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Manuel Carvajal 2009 Mi CorazónEl Hogar de Cristo Nuestro Señor les dijo a sus discípulos: “El que me ama mi Palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn. 14:23). Les era difícil para ellos entender lo que él estaba diciendo. ¿Cómo era posible que él hiciera su morada con ellos es este sentido? Este cuento busca graficar esta verdad bíblica. Iglesia Cristiana Misionera El Camino Ministerio de Educación Cristiana www.elcamino-cr.org (506) 2286-4992

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Sin duda una de las doctrinas cristianas más notorias es que Jesucristo mismo a través de la presencia del Espíritu Santo en realidad entrará en un corazón, se establecerá y estará allí como en su casa. Cristo hará del corazón humano su morada.

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Nuestro Señor les dijo a sus discípulos: “El que me ama mi Palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn. 14:23). Les era difícil para ellos entender lo que él estaba diciendo. ¿Cómo era posible que él hiciera su morada con ellos es este sentido? Este cuento busca graficar esta verdad bíblica.

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Mi Corazón, El Hogar de Cristo Iglesia Cristiana Misionera El Camino Recopilado por: Manuel Carvajal

Mi Corazón

El Hogar de Cristo Introducción: Con seguridad el reconocer a Jesucristo como Señor es un paso importante de entrega y sumisión que todo creyente en algún momento debe enfrentar y tomar. Dos versículos claves que llevan implícito este tema importante son: Jo. 24:15; Ro. 12:1. También es cierto que Cristo, a medida que le permitamos, se hará cargo crecientemente de nuestras vidas y gradualmente llegará a controlarlas completamente. Este es el tema de “Mi Corazón, El Hogar de Cristo”. Los versículos siguientes enfatizan estos conceptos: Ex. 23:30; Os. 6:3; 2 Co. 2:18; Fil. 3:12, Col. 3:10; 2 P. 3:18 En la epístola de Pablo a los Efesios, encontramos estas palabras: “para que (Dios) os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” Ef. 3:16,17. Oh, tal como otro ha traducido: “para que Cristo pueda establecerse y estar como en casa por la fe en vuestros corazones”. Sin duda una de las doctrinas cristianas más notorias es que Jesucristo mismo a través de la presencia del Espíritu Santo en realidad entrará en un corazón, se establecerá y estará allí como en su casa. Cristo hará del corazón humano su morada. Nuestro Señor les dijo a sus discípulos: “El que me ama mi Palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn. 14:23). Les era difícil para ellos entender lo que él estaba diciendo. ¿Cómo era posible que él hiciera su morada con ellos es este sentido? Es interesante notar que nuestro Señor utilizó aquí la misma palabra que les dio en la primera parte de Jn. 14: “voy, pues a preparar un lugar para vosotros... para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Nuestro Señor les estaba prometiendo a los discípulos que, tal como él estaba yendo al cielo a prepararles un lugar y un día les daría la bienvenida, ahora sería posible que ellos le prepararan un lugar para él en sus corazones y haría su morada con ellos. Ellos no podían entender esto, ¿cómo podía ser? Luego vino el día de Pentecostés. El Espíritu de Cristo fue dado a la Iglesia y ellos entendieron. ¡Dios no mora en el Templo de Herodes en Jerusalén!, Dios no mora en un templo hecho de manos, Dios moraría en los corazones humanos. El cuerpo del creyente sería el templo del Dios viviente y el corazón humano sería el hogar de Jesucristo. Me es difícil pensar en un privilegio más elevado que el hacer para Cristo un hogar en mi corazón, para darle la bienvenida, para servirle, agradarle y para tener comunión con él allí. Una noche que jamás olvidaré, invité a Cristo a entrar en mi corazón. ¡Qué entrada hizo! No fue una cosa espectacular, emocional, pero sí muy real. Entró en la oscuridad de mi corazón y encendió la luz. Encendió un fuego en el corazón frío y desvaneció la frialdad. Comenzó una música donde había habido silencio y llenó el vacío con su propia comunión amorosa, maravillosa. ¡Nunca me he arrepentido y lamentado de haberle abierto la puerta a Cristo y nunca lo haré — no, para toda la eternidad! Esto, por supuesto, es el primer paso para hacer del corazón la casa de Cristo. El ha dicho: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” Ap. 3:20. Si estás

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interesado en hacer de tu vida una morada para el Dios viviente, déjame alentarte para que invites a Cristo a entrar en tu corazón, y él seguramente lo hará. Después que Cristo entró en mi corazón y en el gozo de esa relación recientemente hallada, le dije: “Señor, quiero que este corazón mío sea tuyo, quiero que te establezcas aquí y te sientas perfectamente como en casa. Todo lo que tengo te pertenece. Permíteme que te la haga conocer y te presente los diferentes aspectos de la casa para que pueda estar más pleno.” El estuvo muy feliz de venir, por supuesto, y más feliz aún de que se le diese un lugar en el corazón.

La Biblioteca El primer cuarto fue el estudio; la biblioteca, Llamémosla el estudio de la mente. Ahora bien, en mi casa este cuarto de la mente es muy pequeño, con paredes muy gruesas. Pero es un cuarto importante. En un sentido, es el cuarto de control de la casa. El entró conmigo y miró los libros en los estantes, las revistas sobre la mesa, los cuadros sobre la pared. A medida que yo seguía su mirada, me ponía incómodo. Era muy extraño que no me había sentido mal acerca de esto antes, pero ahora que él estaba allí mirando las cosas, me sentía avergonzado. Había allí algunos libros que sus ojos eran demasiado puros para mirarlos. Había una gran cantidad de basura y literatura sobre la mesa que no eran asuntos para que leyese un creyente; y en cuanto a los cuadros sobre la pared — las imaginaciones y pensamientos de mi mente — estas eran vergonzosas. Me volví hacia él y le dije: “Maestro, sé que este cuarto necesita un cambio radical. ¿Me ayudarías a hacer lo que sea para llevar todo pensamiento a la obediencia a Cristo?” “Claro”, dijo él. “Alegremente te ayudaré. Esa es una de las razones por las cuales estoy aquí. Ante todo, toma todo lo que estás leyendo y viendo que no sea útil, puro, bueno y verdadero, ¡y tíralo! Ahora coloca sobre los estantes vacíos los libros de la Biblia. Llena la biblioteca con las Escrituras y medita en ellas de día y de noche. Y en cuanto a los cuadros sobre la pared, tendrás dificultad para controlar estas imágenes, pero hay una ayuda.” Me dio un retrato completo de sí mismo. “Cuélgalo en el medio,” dijo “sobre la pared de la mente”. Lo hice y he descubierto a través de los años que cuando mis pensamientos están centrados en Cristo mismo, su pureza y poder hacen que retrocedan las imaginaciones impuras. Así que él me ha ayudado a someter mis pensamientos a la obediencia. Deseo sugerirte que si tú tienes dificultad con este pequeño cuarto de la mente, traigas a Cristo dentro de él. Llénalo de la Palabra de Dios, medita sobre ella y siempre guarda delante del mismo la presencia inmediata del Señor Jesús.

El Comedor Desde el estudio fuimos al comedor, el cuarto de los apetitos y deseos. Ahora bien, este era un cuarto muy grande. Yo pasaba gran cantidad de tiempo en el comedor y gastaba mucho esfuerzo en satisfacer mis deseos. Le dije: “Este es un cuarto muy cómodo y estoy bien seguro que te gustará mucho lo que servimos aquí”. Se sentó a la mesa conmigo y preguntó: “¿Qué en el menú para comer?” “Bueno”, dije, “mis platos favoritos: huesos viejos, cáscaras de maíz, repollo amargo, puerros, cebollas, ajos directamente traídos de Egipto”. Estas eran las cosas que me gustaban — comidas mundanas. Supongo que no había nada malo en sí en cualquier elemento en particular, pero no era la comida que satisfacía la vida de un creyente verdadero. Cuando la comida fue colocada delante de él, no dijo nada acerca de ella. Sin embargo, observé que no la comía, y le dije, algo perturbado: “Salvador, ¿no te gusta la comida que puse delante tuyo? ¿Qué pasa?

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El respondió: “Yo tengo una comida que comer que tu no conoces. Mi comida es hacer la voluntad del que me envió”. Me volvió a mirar y dijo: “Si quieres comida que realmente te satisfaga, busca la voluntad del Padre, no tus propios placeres, no tus propios deseos, no tu propia satisfacción. Busca agradarme a mí, y esa comida te satisfacerá.” Y allí junto a la mesa me dio un sabor por hacer la voluntad de Dios. ¡Qué sabor! No hay comida como esa en todo el mundo. Ella sola satisface. Todo lo demás es insatisfacción al final. Ahora bien, si Cristo está en tu corazón, y confío en que sí está, ¿qué clase de comida le estás sirviendo y qué tipo de comida estás comiendo tú mismo? ¿Estás viviendo para los deseos de la carne y la vanagloria de la vida — egoístamente? ¿O estás eligiendo como tu comida y bebida la voluntad de Dios?

La Sala Caminamos hacia la sala. Este cuarto era más bien íntimo y confortable. Me gustaba. Tenía una estufa de seña, sillas bien acolchonadas, unos estantes con libros, un sofá y una atmósfera tranquila. El también parecía contento con ella. Dije: “este es en verdad un cuarto deleitoso. Venimos aquí con frecuencia. Está alejado y tranquilo y podemos tener comunión juntos”. Bueno, naturalmente, como un creyente joven estaba emocionado. No podía pensar en ninguna otra cosa más que tener unos minutos a solas con Cristo en camaradería íntima. El prometió: “Yo estaré aquí todas las mañanas temprano. Encuéntrame aquí y comenzaremos el día juntos.” Así que, mañana tras mañana, yo bajaba a la sala y él tomaba un libro de la Biblia del estante. Lo abría y luego leíamos juntos. Me contaba de sus riquezas y me revelaba sus verdades. Empalidecía mi corazón a medida que me revelaba su amor y su gracia hacia mí. Eran horas maravillosas juntos. En realidad, llamábamos a la sala el “cuarto de la privacía”. Era un período en que teníamos nuestra Hora Silenciosa juntos. Pero poco a poco, bajo la presión de muchas responsabilidades, este tiempo comenzó a acortarse. Bueno, no sé, pero creo que estoy demasiado ocupado para gastar tiempo con Cristo. Esto no fue intencional, tú entiendes; simplemente sucedió de ese modo. Finalmente, no sólo el tiempo se acortó, sino que comencé a perder un día de vez en cuando. Era época de exámenes en la facultad. Luego hubo otras emergencias urgentes. Me perdía dos días seguidos y aun más. Me acuerdo una mañana cuando estaba apurado, bajando las escaleras corriendo, ansioso por estar en camino. Cuando pasé por la sala, la puerta estaba entreabierta. Mirando hacia adentro vi un fuego en la estufa y el Señor sentado allí. De pronto, con consternación, pensé para mis adentros: “El es mi invitado. ¡Yo lo había invitado a entrar a mi corazón! El había venido como Señor de mi hogar. Y aún así aquí estoy yo descuidándolo.” Di la vuelta y entré. Con la vista hacia abajo dije: “Bendito Maestro, perdóname. ¿Has estado aquí todas estas mañanas?” “Sí”, dijo él, “te dije que estaría aquí todas las mañanas para encontrarme aquí contigo.” Entonces tuve más vergüenza, El había sido fiel a pensar de mi infidelidad. Le pedí que me perdonara y lo hizo inmediatamente, tal como lo hace cuando estamos verdaderamente arrepentidos. Dijo: “El problema contigo es este: Has estado pensando acerca de la Hora Silenciosa, del estudio bíblico y de la oración, como un factor en tu propio progreso espiritual, pero te has olvidado que este tiempo significa algo para mí también. Recuerda, yo te amo. Te he redimido a gran precio. Yo deseo tu comunión. Ahora,” dijo, “no descuides este tiempo aunque sea sólo por mí. ¡Aunque tu deseo sea cualquier otra cosa, recuerda que yo quiero tu comunión!” ¿Sabes?, la verdad de que Cristo quiere mi comunión, que me ama, quiere que esté con él, que quiere estar conmigo y que me espera, ha hecho más en cuanto a transformar mi Hora Silenciosa con Dios que cualquier otro simple hecho. No dejes que Cristo espere a solas en la sala de tu corazón, sino encuentra todos los días un tiempo cuando, con la Palabra de Dios y en oración, puedas tener comunión con él.

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El Taller No mucho después preguntó: “¿tienes un taller en tu casa?” Abajo en el sótano de la casa de mi corazón tenía una mesa para trabajar y algunas herramientas, pero no está haciendo mucho con ello. De vez en cuando bajaba y hacía algo con unas herramientas, pero no esta produciendo nada sustancial o digno de valor. Lo llevé allí. Miró la mesada y los pocos talentos y habilidades que tenía yo. Dijo: “Esto está bastante bien amueblado. ¿Qué estás produciendo con tu vida para el reino de Dios?” Miró uno o dos de los pequeños juguetes que había armado sobe la mesa y levantó uno hacia mí. ¿Son estos juguetitos lo único que estás produciendo en tu vida cristiana?” “Bueno”, dije, “Señor, eso es lo mejor que puedo hacer. Sé que no es mucho y realmente quiero hacer más, pero después de todo, no tengo habilidad o fortaleza.” “¿Te gusta hacer algo mejor?” preguntó. “Seguro,” repliqué. “Muy bien. Permíteme sostener tus manos. Ahora descansa en mí y deja que mi Espíritu obra a través de ti. Sé que no eres habilidoso y que eres demotado y torpe, pero el Espíritu es el Trabajador-Maestro y si él controla tus manos y tu corazón, obrará a través de ti.” Y así, dando un paso alrededor mío, controlando las herramientas con sus dedos habilidosos, comenzó a trabajar a través de mí. Hay mucho más que todavía tengo que aprender y estoy muy lejos de estar satisfecho con el producto que está saliendo, pero sí sé que sea lo que fuere, ha sido producido por Dios y ha sido hecho por medio de su potente mano y a través del poder del Espíritu en mí. No te desanimes porque no puedes hacer mucho para Dios. Tu habilidad no es la condición fundamental. Es él quien está controlando tus dedos y sobre quien estás descansando. Vale tus talentos y tus dones a Dios y él hará cosas con ellos que te sorprenderán.

El Cuarto de Juegos Recuerdo el momento en que preguntó acerca del cuarto de juegos. Yo esperaba que no me preguntara acerca de eso. Había ciertas asociaciones y amistades, actitudes y diversiones que quería guardar para mí. No creía que a Cristo le gustarían o que las aprobaría, así que evite el asunto. Pero llegó una noche cuando estaba saliendo para reunirme con unos compañeros — yo estaba en la facultad en ese momento — y cuando estaba por cruzar el umbral, me detuvo con una mirada. “¿Vas a salir?” Respondí: “Sí”. “Bueno,” dijo, “me gustaría ir contigo.” “Eh,” contesté algo torpemente. “No creo, Señor, que en realidad te gustaría ir con nosotros. Salgamos mañana a la noche. Mañana a la noche vamos a ir a la reunión de oración, pero esta noche tengo otra cita.” El dijo: “Esta bien, sólo que yo pensé que cuando entrara a tu casa íbamos a hacer todo juntos. Íbamos a ser compañeros. Quiero que sepas que yo estoy dispuesto a ir contigo.” “Bueno”, dije, “iremos a algún lugar juntos mañana a la noche.”

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Pero esa noche pasé unas horas muy tristes. Me sentía destrozado. ¿Qué clase de amigo era yo para Cristo, cuando deliberadamente lo estaba dejando fuera de mis asociaciones, haciendo cosas y yendo a lugares que sabía muy bien que a él no le gustarían? Cuando volví esa noche, había una luz en su habitación y subí para hablar con él. Dije: “Señor, he aprendido mi lección. No puedo pasarla bien sin ti. De ahora en adelante vamos a hacer todo juntos”. Entonces fuimos al cuarto de juegos de la casa y lo transformamos. Lo convertimos en gozo verdadero, felicidad real, real satisfacción, verdadera amistad. Risas y música han estado resonando en la casa desde entonces.

El Armario del Pasillo Hay sólo un asunto más que podría compartir contigo. Un día lo encontré esperándome en la puerta. Había una mirada aprehensiva sobre sus ojos. Me dijo mientras entraba: “Hay un olor raro en la casa. Hay algo muerto por aquí. Es arriba. Es arriba me parece que es en el armario del pasillo”. Tan pronto como dijo esas palabras, supe de que estaba hablando. Sí, había un pequeño armario allí en el descanso de la escalera, no muy grande, y en ese armario bajo llave yo tenía una o dos cosas personales que no quería que Cristo viese. Sabía que eran cosas muertas y en descomposición. Y aún así las amaba, y las quería tanto para mí mismo que tenía miedo de admitir que estaban allí. Subí las escaleras con él y a medida que lo hacíamos, el olor se hacía más y más fuerte. El señaló hacia la puerta y dijo: “¡Está allí adentro! ¡Algo muerto!” Yo estaba enojado. Esta es la única manera que puedo decirlo. Le había dado acceso a la Biblioteca, al comedor, a la sala, al taller, al cuarto de juegos, y ahora me estaba preguntando acerca de un pequeño armario de sesenta por un metro. Me dije interiormente: “Esto es demasiado. No voy a darle la llave.” “Bueno,” dijo él, leyendo mi pensamiento, “Si piensas que me voy a quedar aquí arriba en el segundo piso con este olor, estás equivocado. Sacaré mi cama a la entrada de atrás. Con seguridad yo no me voy aguantar eso.” Y lo vi comenzar a bajar las escaleras. Cuando has llegado a conocer y amar a Cristo, lo peor que puede suceder es sentir que su comunión se está alejando de ti. Tuve que ceder. “T e daré la llave,” dije tristemente, “pero tú tendrás que abrir el armario. Tú tendrás que limpiarlo. Yo no tengo la fortaleza para hacerlo.” “Lo sé,” dijo, “Sé que no la tienes. Sólo dame la llave. Simplemente autorízame para ocuparme del armario y yo lo haré.” Así que, con dedos temblorosos le entregué la llave. El la tomó de mis manos, caminó hacia la puerta, la abrió, entró y sacó todo lo podrido que se estaba descomponiendo allí y lo tiró. Luego limpió el armario, lo pintó, lo arregló, haciendo todo en un momento. ¡Oh, qué victoria y liberación tener todo lo muerto fuera de mi vida!

Transfiriendo el Título Luego me vino una idea. Me dije a mí mismo: “He tratado de mantener limpio para Cristo este corazón mío. Comienzo en un cuarto y tan pronto como lo he limpiado, otro cuarto está sucio. Comienzo con el segundo cuarto y el primero se vuelve a ensuciar. Estoy cansado de tratar de mantener un corazón limpio y una vida obediente. ¡Simplemente no estoy capacitado para hacerlo!” Así que lancé una pregunta: “Señor, ¿hay alguna posibilidad de que te hicieras cargo de la responsabilidad de toda la casa y la hicieras funcionar en mi lugar y junto conmigo tal como hiciste con este armario? ¿Te harías cargo de la responsabilidad de mantener mi corazón como debería ser y mi vida donde debería estar?” Pude ver que su rostro se encendía mientras me contestaba: “Seguro, eso es lo que vine a hacer. No puedes ser un creyente victorioso en tus propias fuerzas, eso es imposible; déjame hacer a través de ti y para ti, esa es la forma; pero,” agregó lentamente “yo no soy dueño de esta casa. Soy sólo un huésped, no tengo autoridad para proceder ya que la propiedad no es mía.”

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Lo vi en un instante y cayendo sobre mis rodillas, dije: “Señor, tú has sido un huésped, y yo he sido el anfitrión. De ahora en más yo voy a ser el siervo, tú vas a ser el Señor.” Corriendo tan rápidamente como podía fui a la caja fuerte, saqué la escritura del título de la casa que describía sus haberes y pasivos, su situación y condición. Luego regresando hacia él, ansiosamente lo firmé extendiéndole la posesión a él para el tiempo y la eternidad. “Aquí está, todo lo que tengo y soy para siempre. Ahora tú estás a cargo de la casa. Yo sólo me quedo contigo como cadete y amigo.” El tomó mi vida ese día y puedo darte mi palabra, no hay mejor manera de vivir la vida cristiana. El sabe cómo mantenerla en forma y una profunda paz se establece sobre el alma. Que Cristo se establezca y se sienta como en casa en tu corazón como Señor de todo.

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Manuel Carvajal

Pastor General

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