merodeador nocturno
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Segundo Capitulo de mi novela Depredadores de vidaTRANSCRIPT
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MERODEADOR
NOCTURNO “EL
TERRITORIO DE LA
BESTIA” Por Servando Mingo
El segundo Capítulo de “Depredadores de vida”
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MERODEADOR NOCTURNO
EL TERRITORIO DE LA BESTIA
Una familia quedaba destrozada por el sufrimiento de una pérdida tan
valiosa, arropada por toda la aldea como una sola familia se hacía más
llevadera la soledad del dolor, del dolor de una madre al perder a su único
hijo en semejantes circunstancias. Todos nos echábamos la culpa, nosotros
por confiar en él y permitirle enfrentarse solo con su ineludible destino, los
mayores por dejarnos corretear a nuestras anchas libres por el terreno
escabroso y lleno de peligros que formaban la singular y fascinadora
belleza del valle que nos vio nacer.
El otoño nos legó su lado más oscuro dejando en el invierno sobre la pálida
y helada nieve las huellas del recuerdo de un acto de maldad sin
precedentes del que no podíamos escapar, permitiendo a una amable
primavera cubrir con un manto de nueva vida la estéril tierra guarnecida
con la negra capa de la parca.
Aquel verano lo recuerdo como el más caluroso que haya conocido el que
nos bendijo con la mayor afluencia de visitantes jamás registrada en
nuestras tierras. Visitantes pero no de aquellos ávidos de sensaciones por la
naturaleza salvaje, más bien atraídos por la morbosa noticia y por el
supuesto ser sobrenatural que vagaba libre en noches de luna llena.
Leyendas urbanas cargadas de un magnetismo poderoso sobre aquellos que
creían en lo desconocido que se hicieron eco por todo el país, corriendo
como la pólvora de ciudad en ciudad.
No aguantando la presión de aquellos días, la familia del desaparecido
decidió abandonarlo todo y establecerse en otro lugar, nunca supimos más
de ellos, uno que respetaría la memoria de su difunto hijo, por lo que
egoístamente hablando para la aldea en general resultó más fácil cambiar y
adecuarnos a la nueva situación que se nos presentaba, la de convertirnos
en guías turísticos portadores de historias fantasmagóricas explotándolo al
máximo sin remordimiento alguno, apodando a nuestra aldea el territorio
de la bestia y el merodeador nocturno a su enigmático y atrayente ser de los
infiernos que allí residía.
Explotamos al máximo aquel verano y todo gracias a la memoria de los
muertos, la cual no dejaría impune tal agravio por mucho tiempo
arrastrando y arrojándonos desde los avernos ánimas de venganza llenas de
malos augurios.
A los más pequeños nos prohibieron pisar la calle al anochecer, abandonar
la aldea y quedar siempre al cuidado y bajo la supervisión de un adulto,
todo esto en cuanto los días empezaron a menguar e intuyendo un verano
agonizante que nos abandonaba.
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Le llamaron el merodeador nocturno y teníamos la inexplicable certeza de
que era real y existía poseyendo la habilidad de fundirse con el entorno. En
cuanto el otoño se dejó tocar el poco ganado del que éramos propietarios
que libres pastaban por la verde inmensidad de las praderas colindantes,
empezó a mermar, morían cada noche a pares, alguna enfermedad de tipo
desconocido se cebó en ellos, lo que hacía qué inevitablemente cayeran sin
que pudiera hacerse nada por salvarlos y estos como aquel que hacía ya un
año permanecían a la vista sin una sola gota de sus fluidos vitales,
resultando unas muertes con la otra en evidente relación directa.
Las fauces de la bestia expulsaron su fétido y pútrido aliento que cubrió la
comarca instalando la desconfianza, poniéndonos a unos contra otros en un
mal ambiente solo digno de una aldea que pudiera llamarse el territorio de
la bestia.
Una Gomorra en diminuto es lo que estábamos avocados a convertirnos si
seguíamos por ese camino y lo hacíamos bastante bien. Dejamos de lado
todos los valores humanos que tiempo atrás nos mantenían ligados en una
gruesa tela de amistad y camaradería que cimentaba una gran comunidad,
abandonada sobre el descarnado cadáver que daba nombre y fecha a una
tumba destinada para el olvido, el olvido de una pequeña sociedad venida a
menos por la avaricia que corrompe el alma.
El territorio de la bestia antaño mi aldea, el lugar más maravilloso del
universo se hundía en el fango de la codicia de corazones corrompidos por
una maldición que azotaba el valle, el mal hacer de la memoria de los
muertos, liberando para nuestra desgracia los poderes ocultos de la caja de
pandora de la que nosotros éramos la llave.
Organizaron una asamblea general en la que toda persona mayor de edad
quedaba obligada a asistir por orden del señor alcalde, título honorífico que
se otorgó a uno de los habitantes con mayor influencia que el resto sobre
temas comunes, ya que dependíamos directamente de otra localidad vecina
que aunque lejana en distancia nos regentaba en temas de índole judicial y
político.
Expusieron el caso en cuestión y pidieron voluntarios que se echarían al
monte para dar caza a la bestia antes de que el congelado rocío de la
mañana anunciase otra blanca y dura navidad llena de invierno, el que
andaba cercano protegiendo con su soplo helado colgando la espada de
Damocles en forma de carámbano por doquier, ofreciendo cobijo a la
bestia, la que esperaban como trofeo brindar orgullosos a la aldea.
Los pocos hombres capaces de tal empresa, entre ellos mi padre, dejaron
atrás disputas venidas a más por la maldición de un verano que trajo sobre
ellos la discordia envenenándoles con la envidia etc. pecados paridos por
espíritus vengativos padres de aquella supuesta maldición.
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Como tiempo atrás era costumbre en cuanto una fatalidad se ensañaba con
algún vecino, se unieron y recorrieron la senda que los invitaba a la
montaña para perderse de vista de los que allí quedábamos a los pocos
metros de su incursión.
Tomaron todo lo que les fue necesario para pasar varios días con sus
noches recorriendo y rastreando aquel basto e inexplorado paraje, armas,
comida y abrigo para el frío, con algún que otro perro con los que dirigirían
y acorralarían al merodeador ayudando a sus dueños a darle el justo final
que era merecedor. Unos perros que llegados al cementerio que dirigía su
vista al inquietante paisaje que se lo tragaba se negaron a entrar en ella
recorriendo de vuelta el camino a sus corrales.
Aunque temerosos no cejaron en su empeño y la escudriñaron de norte a
sur de arriba abajo con la brillante luz del sol que los escoltaba y sin ella
para solo percibir manadas de lobos que huían del valle como alma que
lleva el diablo. Inquietos por algo una presencia que cada anochecer los
asustaba, un ser a los que estos animales salvajes tras cientos de años de ser
dueños y señores de la tierra que pisaban no estaban acostumbrados y
temían con todas sus fuerzas.
Cerca de una semana anduvieron perdidos en su empeño, el monte parecía
juguetear con ellos confundiéndoles con sus riachuelos e infinidad de rocas
que emergían por todas partes, todas iguales borrando sus huellas
desorientando a los exhaustos que la molestaban, tirando la toalla y
convencidos de que si algo allí habitaba ya dejó de hacerlo. Regresaron con
el abatimiento y la humillación de la derrota ante la naturaleza más
inhóspita y salvaje de cuantas pudieran existir, la naturaleza de una bestia,
de aquel al que llamaron el merodeador nocturno.
Regresaron con los ánimos destrozados y al límite personal de unos contra
otros, todo seguía como al principio, el premio tornó en castigo. Pasados
unos días tirados sobre la hierba seca, los cadáveres de varios animales
desdibujaron el contorno sobre el que por causalidad unas pisadas frescas,
huellas pequeñas como de hombre joven o mujer, marcaban delatoras en el
barro, presencia humana.
Huellas que les conducían y las que se perdían en el empedrado milenario
despistando el lugar que ocupaba dentro de la enemistada comunidad. El
mito se hacía pedazos, el ser sobrenatural que acechaba en las sombras
dejaba de serlo para convertirse en uno más, un vecino alguien respetado y
conocido seguramente con el que el roce diario evidentemente sería
inevitable.
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Meses atrás se trasladaron las autoridades pertinentes, gente docta en esta
materia para estudiar el caso que al poco de su llegada lo dieron por
cerrado al no hallar una sola prueba incriminatoria que pudiera demostrar
un solo asesino, o al menos ponerle cara. Contemplando la posibilidad de
que se tratase de algún tipo de ritual mágico copiado de los libros de
brujería llevado a su extremo más sangriento por locos sicópatas o grupos
satánicos radicales que allí se desplazaron escapando el mismo día del
crimen. Archivaron el caso y lo dejaron como otra incógnita más que a lo
largo de los años probablemente se aclararía sola.
Las mismas autoridades de entonces fueron las que desestimaron volver a
investigar aún con lo evidente que eran las coincidencias de las muertes
inexplicables del ganado con la que ellos estudiaron, por lo menos algo
tenían en común, la falta de su sangre añadiendo a esto las huellas frescas
encontradas que señalaban presencia humana en el momento preciso de las
muertes.
El merodeador nocturno ansioso de vida, de la vida del valle residía en el
territorio de la bestia, aquella que fue fundada por habitantes que
conformaban mi aldea y que eran merecedores del desprecio divino por la
demostración de falta de respeto y moralidad del que el anterior verano
hicieron gala hacia los difuntos y su memoria, los que los miraban desde su
lugar de descanso eterno con indignación.
Los días pasaron lentos y aquel invierno nadie podía escapar de la figura
transformada en brisa del pequeño Antón, nombre que teñía en llanto su
lápida, deambulando por las calles vacías atemorizando casa por casa
aquellos que mancharon su recuerdo vendido en pos de una actuación
teatral tenebrosa a los extraños atraídos por su brutal asesinato.
Las gentes antes alegres y joviales ahora tristes y avergonzadas quisieron
sanar su culpa ofreciendo a su espíritu una misa solemne en ofrenda a un
alma ofendida y a la fuerza sacada de este mundo. Cosa que alivió los
corazones de aquellos que arrepentidos siguieron con sus vidas intentando
pasar página, prometiendo no volver a jugar con la memoria de los
muertos, los que no olvidan tan fácilmente.
Las extrañas muertes de los animales pararon y teníamos la engañosa
sensación de retornar a la normalidad. Una familia perdida y un joven al
que se echaba de menos es lo que el fatal destino se llevó, por lo demás
todo siguió como si nada, próximo un nuevo verano los campos tomaron
color, los ríos nos visitaron serpenteantes entre surcos secos rasgando las
rocas con saltos de vértigo salpicando en gotas de plata un cielo azul que
respondía en arcoíris.
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Rayos de luz que alimentaban una vida en ciernes que inexorable se abría
paso. Las gentes se regalaban sonrisas sinceras dejando de lado antiguas
rencillas y las carcajadas de los chavales se confundían con el canto de las
aves en sus bailes nupciales y la alegría que nos dio la espalda, regresó con
toda su fuerza renovada.
Sin saber a ciencia cierta que grabaría en tinta si tuviera un diario
aseguraría que hubiera sido la inquietante sensación de despertar de un mal
sueño, todos los sucesos anteriores, una pesadilla en la carcomida mente de
un niño que se dejaba influir, llenarse de los desvaríos de viejos, cuentos
que lleva el viento de puerta en puerta y no en aceptar la terrible realidad de
los actos de maldad que ya nadie se atrevía a comentar.
Clavando la desconfianza de ser uno de los miembros del colectivo rural
que formaban quien instalara el terror instigando una maldición que
desataría su poder sobre ellos. Todo retomó su forma original dejando de
lado una casa otrora llena de vida y esperanza, vacía y huérfana de
sentimientos, cambiando la cara del hogar cuando se abandona
trágicamente, la tristeza se instala y se cierra con candado a siete llaves.
Impidiendo el escape de los restos del júbilo que allí se dio
enloqueciéndose para volverse aura desvanecida de energía negativa
carcomiendo y devorando los restos de lo que un día fue un hogar feliz.
El destino, el universo o quien quiera que fuere que escriba en el libro de la
creación no había firmado su última jugada en una partida inacabada y que
no daba por perdida.
Más de un año quedaba atrás y sin acostumbrarnos, o más bien sin poder
hacerlo, dormíamos con cierta tranquilidad. Una de aquellas noches
luminosas, al incorporarme por una de las pequeñas ventanas de mi
habitación la cara durmiente de la luna que colgaba su sombra sobre el
techo me hizo llegar el reflejo de la figura de mi padre sobre ella, al tiempo
que la puerta empujada por el viento golpeaba una y otra vez su pomo
sobre las piedras que la sostenían, saliendo de ella caminando descalzo
sobre el empedrado y escapando a las afueras con ritmo lento pero firme
dirección a la montaña, hacia su propia muerte que parecía aguardarle y
que lo arrebataba de las manos de quienes lo querían.
No supe hacer otra cosa que esperar sentado impotente a que alguien
acudiese a nuestro auxilio, traté inútilmente de llamar a mi madre de
advertirle de que fuera en su ayuda, pero no pude, no fue mi cuerpo capaz
de obedecerme, mis extremidades se agarrotaron y volvieron perezosos por
el tremendo dolor interior que produce el miedo a lo que parecía inevitable,
y así pasé aquella noche esperando el amanecer que me devolvería la
realidad de mi vida y mi mundo, despojándome de la pesadilla que estaba
viviendo.
![Page 7: Merodeador Nocturno](https://reader035.vdocumento.com/reader035/viewer/2022081813/5695d0bd1a28ab9b0293addf/html5/thumbnails/7.jpg)
No fue así la noche se consumió eterna y el amanecer despertó con el
desamparo de una mujer que se perdía en la agonía de no encontrar a su
compañero en su regazo. Desapareció y yo vi como lo hacía y se marchó
descalzo, que pasó porque lo hizo, quien era realmente, preguntaban entre
cuchicheos sin percatarse o quizás sí de que los escuchábamos.
Sería el merodeador nocturno, la gente se asustó pero por desgracia para
nosotros, su mujer y su hijo, nos dejó voluntariamente, no podía ser donde
iría en esas condiciones, solo y descalzo y por guía la luz de una luna que
lo atestiguaba como un acto voluntario.
Después de todo lo que habíamos pasado ya nadie le dio importancia o no
se la quisieron dar, ya es mayor, ya sabe cuidarse solo, porque se habrá ido
abandonando a su familia, que habrá hecho se decían unos a otros sin
querer acusarlo de nada pero hincando sobre su pecho la daga de la culpa,
nos dieron la espalda, nos dejaron de lado, nadie corrió en su busca, solo
palabras vanas de aliento de los más íntimos, palabras llenas de un falso
consuelo que se ahogaban disimuladas en afecto.
Once años eran los que habían transcurrido desde mi nacimiento y once los
que tenía cuando por obligación dejé atrás de golpe mi niñez para
convertirme en hombre, uno que deseaba con todas sus fuerzas ser niño.
Aquel día fue la primera vez que tuve que enfundarme en la coraza del
valor y sin pensarlo una sola vez me eché al camino que me conducía de
niño a hombre. Hacía varias semanas de la desaparición de mi padre y nos
negábamos a acostumbrarnos a su ausencia. Me armé de valor, me hice al
monte, no me costó mucho dar con él, recorrí el sendero para inconsciente
terminar en la inhóspita cueva donde hallaron a Antón, un sendero que
nunca había recorrido pero encontré sin pensarlo algo que me resultó tan
sencillo como familiar y allí tan lejos de todo y tan cerca de nada lo
encontraría.
Quedaban sus restos sobre las mismas rocas afiladas manchadas con la vida
de inocentes, una cueva que albergaba la maldad en su más estado puro.
Pasé la noche sumido en un profundo trance al lado del destrozado cadáver
que supuse mi padre ya que no pude reconocerlo pero en lo más hondo de
mi corazón sabía que era él.
Al ser yo otro desaparecido corrió la voz de alarma y si que se movilizaron,
me encontraron medio congelado a la intemperie con la mirada perdida y
destrozada el alma. Le dieron sepultura y no hubo más que hablar, lo que
desquició, destrozó e hizo enloquecer a mi madre.
![Page 8: Merodeador Nocturno](https://reader035.vdocumento.com/reader035/viewer/2022081813/5695d0bd1a28ab9b0293addf/html5/thumbnails/8.jpg)
Los amigos íntimos e inseparables que formábamos el grupo dejamos de
serlo, les prohibieron que se acercaran a mí por temor. Nunca llegué a
entender que tipo de temor era aquel que yo infundía, víctima del reproche
de los que me dejaron de lado.
Perdía el tiempo en nada y cada segundo parecían horas. Mi madre se negó
a seguir con su vida diaria, perdimos el contacto con el exterior
sumiéndonos en un universo de desconsuelo que desembocaría en la mayor
tragedia personal que jamás haya vivido junto con la muerte de mi padre.
Mi madre a la que todos llamaban cariñosamente lila, supongo que sería
porque se llamaba Lidia, era la mejor persona que hubiera conocido en mi
corta vida, desprendía un aroma agradable y muy particular, con unos ojos
verdes resplandecientes que traspasaban con su mirada a cualquiera que se
posara ante ellos, irradiando una tranquilidad que se hacía palpable a varios
metros de su sola presencia, en definitiva que podría decir de alguien que
quisiera ensalzar y más cuando se trata de la que te parió.
Todas sus virtudes, todos sus defectos desaparecieron con la muerte de mi
padre y las pocas ganas de vivir que la mantenían estoy seguro que era yo,
se esfumaron con el desprecio y el desplante de una aldea que hicieron
blanco en nosotros de la diana de su menosprecio, lo que terminó
rompiendo sus nervios transmutándola en una persona vacía sin
sentimientos a la vez que desbordada de culpa que la atormentaba e
impedía vivir.
Otra noche deslumbrante de luna llena como nunca, mi vida como yo la
conocía cambiaría para siempre. Casi medio dormido con la luz encendida
del fondo del pasillo, un portazo sonó retumbando en las paredes solitarias
de la casa, y con el temor abrazado a mi espalda me incorporé a la misma
ventana donde semanas atrás pude ver la marcha de mi padre para
comprobar como ahora era mi madre quien a la vista de nadie excepto la
mía y de la media noche, envuelta en una fina capa de niebla que se
bordaba sobre ella en vestido acariciando su piel, la arrastraba al camino ya
recorrido anteriormente por almas inocentes que conducía a ninguna parte.
Intuyéndome giró su cara sonrosada por el frío y me miró, lanzándome una
gran sonrisa llena de pena desconsolada, desapareciendo en la oscuridad
que se la tragaba para siempre.
Nunca apareció, no se supo más de ella, no se encontró cuerpo ni nada que
hiciera sospechar que estuviera viva o muerta, pero se desvaneció sumida
en su locura, abandonando a un hijo solo y a merced de un futuro incierto y
desconcertante. Siendo aquella mirada silenciosa la última vez que la vería,
atormentándome para el resto de mi vida.
El merodeador nocturno del territorio de la bestia se cobraba su última
víctima para convertirse en mito y leyenda en años venideros.
![Page 9: Merodeador Nocturno](https://reader035.vdocumento.com/reader035/viewer/2022081813/5695d0bd1a28ab9b0293addf/html5/thumbnails/9.jpg)