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1 MONJAS Y MERCADERES. COMERCIO Y CONSTRUCCIONES CONVENTUALES EN LA CIUDAD DE MEXICO DURANTE EL SIGLO XVII. ANTONIO RUBIAL GARCIA. FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS U.N.A.M. Colonial Latin American Historical Review, Fall 1998, vol. 7, num. 4, pp.361-385. ISSN: 1063-5769. En 1684 salía en la imprenta novohispana el Paraíso Occidental de Carlos de Sigüenza. Las monjas habían encargado el libro para mostrar al rey de España, patrono del convento de Jesús María, los enormes logros espirituales obtenidos en esta institución y con el fin de conseguir de él la ayuda necesaria para remodelar algunas áreas muy deterioradas del edificio. La publicación y la petición pronto surtieron los efectos deseados y a los pocos años una serie de reformas se llevaban a cabo en las dependencias conventuales; a partir de 1692 se comenzaron a remodelar el claustro, el refectorio, la sacristía y la sala de labor y se hicieron de nuevo un dormitorio grande, el noviciado, la portería y los locutorios. 1 El caso de Jesús María no fue excepcional en esa segunda mitad del siglo XVII; casi todos los monasterios de religiosas de la ciudad de México, la mitad de los cuales habían sido fundados en la centuria anterior, sufrieron remodelaciones, e incluso reconstrucción, en sus templos y en sus ámbitos conventuales en ese periodo, aunque no todos tenían patrón tan eminente como el rey. Las causas de tales obras fueron variadas. Las inundaciones y el deterioro provocado por temblores y por el paso del tiempo hacían necesario reforzar cimientos, y a veces incluso rehacer los edificios, en la mayoría de los templos y conventos de la capital. El fenómeno, común a las comunidades masculinas y femeninas, se agravaba en las segundas como consecuencia de otros factores relacionados con su funcionamiento interno: la existencia de celdas privadas dentro de los conventos 1 Nuria Salazar, El convento de Jesús María, historia artística, 1577-1860, (México: Universidad Iberoamericana, tesis de licenciatura inédita, 1986), 73 y ss.

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MONJAS Y MERCADERES. COMERCIO Y CONSTRUCCIONES CONVENTUALES EN LA CIUDAD DE MEXICO DURANTE EL SIGLO XVII.

ANTONIO RUBIAL GARCIA. FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS U.N.A.M.Colonial Latin American Historical Review, Fall 1998, vol. 7, num. 4, pp.361-385. ISSN: 1063-5769. En 1684 salía en la imprenta novohispana el Paraíso Occidental de Carlos de Sigüenza. Las monjas habían encargado el libro para mostrar al rey de España, patrono del convento de Jesús María, los enormes logros espirituales obtenidos en esta institución y con el fin de conseguir de él la ayuda necesaria para remodelar algunas áreas muy deterioradas del edificio. La publicación y la petición pronto surtieron los efectos deseados y a los pocos años una serie de reformas se llevaban a cabo en las dependencias conventuales; a partir de 1692 se comenzaron a remodelar el claustro, el refectorio, la sacristía y la sala de labor y se hicieron de nuevo un dormitorio grande, el noviciado, la portería y los locutorios.1

El caso de Jesús María no fue excepcional en esa segunda mitad del siglo XVII; casi todos los monasterios de religiosas de la ciudad de México, la mitad de los cuales habían sido fundados en la centuria anterior, sufrieron remodelaciones, e incluso reconstrucción, en sus templos y en sus ámbitos conventuales en ese periodo, aunque no todos tenían patrón tan eminente como el rey. Las causas de tales obras fueron variadas. Las inundaciones y el deterioro provocado por temblores y por el paso del tiempo hacían necesario reforzar cimientos, y a veces incluso rehacer los edificios, en la mayoría de los templos y conventos de la capital. El fenómeno, común a las comunidades masculinas y femeninas, se agravaba en las segundas como consecuencia de otros factores relacionados con su funcionamiento interno: la existencia de celdas privadas dentro de los conventos provocaba un crecimiento caótico y creaba la necesidad de hacer obras de consolidación; por otro lado, la expansión de los espacios conventuales por la adquisición de las casas vecinas requería continuos trabajos de adaptación. Todo esto hacía necesario buscar benefactores que estuvieran dispuestos a echarse a cuestas tan costosa labor. ¿Quiénes eran estos patronos y por qué aplicaron sus enormes fortunas a estas piadosas obras? A fines del siglo XVII el viajero italiano Giovanni Gemelli Carreri comentaba asombrado un hecho que le parecía digno de mención: un número considerable de españoles peninsulares de orígenes humildes y que habían sabido salir de la miseria con su habilidad e industria, aplicaron una parte importante de sus enormes fortunas a la reconstrucción de templos y conventos. Lo más curioso es que de los nueve hombres que cita, ocho son mercaderes y todos dedicaron sus fortunas para ayudar a monasterios y a templos de religiosas.2

No es de extrañar este hecho si tenemos en cuenta el papel fundamental que ejerció el comercio durante el siglo XVII y las enormes fortunas que generó. En varios estudios, Louise Hoberman ha demostrado cómo esta actividad estructuró todas las otras ramas de la economía al aplicar a ellas capitales y créditos. La necesidad de abastecer de artículos

1 Nuria Salazar, El convento de Jesús María, historia artística, 1577-1860, (México: Universidad Iberoamericana, tesis de licenciatura inédita, 1986), 73 y ss.2 Giovanni Gemelli Carreri, Viaje a la Nueva España, (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1976), 110-111.

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europeos a la capital y a las ciudades de provincia, sobre todo a los reales de minas, propició el surgimiento de este grupo de mercaderes que llegó a monopolizar ese tráfico. Al principio funcionaron como representantes de las casas comerciales de Sevilla, pero muy pronto estos emigrados comenzaron a desplazar a sus competidores ultramarinos. La apertura de la ruta de Asia desde 1570, a través de Filipinas, y la creación del consulado de la ciudad de México en 1592 fueron hechos que reforzaron su riqueza y afianzaron su monopolio. Al crecer la demanda de mercancías y los controles fiscales, como la prohibición de comerciar con el Perú, los mercaderes buscaron otras vías de aprovisionamiento como el contrabando. Muy pronto también controlaron el comercio del Caribe y de Centroamérica por medio de la armada de Barlovento. 3

Además de la compra y venta de productos locales, europeos y asiáticos, los mercaderes aplicaron sus fortunas a la agricultura y a la ganadería por medio de la compra de tierras, del otorgamiento de préstamos a los hacendados y del control que ejercieron sobre los alcaldes mayores. Intervinieron asimismo en la producción manufacturera textil y en algunas ramas de la organización gremial; pero sobre todo tuvieron un papel determinante en la minería, de cuya riqueza fueron los principales beneficiados. Los llamados mercaderes de plata se dedicaron a la compra de lingotes de metal en los centros mineros, que convertían en moneda en la ceca de la ciudad e México, única casa de moneda que funcionaba en el territorio, al tiempo que abastecían de mercancías y de créditos a las empresas dedicadas a la extracción y el refinamiento de la plata.4

Por otro lado, los comerciantes tenían una fuerte presencia en la política, eran colectores de la alcabala, trabajaban en el tribunal de cuentas, en el tribunal de tributos y azogues y como consejeros en la junta de hacienda; fueron también contadores de la Inquisición y tesoreros de la bula de Santa Cruzada; otros tuvieron injerencia en las alcaldías mayores y corregimientos, ya financiando a quienes pretendían el cargo, ya ocupándolo por si mismos; algunos participaron también como regidores en los cabildos.5

Esta gran diversificación de actividades hizo que los mercaderes novohispanos no resintieran con tanta fuerza la crisis económica que se estaba viviendo en Europa, y en especial en España, en ese periodo. Sin embargo, poseer una gran fortuna no bastaba para adquirir lustre en una sociedad clasista y jerarquizada como lo era la novohispana; se requería también obtener títulos, emparentar con la nobleza y participar activamente en las instituciones que daban brillo y calidad. Así, la mayoría de los comerciantes casaron con criollas de linaje y procuraron introducir a sus hijos en la aristocracia terrateniente, pues muchos veían la actividad comercial como algo vergonzoso. Además, con su riqueza pudieron conseguir el nombramiento de capitán de milicias, a cambio de su apoyo con armas y dinero para aplacar las continuas rebeliones indígenas en el norte y el sureste; también con plata obtuvieron el título de caballero de una orden militar como la de Santiago o la de Alcántara. Comprar tierras, pertenecer a los tribunales de cuentas o de tributos y azogues, al consulado, al cabildo o a la casa de moneda, además de proporcionar prestigio, daban muchos beneficios económicos. Pero sin duda fueron las relaciones con las instituciones eclesiásticas las que otorgaban un mayor estatus, reforzado además por una de

3 Louise Hoberman, "Merchants in seventeenth-Century Mexico City: A preliminary Portrait" Hispanic American Historical Revew, 57, 3 (August 1977), 480 y ss.4 P.J. Bakewell, Minería y sociedad en el México colonial, Zacatecas (l546-1700), (México: Fondo de Cultura Económica, 1976), 295.5 Louise Hoberman, Mexico´s Merchant elite, 1560-1660, (Durham-London: Duke University Press, 1991), 147 y ss.

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las cualidades que más se admiraban en la nobleza: la piedad religiosa. Así, tanto la pertenencia a hermandades y cofradías, como la profesión religiosa de sus hijos e hijas o el pagar la dote matrimonial o conventual de doncellas pobres, se convertía para los comerciantes en un requisito indispensable para entrar en la alta sociedad; estos actos además de un signo de piedad y prestigio, eran un medio excelente para hacer negocios dentro de este ámbito, en el que los bienes materiales se administraban con la misma avidez que los espirituales. Sin embargo, de todos los actos de piedad, el que mayores beneficios sociales aportaba era el convertirse en patrono de un convento o de una iglesia y cargar con los gastos de su construcción o remodelación; aunque ciertamente este acto estaba restringido sólo a aquellos que poseían una cuantiosa fortuna, sus beneficios, además de la recompensa celestial, eran enormes; el patrono podía ser enterrado en la iglesia conventual, tenía preeminencia en las ceremonias realizadas en ella y ejercía el privilegio de obtener la profesión de sus parientes, en el caso de los conventos femeninos, sin pagar dote; aunque hubo patronos que no pudieron ejercer este derecho pues entre ellos fueron comunes los casos de infertilidad. De ahí otra de las causas por las que muchas fortunas comerciales fueron empleadas en este tipo de obras piadosas: no había descendencia a quien dejar tales bienes. ¿Por qué los principales beneficiados fueron los conventos de religiosas? Los monasterios femeninos, símbolos de las ciudades criollas y sus protectores (pues por ellos Dios derramaba sus favores y detenía su justa ira) eran el mejor medio que tenían los comerciantes para insertarse en las sociedad novohispana. Para una sociedad obsesionada por el temor a un Dios justiciero, las oraciones de las religiosas eran un potente medio para librarse de catástrofes y desgracias. Padres y patronos tenían además asegurada su salvación gracias a las preces que sus hijas y protegidas, enclaustradas, hacían por ellos. Para los patronos mercaderes, las oraciones de las monjas eran el medio ideal para sanear cualquier irregularidad moral cometida cuando fueron amasadas sus fortunas. No es difícil entender, por tanto, el que los patronazgos sobre esas instituciones estuvieran tan disputados y el que hubiera tantas reticencias para renunciar a ellos. Los patronazgos no eran abundantes y por su escasez se volvían preseas muy codiciadas. Debemos señalar además que los patronos obtenían con sus dádivas no sólo los bienes espirituales y morales mencionados, sino también muchos beneficios y ventajas materiales, por lo que la búsqueda de tales honores se hacía con un sentido pragmático tanto como religioso. Ese interés práctico fue el motivo de que, tanto los patronos como sus sucesores, dejaran memoria de su obra para el futuro; una estatua orante en la iglesia beneficiada por su dadivosidad y una edición conmemorativa de los festejos de dedicación, con la descripción del edificio y de la munificencia del patrono, eran gastos complementarios y útiles para dejar en la memoria de los hombres su fama de varones piadosos, con lo que se enriquecía el patrimonio moral de su linaje. Cabe destacar, por último, el papel determinante que tuvieron en este proceso las esposas e hijas criollas de estos mercaderes. A veces fueron ellas quienes influyeron en la decisión de aplicar capitales en beneficio de los conventos femeninos; a menudo ellas eligieron a los santos titulares bajo cuya advocación se pondrían las fundaciones; fue común también que a la muerte de sus maridos o padres ellas heredaran tanto el patronazgo como la administración de una parte de los bienes, de los cuales muchos eran destinados a mecenazgos conventuales. Junto con estas razones existía también un hecho: los grandes conventos de frailes de la

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capital, como San Francisco, Santo Domingo y San Agustín, estaban bajo el patronato del rey y, por tanto, no podían ser entregados a otros patronos. Muchos mercaderes derivaron entonces sus capitales hacia conventos periféricos como San Cosme, San Angel, San Joaquín o Santa María de Churubusco, pero sobre todo hacia los monasterios femeninos.6

El grupo de los mercaderes fue uno de los más dinámicos de la colonia, pero también de los más cambiantes; dado que sus fortunas no sobrepasaban las dos generaciones, ya por la falta de descendientes, ya porque éstos se asimilaban a la clase terrateniente, las familias de mercaderes se renovaban de una época a otra. A lo largo del siglo XVII podemos distinguir así tres generaciones de estos patronos conventuales. El primer caso de mercader que aplicó capitales a este fin se remonta a principios de la centuria y fue el de Diego Caballero, quien junto con su mujer, la noble criolla Inés de Velasco, construyó el templo y el convento de Santa Inés a partir del 1600. Don Diego había hecho su fortuna como mercader y junto con las tierras y encomiendas de su dote matrimonial era un hombre muy rico; al morir sin descendencia dejó todos sus bienes a las religiosas, incluida una hacienda en Amilpas, con la condición de que fueran aceptadas sin dote, doncellas pobres en el convento. Además de los bienes donados a las monjas, Caballero dejó en su testamento 20,000 pesos a rédito, cuyo usufructo sería para los patronos futuros, con otras cantidades para pagar sus deudas y para limosnas. Junto con las oraciones acostumbradas por su alma, el patrono impuso varias cláusulas que afectaban la vida interior de las monjas, por ejemplo, que en los capítulos para elegir abadesas las religiosas no pudieran votar antes de los veinticinco años de edad y de cinco de profesión. En el contrato de patronazgo se incluyó también una cláusula que penaba con 2,000 pesos el incumplimiento de cualquiera de las partes. A mediados del siglo el patronato pasó a una pariente colateral de don Diego, Catalina Cedeño de la Cadena, quien lo heredó a su hijo Pedro Velázquez de la Cadena, secretario de Gobernación y Guerra desde 1646.7

La segunda fortuna proveniente del comercio que benefició a las monjas fue la de Luis Maldonado del Corral que costeó las obras del templo de san Jerónimo, estrenado hacia 1623. En su testamento dejaba además 35,000 pesos para continuar con la reedificación del convento de las jerónimas cuya fundación se remontaba a 1585. Su albacea, Francisco Medina Reinoso, importante mercader de plata y prestamista de la corona, se encargó de cumplir su última voluntad pues, además de los negocios comunes, éste le debía varios favores, entre otros la renuncia como regidor del cabildo de México que Maldonado había hecho a favor de su hijo Fernando Angulo Reinoso. No es extraño pues que el heredero del patronazgo del convento fuera Antonio Reinoso y Borja, otro pariente del mercader de plata.8

6 El capitán Domingo de Cantabrana , primer síndico de las capuchinas fue patrono de san Cosme donde gastó en adornos y fábrica 150,000 pesos. [Baltasar de Medina, Chrónica de la Santa Provincia de San Diego de México, (México, Academia Literaria, 1977), 16]. Antonio de Juvera y Vera, otro mercader prior del consulado (muerto en 1703) era patrono de san Joaquín de los carmelitas. Melchor de Cuellar patrocinó en 1605 el Santo Desierto del Carmen y su viuda Mariana Niño, el colegio de San Angel. [José de la Peña, Oligarquía y propiedad en Nueva España, 1550-1624, (México: Fondo de Cultura Económica, 1983), 134-135]. El conjunto franciscano de Churubusco fue patrocinado por Diego del Castillo como veremos.7 Josefina Muriel, Conventos de monjas en la Nueva España, (México: Editorial Jus, 1995), 112-118.8 Amerlinck-Ramos, Conventos de monjas, 68; José de la Peña, Oligarquía y propiedad en Nueva España, 137 y 149; Muriel, Conventos de monjas, 273.

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Por las mismas fechas otro comerciante, Juan Márquez de Orozco (muerto en 1621), beneficiaba con sus dádivas a otros dos monasterios femeninos: el de Santa Catarina de Siena de religiosas dominicas, cuyo templo (iniciado en 1619 y terminado en 1623) fue construido y decorado por él, a pesar de lo cual don Juan nunca fue nombrado oficialmente patrono; y el de san Bernardo de monjas cistercienses, para el cual dejó en su testamento la suma de 70,000 pesos, pero que tardó mucho en construirse por la dificultad para que pasaran religiosas de esa orden. Este edificio se concluyó finalmente en 1636 y se puso bajo la regla concepcionista a instancias de Pedro de Toledo hijo del mercader de plata del mismo nombre que había fungido como albacea de Juan Márquez de Orozco.9

La principal característica de estos primeros patronazgos del siglo XVII fue su falta de continuidad; la ausencia de descendientes directos fue sin duda la causa básica de tal fenómeno, aunque a veces esta se suplió con parientes colaterales como sucedió con Santa Inés. Este mismo fenómeno se volvió a dar en la segunda generación de comerciantes patronos, aquella que vivió a mediados de la centuria. Por estas fechas el rico mercader Melchor de Terreros se gastaba 25,000 pesos en la obra de la iglesia conventual de Regina Coeli de monjas concepcionistas, fundada en 1573, que presentaba un estado de deterioro considerable.10 Después de ser nombrado capitán y prior del consulado (1654), este hombre contrató al arquitecto Diego López Murillo el 26 de abril de 1655 para agrandar una de las puertas, alzar la capilla mayor y cubrirla de tijera y de plomo, levantar la puerta y techo de la sacristía y acabar los estribos; el maestro se obligó a terminar las obras en catorce meses, pero las hizo en mucho menos tiempo pues el templo se consagraba con un solemne acto el 19 de marzo de 1656.11

Uno de los hombres más acaudalados de esta época fue Alvaro de Lorenzana, cuya enorme fortuna, amasada gracias al comercio con Manila, lo convirtió en prestamista de oidores y virreyes; aunque alguno de ellos no pagó su deuda, como el duque de Escalona, sus vínculos con el palacio lo convirtieron en un personaje con mucho peso político en el virreinato.12 En vida fue gran benefactor de los jesuitas y patrono de la iglesia y del convento de la Encarnación, una fundación concepcionista de fines del siglo XVI. La obra, que costó 100,000 ducados, fue concluida en nueve años (entre 1639 y 1648).13 Don Alvaro se había casado con Isabel de Castilla, con la que no tuvo hijos; al morir su mujer y sin tener a quien legar su fortuna, calculada en 800.000 pesos, decidió dejar como beneficiaria a su alma, fórmula con la que se manifestaba la voluntad de repartir todo para obras pías. En su voluminoso testamento, hecho en 1651 poco antes de morir, quedaban como principales beneficiarios numerosos conventos: el de la Encarnación recibiría 12.000 pesos para concluir su claustro; el de la Merced 10,000 pesos para terminar la iglesia; el de San Francisco 40,000 pesos de los cuales 5,000 serían para su enfermería; dejaba además

9 Concepción Amerlinck y Manuel Ramos, Conventos de monjas. Fundaciones en el México virreinal , (México: Condumex, 1995), 78 y 109; Muriel, Conventos de monjas, 153, 342.10 Antonio de Robles, Diario de sucesos notables, 3 v., (México: Editorial Porrua, 1972), I, 94, da la noticia de que el capitán Melchor de Terreros murió, muy viejo, el 21 de febrero de 1671, y doce que reedificó la iglesia de Regina, en que gastó 300,000 pesos y otros 5,000 que dio a las monjas para que se pusiese a censo. Al primer dato es obvio que le sobra un cero.11 Gregorio M. de Guijo, Diario (1648-1664), 2 v. (México: Editorial Porrúa, 1986), I, 243 y II, 14-15.12 Hoberman, Mexico´s Merchant elite, 62, 179. 13 Guijo, Diario, 4, 184, 187, 240, 259. Muriel, Conventos de monjas, 108. Hoberman, Mexico´s Merchant elite, 237 dice que la obra costó más de 160,000 pesos.

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limosnas para los hospitales de San Juan de Dios y Real de indios, para el colegio de niñas, para el colegio de San Gregorio, para el convento de Churubusco y para los santuarios de Guadalupe y Los Remedios. Por su parte, los carmelitas del colegio de san Ángel recibían unas casas y los franciscanos de san Diego, objetos litúrgicos y plata. Percibieron también cuantiosas sumas las cofradías a las que pertenecía: la del Santísimo Sacramento y la de San Pedro; esta última para la obra de un colegio. Junto con muchas limosnas para los pobres vergonzantes y para los prebendados de la catedral, dispuso que se destinaran 32,000 pesos como capital base para que de sus intereses se pagaran las dotes de doncellas destinadas al monasterio y al matrimonio; las beneficiadas fueron tantas que aún en el XVIII aparecen solicitudes para conseguir tales dotes, las cuales seguían otorgándose bajo el nombre de Álvaro de Lorenzana.14 Al morir el rico mercader dejaba muchos beneficiarios pero, al parecer, también numerosos enemigos como se pudo ver a la hora de sus exequias. Gregorio de Guijo nos da la noticia de que a su entierro asistieron los provinciales de las órdenes y que presidió el cabildo de la ciudad, aunque, agrega, hubo pocos republicanos. En esa hora solemne no podían faltar los jesuitas, sus grandes beneficiados, y fueron dos de ellos, Jerónimo Soriano y Francisco Calderón, sus albaceas testamentarios, quienes hicieron figura de viudos detrás de su cuerpo. Lo insólito fue que ese mismo día otro jesuita, el padre Bartolomé Castaño, decía un sermón en que pintó a un hombre del trato de dicho difunto, que por no restituir lo mal llevado se condenó. La Compañía desterró de la ciudad a este miembro de su orden que con tan poco tacto se había atrevido a insultar la memoria de tan insigne benefactor.15

Ocho años después de la muerte de Lorenzana, en 1659, otro comerciante, Juan Navarro Pastrana se ofrecía como patrono para terminar la iglesia de san José de Gracia. La fundación de este convento de concepcionistas se había hecho en 1610 por obra de Fernando de Villegas, funcionario y rector de la universidad, pero para mediados de la centuria el templo comenzaba a amenazar ruina. El nuevo patrono era natural de la villa de Budía en Castilla, estaba casado con la criolla Agustina de Aguilar y había hecho su fortuna fabricando y vendiendo carrozas. Las obras de construcción del nuevo templo duraron dos años y su dedicación se hizo solemnemente el 26 de noviembre de 1661. Tres años después moría el patrono y su viuda se recogía en el convento de San José donde viviría con singular ejemplo hasta su muerte acaecida en 1674.16

Antes de morir, doña Agustina dejó el patronazgo del convento a un sobrino de su marido llamado también Juan Navarro Pastrana originario de la villa de Budía. Capitán de milicias, familiar del Santo Oficio y casado con la criolla Josefa de Pedrique (con quien engendró dos hijos), don Juan mantuvo el patronazgo de San José como un mero adorno de su linaje. Al morir en 1692 sólo dejó al convento ornamentos, lámparas, blandones, pinturas y otras singulares preseas y con ello se sintió con derechos para mantener en su mujer el título de patrona, quien lo conservó hasta 1719, fecha en que murió.17

14 Testamento de Alvaro de Lorenzana.. Archivo General de la Nación México (en adelante citado como AGNM), Bienes Nacionales, 1294, exp. 1. Además del testamento, en este voluminoso legajo aparecen todos los bienes inventariados por los albaceas, la demostración documental del cumplimiento de cada una de las cláusulas y las apelaciones de los deudores del mercader.15 Guijo, Diario, 183, 184.16 Guijo, Diario, II, 161. Robles, Diario, I, 152. Muriel, Conventos de monjas, 131-133.17 Diego de Ribera, Descripción breve de la plausible pompa de la solemnidad festiva que hace el religioso convento de san José de Gracia a las honras de su patrono don Juan Navarro Pastrana , (México: Viuda de Bernardo Calderón, 1661). Algunas cláusulas del testamento de don Juan en

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De todos los mercaderes patronos de esta generación, fue sin duda Simón de Haro el que más se distinguió por su dadivosidad, pues de su fortuna salieron tres construcciones conventuales femeninas. Este hombre, nacido en un pueblo de Palencia, debió llegar a Nueva España durante la primera década del siglo XVII; gracias a su ingenio y a los buenos manejos en los reales de minas, en poco tiempo logró amasar una enorme fortuna como mercader de plata; tanta que en 1653 se vanagloriaba de haber fundido 250,000 marcos (dos millones de pesos) cada año en la casa de moneda. El volumen de metal que compraba a los mineros y la manera expedita en que se los pagaba lo hacían, según él mismo decía, el principal apoyo de las provincias mineras. La corona le concedió por esto muchos beneficios, como la reducción de impuestos, lo que acrecentó aún más su fortuna.18

Don Simón ocupó el cargo de prior del consulado de comerciantes, fue nombrado familiar del Santo Oficio, y perteneció a las cofradías del Santísimo Sacramento, de San Pedro, del Dulce Nombre de Jesús, del Rosario y del Salvador, todas a cual más prestigiosa. Su matrimonio con la criolla Isabel de la Barrera y Escobar lo introdujo en la sociedad novohispana y lo convirtió en uno de los principales benefactores de los conventos de monjas y de religiosos de su época. Al no haber procreado hijos legítimos, su fortuna se dirigió, en buena medida, a la construcción, decoración y remodelación de varios templos y conventos. En 1649 Simón de Haro tomaba bajo su cargo el patronato del convento de la Concepción, donde habían profesado sus dos cuñadas. La iglesia, cuya fundación se remontaba a los tiempos del obispo Zumárraga a mediados del siglo XVI, estaba en muy mal estado, por lo que comenzó a ser remodelada alrededor de 1640 bajo el patronato del mercader y alguacil mayor del Santo Oficio Tomás de Suaznábar. En 1643 se colocó la primera piedra y se iniciaron los cimientos, pero con la muerte del patrono, la escasez de fondos de sus herederos los obligó a renunciar a sus derechos en 1646 a favor de Haro.19

Con la fortuna del nuevo benefactor las obras del templo se aceleraron tanto, que seis años después, el 13 de noviembre de 1655, se celebraban las fiestas de dedicación de un edificio que había costado 250,000 pesos.20 Para entonces el patrono estaba ya tan grave de hidropesía que no pudo asistir a los festejos y la procesión pasó por la puerta de su casa para honrarlo; poco después, el 28 de diciembre, dejaba de existir. Su fortuna en barras de plata y en oro ascendía a 416,000 pesos, sin contar sus casas, esclavos, bienes muebles y posesiones. En su testamento dejaba como heredero universal de sus bienes al convento de la Concepción, a su mujer como patrona de él y al rector y diputados de la cofradía del

AGNM, Bienes Nacionales, 1304, exp. 5. Ver también Ignacio Rubio Mañé, Gente de España en la ciudad de México, año 1689, (México: Boletín del AGN, 1966), 326 y Robles, Diario, II, 245.18 Hoberman, Mexico´s Merchant elite, 76.19 Guijo, Diario, II, 36 y 40 dice que los herederos de Tomás Suaznábar renunciaron al patronazgo a la muerte de su padre en 1645. Amerlinck-Ramos, Conventos de monjas, 46, dice que esto sucedió en 1646 y que se habían invertido 25,000 pesos, faltando aún 100,000 para concluirla. Hoberman, Mexico´s Merchant elite, 238, asegura que el patrono renunció al enviudar de su mujer Isabel de Estrada en 1646.20 Amerlinck-Ramos, Conventos de monjas, 41. En el Traslado del testamento de Simón de Haro, (AGNM, Bienes Nacionales 1275, exp. 12, cláusula 26) se señala que la obligación del patronazgo fue "hacer y acabar el templo e iglesia cerrándola y cubriéndola de bóveda y con su coros alto y bajo y sacristía y antesacristía, con su tránsito y torre, rejas, puertas y ventanas y el retablo del altar mayor a mi arbitrio y disposición, todo lo cual tengo cumplido con la perpetuidad, lucimiento y amplitud que por la misma fábrica, obra y templo consta".

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Santísimo Sacramento como sus sucesores en el patronazgo.21 Además de varios otros beneficiarios privados, recibían una buena cantidad de dinero su suegra y sus cuñados: fray Alonso, que llegó a ser provincial de los dominicos, y fray Fermín, mercedario. En el testamento se dejaban también a las concepcionistas dos mil pesos para remodelar el monumento del jueves santo (y un censo sobre 2,000 pesos para su cera) junto con 15,000 pesos para reparar el convento antiguo que amenazaba ruina. Con ese dinero se remodelaron los dormitorios comunes y se terminó la enfermería alrededor de 1663 bajo el cuidado del arquitecto Cristóbal de Medina.22

En el mismo testamento se dejaban también 6.000 pesos para el retablo mayor de la iglesia de La Merced y 4,000 para obras en Santo Domingo, clara muestra de la injerencia que sus cuñados frailes tuvieron en el testamento; recibieron igualmente bienes los conventos de misioneros de Filipinas (el de San Nicolás de los agustinos y el de San Jacinto de los dominicos), así como los santuarios de Los Remedios, de Guadalupe y de La Piedad.23 Por último, Simón de Haro hizo una importante donación de 15,000 pesos para el colegio de los jesuitas de san Pedro y san Pablo.24

De manera indirecta este mercader, su esposa y la fortuna de ambos también tuvieron que ver con la construcción de los templos conventuales de Santa Clara de franciscanas y de San Felipe de Jesús de religiosas capuchinas. Respecto al primero don Simón intervino indirectamente; alrededor de 1650 Juan de Ontiveros Barrera, pariente de doña Isabel, había dejado 50,000 pesos en su testamento para ser aplicados a voluntad de Haro, su albacea. El mercader de plata los derivó hacia el templo conventual de Santa Clara cuya construcción estaba detenida, pero no pudo llevar a cabo sus deseos pues el patrono anterior, Francisco Arias Tenorio, no quiso renunciar a sus derechos. 25 Cuando murió don Simón el pleito por el patronazgo aún no se solucionaba y en la cláusula 44 de su testamento dejó estipulado lo que se debía hacer con ese dinero, en caso de no aplicarse al templo de las clarisas.26 Finalmente Arias Tenorio renunció al patronazgo y en 1661 era consagrada la iglesia de Santa Clara; poco después se iniciaban obras de albañilería y desagüe en el convento.27

Dos años antes, en 1659, la viuda de Simón de Haro, Isabel de la Barrera, fallecía y dejaba sus casas y diez mil pesos para la fundación de otro convento, el de las monjas capuchinas, orden religiosa que aún no tenía sede en México. En su testamento la patrona señalaba que el templo estaría dedicado al mártir Felipe de Jesús, único beato novohispano de quien, como criolla, era muy devota. Señalaba además un plazo de diez años para comenzar las obras o de lo contrario los bienes heredados se destinarían a otro fin.28 Como

21 Guijo, Diario, II, 40.22 Martha Fernández García, Arquitectura y gobierno virreinal, (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1985), 358 y ss.23 Traslado del testamento de Simón de Haro. AGNM. Bienes Nacionales, 1275, exp. 12.24 Hoberman, Mexico´s Merchant elite, 238.25 Muriel, Conventos de monjas, 176, dice que los problemas con los Arias, comenzaron desde que don Andrés firmó el patronato en 1634. Su hijo mayor Melchor entró en pleito con el convento por incumplimiento y el hermano de este, don Francisco, solo renunció al patronazgo a cambio de un lugar privilegiado para su enterramiento en la iglesia.26 Traslado del testamento de Simón de Haro. AGNM, Bienes Nacionales, 1275 exp. 12. 27 Amerlinck-Ramos, Conventos de monjas, 59.28 Testamento de Isabel de la Barrera, 24 de agosto de 1659. Archivo General de Notarías (citado en adelante AGNot), Notaría de Martín Sariñana, (629), sin folio. En el documento se señala también una suma para rehacer el techo de la parroquia de santa Catarina mártir..

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las religiosas fundadoras venían de España y no llegaron a México sino hasta 1665, las casas de la difunta doña Isabel no comenzaron a adaptarse como convento sino hasta esas fechas. El maestro Cristóbal de Medina se hizo cargo de la obra y la concluía dos años después. Al poco tiempo se iniciaba la iglesia que sería consagrada el 10 de junio de 1673.29

Al igual que doña Isabel, otras mujeres, esposas de mercaderes, también jugaron un papel muy importante en la fundación y remodelación de conventos femeninos. Uno de los casos más sonados en su tiempo fue el de Beatriz de Miranda, viuda del apartador de oro Andrés Gómez de Miranda, quien donaba en 1667 una suma considerable (250,000 pesos) para construir la iglesia y el convento de Balvanera, en el lugar que ocupaba un antiguo recogimiento de mujeres dedicado a Jesús de la Penitencia. La piadosa señora no quiso figurar como patrona, por lo que fue el presbítero José de Lombeida quien apareció como bienhechor de las monjas. Cuando doña Beatriz murió en 1668 se dio a conocer su dadivosa solicitud y, como aún faltaba mucho por hacer y ya se había agotado el donativo, la hija de la oculta patrona, sor Josefa de Santo Tomás, monja de la Encarnación, cedió su herencia para concluir la obra iniciada por su madre, hecho que tuvo lugar en 1671.30

A fines de la centuria otra mujer viuda, Juana de Villaseñor Lomelín, monja profesa en el convento de las capuchinas, ofrecía 70,000 pesos para construir la iglesia de san Juan de la Penitencia de clarisas. La antigua construcción del siglo XVI ya había sufrido una remodelación en 1649 gracias a la dadivosidad de Juan de Ontiveros Barrera, gran protector de las clarisas como vimos; pero para 1695 el edificio estaba de nuevo en peligro de derrumbe y había que hacerlo de nuevo. Doña Juana, que tampoco aceptó el título de patrona, había sido esposa de Francisco Canales Gacio, un rico comerciante, caballero de Calatrava y natural de Reus, en Cataluña, muerto en 1694. Como el matrimonio no había tenido hijos, doña Juana fue la heredera universal de su marido y ocupó toda su fortuna, calculada en un millón de pesos, en diversas obras de beneficencia. Además de ayudar al convento de las clarisas, la viuda de Canales remodeló a su costa la ermita de Gregorio López en el pueblo de Santa Fe.31

Francisco de Canales y Juana de Villaseñor pertenecían a la última generación de mercaderes patronos del siglo XVII. Junto con ellos, otros cuatro matrimonios destinaron sus bienes a las construcciones conventuales femeninas. El mejoramiento de las condiciones económicas en el virreinato y el fortalecimiento de la minería y del comercio en ese periodo propiciaron un notable incremento de las fortunas, sobre todo de aquellas que se beneficiaron del ejercicio combinado de ambas actividades. Es por ello que los mercaderes de plata, principales favorecidos del auge minero, representan la mitad de esos patronos. Uno de ellos fue José de Retes Largache y Salazar, natural de Arceniega en Alava, que había hecho fortuna en el tráfico de metales desde su llegada a Nueva España alrededor de 1650 y había comprado en 60,000 pesos el cargo de apartador general de oro y plata de la Casa de Moneda en 1680.32 Además de ser caballero de Santiago y síndico y benefactor de

29 Ibidem, 116 y ss. Ignacio de la Peña, Trono mexicano en el convento de religiosas pobres capuchinas, su construcción y adorno en la insigne ciudad de México (Madrid: Francisco del Hierro, 1728), 6 y s. Muriel, Conventos de monjas, 220-222.30 Robles, Diario, I, 35, 67. Muriel, Conventos de monjas, 126.31 Robles Diario, II, 305. Muriel, Conventos de monjas, 193. Amerlinck-Ramos, Conventos de monjas, 84. Antonio Rubial, La santidad controvertida, (México: Facultad de Filosofía y Letras UNAM, Tesis inédita), 76.32. Fabián Fonseca y Carlos de Urrutia, Historia General de la Real Hacienda, 6 v. (México: Imprenta de Vicente G. Torres, 1845-1853), I, 124. Con el remate del cargo de apartador el estado

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la provincia franciscana de san Diego, el mercader de plata era propietario de varias haciendas y negocios y estaba casado con María de Paz y Vera, hija de una prestigiosa familia zacatecana. Como muchos de sus colegas, Retes consiguió su riqueza por medios no siempre lícitos, 33 y para limpiar su conciencia y lograr su salvación estaba inscrito en las dos cofradías más destacadas de la capital, San Pedro y el Santísimo Sacramento; pero esto no debió parecerle suficiente y así, cuando en 1685 las monjas concepcionistas del convento de San Bernardo buscaban un benefactor para construir su nueva iglesia, encontraron en don José un patrono dispuesto y solícito. El primer patronato, que como vimos pertenecía a Juan Márquez de Orozco, ya había caducado para esas fechas; para suplantarlo se presentaron muchas ofertas, entre otras la del marqués del Valle, pero a las religiosas les pareció más atractiva la del mercader Retes y el tiempo se encargó de mostrarles que había sido la más acertada.34

En efecto, a los pocos días de haber firmado el contrato de patronazgo se comenzaban a demoler unas casas vecinas al antiguo convento que habían sido compradas con el dinero de Retes y del difunto Pedro González del Valle. Dos meses después, en ese sitio, se colocaría la primera piedra de la nueva iglesia, que el patrono no pudo ver concluida pues moría el 29 de octubre de ese año. Sin embargo, como el premio que esperaba era en el más allá, don José dejó en su testamento 60,000 pesos para que sus albaceas José Saenz de Retes y Dámaso de Saldivar, (los sobrinos que heredaron la tienda de plata y los negocios) acabaran el templo. Asimismo nombraba a su única hija, Teresa María de Guadalupe, su heredera universal, como patrona de San Bernardo.35

Algún tiempo después, en 1687, llegó a Nueva España desde Alava otro sobrino de don José llamado Domingo de Retes, quien al casarse con su prima Teresa adquirió fortuna y patronato; el recién llegado obtuvo también los títulos de caballero de Alcántara y de marqués de San Jorge, fue alcalde ordinario en Puebla y alcalde mayor en la villa de Nejapa y compró minas y haciendas. 36

Los nuevos patronos, otra pareja sin hijos, agregaron 40,000 pesos a los 80,000 que ya había gastado don José y por fin, el 24 de junio de 1690 fue dedicado el nuevo templo.37 El 27 de noviembre eran trasladados a él los huesos de don José de Retes que estaban enterrados en la catedral y se mandaba hacer una estatua fúnebre de tamaño natural de su persona. Al año siguiente el clérigo don Alonso Ramírez de Vargas publicaba una minuciosa descripción de la iglesia de san Bernardo, hacía elogiosas menciones a los patronos e imprimía los ocho sermones de las fiestas de dedicación y el elogio fúnebre que se hizo con motivo del traslado de los restos de don José al nuevo templo.38

concedía la facultad de heredarlo, por lo que a Retes lo sucedió Francisco Antonio de Saldivar (quizá sea Dámaso esposo de una sobrina de su mujer), quien lo ocupó hasta 1718.33 En 1683, el corregidor Andrés de Estrada, era acusado en un juicio de residencia de haber proporcionado ilegalmente avíos a los mineros; el inculpado declaró que no lo había hecho en su nombre sino en el de unos mercaderes de plata de apellido Retes que vivían en México. Bakewell, Minería y sociedad en el México colonial, 132.34 Muriel, Conventos de monjas, 153. Amerlinck-Ramos, Conventos de monjas, 111.35 Resumen del ajusticiamiento de los gastos del testamento de don Joseph de Retes. AGNM, Bienes Nacionales, doc. 1033, exp. 13.36 Rafael Nieto Cortadellas, "El marquesado de San Jorge, hoy de San Román de Ayala. Genealogía del linaje de Retes" en Memorias de la Academia Mexicana de Genealogía y Heráldica, IV, 6 y 7, (1948), 111-135.37 Robles, Diario, II, 105, 202 y 213.38 Alonso Ramírez de Vargas, Sagrado Padrón y peregrinos sermones a la memoria debida del

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Tema constante en todo el texto fue la elección de la virgen de Guadalupe, como segundo titular de la iglesia, por parte de don Domingo y de doña Teresa, lo que nos habla de sus vínculos criollos y de su identificación con los valores novohispanos. En el impreso se informaba además que Domingo de Retes no sólo terminó el templo, sino que también dio dinero para Alos aliños de los altares, vasos y ornamentos para el culto, pasando el celoso cuidado hasta el complemento de las menores oficinas en lo claustral.39 Tales complementos son descritos páginas después: un claustro con 18 pilastras, confesionarios, fuente, sala de labor y noviciado; incluso se menciona que hay proyecto para ampliar la enfermería en el sitio de la antigua iglesia y portería.40 Con su labor, don Domingo consiguió un muy buen premio: honró con su grandeza a los patronos cooperando el insigne cabildo con darles entonces lugar en el regimiento.41 Esto debió haber sido para muchos motivos de envidia, y más para aquellos que pretendían también el patronazgo de san Bernardo. En efecto, el mismo Ramírez de Vargas insinúa que hubo pleito entre los patronos antiguos y los nuevos, y aunque no da al dato mayor importancia y sólo le sirve para hacer una elucubración poética, la mención es significativa para entender la importancia que tenía para los mercaderes el conseguir patronazgos.42 Lo que el predicador calló fue la otra cara de la moneda, don Domingo murió en 1707 en total insolvencia.43 El texto impreso por Ramírez termina con el sermón fúnebre que predicó el franciscano descalzo fray Diego de las Casas Zeinos con motivo de las pompas fúnebres por el traslado de los restos de don José a san Bernardo en 1691. En él, además de exaltar el torrente de su caridad, que convirtió en oro la plata que repartió como limosnas, menciona que con ella se benefició a Nueva España, su patria adoptiva, tanto como se honró a su natal Vizcaya. Entre las obras que el predicador destacaba estaban también aquellas relacionadas con otras construcciones y obras de arte. José de Retes había hecho a su costa una de las capillas del calvario del Via crucis de la Alameda, dos colaterales para el santuario de Guadalupe y varias obras en el convento de los franciscanos descalzos de Churubusco, a quienes dejó 24,000 pesos para enfermería, claustros y una capilla dedicada a San José. Lo curioso es que el patrono de ese convento era Diego del Castillo y que José de Retes le había ofrecido los 20,000 pesos que llevaba gastados en la iglesia (más 6,000 de albricias) con tal que le cediera el patronato; como no lo consiguió, de todos modos dejó ese dinero al convento. 44

El dato es significativo pues nos muestra de nuevo el interés que tenían los mercaderes por obtener ese tipo de honores. Sin embargo, pocos comerciantes consiguieron más de un patronato; el mencionado Diego del Castillo fue precisamente uno de ellos. Este hombre había llegado a Nueva España en 1628 procedente de Granada. Como muchos otros emigrantes venía atraído por el espejismo de la riqueza americana y también, como otros recién llegados a Indias, se reembarcó desilusionado para volverse a su tierra al no conseguirla. Al parecer se detuvo en Cuba un tiempo y esto fue suficiente para recapacitar sobre su apresurada decisión. Así, en

suntuosísimo magnífico templo de San Bernardo (México: Viuda de Rodríguez Lupercio, 1691). Los datos sobre los gastos los da el bachiller Juan de Narváez en el octavo sermón de las fiestas de dedicación (112 r.).39 Ibidem, 3 vta. 40 Ibidem, 17 r. y s.41 Ibidem, 21 r.42 Ibidem, 4 r. y s.43 Muriel, Conventos de monjas, 155.44 Ramírez de Vargas, Sagrado Padrón, 124 r. y ss.

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1630, tomaba un barco en la Habana de regresó a Nueva España, en la recua de los pobres; al poco tiempo se iba al norte, quizás a san Luis Potosí, donde comenzó a trabajar como calderero y terminó como mercader de plata y con el título honorífico de capitán de milicias. Su fortuna llegaría a un millón de pesos.45 Una vez afianzada su posición económica, Diego del Castillo regresó a la capital novohispana y contrajo nupcias con Inés de la Cruz, con quien no pudo tener hijos, por lo que la pareja adoptó a seis niños huérfanos en agradecimiento a la Providencia por los dones recibidos. Dos de estas entenadas entraron de religiosas y otra fue desposada con el mercader vasco Domingo de la Rea, socio de don Diego y heredero de sus negocios y de su tienda de plata y su albacea testamentario. 46

A diferencia de sus colegas comerciantes, don Diego no solicitó ningún hábito en las órdenes de caballería, ni fue miembro del consulado ni del cabildo, ni compró tierras. En cambio, tuvo muchos nexos con las instituciones religiosas. Desempeñó cargos en las cofradías del Santísimo Sacramento y del Rosario, en la orden de terciarios franciscanos y en la congregación del Divino Salvador y obtuvo, gracias a sus dadivosas limosnas, la carta de hermandad de las provincias de San Agustín, de Santo Domingo y de San Diego. Pero sobre todo Castillo se destacó como un hombre dadivoso con los pobres y como patrono de dos conjuntos conventuales. El primero fue el ya mencionado convento y templo de los franciscanos descalzos de Santa María de los Ángeles en Churubusco, donde él y su mujer fueron enterrados bajo sus dos estatuas orantes. La obra había sido iniciada en 1676 y fue terminada en dos años con un costo de 60,000 pesos. El cronista de la provincia de San Diego de México, fray Baltasar de Medina, quien nos dejó estas noticias, decía en 1682 de este benefactor de su orden: A...los hombres que no dejan de sí alguna memoria, su vivir y morir no han sido racionales, porque los famosos edificios son inmortales pregoneros de corazones generosos.47

El segundo fue el conjunto conventual de franciscanas de Santa Isabel. Su templo había sido iniciado por el capitán Andrés Carvajal de Tapia en 1676, pero murió en 1677 dejando inconclusa la obra, aunque dotada con 80,000 pesos. Don Diego se hizo cargo de concluir la iglesia y hacer el convento, para lo cual su Compañía donó 90,000 pesos, más otros 10,000 que salieron de su peculio privado. La iglesia, techada con hermosas bóvedas, fue dedicada el 24 de julio de 1681.48 No obstante la obra conventual no fue acabada sino hasta 1683, pocos meses después de la muerte del patrono.49

Durante ese verano todavía estaban presentes en la mente de todos las palabras que el predicador mayor del convento de San Francisco, fray Antonio Correa, había dicho en la iglesia de Santa Isabel en honor del patrono. El sermón laudatorio, además de exaltar las virtudes del difunto, hablaba de su testamento, en el que los principales beneficiarios fueron las iglesias, conventos y capillas de la ciudad; el fraile remarcaba además que el mercader

45 Gemelli Carreri, Viaje a la Nueva España, 110.46 El testamento está en el AGNot., Notaría de Francisco de Quiñones, 1681, 140 y ss.; un estudio sobre este mercader y una selección del testamento en Antonio Rubial, "Un mercader de plata andaluz en Nueva España. Diego del Castillo (161?-1683)" en Suplemento del Anuario de Estudios Americanos, 49, (1993), 143-170.47 Medina, Chrónica de la Santa provincia de San Diego, 22. La frase esta tomada del filósofo Crisipo según lo afirma el mismo autor.48 Robles, Diario, I, 300.49 Muriel, Conventos de monjas, 214 da esta fecha y dice que don Diego y doña Elena asistieron a las celebraciones, algo imposible pues ambos ya eran difuntos.

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había dejado más de 550,000 pesos en limosnas y obras pías.50. Los mismos elogiosos términos utilizaría para hablar de don Diego Felipe de Santoyo, quien publicó un poema para conmemorar la dedicación del templo de santa Isabel; sin mencionarlo, pues dice que el patrono ha querido que su nombre sea ocultado, el escritor señaló a todo lo largo de su farragoso texto la palabra Castillo, adornándola con repetidas metáforas, para hacer patente a quien se debía la obra.51

Los mercaderes de plata no fueron los únicos mecenas conventuales de esta última parte del siglo XVII; en ella se destacaron otros dos comerciantes que amasaron grandes fortunas únicamente con el tráfico de mercancías; ellos fueron Juan de Chavarría y Esteban de Molina Mosquera. El primero, nacido en 1623, era hijo de Juan de Chavarría Estiolaza (un vizcaíno muerto en México en 1637) y de Leonor de Riofrío Valera; fue así, por tanto, uno de los pocos mercaderes de origen criollo de que tenemos noticia. Como albacea testamentario de su tío Juan Fernández Riofrío, en 1643 el joven Chavarría destinó 80,000 pesos que éste había dejado para la remodelación de la iglesia de monjas agustinas de san Lorenzo, fundación del siglo XVI.52 Muy posiblemente el dinero del tío fue insuficiente, por lo que don Juan agregó de su peculio 35,000 pesos para terminar el templo y donó un rico comulgatorio de planchas de plata y piedras preciosas que fue muy admirado. Con el tiempo también contribuyó para la ampliación de los dormitorios y dejó una hacienda de ovejas para el sustento de las religiosas, las cuales terminaron por nombrarlo patrono.53 Don Juan era uno de los hombres más prestigiosos de su tiempo. Egresado como bachiller del colegio de los jesuitas, en 1652 fue cruzado caballero de Santiago y al año siguiente se le daba el cargo de alcalde ordinario de la ciudad de México. Cuando Palafox fue virrey lo nombró capitán de una de las compañías que formó para defender la capital. Casó en 1648 con la criolla Luisa de Vivero Juárez, hija del segundo conde del Valle de Orizaba, y engendró dos hijas, la mayor desposada con un descendiente de los condes de Santiago y la menor monja profesa en San Lorenzo.54 Como casi todos los mercaderes, don Juan tenía capitales invertidos en tierras, como consta en los registros notariales donde aparece como propietario de una hacienda cerealera en Acolman y de otra de minas en Taxco, que arrendaba a Francisco de Cabrera.55 A su riqueza, don Juan aunaba una serie de estupendas relaciones; amigo de las autoridades civiles y religiosas, en 1664 le dio

50 Antonio de Correa, Fúnebre panegyris que a las honras del muy piadoso y nobilísimo republicano Diego del Castillo, comprador de plata, consagró como patrono de su iglesia el muy ilustre convento de las señoras religiosas descalzas de Santa Ysabel de esta ciudad de México el 29 de marzo de 1683, (México: Imprenta de Francisco Rodríguez Lupercio, 1683). Robles, Diario, II, 37 y s. dice que dejó 300,000 pesos, cantidad más cercana a lo que señala el testamento que la que da Correa.51 Felipe de Santoyo García Galán, Panegyrica dedicación del templo para la mejor heroyna de las montañas sancta Isabel, mística Cibeles de la Iglesia que el glorioso apóstol Santiago consagra en místico contento que pulsó la lyra de su musa, (México: Francisco Rodríguez Lupercio, 1681).52 Testamento de Juan Fernández Riofrío. 31 de enero de 1642. AGNot., Notaría de Juan Pérez de Ribera, 4180, 15 y s.53 Guijo, Diario, I, 112. Muriel, Conventos de monjas, 328.54 Guijo, Diario, I, 204. Guillermo Lohmann Villena, Los americanos en las órdenes nobiliarias, 2 v. (Madrid: Consejo Superior de Investigación Científica, 1993), I, 137. Leopoldo Martínez Cosía, Los caballeros de las órdenes militares en México, (Méxic:o, Editorial Santiago, 1946), 87 y s.55 AGNot. Notaría de Baltasar Morante, 379, 132 y ss. y 371 y ss.

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hospedaje al arzobispo virrey Diego Osorio de Escobar mientras se arreglaba el palacio arzobispal.56 Incluso su figura se asociaba con un hecho heroico: durante el incendio de la iglesia de San Agustín en 1676 don Juan había entrado al templo en llamas para rescatar la hostia del Santísimo, acción que le valió el derecho de ostentar, esculpido en un nicho de su casa, un brazo con una custodia.57

Su fama, como la de todos los hombres ilustres, se hizo aún más notoria el día de su muerte acaecida a fines de noviembre de 1682.58 En sus exequias predicó el jesuita Antonio Núñez de Miranda amigo cercano del difunto, a quien éste consultaba a menudo, como su confesor, todos los negocios que tenía; según refiere el mismo jesuita, no había día en que no lo visitara para ver si se le ofrecía algún caso de conciencia. En el sermón fúnebre, dedicado al conde del Valle de Orizaba, cuñado del difunto y su único heredero, el tema central fue una enseñanza moral: la riqueza puede llevar al infierno si es mal usada, pero también puede ser un medio ideal de salvación; de hecho, la única manera que tiene el rico de llevarse su riqueza al cielo es aplicándola a obras de caridad. El corolario lógico de esta pieza de oratoria sagrada era ejemplificar con la dadivosidad del difunto que era posible llevar esa teoría moral a la práctica. El predicador comenzó con la mayor obra del difunto, la reconstrucción y decoración interior del templo de San Lorenzo y la ampliación de su convento, en que se gastó 400,000 pesos. A continuación describió otras obras suyas: la iglesia y vivienda del colegio de San Gregorio de los jesuitas, el claustro de La Merced, el altar de las once mil vírgenes en el templo de Santo Domingo, la capilla de la Inmaculada, la capilla de Guadalupe en la catedral, sede de la Archicofradía del Santísimo Sacramento. Ayudó también a la iglesia de San Agustín, a los santuarios de Guadalupe, Los Remedios, San Juan de los Lagos y Ocotlán. A través de cuatro limosneros distribuía además limosnas para clérigos y monjas pobres, para los enfermos de los hospitales, para los presos de las cárceles, para viudas, huérfanos y mendigos. El padre Núñez terminaba su alocución diciendo que Juan de Chavarría había sido un verdadero milagro de nuestro tiempo y prodigio de este nuevo mundo, en una palabra un hombre santo lleno de virtudes, que había realizado un sin número de milagros con sus bienes.59

Con menor fama de santidad, pero con similares atributos, se nos presenta el mercader Esteban de Molina Mosquera, patrono del convento de las carmelitas descalzas de Santa Teresa de la Antigua, una fundación hecha durante los primeros años de la centuria. El patrono, un sevillano cuya riqueza provenía en buena medida del comercio con Asia, hizo varios préstamos a la corona para solventar los gastos del galeón de Manila. En agosto de 1658 compró el oficio de escribano mayor del cabildo de México en 40,000 pesos, y algún tiempo después aparecía como secretario del regimiento de la capital. En 1661 se le menciona de nuevo durante la fiesta de las banderas como capitán de las milicias urbanas junto con Juan de Chavarría.60 En 1650 casó con Manuela de la Barrera, natural de Madrid e hija de Francisco de la Barrera, relator del Consejo de Indias, fiscal del crimen y de lo civil en la Audiencia de México y oidor de la de Guatemala y de la de Guadalajara. La única hija del matrimonio ingresó en las carmelitas y tomó el nombre de sor Teresa de Jesús, muestra 56 Guijo, Diario, II, 237.57 Manuel Romero de Terreros, La iglesia y convento de San Agustín, (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1985), 11.58 Robles, Diario, II, 33.59 Antonio Núñez de Miranda, Oración funeral, sermón de honras Y al señor capitán D. Juan de Chavarría Valera, (México: Viuda de Bernardo Calderón, 1684), 23-25.60 Guijo, Diario, II, 102, 156. Robles, Diario, II, 292. Hoberman, Mexico´s Merchant elite, 177.

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de la gran inclinación que la familia tenía hacia esa orden religiosa.61 En 1678 don Esteban firmaba el contrato de patronazgo con las monjas y por él se obligaba a realizar todas las obras del templo junto con el altar mayor, cosa que debió ser bastante común. En el documento también se estipulaba que se debían respetar algunos de los lugares previamente otorgados para entierros por los patronos anteriores, como el de la capilla del Santo Cristo que pertenecía a Juan de Castillete, el altar de Santa Febronia cuyo patrono era Ambrosio de la Serna.62 La obra fue encargada al maestro mayor Cristóbal de Medina y tuvo un costo de 350,000 pesos, de los cuales una buena parte pertenecían a la dote de doña Manuela.63

Finalmente el suntuoso templo se terminó en 1684 y fue dedicado con solemnes fiestas. En la ceremonia predicaron los más afamados oradores de la capital y durante ella se lucieron las custodias y objetos sagrados hechos con las cuantiosas joyas legadas por doña Manuela de la Barrera, muerta en 1681 y sepultada a la entrada del presbiterio. Para dejar memoria de su obra, el patrono encargó al escritor Felipe de Santoyo un texto en verso que describiera el edificio y que mostrara su munificencia.64

En 1693 don Esteban moría y dejaba en su testamento todos sus bienes, más de 400,000 pesos, a las carmelitas descalzas de Santa Teresa. Su hija, que entonces era priora del convento, obligó a su comunidad a pagar los gastos de catorce fiestas anuales y de seis misas mensuales como sufragio por el alma de los patronos. Fueron tan pesadas estas mandas, que en 1728 la comunidad carmelita presentó una protesta ante el arzobispado para liberarse de tales obligaciones, pero perdió el pleito.65

Pocos años atrás, sor Teresa Molina, había utilizado parte de la riqueza familiar para fundar otro convento de carmelitas descalzas en la capital que recibió el nombre de Santa Teresa la Nueva. En 1704 se dedicaba el templo de la reciente fundación y, gracias a los oficios de sor Teresa, también nombraban como patronos de ella a sus difuntos padres.66

Para estas fechas existían en la capital del virreinato diecisiete conventos de religiosas. Todos, salvo el de Jesús María, habían sido reconstruidos a lo largo de la centuria por patronos cuyas fortunas habían surgido de la actividad comercial. Gracias al patronazgo conventual, estos nuevos ricos conseguían ocupar un lugar en la sociedad novohispana en la que habían generado sus fortunas y de la que, en algún sentido, estaban excluidos. Con sus dadivosas donaciones los mercaderes peninsulares pretendían conseguir la aceptación y el prestigio sociales que los limpiaran de la mancha de ser advenedizos y gachupines, que como un estigma, les echaban en cara los terratenientes criollos. Su posición de hombres

61 Rubio Mañé, Gente de España en la ciudad de México, 309-310.62 El contrato de patronazgo, fechado el 7 de julio de 1678 en AGNot. Notaría de José de Anaya, 210 r. y s. Publicado por Guillermo Tovar de Teresa, Bibliografía novohispana de arte, 2 v. (México: Fondo de Cultura Económica, 1988, I, 300-306.63 Muriel, Conventos de monjas, 396.64 Felipe de Santoyo García, Mística Diana, descripción panegyrica de su nuevo templo que con la advocación de Nuestra Señora de la Antigua, de Santa Teresa de Jesús de carmelitas descalzas erigió el fervoroso celo del capitán Esteban de Molina Mosqueira, (México: Juan de Ribera, 1684).65 Muriel, Conventos de monjas, 397. Concepción Amerlinck, AEl ex-convento de San José y la iglesia de Santa Teresa la Antigua,. Sus arquitectos, artistas y artesanos@ en Memoria del II Congreso Internacional El monacato femenino en el Imperio español, (México, Condumex, 1995), 477-495.66 Muriel, Conventos de monjas, 421-423. Hoberman, Mexico´s Merchant elite, 237.

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desclasados quedaba así encubierta con esta capa de piedad y de caridad que les otorgaba la nobleza de la que carecían. Al insistir que todos sus bienes los debían a la Providencia, se convertían en funcionarios del cielo, en los administradores de la riqueza de Dios.

TEMPLO FECHA DE INICIO Y DEDEDICAC.

PATRONO O PATRONOS DEL SIGLO XVII

FECHAS DE MUERTE

NOTARIO ANTE QUIEN SE HIZO TESTAMENTO

SANTA INES 1600 DIEGO CABALLERO E INES DE VELASCO

16?? 1599

?

SAN JERONIMO 1619-1623 LUIS MALDONADO DEL CORRAL Por mano de su albacea FRANCISCO MEDINA REINOSO

16?? ?

STA. CATALINA DE SIENA

16197-III-1623

JUAN MARQUES OROZCO

1621 FRANCISCO DE ARCEO ?

NTRA.SRA. D LA ENCARNACION

1639 7-III-1648

ALVARO LORENZANA E ISABEL DE CASTILLA

25-XI-1651 LUIS DE VALDIVIESO

SAN LORENZO 164316-VII-1650

JUAN FDEZ. RIOFRIO Y JUAN DE CHAVARRIA

164230-XII-1682

JUAN PEREZ DE RIBERABALTASAR DE MORANTE

LA CONCEPCION 164913-XI-1655

TOMAS DE SUAZNABARSIMON DE HARO E ISABEL DE LA BARRERA

164528-XII-165525-IX-1659

MARTIN SARIÑANA

REGINA COELI 165519-III.1656

MELCHOR DE TERREROS

21-II-1671

SAN JOSE DE GRACIA

165326-XI-1661

J. NAVARRO PASTRANA AGUSTINA DE AGUILAR JUAN NAVARRO Y JOSEFA PEDRIQUE

13-III-166417-IX-1674 22-IV-1692 1719

LORENZO DE MENDOZAJUAN DIAZ DE RIBERA

SANTA CLARA 162222-X-1661

JUAN ONTIVEROS BARRERA Por mano de su albacea SIMON DE HARO.

165? MARTIN SARIÑANA

NTRA. SEÑORA DE BALVANERA

3-IV-16637-XII-1671

BEATRIZ DE MIRANDA VIUDA DE ANDRES GOMEZ DE MIRANDA

24-XI-1668

SAN FELIPE DE JESUS

166710-VI-1673

ISABEL DE LA BARRERA 25-IX-1659 MARTIN SARIÑANA

SANTA ISABEL 167624.VII-1681

ANDRES DE CARVAJAL DIEGO DEL CASTILLO E INES DE LA CRUZ

13-III-1683 1671

BALTASAR DE MORANTE

SANTA TERESA DE LA ANTIGUA

1678-1683 ESTEBAN MOLINA M. Y MANUELA DE LA BARRERA

20-VII-169327-VII-1681

JOSE DEL CASTILLO

SAN BERNARDO 168518-VI-1690

JOSE DE RETES L. Y MA. DE LA PAZ/ DOMINGO Y

29-X-1685 16-XI-1700

JUAN A. ESPEJO

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1

TERESA DE RETES. 1707 29-XI-1695

SAN JUAN DE LA PENITENCIA

169524-I-1711

JUANA DE VILLASEÑOR LOMELIN VDA. DE FCO. CANALES

170?25-IV-1694

MARTIN DEL RIO

SANTA TERESA LA NUEVA.

169828-XI-1704

ESTEBAN MOLINA M. Y MANUELA DE LA BARRERA

20-VII-1693 27-VII-1681

JOSE DEL CASTILLO