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  • poesía reunida

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  • Poesía reunida

    GABRIELA MISTRAL

    Selección y prólogojaime quezada

    P O E S Í A

    F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C A

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  • Primera edición, 2019

    Mistral, Gabriela Poesía reunida / Gabriela Mistral ; selec. y pról. de Jaime Que-

    zada. – México : fce, 2019 300 p. ; 23 × 15 cm – (Colec. Poesía) ISBN 978-607-16-6519-5

    1. Poesía chilena 2. Literatura chilena – Siglo xx I. Quezada, Jaime, selec. II. Ser. III. t.

    LC PQ8097 Dewey Chi861 M417p

    Distribución mundial

    Diseño de la colección: León Muñoz SantiniDiseño de portada: Laura Esponda AguilarImagen de portada: Gabriela Mistral en Perú, 1938. Dedicada a Oreste Plath. Fotografía gentileza de Karen Müller Turina

    © Fondo de Cultura Económica Chile, S. A.Paseo Bulnes 152, Santiago, Chile

    D. R. © 2019, Fondo de Cultura EconómicaCarretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de Méxicowww.fondodeculturaeconomica.comComentarios: [email protected]. 55-5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuereel medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.

    ISBN 978-607-16-6519-5

    Impreso en México • Printed in Mexico

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  • SUMARIO

    Poesía y prosa de Gabriela Mistral: una antología fundamental, por Jaime Quezada 9

    Discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura, por Gabriela Mistral 19

    Desolación (1922) 21

    Ternura (1924) 65

    Tala (1938) 111

    Lagar (1954) 177

    Poema de Chile (1967) 233

    Índice 295

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    POESÍA Y PROSA DE GABRIELA MISTRAL:UNA ANTOLOGÍA FUNDAMENTAL*

    Jaime Quezada

    Aquí estoy si acaso me ven,

    y lo mismo si no me vieran.

    G. M.

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    Gabriela Mistral (Vicuña, Chile, 1889 - Nueva York, Estados Uni-dos, 1957) representa en la literatura iberoamericana, muy cabal-mente, a una autora que no sólo escribió —en sus no más de cinco libros de desolaciones y lagares— una poesía cargada de intensidad y sentido humano, sino, y de manera principal, a una mujer chilena del siglo xx, que se anticipó al xxi, que supo decir su pensamiento y su acción en los temas tutelares del poema. Lo suyo, y en lo suyo lo de los otros, que hará de su escritura un acercamiento al prójimo y una enseñanza cotidiana de vida.

    Gabriela Mistral, que nos nace en un valle cordillerano elqui-no, que se recorre desde muy temprano el territorio patrio en an-danzas educacionales, se irá luego por países y continentes en una errancia o extranjería de vagabunda voluntaria. Será como quien echa cuerpo y alma a rodar tierras, hablando con dejo de sus mares bárbaros y con sólo su destino por almohada. Pero en todo lugar será siempre fi el a sus preocupaciones y motivaciones: su país natal, Chile, su América, continente nuevo, y los habitantes de ese país y de esa América en sus geografías y sus costumbres, en sus vidas y sus ofi cios, en sus cuestiones sociales y ciudadanas y, por sobre todo, en sus maneras de rescatar lo mal deletreado o lo mal averiguado.

    Con razón, el Premio Nobel de Literatura (1945) le vendrá “por su poesía lírica inspirada en poderosas emociones y por haber hecho de su nombre un símbolo de las aspiraciones idealistas de

    * Prólogo originalmente publicado en Gabriela Mistral, Antología de poesía y prosa, 2ª ed., selec. y pról. de Jaime Quezada, Chile, fce, 2007.

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    todo el mundo latinoamericano”, como fundamentó la Academia Sueca al otorgarle el universal galardón.

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    La obra poética de Gabriela Mistral no parece extensa, aunque sí in-tensa. Ella misma reconocía sin recato alguno: “Mi pequeña obra es un poco chilena por la sobriedad y la rudeza”. Es decir, piedra de rodado de cordillera en su desafío y en su asombro, en su tratamien-to de escritura tan reveladora de tema y de lenguaje. Sin embargo, esta “pequeña obra” conlleva una profunda valoración de los senti-mientos espirituales y humanos, un amor por sus lugares natales, la tierra campesina y las riquezas vivas de los pueblos americanos. De ahí una poesía que va de lo legendario a lo mágico y a lo cósmico.

    El Instituto de las Españas, en los Estados Unidos, publica Desolación (Nueva York, 1922), la primera obra de “esta excelsa mujer chilena”, como la llamó el hispanista Federico de Onís, que mucho tuvo que ver en la publicación de este desolado-amado libro. Desde entonces una imagen de aureola y glorifi cación rodeará para siempre a la poetisa. De esta manera, Desolación se publica primero en país extranjero, y no en Chile, su patria natal. Y cuando ella mis-ma andaba alfabetizando por campos y aldeas en la sierra mexicana. Sin embargo, son lugares geográfi cos chilenos, en su casi totalidad, los que sirven de marco de referencia y de escritura a estas vivenciales páginas, así sea el tanto “amor que calla” en sus tribulaciones espiri-tuales. De las desolaciones patagónicas y magallánicas —en los pai-sajes del fi n del mundo— a las desolaciones del corazón que tipifi can, en defi nitiva, título y tema de este libro-vida.

    “Dios me perdone este libro amargo y los hombres que sien-ten la vida como dulzura me lo perdonen también”, dice Gabriela Mistral en un resuelto voto-oracional. Más que amargos, los poemas de este libro tienen el verso íntimo, conversacional y emotivo, des-velado de éxtasis e interrogaciones en humano tratamiento de exis-tencia y vida, situaciones que darán huella y carácter a esta obra, después de todo, reveladora de amores y celos y romanticismo. De-

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    solación, en consecuencia, es llamarada ardida de pasión y de fervor, de amor-dolor, de balada y canto.

    Un libro casi siempre nuevo y casi siempre inédito, en el pro-ceso poético de nuestra Mistral, es Ternura (publicado en Madrid, 1924, y que irá reordenándose en ediciones futuras, sobre todo a par tir de 1945): jugarretas, rondas, canciones de cuna, cuenta-mundo, magias y maravillamientos, sueños y sorpresas, albricias y hallaz-gos, miedos y desvaríos. Mucho de lo que fue y quiso ser su propia infancia, pero no de una manera ingenua o pueril de hacer autobio-grafía. Gabriela Mistral recrea, a su gusto y a su antojo, desvariado-ramente, su mundo de realidades y encantamientos. Arrullos para cantar a la liebre rojiza, la vizcacha parda. Arrorós que rescatan lo más genuino y tradicional del folclore infantil-adulto chileno, lati-noamericano, español viejo. “También los hombres necesitan una canción de cuna para que apacigüen su corazón”, dice la autora cuando escribe sus poemas menudos —aparentemente menudos—, necesarios de amor y projimía (“Dame la mano”, “Miedo”) y de-nunciadores de dramatismo social (“Piececitos”, “Manitas”, “La casa”, “La tierra”).

    “Cuando he escrito una ronda infantil, mi día ha sido verdade-ramente bañado de Gracia, mi respiración como más rítmica y mi cara ha recuperado la risa perdida en trabajos desgraciados. Tal vez el esfuerzo fuese el mismo que se puso en escribir una composición de otro tema, pero algo, que insisto en llamar sobrenatural, lavaba mis sentidos y refrescaba mi carne vieja.” Palabras de Gabriela Mis-tral, en ese acercamiento —desde su infancia primera— a los hom-bres y al mundo.

    No es, pues, Ternura un libro meramente infantil, arrullador de infancia. En estas jugarretas, rondas y cuenta-mundo está muy presente el característico verbo mistraliano y su vivifi cador léxico valle elquino adentro. Lenguaje y tono —válido para toda su obra— que le viene de sus reiteradas lecturas del Viejo Testamento, de su propia lengua maravillosamente nueva y arcaica en sus neologismos y hablas castellanas, y de sus gentes mismas de su valle natal. Así, la bendita lengua de Gabriela Mistral (“Bendita sea mi lengua y mi pecho y mi respiro, dice ella”) no descuida los énfasis verbales, folcló-ricos, lingüísticos; las voces dialogantes, las interjecciones, los dimi-

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    nutivos, es decir, dones y bendiciones. Un saber contar, que es en-cantar, con lo cual se entra en la magia.

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    Un hito, sin duda, revelador en la obra poética mistraliana y en la poesía chilena e iberoamericana lo constituye Tala (que se edita en 1938, y en Buenos Aires), uno de los libros fundamentales de Ga-briela Mistral. Ella misma consideraba que era su verdadera obra, sobre todo porque en sus páginas está la raíz de lo indoamericano. Libro de los ánimos espirituales y las materias corporales (pan, sal, agua), las ausencias, los nocturnos y las alucinaciones: el mundo y el ser: “Amo las cosas que nunca tuve / con las otras que ya no tengo”.

    Pero también están los asuntos soberbios de una América pre-colombina, ritual y ceremoniosa, en el himno o canto reivindicato-rio de los mitos y las realidades americanas (“Sol del trópico”, “Cor-dillera”, “El maíz”), con sus himnos indios a los incas y a los mayas (“Sol de los Incas, sol de los Mayas, / maduro sol americano, / sol en que mayas y quichés / reconocieron y adoraron”) y a todos los fru-tos americanos: el maguey y la yuca, los mangos y la pitahaya. Ade-más el santo maíz milenario y mágico. La cordillera tutelar de los Andes, a la que llama “Madre yacente y Madre que anda”. Y a todos los árboles balsámicos con su copal y su mirra y su estoraque. Libro abierto a las naturalezas humanas y geográfi cas de nuestro continente.

    Tala es también el libro de la fe, de la recreación religiosa del mundo, de la devota consumación del dolor, del descendimiento y la letanía. Verso certero y religioso, que parece nuevo o como no visto, y que maravilla de gozo lectural por su lengua cotidiana. Lengua coti-diana muchas veces conversacional, tipifi cadora de escritura única y novedosa, cargada de lo viejo y de lo nuevo que hay en sus temas: lo arcaico y lo criollo, lo indígena y lo español. De ahí su verso que va siempre de lo doloroso a lo íntimo, de lo áspero a lo bíblico, de lo sanguíneo al sacudón del alma. Limpieza, después de todo, tierna y primitiva en palabra o mirada recogedora de cuarenta panoramas.

    Tala es un libro que Gabriela Mistral va escribiendo en sus lar-gos años de errancia por países de América y de Europa, lo cual sig-

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    nifi ca vivir también en extrañeza de mundo. Saudade, diría ella, re-sumiendo en muy lengua portuguesa sus ausencias y melancolías. Este mucho vagabundaje conlleva, a su vez, una pluralidad de lo humano y de reencuentro con otras patrias lejanas (“Recuerdo ges-tos de criaturas” y eran gestos de darme el agua”). No en vano han transcurrido redondamente 16 años entre su desolada Desolación (de 1922) y su perpetua Tala (de 1938), que no deja de ser en su título (cortar por el pie, talar un árbol, arrasar) y en muchos poe-mas, desolado, también. Sólo que ahora una especie de nostalgia, de recuerdo permanente, otorga una atmósfera de memoria divina y evocadora.

    Hacia los años fi nales de la vida de Gabriela Mistral se publica Lagar (Santiago de Chile, 1954). Pasarán, otra vez, 16 años para que esta nueva obra testimoniara sus quehaceres creativos. Libro escrito en su totalidad en un periodo empapado de atmósferas bélicas de una segunda guerra y con un mundo ardiendo en llamas. Un aire denso y sucio mancha los cielos de la humanidad. Y mientras suena el infi erno de los tanques y caen los aviones en sesgo de vergüenza, Gabriela Mistral escribe su manifi esto por la causa de la paz, desme-nuzándose por esta palabra de yodo y piedra alumbre entre los labios. El tema de la guerra será, en buena parte de Lagar, su circunstancia, su motivación y su compromiso de humano pacifi smo.

    Libro, en consecuencia, ardiente y ansioso de búsqueda su-prema. Símbolo y signifi cante en la poesía mistraliana, con todo lo terrestre y lo religioso que tiene. Los lutos, las guerras, los vaga-bundajes, los desvelos de mujer piadosa —“locas mujeres”, dirá ella—, en los temas y tratamientos de esta obra fervorosa y esencial, nostálgica y melancólica en sus adioses y despedidas. De alguna vis-lumbrante y permanente manera, Lagar defi ne y resume la obra de vida humana y de vida poética de una Mistral, sólo que ahora des-asida ya de todo: “Todo lo di, ya nada llevo”. Libro abismante y abismado en su sobrecogedora grandeza de autenticidad. “Así ocu-rre en mi valle de Elqui con la exprimidura de los racimos” —dice ella, acaso defi niendo título y obra—; “pulpas y pulpas quedan en las hendijas del lagar. Las encuentran después los peones de la ven-dimia. Ya el vino se hizo y aquello se deja para el turno siguiente de los canastos…”

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    Aunque de publicación póstuma, Poema de Chile (Barcelona, 1967) es una obra de permanente motivación creadora de la maestra chilena. Poética y geográfi camente, su desvelo de toda una vida: un viaje mí-tico e imaginario (pero real) por el Chile lejano y amado. La autora se hace acompañar aquí de un niño atacameño y diaguita, además de un huemulillo o ciervo chileno, en un recorrer el territorio patrio en su extensa y larga geografía: su naturaleza física y humana, sus valles y sus ríos, su cordillera andina y sus metales, su desierto y su mar, su fl ora y su fauna, sus archipiélagos australes y su extensa y verde Patagonia. Lo vivo y lo viviente del suelo natal en un redescubrir la entraña misma del largo país.

    Esta casi siempre permanente y novedosa obra viene a testi-moniar, también, la verdadera y vivísima relación que Gabriela Mis-tral tuvo con lo real y lo genuino, lo criollo y lo autóctono de la tie-rra chilena. Abundan en estos poemas, tan expresivos de forma y de fondo, los chilenismos, las expresiones verbales originalísimas, las locuciones populares, los diminutivos y hasta voces vernaculares e indígenas. Son, por cierto, sus decires en lengua de patria elquina, en intencionalidad de lenguaje y escritura evocadora y recreadora del suelo patrio. Y, en defi nitiva, un motivar en el chileno un acercamien-to entrañable y maravillador al territorio geográfi co natal. Poema de Chile, además de un dar gracias epifánicas a la tierra madre, viene a ser un cabal y nutricio testamento literario y poético que eterniza memoria y geografía del país-patrio.

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    Si el proceso poético de Gabriela Mistral es, en cada uno de sus libros, siempre sorprendente y asombroso, no lo es menos su mismísima prosa, tan notable de escritura y tan reveladora en el tratamiento de sus temas. Que una y otra vertiente —poesía y prosa— conllevan los siempre vitales temas que tanto importaron a la autora: la vida, la es-cuela, lo religioso, lo social, lo indígena, los asuntos ciudadanos, la naturaleza, lo geográfi co, lo chileno, la América toda. En sus textos

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    prosísticos —llámense, con mejor propiedad, recados o motivos— se tratan, con las emociones más puras y profundas, las cuestiones que le dictaron seres y cosas, y que ella consideraba dignos de contárselos a sus semejantes, dando sello y estilo a una singular escritura recadera. Contadora de patria y de mundo, después de todo. “Estos recados —confesaba la autora de Tala— llevan el tono más mío, el más frecuen-te, mi dejo rural con el que he vivido y con el que me voy a morir.”

    Y no sólo la página escrita para el periódico o la revista. Tam-bién sus decires en las más diversas tribunas internacionales o en los paraninfos universitarios. O en sus muchos encuentros dialogantes y conversacionales con gentes pensadoras de su ladera. Sin titubeo alguno expresará su pensamiento y su mirada crítica y refl exiva. Su neta voluntad de ser. Los decires de Gabriela Mistral, además de su notable belleza de escritura, tienen así la energía que da la sobrie-dad y la verdad de su lenguaje. Por sus recados va y viene la historia viva y sin mito de nuestros pueblos totales.

    Prosas o temas tan actuales y vigentes como su defensa por la paz, por ejemplo, —“la palabra maldita”, como la llama—; ella paci-fi sta de todos los días, reivindicando éticamente en acción y en con-ducta esa palabra manchada por las odiosidades y las guerras. Agré-guese a esta legítima y necesaria y urgente defensa, su “Mensaje de los Derechos Humanos Básicos” y su discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas, diciembre de 1955. Tema, por cierto, de tanta dramática importancia y relevancia en este y todo tiempo. Este texto de Gabriela Mistral constituye hoy un permanente y fervoroso llamado a la comunidad internacional en sus pueblos y sus gobier-nos, y a las generaciones futuras también. Y, a su vez, una lección de magisterio y de humanidad de trascendencia universal.

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    El tema de la América, por otra parte, tan fi elmente representado en su indoamericanismo de los poemas de Tala y en su prosa de los “Motivos mexicanos”, constituye uno de los fundamentos tutelares de la obra de Gabriela Mistral, además de su pasión atenta a los des-tinos del continente en emocionalidad y en sentido, en acercamiento

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    a las realidades vivas de lo humano, lo racial, lo histórico, lo geográ-fi co, lo porvenir. Sus artículos o recados testimonian tanto el preté-rito como el futuro de una América a través de sus gentes y sus ofi -cios. Así, José Vasconcelos, que hace de su obra educadora un ejemplo continental, será para Gabriela Mistral el paradigma de toda una época: “Vasconcelos es la democracia inspirada y moderna, un poco mesiánica y un poco de año 2000”. Y lo dice en la década de 1920, 1930, cuando ella misma también andaba colaborando en las misiones rurales, invitada por el visionario mexicano. Admiración semejante tendrá por el notabilísimo Alfonso Reyes, “un hombre de México”, como bien lo trata en clásico y ferviente recado, celebran-do en el autor de Visión de Anáhuac “la gravidez del pensamiento en cada rima fi na de la frase”.

    Será México el país que le revelará desde muy temprano una mirada de pueblo a pueblo con sentido americanista y, a su vez, un acercamiento a los grandes temas que siempre mucho en ella impor-taron: las cuestiones sociales y educacionales, los problemas agra-rios y los asuntos indígenas o las netas indianidades. A través de su “Recado sobre Quetzalcóatl” o de su “Recado sobre los Tlálocs”, Gabriela Mistral nos muestra no sólo el arte de contar y saber contar mágicamente mitos y dioses precolombinos en sus épocas y territo-rios sino, también, nos lleva a un remirar deslumbradoramente la entraña misma de un país (“Recado sobre Michoacán”) en sus iden-tidades étnicas, en sus paisajes, en sus costumbres, en sus frutos, en sus ofi cios y sus labores y sus telares, en sus danzas rituales relucien-tes como jades u obsidianas, e incluso en lo cotidiano y lo doméstico de las más diversas cocinas en sus olores y sabores: “Comí en las me-sas más dispares los más variados guisos: comí en tarasco y en zapo-teca, en yaqui y en otomí”. Materias y mitos tan de ayer a afanes y realidades tan presentes de hoy. O en el decir de la Mistral: “de todo tiempo y de vida sin atajo, al igual de la meseta”.

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    Esta escritura prosística, sin embargo, nunca integró originalmente libro alguno de Gabriela Mistral, a no ser en dispersas y volanderas

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    páginas de periódicos y revistas del continente latinoamericano. Nada fue ignorado en esas páginas prosísticas-mistralianas: desde una es-tampa o elogio por el niño en el día de la infancia (“Llamado por el niño”) a unas prosas escritas, se diría por el espíritu, de sus “Moti-vos de san Francisco”, el santo-hombre de Asís preferido de Gabrie-la Mistral, y en quien admiraba sus supremas pobrezas y humilda-des. O desde un motivador sentimiento de ternura y de amor en su “Evocación por la madre” a una oracional y permanente estampa de la maestra y de su escuela democrática: “hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre” (“La oración de la maes-tra”). Y todo en un decir lo suyo más legítimo y entrañable y un sa-ber nombrar donosamente con vivacidad y llaneza. Ella misma se defi nirá muchas veces como una mujer “de acérrima lengua america-na en la tonada muy criolla que es mi escritura”. Frase iluminadora para entender y comprender el proceso deslumbrador de ese “toque de gracia” de su escritura.

    De cada uno de estos temas, de su prosa-recado o de su prosa-motivo, entrega una buena y representativa muestra la Antología de poesía y prosa (5ª reimp., fce, Chile, 2016), que se enriquece y actua-liza con vivifi cadores textos de Gabriela Mistral. El lector atento de hoy tiene en aquellas páginas un amplio y plural acercamiento a tan relevante materia de escritura. Así, el propio ofi cio creativo de nues-tra Mistral testimonia una evocadora referencia a su vida misma de mujer y de maestra elquina que, desde muy temprano, se recorre el país en sus tareas educativas (“Palabras a los maestros”, “Pensa-mientos pedagógicos”) y en una relación y contacto directo con el territorio geográfi co y sus gentes. No descuidará, en consecuencia, los temas de lo chileno en un contar también su valle de Elqui en sus cien montañas o más, o en sus mitos chilotes ancestrales de “El Ca-leuche”, que de la oralidad y de la tradición pasa con donaire a su resuelta y casi mágica escritura. Y, por sobre todo, contar las cosas mejores vistas y vividas en la tierra natal: su cordillera y su mar, sus mineros y navegantes, sus araucarias y algarrobos, sus artesanías y su folclor, y si hasta la cueca aquí sale colorida de entusiasmo que “va y viene en la luz de los valles en su danza de vieja gesta del amor” (“Elogios de la tierra de Chile”). Descubridora y recreadora, enton-ces, de los dones de la tierra patria.

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    Caso único en la literatura chilena la muy vasta labor de una mujer como Gabriela Mistral, que casi a diario estuvo escribiendo de las cosas más sencillas y de las más profundas y que importaban en ella develar y revelar a los demás. La que anduvo ya no errante, sino en múltiples actividades de educadora, de congresista, de ajetreos con-sulares, se dejó su tiempo, su roba-noche, para escribir su prosa-re-cadera, prosa escritural en lenguaje suyo y estilo suyo y tratamiento de la palabra muy suyo. “Hasta el coloquio sale aquí consagrado”, dice Alfonso Reyes, admirando y destacando esta prosa mistraliana “brotada de fuentes nativas que parece continuar a la naturaleza”. Lección de aprendizaje, entonces, en la obra de Gabriela Mistral, porque de cada tema —vida, naturaleza, geografía, territorio— se desprende una enseñanza, una manera educadora de motivar espíri-tu y sentido.

    Tal es también el espíritu y el sentido de este bien completo volumen antológico. Representa plena y vigentemente a una autora en cada uno de sus libros fundamentales de su poderosa poesía. Que la poesía fue siempre en Gabriela Mistral su nutrimiento de vivencia y de escritura en el Chile natal o en las otras patrias adoptivas del mundo. Con esa vivacidad y esa llaneza escribirá lo mejor de su va-liosa y permanente poesía. La palabra hecha verso, desprendida be-llamente de su lengua.

    La literatura mistraliana enriquece una experiencia personal y humana, y en su proyección de humanidad Gabriela Mistral es, sin duda, una de las fundadoras de la poesía chilena e hispanoamericana contemporánea: nombra en lo íntimo y en lo plural de su obra —y en palabras del humanista Luis Oyarzún— lo que no tenía nombre sino en la oscura lengua de los pueblos. O en el decir de la mismísi-ma Gabriela Mistral en un defi nitivo y asombroso verso: “Y por su sola sílaba de fuego / ella puede vivir hasta que quiera”.

    Jaime Quezada Santiago de Chile, septiembre de 2007

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    DISCURSO DE RECEPCIÓN DEL PREMIO NOBEL DE LITERATURA

    Gabriela Mistral

    Tengo la honra de saludar a sus Altezas Reales los Príncipes Here-deros, a los Honorables Miembros del Cuerpo Diplomático, a los componentes de la Academia Sueca y a la Fundación Nobel, a las eminentes personalidades del gobierno y de la sociedad aquí pre-sentes:

    Hoy Suecia se vuelve hacia la lejana América íbera para hon-rarla en uno de los muchos trabajadores de su cultura. El espíritu universalista de Alfredo Nobel estaría contento de incluir en el ra-dio de su obra protectora de la vida cultural al hemisferio sur del continente americano tan poco y tan mal conocido.

    Hija de la democracia chilena, me conmueve tener delante de mí a uno de los representantes de la tradición democrática de Suecia, cuya originalidad consiste en rejuvenecerse constantemente por las creaciones sociales más valerosas. La operación admirable de expur-gar una tradición de materiales muertos conservándole íntegro el núcleo de las viejas virtudes, la aceptación del presente y la anticipa-ción del futuro que se llama Suecia, son una honra europea y signifi -can para el continente americano un ejemplo magistral.

    Hija de un pueblo nuevo, saludo a Suecia en sus pioneros espi-rituales por quienes fui ayudada más de una vez. Hago memoria de sus hombres de ciencia, enriquecedores del cuerpo y del alma nacio-nales. Recuerdo la legión de profesores y maestros que muestran al extranjero sus escuelas sencillamente ejemplares y miro con leal amor hacia los otros miembros del pueblo sueco: campesinos, arte-sanos y obreros.

    Por una venturanza que me sobrepasa, soy en este momento la voz directa de los poetas de mi raza y la indirecta de las muy nobles lenguas española y portuguesa. Ambas se alegran de haber sido invi-tadas al convivio de la vida nórdica, toda ella asistida por su folclore y su poesía milenarios.

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  • 20

    Dios guarde intacta a la nación ejemplar, su herencia y sus creaciones, su hazaña de conservar los imponderables del pasado y de cruzar el presente con la confi anza de las razas marítimas, vence-doras de todo.

    Mi patria, representada aquí por nuestro culto ministro Gajar-do, respeta y ama a Suecia. Y yo he sido enviada aquí con el fi n de agradecer la gracia especial que le ha sido dispensada. Chile guardará la generosidad vuestra entre sus memorias más puras.

    Estocolmo, Suecia, 10 de diciembre, 1945

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  • DESOLACIÓN

    [1922]

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  • [Instituto de las Españas, Nueva York, 1922]

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  • 23

    la maestra rural

    A Federico de Onís

    La maestra era pura. “Los suaves hortelanos,”decía, “de este predio, que es predio de Jesús,han de conservar puros los ojos y las manos,guardar claros sus óleos, para dar clara luz”.

    La maestra era pobre. Su reino no es humano.(Así en el doloroso sembrador de Israel.)Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!

    La maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida!Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad.Por sobre la sandalia rota y enrojecida,tal sonrisa, la insigne fl or de su santidad.

    ¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso,largamente abrevaba sus tigres el dolor.Los hierros que le abrieron el pecho generoso¡más anchas le dejaron las cuencas del amor!

    ¡Oh labriego, cuyo hijo de su labio aprendíael himno y la plegaria, nunca viste el fulgordel lucero cautivo que en sus carnes ardía:pasaste sin besar su corazón en fl or!

    Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendistesu nombre a un comentario brutal o baladí?Cien veces la miraste, ninguna vez la viste¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!

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  • 24

    Pasó por él su fi na, su delicada esteva,abriendo surcos donde alojar perfección.La albada de virtudes de que lento se nievaes suya. Campesina, ¿no le pides perdón?

    Daba sombra por una selva su encina hendidael día en que la muerte la convidó a partir.Pensando en que su madre la esperaba dormida,a La de Ojos Profundos se dio sin resistir.

    Y en su Dios se ha dormido, como en cojín de luna;almohada de sus sienes, una constelación;canta el Padre para ella sus canciones de cuna¡y la paz llueve largo sobre su corazón!

    Como un henchido vaso, traía el alma hechapara volcar aljófares sobre la humanidad;y era su vida humana la dilatada brechaque suele abrirse el Padre para echar claridad.

    Por eso aún el polvo de sus huesos sustentapúrpura de rosales de violento llamear.¡Y el cuidador de tumbas, como aroma, me cuenta,las plantas del que huella sus huesos, al pasar!

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  • 25

    mis libros

    ¡Libros, callados, libros de las estanterías, vivos en su silencio, ardientes en su calma;libros, los que consuelan, terciopelos del alma,y que siendo tan tristes nos hacen la alegría!

    Mis manos en el día de afanes se rindieron;pero al llegar la noche los buscaron, amantes,en el hueco del muro donde como semblantesme miran confortándome aquellos que vivieron.

    ¡Biblia, mi noble Biblia, panorama estupendo,en donde se quedaron mis ojos largamente,tienes sobre los Salmos las lavas más ardientesy en su río de fuego mi corazón enciendo!

    Sustentaste a mis gentes con tu robusto vinoy los erguiste recios en medio de los hombres,y a mí me yergue de ímpetu sólo el decir tu nombre;porque de ti yo vengo, he quebrado el Destino.

    Después de ti, tan sólo me traspasó los huesoscon su ancho alarido, el sumo Florentino.A su voz todavía como un junco me inclino;por su rojez de infi erno, fantástica, atravieso.

    Y para refrescar en musgos con rocío la boca, requemada en las llamas dantescas,busqué las Florecillas de Asís, las siempre frescas¡y en esas felpas dulces se quedó el pecho mío!

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  • 26

    Yo vi a Francisco, a Aquel fi no como las rosas,pasar por su campiña más leve que un aliento,besando el lirio abierto y el pecho purulento,por besar al Señor que duerme entre las cosas.

    ¡Poema de Mistral, olor a surco abiertoque huele en las mañanas, yo te aspiré embriagada!Vi a Mireya exprimir la fruta ensangrentadadel amor, y correr por el atroz desierto.

    Te recuerdo también, deshecha de dulzuras,verso de Amado Nervo, con pecho de paloma,que me hiciste más suave la línea de la loma, cuando yo te leía en mis mañanas puras.

    Nobles libros antiguos, de hojas amarillentas, sois labios no rendidos de endulzar a los tristes,sois la vieja amargura que nuevo manto viste: ¡desde Job hasta Kempis la misma voz doliente!

    Los que cual Cristo hicieron la Vía-Dolorosa, apretaron el verso contra su roja herida, y es lienzo de Verónica la estrofa dolorida; ¡todo libro es purpúreo como sangrienta rosa!

    ¡Os amo, os amo, bocas de los poetas idos, que deshechas en polvo me seguís consolando, y que al llegar la noche estáis conmigo hablando, junto a la dulce lámpara, con dulzor de gemidos!

    De la página abierta aparto la mirada¡oh muertos!, y mi ensueño va tejiéndoos semblantes: las pupilas febriles, los labios anhelantes que lentos se deshacen en la tierra apretada.

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    viernes santo

    El sol de abril aún es ardiente y buenoy el surco, de la espera, resplandece; pero hoy no llenes l’ansia de su seno,

    porque Jesús padece.

    No remuevas la tierra. Deja, mansa, la mano en el arado; echa las mieses cuando y a nos devuelvan la esperanza,

    que aún Jesús padece.

    Ya sudó sangre bajo los olivos, y oyó al que amaba, que negó tres veces. Mas, rebe lde de amor, tiene aún latidos,

    ¡aún padece!

    Porque tú, labrador, siembras odiando,y yo tengo rencor cuando anochece, y un niño va como un hombre llorando,

    Jesús padece.

    Está sobre el madero todavíay sed tremenda el labio le estremece.¡Odio mi pan, mi estrofa y mi alegría,

    porque Jesús padece!

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  • 28

    nocturno

    Padre Nuestro que estás en los cielos¡por qué te has olvidado de mí!Te acordaste del fruto en febrero, al llagarse su pulpa rubí.¡Llevo abierto también mi costado y no quieres mirar hacia mí!

    Te acordaste del negro racimo,y lo diste al lagar carmesí; y aventaste las hojas del álamo, con tu aliento, en el aire sutil. ¡Y en el ancho lagar de la muerteaun no quieres mi pecho oprimir!

    Caminando vi abrir las violetas; el falerno del viento bebí, y he bajado, amarillos, mis párpados,por no ver más enero ni abril.

    Y he apretado la boca, anegadade la estrofa que no he de exprimir. ¡Has herido la nube de otoñoy no quieres volverte hacia mí!

    Me vendió el que besó mi mejilla; me negó por la túnica ruin. Yo en mis versos el rostro con sangre, como Tú sobre el paño, le di. Y en mi noche del Huerto, me han sidoJuan cobarde y el Ángel hostil.

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  • 29

    Ha venido el cansancio infi nitoa clavarse en mis ojos, al fi n:el cansancio del día que muere y el del alba que debe venir; ¡el cansancio del cielo de estaño y el cansancio del sueño de añil!

    Ahora suelto la mártir sandalia y las trenzas pidiendo dormir. Y perdida en la noche, levanto el clamor aprendido de Ti:¡Padre Nuestro que estás en los cielos, por qué te has olvidado de mí!

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  • 30

    al oído de cristo

    A Torres Rioseco

    i

    Cristo, el de las carnes en gajos abiertas;Cristo, el de las venas vaciadas en ríos:estas pobres gentes del siglo están muertasde una laxitud, de un miedo, de un frío.

    A la cabecera de sus lechos eres,si te tienen, forma demasiado cruenta,sin esas blanduras que aman las mujeres,y con esas marcas de vida violenta.

    No te escupirían por creerte loco,no fueran capaces de amarte tampoco así, con sus ímpetus laxos y marchitos.

    Porque como Lázaro ya hieden, ya hieden,por no disgregarse, mejor no se mueven.¡Ni el amor ni el odio les arrancan gritos!

    ii

    Aman la elegancia de gesto y color,y en la crispadura tuya del madero,en tu sudar sangre, tu último temblory el resplandor cárdeno del Calvario entero,

    les parece que hay exageracióny plebeyo gusto; el que Tú lloraras

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  • 31

    y tuvieras sed y tribulación,no cuaja en sus ojos dos lágrimas claras.

    Tienen ojo opaco de infecunda yesca,sin virtud de llanto, que limpia y refresca;tienen una boca de suelto botón

    mojada en lascivia, ni fi rme ni roja;¡y como de fi nes de otoño, así, fl ojae impura, la poma de su corazón!

    iii

    ¡Oh Cristo! un dolor les vuelva a hacer vival’alma que les diste y que se ha dormido,que se la devuelva honda y sensitiva,casa de amargura, pasión y alarido.

    ¡Garfi os, hierros, zarpas, que sus carnes hiendantal como se hienden quemadas gavillas;llamas que a su gajo caduco se prendan,llamas de suplicio: argollas, chuchillas!

    ¡Llanto, llanto de calientes raudalesrenueve los ojos de turbios cristalesy les vuelva el viejo fuego de mirar!

    ¡Retóñalos desde las entrañas, Cristo!Si ya es imposible, si Tú bien lo has visto,si son paja de eras, ¡desciende a aventar!

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  • 32

    éxtasis

    Ahora, Cristo, bájame los párpados, pon en la boca escarcha,que están de sobra ya todas las horasy fueron dichas todas las palabras.

    Me miró, nos miramos en silenciomucho tiempo, clavadas,como en la muerte, las pupilas. Todo el estupor que blanquea las caras en la agonía, albeaba nuestros rostros. ¡Tras de ese instante, ya no resta nada!

    Me habló convulsamente;le hablé, rotas, cortadasde plenitud, tribulación y angustia, las confusas palabras.Le hablé de su destino y mi destino, amasijo fatal de sangre y lágrimas.

    Después de esto ¡lo sé! no queda nada. ¡Nada! Ningún perfume que no sea diluido al rodar sobre mi cara.

    Mi oído está cerrado, mi boca está sellada.¡Qué va a tener razón de ser ahora para mis ojos en la tierra pálida! ¡ni las rosas sangrientasni las nieves calladas!

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  • 33

    Por eso es que te pido,Cristo, al que no clamé de hambre angustiada:¡ahora, para mis pulsos, y mis párpados baja!

    Defi éndeme del viento la carne en que rodaron sus palabras;líbrame de la luz brutal del día que ya viene, esta imagen.Recíbeme, voy plena,¡tan plena voy como tierra inundada!

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  • 34

    balada

    Él pasó con otra;yo le vi pasar.Siempre dulce el vientoy el camino en paz.¡Y estos ojos míserosle vieron pasar!

    Él va amando a otrapor la tierra en fl or.Ha abierto el espino;pasa una canción.¡Y él va amando a otra por la tierra en fl or!

    Él besó a la otraa orillas del mar;resbaló en las olasla luna de azahar.¡Y no untó mi sangre la extensión del mar!

    Él irá con otrapor la eternidad.Habrá cielos dulces.(Dios quiere callar.)¡Y él irá con otra por la eternidad!

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  • 35

    el encuentro

    Le he encontrado en el sendero.No turbó su sueño el aguani se abrieron más las rosas;pero abrió el asombro de mi alma.¡Y una pobre mujer tienesu cara llena de lágrimas!

    Llevaba un canto ligero en la boca descuidada, y al mirarme se le ha vueltohondo el canto que entonaba. Miré la senda, la hallé extraña y como soñada. ¡Y en el alba de diamante tuve mi cara con lágrimas!

    Siguió su marcha cantando y se llevó mis miradas. Detrás de él no fueron más azules y altas las salvias. ¡No importa! Quedó en el aire estremecida mi alma. ¡Y aunque ninguno me ha heridotengo la cara con lágrimas!

    Esta noche no ha velado como yo junto a la lámpara; como él ignora, no punza su pecho de nardo mi ansia; pero tal vez por su sueño pase un dolor de retamas.

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  • 36

    ¡Porque una pobre mujer tiene su cara con lágrimas!

    Iba sola y no temía; con hambre y sed no lloraba; desde que lo vi cruzar, mi Dios me vistió de llagas. Mi madre en su lecho reza por mí su oración confi ada. ¡Pero yo tal vez por siempre tendré mi cara con lágrimas!

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  • 37

    dios lo quiere

    i

    La tierra se hace madrastrasi tu alma vende a mi alma. Llevan un escalofrío de tribulación las aguas. El mundo fue más hermosodesde que me hiciste aliada,cuando junto de un espinonos quedamos sin palabras,¡y el amor como el espinonos traspasó de fragancia!

    Pero te va a brotar víborasla tierra si vendes mi alma; baldías del hijo, rompo mis rodillas desoladas.Se apaga Cristo en mi pecho ¡y la puerta de mi casa quiebra la mano al mendigoy avienta a la atribulada!

    ii

    Beso que tu boca entreguea mis oídos alcanza, porque las grutas profundasme devuelven tus palabras. El polvo de los senderos guarda el olor de tus plantas

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  • 38

    y oteándolas como un ciervo, te sigo por las montañas.

    A la que tú ames, las nubes la pintan sobre mi casa.Ve cual ladrón a besarla de la tierra en las entrañas,mas, cuando el rostro le alces,hallas mi cara con lágrimas.

    iii

    Dios no quiere que tú tengassol si conmigo no marchas; Dios no quiere que tú bebassi yo no tiemblo en tu agua; no consiente que tú duermassino en mi trenza ahuecada.

    iv

    Si te vas, hasta en los musgos del camino rompes mi alma;te muerden la sed y el hambre en todo monte o llanada y en cualquier país las tardes con sangre serán mis llagas. Y destilo de tu lenguaaunque a otra mujer llamaras, y me clavo como un dejo de salmuera en tu garganta; y odies, o cantes, o ansíes, ¡por mí solamente clamas!

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  • 39

    v

    Si te vas y mueres lejos, tendrás la mano ahuecadadiez años bajo la tierrapara recibir mis lágrimas,sintiendo cómo te tiemblanlas carnes atribuladas,¡hasta que te espolvoreenmis huesos sobre la cara!

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  • 40

    desvelada

    Como soy reina y fui mendiga, ahora vivo en puro temblor de que me dejes,y te pregunto, pálida, a cada hora:“¿Estás conmigo aún? ¡Ay, no te alejes!”

    Quisiera hacer las marchas sonriendoy confi ando ahora que has venido;pero hasta en el dormir estoy temiendoy pregunto entre sueños: “¿No te has ido?”

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  • 41

    vergüenza

    Si tú me miras, yo me vuelvo hermosacomo la hierba a que bajó el rocío, y desconocerán mi faz gloriosa las altas cañas cuando baje al río.

    Tengo vergüenza de mi boca triste, de mi voz rota y mis rodillas rudas. Ahora que me miraste y que viniste, me encontré pobre y me palpé desnuda.

    Ninguna piedra en el camino hallastemás desnuda de luz en la alboradaque esta mujer a la que levantaste,porque oíste su canto, la mirada.

    Yo callaré para que no conozcanmi dicha los que pasan por el llano,en el fulgor que da a mi frente toscay en la tremolación que hay en mi mano.

    Es noche y baja a la hierba el rocío;mírame largo y habla con ternura,¡que ya mañana al descender al ríola que besaste llevará hermosura!

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  • 42

    los sonetos de la muerte

    i

    Del nicho helado en que los hombres te pusieron,te bajaré a la tierra humilde y soleada.Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

    Te acostaré en la tierra soleada con unadulcedumbre de madre para el hijo dormido,y la tierra ha de hacerse suavidades de cunaal recibir tu cuerpo de niño dolorido.

    Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,y en la azulada y leve polvareda de luna,los despojos livianos irán quedando presos.

    Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,¡porque a ese hondor recóndito la mano de ningunabajará a disputarme tu puñado de huesos!

    ii

    Este largo cansancio se hará mayor un día,y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguirarrastrando su masa por la rosada vía,por donde van los hombres, contentos de vivir.

    Sentirás que a tu lado cavan briosamente,que otra dormida llega a la quieta ciudad.Esperaré que me hayan cubierto totalmente,¡y después hablaremos por una eternidad!

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  • 43

    Sólo entonces sabrás el por qué, no madurapara las hondas huesas tu carne todavía,tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.

    Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;sabrás que en nuestra alianza signos de astros habíay, roto el pacto enorme, tenías que morir.

    iii

    Malas manos tomaron tu vida desde el díaen que, a una señal de astros, dejara su plantelnevado de azucenas. En gozo fl orecía.Malas manos entraron trágicamente en él.

    Y yo dije al Señor: “Por las sendas mortalesle llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!¡Arráncalo, Señor, a esas manos fataleso le hundes en el largo sueño que sabes dar!

    ”¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!Su barca empuja un negro viento de tempestad.Retórnalo a mis brazos o le siegas en fl or”.

    Se detuvo la barca rosa de su vivir.¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

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  • 44

    interrogaciones

    ¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas, las lunas de los ojos albas y engrandecidas, hacia un ancla invisible las manos orientadas?

    ¿O Tú llegas después que los hombres se han ido,y les bajas el párpado sobre el ojo cegado, acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido y entrecruzas las manos sobre el pecho callado?

    El rosal que los vivos riegan sobre su huesa ¿no le pinta a sus rosas unas formas de heridas?¿No tiene acre el olor, siniestra la belleza y las frondas menguadas de serpientes tejidas?

    Y responde, Señor: cuando se fuga el alma, por la mojada puerta de las largas heridas, ¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma o se oye un crepitar de alas enloquecidas?

    ¿Agosto cerco lívido se aprieta en torno suyo?¿El éter es un campo de monstruos fl orecido?¿En el pavor no aciertan ni con el nombre tuyo?¿O lo gritan, y sigue tu corazón dormido?

    ¿No hay un rayo de sol que los alcance un día?¿No hay agua que los lave de sus estigmas rojos?¿Para ellos solamente queda tu entraña fría, sordo tu oído fi no y apretados tus ojos?

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  • 45

    Tal el hombre asegura, por error o malicia;mas yo, que te he gustado, como un vino, Señor,mientras los otros siguen llamándote justicia,no te llamaré nunca otra cosa que Amor.

    Yo sé que como el hombre fue siempre zarpa dura;la catarata, vértigo; aspereza, la sierra,Tú eres el vaso donde se esponjan de dulzuralos nectarios de todos los huertos de la Tierra.

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  • 46

    tribulación

    En esta hora, amarga como un sorbo de mares, Tú sosténme, Señor.¡Todo se me ha llenado de sombras el camino y el grito de pavor!Amor iba en el viento como abeja de fuego, y en las aguas ardía.Me socarró la boca, me acibaró la trova, y me aventó los días.

    Tú viste que dormía al margen del sendero, la frente de paz llena;Tú viste que vinieron a tocar los cristales de mi fuente serena.Sabes cómo la triste temía abrir el párpado a la visión terrible;¡y sabes de qué modo maravilloso hacíase el prodigio indecible!

    Ahora que llego, huérfana, tu zona por señales confusas rastreando,Tú no esquives el rostro, Tú no apagues la lámpara, ¡Tú no sigas callando!Tú no cierres la tienda, que crece la fatiga y aumenta la amargura;y es invierno, y hay nieve, y la noche se puebla de muecas de locura.

    ¡Mira! De cuantos ojos veía abiertos sobre mis sendas tempraneras, sólo los tuyos quedan. Pero se van llenando de un cuajo de neveras.

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  • 47

    el vaso

    Yo sueño con un vaso de humilde y simple arcilla,que guarde tus cenizas cerca de mis miradas; y la pared del vaso te será mi mejilla, y quedarán mi alma y tu alma apaciguadas.

    No quiero espolvorearlas en vaso de oro ardiente, ni en la ánfora pagana que lo carnal ensaya: sólo un vaso de arcilla te ciña simplemente, humildemente, como un pliegue de mi saya.

    En una tarde de estas recogeré la arcilla por el río, y lo haré con pulso tembloroso. Pasarán las mujeres cargadas de gavillas, y no sabrán que amaso el lecho de un esposo.

    El puñado de polvo, que cabe entre mis manos, se verterá sin ruido, como una hebra de llanto. ¡Yo sellaré este vaso con beso sobrehumano, y una mirada inmensa será tu solo manto!

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  • 48

    el ruego

    Señor, tú sabes cómo, con encendido brío,por los seres extraños mi palabra te invoca. Vengo ahora a pedirte por uno que era mío, mi vaso de frescura, el panal de mi boca.

    Cal de mis huesos, dulce razón de la jornada, gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste. Me cuido hasta de aquellos en que no puse nada; ¡no tengas ojo torvo si te pido por éste!

    Te digo que era bueno, te digo que teníael corazón entero a fl or de pecho, que era suave de índole, franco como la luz del día,henchido de milagro como la primavera.

    Me replicas, severo, que es de plegaria indigno el que no untó de preces sus dos labios febriles, y se fue aquella tarde sin esperar tu signo, trizándose las sienes como vasos sutiles.

    Pero yo, mi Señor, te arguyo que he tocado,de la misma manera que el nardo de su frente, todo su corazón dulce y atormentado ¡y tenía la seda del capullo naciente!

    ¿Que fue cruel? Olvidas, Señor, que le quería,y él sabía suya la entraña que llagaba. ¿Que enturbió para siempre mis linfas de alegría?¡No importa! Tú comprende: ¡yo le amaba, le amaba!

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  • 49

    Y amar (bien sabes de eso) es amargo ejercicio; un mantener los párpados de lágrimas mojados,un refrescar de besos las trenzas del cilicio conservando, bajo ellas, los ojos extasiados.

    El hierro que taladra tiene un gustoso frío, cuando abre, cual gavillas, las carnes amorosas. Y la cruz (Tú te acuerdas, ¡oh Rey de los judíos!) se lleva con blandura, como un gajo de rosas.

    Aquí me estoy, Señor, con la cara caída, sobre el polvo, parlándote un crepúsculo entero, o todos los crepúsculos a que alcance la vida, si tardas en decirme la palabra que espero.

    Fatigaré tu oído de preces y sollozoslamiendo, lebrel tímido, los bordes de tu manto,y ni pueden huirme tus ojos amorososni esquivar tu pie el riego caliente de mi llanto.

    ¡Di el perdón, dilo al fi n! Va a esparcir en el vientola palabra de perfume de cien pomos de oloresal vaciarse; toda agua será deslumbramiento; el yermo echará fl or y el guijarro esplendores.

    Se mojarán los ojos oscuros de las fi eras,y, comprendiendo, el monte que de piedra forjaste llorará por los párpados blancos de sus neveras: ¡toda la tierra tuya sabrá que perdonaste!

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  • 50

    poema del hijo

    A Alfonsina Storni

    i

    ¡Un hijo, un hijo, un hijo! Yo quise un hijo tuyoy mío, allá en los días del éxtasis ardiente, en los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo y un ancho resplandor creció sobre mi frente.

    Decía “¡un hijo!”, como el árbol conmovido de primavera alarga sus yemas hacia el cielo. ¡Un hijo con los ojos de Cristo engrandecidos, la frente de estupor y los labios de anhelo!

    Sus brazos en guirnalda a mi cuello trenzados; el río de mi vida bajando a él, fecundo,y mis entrañas como perfume derramado ungiendo con su marcha las colinas del mundo.

    Al cruzar una madre grávida, la miramos con los labios convulsos y los ojos de ruego, cuando en las multitudes con nuestro amor pasamos. ¡Y un niño de ojos dulces nos dejó como ciegos!

    En las noches, insomne de dicha y de visiones, la lujuria de fuego no descendió a mi lecho. Para el que nacería vestido de cancionesyo extendía mi brazo, yo ahuecaba mi pecho.

    El sol no parecíame, para bañarlo, intenso; mirándome, yo odiaba, por toscas, mis rodillas,mi corazón, confuso, temblaba al don inmenso; ¡y un llanto de humildad regaba mis mejillas!

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  • 51

    Y no temí a la muerte, disgregadora impura; los ojos de él librarán los tuyos de la nada,y a la mañana espléndida o a la luz insegurayo hubiera caminado bajo de esa mirada.

    ii

    Ahora tengo treinta años, y mis sienes jaspeala ceniza precoz de la muerte. En mis días, como la lluvia eterna de los polos, gotea la amargura con lágrima lenta, salobre y fría.

    Mientras arde la llama del pino, sosegada, mirando a mis entrañas pienso qué hubiera sido un hijo mío, infante con mi boca cansada,mi amargo corazón y mi voz de vencido.

    Y con tu corazón, el fruto de veneno, y tus labios que hubieran otra vez renegado. Cuarenta lunas él no durmiera en mi seno, que sólo por ser tuyo me hubiese abandonado.

    Y en qué huertas en fl or, junto a qué aguas corrienteslavara, en primavera, su sangre de mi pena, si fui triste en las landas y en las tierras clementes, y en toda tarde mística hablaría en sus venas.

    Y el horror de que un día con la boca quemante de rencor, me dijera lo que dije a mi padre:“¿Por qué ha sido fecunda tu carne sollozante y se henchieron de néctar los pechos de mi madre?”

    Siento el amargo goce de que duermas abajoen tu lecho de tierra, y un hijo no mecierami mano, por dormir yo también sin trabajosy sin remordimientos, bajo una zarza fi era.

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  • 52

    Porque yo no cerrara los párpados, y loca escuchase a través de la muerte, y me hincara,deshechas las rodillas, retorcida la boca,si lo viera pasar con mi fi ebre en su cara.

    Y la tregua de Dios a mí no descendiera: en la carne inocente me hirieran los malvados, y por la eternidad mis venas exprimieran sobre mis hijos de ojos y de frente extasiados.

    ¡Bendito pecho mío en que a mis gentes hundoy bendito mi vientre en que mi raza muere!La cara de mi madre ya no irá por el mundo ni su voz sobre el viento, trocada en miserere.

    La selva hecha cenizas retoñará cien veces y caerá cien veces, bajo el hacha, madura. Caeré para no alzarme en el mes de las mieses; conmigo entran los míos a la noche que dura.

    Y como si pagara la deuda de una raza, taladran los dolores mi pecho cual colmena. Vivo una vida entera en cada hora que pasa; como el río hacia el mar, van amargas mis venas.

    Mis pobres muertos miran el sol y los ponientes, con un ansia tremenda, porque ya en mí se ciegan.Se me cansan los labios de las preces fervientes que antes que yo enmudezca por mi canción entregan.

    No sembré por mi troje, no enseñé para hacermeun brazo con amor para la hora postrera, cuando mi cuello roto no pueda sostenerme y mi mano tantee la sábana ligera.

    Apacenté los hijos ajenos, colmé el troje con los trigos divinos, y sólo de Ti espero,¡Padre Nuestro que estás en los cielos: recogemi cabeza mendiga, si en esta noche muero!

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  • 53

    amo amor

    Anda libre en el surco, bate el ala en el viento, late vivo en el sol y se prende al pinar. No te vale olvidarlo como al mal pensamiento: ¡le tendrás que escuchar!

    Habla lengua de bronce y habla lengua de ave, ruegos tímidos, imperativos de mar.No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave: ¡lo tendrás que hospedar!

    Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas. Rasga vasos de fl or, hiende el hondo glaciar. No te vale el decirle que albergarlo rehúsas: ¡lo tendrás que hospedar!

    Tiene argucias sutiles en la réplica fi na,argumentos de sabios, pero en voz de mujer. Ciencia humana te salva, menos ciencia divina: ¡le tendrás que creer!

    Te hecha venda de lino; tú la venda toleras. Te ofrece el barro cálido, no le sabes huir.Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras ¡que eso para en morir!

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  • 54

    el amor que calla

    Si yo te odiara, mi odio te daría en las palabras, rotundo y seguro;¡pero te amo y mi amor no se confíaa este hablar de los hombres, tan oscuro!

    Tú lo quisieras vuelto un alarido,y viene de tan hondo que ha deshecho su quemante raudal, desfallecido,antes de la garganta, antes del pecho.

    Estoy lo mismo que estanque colmadoy te parezco un surtidor inerte.¡Todo por mi callar atribuladoque es más feroz que el entrar en la muerte!

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  • 55

    palabras serenas

    Ya en la mitad de mis días espigo esta verdad con frescura de fl or: la vida es oro y dulzura de trigo, es breve el odio e inmenso el amor.

    Mudemos ya por el verso sonrienteaquel listado de sangre con hiel. Abren violetas divinas, y el viento desprende al valle un aliento de miel.

    Ahora no sólo comprendo al que reza; ahora comprendo al que rompe a cantar. La sed es larga, la cuesta es aviesa; pero en un lirio se enreda el mirar.

    Grávidos van nuestros ojos de llantoy un arroyuelo nos hace sonreír; por una alondra que erige su canto nos olvidamos que es duro morir.

    No hay nada ya que mis carnes taladre.Con el amor acabose el hervir.Aún me apacienta el mirar de mi madre.¡Siento que Dios me va haciendo dormir!

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  • 56

    cima

    La hora de la tarde, la que pone su sangre en las montañas.

    Alguien en esta hora, está sufriendo; una pierde, angustiada, en este atardecer el solo pecho contra el cual estrechaba.

    Hay algún corazón en donde moja, la tarde aquella cima ensangrentada.

    El valle ya está en sombra y se llena de calma. Pero mira de lo hondo que se enciende de rojez la montaña.

    Yo me pongo a cantar siempre a esta hora mi invariable canción atribulada.¿Seré yo la que baño la cumbre de escarlata?

    Llevo a mi corazón la mano, y siento que mi costado mana.

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  • 57

    paisajes de la patagonia

    i. Desolación

    La bruma espesa, eterna, para que olvide dóndeme ha arrojado el mar en su ola de salmuera. La tierra a la que vine no tiene primavera: tiene su noche larga que cual madre me esconde.

    El viento hace a mi casa su ronda de sollozosy de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito. Y en la llanura blanca, de horizonte infi nito, miro morir inmensos ocasos dolorosos.

    ¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venidosi más lejos que ella sólo fueron los muertos? ¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto crecer entre sus brazos y los brazos queridos!

    Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto vienen de tierras donde no están los que son míos; sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos.

    Y la interrogación que sube a mi gargantaal mirarlos pasar, me desciende, vencida:hablan extrañas lenguas y no la conmovidalengua que en tierras de oro mi vieja madre canta.

    Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa; miro crecer la niebla como el agonizante, y por no enloquecer no cuento los instantes, porque la noche larga ahora tan sólo empieza.

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  • 58

    Miro el llano extasiado y recojo su duelo, que vine para ver los paisajes mortales.La nieve es el semblante que asoma a mis cristales; ¡siempre será su albura bajando de los cielos!

    Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa; siempre, como el destino que ni mengua ni pasa, descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.

    ii. Árbol muerto

    En el medio del llano, un árbol seco su blasfemia alarga;un árbol blanco, roto y mordido de llagas, en el que el viento, vueltomi desesperación, aúlla y pasa.

    De su bosque, el que ardió, sólo dejaron de escarnio, su fantasma.Una llama alcanzó hasta su costado y lo lamió, como el amor mi alma. ¡Y sube de la herida un purpurinomusgo, como una estrofa ensangrentada!

    Los que amó, y que ceñían a su torno en septiembre una guirnalda,cayeron. Sus raíces los buscan, torturadas, tanteando por el césped con una angustia humana.

    Le dan los plenilunios en el llanosus más mortales platas, y alargan, porque mida su amargura,

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  • 59

    hasta lejos su sombra desolada.¡Y él le da al pasajerosu atroz blasfemia y su visión amarga!

    iii. Tres árboles

    Tres árboles caídosquedaron a la orilla del sendero.El leñador los olvidó, y conversan,apretados de amor, como tres ciegos.

    El sol de ocaso pone su sangre viva en los hendidos leños¡y se llevan los vientos la fraganciade su costado abierto!

    Uno, torcido, tiendesu brazo inmenso y de follaje trémulohacia otro, y sus heridascomo dos ojos son, llenos de ruego.

    El leñador los olvidó. La nochevendrá. Estaré con ellos.Recibiré en mi corazón sus mansasresinas. Me serán como de fuego.¡Y mudos y ceñidos,nos halle el día en un montón de duelo!

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  • 60

    la lluvia lenta

    Esta agua medrosa y triste,como un niño que padece, antes de tocar la tierra desfallece.

    Quieto el árbol, quieto el viento,¡y en el silencio estupendo,este fi no llanto amargo cayendo!

    El cielo es como un inmensocorazón que se abre, amargo.No llueve: es un sangrar lento y largo.

    Dentro del hogar, los hombresno sienten esta amargura,este envío de agua triste de la altura.

    Este largo y fatigantedescender de aguas vencidas,hacia la Tierra yacente y transida.

    Bajando está el agua inerte,callada como un ensueño,como las criaturas leves de los sueños.

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  • 61

    Llueve… y como un chacal trágicola noche acecha en la sierra.¿Qué va a surgir, en la sombra, de la Tierra?

    ¿Dormiréis, mientras afueracae, sufriendo, esta agua inerte,esta agua letal, hermana de la Muerte?

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  • 62

    la montaña de noche

    Haremos fuego sobre la montaña.La noche que desciende, leñadores,no echará al cielo ni su crencha de astros.¡Haremos treinta fuegos brilladores!

    Que la tarde quebró un vaso de sangresobre el ocaso, y es señal artera.El espanto se sienta entre nosotrossi no hacéis corro en torno de la hoguera.

    Semeja este fragor de cataratasun incansable galopar de potrospor la montaña, y otro fragor subede los medrosos pechos de nosotros.

    Dicen que los pinares en la nochedejan su éxtasis negro, y a una extraña,sigilosa señal, su muchedumbrese mueve, tarda, sobre la montaña.

    La esmaltadura de la nieve adquiereen la tiniebla un arabesco avieso:sobre el osario inmenso de la noche,fi nge un bordado lívido de huesos.

    E invisible avalancha de neverasdesciende, sin llegar, al valle inerme,mientras vampiros de arrugadas alasrozan el rostro del pastor que duerme.

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    Dicen que en las cimeras apretadasde la próxima sierra hay alimañasque el valle no conoce y que en la sombra,como greñas, desprende la montaña.

    Me va ganando el corazón el fríode la cumbre cercana. Pienso: acasolos muertos que dejaron por impuraslas ciudades, eligen el regazo

    recóndito de los desfi laderosde tajo azul, que ningún alba baña,¡y al espesar la noche sus betunescomo una mar invadan la montaña!

    Tronchad los leños tercos y fragantes,salvias y pinos chisporroteadores,y apretad bien el corro en torno al fuego,que hace frío y angustia, ¡leñadores!

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