Corona. Esto que puede parecer baladí, no lo es tanto si se considera que los obispos se constituyeron en un notable soporte del Estado moderno42. Muchas familias de la nobleza buscaron para sus hijos una colocación en los altos cargos al servicio de la Monarquía y la Iglesia. Un buen ejemplo se puede encontrar en los hermanos del obispo Reinoso, que fueron un canónigo, un fraile, un gobernador en Nápoles, un militar en Flandes.

Es evidente que los biógrafos que escriben sobre los prelados pertenecientes a la nobleza titulada, no encuentran ningún problema a la hora de justificar sus orígenes. Es el caso de del arzobispo de Toledo, Baltasar de Moscoso y Sandoval,

“Fue nuestro esclarecido cardenal, hijo de la nobilísima casa de los condes de Altamira,

Grandes de España, y su padre fue don Lope de Moscoso Osorio, sexto conde de Altamira,

y su madre doña Leonor de Rojas y Sandoval, y por ambas líneas desciende de sangre real

[…] De suerte, que así por los abuelos paternos, como por los maternos, desciende de las

39 Antonio González de Rosende, Vida y virtudes del Ilustrísimo…, op. cit., p. 14

40 Ibidem, p. 15

41 José Antonio Maravall, La cultura del Barroco, Barcelona, Ariel, 1981.

42 Maximiliano Barrio, El Real Patronato…, op. cit., pp. 43-44.

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casas mayores de España, y de la sangre real de los reyes de Portugal, y de Aragón, la cual

realzó con el esmalte de sus virtudes”43.

En la última frase se postula que el llevar una vida acorde a la doctrina católica dignifica el linaje nobiliario. Parece como si quisiera decirse que los nobles debían cumplir su medieval función guerrera en la defensa del catolicismo, pero no tanto contra enemigos externos –que también– como contra sí mismos, contra todas las tentaciones que les ofrece el mundo en el que viven. De ahí la pertinencia de mostrarles las vidas de unos eclesiásticos por cuyas venas, al igual que ellos, corría sangre noble. En cierto sentido, parece que cuanto mayor es la nobleza, más efectiva es la ejemplaridad, como expresó Andrade a propósito del arzobispo Moscoso en su dedicatoria a Pascual de Aragón, su sucesor en la mitra toledana:

“Varón eminentísimo, verdaderamente santo, pío, sabio ejemplar, vigilante pastor de sus

ovejas, ilustre por la alteza de su sangre, y mucho más por la de sus virtudes, que hasta el

cielo publica, con milagros, y prodigios”44.

Lo que es digno de señalarse es que estas biografías se insiste en una predisposición visible ya en la infancia hacia la carrera eclesiástica y que la actuación correcta de los padres es la que pone todos los medios para facilitarla:

“Esto motivó a sus padres para hacerle de la Iglesia, porque en la crianza de los hijos se debe

mirar a qué se inclinan (como no sean ocupaciones siniestras y viciosas) pues en esos

ejercicios aprovechan más, en que siguen su inclinación”45.

Una cosa notable que se puede encontrar en la biografía del obispo Reinoso es la concurrencia de toda la familia en el diseño de su carrera eclesiástica: “esto le obligó a tratar con su padre, deudos, y amigos lo que debía hacer en este caso: porque para empresas semejantes, qualquiera consejo es de mucho momento” (Reinoso, p. 5).

Los prelados destacarán por su compromiso religioso, pero esta actuación ejemplar en el mundo fue posible gracias o, mejor dicho, fue consecuencia inevitable de su pertenencia a un linaje nobiliario. Es como si la acción religiosa saliera reforzada por la condición nobiliaria del prelado. Lo curioso es que tipo de discurso perdura en el tiempo y que todavía en una biografía de San Juan de Ribera escrita en 1960, a propósito de sus ascendientes, se puede leer:

“Este conjunto de cualidades políticas y religiosas –guerreros y gobernantes, obispos y

santos, jerarquías, en suma, del mundo y del espíritu en la familia y generación anterior de

don Juan– pudo influir, y veremos que así fue, en su carácter e ideales”46.

Evidentemente en las biografías, esta alusión a la nobleza es mínima, pero es la primera con la que se topa el lector. La cuestión es que, si la nobleza es una condición que favorece la consecución de las virtudes cristianas, tal y como queda reflejado en las vidas de los obispos, entonces el mensaje que se quiere transmitir a los nobles, a cualquier noble, es que ellos también pueden lograrlo. En el caso de la biografía que hace Andrade del cardenal Moscoso, la

43 Alonso de Andrade, Idea del perfecto prelado en la vida del Eminentísimo cardenal Don Baltasar de

Moscoso y Sandoval, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas, Madrid, por José Fernández de Buendía, 1668,

pp. 6-7.

44 Alonso de Andrade, Idea del perfecto prelado…, op. cit., Dedicatoria.

45 Gregorio de Alfaro, Vida del ilustrísimo…, op. cit., p. 4.

46 Ramón Robres, San Juan de Ribera, op. cit., p. 6.

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interpelación es directa: “que los caballeros nobles, y cristianos, siempre anteponen los respetos honrados a todas sus conveniencias particulares, como lo hizo en esta ocasión nuestro prelado”47.

De este modo, la confesionalización de la nobleza se plantea como un horizonte más que plausible. Pero es que, además, estas biografías episcopales contribuían a apuntalar las bases de un sistema social que, ahora más que nunca, encontraba en la religión uno de sus fundamentos. La razón es que la ejemplaridad se dirigía tanto al estamento noble como al estamento eclesiástico –los consumidores más habituales de este tipo de libros–, cuya preeminencia pasaba por actuar tal y como se esperaba de ellos, es decir, debían cumplir con su función social dirigente. Y la defensa del catolicismo y el cumplimiento de su doctrina era el nexo de unión: el triunfo, por tanto, del programa de disciplinamiento social tridentino. Todo esto se puede encontrar en lo que decía el jesuita Antonio Moreno Palacios en la aprobación de la biografía de Tomás Carbonel:

“El alma de la Historia es enseñar, y mover: la luz que con la verdad da el entendimiento, es

a fin de ganar la voluntad. El Espíritu Santo se manifestó en lenguas de fuego: es luz, y calor;

lo que alumbra es igualmente lo que inflama; luz que instruye es la verdad de esta historia, y

el dulce atractivo, la energía fervorosa, con que el autor exhorna los hechos, y dichos de este

héroe singular, es fuego divino, que enciende los corazones para la imitación […]

Obra es esta dignísima de salir a la luz, para idea de prelados; para confusión de religiosos;

para mayor gloria divina, y de su religión sagrada; para blasón de su santa iglesia de Sigüenza;

para timbre esclarecido de sus nobles, y felicísimos deudos; consuelo, y bien espiritual de

todos”48.

CONCLUSIÓN

En este breve repaso sobre las biografías de prelados publicadas en siglo XVII se ha comprobado que el proceso de adoctrinamiento tridentino adoptó diversas vías para su desarrollo y para implicar a amplios sectores sociales. Estas biografías que en primera instancia se destinaban al clero, también podían ser dirigidas a miembros del estamento nobiliario. En cualquier caso, la gran mayoría de las vidas de los obispos dedicaban sus primeras páginas a glosar el linaje y la familia del biografiado, siempre con el propósito de buscar sus orígenes nobiliarios. El mensaje que se transmitía es que la nobleza proporcionaba los mejores cristianos, los pastores que habrían de guiar a los fieles: los obispos. Aunque se alude a las virtudes religiosas de los prelados, de forma implícita también se indica que no todo el mérito es personal, pues pesaban el linaje, la familia y los padres: la sangre nobiliaria al servicio de la religión. De tal modo que el éxito ejemplar en el ámbito religioso de los biografiados, en cierto sentido, también podría contemplarse como triunfo del estamento nobiliario. Y desde aquí se le podía interpelar para que añadiese las virtudes religiosas a las demás cualidades de la nobleza. Además, con este mensaje, en definitiva, se estaba apuntalando el sistema social de la desigualdad y el privilegio, como si existiera una alianza de los dos estamentos privilegiados en defensa del catolicismo, algo fundamental en el periodo de declinación de la Monarquía.

47 Alonso de Andrade, Idea del perfecto prelado…, op. cit., p. 26.

48 “Aprobación del R.P.M. Antonio Moreno Palacios, de la Compañía de Jesús, Maestro de la Sagrada

Escritura, Calificador de la Suprema, y General Inquisición, y Predicador de Su Majestad”, en Tomás Reluz, Vida y

virtudes del Ilustrísimo…, op. cit.

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