mesa fraterna: la misericordia a la luz · 2 ¿podríamos aplicarla a un hermano(a) nuestro?...

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1 Motivación Luego de haber vivido intensamente este tiempo cuaresmal, de haber profundizado en el misterio de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y de haber festejado con mucha alegría su Resurrección cabría hacernos dos preguntas: ¿Vislumbro en toda la historia de la Salvación la misericordia de Dios? ¿Detallo en ese plan de Dios, que a pesar de que le hemos crucificado a su hijo, sigue amándonos con locura, a tal punto de resucitarlo por el infinito amor que nos tiene? Si llegásemos a creer en plenitud lo vivido durante esta semana santa, lograremos entender que el Señor durante tantos años, nos ha revelado y demostrado infinidad de veces su misericordia para con nosotros. Desde la creación, el Señor nos ha manifestado su amor. Y aunque nuestros padres hayan deshecho el plan de Dios, Él nunca ha dejado de amarnos, y de intentar “hasta 70 veces 7” rescatarnos de la oscuridad en la que muchas veces nos sumergimos. Por ello, idea un plan de Salvación, y tomando a muchos de sus hijos a través de los siglos (Abraham, Moisés, los profetas…), nos hace vivir; porque su deseo mayor es que la humanidad sea salvada, y su reino extendido por todo el mundo. Pero, ahora nos preguntamos de una manera más profunda e interesada, ¿qué es eso de la misericordia? Hablamos mucho de ella, conocemos diversidad de sinónimos y definiciones, pero en el fondo son sólo palabras que pueden llegar a sonar vacías, sobre todo cuando no hay una experiencia positiva de la vida. De allí que Jesús se vale de las parábolas para que partiendo desde el interior de nuestro ser recibamos, sintamos y vivamos, desde nuestra experiencia, el mensaje de la buena noticia. Por tanto, en vez de una definición, lo ilustraremos a modo de parábola, comparando la misericordia con el amor que tiene una madre hacia su hijo(a). Una madre ama antes de que el hijo nazca, antes de que el niño le conozca a ella, (diríamos que antes de la concepción, cuando lo sueña, lo piensa) y ese conocer a su madre toma unos años, sin embargo ella le cuida, le atiende, le alimenta, le perdona, le ilumina el camino para que no tropiece, le mima hasta el extremo, le da hasta de lo que no tiene, le educa, le invita a amarle, y aunque ese darse no se sienta correspondido, sigue acompañándole y brindándole toda protección y perdón. Si llega a irse de su lado, cualquiera sea la razón, ella sigue pendiente de su andar, desde lejos, pero con los brazos abiertos para recibirle en cualquier momento, para levantarle en sus caídas. ¿Qué madre no se siente identificada con lo expuesto? “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque esas llegasen a olvidar yo, no te olvido.” (Is 49, 15). “Si mi padre y mi madre me abandonan, Yahveh me acogerá” (Sal 27, 10) ¿Qué hijo(a) no se siente reflejado(a) en ella? No en vano Dios es nuestro Padre, y Jesús el Mesías, el Salvador que nos conduce a Él. Quien lo vea a Él, ve al Padre. Y ahora nos preguntamos: ¿Hemos logrado visualizarnos en este ejemplo para sentir en nuestra intimidad lo que es la misericordia? No se puede describir, no se puede contar, sólo vivirlo. Mesa Fraterna: La Misericordia a la luz de la Palabra de Dios

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Page 1: Mesa Fraterna: La Misericordia a la luz · 2 ¿Podríamos aplicarla a un hermano(a) nuestro? ¿Seríamos capaces de ser misericordioso(a) como el Padre? Dios conmovido por la miseria

1

Motivación

Luego de haber vivido intensamente este tiempo cuaresmal, de haber profundizado en el misterio

de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y de haber festejado con mucha alegría su

Resurrección cabría hacernos dos preguntas: ¿Vislumbro en toda la historia de la Salvación la

misericordia de Dios? ¿Detallo en ese plan de Dios, que a pesar de que le hemos crucificado a su

hijo, sigue amándonos con locura, a tal punto de resucitarlo por el infinito amor que nos tiene?

Si llegásemos a creer en plenitud lo vivido durante esta semana santa, lograremos entender que el

Señor durante tantos años, nos ha revelado y demostrado infinidad de veces su misericordia para

con nosotros. Desde la creación, el Señor nos ha manifestado su amor. Y aunque nuestros padres

hayan deshecho el plan de Dios, Él nunca ha dejado de amarnos, y de intentar “hasta 70 veces 7”

rescatarnos de la oscuridad en la que muchas veces nos sumergimos. Por ello, idea un plan de

Salvación, y tomando a muchos de sus hijos a través de los siglos (Abraham, Moisés, los

profetas…), nos hace vivir; porque su deseo mayor es que la humanidad sea salvada, y su reino

extendido por todo el mundo.

Pero, ahora nos preguntamos de una manera más profunda e interesada, ¿qué es eso de la

misericordia? Hablamos mucho de ella, conocemos diversidad de sinónimos y definiciones, pero

en el fondo son sólo palabras que pueden llegar a sonar vacías, sobre todo cuando no hay una

experiencia positiva de la vida. De allí que Jesús se vale de las parábolas para que partiendo desde

el interior de nuestro ser recibamos, sintamos y vivamos, desde nuestra experiencia, el mensaje

de la buena noticia.

Por tanto, en vez de una definición, lo ilustraremos a modo de parábola, comparando la

misericordia con el amor que tiene una madre hacia su hijo(a). Una madre ama antes de que el

hijo nazca, antes de que el niño le conozca a ella, (diríamos que antes de la concepción, cuando lo

sueña, lo piensa) y ese conocer a su madre toma unos años, sin embargo ella le cuida, le atiende,

le alimenta, le perdona, le ilumina el camino para que no tropiece, le mima hasta el extremo, le da

hasta de lo que no tiene, le educa, le invita a amarle, y aunque ese darse no se sienta

correspondido, sigue acompañándole y brindándole toda protección y perdón. Si llega a irse de su

lado, cualquiera sea la razón, ella sigue pendiente de su andar, desde lejos, pero con los brazos

abiertos para recibirle en cualquier momento, para levantarle en sus caídas.

¿Qué madre no se siente identificada con lo expuesto? “¿Acaso olvida una mujer a su niño de

pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque esas llegasen a olvidar yo, no te

olvido.” (Is 49, 15). “Si mi padre y mi madre me abandonan, Yahveh me acogerá” (Sal 27, 10) ¿Qué

hijo(a) no se siente reflejado(a) en ella? No en vano Dios es nuestro Padre, y Jesús el Mesías, el

Salvador que nos conduce a Él. Quien lo vea a Él, ve al Padre.

Y ahora nos preguntamos: ¿Hemos logrado visualizarnos en este ejemplo para sentir en nuestra

intimidad lo que es la misericordia? No se puede describir, no se puede contar, sólo vivirlo.

Mesa Fraterna: La Misericordia a la luz

de la Palabra de Dios

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¿Podríamos aplicarla a un hermano(a) nuestro? ¿Seríamos capaces de ser misericordioso(a) como

el Padre?

Dios conmovido por la miseria de su pueblo (cfr. Ex 3,7.)

Dios llama a Moisés de en medio de la zarza, diciendo: “¡Moisés, Moisés!” El respondió: “Heme

aquí”. Dijo Yahveh “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en

presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano

de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana

leche y miel”. Si bien el término misericordia no se halla en el relato, las primeras tradiciones del

relato del llamamiento de Moisés lo sugieren de forma inequívoca: “He visto la miseria de mi

pueblo” (Vocabulario de Teología Bíblica de X. León-Dufour). Así, la historia de la salvación, de

Dios con su pueblo, se narra como un acontecimiento de la misericordia divina y que cantaremos

sin cesar porque el salmo nos recuerda que la misericordia de Dios es eterna.

La liberación del pueblo, de la opresión de Egipto, es una experiencia de misericordia, de un Dios

que inclina su corazón lleno de ternura y amor sobre la miseria de su pueblo, y será una

experiencia constante que marcará el caminar del pueblo por el desierto, pues reconoce, celebra

las hazañas de Dios a través de Moisés y Aarón, lo sienten, lo perciben en la nube y en el fuego;

pero es un pueblo apóstata, desleal, desertor que no “aguanta” la condición limitadora del ser

humano; ante lo adverso, reclama, murmura, se queja, reniega contra Moisés y contra Dios.

Ejercicio: Despertando misericordia: Visualízate caminando en medio de tu pueblo sufriente,

inquieto, temeroso, desesperanzado: esclavo de las consecuencias de la crisis, y descubre en

medio de ellos una “zarza ardiendo”, es decir: LA VOZ DE DIOS que te dice: “estoy viendo la

miseria de mi pueblo”. Haz contacto con las emociones y sentimientos que se despiertan e

identifícalos.

Revelación de la identidad de Yahveh (Ex 34,6s. cfr. 34,8-9)

Pasó Dios diciendo: “Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso, paciente, lleno de amor y fiel, que

mantiene su amor eternamente, que soporta la maldad, la iniquidad y el pecado” (Ex 34,6-7a), es

la respuesta de Dios a Moisés que lo invoca. Seguidamente cae rostro en tierra y le dice: “«Si en

verdad he hallado gracia ante tus ojos, oh Señor, dígnese mi Señor venir en medio de nosotros,

aunque sea un pueblo de dura cerviz, perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y recíbenos

por herencia tuya».

La relación de Moisés con Dios es catalogada como amistad porque habla con Él como con un

amigo (Ex 33,12.17) y en sus encuentros cara a cara con Dios, éste le revela lo más íntimo y propio

de sí: un corazón humano, vivo, que se compadece, que va más allá de la infidelidad del pueblo,

que lo provoca en cada paso a pesar de ser testigo y beneficiario de sus hazañas, de su poder, en

fin de su amor incondicional. En su marcha por el desierto, hacia la tierra prometida, Dios va

derramando misericordia: liberación de la esclavitud es el punto de partida, incluida la separación

de las aguas para su paso, la fuente de Meribá, la carne, la Ley y más bienes materiales y

espirituales: el perdón, el amor, la tienda del encuentro (cfr. Ex 33,10), la salud con la serpiente

levantada (cfr. Num 21, 4-9), finalmente la gracia para darles todo eso, porque “en verdad han

hallado gracia ante sus ojos”.

Dios “Es el que Es” y Moisés responsable del pueblo

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Moisés hace un camino con un pueblo nada fácil, sin embargo su confianza y amistad con “Dios

misericordioso lento a la ira y rico en piedad” (Ex 34,6), le confirma como instrumento de Dios y

también responsable del pueblo. Y el pueblo está convencido de esto muy a pesar de su dureza, de

su fragilidad, de su pecado. Sin embargo habiendo experimentado la bondad y la misericordia de

Dios no las reconoce; confundido cree que son derechos adquiridos por haberlos sacado de Egipto,

“nos sacaste para hacernos morir en el desierto” (Dt 9,28 ; Ex 32,12), y tanto para Dios que la hace,

como para Moisés que la realiza, es una Promesa que viene de la alianza (Ex 34,10) entre Dios y su

pueblo- “Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios”- y el pueblo acepta, se compromete

“Haremos todo lo que el Señor diga” (Ex 24,3). Una promesa que surge y se fundamenta en el Ser

del “Yo Soy el que Soy” (Ex 3,14) en el Ser de Dios: “Misericordioso, Dios Misericordioso”.

Esta es la razón, el sentido, el horizonte y la meta de Dios con su pueblo: conociendo el corazón

del pueblo, revela el suyo “Mi corazón se conmueve dentro de mí y mis entrañas se han

conmovido. No llevaré a efecto el ardor de mi cólera… porque soy Dios y no hombre; soy el Santo

en medio de ti y no me complazco en destruir” (Os 11,8-9).

El encuentro íntimo de Moisés con Dios le va transformando en canal de su misericordia que llega

hasta el corazón del pueblo. Moisés puede mediar por ese pueblo (Ex 32, 11), pero también

encarnar en sí mismo la cólera de Dios y como hombre, le da paso: “se molesta y rompe las tablas

de la alianza”, ¿habrá captado los sentimientos de Dios?, tiene que ir aprendiendo a ser

misericordioso. También ha tenido que “recordárselo a Dios” “van a decir en Egipto que lo sacaste

para hacerlo morir aquí en el desierto”.

Misericordia y perdón

El hombre bíblico, el pueblo de Dios, va descubriendo su debilidad y la necesidad de la

misericordia de Dios. Acuden a Moisés para pedirle que “ore a Dios y le pida que les perdone su

pecado”; Moisés intercede. Antes, Abraham había negociado con la misericordia de Dios por los

pocos justos que habían, por los que no debía destruir la ciudad (Gn 18,23-33). Revelarse, dar la

espalda y no reconocer al Dios Misericordioso que lo conduce por el desierto (Os 2,16), al entrar

en sí o experimentar la “falta” de algo, de Alguien -“¿por qué desfalleces, alma mía? ¿por qué te

me turbas? Espera en Dios que volverás a alabarlo” (Sal 41-42) - les vuelve a Él (Jer 24,7), lo buscan

con todo el corazón (Dt 4,29-31). El salmista lo expresa claramente conmovido por la conciencia

de su pecado “pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado, pues en la culpa

nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 50), por eso clama a Yahveh con confianza “misericordia

Dios mío, por tu bondad. Por tu inmensa compasión borra mi culpa” (ib.). Y Dios, gigante e infinito

en misericordia (Jon 4,2b), le responde: “¿acaso me complazco yo en la muerte del pecador –

oráculo del Señor Yahveh- y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (Ez 18, 23).

Esto es porque Dios se conmueve de tal manera ante la miseria consecuencia del pecado, que

desea “que el malvado se convierta a Yahveh, que tendrá piedad de él, nuestro Dios que perdona

abundantemente” (Is 55,7), que el pecador reconozca su malicia y se vuelva hacia Él, que se

convierta porque quiere “hablarle al corazón” (Os 2,6).

Misericordia y Consolación: Jesús Consolador rostro misericordioso de Dios

Lucas en su evangelio manifiesta la misericordia en Jesucristo. El capítulo 15 es un concentrado de

ello. El Jesús de Lucas es la encarnación de la presencia misericordiosa de Dios entre nosotros:

“sean misericordiosos como es misericordioso el Padre” (Lc 6,36), lo que significa, según el mismo

evangelista, no juzgar, no condenar, perdonar, dar (cfr. Lc 6, 37-38); pues, en la misma medida en

que lo hagamos con otros, así lo harán con nosotros (Lc 6, 31-32), resume la regla de oro

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propuesta por Jesús “todo lo que quieran que les hagan los demás, háganselo ustedes igualmente”

(Lc 6,31). Jesús nos revela que el pensar y el obrar de Dios son muy diversos del pensar y obrar

humanos. Dios es diverso y su trascendencia se manifiesta en la misericordia hasta amar a los

enemigos (cfr. Lc 6,27-30), perdona las culpas, que no sólo quiere la conversión del pecador, sino

que espera con los brazos abiertos que vuelva y, cuando regresa, lo abraza y empieza la fiesta (cfr.

Lc 15), porque hay “más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte que por noventa y

nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,7). De aquí que el único momento de

alegría y consuelo que vivió Jesús durante su pasión fue la conversión de Dimas, el buen ladrón (Lc

23,42-43). Serán misericordiosos como el Padre, serán hijos del Altísimo que es bueno con los

ingratos y los perversos, si aman a los enemigos y hacen el bien sin esperar nada a cambio, pues la

recompensa será grande (cfr. Lc 6,35). Lucas tal vez vivió la experiencia de la misericordia al lado

de Pablo de Tarso, con quien estuvo como “el médico querido” y “colaborador” (Col 4, 14; Flm 24).

Pablo quien más experimentó la misericordia de Dios al punto de exclamar: “Dios, rico en

misericordia por el gran amor con que nos amó….” (Ef 2,4) y todavía más, “¡bendito sea el Dios y

Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos

consuela en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!”

(1Cor 1,3-7), llega a decirnos que “somos consolados para consolar”, la consolación es expresión

de la misericordia. Pablo, testigo de esta misericordia constantemente habla con autoridad y nos

transmite con profundo sentimiento y emoción dicha experiencia. Dios le hace vivir y sentir en

carne propia su misericordia, sin embargo “la misericordia del hombre solo alcanza a su prójimo, la

misericordia del Señor abarca a todo el mundo” (Eclo 18,13), “que inapreciable es tu misericordia,

que alcanza a hombres y animales” (Sal 35).

Experiencia personal: Todos somos responsables de otros: hermanos, padres, compañeros de

trabajo, de estudio, comunidades… Me hago consciente de quién soy responsable y, hago

memoria de los gestos de misericordia, hacia otros, las intercesiones ante otros… Reconozco que

es Dios quien pone en mi corazón el querer y la acción. Le alabo y bendigo por esto. Disfruto de

esta experiencia de la misericordia de Dios que pasa a través de mí. Renuevo mi deseo de ser su

instrumento de misericordia.

Experiencia comunitaria: En comunidad como hermanos, hijos de un mismo Padre, con los ojos

cerrados, nos vamos serenando poco a poco, centrados en la respiración (Inhalamos por la nariz

y exhalamos por la boca) soltando aquellas partes del cuerpo que están tensas. Pedimos luz al

Espíritu Santo para que traiga a nuestra memoria, aquellas personas de esta comunidad de

hermanos, que nos han mostrado el rostro misericordioso de Dios en situaciones concretas de

pecado, debilidad, actitudes, gestos… y damos gracias a Dios por ellas… Terminamos cantando:

Bendice alma mía al Señor (salmo 103: Salmos de la Consolación. Puede estar escrito en una

tarjetica que luego les quede a todos). Si se desea pueden compartir la experiencia.

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Recurso para trabajar en las Mesas

Las parábolas

Parábola deriva del griego "parabolé", término que sugiere una comparación. De aquí que la

parábola:

Es una composición literaria en la que una narración breve, real o ficticia, ilustra una verdad moral o espiritual.

Un relato corto, con forma de historia sencilla, real o inventada pero no fantasiosa, mediante la cual Jesús establece una comparación: "igual que sucede en tal caso, así sucede en tal otro".

Esta comparación pretende mostrarnos una enseñanza de tipo "espiritual". Las parábolas iluminan al pueblo de Dios en lo referente a la verdad espiritual ya que son explicaciones y anuncio de su mensaje.

Todos sus detalles tienen la finalidad de subrayar y enfatizar el mensaje único que el relato quiere enseñar del modo más comprensible y fácil de recordar.

Las parábolas de Jesús son una fuente de bendición.

Jesús y las Parábolas

Las parábolas de Jesús son aquellas breves narraciones dichas por Jesús de Nazaret que encierran una educación moral y religiosa, revelando una verdad espiritual de forma comparativa. Se basan en hechos u observaciones creíbles de la naturaleza, teniendo la mayoría de estos elementos de la vida cotidiana.

Jesús enseña utilizando parábolas, es decir, ejemplos vivos, imágenes tomadas de la vida ordinaria, dándoles contenidos ricos y amplios, luego de recorrer los caminos de Palestina, predicando el Evangelio del Reino y confirmando su mensaje con innumerables signos y milagros. Las parábolas se encuentran contenidas en los evangelios. Muchos creen, otros no.

Jesús habla del Reino de Dios con tacto y utiliza parábolas en las que, sin ocultar que está diciendo cosas nuevas incita a los oyentes a interesarse y les advierte: "¡quién tenga oídos para oír, que oiga!". Entenderán los que tengan un corazón dispuesto a la conversión a Dios con el rechazo del pecado, también en sus formas más sutiles.

El mismo Jesús dice que enseña usando parábolas para que comprendan su mensaje sólo aquellos que han aceptado a Dios en su corazón y para que los que tienen "endurecidos sus corazones" y han "cerrado sus ojos" no puedan entender. Por lo tanto comprender el mensaje de Jesús significaría ser un verdadero discípulo suyo y no entenderlo supone que no se está realmente comprometido con Él y por ende no podemos recibir su ayuda ni la de su mensaje.

Existen algunos debates sobre si este es el significado original del uso de las parábolas o si en realidad fue agregado por Marcos para reforzar la fe de sus lectores, tal vez cuando se vio perseguido. Esta explicación parece ser esencial para comprender del todo el mensaje real de las

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parábolas de Jesús, ya que deja claro que es necesario tener fe en Él para entenderlas, o de otro modo se ven confusas.

Características a) Tienen forma de narración, una especie de cuento de tamaño variable.

b) Son relatos de la vida diaria. No son asuntos complejos ni rebuscados. Los elementos que las constituyen están tomados de experiencias cotidianas de Jesús y sus oyentes: semillas, ovejas, vecinas, alegría, deudores, prestamistas... Por eso se dice que son relatos verosímiles, no fantasiosos. En muchos casos la trama y sus elementos están tomados de la vida y muchos oyentes de Jesús habrán tenido la misma experiencia.

c) Lo anterior no excluye la posibilidad de que aparezcan otros recursos literarios como la hipérbole o circunstancias extrañas, exageraciones de difícil justificación a no ser que aceptemos que la finalidad de las parábolas sea suscitar la reflexión.

d) El interés de la parábola no radica en el relato, pues se trata de un relato simbólico. Hay un conjunto de símbolos y un mundo simbolizado. El conjunto de símbolos de la parábola está puesto al servicio de la enseñanza que Jesús quiere transmitir a sus oyentes.

e) Es este carácter simbólico lo que hace que la parábola ayude a comprender y asimilar el principio de trascendencia que envuelve toda la temática religiosa y cristiana. Porque es a través de lo simbólico como podemos descubrir la intervención de Dios en la historia. El mejor lenguaje para hablar de Dios es el simbólico.

f) Las parábolas no son un método original y exclusivo de Jesús. Era una técnica utilizada por otros rabinos, pero en las de Jesús hay detalles que causan sorpresa y plantean un reto.

g) En general, las parábolas evocan experiencias desconcertantes y en casi todas late una paradoja que rompe los esquemas usuales de la vida: hay comerciantes que lo venden todo para comprar sólo una perla fina (¿de qué vivirá después?, hay un padre que recibe y devuelve sus bienes al hijo pródigo que había dilapidado todo, un sembrador que malgasta la semilla en el camino y en las zarzas...)

h) Las parábolas fueron instrumentos que Jesús usó para exponer su mensaje a la gente sencilla del pueblo, eran sus destinatarios.

j) Jesús utiliza las parábolas porque busca la claridad. Habla en parábolas porque quiere que la gente le entienda. No son enigmas, a la gente le fascinaban precisamente porque las entendían.

Finalidad

Jesús no contaba parábolas para divertir al auditorio sino para exponer su mensaje, explicitarlo y aclararlo, y muy especialmente, para interpelarles.

a) Uno de los propósitos fundamentales de las parábolas de Jesús es exponer los principios fundamentales de su enseñanza. El centro del mensaje de Jesús es el Reino de Dios y las parábolas pretenden desvelarnos un aspecto fundamental de este Reino.

b) El mensaje del Reino no sólo se "conoce", hace falta construirlo. Por eso Jesús busca una reacción en el oyente. Esto lo logra con unos finales imprevistos y desconcertantes de las parábolas. Sus finales rozan lo absurdo (p. e. dejar crecer el trigo con la cizaña) causando sorpresa en el oyente. No se puede entender que alguien escuchara una parábola a Jesús y permaneciera impasible ya que cuestionan el orden social, moral y religioso de su tiempo. El mensaje del Reino de Dios como nueva sociedad justa, fraterna y solidaria implica radicalidad en las decisiones. Por eso, las parábolas incitan a comprometerse a favor de Jesús y su mensaje o a rechazarlo.

La finalidad de las parábolas de Jesús es enseñar cómo debe actuar una persona para entrar al Reino de los Cielos y, en su mayoría, revelan también sus misterios. En ocasiones Jesús usó las

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parábolas como armas dialécticas contra líderes religiosos y sociales, como por ejemplo la Parábola del Fariseo y del publicano y la Parábola de los dos hijos. En los evangelios encontramos el propósito de algunas parábolas: Mateo 13,10-17; Marcos 4,10-12 y Lucas 8,9-10.

Propuesta:

Parábolas sugeridas (se pueden escoger otras): Lc 15, 1-32

a. La oveja perdida

b. La moneda perdida

c. El padre y los dos hijos

d. El buen samaritano Lc 10,25ss.

e. Otras….

Actividad:

Leer y dialogar sobre la parábola que le tocó a tu mesa: de acuerdo a lo leído y compartido en este documento sobre las parábolas, profundizar:

Destinatarios: ¿A quién se dirige?

Propósito: ¿Por qué la dice Jesús?

Elementos: ¿Cuáles son los elementos presentes: moneda, padre, hijo, casa, fiesta, barrer…?

Enseñanza: ¿Qué aprendizaje deja?

¿Qué nos revela Jesús de Dios en esta parábola?

Describe la relación con el Dios Misericordioso del A.T

Construir una parábola a partir de un hecho de la obra en la que laboramos, nos

encontramos

3. Obras de Misericordia

Definición de las obras

Cuanta necesidad hay en el mundo de una buena noticia, de un mensaje que alegre nuestro espíritu y nos dé signos de esperanza. Cuánta necesidad de alguien que se acerque al atribulado al desesperado, al desesperanzado, al desprotegido, al que sienta que su mundo no tiene sentido, que no vale, y no importa. Ante esta necesidad de hambre y sed de Dios, la iglesia primitiva, en su sabiduría y tradición, escrutando las sagradas escrituras, descubre en el antiguo testamento y en la persona de Jesús acciones y palabras que nos ayudan a “permanecer en Dios”, a tener en sí el Espíritu Santo y a dejarnos guiar por Él. Estas acciones que son precisamente lo concreto de nuestra confesión, de que el Hijo de Dios se ha hecho carne, ha tomado el nombre de Obras de Misericordia. Obras que se nos revelan porque cada hermano nuestro, que debemos amar, es carne de Cristo. Dios se ha hecho carne para identificarse con nosotros. Y con el que sufre, es Cristo quien lo sufre.

Atendiendo a este sufrimiento en la carne y en el espíritu, se hace una clasificación de estas obras.

Las Obras de Misericordia Corporales

Al experimentar el hombre en su cuerpo la falta de recursos, ya sea internos (comida y bebida), ya

sea externos (vestido y techo), o sufrir carencias momentáneas internas (enfermedad) o externas

(privación de libertad o sepultura) y reconociendo que pueden ser satisfechas con la ayuda de

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otros, dado que, por naturaleza, el ser humano es un ser social cuya plenitud se sujeta a las

relaciones interhumanas (de ayuda y dependencia), la Doctrina cristiana propone las siete obras

corporales (obras de misericordia) como camino hacia la plenitud en la caridad. He aquí unas

breves notas bíblicas sobre cada una de ellas en particular.

Primera obra: Dar de comer al hambriento (Mt 25,35) El hambre es característica de la

experiencia del desierto del pueblo de Dios (Dt 8,23). Entre los alimentos del desierto el pan tenía

diversos significados simbólicos. Así, primeramente, el maná fue calificado como “trigo de los

cielos”, “pan de los fuertes” (Sal 78,24s) y “manjar de ángeles” (Sab 16,20) y, a su vez, fue visto

como símbolo de la “Palabra de Dios” (Dt 8,3; Is 55,2.6.11), de “las enseñanzas de la Sabiduría”

(Prov 9,5) y de la misma “Sabiduría” (Sir 15,3; cfr. 24,18-20). En el Nuevo Testamento, el hambre

era la característica de los pobres, de los individuos a los que se les proclama “bienaventurados”

debido a su “hambre” física y de justicia (Mt 5,6). En definitiva, siendo el hambre el símbolo de la

necesidad de alimento y justicia, la acción de “dar de comer al hambriento” se vuelve una

responsabilidad eclesial, derivada de la misma acción del Padre misericordioso y de Jesús de

Nazaret. Hoy día en muchos lugares persiste, y amenaza con acentuarse, la extrema inseguridad

de vida a causa de la falta de alimentación: el hambre causa todavía muchas víctimas entre tantos

Lázaros a los que no se les consiente sentarse a la mesa del rico epulón (cfr. Lc 16,19-31)... En esta

perspectiva, dar de comer a los hambrientos (cfr. Mt 25,35.37.42) se convierte en un imperativo

ético para la Iglesia universal, que responde a las enseñanzas de su Fundador, el Señor Jesús, sobre

la solidaridad y el compartir.

Segunda obra: Dar de beber al sediento (Mt 25,35) El agua encierra en la Biblia un significado

simbólico. Así, el agua que brotó de la roca del desierto significa el don que Dios hace a su pueblo

escogido (cfr. Éx 17,1-7; Núm 20,1-13). A su vez, el agua es un símbolo del mismo Dios, tal como

aparece en la preciosa plegaria del Salmo 42,2s: “Como busca la cierva las corrientes de agua, así

mi alma te busca a ti, Dios mío”, y en el texto profético de Jeremías 2,13: “Me abandonaron a mí,

que soy fuente de agua viva” (cfr. Is 12,2s; Jer 17,13). En el Nuevo Testamento se recordará que el

ministerio apostólico comporta dificultades y tribulaciones, entre las que se encuentra “el hambre

y la sed” (1Cor 4,11; 2Cor 11,27). Por eso, el dar de beber aunque sea sólo un vaso de agua a los

discípulos enviados por el Señor, es un gesto que no será olvidado por Dios (cfr. Mt 10,42; Mc

9,41). No es extraño, entonces, que en el Apocalipsis se formule una esperanza de liberación en

estos términos: “Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno” (Ap 7,16)..

No se debe olvidar que en nuestra sociedad sigue resonando la fuerte petición “¡Dame de beber!”;

petición hecha a la Samaritana por Jesús mismo (Jn 4,7). De allí que, privar a alguien (y cuanto más

a los pobres) del acceso al agua significa negar el derecho a la vida, derecho que está

fundamentado en la inalienable dignidad humana.

Tercera obra: Vestir al desnudo (Mt 25,36) En la Biblia la desnudez es interpretada de manera

negativa, tanto como fruto del pecado (cfr. Gén 3,7), como por la relación con el esclavo que no

tiene derecho a propiedad y está sujeto a explotación (cfr. Gén 37,23); la desnudez se relaciona

con la situación del encarcelado (cfr. Is 20,4; Hch 12,8) y del enfermo mental que viven en

condición de alienación (cfr. Mc 5,1-20). En efecto, hablamos de la desnudez humillada del

marginado, tal como se cuenta en el libro de Job hablando de los pobres (Job 24,7.10). Dados los

sufrimientos de quienes carecen de vestido, las Sagradas Escrituras proponen una actitud de

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compasión para con la desnudez (cfr. Tob 4,16), (Ez 18,16) y (Is 58,7). De allí que, en el juicio final,

tal acción es vista como una obra de misericordia (cfr. Mt 25,36).

Cuarta obra: Acoger al emigrante (Mt 25,35) Las palabras de Mateo 25,35: “Fui emigrante y me

hospedaron” marcan toda la historia de Israel. En efecto, el huésped que pasa y pide el techo que

le falta, recuerda a Israel su condición pasada de emigrante y extranjero de paso sobre la tierra, tal

como atestiguan los siguientes textos: (Lev 19,34), ( Hch 7,6), (Sal 39,13) y (Heb 13,13s). El ejemplo

de acogida generosa y religiosa en Abraham con los tres personajes en Mambré (Gén 18,2-8), así

como Job que se gloría de este paradigma (Job 31,31s) y el mismo Cristo que aprueba los cuidados

que comporta la hospitalidad (Lc 7,44-46; 24,13-33). Los gestos de acogida para con el emigrante

son manifestación concreta de solidaridad con el prójimo, quien es, por excelencia, la mejor

mediación con lo divino (Rm 12,9.13).

Quinta obra: Asistir a los enfermos (Mt 25,36) La enfermedad y el sufrimiento se han contado

siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad el hombre

experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. De hecho, toda enfermedad puede hacernos

entrever la muerte” (CEC, no. 1500). El acto de visitar a los enfermos, no muy frecuente en la

Biblia, lo describe Ben Sira como acto de amor hacia el visitante (Sir 7,35). El texto manifiesta la

mentalidad judía que ponía su acento en el visitante y no en el enfermo, diversamente de Mateo

25,36, en el cual es el enfermo quien tiene una dignidad que debe ser reconocida, ¡ya que es

Cristo mismo! En el evangelio de Mateo, “el enfermo tiene una sacramentalidad crística que le

convierte en sacramento de Cristo”. Tal perspectiva exige del visitante que descubra en su

encuentro con el enfermo pobre y desvalido, un camino y una interpelación que pueda conducirle

a asemejarse con Cristo, que “siendo rico, se hizo pobre” (2Cor 8,9). En el Nuevo Testamento

aparece una forma típica de visita a los enfermos, en la que se articulan tres momentos: la visita,

la oración y el rito, teniendo este último dos formas: la imposición de manos o la unción con aceite

(Hch 28,7-10) y (St 5,14). La asistencia a los enfermos constituye, pues, un gesto de verdadera

caridad, un signo orientado a promover vida y salud, tal y como lo realizó Jesucristo, el Ungido de

Dios que pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el pecado, porque Dios estaba

con él (cfr. Hch 10,38).

Sexta obra: Visitar a los presos (Mt 25,36) En el trasfondo, están aquellos lugares emblemáticos

de la Biblia que anuncian a los prisioneros la liberación (Is 61,1), (Lc 4,18) (Heb 13,3), (Mt 25,36).

Otros ejemplos importantes de esta obra de misericordia son la proximidad de la comunidad por

medio de la oración de intercesión a Pedro que estaba encarcelado: (Hch 12,5); o bien, la gratitud

que el apóstol Pablo expresa por la proximidad y ayuda de los cristianos de Filipos durante su

cautividad (cfr. Flp 1,13-17; 2,25; 4,15-18). Obviamente, la atención a los presos implica también el

apoyo a sus familiares, para que puedan asistir lo mejor posible a los presos... Además, la

presencia cristiana en las cárceles pueden hacerse de múltiples y creativas formas, ya que, en

definitiva, el “visitar a los presos” conlleva también un trabajo político y una reflexión que, en

nombre de la dignidad de las personas y de los derechos humanos, busque entrever acciones que

no priven de la libertad a los individuos y que prevean actos de reparación.

Séptima obra: Enterrar a los muertos (Tob 1,17; 12,12s) En Israel, ser privado de sepultura era

visto como un castigo, como uno de los peores males entre los hombres (Sal 79,3). Dicha acción

formaba parte del castigo con el que se amenazaba a los impíos (1Re 14,11s; Is 34,3; Jer 22,18s).

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Por eso, efectuar la caridad a través del entierro de una persona yacente era una de las obras de

piedad más venerables en el judaísmo (Sir 7,33), (Sir 38,16). El testimonio relevante de esta

práctica la ofrece el libro de Tobías (Tob 1,16s). Tobías incluye la obra buena de “enterrar a los

muertos” después de las obras de misericordia de “dar de comer al hambriento” y de “vestir al

desnudo”. Esta enumeración conjunta es la que posiblemente influyó para que esta práctica de

caridad fuera incluida como la última obra de misericordia corporal después de las seis

enumeradas en Mateo 25. En el marco de esta obra de caridad es conveniente abordar un tema

que, en estos últimos tiempos, ha causado muchas inquietudes entre los creyentes. Nos referimos

al acto de incinerar los cuerpos. ¿Qué respuesta da la Iglesia sobre dicha práctica? Desde del año

1963, una Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe, recogida en el Código de

Derecho Canónico (1983), canon 1176, indica que la Iglesia católica, aun manteniendo su

preferencia tradicional por la inhumación, acepta acompañar religiosamente a aquéllos que hayan

elegido la incineración, siempre y cuando no sea hecha con motivaciones expresamente

anticristianas. La práctica de la incineración, a su vez, invita a reflexionar sobre el profundo

interrogante que es la muerte para toda persona humana, conscientes de que la fe cristiana afirma

la supervivencia y la subsistencia (después de la muerte) de un elemento espiritual que está

dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo ‘yo’ humano, carente

mientras tanto del complemento de su cuerpo. Para designar este elemento la Iglesia emplea la

palabra “alma” consagrada por el uso de la Sagrada Escritura y de la Tradición, aunque no ignora

que este término en la Biblia tiene diversas acepciones (según afirma la Congregación para la

Doctrina de la Fe). En definitiva, se trata de la fe en la inmortalidad de la “persona” (o “yo

humano” / alma), que sobrevivirá transformada por la acción salvadora de Dios en Jesucristo,

cuando “Dios sea todo en todos” (1Cor 15,28), en “un cielo nuevo y una tierra nueva..., donde no

habrá ni muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor” (Ap 21,1.4).

Las Obras de Misericordia Espirituales

Además de las concurrentes necesidades corporales, la persona humana también sufre

deficiencias en su dimensión espiritual. Por esta razón, las obras de misericordia espirituales

cobran similar valor (o incluso mayor) que los auxilios materiales. Su desarrollo se inició en la

etapa patrística, particularmente con Orígenes (años 185-254), a partir de su interpretación

alegórica del texto de Mateo 25. La reflexión fue profundizada después con san Agustín y se

consagró de forma particular en el siglo XIII dentro del mundo académico, especialmente con

santo Tomás de Aquino. Las siete obras de misericordia espirituales pueden agruparse en tres

bloques: tres obras iniciales de vigilancia en las que se encuentra: 1) dar consejo al que lo necesita;

2) enseñar al que no sabe; 3) corregir al que se equivoca. A su vez, hay otras tres obras centrales

en torno a la reconciliación, formadas por: 4) consolar al triste; 5) perdonar las ofensas; y 6)

soportar con paciencia a las personas molestas. Finalmente, aparece una obra de síntesis: 7) la

oración, centrada en rogar a Dios por los vivos y los muertos. He aquí, a partir de esta

estructuración, una nota breve sobre cada una de ellas.

Primera obra: Dar consejo al que lo necesita. La tradición bíblica pone de relieve la importancia

del consejo (Prov 11,14); (Sir 21,13); (Dan 12,3). Pero, ¿dónde está el criterio para un buen

consejo? He aquí las palabras del sabio Ben Sira que apuntan a la cuestión de la verdad y a la

importancia decisiva de la conciencia recta que vaya en su búsqueda (Sir 37,13-15). Si miramos el

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momento presente, podemos decir que quizá lo más urgente es aconsejar a partir de ciertas

interrogantes que ayudan a tocar fondo de la existencia humana: “¿Quién soy?, ¿de dónde vengo

y adónde voy?, ¿por qué existe el mal?, ¿qué hay después de esta vida?” (cfr. Juan Pablo II, Fides

et ratio, no. 1).

Segunda obra: Enseñar al que no sabe “¿Entiendes lo que estás leyendo?” (Hch 8,30), le preguntó

Felipe al funcionario que leía al profeta Isaías. Y éste le respondió: “¿Y cómo voy a entenderlo si

nadie me lo explica?” (Hch 8,31). En esta línea de guía de conciencias, se debe recordar el texto

paradigmático de Jesús (Mt 23,10). Se marca así, con contundencia, que quien de forma definitiva

“enseña al que no sabe” es Jesús el Mesías, dado que “ya vivamos o ya muramos, somos del

Señor” (Rm 14,8). En este marco surge la tarea fundamental de enseñar al que no sabe. San Juan

Pablo II, en la Encíclica Fides et ratio (1998), puso muy de relieve esta decisiva tarea para nuestro

mundo: “Es ilusorio pensar que la fe, ante una razón débil, tenga mayor incisión; al contrario, cae

en el grave peligro de ser reducida a mito o superstición” (no. 48). Por esto, concluye afirmando:

“Lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad y su

anhelo de un sentido último y definitivo de la existencia” (no. 102).

Tercera obra: Corregir al que se equivoca. Esta es una obra de misericordia inspirada en un texto

clásico del evangelio de Mateo, cuando trata de los conflictos en el seno de la comunidad (Mt

18,15-17; cfr. Tit 3,10). La cuestión de la corrección fraternal está presente en el Antiguo y Nuevo

Testamento y en su uso se percibe un notable realismo. En este sentido, conviene notar que la

corrección debe realizarse no como un juicio, sino como un servicio de verdad y de amor al

hermano, ya que hemos de dirigirnos al pecador no como enemigos, sino como hermanos (cfr.

2Tes 3,15; cfr. Sant 5,19s; Sal 51,15). La corrección fraterna debe ejercitarse con firmeza (cfr. Tit

1,13), pero sin asperezas (cfr. Sal 6,2), sin exacerbar o humillar al que es amonestado (cfr. Ef 6,4).

Es verdad que “ninguna corrección resulta agradable, sino que duele; pero luego produce fruto

apacible de justicia a los ejercitados en ella” (Heb 12,11). En efecto, no se puede consolar,

perdonar y soportar pacientemente las injusticias, si uno no se reconoce deudor de Cristo, el cual

nos ofrece continuamente el modo de reconciliarnos con Dios.

Cuarta obra: Consolar al triste. Jerusalén, en su historia, hizo la experiencia de total abandono.

Cuando fue privada de toda consolación por parte de sus aliados (cfr. Lam 1,19), (Is 49,14; 54,6-

10), pero en realidad el Señor era su verdadero consolador (Is 40,1). Dios, en efecto, consuela a su

pueblo con la bondad de un pastor (cfr. Is 40,11; Sal 23,4), con el afecto de un padre, con el ardor

de un novio y de un esposo (cfr. Is 54) y con la ternura de una madre (cfr. Is 49,14s; 66,11-13). Y

por esto ha legado a su pueblo su promesa (cfr. Sal 119,50), su amor (cfr. Sal 119,76), la Ley, los

profetas (cfr. 2Mac 15,9) y las Escrituras (cfr. 1Mac 12,9; Rm 15,4) que le posibilitan superar el

desconsuelo y vivir en la esperanza. Jesús, a su vez, anunciado como “Consuelo de Israel” (Lc 2,25),

y reconocido como “Consolador” (1Jn 2,1), proclama: “Bienaventurados los que lloran, porque

serán consolados” (Mt 5,5). Pablo, por su parte, recuerda que Cristo es la fuente de toda

consolación (Flp 2,1) y que en la Iglesia la función de “consolar” es esencial, ya que atestigua que

Dios consuela permanentemente a los pobres y afligidos (cfr. 1Cor 14,3; Rm 15,5; 2Cor 7,6; cfr. Sir

48,24). De hecho, tal como se presenta en la imagen conmovedora del Apocalipsis, la presencia de

Dios es el consuelo máximo de los hombres: “Él nos enjugará toda lágrima” (Ap 7,17), y en su

presencia “no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor...” (Ap 21,4).

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Quinta obra: Perdonar las ofensas. La historia de la revelación bíblica es la historia de la

revelación del Dios “capaz de perdón” (cfr. Éx 34,6s; Sal 86,5; 103,3). Esta afirmación comporta la

superación de la Ley del Talión (“ojo por ojo, diente por diente”: Éx 21,24). Jesús mismo nos

enseñó (Mt 5,44). No se puede negar que el amor a los enemigos, desde un punto de vista

humano, es seguramente la prescripción más exigente de Jesús. Pero se trata de un mandamiento

que expresa lo más nuevo y propio del cristianismo, ya que “quien no ama a quien lo odia no es

cristiano” (Segunda Carta de Clemente, 13s), pues el amor a los enemigos es la “ley fundamental”

(Tertuliano, De la paciencia, no. 6) y la “suprema esencia de la virtud” (san Juan Crisóstomo, In

Mat. 18,3s). Por eso, para santo Tomás de Aquino, el perdón de los enemigos “pertenece a la

perfección de la caridad” (ST II-II, q. 25, a. 8); es una obra que responde a una exigencia de verdad

irrenunciable: reconocer los límites y las debilidades humanas.

Sexta obra: Soportar con paciencia los defectos de los demás. La tradición sapiencial subraya con

fuerza que, ante hermanos que irritan, el sabio recuerda que “más vale ser paciente que valiente,

dominarse que conquistar ciudades” (Prov 16,32). ¿Por qué este pensamiento? Porque “la

paciencia persuade a un gobernante, porque las palabras suaves quebrantan huesos” (Prov 25,15;

Sir 7,8). Job es el paradigma de paciencia: antes de que el Señor le mandara pruebas él era un

hombre intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1,11). Y una vez que fue

puesto ante la prueba, se mantuvo fiel a su Creador, nunca pecó con sus labios ni renegó contra el

Señor (cfr. Job 2,10). Por otra parte, el modelo máximo de la paciencia ante los enemigos es Jesús,

ya que lejos de ser implacable con los pecadores (cfr. Mt 18,23-35), fue tolerante y generoso (Mt

5,45). La paciencia, tal como el amor, es un “fruto del Espíritu” (Gál 5,22; cfr. 1Cor 10,13; Col 1,11);

su ejercicio nos hace madurar en la prueba (cfr. Rm 5,3-5; Sant 1,2-4) y nos genera constancia y

esperanza (cfr. Rm 5,5). El himno paulino del amor camina en este sentido (1Cor 13,1-13.4.7).

Séptima obra: rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. Como conclusión de estas siete obras

de misericordia espirituales aparece la práctica de la en clave de síntesis, dado que la oración es

un don de Dios al hombre. En efecto: “La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de

Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él” (CEC, no. 2560). En

definitiva: “La oración cristiana es una relación de alianza entre Dios y el hombre en Cristo” (no.

2564) y, por lo tanto, sostiene todas las obras de misericordia. En la tradición cristiana se

encuentra un hilo conductor para comprender el sentido de la oración y su relación con la vida,

especialmente en el famoso díptico de la Regla de san Benito (siglo V) que ha marcado toda la

espiritualidad, no solamente monástica sino también eclesial, cuando dice: “Ora y trabaja”. Se

trata de la comunión de los miembros de la Iglesia, tanto de los que peregrinan aún en la tierra,

como de los bienaventurados del cielo. En este sentido, esta última obra de misericordia prepara y

dispone a “aceptar” y “vivir” la voluntad de Dios, sea cual sea, ya que “si le pedimos al Creador

algo según su voluntad, nos escucha” (1Jn 5,14; Ef 1,3-14).

Jesús nos enseña como practicar la Misericordia corporal y espiritualmente.

Compartiendo experiencias:

1. ¿Qué obras de misericordia aparecen en la parábola?

2. Identificar las Obras de Misericordia en la vida cotidiana como familia Consolación