mensuario febrero 2012 vol. 2 nº 33

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MENSUARIO FEBRERO 2012 VOL. 2 Nº 33

CIENCIA E IMPERIO EN EL SIGLO DE

ORO: ¿QUÉ NOS ENSEÑA?1 Una polémica que parece no tener fin

Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas2

En 1783, Nicolas Masson de Morvilliers dio a la prensa un artículo polémico, aparecido en la Encyclopédie méthodique. Su título: Espagne. Fue polémico a causa del hecho que su autor sostenía que el mundo civilizado no le debía nada a España en materia de logros científi-cos. Desde luego, esta afirmación calentó los ánimos en España y fue inevitable el enfrenta-miento con Francia, al punto que poco faltó para que estallase una guerra entre ambas na-ciones. Este conflicto quedó resuelto por la vía diplomática. En fin, he aquí una muestra de lo aseverado por Masson: “El español tiene apti-tud para las ciencias, existen muchos libros, y, sin embargo, quizá sea la nación más ignoran-te de Europa. ¿Qué se puede esperar de un pueblo que necesita permiso de un fraile para leer y pensar? ¡El libro de un protestante es proscrito por ley, sin que importe sobre qué tema trate, por la sola razón de que el autor es protestante! Toda obra extranjera es detenida: se le hace un proceso y se la juzga; si es vul-gar y ridícula y sólo puede corromper el espíri-tu, se le permite entrar en el reino, y se puede comprar esta especie de veneno literario en todas partes; si, por el contrario, es una obra inteligente, valiente, pensada, se la quema como atentadora contra la religión, las costum-bres y el bien del Estado: un libro impreso en España sufre regularmente seis censuras an-tes de poder ver la luz…”. Décadas después, hubo una segunda fase de esta polémica, denominada Polémica de la ciencia española. En concreto, una reseña de Manuel de la Revilla aparecida en la Revista Contemporánea a mediados de 1876 produjo una reacción vehemente del joven Marcelino Menéndez y Pelayo, quien escribió un artículo titulado Mr. Masson, redivivo. Luego, en el si-glo XX, una tercera fase tuvo lugar durante el

1 Texto de la conferencia dictada por el autor en la

Sociedad Julio Garavito, en el Planetario de Me-

dellín, el sábado 11 de junio de 2011. 2 Profesor Asociado de la Universidad Nacional de

Colombia.

franquismo, dada la descapitalización científi-ca y pedagógica experimentada por dicho ré-gimen tras la Guerra Incivil. En general, llama la atención la forma de alegar por parte de los defensores del honor patrio, incluido Me-néndez y Pelayo, para sostener que el mun-do hispano sí ha tenido producción científica. En pocas palabras, han acudido a la elabora-ción de enumeraciones prolijas de autores,

libros, descubrimientos e inventos como evi-dencia al respecto. Pero, por desgracia, esto no es sinónimo de la incorporación del modo científico de ver el mundo por parte de la so-ciedad. Es decir, sería como alegar que un país es rico porque hay en él diez mil mag-nates, a pesar de que su población ascienda a 45 ó 50 millones, y con un alto porcentaje de gente pobre. En la actualidad, sobran las enumeraciones de grupos y proyectos de in-vestigación, de libros y artículos a granel, de pergaminos de esto y aquello, en todas las universidades hispanas, pero, en todo caso, es una píldora muy difícil de tragar la de que las enumeraciones de marras son el reflejo de la existencia de cultura científica en los países hispanos, máxime cuando se investi-ga con detenimiento la historia de la ciencia y la tecnología en estos países que, como bien dice Marcelino Cereijido desde México, tie-nen investigación, pero carecen de ciencia. No pasan de ser feudalismos de alta

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tecnología según la expresión lapidaria de Heinz Dieterich. La paradoja de la ciencia en la España del Siglo de Oro Tras la toma de Granada en enero de 1492 por parte de los ejércitos de los Reyes Católi-cos, España pasó de reino a imperio, sobre to-do con motivo del descubrimiento de América.

Ahora bien, España con-taba a la sa-zón con me-nos de 8 mi-llones de ha-bitantes, un nivel de po-blación en extremo pre-cario a fin de controlar un territorio in-menso. Ade-más, carecía de la infraes-tructura ne-cesaria para hacer real-mente opera-tivo su nuevo imperio. Por tanto, la mo-narquía his-

pánica tuvo que apoyarse en la ciencia y la tecnología en un intento de construir tal infra-estructura. Sin embargo, poco podía contar para ello con los científicos y tecnólogos ibéricos, los cuales escaseaban. Así las cosas, durante los reinados de Carlos V y Felipe II, lo habitual fue acudir a los científicos y tecnólo-gos italianos, alemanes y flamencos. Entre és-tos, el italiano Juanelo Turriano. No obstante, la ciencia cultivada con el apoyo de dicha mo-narquía fue la ciencia aplicada, no la funda-mental. De ahí el auge de actividades como la cartografía, la astronomía de posición, la náuti-ca y otras por el estilo. De otro lado, la socie-dad hispana cristiana no tuvo inclinación por el cultivo de las artes mecánicas, como observó en su momento fray Luis de Granada en su In-troducción al símbolo de la fe. Ante este pano-rama, resulta una verdadera rareza un caso como el de Jerónimo de Ayanz y Beaumont, el

Da Vinci español, al igual que la publicación de libros como Los 21 libros de los ingenios y las máquinas, atribuido por error en un prin-cipio a Juanelo Turriano, si bien las inves-tigaciones más recientes le conceden la auto-ría correspondiente a Pedro Juan de Lasta-nosa. Amén de Turriano y Lastanosa, hay muchas más figuras conspicuas en el ámbito de la ciencia y la tecnología durante el Siglo de Oro. He aquí otros ejemplos: Juan Luis Vi-ves, clave en el movimiento humanista junto con Erasmo y otros; Miguel Servet en el campo de la medicina; Ignacio de Loyola, cu-ya obra magna, la Compañía de Jesús, ha aportado numerosos científicos de primer orden desde su fundación; Juan Bautista de Toledo, asociado al campo de la arquitectura, máxime por el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, su obra magna; y Juan de Herre-ra, arquitecto, matemático y geómetra, quien sucedió a Toledo, al morir éste, en la direc-ción de las obras de El Escorial; Diego de Santiago, ligado a las actividades de destila-ción patrocinadas por la corona española; Pedro de Medina, indisociable de las medi-ciones de la altura del Sol; y, no podía faltar, el da Vinci español, Jerónimo de Ayanz y Be-aumont. Obsérvese que la historia de la cien-cia y la tecnología durante el Siglo de Oro es una faceta mal conocida si la comparamos con otras, como la literatura y el arte. Ahora bien, conviene recordar que no ha sido el único Siglo de Oro en la historia hispana, puesto que durante el califato y los reinos tai-fas en Al-Andalus, en pleno medioevo, hubo tres siglos de esplendor científico y cultural. Ahora bien, la monarquía hispánica no se apoyó en exclusiva en la ciencia y la tec-nología para consolidar su nuevo imperio, puesto que el idioma cumplió así mismo un papel relevante. En concreto, la reina Isabel I de Castilla apoyó la idea de Elio Antonio de Nebrija de usar el idioma castellano, merced a su reglamentación por medio de una gra-mática, como instrumento para la reducción de sus súbditos. Con esto, Nebrija fue inno-vador, habida cuenta que, hasta ese momen-to, las gramáticas habían sido usuales para las lenguas muertas, no para las lenguas vi-vas como el castellano. Por su parte, Iván Illich, el crítico más lúcido de la sociedad in-

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dustrial, resume la situación de Nebrija como sigue: “Habla del matrimonio del imperio y de la lengua con el soberano que, hacía muy po-co –y por un período muy corto-, le había arre-batado a la Iglesia la Inquisición con el fin de hacer de ella un instrumento secular del poder real. La monarquía la empleó para adquirir un dominio económico sobre los grandes y remplazar en los consejos del reino a los no-bles por los letrados de Nebrija. Esa monar-quía fue la que transformó a los antiguos cuer-pos consultivos en organizaciones burocráti-cas de funcionarios –instituciones que no te-nían más vocación que la de ejecutar las deci-siones reales”. Hasta aquí Illich. Precisamente, los letrados constituyeron un nuevo género de mercenarios que blandían la nueva arma forja-da por Nebrija: la gramática. Henry Kamen, hispanista británico radicado en España, en su elegante investigación sobre la historia de la Inquisición española, señala que el impacto de ésta en la ciencia fue indirecto en gran medida, puesto que los españoles en la Edad Moderna no eran tan dedicados a la ciencia como fue el caso en otras naciones eu-ropeas. Además, los españoles que tomaban en serio la ciencia marchaban a Italia. De otro lado, destaca Kamen lo siguiente: “Las vastas riquezas de la erudición abiertas por la expe-riencia imperial durante la época de oro de la Inquisición no se vieron nunca afectadas: las historias de Herrera, Oviedo, Díaz y Gómara, la historia natural de Sahagún, los tratados so-bre matemáticas, botánica, metalurgia y cons-trucción de barcos que florecieron con Felipe II nunca cayeron en el ámbito de los inquisido-res”. Así las cosas, concluye Kamen que si hubo un desequilibrio entre el progreso científi-co entre España y el resto de Europa durante el Renacimiento y después, la Inquisición no fue responsable por ello, las causas fueron de otro orden. En general, la polémica de la ciencia española no equivale a afirmar que falten las figuras que hayan cultivado la ciencia en el mundo his-pano. Más bien, a juicio de quien esto escribe, la polémica de marras apunta en sentido es-tricto a la ausencia de cultura científica, esto es, a la falta de incorporación del modo cien-tífico de ver el mundo entre las sociedades hispanas, sumidas en una situación de feu-dalismo de alta tecnología en el mejor de los

casos. He aquí un hecho incontestable res-paldado por la propia Historia. A este respec-to, un antiguo alumno de quien esto escribe, Rafael Guillermo Zapata Dederlé, quien se encuentra en París adelantando estudios de postgrado en ciencias sociales, cuenta que sus profesores franceses consideran como un hecho incontrovertible que el mundo his-pano no ha contribuido en forma significativa al acervo científico mundial, salvo por unas pocas figuras. De ahí que, por ejemplo, sue-ne a palabrería huera el encabezado de una noticia reciente: “Listo decreto para la cre-ación de la Agencia Colombiana de Asuntos Espaciales –Colombia entra en la era espa-cial”. En suma, quienquiera que conozca al dedillo la historia de la ciencia y la tecnología imbricada con la historia del modo de produc-ción capitalista, incluido el desarrollo precario del capitalismo en países como el nuestro, con unas relaciones asalariadas que no su-peran al 54% de la población económicamen-te activa, sabe bien que Colombia, con un bajo desarrollo industrial, carece de la in-fraestructura necesaria para aventuras espa-ciales. En fin, la ignorancia es muy atrevida, jamás duerme. Así, si escuchamos con hu-mildad lo que tiene para enseñarnos el estu-dio de la ciencia y la tecnología durante el Si-glo de Oro, comprenderemos mejor porque aún no tenemos ciencia. Fuentes ILLICH, I. (2008). El trabajo fantasma. En ILLICH, I. Obras reunidas II (pp. 115-130). México: Fondo de Cultura Económica. KAMEN, H. (2004). La Inquisición española: Una revisión histórica. Barcelona: Crítica. LAFUENTE, A. y MOSCOSO, J. (Eds.). (1999). Madrid, ciencia y corte. Madrid: Comunidad de Madrid. LÓPEZ P., J.M. (1986). La ciencia en la historia hispánica. Barcelona: Salvat. MASSON DE MORVILLIERS, N. (1782). Espagne. En Encyclopédie méthodique (pp. 554-568). París: Panckou cke.

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