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MEMORIAS DE UNA ABUELA DEL 96 NINA EN EL 36 "LINA OLABER" (SEUDÓNIMO)

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MEMORIAS DE UNA ABUELA DEL 96

NINA EN EL 36

"LINA OLABER" (SEUDÓNIMO)

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1.- SAN J., las 11 de la noche del 5 de Abril de 1996. 2.- LA ABUELA ENCARNA 3.-EL ABUELO A. 4.- FRATER, Y EL 18 DE JULIO 5.- LAS CASAS EN QUE HE VIVIDO 6.- E.S., SUMA Y SIGUE 7.- LOS ROJOS NO USABAN SOMBRERO 8.- PROLEGÓMENOS DE SAN J. 9.- MI INICIACIÓN MUSICAL, Entre el guardia civil y la mujer de mundo

10.- LOS MENÚS EN LA CIUDAD SITIADA - Escrito en un tren INTERMEZZO ENTRE 10 Y 11

11.- LAS CASAS DE LOS TÍOS, Tío A. 12.- LA CHAQUETA INDEPENDIENTE 13.- EL LICEO, MON AMOUR

INTERMEZZO ENTRE 13 Y 14 14.- LA TRANSICIÓN, MI TRANSICIÓN 15.- PRETENDIENTE INTERMITENTE, y pretendida evadida 16.-VOLVER A TOSA 17.- MI MARIDO, UN INMORAL 18.- EL ANTES Y DESPUÉS DE MI COLEGIO 19.- CON EL AGUA AL CUELLO 20.- HAMBRE VERSUS MIEDO 21.- ¡ QUE NOCHE LA DE AQUEL DÍA! Como vivimos aquel veintitantos

de febrero 22.- CUANDO VINIERON A BUSCARLO 23.- ALTAMIRA EN EL RECUERDO 24.- CINCO DÍAS DE MARZO - Los tranvías vacíos 25.- TÍO A. EN LA "RESI" 26.- LOS PREGONES DE MI INFANCIA 27.- U.M.P. SUCURSAL DE SITGES

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l.-SAN J., las 11 de la noche del 6 de Abril de 1996

G., muy mejorado, se ha ido a la cama. Y después de un día de muchas visitas ahora estoy sola, en silencio y tranquila. Y empiezo a poner en práctica la peregrina idea que tuve hace dos semanas.

En día 30 de Marzo nos reunimos los seis (y tres cuartos) aquí, en San J. E. y T. a vueltas con su casa con la que están locos, C. y C. para pasar el día con nosotros y G. y yo con hambre de aire libre y sol después de los meses de encierro. Antes de que llegaran los hijos nos fuimos a dar un paseo a ver si reaccionábamos porque en casa hacía más frío que en la calle y, durante la caminata, me dio la vena charlatana y me puse a contar al marido historias de mi familia. Como siempre que el tema no le interesa gran cosa me prestó la mínima atención compatible con una estricta cortesía y, como no sé de nadie a quien puedan interesar, se me ocurrió escribirlas según las vaya recordando. Como dice Mika Waltari en la más universal de sus novelas, "no escribo para los Dioses ni para los hombres, escribo para mí". Así, escribo para mí exclusivamente, porque escribir me divierte. No haré una crónica cronológica sino que iré apuntando las cosas según las vaya recordando, mezcladas con los acontecimientos actuales y, cuando sea más vieja todavía supongo que me entretendrá leerlo. No siempre se ajustará todo a la realidad. Puedo responder de mis propios recuerdos (y aún eso...) pero no de los de los demás y, al ser "tradición oral" parte de éstos, puede haberse colado bastante fantasía. En fin, como dicen los italianos, "si non e vero e ben trovato". En caso de que esté "ben trovato". Dice un proverbio chino: "El que sabe y sabe que sabe es un sabio, sigúele. El que sabe y no sabe que sabe está dormido, despiértale. El que no sabe y sabe que no sabe es un ignorante, enséñale. El que no sabe y no sabe que no sabe es un necio, ignórale". Espero no estar totalmente inmersa en este último grupo. Me supongo en el de los ignorantes que saben que los on y, bajo ese aspecto, escribir, aunque sea a mi misma supongo que algo ayudará. Como el tema de mi charla cuando se me ocurrió escribir "mis memorias" era la abuela Encarna, empezaré por ahí.

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2.-LA ABUELA ENCARNA

Se llamaba Encarnación y era la madre de mi abuela materna, pero para la familia era "abuela Encarna". Quedó viuda muy joven, con tres hijos a los que le costó Dios y ayuda sacar adelante. Más tarde, ya madura, se casó con un hombre bueno, abuelo J., que quiso a los hijos y fue querido por ellos y que la proporcionó al fin una vida confortable. Una de las penalidades de sus años mozos fue una ulcera de estómago que se curó casi sola, a fuerza de una dieta severa impuesta por las circunstancias económicas de la familia.. De los hijos de abuela Encarna la mayor fue la madre de mi madre, una mujer notablemente guapa, porque parece que toda la familia abundaba en personas de buena apariencia. Hubo un chico que supo espabilar pronto y llegó a ser un próspero hombre de negocios - del cual he llegado a conocer a algunos de los hijos - y la más joven, J., cuentan que era muy bonita e inusitadamente fina para una joven de pueblo. Estas cualidades marcaron su destino en la vida porque la facilitaron ser la señorita de compañía de una vieja dama de P. de B. muy rica, no recuerdo si soltera o viuda sin hijos, que vivía en un palacete rodeada de criados. Cuentan que cuando la preguntaban que para qué tanta gente, contestaba que prefería dar trabajo a dar limosna. Pues esta S.ra se encariñó con su señorita de compañia y la procuró una buena educación. Como además de guapa y fina la chica era lista, aprovechó los estudios y con el tiempo llegó a ser una dama. Además de darle una educación la casó con un allegado suyo del que alguna vez he oído decir que era un bicho, (y las cosas que contaban avalaban la teoría). La cuestión es que el matrimonio funcionó, tuvieron varios hijos, todos ellos recibieron una educación esmerada y llegaron a ser profesionales distinguidos. Al morir Da E., legó gran parte de su fortuna -si no toda - a esta familia con lo cual, además de bien educados fueron muy ricos. A pesar de la diferencia de situación económica siempre guardaron una relación cordial con el resto de la familia, y la mayoría de mis primos mayores tiene alguna anécdota que contar acerca de ellos. Uno de estos chicos fué un conocido médico que, - pequenez del mundo -, curó su tuberculosis a una amiga de juventud de G., que más tarde se casó con un crítico musical amigo de mi prima R.

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De otro de los hijos, abogado, recuerdo la visita que nos hizo recién acabada la guerra, con su flamante uniforme de falange. No iba de triunfador, pero salió el triunfador. A algún comentario de mi padre sobre la situación de España contestó: "P. por esto que has dicho yo tendría que denunciarte". Y mi padre, muy sereno: "pues si crees que es ese tu deber, V., denuncíame". Evidentemente no lo denunció - otras gentes se encargaron muy poco después de ello- pero así andaban entonces las cosas en nuestro país..V, más bien ofreció su apoyo en caso necesario y se despidieron con un abrazo. Eran antagonistas políticos, pero dos hombres honestos que se apreciaban.

3.-EL ABUELO A.

Nuestro apellido es, en el País Vasco, antiquísimo y muy ilustre. Cosa que. por cierto, no ha sido en absoluto determinante en mi vida. Cuando los hijos rozaban la adolescencia, hicimos una encantadora escapada a San Sebastian aprovechando un viaje de trabajo de G. Mientras él hacía sus visitas y yaya - ya por entonces vieja o envejecida - se quedaba en el hotel, los hijos y yo fuimos a conocer Zarauz y Guetaria. En Zarauz, no recuerdo como, entramos en conversación con un grupo de vecinos del pueblo que, al decirles mi apellido, nos trataron con toda cordiahdad y nos dieron acerca de él una serie de datos que lamento no recordar. Muchos años antes, un amigo vasco de mi padre nos había proporcionado un compendio de la historia del apellido. Son unas veinte páginas en las que se detallan datos y miembros de la familia como por ejemplo que los hijosdalgos de ella habían acompañado a Fernando III el Santo en la toma de Sevilla, y haboan luchado junto a Dn. Pelayo en las primeras reconquistas. Explica también la concesión del patronato de la Iglesia de San S. de O. en 1445 y sigue el rastro de la dinastía hasta 1818. Pero como ésto no es un compendio de heráldica sino una parte de la historia de mi abuelo, sigo. Más acá, hará unos siete u ocho años, recibí una carta - que conservo -firmada por un Emilio O. en la que me explicaba que estaba rastreando a miembros de este nombre y nos anunciaba una reunón que estaba organizando a la que nos animaba a asistir.. Come siempre que se presenta algo que me interesa a mi sola, renuncié de antemano. Pero como mi primo A. es muy aficionado a estas tradiciones, le pasé la información por si le interesaba ir. El

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me contestó poniéndome en antecedentes de un terrible secreto, a causa del cual prefería no ir a la reunón: nosotros descendemos, no de una rama principal sino de un segundón, por lo cual ya no nos alcanza ni el lustre ni el dinero. Aunque a mi la cosa no me parece tan terrible, tampoco yo no asistí a la fiesta. Pues bien, el padre del abuelo Á. no sé si sería ilustre o no, pero adinerado si que debió de serlo porque, al parecer, disponia de una casa en Madrid de la que alguna vez he oído decir "palacete". Palacete o casita, de algo era propietario en Madrid porque allí iba la familia a pasar tempradas. Disponía también de un carácter autoritario gracias al cual, durante una de esas estancias madrileña, castigó a su hijo (mi abuelo) a quedar encerrado en su habitación hasta que a él le plugiera. El chico debía tener bastantes genes del padre porque la respuesta fué contundente: se descolgó por la ventana y nunca volvió a la casa paterna. Cómo fueron sus primeros tiempos lo ignoro en absoluto. Aparece pronto come aprendiz en un almacén de juguetes de la calle Mayor (que existió hasta no hace mucho) donde había de dormir en prevención de rebos, y donde creo que ganaba tres reales..Supongo que diarios, pero vaya Vd. a saber. Joven aún, ya era propietario de un almacén y tienda de mercería en la calle P. que, hace no muchos años, aún se conservaba tal como él lo dejó al morir, con cincuenta y siete años en 1914. C. la visitó en compañía de R. durante una de sus estancia en Madrid, e incluso hizo algunas fotografías que deben andar por alguna parte. Fué una lástima su muerte en aquellas fechas porque empezaba la primera guerra mundial y todo el que tenía algo que vender se forró. Los cinco hijos no supieron, o no quisieron, o no pudieron hacerse cargo del negocio y cada uno resolvió su vida a su aire. Mi madre me contaba que traspasaron el almacén por meno dinero del que había en caja, cosa altamente improbable porque no creo que fueran tan tontos, pero lo cierto es que salió para siempre de manos de la familia. Las sobrinas que heredaron al bisabuelo (que había roto con el hijo a consecuencia de la escapada), habían ofrecido al abuelo, en su momento, el capital para establecerse, cosa que el rechazó prefiriendo atenerse a sus propias fuerzas. Ha habido muchos quijotes en la familia. Pero sobre este abuelo y las formas de vida en su época, volveré en otro momento.

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4.-FRATER, Y EL 18 DE JULIO

Aquí abandono, de momento, a mis antepasados porque se me cuela en el recuerdo un episodio totalmente mío. Sobre nuestra incivil guerra civil se ha dicho todo, se ha escrito todo y todo se ha analizado, comentado, estudiado. Pero eso no obsta para que cada español tengamos nuestra propia opinión, y los que la vivimos, nuestras propias experiencias y nuestros particulares recuerdos. Niña como era, me evadía con frecuencia de los problemas y vivía mi infancia con intensidad. Pero las impresiones que entonces flotaban y cuyo recuerdo me ha perdurado fueron, el hambre y el miedo a los bombardeos. Y, al final, la caída en picado del bando de los vencidos. No es este el lugar, sin embargo, de mi personal análisis de la guerra de España. De lo que me acuerdo ahora es de como, aquel fatídico 18 de Julio, estuve muy contenta del levantamiento militar porque, de momento, me devolvía a mi amiga Frater. Era esta Frater hija del director y propietario del colegio donde mis primos y yo tratábamos de estudiar lo menos posible. Este señor era un izquierdista convencido. Ya antes del 36 había tenido un tropiezo político y estado unos días detenito. Cuando volvió, a su casa y al colegio, llevaba una aureola de víctima. Tengo perfectamente grabado en la memoria aquel momento: era sábado por la mañana y la costumbre del colegio en ese día era reunir a todas las clases en una aula grande y los alumnos teníamos la facultad de hacer cuantas preguntas nos pasaran por la cabeza. Como resultaba muy divertido, había siempre algo de alboroto. Pues ese día, cuando apareció el director con su bata blanca y sus buenas maneras habituales se hizo un silencio absoluto. De todos los padres de alumnos fué el mío el primero en ir a felicitarle por su libertad. Le veo claramente subiendo las escaleras que daban al aula. Llevaba un sombrero de fieltro gris y una preciosa capa negra, regalo de mi abuela (tristemente convertida en traje de chaqueta para mi madre, en la postguerra) y estaba muy guapo. Yo me sentía muy orgullosa de él. Siguiendo con el director. Al inicio de la guerra fué de los primeros en lanzarse a los montes de la sierra en defensa de sus ideales. En las semanas siguientes había desaparecido y nunca más se supo de él. Pues este señor tan izquierdista se había casado con una joven perteneciente a una elegante familia, de apellido compuesto, tan monárquica y religiosa que daba en carca. De alguna manera debieron salvar diferencias porque formaban una familia normal y, como en los cuentos, tuvieron tre hijos. Consecuente con sus ideas a

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la mayor la puso el poco convencional nombre de Fraternidad, Frater para la familia y amigos. Para los siguientes hijos, dos varones, debió prevalecer ei criterio de la madre porque se llamaron, más modestamente M. y A. Pues esta Frater era mi amiga íntima. Era una criatura vitalista y alegre. La recuerdo, ligeramente pilirroja y ligeramente pecosa. Aún tengo, en uno de mis álbumes más viejos, una fotografía suya en la que aparenta mas edad de la que realmente tenía. Yo la admiraba porque poseía cualidades que a mi siempre me han faltado: era animosa, decidida y osada y a su lado yo encontraba en raí osadía, decisión y ánimo. Podía convertir el estudio en un juego y los juegos en aventuras maravillosas. (Quise mucho a aquella niña). Aquel verano había muerto rio A. y, en consecuencia, se había suspendido el ya tradicional viaje de verano a Alicante. En cambio, mi amiga estaba inscrita en una colonia de vacaciones y yo veía las semanas si ella como algo gris y aburrido. Habiamos quedado en que el día de partida - 18 de Julio - iria, bien de mañanita a su casa para despedirnos. Así lo hice, y me encontré con un grupo de personas muy alteradas, y la noticias de que la expedición se suspendía porque había habido un levantamiento militar en África. Y allí estaba yo, como una pequeña cretina, alegrándome tanto mientras el mundo se desplomaba a mi alrededor. Poco podíamos suponer entonces, ni ella m yo, que aquel desdichado acontecimiento nos separaría muy pronto. Que las consecuencias de aquel hecho se la tragarían como se tragaron tantas y tantas cosas. Porque, al desaparecer el padre en el frente, la madre con sus niños se acogió a su propia familia y así salieron para siempre de su casa, de la colonia y de nuestras vidas.

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5.-LAS CASAS EN QUE HE VIVIDO.

Si contamos las de los veranos, han sido muchas y variopintas. Supongo que de haber tenido los medios necesarios en el momento oportuno el peregrinaje se habría reducido mucho porque, de tener propiedades a ir de alquiler por el mundo va un buen trecho. Me contaba mi madre que cuando ellos se casaron había, no sé si en España o concretamente en Madrid, una etapa de escasez de viviendas.Fuese como fuera, su primer hogar fue la casa de P. Esta P. o Da P. ocupaba en casa de ti o A. i tia O. un lugar intermedio entre invitada a perpetuidad y señora de compañía. Tenía, detrás de sí una curiosa historia que no viene al caso, y una gran cordialidad en su trato, y ante las dificultades de mis padres ofreció su casa. Ni que decir tiene que de esta casa no recuerdo absolutamente nada, pero me han contado muchas cosas mi madre y mi prima R., que por ser - ésta última-unos años mayor que yo, y por el memorión que tiene, ha sido mi mayor fuente de información además de la depositaría de las crónicas de la familia. Si viviéramos más cerca estas hojas engordarían como pavos bien cebados. Aunque, en realidad, para qué. Pues a lo que iba. La casa de P. estaba en la calle N. y era un caserón grande y destalado con un gran jardín bastante abandonado. Había una habitación donde se guardaban varias imágenes, que mi padre llamaba "el cuarto de las momias", y sobraba sitio por todas partes. No recuerdo si en la misma casa o en un anexo, vivia una familia que hacía de todo: guardas, jardineros, limpieza. Tenían una abuelita que se encariñó mucho con la niñita que yo era, sintió mucho que nos fuéramos y pidió repetidamente que me llevaran a verla. Cuando por fin lo hicieron había perdido tanta vista que - lo recuerdo claramente - dijo: "me la traéis cuando ya no puedo verla". Algo influyó este hecho en mi criterio de que no deben aplazarse demasiado las cosas porque a veces se llega tarde. Porqué se fueron de allí mis padres no lo sé, pero en la época en que yo podía tener 4 ó 5 años hubo un corrimiento de viviendas en la familia, aunque no puedo situar exactamente quien ni a donde. Desde luego fué partiendo de E. 57, pero no sé si la abuela A. a E.l, con sus hijos solteros o R., ya casada, a la C. donde había de vivir toda su vida. El caso es que mis padres heredaron el piso de E. 57 y éste si que le recuerdo claramente: era muy grande, de una

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distribución antigua pero no inarmónica. Tenía balcones a la calle que daban sobre el jardín de la Escuela de Veterinaria, y por detrás a un patio grande, sin edificar, donde en verano se daban espectáculos. No sé si ya entonces, cine. El caso es que mis padres, desde sus balcones tenian palco de proscenio y, además, gratis. También bajaban a veces como un rasgo de buena vecindad. En cuanto al jardín de la Escuela, mi madre me llevaba allí a jugar, porque era muy hermoso, con un buen césped, muy adecuado para que jugara una criatura. Hay tres fotos de la época: en una llevo un lazo tan grande en el pelo, que más parezco un lazo con niña, que niña con lazo, y tengo a mi lado un perrito, que nunca he podido averiguar si era de trapo o un animal auténtico. En otra me tiene mi madre en brazos y ¡ que guapísima era mi madre entonces! En la tercera es mi primo A. quien me tiene, que con sus 16 ó 17 años, vestido de oscuro y con sombrero parecía un señor mayor. Mis padres habían ido arreglando el piso poco a poco y con muy buen gusto y estaba francamente bonito. Mi padre, muy mañoso, había decorado mi dormitorio en un enfoscado verde muy pálido con unas chispitas brillantes y me había hecho, el también, unas lámparas de ebonita en forma de V con cristales esmerilados. Me gustaba tanto mi cuarto que desde muy pequeña dormía sola en él sin ningún miedo.(¿ Cuando y porqué me volví miedosa?) Había también un despacho donde mi padre trabajaba y donde alguna vez entraba yo a pedirle "cántame divina densa" y mi padre dejaba de trabajar y me cantaba aquella guajira que me emocionaba entonces y que aún hoy me emociona cuando la canturreo: pronto vendrá la mañana en que la neblina densa...sobre la alegre sabana, y la selva americana.... No soy, en absoluto, de los que creen que cualquier tiempo pasado fué mejor. En mi vida ha habido épocas muy hirsutas que mejor que se hayan ido para no volver. Pero que aquellos fueron tiempos muy dulces y serenos, de eso no me cabe duda.

Hubiéramos seguido quien sabe cuanto en aquella casa, pero yo era una niña delicada que empalmaba los constipados. Tio F. el marido de tia A. me llamaba "pochi", abreviatura de pochita, por la frecuencia de mis estropeamientos. Mi padre consultó con el médico de la familia, además amigo, y así surgió el traslado a la colonia. Pero esto requerirá otras hojas, porque antes quiero escribir sobre las casas de los tíos que tanto signifícaron en mi primera infancia. Y porque la era de la Colonia quedó partida en dos por el glorioso alzamiento y ya nada volvió a ser como había sido. Esa etapa feliz se cerró aquella madrugada de Abril de 1939 en que, con mis trece años, me quedé sentada en las escaleras del jardín enfrentando la nueva y áspera vida.

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6.-Da E. S. SUMA Y SIGUE

Antes de volver con nuestras casas, como han sido muchas, retorno a la familia para irme situando. Y si aparecen más antepasados de mi padre que de mi madre no es parcialidad, es que tengo más documentos y he escuchado más relatos de aquello que de estos. En una carpeta de pergamino viejo, conservo unos curiosos documentos antiguos. Unos pertenecientes a la familia y otros, diarios y cosas por el estilo que literalmente huelen a rancio. Como un "diario de avisos de Madrid", de Julio de 1825. O una gaceta también de Madrid de 1866. cuya subscripción mensual costaba "un escudo y 200 milésimas". No sé, milésimas de que. Pues en la vertiente familiar, uno de estos papeles es la carta dotal en la que se especifica los bienes que Da E.S. aportó a su matrimonio con Dn. J. Ma F. "ropa de cama y mesa..tal tal.y la cantidad de 2.000 reales". En aquella época, año 1892 estas 500 pesetas debieron ser una suma importante para que así se especificara. Así pues. Da E. se casó "córame il faut" con Dn. J. Ma, padre de mi abuela paterna. En esta familia F. hubo miembros muy radicales en sus apoyos o contras a Isabelinos y Carlistas, por lo que anduvieron a tiros parte de sus vidas y se llegó a dar el caso de que, en épocas cercanas entre sí, estuviera uno condecorado y premiado y otro represaliado (también sobre ésto hay documentos). Sobre cuál fué la trayectoria del abuelo J.Ma no tengo ni idea, pero para poder seguir entran los relatos de mi padre, mi tia R. mi prima R.... A pesar del caudal familiar, la abuela E. llegó a Madrid, sola con sus hijos y con poco más que lo puesto. En aquellos tiempos no se había inventado todavía el "pret a porter" y las señoras se hacían sus propio trapitos (entre paréntesis, primorosamente) o, a las más pudientes, se los hacía la modista. Y así fué como salió adelante mi bisabuela, haciendo de modista. La ayudaban las hijas mocitas, una de las cuales, A. se encargaba de la logística, por decirlo de alguna manera. Abastecía el taller de su madre de botones, cintas y demás trebejos de la profesión. Lo compraba en el ya floreciente almacén de la calle P. y así conoció al abuelo A. y se casó con él. Tuvieron la respetable suma de catorce hijos, de los cuales llegaron a adultos cinco. Espeluzna pensar en lo que debió ser ver morir a nueve de ellos. Me

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contaba tia R. que, vieja ya la abuela, todavía lloraba a Julianito, el último en fallecer. Esta abuela A. tenía un carácter fuerte y era de un anticlericalismo visceral. La anécdota más contada sobre ella era que un dia atendió personalmente una llamada a la puerta. Era un sacerdote que con gran corrección preguntaba por Dn. fulano de tal. La abuela le indicó que era en el piso de enfrente a lo que él contestó: "pues me habían dicho que era en el principal derecha". A lo que respondió la abuela "pues o es Vd. zurdo o ha subido de espaldas". Este carácter enérgico fué para mi padre fuente de sinsabores a la hora de enamorarse, porque mi abuela nunca aceptó a mi madre. Le parecía poco para su hijo aquella señorita de pueblo que no aportaba nada al matrimonio. Y aquí es donde no estoy de acuerdo con mi abuela. Mi madre aportó una capacidad de amor hacia quienes la rodeaban, unas dotes de ama de casa que siempre hicieron de cada vivienda un hogar y una cantidad de abnegación y espíritu de sacrificio que apoyaron a mi padre, sin fisuras, en todos los momentos difíciles de la vida. No, no estoy de acuerdo con los criterios de mi abuela.

7.-LOS ROJOS NO USABAN SOMBRERO

Este es el eslogan publicitario que, recien acabada la guerra, se sacó de la manga la sombrerería Bravo de Madrid. Pues además de una cretinez como anuncio, era inexacto. De acuerdo con los haremos de la época, "rojo" era todo aquel que no comulgaba con el franquismo. Desde esta óptica hay que reconocer que mis padres eran "rojos". Y habían usado sombrero toda su vida. Incluso mi infantil cabeza estuvo siempre muy bien arropada. Recuerdo uno de los últimos sombrero que tuve, era una preciosa pamela de paja italiana muy calada, color amarillo pollito con flores de fieltro azul pálido.Con esta pamela puesta se paseó mi padre por todo el paseo de los Mártires de Alicante en la hora más concurrida. Yo me la había quitado porque me estorbaba y mi madre ya estaba harta de llevarla. Dijo mi padre que él se la pondría, mi madre le desafió " a que no te la pones " "a que sí ". Y se la puso. Pero no un momento, sino todo el paseo. La gente se pegaba contra las farolas de volverse a mirarle y nosotros tres nos divertíamos mucho.

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Así que, Sr. Bravo, se equivocaba Vd., los "rojos" si usaban sombrero. Otra cosa rlié que del 39 al 44 - 45 no pudiéramos usar ni casi zapatos. Hoy, aquella categorización es inviable. Ni rojos ni azules ni blancos ni amarillos. Se acabó la costumbre del sombrero. Solo se llevan en algunas bodas y muchos son prestados.

8.- PROLEGÓMENOS DE SAN J.

Este podría entrar en el apartado de "las casas en que he vivido" porque en San J. llevamos más de veinte años veraneando en la misma hermosa casa que ya tiene muchos recuerdos para nosotros. A ésta, y toda la etapa en ella he de dedicar un buen espacio, pero hoy se trata de como y porque recalamos en San J. El año que nació C. pensamos que era más conveniente para un niño tan pequeño no movernos de Barcelona. El Paseo de San Juan tenía un parterre florido en el centro y alrededor un espacio amplio, donde un par de cafés (se llamaban entonces) instalaban mesas y sillas bajo grandes toldos. Yo bajaba allí con mi niño todas las mañanas y él tomaba el sol y el aire y yo una naranjada. Así fué nuestro primer veraneo. Al año siguiente C. como le llamábamos entonces (y él lo desechó totalmente enseguida) era un niño vital y muy movido y estaba claro que necesitaba ensanchar sus horizontes, así que, por intermedio de una amiga alquilamos en M. una casita que acertaba a reunir casi todas las incomodidades posibles, (entre ellas una endémica escasez de agua. Allí se instaló Walli desde el primer a último dia u sus dotes de mando me exasperaron en ocasiones). El próximo verano, ya con dos el niño, vino mi cuñada R. de vacaciones con su niño, un año mayor que el nuestro. Esa vez fueron mis suegros los que alquilaron un piso con terraza, bastante bonito, y nos invitaron a nosotros. Todo hubiera podido ir bien si los niños no hubieran decidido llevarse mal y como el nuestro, por ser mas pequeño llevaba la peor parte emigramos unos cuantos dias a C. Fueron bonitos a excepción de uno en que el padre y el hijo vomitaron como locos. Yo no sabia a cual acudir en cada momento, y la habitación se me llenó de gente que con la mejor intención me daba toda clase de consejos y recetas caseras, pero éramos jóvenes y no me aturdí y salimos del trance fácilmente.

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Siguiente verano: yo estaba embarazada de E. y, haciendo cuentas, nos resultó que por poco más del alquiler de una casa podíamos irnos a un pequeño hotel donde yo estaría más descansada y más libre. Y así llegamos al verano del 60, con un niño de cuatro y la nena a punto de cumplir su primer año. El pediatra opinó que mejor campo que playa para la niña y nos fuimos a probar, (también por mediación de amigos) Santa M. de M. y allí nos quedamos 7 u 8 años durante los cuales recorrimos casi tantas casas como años pasamos. La primera hubiera sido muy bonita si no hubiera estado tan abandonada y llena de chismes. La distancia en confor de aquellos años a los actuales es inconmensurable. Tenemos grandes espacios para comprar de todo, hermosas neveras y congeladores que todo lo conservan, máquinas que hacen los trabajos más duros. Aquel verano del 60 yo, como tantas amas de casa, usaba para cocinar carbón de encina hasta que G. compró el primer butano, que empezaba por entonces a aplicarse a usos domésticos. Fué un camping gas en el que habia que hacer cosa por cosa. De tener nevera, sería de hielo que, a su vez, no sé de donde sacaríamos y en el pueblecito no había para abastecerse más que un tenducho (los hijos se acuerdan de la anécdota del vinagre) y yo, para tener comida sana para mis niños, iba con ellos en un autobús hasta el pueblo vecino, mucho mejor abastecido que el nuestro. Aún me pregunto como lo aguanté, per sé que no me sentía desgraciada ni mucho menos.

En uno de aquellos veraneos nos cogió la inundación de Setiembre del 61. Fué impresionante, aquel aprendiz de arroyuelo se volvió loco y arrastro personas, animales y cosas. Nosotros salimos de la casa con los niños a cuestas, con el agua hasta las rodillas y llegamos a Barcelona, llenos de barro a encontrar que la ciudad estaba sin agua. De todas formas, para la catástrofe que fue no salimos mal librados. De todas las torres por las que pasamos allí, hubo una muy bonita, la más bonita de que hayamos disfrutados. Tenia jardín, porche cubierto y otro descubierto, garaje y un gran pilón donde se bañaban los niños, nuestros y ajenos. De toda la época de Santa M. fué donde mejor lo pasamos. Aún vivía mi padre y a mi me gustaba mucho, cuando iban a vernos los domingos, verle disfrutar tanto. Pero dejaron de alquilarla, los niños empezaban a aburrirse allí y yo estaba harta de cambios y anhelaba un lugar alquilado por todo el año donde no tuviera que cargar con todo, desde las bicicletas a las aspirinas cada principio y fin de temporada. Allí hicimos algunas amistades que aún conservamos..

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Una semana Santa que no teníamos nada previsto, se nos ocurrió hacer una visita a los D. en San J. Estoy segura de que ni falta que les hacía la visita, pero el caso es que allí nos presentamos. Por cierto que, al llamar al hostal para pedir habitaciones nos dijeron que para el primer día no habia. Al preguntar a G. qué hacíamos me contestó "las maletas". En el mismo hostal nos proporcionaron habitaciones para esa primera noche en una casa viejísima (eso si, muy limpia) que nunca he conseguido localizar después. En el verano siguiente, con otro cambio a la vista se complicaron tanto las cosas que se echaba encima Julio y no teníamos nada. Y fué casual que, mirando en el periódico viéramos el anuncio de una torre en San J. Para informar daban una calle y un número donde, cuando nos presentamos a informarnos nos dijeron que no sabían nada de tal anuncio. Nos hubiéramos quedado con un palmo de narices a no ser que la P. institución del pueblo con la que ha habido tanta relación, había pedido a A. si sabía de alguien a quien interesara un gran piso con jardin que se les quedaba vacía y que arreglaban para volver a alquilar y que nos gustó en cuanto le vimos por espacioso y claro. Y así fué como, hace ahora más de veinte años nos metimos en aquella casa donde ha transcurrido un gran tramo de nuestra vida y que tantos recuerdos tiene ya, que ha sido causa indirecta de que la hija y T.se compren casa allí, y que será un trauma el día que la dejemos. Pero cuando fuimos a instalarnos el primer verano, con el coche cargado a tope, acostumbrada a la cortísima distancia a Sf Ma yo no hacía más que lamentarme de lo lejos que estaba y, como todas las personas cuando se ponen algo histéricas, trataba de, vagamente, culpar de algo a alguien. Hasta que yaya, con la voz aburrida, le dijo a C. "hijo abre la puerta y tira a esa señora". Menos mal que tanto ascendiente no tenia sobre mi marido. De la estancia en esa casa, han salido muchas de las amistades actuales, con las que tantos buenos ratos hemos pasado tanto nosotros como la hija.

9.- MI INICIACIÓN iYIUSICAL - Entre el guardia civil y la mujer de mundo

Al ser la tia R. la hermana mayor, cuando nació su hija R., mi padre, que era el penúltimo de los hermanos era muy jovencito. Esta cercanía de edades, entre otras cosas, propició una relación muy cordial entre tio y sobrina. Me ha contado mi prima muchas veces cómo fué mi padre el que la inició en la

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música. No es extraño teniendo en cuenta que mi padre era melómano absoluto, entre otras facetas un wagneriano incondicional. Cuando se estrenó Walkiria en Madrid, acababa de conseguir, después de mucha insistencia, que mi madre saliera con él un ratito del domingo por la tarde. Y, mira por donde, coincidió esta cita con el estreno de la obra de Wagner. Él no estaba dispuesto a perder ninguna de las dos cosas así que, a grandes males grandes remedios, sacó dos entradas y la primera salida de la pareja fué a oír una ópera de Wagner. Mi madre nunca llegó a ser wagneriana, pero bajo la influencia de su marido se aficionó mucho a la musica clásica y hubo en casa un ambiente musical bastante bueno a nivel de aficionados. Volviendo a mi prima y su "mentor", me ha contado ella que el primer concierto a que la llevó mi padre fué a oir Scherezade, que la había explicado previamente lo que es un poema sinfónico y que la obra la produjo un impacto total. Quizá fué la base de la vocación que con los años la llevó a una brillante carrera musical. Yo traté de hacer algo parecido con mis niños, en casa han oido buena música, les he llevado a conciertos, incluso tuve una discusión con el director de su colegio porque no los inscribían en el ciclo que Juventudes musicales dedicaba a los escolares, y conseguí que esta entidad nos dejara sitio en su palco cuando habia conciertos educativos. Pero está claro que no tuve un gran éxito. No quiere esto decir que a mis hijos no les guste la musica, pero desde luego no tiene para ellos la importancia que para mi. Sus mayores aficiones van por otros caminos. Volviendo a mi: yo escuché música desde muy pequeña. En casa de tio A. habia uno de aquellos antiquísimos gramófonos de bocina (creo que se llamaban así) a los que se daba cuerda y tenían un sonido basto, pero que fueron en su momento una gran cosa. Allí, oí a aquellos cantantes de la época: Caruso, Gayarre, Fleta, Totti Dalmonte. Al tiempo, mis padres, con tia C. y tio M. y llevando a sus respectivos niños, frecuentaban el café M. (!los años que hace que no existe¡) donde un terceto tocaba piezas sencillas de música clásica con lo que, sin enterarme siquiera yo, desde muy pequeña conocía obras musicales y se me acostumbraba el oido. No puedo asegurarlo, pero diría que Gaspar Casado tocaba en aquel terceto.. Llegó la guerra aquí como a tantas cosas y en los tres años de contienda bastante hubo con aguantar bombardeos y tratar de tener algo que comer. Y una vez acabada, bastantes problemas tuvo mi padre y bastante consiguió con lograr sacar a la familia adelante y que yo continuara estudiando. Y es aquí donde entra mi prima R. Adelantándose a su época habia decidido trabajar y tenia un cargo musical importante en la radio, por el que era muy conocida (en

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Madrid). Además, tenían en su casa una desahogada posición económica (al contrario que nosotros por aquel entonces), alernaba mucho y conocía mucha gente interesante. Y se ocupó de mi. Se ocupó todo lo que se podía porque entre mis 15-17 años y sus 22 - 25 habia más distancia que si hubiéramos estado en las treintena las dos. Me llevó a buenos conciertos, me presentó a todas sus amistades, me animó a vencer mi gran timidez de entonces y trató de llevar adelante su proyecto de hacer de mi una mujer de mundo. Porque era ésta una controversia que habia tenido con mi padre desde que yo era muy pequeña: mi padre estaba convencido de que hay en la vida situaciones muy ásperas que requieren un temple fuerte para superarlas y que, por tanto, haría de mi un guardia civil. A lo que mi prima respondía que de ninguna manera, que yo tenía otras capacidades y que ella haría de mi una mujer de mundo. Yo creo que me he quedado en algo híbrido a medio camino entre una y otra cosa, pero que algún poso han debido dejarme porque he pasado etapas muy duras y no he perdido en absoluto el goce de vivir (mi padre) y conecto bien con toda clase de personas y no me acobarda ningún ambiente por alto o bajo que sea (R.) Aunque uno los ensayos para mi "'mundanidad" fué un rotundo fracaso. Uno de los muchos dias que yo pasaba en casa de tia R. mi prima tenía invitado a merendar a un grupo de amistades, todas de su edad, entre otros un muy conocido crítico musical, y muerto hace no mucho. Yo me resistía a merendar con todos ellos y R. trataba de animarme. Yo decia "es que me da apuro" "Pero, porqué, si los conoces a todos". "A fulanito de tal no" - aquí el crítico musical- "Bueno, pues te presento y ya está". "Y yo, que digo?" "El te dirá mucho gusto, tu contestas el gusto es mío y listo". Me convenció. Me puse un vestido limpio, me peiné bien las trenzas y me presenté en la sala. Solo que el crítico, en lugar de decir "mucho gusto" como era lo convenido, dijo "encantado" con lo cual no supe que contestar y así naufragó una de las clases de mundología.

10.- LOS MENÚS EN LA CIUDAD SITIADA. Escrito en un tren

Tio A. fué el menor de los hermanos y además mi padrino. Su mujer, tia M., no había gustado mucho a la familia. Omito los comentarios de tio A. por demasiado barrocos: entre los demás familiares había dos opiniones, los que decían de ella que era basta y que a él le habia cortado las alas, y los que sostenían que tampoco él mataba de exquisito y tampoco habia tanto que cortar. En lo que estaban todos de acuerdo era en la distancia intelectual entre

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los dos. Yo conviví varios meses con ellos pero no tenía ni la edad ni la agudeza suficientes para captarlo. De lo que si guardo recuerdo es de que él tenía un aire ligeramente aburrido y que ella estaba muy enamorada. Tenía buen gusto, vestía bien y, como era bastante bonita si no era fina lo parecía. Se habían venido a Barcelona enseguida de casarse y como no habían tenido hijos habían hecho siempre una alegre vida de recien casados. Nuestra familia les visitaba con frecuencia pasando temporadas con ellos. De esa época guardo una foto de mi prima R. jovencísima,guapísima y exquisitamente vestida. Los tíos a su vez se dejaban caer por Madrid de tanto en tanto y en esas ocasiones mis padres siempre les invitaban. Recuerdo uno de los lugares a que les llevaron, (la llamada playa de Madrid) como un lugar lleno de encanto, que desapareció con la guerra. Tio A. le habia pedido a mi padre en varias ocasiones que me dejara ir a pasar unos días con ellos, pero mi padre siempre lo posponía a cuando yo fuera un poco mayor. Si embargo, al estrecharse el cerco sobre Madrid, en Noviembre del 36, fué mi padre el que pidió al tio que me acogieran hasta ver en que quedaba todo aquello que, en opinión general, no podía durar mucho. Y así partí hacia Barcelona, en una expedición de niños, cercanas ya las Navidades del 36. El viaje, visto con ojos actuales podría parecer una pesadilla, pero para los crios que atestábamos el destartalado vehículo, que se aguantaba en pie por pura abnegación, resultó una aventura. Viajábamos, como era preceptivo entonces, de noche y sin luces. Iba el cacharro aquel dando tumbos por la carretera bacheada y dejando pasar todo el frió del mundo porque tampoco tenia cristales..La verdad es que había para descubrirse ante aquellos conductores. En Alcázar de San Juan nos dieron una cena rústica pero abundante y nutritiva como hacía tiempo no la disfrutábamos. La llegada a Barcelona fué algo frustrante porque a mi tío le habían dado como punto de llegada una dirección equivocada y al final del viaje no me esperaba nadie. Mientras se aclararon las cosas me alojó una familia que ayudaban en la ubicación de los niños evacuados. Fué mi primer contacto con una familia catalana y me quedó un buen recuerdo. Desde Barcelona yo escribía unas cartas largas y llenas de descripciones ampulosas que a mi padre le gustaban mucho. También nos escrbíamos con el resto de la familia y recuerdo mucho una carta de tio M. en la que nos contaba el menú semanal: " lunes, arroz con chirlas - martes chirlas con arroz -miércoles arroz sin chirlas - jueves chirlas sin arroz - viernes (recomenzamos) arroz con chirlas -sábado chirlas sin arroz y domingo (que caray , un día es un

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día), lentejas". A pesar del tono hunorístico era rigurosamente cierto. En la ciudad asediada entraba todo el abastecimiento por un solo punto y las autoridades se las veían y se las deseaban para atender a las necesidades del ejército y la población. Llegaba un convoy y la carga se iba repartiendo mientras duraba y, cuando acababa, a empezar con otra expedición. Así se daba el caso de que se podía repartir lo mismo durante muchos días y de un dia para otro cambiaba totalmente el suministro según la frecuencia de las expediciones. En los últimos tiempos la racha más larga fué la de las lentejas, que los madrileños, con su sentido del humor llamaban pildoras del Dr. Nagrín, porque era la medicina para ir aguantando. Hubo una temporada nefasta, de unos garbanzos mejicanos durísimos a pesar de estar minados de bichos, que tenían la particularidad de que, al cocer, producían un caldo dulzón absolutamente repugnante. Mi madre que estaba bien preparada, logró un empleo en Jas oficinas del economato de la colonia, con el jornal uniforme de entonces - diez pesetas diarias - y, lo mas importante, derecho a un suministro semanal que podía consistir en medio kilo de azúcar, un trozo de jabón o, como en alguna ocasión, un par de alpargatas. Mi padre trabajó un tiempo en la reparación (todo se arreglaba, no se tiraba nada) de aparatos de óptica, con el mismo jornal de diez pesetas. No tenían suministro, pero les daban la cena parte de la cual se llevaba a casa para ayuda del menú. Así íbamos trampeando y así estábamos todos esbeltos. Pensar que ahora se pasa hambre voluntaria para adelgazar! A mi padre le fué bien la perdida de kilos porque estaba demasiado gordo y los 14 que se le fundieron le dejaron en la medida adecuada. Otra forma de defenderse fué mediante los intercambios: se cambiaban las cosas más insólitas y el que, por algún misterioso motivo tenía jabón o tabaco, tenía alguna cosa para comer. Pero en general, todo el mundo andaba igual de falto de medios y de macilento. Al final ya nada se cambiaba porque nadie tenía nada para cambiar. Termino este apartado recordando un hecho difícil de creer pero rigurosamente cierto, que refleja la total integridad de mi padre. Como se echaba mano de cualquiera para cualquier cosa, en una ocasión le dieron el encargo de repartir una partida de huevos entre los heridos y enfermos de varios hospitales. Mira que temamos hambre! Pues a casa no se desvió un solo huevo.

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INTERMEZZO ENTRE 10 Y 11

Ejercicio del 14.2.96

Narración relacionada con un acontecimiento histórico.

Tiendo con la memoria un puente sobre el pasado y me veo a mi misma, con mis trenzas largas y mi aspecto aniñado corriendo por el campo.

Me veo llegando a casa en aquel hermoso atardecer de verano, que verdeaba en los árboles, en los pocos árboles que la miseria de la guerra habían respetados.

Y resonaba en mis oídos la noticia confusa, poco clara escuchada poco antes a través de la gorgotenate radio en casa de mis viejas tías. La noticias que hablaba de la anexión de Austria por parte de la Alemania de Hitler.

Y saltaba mi corazón reduciendo el valor del suceso histórico a mis profundos anhelos infantiles. " Ahora, pensaba, a lo mejor, se acababa esta guerra con el principio de aquella y terminaban los bombardeos y empezaba a haber comida".

11.- LAS CASAS DE LOS TÍOS: Tío A:

El recuerdo del fallecimiento de tío A. me ha hecho meditar a veces sobre la actitud de la infancia ante la muerte. Hay como un no querer aceptarlo, como si no admitiéndolo se pudiera evitar. Cuando tío A. enfermó seriamente, mis padres me llevaron a verlo, pero fué un fracaso: a mi me impresionó su aspecto demacrado y me heché a llorar y él se afectó por mi llanto, así que dejaron de llevarme. Pero mis padres siguieron yendo cada día y a su vuelta yo, indefectiblemente, preguntaba cuando me llevarían a verle y la respuesta era, también indefectiblemente: " cuando esté mejor". Hasta que un día, sin que nadie me dijera nada, intuí que algo había pasado, supe que había muerto. Desde ese momento, hasta pasado mucho

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tiempo, no volví a hablar de él. Sencillamente, no quería que me dijeran lo que ya sabía y me negaba a aceptar. Me afectó mucho la muerte de tio A. porque era, o yo lo recuerdo así, un ser dulce y cariñoso. Le gustaban mucho los niños y como no había tenido hijos sentia un gran afecto por los sobrinos. Yo, además de la sobrina máspequeña era ahijada de su mujer, lo cual apretaba los lazos. Y a propósito de todo ello, me viene el recuerdo de los regalos que me hacían, entre otras cosas unos vestiditos de una calidad como no he vuelto a verla. Pues volviendo al tema principal, las casas de los ríos, en el aspecto arquitectónico el piso de tio A. tenía mucha similitud con todos los de familias acomodadas de entonces (antes de la guerra civil ). Había un gran recibimiento, - más grande que muchos comedores de pisos actuales - a la izquierda del cual se abrían las puertas a las habiataciones principales. Del fondo de este recibimiento arrancaba LUÍ largo passillo sobre el que daban los dormitorios secundarios y el cuarto de aseo (no de baño) y al final se encontraba la cocina.. Lo cual quiere decir que la encargada o encargados de seervir la mesa hacían al cabo del dia algún kilómetro cargados con soperas, bandejas y demás trastos. El dormitorios de los tíos estaba en la parte principal de la casa y para ir al cuarto de aseo se recoma una parte del passillo largo. Tio A. salia en pijama, cosa que ponía muy nerviosa a mi refinada madrina, que no veía correcto que la gente de la casa (dos chachas y algún invitado siempre) le viera de tal guisa. Insistió tanto en que "debia ponerse algo y avisar" cuando iba al lavabo, que el tio, por complacerla, se compró una trompeta y una chistera. Así avisaba y se ponía algo. Tenían mucho sentido del humor. En el aspecto podríamos decir social, era una casa abierta y muy acogedora. Eran muchas las veces que pasábamos allí las tardes con la familia reunida, en ocasiones oyendo música. Allí se celebraron las Nochebuenas hasta la muerte del tio, que sucedió poco antes de la guerra civil, por suerte para él porque su sensibilidad hubiera sufrido un golpe muy duro con toda la rudeza que tocó vivir. Guardo un recuerdo profundo de aquellas fiestas de Nochebuena: nos reuníamos la familia y algunas amistades. La mesa presentaba un aspecto exquisito y el menú hacía honor a la mesa. A los postres, se abrían las puertas que daban a una habitación contigua y aparecía el nacimiento chispeante de luces de velas y los niños cantábamos villancicos. Tenía todo un gran encanto. Algunas otras fiestas se celebraron en aquella casa, pero en el rinconcito de mi alma dedicado a recuerdos, son aquellas nochebuenas las que han pervivido.

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12.- LA CHAQUETA INDEPENDIENTE

Mejor cabría decir la chaqueta que se quiso independizar porque, de hecho, siempre ha vuelto a mí y ahora está aquí, en el pisito de S., definitivamente residenciada. Definitivamente, porque es una de esas prendas de las que, no se sabe bien porqué, uno no se desprende nunca. Teniendo en cuenta que el apartamento lleva 21 años en nuestras manos y que la chaqueta es bastante anterior, quiere decirse que puede tener 30 años. Lo cual, para una chaqueta de perlé es una edad considerable. Recuerdo bien la fecha de compra del piso, abril de 76, porque vanos acontecimientos importantes de nuestra vida se dieron en los ahededores de la decadencia y muerte de Franco, y así han quedado fijados históricamente. En aquel año 1975 empezaban a manifestarse los primeros síntomas de la grave enfermedad - casi desconocida por entonces - de la que mi suegro moriría poco después, y G. se planteaba ampliar su base de trabajo para lo cual se programó un viaje a Holanda y Alemania. Como en esa época, otoño del 75, los hijos eran ya adolescentes y eran sensatos y responsable, y mi madre se conservaba en muy buena forma, G. proyectó que le acompañara. Aunque en un primer momento estuve indecisa, la idea me hacía tanta ilusión que al fin me decidí y se empezó a preparar el viaje. ¡Mi primer viaje al extranjero, mi primer contacto con el país de origen de mi marido!. Y entonces enfermó Franco. Oficialmente una gripe fuerte, pero estaba en el ánimo de todo el mundo que algo grave se cocía. Con esta situación a mi empezó a dar miedo irme y que en España pasara cualquier cosa - somos tan proclives los españoles - y nosotros estuviéramos lejos, así que decidí quedarme. Hubo varios factores que me hicieron seguir adelante con el proyecto, entre ellos, una conversación con el hijo, una de aquellas charlas encantadoras que teníamos por entonces. Me decía que no veía razón para suspender el viaje y yo le comuniqué mi temor: "imagínate que me voy, se muere Franco y pasa cualquier cosa". Me contestó: "míralo al revés, imagínate que no te vas y no pasa nada". Me fui al fin. Al bajar del tren en Holanda, el señor holandés que nos esperaba en la estación, blandiendo un periódico nos dijo de golpe: "ha muerto Franco". Y así se cerró mi particular ciclo de contradicciones: alegrarme el 18 de Julio por la recuperación de la amigay aterrarme la muerte de Franco en aquel preciso momento por nuestra lejanía de casa.

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O sea, que aquella noticia en aquel momento me estropeó aquel día que sin ella hubiera sido perfecto. Porque el pueblecito holandés que recorrí mientras G. trabajaba era precioso, conecté con dos pulcras viejecitas como arrancadas de un cuadro de Franz Halls, que se quedaron pasmadas cuando les dije que era española y en general hubiera sido muy bonito a no ser la nube negra que me acompaño todo el día, con la incógnita de la situación española. Ese mismo dia, ya en Alemania, en casa de amigos alemanes, al darse cuenta de mi inquietud, llamaron a casa y así me enteré de que, no solo no pasaba nada sino que los hijos tenían una semana de vacaciones. Así, y llamando a casa cada día, pude al fin disfrutar de aquel viaje. Fué a la vuelta de aquel viaje cuando empezamos a mirar algún apartamento en playa y se compró unos meses después. En realidad donde a mi me hubiera gustado comprar un apartamento era en Sitges, lugar del que me enamoré la primera vez que lo visité hace ya tantos, tantos años y del que tantos y tan hermosos recuerdos tenemos..Pero las cosas van como van y, detrás de los amigos B. caímos en S.. Es éste un pisito pequeño, no cerca de la playa y con un vecindario en ocasiones conílictivo. Pero la zona es arbolada y muy tranquila, está lleno de sol y la terracita, de cara a la urbanización de torres es una pequeña delicia. Y es precisamente aquí, en este lugar, donde con más intensidad he sentido la sensación de independencia. Porque a pesar de que soy - o me tengo por - sociable, me siento feliz en compañía del marido, disfruto teniendo a los lujos alrededor, cultivo mucho las amistades..un rato de soledad de tanto en tanto me es precios y aquí, en S. las pocas veces que me puedo venir un día o día y medio, la quietud, la playa, los pájaros, la sensación de que no importa la hora que sea, me son un regalo. Ahora mismo escribo en la pequeña habitación soleada de la tarde, la radio me proporciona un concierto y siento el aroma de una rama de madreselva que he robado de una tapia esta mañana y todo ello me dá una sensación de dicha profunda. Volviendo a la abandonada chaqueta: la primera vez que se perdió fué en una excursión a Andorra. Yo llevaba, como de costumbre, una bolsa con chaquetas para todos. Después de un paseo por el lago Engolasters, bajamos a Las Escaldes a comer, ya en el restautant noté la falta de la bolsa. G. recordó "te la has dejado en el lago". Mi madre reaccionó en madre y , con tono enérgico respondió: "Nos la hemos dejado". Han sido muchas veces las que he recordado aquella frase. Dejándoles en el restorán volvimos al lago y recuperamos la bolsa con todas las chaquetas. El segundo despiste fué durante otra excursión, también de todos, en la que metimos en el tren a E. y yaya que se mareaban en las curvas, y G. C. y yo, con el coche, las recogimos en

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Gerona. Allí fuimos a desayunar a una cafetería donde se quedó la chaqueta. Por ser un lugar muy concurrido supuse que desaparecería. Pues no, la encontraron, la guardaron, y cuando G. volvió a pasar por allí se la dieron. Años más tarde, G. y yo hicimos una encantadora escapada de tres días a V. y C, con dos momentos mágicos. En el hotel de V. se quedó la chaqueta, que volvió a rescatar G. en uno de sus entonces frecuentes viajes a esa zona. Años después, al final de un verano desapareció una vez más. Como no estaba en casa, ni en S.J. ni en S., y como esta vez no recordaba donde podía haberla dejado, la di por definitivamente perdida. Por Navidad y como de costumbre, costumbre que ha perdurado aún después de la muerte de T., nos llegó de Alemania el ya tradicional paquete con dulces navideños típicos alemanes. Del paquete, vivita y coleando salió la chaqueta blanca. Que por cierto, en este momento llevo puesta.

13.- EL LICEO, MON AMOUR

El día que se quemó El Liceo pude haber reñido con J. Porque desde el momento mismo de incendiarse, las altas esferas decidieron su reconstrucción tal como era y en el mismo lugar en que era, con lo cual la controversia estuvo servida. Hay la corriente de opinión de que el Liceo es algo totalmente representativo en la historia de Barcelona y debe volver a ser lo que era. Y los que opinamos que se quemó y punto. Y que con el mareo de miles de millones que va a costar la reconstrucción se podía haber hecho un teatro de ópera de nueva planta, en lugar más amplio y accessible y lo suficientemente grande como para alojar a mucha gente. Aquel día comíamos el grupo de amigas con unas 30 ó 40 señoras más, en el hotel C. porque era el décimo aniversario de la creación de X. y M., como tantas otras veces, nos había incorporado. Estuvo M. radiante ese día: había preparado con todo esmero aquella comida, había sahdo todo muy bien, la habíamos felicitado y aplaudido y toda ella irradiaba alegría. Nadie hubiera podido intuir (tampoco ella?) que muy poco más tarde comenzaría el lento declive hacia el principio del fin. Aún no es el momento de escribir sobre ella porque todavía hace daño su muerte. Como nos dijo el teólogo que habló de ella, "la ausencia de su presencia". A la idea de que yo no puedo entender el espíritu del Liceo porque no soy de Barcelona, puedo contraponer que lo he conocido mejor que muchos

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barceloneses y que la mayoría de catalanes, porque así ha sido. Como Don Juan de los palacios a las cabanas, yo he estado en el Liceo en todas las localidades posibles, lo he recorrido de arriba a abajo a lo largo de años y sé por ello de sus glorias y sus penurias. Cuando niña, en las casas de rio A. y rio M. y tia C, con aquellos gramófonos de bocinas panzudas, oí muchos pequeños fragmentos de ópera interpretados por aquellos cantantes del año de Maricastaña (Aureliano Pertile, Totti Dalmonte, Tito Eschipa, Caruso, Gayarre, Fleta), pero es claro que una obra completa no pude haberla oído porque, contando conque aún funcionara el Real, que lo dudo, yo era demasiado pequeña para que hubieran podido llevarme. Así que, aunque no recuerdo cual ni cuando, mi primera ópera la vi en Barcelona. En el Liceo, "'por supuesto'1. Durante un tiempo, como no tenía ni dinero ni amigas, fui sola y al quinto piso. No sé si en los últimos tiempos habrían cambiado las cosas; en mi época, las últimas filas del quinto piso eran sin numerar y la mecánica del asunto consistía en estar pronto en la puerta, y en cuanto abrían echar a correr escaleras arriba para tratar de coger asiento. Quedábamos con la espalda contra la pared, y la cabeza casi tocando el techo. Desde allá arriba los cantantes se veían como muñequitos, cuando se veían, que no era desde todas las localidades. Pero aquel publico entendía y sus comentarios valían muchas veces más que los de los críticos. En los entreactos, viendo como charlaban los grupos, sentía verdadera envidia mezclada con aguda consciència de mi soledad. En alguna ocasión me llegué a preguntar que hacía yo allí. Algún aliciente debía encontrar puesto que volvía. Años mástarde, en el gran piso donde mi padre tuvo muchos años su despacho, cayó una señora (por decir algo) que se titulaba a si misma decoradora de mteriores y que tema mucho contacto con gente de teatro.Por este conducto nos empezaron a llegar entradas, pero ahora de platea. Este descenso del quinto piso a la platea fué toda una experiencia. Sí arriba había conocido la incomodidad total y la auténtica afición, abajo pude observar a la élite y la verdad es que no era oro todo lo que relucía. Junto a verdaderos aficionados que opinaban con conocimiento, había a quien se le desencajaban las mandíbulas de tanto bostezar. En tertulia con señoras muy finas, había otras cargadas de oro como un escaparate ambulante. Se mezclaba la burguesía acomodada con enriquecidos con el extraperlo. A mí, he de reconocer que el esplendor de la sala me deslumhraba. Pero más aún, la comodidad materiale de las condiciones contribuyó mucho a que mi afición se afianzara y descubriera mucha música que no conocía y que me fascinó. Y la

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compañía de mi padre afinó mi gusto. De él me ha venido la afición por Wagner que anteriormente me aburría. Esto duró bastantes temporadas, incluso G. alcanzó a ir con nosotros alguna vez. Pero por esa época, El Corte inglés fagocito todo lo que le rodeaba y los inquilinos de aquellas casas tuvimos que marcharnos con la música a otra parte, cada uno tiró por su lado y perdimos aquel contacto. Algo más perdimos y filé la indemnización a que mi padre tenía derecho, pero mi padre era así de señor. Por otra parte, G. y yo estábamos ya casados u casi todo nuestro tiempo y gran parte del presupuesto se iba en los niños, así que muchas de las actividades quedaron aparcadas y una fué la música. Pasaron años, de tanto en tanto lo echaba de menos pero sin que fuera nada condicionante. Crecieron los chicos y dejaron de necesitar cuidados constantes, la situación económica se estabilizó y empecé a sentir añoranza de la música, entre otras cosas ver ópera. Y así, en una ocasión arrastré a G. a ver Traviata, que por ser tan conocida me parecía un valor seguro.. No funcionó el invento, empezando porque en los angostos espacios entre filas en el tercer piso a G. no le cabían sus piernas largas y se encontró muy incómodo y con ello bastante lacónico, con lo cual tampoco yo lo pasé gloriosamente. No sé cuanto tiempo después, haciendo comentarios con J. resultó que ella tenía exactamente el mismo problema con su marido, así que nos pareció que era de toda lógica ir ella y yo a la ópera. La primera que elegimos fué "El holande errante", para la cual sacamos entradas en el cuarto piso. Pocos días antes de la fecha, durante una de nuestras escapadas a Andorra (esta vez con E. y una amiga suya), me caí y me rompí algo en un tobillo.

Con aquella pierna aparatosamente escayolada no pude ir y aprovechó mi entrada C. Quedaron tan entusiasmadas que decidimos que iríamos las tres, al menos un par o tres de veces cada temporada. Muy pronto se nos agregó M. y así se inició una costumbre que duró muchos años. El del incendio, una de las funciones que perdimos fué el Dn. Cario, obra que a mi me fascina. (Habíamos encontrado un camino para tener entradas seguras y bastantes veces se nos anadian hijos y/o amistades de una u otra. Hemos llegado a sacar 16 ó 18 entradas con los consiguientes lío de cuentas, lo que nos hizo tomar la decisión de atender solo a los respectivos hijos). Fueron unos años muy bonitos. Hemos tenido algunas funciones extraordinarias, hemos pasado ratros muy hermosos y esa afición común también ha contribuido a estrechar lazos entre nosotras. Comentando estas y otras actividades juntas, antes de la falta de M. decía C. en una ocasión:

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"éramos tan felices y no lo sabíamos". Yo creo que sí lo sabíamos y lo disfrutamos profundamente. Si se acaba el nuevo edificio antes de que nos acabemos nosotras, tenemos la intención de seguir yendo valga lo que valga, mientras podamos. Pero solo Dios sabe cuando estará listo el Liceo para volver a levantar el telón. Entre tanto ya tenemos entradas para la Maxi Aida que darán en Octubre en el Palau San Jordi. Por la propaganda, se asemeja más a una función de circo que a una ópera, pero bueno, algo se sacará en limpio. Comentario a posteriori: fué una tomadura de pelo total, de una cutrez también total. No nos cogerán en otra.

14.- LA TRANSICIÓN - Mi Transición

Hay un espacio que no consigo fijar exactamente, entre el tiempo en que aún no había muerto Franco pero ya todo se movia, y cuando, ya muerto, pareció durante una etapa que no se movía nada. Si quisiera contarme a mi misma la transición, sería un sucinto relato del particular camino que seguí para pasar de un tiempo a otro. Si la transición se contara a si misma, creo que diría cosas como estas: "He sido el ejemplo modélico del paso de una dictadura a una democracia sin situaciones traumáticas. He sido y soy el punto de referencia de cuantos anhelan mejorar la situación de sus pueblos evitando el riesgo de un baño de sangre. He sido y soy...No me faltaron sobresaltos al principio de mi corta andadura. ¿Os acordai de aquellos secuestros de un militar de alta graduación y un banquero, que hicieron tambalear lo tan difícilmente conseguido? Y quien no recuerda la matanza de abogados en un despacho de la calle Atocha de Madrid, cuyo entierro convocó una impresionante manifestación. Y, más tardfe, aquel asalto al Gongreso de los Diputados que pudo haber provocado incluso una Guerra Civil? No, no me faltaron sobresaltos, pero tuve la fortuna de contar en el momento preciso con la gente adecuada y el clima propicio. No solo los que han sido mis mayores protagonistas visibles: primeros gobiernos, primeras cámaras legislativas; también personas íntegras, generosas, que aportaron su esfuerzo no reclamando nada para sí, más bien perdiendo mucho, como los tres catedráticos separados de sus puestos por formar en una manifestación de estudiantes, y aquel otro que dimitió por compañerismo. El clima propicio lo había preparado el pueblo: los obreros, los

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intelectuales, los universitarios, las amas de casa, los cantautores"..esto contaría ia transición si se contara a si misma y yo empiezo donde ella acaba: los cantautores. Si pudiera recordar la edad que tenía E. cuando sucedió aquello que me viene a la memoria, ayudaría a fijar la época, pero no lo recuerdo. La hija, ya una jovencita, quería ir a uno de aquellos conciertos (supongo que Lluís Llach, o Raimon o alguno de aquellos de entonces). Yo tenia mucho miedo porque aquellos inofensivos artistas (¿o no tan inofensivos para el régimen?) estaban considerados como "subversivos" y esta palabra era el cajón de sastre en el que cabia todo, y apoyándose en este concepto podía pasar cualquier cosa. Pero la niña ya tenía criterios propios y ni se podía ni queríamos imponernos. Así que llegamos a un "concordato": ella iria al Palau (nada de "antro") y yo iría a buscarla a la salida. Transiguió, aunque no la gustaba la solución. Cuando llegué a recogerla se me cayó el alma a los pies, porque, a la puerta del Palau de la Música había una doble fila de grise, como se llamaba entonces a los guardias por el color de los uniformes, con cascos hasta el cogote, grandes escudos y enormes porras en la mano libre. E. se quedó helada. Vencimos la tentación de echar a correr porque hubiera sido contraproducente, así que nos fuimos aparentando tranquilidad y la verdad es que no nos pasó nada.

Algo más tarde, no puedo precisarme si mese o años, con las cosas ya muy cambiadas, volvíamos de una excursión y, a la altura de Castelldefels topamos con un grupo numeroso de personas, no puedo precisar si excursión o manifestación, que cantaban y saludaban a la gente que pasaba. Como el coche iba despacio por precaución, yo saqué por la ventanilla una mano que alguien estrechó. E., moderada siempre, dijo "no hagas eso". Y yaya, comprensiva "déjala, hija, han sido muchos años de contención". Así que para mi la transición española ha sido la contraposición de estos dos clñichés: el primero, las dos filas de guardias escudados, encasquetados y emporrados esperando la salida de los asistentes a un concierto, y el segundo aquella gente que cantaba y estrechaba la mano de cualquier desconocido.

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15.- PRETENDIENTE INTERMITENTE - Y pretendida evadida

Digamos las cosas como son: no fué exactamente un pretendiente porque en realidad no pretendía nada, pero los usos y costumbres de los pueblos tenian entonces unas normas concretas y muy extrictas: cuando un joven bailaba varias veces seguidas con la misma chica, era casi una declaración de amor, si además la invitaba durante el descanso el noviazgo estaba cantado. Los pueblos en aquellos años! Yo pasé casi uno de mi vida repartido entre dos de aquellos y lo que recuerdo de ellos no tiene nada que ver con lo que son ahora, la mayoría de ellos casi despoblados. Cuando mi padre se vino a Barcelona a rehacer nuestra vida, tan machacada por la guerra y la postguerra, nos depositó a mi madre y a mi en el pueblo de ésta, donde, por tener familia, quedábamos más acompañadas, dejándonos una cantidad, respetable para la época, producto de la venta de la maquinaria con que mi padre realizaba sus aficiones en mejores tiempos. La primera etapa de la estancia se desarrolló no precisamente en el pueblo de mi madre sino en otro, a pocos quilómetros, donde residia temporalmente tia A., la hermana más querida de mi madre, hasta que su marido, trasladado a Sevilla por represalia política (y el pobre hombre era lo más apolítico que cabe imaginar), pudiera volver y se reinstalaran en su casa. En realidad, la localidad aquella tenía la categoría de "'villa" e incluso en tiempo enmemorial había tenido la de ciudad. Hay allí un hermoso y antiquísimo castillo ahora bien restaurado, en cuyos patios hemos jugado más de una vez, y le rodean extensos pinares. En verano, en la calma del mediodía, con el profundo azul por encima, el fuerte olor a resma caliente y el enloquecido chirriar de las cigarras, dá una sensación de estiaje como no lo he sentido en nungún otro lugar. Había en esta villa una fábrica y varios comercios bien abastecidos a los que acudían a comprar gentes de los alrededores con lo cual tenia un status algo más alto que el de los pueblos cercanos. En esta fábrica, trabajaban dos empleados forasteros que, al hacerlo en las oficinas gozaban de un nivel social por encima del medio. Uno de ellos, el de más edad era imaginativo y tenia dotes de organización y todos los años montaba algún festejo en el que de una u otra forma tomaba parte todo el pueblo. El invierno que estuvimos allí, organizó un festival para recaudar fondos con objeto de comprar nuevos uniformes a los componentes de la banda de música, que era uno de los lujos del pueblo, del que estaba muy orgullos. Tanto mi prima, como yo fuimos

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seleccionada para actuar. Primero se representó una obrita teatral infame donde mi prima tuvo ei papei principal ( y ia verdad es que lo hacia bien ) y a mi me asignaron el de una monja. No sé como se las arreglaron mi madre y mi tia, pero el hábito resultó bastante convincente. Sobre todo las tocas; eran tan aparatosas que cuando yo estaba en escena la gente se desconcentraba y no se enteraba de nada. Claro es que tampoco se perdían gran cosa. Después se puso en escena un cuadro de una Zarzuela donde actuábamos diez parejas. Otra vez mi prima de protagonista y yo, por decisión del organizador, emparejada con su amigo. También con este vestuario se lucieron nuestras madres. Hay que ver el juego que llegó a dar una colcha de organdí blanco con grandes lazos de color de rosa. Quedó tan bonito y vaporoso que lo llevamos al teatro antes de empezar el espectáculo para colocarlo bien y que no se arrugara. Allí, delante del vestido, diciendo frases amorosas encontró mi prima a mi "partenaire" cuando empezamos a entrar. Quedó el chico muy cortado y pidió a mi prima que por favor no me dijera nada. Ni que decir tiene que a ésta le faltó tiempo para contármelo al volver a casa y que hablamos de ello largo y tendido, y estuvimos seguras de que al día siguiente, a la salida de misa mayor, se acercarían a charlar un rato como era la costumbre. Lejos de eso, nos dijeron un seco adiós y pasaron de largo. Me quedé como la princesa del cuento, a la que una rosa roja que tenía en la mano se la convirtió en un cardo. Dias más tarde, los chicos de la Banda, agradecidos por sus uniformes nuevos, nos obsequiaron a los actuantes con una cena. A fin de hacer las cosas con toda corrección, iban tocando por la calle, paraban delante de la casa de cada actuante, éste se incorporaba al grupo y así llegamos todos juntos al local donde se celebraba la fiesta. Pues esa noche, el irregular joven estuvo solícito y encantador y no bailó sino conmigo. A pesar de lo cual, cuando días después en un paseo volvió a ni casi saludar no nos sorprendió nada. A los pocos días de estos hechos, habiendo mi tío terminado su tiempo de destierro, mi tia levantó la casa y se fueron a reunirse todos otra vez. Mi madre y yo nos marchamos, esta vez ya sí al pueblo donde moraba la familia y a aquellos chicos no los vilvimos a ver..

Fué mucho más tarde, ya en Barcelona, cuando mi prima que conservó mucho tiempo alguna relación con los antiguos amigos, me escribió contándome que aquellos dos muchachos se habían tenido que ir del pueblo por murmuraciones relacionadas con su amistad. Ni creí entonces ni me parece ahora que aquellos jóvenes fueran homosexuales. Creo más bien que les gustaban las chicas como a cada hijo de vecino, pero que tenían entre si una relación dominante-dominado y que se aislaban un poco en su amistad porque en realidad nunca

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habian estado totalmente integrados en el pueblo. Pero eran unos tiempos en que la homosexualidad estaba considerada no solo como pecado sino también como delito y se hilaba muy fino al respecto. Pudieron haber sido víctimas del ambiente pacato, cosa muy fácil en aquellos entonces.

Así que nos trasladamos al pueblo de mi madre, al calor de su familia y desde el primer momento tuve un decidido éxito entre la población masculina, cosa nada sorprendente si se tiene en cuenta que yo era la novedad en un lugar donde todos se conocían desde antes de nacer, y también que tema entonces 17 años. Recuerdo con gratitud, todavía, el apoyo que me prestaron mis primos. Sin ellos, no hubiera sido todo tan fácil... Este donde había nacido mi madre era (y es) un tipico pueblo castellano árido, con unos extensos horizontes que al atardecer utilizan todos los colores del arco iris. Había un solo árbol, eso si, enorme, en el centro de la plaza delante de la Iglesia, y unos días al año, las mieses, ya crecidas pero todavía sin madurar, resplandecían verdes al sol, poniéndole al pueblo un collar de esmeraldas. Había unas cuantas casas solariegas sólidas y hermosas con grandes corrales, bodegas, altillos. Al adinerarse, muchos de aquellos campesinos las han echado abajo y han construido unos chalets impersonales i sin carácter donde, eso si, viven con mucho más confort. La última vez que visitamos en el pueblo a los dos únicos primos que se han quedado allí (todos los hijos han hecos carreras - algunos brillantes - y se han instalados en ciudades grandes ) nos enseñaron con orgullo las grandes máquinas que han sustituidos a las yuntas de bueyes y que les han liberado del trabajo de esclavos. Ahora, jubilados, su única tarea es alquilar su maquinaria. Eso ahora. En el tiempo de mi estancia, la siega a mano era un trabajo brutal. Se contrataba cuadrillas enteras que vivían durante esos días en las casas de los contratantes. A la salida del sol desayunaban y ¡que desayunos! En la larga mesa de la cocina se ponían fuentes de patatas guisadas, orzas con cerdo en adobo, huevos, embutidos, queso, grandes hogazas hechas en casa y botas de vino. Cuando alumbraba el sol, aquel sol centelleante cantado por Machado, ya estaban en las eras y trabajaban hasta que se ponia, bajo aquella luz enceguecedora. A medio día las mujeres les llevaban la comida. Alguna vez he hido con ellas; íbamos en burro, de dos en dos, protegidas del sol por grandes sombreros de paja rustica, se les entregaban las marmitas y entonces no había ni bromas ni risas ni casi diálogo. Los hombres cogian sus paquetes y se iban a

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guarecer a la precaria sombra de algún montón de paja. Nosotras volvíamos en busca de la fresca sombra de la sala bien encalada. Esto era durante la siega. Pero cuando ésta terminaba y empezaba el rosario de fiestas de los pueblos una detrás de otra, aquellos mozos cambiaban totalmente: limpios, aseados, con camisas blancas bien planchadas disfrutaban de todas aquellas fiestas. En uno de aquellos pueblos, de nombre casi lírico, La Fuente de la Santa Cruz, vivia un tío de mi madre. Estaba casado, tenia muchos hijos, varios de ellos a su vez casados y con hijos, con lo que cuando estaban todos se juntaba un familión. A pesar de ello como era rico y generoso y le gustaba que se viera que era generoso y rico, por fiestas abría las puertas de su casa a todo pariente que quisiera ir. Y allí nos presentamos algunos de mis primos y yo. Era increíble! Se dormia en cualquier sitio y por todas partes: en sofás, en colchones por los suelos, tres en una cama; para comer se alargaban las mesas con caballetes y tablones y se usaba como silla todo lo que fuera factible de sentarse encima. Debía ser de miedo lo que les costaban aquellos días y más aún el trabajo de las mujeres de la casa, por mucho que ayudáramos los forasteros. En el baile del primer día un joven muy guapo, al final de la jornada me hizo una lírica declaración de amor con insinuaciones matrimoniales. Era un chico de tan buena familia que cuando las tías se enteraron quedaron muy impresionadas. Parecía que fuera más pretendiente de ellas que mío.. Me pidió permiso que le concedí, faltaba más. para visitarme durante las cercanas fiestas de nuestro pueblo. Pero resultó que durante los dos primeros días de dichas fiestas conocí a un pariente lejano, poco mayor que yo, del que me habían hablado mucho antreriormente, y con el "ligamos" como se dice ahora. Cuando llegó el pretendiente me sentí en una posición muy incómoda . Tuvieron unas palabras ante lo cual yo procedí con la mayor sensatez posible. Pero en el fondo me sentía muy halagada. Creo que es comprensible; tenía 17 años y era aquel el primero en que trataba con chicos de mi edad. En esta situación, como un "levántate y anda", llegó carta de mi padre reclamándonos en Barcelona. Había solucionado todos los asuntos y nos quería con él..Como nosotras no teníamos mucho que preparar en un par de días se arregló la partida y me fui sin despedirme más que de la familia. Con lo cual rompí algunas de las reglas del juego de allí y entonces. De haber seguido un tiempo más ¿ Me habría casado con alguno de aquello mozos? Pues, puede ser, y años de mi vida podrían haber transcurrido dando comidas, a las personas en la casa y en el corral a las gallinas. Pero nunca me lo he planteado. Cuando

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tomé el tren en la pequeña estación, empezando el viaje a Barcelona, cerré aquel capítulo de mi vida.

16.- VOLVER A TOSSA

Conocí a Tossa de Mar durante una estancia de varios días, cuando era muy joven. Me enamoré del lugar profundamente y me prometí a mi misma que volvería. Ayer, veintitrés de Agosto hemos estado todo el día con los hijos mayores que pasan sus vacaciones en la Cala Giverola. Nos bañamos todos. Volví a bañarme en aquellas claras aguas tantas veces añoradas. Entre estos dos puntos hay un arco de cuarenta y siete años. Si llego a ser muy longeva - cosa que dudo sea deseable - y alcanzo a vivir noventa y cuatro años, habrá sido la mitad de mi vida. Pero como no es fácil que viva tanto, habrá sido más de la mitad la que habrá pasado hasta cumplir aquel ardiente deseo, volver a Tossa. Fué, como casi todo lo que nos sucede, una concatenación de acontecimientos lo que me llevó a aquel pueblecito encantador. Mal lo habíamos pasado en Madrid durante la guerra, pero acabada la contienda las cosas se pusieron peor aún. Mi padre, hombre muy entero, en cuanto tuvo oportunidad se vino a Barcelona a rehacer nuestra vida. Contó aquí con el apoyo de un antiguo amigo al cual él - mi padre - había ayudado en un momento difícil, lo que por cierto, nos había originado un grave problema. Tenía este amigo alquilado, junto con un yerno y el socio de éste, un piso en la Ronda de San Pedro situado junto al Hotel Victoria, -que ahora es una de las secciones del El Corte Inglés-. Por este piso pasaron muchas y muy variadas personas, una de ellas, un suizo que por entonces empezaba a verse desbordado por el trabajo de un pequeño negocio que tema, así que le vino como anillo al dedo la llegada de mi padre necesitado de trabajo y que le fué presentado por el amigo común. A los pocos meses de la colaboración un tranvía mató a este Sr. y durante unos días tuvi mi padre la incertidumbre de si le seria posible continuar con dicho negocio. Años más tarde, en uno de nuestros bellos viajes a San Sebastian, uno de los representados nos contó como fué la evidente integridad de mi padre lo que le inclinó a confiar en él. Detrás tomaron la misma decisión el resto de colaboradores y así se estabilizónuestra vida.

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De que azares extraños depende a veces nuestro destino. Junto con el pequeño negocio "heredó" mi padre el despacho del suizo, evidentemente apoyado por el amigo ya que, tanto el yerno como el socio de éste no les hizo el asunto demasiada gracia porque eran todos "de la cascara amarga" y lo que menos necesitaban era un nuevo elemento que pudiera resultar politicamente conflictivo. Con el trato fueron desapareciendo las reservas y llegamos a ser todos buenos amigos, a lo que también contribuyó otro factor: al llegar mi madre y yo a Barcelona para reunimos al fin los tres, cometí una de las grandes estupideces de mi vida al negarme a hacer la carrera, que con tanto afán me pedía mi padre que hiciera.Me he arrepentido muchas veces. Como no era cosa de quedarme ociosa en casa, pasé a hacerle a mi padre de secretaria, cosa ésta que me gustaba y que. a pesar de no tener la preparación adecuada se me dio bastante bien. Claro es que entonces no se exigia tanto. Poco después de mi comienzo, la hija del amigo, una joven de mi edad, muy guapa por cierto, que les hacia de secretaria a él, el yerno y el socio, se colocó en mejores condiciones con lo que se quedaron los tres sin ayuda. Dada la amistad existente ya por entonces entre todos, empezaron a pedirme pequeños favores. Eran todos ellos corredores de joyas; fueron los primeros a los que oimos hablar, allá por los años 42-45 de la especie de consorcio que habian formado los joyeros para apoyarse mutuamente frente a las adquisiciones de la sa de Franco que no pagaba. Cuando, no hace mucho alguien comentó que era un invento actual para desacreditar a dicha sa, yo recordé de cuando venía el "invento" en cuestión. Por las manos de estos amigos pasaron en ocasiones piezas verdaderamente bellas y raras, como dos enormes brillantes del Brasil color caramelo, o un otro, increíblemente limpio y claro en forma de pera, amén de alhajas más corrientes pero siempre valiosas, que ellos trataban con la misma naturalidad que si hubieran sido lentejas. En ocasiones me pedían que llevara alguna de aquellas preciosidades a alguna joyería que las esperaba, o que recogiera o entregara un pago que era siempre una cantidad importante. Mi padre tenía el temor de que cualquier día me iban a pegar un buen garrotazo para robarme, pero ellos opinaban que de una persona tan joven no se esperaba que llevara encima aquellas cantidades. Y la verdad es que yo hacía aquello con gusto y que no sentí nunca ninguna intranquilidad. Como también les atendia recados de teléfono, quisieron asignarme una pequeña cantidad mensual, pero mi padre no lo admitió. Dijo que yo estaba allí para ayudarle a él y que los pequeños servicios que les prestaba no merecían un pago. Y así fué como surgió aquel viaje a Tossa, que el yerno del amigo hacía con su familia cada verano y al que me incorporaron aquel año como una

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atención por mi trabajo gratuito. Ni que decir tiene que para mi fué mejor que si me hubieran pagado. Yo era entonces una persona desambientada, no tenia un duro y mi joventud pedía cosas que no podía alcanzar. En estas condiciones unas vacaciones con el descubrimiento de lo más hermoso de la Costa Brava, en pleno verano y en buena compañía fué un regalo impagable. No llego a saber expresar lo que para mí representó aquella excursión. Viajaba el matrimonio en una moto - cosa algo exótica entonces - y su niño de 5 ó 6 años, la tata y yo, en el autobús de línea que era el único sistema para llegar. Porque este viaje era por la C.B. de los años 45 a 50, cuando aún no había sido invadida por la especulación y no se conocía ni sombra de los grandes bloques de pisos, ni los hoteles mastodónticos, ni las masas compactas de gente ni los ruidos. Solo la costa dentada, aguas claras, playas limpias, árboles que llegaban hasta el borde del mar, el graznar de las gaviotas. Aquel recorrido!... Quien no haya conocido la Tossa de Mar de entonces no puede ni imaginar su encanto. Era un pequeño puero de pescadores de casas blancas y bajas, rodeado de bosque y abierto a un mar intensamente azul. A un lado, la antigua fortaleza amurallada, la Vila Vella, mucho menos restaurada e illuminada que ahora; también mucho menos comercializada. Al otro lado, la playa de la Mar Menua, donde había un no recuerdo si hotel o restorán, con una sencilla pista de cemento donde, las noches que estuvimos íbamos a bailar. Nada de hoteles ni grande ni pequeños, había dos fondas en una de las cuales nos alojamos, pequeña y sencilla pero muy limpia donde se nos daba un trato familiar. .Había en el pueblo algunas personas curiosas, como "el Xicu", un pescador ya maduro increíblemente ingenuo para su edad que, desde años, les llevaba en su barca a recorrer las calas adyacentes a las que no había otra manera de llegar porque casi ninguna de las carreteras actuales existia. Es posible que en alguna de estas excursiones haya yo llegado hasta la Cala Giverola que sería, como todas entonces, solamente agua clara, arena limpia y árboles hasta la orilla, sin sombra de las actuales instalaciones. Otro tipo curioso del lugar era una pobre mujer a la que llamaban "la pela amb deu" porque al parecer era esa la cifra que cobraba por sus servicios, cantidad que debía ser escueta porque aún no se había establecido el IVA. A mi, ese "deu" añadido a la "pela" me intrigaba algo. Indudablemente aquellas pesetas cundían más que las de ahora, con todo, no creo que llegara a hacerse rica la pobre mujer. A los pocos días de estar allí se nos añadieron dos jóvenes amigos de mis anfitriones, que para la chica también joven que yo era entonces resultaron un buen complemento. Nos bañábamos, hacíamos

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excursiones, paseábamos, y por la noche a bailar. Fueron unos días amgnífícos, impagables. Y fué duro volver a ia rutina.

Hacia el final del año pasado, los hijos jóvenes se aposentaron definitivamente en su linda casa nueva, porque, como cada año por esa época. Can P. estaba ya sin agua y ¿que se puede hacer en una casa sin agua?. Así que desmontaron su dormitorio y se fueron. En la habitación vacía (3a vez) instalaron el cuarto de C. y C. que ahora les queda mucho mejor. Entre esto, y que la niña en Agosto tendría tres meses, habíamos creído que pasarían las vacaciones con nosotros, pero prefíerieron la playa y el buceo que tanto les gusta, así que alquilaron un bungalow en Cala Giverola. Algo defraudada me sentí, pero pude entenderlo perfectamente porque a mi también me habría gustado muchísimo pasar unas vacaciones a la orilla del mar alguna vez. En cuanto a que la niña fuera demasiado tierna para el clima de playa, como dijo T. com mucho sentido común, también nacen niños en la costa y se cnan. Como la pediatra, además, no solo lo encontró bien sino que aconsejó que la bañaran en el mar, allá se fueron y allí han pasado el mes, salvo el día del cumpleaños de E, que fueron a Sn. J. para celebrarlo todos juntos y que resultó muy bonito para todos. La niña iba por primera vez a San J. y a casa de sus tios. Días más tarde fuimos nosotros a pasar la jornada con ellos y resultó, al menos para mí, un dá profundamente feliz. Me encantó el lugar: el apartamento es pequeño pero está muy bien diseñado y tiene todo lo necesario, está en lo alto de la carena, rodeado de árboles y desde la terraza se tiene una amplia vista sobre el mar. Un ascensor les deja en las zonas de las piscinas, que están rodeadas de un espeso césped y en el que cada bungalow tiene asignadas una sombrilla y un par de tumbonas. Al lado mismo, dos restoranes cada uno más caro que el otro. Desde esa zona se pasa directamente a la playa de la cala. Nos bañamos todos, incluso a la niña la mojó su padre en la piscina y tenía después una carita sonrosada, satisfecha y feliz;. Los hijos bucearon mientras nosotros cuidábamos a la niña, aunque más cabría decir que dusfrutábarnos de ella, porque está que roba el corazón con sus hojitos y sus gorgeos. Para rematar la jornada, los hijos tenían reservado sitio en un restorán sobre la misma playa de Tossa, desde alguna de cuyas mesas se domina la Vila Vella, ahora restaurada, üuminada y hermosa. Antes, C. había propuesto, con mucho acierto, un paseo hasta la Mar Menua. No pude asociarla al recuerdo que guardo de aquel lugar, pero fué, al menos, lo

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que más se acercaba. Acabamos el feliz día tomando el café en un bar también sobre la playa disfrutando dei ambiente de verano. Antes de cenar, mientras esperábamos los entrantes (bonísimos, como toda la cena, a base de pescados frescos) salí y, durante unos minutos, apoyada en el pretil sobre la playa, contemplando las luces reflejadas en el agua, oliendo el aroma y oyendo el rumor del mar.rememoré todo esto que he escrito.

17.- MI MARIDO, UN INMORAL

Esto que voy a relatar ahora no aconteció durante el reinado de Isabel II sino a principio de los años 70. Decía mi padre de mi marido, cuando éramos jóvenes, que parecía un Sigfrido. No se refería solo a su aspecto de hombre del norte, alto rubio y de ojos claros, sino más bien a un algo limpio que le trascendía. Con el paso de los años el aspecto físico, sin dejar de ser el de un nórdico, se ha modificado y, según opinión de una de mis primas, ahora, más que un Sigfrido es el padre Wotan. Pero sin haber perdido el algo limpio y claro. Hemos educados a los hijos en una forma liberal y, sea por eso o por su propia personalidad, la cuestión es que desde muy jóvenes fueron responsables y sensatos. Como mi madre conservó una mente lúcida hasta el último día de su vida, con estos dos factores juntos, sensatez de los hijos y lucidez de la abuela, tuvimos la oportunidad de hacer la pareja alguna escapadita de un par o tres de días, dejando a los hijos al cuidado de la abuela y la abuela al cuidado de los hijos. Una de estas escapadas fué a Sitges. Sitges, que ocupa un lugar en mi corazón desde hace tantos años y donde hemos pasado horas muy felices, la familia con amigos íntimos muy queridos.. Aquellos pocos días a que me refiero fueron también felices y placenteros, salvo un episodio algo surrealista. Bajábamos una mañana a la playa, relajados y contentos. Supongo que yo iba vestida con un playero o algo así pero no lo recuerdo. Lo que si recordamos muy bien es que G. llevaba un decoroso bañador tipo meyba, casi pantalón corto, con una camisa amplia por encima, y calzaba sandalias. Al cruzar la carretera junto a la playa, nos llamó un guardia con grandes ademanes. Estábamos tan ajeno a que la cosa pudiera ir con nosotros que seguimos andando. La autoridad redobló sus gestos y nos gritó

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que nos acercáramos, lo cual hicimos. Así me enteré de que mi marido era un inmoral porque "causaba escándalo paseando por el pueblo medio desnudo". Nos quedamos pasmados. A esa primera andanada añadió que retenía nuestra documentación, -como así hizo- que podríamos recuperar en el Ayuntamiento, previo vestirse mi marido de una manera decente. Es mi marido un cumplidor escrupoloso de todos sus deberes - los hijos dicen de él que es la única persona que conocen que paga religiosamente hasta las multas- pero tiene también muy claros sus derechos y en esa ocasión quiso defenderlos enérgicamente. Pero yo, que conservo en el subconsciente recuerdos ingratos del autoritarismo franquista, le pedí que hiciéramos lo que nos mandaban por irregular que fuera. Se avino por complacerme, pero estaba verdaderamente enfadado. Volvimos a casa, se puso un pantalón largo y así recuperó su calidad de persona decente. Cuando fuimos al Ayuntamiento a recuperar la documentación nos encontramos con un mogollón de gente en las mismas condiciones. Solo que asi como yo lo había tomado en dramático, ellos se estaban divirtiendo mucho. El que no se divertía nada en absoluto era el jefe de la policia local y se comprende: Sitges es una ciudad eminentemente turística y lo que menos les interesaba era que se anduviera cazando turistas por las calles por palmo más o menos de pantalón. Algún peso debió tener el pasaporte de G. porque esta vez nos trataron de una manera muy distinta, e incluso la misma autoridad que nos detuviera me trató de "señora". Pudimos marchar sin ningún tipo de problema y, para celebrar el Happy End del asunto, nos fuimos a comer a la orillita del mar. Ni que decir tiene que en los días sucesivos todos los veraneantes siguieron yendo a la playa con bañador o pantalón corto bajo la camisa, mi marido incluido. De vuelta a casa, cuando contamos el incidente, los hijos no se lo podían creer. La que si lo creyó si dudarlo fué mi madre. También ella era una persona adulta en la época de la postguerra y había conocido arbitrariedades estúpidas de ese estilo.

18.- EL ANTES Y DESPUÉS DE MI COLEGIO

Acabo de leer un libro de Teresa Pàmies, "Los niños de la guerra", que me ha impresionado. Porque yo fui uno de aquellos niños marcados por la contienda

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y hubiera podido ser uno de los miles que formaron nuestra particular diàspora y algunos de los cuales no volvieron. Describe en su libro la autora los planes educativos que se pusieron en marcha durante la República y continuaron y se extendieron hasta casi el final de la guerra, cuando la desorganización final alcanzó también a los centros de enseñanza. Entre el advenimiento de la República y el principio de la sublevación se pusieron en marcha, entre otros proyectos, los llamados "Grupos Escolares", que eran no solo edificios nuevos, sino unos nuevos conceptos de enseñanza. Yo asistí, en mis primeros años de escolarización, a uno de estos "Grupos Escolares7'. En mis viajes a Madrid he vuelto a verlo varias veces. El tiempo les ha puesto una pátina de vejez y los han ido rodeando edificaciones más modernas, pero fueron en su época modélicos, amplios, llenos de luz y de sol. Algo muy alejado del concepto de colegio en vigor hasta entonces. El sistema de enseñanza no lo recuerdo y me guío por el libro de T.P., pero guardo una memoria bonita de aquella época en aquel G.E.: un día en semana, creo que el sábado, se nos reunía a todas las clases en el amplio vestíbulo para, todos juntos, entonar las canciones populares que aprendíamos en la cíase de musica. Al final, cada clase, entonando una de las canciones iba marchando hacia su aula y la canción se iba perdiendo lentamente.. Por edad, no fué mucho el tiempo de mi asistencia al G.E. y de allí pasé al colegio en el que seguí hasta mi marcha a Barcelona, ya Madrid cercado, bombardeado y hambriento.

Este colegio ocupaba tres chalets al lado del nuestro y de esta cercanía me beneficiaba yo a la hora de levantarme para ir a clase. En las plantas bajas vivían el director (y propietario) con su familia y las clases se ubicaban en las altas. Pero no era la cercanía a casa lo más positivo de aquel centro sino el sistema de enseñanza que aún hoy sería válido. Para empezar, no se castigaba la desaplicación sino que se premiaba la aplicación, el resultado de lo cual era magnífico. Pero era además una enseñanza amena con la que se aprendía casi jugando: para comprender el movimiento de los astros se nos formaba en el jardín a modo de sistema planetario, encarnando las estrellas importantes los que habían obtenido buenas notas. En este jardín teníamos un bancal en el que los aficionados cuidaban plantas y flores de forma que aprendían botánica de una manera espontánea. De forma parecida se actuaba con la zoologia: en un pilón que había en un rincón del jardín, en una ocasión se pusieron unos cuantos renacuajos y se nos explicó el proceso por el cual simultáneamente, iba desapareciendo la cola y desarrollándose las patas. Como este proceso se

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nos antojara demasiado lento, a fin de acelerarlo les cortamos la cola a todos con la consecuencia de que el día siguiente aparecieron flotando panza arriba en el pilón. Fué una verdadera masacre. Aún con su aspecto negativo sacamos una enseñanza, que fué aprender a preveer las consecuencias de nuestras acciones. Era, en general, un sistema ameno y muy positivo: en aquellas lejanísimas fechas, yo ya recitaba de memoria algunos versos de García Lorca. Durante mi estancia en Barcelona, a causa de su provisionalidad, los tíos no consideraron necesario inscribirme en un colegio y creo que fué una lástima -aunque en su momento seguramente me alegrara - porque cada vez veo más positiva la formación. De vuelta a Madrid el panorama, respecto al colegio, había cambiado totalmente: con la desaparición en el frente del director, y la marcha de la familia, los chalets permanecían abandonados y sin perspectivas de reanudación de las clases. Yo ya tenía 12 años y no podía perder más tiempo, así que mis padres me iscribieron en un Instituto, mixto por supuesto, donde seguí el primer curso de bachillerato que, al acabar la guerra, y con las nuevas leyes de enseñanza, no me sirvió para nada.. Y así llegamos al final de la guerra y principio de nuestros agudos problemas. Como este capítulo se refiere concretamente al colegio, sobre ello continuo. Fué como salir de una pradera luminosa y meterme en un túnel sombrío. Se reabrió nuestro entrañable colegio. No tengo ni la más remota idea de los trámites que pudieron llevarse a cabo porque, de hecho, la titularidad de los chalets pertenecía al que había sido director hasta su desaparición en el frente al principio de la guerra, pero el hecho fué que se puso en marcha el colegio y tomó posesión de su cargo un nuevo director. Visto con la frialdad que dan el tiempo y la distancia, le juzgo como a un pobre hombre al que el cargo le venía ancho, pero en aquel tiempo llegué a odiarlo. Se había acabado el estudio ameno; adiós bancal del jardín, representaciones siderales, animalitos que cuidar...se volvió a los castigos. No es que fueran crueles, -más bien estúpidos- pero introdujeron un elemento de temor. Pero lo más negativo, lo que recuerdo con verdadero asco era el diario comienzo de la jornada cantando los himnos. Eran tres seguidos uno detrás de otro y lo cantábamos sin enterarnos de lo que decíamos. Pero aún sin saber de que iba el asunto, era frustrante. Y no por una politización nuestra, sino que era total y absolutamente ridículo y teníamos clara conciencia de ello, pero sin la menor posibilidad de oponernos ¡faltaba más!. Menos mal que, para mi, aquello duró poco. Una de las primeras medidas de los vencedores en materia de educación fué anular todos los estudios realizados durante la guerra. Así,

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los que habían hecho cursos de bachillerato se encontraron con todos ellos anulados. Se pudo optar a la llamada "dispensa escolar" que consistió en poder avanzar el bachillerato en un curso, a todos aquellos que hubieran aprobado el ingreso antes de la guerra. Yo lo alcancé por los pelos, porque como en el 36 cumplía los años reglamentarios a fin de mayo y estaba bien preparada, me presento el colegio a mediados de Junio y tuve el título a primeros de Julio. O sea, que pude acogerme a aquella ley, empecé segundo de bachillerato y pasé, por tanto, a un Instituto y perdí de vista el colegio para siempre. Ni que decir tiene que el Instituto era exclusivamente femenino, lo cual no impedia una masiva afluencia de chicos a la salida de la clase. Se ligaba tanto o más que con la coeducación. Y en aquel Instituto seguí unos cursos de bachillerato, con las secuelas de los problemas económicos de casa y, en general, un rendimiento mediocre por mi parte. Y fué allí donde comenzó la lenta pero continuada modificación de mi autentica personalidad, que se fué disolviendo en la mediocridad general de la época hasta quedar totalmente desfigurada. Tuvieron que pasar muchos años, necesité la compañía de mi liberal marido, el empujón de los hijos de jóvenes, de las amigas afines y, sobre todo, el advenimiento de la democracia para que yo haya vuelto a ser yo: Aunque no se si totalmente.

19.- CON EL AGUA AL CUELLO

Nada hay tan hermoso como ser joven. En todos los sentidos y bajo todos los aspectos. Al haberse alargado tanto las espectativas de vida, una persona puede considerarse joven hasta una edad en que, hace no más de treinta años, ya se entraba en la vejez. Esto ha permitido a mi generación vivir plenamente una serie de épocas muy diferentes entre si. Pero si la juventud es totalmente deseable, la edad madura, e incluso la vejez, tienen también alguna ventaja como el hecho de que al haber tenido una existencia dilatada se han vivido épocas muy diferentes entre sí que nos han ido procurando un gran bagaje de experiencia. Y otra, para mi muy importante, la independencia que procura a la mujer la época actual, independencia que yo no había tenido de joven.

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La historia siempre ha significado cambio, pero los producidos en los últimos tiempos han sido tan grandes, que sólo habiéndolos vivido pueden hacerse comparaciones. La medicina, la higiene, el deporte, la técnica - esta sobre todo - han hecho avances espectaculares proporcionando una más alta calidad de vida a los privilegiados que disfrutamos de ellos. Porque en cambio, las desigualdades entre favorecidos y desfavorecidos, poco o nada ha variado. Pero esto no pretende ser un análisis social sino un repaso a mis recuerdos, en este momento sobre el deporte. En las últimas olimpiadas los atletas españoles se han llevado a casa un montón de medallas. Esto se puede decir que comenzó con los J.O. de Barcelona. Antes, sobresalieron, de manera aislada y a título completamente personal, algunos deportistas de élite como en hípica, tiro al plato y, algo más adelante (años 60 o por ahí) un par o tres de tenistas de categoría. Pero el deporte a nivel general en España es muy joven. Ahora, todos o casi todos los chicos y chicas practican alguno, muchos con éxito notable, porque empiezan en edades muy tempranas. Los niños aprenden a nadar casi al mismo tiempo que a andar. Mis hijos, que crecieron en ya buenas condiciones, empezaron a hacer cursillos de natación muy pronto y son buenos nadadores a nivel de aficionados. Yo aprendí a los cincuenta años, a mi aire y por pura afición al agua. Al año de empezar a veranear en San J. se inauguró la piscina, que rué construida a iniciativa de M., familia con la que ha llegado a haber una buena amistad. El ritmo de nuestro veraneo ha ido cambiando de acuerdo con las necesidades de cada momento. Al principio yo pasaba tres días en semana con C. en Barcelona, atendiendo la casa y el despacho, y otros tres en San J. con yaya y los hijos. El fin de semana estábamos todos. Los días en que por estar G. en Barcelona no disponíamos de coche (ahora, lo normal es que cada parte de la pareja tenga el suyo) íbamos y volvíamos andando a la piscina, lo cual representa un buen paseo. Allí nos encontrábamos todas las amistades y la mañana pasaba en un soplo. Pero, lo más importante, allí caí en la cuenta de que no sabía nadar, y eso a pesar de cuanto me ha gustado siempre el agua. Mucho más el mar, pero en su defecto la piscina. Yo he ido bastante al mar. En mis años infantiles, con mis padres, en aquellas inefable vacaciones en Alicante. Hace tantos años de eso, que en el primer veraneo todavía no había casetas en la playa. Había unas instalaciones que parecían una ciudad lacustre, las casetas de una madera basta construidas directamente sobre el agua a la que se accedia por una escalera de peldaños que partía de una amplia abertura practicada en el suelo. Dado que allí no

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llegaba nunca la luz del sol, el agua estaba siempre muy fría y la zambullida resultaba casi un acto heroico. Mi madre, que fué siempre avanzada en su época, llevaba un bañador de tirantes muy amplios con una faldita hasta medio muslo, -algo más larga de las que se llevan ahora por la calle. Este tipo de bañador provocaba el escándalo de una compañera de hotel, que se ponía una especie de túnica larga y ancha que al llegar al agua desde las escaleras, y hasta que la tela se empapaba, quedaba flotando a su alrededor con lo cual resultaba un auténtico espectáculo. Así sucede muchas veces con las moralidades demasiado estrechas. En el segundo veraneo en Alicante ya encontramos una nuevas instalaciones de alegres casetas de lona a raya anchas azules y blancas, montadas directamente en la playa. En aquel año y los siguientes mi padre contrató a un bañero para que nos enseñara a nadar a los tres, pero, o el maestro era muy ineficaz o los alumnos muy torpes: no aprendimos ninguno. La guerra y el fin de Alicante. Y ya pasamos al traslado a Barcelona. Y aquí entran mi indecisión, mi abulia y, sobre todo, mi sometimiento al ambiente imperante. No me atrevía, absolutamente, a ir sola a la playa y amistades con quien ir tardé mucho en tener. En realidad, hasta conocer y frecuentar la asociación Altamira no tuve un grupo estable de amistades y puede decirse incluso que fué AJtamira la puerta por donde entré a una vida más en consonancia con mi edad y mis aficiones. Debo mucho a aquella asociación (entre otras cosas el marido) y algo escribiré sobre ella. Pero ahora me he ido por las ramas. La cuestión es que, por unas cosas y por otras a los cuarenta y ocho años, primer veraneo en San J. yo no sabía nadar y me encontré con una hermosa piscina. ¿Que se hace en una piscina sin saber nadar? Así que me propuse aprender y aprendí como pude y ello me ha proporcionado unos ratos magníficos, sobre todo cuando, por alguna razón hay poca gente, y tengo la piscina casi para mi sola. Porque está muy bien situada y da gusto estar viendo desde el agua los montes y los jardines que la rodean. Cada año pienso que es el último que podré bañarme es esa agua tan fría y cada año siguiente puedo volver a hacerlo. El próximo verano, ya con setenta y uno ¿podré volver a bañarme en la piscina? No lo creo, pero los magníficos ratos pasados ya no hay quien me los quite. Y me queda, además, la satisfacción de haber tenido la decisión de aprender algo nuevo en una edad en que ya no cabía esperarlo.

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20.- HAMBRE, VERSÜS MIEDO

Estoy totalmente convencida de que, detrás de algunas heroicidades, hay motivos que están muy lejos de la valentía. Y esto lo sé (no solo por lecturas y estudios sino) por propia experiencia. En los últimos meses de la contienda española, la Cruz Roja Internacional había montado unos comedores para ayudar a los niños madrileños (no estoy enterada de si también en otras regiones), que para entonces andábamos ya bastante depauperados. Como los recursos no eran muy abundantes, se daba una sola comida al día, por la tarde; se hizo una selección rigurosa y se escogió a los niños más necesitados: huérfanos, niños con los padres en el frente, declaradamente anémicos. Mis primos y yo no cumplíamos, afortunadamente, ninguno de estos requisitos por lo que quedamos fuera de la lista. Los comedores estaban instalados en una barriada que queda como a un quilómetro o así de la Colonia y, dada la precariedad de las comunicaciones, no había más sistema que ir andando. No sé si el aporte de energía de esta comida extra no se quedaría por el camino. Actualmente la Colonia limita con un parque muy bonito que llega hasta una calle ancha y bien arbolada, de casas modernas y tiendas selectas. Pero esto data de no hace muchos años; anteriormente eran campos sembrados de trigo y avena que ondulaban verdes al viento de primavera. Al quedar cercado Madrid, allí se cavaron unas zanjas para que en caso de necesidad sirvieran de trincheras. No llegaron a hacer falta para ese fin, pero allí quedaron las zanjas abiertas con riesgo de romperse la crisma para los que se aventuraran a pasar por allí en las obscuras noches de la ciudad sin luces. Uno de los episodios enigmáticos y tristes de la guerra civil, ya en sus postrimerías, fué la lucha que se entabló dentro de Madrid entre los partidarios de rendirse porque no veian posibilidad ninguna de seguir luchando, y los que pedían un esfuerzo más de resistencia ya que, según sus criterios, si se declaraba la contienda europea (que estaba cantada) se aliviaría la presión alemana sobre el ejército republicano. Yo siempre lo he visto al revés: la guerra en Europa no habría empezado de ninguna manera antes de acabarse la de España, proporcionaría a Hitler una confortable retaguardia. La cuestión es que chocaron las dos opiniones y que se liaron a tiros, poniendo así la guinda al pastel.

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Hasta la Colonia no llegó la lucha, pero por los alrededores se perdía alguna que otra bala, por lo cual algunas madres de niños de los que iban a los comedores de la Cruz Roja prefirieron que se quedaran en casa, circustancia que aprovechamos mis primos y yo. Pedimos las tarjetas a los amigos que dejaron de ir y, sin avisar a los padres, estuvimos yendo unas cuantas tardes a estas cenas. Era fácil justificar la ausencia de un par de horas porque en muchas ocasiones pasábamos un rato igual jugando en otras casas. No sé porque dejamo de ir: se acabó la comida, se enteraron las familias, nos asustamos por algún tiro cercano. No lo sé. Pero cuando recuerdo el riesgo que corríamos por aquellos campos solitarios al alcance del fuego cruzado, pienso que debíamos dar una imagen de gran valor. Y no había tal, no éramos unos niños valientes, éramos unos chiquillos hambrientos.

21.- QUE NOCHE LA DE AQUEL DÍA - Como vivimos aquel veintitantos de Febrero

Ni que decir tiene que se trata del 23 de Febrero de 1981, pero si esta techa está firmemente fijada en la historia contemporánea y sólidamente anclada en el recuerdo de los entonces adultos a los que nos tocó sufrirla, para las jóvenes generaciones será solo una fecha históricas más a recordar, y puede que quede en un abstracto "veintitantos". Me he acordado de aquel acontecimiento porque hace unos días ha muerto Milans del Bosch, el general que proclamó un bando declarando el estado de emergencia en Valencia y sacó los tanques a la calle, en las horas siguientes al asalto al Congreso de los Diputados. Y me he preguntado qué pasaría por la mente de aquel militar, desde un punto de viasta psicológico, para llenar de amenazadores vehículos una ciudad en tiempos de paz. Como también me he preguntado a veces qué hubiera pasado de triunfar el golpe. Mi familia, como tantas y tantas otras, vivió aquella fecha con mucha incertidumbre y una gran preocupación. Mi padre había muerto hacía 12 años y durante aquellas largas horas pensé varias veces que quizá era una suerte que no tuviera que volver a vivir el trauma de un levantamiento militar. Mis suegros, como alemanes, veían todo con más distancia. No es que no se preocuparan, sobre todo por nosotros, pero esperaban el resultado de los acontecimientos con más calma. Mi madre, ya en sus ochenta

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años, era una viejecita desinteresada de muchas cosas desde la muerte de su marido, su compañero de casi toda la vida. Conservaba una mente admirablemente lúcida y estaba al tanto de todo. Físicamente se cansaba mucho y toda su actividad se reducía a ir a comprar el pan y tomarse un café en una granjita cercana donde charlaba un rato con dos o tres señoras de más o menos su edad..Leía el periódico hasta donde se lo permitia su vista cansada y escuchaba mucho la radio, así que es posible que fuera ella la primera de la familia en enterarse del suceso. G., por aquella época ya independizado en el sentido de trabajo, dedicaba las tardes a su padre, por entonces ya de capa caída. No recuerda si fué allí, en casa de sus padres, por el camino, o ya en casa, cuando se enteró. E. estaba en un curso de su primera carrera y por las tardes trabajaba en un despacho de abogados. Á pesar de ser muy importantes la pagaban muy poco, pero tenía para sus gastos pequeños y ello la ayudaba a sentirse independiente. Fué en el despacho aquel donde se enteró de los acontecimiento. Les enviaron a todos a casa inmediatamente y, según cuenta, lo que más sintí fué perder la clase de danza que tanto le gustaba. C. estaba de pleno haciendo la milicia universitaria, Había elegido esta forma de hacer el servicio militar para no perder un curso de carrera, aunque, a fin de cuentas, no sé si no llegó a perderlo. Había cumplido la fase de campamento y hasta el periodo de prácticas en Madrid, aprovechaba aquellos meses para estudiar fuerte. Aquella tarde se encontraba en la Uni. y, cosa extraña, no supo nada hasta llegar a casa donde se lo dijo su padre. Fué el que más me preocupó todo el tiempo. Técnicamente era ya oficial del ejército y según derivaran los acontecimientos podía darse una movilización y dependiendo de los resultados lo mismo podían colgarle una medalla que colgarle a secas. En cuanto a mí, siguiendo mi errática forma de desarrollar mis aficiones, aquel invierno iba dos tardes por semana a clase de francés. La idea había partido de mi buena amiga C. G., que pertenecía a una asociación de secretarias en cuya sede impartían clases de idiomas por un precio muy módico, detalle este que me resultó decisivo. También pesó la idea de vernos con aquel motivo, aunque en el último momento la surgió no sé que impedimento y no llegó a ir. La mayoría de las alumnas, todas ya mayorcitas, era muy carca, y la profe la más carca de todas, incluso añorante de los tiempos pasados. Entre eso, y que no mataba como profesora, tenía decidido no repetir al año siguiente y darlo por terminado al acabar el curso a finales de mayo. No hizo falta esperar tanto. Estábamos el 23 de febrero en clase. Las alumnas contábamos alguna anécdota personal en el francés mas chapucero que darse pueda y la profesora nos corregia y aprovechaba para contar también sus batallitas. Poco antes de la

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siete apareció una empleada de la oficina para decir que debíamos irnos inmediatamente a casa porque en el Congreso pasaba algo, no se sabía a ciencia cierta qué, pero desde luego grave. Como aquella tarde se estaba procediendo a la sesión de investidura de Calvo Sotelo come jefe de gobierno, tras la dimisión de Suarez, eran muchas las personas que escuchaban la radio. Nos ftiimo todas casi sin despedirnos la estación de metro estaba casi vacía -raro a aquella hora - lo que producía una sensación algo acongojante. El jefe de estación, dentro de su garita, escuchaba la radio y, acercándome, pude oir que se había producido una entrada de guardias civiles en el edificio del Congreso y que, a través de la radio se habían escuchado tiros. Así me enteré. Eran poco más de la 7 de la tarde. Una vez reunidos en casa hicimos lo que, supongo, la mayoría de españoles, esperar los acontecimientos. Y así empezó aquella larga, larga noche. Fueron las emisoras de radio, sobre todo la SER desde el lugar mismo de los sucesos, laas primeras en ir dando una información puntual. El País sacó una edición especial hacia las 10 de la noche con un gran "Viva la Constitución" en portada. A lo largo de las horas siguiente hicieron varias ediciones más, conscientes de lo que se jugaban. Nosotros temamos funcionando la tele y dos aparatos de radio, cada uno en una emisora distinta. C. recuerda que Televisión estuvo transmitiendo películas hasta poco antes del anuncio del mensaje del rey, que no se produjo hasta la 1 de la madrugada. En algún momento, yaya, con su sensatez habitual dijo que, bueno, aquello podia ser muy grave pero algo había que cenar, cosa que a mi se me había olvidado por completo. La familia estuvo de acuerdo con ella así que cenamos. Y fueron arrastrándose después lentas, agotadoras las horas. Después de tantos años podría no recordar la secuencia de los acontecimientos, pero tuve la curiosidad de guardar los periódicos de aquella semana y así he podido reconstruirla. Me ha resultado curioso ver que aunque todos ellos daban importancia primordial a la información sobre el golpe, se ocupaban también de muchas otras cosas totalmente ajenas a él. Como nosotros lo vivimos como algo absolutamente primordial, ahora resulta extraño comprobar cómo la vida seguía su curso. Una de mis dudas ha sido qué hechos se siguieron en directo y de cuales nos enteramos después. Me la ha resuelto la lectura de los diarios de aquella semana: parte de las noticias las daba la radio sobre la marcha, peero el resumen completo y las imágenes vinieron en su mayoría ciuando la pesadilla ya había acabado. Esta fué más o menos, la secuencia de aquellas horas:

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Hacia las 6 - Vi de la tarde, mientras se procedía a la sesión de investidura de Calvo Sotelo como jefe de gobierno, una compañía de la Guardia Civil, al mando del coronel Tejero asaltó el Congreso, secuestrando prácticamente al gobierno, parlamentarios, periodistas e invitados al acto. Tejero, arma en mano, subió a la tribuna de oradores. Las cámaras de Televisión recibieron la orden de desconectar, pero hubo uno de los operadores que dejó funcionando la suya, que trasmitió la imagen a Prado del Rey. De allí salió de inmediato a las televisiones de toda Europa, supongo que con el fin de informar de lo que estaba ocurriendo. De la televisión sueca vino una sorprendida pregunta: "Si aquello era el Congreso, ¿que hacía allí un torero con pistola?. Parecía un chiste, pero se sentía vergüenza ajena. A sugerencia del Rey, los subsecretarios y Secrétanos de estado se constituieron en Gobierno provisional, bajo la presidencia de Francisco Laína para evitar el vacio de poder. Al tiempo, en el Hotel Palace se había montado lo que podria llamarse el Estado Mayor leal al Gobierno, con el general Aramburu Topete al frente..Entre este lugar y el Congreso se dieron aquella noche varias idas y venidas. Una media hora más o menos después del asalto, Suarez, presidente en funciones (y muy entero, por cierto), pidió hablar con el responsable. Le hicieron callar con malos modos y, al tratar de apoyarlo Gutiérrez Mellado, se produjo una escena bochornosa: varios de aquellos buenos mozos le zarandearon y le pusieron la zancadilla para hacerlo caer, a lo que el viejo militar opuso resistencia y aguantó a pie firme. En la primera reunión del Congreso recuperada ya la normalidad, recibió una de las más grandes ovaciones que se hayan oido nunca en el recinto. A continuación del ataque a G.M. se produjeron algunas amenazas por parte de los asaltantes y sonó la frase que también ya es historia: "se siente cono". Así de finos. Años más tarde el amigo M., que por ser diputado por entonces estaba allí dentro, nos contó algunos detalles inéditos. Alguno de los diputados llevaba una radio portátil con lo cual pudieron estar informados de lo que pasaba fuera, entre otras cosas de que el golpe no había triunfado como les decían. Pero tampoco fuera era todo vino y rosas. Por los alrededores del edificio algunos energúmenos gritaban "Tejero mátalos". Así de sencillo. Hacía la madrugada, varios jeeps de la policia militar habían llegado a C. y sus ocupantes habían entrado. Supusimos que para desalojar a los asaltantes. Ni pensarlo, se unieron a ellos. A las poco más o menos siete de la tarde, el capitán general de la zona había decretado el estado de sitio en Valencia y sacado los tanque a la calle. Las

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imágenes resultaban desoladoras, aquella risueña, alegre ciudad, vacía de personas totalmente y con aquellos mastodontes ocupando las calles. Me pregunto si alguno de los conductores no se cuestionó en algun momento qué estaba haciendo allí. Al tiempo, las emisoras de radio transmitían un bando con las órdenes a cumplir durante el estado de sitio. A última hora de la tarde, uno de los ocupantes del C. había hablado anunciando la llegada de una autoridad "militar por supuesto" (sic) que explicaría la situación y el posterior desarrollo previsto para la misma. No llegó nunca. En este momento uno de los diputados, Sagaseta, sufrió un colapso y fué atendido por Donato Fuejo que, además de diputado, era médico. Alguno de los asaltantes presentó un cariz humano y explicó cumplir órdenes. Y es más que probable que alguno de ellos no viera todo aquello con ánimo muy feliz. Nosotros seguíamos pegados al televisor porque desde media noche más o menos estaban dando el aviso de una alocución del Rey. Yo pregunté a c: si opinaba que seria leído el mensaje o saldria el Rey en pantalla. Me respondió muy seguro: en pantalla y con uniforme de capitán general. Era la una de la madrugada cuando, con uniforme de capitán general, salió el Rey en pantalla, para, enérgico pero sereno desautorizar el golpe y puntualizar sus instrucciones para la vuelta a la normalidad. La situación quedaba nítidamente clara. En ese momento C. se fumó su primer y, afortunadamente último pitillo. Y ya tranquilos, la familia empezó a desfilar y se fueron todos a dormir. Pero para mí fué como si las sábanas hubieran tenido un deslizante: entré i salí de inmediato. A pesar de las garantías reales yo ya no podía dormir. Y así fui conociendo el desarrollo de los acontecimientos.. A las 9 de la mañana se anunció la salida de las diputadas (Ana Balletbó había salido horas antes a causa de su avanzado embarazo) y empezamos a verlas salir ya en directo. Hacia mediodía salían los diputados y enseguida el Gobierno en pleno y otras personalidades atrapadas allí dentro. El recibimiento que se les hizo fué multitudinario y cordial, tan distante del sombrío "Tejero mátalos" como distinto era el ambiente, lleno de luz y sol éste como lleno de sombras aquel. El último en salir, Tejero, después de la firma del llamado documento del capó, porque, fuera el contenido del mismo el que fuese, se firmó sobre el capó de un coche. Salió en un vehículo negro de la G.C. matrícula P c c 0188. La familia se fué levantando a medida que se iban teniendo noticias sobre la buena marcha de los acontecimientos, y nos reunimos en un desayuno en el que pudimos celebrar muy contentos la vuelta a la normalidad..La normalidad,

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solo ésto,es algo hermoso. Sobre todo contemplado a la sombra, aún, de aquellas tensas horas. Al día siguiente se produjo en Madrid la manifestación más impresionante que se haya visto en muchísimo tiempo, en contra del golpe y a favor de la Constitución. Estaban allí todos, Gobierno, oposición, diputados, senadores,sindicalistas, una enorme, apabullante masa de gente y, lo más sintomático, en primera fila los banqueros. El gran capital no estaba por aventuras golpistas. Fué ésto lo que más contribuyó a ponerme tierra debajo de los pies. Para mi familia y mi pais, deseo que algo así no pueda volver a darse. ¡Se vive tan bien en paz!.

22.- CUANDO VINIERON A BUSCARLOS

Primero se llevaron a los comunistas Como yo no era comunista no me preocupé. Después se llevaron a los dindicalistas como yo no era sindicalista no me preocupé. Luego se llevaron a los judíos como yo no era judio no me preocupé. Cuando vinieron a por mí ya era tarde.

Siempre he tenido a Bertold Brecht por autor de estos versos, pero hace no mucho leí en un periódico una carta al director en la que aclaraba que dichos versos corrían ya por el mundo antes de Brecht. De todas formas, como la opinión más general se los atribuye a este autor, yo me quedo con la primera idea, o sea que son, como mínimo, atribuibles a Bertold Brecht. En la primavera del 39 también en España se llevaron a muchos, a muchos, hacia un destino incierto. Comunistas por supuesto, sindicalistas, restos del ejército republicano que no habían cogido el camino del exilio, acusados de auxilio a la rebelión, aunque ésto sonaba chocante porque ¿quien inició la rebelión?, desafectos al régimen y en este saco podía entrar de todo. Lo que no se persiguió, hay que reconocerlo, fué judíos. Algunos no volvieron. Se me grabó entonces, en la mente y en el alma la visita a casa de mis tíos de una amiga íntima de mi prima, preciosa por cierto, que con un llanto tranquilo y un hilo de voz nos dijo "me han matado a mi padre".

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Era un buen padre, un buen marido y un buen vecino. Su prefesión había sido, de siempre, guardia municipal. Quizá fuera por eso. Otros tardaron siglos en volver. Esto de siglos es una metáfora, claro, pero sí tardaron años y años con lo cual su vida había quedado irremediablemente desquiciada. Hubo también quien volvió pronto e incluso muy pronto, pero en un noventaitantos por ciento muy alto estaban arrumados y con expectativas sombrías para un futuro próximo. También aquí hubo diferencias y algunos se espabilaron pronto. Un amigo de mi padre había sido profesor en un colegio de mediana categoría. Al quedarse sin su empleo se hizo electricista. No sabía absolutamente nada de electricidad, pero, como dijo aquel torero, " más comas da el hambre". Fué aprendiendo sobre la marcha y pronto ganó mucho más dinero que cuando era intelectual. Pero no a todos se les dio tan bien. Una frase de Churcill (no ha sido Churcill santo de mi especial devoción) se hizo muy célebre en su tiempo: "vivir en democracia quiere decir que si alguien llama a tu puerta a las cinco de la madrugada, lo más probable es que sea el lechero". No fué el lechero el que llamó a nuestra puerta en aquella madrugada de Abril. Sino cinco policias armados que registraron todo y pusieron toda la casa patas arriba. No encontraron nada delictivo, naturalmente, pero hubo algún detalle kafkiano: tenía mi padre una colección de libros de Ossendowski, un autor polaco, ferviente católico por más señas. Uno de los policias dijo que, puesto que Polonia había sido incorporada a Rusia había dejado de existir y, por tanto, tampoco existían autores polacos por lo que los libros quedaban intervenidos. La lógica era aplastante. Revisaron hasta mis libros de texto y mis cuadernos de trabajo y, al toparse con algo poco claro uno de ellos indagó a gritos qué era aquello. Yo, con una osadía rayana en la insensatez, le contesté "es latín Vd. no lo intiende". Uno de los policias era un buen hombre, hablaba con calma y sintió compasión por mí en aquellas circunstancias. Le dijo a mi padre que podía ponerse en su lugar porque él mismo tenía una hija de mi edad. Al preguntarle mi padre porque entonces todo aquello, contestó con la sombría frase que se ha repetido a lo largo y ancho del mundo y que tantas arbritrariedades ha encubierto: "cumplimos órdenes". Me lo encontré un día por los alrededores de Jefatura de Policía y me informó de que mi padre, en atención a sus características y falta de motivos de detención estaba siendo bien tratado y no estaba en malas condiciones. Yo le contesté que mejor estaría en su casa a lo que me dio la razón. A pesar del nefasto cuadro general, recuerdo con simpatía a aquel hombre.

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Se fueron ios cinco llevándose a mis padres. Mi padre cargado con el fardo de libros intervenidos y los dos con lopuesto. Los vi desaparecer al volver la esquina. Yo me quedé sentada en las escaleras del jardín esperando a que se hiciera de día para llamar a la puerta de la casa de mis tios. Aún no había cumplido catorce años. Toda aquella etapa la pasé alternándome en las casas de las dos tias más afínes y más queridas. Una de las casas, refinada, elegante, confortable. La otra de un desbarajuste glorioso pero de una calidez humana fuera de lo corriente. Fué en esta época cuando mi prima R. me introdujo en el ambiente musical y empezó a poner en práctica su idea de hacer de mi una mujer de mundo. En cuanto al recuerdo de la etapa en sí, se ha ido desvaneciendo a excepción de dos crudas escenas imborrable. Yo iba a ver a mis padres siempre que las reglas lo permitian y, sin excepción, me acompañaba alguno de mis familiares, con mucha frecuencia mi prima A. Quiso mi madrina ir a ver a mi padre, y aunque sospechábamos lo que iba a suceder la llevamos. Era la madrina una persona de clase elevada, antes de casarse con tío A., había estado casada con un marqués de nosecuantos bastante tronado, y conservaba mucho sentido de la alcurnia. Tenía mucho cariño a mi padre y cuando le vio, tan fino y gentil detrás de una reja estalló en grandes sollozos. Así que tuvo que ser mi padre el que la consolara a ella gastándole bromas, con lo cual arreciaron los sollozos. Se perdió una entrevista en solo llorar. La prisión de mujeres de las Ventas, en Madrid, había sido construida por Margarita Nelken en su época de ministra de justicia y era modélica. Pero en la etapa de la postguerra estaba supersaturada se hacinaban allí muchas más mujeres de las que cabían razonablemente,y la sarna y los piojos se paseaban por allí como Pedro por su casa. En una ocasión en que fuimos a visitar a mi madre apareció en el locutorio con un vaporoso vestido que le habíamos llevado. Estaba guapa y elegante como siempre. Pero así como siempre se mostraba muy entera, aquella vez se echó a llorar y nos pidió acongojada "sacadme de aquí", sacadme de aquí por favor". Me cuesta recordar, mejor, no lo recuerdo, cual fué mi trauma ante el sufrimiento de mi madre i mi impotencia para ayudarla. Mis padres volvieron pronto porque un abogado removió papeles (por cierto, un tio del Miguel Boyer de ahora, que había tenido el coraje de defender a vencidos) y se sobreseyó la causa. O sea, donde dije digo quise decir Diego y aquí no ha pasado nada. .En realidad fué fácil porque la denuncia era muy inconsistente y volátil, se puede decir que casi no existió denuncia en toda

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regla. Tiempo más tarde,instalados ya nosotros en Barcelona supimos que una hija del hombre que los había denunciado se había instalado a vivir en nuestra casa, y allí estuvo hasta que mis padres me delegaron para hacer las gestiones de amortización total de las cuentas del chalet y lo recuperamos. Este hombre, el denunciante, murió de cáncer sufriendo mucho. Como era creyente profundo atribuyó sus sufrimientos a un castigo de Dios por el mal que había causado. Esto me lo contó mi prima que es algo novelera, así que no sé que crédito darle. Yo, menos religiosa, no atribuyo a Dios un papel tan sombrío. En la cuestión económica tuvimos un inesperado golpe de suerte: Representaba mi padre en Madrid a una fábrica del norte cuyo propietario era un vascote algo rudo, pero noble y honesto como él solo. Al quedar España partida en dos y ellos cada uno en una zona, quedó mi padre sin cobrar un montón de comisiones. Acabada la guerra y ante la falta de noticias por parte de mi padre, este hombre intuyó algo y se presentó en Madrid a llevarle personalmente su dinero porque, según explicó, si lo mandaba por transferencia "igual P. se queda sin chiquita'". Y, efectivamente, P. se hubiera quedado sin chiquita porque otra de las represalias fué el bloqueo de las cuentas de todos aquellos de la zona republicana que durante la guerra, hubieran movido o no movido, no me acuerdo bien, las cuentas corrientes, y de tales cuentas nunca más se supo. Era un hombre tacaño, a mi primo E. que le acompañó hasta el tranvía (y estaba lejos) llevándole una pesada cartera, le dio un real de propina. El chico, con una dignidad impropia de sus pocos años la rechazó y él se la guardó muy satisfecho. Sí, pero había echo el viaje a Madrid pagándoselo de su bolsillo para que P...etc. Ya estábamos reunidos otra vez y la cuestión era salir adelante. Una de las grandes aficiones de mi padre era la física, para cuyos experimentos compraba instrumentos en una acreditada tienda. Al verse en la necesidad de partir desde cero, se dirigió al propietario de esta tienda, con el que le unía una buena relación, ofreciéndose a fabricarle los mismos aparatos que antes le comprara, empleando para ello el torno que se había echo traer de EE.LTU. para fabricarse alguno de los útiles..Era mi padre habilidoso y muy pulido en su forma de trabajar. Hacía los aparatos primorosos, pero no era un profesional, tardaba en completar cada proyecto y si no cobraba caro no le salían las cuentas. Y yo creo que en ocasiones aquel hombre le pagaba más caro a él para ayudarle a salir adelante. Así, el policía bondadoso, el vasco íntegro, el industrial deferente quedan en el recuerdo de la época sombría como tres puntos de luz. Es por eso que, por

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muchas barbaridades que se cometan, no pierdo la esperanza en 3a parte buena y sana de la humanidad. Mi padre hubiera necesitado un capital para adquirir maquinaria y emplear gente. Pero tampoco era su ideal pasarse la vida haciendo cacharros de física, los últimos años de Madrid habían sido un desastre y Barcelona le gustaba mucho y disponía de familia y amigos aquí. Lo reflexionaron bien con mi madre y tomaron la decisión. De esta forma empezaron los nuevos capítulos de nuestras vidas. Algunos ya han quedado reflejados en estas hojas.

23.- ALTAMIRA EN EL RECUERDO

Muchas veces me han hecho pensar en el enigma de si el hombre nace con su destino prefijado (predestinado) o puede influir sobre él, usando su inteligencia y su libertad. Pero es que en ocasiones, incluso pudiendo elegir, la decisión a tomar es tan clara que no cabe la alternativa. Cuando yo entré en contacto con la Asociación Altamira, tenía ya más de veinte años y hacía bastante - desde la llegada a Barcelona, dos o tres años antes - que mi vida era casi uniformemente gris. Y me encontré con un grupo humano que se interesaba por las mismas cosas que me interesaban a mi y que me acogían con gran cordialidad. ¿Había elección posible?. Mi camino hacía Altamira tuvo algunas curvas. En la temporada anterior a conocerles yo iba a la Escuela Berlitz, entonces sí a aprender francés, ya que sentí la necesidad de cultivarme en algún sentido. Una de las compañeras de una de las clases, asistía a unas fiestas que organizaba en su casa una familia, y a través de esta compañera de clase conocí a parte de dicha familia y empecé a asistir a alguna de las fiestas. No hace falta dar el nombre de la familia en cuestión. Es, o era, ilustre y muy conocida dentro y fuera de Cataluña. La casa era preciosa. Tema un aire decadente y algo vetusto que le daba mucho carácter. Era de techos elevados y habitaciones muy amplias, y grande era también el jardín, que estaba bastante descuidado. Se decía que tenían hipotecadas hasta las escarpias de los cuadros y puede que fuera verdad porque daba toda la impresión de que hubiera caído muy bien una inuección de duros para restaurarlotodo. Vivían en ella los padres con una hija soltera, y no sé si vivían o aparecían con frecuencia un

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hermano, también soltero, y una hermana casada, muy guapa. No así la hija joven, que era bastante desfavorecida. Acerca de esta chica había comentarios sobre su deseo de casarse, cosa por otra parte nada extraña en aquellos años cincuenta en que ese parecía ser el horizonte de todas las mujeres. Organizaban las fiestas para ampliar el número de conocidos, cada invitado pagaba un tanto para ayuda de los gastos y los amigos íntimos contribuían aportando discos. Bailé, en aquella casa y en aquellos jardines y bailando fui feliz, porque me gustaba mucho. Aún hoy, tan vieja, me sigue gustando mucho y estoy segura de que si, alguna vez, pudiera bailar lo pasaría igualmente bien. Pero desde que G. entró en mi vida se acabó esa faceta. A él nunca le ba gustado ni mteresado el baile y cuando nos casamos, en el año 55, era totalmente impensable que una mujer casada continuara con sus aficiones por separado, fueran estas las que fueran. Hoy todo aquello, jardines y casa se ha convertido en una serie de bloque de pisos, la mayoría de los cuales no tendrá el tamaño de una de aquellas habitaciones. Sin duda era antes mucho más bello, pero ahora el mismo territorio aloja a micha más gente, y saber que es mejor llevaría a todo un estudio sociológico. Frecuentaba aquellas fiestas un grupo de chicos y chicas (uno de ellos con bastante predicamento en la casa) que eran socios de la entidad Altamira y fué a través de ellos como tuve las primeras noticias de la asociación. La había fundado un grupo de ex-alumnos del Colegio Alemán, sin duda añorantes del espíritu germano. Se habían constituido en agrupación cultural con unos estatutos y una junta directiva, todo muy legalizado, y habían alquilado, para reunirse, una sala en los sótanos de un café que hace muchos dejó de existir. Todavía alcancé a conocer este primer local. En cuanto crecieron un poco tomaron un pequeño piso en una zona de Gracia, cerca de la Diagonal, donde se dio el mayor auge. Hacían excursiones, organizaban pequeños conciertos, visitaban exposiciones y museos y en navidad montaban, en buenos locales siempre, unas entrañables fiestas que seguían de cerca las pautas alemanas. Má tarde nos trasladamos (G. y yo totalmente integrados) a un hermoso y representativo piso, un principal con terraza junto al Paseo de Gracia, con una instalación de ya más categoría. Que fué de aquel piso nos ha intrigado muchas veces a C. y a mí, porque se le fué de las manos a la asociación no sabemos como. Y es curioso que fué precisamente en ese hermoso piso, ya bien aposentados, donde se originó el declive de la asociación hasta su desaparición total. Una lástima, porque cumplió una función mientras existió. Con C. hemos comentado a veces que fué la salvación de nuestra juventud.

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Fué en una de las visitas culturales cuando les conocí. El día anterior, sábado, en una de las fiestecitas de la casa pairal uno de los asistentes, socio asimismo de Altamira me habló de la visita que realizarían el domingo por la mañana a una exposición, y me invitó a ir con ellos. No lo dudé un momento. Veo perfectamente, la chaqueta de cuadritos blancos y azules con falda azul, que llevaba puesta, el hermoso día primaveral, la guapeza del chico que me acompañaba y, sobre todo, la cordialidad con que fui acogida por el grupo. Allí estaba C.G., con la que tantas vivencias hemos compartido y con la que sigue una relación cordial aunque nuestros caminos se hayan separado y nos veamos poco. El recuerdo se rae para rotundamente a la puerta del Palacio de la Virreina: no sé lo que vimos. Lo cual puede ser un síntoma de superficialidad si de lo demás me acuerdo tan perfectamente. Debía correr el año cuarenta i nueve o cincuenta y duraban aún las controversias sobre la recién guerra mundial. Yo era entonces una chica profunda y sinceramente aliadófila y contraria total al eje. Y, sin embargo, aquellas personas y su ambiente me captaron rápida y totalmente. Supongo que pensé que no todos los alemanes era el estado alemán. O quizá, más sencillo, me gustaron las posibilidades que ofrecían. Fuera como fuere, aquel día influyó en gran parte en mi destino porque decidí, sin titubeo, hacerme socia, y allí transcurrieron años de mi vida, más lleno y felices, si duda alguna, que los precedentes. Allí conocí al que es mi marido, un marido que por sus características se podría denominar "de los de antes de la guerra". Con él hemos seguido una senda, hemos tenido unos hijos y ahora enfrentamos la vejez. De no haberme inscrito en Altamira no le hubiera conocido y mis pasos hubieran ido por otros caminos, pero alegí aquel y nunca he tenido que arrepentirme. Alguna vez me centraré en detalles de aquella etapa, como por ejemplo del concurso de fotografías que organicé, muy bien por cierto.

24.-1951 CINCO DÍAS DE MARZO. Los tranvías vacíos

Los recuerdos claramente. Casi habría que empezar por definir lo que es un tranvía, porque hace tantos años que desaparecieron de nuestras ciudades que apenas se recuerdan.

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Eso aquí, porque en muchos lugares de Europa se conservan, son cómodos y bonitos y prestan un buen servicio. En España hacia los años...una ciudad después de otra los fué suprimiendo por considerar que los autobuses, más autónomos, se adaptaban mejor al tráfico que empezaba a ser intenso. Parece que hay una corriente de opinión que cree que los tranvías tienen sus ventajas, entre ellas ser mucho menos contaminantes, e incluso que debería considerarse reinstaurarlos. Como todo, cada opción tiene inconvenientes y ventajas. Recuerdo bien los tranvías de Barcelona de entre los años 40 y 50, antes de que llegaran nuevos modelos, algunos de ellos retirados de servicio en otros países y que eran, aún así, mucho más modernos, limpios y confortables que los nuestros. Pero antes de esa renovación eran cochambrosos y como además circulaban en numero muy limitado, iban siempre atestados. Por aquellos años 45 - 50 se representaba en el Paralelo una revista, algo chabacana, se llamaba "La blanca doble" y tuvo un gran éxito porque, por primera vez, se toleraba una ligera crítica siempre que no fuera contra el régimen. Una estrofa de una de las canciones decía: "en un cubo de basura me subí yo el otro día. Por lo sucio y lo cansino me creí qu era un tanvia"..Si, sucios, cansinos y llenos hasta los topes. Pero hubo cinco días de Marzo, en 1951, en que circularon totalmente vacíos. Es curioso como puede cambiar el aspecto de una cuestión según el color del cristal con que se mire. Comentando con C.G. la huelga de tranvías del 51,exclamo "Ah, si!, cuando no nos atrevíamos a subir porque los volcaban". Trato de ser imparcial pero, con toda honestidad, aunque no niego que pudo haberlos habido, no guardo resonancia alguna de ni un tranvía volcado. Lo que si hubo fué rotura de cristales varias veces. De eso si estoy segura. Cómo pudo cuajar tan unánimemente una huelga bajo un régimen dictatorial es algo sorprendente. En un libro que he consultado, se apunta a un apoyo desde algun sector de poder por rivalidades políticas. Pero lo que quedó nítidamente claro es que partió de una protesta ciudadana apoyada totalmente por los estudiantes, que fueron los que se llevaron los palos. El detonante filé el anuncio, el 19 de Diciembre de 195o, de una subida de precio de los billetes de tranvía. Costaba entonces el billete ordinario 0.50 cts. y el de 4 viajes una peseta, que el aumento elevaba a 0,7o cts y 1.40 respectivamente. Visto ahora parecen unas cantidades totalmente ridiculas, pero hay que tener en cuenta que un peón de albañil ganaba entonces 97 pts a la semana, y un operario de primera ganaba, en Macosa, 250 pts a la semana. Incluso a mí, que

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viví la época, me parecen exageradamente modestas esas cantidades, pero figuran en documentos que he consultado. Por otra parte, aún estaban en vigor las cartillas de racionamiento (en la Europa machacada por la guerra habían desaparecido hacía el 48) y como con ellas no se cubrían las necesidades había que recurrir al mercado negro y los precios variaban mucho. Por ejemplo: el precio de una docena de huevos, con la cartilla era de 17 pts y de estraperlo podía llegar a 29. Un litro de aceite 11.50 y 30 respectivamente, un kilo de patatas 2 y 4 pts ect. Este mercado negro dio lugar a algunos saneados capitalitos y, si setrataba de mercancías más valiosas, a grandes fortunas. Algunas bastante sonadas en la época. Haciendo un simple cálculo de proporciones queda claro que lo que se ganaba no daba para grandes banquetes. Se comprende así que el anuncio del aumento de precio en un medio de transporte levantara ampollas. Añadido al agravio comparativo que suponía el que en Madrid, el aumento quedaba por debajo del de Barcelona. Así, hacia el 8 - 10 de Febrero empezaron a circular, sin que nadie supiera de donde habian salido, unas octavillas que decían "Barcelonés, si eres un buen ciudadano, a partir del Io de Marzo y hasta que no se igualen las tantas con las de la capital, trsládate a pié. Haz 4 copias de esta hoja y envíala a 4 amigos." Si se seguia o no esta oetición no se sabe, pero según pasaban los días iban proliferando, tanto a máquina como en ciclostil., y empezaron a aparecer por todas partes: en las fachadas pegadas de cualquier manera, en buzones, en centros de trabajo, incluso en algunos oficiales. En los mismos tranvías aparecieron a los pocos dias del inicio. La secuencia de los acontecimientos, muy resumida, podría ser la siguiente: entre el 8-10 de febrero aparecen las primeras octavillas, que en los días siguientes empiezan a invadirlo todo y hacia el día 14 se ven los primeros paquines públicos. El día 22 se dan las primeras manifestaciones estudiantiles con cargas de las fuerzas del orden. Y se emplearon bien. En los siguientes 23 y 24, algunos grupos empiezan a romper los cristales de los tranvías a pedradas. Creo recordar que el primer vehículo atacado de ese modo fué en la calle Pelayo. El domingo 25 se empieza a notar una ligera disminución del número de usuarios y el Gobernador Civil, Baeza Alegría anuncia represalias. El lunes 26 la policia entra en las aulas y se producen detenciones de estudiantes que pasan a disposición de la autoridad militar. El miércoles 28 aparecen los tranvías escoltados por parejas de grises y se va notando claramente la disminución de usuarios. Paralelamente, se usaba más el metro. En los últimos dias de Febrero incluso voces anónimas recordaban por teléfono

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que a partir del día 1 nadie debia viajar en tranvía. Se esperaba el Io de Marzo con verdadera expectación, porque sería la primera vez que se daba una especie de plebiscito al régimen. Y llegó el día 1. Desde el alba aparecieron grupos de personas que se disponían a emprender largos recorridos, coincidiendo con tranvías que circulaban en el más absoluto vacío. Y así cinco días en una unidad sin fisuras, en un ambiente sereno e festivo. Como una fiesta lo viví yo. De casa al despacho, unos tres cuartos de hora que había que multiplicar por cuatro porque en comer fuera de casa ni se pensaba. Pero sentía la euforia propia de una persona joven que de pronto tiene la posibilidad de protestar sin correr un riesgo. También la calle era una fiesta. Acertó a hacer un tiempo hermoso, una de esas primaveras anticipadas que llenan el ambiente de gloria, y la gente iba y venia en grupos comentando el acontecimiento. Para entonces yo ya era sòcia de Altamira, y recuerdo como alguno de los amigos alemanes se mostraba sorprendido de que, sin organización posible, aquello estuviera saliendo tan bien. Yo daba mis explicaciones, ya norecuerdo cuales, pero de las cuales supongo que estaba totalmente convencida, porque era, a mis 25 años, la primera vez que expresaba una protesta contra aquel opresivo ambiente oficial. Hasta el día 3, la prensa no se había enterado de absolutamente nada. Fué ese día cuando, por primera vez, se recogió de una forma elusiva, algo de lo que estaba sucediendo, y alguno de aquellos inefables diarios dijo como comentario "el comunismo ha asomado la oreja". Lo decía en serio, claro. Este mismo día el gobernador hizo unas declaraciones de carácter francamente intimidatorio. Siguió la huelga, siguieron vacíos los tranvias. En los centros oficiales se exigió a los empleados la presentación del billete del día. Muy bien, subían al tranvía, adquirían el billete y bajaban en la próxima parada. ¿Quien pone puertas al campo? El día 4 se reunió el gobernador con todas las autoridades, pero la situación ya se había escapado de las manos. El día 6 se anunció que se anulaba la proyectada subida y se mantenían los precios del billete. Así acbó aquella primera (y única) huelga general claramente ganada por los huelguistas, que fuimos el novantaitantos por ciento de la población. Hubo un cambio de autoridades. Se nombró nuevo Alcalde a Antonio Simarro y, destituido Baeza Alegría, nos mandaron para Barcelona al General Felipe Acedo Colunga, aquel que, como fiscal, había condenado a muerte a Julián Besteiro. Venía precedido de una fama de gran dureza.

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Como los españoles no podemos por menos de tomarlo todo a broma, se inventó un paralelismo entre la situación y los títulos de piliciúas que se proyectaban,

Compañía de tranvías Que el cielo la juzgue Usuarios El hombre invisible La prensa Pacto de silencio Miedo Lo que el viento se llevó Estudiantes Ese impulso maravilloso La Universidad Puente de mando

Algunos meses más tarde (¿o había pasado algún año?) subió efectivamente el precio del billetes de tranvía y quiso convocarse una nueva huelga de usuarios, poero esta vez fracasó totalmente. Se siguió utilizando el tranvía y nos tragamos el nuevo precio. ¿Que diferencias hubo para resultados tan distintos?. Yo, desde luego, no lo sé.

25.- TÍO A. EN LA "RESI"

Así era como llamaban, "La Resi", a la Residencia de Estudiantes los brillantes jóvenes que vivieron en ella desde su fundación en 19.. hasta su total desplome al final de la Guerra Civil, alguno de los cuales llegaron a tener una proyección mundial como talentos fuera de serie en diversos campos del arte y de la ciencia. Por mi cumpleaños, E. me regaló un libro sobre la obra, vida y muerte de García Lorca, uno de los más brillantes creadores contemporáneos. Está escrito por lan Gibson, ese irlandés atípico que vino a España a documentarse para una tesis doctoral y se enamoró del país y su gentes tan locamente, que ahora es español y vive en España, en Andalucia, por más señas. Llegaba precisamente a los capítulos del libro sobre la estancia de G.L. en la Residencia de Estudiantes cuando me telefoneó J. una mañana para proponerme dar un vistazo a la exposición sobre "Los putrefactos de Dalí y Lorca" que se clausuraba al día siguiente. Aunque no teníamos tiempo ninguna de las dos, sacamos una hora de donde pudimos y fuimos a verla. ¡Cuanto nos alegramos de haberlo hecho! Porque el rato que la recorrimos, poco más de una hora, fué delicioso. Entre las cosas

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expuestas, había abundancia de documentos y fotografías sobre !a Resistencia y, al estar leyendo precisamente sobre ese tema me resultó más interesante aún. Entre los documentos, una carta de la dirección de la Residencia al padre de G.L. en la que se le comunica que se aceptaba la solicitud de una plaza de residente para su hijo. Se le asignaba una habitación grande al precio de 7 pts. diarias. Con arreglo a los precios de la época, era una cantidad considerable que podría hacer pensar en una institución elitista, pero según el libro que leo, había varias posibihdades de estancia con precios más asequibles. Fué mirando aquellos documentos cuando me acordé de repente de que mi tio A. había sido administrador del centro hasta su muerte. Tio A. era un hombre corriente. No digo vulgar porque no era vulgar en absoluto, pero tampoco sobresaliente en casi nada. Física, moral, espiritual, mentalmente era el tipo de hombre corriente. Pero tenía un don innato para las matemáticas que le hacía, ahí si, superior a lo normal. He oído contar muchas veces a mi madre como se divertían escribiendo una columna de cantidades de cuatro cifras, que le leían al tio deprisa. Después de la última cantidad siempre daba, de memoria por supuesto, la suma correcta. No se equivocaba ni una vez. También daba el día de la semana de nacimiento a partir de la fecha y el mes, pero todo ello rápidamente y sin un fallo. Esta especie de don, en tiempos en que no había ordenadores era muy valiosa y a él le sirvió para ganarse muy bien la vida y tener siempre un alto standing. Había trabajado mucho tiempo en una compañía de seguros. La Union y el Feniz Español - no sé si existe aún -. Y ahora los recuerdos aparecen algo embrollados: no sé si simultaneó ese trabajo con el de Administrador de la Residencia o si pasó de uno a otro. Si tengo claro el recuerdo de que mis padres contaban como le llevaron a su casa un contrato en blanco para que pusiera el las condiciones. Pero no preciso di de la Ca de seguros para retenerle o de la Resi para atraerle. Tampoco tengo nada claro lo que ganaba. Me bailan por la cabeza tres cantidades: 300,~,400,--y 700,—pts. de las cuales ésta última podría ser la suma de las otras dos, pero no me resulta nada claro. Hay que tener en cuenta que de todo aquello hace más de sesenta años y que yo por entonces debía tener alrededor de 10..Por esta razón mis recuerdos son fragmentados, inconexos. Por esta razón no guardo memoria personal de las anécdotas de la Instituciones que contaba el tío, pero sí de que en su casa se hacían comentarios sobre la vida de la Residencia y se hablaba de aquellos jóvenes que tanto llegarían a brillar años después. Pero eso, aunque sin recordar cosas concretas, los nombres de muchos de aquellos jóvenes me han sonado siempre. Y, cuando acabada la guerra fueron silenciados hasta la aniquilación, para mí siguieron existiendo:

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Giner de los Ríos, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Altolaguirre, Alberti, Falla, Buñuel y un largo etc., para mi no han nacido con la democracia, han estado siempre. En el invierno del 36 mis padres me habían llevado con ellos a ver Yerma y el impacto quedó aún cuando se me borraba momentáneamente el nombre del autor. Del autor de que ya por entonces recitaba algunos versos aprendidos en el colegio. Muchos, muchos años después, recuerdo un viaje por Andalucía. Estando en Granada, quise conocer Fuente Vaqueros. El recepcionista del hotel nos dio unas someras explicaciones par ir, y si llegamos fué por el sentido de orientación que tiene G. porque no había en la comarca ni un triste cartel indicador. Cuando de vuelta al hotel se lo comentamos al recepciomsta no dijo: "hace dos años ni siquiera les hubiera dado la orientación" y explicó que el ambiente era muy ligero al respecto. De esta forma, no solo se mató al personaje sino que se quiso también matar su memoria. Intento inútil. Hoy es umversalmente famoso y ensalzado y 6quine se acuerda de los matadores?. Pasaron con más pena que gloria y si en algún lugar figura su nombre es exclusivamente en las numerosas biografías de su víctima. Como dice lan Gibson, su mejor biógrafo, "cantaba el derecho del individuo a su propia vida, abiminaba de tiranías y machismos, estaba al lado de los débiles y los marginados. Por eso lo mataron. Y por eso vivirá siempre:"

26.- LOS PREGONES DE MI NIÑEZ

Son muchas las veces que comparo las formas de abastecerse deahora con las de hace sesenta años. Hace unas semanas celebramos en San J. la acostumbrada reunión de cada año con el grupo del H. Aunque todos colaboran, como corría de nuestra cuenta el aperitivo, los vinos, los postres y el café y éramos unos 20, hubo que hacer una gran compra, en la que me ayudaron muy eficazmente los hijos mayores. Mejor dicho, la hicieron los hijos con muy poca ayuda mía. Y se hizo de la forma en que se compra ahora; aparcaron en el subterráneo de un gran super, con un carro fuimos cogiendo de las estanterías todo lo necessario, o algo más porque allí estaba, se pagó con tarjeta y con el mismo carro se llevó todo hasta el coche y del coche a la nevera y el congelador. Una comodidad total.

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Contando con la posibilidad de que entonces (en mi niñez) hubiera habido grandes supermercados, las condiciones de conservación de alimentos eran muy precarias. Despensas generalmente sin ventilación y las llamadas fresqueras, unos estantes colocados en la parte exterior de la ventana de la cocina, cubiertos con una tela metálica para proteger de los insectos. Pero de fresco, nada. Hasta la aparición de la nevera eléctrica, todo alimento fresco había de ser comprado al día. Antes de las eléctrica ya habían sido un gran avance las de hielo. Nosotros tuvimos una de estas neveras, ya viviendo en Barcelona pero todavía yo soltera. Era un artefacto grande por fuera pero pequeño por dentro o sea que, ocupando mucho espacio tenía muy poca cabidad. Pero al menos pudimos empezar a comprar para un par o tres de días. El hielo nos lo llevaban a casa, de una bodega, la misma que nos suministraba el vino y el aceiite. Meter aquí la anécdota de cuando mi primo C. se cayó a un pozo parece fuera de lugar, pero encaja perfectamente. En realidad no era un pozo. Todos los vecinos de la colonia se habían puesto de acuerdo para arbolar las calles, cuidándose cada uno de la compra de dos arboles y de hacer o mandar hacer los hoyos correspondiente. Se plantaron acacias que con el tiempo llegaron a ser árboles espléndidos, llenos en primavera de unas flores blancas arracimadas y fragantes. Durante la guerra muchos de estos árboles fueron talados para servir de combustible, y había acabado la guerra hacía muchos años y yo seguía soñando que me habían cortado los míos. No fué así y ahora uno de ellos es un hermoso ejemplar. El otro se secó - por sus propios medios -y ha sido substituido por no sé qué. Los hoyos que se hicieron para plantar las acacias eran de un metro cúbico y, antes de colocar los arboles había llovido torrencialmente y habían quedados llenos a rebosar: La consecuencia lógica fué que los chiquillos jugáramos alli. C. y yo mandábamos un barquito de una orilla a la otra, en un momento dado el niño se inclinó demasiado y cayó literalmente de cabeza. No pasó nada porque allí estaba nuestra prima J. la hija mayor de la mayor de las hermanas de mi madre, que por este motivo nos llevaba bastantes años a los primos pequeños. Era una chica muy linda, esbelta, con cabello rizado cosa insólita en nuestra familia, y unos ojos risueños. Había ido a Madrid para pasar unos días con la familia y, de paso, ocuparse de algo de su ajuar. No sé si para entonces estaba ya prometida o no, pero en aquellos tiempos casi iba el novio en función de ajuar y no al contrario.. Y si en el momento de la caída de C. en el pozo ella estaba allí, fué porque era la hora en que pasaba la pescadera. Llevaba esta señora la mercancía en cajas de madera, cubierto el pescado de hielo, en un

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carn'ío de! que tiraba un burro. Aproximadamente a la misma hora cada día lanzaba su pregón anunciando todo lo que llevaba y las amas de casa salian a la puerta a comprar. Mi madre y mi tia la compraban muy poco porque eran muy estrictas en la cuestión alimentaria y preferían ir cada día a buscar la carne y el pescado a establecimientos más fiables. Que, además, el paseo las servia de pretexto para tomarse un pastel con una copita de jerez. Era su merienda diaria.. Pero no era el de la pescadera el único pregón que resonaba por las calles de la Colonia. Muy de mañanita, el primero el de la churrera. No sé si por defecto de pronunciación o por hacerlo algo exótico, en vez de churrera decía "cureera" alargando la é, que uno quedaba en suspenso esperando que acabara la palabra. Tenía una vocecita tenue, que parecía que se iba a quebrar en cualquier momento. Toda la infraestructura de nu negocio consistía en un cesto colgado del brazo donde llevaba los churros, ensartados en juncos de 6 ó 12 piezas para que hubiera al alcance de todos los bolsillos. Poco después sonaba el huevero (también cesto al brazo) que canturreaba "huevitos de corral, freescos". Pero el pregón más bonito de todos era el de quesero, que resultaba una auténtica melodía muy pegadiza: "requesón de Miraflores, cuarenta el cuartoo. A cuarenta el cuarto de quilo, de requesón de Mirafloreeés". Era una canción. Dos de los proveedores de la Colonia no necesitaban de pregones porque disponían de clientela fija. Pronto por la mañana pasaba el panadero con un gran saco al hombro Heno de los diversos tipos de piezas de pan: libretas, barritas, coronas, chuscos. Para el desayuno ya se tenía en casa el pan tierno. Poco más tarde, el aprendiz de la tienda de comestibles pasaba, también de casa en casa apuntando el pedido que era servido antes de medio día. Volviendo a los pregones; cada año, al llegar a Alicante, nos saludaba el pregón mañanero de la vendedora de pan "barretes, dos tres monetes". Como las "monetes" eran de cinco céntimos, quiere decirse que las dos barritas tiernas puestas en casa costaban quince céntimos. Un pregón, intrigó mucho a mi madre hasta que se aclaró el asunto. Sonaba algo así como "¿quién se va?", y se preguntaba mi madre a quien le importaba quien se fuera: En realidad, era "¿quí-en Ceba"? y ofrecía agua de cebada, un refresco típico de allí entonces.

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27.- U.M.P., SUCURSAL DE SITGES

En una ocasión, en una de tantas ocasiones, G. hizo un viaje al norte, a Santander concretamente, acompañando a un alemán. Cuando el viernes se separó de el llegué yo a pasar el fin de semana con el marido, por aquellas hermosas tierras. Nos bañamos en el Sardinero y visitamos todo lo posible en tan poco tiempo. En Altamira tuvimos una suerte portentosa porque nos dieron las dos últimas entradas del último grupo de aquel día, que a su vez era el último de visitas porque a partir del siguiente se cerraban las cuevas para preservar las pinturas de la contaminación, y ahora és mucho más difícil poder verlas. ¡Las pinturas de Altamira ! Cuando el guía nos dijo que nos recostáramos hasta casi tumbarnos y que se apagarían las luces (para contemplarlas tal como fueron pintadas ) pensé que vaya comedia. Pero qué razón tenía. Vistas así tomaban las pinturas un relieve y un realismo sorprendente. En particular el ojo de aquel ciervo, tenía una mirada de Lina dulzura inolvidable. Visitamos Santillana del Mar me sorprendió por el echo de no estar junto al mar a pesar del nombre. Es una ciudad de un encanto antiguo con sus casas hidalgas tan típicas de aquellas tierras. Tenía un atractivo indescriptible. Tenía también una cantidad increíble de moscas. Por los puestos de (?) al aire libre. Hubiera querido ir a Comillas, pero el tiempo se había acabado y no pudo ser. Y hubiera querido ir no solo por conocer la ciudad, sino porque en aquellos días se celebraban los cursos de verano de la U.M.P. y sentía un gran interés por conocerlo. Me hubiera gustado ir al Palacio de la Magdalena y sentir de cerca el ambiente que se respiraba allí. Pero ya digo, no pudo ser y me quedó una gran nostalgia. Tanta, que incluso pensé en inscribirme en un curso al año siguiente. Pero era impensable. En el año 80 todavía, una ama de casa que se respetase no abandonaba marido e hijos para irse a otra ciudad a seguir un cursillo de algo, por muy interesante que este algo fuese. La cuestión es que no fui. Pero mira por donde, dos años más tarde, en el 82 se organizó en Sitges y dependiendo de la U.M.P. , un ciclo de conferencias, y ahí si que corrí a inscribirme. El ritmo era: tomar el tren por la mañana pronto para asistir a las charlas de la mañana. En la pausa del medio día bajaba a la playa, me daba un baño, me tomaba un bocadillo y asistía a las charlas de la tarde, al final de las cuales corriendo a la estación para volver a casa. Al día siguiente me quedaba en B.na para reponer nevera y atender las cosas más perentorias y al tercer día vuelta a empezar.

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Las conferencias se daban en e! Palacio de Maricel y, según el sitio donde podía sentarme, escuchando a aquellos fascinantes conferenciantes, se alcanzaba a ver el mar por alguna de las ventanas. ¡Que feliz fui aquellas semanas! Pasaron por allí muchas personas interesantes que ya he olvidado, pero de algunas guardo recuerdo. Maruja Torres, me sorprendió por la libertad con que ya entonces hablaba. López Aranguren, ya muy mayor pero aún muy lúcido, pausado, convincente, diciendo cosas profundas con un lenguaje sencillo. El "viejo profesor". Tierno Galván, con su severo traje oscuro, bien abrochada la americana a pesar del calor de primeros de Setiembre. Llevaba pulcramente perinados sus pulcros cabellos blancos y pulcros eran también sus modales. Aunque en un momento dado el profesor se impuso al conferenciante, y con bastante energía. Un joven había echo una pregunta. Tierno contestaba y, en una pausa, otro oyente se levantó para, a su vez, hacer otra pregunta. El profesor se volvió a él y dijo:"joven, espere Vd. a que haya terminado de contestar a este Sr." Creo que todos los asistentes nos sentimos algo regañados por el "prole"'. Otro conferenciante encantador fué un no sé si centro o suramericano. Había sido cónsul de su pais en alguna ciudad europea y, al producirse en su patria uno de los endémicos golpes de estado tuvo que salir por pies y estaba refugiado en España. Su charla fué humana y cálida y al final de ella, cuando un buen número de oyentes nos acercamos a los conferenciantes yo le pregunté si quería estrechar la mano de una vulgar ama de casa. Me contestó, con la misma calidez que había empleado en la charla: "mi hijita, yo ahora soy un vulgar vendedor de piezas de automóvil. No la mano, un abrazo." Era en general un ambiente distendido y cordial. Si, fueron unas semanas muy bonitas. Recuerdo a una de las compañeras oyentes, una señora algo mayor que yo que tenía a au cargo a sus padres ancianos y cuidaba muchas veces a sus nietos a pesar de lo cual encontraba tiempo para ir. Concidíamos en muchas opiniones y hablamos de vernos en Barcelona al acabar el curso. Como suele suceder en estos casos, con el final del asunto vino el final de la relación. Me quedó un profundo y buen recuerdo de aquellas jornadas y aquel ambiente, y como muchas veces, me pregunto si es solo que me he vuelto vieja o si efectivamente ya no hay cosas como aquella y gentes como aquellas gentes.