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MENUDA HISTORIA Francisco Montoro Fernández RECORDANDO A JOAQUÍN Esta semana hace ocho años que se nos fue el poeta. Y parece mentira. Al menos a nosotros nos parece mentira. Vélez sin Joaquín Lobato no es el mismo Vélez. El 7 de abril de 2005 fue un día primaveral, pero triste. Joaquín Lobato se nos fue tras una enfermedad alargada, sórdida, de mala suerte, cebada en una persona vital, que no renunciaba a permanecer y que se vio forzada por los incomprensibles mandatos del destino a retirarse, con unos cortísimos 62 años, de este paraíso soleado del sur que le vio nacer. Escribía por necesidad y pintaba por impulso. Su vocación era tal que su pasión por el verso y el trazo le definían plenamente. Nació Joaquín Lobato en 1943 en la calle del mercado, que hoy lleva su nombre de poeta, junto al convento de San Francisco, amado y temido, de sus descubrimientos primeros. En sus juegos de niño y crecer, se mezclan el mercado, el Teatro del Carmen, el colegio de la Presentación, el Instituto de Bachillerato, la tienda de Miguel Bergillos, la estación del tren, la Universidad de Granada… Desde Metrología del Sentimiento (1967) pasan, hasta su partida, treinta y ocho años de creación en el campo de la poesía, con quince libros publicados y otros tantos anotados en su piel y en su alma. “Primera Antología de Cosas” (1972), “Dedicadas Formas y Contemplaciones(1975), “La Careta” (1976), “Farándula y Epigrama” (1976), “Infártico” (1982), “Poemas del Sur” (1984), “Atardece el Mar(1993)… El teatro y la prosa tienen también su presencia, pero en menor cuantía. Obtuvo el Premio García Lorca de Teatro 1977, en Granada, con su obra “Jácara de los zarramplines, publicado al año siguiente en la misma ciudad. Y, pocos años antes de su enfermedad, vio la luz su libro en prosa “El acontecer y la presencia: brevísima antología de María Zambrano(1998). Infinidad de poemas sueltos, escritos varios, presentaciones de catálogos de pinturas, prólogos, artículos en prensa local, comarcal, malagueña y andaluza… Pero Joaquín también era pintor. El poeta Joaquín Lobato era pintor. Un pintor prolífico y original que descubrió formas y maneras sorprendentes de comunicar su visión plástica del mundo, con trazos y colores ondulantes, simples y expresivos, a través de los cuales nos trasladaba a un mundo de símbolos, a veces más reales que los de su poesía. Era una poeta que pintaba, según él. Para nosotros era un creador que hacía poesía con su pintura. Ilustraciones, serigrafías, grabados, carteles, portadas, diseños, posters… Un rosario inacabado de comunicaciones plásticas. Cinco exposiciones individuales, y la participación, una treintena de veces, en muestras colectivas, le avalan su comunicación plástica más conocida, su traslado hacia el gran público. En noviembre de 1969, cuando estudiábamos juntos en Granada, escribimos, por primera vez, del “pintor” Joaquín Lobato. Lo hacíamos bajo el pseudónimo Luís Nuevo en el diario malagueño Sol de España, y defendíamos la idea de que, cuando Joaquín pintaba, comunicaba más, incluso, de lo que él mismo quería decir. Puede parecer

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Artículo de Francisco Montoro publicado en Diario de La Axarquía el 12 de abril de 2013.

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MENUDA HISTORIA Francisco Montoro Fernández

RECORDANDO A JOAQUÍN Esta semana hace ocho años que se nos fue el poeta. Y parece mentira. Al menos a

nosotros nos parece mentira. Vélez sin Joaquín Lobato no es el mismo Vélez. El 7 de abril de 2005 fue un día primaveral, pero triste. Joaquín Lobato se nos fue

tras una enfermedad alargada, sórdida, de mala suerte, cebada en una persona vital, que no renunciaba a permanecer y que se vio forzada por los incomprensibles mandatos del destino a retirarse, con unos cortísimos 62 años, de este paraíso soleado del sur que le vio nacer. Escribía por necesidad y pintaba por impulso. Su vocación era tal que su pasión por el verso y el trazo le definían plenamente.

Nació Joaquín Lobato en 1943 en la calle del mercado, que hoy lleva su nombre de

poeta, junto al convento de San Francisco, amado y temido, de sus descubrimientos primeros. En sus juegos de niño y crecer, se mezclan el mercado, el Teatro del Carmen, el colegio de la Presentación, el Instituto de Bachillerato, la tienda de Miguel Bergillos, la estación del tren, la Universidad de Granada…

Desde Metrología del Sentimiento (1967) pasan, hasta su partida, treinta y ocho años

de creación en el campo de la poesía, con quince libros publicados y otros tantos anotados en su piel y en su alma. “Primera Antología de Cosas” (1972), “Dedicadas Formas y Contemplaciones” (1975), “La Careta” (1976), “Farándula y Epigrama” (1976), “Infártico” (1982), “Poemas del Sur” (1984), “Atardece el Mar” (1993)…

El teatro y la prosa tienen también su presencia, pero en menor cuantía. Obtuvo el

Premio García Lorca de Teatro 1977, en Granada, con su obra “Jácara de los zarramplines”, publicado al año siguiente en la misma ciudad. Y, pocos años antes de su enfermedad, vio la luz su libro en prosa “El acontecer y la presencia: brevísima antología de María Zambrano” (1998). Infinidad de poemas sueltos, escritos varios, presentaciones de catálogos de pinturas, prólogos, artículos en prensa local, comarcal, malagueña y andaluza…

Pero Joaquín también era pintor. El poeta Joaquín Lobato era pintor. Un pintor

prolífico y original que descubrió formas y maneras sorprendentes de comunicar su visión plástica del mundo, con trazos y colores ondulantes, simples y expresivos, a través de los cuales nos trasladaba a un mundo de símbolos, a veces más reales que los de su poesía. Era una poeta que pintaba, según él. Para nosotros era un creador que hacía poesía con su pintura. Ilustraciones, serigrafías, grabados, carteles, portadas, diseños, posters… Un rosario inacabado de comunicaciones plásticas. Cinco exposiciones individuales, y la participación, una treintena de veces, en muestras colectivas, le avalan su comunicación plástica más conocida, su traslado hacia el gran público.

En noviembre de 1969, cuando estudiábamos juntos en Granada, escribimos, por

primera vez, del “pintor” Joaquín Lobato. Lo hacíamos bajo el pseudónimo Luís Nuevo en el diario malagueño Sol de España, y defendíamos la idea de que, cuando Joaquín pintaba, comunicaba más, incluso, de lo que él mismo quería decir. Puede parecer

extraño, pero seguimos estando seguros de ello. Su alma de poeta impregnaba sus trazos de un mensaje imaginativo, de sentimientos, de símbolos reivindicativos, que trasladaban al espectador un plurimensaje evocador, activador y crítico.

Los años de compañeros de claustro en el Centro de Educación de Personas Adultas

“María Zambrano” nos dieron para todo. Para recordar nuestros años de niños, nuestros tiempos de estudiantes, nuestros escarceos primeros con las máquinas de escribir, nuestras primeras experiencias vitales, nuestras convergencias y divergencias en la visión del mundo, de la cultura y de Vélez… Su incontenible amor por lo literario y lo visual, y mi irrenunciable amor por la ciencia y la Historia, nos permitió discrepar más de una vez en aspectos docentes, organizativos y epidérmicos.

Quiso la mala suerte que, el mismo día de su partida, muriera, también, un familiar

directo mío que obligó mi ausencia en el lugar donde estaba mi “presencia”. Luego, en la soledad del alma, compartí con él recuerdos, adioses y desconsuelos humanos.

Tengo la suerte de tener sobre mi mesa de trabajo uno de los últimos dibujos que me

dedicó mi querido amigo y compañero Joaquín, “Para mi querido Paco Montoro…” estando en la sala del Hospital Comarcal, en la primavera del 2003. Casi todos los días le tengo presente y medito sobre la suerte incomprensible de un destino capaz de llevarse tempranamente a una persona creadora y vital, a un testigo de su tiempo y a un amigo dotado para acercarte a la experiencia visionaria de un mundo distinto. ¡Menuda Historia!