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MILITARIZACIÓN, GUERRA Y GEOPOLÍTICA: EL CASO DE LA CIUDAD DE MÉXICO EN LA REVOLUCIÓN* RELACIONES 84, OTOÑO 2000, VOL. XXI Ariel Rodríguez Kuri-María Eugenia Terrones UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA (A)

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MILITARIZACIÓN,GUERRA Y GEOPOL ÍT ICA : E L CASO

DE LA C IUDAD DE MÉXICO EN LA REVOLUC IÓN*

R E L A C I O N E S 8 4 , O T O Ñ O 2 0 0 0 , V O L . X X I

A r i e l R o d r í g u e z K u r i - M a r í a E u g e n i a Te r r o n e sU N I V E R S I D A D A U T Ó N O M A M E T R O P O L I T A N A ( A )

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DOS PROBLEMAS

l fenómeno político y militar que conocemos como Re-volución mexicana sigue siendo un asunto arduo. Yesto, a pesar de que existe un cuerpo de conocimientos

muy amplio y variado sobre el tema. A grandes rasgos, tal acervo haprofundizado en la identificación de las características socioeconómicasy culturales de las revueltas y levantamientos agrarios que se sucedie-ron en México a partir de 1910; en las características políticas del anti-guo régimen mexicano; en las circunstancias de política internacional enque tuvo lugar la crisis revolucionaria y en los procesos y estrategiaspara la conformación del nuevo estado.1

A nuestro entender, en la gran panorámica de la Revolución mexica-na, construida tanto desde la ortodoxia como desde el revisionismo his-toriográfico, se percibe la ausencia de un gran tema, que vale la penaenunciar: la guerra. Suponemos que salvo el reciente estudio de San-tiago Portilla2 para el período 1910-1911, las historias militares de laRevolución mexicana tienden a no rebasar una dimensión puramentetestimonial y descriptiva.3 Por supuesto que el conflicto bélico es omni-presente en los testimonios de los protagonistas y en los estudios de loshistoriadores profesionales. Pero con frecuencia la guerra –en el sentidotáctico y estratégico, técnico y logístico, geopolítico y emocional– debeser inferida de estudios cuyo hilo conductor, hipótesis y objetivos estánabocados a otra cosa. A riesgo de ser injustos, diríamos que la guerra no

E

* Este artículo forma parte del proyecto “Gobernadores, regentes y ciudadanos: unahistoria de la ciudad de México, 1900-1995”, financiado por CONACYT (segunda asigna-ción 1996), y que se desarrolla en el área de Estudios Urbanos de la Universidad Autó-noma Metropolitana (A). Nuestro agradecimiento a Juan Ortiz y Esteban Sánchez deTagle por la invitación a participar en los seminarios donde se discutió este trabajo. Asi-mismo, queremos agradecer a Consuelo Córdoba por haber dibujado los mapas que apa-recen en este artículo.

1 Sin ánimo de hacer un recuento exhaustivo, véanse Katz, 1983; Guerra, 1988;Knight, 1990; Tobler, 1997.

2 Portilla, 1995.3 Barragán, 1946; Sánchez Lamego, 1960; Obregón, 1973; Sánchez Lamego, 1979; Sán-

chez Lamego, 1983.

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histórico, de la teoría política y de las ciencia sociales, la discusión sobreel problema puede extraviarse en la extensión de la literatura especiali-zada. Procederemos entonces a partir de la presentación de dos de losparadigmas teóricos más importanes en el análisis de la guerra, para en-seguida sugerir las vinculaciones significativas con nuestro problemaconcreto de investigación.

LOS PARADIGMAS Y SUS AJUSTES

1. Carl von Clausewitz (1780-1831) planteó dos niveles básicos de análi-sis para discutir la guerra moderna: 1) lo que llamó la guerra absoluta(o ideal) y 2) lo que denominó la guerra real.6

La guerra absoluta es una idealización del conflicto, de la cual sedesprenden principios generales que tienden a expresarse en toda con-tienda real. Pero esta tendencia será siempre matizada, por la dialécticade los medios y fines. Tres son los principios generales mencionados:a) Cada adversario busca imponer su ley al otro. Esto redunda en unaacción recíproca que, teóricamente al menos, debe llegar a sus últimasconsecuencias: la destrucción del enemigo; b) mientras no se haya de-rrotado completamente al adversario, un contendiente debe temer queel adversario lo derrote. Un contendiente no es dueño absoluto de la si-tuación, en la medida en que el adversario, al actuar, siempre condicio-na el accionar del primero; c) en el caso hipotético de que se lograse uncálculo razonablemente adecuado del poder de resistencia del oponen-te, un contendiente podría regular sus esfuerzos en función de esecálculo. Sin embargo, el adversario puede proceder –al menos en prin-cipio– del mismo modo.7

Los tres principios de reciprocidad de la guerra absoluta delinean elcarácter general del conflicto. Pero su aplicación empírica es sumamen-te complicada: es la guerra, sin más. El pensamiento de Clausewitz noconcibe un triunfador en abstracto: la victoria militar siempre es concre-

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es el problema y el tema en los estudios de la Revolución mexicana;4 laguerra es sólo el ambiente y –sobre todo para la escuela revisionista– elpretexto.

Como ha argumentado convincentemente el historiador inglés JohnKeegan, hacer la historia de las guerras puede tomar un siglo o más. Kee-gan supone que una historia definitiva de la Segunda Guerra Mundialsólo podrá leerse en el siglo XXI. Y en todo caso, una historia más o me-nos integral de la Guerra Civil en los Estados Unidos –dice Keegan–tomó 130 años. Bien vistas las cosas, la Revolución mexicana no es unaexcepción. Las razones no por obvias son menos contundentes: la gue-rra deja heridas físicas y emocionales, y alimenta pasiones y expectati-vas que no cualquiera puede dejar atrás en aras de la objetividad.5

Sea como fuere, en este artículo nos proponemos hacer una lecturadeliberadamente sesgada de algunos de los materiales disponibles so-bre la Revolución mexicana, para vincularlos a esa realidad geopolíticay simbólica que es la ciudad de México. A nuestro entender existen almenos dos niveles de análisis desde la que es posible escuadriñar las re-laciones de la ciudad de México con la guerra en el período de la Revo-lución mexicana. En primer lugar, se deben establecer algunos vínculosentre militarización –en el sentido en que se discutirá el término másadelante – y cultura política local, para un período que se remonta a losmomentos más visibles de la crisis política del régimen porfiriano. Ensegundo lugar, es necesario tratar de describir y analizar las caracterís-ticas militares de la Revolución mexicana, para de tal suerte evidenciarel papel geopolítico y estratégico representado por la capital de la Repú-blica en el período 1914-1915.

Antes de desarrollar los dos puntos enunciados, quisiéramos asi-mismo introducir algunos elementos teóricos e historiográficos sobre latemática de la guerra. Esto último representa para nosotros un ejerciciode orden: dado que la guerra es uno de los temas clásicos del análisis

4 Dos excepciones son Womack, 1974, y Katz, 1998 en donde la tensión entre movili-zación social, demanda política y lógica militar del zapatismo y el villismo otorgan senti-do pleno a la explicación. El trabajo de Hernández, 1984 tiene elementos esenciales parauna caracterización geopolítica del fenómeno revolucionario.

5 Keegan, 1995, 30 ss.

6 Clausewitz, 1977-1980, III: 316 y ss.7 Clausewitz, 1977-1980, I: 10.

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histórico, de la teoría política y de las ciencia sociales, la discusión sobreel problema puede extraviarse en la extensión de la literatura especiali-zada. Procederemos entonces a partir de la presentación de dos de losparadigmas teóricos más importanes en el análisis de la guerra, para en-seguida sugerir las vinculaciones significativas con nuestro problemaconcreto de investigación.

LOS PARADIGMAS Y SUS AJUSTES

1. Carl von Clausewitz (1780-1831) planteó dos niveles básicos de análi-sis para discutir la guerra moderna: 1) lo que llamó la guerra absoluta(o ideal) y 2) lo que denominó la guerra real.6

La guerra absoluta es una idealización del conflicto, de la cual sedesprenden principios generales que tienden a expresarse en toda con-tienda real. Pero esta tendencia será siempre matizada, por la dialécticade los medios y fines. Tres son los principios generales mencionados:a) Cada adversario busca imponer su ley al otro. Esto redunda en unaacción recíproca que, teóricamente al menos, debe llegar a sus últimasconsecuencias: la destrucción del enemigo; b) mientras no se haya de-rrotado completamente al adversario, un contendiente debe temer queel adversario lo derrote. Un contendiente no es dueño absoluto de la si-tuación, en la medida en que el adversario, al actuar, siempre condicio-na el accionar del primero; c) en el caso hipotético de que se lograse uncálculo razonablemente adecuado del poder de resistencia del oponen-te, un contendiente podría regular sus esfuerzos en función de esecálculo. Sin embargo, el adversario puede proceder –al menos en prin-cipio– del mismo modo.7

Los tres principios de reciprocidad de la guerra absoluta delinean elcarácter general del conflicto. Pero su aplicación empírica es sumamen-te complicada: es la guerra, sin más. El pensamiento de Clausewitz noconcibe un triunfador en abstracto: la victoria militar siempre es concre-

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es el problema y el tema en los estudios de la Revolución mexicana;4 laguerra es sólo el ambiente y –sobre todo para la escuela revisionista– elpretexto.

Como ha argumentado convincentemente el historiador inglés JohnKeegan, hacer la historia de las guerras puede tomar un siglo o más. Kee-gan supone que una historia definitiva de la Segunda Guerra Mundialsólo podrá leerse en el siglo XXI. Y en todo caso, una historia más o me-nos integral de la Guerra Civil en los Estados Unidos –dice Keegan–tomó 130 años. Bien vistas las cosas, la Revolución mexicana no es unaexcepción. Las razones no por obvias son menos contundentes: la gue-rra deja heridas físicas y emocionales, y alimenta pasiones y expectati-vas que no cualquiera puede dejar atrás en aras de la objetividad.5

Sea como fuere, en este artículo nos proponemos hacer una lecturadeliberadamente sesgada de algunos de los materiales disponibles so-bre la Revolución mexicana, para vincularlos a esa realidad geopolíticay simbólica que es la ciudad de México. A nuestro entender existen almenos dos niveles de análisis desde la que es posible escuadriñar las re-laciones de la ciudad de México con la guerra en el período de la Revo-lución mexicana. En primer lugar, se deben establecer algunos vínculosentre militarización –en el sentido en que se discutirá el término másadelante – y cultura política local, para un período que se remonta a losmomentos más visibles de la crisis política del régimen porfiriano. Ensegundo lugar, es necesario tratar de describir y analizar las caracterís-ticas militares de la Revolución mexicana, para de tal suerte evidenciarel papel geopolítico y estratégico representado por la capital de la Repú-blica en el período 1914-1915.

Antes de desarrollar los dos puntos enunciados, quisiéramos asi-mismo introducir algunos elementos teóricos e historiográficos sobre latemática de la guerra. Esto último representa para nosotros un ejerciciode orden: dado que la guerra es uno de los temas clásicos del análisis

4 Dos excepciones son Womack, 1974, y Katz, 1998 en donde la tensión entre movili-zación social, demanda política y lógica militar del zapatismo y el villismo otorgan senti-do pleno a la explicación. El trabajo de Hernández, 1984 tiene elementos esenciales parauna caracterización geopolítica del fenómeno revolucionario.

5 Keegan, 1995, 30 ss.

6 Clausewitz, 1977-1980, III: 316 y ss.7 Clausewitz, 1977-1980, I: 10.

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ta. No hay paradoja, pues los principios de reciprocidad, por serlo, nopueden sino pensarse como los lazos que vinculan dos entes materiales:los contendientes. Si uno de los dos contendientes no actúa en funciónde esos principios de reciprocidad, o no desea la guerra o ya la perdió.

La guerra real es mucho más que la aplicación empírica de los prin-cipios o postulados de la guerra absoluta. En muchos sentidos, la gue-rra real es la continua negación de esos principios. Esto, porque la guerrareal supone –insistimos– la preeminencia de la dialéctica de los mediosy los fines; esta dialéctica, en Clausewitz, opera como el puente entreteoría y práctica. La violencia sobre el enemigo, su derrota total, es elmedio, no el fin, de la guerra. El fin último de la guerra es siempre po-lítico, o según la frase de Clausewitz, la guerra es la continuación de lapolítica por otros medios. Pensando en este problema, H. Rothfels pudoafirmar en plena Segunda Guerra Mundial que “la guerra tiene su pro-pia gramática, pero no su propia lógica”.8

La guerra se percibe de manera distinta a la política, pero se piensay ejecuta de la misma forma. La consecución del objetivo político de laguerra relativiza las tres fortísimas tendencias de reciprocidad. Con fre-cuencia, no es necesario destruir totalmente al enemigo; basta debilitar-lo de tal manera que acepte los fines buscados por su contrincante. Casino es necesario decir que la guerra real es difícilmente aprehensible ensu totalidad. Las variables a considerar son casi infinitas. Al pensar laguerra, diría Clausewitz, es necesario incorporar en cualquier análisisconcreto “todo aquello de naturaleza extraña que está involucrado [...]toda la inercia natural y la fricción de sus partes, el conjunto de las in-consecuencias, la vaguedad y la timidez de la mente humana”.9

La relativización que los fines políticos de la guerra impone a la con-tienda concebida en términos absolutos es tan efectiva como un cañona-zo. Si el propósito político de un ejército ha sido, por ejemplo, liberar unterritorio ocupado por el enemigo, es obvio que al lograr esta liberacióndel territorio, se habrá alcanzado el fin político de la lucha, y no tendríasentido –a menos que se haya planteado otro fin político distinto– conti-nuarla hasta exterminar físicamente al otrora invasor.

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Clausewitz es hijo legítimo de la Ilustración (de Kant sobre todo), dela Revolución francesa y del romanticismo; esto es, es hijo de una mane-ra de razonar, de un ambiente político inédito y de unos valores nuevosy beligerantes. Y es justamente en esa medida que su modelo ha sidocuestionado de manera severa, en una crítica que puede resultar alta-mente relevante para el enfoque de nuestro trabajo. John Keegan, eleminente historiador militar inglés, ha sugerido que el paradigma deClausewitz puede resultar inadecuado y aun irrelevante para entenderel sentido, la complejidad y la diversidad formal de la guerra.10

Keegan sugiere que el modelo de Clausewitz sólo adquiere una di-mensión analítica útil cuando lo que se estudia es un conflicto entre es-tados nacionales modernos, que comparten ciertos supuestos culturalesy estratégicos. De hecho, Clausewitz sólo sería inteligible a la luz de lasproblemáticas geopolíticas y militares que aparecen con motivo de lasguerras napoleónicas, de la existencia de los estados nacionales y deuna cierta homogeneidad cultural de los contendientes.11 En otras pala-bras, Clausewitz resulta pertinente para entender la guerra en el perío-do que va, en Europa, de la Revolución francesa a, quizá, la PrimeraGuerra Mundial.

Según Keegan, el dictum más conocido de Clausewitz –la guerra esla continuación de la política por otros medios– no sólo es una traduc-ción limitida de su original alemán al inglés o al español; más alla,representa la asunción de unos supuestos y valores culturales muy aco-tados y sólo vigentes para un tiempo y un espacio. La literatura arqueo-lógica, antropológica e histórica sugiere, dice Keegan, que la guerra nosiempre puede ser interpretada como la política por otros medios. Di-cho de otra manera, existen culturas y momentos históricos donde laguerra no se explica ni expresa los fines políticos atribuidos a y raciona-lizados por el estado moderno.12

Si el cuestionamiento de Keegan desacansara sólo en variables espa-ciotemporales, su crítica del modelo teórico de Clausewitz sería fácil-

8 Rothfels, 1943, 106.9 Clausewitz, 1977-1980, III: 319.

10 Keegan inicia su libro clave sobre la historia de la guerra como fenómeno de la cul-tura con un ajuste de cuentas respecto a Clausewitz. Véase Keegan, 1993, 3-60.

11 Keegan, 1993, 17-19.12 Keegan, 1993, 3-12 y 24-46.

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ta. No hay paradoja, pues los principios de reciprocidad, por serlo, nopueden sino pensarse como los lazos que vinculan dos entes materiales:los contendientes. Si uno de los dos contendientes no actúa en funciónde esos principios de reciprocidad, o no desea la guerra o ya la perdió.

La guerra real es mucho más que la aplicación empírica de los prin-cipios o postulados de la guerra absoluta. En muchos sentidos, la gue-rra real es la continua negación de esos principios. Esto, porque la guerrareal supone –insistimos– la preeminencia de la dialéctica de los mediosy los fines; esta dialéctica, en Clausewitz, opera como el puente entreteoría y práctica. La violencia sobre el enemigo, su derrota total, es elmedio, no el fin, de la guerra. El fin último de la guerra es siempre po-lítico, o según la frase de Clausewitz, la guerra es la continuación de lapolítica por otros medios. Pensando en este problema, H. Rothfels pudoafirmar en plena Segunda Guerra Mundial que “la guerra tiene su pro-pia gramática, pero no su propia lógica”.8

La guerra se percibe de manera distinta a la política, pero se piensay ejecuta de la misma forma. La consecución del objetivo político de laguerra relativiza las tres fortísimas tendencias de reciprocidad. Con fre-cuencia, no es necesario destruir totalmente al enemigo; basta debilitar-lo de tal manera que acepte los fines buscados por su contrincante. Casino es necesario decir que la guerra real es difícilmente aprehensible ensu totalidad. Las variables a considerar son casi infinitas. Al pensar laguerra, diría Clausewitz, es necesario incorporar en cualquier análisisconcreto “todo aquello de naturaleza extraña que está involucrado [...]toda la inercia natural y la fricción de sus partes, el conjunto de las in-consecuencias, la vaguedad y la timidez de la mente humana”.9

La relativización que los fines políticos de la guerra impone a la con-tienda concebida en términos absolutos es tan efectiva como un cañona-zo. Si el propósito político de un ejército ha sido, por ejemplo, liberar unterritorio ocupado por el enemigo, es obvio que al lograr esta liberacióndel territorio, se habrá alcanzado el fin político de la lucha, y no tendríasentido –a menos que se haya planteado otro fin político distinto– conti-nuarla hasta exterminar físicamente al otrora invasor.

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Clausewitz es hijo legítimo de la Ilustración (de Kant sobre todo), dela Revolución francesa y del romanticismo; esto es, es hijo de una mane-ra de razonar, de un ambiente político inédito y de unos valores nuevosy beligerantes. Y es justamente en esa medida que su modelo ha sidocuestionado de manera severa, en una crítica que puede resultar alta-mente relevante para el enfoque de nuestro trabajo. John Keegan, eleminente historiador militar inglés, ha sugerido que el paradigma deClausewitz puede resultar inadecuado y aun irrelevante para entenderel sentido, la complejidad y la diversidad formal de la guerra.10

Keegan sugiere que el modelo de Clausewitz sólo adquiere una di-mensión analítica útil cuando lo que se estudia es un conflicto entre es-tados nacionales modernos, que comparten ciertos supuestos culturalesy estratégicos. De hecho, Clausewitz sólo sería inteligible a la luz de lasproblemáticas geopolíticas y militares que aparecen con motivo de lasguerras napoleónicas, de la existencia de los estados nacionales y deuna cierta homogeneidad cultural de los contendientes.11 En otras pala-bras, Clausewitz resulta pertinente para entender la guerra en el perío-do que va, en Europa, de la Revolución francesa a, quizá, la PrimeraGuerra Mundial.

Según Keegan, el dictum más conocido de Clausewitz –la guerra esla continuación de la política por otros medios– no sólo es una traduc-ción limitida de su original alemán al inglés o al español; más alla,representa la asunción de unos supuestos y valores culturales muy aco-tados y sólo vigentes para un tiempo y un espacio. La literatura arqueo-lógica, antropológica e histórica sugiere, dice Keegan, que la guerra nosiempre puede ser interpretada como la política por otros medios. Di-cho de otra manera, existen culturas y momentos históricos donde laguerra no se explica ni expresa los fines políticos atribuidos a y raciona-lizados por el estado moderno.12

Si el cuestionamiento de Keegan desacansara sólo en variables espa-ciotemporales, su crítica del modelo teórico de Clausewitz sería fácil-

8 Rothfels, 1943, 106.9 Clausewitz, 1977-1980, III: 319.

10 Keegan inicia su libro clave sobre la historia de la guerra como fenómeno de la cul-tura con un ajuste de cuentas respecto a Clausewitz. Véase Keegan, 1993, 3-60.

11 Keegan, 1993, 17-19.12 Keegan, 1993, 3-12 y 24-46.

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mente superable. Finalmente, uno podría sostener que el modelo deClausewitz es eficaz para analizar la guerra moderna, es decir, aquellaguerra donde las prioridades políticas han sido enunciadas y sistemati-zadas por estados relativamente articulados y más o menos coherentesen cuanto a sus fines estratégicos. Pero la alta ponderación de Keegande las variables culturales en el estudio de la guerra, y su hipótesis deque existen guerras sin estados que racionalicen los fines y administrenlos medios, otorga a su crítica de Clausewitz otra dimensión. En el en-foque de Keegan, la guerra es un fenómeno que puede estar plenamenteintegrado a los fines de la cultura, y a veces es el fenómeno cultural porexcelencia de una sociedad. Si esto es más que evidente para las socie-dades preestatales o para algunas sociedades premodernas, la hipótesisde Keegan puede ser útil para discutir aquellos fenómenos bélicos don-de los contendientes no pueden ser caracterizados como representantesdirectos, sin mediaciones, de los valores y de los fines del estado mo-derno.

Algunas formas de guerras revolucionarias y guerras civiles en losúltimos dos siglos pueden presentar rasgos indudablemente modernos,pero llegan asimismo a expresar en un momento dado otras formas dearticulación interna de los contendientes, otro sistema de valores y otrasprioridades de acción, distintos en diferentes medidas a las que surgende un conflicto entre estados constituidos. En otras palabras, de la críti-ca de Keegan a Clausewitz y de las novedades que el primero introduceen el estudio de la guerra, es posible sugerir que en términos generalesexiste un fuerte vínculo entre cultura de clase, étnica o religiosa y laconstitución de los actores bélicos. Ciertamente, la dimensión políticade la guerra entre los estados modernos ha sido reformulada desde laRevolución francesa con la incorporación de los valores y prácticas dela ciudadanía, el nacionalismo, el poderío económico, la ideología y elliderazgo político; pero este conjunto de elementos adquiere todavíaotra estatura precisamente cuando la guerra expresa la intensidad delconflicto de clase, étnico o religioso de una sociedad. Los actores belige-rantes en esta última hipótesis no necesariamente racionalizan los mo-tivos y definen los procedimientos de sus guerras como lo haría un esta-do moderno enfrentado a otro de la misma calidad.

Los ajustes y matices propuestos por Keegan al paradigma de Clau-sewitz son especialmente pertinentes para el análisis militar de la Revo-lución mexicana. Sobre todo a partir de la emergencia del constitu-cionalismo en febrero y marzo de 1913, la guerra que se peleó en Méxicoadquirió rápidamente unas características modernas. Las fuerzas de Ve-nustiano Carranza y Francisco Villa en el norte adquirieron con sor-prendente rapidez la forma de ejércitos organizados y articulados, qui-zá porque prevaleció la certeza de que el gran objetivo de la lucha era ladestrucción del ejército federal. Si la insurrección maderista de 1910-1911 mostró que la dispersión de las fuerzas revolucionarias podía neu-tralizar al ejercito federal e incluso derrotarlo política y militarmente,también mostró que un modelo irregular de lucha armada no podíadesplazarlo de la escena política mexicana.13

Pero el carácter moderno que en buena medida permea el estilo y lasprioridades de acción de los revolucionarios en la fase constitucionalis-ta, no implica que los contingentes alzados contra Victoriano Huertafuesen ajenos a ciertas determinaciones sociales y culturales muy im-portantes. Quizá uno de las casos más notables sea el zapatismo, dondeel esfuerzo bélico tuvo que combinarse con los estilos de vida y los ca-lendarios de unas comunidades fuertemente estructuradas, donde losciclos agrícolas, las formas de hacer la guerra y las prioridades estratégi-cas convivieron problemáticamente varios años después de 1911. Noobstante, aquí es aplicable la advertencia de Alan Knight: el movimien-to zapatista es típico, no único, de la forma en que se hizo la revoluciónen el centro de México. Al explorar las relaciones de las facciones revo-lucionarias con la ciudad de México, encontraremos que son insepara-bles aquellos elementos que conforman una lógica propiamente militar,de aquellos otros donde las emociones y percepciones están determina-dos por los imaginarios geográficos, de clase e ideológicos de los prota-gonistas.

13 Las diferencias de estilo y de fondo entre la insurrección de 1910-1911 y la de 1913-1914 han sido detectada por los historiadores. Véase Knight, 1990, II: 33 ss; Katz, 1998, I:229-237.

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mente superable. Finalmente, uno podría sostener que el modelo deClausewitz es eficaz para analizar la guerra moderna, es decir, aquellaguerra donde las prioridades políticas han sido enunciadas y sistemati-zadas por estados relativamente articulados y más o menos coherentesen cuanto a sus fines estratégicos. Pero la alta ponderación de Keegande las variables culturales en el estudio de la guerra, y su hipótesis deque existen guerras sin estados que racionalicen los fines y administrenlos medios, otorga a su crítica de Clausewitz otra dimensión. En el en-foque de Keegan, la guerra es un fenómeno que puede estar plenamenteintegrado a los fines de la cultura, y a veces es el fenómeno cultural porexcelencia de una sociedad. Si esto es más que evidente para las socie-dades preestatales o para algunas sociedades premodernas, la hipótesisde Keegan puede ser útil para discutir aquellos fenómenos bélicos don-de los contendientes no pueden ser caracterizados como representantesdirectos, sin mediaciones, de los valores y de los fines del estado mo-derno.

Algunas formas de guerras revolucionarias y guerras civiles en losúltimos dos siglos pueden presentar rasgos indudablemente modernos,pero llegan asimismo a expresar en un momento dado otras formas dearticulación interna de los contendientes, otro sistema de valores y otrasprioridades de acción, distintos en diferentes medidas a las que surgende un conflicto entre estados constituidos. En otras palabras, de la críti-ca de Keegan a Clausewitz y de las novedades que el primero introduceen el estudio de la guerra, es posible sugerir que en términos generalesexiste un fuerte vínculo entre cultura de clase, étnica o religiosa y laconstitución de los actores bélicos. Ciertamente, la dimensión políticade la guerra entre los estados modernos ha sido reformulada desde laRevolución francesa con la incorporación de los valores y prácticas dela ciudadanía, el nacionalismo, el poderío económico, la ideología y elliderazgo político; pero este conjunto de elementos adquiere todavíaotra estatura precisamente cuando la guerra expresa la intensidad delconflicto de clase, étnico o religioso de una sociedad. Los actores belige-rantes en esta última hipótesis no necesariamente racionalizan los mo-tivos y definen los procedimientos de sus guerras como lo haría un esta-do moderno enfrentado a otro de la misma calidad.

Los ajustes y matices propuestos por Keegan al paradigma de Clau-sewitz son especialmente pertinentes para el análisis militar de la Revo-lución mexicana. Sobre todo a partir de la emergencia del constitu-cionalismo en febrero y marzo de 1913, la guerra que se peleó en Méxicoadquirió rápidamente unas características modernas. Las fuerzas de Ve-nustiano Carranza y Francisco Villa en el norte adquirieron con sor-prendente rapidez la forma de ejércitos organizados y articulados, qui-zá porque prevaleció la certeza de que el gran objetivo de la lucha era ladestrucción del ejército federal. Si la insurrección maderista de 1910-1911 mostró que la dispersión de las fuerzas revolucionarias podía neu-tralizar al ejercito federal e incluso derrotarlo política y militarmente,también mostró que un modelo irregular de lucha armada no podíadesplazarlo de la escena política mexicana.13

Pero el carácter moderno que en buena medida permea el estilo y lasprioridades de acción de los revolucionarios en la fase constitucionalis-ta, no implica que los contingentes alzados contra Victoriano Huertafuesen ajenos a ciertas determinaciones sociales y culturales muy im-portantes. Quizá uno de las casos más notables sea el zapatismo, dondeel esfuerzo bélico tuvo que combinarse con los estilos de vida y los ca-lendarios de unas comunidades fuertemente estructuradas, donde losciclos agrícolas, las formas de hacer la guerra y las prioridades estratégi-cas convivieron problemáticamente varios años después de 1911. Noobstante, aquí es aplicable la advertencia de Alan Knight: el movimien-to zapatista es típico, no único, de la forma en que se hizo la revoluciónen el centro de México. Al explorar las relaciones de las facciones revo-lucionarias con la ciudad de México, encontraremos que son insepara-bles aquellos elementos que conforman una lógica propiamente militar,de aquellos otros donde las emociones y percepciones están determina-dos por los imaginarios geográficos, de clase e ideológicos de los prota-gonistas.

13 Las diferencias de estilo y de fondo entre la insurrección de 1910-1911 y la de 1913-1914 han sido detectada por los historiadores. Véase Knight, 1990, II: 33 ss; Katz, 1998, I:229-237.

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2. La experiencia de la ciudad de México durante la Revolución mexica-na fue antecedida y luego conformada por un fenómeno de militari-zación. Proponemos, así, que la noción de militarización puede ser degran ayuda para dotar de un nivel más concreto a las relaciones entreguerra y cultura política en la ciudad de México. En este trabajo enten-deremos por militarización dos fenómenos superpuestos, que puedencoincidir o no en el tiempo: en primer lugar, la militarización tiene unsentido organizativo y logístico, y consiste en el traslado de funcionesde gobierno usualmente reservadas para las autoridades y cuerpos civi-les al ámbito de influencia y de decisión de los representantes directosde los cuerpos armados; por lo pronto, la integración, modo de funcio-namiento, prioridades de acción y vocación de permanencia de esoscuerpos armados resumen aquellas características que se atribuyen ge-neralmente a los ejércitos profesionales.

Pero la militarización de una sociedad se compone asimismo de laspercepciones y representaciones más o menos diferenciadas que los di-versos grupos sociales hacen del conflicto bélico y de los cuerpos arma-dos. La guerra como tal y el ejército que la pelea pueden ser evaluadospor los grupos sociales en todas las gradaciones que van de la legitimi-dad a la ilegitimidad. Las relaciones entre sociedad, ejército y guerraconstituyen una experiencia concreta. Es en este segundo momento endonde las relaciones entre la guerra y la cultura política adquieren todassus potencialidades.14

La evidencia historiográfica muestra que entre las guerras napo-leónicas y la Primera Guerra Mundial la contienda bélica supuso unavinculación creciente entre el potencial de fuego de los ejércitos, la ca-

pacidad industrial de las economías, la eficiencia de los medios detransportación, las habilidades persuasivas y propagandísticas de losgobiernos y la solidez y flexibilidad en la administración en las reta-guardias. Esta subordinación general del funcionamiento de la sociedada las exigencias de la guerra se ha dado en llamar en la literatura espe-cializada guera total (total war).15

Es obvio que las relaciones entre militarización y guerra total son es-trechas en los dos últimos siglos, pero de ninguna manera idénticas o si-quiera equivalentes en toda sociedad. Los modelos constitucionales, lafortaleza de los actores institucionales y la cultura y prácticas políticasseñalan los límites de la militarización. En este sentido, las tradicionescentralistas del estado francés y las peripecias y fracasos de la revoluciónburguesa en Alemania tienden a generar situaciones donde la militari-zación se arraiga con más facilidad, aunque no necesariamente genererealidades político-militares más eficaces. En el otro extremo, en Ingla-terra y los Estados Unidos incluso –o sobre todo– la conscripción gene-ral obligatoria –por dar un ejemplo– encontrará resistencias y límites.16

Un ejemplo. La Guerra Civil norteamericana (1861-1865) puede sor-prender al estudioso contemporáneo por muchas razones: la elevadísi-ma mortandad entre las tropas, las novedades en el comportamiento es-tratégico de los contendientes, la estrecha vinculación entre poderíoindustrial y destino de la guerra. Pero sin duda sorprende también porlas dificultades políticas que Abraham Lincoln y Jefferson Davies en-contraban entre jueces, congresos locales, congresos nacionales y parti-dos políticos para instrumentar las políticas de guerra más elementales:reclutamiento, impuestos, estados de excepción, censura de la prensa,etcétera.17 En último análisis, el fenómeno de la militarización es insepa-rable del universo axiológico y de las prácticas definidas por la culturapolítica. Y si bien no es improbable que la guerra configure experienciasdigamos universales, no todas las sociedades procesan las tensiones, losconflictos y los esfuerzos de la misma manera.

14 Seguimos muy de cerca la definición de cultura política de Giacomo Sani enBobbio y Matteucci, 1981, 469-472: la cultura política designa “el conjunto de actitudes,normas y creencias, compartidas más o menos ampliamente por los miembros de una de-terminada unidad social y que tienen como objetos fenómenos políticos [...] El hecho deque a un nivel de macroanálisis se pueda hablar legítimamente de cultura política detoda una sociedad y caracterizarla de manera general, no debe inducir, sin embargo, acometer el error de creer que la cultura política es algo homogéneo [...] la cultura políti-ca de una cierta sociedad está constituida normalmente por un conjunto se subculturas,o sea de actitudes, normas y valores que frecuentemente se oponen entre sí”.

15 Véase al respecto, Horne, 1997 y Beckett, 1996.16 Keegan, 1993, 233-234.17 McPherson, 1989.

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2. La experiencia de la ciudad de México durante la Revolución mexica-na fue antecedida y luego conformada por un fenómeno de militari-zación. Proponemos, así, que la noción de militarización puede ser degran ayuda para dotar de un nivel más concreto a las relaciones entreguerra y cultura política en la ciudad de México. En este trabajo enten-deremos por militarización dos fenómenos superpuestos, que puedencoincidir o no en el tiempo: en primer lugar, la militarización tiene unsentido organizativo y logístico, y consiste en el traslado de funcionesde gobierno usualmente reservadas para las autoridades y cuerpos civi-les al ámbito de influencia y de decisión de los representantes directosde los cuerpos armados; por lo pronto, la integración, modo de funcio-namiento, prioridades de acción y vocación de permanencia de esoscuerpos armados resumen aquellas características que se atribuyen ge-neralmente a los ejércitos profesionales.

Pero la militarización de una sociedad se compone asimismo de laspercepciones y representaciones más o menos diferenciadas que los di-versos grupos sociales hacen del conflicto bélico y de los cuerpos arma-dos. La guerra como tal y el ejército que la pelea pueden ser evaluadospor los grupos sociales en todas las gradaciones que van de la legitimi-dad a la ilegitimidad. Las relaciones entre sociedad, ejército y guerraconstituyen una experiencia concreta. Es en este segundo momento endonde las relaciones entre la guerra y la cultura política adquieren todassus potencialidades.14

La evidencia historiográfica muestra que entre las guerras napo-leónicas y la Primera Guerra Mundial la contienda bélica supuso unavinculación creciente entre el potencial de fuego de los ejércitos, la ca-

pacidad industrial de las economías, la eficiencia de los medios detransportación, las habilidades persuasivas y propagandísticas de losgobiernos y la solidez y flexibilidad en la administración en las reta-guardias. Esta subordinación general del funcionamiento de la sociedada las exigencias de la guerra se ha dado en llamar en la literatura espe-cializada guera total (total war).15

Es obvio que las relaciones entre militarización y guerra total son es-trechas en los dos últimos siglos, pero de ninguna manera idénticas o si-quiera equivalentes en toda sociedad. Los modelos constitucionales, lafortaleza de los actores institucionales y la cultura y prácticas políticasseñalan los límites de la militarización. En este sentido, las tradicionescentralistas del estado francés y las peripecias y fracasos de la revoluciónburguesa en Alemania tienden a generar situaciones donde la militari-zación se arraiga con más facilidad, aunque no necesariamente genererealidades político-militares más eficaces. En el otro extremo, en Ingla-terra y los Estados Unidos incluso –o sobre todo– la conscripción gene-ral obligatoria –por dar un ejemplo– encontrará resistencias y límites.16

Un ejemplo. La Guerra Civil norteamericana (1861-1865) puede sor-prender al estudioso contemporáneo por muchas razones: la elevadísi-ma mortandad entre las tropas, las novedades en el comportamiento es-tratégico de los contendientes, la estrecha vinculación entre poderíoindustrial y destino de la guerra. Pero sin duda sorprende también porlas dificultades políticas que Abraham Lincoln y Jefferson Davies en-contraban entre jueces, congresos locales, congresos nacionales y parti-dos políticos para instrumentar las políticas de guerra más elementales:reclutamiento, impuestos, estados de excepción, censura de la prensa,etcétera.17 En último análisis, el fenómeno de la militarización es insepa-rable del universo axiológico y de las prácticas definidas por la culturapolítica. Y si bien no es improbable que la guerra configure experienciasdigamos universales, no todas las sociedades procesan las tensiones, losconflictos y los esfuerzos de la misma manera.

14 Seguimos muy de cerca la definición de cultura política de Giacomo Sani enBobbio y Matteucci, 1981, 469-472: la cultura política designa “el conjunto de actitudes,normas y creencias, compartidas más o menos ampliamente por los miembros de una de-terminada unidad social y que tienen como objetos fenómenos políticos [...] El hecho deque a un nivel de macroanálisis se pueda hablar legítimamente de cultura política detoda una sociedad y caracterizarla de manera general, no debe inducir, sin embargo, acometer el error de creer que la cultura política es algo homogéneo [...] la cultura políti-ca de una cierta sociedad está constituida normalmente por un conjunto se subculturas,o sea de actitudes, normas y valores que frecuentemente se oponen entre sí”.

15 Véase al respecto, Horne, 1997 y Beckett, 1996.16 Keegan, 1993, 233-234.17 McPherson, 1989.

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MILITARIZACIÓN Y CULTURA POLÍTICA EN LA CIUDAD DE MÉXICO: UNA APROXIMACIÓN

1. En este apartado proponemos que en la ciudad de México se encuen-tran perfilados, incluso antes del estallamiento de la Revolución de 1910,una serie de elementos endógenos que estaban vinculando formas deorganización militar o paramilitar, con los distintos momentos de la cri-sis política que el problema sucesorio de Porfirio Díaz estaba plantean-do al menos desde 1900.

De hecho, sugerimos que el fenómeno de militarización de la políti-ca y la sociedad durante la fase maderista y constitucionalista de la Re-volución, claramente percibida por algunos historiadores, se encuentraen gestación en la primera década del siglo.18

El proyecto de servicio militar voluntario llamado “segunda reser-va” fue impulsado por Bernardo Reyes desde la Secretaría de Guerra enel segundo semestre de 1900. La idea central del proyecto, sancionadapor el Congreso en octubre de ese año, era definir la dimensión numéri-ca del ejército profesional en el nivel de los 26 mil hombres, y respaldara éste tanto con las tropas auxiliares de los estados y con los cuerposasignados a la Secretaría de Hacienda y Gobernación, como –y esto eslo que interesa– con cuerpos de ciudadanos que voluntariamente reci-bieran entrenamiento dominical. La oficialidad de estos nuevos cuerpossurgiría de entre los más aptos de los voluntarios.

Los testimonios disponibles indican que la segunda reserva (es de-cir los cuerpos de voluntarios) tuvo un éxito inesperado, sobre todo en-tre los jóvenes de las ciudades. A fines de 1902, había 210 unidadesde voluntarios que sumaban poco más de 30 mil efectivos. La mitad deesos efectivos estaban en la ciudad de México. Por lo demás, alrededorde la segunda reserva se crearon mecanismos de propaganda (un Bole-tín), de instrucción y ciertas condiciones de fraternización y socializa-ción características de las unidades de voluntarios. No en balde, el pro-yecto –que originalmente elaboró Antonio Ramos Pedrueza– reconocía

su deuda con la Landwerh alemana.19 El momento culminante de la se-gunda reserva en la ciudad de México fue el desfile del 16 de septiem-bre de 1902. Seis mil efectivos marcharon desarmados, y saludaron adon Porfirio frente al balcón de Palacio Nacional. El 22 de diciembre deese año, no obstante, Reyes renunció a la Secretaría de Guerra. Casi in-mediatamente, un decreto de Díaz disolvió la segunda reserva: adiós alas armas.20

Dos lecturas merecen el fracaso de Reyes y la disolución de la mili-cia territorial voluntaria. Como han reconocido los historiadores, Reyes,al ingresar al gabinete como ministro de Guerra y al organizar a los re-servistas, adquiría una fuerza y competitividad notables en términos dela sucesión de don Porfirio. Reyes tenía aquello que a Limantour y a sugrupo les faltaba: prestigio popular, clientelas en movimiento y, en la re-serva, un potencial de fuego. Bien entendió Francisco Bulnes la signifi-cación política de la segunda reserva:

La segunda reserva tuvo por objeto organizar un partido militarista y almismo tiempo civil y rabiosamnte personalista al general Reyes; el proyec-to fue adquirir a toda la juventud activa, robusta, inexperta, entusiasta ydesgraciadamente servil [y] convertir a cada reservista en un elector, darlearmas, organizarlo para tres luchas, la de los comicios electorales, la delmotín capitaneado por reservistas y la militar para una buena guerra civil.21

Pero la segunda reserva, en el corazón y más allá de la disputa suce-soria, mataba dos pájaros de un tiro. En principio, la reserva daba unpaso para remediar ese problema crónico del ejército mexicano en el si-glo XIX, y que haría crisis al estallar la Revolución: la leva como meca-nismo de reclutamiento.22 La leva de pobres en las ciudades y el campoconstituyó uno de los mecanismos de reclutamiento más importante del

18 Análisis de la militarización de la sociedad en el período revolucionario se encuen-tran en Knight, 1990, II: 9-20 y 77 ss; Meyer, 1983, 93-120 y Langle, 1976.

19 No conocemos un estudio exhaustivo de la segunda reserva. Los datos aquí pre-sentados se deben a Memoria, 1902, 6; Niemeyer, 1966, 103-105; Franco, 1985, 1: 147; Gue-rra, 1988, II: 90-91. Además, véanse las instrucciones para el sargento de segunda reservaen Instructivo, 1902.

20 Niemeyer, 1966, 108-109.21 Archivo General de la Nación, Archivo Francisco Bulnes, caja 9, e. 17, ff. 24-25.22 Un estudio que aborda las consecuencias de la leva para la vida cotidiana de la ciu-

dad en los primeros años de la República es el de Serrano, 1996.

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MILITARIZACIÓN Y CULTURA POLÍTICA EN LA CIUDAD DE MÉXICO: UNA APROXIMACIÓN

1. En este apartado proponemos que en la ciudad de México se encuen-tran perfilados, incluso antes del estallamiento de la Revolución de 1910,una serie de elementos endógenos que estaban vinculando formas deorganización militar o paramilitar, con los distintos momentos de la cri-sis política que el problema sucesorio de Porfirio Díaz estaba plantean-do al menos desde 1900.

De hecho, sugerimos que el fenómeno de militarización de la políti-ca y la sociedad durante la fase maderista y constitucionalista de la Re-volución, claramente percibida por algunos historiadores, se encuentraen gestación en la primera década del siglo.18

El proyecto de servicio militar voluntario llamado “segunda reser-va” fue impulsado por Bernardo Reyes desde la Secretaría de Guerra enel segundo semestre de 1900. La idea central del proyecto, sancionadapor el Congreso en octubre de ese año, era definir la dimensión numéri-ca del ejército profesional en el nivel de los 26 mil hombres, y respaldara éste tanto con las tropas auxiliares de los estados y con los cuerposasignados a la Secretaría de Hacienda y Gobernación, como –y esto eslo que interesa– con cuerpos de ciudadanos que voluntariamente reci-bieran entrenamiento dominical. La oficialidad de estos nuevos cuerpossurgiría de entre los más aptos de los voluntarios.

Los testimonios disponibles indican que la segunda reserva (es de-cir los cuerpos de voluntarios) tuvo un éxito inesperado, sobre todo en-tre los jóvenes de las ciudades. A fines de 1902, había 210 unidadesde voluntarios que sumaban poco más de 30 mil efectivos. La mitad deesos efectivos estaban en la ciudad de México. Por lo demás, alrededorde la segunda reserva se crearon mecanismos de propaganda (un Bole-tín), de instrucción y ciertas condiciones de fraternización y socializa-ción características de las unidades de voluntarios. No en balde, el pro-yecto –que originalmente elaboró Antonio Ramos Pedrueza– reconocía

su deuda con la Landwerh alemana.19 El momento culminante de la se-gunda reserva en la ciudad de México fue el desfile del 16 de septiem-bre de 1902. Seis mil efectivos marcharon desarmados, y saludaron adon Porfirio frente al balcón de Palacio Nacional. El 22 de diciembre deese año, no obstante, Reyes renunció a la Secretaría de Guerra. Casi in-mediatamente, un decreto de Díaz disolvió la segunda reserva: adiós alas armas.20

Dos lecturas merecen el fracaso de Reyes y la disolución de la mili-cia territorial voluntaria. Como han reconocido los historiadores, Reyes,al ingresar al gabinete como ministro de Guerra y al organizar a los re-servistas, adquiría una fuerza y competitividad notables en términos dela sucesión de don Porfirio. Reyes tenía aquello que a Limantour y a sugrupo les faltaba: prestigio popular, clientelas en movimiento y, en la re-serva, un potencial de fuego. Bien entendió Francisco Bulnes la signifi-cación política de la segunda reserva:

La segunda reserva tuvo por objeto organizar un partido militarista y almismo tiempo civil y rabiosamnte personalista al general Reyes; el proyec-to fue adquirir a toda la juventud activa, robusta, inexperta, entusiasta ydesgraciadamente servil [y] convertir a cada reservista en un elector, darlearmas, organizarlo para tres luchas, la de los comicios electorales, la delmotín capitaneado por reservistas y la militar para una buena guerra civil.21

Pero la segunda reserva, en el corazón y más allá de la disputa suce-soria, mataba dos pájaros de un tiro. En principio, la reserva daba unpaso para remediar ese problema crónico del ejército mexicano en el si-glo XIX, y que haría crisis al estallar la Revolución: la leva como meca-nismo de reclutamiento.22 La leva de pobres en las ciudades y el campoconstituyó uno de los mecanismos de reclutamiento más importante del

18 Análisis de la militarización de la sociedad en el período revolucionario se encuen-tran en Knight, 1990, II: 9-20 y 77 ss; Meyer, 1983, 93-120 y Langle, 1976.

19 No conocemos un estudio exhaustivo de la segunda reserva. Los datos aquí pre-sentados se deben a Memoria, 1902, 6; Niemeyer, 1966, 103-105; Franco, 1985, 1: 147; Gue-rra, 1988, II: 90-91. Además, véanse las instrucciones para el sargento de segunda reservaen Instructivo, 1902.

20 Niemeyer, 1966, 108-109.21 Archivo General de la Nación, Archivo Francisco Bulnes, caja 9, e. 17, ff. 24-25.22 Un estudio que aborda las consecuencias de la leva para la vida cotidiana de la ciu-

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ejército. Una tropa así conformada presentaba una serie de característi-cas que la alejaban de una mínima eficacia. La moral de combate erabaja, las deserciones abundantes y la capacitación técnica mínima.23

Si bien en principio los reservistas no eran ejército de línea, podíanserlo en caso de emergencia. Si la cifra de 30 mil hombres se acercara ala realidad, la segunda reserva superaría el número total de efectivosdel ejército profesional que contemplaba el proyecto reyista de 1900.24

Más aún, el hecho de que los reservistas, hasta donde escasamente sabe-mos, fuesen artesanos, estudiantes, profesionistas, burócratas y hacen-dados, le otorgaban a la milicia un cariz políticamente explosivo.25 Pordecirlo de alguna manera, un sector de la sociedad mexicana se estabareconciliando con el servicio de las armas.

Este es el segundo aspecto del proyecto. Reyes, a saber si premedita-da o accidentalmente, estaba resolviendo el problema de la inarticulaciónpolítica del último porfiriato. El porfiriato fue un régimen que tardía ydébilmente experimentó formas de organización política modernas.Propiamente hablando, no existió un partido político porfirista.26 Los co-mités electorales que programaban y ejecutaban las tareas de reeleccióndel presidente Díaz eran construcciones ad hoc, sin base social o territo-rial permanente. La segunda reserva, que antecede brevemente a la pro-liferación de los clubes del liberalismo antiporfirista, creaba para Reyesuna suerte de espacio semicorporativizado, que facilitaba el trabajo degenerar lealtades, trasmitir órdenes, politizar en un sentido determina-do y obtener respuestas coherentes. En fin, que con las precauciones decaso, sugerimos que la segunda reserva, y tal como sospechaban loslimantouristas (y don Francisco Bulnes), tenía la facha de un partido re-yista, esto es, de un partido en un contexto donde no existían.

2. Hay momentos en que la política modifica su naturaleza. El desbor-damiento del discurso político al calor de la lucha sucesoria en la prime-ra década de siglo debe ser considerado como una forma latente de vio-lencia. Tanto los científicos como los reyistas, ya sea en la prensa o en elpanfleto, contribuyeron tanto a su mutua neutralización como a la crea-ción de condiciones anímicas en las cuales del dicho al hecho había muypoca distancia. Y así por ejemplo, El debate, periódico de los reeleccionis-tas de la fórmula Díaz-Corral en 1909-1910, llevó la agresividad verbal,conceptual y gráfica a niveles muy elevados. Y el hecho de que la vio-lencia se exprese en un plano de lo simbólico y lo imaginario, no des-dice que sea violencia. Ahí está, para no olvidarlo, el ejemplo de la pren-sa antimaderista que, premeditadamente o no, preparó el ambiente parael golpe militar de Victoriano Huerta en febrero de 1913.27

El nivel de la violencia verbal y la radicalización del discurso de laélite política porfiriana no debe ser desdeñado. Si en principio parecenquedar acotados en la disputa científicos-reyistas, y luego se hace exten-sivo al antireeleccionismo, los ambientes y técnicas que genera tocan elconjunto de la sociedad. Nótese como las disputas diferidas sobre lasfuerzas armadas estallan en los momentos más delicados. El 8 de mayode 1911, cuando la insurrección maderista se encuentra en su apogeo, yse ha extendido a buena parte del territorio, José María Lozano, ex-miembro de El debate por cierto, defendió ante el pleno de la Cámara deDiputados el siguiente punto de acuerdo: “La Cámara de Diputados ex-presa sus simpatías y admiración a los jefes, oficiales y soldados delejército por su disciplina, su lealtad, su valor y su comportamiento, dig-no en la paz, y digno y heroico en la guerra”.

El joven Lozano, cooptado en la campaña electoral de 1909-1910 porlos científicos, no podía pasar desapercibido para un hombre como Dió-doro Batalla, de añeja filiación reyista. Batalla planteó un dilema centraldel régimen porfiriano y de la coyuntura, al inquirir: “¿Cuál es el papelde la representación nacional en el instante de una guerra civil?”. Con

23 Portilla, 1995, 403; Meyer, 1983, 109.24 El objetivo de Reyes de estabilizar el número de efectivos del ejército profesional

en 26 mil hombres suena razonable. Santiago Portilla encuentra en tres fuentes distintasun rango que va de los 20 mil a los 36 mil hombres hacia 1910, en el momento en que seinicia la insurrección maderista. Portilla, 1995, 398 n. Bulnes, 1982, 296 calcula el númerode efectivos en 25 mil hombres inmediatamente antes de la Revolución.

25 Reservistas fueron Venustiano Carranza, Jesús Flores Magón, Joaquín Clausell,Praxedis G. Guerrero y Ambrosio Figueroa. Véase Guerra, 1988, II: 90-91.

26 Se argumenta en este sentido en Rodríguez Kuri, 1995.

27 No existe un estudio sobre El debate y la campaña electoral de 1909-1910. Al respec-to pueden verse los testimonios de Nemesio García Naranjo. García, sf, 53 ss. Sobre eldiscurso de la prensa antimaderista como una forma de violencia política, véase Rodrí-guez Kuri, 1991.

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ejército. Una tropa así conformada presentaba una serie de característi-cas que la alejaban de una mínima eficacia. La moral de combate erabaja, las deserciones abundantes y la capacitación técnica mínima.23

Si bien en principio los reservistas no eran ejército de línea, podíanserlo en caso de emergencia. Si la cifra de 30 mil hombres se acercara ala realidad, la segunda reserva superaría el número total de efectivosdel ejército profesional que contemplaba el proyecto reyista de 1900.24

Más aún, el hecho de que los reservistas, hasta donde escasamente sabe-mos, fuesen artesanos, estudiantes, profesionistas, burócratas y hacen-dados, le otorgaban a la milicia un cariz políticamente explosivo.25 Pordecirlo de alguna manera, un sector de la sociedad mexicana se estabareconciliando con el servicio de las armas.

Este es el segundo aspecto del proyecto. Reyes, a saber si premedita-da o accidentalmente, estaba resolviendo el problema de la inarticulaciónpolítica del último porfiriato. El porfiriato fue un régimen que tardía ydébilmente experimentó formas de organización política modernas.Propiamente hablando, no existió un partido político porfirista.26 Los co-mités electorales que programaban y ejecutaban las tareas de reeleccióndel presidente Díaz eran construcciones ad hoc, sin base social o territo-rial permanente. La segunda reserva, que antecede brevemente a la pro-liferación de los clubes del liberalismo antiporfirista, creaba para Reyesuna suerte de espacio semicorporativizado, que facilitaba el trabajo degenerar lealtades, trasmitir órdenes, politizar en un sentido determina-do y obtener respuestas coherentes. En fin, que con las precauciones decaso, sugerimos que la segunda reserva, y tal como sospechaban loslimantouristas (y don Francisco Bulnes), tenía la facha de un partido re-yista, esto es, de un partido en un contexto donde no existían.

2. Hay momentos en que la política modifica su naturaleza. El desbor-damiento del discurso político al calor de la lucha sucesoria en la prime-ra década de siglo debe ser considerado como una forma latente de vio-lencia. Tanto los científicos como los reyistas, ya sea en la prensa o en elpanfleto, contribuyeron tanto a su mutua neutralización como a la crea-ción de condiciones anímicas en las cuales del dicho al hecho había muypoca distancia. Y así por ejemplo, El debate, periódico de los reeleccionis-tas de la fórmula Díaz-Corral en 1909-1910, llevó la agresividad verbal,conceptual y gráfica a niveles muy elevados. Y el hecho de que la vio-lencia se exprese en un plano de lo simbólico y lo imaginario, no des-dice que sea violencia. Ahí está, para no olvidarlo, el ejemplo de la pren-sa antimaderista que, premeditadamente o no, preparó el ambiente parael golpe militar de Victoriano Huerta en febrero de 1913.27

El nivel de la violencia verbal y la radicalización del discurso de laélite política porfiriana no debe ser desdeñado. Si en principio parecenquedar acotados en la disputa científicos-reyistas, y luego se hace exten-sivo al antireeleccionismo, los ambientes y técnicas que genera tocan elconjunto de la sociedad. Nótese como las disputas diferidas sobre lasfuerzas armadas estallan en los momentos más delicados. El 8 de mayode 1911, cuando la insurrección maderista se encuentra en su apogeo, yse ha extendido a buena parte del territorio, José María Lozano, ex-miembro de El debate por cierto, defendió ante el pleno de la Cámara deDiputados el siguiente punto de acuerdo: “La Cámara de Diputados ex-presa sus simpatías y admiración a los jefes, oficiales y soldados delejército por su disciplina, su lealtad, su valor y su comportamiento, dig-no en la paz, y digno y heroico en la guerra”.

El joven Lozano, cooptado en la campaña electoral de 1909-1910 porlos científicos, no podía pasar desapercibido para un hombre como Dió-doro Batalla, de añeja filiación reyista. Batalla planteó un dilema centraldel régimen porfiriano y de la coyuntura, al inquirir: “¿Cuál es el papelde la representación nacional en el instante de una guerra civil?”. Con

23 Portilla, 1995, 403; Meyer, 1983, 109.24 El objetivo de Reyes de estabilizar el número de efectivos del ejército profesional

en 26 mil hombres suena razonable. Santiago Portilla encuentra en tres fuentes distintasun rango que va de los 20 mil a los 36 mil hombres hacia 1910, en el momento en que seinicia la insurrección maderista. Portilla, 1995, 398 n. Bulnes, 1982, 296 calcula el númerode efectivos en 25 mil hombres inmediatamente antes de la Revolución.

25 Reservistas fueron Venustiano Carranza, Jesús Flores Magón, Joaquín Clausell,Praxedis G. Guerrero y Ambrosio Figueroa. Véase Guerra, 1988, II: 90-91.

26 Se argumenta en este sentido en Rodríguez Kuri, 1995.

27 No existe un estudio sobre El debate y la campaña electoral de 1909-1910. Al respec-to pueden verse los testimonios de Nemesio García Naranjo. García, sf, 53 ss. Sobre eldiscurso de la prensa antimaderista como una forma de violencia política, véase Rodrí-guez Kuri, 1991.

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malicia y agudeza, Batalla argumenta que “los laureles” deben guardar-se para el caso de la guerra contra potencias extranjeras. Pero no paraesos momentos, cuando el ejército recorre el país con la ley de suspen-sión de garantías en la mano, de tal suerte que “un cabo” puede matar,legalmente, a quien quiera. Batalla no olvida: entre los firmantes de lainiciativa de punto de acuerdo se encuentran algunos que no hace mu-cho trataron de “demoler en su reputación y en su honor a ese mismoejército para el que hoy solicitan un voto de confianza”.28 Son estos, cla-ramente, los saldos insolutos de la defenestración de Reyes en 1902.

La violencia latente en el conflicto de las élites contribuyó a reventarlos mecanismos de control y consenso social. Para mayo de 1911, la his-toria de la disputa entre limantouristas y reyistas, la emergencia delantirreleccionismo y el éxito de la insurrección maderista, habían modi-ficado las coordenadas de la política en la ciudad. El 23, 24 y 25 de mayode 1911 tuvieron lugar en la capital los mayores motines populares enlos últimos 50 años, y quizá los más importantes desde el motín del Pa-rián en 1828.29

Tardía pero contundentemente, la ciudad irrumpió en la disolucióndel régimen porfiriano. Tres características de los disturbios son funda-mentales para establecer las fluctuaciones en la cultura política de laciudad. En primer lugar, los motines acaecieron después de la firma delos Tratados de Ciudad Juárez, pero antes de la renuncia de don Porfi-rio; hasta donde ha sido posible reconstruir los acontecimientos y lasdemandas de los amotinados, el fenómeno presentó en todo momentoun claro tono político: la renuncia de don Porfirio.30 El segundo elemen-to de interés fue la ausencia de liderazgo del motín de parte de la élitemaderista. De hecho, los maderistas de la ciudad (Alfredo Robles Do-

mínguez y Francisco Vázquez Gómez, los más conspicuos) se comportanfrente al motín como algo ajeno.31 En cierta forma, los acontecimientosde la ciudad de México del 23 al 25 de mayo son una versión metropo-litana de los numerosos pronunciamientos promaderistas acaecidos enel campo mexicano entre noviembre de 1910 y mayo de 1911. El tercerrasgo de los motines es el horror que generó en la élite. Desde el emba-jador norteamericano hasta los entenados del Porfiriato, los testimonioscontribuyen a la construcción de una imagen apocalíptica de los acon-tecimientos: las referencias a la “comuna” mexicana, a la plebe enloque-cida, a “la orgía” de la democracia, etcétera, abundan.32

3. Los motines de mayo de 1911 muestran que la ciudad de México nofue ajena al gran sacudimiento político que el maderismo significó. Y alcontrario de lo que supone el revisionismo historiográfico, el maderismono fue meramente catárquico, sino que a su vera se generaron actoresque, trasmutados por los acontecimientos, permanecieron y fructifica-ron en el universo político capitalino. El proyecto de milicia municipalde 1912 es un buen ejemplo de cómo una convocatoria a la organizaciónde los sectores populares de la ciudad, dentro de los marcos tradiciona-les, amenaza convertirse rápidamente en otra cosa. Entre febrero y mar-zo de 1912 la gubernatura del Distrito Federal y el ayuntamiento de Mé-xico llamaron a la formación de una milicia ciudadana para enfrentartanto la amenaza de intervención exterior (de los Estados Unidos, se en-tiende) como la insurrección zapatista, que intermitentemente amena-zaba las goteras de la ciudad.

La historia de la milicia municipal de 1912 y de su fracaso resultanfascinantes por varias razones.33 Subrayaremos en este trabajo apenastres. En primera instancia, la convocatoria tuvo un éxito notable. Haciaabril de 1912, se contaba con más de mil 500 hombres sobre las armas en

28 Diario de debates de la Cámara de Diputados, XXV Legislatura, tomo 2, 8 de mayo de1911.

29 Se discute con amplitud las consecuencias de los motines de mayo de 1911 en laciudad de México en Rodríguez Kuri, 1996, 217-248. Uno de los historiadores que ha re-parado en la importancia de los motines de mayo en la ciudad de México es José C. Va-ladés; véase Valadés, 1963, 334-341.

30 Al respecto, véanse Vera Estañol, 1957, 186-187; Prida, 1958, 307-309; Paz Solórza-no, 1986, 134-135; Rodríguez Kuri, 1996, 226.

31 Véase por ejemplo el testimonio de Vázquez Gómez, 1982, 225-229; RodríguezKuri, 1996, 226-228.

32 Vera Estañol, 1957, 186-187; Prida, 1958, 307-309; Paz Solórzano, 1986, 134-135; Ro-dríguez Kuri, 1996, 224.

33 Se intenta un análisis detallado del proyecto miliciano de 1912 en la ciudad de Mé-xico en Rodríguez Kuri, 1996, 233-248.

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malicia y agudeza, Batalla argumenta que “los laureles” deben guardar-se para el caso de la guerra contra potencias extranjeras. Pero no paraesos momentos, cuando el ejército recorre el país con la ley de suspen-sión de garantías en la mano, de tal suerte que “un cabo” puede matar,legalmente, a quien quiera. Batalla no olvida: entre los firmantes de lainiciativa de punto de acuerdo se encuentran algunos que no hace mu-cho trataron de “demoler en su reputación y en su honor a ese mismoejército para el que hoy solicitan un voto de confianza”.28 Son estos, cla-ramente, los saldos insolutos de la defenestración de Reyes en 1902.

La violencia latente en el conflicto de las élites contribuyó a reventarlos mecanismos de control y consenso social. Para mayo de 1911, la his-toria de la disputa entre limantouristas y reyistas, la emergencia delantirreleccionismo y el éxito de la insurrección maderista, habían modi-ficado las coordenadas de la política en la ciudad. El 23, 24 y 25 de mayode 1911 tuvieron lugar en la capital los mayores motines populares enlos últimos 50 años, y quizá los más importantes desde el motín del Pa-rián en 1828.29

Tardía pero contundentemente, la ciudad irrumpió en la disolucióndel régimen porfiriano. Tres características de los disturbios son funda-mentales para establecer las fluctuaciones en la cultura política de laciudad. En primer lugar, los motines acaecieron después de la firma delos Tratados de Ciudad Juárez, pero antes de la renuncia de don Porfi-rio; hasta donde ha sido posible reconstruir los acontecimientos y lasdemandas de los amotinados, el fenómeno presentó en todo momentoun claro tono político: la renuncia de don Porfirio.30 El segundo elemen-to de interés fue la ausencia de liderazgo del motín de parte de la élitemaderista. De hecho, los maderistas de la ciudad (Alfredo Robles Do-

mínguez y Francisco Vázquez Gómez, los más conspicuos) se comportanfrente al motín como algo ajeno.31 En cierta forma, los acontecimientosde la ciudad de México del 23 al 25 de mayo son una versión metropo-litana de los numerosos pronunciamientos promaderistas acaecidos enel campo mexicano entre noviembre de 1910 y mayo de 1911. El tercerrasgo de los motines es el horror que generó en la élite. Desde el emba-jador norteamericano hasta los entenados del Porfiriato, los testimonioscontribuyen a la construcción de una imagen apocalíptica de los acon-tecimientos: las referencias a la “comuna” mexicana, a la plebe enloque-cida, a “la orgía” de la democracia, etcétera, abundan.32

3. Los motines de mayo de 1911 muestran que la ciudad de México nofue ajena al gran sacudimiento político que el maderismo significó. Y alcontrario de lo que supone el revisionismo historiográfico, el maderismono fue meramente catárquico, sino que a su vera se generaron actoresque, trasmutados por los acontecimientos, permanecieron y fructifica-ron en el universo político capitalino. El proyecto de milicia municipalde 1912 es un buen ejemplo de cómo una convocatoria a la organizaciónde los sectores populares de la ciudad, dentro de los marcos tradiciona-les, amenaza convertirse rápidamente en otra cosa. Entre febrero y mar-zo de 1912 la gubernatura del Distrito Federal y el ayuntamiento de Mé-xico llamaron a la formación de una milicia ciudadana para enfrentartanto la amenaza de intervención exterior (de los Estados Unidos, se en-tiende) como la insurrección zapatista, que intermitentemente amena-zaba las goteras de la ciudad.

La historia de la milicia municipal de 1912 y de su fracaso resultanfascinantes por varias razones.33 Subrayaremos en este trabajo apenastres. En primera instancia, la convocatoria tuvo un éxito notable. Haciaabril de 1912, se contaba con más de mil 500 hombres sobre las armas en

28 Diario de debates de la Cámara de Diputados, XXV Legislatura, tomo 2, 8 de mayo de1911.

29 Se discute con amplitud las consecuencias de los motines de mayo de 1911 en laciudad de México en Rodríguez Kuri, 1996, 217-248. Uno de los historiadores que ha re-parado en la importancia de los motines de mayo en la ciudad de México es José C. Va-ladés; véase Valadés, 1963, 334-341.

30 Al respecto, véanse Vera Estañol, 1957, 186-187; Prida, 1958, 307-309; Paz Solórza-no, 1986, 134-135; Rodríguez Kuri, 1996, 226.

31 Véase por ejemplo el testimonio de Vázquez Gómez, 1982, 225-229; RodríguezKuri, 1996, 226-228.

32 Vera Estañol, 1957, 186-187; Prida, 1958, 307-309; Paz Solórzano, 1986, 134-135; Ro-dríguez Kuri, 1996, 224.

33 Se intenta un análisis detallado del proyecto miliciano de 1912 en la ciudad de Mé-xico en Rodríguez Kuri, 1996, 233-248.

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la modalidad territorial de la milicia; pero otro gran grupo de volunta-rios estaba organizado no por jurisdicción territorial, sino por centro detrabajo, y su número podría ser superior a los 4 mil hombres. Así, paramayo de 1912, un número cercano a los 5 mil voluntarios constituía lamilicia de la ciudad.34

La diferencia entre milicia territorial y lo que hemos llamado miliciacorporativa es el segundo elemento de interés. La milicia territorial seformaba por los vecinos voluntarios de cada uno de los ocho cuartelesmayores de la ciudad. Los vecinos de cada cuartel, organizados en susrespectivos cuerpos, tenían como misión fundamental defender esa de-marcación. La milicia territorial estaba a cargo del ayuntamiento, quecomisionaba a uno o dos regidores para coordinar los trabajos de reclu-tamiento y organización en los cuarteles. El entrenamiento de los mili-cianos, sin embargo, corría a cargo de oficiales del ejército.35

La milicia corporativa se organizó por centro de trabajo o por escue-la. Su misión era, al contrario de la territorial, formar brigadas volantesque pudieran desplazarse con rapidez a cualquier punto del Distrito Fe-deral donde sus servicios fueran necesarios. Esta modalidad de organi-zación gozó de un mayor apoyo de la Secretaría de Guerra. Felipe Án-geles, en su calidad de director del Colegio Militar, era el encargado decoordinar militarmente y entrenar tanto a la milicia territorial como a lacorporativa. Pero Ángeles siempre dejó en claro que prefería la segun-da sobre la primera.36

El tercer elemento de interés radica en las dificultades y límites queencontró el proyecto miliciano de 1912. Por una parte, Ángeles siempreargumentó que no tenía el número de oficiales suficientes para entrenary dotar de mandos a los voluntarios. Por otro lado, los milicianos, haciael verano de 1912, expresaron públicamente su temor de que fuesen en-viados al frente –al norte contra los orozquistas o al sur contra los zapa-tistas–, y que por tanto se desvirtuara el sentido de su participación en

la milicia. A los ojos de los voluntarios, la milicia era en principio un or-ganismo de autodefensa de la ciudad.37

La milicia municipal de 1912 fue acompañada de un intento por re-organizar el ejército y por redefinir los vínculos de éste con la sociedad.El fracaso de la segunda reserva de Bernardo Reyes a principios de sigloy el pobre desempeño de un ejército de leva durante la insurrecciónmaderista, por un lado, y la persistencia de la movilización del zapatis-mo en el sur y la sublevación orozquista en el norte, del otro, colocabanal régimen de Madero ante un viejo problema: ¿cómo y dónde obtenerhombres para mantener el esfuerzo bélico de 1912?

Una respuesta fue la instauración del servicio militar obligatorio.Éste se definió siguiendo de cerca la ley española de 1885. La versiónmexicana contemplaba un sorteo –que debería de ser universal e impar-cial– para asignar reclutas a las unidades del ejército. Pero la ley permi-tía que personas con cierta instrucción y con recursos económicos pa-garan una cuota para no ser acuartelados. El servicio al que obligaba laley era de seis años, pero en los tres últimos años el recluta pasaba la re-serva, que a su vez constituía la Guardia Nacional ordenada por laConstitución de 1857. No obstante las novedades maderistas, AlanKnight sostiene que hacia fines de 1912 la desconfianza de los ciuda-danos pobres respecto al reclutamiento, y los problemas de dotación dehombres al ejército regular permanecían más o menos en los términosdel último Porfiriato.38

4. Entre febrero de 1913 y agosto de 1914, y en un proceso con pocos an-tecedentes en México a esa escala, el régimen de Victoriano Huerta en-sayará la militarización de buena parte de la esfera pública y de las ins-tituciones federales y locales de gobierno en la capital. Este fenómenoestá íntimamente vinculado a la naturaleza del régimen. Lo que surgiódel cuartelazo de la Ciudadela y la Decena Trágica, más que un revivalpoco afortunado del modelo político porfiriano, fue la exacerbación dealgunas de sus tendencias más soterradas. Como lo muestra el caso de lasegunda reserva, don Porfirio tuvo profundas reticencias respecto a po-

34 La estimación la fundamentamos en Archivo Histórico de la Ciudad de México(AHCM), Militares. Guardias nacionales, vol. 3277.

35 Rodríguez Kuri, 1996, 239-241.36 Por ejemplo, AHCM, Militares. Guardias nacionales, vol. 3277. De Gutiérrez de Lara

a Felipe Ángeles, 11 de mayo; de Ángeles a Gutiérrez de Lara, 16 de mayo de 1912.

37 Rodríguez Kuri, 1996, 245 ss.38 Al respecto véase Knight, 1990, I:457-458; Proyecto, 1912; Paz, 1912; Proyecto, 1913.

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la modalidad territorial de la milicia; pero otro gran grupo de volunta-rios estaba organizado no por jurisdicción territorial, sino por centro detrabajo, y su número podría ser superior a los 4 mil hombres. Así, paramayo de 1912, un número cercano a los 5 mil voluntarios constituía lamilicia de la ciudad.34

La diferencia entre milicia territorial y lo que hemos llamado miliciacorporativa es el segundo elemento de interés. La milicia territorial seformaba por los vecinos voluntarios de cada uno de los ocho cuartelesmayores de la ciudad. Los vecinos de cada cuartel, organizados en susrespectivos cuerpos, tenían como misión fundamental defender esa de-marcación. La milicia territorial estaba a cargo del ayuntamiento, quecomisionaba a uno o dos regidores para coordinar los trabajos de reclu-tamiento y organización en los cuarteles. El entrenamiento de los mili-cianos, sin embargo, corría a cargo de oficiales del ejército.35

La milicia corporativa se organizó por centro de trabajo o por escue-la. Su misión era, al contrario de la territorial, formar brigadas volantesque pudieran desplazarse con rapidez a cualquier punto del Distrito Fe-deral donde sus servicios fueran necesarios. Esta modalidad de organi-zación gozó de un mayor apoyo de la Secretaría de Guerra. Felipe Án-geles, en su calidad de director del Colegio Militar, era el encargado decoordinar militarmente y entrenar tanto a la milicia territorial como a lacorporativa. Pero Ángeles siempre dejó en claro que prefería la segun-da sobre la primera.36

El tercer elemento de interés radica en las dificultades y límites queencontró el proyecto miliciano de 1912. Por una parte, Ángeles siempreargumentó que no tenía el número de oficiales suficientes para entrenary dotar de mandos a los voluntarios. Por otro lado, los milicianos, haciael verano de 1912, expresaron públicamente su temor de que fuesen en-viados al frente –al norte contra los orozquistas o al sur contra los zapa-tistas–, y que por tanto se desvirtuara el sentido de su participación en

la milicia. A los ojos de los voluntarios, la milicia era en principio un or-ganismo de autodefensa de la ciudad.37

La milicia municipal de 1912 fue acompañada de un intento por re-organizar el ejército y por redefinir los vínculos de éste con la sociedad.El fracaso de la segunda reserva de Bernardo Reyes a principios de sigloy el pobre desempeño de un ejército de leva durante la insurrecciónmaderista, por un lado, y la persistencia de la movilización del zapatis-mo en el sur y la sublevación orozquista en el norte, del otro, colocabanal régimen de Madero ante un viejo problema: ¿cómo y dónde obtenerhombres para mantener el esfuerzo bélico de 1912?

Una respuesta fue la instauración del servicio militar obligatorio.Éste se definió siguiendo de cerca la ley española de 1885. La versiónmexicana contemplaba un sorteo –que debería de ser universal e impar-cial– para asignar reclutas a las unidades del ejército. Pero la ley permi-tía que personas con cierta instrucción y con recursos económicos pa-garan una cuota para no ser acuartelados. El servicio al que obligaba laley era de seis años, pero en los tres últimos años el recluta pasaba la re-serva, que a su vez constituía la Guardia Nacional ordenada por laConstitución de 1857. No obstante las novedades maderistas, AlanKnight sostiene que hacia fines de 1912 la desconfianza de los ciuda-danos pobres respecto al reclutamiento, y los problemas de dotación dehombres al ejército regular permanecían más o menos en los términosdel último Porfiriato.38

4. Entre febrero de 1913 y agosto de 1914, y en un proceso con pocos an-tecedentes en México a esa escala, el régimen de Victoriano Huerta en-sayará la militarización de buena parte de la esfera pública y de las ins-tituciones federales y locales de gobierno en la capital. Este fenómenoestá íntimamente vinculado a la naturaleza del régimen. Lo que surgiódel cuartelazo de la Ciudadela y la Decena Trágica, más que un revivalpoco afortunado del modelo político porfiriano, fue la exacerbación dealgunas de sus tendencias más soterradas. Como lo muestra el caso de lasegunda reserva, don Porfirio tuvo profundas reticencias respecto a po-

34 La estimación la fundamentamos en Archivo Histórico de la Ciudad de México(AHCM), Militares. Guardias nacionales, vol. 3277.

35 Rodríguez Kuri, 1996, 239-241.36 Por ejemplo, AHCM, Militares. Guardias nacionales, vol. 3277. De Gutiérrez de Lara

a Felipe Ángeles, 11 de mayo; de Ángeles a Gutiérrez de Lara, 16 de mayo de 1912.

37 Rodríguez Kuri, 1996, 245 ss.38 Al respecto véase Knight, 1990, I:457-458; Proyecto, 1912; Paz, 1912; Proyecto, 1913.

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líticos como Bernardo Reyes, quizá por la ascendencia de éste en el ejér-cito. El régimen de Huerta no fue entonces un Porfiriato de 15 meses,sino la irrupción de un nuevo bloque político donde los militares juga-ron el papel bisagra clave, tal como ha notado Friedrich Katz. Un ejem-plo: para julio de 1913, 19 de los 27 gobernadores estatales eran militaresde carrera.39

Con Huerta llegó no otro estilo, sino otra manera de hacer política.En una sociedad enormemente tensada por la conflictiva política, undiscurso que reivindicase el orden y el fin mismo de la política tenía po-sibilidades de fructificar. Pero debido a la casi instantanea disidencia deCarranza en Coahuila, de Maytorena en Sonora y a la continuidad de lamovilización zapatista en el sur, el nuevo gobierno debió pasar del di-cho al hecho, casi sin pausa. Es en esta coyuntura que el discurso del go-bierno de Huerta adquiere una dimensión específica. Si el país estaba enguerra o se precipitaba en ella, había que asumir las consecuencias.

Alexandra Richie ha mostrado cómo en Alemania el fenómeno de lamilitarización de la cultura política (sus prácticas, sus imaginarios) tieneuna cronología precisa. No se gana mucho cuando se caracteriza el fe-nómeno tratándolo como un asunto ideosincrático, por ejemplo. En elcaso berlinés, la militarización se convirtió en un fenómeno tangible ymesurable sólo después de la victoria sobre Francia, precisamente cuan-do Berlín se convirtió en la capital del Imperio.40 Toda proporciónguardada –but of course– aquellas prefiguraciones del último Porfiriatoy del maderismo adquieren otra naturaleza durante el régimen de donVictoriano. La diferencia entre la convocatoria para formar la segundareserva en 1900, para formar la milicia municipal en 1912, o para instau-rar el servicio militar obligatorio también en 1912, y las decisiones yconvocatorias del régimen de Huerta, es el carácter marcadamente com-pulsorio de estas últimas. Eduardo Iturbide relata cómo fue llamado undía por el general Huerta, quien se encontraba despachando en su au-tomóvil afuera del café Chapultepec: “Me han informado mis amigosque no es usted tonto y que es honrado y valiente”, le dijo Huerta a undesconfiado Iturbide; “dadas las circunstancias del país y del gobier-

no”, siguió el general, “lo voy a ascender a brigadier y a nombrarle go-bernador del Distrito Federal”. Iturbide apenas y resistió la orden delgeneral, con el argumento de que él no era ni quería ser militar, y menosdeseaba ser gobernador del Distrito Federal. Finalmente, aceptó.41

Como afirma un historiador, a partir del “verano y otoño de 1913,el México bajo el dominio federal empezó gradualmente a convertirseen una inmensa base militar”. Las iniciativas gubernamentales fuerondiversas. De un lado, los empleados de los ministerios y de otras depen-dencias gubernamentales (los ferrocarriles y los telégrafos) fueron convo-cados a recibir instrucción militar; desconocemos a la fecha el resultadode la iniciativa, y sobre todo la respuesta de los trabajadores. Además, alos empleados particulares de la banca, el comercio y los despachos seles convocó también a recibir instrucción militar; no conocemos tam-poco la respuesta de éstos, pero destaca el tono de la convocatoria: “Hallegado el momento de que termine la desmoralización que hay entrevosotros, pues no debéis olvidar de prestar nuestro contingente para elcaso desgraciado de una intervención armada”. Se ensayó también laformación de unidades militares con los estudiantes de las escuelassuperiores. Más aún, y como se sabe, todos y cada uno de los secretariosde estado fueron investidos por Huerta con el grado de generales debrigada.42

El régimen de Huerta pertenece a plenitud al siglo XX, al menos endos sentidos. El primero de ellos es aquel proyecto de guerra total quepretendió materializar en su lucha con los revolucionarios. Quiso, pordecirlo así, que aquellos sectores de la sociedad bajo su control se invo-

39 Katz, 1983, 1: 143-147; Knight, 1990, 2: 20.40 Richie, 1998, 188 ss.

41 Iturbide, 1941, 106-107.42 La cita primera es de Meyer, 1983, 106. El comentario de Meyer sobre la militari-

zación del gobierno y la sociedad es altamente significativo, por tratarse de un historia-dor que explícitamente trata de reivindicar la figura de Huerta. Knight, 1990, 77 ss, desdeotra perspectiva, ha profundizado en el fenómeno de la militarización durante el régi-men de Huerta. Langle, 1976, 49 ss describe al detalle los intentos de Huerta por conver-tir en soldado a todo aquel que se dejara. Sobre la relación (en general buena) de los estu-diantes con Huerta, véase Garciadiego, 1990 y 1996. La cita segunda es de El Imparcial, 27de noviembre de 1913 en Langle, 1976, 64. Womack, 1974, 156 ss ha documentado losefectos de la leva y la militarización de la vida en Morelos antes y sobre todo después delgolpe de febrero.

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líticos como Bernardo Reyes, quizá por la ascendencia de éste en el ejér-cito. El régimen de Huerta no fue entonces un Porfiriato de 15 meses,sino la irrupción de un nuevo bloque político donde los militares juga-ron el papel bisagra clave, tal como ha notado Friedrich Katz. Un ejem-plo: para julio de 1913, 19 de los 27 gobernadores estatales eran militaresde carrera.39

Con Huerta llegó no otro estilo, sino otra manera de hacer política.En una sociedad enormemente tensada por la conflictiva política, undiscurso que reivindicase el orden y el fin mismo de la política tenía po-sibilidades de fructificar. Pero debido a la casi instantanea disidencia deCarranza en Coahuila, de Maytorena en Sonora y a la continuidad de lamovilización zapatista en el sur, el nuevo gobierno debió pasar del di-cho al hecho, casi sin pausa. Es en esta coyuntura que el discurso del go-bierno de Huerta adquiere una dimensión específica. Si el país estaba enguerra o se precipitaba en ella, había que asumir las consecuencias.

Alexandra Richie ha mostrado cómo en Alemania el fenómeno de lamilitarización de la cultura política (sus prácticas, sus imaginarios) tieneuna cronología precisa. No se gana mucho cuando se caracteriza el fe-nómeno tratándolo como un asunto ideosincrático, por ejemplo. En elcaso berlinés, la militarización se convirtió en un fenómeno tangible ymesurable sólo después de la victoria sobre Francia, precisamente cuan-do Berlín se convirtió en la capital del Imperio.40 Toda proporciónguardada –but of course– aquellas prefiguraciones del último Porfiriatoy del maderismo adquieren otra naturaleza durante el régimen de donVictoriano. La diferencia entre la convocatoria para formar la segundareserva en 1900, para formar la milicia municipal en 1912, o para instau-rar el servicio militar obligatorio también en 1912, y las decisiones yconvocatorias del régimen de Huerta, es el carácter marcadamente com-pulsorio de estas últimas. Eduardo Iturbide relata cómo fue llamado undía por el general Huerta, quien se encontraba despachando en su au-tomóvil afuera del café Chapultepec: “Me han informado mis amigosque no es usted tonto y que es honrado y valiente”, le dijo Huerta a undesconfiado Iturbide; “dadas las circunstancias del país y del gobier-

no”, siguió el general, “lo voy a ascender a brigadier y a nombrarle go-bernador del Distrito Federal”. Iturbide apenas y resistió la orden delgeneral, con el argumento de que él no era ni quería ser militar, y menosdeseaba ser gobernador del Distrito Federal. Finalmente, aceptó.41

Como afirma un historiador, a partir del “verano y otoño de 1913,el México bajo el dominio federal empezó gradualmente a convertirseen una inmensa base militar”. Las iniciativas gubernamentales fuerondiversas. De un lado, los empleados de los ministerios y de otras depen-dencias gubernamentales (los ferrocarriles y los telégrafos) fueron convo-cados a recibir instrucción militar; desconocemos a la fecha el resultadode la iniciativa, y sobre todo la respuesta de los trabajadores. Además, alos empleados particulares de la banca, el comercio y los despachos seles convocó también a recibir instrucción militar; no conocemos tam-poco la respuesta de éstos, pero destaca el tono de la convocatoria: “Hallegado el momento de que termine la desmoralización que hay entrevosotros, pues no debéis olvidar de prestar nuestro contingente para elcaso desgraciado de una intervención armada”. Se ensayó también laformación de unidades militares con los estudiantes de las escuelassuperiores. Más aún, y como se sabe, todos y cada uno de los secretariosde estado fueron investidos por Huerta con el grado de generales debrigada.42

El régimen de Huerta pertenece a plenitud al siglo XX, al menos endos sentidos. El primero de ellos es aquel proyecto de guerra total quepretendió materializar en su lucha con los revolucionarios. Quiso, pordecirlo así, que aquellos sectores de la sociedad bajo su control se invo-

39 Katz, 1983, 1: 143-147; Knight, 1990, 2: 20.40 Richie, 1998, 188 ss.

41 Iturbide, 1941, 106-107.42 La cita primera es de Meyer, 1983, 106. El comentario de Meyer sobre la militari-

zación del gobierno y la sociedad es altamente significativo, por tratarse de un historia-dor que explícitamente trata de reivindicar la figura de Huerta. Knight, 1990, 77 ss, desdeotra perspectiva, ha profundizado en el fenómeno de la militarización durante el régi-men de Huerta. Langle, 1976, 49 ss describe al detalle los intentos de Huerta por conver-tir en soldado a todo aquel que se dejara. Sobre la relación (en general buena) de los estu-diantes con Huerta, véase Garciadiego, 1990 y 1996. La cita segunda es de El Imparcial, 27de noviembre de 1913 en Langle, 1976, 64. Womack, 1974, 156 ss ha documentado losefectos de la leva y la militarización de la vida en Morelos antes y sobre todo después delgolpe de febrero.

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lucraran de una u otra forma en la contienda. Lo dos estudios que máshan profundizado en la naturaleza del huertismo, a pesar de su enfoqueteórico y doctrinal distinto, coinciden en ese rasgo del régimen.43 Pero elfracaso de don Victoriano –sobre todo en el terreno puramente militar–involucran inmediatamente el fenómeno de la militarización con lascaracterísticas de la cultura política vigente. En el siguiente apartadoabundaremos en esa relación, para explicar –en mínima parte al menos–la derrota del ejército federal a manos de los revolucionarios en el vera-no de 1914.

El otro rasgo del huertismo que lo coloca dentro de las tradicionesmás ominosas del siglo XX es aquella suerte de guerra sucia que empren-dió contra sus enemigos, ciertamente no sólo en la ciudad capital. Quela resistencia y los pesares de los disidentes en la capital sean difícilesde aprehender obedece, de una lado, quizá a un problema de fuentes,pero de otro a la animadversión de los revolucionarios victoriosos –porejemplo Obregón– respecto a la ciudad de México, sus hombres y susmujeres. Ya ha sido explorado ese fascinante síndrome de la emotividadanticapitalina de algunos personajes del constitucionalismo.44 Por lo de-más, si bien no existe un estudio exhaustivo al respecto, los testimoniosde la prensa después de agosto de 1914 dejan pocas dudas de que la ciu-dad entregó su cuota de sangre a la lucha contra Huerta. Un periódicocalculó45 que en un sólo día la policía de Huerta asesinó a 62 disidentespolíticos en el panteón de la Villa de Guadalupe.

LA GEOPOLÍTICA DE LA REVOLUCIÓN: LA CIUDAD DE MÉXICO Y LA GUERRA

1. Federico Gamboa fue testigo –y según el protagonista– de un hechoque sin duda está vedado al común de los mortales. El 12 de agosto de1914, Gamboa recibió un telefonema del presidente de la República,Francisco S. Carvajal, para que se apersonara urgentemente en PalacioNacional. El asunto era el siguiente: Venustiano Carranza, a la sazón en

Teoloyucan con la vanguardia del ejército constitucionalista, había otor-gado 48 horas a lo que quedaba del gobierno huertista para que pro-cediera a licenciar a los 30 mil hombres del ejército federal que se encon-traban acantonados en la ciudad de México y sus alrededores. El plazose había cumplido y el ministro de guerra, general José Refugio Velasco,se negaba a disolver al ejército a menos que recibiese una orden puntu-al e inequívoca del presidente de la República.

Carvajal, quien sustituía a Victoriano Huerta como titular del Ejecu-tivo desde el 15 de julio, elaboró un acuerdo donde autorizaba a Velascoa hacer con sus tropas –y esta es la versión de Gamboa–“lo que conside-re más apropiado”. A Velasco y a Gamboa les pareció que aquel acuer-do no era práctico y tal vez tampoco digno de un presidente de la Repú-blica. De cualquier forma, Gamboa se presentó ante Velasco y le volvióa solicitar, a nombre del presidente, que asumiera la responsabilidad dedar la órden de disolución del ejército federal. Velasco insistió en su ne-gativa, con el argumento de que el ejército estaba para defender a las au-toridades constituidas; y como Carvajal estaba en preparativos paraabandonar el poder en cualquier momento, a Velasco le parecía todoaquello un galimatías. En resumen, sólo aceptaría girar la orden si elpresidente, en tanto comandante en jefe del ejército, asumía la responsa-bilidad de semejante disposición.

El testimonio de Gamboa da cuentas de cómo se resolvió aquel en-redo: el mismo 12 de agosto, Carvajal nombró a Velasco comandante enjefe del ejército federal, lo invistió “de las más amplias facultades” y loautorizó “a tomar la resolución que, en beneficio de la sociedad y delmismo ejército, estime oportuno, inclusive la disolución de este último”.Comunicado el acuerdo a Velasco, éste lo acepta en sus términos. Velas-co todavía le insinuó a Gamboa, quien fungió otra vez como interme-diario, que si Carvajal hubiese optado por abandonar la ciudad para di-rigirse a otro punto de la República, él –Velasco– lo hubiese escoltado yprotegido con los restos del ejército federal, para –se entiende– conti-nuar la lucha contra los revolucionarios. Pero si Carvajal únicamentedeseaba ser escoltado para abandonar el país por Veracruz, el generalVelasco también otorgaría las garantías del caso.46

43 Nos referimos por supuesto a los recién citados Meyer, 1983 y Knight, 1990.44 Véanse Aguilar Mora, 1982 y Rabell, 1993.45 Véase El sol, 20, 30 y 31 de julio de 1914 46 Gamboa, 1995, VI: 153-157.

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lucraran de una u otra forma en la contienda. Lo dos estudios que máshan profundizado en la naturaleza del huertismo, a pesar de su enfoqueteórico y doctrinal distinto, coinciden en ese rasgo del régimen.43 Pero elfracaso de don Victoriano –sobre todo en el terreno puramente militar–involucran inmediatamente el fenómeno de la militarización con lascaracterísticas de la cultura política vigente. En el siguiente apartadoabundaremos en esa relación, para explicar –en mínima parte al menos–la derrota del ejército federal a manos de los revolucionarios en el vera-no de 1914.

El otro rasgo del huertismo que lo coloca dentro de las tradicionesmás ominosas del siglo XX es aquella suerte de guerra sucia que empren-dió contra sus enemigos, ciertamente no sólo en la ciudad capital. Quela resistencia y los pesares de los disidentes en la capital sean difícilesde aprehender obedece, de una lado, quizá a un problema de fuentes,pero de otro a la animadversión de los revolucionarios victoriosos –porejemplo Obregón– respecto a la ciudad de México, sus hombres y susmujeres. Ya ha sido explorado ese fascinante síndrome de la emotividadanticapitalina de algunos personajes del constitucionalismo.44 Por lo de-más, si bien no existe un estudio exhaustivo al respecto, los testimoniosde la prensa después de agosto de 1914 dejan pocas dudas de que la ciu-dad entregó su cuota de sangre a la lucha contra Huerta. Un periódicocalculó45 que en un sólo día la policía de Huerta asesinó a 62 disidentespolíticos en el panteón de la Villa de Guadalupe.

LA GEOPOLÍTICA DE LA REVOLUCIÓN: LA CIUDAD DE MÉXICO Y LA GUERRA

1. Federico Gamboa fue testigo –y según el protagonista– de un hechoque sin duda está vedado al común de los mortales. El 12 de agosto de1914, Gamboa recibió un telefonema del presidente de la República,Francisco S. Carvajal, para que se apersonara urgentemente en PalacioNacional. El asunto era el siguiente: Venustiano Carranza, a la sazón en

Teoloyucan con la vanguardia del ejército constitucionalista, había otor-gado 48 horas a lo que quedaba del gobierno huertista para que pro-cediera a licenciar a los 30 mil hombres del ejército federal que se encon-traban acantonados en la ciudad de México y sus alrededores. El plazose había cumplido y el ministro de guerra, general José Refugio Velasco,se negaba a disolver al ejército a menos que recibiese una orden puntu-al e inequívoca del presidente de la República.

Carvajal, quien sustituía a Victoriano Huerta como titular del Ejecu-tivo desde el 15 de julio, elaboró un acuerdo donde autorizaba a Velascoa hacer con sus tropas –y esta es la versión de Gamboa–“lo que conside-re más apropiado”. A Velasco y a Gamboa les pareció que aquel acuer-do no era práctico y tal vez tampoco digno de un presidente de la Repú-blica. De cualquier forma, Gamboa se presentó ante Velasco y le volvióa solicitar, a nombre del presidente, que asumiera la responsabilidad dedar la órden de disolución del ejército federal. Velasco insistió en su ne-gativa, con el argumento de que el ejército estaba para defender a las au-toridades constituidas; y como Carvajal estaba en preparativos paraabandonar el poder en cualquier momento, a Velasco le parecía todoaquello un galimatías. En resumen, sólo aceptaría girar la orden si elpresidente, en tanto comandante en jefe del ejército, asumía la responsa-bilidad de semejante disposición.

El testimonio de Gamboa da cuentas de cómo se resolvió aquel en-redo: el mismo 12 de agosto, Carvajal nombró a Velasco comandante enjefe del ejército federal, lo invistió “de las más amplias facultades” y loautorizó “a tomar la resolución que, en beneficio de la sociedad y delmismo ejército, estime oportuno, inclusive la disolución de este último”.Comunicado el acuerdo a Velasco, éste lo acepta en sus términos. Velas-co todavía le insinuó a Gamboa, quien fungió otra vez como interme-diario, que si Carvajal hubiese optado por abandonar la ciudad para di-rigirse a otro punto de la República, él –Velasco– lo hubiese escoltado yprotegido con los restos del ejército federal, para –se entiende– conti-nuar la lucha contra los revolucionarios. Pero si Carvajal únicamentedeseaba ser escoltado para abandonar el país por Veracruz, el generalVelasco también otorgaría las garantías del caso.46

43 Nos referimos por supuesto a los recién citados Meyer, 1983 y Knight, 1990.44 Véanse Aguilar Mora, 1982 y Rabell, 1993.45 Véase El sol, 20, 30 y 31 de julio de 1914 46 Gamboa, 1995, VI: 153-157.

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El relato de Gamboa patentiza como pocos el desastre militar experi-mentado por el gobierno de Victoriano Huerta en el primer semestre de1914. En más de un sentido, estamos ante el final y ante el inicio de otrasmuchas historias. La historia que inmediatamente antecede las diligen-cias de Gamboa, es decir, aquella que llevó directamente a una percep-ción de derrota de parte del gobierno y del ejército federal no se remontamuy atrás. La caída de Zacatecas en poder de los villistas el 23 de junio,la victoria de Obregón en Orendain y la inmediata toma de Guadalajara,en los primeros días de julio de 1914, y el virtual control ejercido por Za-pata en Morelos y partes de los estados de México, Puebla, Guerrero,Tlaxcala y Michoacán, crearon las condiciones para que aquella percep-ción apareciera en el campo federal. Pero al mismo tiempo que la derro-ta de los ejércitos del huertismo, lo que establecieron los acontecimien-tos del verano de 1914 fue la quiebra del modelo militar del Porfiriato.47

Esto último es sumamente importante, y quedó evidenciado en losTratados de Teoloyucan. Éstos consisten en dos actas que organizan ydetallan la rendición de la ciudad de México y la desmovilización y di-solución propiamente dicha del ejército federal. Con un vocabulario yuna sintaxis carente de emoción y de giro estilístico alguno, los docu-mentos resaltan una suerte de programa de ocupación de la capital porparte de los revolucionarios, de desocupación de parte de las tropasfederales, y señalan además las medidas más urgentes para mantener elorden y un cierto principio de autoridad en la ciudad.

El acta primera es un acuerdo directo y sin mediaciones entre Álva-ro Obregón (comisionado por Carranza para ocupar la ciudad de Méxi-co) y Eduardo Iturbide, a la sazón encargado de la gubernatura y de lapolicía del Distrito Federal. En el acta, Iturbide acepta que la ciudad seaocupada por los constitucionalistas en la medida en que “vayan retirán-dose” las tropas federales y acepta asimismo entregar, una vez ocupadala plaza, todos los cuerpos de policía al general Obregón. Éste, por suparte, se compromete a que la ocupación se consume en “perfecto or-den”. Este acuerdo, presumimos, es el acta de rendición de la ciudad.

El segundo documento es mucho más amplio, pues detalló la formaen que se desmovilizaría el ejército federal en todas las plazas no toma-

das a la fecha por los constitucionalistas, y previó el destino de los ofi-ciales, los pertrechos y los buques del ejército federal. De hecho, estesegundo documento es, nos parece, el testimonio de la rendición delejército federal. De ahí que hayan firmado el acuerdo el general GustavoSalas en representación del ejército federal, y el vicealmirante Othón P.Blanco, por parte de la armada nacional. Los puntos I, III y IV de estesegundo documento establecieron ciertas condiciones específicas parael caso de la ciudad de México. Así, al abandonar la plaza de México lossoldados federales se distribuirán “en las poblaciones a lo largo del fe-rrocarril de México a Puebla, en grupos no mayores de cinco mil hom-bres”, sin artillería ni municiones de reserva; a esos sitios acudirían de-legados del ejército constitucionalista a recibir las armas personales(punto I). Se ordenaba además que conforme se retirasen las tropas fe-derales, los constitucionalistas ocuparían las posiciones (punto III).Finalmente se hizo especial énfasis en las posiciones de Tlalpan, Xochi-milco y San Ángel, y en general las que se encontraban “frente a los za-patistas”, las cuales no serían evacuadas por los federales sino hasta quetomasen posiciones los constitucionalistas (punto IV).48

Ahora bien ¿Por qué el gobierno de Carvajal y el alto mando delejército federal no tomaron la decisión de resistir en la ciudad de Méxi-co? En el único análisis que conocemos al respecto, Juan Barragán Ro-dríguez, en ese entonces jefe del estado mayor de Carranza, consideróinjustas las críticas que algunos oficiales del ejército federal –no dicecuáles ni cita fuente– dirigieron al general José Refugio Velasco por ha-ber aceptado las condiciones establecidas en los Tratados de Teoloyu-can. Según Barragán, los críticos de Velasco usaron como argumento elhecho de que Obregón entró a la ciudad de México con sólo 6 mil hom-bres. Ello hablaría de una sobrestimación de las fuerzas revolucionariasde parte del gobierno y del alto mando del ejército.49

47 Cumberland,1983, 134 ss; Knight, 1990, II: 141 ss; Womack, 1974, 156 ss.

48 Las dos actas de los Tratados de Teoloyucan se encuentran en Obregón, 1973, 158-163. En muchos otros trabajos se han reproducido lo que se denomina los Tratados deTeoloyucan, pero usualmente se presenta el segundo documento. Hablo de primer y se-gundo documento, según el orden en que los presenta Obregón.

49 Barragán, 1946, I: 603-605.

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El relato de Gamboa patentiza como pocos el desastre militar experi-mentado por el gobierno de Victoriano Huerta en el primer semestre de1914. En más de un sentido, estamos ante el final y ante el inicio de otrasmuchas historias. La historia que inmediatamente antecede las diligen-cias de Gamboa, es decir, aquella que llevó directamente a una percep-ción de derrota de parte del gobierno y del ejército federal no se remontamuy atrás. La caída de Zacatecas en poder de los villistas el 23 de junio,la victoria de Obregón en Orendain y la inmediata toma de Guadalajara,en los primeros días de julio de 1914, y el virtual control ejercido por Za-pata en Morelos y partes de los estados de México, Puebla, Guerrero,Tlaxcala y Michoacán, crearon las condiciones para que aquella percep-ción apareciera en el campo federal. Pero al mismo tiempo que la derro-ta de los ejércitos del huertismo, lo que establecieron los acontecimien-tos del verano de 1914 fue la quiebra del modelo militar del Porfiriato.47

Esto último es sumamente importante, y quedó evidenciado en losTratados de Teoloyucan. Éstos consisten en dos actas que organizan ydetallan la rendición de la ciudad de México y la desmovilización y di-solución propiamente dicha del ejército federal. Con un vocabulario yuna sintaxis carente de emoción y de giro estilístico alguno, los docu-mentos resaltan una suerte de programa de ocupación de la capital porparte de los revolucionarios, de desocupación de parte de las tropasfederales, y señalan además las medidas más urgentes para mantener elorden y un cierto principio de autoridad en la ciudad.

El acta primera es un acuerdo directo y sin mediaciones entre Álva-ro Obregón (comisionado por Carranza para ocupar la ciudad de Méxi-co) y Eduardo Iturbide, a la sazón encargado de la gubernatura y de lapolicía del Distrito Federal. En el acta, Iturbide acepta que la ciudad seaocupada por los constitucionalistas en la medida en que “vayan retirán-dose” las tropas federales y acepta asimismo entregar, una vez ocupadala plaza, todos los cuerpos de policía al general Obregón. Éste, por suparte, se compromete a que la ocupación se consume en “perfecto or-den”. Este acuerdo, presumimos, es el acta de rendición de la ciudad.

El segundo documento es mucho más amplio, pues detalló la formaen que se desmovilizaría el ejército federal en todas las plazas no toma-

das a la fecha por los constitucionalistas, y previó el destino de los ofi-ciales, los pertrechos y los buques del ejército federal. De hecho, estesegundo documento es, nos parece, el testimonio de la rendición delejército federal. De ahí que hayan firmado el acuerdo el general GustavoSalas en representación del ejército federal, y el vicealmirante Othón P.Blanco, por parte de la armada nacional. Los puntos I, III y IV de estesegundo documento establecieron ciertas condiciones específicas parael caso de la ciudad de México. Así, al abandonar la plaza de México lossoldados federales se distribuirán “en las poblaciones a lo largo del fe-rrocarril de México a Puebla, en grupos no mayores de cinco mil hom-bres”, sin artillería ni municiones de reserva; a esos sitios acudirían de-legados del ejército constitucionalista a recibir las armas personales(punto I). Se ordenaba además que conforme se retirasen las tropas fe-derales, los constitucionalistas ocuparían las posiciones (punto III).Finalmente se hizo especial énfasis en las posiciones de Tlalpan, Xochi-milco y San Ángel, y en general las que se encontraban “frente a los za-patistas”, las cuales no serían evacuadas por los federales sino hasta quetomasen posiciones los constitucionalistas (punto IV).48

Ahora bien ¿Por qué el gobierno de Carvajal y el alto mando delejército federal no tomaron la decisión de resistir en la ciudad de Méxi-co? En el único análisis que conocemos al respecto, Juan Barragán Ro-dríguez, en ese entonces jefe del estado mayor de Carranza, consideróinjustas las críticas que algunos oficiales del ejército federal –no dicecuáles ni cita fuente– dirigieron al general José Refugio Velasco por ha-ber aceptado las condiciones establecidas en los Tratados de Teoloyu-can. Según Barragán, los críticos de Velasco usaron como argumento elhecho de que Obregón entró a la ciudad de México con sólo 6 mil hom-bres. Ello hablaría de una sobrestimación de las fuerzas revolucionariasde parte del gobierno y del alto mando del ejército.49

47 Cumberland,1983, 134 ss; Knight, 1990, II: 141 ss; Womack, 1974, 156 ss.

48 Las dos actas de los Tratados de Teoloyucan se encuentran en Obregón, 1973, 158-163. En muchos otros trabajos se han reproducido lo que se denomina los Tratados deTeoloyucan, pero usualmente se presenta el segundo documento. Hablo de primer y se-gundo documento, según el orden en que los presenta Obregón.

49 Barragán, 1946, I: 603-605.

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Conocemos ya las reticencias emocionales y de forma de Velascopara aceptar los Tratados. Poco sabemos sin embargo de sus cálculospropiamente militares respecto a las posibilidades de instrumentar unadefensa de la capital. Según el propio Barragán, las fuerzas de los cons-titucionalistas desplegadas alrededor de la ciudad alcanzaban los 40 milhombres. Pero en caso dado, los revolucionarios podrían haber desple-gado un ejército del orden de los 90 o 100 mil efectivos alrededor de laciudad, una vez que recurrieran a los contingentes ubicados en el norte,el occidente y el centro del país. Tal concentración de tropas hubiesesido posible, escribió Barragán, en virtud del control constitucionalistade las principales líneas ferroviarias nacionales.50

Álvaro Obregón afirmó que la guarnición federal en la ciudad deMéxico, incluyendo los cuerpos de policía, sumaban 33 mil hombres, yque tenían pertrechos suficientes para combatir 30 días.51 Suponien-do que esto fuera así, no parece haber una gran disparidad entre el nú-mero de efectivos federales y los 40 mil hombres bajo el mando directode Obregón. Si bien Barragán quizá tenga razón en que los constitucio-nalistas podrían haber alcanzado una fuerza de 90 o 100 mil efectivos,esa movilización de fuerzas hubiese tomado su tiempo, y hubiese re-querido un gran esfuerzo logístico y organizativo. Pero sobre todo, hu-biese exigido de la unidad operativa de las fuerzas revolucionarias bajoun mando centralizado, y son ya de sobra conocidas las desconfianzasmutuas entre carrancistas, villistas y zapatistas hacia julio de 1914.52

Un elemento a considerar es si el gobierno y el ejército federal, encaso de haber resistido en la ciudad de México, pudieron haber conse-guido una rendición más honrosa y políticamente menos compromete-dora. Que el gobierno de Carvajal y el ejército hayan aceptado las con-

diciones impuestas en Teoluycan tuvo consecuencias estratégicas: dehecho, con su rendición la oficialidad del ejército liberal desapareciócomo cuerpo y, digámoslo así, como actor propiamente dicho. Aquelejército que se formó al calor de la revolución liberal del período 1840-1870, abandonó en definitiva la escena de la historia de México, caso ésteciertamente no muy común en la historia de otros estados modernos.

Las razones por las que el gobierno de Carvajal y el ejército federalclaudicaron sin luchar en la capital obedecen –proponemos– a la natura-leza misma del ejército federal y al ambiente social –por llamarlo de al-guna manera– de la ciudad. Así, luego de que Eduardo Iturbide fueinvestido un poco a la fuerza del grado de brigadier, se dedicó–según sutestimonio– a liberar presos de la cárcel de Belem, los cuales habían sidoacusados “por los esbirros de las comisarías” de ser colaboradores delos revolucionarios. Pero ese no era el único problema. El pánico habíacundido a todos niveles del gobierno: los jefes políticos y los regidoresde las municipalidades foráneas renunciaban en masa, en las reunionesdel gabinete no se atinaba qué hacer, y se propuso organizar una velozhuida y dejar la capital “en manos del ayuntamiento como lo hizo Mi-ramón”53 –vaya lapsus.

Pero quizá la causa más importante para aquella rendición se en-cuentre en el temor a una venganza de gran escala de parte de los revo-lucionarios en combinación con un ajuste de cuentas de algunos secto-res de la capital. El 12 de agosto de 1914, Iturbide declaró ante Obregónque la ciudad era rendida, y por tanto necesitaba garantías, por temor a“las fuerzas desenfrenadas de la plebe, que sólo desea saquear y robar”;era rendida porque los “cuarterles [...] están reventando como un polvo-rín, pletóricos de reclusos cogidos en la leva contra su voluntad”, reclu-sos que “esperan ansiosos la oporunidad para volverse contra sus jefesy entregarse también al pillaje”; en fin, era rendida por temor a “los za-patistas, que atacan en chusma a la ciudad y no obedecen ni a usted [esdecir a Obregón] ni a nadie, sino a sus instintos de desenfreno”. Y no lefaltó otro dato a Iturbide: la tropa de leva se estaba pasando a los zapa-tistas. Esto último es clave: en realidad, sólo las fuerzas de Zapata pu-

50 Barragán, 1946, I: 604. Barragán deja fuera de su cálculo, y así lo reconoce, una grancantidad de fuerzas no concentradas en grandes contingentes como la División delNorte, la División del Centro, etcétera. Así pues, su cálculo no estaría alejado del de E.Liewen (citado en Durán, 1985, 204), quien calcula el total de las fuerzas revolucionariasen unos 150 mil hombres hacia el verano de 1914.

51 Obregón, 1973, 165.52 Sobre los recelos zapatistas por no ser invitados por Obregón a ocupar la ciudad

de México, Womack, 1974, 186-187; el dilema militar que la ocupación de Obregón de lacapital originó en el campo villista se encuentra analizado en Katz, 1998, I: 408-409. 53 Iturbide, 1941, 108 y 123-127.

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Conocemos ya las reticencias emocionales y de forma de Velascopara aceptar los Tratados. Poco sabemos sin embargo de sus cálculospropiamente militares respecto a las posibilidades de instrumentar unadefensa de la capital. Según el propio Barragán, las fuerzas de los cons-titucionalistas desplegadas alrededor de la ciudad alcanzaban los 40 milhombres. Pero en caso dado, los revolucionarios podrían haber desple-gado un ejército del orden de los 90 o 100 mil efectivos alrededor de laciudad, una vez que recurrieran a los contingentes ubicados en el norte,el occidente y el centro del país. Tal concentración de tropas hubiesesido posible, escribió Barragán, en virtud del control constitucionalistade las principales líneas ferroviarias nacionales.50

Álvaro Obregón afirmó que la guarnición federal en la ciudad deMéxico, incluyendo los cuerpos de policía, sumaban 33 mil hombres, yque tenían pertrechos suficientes para combatir 30 días.51 Suponien-do que esto fuera así, no parece haber una gran disparidad entre el nú-mero de efectivos federales y los 40 mil hombres bajo el mando directode Obregón. Si bien Barragán quizá tenga razón en que los constitucio-nalistas podrían haber alcanzado una fuerza de 90 o 100 mil efectivos,esa movilización de fuerzas hubiese tomado su tiempo, y hubiese re-querido un gran esfuerzo logístico y organizativo. Pero sobre todo, hu-biese exigido de la unidad operativa de las fuerzas revolucionarias bajoun mando centralizado, y son ya de sobra conocidas las desconfianzasmutuas entre carrancistas, villistas y zapatistas hacia julio de 1914.52

Un elemento a considerar es si el gobierno y el ejército federal, encaso de haber resistido en la ciudad de México, pudieron haber conse-guido una rendición más honrosa y políticamente menos compromete-dora. Que el gobierno de Carvajal y el ejército hayan aceptado las con-

diciones impuestas en Teoluycan tuvo consecuencias estratégicas: dehecho, con su rendición la oficialidad del ejército liberal desapareciócomo cuerpo y, digámoslo así, como actor propiamente dicho. Aquelejército que se formó al calor de la revolución liberal del período 1840-1870, abandonó en definitiva la escena de la historia de México, caso ésteciertamente no muy común en la historia de otros estados modernos.

Las razones por las que el gobierno de Carvajal y el ejército federalclaudicaron sin luchar en la capital obedecen –proponemos– a la natura-leza misma del ejército federal y al ambiente social –por llamarlo de al-guna manera– de la ciudad. Así, luego de que Eduardo Iturbide fueinvestido un poco a la fuerza del grado de brigadier, se dedicó–según sutestimonio– a liberar presos de la cárcel de Belem, los cuales habían sidoacusados “por los esbirros de las comisarías” de ser colaboradores delos revolucionarios. Pero ese no era el único problema. El pánico habíacundido a todos niveles del gobierno: los jefes políticos y los regidoresde las municipalidades foráneas renunciaban en masa, en las reunionesdel gabinete no se atinaba qué hacer, y se propuso organizar una velozhuida y dejar la capital “en manos del ayuntamiento como lo hizo Mi-ramón”53 –vaya lapsus.

Pero quizá la causa más importante para aquella rendición se en-cuentre en el temor a una venganza de gran escala de parte de los revo-lucionarios en combinación con un ajuste de cuentas de algunos secto-res de la capital. El 12 de agosto de 1914, Iturbide declaró ante Obregónque la ciudad era rendida, y por tanto necesitaba garantías, por temor a“las fuerzas desenfrenadas de la plebe, que sólo desea saquear y robar”;era rendida porque los “cuarterles [...] están reventando como un polvo-rín, pletóricos de reclusos cogidos en la leva contra su voluntad”, reclu-sos que “esperan ansiosos la oporunidad para volverse contra sus jefesy entregarse también al pillaje”; en fin, era rendida por temor a “los za-patistas, que atacan en chusma a la ciudad y no obedecen ni a usted [esdecir a Obregón] ni a nadie, sino a sus instintos de desenfreno”. Y no lefaltó otro dato a Iturbide: la tropa de leva se estaba pasando a los zapa-tistas. Esto último es clave: en realidad, sólo las fuerzas de Zapata pu-

50 Barragán, 1946, I: 604. Barragán deja fuera de su cálculo, y así lo reconoce, una grancantidad de fuerzas no concentradas en grandes contingentes como la División delNorte, la División del Centro, etcétera. Así pues, su cálculo no estaría alejado del de E.Liewen (citado en Durán, 1985, 204), quien calcula el total de las fuerzas revolucionariasen unos 150 mil hombres hacia el verano de 1914.

51 Obregón, 1973, 165.52 Sobre los recelos zapatistas por no ser invitados por Obregón a ocupar la ciudad

de México, Womack, 1974, 186-187; el dilema militar que la ocupación de Obregón de lacapital originó en el campo villista se encuentra analizado en Katz, 1998, I: 408-409. 53 Iturbide, 1941, 108 y 123-127.

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dieron haber disputado a Obregón la ocupación de la ciudad; hacia juliode 1914, el suriano sopesaba seriamente la posibilidad de “entrar por supropia fuerza a la ciudad, tal vez mediante la coordinación de un levan-tamiento en el interior de la misma con un asalto a través de los subur-bios”.54

Suponemos en este trabajo que Carranza temía que Zapata ocuparala ciudad de México en lugar o antes de que lo hicieran las tropas deObregón. Por eso Carranza se mostró temerario y no dudó en solicitarla rendición incondicional del ejército federal. Por eso, además, Carran-za utilizó un tono amenazante que anunciaba un apocalipsis: en julio de1914 declaró que la justicia que le asistía al constitucionalismo en casode ordenarse un asalto provenía de la certeza de que la capital “nada haperdido, y sin embrago es siempre cuna de todos los cuartelazos”; portanto “justo es que pague esta vez sus faltas”.55 La desmoralización delgobierno y del ejército, sumado al temor de una sublevación popular yde un ajuste de cuentas plebeyo, seguramente mucho más dramáticoy sangriento que los motines de mayo de 1911, sellaron el destino deuna ciudad, de un ejército y de un Estado.

2. ¿Qué ciudad percibían, qué ciudad imaginaban los revolucionarios?Obviamente, sus testimonios –y los de sus detractores ideológicos o po-líticos– son la fuentes más importantes para caracterizar la importanciasimbólica atribuida a la ciudad de México.56 Pero tal vez, sólo tal vez, sepuede jugar con algunos elementos de pretensiones más objetivas. Por-que extraño ha sido el fenómeno que llamamos ciudad de México: suinapelable centralidad política y simbólica –si es que estos términospueden separarse– no guarda proporción, hacia 1910, con lo que mues-tran algunos de los indicadores usualmente más obvios para determi-nar el peso específico de una ciudad en una región o, más aún, en unanación. El cuadro 1 permite visualizar cómo, si nos atuviésemos auna relación aritmética por demás elemental, la significación simbólica

de la ciudad no puede obedecer sólo a la gravitación de su población enel total nacional; incluso si tomamos el total de la población del DistritoFederal, el peso de aquella en el total de la población nacional está lejosde ser espectacular.

CUADRO 1

Algunos indicadores demográficos del Distrito Federal y de la ciudadde México, y su incidencia en los totales nacionales.57

Indicadores/años 1900 1910 1921

Población nacional 13 607 277 15 160 369 14 334 780Población de Distrito Federal 541 516 720 753 906 063Población de la municipalidad de México 368 898 471 066 615 367Población del Distrito Federal como porcentaje de la nacional 3.9 4.7 6.3Lugar del Distrito Federal entre las entidades más pobladas de la República 10 8 6Habitantes por kilómetro cuadrado en el Distrito Federal 361.3 480.8 610.9Lugar del Distrito Federal entre las entidades más densamente pobladas 1 1 1Población de la municipalidad de México como porcentaje de la del Distrito Federal 68.1 65.3 67.9Población de la ciudad de México como porcentaje de la nacional 2.7 3.1 4.2

54 Iturbide, 1941, 137; la última cita es de Womack, 1974, 186.55 Iturbide, 1941, 137.56 Dos de los trabajos que recogen y analizan la imagen de la ciudad en los revolu-

cionarios son Aguilar, 1982 y Rabell, 1993. 57 El cuadro se elaboró con datos disponibles en Departamento, 1928 y Loyo, 1988.

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dieron haber disputado a Obregón la ocupación de la ciudad; hacia juliode 1914, el suriano sopesaba seriamente la posibilidad de “entrar por supropia fuerza a la ciudad, tal vez mediante la coordinación de un levan-tamiento en el interior de la misma con un asalto a través de los subur-bios”.54

Suponemos en este trabajo que Carranza temía que Zapata ocuparala ciudad de México en lugar o antes de que lo hicieran las tropas deObregón. Por eso Carranza se mostró temerario y no dudó en solicitarla rendición incondicional del ejército federal. Por eso, además, Carran-za utilizó un tono amenazante que anunciaba un apocalipsis: en julio de1914 declaró que la justicia que le asistía al constitucionalismo en casode ordenarse un asalto provenía de la certeza de que la capital “nada haperdido, y sin embrago es siempre cuna de todos los cuartelazos”; portanto “justo es que pague esta vez sus faltas”.55 La desmoralización delgobierno y del ejército, sumado al temor de una sublevación popular yde un ajuste de cuentas plebeyo, seguramente mucho más dramáticoy sangriento que los motines de mayo de 1911, sellaron el destino deuna ciudad, de un ejército y de un Estado.

2. ¿Qué ciudad percibían, qué ciudad imaginaban los revolucionarios?Obviamente, sus testimonios –y los de sus detractores ideológicos o po-líticos– son la fuentes más importantes para caracterizar la importanciasimbólica atribuida a la ciudad de México.56 Pero tal vez, sólo tal vez, sepuede jugar con algunos elementos de pretensiones más objetivas. Por-que extraño ha sido el fenómeno que llamamos ciudad de México: suinapelable centralidad política y simbólica –si es que estos términospueden separarse– no guarda proporción, hacia 1910, con lo que mues-tran algunos de los indicadores usualmente más obvios para determi-nar el peso específico de una ciudad en una región o, más aún, en unanación. El cuadro 1 permite visualizar cómo, si nos atuviésemos auna relación aritmética por demás elemental, la significación simbólica

de la ciudad no puede obedecer sólo a la gravitación de su población enel total nacional; incluso si tomamos el total de la población del DistritoFederal, el peso de aquella en el total de la población nacional está lejosde ser espectacular.

CUADRO 1

Algunos indicadores demográficos del Distrito Federal y de la ciudadde México, y su incidencia en los totales nacionales.57

Indicadores/años 1900 1910 1921

Población nacional 13 607 277 15 160 369 14 334 780Población de Distrito Federal 541 516 720 753 906 063Población de la municipalidad de México 368 898 471 066 615 367Población del Distrito Federal como porcentaje de la nacional 3.9 4.7 6.3Lugar del Distrito Federal entre las entidades más pobladas de la República 10 8 6Habitantes por kilómetro cuadrado en el Distrito Federal 361.3 480.8 610.9Lugar del Distrito Federal entre las entidades más densamente pobladas 1 1 1Población de la municipalidad de México como porcentaje de la del Distrito Federal 68.1 65.3 67.9Población de la ciudad de México como porcentaje de la nacional 2.7 3.1 4.2

54 Iturbide, 1941, 137; la última cita es de Womack, 1974, 186.55 Iturbide, 1941, 137.56 Dos de los trabajos que recogen y analizan la imagen de la ciudad en los revolu-

cionarios son Aguilar, 1982 y Rabell, 1993. 57 El cuadro se elaboró con datos disponibles en Departamento, 1928 y Loyo, 1988.

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Pero lo más obvio también puede ser verdadero. La ciudad capitalera el estandarte, la representación del Estado. La ciudad de México era(y es) un “lugar” simbólicamente hablando. La ciudad que le da nom-bre al país no podía dejar de ser el objetivo político de una guerra. Laocupación de la ciudad de México había sido contemplada con una altaprioridad en dos de los documentos programáticos más importantes dela Revolución mexicana. No obstante, existe al menos una diferenciacualitativa importante entre ellos. El punto número cinco del Plan deSan Luis consideraba que la ocupación de la capital y de más de la mi-tad de los estados de la Federación era la condición necesaria para queel presidente provisional –en este caso Francisco I. Madero– convocaraa elecciones generales extraordinarias; pero la presidencia provisionalde Madero no dependió de la ocupación de la capital, sino que emanó deforma inmediata del Plan. En cambio, el Plan de Guadalupe ordenó ensu punto número cinco que al momento de ocuparse la capital de la Re-pública, Venustiano Carranza (“o quien los hubiese substituido en elmando”) dejaría de ser el primer jefe de la Revolución, y asumiría interi-namente el poder ejecutivo de la nación.58

Esa diferencia programática entre el Plan de San Luis y el de Guada-lupe tiene implicaciones prácticas. Ya los historiadores han reparado enel hecho de que el constitucionalismo representó una suerte de autocrí-tica del maderismo.59 De hecho, desde 1912, estados como los de Sonoray Coahuila habían identificado la importancia estratégica de conservarfuerzas militares bajo el control directo e inmediato de los gobernado-res (Maytorena y Carranza, en este caso).60 Esa autocrítica será más se-vera en tratándose de una definición más estructurada de un pensa-miento militar y geopolítico. Como se pudo observar en el caso de larendición de la ciudad y del ejército federal, no se otorgaron concesio-nes a los derrotados, y ni Carranza ni Obregón parecen haber trasmiti-

do duda alguna sobre su decisión de conquistar la ciudad de México,con todo y que ésta estaba defendida por unos 30 mil hombres del ejér-cito huertista.

En otras palabras, en el verano de 1914 el pensamiento de los cons-titucionalistas alcanzó algunas certezas respecto a la ciudad y su impor-tancia geopolítica. Estas certezas resumían un aprendizaje dictado porla guerra en los frentes del amplio norte, el centro, el oriente y el sur,pero también resumían un aprendizaje sobre los comportamientos polí-ticos locales en la ciudad de México. Un ejemplo: hacia abril de 1914,Zapata había construido una visión geopolítica estructurada, la cual lepermitía valorar la importancia simbólica de ocupar con sus fuerzas lacapital nacional. Si, como vimos, fue Obregón y no Zapata quien ocupóla ciudad, ésto obedeció más a una indecisión de último momento (yquizá a una preocupación de carácter logístico), que a un cálculo estra-tégico propiamente dicho.61

La ciudad fue ocupada el 15 de agosto de 1914, pero –si se observael mapa 1–62 es dable suponer la existencia de una lógica militar másamplia: los movimientos del ejército de Obregón en los días previos a laocupación de la capital evidencian que los constitucionalistas primera-mente estaban interesados en posicionarse y consolidar un gran arcoque va de Toluca, a Orizaba , pasando por la ciudad de México y Puebla.Esa parábola representa la convición de Carranza y de Obregón de quesu retaguardia verdadera estará en el Veracruz, en caso de que no se lle-gase a un acuerdo político con zapatistas y villistas.

Esa convicción estaba fundada en la experiencia: tres de los grandescontingentes militares de la Revolución –los de Villa, Carranza y Obre-gón– siempre recibieron importantes dividendos de su control de lafrontera norte, en Chihuahua, Coahuila y Sonora respectivamente. Elcontrol del comercio y de las aduanas de los puertos fronterizos permi-tía obtener armas, parque, implementos, divisas. Pero conforme se acer-caran a la ciudad de México, cualquiera de esos contigente estaba obli-

58 Véanse sendos documentos en Planes, 1974, 32-41 y 137-144.59 La expresión es de Arnaldo Córdova, citado en Knight, 1990 2: 13.60 Al respecto, pueden revisarse las sucesivas actitudes de los sonorenses respecto a

la crisis política del maderismo y respecto al propio golpe de Huerta en febrero de 1913en Aguilar Camín, 1985, 268 ss. Asimismo véase Aguilar Mora, 1990, para identificartambién las actitudes de Carranza y sus seguidores.

61 Womack, 1974, 183-187.62 Los seis mapas que aparecen en este artículo tienen por fuente los siguientes tra-

bajos: Barragán, 1946; Obregón, 1973; Ramírez, 1941; Sánchez Lamego, 1969; SánchezLamego, 1979; y Sánchez Lamego, 1983.

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Pero lo más obvio también puede ser verdadero. La ciudad capitalera el estandarte, la representación del Estado. La ciudad de México era(y es) un “lugar” simbólicamente hablando. La ciudad que le da nom-bre al país no podía dejar de ser el objetivo político de una guerra. Laocupación de la ciudad de México había sido contemplada con una altaprioridad en dos de los documentos programáticos más importantes dela Revolución mexicana. No obstante, existe al menos una diferenciacualitativa importante entre ellos. El punto número cinco del Plan deSan Luis consideraba que la ocupación de la capital y de más de la mi-tad de los estados de la Federación era la condición necesaria para queel presidente provisional –en este caso Francisco I. Madero– convocaraa elecciones generales extraordinarias; pero la presidencia provisionalde Madero no dependió de la ocupación de la capital, sino que emanó deforma inmediata del Plan. En cambio, el Plan de Guadalupe ordenó ensu punto número cinco que al momento de ocuparse la capital de la Re-pública, Venustiano Carranza (“o quien los hubiese substituido en elmando”) dejaría de ser el primer jefe de la Revolución, y asumiría interi-namente el poder ejecutivo de la nación.58

Esa diferencia programática entre el Plan de San Luis y el de Guada-lupe tiene implicaciones prácticas. Ya los historiadores han reparado enel hecho de que el constitucionalismo representó una suerte de autocrí-tica del maderismo.59 De hecho, desde 1912, estados como los de Sonoray Coahuila habían identificado la importancia estratégica de conservarfuerzas militares bajo el control directo e inmediato de los gobernado-res (Maytorena y Carranza, en este caso).60 Esa autocrítica será más se-vera en tratándose de una definición más estructurada de un pensa-miento militar y geopolítico. Como se pudo observar en el caso de larendición de la ciudad y del ejército federal, no se otorgaron concesio-nes a los derrotados, y ni Carranza ni Obregón parecen haber trasmiti-

do duda alguna sobre su decisión de conquistar la ciudad de México,con todo y que ésta estaba defendida por unos 30 mil hombres del ejér-cito huertista.

En otras palabras, en el verano de 1914 el pensamiento de los cons-titucionalistas alcanzó algunas certezas respecto a la ciudad y su impor-tancia geopolítica. Estas certezas resumían un aprendizaje dictado porla guerra en los frentes del amplio norte, el centro, el oriente y el sur,pero también resumían un aprendizaje sobre los comportamientos polí-ticos locales en la ciudad de México. Un ejemplo: hacia abril de 1914,Zapata había construido una visión geopolítica estructurada, la cual lepermitía valorar la importancia simbólica de ocupar con sus fuerzas lacapital nacional. Si, como vimos, fue Obregón y no Zapata quien ocupóla ciudad, ésto obedeció más a una indecisión de último momento (yquizá a una preocupación de carácter logístico), que a un cálculo estra-tégico propiamente dicho.61

La ciudad fue ocupada el 15 de agosto de 1914, pero –si se observael mapa 1–62 es dable suponer la existencia de una lógica militar másamplia: los movimientos del ejército de Obregón en los días previos a laocupación de la capital evidencian que los constitucionalistas primera-mente estaban interesados en posicionarse y consolidar un gran arcoque va de Toluca, a Orizaba , pasando por la ciudad de México y Puebla.Esa parábola representa la convición de Carranza y de Obregón de quesu retaguardia verdadera estará en el Veracruz, en caso de que no se lle-gase a un acuerdo político con zapatistas y villistas.

Esa convicción estaba fundada en la experiencia: tres de los grandescontingentes militares de la Revolución –los de Villa, Carranza y Obre-gón– siempre recibieron importantes dividendos de su control de lafrontera norte, en Chihuahua, Coahuila y Sonora respectivamente. Elcontrol del comercio y de las aduanas de los puertos fronterizos permi-tía obtener armas, parque, implementos, divisas. Pero conforme se acer-caran a la ciudad de México, cualquiera de esos contigente estaba obli-

58 Véanse sendos documentos en Planes, 1974, 32-41 y 137-144.59 La expresión es de Arnaldo Córdova, citado en Knight, 1990 2: 13.60 Al respecto, pueden revisarse las sucesivas actitudes de los sonorenses respecto a

la crisis política del maderismo y respecto al propio golpe de Huerta en febrero de 1913en Aguilar Camín, 1985, 268 ss. Asimismo véase Aguilar Mora, 1990, para identificartambién las actitudes de Carranza y sus seguidores.

61 Womack, 1974, 183-187.62 Los seis mapas que aparecen en este artículo tienen por fuente los siguientes tra-

bajos: Barragán, 1946; Obregón, 1973; Ramírez, 1941; Sánchez Lamego, 1969; SánchezLamego, 1979; y Sánchez Lamego, 1983.

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gado a extender sus líneas de aprovisionamiento peligrosamente. Unejemplo: después de la toma de Zacatecas por Villa el 24 de junio de 1914,Carranza movió su tropas desde Saltillo para amenazar la retaguardiade Villa. Éste comprendió el mensaje y no se distanció de Zacatecas.63

Las puertas quedaron abiertas para que Obregón ocupase la capital. Así, la ocupación de la ciudad de México estaba envuelta en un jue-

go estratégico más amplio. Sugerimos que el valor simbólico de la capi-tal no estaba por encima de otros razonamientos geopolíticos de los con-tingentes revolucionarios. En otras palabras, la ventaja que Carranza yObregón obtuvieron con la ocupación de la ciudad no fue sólo reservar-se para sí la joya de la corona republicana, sino crear una verdadera re-taguardia en el golfo de México, donde el puerto de Veracruz sería unsucedaneo ventajoso de los puntos fronterizos. La retaguardia y la basede lanzamiento para dominar el centro del país estaba en Veracruz (yalgo de esto se puede inferir del mapa 1).

Es posible distinguir al menos cuatro fases directamente referidas ala ocupación de la ciudad de México entre agosto de 1914 y agosto de1915.64 Pero estas fases –insistimos– necesariamente están determinadaspor los requerimientos estratégicos y geopolíticos más amplios de laguerra. Postulamos que si la ciudad de México tenía una alta signifi-cación política y simbólica, la tenía en menor grado, y a veces casi no latenía, en términos de las prioridades militares de los actores revolucio-narios.

La primera etapa que identificamos corre del 15 de agosto al 24 denoviembre de 1914. Como sabemos, si bien nominalmente era el consti-tucionalismo triunfante quien ocupaba la capital de la República a la de-rrota de Huerta y Carvajal, en realidad fueron las tropas más cercanas alPrimer Jefe, es decir las de Obregón, las que se posesionaron de la urbe.En el período se jugaron las últimas cartas de la negociación políticaentre Carranza y los otros líderes revolucionarios. La ciudad no padecióexcesivamente, pues la guerra entre facciones se encontraba en estadolatente o no alcanzaba aún toda su intensidad posterior; no obstante, ya

desde agosto y septiembre la prensa informaba sobre la desaparición demoneda metálica y la especulación con artículos de primera necesidad.65

Lo que en cambio no se puede subestimar en este período es el terre-moto cultural que trajo consigo el fin del antiguo régimen político. Yasea que se asuma la hipótesis de una actitud más bien prudente de loscapitalinos ante la ocupación de la ciudad, o ya sea que se reconozca al-gún júbilo genuino por la victoria de la Revolución, nada sería igual niintercambiable en la capital después de aquel verano.66 En primer lugar,destaca la emigración seguramente masiva de la élite política y social dela ciudad, emigración de la que tenemos más testimonios que estudiosdetallados. Luego tenemos el miedo de los que se quedaron, aunque seapor unos días; está el caso de Federico Gamboa, que el 14 de agosto de1914, un día antes de Obregón entrase a la ciudad, corrió a una ferreteríaacompañado de un amigo a comprar candados y cadenas para asegurarsu casa, y luego fue a refugiarse a la legación guatemalteca. Unos díasdespués don Federico se exilió en Galveston, Texas. Tenemos, en fin,aquella colisión de sensibilidades, de lo urbano y lo rural, de lo criolloy lo mestizo y lo indio, del mundo pobre y del mundo rico: GenaroFernández MacGregor recuerda cómo alguien descubrió a unos yaquisde las tropas de Obregón “masturbándose obscenamente” mientrasesperaban su turno en la guardia de Palacio Nacional.67

Como se sabe, entre septiembre y noviembre se rompieron las posi-bilidades de conciliación política entre Carranza, Villa y Zapata. Es unperíodo de alineamientos y realineamientos de los generales revolucio-narios más importantes. Pero el momento clave es la desocupación delpuerto de Veracruz por los norteamericanos, quienes habían desembar-cado ahí en abril de 1914. La negociación entre Carranza y el gobiernoyanqui había sido intrincada y áspera. Pero a principios de noviembre,

63 Aguilar Camín, 1985, 404.64 Se hizo un ensayo de cronología que vinculara la guerra con la ciudad en Rodrí-

guez Kuri, 1996a, 194-199.

65 El sol, 24/VIII/14; El demócrata, 29/IX/14.66 Las interpretaciones del estado de ánimo de los capitalinos en el verano de 1914 se

pueden rastrear en Rabell, 1993, 97 ss y en Aguilar Mora, 1982.67 Algunos testimonios sobre la emigración de la élite durante la Revolución se en-

cuentran en Iturbide, 1941, 147 ss; Gamboa, 1995, VI: 162 ss; las precauciones del padre li-terario de Santa en Gamboa, 1995, VI: 160; la versión sobre el onanismo yaqui se en-cuentran en Genaro Fernández MacGregor, El río de mi sangre, citado en Rabell, 1993, 108.

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gado a extender sus líneas de aprovisionamiento peligrosamente. Unejemplo: después de la toma de Zacatecas por Villa el 24 de junio de 1914,Carranza movió su tropas desde Saltillo para amenazar la retaguardiade Villa. Éste comprendió el mensaje y no se distanció de Zacatecas.63

Las puertas quedaron abiertas para que Obregón ocupase la capital. Así, la ocupación de la ciudad de México estaba envuelta en un jue-

go estratégico más amplio. Sugerimos que el valor simbólico de la capi-tal no estaba por encima de otros razonamientos geopolíticos de los con-tingentes revolucionarios. En otras palabras, la ventaja que Carranza yObregón obtuvieron con la ocupación de la ciudad no fue sólo reservar-se para sí la joya de la corona republicana, sino crear una verdadera re-taguardia en el golfo de México, donde el puerto de Veracruz sería unsucedaneo ventajoso de los puntos fronterizos. La retaguardia y la basede lanzamiento para dominar el centro del país estaba en Veracruz (yalgo de esto se puede inferir del mapa 1).

Es posible distinguir al menos cuatro fases directamente referidas ala ocupación de la ciudad de México entre agosto de 1914 y agosto de1915.64 Pero estas fases –insistimos– necesariamente están determinadaspor los requerimientos estratégicos y geopolíticos más amplios de laguerra. Postulamos que si la ciudad de México tenía una alta signifi-cación política y simbólica, la tenía en menor grado, y a veces casi no latenía, en términos de las prioridades militares de los actores revolucio-narios.

La primera etapa que identificamos corre del 15 de agosto al 24 denoviembre de 1914. Como sabemos, si bien nominalmente era el consti-tucionalismo triunfante quien ocupaba la capital de la República a la de-rrota de Huerta y Carvajal, en realidad fueron las tropas más cercanas alPrimer Jefe, es decir las de Obregón, las que se posesionaron de la urbe.En el período se jugaron las últimas cartas de la negociación políticaentre Carranza y los otros líderes revolucionarios. La ciudad no padecióexcesivamente, pues la guerra entre facciones se encontraba en estadolatente o no alcanzaba aún toda su intensidad posterior; no obstante, ya

desde agosto y septiembre la prensa informaba sobre la desaparición demoneda metálica y la especulación con artículos de primera necesidad.65

Lo que en cambio no se puede subestimar en este período es el terre-moto cultural que trajo consigo el fin del antiguo régimen político. Yasea que se asuma la hipótesis de una actitud más bien prudente de loscapitalinos ante la ocupación de la ciudad, o ya sea que se reconozca al-gún júbilo genuino por la victoria de la Revolución, nada sería igual niintercambiable en la capital después de aquel verano.66 En primer lugar,destaca la emigración seguramente masiva de la élite política y social dela ciudad, emigración de la que tenemos más testimonios que estudiosdetallados. Luego tenemos el miedo de los que se quedaron, aunque seapor unos días; está el caso de Federico Gamboa, que el 14 de agosto de1914, un día antes de Obregón entrase a la ciudad, corrió a una ferreteríaacompañado de un amigo a comprar candados y cadenas para asegurarsu casa, y luego fue a refugiarse a la legación guatemalteca. Unos díasdespués don Federico se exilió en Galveston, Texas. Tenemos, en fin,aquella colisión de sensibilidades, de lo urbano y lo rural, de lo criolloy lo mestizo y lo indio, del mundo pobre y del mundo rico: GenaroFernández MacGregor recuerda cómo alguien descubrió a unos yaquisde las tropas de Obregón “masturbándose obscenamente” mientrasesperaban su turno en la guardia de Palacio Nacional.67

Como se sabe, entre septiembre y noviembre se rompieron las posi-bilidades de conciliación política entre Carranza, Villa y Zapata. Es unperíodo de alineamientos y realineamientos de los generales revolucio-narios más importantes. Pero el momento clave es la desocupación delpuerto de Veracruz por los norteamericanos, quienes habían desembar-cado ahí en abril de 1914. La negociación entre Carranza y el gobiernoyanqui había sido intrincada y áspera. Pero a principios de noviembre,

63 Aguilar Camín, 1985, 404.64 Se hizo un ensayo de cronología que vinculara la guerra con la ciudad en Rodrí-

guez Kuri, 1996a, 194-199.

65 El sol, 24/VIII/14; El demócrata, 29/IX/14.66 Las interpretaciones del estado de ánimo de los capitalinos en el verano de 1914 se

pueden rastrear en Rabell, 1993, 97 ss y en Aguilar Mora, 1982.67 Algunos testimonios sobre la emigración de la élite durante la Revolución se en-

cuentran en Iturbide, 1941, 147 ss; Gamboa, 1995, VI: 162 ss; las precauciones del padre li-terario de Santa en Gamboa, 1995, VI: 160; la versión sobre el onanismo yaqui se en-cuentran en Genaro Fernández MacGregor, El río de mi sangre, citado en Rabell, 1993, 108.

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Carranza aceptó condiciones que en septiembre había rechazado: Ca-rranza necesitaba Veracruz. Los norteamericanos abandonaron el puer-to el día 23 de noviembre, y Obregón se retiró de la ciudad de México el24 rumbo a Puebla.68 En una decisión que es más que un simbolismo, yque permiten entrever una visión geopolítica estructurada de los ca-rrancistas se decretó, primero, que Veracruz sería la sede de la primerajefatura del constitucionalismo y luego (el 24 de diciembre de 1914) queel puerto sería la capital nacional hasta nuevo aviso.69

A la retirada de Obregón el 24 de noviembre, la ciudad fue ocupa-da inmediatamente por los zapatistas, a los que se sumarían después losvillistas. Para quien la ocupase se estaba convirtiendo en una trampaque podía ser mortal. Lucio Blanco, comandante de las tropas en el surdel Distrito, tuvo que aceptar –el mismo 24 de noviembre– que su retira-da se debía a que se estaba quedando sin parque, y a que sus tropas seencontraban “diezmadas”. Defender la ciudad del acoso zapatista en elsur era una locura “pues el enemigo nos ataca en número abrumador”.70

La retirada constitucionalista fue, al mismo tiempo, una retirada es-tratégica para consolidar su retaguardia y sus líneas en y con Veracruz,de una parte, y una decisión de no someter a las tropas al desgaste queles suponía defender un territorio tan amplio y vulnerable como el de laciudad de México y sus zonas aledañas. El ejemplo más claro de estaproblemática son las acciones de los zapatistas sobre la ciudad. En reali-dad, desde 1912 los zapatistas habían decidido hostilizar, sabotear y ata-car los trenes que salían de la ciudad de México y cruzaban o se dirigíana Morelos o el estado de México;71 también desde 1912, los zapatistasatacaron sistemáticamente pueblos, haciendas y fábricas de las zonas deMilpa Alta, Xochimilco, Tlalpan y San Ángel. Pero el mapa 2 muestra

que los ataques zapatistas en las zonas limítrofes de la ciudad formanun semicírculo más amplio (que iba desde el suroeste, en el Ajusco hastael este, en las riberas del lago de Texcoco), lo que obligaba a una mayordispersión de las fuerzas federales. La táctica de los zapatistas –ataquesrápidos desde las serranías circunvecinas a ciertos puntos aledaños a laciudad, incluyendo el acueducto de Xochimilco, y las rutas de acceso dealimentos y leña– sería utilizada para desgastar a los contrincantes enuna defensa dispersa y altamente costosa en términos de hombres ybagaje. A eso justamente se refería Lucio Blanco cuando abandonó laciudad el 24 de noviembre.72

De manera natural, una segunda fase en las relaciones de la ciudadcapital con la guerra se inicia el 24 de noviembre de 1914 y se extiendehasta el 28 de enero de 1915. La capital está en manos de la Convención.La situación general de la capital tiende a empeorar.73 Algunas fuentesde la época y cierta historiografía contemporánea se refieren al períodocomo de “terror” convencionista.74 Pero ofrecemos una hipótesis com-plementaria: si bien no existen trabajos exhaustivos sobre la problemá-tica social de la ciudad en el período, es válido inferir que el abasto dela ciudad y la cobertura de algunas otras de sus necesidades básicas noeran una prioridad para los convencionistas, como no lo serían tampocopara los carrancistas apenas unas semanas después. En realidad, unapolítica de abasto, control de precios y control sanitario requiere un mí-nimo de articulación política, militar y administrativa por parte de laautoridad. Antes del verano de 1915, ninguna fuerza contendiente po-día ofrecer esa coherencia. Y esta imposibilidad es menos una cuestiónde competencia y más una de prioridades de acción: los contendientesse están preparando para lo que saben que será una guerra decisiva.

68 Se puede hacer un seguimiento de las negocioaciones entre Carranza y los nortea-mericanos en Ulloa, 1986, 38-45. En septiembre Carranza no aceptaba condición algunapara el retiro yanqui de Veracruz, pero en noviembre aceptó dar garantías a los porteñosde que no pagarían otra vez los impuestos que ya habían pagado a los ocupantes; asimis-mo, Carranza aceptó no sancionar a los mexicanos que trabajaron en el gobierno de ocu-pación y amnistiar a los refugiados políticos que se encontraban en el puerto.

69 Ulloa, 1986, 47.70 El sol, 24/XI/14.71 Documentos, 1979, 59 y 62 (documentos 52 y 57).

72 Para documentar el acoso a la ciudad de México entre 1912 y 1915, véanse las ór-denes de Zapata (sobre todo a Genovevo de la O) en Documentos, 1979, 67, 69, 76 (docu-mentos 62, 66, 74 y 75). Algunas noticias sobre el acoso zapatista en el segundo semestrede 1914 se encuentran en El sol, El demócrata y El liberal entre junio y diciembre de 1914.

73 Testimonios sobre los problemas en la ciudad se encuentran en Ramírez, 1941, 281-284.

74 Ramírez, 1941, 281; Ulloa, 1981, 62 ss.

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Carranza aceptó condiciones que en septiembre había rechazado: Ca-rranza necesitaba Veracruz. Los norteamericanos abandonaron el puer-to el día 23 de noviembre, y Obregón se retiró de la ciudad de México el24 rumbo a Puebla.68 En una decisión que es más que un simbolismo, yque permiten entrever una visión geopolítica estructurada de los ca-rrancistas se decretó, primero, que Veracruz sería la sede de la primerajefatura del constitucionalismo y luego (el 24 de diciembre de 1914) queel puerto sería la capital nacional hasta nuevo aviso.69

A la retirada de Obregón el 24 de noviembre, la ciudad fue ocupa-da inmediatamente por los zapatistas, a los que se sumarían después losvillistas. Para quien la ocupase se estaba convirtiendo en una trampaque podía ser mortal. Lucio Blanco, comandante de las tropas en el surdel Distrito, tuvo que aceptar –el mismo 24 de noviembre– que su retira-da se debía a que se estaba quedando sin parque, y a que sus tropas seencontraban “diezmadas”. Defender la ciudad del acoso zapatista en elsur era una locura “pues el enemigo nos ataca en número abrumador”.70

La retirada constitucionalista fue, al mismo tiempo, una retirada es-tratégica para consolidar su retaguardia y sus líneas en y con Veracruz,de una parte, y una decisión de no someter a las tropas al desgaste queles suponía defender un territorio tan amplio y vulnerable como el de laciudad de México y sus zonas aledañas. El ejemplo más claro de estaproblemática son las acciones de los zapatistas sobre la ciudad. En reali-dad, desde 1912 los zapatistas habían decidido hostilizar, sabotear y ata-car los trenes que salían de la ciudad de México y cruzaban o se dirigíana Morelos o el estado de México;71 también desde 1912, los zapatistasatacaron sistemáticamente pueblos, haciendas y fábricas de las zonas deMilpa Alta, Xochimilco, Tlalpan y San Ángel. Pero el mapa 2 muestra

que los ataques zapatistas en las zonas limítrofes de la ciudad formanun semicírculo más amplio (que iba desde el suroeste, en el Ajusco hastael este, en las riberas del lago de Texcoco), lo que obligaba a una mayordispersión de las fuerzas federales. La táctica de los zapatistas –ataquesrápidos desde las serranías circunvecinas a ciertos puntos aledaños a laciudad, incluyendo el acueducto de Xochimilco, y las rutas de acceso dealimentos y leña– sería utilizada para desgastar a los contrincantes enuna defensa dispersa y altamente costosa en términos de hombres ybagaje. A eso justamente se refería Lucio Blanco cuando abandonó laciudad el 24 de noviembre.72

De manera natural, una segunda fase en las relaciones de la ciudadcapital con la guerra se inicia el 24 de noviembre de 1914 y se extiendehasta el 28 de enero de 1915. La capital está en manos de la Convención.La situación general de la capital tiende a empeorar.73 Algunas fuentesde la época y cierta historiografía contemporánea se refieren al períodocomo de “terror” convencionista.74 Pero ofrecemos una hipótesis com-plementaria: si bien no existen trabajos exhaustivos sobre la problemá-tica social de la ciudad en el período, es válido inferir que el abasto dela ciudad y la cobertura de algunas otras de sus necesidades básicas noeran una prioridad para los convencionistas, como no lo serían tampocopara los carrancistas apenas unas semanas después. En realidad, unapolítica de abasto, control de precios y control sanitario requiere un mí-nimo de articulación política, militar y administrativa por parte de laautoridad. Antes del verano de 1915, ninguna fuerza contendiente po-día ofrecer esa coherencia. Y esta imposibilidad es menos una cuestiónde competencia y más una de prioridades de acción: los contendientesse están preparando para lo que saben que será una guerra decisiva.

68 Se puede hacer un seguimiento de las negocioaciones entre Carranza y los nortea-mericanos en Ulloa, 1986, 38-45. En septiembre Carranza no aceptaba condición algunapara el retiro yanqui de Veracruz, pero en noviembre aceptó dar garantías a los porteñosde que no pagarían otra vez los impuestos que ya habían pagado a los ocupantes; asimis-mo, Carranza aceptó no sancionar a los mexicanos que trabajaron en el gobierno de ocu-pación y amnistiar a los refugiados políticos que se encontraban en el puerto.

69 Ulloa, 1986, 47.70 El sol, 24/XI/14.71 Documentos, 1979, 59 y 62 (documentos 52 y 57).

72 Para documentar el acoso a la ciudad de México entre 1912 y 1915, véanse las ór-denes de Zapata (sobre todo a Genovevo de la O) en Documentos, 1979, 67, 69, 76 (docu-mentos 62, 66, 74 y 75). Algunas noticias sobre el acoso zapatista en el segundo semestrede 1914 se encuentran en El sol, El demócrata y El liberal entre junio y diciembre de 1914.

73 Testimonios sobre los problemas en la ciudad se encuentran en Ramírez, 1941, 281-284.

74 Ramírez, 1941, 281; Ulloa, 1981, 62 ss.

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Carranza se encuentra en Veracruz; pero después de la toma dePuebla por las fuerzas de Zapata, el 17 de diciembre de 1914, su situa-ción militar es realmente comprometida. Se toman providencias paradefender la zona de Perote, pues se teme un ataque villista en esepunto.75 Sin embargo, los diferendos entre Zapata, Villa y el gobierno dela Convención no permitieron un ataque definitivo sobre Veracruz. Eserespiro permitió a Obregón emprender la contraofensiva sobre la ciu-dad de México (véase mapa 3). El 6 de enero el sonorense recuperó Pue-bla, y se acercó a la ciudad de México siguiendo la vía del ferrocarril;rodeó por el norte el lago de Texcoco y ocupó aquellas plazas que leotorgaban seguridad para vigilar la vía férrea. Para el 28 de enero se en-contraba en poder de la capital, con su cuartel general instalado en laVilla de Guadalupe, y sin haber entablado un combate formal.76

Con la ocupación de la ciudad de México el 28 de enero de 1915 seinicia una breve pero definitiva fase en la relaciones de la capital con laguerra. De manera ineludible, surge la pregunta de cuál es la importan-cia estratégica de la ciudad. Álvaro Obregón, en febrero de 1915, de-claró,

No concedo ninguna importancia a la ciudad de México bajo el punto devista militar. No constituye posición estratégica; no es un centro ferrocarri-lero, ni tampoco es un lugar donde las tropas puedan encontrar los elemen-tos de boca y guerra que necesitan. En cambio, para guardar a México, [se]tiene que distraer una fuerza numerosa que se necesita en otros puntos,donde puede traer mayor provecho. Por esto es que para nosotros, teneresta ciudad o no tenerla, significa igual.77

Entonces ¿por qué emprendió Obregón una campaña sobre la capi-tal? Seguramente porque la necesitaba en términos de las exigencias dela guerra propiamente dicha. Obregón, como brillante militar que era,no ocupó la ciudad por razones simbólicas, sino prácticas. Obregón sos-tuvo que sus prioridades eran la reparación de la vía Ometusco-Pachu-

ca, destruida por los convencionistas, y la consolidación con sus líneascon Veracruz (su retaguardia). Debemos agregar otra prioridad: acumu-lar fuerzas humanas para emprender la campaña en el norte; de ello dancuenta las alianzas de Obregón con los trabajadores organizados en laciudad, que le redituó al general algo así como 5 mil hombres.78 Obregónocupó la ciudad de México precisamente en función de esos objetivos, yde ahí que no estuviera dispuesto a dilapidar sus recursos en la defen-sa de la capital.

Obregón había reconocido que la ciudad estaba sitiada por los zapa-tistas, quienes cortaban constantemente el agua de Xochimilco y altera-ban el flujo de productos de primera necesidad. El mapa 4 ilustra el jui-cio de don Álvaro. En los cuarenta días escasos de aquella ocupación, seregistraron al menos dos oleadas de ataques zapatistas. La primera sedesarrolló en febrero, en la zona oriental y sur oriental de la ciudad, enun eje sur-norte que iba de Xochimilco a San Lázaro. La segunda olea-da se registró entre el 21 de febrero y el 10 de marzo, del otro lado de laciudad, al poniente, y también en un eje sur-norte; estos choques dura-ron más de 20 días de refriega casi continua. Obregón se encontrabapoco más o menos en la problemática a la que se refirió Lucio Blancodos meses antes: la defensa de la ciudad, sobre todo de las incursioneszapatistas en el sur, estaban resultando muy costosas en términos dehombres y municiones. De la misma forma que en noviembre de 1914,el de Sonora jugó un albur: regalar la plaza sin desgastar sus fuerzas enla defensa, y enfilar a Querétaro y el Bajío siguiendo la vía del ferroca-rril para atajar a Villa. Obregón abandonó la ciudad el 10 de marzo de1915.79

El testimonio de Obregón –pero no sólo– muestra por qué la situa-ción de abasto en la ciudad se estaba deteriorando acusadamente. Ade-más, la experiencia adquirida por los zapatistas los convenció de que laciudad podía ser estrangulada en sus vías de acceso ferroviario, de he-rradura y de automóviles.80 La incertidumbre militar hizo además pro-

75 Ulloa, 1986, 62.76 Ulloa, 1981, 99 ss; Obregón, 1973, 262-264; Sánchez Lamego, 1983, 152-155.77 Citado en Ramírez, 1941, 371.

78 Knight, 1990, II: 319-321.79 Obregón, 1973, 270; Ramírez, 1941, 375; Ulloa, 1981, 105 ss.80 Para documentar la sapiencia adquirida por el zapatismo respecto a la ciudad de

México, véase nota 71.

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Carranza se encuentra en Veracruz; pero después de la toma dePuebla por las fuerzas de Zapata, el 17 de diciembre de 1914, su situa-ción militar es realmente comprometida. Se toman providencias paradefender la zona de Perote, pues se teme un ataque villista en esepunto.75 Sin embargo, los diferendos entre Zapata, Villa y el gobierno dela Convención no permitieron un ataque definitivo sobre Veracruz. Eserespiro permitió a Obregón emprender la contraofensiva sobre la ciu-dad de México (véase mapa 3). El 6 de enero el sonorense recuperó Pue-bla, y se acercó a la ciudad de México siguiendo la vía del ferrocarril;rodeó por el norte el lago de Texcoco y ocupó aquellas plazas que leotorgaban seguridad para vigilar la vía férrea. Para el 28 de enero se en-contraba en poder de la capital, con su cuartel general instalado en laVilla de Guadalupe, y sin haber entablado un combate formal.76

Con la ocupación de la ciudad de México el 28 de enero de 1915 seinicia una breve pero definitiva fase en la relaciones de la capital con laguerra. De manera ineludible, surge la pregunta de cuál es la importan-cia estratégica de la ciudad. Álvaro Obregón, en febrero de 1915, de-claró,

No concedo ninguna importancia a la ciudad de México bajo el punto devista militar. No constituye posición estratégica; no es un centro ferrocarri-lero, ni tampoco es un lugar donde las tropas puedan encontrar los elemen-tos de boca y guerra que necesitan. En cambio, para guardar a México, [se]tiene que distraer una fuerza numerosa que se necesita en otros puntos,donde puede traer mayor provecho. Por esto es que para nosotros, teneresta ciudad o no tenerla, significa igual.77

Entonces ¿por qué emprendió Obregón una campaña sobre la capi-tal? Seguramente porque la necesitaba en términos de las exigencias dela guerra propiamente dicha. Obregón, como brillante militar que era,no ocupó la ciudad por razones simbólicas, sino prácticas. Obregón sos-tuvo que sus prioridades eran la reparación de la vía Ometusco-Pachu-

ca, destruida por los convencionistas, y la consolidación con sus líneascon Veracruz (su retaguardia). Debemos agregar otra prioridad: acumu-lar fuerzas humanas para emprender la campaña en el norte; de ello dancuenta las alianzas de Obregón con los trabajadores organizados en laciudad, que le redituó al general algo así como 5 mil hombres.78 Obregónocupó la ciudad de México precisamente en función de esos objetivos, yde ahí que no estuviera dispuesto a dilapidar sus recursos en la defen-sa de la capital.

Obregón había reconocido que la ciudad estaba sitiada por los zapa-tistas, quienes cortaban constantemente el agua de Xochimilco y altera-ban el flujo de productos de primera necesidad. El mapa 4 ilustra el jui-cio de don Álvaro. En los cuarenta días escasos de aquella ocupación, seregistraron al menos dos oleadas de ataques zapatistas. La primera sedesarrolló en febrero, en la zona oriental y sur oriental de la ciudad, enun eje sur-norte que iba de Xochimilco a San Lázaro. La segunda olea-da se registró entre el 21 de febrero y el 10 de marzo, del otro lado de laciudad, al poniente, y también en un eje sur-norte; estos choques dura-ron más de 20 días de refriega casi continua. Obregón se encontrabapoco más o menos en la problemática a la que se refirió Lucio Blancodos meses antes: la defensa de la ciudad, sobre todo de las incursioneszapatistas en el sur, estaban resultando muy costosas en términos dehombres y municiones. De la misma forma que en noviembre de 1914,el de Sonora jugó un albur: regalar la plaza sin desgastar sus fuerzas enla defensa, y enfilar a Querétaro y el Bajío siguiendo la vía del ferroca-rril para atajar a Villa. Obregón abandonó la ciudad el 10 de marzo de1915.79

El testimonio de Obregón –pero no sólo– muestra por qué la situa-ción de abasto en la ciudad se estaba deteriorando acusadamente. Ade-más, la experiencia adquirida por los zapatistas los convenció de que laciudad podía ser estrangulada en sus vías de acceso ferroviario, de he-rradura y de automóviles.80 La incertidumbre militar hizo además pro-

75 Ulloa, 1986, 62.76 Ulloa, 1981, 99 ss; Obregón, 1973, 262-264; Sánchez Lamego, 1983, 152-155.77 Citado en Ramírez, 1941, 371.

78 Knight, 1990, II: 319-321.79 Obregón, 1973, 270; Ramírez, 1941, 375; Ulloa, 1981, 105 ss.80 Para documentar la sapiencia adquirida por el zapatismo respecto a la ciudad de

México, véase nota 71.

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blemática la circulación del papel moneda carrancista; en este sentido,no es improbable una relación entre los éxitos militares y la suerte delpapel moneda: la caída de Puebla y Guadalajara en manos de los ca-rrancistas hizo a los comerciantes aceptar, precisamente, el papel mon-eda carrancista.81

Entre el 10 de marzo y el 1 de agosto la ciudad vivió uno de los pe-ríodos más dramáticos de su historia. El hambre y las epidemias, lainarticulación política y administrativa de las fuerzas convencionistas, yla preeminencia absoluta de las prioridades de guerra, convirtieron a laciudad en un ámbito fuera de control.82 La guerra alcanzó su clímax enel centro-norte de México, con las batallas de Celaya, La Trinidad y Leónentre obregonistas y villistas. Un ejemplo de cómo la guerra convierte ala ciudad en otra cosa: buena parte del desabasto de la capital debe serexplicado no sólo en términos de la falta absoluta de granos, carne, le-che, etcétera, en las zonas productoras, sino también por la imposibili-dad material de transportar los alimentos a la ciudad, en virtud del re-quisamiento general de locomotoras, furgones y bestias de tiro y cargapor parte de las facciones contendientes. Como en otros muchos aspec-tos de la coyuntura, y esto es característico del primer semestre de 1915,la lógica de la guerra subsume las problemáticas particulares de la ciu-dad.83

Dos hechos fundamentales del período: en el Bajío, la derrota delcontingente militar más importante de la Convención (los villistas);84 enla capital, el desgaste político del gobierno convencionista, que no pudootorgar orden y abasto a una ciudad hambrienta y desquiciada. Clara-mente, las prioridades de los carrancistas seguían siendo militares: el 11de julio entraron las fuerzas de Pablo González a la capital, después deuna campaña de casi tres meses (mapa 5). En junio, los constitucionalis-tas focalizaron sus esfuerzos en tres puntos del norte de la ciudad:

Tlanepantla, Barrientos y Lechería a su derecha; Chapingo y Los Reyesa su izquierda y San Cristóbal y Cerro Gordo en su centro. En la primeradecena de julio incrementaron sus ataques sobre el centro de las líneaszapatistas (Cerro Gordo, Gran Canal y Río Consulado). Pero ademásampliaron el frente con una ofensiva sobre las plazas de Azcapotzalco,Tacuba, San Cristóbal, Tultepec y Los Reyes. González prácticamenteganó la batalla por la ciudad cuando rompió el centro de las líneas zapa-tistas en Río Consulado, el 10 de julio.85

Pero el desprendimiento sorpresivo y vertiginoso de Rodolfo Fierroy ocho mil hombres del ejército villista desde Guanajuato, que hostigópeligrosamente la retaguardia del ejército expedicionario de Obregón, yque amenazó –al tomar Pachuca– las líneas de aprovisionamiento delsonorense con Veracruz, obligaron a González a abandonar, el 17 de ju-lio, la ciudad de México (mapa 6). González recuperó Pachuca entre el22 y 28 de julio y protegió así las espaldas de Obregón. El 18 de julio otravez los zapatistas ocuparon la ciudad de México.

Despejado el peligro a las espaldas de Obregón, González hizo denuevo campaña sobre la capital: los constitucionalistas atacaron a su iz-quierda Los Reyes, a su derecha Tlalnepantla, Azcapotzalco, Tacuba ySan Bartolo, y por el centro las líneas enemigas otra vez atrincheradasen Río Consulado. En esta ofensiva que culminó con la ocupación defi-nitiva de la plaza el 2 de agosto de 1915, hubo una diferencia cualitati-va con las operaciones de 15 días antes: esta vez las fuerzas de Gonzálezdesalojaron a los zapatistas de todos los puntos estratégicos del DistritoFederal. El ala izquierda del ejército de González prolongó la ofensivadesde Los Reyes hasta Xochimilco; a su derecha, otra columna recuperóContreras y, en general, todo el sur-poniente del Distrito. La ciudad fuereconquistada, pero también sus espacios aledaños.86

81 Obregón, 1973, 270; Ramírez, 1941, 284, 289 y 301.82 La mejor crónica de esa etapa se encuentra en Ramírez, 1941, 423 ss.83 Véase el documento de Eduardo Fuentes, “Estudio sobre el encarecimiento de la

vida en México”, en Archivo Condumex, Archivo Carranza, 27 de septiembre de 1915;véase asimismo Rivas, 1915, 49-52.

84 Ulloa, 1981, 83 ss; Knight, 1990, 2: 321 ss.

85 González, 1971, 276 ss; Ramírez, 1941, 509 ss.86 El parte de Pablo González sobre la ocupación definitiva de la ciudad se reprodu-

jo en el periódico El mexicano, 4/VIII/15; véase también González, 1971, 277 y 280; Ramí-rez, 1941, 541.

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blemática la circulación del papel moneda carrancista; en este sentido,no es improbable una relación entre los éxitos militares y la suerte delpapel moneda: la caída de Puebla y Guadalajara en manos de los ca-rrancistas hizo a los comerciantes aceptar, precisamente, el papel mon-eda carrancista.81

Entre el 10 de marzo y el 1 de agosto la ciudad vivió uno de los pe-ríodos más dramáticos de su historia. El hambre y las epidemias, lainarticulación política y administrativa de las fuerzas convencionistas, yla preeminencia absoluta de las prioridades de guerra, convirtieron a laciudad en un ámbito fuera de control.82 La guerra alcanzó su clímax enel centro-norte de México, con las batallas de Celaya, La Trinidad y Leónentre obregonistas y villistas. Un ejemplo de cómo la guerra convierte ala ciudad en otra cosa: buena parte del desabasto de la capital debe serexplicado no sólo en términos de la falta absoluta de granos, carne, le-che, etcétera, en las zonas productoras, sino también por la imposibili-dad material de transportar los alimentos a la ciudad, en virtud del re-quisamiento general de locomotoras, furgones y bestias de tiro y cargapor parte de las facciones contendientes. Como en otros muchos aspec-tos de la coyuntura, y esto es característico del primer semestre de 1915,la lógica de la guerra subsume las problemáticas particulares de la ciu-dad.83

Dos hechos fundamentales del período: en el Bajío, la derrota delcontingente militar más importante de la Convención (los villistas);84 enla capital, el desgaste político del gobierno convencionista, que no pudootorgar orden y abasto a una ciudad hambrienta y desquiciada. Clara-mente, las prioridades de los carrancistas seguían siendo militares: el 11de julio entraron las fuerzas de Pablo González a la capital, después deuna campaña de casi tres meses (mapa 5). En junio, los constitucionalis-tas focalizaron sus esfuerzos en tres puntos del norte de la ciudad:

Tlanepantla, Barrientos y Lechería a su derecha; Chapingo y Los Reyesa su izquierda y San Cristóbal y Cerro Gordo en su centro. En la primeradecena de julio incrementaron sus ataques sobre el centro de las líneaszapatistas (Cerro Gordo, Gran Canal y Río Consulado). Pero ademásampliaron el frente con una ofensiva sobre las plazas de Azcapotzalco,Tacuba, San Cristóbal, Tultepec y Los Reyes. González prácticamenteganó la batalla por la ciudad cuando rompió el centro de las líneas zapa-tistas en Río Consulado, el 10 de julio.85

Pero el desprendimiento sorpresivo y vertiginoso de Rodolfo Fierroy ocho mil hombres del ejército villista desde Guanajuato, que hostigópeligrosamente la retaguardia del ejército expedicionario de Obregón, yque amenazó –al tomar Pachuca– las líneas de aprovisionamiento delsonorense con Veracruz, obligaron a González a abandonar, el 17 de ju-lio, la ciudad de México (mapa 6). González recuperó Pachuca entre el22 y 28 de julio y protegió así las espaldas de Obregón. El 18 de julio otravez los zapatistas ocuparon la ciudad de México.

Despejado el peligro a las espaldas de Obregón, González hizo denuevo campaña sobre la capital: los constitucionalistas atacaron a su iz-quierda Los Reyes, a su derecha Tlalnepantla, Azcapotzalco, Tacuba ySan Bartolo, y por el centro las líneas enemigas otra vez atrincheradasen Río Consulado. En esta ofensiva que culminó con la ocupación defi-nitiva de la plaza el 2 de agosto de 1915, hubo una diferencia cualitati-va con las operaciones de 15 días antes: esta vez las fuerzas de Gonzálezdesalojaron a los zapatistas de todos los puntos estratégicos del DistritoFederal. El ala izquierda del ejército de González prolongó la ofensivadesde Los Reyes hasta Xochimilco; a su derecha, otra columna recuperóContreras y, en general, todo el sur-poniente del Distrito. La ciudad fuereconquistada, pero también sus espacios aledaños.86

81 Obregón, 1973, 270; Ramírez, 1941, 284, 289 y 301.82 La mejor crónica de esa etapa se encuentra en Ramírez, 1941, 423 ss.83 Véase el documento de Eduardo Fuentes, “Estudio sobre el encarecimiento de la

vida en México”, en Archivo Condumex, Archivo Carranza, 27 de septiembre de 1915;véase asimismo Rivas, 1915, 49-52.

84 Ulloa, 1981, 83 ss; Knight, 1990, 2: 321 ss.

85 González, 1971, 276 ss; Ramírez, 1941, 509 ss.86 El parte de Pablo González sobre la ocupación definitiva de la ciudad se reprodu-

jo en el periódico El mexicano, 4/VIII/15; véase también González, 1971, 277 y 280; Ramí-rez, 1941, 541.

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CONCLUSIONES

En este artículo hemos procurado mostrar dos fenómenos que vinculana la ciudad de México a la experiencia bélica de la Revolución. En pri-mer lugar, tratamos de caracterizar ciertas tendencias a la militarizaciónde la vida política de la ciudad, en tres momentos diferenciados: comorespuesta a la crisis sucesoria del Porfiriato; como una reformulacióndel universo de los actores políticos en la ciudad durante el maderismo;y como ensayo de articulación de guerra total durante el régimen deVictoriano Huerta. En segunda instancia, quisimos reconstruir el papelde la capital de la República en la visión estratégica de las fuerzas revo-lucionarias, en el período 1914-1915. Para tal efecto, propusimos unacronología de las diversas campañas sobre la ciudad, y aventuramos lahipótesis de un papel subordinado de la ciudad respecto a otras priori-dades estratégicas de los contendientes bélicos.

A nuestro entender, la guerra en México debe ser abordada con ma-yor ímpetu y flexibilidad. Que la guerra sea la política por otros mediosresulta, en cierta perspectiva, menos relevante que concebirla como laexperiencia límite de toda sociedad y de toda cultura. Quiza esto últimoexplique las capacidades persuasivas y la longevidad del discurso polí-tico que tiene por matriz la Revolución mexicana. Como ha sugeridoKeegan, toma muchos años, tal vez varias generaciones, olvidar lo queuna guerra significa. Por intuición o por instinto, a saber, aquellos dis-cursos generados en la experiencia de la guerra resultan para una socie-dad más difíciles de omitir. La guerra, a final de cuentas, es también lamadre de la política.

RELACIÓN DE OBRAS CONSULTADAS:

AGUILAR MORA, Jorge, Un día en la vida del general Obregón, México, Martín Ca-sillas, 1982.

–––, Una muerte sencilla, justa, eterna. Cultura y guerra durante la Revolución mexi-cana, México, ERA, 1990.

BARRAGÁN, Juan, Historia del ejército y de la revolución constitucionalista, México,Editorial Stylo, 2 vols., 1946.

BECKETT, Ian F. W., “Total war” en Clive Emsley, Arthur Marwick y WendySimpson, eds., War, Peace and Social Change in twentieth-century Europe, Phi-ladelphia, Open University Press, 1995.

BOBBIO, Norberto y Nicola MATTEUCCI, Diccionario de política, traducción de RaúlCrisafio et al., México, Siglo XXI, 1981.

BULNES, Francisco, El verdadero Díaz y la Revolución, México, Coma, 1982.CLAUSEWITZ, Carl von, De la guerra, s/t, México, Editorial Diógenes, 3 vols.,

1977-1980.Departamento de estadística nacional, Resumen del censo general de habitantes de

30 de noviembre de 1921, México, Talleres gráficos de la nación, 1928.Documentos inéditos sobre Emiliano Zapata, México, Archivo General de la Na-

ción, 1979.DURÁN, Esperanza, Guerra y revolución. Las grandes potencias y México, 1914-1918,

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GONZÁLEZ, Pablo hijo, El centinela fiel del constitucionalismo, Saltillo, Textos decultura historiográfica, 1971.

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CONCLUSIONES

En este artículo hemos procurado mostrar dos fenómenos que vinculana la ciudad de México a la experiencia bélica de la Revolución. En pri-mer lugar, tratamos de caracterizar ciertas tendencias a la militarizaciónde la vida política de la ciudad, en tres momentos diferenciados: comorespuesta a la crisis sucesoria del Porfiriato; como una reformulacióndel universo de los actores políticos en la ciudad durante el maderismo;y como ensayo de articulación de guerra total durante el régimen deVictoriano Huerta. En segunda instancia, quisimos reconstruir el papelde la capital de la República en la visión estratégica de las fuerzas revo-lucionarias, en el período 1914-1915. Para tal efecto, propusimos unacronología de las diversas campañas sobre la ciudad, y aventuramos lahipótesis de un papel subordinado de la ciudad respecto a otras priori-dades estratégicas de los contendientes bélicos.

A nuestro entender, la guerra en México debe ser abordada con ma-yor ímpetu y flexibilidad. Que la guerra sea la política por otros mediosresulta, en cierta perspectiva, menos relevante que concebirla como laexperiencia límite de toda sociedad y de toda cultura. Quiza esto últimoexplique las capacidades persuasivas y la longevidad del discurso polí-tico que tiene por matriz la Revolución mexicana. Como ha sugeridoKeegan, toma muchos años, tal vez varias generaciones, olvidar lo queuna guerra significa. Por intuición o por instinto, a saber, aquellos dis-cursos generados en la experiencia de la guerra resultan para una socie-dad más difíciles de omitir. La guerra, a final de cuentas, es también lamadre de la política.

RELACIÓN DE OBRAS CONSULTADAS:

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MAPA 4

Algunos enfrentamientos entre zapatistas y obregonistas durante la ocupaciónconstitucionalista de la ciudad (28 de enero al 10 de marzo de 1915)

MAPA 5

Ofensiva carrancista contra las posiciones zapatistas en la ciudad de Méxicoy zonas aledañas (junio-julio de 1915)

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