mi vida contigo

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Relatos sobre dos personas que se quieren y luchan por sobrevivir. Por estar juntos a toda costa.

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Page 1: Mi vida contigo
Page 2: Mi vida contigo

Para Mj,

que siempre serás mi mejor protagonista,

y todo lo que necesito para sobrevivir.

Porque te quiero.

Gracias por existir.

Page 3: Mi vida contigo

Prefacio

I

Always love

Mi corazón a toda prisa.

Nosotros y el mundo.

Una luz en la penumbra.

Octubre sin ti.

La primera vez que eché a volar.

Deseos de media noche.

Navidad.

Sobreaviso.

Resistence.

Aunque sea un rato

Hacernos el amor bailando.

Page 4: Mi vida contigo

Prefacio

Pertenezco a algo exterior a mí. Y puedo decir, que sé su nombre y donde habita, que

es tierra de faros y sol, de encuentros y partidas. Y es que mis veintiún años no han

sido más que una sucesión de despedidas, pañuelos al viento y odiseas rumbo a mí

mismo que siguen inconclusas. Por suerte, en mi travesía cuento con mis dos únicos

motores imprescindibles, el Amor y la Música; y eso da vida a este intento de persona

y de mejorar lo que soy.

Estoy marcado con el estigma de Amelie. Descubrir los pequeños detalles que nadie

más ve, cultivar el gusto por los pequeños placeres...

Mi abuela, me dejó un legado en forma de carácter que he aprendido a aceptar, y hoy

debo confesar que, como ella, soy solitario, abstracto, soñador y pasional. La definición

de un alma inocente.

Sé que mi mayor miedo es la pérdida. El acercarme irremediablemente a mi fosa con

cada respiración. Crear es, más allá de mi inspiración, un modo de robar mi existencia,

de permanecer eternamente en palabras que adquieran forma de canción. Trago y

expulso notas musicales, sin más ambición que hacer inmortal mi historia y la tuya.

Page 5: Mi vida contigo

I

Le tiemblo a la vida. El corazón me da un vuelco interminable. No tengo palabras, ni

voz, ni aliento. Ojos arrugados, sangre desganada que viaja por las tuberías de mi

cuerpo. Estoy destruido, apenas empezaba a reconstruirme cuando me han golpeado

de nuevo.

No sé que tengo dentro. No sé si a caso me queda algo vivo.

Un último esfuerzo. – me digo continuamente-.

Entonces es cuando respiro. Y me encuentro…perdido.

Eso fue lo que D. escribió un 22 de Marzo. Recién empezaba todo. O más bien

continuaba, tras lanzarse de algún modo a la piscina meses atrás.

Él estaba atado a una vida llena de complicaciones, pero eso nadie lo sabía. Ni siquiera

él.

Disimulaba bien. De aquí para allá. Con media sonrisa entre dientes y unos ojos casi

siempre vidriosos. Pero detrás de todo esto, había mucho más escrito que lo que

pretendía hacer ver a los demás.

Llevaba un par de años saliendo a patinar y a montar en bicicleta por las calles de

aquella ciudad. Le gustaba perderse por los callejones, ir a toda velocidad, sentir

adrenalina colándose rápidamente en su cabeza mientras el aire le golpeaba fríamente

la cara.

Pasaba los días soñando en silencio y despierto. A veces, se quedaba callado, cuando

alguien le contaba algo. Con la mirada perdida. Cuando eso ocurría, D. se había

ausentado por segundos. Tal vez, un salto a aquel planeta donde podía imaginar esas

cosas que se moría por hacer con ella. Se transportaba continuamente a cualquier

parte. Ingenuo e inocente. De los que todavía creían que se podían sacar conejos de

una chistera si pronunciabas las palabras mágicas.

Amaba la música. Soñaba con llegar lejos algún día. Pero no se atrevía. No se veía

capaz de emocionar a nadie. Nadie sabía que cantaba y que tenía alguna que otra

canción compuesta por él, metida en el fondo de algún cajón. Hasta que llegó ella.

Odiaba tantas cosas…

Personas que no se equivocan, las prisas que matan, aquellas cosas que no sirven para

hacerte más fuerte.

Odiaba…a su padre. O eso quería creer. Casi nunca hablaba de él. No le

gustaba. Era un tema que le incomodaba y que le hacía daño. Detestaba escucharlo

gruñir. Y que nunca mostrara interés por aquello que le gustaba hacer. Nunca

preguntaba. Sólo hablaban para discutir.

D. no soporta a la gente que tiene casi una veintena de años, y en sus mentes existe tal

vacio que si le soplas por una oreja, notas como le sale el aire por la otra. La

indiferencia en exceso. Las casas con esas pareces tan finas, y con vecinos tan ruidosos

Page 6: Mi vida contigo

que escuchen “reggaemierda y kkopollas”. Odia la mala música. Y las vidas que ni

siquiera la tienen.

Odia las historias que empiezan y no acaban. Y las que acaban sin empezar.

Odia que el mundo esté lleno de copias. Que las personas crean que tienen menos

defectos que virtudes. Las injusticias.

Odia rotundamente que la gente fume. Y cualquier tipo de droga. Odia tener que

aguantar ese humo insoportable hasta cuando va andando por la calle. Odia el humo.

Los malos olores. Respirar contaminación. Odia echar de menos el aire limpio, puro.

Odia los gritos. Que el tiempo pase lento, cuando más rápido quiere que vaya.

Odia sentirla lejos y quererla cerca.

Odia los pepinillos y ese sabor amargo. Y la coliflor, ese olor que desprende cuando la

cueces. Los malos sabores. Los celos. Llorar y que lo vean.

Los trastornos bipolares. La macrovida, las multitudes. Las cosas frías. Las sorpresas.

Los días grises. A las personas que no sueñan. Que no tienen aspiraciones. Que lo

dejen a medio y por la mitad.

Pero D. no solo estaba lleno de odios. También quería. Quería mucho y bien. La

quería a ella y eso era lo mejor que le estaba pasando en aquel momento. Pero en

aquel entonces…ninguno de los dos era realmente consciente de cómo afloraban esos

sentimientos. De cuánto sentían. De cuánto se querían… y hasta donde llegarían.

Page 7: Mi vida contigo

Always love

I wait here forever just to, to see you smile.

Cause it's true, I am nothing without you...

And now,you've become a part of me, you'll always be right here...

Letras de canciones que cobraban sentido por sí solas. Bastaba con que se cruzaran sus

pensamientos. No tenían otra cosa en la cabeza. No paraban de pensarse. No

paraban…de pronunciar aquellas palabras mágicas.

Page 8: Mi vida contigo

Mi corazón a toda prisa.

Un giro peligroso hacia la derecha. Lentamente. Pero D. se ha acostumbrado a apreciar

los cambios sutiles, y cada milímetro que la aguja corre en el cuentakilómetros, lo

siente como si esa misma aguja se le clavara en la piel. Para ser alguien que vive

buscando momentos que dejen sin aliento, la carretera siempre produce en él el

mismo efecto.

Ciento veinte kilómetros por hora. D. se revuelve en el asiento, tratando de buscar una

postura en la que sus músculos no se tensen. Pero eso es imposible mientras sigue

observando la aguja. De forma que mira hacia el frente. Carretera desierta. Carretera a

oscuras. E intenta pensar en cualquier cosa. ¿Cuál fue la última vez que hizo algo

parecido? ¿Escaparse, quemar neumático, dormir en la calle, perderse…? ¿Lo ha hecho

alguna vez?

Quizá tendría que empezar a hacerlo, despojarse de ese miedo que le oprime con

tentáculos de hierro.

Ciento cuarenta. Su pulso se acelera. Sólo un poco. Pero él siente batir la

sangre contra las paredes de sus arterias. Acude a su mente, cuatro o cinco años. Una

familia “ilusionada”. Un viaje. Todavía podía recrear aquellos días, cuando tras las

puertas se escuchaban llantos y todos preguntaban “¿por qué?”. Desde entonces,

como ahora, cuando ve un coche se lo imagina volcado. Cuando mira por las

ventanillas, se las imagina hechas añicos. Aún así, permanece en el coche, con la

velocidad golpeándole las sienes.

La aguja pasa a ciento sesenta y él se estremece, pero se repite de nuevo, lo

que lleva diciéndose a sí mismo durante mucho tiempo. Que la vida es corta y dura.

Que no debes dejar que un sucedáneo trauma, haga que cierres los ojos cada vez que

percibes el peligro, que la velocidad aumente. En cualquier sentido, en la carretera, en

las decisiones, en los brazos de alguien.

Mientras la aguja se bate en retirada, resignada hacia la izquierda, mientras los

motores se van silenciando lentamente, mientras su respiración recobra el ritmo. D.

piensa que, después de todo, cerrar los ojos cuando percibes el peligro, no es tan

malo. Hay otras cosas a las que muchos temen, y ante las que él no siente miedo. Los

aviones. Las sonrisas. Querer(la).

Page 9: Mi vida contigo

Nosotros y el mundo.

Pasado, cosas tan lejanas como los comics, flores que se marchitaban en jarrones sin

miedo al epílogo de la muerte, inocencia auténtica, el rosa en las mejillas, manos

traviesas en el cine, sexo puro en el asiento trasero, la sencilla guitarra de Dylan y

canciones como all you need is love. Mirar y no tocar, óleos, acuarelas, impresionismo,

girasoles bronceándose de Van Gogh. La pluma de Shakespeare, Bukowski, Whitman,

Austen, escritores con pseudónimo y sin pan. Épocas doradas, espectáculo como

expresión. Olimpos de divas, de curvas, de caídas de ojos, de carne. Nuestros padres

en las calles. Movimiento, revolución, evolución. Todo estaba por llegar.

Presente, cosas que están de moda, me persiguen y me agotan desde miles de

millones de pantallas. Malditas pantallas que provocan dolor de retinas y de cerebro;

flores de plástico con aspiraciones de inmortalidad, falsa inocencia de la gente con

disfraz de cordero y dientes de lobo, maquillaje, manos expertas en callejón, puro sexo

en algún aseo, pseudomúsicos escudados tras la electrónica que son semilla de

discordia y opio de mortales. Hacer la guerra y no el amor. Basura que es arte, arte que

nadie entiende pero a todos gusta. Historias de tiradas millonarias, Moccia,

Crepúsculo, escritores con marca y sin moraleja. Épocas acartonadas, espectáculo

como enajenación. Inframundos de espectros, de maniquís, de colágeno, de sombra de

ojos, de hueso. A la mierda la naturalidad de las personas. La autenticidad. Nosotros

en el sillón. Parálisis, reforma, involución. Todo está inventado.

Futuro: cataclismo seguro, apocalipsis, mundo de mierda. ELLA.

Page 10: Mi vida contigo

Una luz en la penumbra.

Eh, ven. Vamos, te propongo algo.

Ven a ver las estrellas quemarse.

D. sabe que seguramente a ella le daba miedo saltar la tapia, pero nunca lo dirá,

porque a él también le daba miedo. Es uno de los muchos detalles que despertaron en

él la chispa de la más profunda curiosidad en ella, cuando descubrió que a ella no le

importaba que oliera a inocencia. D. siempre pensó que eso a ella le gustaba.

D. sentía a cada paso, como le gustaría ver el cielo de una noche boreal y besarla para

que ese cielo se tiñera de otro color.

—No quiero caerme—murmuraba a menudo. D. no se resiste cuando lo cogen de un

brazo y tiran de él hacia abajo.

D. no solía recordar lo que soñaba. Pero últimamente no le pasaba lo mismo. Era como

si esa parte de él hubiera cambiado. Un día tuvo un sueño, y cuando se levantó se

armó de papel y lápiz para escribirlo tal y como había sido. Antes de que por alguna

remota casualidad, pudiera distorsionarse y no describirlo tal y como ocurrió.

Soñó que estaba con ella, que jugaban a perderse entre la maleza y a protestar por los

arañazos de sus tobillos, y que poco a poco un boceto de alegría comenzaba a

perfilarse en sus comisuras, sin llegar a materializarse. Soñó que daban vueltas de

campana por el suelo, atados como un ovillo de lana. Que rodaban y rodaban sin

parar. Que sus labios se juntaban para sellar aquel momento. Para firmar ese… que

este momento no acabe nunca.

Las sonrisas de D. son tan milagrosamente efímeras que creo que un día ella cogerá y

las embotellará todas; así no le faltarán en épocas de más tristeza, y así podrá dar un

toque de vida a sus días monótonos con solo una de sus gotas, cuando él esté lejos.

Caminando cuenta lo que calla hablando; el balanceo de sus piernas y la caligrafía de

sus curvas son un idioma propio. Una pequeña y casi inapreciable nube de pecas

salpican un poco la nariz de ella, coronada por dos ojos azul cenicienta. En su sueño,

lleva la misma ropa fina con la que D. ha fantaseado, la misma camiseta de rayas de

colores, azul, verde, blanco y sus pantalones vaqueros. D. se pone a mil sólo de

pensarla cerca.

En su sueño, esos arrumacos y la quemazón en la garganta, le recuerdan a la vez que

se subió en una montaña rusa y se aproximaba a la primera caída.

Durante un minuto los dos contemplaban el firmamento, que parecía incendiarse

sobre sus cabezas como un manto en llamas. Deberían saber cuál es la causa del

naranja en degradado que rompe la noche cerrada. Pero en el sueño de D. eso no

aparecía. Tal vez algún páramo está ardiendo a lo lejos, o la contaminación ha llegado

a las nubes. Tal vez hoy se acabe el mundo y por eso tiene este color. El fin aquí, en

medio de la nada, no sería tan malo; al menos D. tendría un motivo para poder arder

en sus brazos.

Page 11: Mi vida contigo

Desde que la conoce, desde que sueña con ella, ha robado más de un centímetro de su

cuerpo en las noches en las que la piensa y se despierta con ella en mente.

El sueño de D. aún no ha terminado. Ella alzó uno de sus deditos y señaló la línea del

horizonte, donde bailan locamente las luces en el umbral de aquella ciudad, de la cual,

el único nombre que le pusieron, fue el de cualquier parte.

Ella, gira hacia D. sus ojos cenicientos y le regala su pequeña sonrisa de Amelie.

D. le devuelve la sonrisa y desvía su mirada hacia sus labios. Es esa sonrisa… se dice a sí

mismo. Y entonces… despierta.

Page 12: Mi vida contigo

Octubre sin ti.

Tres palabras pueden significar muchas cosas, pero aquellas significaron el resto de mi

vida.

Ese mes desvelaba ante los ojos de D. detalles de su alrededor que desconocía hasta su

comienzo. Uno de ellos fue descubrir que las hojas de un árbol, una vez caídas, no

tienen rumbo. Las hojas secas de entretiempo nunca fueron especiales hasta que le

recordaron a ella. Él era, como ellas, y también se marchitaba si entraba en contacto

con un clima demasiado áspero y grosero. Él, como las hojas crujientes, flotaba

nómada al son de una brisa desconcertante, a ras de acera y realidad. Aquel octubre

pasó más frío que nunca, pero se resistió a cubrirse con capas de tela, quería serle fino

y etéreo como el viento, así que ocultó sus defectos y temores bajo una camiseta que

si la mirabas mucho, se desintegraría de un momento a otro. Y aunque ya era tarde, el

apretaba los dientes fuerte y hacía de tripas corazón.

A veces, D. se dedicaba a pensar que no debería haber nacido.

Pero en el fondo, él sabía, que ella se alegraba de que no hiciera lo que debía.

Algunas estaciones dividen a las personas en dos clases, y octubre empujó a D. y a ella

hacia la minoría. Octubre los aisló de todos los demás, por eso nadie comprendió

nunca por qué se quieren y por eso todos le preguntaron extrañados por qué la eligió.

A D. le gusta imaginar que fue uno de esos milagros que sólo ocurren una vez.

Ella le trajo el resto de su vida.

Page 13: Mi vida contigo

La primera vez que eché a volar.

Nadie lo sabe, pero D. decidió volar a los ocho años. Y luego a los dieciséis. Su padre

había huido de casa preso de un ataque de locura–no importa el eufemismo con el que

lo empolven los médicos. Por aquel entonces no sabía nada, y en vez de dormir,

vigilaba fielmente el resquicio de la puerta desde la almohada, esperando el tintineo

de las llaves en la cerradura o la lámpara de su habitación encenderse. Siempre

esperaba que volviese.

A menudo llamaba a su madre para que me diera las buenas noches.

En ocasiones, cuando D. era pequeño, su madre se detenía y entraba, se sentaba en el

borde de su cama y le contaba fantasías extrañas, escenas tan llenas de vida para

proceder de una mente corriente, claro que su madre no era corriente. Tras unos

minutos, su padre interrumpía esos relatos y se la llevaba del brazo, contraído el

semblante por una mueca de disgusto.

¿Por qué te la llevas, papá? D. se enfadaba, y hacía huelga bajo el edredón, mientras

los murmuros nocturnos de su madre regaban el pasillo y acababan muriendo al

cerrarse la puerta de su dormitorio.

Su padre, los llevó alguna vez de viaje, para que D. y su hermana, se comportaran

como dos niños normales se comportan en un parque, sin el remordimiento de estar

encabezando una familia convulsa. Si hubiera reparado en sus juegos, habría adivinado

aquel mediodía que nunca serían comunes. D. interceptaba saltamontes y grillos, y

desmontaba sus extremidades con una inquietud anormalmente científica, como

diseñando un boceto de su futuro entre mecanismos y piezas. Su hermana le escupía

cada vez que le enseñaba alguna, y miraba a todas partes, buscando alguien que, como

ella, no perteneciera a aquel feliz rincón de jardín. El único ser vivo sensible a su

presencia era un pajarillo castaño, que parecía estudiarlos a escasos centímetros de

sus zapatos.

Nunca un pájaro se había aproximado tanto a ella, y D. pensó que tal vez tenía algún

mensaje, que había algo de embrujado en él. Sí, bueno, aún era un niño. Se acercó

lentamente para tomarlo entre sus manos, pero él se alejó. Solo un poco, pese a todo.

Así que se incorporó y caminó tras él, y aunque volaba, lo hacía a ras del suelo,

invitándole amable a escoltarlo hacia la arboleda, hasta que, una vez allí, batió alas y

se perdió entre sus copas. –No te vayas, pajarito–dijo a los árboles–. No quería

asustarle.

¿Me tenía miedo mamá, y por eso también se marchaba? Se preguntaba D. Cerró los

ojos y empezó a girar sobre su propio eje hasta marearse. Le encantaba hacer eso. Si

se elevaba del suelo, si se convertía en ave…

Page 14: Mi vida contigo

Su padre siempre se enfadaba con sus juegos. Era raro cuando sonreía. Siempre

pensaba que eran insolencias, cosas que estaban fuera de lugar. D. nunca supo

porqué. Ni siquiera lo supo cuando creció. Aunque más tarde, algo pudo comprender.

Le perdieron de vista unos minutos y antes de que le diera tiempo a preocuparse por

dónde se encontraba, lo distinguieron a lo lejos, planeando como un avión,

revoloteando como una hélice con los párpados apretados, confiando en que aquello

iba a transportarle lejos; tal vez a otro lugar. Pero eso nunca se lo he preguntaron.

Page 15: Mi vida contigo

Deseos de media noche.

Allí estaba D., en penumbra. Sin ensayos ni pétalos de rosa salpicando su cama de

amor.

D. quiere estar con ella. Sentirla latente en unas rótulas que oscilen ante el más

espontáneo contacto con sus vaqueros, que ella prenda su mecha con sólo pasarle el

tenedor en la cena y atrancar después la puerta de su dormitorio. Estudiar cada

ángulo, meditar el punto de partida, mientras el reparto de su película favorita los

vigilara desde las paredes.

D. quiere resucitar con ella momentáneamente; sugerirle con timidez, la forma de

quitarle la ropa. Cerrar sus ojos y esperar su señal. Y entonces darse cuenta. D. quiere

tiritar sin frío y temblar sin temor. D. quiere comenzar la ruta hacia su garganta, entre

tanto que su memoria vuele hacia atrás.

Volar tan alto que siga viéndola en la noche cerrada, en las dunas de sábanas. En la

yema de su dedo corazón y los bosquejos que trazara sobre su estómago... en su saliva

sabor deseo. Y que su mundo se redujese a la vela de olor que pondrán en su mesilla.

Como seres incandescentes, condenados al latido vacilante de las llamas solitarias.

D. quiere hacerle el amor hasta que amanezca.

Page 16: Mi vida contigo

Navidad.

La mañana de Navidad, D. miró por la ventana y se detuvo en el umbral, anulado en el

dolor de quien contempla lo irrecuperable. El invierno le despereza el pelo y se

estremece su jersey gris. El instinto le obliga a proteger su calor del mismo modo que

el recuerdo de su padre. Apártate de la corriente, dijo en voz alta, y entonces cayó en

la cuenta de que no tiritaba. Porque sólo la carne y el hueso reaccionan al viento y él

sentía que estaba hecho de ectoplasma.

Volvías para arañar la memoria de D. y cerciorarte de su presencia. No sufras. Se decía

a sí mismo. Aún se escucha el repique de sus zapatos corretear sin descanso por el

parqué. D. le sigue prefiriendo descalzo, colocando sus piececitos junto a sus colosales

plantas y llamándole gigante. De su padre no destierra ni sus viejos berridos en la mesa

del comedor. Ni la vergüenza que arrebolaba su rostro ante el asombro de los

invitados. Mucho le hizo meditar a D., sobre lo terrible de no tener calefacción, de la

masa de pizza quemada o del jarabe para la tos. Tanto meditó que su beso de buenas

noches cuando tenía seis años, dejó de compensarlo y lo dejó morir. Murió como

murió D. el día que despertó sin temer a los monstruos del armario. Como murió

cuando creció para castigarlo, y mirándose de igual a igual sin devoción de padre e

hijo.

D. debió comprender que de los dos el fantasma era él y que si existía era a través de

sus pulmones. Él, su sangre despojada de defectos. Desgarra no tener más que su

impronta, bebiendo de su taza favorita y encaramándose a su espalda. Qué

razonables, justos, perdonables, se le representaban sus caprichos ahora que era

incorpóreo. Ahora que ya no está.

Page 17: Mi vida contigo

Sobreaviso.

Si no puedes llorar, habla. Y si no puedes hablar, calla. Pero en fin, a veces, empezamos a

hablar, y nos ponemos a llorar. Y al llorar decimos lo que no hemos dicho al hablar. No sé si me

entiendes.

D. no se ha dado cuenta hasta ahora, de que el vaho lo cubre totalmente, como una cortina

que lo separa de todo lo demás. También se acaba de dar cuenta, de que fuera está lloviendo.

Pero él, tan solo es capaz de oír su respiración, mezclada de forma casi perfecta, casi al mismo

ritmo que su corazón.

Sin orden, sin planes, todo es caos, el más absoluto caos, y aún así, D. siente que en ese

absoluto caos reside la auténtica esencia de la paz. Una paz infinita, que lo libera de todo lo

que le mantiene preso.

Intentémoslo de nuevo. Dice D. con miedo. D. se siente capaz de morderla. No distingue las

barreras entre placer y dolor, entre sinceridad e ironía. Se siente capaz de abrazarla hasta

hacerse daño y despertar al día siguiente con la piel marcada.

Si D. no sabe qué decir, se queda callado. De sus labios no sale ni una sílaba. Se encoge como si

estuviera a punto de partirse en dos, rodea sus rodillas con los brazos, mira a algún punto

indefinido del horizonte. Y calla, siempre calla. Y si alguien le hace hablar, entonces alguna que

otra lágrima se le escapa, aunque la intente esconder girando la cabeza.

Estaba dispuesto a todo por intentarlo.

Page 18: Mi vida contigo

Resistence.

Hay cinco mil recuerdos de todo lo conseguido. Ojos rojos, de dónde sacan tanta agua.

Personas que le rodean. Estás bien. Qué te pasa. Cuéntalo. Por qué callas.

Por ti. Por los cinco mil recuerdos. Porque no solo eran recuerdos. Porque es real.

Porque tú no cierras los ojos. Así que llora. Llora pero después calla. Y sonríe. Y lucha.

Como puedas. Con el tiempo que te quede. Y vuelve a recordar. Y resiste. Sobre todo,

resiste.

Page 19: Mi vida contigo

Aunque sea un rato.

Las costillas de D. se han convertido en un hilo perpendicular a las comisuras de sus

palabras, y ahora tiene su ventrículo izquierdo tambaleándose como el peor

equilibrista del circo de los domingos. Ha querido planear cielos inalcanzables cuando

D. y ella siempre han sido de los que no utilizan paraguas, con los ojos cerrados y

hablando de sexo y amor solo cuando la madrugada es impar; de los magos baratos a

los que cuando se le presenta la magia de bruces y sin avisar, se les caen las cartas de

la manga; de los que buscan pupilas en las que coagular para poder seguir mirando.

De esos que escriben tratados sobre besos en sus espaldas, de los que caen en

sucesiones de vértices que completan constelaciones que quedan demasiado lejos

pero que no admiten parpadeo, de aquellos que solo dentro de las camisas de fuerza

se sienten agusto.

D. ha entendido ahora a aquellos que hablan de aleteos que provocan tsunamis, a los

corazones transplantados que siguen latiendo sin tener un cuerpo que los proteja.

A D. lo recorre un escalofrío y está tembloroso. “Aprovéchame” parece que le dice ella.

“Que los sueños nunca se repiten más de tres noches seguidas”. Ha conocido la magia

y ha comprendido que no se puede alcanzar a la gente que vuela; que hay destellos sin

fecha de caducidad que no están al alcance de nadie; que aunque los desequilibrios, y

el miedo y las ganas, se conviertan en un cóctel explosivo si se mezclan con su nombre,

se lo está bebiendo con el pulso en pause aunque ahora empiece a quemar. Ha

encontrado poesía en un hoyuelo escondido; en la obsesión de un lunar que

desaparece cuando más se le necesita, en metro sesenta de versos esperando ser

pulidos, en los salientes de los huesos de sus muñecas que incitan a ser arañados, en la

noche que soñó que le confesó que la nariz de ella, era la más bonita del universo y por

eso se moría por robarle un beso de gnomo; en heridas que no se quieren esconder y

que se mezclan con miles de detalles, retales que solo esperaban su momento,

cuando, de repente, abrió las palmas de su mano, y ahí los vió, esperando para ser

mordidos.

D. se queda desnudo completamente, sin piel, mientras ella le habla…y el reza por no

pestañear mientras ella esté delante, porque sabe que en un bostezo podría

desaparecer y el peso de sus manos se quedaría vacío.

D. solo sabe hablarle de remedios paliativos para el día que a ella le da el bajón, de

intentar hacerle ver que él necesita sus alas para sobrevivir, que es un torbellino lleno

de comas y que D. es alérgico a los puntos finales.

D. sabe que el cuerpo de ella guarda mil abrazos para él, y su cuello algo de dolor, y sus

pulgares piden besos a gritos ahogados desde sus bolsillos, de que los puños de su

jersey esconden algo más que sus manos, y que su vida está llena de impulsos e

improvisación porque ella es un espectaculo al que no se le puede imponer un telón.

Page 20: Mi vida contigo

De que su magia está envuelta en metáforas llenas de sinestesia. D. está aquí,

sujetando su sístole y su diástole para que no se le escapen y ella no pierda el rumbo

en sus aleteos.

Vuela mientras existe y eso la hace inalcanzable, y no lo sabe, y eso le vuelve

lejanamente cercana. Y D. se pregunta, en qué momento le confesó que no sabe jugar

si no es con los ojos vendados, que nunca aprendió a ganar y que perdería mil veces

con tal de que ella pudiera seguir maullando sus siete vidas.

D. no quiere que como buen sueño, ella desaparezca cuando se despierte.

Page 21: Mi vida contigo

Hacernos el amor bailando.

D. le arrancaría a mordiscos cada perpunte de su boca, que sus costillas merecen que

su espalda cruja mientras se arquea sobre su ombligo, y que el único punto que

pongan sea el G, y al contacto con su lengua convertirlo en miles de puntos

suspensivos que resbalen por su cuerpo.

Dibujaría un lunar solo con la humedad entre los labios, y jugaría toda la noche a

borrárselo a lametazos, y quizá, algún beso.

D. le diría, que las únicas secuelas que le van a quedar son las de sus dientes en sus

muslos y sus orgasmos en negrita trepando por sus manos.

Le confesaría que, no podrá evitar llevarla a una cascada de orgasmos y clavarle

cientos de suspiros ahogados en su boca mientras estallaran juntos volviendose

polvos.

Dejaría gramos de saliva por cada esquina de su cuerpo para volverla adicta y que su

mono desembocara en polvos salvajes , esos en los que la piel se desabrocha

empezando por los pies, y que todo acaba tan mojado que se zambulleran ellos

mismos, mientras los muebles piden ser empotrados contra sus espaldas.

Le diría que, la imaginación no alcanza a comprender lo que sería tenerla desnuda,

empapada, e inmortal debajo de su saliva, dispuesta a dejar que la lleve al cielo entre

terremotos de gemidos y temblores. Que serán sus dientes, o las ganas y el deseo de

tenerla de espaldas y sin protección para poder atacarle la clavícula.

Cómo besarla mientras lo llenara de sexo. Cómo quererla mientras le arranca a

mordiscos un agujero por cada duda. D. habla de hacerle el amor, de quererla

plenamente, de renacer con ella, de fundirse en su pecho, de volver poética la

pornografía, de llevarla al cielo y terminar en la luna enloquecido por sus astrolabios.

D. la quiere con todas sus fuerzas. Y sólo quiere que lo sepa. Porque si ella está con él,

se siente capaz de todo.

Así pues, como ambos remarcaron una vez:

We will find a place together and we can slide away…

¿Capaz o incapaz de intentarlo?

¿Capaz o incapaz de quererme para el resto de tu vida?

Daniel. R. H.