mitos - motivaciÓn inconsciente por volar · rayos ardientes del sol ablandan la cera con que las...

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1 ESCUELA AERONAVEGANTES MITOS - MOTIVACIÓN INCONSCIENTE POR VOLAR DÉDALO E ÍCARO Dédalo era un arquitecto de gran renombre en Grecia. Tuvo un hi- jo, Ícaro, con la esclava Naucrates. A él le enseñó todo: la escultu- ra, la arquitectura y el ansia de libertad. El Rey de Creta, Minos, le llamó a su palacio y le encargó la construcción de un edificio que sirviera a la vez de residencia y de prisión al Minotauro, nacido de Parsifae, su esposa y un toro. Este monstruo tenía la cabeza de toro y se alimentaba de carne humana. La construcción fue llamada “el laberinto de Creta” y era un lugar del cual resultaba imposible escapar. Al terminar la obra el Rey prohibió a Dédalo y a su hijo, salir de la isla, para que no se divulgase el secreto que sólo ellos poseían: cómo salir del laberinto. Pero Dédalo no se dio por vencido e ideó un medio para escapar de la prohibición del Rey: - “Los hombres no tienen alas, pero nosotros las construiremos y entonces podremos volar”, dijo. Ícaro no comprendió el osado plan de su padre desde el principio. Pero luego, a su lado, empezó a buscar un medio para construir las alas que los salvarían. El primer paso consistió en coleccionar plumas de aves, separándolas según los tamaños. A continuación las ataron con hilos de lino, colocando cera debajo de ellas para que quedasen adheridas. Finalmente la obra está lista: dos enormes pares de alas blancas esperaban a Dédalo y a Ícaro para llevarlos en un largo viaje por los cielos. Con tiras de cuero, el arquitecto amarra a su cuerpo el ingenioso aparejo. Ícaro sigue su ejemplo y ambos saltan al infinito... Los primeros momentos del vuelo son penosos. Los cuerpos no encuentran el equilibrio exacto y el viento los estremece. Preocupado el padre recomienda al hijo que vuele siempre siguiéndolo a él, ya que es el que conoce el camino. El viento favorable los ayuda en la difícil empresa. Pero Ícaro, deslumbrado por la belleza del firmamento y con la música de los pájaros, no repara y cobra altura poco a poco hasta que llega un momento en que los rayos ardientes del sol ablandan la cera con que las plumas estaban pegadas. Las alas empiezan a deshacerse y el cuerpo de Ícaro cae al mar. Cuando dédalo mira hacia atrás, no encuentra a su hijo. En la mansa superficie de las aguas, dos blancas alas flotan perdidas, tan perdidas como el sueño de vivir la libertad. Su padre, conteniendo su infinita desesperación, busca el cuerpo de su hijo sobrevolando mil veces el lugar donde cayera, pero sólo las alas blancas, señal de la muerte, flotan deshechas en el mar. El pueblo de la isla se apiada del pobre Dédalo. Al escultor descendido a tierra ya nada le importa. Como una sombra camina entre los arbustos y las rocas. Después ve a la multitud que lo sigue apenada, y le ofrecen un barco para que reanude su fuga. En medio del dolor vuelve a él el impulso de vivir. Dédalo acepta el ofrecimiento y después de semanas en el mar llega a la isla de Sicilia, donde su fama lo ha seguido.

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ESCUELA AERONAVEGANTES

MITOS - MOTIVACIÓN INCONSCIENTE POR VOLAR

DÉDALO E ÍCARO

Dédalo era un arquitecto de gran renombre en Grecia. Tuvo un hi- jo, Ícaro, con la esclava Naucrates. A él le enseñó todo: la escultu- ra, la arquitectura y el ansia de libertad.

El Rey de Creta, Minos, le llamó a su palacio y le encargó la construcción de un edificio que sirviera a la vez de residencia y de prisión al Minotauro, nacido de Parsifae, su esposa y un toro.

Este monstruo tenía la cabeza de toro y se alimentaba de carne humana. La construcción fue llamada “el laberinto de Creta” y era un lugar del cual resultaba imposible escapar. Al terminar la obra el Rey prohibió a Dédalo y a su hijo, salir de la isla, para que no se divulgase el secreto que sólo ellos poseían: cómo salir del laberinto.

Pero Dédalo no se dio por vencido e ideó un medio para escapar de la prohibición del Rey: - “Los hombres no tienen alas, pero nosotros las construiremos y entonces podremos volar”, dijo.

Ícaro no comprendió el osado plan de su padre desde el principio. Pero luego, a su lado, empezó a buscar un medio para construir las alas que los salvarían.

El primer paso consistió en coleccionar plumas de aves, separándolas según los tamaños. A continuación las ataron con hilos de lino, colocando cera debajo de ellas para que quedasen adheridas. Finalmente la obra está lista: dos enormes pares de alas blancas esperaban a Dédalo y a Ícaro para llevarlos en un largo viaje por los cielos. Con tiras de cuero, el arquitecto amarra a su cuerpo el ingenioso aparejo. Ícaro sigue su ejemplo y ambos saltan al infinito...

Los primeros momentos del vuelo son penosos. Los cuerpos no encuentran el equilibrio exacto y el viento los estremece. Preocupado el padre recomienda al hijo que vuele siempre siguiéndolo a él, ya que es el que conoce el camino.

El viento favorable los ayuda en la difícil empresa. Pero Ícaro, deslumbrado por la belleza del firmamento y con la música de los pájaros, no repara y cobra altura poco a poco hasta que llega un momento en que los rayos ardientes del sol ablandan la cera con que las plumas estaban pegadas. Las alas empiezan a deshacerse y el cuerpo de Ícaro cae al mar.

Cuando dédalo mira hacia atrás, no encuentra a su hijo. En la mansa superficie de las aguas, dos blancas alas flotan perdidas, tan perdidas como el sueño de vivir la libertad.

Su padre, conteniendo su infinita desesperación, busca el cuerpo de su hijo sobrevolando mil veces el lugar donde cayera, pero sólo las alas blancas, señal de la muerte, flotan deshechas en el mar. El pueblo de la isla se apiada del pobre Dédalo. Al escultor descendido a tierra ya nada le importa. Como una sombra camina entre los arbustos y las rocas.

Después ve a la multitud que lo sigue apenada, y le ofrecen un barco para que reanude su fuga. En medio del dolor vuelve a él el impulso de vivir. Dédalo acepta el ofrecimiento y después de semanas en el mar llega a la isla de Sicilia, donde su fama lo ha seguido.

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ESCUELA AERONAVEGANTES

PEGASO Y BELEROFONTE

Pegaso era un caballo alado que nació de Poseidón y de la Gorgona Medusa, de cuyo cuello salió Pegaso cuando el héroe Perseo la venció y la mató. Al poco tiempo de nacer, Pegaso dio una coz en el monte Helicón y en el acto empezó a fluir un manantial que parece ser la fuente de inspiración divina y que consagró a las musas, quienes lo cuidaban y lo alimentaban en invierno cuando no tenía hierba para comer.

En un vuelo que hizo hacia el Olimpo, Pegaso llegó al palacio de Zeus quien le confió la misión de llevar los rayos y los relámpagos y de conducir el carro de la Aurora. Atenea lo domó y lo dio a Perseo para ir a liberar a Andrómeda.

Animados por esto y por el carácter magnífico del caballo, muchos fueron los que intentaron atraparlo, aunque siempre sin éxito. Sin embargo, para Belerofonte, que era príncipe de Corintio, atrapar a Pegaso fue una obsesión. Belerofonte pasó la noche en un templo de Atenea siguiendo el

consejo de un adivino y ésta se le presentó de madrugada con unas bridas de oro indicándole que con ellas podría atrapar a Pegaso, como así fue. Belerofonte fue con las bridas al prado preferido de Pegaso donde lo encontró pastando tranquilamente y cuando se le acercó se dejó montar sin resistirse.

Una vez logrado su objetivo, el manso Pegaso, se convirtió en una gran ayuda para Belerofonte que lo empleó en sus muchas aventuras contra las Amazonas y la Quimera, monstruo horrendo al cual mató con su ayuda.

Sin embargo, Belerofonte se volvió muy orgulloso y se paseaba montado en Pegaso diciendo que podía volar como los dioses, y así, un día lleno de orgullo, Belerofonte hincó las espuelas en el maravilloso animal, para obligarle a subir hasta el Olimpo y en ese momento, Pegaso que sabía de las intenciones egoístas de Belerofonte, lo dejó caer.

A partir de entonces, Belerofonte vagó sin rumbo por el mundo, sin poder hablar con nadie, rechazado por los dioses y por los humanos por su omnipotencia de creerse un dios. Según otra versión, Belerofonte encontró la muerte en ese momento.

Desde entonces, Pegaso se quedó en los establos del Olimpo y se convirtió en el medio de transporte del trueno y el rayo de Zeus. Pasó a ser corcel de las musas y habitaba con ellas en el Helicón. Luego, se convirtió en la constelación que lleva su nombre con las cuatro brillantes estrellas que forman el Cuadrado de Pegaso.

FAETÓN

Jugando un día unos cuantos muchachos, empezaron a reñir. Los chichos se fueron acalorando, la disputa tomando altos vuelos, y terminaron injuriándose lo más duramente que pudieron. Unos de ellos era Faetón, hijo de Apolo y de Climene, a quien echaban en cara sus compañeros que él no era hijo del Dios Sol, sino que su madre ocultaba al decirlo, su mal comportamiento.

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ESCUELA AERONAVEGANTES

Faetón se sintió ofendido en lo más profundo de su alma al ver que de aquella manera injuriaban la honra de su madre, y llorando amargamente, a la vez que maldiciendo a quienes le habían ofendido, se fue corriendo al lado de ella y le contó lo sucedido. Climene, tan apenada como decidida, le dijo: "Hijo mío, vete a ver a tu padre y pídele que te deje, aunque sólo sea un día, conducir el carro del Sol. Así, al verte cruzar el cielo de este a oeste, no han de dudar que eres hijo suyo".

Faetón se presentó, efectivamente, en la morada de Apolo, y éste, aunque hizo lo posible por disuadirlo de su peligroso empeño, enternecido al fin, por sus suplicantes ruegos y por el gran amor que le tenía, accedió a ello.

Al día siguiente, la Aurora presentaba el carro del Sol a Apolo dispuesto ya con sus corceles para emprender el viaje, cuando el dios se lo entregó a su hijo, no sin antes advertirle repetidas veces que tuviese gran prudencia y que no traspasase una línea equidistante de los cielos y la tierra.

Al palpar Faetón las riendas entre sus manos, y faltándole los minutos para demostrar al mundo su origen divino, se lanza a rienda suelta, con la velocidad de un rayo, y ya sube hasta abrasar los cielos, o baja a ras de tierra, arrasando los campos con su fuego.

El mundo, aterrorizado por tal temeridad, y sintiendo la catástrofe que le iba causando, imploró ayuda al cielo y Júpiter, apuntando bien con su rayo, atravesó a Faetón, quien, impulsado por la enorme velocidad que llevaba, cayó de cabeza, dando vueltas, en el Erídano, mientras el carro terminaba su viaje sin jinete.

Faetón arrasó los campos de África, al tocarlos con el calor del Sol, y quedaron convertidos en desiertos, y sus moradores, abrasados por el Sol, tomaron un tinte negro en su piel.

HERMES

Una de las Pléyades, llamada Maya, había de hacerse más famosa que sus hermanas, porque embarazada por Zeus daría a luz un hijo llamado Hermes, que significa “mensajero”.

En efecto, su augusto padre le hizo mensajero de los dioses. Para ello, le puso alas en los pies y en su tocado, que es una especie de gorro, con el que se le ve siempre representado. Además, su padre le hizo también dios de la elocuencia, del comercio y de los ladrones.

Hermes nació extraordinariamente precoz e incomparablemente audaz, cualidades que sin duda heredó de su astuto padre. Efectivamente, nacido al alba, a mediodía pulsaba la cítara y por la tarde robaba las vacas de su hermano mayor Apolo; y todo esto ocurría el día cuarto del mes, en el cual le había dado a luz la venerada Maya.

Sorprende realmente la sagacidad y la precocidad admirables de Hermes, ya que el mismo día de su nacimiento hizo dos cosas verdaderamente extraordinarias: inventar y construir una cítara, y robar un rebaño de vacas; y esto, nada menos que a Apolo. Robó cincuenta vacas y las llevó de un sitio para otro, protegido por las sombras de la noche. Y para confundir sus huellas se valió de toda suerte de tretas. Por ejemplo. haciendo que las pezuñas de delante marchasen hacia atrás y las de atrás hacia adelante, y andando él mismo, al guiarlas, de espaldas, además de ponerles ramas en las colas para hacer las huellas más confusas.

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ESCUELA AERONAVEGANTES

Cuando clareaba el día llegó al borde del Alfeios, el mayor de los ríos del Peloponeso, inventó el fuego, inmoló dos vacas en honor de los dioses, escondió luego los animales en una caverna, hizo desaparecer los rastros del sacrificio, tiró sus sandalias al río y escapó a todo correr hacia la cueva donde había nacido pocas horas antes.

Amanecía cuando se metió en su gruta y llegó a la cuna sin hacer ruido, se coló en ella, se fajó "y se puso a juguetear, como un niño, con el lienzo que le envolvía, pero tomando a su amada tortuga con la mano izquierda".

Como era de esperar. Apolo no tardó en presentarse, pues su arte y pericia en adivinar le hizo descubrir rápidamente dónde se escondía el ladrón: - “Devuélveme las vacas. ¿Dónde están?” dijo Apolo. Pero Hermes negó con la mayor audacia haber tenido algo que ver en el tema, por lo que acabaron recurriendo a Zeus, quien, pese a mostrarse muy satisfecho de la precocidad y astucia de su nuevo hijo, le obligó a devolver lo robado.

- “Faltan dos vacas”, se quejó Apolo. Eran las que Hermes había sacrificado a los dioses. Mas para calmar la cólera de su hermano, el ladronzuelo hizo sonar la lira tocando todas y cada una de las cuerdas.

Viendo Hermes que su hermoso hermano, el dios músico, el que dirigía el coro de las Musas, envidiaba su nuevo instrumento, se lo regaló en el acto. Sintiéndose feliz Apolo y olvidando sus rencores le dio a cambio su látigo de vaquero hecho de un rayo de sol y hasta le instó: - “Ocúpate de ahora en adelante de las vacas”.

Y así fue como hecha la paz y sellada con promesas solemnes de no perjudicarse mutuamente, en lo sucesivo su amistad fue imperecedera. Apolo sería el dios de la lira y Hermes su divino protector de los rebaños. No debe extrañar que un dios tan particularmente sagaz, útil y astuto, fuera muy afortunado en amores.

De las preciosas cualidades del inquieto y veloz Hermes se aprovechó su padre Zeus para encomendarle toda clase de misiones, desde las nobles hasta las innobles, que desempeñaba volando de un sitio al otro, con gran rapidez y solicitud. Pero no solamente era el “correveidile” de los dioses, como se le ha llamado, sino también el dios de la elocuencia, por sus dotes de persuasión; el de la prudencia, la astucia y aún las raterías; el protector de los viajeros y caminantes; el que difundía los grandes inventos; el que protegía toda clase de trabajos y ejercicios físicos, especialmente aquellos en los que se empleaba la fuerza y la agilidad.

Y finalmente, y ésta es de todas sus representaciones la que ha triunfado modernamente, casi como única: era el dios del comercio y de la suerte, incluso en el juego.