microficción
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Microficción
Este espacio cibernético está dedicado al cuento brevísimo conocido como
microficción.
Para entender este concepto es importante tener en claro primero qué NO es
microficción, luego veremos algunos elementos y veremos si con un poco de
suerte podemos entender de que se trata.
La microficción:
A pesar de que comparte elementos con la poesía y el cuento corto, no
necesariamente cae en las definiciones tradicionales de estos géneros. La
reducción de palabras hace del lenguaje poético uno ideal para quien escribe
microficción, sin embargo la microficción puede tener o carecer elementos
poéticos tales como: rima, verso, forma, entre otros.
No tiene espacio ni tiempo para sentarse a explicar al lector. Mientras más
palabras se añaden para explicar el texto, más se esconde el sentido que el
autor pone detrás del mismo.
Elementos de la microficción:
Tendencia a utilizar lenguaje coloquial.
Una pieza puede tener varios sentidos.
Reta al lector a comprender el mensaje del autor; así como al autor a llevar
su mensaje de la manera más eficiente posible.
Puede encontrarse durante toda la historia, desde los Proverbios, Salmos y
parábolas de Jesús, hasta los “twitteros” de hoy en día.
Tiene sus bases en la tradición oral y abarca temas diversos, inclusive
dentro de una misma pieza.
Quizás hayas tenido contacto con este tipo de pieza literaria sin saberlo.
Horóscopos, fábulas cortas, epitafios, lemas políticos, publicitarios e inclusive
los grafitis que vemos en las calles son todos ejemplos de microficción.
La microficción es una herramienta efectiva para quien quiere adentrarse en el
mundo de las letras y recomendada a cualquier escritor antes de que comience
a dedicar su tiempo a una novela un tipo de pieza más complejo o extenso.
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Luego de señalar lo anterior, considero importante destacar lo que menciona
Javier Perucho, la microficción, “Implica una nueva puesta en escena de los
géneros.”[1] Aquí me detengo, pues habida cuenta que también a la
Microficción se le ha llamado narrativa experimental, me atrevo a decir que ésta
es experiencial, como tal producto de la experiencia de quien la escribe.
Después de todo, la microficción es ese momento, ese instante de quien narra
y que en la brevedad instaura la precisión de lo que ha decidido contar.
Más adelante, en la primer lectura sobre lo señalado por Perucho, nos da
cuenta que: “El microrrelato no es la cruza indiscriminada de los géneros, sino
un género nacido en la modernidad, que se gobierna por reglas intrínsecas a
él, cuya extensión forma un rasgo supeditado a las normas de la composición
literaria, heredadas de la cuentística tradicional; es decir, de los diferentes
estatutos narrativos que han conformado un canon, una tradición o una
corriente estética.”[2]
Ahora bien, Perucho, también señala los recursos narrativos de los que la
Microficción se vale: “…van de la prosa poética, el narrador omnisciente, a la
denuncia social, y los componedores de cuentos se valen de la zoología
fantástica para recrear conflictos humanos, pero también de la viejísima treta
del palimpsesto, el relato montado sobre otro camello narrativo para dar origen
a uno más, impensado en el texto madre.”[3]
Para concluir con lo expuesto por Javier Perucho, es pertinente destacar los
dos ámbitos complementarios que refiere, el primero de ellos en cuanto a “las
expresiones literarias cuyo orden remite a la concisión, ya sean viñetas,
aforismos, leyendas, fábulas, estampas, adivinanzas o el mismo cuento
brevísimo, entre otros; el segundo se encarga solamente de las expresiones
del microrrelato, ese nuevo género lilliputense que empieza a ser evaluado por
la historia literaria, la academia y favorecido por las editoriales.”[4]
Para Lauro Zavala, “la minificción es la escritura del próximo milenio, pues es
muy próxima a la fragmentariedad paratáctica de la escritura hipertextual,
propia de los medios electrónicos.”[5]Como tal, Zavala da cuenta de los
problemas que la microficción enfrenta: brevedad, diversidad, complicidad,
fractalidad, fugacidad y virtualidad.
Una cualidad de la microficción hasta hoy no señalada que me parece útil
considerar es la relacionada con el pacto de lectura. Sabemos que al enfrentar
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un texto, el lector busca establecer un pacto de lectura, es decir, acordar con el
texto los códigos de todo tipo que le servirán para comprenderlo e interpretarlo.
Este pacto se sella a las pocas páginas de iniciar una novela, a las pocas
líneas de iniciar un cuento, y en la última línea de una microficción. En el
artículo que escribí para el primer número de El cuento en red, la notable
revista electrónica que dirige el Prof. Lauro Zavala, dije que la última línea de
una microficción inducía en el lector algo así como un sentido privilegiado entre
los muchos posibles. Ello producía una repentina solucíon a la ambigüedad, lo
que redundaba en el característico deslumbramiento que producen este tipo de
piezas. Hoy pienso en algo más general. Cuando se enfrenta con una
microficción, el lector no sabe siquiera cual será el carácter del texto, que
puede simular ser poético o ensayístico y terminar siendo una pieza de humor,
puede fingir que busca conmoverlo para terminar burlándose de él. Sabe
solamente que recibirá una emoción estética súbita que lo puede asaltar aun
por sus partes más racionales (como la emoción estética que produce un
teorema de Euclides, por ejemplo). Ante tanta incertidumbre, el lector frecuente
de microficciones, las encara procurando determinar antes que nada qué es lo
que está leyendo. La microficción, por su parte, demora en proporcionarle los
datos que podrían satisfacer esta aspiración, pero nunca se los niega. Aun en
posesión de las claves aparentes de la microficción, el lector avezado
permanece alerta porque sabe que todo puede darse vuelta a último momento.
Entonces, podríamos decir que a diferencia de la novela, donde luego de las
primeras páginas, se puede leer apaciblemente porque se ha internalizado algo
así como el "manual de procedimientos"; a diferencia del cuento tradicional,
cuyas reglas de composición están desde hace mucho cristalizadas; la
microficción, en razón de su extrema brevedad, de su naturaleza proteica y del
deliberado propósito del autor, acuerda con quien la lee cuando ya no queda
nada o casi nada para leer o, mejor, cuando sólo resta leer hacia atrás: la
relectura instantánea a partir del código verdadero. Esto es: en la microficción
el pacto de lectura se concreta siempre en la última línea. Se me objetará que
ello ocurre, en parte, por decisión del precavido lector, con lo que un texto que
en una antología de microficciones funciona como tal puede no serlo en otro
contexto . Es verdad. Pero que haya solapamiento no significa que haya
indefinición. Puede haber piezas en las que el carácter microficcional dependa
del contexto; lo que no puede haber es una microficción que reclame más
líneas de las que fueron escritas para permitir el pacto de lectura. Un fragmento
narrativo, conciso y preciso, pero recortado con intenciones didácticas para
estudiar sus adverbios o sus adjetivos demostrativos será, de no mediar una
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enorme casualidad, excluído del terreno de la microficción si se le aplica este
criterio.
Hace tiempo que quienes se ocupan de estos temas piensan que una llave
para ingresar al dominio de la microficción está en el final. Dolores Koch buscó
allí la clave para diferenciar minicuento y micro-relato y Lauro Zavala estudió
las estrategias específicas del final del cuento ultracorto y ha encontrado que
estas tienen en común la "fuerza de alusión" para indicar la presencia o
deliberada ausencia de epifanía . Pero más allá de que se resuelva o se
mantenga la ambigüedad semántica la microficción debe hacer posible la
complicidad con quien la lee y para ello debe mostrar finalmente las reglas del
juego. No hablo de obtener una certeza que anule el misterio, alcanza con la
certeza de que el misterio es indecidible, como sucede con Diálogo sobre un
diálogo. Cualquier lector sensible sabe que ese cuento, privado de su última
línea, no es nada. Por lo tanto, habrá que aceptar que, aunque exija gran
participación de quien lee, esa última línea lo constituye como microficción.
Quiero señalar, aunque resulta evidente, que la última línea resuelve en
general, dos ambigüedades de distinta naturaleza. En Patio de tarde, resuelve
la ambigüedad semántica y también indica que se trata de un texto de humor.
Lo mismo sucede con Canción cubana. Tras la última línea de Argumentum
Ornithologicum se adivina la sonrisa del sofista que descubre el juego y
desafía: es un texto marcadamente lúdico. Lo que nadie sabe y Pasión la
solución a la ambigüedad está fuertemente aludida por la última línea que,
además, confirma al lector que puede bajar las defensas y disfrutar el final
porque el texto en cuestión, tal como aparentaba, es poético.
Por lo tanto, toda microficción deberá ser breve, concisa y precisa, deberá ser
ambigua de alguna manera y permitir el pacto de lectura con el lector. Estas
características son aplicables a todas las microficciones cualesquiera sea su
naturaleza y permiten discernir entre un simple fragmento de prosa (sea
narrativo, ensayístico o poético) y una microficción. La suficiencia semántica
puede también considerarse necesaria, siempre que se tenga en cuenta que
está relativizada por la cultura del lector que le permitirá entender la alusiones
intertextuales y aun extraliterarias que contenga el texto, y por su imaginación
que le permitirá completarlo en el caso de que se trate de un recorte. Lo lúdico,
el humor, la ironía, el escepticismo, son características muy extendidas en la
microficción moderna pero no se encuentran necesariamente, por ejemplo, en
las piezas de carácter más poético.
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Quiero decir que si aceptamos que Cuentos breves y extraordinarios es una
muestra de microficciones y nos atenemos más al contenido que a la confesa
intención de sus compiladores, concluiríamos que las características de la
microficción serían: naturaleza narrativa, extrema condensación de la
anécdota, suficiencia semántica, brevedad, humor irónico y carácter lúdico.
¿Qué falta o qué sobra para que estas sean la cualidades distintivas de la
microficción actual?
EJEMPLOS
Argumentum Ornithologicum
“Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o
acaso menos; no sé cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número?
El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es
definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es
indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En tal caso, vi menos de diez
pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco,
cuatro, tres o dos. Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete,
seis, cinco, etcétera. Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe.”
-Jorge Luis Borges
Amor 77
Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se
perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo
que no son.
-Julio Cortázar
El crimen perfecto
En Londres, es así: los radiadores devuelven calor a cambio de las monedas
que reciben. Y en pleno invierno estaban unos exiliados latinoamericanos
tiritando de frío, sin una sola moneda para poner a funcionar la calefacción de
su apartamento.
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Tenían los ojos clavados en el radiador, sin parpadear. Parecían devotos ante
el tótem, en actitud de adoración; pero eran unos pobres náufragos meditando
la manera de acabar con el Imperio Británico. Si ponían monedas de lata o
cartón, el radiador funcionaría, pero el recaudador encontraría, luego, las
pruebas de la infamia.
¿Qué hacer?, se preguntaban los exiliados. El frío los hacía temblar como
malaria. Y en eso, uno de ellos lanzó un grito salvaje, que sacudió los cimientos
de la civilización occidental. Y así nació la moneda de hielo, inventada por un
pobre hombre helado.
De inmediato, pusieron manos a la obra. Hicieron moldes de cera, que
reproducían las monedas británicas a la perfección; después llenaron de agua
los moldes y los metieron en el congelador.
Las monedas de hielo no dejaban huellas, porque las evaporaba el calor.
Y así, aquel apartamento de Londres se convirtió en una playa del mar Caribe.
-Eduardo Galeano