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F ELIZ N AVIDAD, Y A ÑO N UEVO PLENO DE F E Y A MOR BOLETÍN NACIONAL APOSTOLADO DE LA ORACIÓN DICIEMBRE 2012- ENERO 2013 / Nº 179

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Feliz Navidad, y año Nuevo

pleNo de Fe y amor

BOLETÍN NACIONAL APOSTOLADO DE LA ORACIÓN DICIEMBRE 2012- ENERO 2013 / Nº 179

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BOLE TÍN NACIONALAPOSTOL ADO DE L A OR ACIÓNDICIEMBRE 2012-ENERO 2013 N º 179

DIRECTORÁlvaro Lacasta S.J.REDACCIÓNy ADMINISTRACIÓNÁlvaro Lacasta S.J.Elba Mireya MejíasLeida MachadoPROMOTORAEmiria Arias.SECRETARIADONACIONALDEL APOSTOLADODE LA ORACIÓNResidencia de JesuitasIglesia de San FranciscoEsq. de Pajaritos (El Silencio)TELéfONOS: (0212) 484 57 07 / 482 24 42fAx:(0212) 484 51 72TELéfONO:(Of) (0212) 832 20 24CORREO ELECTRÓNICO: [email protected]@gmail.comfOTOLITO:Publiarte Free Lance, c.a.IMPRESIÓN:Gráficas Lauki, c.a.

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2 Editorial

4 EL Niño-Dios Nostalgia del hombre moderno

6 Año de la Fe Emprender un camino que dure toda la vida: La puerta está abierta

10 La humildad de Dios Navidad: un Bebé impotente

12 Hospitalidad: Un valor profundo Intención General / Diciembre 2012

14 Desde el pesebre de Belén hasta el ermón de la montaña Intención Misionera / Diciembre 2012

18 Felicitación de Navidad

19 La belleza de la Fe “¿Cuando venda el hijo del Hombre encontrará Fe en la tierra?”

20 Amor activo y generoso Intención General / Enero 2013

24 Convivencia pacífica Intención Misionera / Enero 2013

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2 / 2012-2013 - año de la fe

fue “una ilusión, espe-ranza del hombre”. So-ñó en el ser humano después de la creación, hecho a imagen y se-mejanza de él. Pero el ser humano oscureció la imagen que Dios ha-bía hecho de él. Se es-capó de Dios y de sí mismo. Cerró las puer-tas de su corazón y no dejó entrar a Dios den-tro de sí mismo. Se ex-travió, quedó atrapado en la red de sus pro-pias mentiras.

Reeditó el sueño ilu-sionado estableciendo un nuevo comienzo. En navidad celebramos es-ta realidad, tal como resplandece en Jesús.

La carta a Tito ex-presa el misterio de na-vidad: “se manifestó la bondad de Dios nues-

tro Salvador y su amor a los hombres”. Y es-ta humanidad de Dios está impregnada de bondad. Irradia be-nevolencia y amabili-dad. Es bueno consigo y con los seres huma-nos. El mismo es amor. Su esencia es el amor. La misma carta de Tito considera la situación del hombre, hoy día, como estancados y sin remedio… “Nosotros fuimos descarriados, esclavos de toda suer-te de pasiones y place-res, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros”. ¿Necesitaremos una Nueva Evangeliza-ción?

El texto de Pablo a Tito cobra una impor-tancia única.

La Iglesia propone un nuevo Año de la Fe y una Nueva Evangeli-

zación, no es para con-memorar una fecha, 50 años del Concilio Va-ticano II, sino porque hay necesidad, todavía más que entonces. En esta década ha aumen-tado la “desertificación” espiritual que ya en tiempos del Concilio se podía saber, por algu-nas trágicas páginas de la historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora, lamentablemente lo ve-mos cada día a nuestro alrededor.

La crisis del mun-do actual es muy pro-funda. Más que en la vertiente económica y política, sufrimos una cierta degradación en el aspecto humano. Ahora bien, quien dice “crisis” dice elección, todavía

ELANHELODE DIOS

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es posible que de Cris-to “nuestra paz, nazca un hombre nuevo”.

Así podemos repre-sentar este Año de la Fe como una peregri-nación en el desierto del mundo contempo-ráneo.

El Año de la Fe “pre-tende sostener la fe de tantos creyentes que en la fatiga cotidiana no cesan de confiar con convicción y valor su propia existencia al Se-ñor”.

Se trata de recupe-rar el sentido de la fe, perdido en un mun-

do marcado por la au-sencia de Dios genera-lizada que ha afectado también a la fe misma. Ha dejado al hombre abandonado a sí “mis-mo”, dejándolo “confu-so”, sólo, a merced de fuerzas cuyo rostro ni siquiera conoce y sin una meta hacia la cual destinar su existencia.

El hombre se extravió,quedó atrapado en la redde sus propias mentiras.

Los tiempos han cambiado, pero siempre sigue siendo el tiempo de la paciencia de Dios y de la nuestra.

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4 / 2012-2013 - año de la fe

En un mundo que ya no logra per-cibir la presencia de Dios, el nacimiento del Ni-ño Jesús, “entre pajas” se manifiesta con una doble interrogación: ¿Qué pretende el hombre de hoy?, ¿tiene cierta nostalgia de Dios?

El año de la Fe, cuya duración está pautada desde el 11 de octubre hasta el 24 de noviem-bre de 2013, quiere dar una respuesta aproxi-mada a la doble interrogación.

El año de la Fe “pretende sostener la Fe de tantos creyentes que en la fatiga cotidiana no cesan de confiar con convicción y valor su pro-pia existencia al Señor”.

Es decir, “se trata de recuperar su sentido perdido en un mundo marcado por una nue-va crisis generalizada que ha afectado tam-bién a la Fe misma” varias décadas de lo que monseñor Fisichela no dudó en definir con es-tas palabras: incursiones de un laicismo que en nombre de la autonomía individual exigía la independencia de toda austeridad revela-da y tenía como programa “vivir en un mundo como si Dios no existiese”. Esto ha generado una crisis “que ha dejado al hombre abando-

nado a sí mismo”, dejándolo confuso, solo, a merced de fuerzas cuyo rostro ni siquiera co-noce, y sin una meta hacia la cual destinar su existencia”.

Se impone una necesidad, la de ir más allá. “Obligar a callar el deseo que el hom-bre siente de Dios impide que la persona lle-gue a la autonomía. El hombre está en crisis, pero no es marginando al cristianismo el mo-do de llegar a una sociedad mejor”, añade Fi-sichella.

La campaña: La Nueva Evangelización pre-

tende: el gran desafío del futuro está en que quien quiere la libertad de vivir como si Dios no existiera, puede hacerlo, pero debe saber lo que esto comporta. Trazando, de este modo, la situación de crisis del hombre contemporá-neo, que “no ha olvidado” lo esencial, celoso como es de su propia independencia y de la responsabilidad personal de su modo de vivir. Porque como afirmó dicho conferencista, no es excluyendo a Dios de la propia vida como el mundo será mejor. Mientras los católicos no acepten ser marginados, seguirán llevando la Buena Noticia al mundo, que es Jesús.

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Advirtió que el anuncio de los creyentes no debe recurrir “a la arrogancia y al orgullo”, ni ex-presar “un sentido de superioridad hacia los de-más”. Si no al contrario, debe ser llevado “con dulzura, respeto y recta conciencia”. En esto consiste la Nueva Evangelización en la misión de la Iglesia de hoy, de toda la Iglesia, como pueblo de Dios. No es algo diferente del pasa-do sino un nuevo modo de trasmitir el idéntico mensaje de salvación, “Cristo ayer, hoy y siem-pre”. La nueva evangelización cobra su fuerza no “diluyendo la fe”, sino sólo viviéndola total-mente en nuestro presente. “Porque no serán las tácticas las que nos salvarán, sino una fe repensada y vivida de modo nuevo mediante la cual Cristo, y con Él el Dios vivo entre en nues-tro mundo”. Una verdadera Fe en todo lugar y en todo tiempo que se hace caridad, porque la vida encuentra su plena realización sólo en el horizonte de la gratuidad.

En el mismo Congreso de Australia, Mons. Fisichella añadió que nos hemos empeñado en privilegiar todo lo que el mundo ha rechazado, considerándolo inútil y poco eficiente. De ahí que el enfermo crónico, el moribundo, el mar-ginado, el diversamente hábil y todo lo que ex-

presa ante los ojos del mundo la falta de fu-turo, esperanza, encuentra el empeño de los cristianos. He procurado exponer a nuestros lectores los pensamientos e ideas estelares de Mons. Fisichella en su intervención en Austra-lia, donde está en curso el congreso “Proclaim 2012”.

Álvaro Lacasta S. J.

N. B. La exigencia de variar el modo de evan-gelizar, tal como subrayaba el Papa Pablo VI, y de encontrar nuevas formas, desarrollan-do capacidades de adaptación la expresión “Nueva Evangelización” fue usada por prime-ra vez por el Beato Juan Pablo II en 1979, y su semilla fue recogida por Benedicto XVI con la institución del Consejo Pontificio para la pro-moción de la Nueva Evangelización. A la vez añadió que no se puede evangelizar sin evan-gelizadores, porque la responsabilidad del anuncio es de todos. De aquí la indicación a los cristianos a saber discernir entre lo verda-dero y lo falso, entre lo que da fruto y lo que, en cambio, es efímero. Lo que constituye el principal desafío de la Iglesia de hoy.

El NIiño – Dios Nostalgia del hombre moderno

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«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gra-cia que transforma. Atrave-sar esa puerta supone em-prender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha queri-do unir en su misma gloria a cuantos creen en él. (cf. Jn 17, 22).

Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exi-gencia de redescubrir el ca-mino de la fe para iluminar de manera cada vez más cla-ra la alegría y el entusias-mo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de

la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lu-gar de la vida, hacia la amis-tad con el Hijo de Dios, ha-cia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud». Suce-de hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuen-cias sociales, culturales y po-líticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este pre-supuesto no sólo no apare-ce como tal, sino que inclu-so con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un te-jido cultural unitario, amplia-mente aceptado en su refe-rencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.

No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samarita-na, también el hombre ac-tual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Je-sús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentar-nos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a to-dos los que son sus discípu-los (cf. Jn 6, 51). En efecto, la enseñanza de Jesús resue-na todavía hoy con la mis-ma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, si-no por el alimento que per-dura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta plantea-da por los que lo escuchaban es también hoy la misma pa-ra nosotros: « ¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él

Año de la Fe Emprender un caminoque dure toda la vida: La Puerta está abierta.

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ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la sal-vación.

En esta perspectiva, el Año de la fe es una invita-ción a una auténtica y reno-vada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha re-velado en plenitud el Amor que salva y llama a los hom-bres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nue-va vida: «Por el bautismo fui-mos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de en-tre los muertos por la gloria del Padre, así también no-sotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4). Gracias a la fe, esta vida nueva plas-ma toda la existencia huma-na en la novedad radical de la resurrección. En la medi-da de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afec-

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tos, la mentalidad y el com-portamiento del hombre se purifican y transforman len-tamente, en un proceso que no termina de cumplirse to-talmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nue-vo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).

Los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación:

● Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y cre-yó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obe-diencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las ma-ravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y tem-blor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virgi-nidad (cf. Lc 2, 6-7). Confia-da en su esposo José, llevó

a Jesús a Egipto para salvar-lo de la persecución de Hero-des (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resu-rrección de Jesús y, guardan-do todos los recuerdos en su corazón (cf.Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reuni-dos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).

● Por la fe, los Apósto-les dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comu-nión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñan-zas, dejándoles una nueva regla de vida por la que se-rían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el manda-to de llevar el Evangelio a to-

da criatura (cf. Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la re-surrección, de la que fueron testigos fieles.

● Por la fe, los discípu-

los formaron la primera co-munidad reunida en torno a la enseñanza de los Após-toles, la oración y la cele-bración de la Eucaristía, po-niendo en común todos sus bienes para atender las ne-cesidades de los hermanos (cf. Hch 2, 42-47).

● Por la fe, los márti-res entregaron su vida co-mo testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capa-ces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores.

● Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando to-do para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar.

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da vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues só-lo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la ga-rantía de un amor auténtico y duradero.

Las palabras del após-tol Pedro proyectan un últi-mo rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aun-que ahora sea preciso pade-cer un poco en pruebas di-versas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es pe-recedero, se aquilata a fue-go, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salva-ción de vuestras almas» (1 P 1, 6-9).

La vida de los cristia-nos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimien-to. Cuántos santos han expe-rimentado la soledad. Cuán-tos creyentes son probados

Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para ha-cer concreta la palabra del Señor, que ha venido a pro-clamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19).

● Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cu-yos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belle-za de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cris-tianos: en la familia, la pro-fesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les con-fiaban.

● También nosotros vi-vimos por la fe: para el re-conocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.

«Que la Palabra del Se-ñor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga ca-

también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los su-frimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son preludio de la ale-gría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros cree-mos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos enco-mendamos a él: presente en-tre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permane-ce en él como signo de la re-conciliación definitiva con el Padre.

Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaven-turada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia.

BENEDICTO XVI

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Suena raro eso de ha-blar de la humildad de Dios, porque siempre se ha ha-blado de Él como omnipo-tente, sabio, creador, Padre bueno, juez... pero ¿humil-de? Pues sí, Dios es humil-de al grado máximo. Vea-mos por qué. Humildad viene del latín humus, que significa tierra. Según eso, humildad significa quedar-se en su puesto, aceptar lo que uno es, no tratar de al-

zarse por arriba de los de-más o de sí mismo, reco-nocer lo bueno y lo malo, las virtudes, defectos e im-perfecciones que hay en uno mismo. Todo esto es muy sano psicológicamen-te y muy conveniente para el mejor trato con los de-más, que al ver esa humil-dad, es decir, esa verdad en el otro, lo aceptan inmedia-tamente. Pero Dios va más allá. No se contenta con ser

quien es, sino que se reba-ja, se abaja más allá de lo debido a su ser, como lo ex-presa de una manera fuer-te San Pablo en la carta a los Filipenses refiriéndose a Jesucristo:

“Siendo él de condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se va-ció de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose se-mejante a los hombres. Y mostrándose en figura hu-mana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte y una muerte en cruz”.

Dios propone no seguir la carrera ascendente del honor, del prestigio social y del privilegio que imponían las clases dominantes des-de lo más alto de la pirámi-de social sino de la ruta de la ignominia de Jesús.

El esclavo era una pro-piedad del amo, era una co-sa, “herramienta con voz”, sin libertad ni autonomía personal.

Tal vez podamos encon-trar en este himno la inspi-ración para “identificarnos” como seguidores de Jesús, hoy día, para vivir en pleni-tud.

La Humildadde Dios

NAVIDAD, UN BEBÉ IMPOTENTE

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El Niño Jesús asume es-ta humanidad desde lo más quebrado.

Jesucristo es hombre, sí, pero también Dios. Lo que pasa es que nosotros tenemos que corregir nues-tro pensamiento sobre Dios viendo a Jesús hombre pa-decer y morir. ¿Dios sufre y muere? Ya vemos que sí y eso es la máxima humil-dad, el máximo rebajamien-to. ¿Pero Dios no es eterno, impasible e inmortal? Esa es una manera de entender a Dios que Jesús corrige y que nos cuesta aceptar, co-mo les costó a lo apósto-les. Queremos un Dios san-to, fuerte e inmortal, como dice una invocación, que no tenga nada que ver con nuestras limitaciones y mi-serias. Pero Dios se rebaja a compartirlas, a hacerlas suyas, para luego superar-las vitalmente y hacer que nosotros las superemos de una manera definitiva.

La glorificación después de su muerte no es un pre-mio a su sacrificio, y a su condición de “vaciarse de sí”, sino la confirmación de lo que ya era cuando tenía la categoría de esclavo. Ese es el camino de la realiza-

ción humana: “La humildad y la identificación con lo ba-jo, son la forma de obrar de Dios en este mundo”. En es-te sentido, los filipenses, en medio de una gente torcida brillan como luminarias del mundo. Ofrecen un futuro diferente en el fondo de la pirámide social. En lo últi-mo de una vida ignominio-sa es posible vivir de otra manera más humana.

Esta propuesta de vida no crea personas tristes ni desalentadas porque expe-rimentan en su corazón que la sabiduría y la fuerza de Dios que todo lo transfor-ma las atraviesa por den-tro.

Jesús es el modelo, es quien nos guía por estos senderos desconocidos del amor del Padre, que siem-pre hace brotar nuevas y bellas realidades. La verda-dera humanidad es audaz, fuerte, alegre y creadora.

Podemos elegir entre la humildad y el orgullo, la autosuficiencia. El orgullo nos impide reconocernos o aceptar que somos limi-tados, pecadores y que ne-cesitamos de Dios, de su perdón y reafirmación. La

humildad nos hace agrade-cidos a Dios y a los herma-nos que nos quieren y ayu-dan. La humildad nos sana, nos fortalece, nos hace so-lidarios.

Gracias, Jesús, porque te hiciste humilde por noso-tros. Gracias por haber sido un bebé impotente e inca-paz de valerse por sí mis-mo, gracias por haber sido un adolescente inquieto y curioso, gracias por haber tomado en serio actitudes humildes que desconcer-taban a los que esperaban de ti un vengador justicie-ro. “No ha venido al mun-do para exigir que le sirvan, sino para servir y dar su vi-da en rescate por muchos. Jesús no enseña a nadie a triunfar en la Iglesia, sino a servir al proyecto del reino de Dios desviviéndonos por los más débiles y necesita-dos.” (Pagola)

La humildad de Dios nos da seguridad de que no es-tamos solos.

F. Javier Duplá sj

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Como sabéis, el mundo de los desplazados a los que el Servicio de Jesuitas Refugiados desea servir está cambiando rápidamente. Des-de los ‘boat people’ vietnamitas que inspiraron al principio la respuesta piadosa del P. Arrupe en nombre de la Compañía, han surgido nuevas formas de desplazamiento, vulne-rabilidad y sufrimiento. Lo sabéis mejor que yo: las víctimas de desas-tres naturales y medioambientales, los que perdieron sus tierras y hoga-res como consecuencia de la codi-cia por los minerales y los recursos, el creciente número de refugiados urbanos, sólo por nombrar unos po-cos. ¿Cómo puede el SJR promover

el espíritu y las estructuras de la li-bertad ignaciana para responder con agilidad a estos nuevos llamamientos a nuestra compasión?

En nuestro servicio a los refugia-dos, me pregunto cómo el SJR pue-de construir comunidades participa-tivas. La larga tradición de depender de la ayuda de otros puede ser un obstáculo para que aquellos a quie-

HOSPI-TALI-DAD:VALOR PROFUN-DO

“Para que los migrantes seanacogidos en todo el mundocon generosidad y amor auténtico,especialmente por las comunidades cristianas”.

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PREGUNTASPARA UNA REFLEXION

INDIVIDUAL O EN GRUPO

1. ¿Notamos en nuestra socie-dad actitudes racistas o xenófo-

bas? ¿En nosotros mismos? ¿Qué podemos hacer como cristianos

para contrarrestarlas? 2. ¿Cómo podemos promover más activamente los valores de

la acogida y la hospitalidad en un mundo cada vez más hostil, que

cierra progresivamente sus fronte-ras a los extranjeros?

3. ¿Qué iniciativa concreta po-demos tomar en nuestra comuni-dad cristiana en beneficio de los migrantes, siempre respetando la dignidad de los que reciben la

ayuda?

nes servimos asuman la responsa-bilidad de sus propias necesidades. Ayudar a la gente a hacer lo co-rrecto, sin depender de los de fuera, quien puede hacerlo me-jor y más rápido, requerirá de mu-cha objetividad y paciencia; pero, a largo plazo, será más efectivo. Queremos responder a las nece-sidades, ciertamente. Pero, ¿có-mo construir algo más duradero, al-go que fortalezca la humanidad de aquellos con quienes trabajamos? ¿Cómo podemos ayudarles a vivir y caminar hacia la reconciliación, la cu-ra de las heridas profundas a menu-do conectadas con el desplazamien-to violento, de manera que puedan surgir comunidades de paz?

También me pregunto cómo el SJR podría defender y promover más activamente el valor del Evan-gelio de la hospitalidad en un mun-do de fronteras cerradas y de una creciente hostilidad hacia los extran-jeros. La hospitalidad es un valor profundamente humano y cris-tiano que reconoce el clamor del otro, no porque él o ella sea un miembro de mi familia, de mi co-munidad, de mi raza o de mi fe, sino simplemente porque él o ella es un ser humano que merece ser bienvenido y respetado. Es la vir-tud del buen samaritano, que en el camino vio al hombre, no al miem-bro de otra raza, sino al hermano ne-cesitado. Es un valor que vosotros en el SJR sabéis que se erosiona

día a día en el mundo de hoy, en la cultura y en las políticas, por-que muchos son los que tienen miedo al ‘otro’. Muchos cierran sus fronteras y corazones, por miedo o resentimiento, a aquellos que son di-ferentes. El SJR, sirviendo a los refu-giados, es la hospitalidad del Evange-lio en acción; pero, quizás, debamos preguntarnos cómo, creativa, efecti-va y positivamente influir en los ce-rrados y poco acogedores valores de las culturas en las que trabajamos.

Adolfo Nicolás SJ., Superior General, Mensaje al servicio Jesuita de Refugiados

– 30 aniversario-

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“Para que Cristo se revele a toda la humani-dad con la luz que emana de Belén y se refleja en el rostro de la Iglesia”.

No podemos recibir un mejor regalo de otra persona que ser elegido como su ami-go querido, amado. Si lo entendemos así, podemos celebrar la Navidad adecuadamente cuando tomamos en serio las palabras de Jesús a Nicodemo, ‘Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna’. (Jn 3,16). Entonces empezamos a apreciar la profecía de Isaías que después citó Mateo (4, 16), “El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande” (Is 9.1). El color morado de Adviento es la media luz que predice el amane-cer de un día lleno. Anuncia la maravilla y glo-ria del amor de Dios hacia cada uno de noso-tros, que nunca falla. Es esa la verdad más profunda de nuestra vida, que se revela en el nacimiento de Jesús, enviado del Padre para que en su luz podamos ver la luz y, creyendo, poder seguir su camino hacia la verdadera paz y no andar perdidos.

Cuando reflexionamos sobre las diferentes intenciones por las cuales nos pide el Santo Pa-

DESDEEL PESEBREDE BELÉN HASTA EL SERMÓNDE LA MONTAÑA

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dre que recemos cada mes, descubrimos que lo que estamos pidiendo en casi todas es que nuestros corazones y mentes, o los corazones y men-tes de los demás, estén más abiertos a las inspiraciones del Espíritu San-to, abiertos para amar más, para una entrega mayor. Como individuos y como grupos – familias, naciones, Iglesia – para estar completamente vi-vos hemos de estar abiertos a este crecimiento. Nuestras mentes deben crecer en el conocimiento y aprecio de la verdad fundamental de la hu-manidad, es decir, nuestra dependencia absoluta en Dios y de la total en-trega de sí mismo para amarnos. Y nuestros corazones, por medio de la reflexión, deben crecer mostrando nuestro amor en la entrega de noso-tros mismos a Dios y unos a otros. Desde el pesebre de Belén hasta el Sermón de la Montaña, hasta la Cruz del Calvario, esto fue lo que Jesús nos enseñó, por medio de su palabra y ejemplo, con el poder del Espíritu de Sabiduría y Amor; esta fue la luz que envió para dirigir a los hombres hacia una vida nueva, alejándolos de la auto-destrucción.

El mismo Jesús que dijo que había venido para que tuviéramos vida en abundancia (cf. Jn 10,10), también nos ofreció el camino más seguro para la vida, su propio camino iluminado por la entrega de sí mismo, brillando ya en el establo de Belén con el poder del Espíritu Santo. “El que cami-na en tinieblas no sabe a dónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz”… “Yo, la luz he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas”. (Jn 12,35 y 46). La oscuridad, el mal, el preferirse a sí mismo en vez de a Dios, debía ser vencido primero en sí mismo, “El que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8,29), y luego aquellos que se abren a la luz que

“Yo, la luz he venido al mundopara que todo el que crea en míno siga en las tinieblas”.

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él trae, “Todo el que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6,37-39). Así, ganado para nosotros por la entrega total de Cristo, el Espíritu de Adopción nos une a él como hijos e hijas muy amados del Padre.

Es para anunciar y reflejar la luz de esta Filiación en lo profundo de nuestra mente y corazón que Cristo viene a nosotros hoy y cada día, y nos capacita así por el don de su Santo Espíritu. Él viene para ser nues-tro camino hacia el Padre, la Verdad de nuestra relación amorosa con él y nuestro compartir en la Vida misma de Dios. Cuando nos ofrece el ver-dadero alimento y bebida de su Cuerpo y Sangre, el agua viva del Es-píritu, la verdadera viña de su Cuerpo, la Iglesia y la vida eterna, él nos recuerda que el mundo que nos parece tan real no es más que un campo de entrenamiento para crecer en el amor que se entrega a sí mismo. Nuestras vidas aquí son un anticipo de la plenitud de vida en el amor de nuestro Padre, que vivimos desde ya en la acción de gracias. Él nos invita a sus hermanos y hermanas a ver nuestras vidas y las necesidades de los demás a esta luz de Belén, de su amor, la luz que revela nuestra verdadera realidad, para poder llevar su paz a nuestro mundo como testigos fieles de su verdad, de su entrega total, en el gozo de su gloria Pascual.

James Fitzimons, sjAntiguo Secretario Nacional del AP en África del Sur

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“¿Cuándo venga el Hijo del Hombre encontrará Fe en la Tierra?” (Lc 18,8)

La belleza de la fe

Con la promulga-ción de este Año el San-to Padre quiere poner en el centro de la atención eclesial lo que, desde el inicio de su pontificado, más le interesa: el en-cuentro con Jesucris-to y la belleza de la fe en Él. Por otra parte, la Iglesia es muy conscien-te de los problemas que debe afrontar hoy la fe y considera más actual que nunca la pregunta que Je-sús mismo hizo: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tie-rra?» (Lc 18, 8). Por esto, «si la fe no adquiere nue-va vitalidad, con una con-vicción profunda y una fuerza real gracias al en-cuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces».

El «Año de la fe desea contribuir a una renovada conversión al Señor Je-sús y al redescubrimien-to de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia sean para el mun-do actual testigos gozo-

sos y convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar la “PUERTA DE LA FE” a tantos que están en búsqueda de la verdad».

«El comienzo del Año de la fe coincide con el recuerdo agradecido de dos grandes eventos que han marcado el rostro de la Iglesia de nuestros días: los cincuenta años pasados desde la apertu-ra del Concilio Vaticano II por voluntad del bea-to Juan XXIII (11 de octu-bre de 1962) y los veinte años desde la promulga-ción del Catecismo de la Iglesia Católica, legado a la Iglesia por el beato Juan Pablo II (11 de octu-bre de 1992)».

El Concilio Vaticano II, «desde la luz de Cris-to ha querido ahondar en la naturaleza íntima de la Iglesia... y su relación con el mundo contemporá-neo». «Después del Con-cilio, la Iglesia ha traba-jado para que sus ricas

enseñanzas sean recibidas y aplicadas en continui-dad con toda la Tradición y bajo la guía segura del Magisterio».

El Catecismo de la Igle-sia Católica, como «autén-tico fruto del Concilio Va-ticano II» se sitúa en la línea de esa «renovación dentro de la continuidad». Comprende «cosas nuevas y cosas antiguas» (Mt 13, 52). Por una parte, recoge el antiguo y tradicional or-den de la catequesis, arti-culando su contenido en cuatro partes: el Credo, la liturgia, la vida en Cristo y la oración. Pero, al mismo tiempo, expresa todo ello de un modo nuevo pa-ra responder a los interro-gantes de nuestra época.

El Año de la Fe será una ocasión privilegiada para promover el cono-cimiento y la difusión de los contenidos del Conci-lio Vaticano II y del Cate-cismo de la Iglesia Cató-lica.

Magisterio de la Iglesia.

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Mira a tu alrededor, tómate un tiempito. Va-mos demasiado apresu-rados, la prisa nos mata.

O el miedo de ser atraca-dos. O la inseguridad de lle-

gar sanos y salvos a casa. No es bueno vivir así, no lo merecemos, ni ca-

da uno de nosotros ni nadie en este país. Tómate unos minutos, siéntate en algún banco libre en la plaza Bolívar, allí donde las palomas esperan que les des una miga de pan. Así, muy bien, mirándo-las cómo se apresuran por acercarse a ti, bene-factor esperado por ellas.

Comienza diciembre y los días se han acorta-do un poco, y la brisa del Ávila se hace sentir en las mañanas. Pronto será Navidad y ya se no-ta el apresuramiento por comprar regalos. ¿Por qué esa necesidad de comprarlos? Es verdad que hay regalos sinceros, que los haces a perso-nas que quieres, pero otros sólo responden al prurito de quedar bien. Quedar bien, ¡qué ex-presión tan necia! Con quien tienes que “que-dar bien” es con Dios y a él no tienes que rega-larle nada. Todo lo contrario: él nos lo regala todo. Y no quiere que le paguemos con ofren-das ni sacrificios que no necesita. Lo que quiere de nosotros es un corazón puro, misericordioso, generoso con los demás. Ya lo dijo por medio de Isaías hace más de dos mil años: “El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, ha-cer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; compar-tir tu pan con el hambriento, hospedar a los po-bres sin techo, vestir al que ves desnudo y no despreocuparte de tu hermano” (Is 58, 6-7).

Esos serían espléndidos regalos de Navidad que tú y yo y todos podemos hacer. Mira a tú alrededor, pero no a las palomas, sino a tantas personas con las que te encuentras a diario. ¿Qué ves en sus rostros? De todo: seriedad pre-ocupada, tal vez angustia en los adultos, alegría y gozo de vivir en los más jóvenes. ¿Puedes hacer-les un regalo de Navidad? Una palabra amable, una sonrisa, un gesto de acercamiento, tal vez una acción de ayuda concreta. Son regalos sim-ples que todos podemos dar. En estos días de Navidad dedica algunos pensamientos al Ni-ño Dios, nacido tan pobre, y piensa en tantos que nacen así. Si tienes posibilidad, acércate a ellos, muéstrales tu afecto, tu simpatía. Son el Jesús niño de estos tiempos.

Las palomas se te van acercando nerviosas y si ven que no les das nada, se van. Así somos también muchas veces las personas: nos acerca-mos a quienes nos pueden dar algo, sin pensar en lo que nosotros podemos dar. Y podemos dar muchas cosas: respeto, comprensión, em-patía, ayuda de mil maneras. Esos son rega-los no materiales, pero mucho más importan-tes para vivir como seres humanos. Esos son los dones que nos trajo Jesús recién nacido, que pro-digó después en su vida pública y que sigue ofre-ciendo a los que son capaces de percibirlos y de-searlos. La Navidad es época de regalos, sí, pero no de regalos materiales, sino de esos regalos inmateriales que sirven para construir una me-jor convivencia: amor, cercanía, paz, tolerancia y respeto.

Javier Duplá, S.J.

Mira a tu alrededor

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Simón Pedro recibió del Señor Jesús la mi-sión de “fortalecer” a sus hermanos y hermanas. (Lc 22,32). Nuestro Santo Padre, el sucesor de San Pedro, hace lo mismo al llamar a la Iglesia Univer-sal a observar el Año de la Fe, que corre desde el 11 de Octubre de 2012 y que concluirá el 24 de Noviembre de 2013. Te-nemos muchas razo-nes para centrar nues-tra atención y nuestras energías en la renova-ción y en la profesión de nuestra Fe en Cristo Je-sús y en su Evangelio vi-vificante.

INTE

NCIÓ

N GE

NER

AL /

ENER

O

Mientras que la Iglesia está creciendo en algu-nas partes de nuestro mundo, en otras muchas parece ser que los hom-bres y mujeres han per-dido todo lo que nues-tra fe les puede ofrecer en sus propias vidas y a sus comunidades. Pare-ce como si al crecer en número de personas las sociedades tradicional-mente cristianas, el se-guimiento de Cristo ya no fuera el sendero a se-guir y que la promesa de fidelidad de Dios, mani-festada en la Resurrec-ción de Jesús, ha dejado de ser nuestra esperanza

y nuestro consuelo. Igle-sias cerradas, descenso de los que regularmente asisten a Misa, escasez de vocaciones al sacer-docio y a la vida consa-grada, son solamente síntomas de una erosión profunda de la fe. A pe-sar de ello, “Pedro” trata de fortalecer a sus her-manos y hermanas.

Durante este Año de la Fe, el Santo Padre nos invita a cada uno a inver-tir tiempo y esfuerzo en profundizar en el misterio de Cristo. Sólo a través del esfuerzo consciente para descubrir la riqueza

Amor Activo y Generoso

“Que en este Año de la Fe los cristianos podamos profundizar el conocimiento del misterio de Cristo y testimoniar nuestra fe con alegría”

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de Cristo, su presencia en nosotros en los sacra-mentos, su Palabra da-da en las Escrituras, en el ejemplo de los santos y en las enseñanzas de la Iglesia, podremos vivir plenamente la vocación a la que el Señor nos lla-ma y descubrir el gozo, el sentido, la plenitud de vida a la que estamos in-vitados.

El Año de la Fe, pues, es principalmente una invita-ción a un encuentro con el Señor Jesús Vivo, que nos permita una vez más, ser transformados por su acción en nuestras vidas.

Eso requerirá de nuestra parte estar disponibles a la conversión. En la me-dida en que nuestras propias vidas se configu-ren a la imagen de Cristo, así nuestras familias, pa-rroquias, comunidades, escuelas y lugares de trabajo podrán ser trans-formados.

Con el ejemplo de nues-tras vidas, más que de nuestras palabras, nues-tra fe iluminará e inspirará a los que nos rodean. El Santo Padre sabiamente nos recuerda que nues-tra adhesión a Cristo se-rá reconocida a través de

Preguntas para una reflexiónindividual o en grupo

¿Tengo fe?¿Me influye en mi vida práctica, en mis criterios y decisiones? ¿de qué manera?

Mi comunicación con Cristo Resucitado,¿es algo constante en mi vida diaria? ¿Cómo la puedo mejorar?

¿Qué personas en mi historia personal me han ayudado a fortalecer la fe?¿Cómo puedo ayudar a fortalecer la fe de otras personas?

un amor activo y genero-so. Manteniendo firme-mente nuestros ojos fi-jos en Jesús, el origen y perfección de nuestra fe, conociéndolo y amándo-lo más en este Año, pi-damos a Dios nuestro Padre Amado que com-plete en nosotros nuestra salvación para que, a tra-vés del testimonio valien-te de los seguidores de Jesús, el mundo pueda creer en el ¡Único Dios verdadero y en Jesucris-to su Hijo!

Fr. Gerald Blaszcack, sjSecretario de la Compañía de

Jesús para la Promoción de la Fe

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INTE

NCIÓ

N M

ISIO

NER

A / E

NERO Convivencia

Pacífica

P. ZYGMUNT KWIATKOWSKI, S.J.Secretario Nacional del AO - Siria

En el Medio Oriente se encuentran una gran variedad de comunidades cristianas, ca-da una con su historia particular, con sus tra-diciones teológicas y espirituales, su propia lengua y costumbres. Por ejemplo, en nuestra región en Siria aún se usa en la liturgia la len-gua hablada por Jesús y por la Iglesia primiti-va, es decir, el arameo. En nuestros días y des-de los tiempos de la conquista musulmana la lengua dominante es el árabe, y hoy la mayo-ría de los cristianos en Siria ora en esta len-gua. Se usan también la lengua copta, arme-na, asiria, griega, hebrea y turca.

Una particularidad de esta región es el he-cho que aquí nacieron las tres grandes re-ligiones monoteístas: judaísmo, cristia-nismo y musulmán. En estas tierras bíblicas han ocurrido todos los acontecimientos del cual habla el Antiguo Testamento y es aquí en Palestina donde nació Nuestro Señor. También aquí, en Jerusalén, fue crucifi-cado y aquí resucitó. Desde acá salió fi-

nalmente el mensaje de la salvación de Jesucristo.

Nosotros, las Iglesias del Medio Oriente, somos guardianes y testigos del evangelio ro-deados por un ambiente musulmán y judío. Ha habido muchas persecuciones a lo lar-go de la historia, una historia que triste-mente continúa hoy.

Hoy los cristianos en muchos de nuestros países ven amenazada su fe y han sufrido per-secuciones y atentados contra sus vidas, es-pecialmente en Arabia Saudita, en Irak o en Egipto. En el Medio Oriente se comprue-ba que no es exagerado afirmar que en este momento histórico, considerando el conjunto de los pueblos, los cristianos son el grupo más perseguido en el mun-do. El Sínodo de Obispos celebrado en esta región hace dos años testimonia la importan-cia que tienen los cristianos del Oriente Medio para la Iglesia universal, y fue para nosotros un valioso signo de solidaridad y apoyo en mo-mentos difíciles.

Pero no olvidemos que hay también hay otra cara en esta historia. Ha sido posible para los hijos de diversas tradiciones re-ligiosas, en Medio Oriente y en otras par-tes, convivir en paz y en común acuerdo por muchos siglos. Junto al Santo Pa-dre deseamos orar este mes para que ha-gamos nuevamente realidad esta convivencia pacífica y que en los momentos difíciles los cristianos puedan vivir su fe en fidelidad y per-severancia.

“Que las comunidadescristianas de Medio Orientereciban del Espíritu Santola fuerza de la fidelidad yla perseverancia, especialmente cuando son discriminadas”.

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El Secretariado Nacional del Apostolado de la Oracióndesea a sus lectores y simpatizantes una Feliz Navidad

y ruega a Dios poder celebrar con alegría estos días.Caminando con humildad y gozo hacia la luzdel mundo llegaremos al “pesebre de Belén”.

Que la Madre del Verbo encarnado nos dé una FE fuertey permanente para ser dóciles discípulos de su Hijo,

Luz de los Pueblos, capaz de iluminar los pensamientosde aquellos que en oriente y occidente detentan el poder.

Concede a los hombres de gobierno,a los representantes de los pueblos, a los jueces,

a los pastores y funcionarios, a los periodistas de nuestro país,

el discernimiento y la imparcialidad que necesitanpara una acción responsable.

Te damos gracias por el don de la paz y la prosperidadde todas las naciones, porque eres nuestro Dios

y porque nos has concedido ser tu pueblo.