memoria por correspondencia - emma reyes

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Memoria por correspondencia

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Memoria por correspondencia

Emma Reyes

Una mujer de recursosPrólogo de Leila Guerriero

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ublicado originalmente por Laguna Libros (Colombia) y Fundación ArVivo Otero Herrera, 2012

os editores agradecen a las siguientes personas su contribución a ublicación de este libro: Gabriela Arciniegas, Gabriela Santa, Andrés Felip

Ortiz, Fundación Cultural Germán Arciniegas, Luisa Fernanda Herrera acqueline Desarménien.

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorizaciónscrita de los titulares del copyright , bajoas sanciones establecidas en las leyes, la reproducciónotal o parcial de esta obra por cualquier medioprocedimiento, incluidos la reprografía y

l tratamiento informático, y la distribución dejemplares mediante alquiler o préstamo públicos .

© Gabriela Arciniegas, 2012egociado por Casanovas && Lynch Agencia Literaria, S.L.

© del prólogo, Leila Guerriero, 2015© del artículo ¿Qué pasó con Emma Reyes?, Diego Garzón, Revista SoHo

© de esta edición: Libros del Asteroide S.L.U.Avió Plus Ultra, 238017 Barcelonaspaña

www.librosdelasteroide.com

SBN: 978-84-16213-31-3

Depósito legal: B. 4.180-2015Diseño de colección y cubierta: Enric Jardí

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Prólogo

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Leona pura, leona oscura

En los primeros minutos de la película coreanOld Boy, dirigida por Chan-wook Park, sprotagonista, Oh Dae-su, es secuestrado, no sabe por quién, y despierta poco después en un

habitación sin ventanas en la que hay un baño, uecho, un cuadro con una frase —«Ríe y el mund

entero reirá contigo, llora y llorarás solo»—, y uelevisor en el que están pasando la noticia de qu

u esposa acaba de ser asesinada. Oh Dae-su nabe cómo llegó allí, ni por qué, ni cuándo va alir. El espectador tampoco. Las horas, los díaos meses de esa agonía claustrofóbica se suceden

una perversión —el secuestro— dentro de otr

perversión: el tormento sin fin. Quince añodespués, aún sin saber por qué ha sidecuestrado, abandona ese cuarto convertido e

una máquina de odio, en un asesino perfecto.Así como Oh Dae-su aparece ante el espectado

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ubrayan el horror: un horror que vino no se sabcómo ni por qué y que, por tanto —arbitrarionexplicable—, puede extenderse al infinito. Pero

a diferencia de Oh Dae-su, cuando Emma Reye

ale de su encierro no está llena de odio sino dcuriosidad: viaja por Latinoamérica, se casa coun escultor, gana una beca para estudiar en Parícon André Lothe, se muda a Europa, se hac

pintora de fama, ayuda a todos los artistaplásticos colombianos que aterrizan en el viejcontinente, se casa con un médico y muere eBurdeos, en 2003, a los ochenta y cuatro años. Yentre una cosa y la otra, le escribe a su amigo

compatriota Germán Arciniegas, ensayistapolítico e historiador, veintitrés cartas en las que cuenta su infancia: las veintitrés cartas qu

forman este volumen, publicado originalmente e

2012 por la editorial colombiana Laguna Libroque agotó varias ediciones en su país y al que lcrítica puso por los cielos. Lo que nos lleva pensar que a lo mejor aquella frase que colgaba eel cuarto de Oh Dae-su —«Ríe y el mundo enter

eirá contigo, llora y llorarás solo»— era un

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frase muy veraz porque, a pesar de que Memoripor correspondencia es la historia de undesgracia, está lejos de ser un libro plañidero parece, más bien, el libro de alguien con u

altísimo sentido del humor. O, si se prefiere, dalguien que ha sabido pasar el sentido trágico da vida por el tamiz adecuado —el de la literatur

— para transformarlo en el regocijo trágico de l

prosa. O algo así.Emma Reyes nació en 1919 y, aunque escribiestas cartas a partir de 1969 (y hasta 1997), lhistoria que cuenta en ellas comenzó en la décad

del veinte y terminó en los años treinta. Conoció Germán Arciniegas en París, en 1947, en un actde la Unesco, y desde entonces se hicieron grandeamigos. Él la incentivó a que le contara, a travéde cartas, aquella infancia de la que a ella l

costaba tanto hablar (y de la que, por suerte, lcostó un poco menos escribir). Emma Reyes sconcentró en un período que comienza a sus cincaños en aquel cuarto de la capital colombiana

continúa con una mudanza a Guateque, otra

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Fusagasugá, sigue con la vida en el convento dmonjas al que ella y su hermana fueron a paradespués de que María las abandonardefinitivamente —y donde pasaron años sometida

a un maltrato inspiradísimo—, y termina con udesenlace taquicárdico (que recuerda al de lpelícula Expreso de medianoche, cuando unocasión inesperada —la muerte de un guardia—

permite que el protagonista simplemente tome lalaves de la prisión de Estambul donde estdetenido y salga por la puerta principal). A largo de todos esos años, Emma y su herman

fueron explotadas, golpeadas, despreciada

nsultadas por la mayor parte de los adultos que scruzaron en su camino. Esta es, entonces, lhistoria de una desgracia. Pero de una desgracicontada con la más alta gracia que se pued

maginar.Aquí hay niños que, muy a la Dickens, padeceodo tipo de vejámenes. Niños que desconocen eignificado de las palabras «papá» y «mamá«[...] me dejaban al cuidado del chino patojo qu

e sentaba junto a mí a jugar con el trompo. Un dí

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...] me preguntó si yo tenía papá y mamá, yo lpregunté que qué era eso y me dijo que él tampocabía»), niños que son tratados con una brutalida

de fábula (María da a luz a un bebé al que n

alimenta ni limpia, y al que abandona pocdespués de parido en un umbral, ante los gritodesesperados de Emma), niños que casi no comenque casi no juegan (o que interpretan juegos de un

ordidez desastrosa: meterse en un horno dadrillos durante horas, esperando a que ungallina ponga un huevo), niños que, en fin, viveuna infancia maldita. Pero, así y todo, EmmReyes escribe libre de toda pena por sí misma, d

oda actitud condenatoria, de cualquier forma dautocompasión. El truco reside, entre otras cosaen lo que señaló el editor y periodista colombianCamilo Jiménez, al reseñar este libro en su blog

elojoenlapaja: «Su mayor virtud está en lprecisión y cantidad de detalles, pero sobre toden la mirada: la autora escribe cuando es adultapero quien habla en estas líneas es la niña que fue

unca levanta la mirada, nunca completa la

ensaciones que describe con lo que sabe cuand

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escribe; ve siempre con los ojos del momento eque sucedieron las cosas». Así, por ejemplocuando recuerda los cuentos bíblicos que lcontaban las monjas, Emma Reyes lo hace con l

voz de la niña que fue, no con la de la adulta qua sabe: «Otro día nos contó la historia de un niñ

que se llamaba Jesús, la mamá de ese niño tambiée llamaba María, eran muy pobres y había

viajado en burro, como nosotras cuando fuimos Guateque. Pero ese Niño Jesús tenía tres papáuno que vivía con su mamá, que se llamaba José que era carpintero; el otro papá era viejo cobarbas y vivía en el cielo entre las nubes y es

papá sí era muy rico. La monja nos dijo que él erel dueño de todo el mundo, de todos los pajaritode todos los árboles, de todos los ríos, de todaas flores, de las montañas, de las estrellas, tod

era de él. El tercer papá se llamaba Espíritu Sant  no era un hombre sino una paloma que volabodo el tiempo. Pero como la mamá vivía solo co

el papá pobre, no tenían ni casa en qué vivir cuando nació el Niño Jesús tuvo que ir a nacer a l

casa de un burro y de una vaca. Pero el papá viejo

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ico, que vivía en el cielo, mandó una estrelldonde unos amigos de él, que también eran muicos y que se llamaban Reyes como nosotras, esoeñores vinieron a visitar al Niño Jesús a la cas

de la vaca y el burro y le trajeron tantos regalos oro y joyas y entonces ya no fue más pobre sinico. Yo le pedí que nos llevara a donde estaba es

niño; dijo que el Niño ya no estaba en la tierra

que se había ido a vivir con su papá rico questaba entre las nubes, pero que si éramos buena  obedientes lo veríamos en el cielo. Nosotra

pasábamos horas mirando al cielo para ver si lveíamos».

Emma Reyes es aterradora (cuando cuenta cómel bebé de María vive untado en mierda y estpálido, casi transparente, porque no lo sacan nunca la luz del sol), desopilante (cuando dice que, a

perderse en el pueblo en el que María administruna tienda de chocolates, unos vecinos lpreguntan, para ayudarla, «¿Quién es tu mamá?», ella responde: «La agencia de chocolate»explícita («Yo nunca la había visto [a María] ta

furiosa, nos agarró del brazo y nos tiró al piso, s

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quitó una de las botas y empezó a pegarnos por lcabeza, por la cara, por donde caía. / —Lambonaambonas, lambonas... —Era la única palabra que salía de su boca. / Cuando se cansó de darno

con la bota, nos agarró de las trenzas y empezó darnos golpes contra la pared con la cabeza, langre nos escurría por las piernas y los brazos»rónica («El [cura] guapo era de un pueblo que s

lamaba España y esos señores de España fueroos que nos trajeron a Dios, a María y todos loantos que teníamos en la capilla»), y termina su

cartas con unos remates perfectos, unos desplantede reina, como si de pronto decidiera sacudirse d

os hombros, con elegancia desdeñosa, algo que lestaba incomodando: «Sentimos de nuevo el ruidde las llaves y de las cadenas; cuando la puerta sabrió entró un rayo de sol en el salón, en el piso s

veía la sombra de las dos monjas que se alejabanLa puerta se cerró detrás de ellas y a nosotras noeparó del mundo por casi quince años. U

abrazote para todos. Emma. París, enero de 1970»¿De dónde le llegaron esos dones, a ella, qu

aprendió a leer y escribir siendo adolescente, qu

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nunca mostró interés por la lectura? Quizá ddonde vino todo lo demás: de donde vino lvocación de pintora cuando, después de unnfancia como la que tuvo, hubiera sido má

azonable esperar una vocación de asesina.En una de las primeras cartas que le escribió

Arciniegas, Emma Reyes recordaba que el cuartmiserable en el que vivía en Bogotá estaba cerc

de una fábrica de cerveza cuyo nombre era Leonpura, leona oscura. Esa frase parece undefinición, inmejorable, de lo que ella fue.

LEILA GUERRIER

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Carta número 1

Mi querido Germán:

Hoy a las doce del día partió del Elysée el generaDe Gaulle, llevando como único equipaje onc

millones novecientos cuarenta y tres mdoscientos treinta y tres noes  lanzados por loonce millones novecientos cuarenta y tres mdoscientos treinta y tres franceses que lo haepudiado.

Todavía las fricciones de la emoción que noprodujo la noticia curiosamente me trajo a lmente el recuerdo más lejano que guardo de mnfancia.

La casa en que vivíamos se componía de unola y única pieza muy pequeña, sin ventanas y co

una única puerta que daba a la calle. Esa piezestaba situada en la Carrera Séptima de un barripopular que se llama San Cristóbal en Bogot

Enfrente a la casa pasaba el tranvía que parab

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momentos más amargos del día. Tenía que caminacasi sin respirar, con los ojos fijos sobre la cacaiguiendo su ritmo poseída del terror d

derramarla antes de llegar, lo que me traía castigo

erribles; la apretaba fuertemente con las domanos como si llevara un objeto precioso. El pesambién era enorme, superior a mis fuerzas. Com

mi hermana era más grande, tenía que ir a la pila

raer el agua que necesitábamos para todo el día el Piojo iba por el carbón y sacaba la ceniza, asque nunca me podían ayudar a llevar la bacinillaporque ellos iban en otra dirección. Una vez quhabía vaciado la bacinilla en el muladar, venía e

momento más feliz del día. Allí pasaban el díodos los chicos del barrio, jugaban, gritabanodaban por una montaña de greda, se insultabane peleaban, se revolcaban entre los charcos d

barro y con las manos escarbaban toda la basura a búsqueda de lo que llamábamos tesoros: latade conservas para hacer música, zapatos viejopedazos de alambre, de caucho, palos, vestidoviejos; todo nos interesaba, era nuestra sala d

uegos. Yo no podía jugar mucho porque era la má

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chiquita y los grandes no me querían; mi únicamigo era el Cojo, a pesar de que también era mágrande. El Cojo había perdido completamente upie, se lo había cortado el tranvía un día qu

ugaba a poner las tapas de la cerveza Leona sobros rieles del tranvía para que se las dejara plana

como monedas. Él, como todos los otros, andabin zapatos y ayudándose con un palo y su únic

pie daba unos saltos extraordinarios; no habíquien lo alcanzara cuando se ponía a correr.El Cojo siempre me estaba esperando a l

entrada del muladar, yo desocupaba la bacinilla, limpiaba rápidamente con hierbas o papele

viejos, la escondía en un hueco, siempre el mismodetrás de un eucalipto. Un día el Cojo no queríugar porque tenía dolor de estómago y noentamos abajo del rodadero a mirar jugar a lo

otros. La greda estaba mojada y yo me puse hacer un muñequito de greda. El Cojo teníiempre el mismo y único pantalón, tres veces má

grande que él y amarrado a la cintura con un lazoEn los bolsillos de ese pantalón escondía todo

piedras, trompos, cuerdas, bolas de cristal y u

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pedazo de cuchillo sin mango. Cuando yo terminel muñeco de barro, él lo tomó, sacó su medicuchillo y con la punta le hizo dos huecos en lcabeza que eran los ojos y otro más grande que er

a boca. Pero cuando terminó me dijo: —Ese muñeco es muy chiquito, vamos a hacerl

más grande.Y lo hicimos más grande, siempre agregándol

barro al chico.Al día siguiente volvimos y el muñeco estabirado donde lo habíamos dejado y el Cojo dijo: —Vamos a hacerlo más grande. —Y volviero

os otros y dijeron:

 —Vamos a hacerlo más grande.Alguno encontró una vieja tabla muy, mu

grande y decidimos que haríamos crecer emuñeco hasta que fuera grande como la tabla y as

obre la tabla, lo podríamos transportar y haceprocesiones. Por varios días agregamos agregamos barro al muñeco hasta que fue grandcomo la tabla. Entonces decidimos darle unombre, decidimos llamarlo el General Rebollo

o sé cómo ni por qué elegimos ese nombre, e

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Después de habernos inspirado mil y un juegoel General Rebollo empezó a dejar de ser nuestrhéroe, nuestras pequeñísimas imaginaciones nencontraban más inspiración en su presencia y lo

candidatos a jugar con él disminuían día a día. EGeneral Rebollo empezaba a pasar largas horas doledad, las decoraciones que lo cubrían ya no laenovaba nadie. Hasta que un día el Cojo, qu

eguía siendo el más fiel, se subió sobre un viejcajón, dio tres golpes con su bastón improvisado con una voz aguda y cortada por la emoción gritó:

 —¡¡¡El General Rebollo se murió!!!En esos medios uno nace sabiendo lo que quier

decir hambre, frío y muerte. Con las cabezaagachadas y los ojos llenos de lágrimas, nofuimos acercando lentamente al General Rebollo.

 —¡De rodillas! —gritó de nuevo el Cojo.

Todos nos arrodillamos, el llanto nos ahogabaninguno se atrevía a decir ni una palabra. El hijdel carbonero, que era grande, estaba siemprentado en una piedra leyendo hojas de periódico

que sacaba del basurero. Con el periódico en l

mano se acercó al grupo y nos dijo:

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del General Rebollo. Yo tenía todavía el mismvestido sucio de barro, dormíamos siemprvestidas, ella solo se quitaba la larga falda negra e soltaba el cabello. Una mañana nos despert

muy temprano, todavía era negro como la nochenos mandó a los tres a desocupar la mica y a traede regreso el balde y la jarra llenos de aguaCuando regresamos prendió el reverbero y puso l

olla grande llena de agua. Mientras se calentaba eagua ella cambió las sábanas de la cama y limpios cuatro muebles que teníamos. —Desvístanse que los voy a bañar.Era la primera vez que nos bañaba al tiempo

Los tres desnudos nos paramos alrededor deplatón, nos enjabonó muy rápidamente y luego una uno nos enjuagó, ayudándose con una totuma. Episo de la pieza quedó empantanado y lleno d

abón; antes de vestirnos nos puso a secar el pisoos vistió con los vestidos del domingo y nos hizentar a todos tres en el borde de la cama con l

orden de no movernos. Entretanto ella se vestíambién con el vestido de los domingos. Se pein

con gran cuidado, pidió a Helena que le tuviera e

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espejo y al Piojo que tuviera la vela y se ponífuriosa cada vez que alguno de los dos se movíaCuando terminó, mandó al Piojo a que mirara en lfábrica qué hora era. Ese día no nos dio desayuno

estaba nerviosa, daba vueltas en la pieza como unbestia en jaula. Ya estaba claro y no abrió lpuerta como era su costumbre, seguíamoluminándonos con la vela. De pronto dieron tre

golpes suaves en la puerta, ella se echó lbendición y se precipitó para abrir. En esmomento apareció un señor muy alto y delgado quno estaba vestido como los del barrio, era comos que veíamos retratados en los periódicos qu

encontrábamos en el basurero. Tenía sobretodoombrero y paraguas todo oscuro, tal vez negro. S

pasó la mano por los ojos como por habituarse a luz de la vela, entró como escurriéndose por l

puerta, le dio un beso en la mejilla, nosotros noeímos los tres al mismo tiempo. Era la primervez que un señor entraba en nuestra pieza.

La señora María cerró de nuevo la puerta colave, tomó la botella con la vela y se aproximó

a cama donde seguíamos sentados y com

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a grandes zancadas y frotándose contra la parecomo si tuviera miedo de ser visto.

Cuando entramos a la pieza, la señora Maríestaba llorando, se puso a desocupar el armario

a separar todo lo que era de Eduardo. Sacó uncaja de cartón de debajo de la cama y empaccuidadosamente todo lo que había separado.

 —Helena y Emma, pónganse los vestido

viejos. Eduardo no, porque se va conmigo.Como seguía llorando, nosotros también nopusimos a llorar; cuando Helena me estabdesvistiendo vimos sobre la mesa un paquete dbilletes y me dio miedo, sentí que algo iba a pasa

nosotros solo teníamos monedas; en esa casa nunchabíamos visto billetes. Ella no decía ni unpalabra. Sacó la caja de la mantilla y se lenvolvió bien ceñida a la cabeza, por la primer

vez vi que se parecía a la Virgen de la iglesia. —No se muevan, voy donde la vecina.Volvió con la vecina que era la mamá del Cojo

e mostró dónde estaban los platos y las velaTomó la caja de cartón con la ropa del Piojo, s

paró frente a nosotras y nos dijo que se iba po

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varios días, pero que la vecina vendría parhacernos la comida y que, como no había nadipara cuidarnos, nos dejaría encerradas con llave.

 —Pórtense bien —nos repitió dos vece

empujó al Piojo contra la puerta, le puso una boinde marinero en la cabeza y le ordenó salir. EPiojo nos miró con los ojos grandes abiertos y lcayeron las lágrimas.

Fueron muchos los días que duramos encerradaen esa pieza, ya no teníamos noción ni de los díani de las noches; la bacinilla ya estaba llena dnuestros excrementos y empezamos a emplear eplatón. La vecina venía una sola vez al día y no

dejaba una grande olla de mazamorra. —No se la coman toda al mismo tiempo porqu

o no vengo sino hasta mañana y apaguen la velapenas coman.

Llorábamos y gritábamos tanto, que los vecinovenían contra la puerta a consolarnos; por horamirábamos por entre la chapa y las rendijas parver si ella venía. Finalmente llegó un día questábamos dormidas en el piso contra la puerta

fue la primera vez que las dos nos tiramos a s

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cuello abrazándola y besándola de felicidad. Elle puso a llorar y con dulzura nos retiró los brazo

de su cuello y guardando nuestras dos manos en lauyas nos dijo:

 —El Piojo no vuelve más. Su papá, ese señoque vino aquí, es un gran político, tal vez va a seel Presidente de la República... Y por eso él nquiso que su hijo se quede conmigo, dice que tien

miedo y que prefiere ser él quien se ocupe de éo se lo llevé a Tunja y lo dejé en un conventdonde él ya había arreglado todo para que lecibieran.

Sin el Piojo yo me sentía perdida, lloraba

gritaba, lo llamaba, yo no sabía lo que quería decejos de Bogotá. Yo creía que si gritaba fuerte é

me iba a oír. La señora María también parecía muriste, se volvió más callada y más dura. Creo qu

fue en ese momento que nació entre Helena y yuna especie de pacto secreto y profundo; uentimiento inconsciente de que éramos solas

que solo nos pertenecíamos la una a la otra. En esmomento yo ignoraba que nunca más en mi vid

volvería ni a verlo ni a saber cuál fue el destino d

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Eduardo y que solo me quedaría de él el recuerdde sus inmensos ojos negros llenos de lágrimadebajo de una ridícula boina de marinero.

EMMA

 R EYE

París, 9 de mayo de 196

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comida e improvisadamente se puso a reír, recomo loca; las lágrimas le caían a chorronosotras estábamos asustadas y no sabíamos si recon ella o llorar; cuando logró calmarse un poc

nos dijo dando un golpe con la mano en la mesa: —Nos vamos de este miserable cuarto, mañan

empezamos a hacer los paquetes, vamos a upueblo lejos y tendremos una grande casa.

Se puso a reír de nuevo y nos ordenó acostarnopues teníamos que levantarnos temprano.Por varios días la pieza era un infierno, nad

estaba en su sitio habitual, el armario estaba vací  ella hacía pilas de cosas diversas en todos lo

incones. Una mañana salió y compró tres grandebaúles y empezó a empacar la ropa y los platoCada plato lo envolvía muy cuidadosamente entras sábanas y las toallas; en el último baúl empac

as cacerolas, el platón, la jarra y la mica. A lnoche en la pieza solo quedaban los muebles, ecolchón sin sábanas ni cobijas y varios paqueteen el suelo con cosas viejas. Después de la comidvinieron los vecinos y cada uno tomó lo qu

quería. La mamá del Cojo tomó la vieja escoba, l

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cama se la vendió a un obrero de la fábrica dcerveza. Cuando todos se fueron, en la pieza solquedaban los tres baúles cerrados en el centro da pieza y en el suelo el viejo colchón. La mam

del Cojo regresó de nuevo y nos trajo una cobijde ella y una mica.

Cuando nos levantamos todavía estaba oscuronos vestimos con los vestidos de domingo que era

os únicos que había dejado fuera, nos manddonde la vecina para que le devolviéramos lcobija y la mica y también le llevamos la ropucia que nos habíamos quitado el día anterio

Cuando regresamos nos esperaba en la puerta; y

e había puesto la mantilla y tenía un grandcarriel nuevo, nos encerró en la pieza con los trebaúles y nos dijo que no se demoraba. De prontentimos un ruido de caballo, miramos por e

hueco de la chapa y vimos a la señora María qubajaba de un coche que había pasado enfrente a lpuerta. Los vecinos se precipitaron, entre todoayudaron a subir los baúles al coche, a mí mentaron sobre los baúles y Helena estaba de pi

eniéndome para que no me cayera.

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La señora María, saludaba a todos dándoles lmano; en ese momento apareció el Cojo que venícorriendo. Se acercó al coche y me regaló medinaranja que llevaba en la mano, nos miraba co

ojos muy tristes. La señora María cerró la puertcon llave y le dio la llave a la vecinaecomendándole de cuidar la pieza.

Yo no vi lo que pasó, solo sentí unos grito

horribles; la señora María estaba tendida en medide la acera con los ojos cerrados y le salía sangrde la boca, el cochero decía toda clase dpalabras groseras. Helena dice que la señorMaría quiso pasar por delante del caballo par

aludar al señor Cura y el caballo levantó lcabeza asustado y le dio un gran cabezazo en lquijada. Del susto ella se mordió la lengua y caycomo muerta en medio de la acera. Trajero

alcohol y pomadas y empezaron a frotarle lfrente. Nosotras llorábamos como locas y llamábamos tirándola de la manga. Finalment

abrió los ojos y poco a poco se fue sentandoEstaba blanca y la boca se le empezaba a hincha

a ayudaron a levantarse y entramos todos a la cas

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de la mamá del Cojo. Le hicieron hacer buches coagua salada, el Cura dijo que lo mejor erfriccionarle la cara con Mentholatum. La vecindijo que era mejor la vela de cera, nosotra

eguíamos llorando y el cochero seguía furiosporque estaba perdiendo su tiempo. El obrero qunos había comprado la cama le envolvió upañuelo que le tenía la quijada y le hizo un nudo e

a cabeza. Entre todos la ayudaron a ponerse lmantilla y después de mil recomendaciones aludos volvimos al coche. Todavía veo a lo lejoos vecinos en medio de la calle con los brazos e

alto haciéndonos gestos de adiós. Yo perdí l

media naranja que me había regalado el Cojo.

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bajaron los baúles. Había mucha gente que corríen todas direcciones, todos cargados con maletaacos, mochilas; yo me agarré a la falda de leñora María y Helena me tomó de la otra mano

Dimos muchas vueltas; ella habló con muchapersonas y a cada rato abría el carriel y dabdinero a cambio de unos papelitos que guardaba eel carriel. Finalmente montamos en el tren, ella s

entó contra la ventana, hizo sentar a Helena junta ella y a mí me alzó sobre sus rodillas. Era lprimera vez que me alzaba. Yo no sabía qué haceolía a tantos remedios tan feos y además tenímiedo de tocar su cara con mi cabeza. La gent

eguía subiendo a empellones y llenos dpaquetes. Entraron unos hombres gritando coiples y una botella en la mano, empezaron a canta  yo me quedé dormida antes de que el tre

partiera.Me despertaron cuando ya debíamos bajaestaba ya oscuro cuando la señora María llamó a puerta de una casa grande donde salió ecibirnos una señora muy gorda con la nariz roj

 vestida toda de negro.

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era eso y me dijo que él tampoco sabía.El último día la señora María salió sola mu

emprano. Cuando volvió, venía cargada dpaquetes, nos llamó al cuarto y nos hizo desvesti

nos había comprado vestidos nuevos. El de Helenera azul —que me gustaba más— y el mío erosado; los dos con arandelitas de encajes y cinta

eran lindos. Cuando estuvimos vestidas nos hiz

alir al patio. Al rato la vimos salir del cuarto casi no la conocemos; era tan linda y parecía taoven, había comprado un vestido gris con mucho

prenses y muchos botones y arandelas, botanegras también con muchos botones y u

grandísimo sombrero gris con una especie de velque anudaba con un lazo debajo del mentón; todoe aproximaron y la felicitaron, la patrona locaba por todos lados. Llamaron al patojo par

que nos ayudara a llevar los paquetes. Caminamomuchas calles y llegamos a una especie de potrerque estaba lleno de caballos y otros animalemiedosos que yo nunca había visto y Helena mdijo que esos animales eran los que hacían la lech

que tomábamos con el café al desayuno. Habí

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grupos y grupos de hombres que llamaban indioporque estaban vestidos diverso a los hombres dBogotá. La señora María habló con varios, a todoes preguntaba por el señor Toribio.

Toribio era un indio mucho más grande que lootros, fuerte, casi gordo y con ojos tan chiquiticoque casi no se le veían. Toribio dijo que locaballos ya estaban listos, que había solo qu

esperar a los indios que habían ido por los baúleOtro indio llegó con los caballos, todos eragrandes y había uno muy chiquito con orejaargas, Toribio dijo que se llamaba Burro.

Burro tenía dos asientos amarrados qu

colgaban uno de cada lado de su panza. Encimacon unos palos amarrados al espaldar de loasientos, había una especie de toldo con unábana. Toribio dijo que era para que no no

picara el sol. Nos alzaron y nos instalaron una dcada lado. Como Helena era más grande, easiento de ella bajaba y el mío subía; Toribio dijque había que amarrar de mi lado una mochila copiedras para que quedáramos iguales.

A la señora María la ayudaron a subir en u

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quedaba muy cerca de la plaza; en la plaza estaba iglesia y una grande pila redonda con mucho

chorros de agua que salían de la boca de unomuñecos que parecía que estuvieran vomitando.

Toribio bajó del caballo y fue a golpear pernadie salió; esperamos un rato y al final salió unmujer de la casa del frente y dijo que tenía uncarta para la señorita María; en el sobre estaba l

lave.Después del portón de la calle había un zaguáde piedritas blancas y un tras portón que dabdirectamente sobre un grande patio lleno dplantas y árboles. Los corredores eran anchos, co

columnas de madera y las piezas tenían todas lapuertas sobre el patio. Al frente, la casa tenía dopisos, el resto era de un solo piso, en el segundpatio, que era de ladrillo, había dos grande

hornos para hacer pan, la cocina y otras piezas. Aolar se podía entrar por atrás, por una grandpuerta; en el solar había todo para los caballoEra grandísimo y también había árboles; upomarroso, mangos y un guayabo.

Los indios descargaron los caballos y se fueron

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Toribio entró con nosotras a la casa y empezó abrir puertas y sacó unos asientos al corredor parque nos sentáramos y nos dijo que no entráramos as piezas porque estábamos acaloradas y la

piezas estaban frías, pues hacía varios años que lcasa estaba cerrada.

Toribio preguntó si él podía quedarse hasta qulegara el Doctor, la señora María le dijo d

entarse y empezó a preguntarle muchas cosaobre el pueblo. En ese momento tiraron por sobra tapia del patio un perrito blanco chiquito que s

estrelló en la mitad del patio, tenía el estómagcomo un tambor y los ojos abiertos. Toribio dij

que no lo tocáramos porque se veía que habíestado envenenado. Cuando estábamos todoalrededor del perrito, sentimos una voz de hombrmuy ronca que preguntaba si las viajeras de l

capital ya habían llegado. La señora María sprecipitó para saludarlo, él la abrazó y le dabpalmaditas en la espalda. Toribio se quitó eombrero e inclinó la cabeza delante de él. —¿Qué tal Toribio? ¿Atendió bien a la señorit

  a las niñas? ¿Por qué carajos se demoraro

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 —Usted está muy linda, señorita.Ella se rió y le dijo: —Te voy a presentar a las niñas. Vengan

acérquense... Esta es la más grande y se llam

Helena. —Es muy linda —dijo él—. Qué bellos ojo

Ven, acércate, dame la mano. —Helena se acercó él la sentó sobre sus rodillas—. ¿Y la otra cómo s

lama? —La otra es Emma, la nené, como la llamHelena. La pobre, encima de que es bastante feítafíjate que cada día se vuelve más bizca.

 —No te preocupes, María, aquí está el docto

Vargas que es un amigo. Él le va a enderezar loojos.

Yo me puse a llorar. —¿Por qué lloras? —me preguntó Roberto.

 —Porque usted dice que me va a hacer sacar loojos. —Los dos se rieron. —China pendeja, enderezar no quiere dec

acar.A través de mis lágrimas yo volvía a ver e

perrito muerto que había caído del cielo, m

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precipité sobre él, lo tomé a dos manos y coodas mis fuerzas lo tiré contra las rodillas d

Roberto. Ese fue el principio y el fin de nuestraelaciones, nunca más lo volví a ver, pero s

ombra quedó para siempre marcada en mi vida.Jefe:Tú no me haces correcciones y no sé ni siquier

i lo que escribo es comprensible. Hay momento

que me parece confuso y no sé si en conjunto spuede seguir la historia. Yo no dejo copia pueescribo directamente y ya no me acuerdo de lo quhe escrito antes.

Besos para todos.

EMM

París, 9/6

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Carta número 5

Mi querido Germán:

Roberto B., que pertenecía a la alta sociedad dGuateque, era además uno de los hombres máicos de Boyacá. Tenía grandes fincas con cultivo negociaba en venta de caballos y vacas; estab

casado con una linda joven de Tunja, pero nhabían tenido hijos. Cuando se casaron, snstalaron en la casa de Guateque, es decir, l

misma donde llegamos nosotras. En esa casvivieron varios años, mientras construyeron otr

bellísima en una de sus fincas a la orilla del ríSúnuba. Desde entonces la casa de Guateque shabía quedado cerrada sin que nadie la volviera habitar.

Roberto nunca salía ni viajaba con su mujeella solo salía con una criada para ir a la misa eun pueblito cerca al río.

Roberto era el íntimo amigo del papá dEduardo; habían estudiado juntos en Europa. L

eñora María lo había conocido en la época en qu

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enía relaciones con él, cuando Eduardo estabecién nacido y por puro azar se lo encontró d

nuevo en Tunja, cuando viajó a esa ciudad parabandonar a Eduardo.

Fue él quien le propuso de ir a Guateque y ldio la carta de recomendación para el propietaride la fábrica de chocolate La Especial, para que ldieran a ella la agencia de Guateque.

La agencia del chocolate quedaba en la plaza, un costado de la iglesia; en esa parte el andén eralto, de casi un metro sobre el nivel del piso de lplaza, de manera que uno estaba siempre como eun balcón, con el dominio total de toda la plaza. E

ocal tenía dos puertas grandes, los estantes ibahasta el techo y el mostrador macizo era muy altoo nunca logré mirar por encima. Fuera de

mostrador, contra los muros y entre las do

puertas, había unas grandes bancas o escañodonde se sentaban los visitantes. El locapertenecía a la casa de uno de los Montejos, queran varios hermanos y señores muy importanteen el pueblo. Detrás del estante había u

pequeñísimo espacio donde la señora Marí

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nstaló una mesita para poder comer sin que lvieran de la calle. Había además una pequeñpuerta que comunicaba con la casa de loMontejos para que pudieran ir a hacer pipí en e

olar.Al día siguiente de nuestra llegada, apareció d

nuevo Toribio acompañado de una india muy joveque el doctor Roberto nos enviaba para que no

hiciera de sirvienta. Se llamaba Betzabé; chiquitade cuello muy corto, tan chata que solo se le veíaos dos huecos de la nariz, lindos ojos pícaro

buenos dientes, pelo negro y liso peinado con dorenzas muy tirantes, de alpargatas siempre mu

blancas, con lazos negros, una grande falda de lanústica muy ancha y debajo otras faldas d

bayetilla roja. Venía con sombrero de paja mantilla por debajo del sombrero. Era hija de un

de los campesinos que trabajaban en una de lafincas de Roberto. Ese mismo día la señora Maríalió con ella para hacer mercado e ir a pedir a lo

Montejos las llaves de la agencia.A la semana ya estábamos organizadas como s

hubiéramos vivido toda la vida en ese lugar.

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Desde que llegamos a Guateque la señora Maríe hacía llamar señorita María. Para nosotras todeguía igual, porque no la llamábamos de ningun

manera; solo decíamos sí, señora, o no, señora,

i ella no nos hablaba, nosotras permanecíamomudas.

La señorita María decidió que Helena tenía quacompañarla todo el día en la agencia por si se l

ofrecía algún mandado y para que subiera a loestantes a bajar las libras de chocolate; en cuanto mí, la orden era que me quedara en la casa coBetzabé, pero con la puerta de la calle con llaveella no quería que saliéramos ni que tratáramos lo

otros niños del pueblo de ninguna clase sociaElla tampoco nunca se relacionó con ningunfamilia ni tuvo ninguna amiga. Betzabé hacía ealmuerzo y a las doce le llevaba un portacomidas

en un canasto los platos y los cubiertos. Squedaba hasta que ellas comían y volvía con loplatos sucios. Entre tanto yo me quedaba encerradcon llave en la casa. Comparado con mi vida en lpieza de San Cristóbal en Bogotá, la casa d

Guateque era verdaderamente el paraíso. A

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principio me faltaban los amigos del muladar, perfácilmente me acostumbré a vivir sola. Betzabrabajaba todo el día en limpiar la casa y hacer l

cocina; yo me paseaba por toda la casa que m

parecía y que era en realidad enorme.La señorita María compró gallinas y un marran

chiquitico que fue mi adoración, parece que lbesaba en la boca y me quedaba dormida con él e

os brazos. Poco a poco empecé a aprender a suba los árboles sin ir muy lejos y con una cañrataba de hacer caer las frutas; naturalmente me d

mil porrazos y rasguñones, pero nunca nada graveLas gallinas tomaron la costumbre de meterse entr

os hornos del pan (que nosotras no empleábamospara hacer los nidos y poner los huevos. Cuando veía entrar una gallina al horno, me metía co

ella también en el horno y me quedaba quieta po

horas, esperando que pusiera el huevo parcogerlo y ponérmelo caliente contra las mejillaCuando ya estaba frío, corría y se lo llevaba Betzabé. Me metía debajo de los árboleconstruía ranchitos de paja, cogía flores, hablab

con mi marrano por horas, además él me seguí

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Betzabé juagaba la ropa, yo soplaba el fuego cuidaba la olla. Cuando terminaba de extender lopa, nos desvestíamos, ella se ponía un chingue,

mí me dejaba desnuda, me tomaba en los brazos

nos metíamos al río. ¡Qué felicidad! Yo hubierquerido que esos baños no terminaran nunca. Clarque cuando había tempestades y el río estabcrecido no podíamos bañarnos. Una vez fu

errible, estábamos almorzando, nos acabábamode vestir y de un solo golpe el río subió variometros; perdimos casi toda la ropa, lo único quBetzabé alcanzó a salvar fueron las sábanas. Couna rapidez increíble, me alzó y me subió sobre u

árbol. Yo me agarraba con todas mis fuerzas entí que el agua con la fuerza que venía lo hacíemblar desde las raíces, ella corrió por entre e

agua agarrándose a las ramas hasta llegar al puent

 empezó a gritar; al rato vinieron una cantidad dndios que se amarraron por la cintura con unoazos y todos unidos bajaron hasta el árbol dondo estaba agrapada y me bajaron. Naturalment

perdimos la olla y toda la comida, regresamo

emprano y muy agitadas. Betzabé lloraba porqu

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creía que la señorita María la iba a echar de lcasa por haber dejado perder la ropa pero, acontrario, se rió enormemente de nuestra aventur dijo que la ropa no importaba.

Los domingos también abrían la agencia, porquvenía mucha gente de los campos y de los pueblovecinos y compraban chocolate. Yo veía muy rarvez a Helena y la señorita María. Cuando salía

emprano en la mañana yo estaba durmiendo cuando volvían tarde en la noche yo ya estabacostada. Ella había instalado su cuarto y unespecie de salita en el frente de la casa, en eegundo piso, nosotras dormíamos en una pieza a

fondo del patio y junto a nosotras en otra piezchica dormía Betzabé. Al apartamento de leñorita María solo subíamos si ella nos llamaba

eso pasaba muy rara vez.

Al poco tiempo de nuestra llegada, la señoritMaría se enfermó, estuvo muy grave, el médicvenía varias veces al día, a nosotras no nodejaban subir a verla. Como la agencia estabcerrada, Helena pasaba el día conmigo, pero ya n

podíamos jugar juntas como antes; a ella no l

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gustaba el marrano, ni las gallinas, ni subir a loárboles. Por primera vez empezamos a pelearnopero si me veía en peligro o me caía, era siemprmuy cariñosa conmigo. Por esa época empezaron

venir de Bogotá nuevas remesas de chocolatevenían los arrieros con las mulas cargadas y podos o tres días dormían con todo y las mulas enuestro solar; hacían grandes comidas y siempr

nos mandaban un gran plato. A la noche tocabaiple y cantaban y, a escondidas de la señoritMaría, nos hacían montar en las mulas y nos dabavueltas en el solar; esa era otra gran fiesta parnosotras.

Cuando la señorita María se levantó, estaba muflaca y muy pálida, iba a la agencia solamentmedio día y poco a poco la vida volvió comantes, es decir que yo volví a queda

completamente sola en la casa. Un domingo leñorita María regresó llorando a la casa y le dija Betzabé que el cura de la iglesia la habínsultado en público porque era la única mujer quba a la iglesia con sombrero, las otras llevaban

mantilla o rebozo, que era siempre de la capita

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que llegaban las malas cosas, los vicios y epecado. La verdad, la señora María habíabandonado para siempre la mantilla y ella misme hacía sombreros muy extravagantes y ya no s

vestía más de negro sino de colores claroMuchos de esos vestidos y sombreros dice Helenque se los traía Roberto de Bogotá.

Otra vez volvió de nuevo furiosa, ya no lloraba

había decidido ponerse abiertamente en pelecontra el cura y el cura contra ella. El cura lhabía criticado su comportamiento escandaloso; partir de las seis de la tarde en la agencia seunían todos los hombres solos de Guateque. E

doctor Vargas, que todavía no se había casado, engeniero Camacho, el agente de las máquina

Singer, un abogado Murillo y otros que variabaegún los días. Se sentaban en las bancas de l

agencia y allí se ponían a discutir de política, dmujeres, a recitar poesías, a cantar, a criticar a locuras y a veces las risas eran tan fuertes que ecura, que vivía del otro lado de la plaza, decía quno podía dormir; esas reuniones duraban hasta la

nueve y diez de la noche, hora absolutament

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escandalosa para un pueblo como ese. Y el hechde que al centro de esas reuniones estuviera ellcomo única mujer ponía al cura en candela y spropuso hacerle la guerra. Un día de una procesió

en la plaza, el cura tuvo el valor de salir de lprocesión, dar la zancada para subir el andén entrar a la agencia del chocolate con la cruz en lmano y un balde de agua bendita que lo derram

odo en el piso, echando bendiciones para que eDiablo saliera de la agencia. Esa acción públicdel cura era el último grano que faltaba para que leñorita María fuera definitivamente repudiad

por las familias bien del pueblo. Ninguna de la

eñoras volvió a entrar a comprar chocolatemandaban las sirvientas o se valían de un indicualquiera para que les hiciera el mandado parece que algunas señoras preferían encargar e

chocolate a Tunja.Helena, que la acompañaba en la agencia epermanencia hasta que cerraban a la noche, decíque todos eran muy respetuosos con ella y que ellera una grande y amena charladora y que lo

hombres se divertían mucho cuando ella hablaba

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Claro que Helena, que dormía casi todo el tiempde las visitas, no recuerda nada especial sobre eema o los temas que se discutían, además qu

estaba también muy chica para poder juzgar.

Roberto iba solo los días de mercado, pero dpreferencia venía a verla a la casa cuando cerraba agencia, por eso yo no lo volví a ver nunca.

La señorita María se volvió a enfermar, Betzab

decía que era de los disgustos que le había dado ecura; la agencia se cerró de nuevo y el médicvenía todos los días. A nosotras no nos dejabaubir.

Una mañana vino Betzabé a buscarnos al patio

nos dijo que la señorita María estaba muy mala que ella tenía que quedarse todo el tiempo junto ella, que por esa razón la señorita María habíordenado que nos encerrara con llave en la piez

de los chécheres que era la única que tenía llave. Nosotras entramos sin protestar, creo que lados pensamos lo mismo: la época en que vivíamoen la pieza de Bogotá, con la diferencia que lpieza de los chécheres tenía una pequeña ventan

por donde entraba la luz y veíamos un pedacito d

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cielo. En ese cuarto guardaban también los bultode papas y de panela. Con gran pacienciompimos el costal de la panela y cada una no

comimos una panela entera; naturalmente, cuand

vino Betzabé a sacarnos, estábamos que nomoríamos de los retorcijones de estómago y ya nohabía empezado una diarrea que nos duró variodías.

El médico que venía para ver a la señoritMaría dijo que nos dieran agua de arroz y agua dcáscara de granada. Cuando ya estábamos mejoreBetzabé nos dijo que la señorita María querívernos, que subiéramos.

Me acuerdo que subimos y entramos a la pieza oda carrera.

La señorita María estaba en la cama con sargo pelo suelto, una camisa azul con encaje

blancos y en los brazos tenía un niño reciénacido.Cuando vimos al Niño nos quedamos com

paralizadas, Helena me tomó de la mano y me hizcaminar para atrás hasta que dimos contra el mur

enfrente a la cama y ahí nos quedamos com

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hipnotizadas. —Me lo trajo de regalo el médico —nos dij

con una voz casi infantil—. Acérquense, vengan verlo.

 Nosotras no nos movíamos, Helena seguíapretándome la mano con todas sus fuerzas. E

iño se puso a llorar y nosotras salimocorriendo; sin habernos acercado a la cam

bajamos la escalera sin decir ni una palabra. Yme fui directamente al patio de atrás y me meentre el horno, Helena hizo lo mismo. Nhablábamos, no llorábamos, no jugábamoestábamos simplemente acurrucadas entre el horn

como si esperáramos que la gallina pusiera ehuevo pero ese día no había ni gallina ni huevohabía solo la visión de un niño que estaba arriben los brazos de la señorita María.

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Salté de la cama y fui corriendo a la pieza, entren punta de pies. La cuna la habían puesto sobruna estera en la mitad del cuarto, me senté en euelo y empecé a mirarlo despacito y po

pedacitos. Las orejitas eran chiquitas, perfectas, lcarita muy blanca, la boca de labios gruesos, epelito era negro, los pies largos y finos, las manoeran chiquiticas, no le pude abrir los dedos, lo

enía apretados y húmedos, la boca la teníentreabierta de un lado y parecía que estuvieriendo. Al rato vino Betzabé con una botella detero, lo alzó, se sentó en la silla y se puso a darl

el tetero. El Niño abrió los ojos. Se parecían a lo

de Eduardo, negros, enormes. Yo no me cansabde mirarlo. Le pregunté a Betzabé cómo slamaba, dijo que la señorita María había dich

que se llamaría José sin Sal, pues no pensab

bautizarlo. Helena y yo lo llamábamos el Niño.Mi vida cambió; ni el marrano, ni las gallinas us huevos, ni los árboles y sus frutas, nada m

volvió a interesar fuera de estar junto a él; estaba despierto, yo estaba sentada junto, habland

 jugando con él, si dormía me sentaba en la puert

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a esperar que se despertara, si lloraba corríagritando a Betzabé para que viniera con el teteroLa señorita María había prohibiderminantemente que lo sacáramos del cuarto, n

quería que los vecinos lo vieran o lo sintieralorar. Como no tomaba ni aire ni sol, era cada dí

más blanco transparente, pero crecía y engordabaComo único vestido le ponían una camisita d

bayetilla blanca y una tira larga que le enrollabaen la cintura, que llamaban fajero y que Betzabdecía que no había que quitársela porque se lalía el alma por el ombligo. Yo le pregunté qu

qué era el alma y ella me dijo que era todo lo qu

uno tenía por dentro.Como no tenía ni pañales, ni calzoncito, hací

caca y pipí sobre la cuna que estaba cubierta coun pedazo de caucho rojo. Betzabé me enseñó

impiarle con hojas de lengua vaca que cogíamoen el solar, pero a la noche, como yo dormíaegularmente a la mañana lo encontraba untado d

caca hasta el pelo.La señorita María volvió a la vida de antes, e

decir que salía a las seis de la mañana para l

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agencia y volvía tarde a la noche. El único día quveía al Niño era los sábados que Betzabé y ybamos al río a lavar la ropa y ella y Helena s

quedaban en la casa.

Cuando el Niño empezó a crecer y a moversmucho, le cambiaron la cuna de paja por uno dos cajones vacíos del chocolate. Eran uno

cajones muy profundos y yo ya casi no podí

estirar los brazos hasta el fondo para limpiarloCuando Betzabé no me veía, yo me montaba sobruna piedra y me dejaba escurrir entre el cajón, e

iño reía y gritaba de alegría cuando yo me metíen el cajón con él. Igual que el marrano, era mío

nadie se ocupaba de él, yo tenía la impresión qudel Niño tampoco se ocupaba nadie y que era solmío.

A la agencia solo me llevaban cuando habí

fiestas en la plaza. Un día la señorita María le dija Betzabé que a la tarde me vistiera y qufuéramos a la agencia, que iba a haber cohetes vacas locas. Naturalmente al Niño lo dejamoolo, encerrado en la casa. Cuando llegamos, l

plaza, el atrio de la iglesia y los andenes estaba

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lenos de gente, a mí me alzaron y me pusieroobre el mostrador de la agencia, los cohetes y

habían empezado y de todos lados se oían cantos gentes que tocaban tiple. De pronto sentimos u

uido terrible, un ruido que no se parecía a nadaa gente empezó a correr en todas direcciones, l

mayor parte se refugió en la iglesia, otros entrabaa las casas, los chicos se subían a los árboles, l

agencia, que quedaba de la parte alta del andén, slenó de gente, el ruido se aproximaba cada vemás. De pronto vimos aparecer por detrás de lglesia un monstruo negro terrible que avanzab

hacia el centro de la plaza. Los ojos enormes

abiertos eran de un color amarillento y tenían tantuz que iluminaban la mitad de la plaza. La gente tiró al suelo de rodillas y empezaron a rezar y

echarse bendiciones; una mujer que tenía dos niño

chiquitos los tiró al suelo y se acostó sobre ellocubriéndolos como hacen las gallinas con lohuevos. Unos hombres avanzaron hacia la plazcon unos grandes palos en la mano. El animal sdetuvo en la mitad de la plaza y cerró los ojos. Er

el primer automóvil que llegaba a Guateque.

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Chao.Esta noche llega el primer hombre a la luna.

Besos.

EMM

París/6

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Carta número 7

Mi querido Germán:

La llegada del primer automóvil, los cohetes y lavacas locas fueron el comienzo de una semana dfiestas con motivo de la visita del Gobernador dBoyacá.

Las fiestas terminaban el domingo con una gracorrida de toros. Era la primera vez que Helena o íbamos a ver una corrida y para la ocasión, leñorita María nos hizo vestidos nuevos en saraz

verde con ribetes rojos y arandelitas, a Betzabé l

compró un pañolón con flecos de seda y unaalpargatas nuevas.

Almorzamos en la casa, nos vistieron, le dieroel tetero al Niño y cerraron todas las ventanas

puertas. Dejando al Niño completamente solo, nofuimos todas a la agencia.La plaza la habían cercado con palos y guadua

para que los toros no se escaparan. En el atrio da iglesia habían hecho tribunas de madera y un

especie de grande trono cubierto con una tela roj

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que era el sitio para el Gobernador. Las ventanas balcones de las casas estaban decorados coguirnaldas de flores de papel y la bandernacional.

La banda de música, venida desde Guatavita, yestaba instalada en el atrio. Poco a poco lobalcones de las casas se llenaron de gentes en laesquinas de la plaza y detrás de las barrera

estaban apeñuscados indios venidos de todos lopueblos vecinos.La señorita María, ayudada por Betzabé, instal

una especie de barrera con los cajones vacíos dechocolate para impedir que la gente fuera a entra

a la agencia; de esa forma las dos puertaquedaron bloqueadas. A nosotras nos instalaroobre las bancas al interior de la agencia. Como e

andén en esa parte era mucho más alto que l

plaza, quedamos en una especie de balcón que nopermitía la vista sobre toda la plaza. Empezaroos primeros cohetes y la banda empezó a tocar e

guatecano. Todo el mundo gritó y aplaudió a lomúsicos; los cohetes aumentaron y al otro extrem

de la plaza vimos aparecer la comitiva de

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Gobernador. Adelante venían las hijas de loMontejos, con vestidos blancos largos, coronas dflores en la cabeza y unas alas blancas de papecomo las de las gallinas. La señorita María dij

que se llamaban ángeles, que las alas eran parvolar al cielo. En la mano traían unas canastas copétalos de flores que iban regando por el piso parque el Gobernador viera por dónde debía camina

Detrás de los ángeles venían las señoras Murilloas Montejos, las Bohórquez, las hermanas decura y transportaban un grande estandarte comuchas cintas de colores. En el estandarte estabpintada la Virgen de Chiquinquirá. Detrás de ell

venían unos soldados y de último la grandcabalgata que acompañaba al Gobernador. Estabaos maridos de las señoras que traían el estandarte

el Alcalde, el médico, nuestro amigo Roberto e

un caballo negro y, junto a él, el Gobernador en ugran caballo blanco. El señor Cura esperaba lcomitiva en el atrio de la iglesia, la banda dGuatavita seguía tocando el guatecano, lohombres se quitaron el sombrero y unos gritaba

vivas al partido liberal, otros, vivas al partid

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conservador.El Gobernador y la comitiva le dieron la vuelt

a la plaza, de los balcones les tiraban claveles anzaban vivas al Gobernador. Helena y y

altábamos de dicha. Cuando la comitiva sacercaba a la agencia, la señorita María corrió e escondió detrás de una de las puertas, fue en es

momento que Helena y yo vimos que e

Gobernador, que estaba junto a Roberto, era emismo señor que nos había visitado en la pieza dSan Cristóbal en Bogotá. Cuando lo vi empecé gritar...

 —Señorita María, venga, venga a mirarlo, es e

papá de Eduardo, el papá de Eduardo, el papá dEdu...

Como respuesta solo sentimos unos pellizcos eas piernas que nos hicieron saltar las lágrimas. Y

nunca la había visto tan furiosa, nos agarró debrazo y nos tiró al piso, se quitó una de las botas empezó a pegarnos por la cabeza, por la cara, podonde caía.

 —Lambonas, lambonas, lambonas... —Era l

única palabra que se salía de su boca.

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con unos gritos terribles; sentí que los cajones da puerta se caían y en un minuto la agencia slenó de gentes, hombres, mujeres, niños, qu

huían de un toro que venía detrás de ellos. U

hombre empezó a tomar las libras de chocolate deestante y se las tiraba al toro contra la cabeza. Eoro parecía tranquilo, con las dos patas delantera

puestas sobre el mostrador. Finalmente, entr

cuatro lo agarraron de la cola y empezaron irarlo por atrás. El toro dio dos patadas y salicorriendo detrás de una mujer vestida de rojoCuando Betzabé logró sacarnos de detrás demostrador nos alzó y nos paró sobre un cajón

empezó a señalarnos algo en el fondo de la plazaoda la gente señalaba y miraba al mismo sitio; a

principio solo vi una enorme columna de humnegro, poco a poco empecé a ver las llama

ubían tan alto como las torres de la iglesia, erabellísimas, todos los rojos, los amarillos, lovioletas; las casas y la gente casi no se veían dehumo que invadió parte de la plaza, todos corría gritaban en todas direcciones.

Los toros también corrían detrás de la gente

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irando por el suelo a chicos y grandes, hombres mujeres. De las casas salía la gente con baldechorotes, tarros y todos se precipitaban a la pilde la plaza para coger agua, otros hombres co

azos y palos trataban de enlazar los toros queguían sueltos, las campanas de la iglesi

empezaron a sonar con desesperación, las llamaeguían subiendo. Una vieja gordísima con do

chorotes, uno en cada cuadril, fue levantada poos cuernos de un toro. Cuando cayó, cayó en ecentro de la pila y casi la dejó sin agua. Otrohombres corrían con ramas verdes y sacos dierra. El pueblo entero estaba en revolución, cad

uno trataba de hacer algo para apagar el incendioel viento soplaba en la dirección del fuego, lalamas saltaban de un rancho al otro, en la agenciolo quedamos nosotras y yo no podía quitar lo

ojos de las llamas. Apareció uno de los Montejo le dijo a la señorita María que el incendio habíempezado en el Hospital, un cohete que cayencendido sobre el techo de paja. Los cincuentenfermos que estaban adentro murieron entre la

lamas, el director, que estaba en la corrida, lo

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había dejado encerrados con llave y ninguno pudalir. Por suerte el incendio era de la part

contraria de nuestra casa, es decir la parte baja da ciudad. Las llamas seguían saltando de una call

a la otra, las mujeres se acostaban en el atrio de lglesia a rezar y dar alaridos, los hombres seguía

pasando ramas, que eran casi árboles y tierra. Tredías duró el incendio, toda la parte baja del puebl

quedó en cenizas. Los muertos y heridos, tanto poel incendio como por los atropellos de los toropasaron de cien; por muchos días el cielo quedde un gris casi negro y el olor del incendio habípenetrado a todas las casas y a todas las piezas

e sentía en la ropa, en la comida, en el agua. Yecordaré ese incendio como el espectáculo má

bello y extraordinario de mi infancia. Por muchiempo, creí que el incendio era parte de las fiesta

en honor del señor Gobernador. París, octubre/6

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Carta número 8

Mi querido Germán:

Después de las fiestas y el incendio todo volvió u ritmo normal. Solo una cosa nueva se produj

en nuestra vida y es que la señorita María tomó lcostumbre de pegarnos y, como cuando le pegaba

a una, la otra también lloraba, decidió que nmportaba cuál había cometido la falta, ella nopegaba a las dos.

Un día llegó a la casa de muy mal genio. Eiño estaba llorando porque era la hora de s

etero y ella decidió darle ese día un baño. Cuandestaba todo desnudo, lo alzó muy alto y mirándola la cara dijo:

 —Este desgraciado se empieza a parecer

Eduardo.Entonces Helena le dijo que hubiera sido mejoguardar a Eduardo que mandar a hacer otro nuevoHelena no había terminado la frase, que ya ella lestaba reventando a bofetadas. Antes de qu

erminara con ella, yo corrí a esconderme en e

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horno, el único sitio donde ella no podía entrar.Al día siguiente no fue a la agencia y estuv

odo el día encerrada en la pieza; Betzabé le subiel almuerzo y dijo que no quería comer. Cuand

empezaba a estar oscuro nos llamó para quubiéramos a su pieza. Todas las cosas estaban e

desorden y en el centro los dos baúles abiertoshabía comenzado a empacar la ropa. Nos anunci

que volvíamos a Bogotá, nos acusó de ser la causde todas sus desgracias. —Sin ustedes mi vida sería otra, nunca hubier

venido a este pueblo miserable. Yo podría estamuy lejos y tener todo en la vida. Pero con ustede

iempre entre los pies, estoy atada como uanimal, eso es, atada como una vaca, pero, eso ses aseguro que esta situación no puede durar máiempo, yo les juro y se acordarán de mis palabra

que a la primera oportunidad que se me presentas voy a regalar a alguien, no me importa a quiénY ahora, lárguense de aquí que yo no las vea máporque las voy a reventar a palos.

 Nos tomamos de la mano y bajamos la escalera

fuimos derecho a la pieza del Niño, nos sentamo

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unto al canasto y nos pusimos a llorar. El Niñnos miraba con los ojos grandes abiertos y como hubiera sentido lo profundo de nuestro dolor, laágrimas le empezaron a caer a chorros, sin dar n

un grito. Solo hacía pucheritos con la boca y suojos eran de una tristeza profunda.

Los preparativos de viaje duraron varios díaComo ella no iba a la agencia, estaba siempre e

casa y, por un sí o un no, nos gritaba o nos dabfuerte. Fueron días muy largos y muy tristes.La víspera del viaje llegó Toribio con lo

caballos y tres indios más, todos durmieron en eolar esa noche, cantaron y tocaron tiple. Toribi

me quería mucho y me trajo de regalo un canasticleno de ciruelas. Esa noche dormimos todos e

una sola pieza sobre unas esteras y el Niñiempre en su canasto. Cuando me despertaro

estaba todavía oscuro, Betzabé ya tenía hecho edesayuno y la señorita María estaba bañando aiño, cosa que no hacía casi nunca, pues la únic

que le limpiaba la cara y la caca era yo. Helenme ayudó a vestirme mientras Betzabé ponía en u

canasto los cuatro chiros que representaban l

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en la punta de los pies, ligero, ligero, como quisiera volar. Se acercó a la grande puerta y pusprimero el canasto y luego el Niño bien arrimadcontra la puerta y cuando empezó a cubrirle l

cabecita con la cobija me di cuenta que habíamodo para abandonarlo; quise gritar y no pude, la

piernas me temblaban, como un resorte salté edirección de la puerta. Betzabé me alcanzó

agarrar de una pierna, yo me tiré al suelo y empeca dar golpes con la cabeza contra la tierra, sentíque me ahogaba, Betzabé se esforzaba por alzarmpero yo me agarraba a las plantas y mcontorsionaba como una lombriz. Casi al oído m

uplicaba levantarme, no hacer ruido y correantes de que alguien se despertara; yo seguíamarrada a las plantas y con la cara pegada a lierra, creo que en ese momento aprendí de un sol

golpe lo que es la injusticia y que un niño dcuatro años puede ya sentir el deseo de no querevivir más y ambicionar ser devorado por laentrañas de la tierra. Ese día quedará sin dudcomo el más cruel de mi existencia.

 No lloraba, porque las lágrimas no hubiera

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bastado, no gritaba porque mi sentimiento devuelta era más fuerte que mi voz. Betzabé

arrodillada junto a mí, me suplicaba devantarme. El Niño empezó a llorar, yo sentí qu

u llanto salía del fondo de la tierra, levanté lcabeza y vi que Betzabé tenía la cara bañada eágrimas. Perdí toda resistencia, le tendí una man ella me levantó en sus brazos, empezó a corre

como loca; yo sentía que me apretaba fuerte, fuertcontra ella y sus lágrimas me caían por detrás da oreja y se deslizaban por mi cuello, casi siespiración; solo se detuvo cuando llegamos a

puente; del resto no me acuerdo, solo recuerd

cuando Toribio me alzó para ponerme en la sillde la mula que debía transportarnos a BogotáHelena me cuenta que me quedé tres días sin podehablar. La señorita María tenía miedo que hubier

quedado muda. El viaje de regreso se pasó como a ida, solo que Betzabé venía con nosotras y, ecambio de Burro, nos llevaron en una mula qucaminaba muy rápida. No recuerdo los detalleporque seguramente no me importaba más la vida

El primer viaje había representado el abandono d

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Eduardo y el segundo el abandono del Niño.Sumercé, estoy triste porque esta carta no m

alió como yo hubiera querido, pero no me sientcapaz de repetirla.

Besos para toda la familia y no me olviden.EMM

París, octubre/6

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mujer que era de Tunja y vivía con un policíaenía dos niñas mucho más grandes que nosotra

era muy simpática y era la única que nos hablabun poco. Cuando supo que nosotras solo comíamo

pan y panela le dijo a Betzabé que eso era mumalo, que nos iban a dar lombrices y que ademáera muy poca comida, que ella hacía para ella us hijas mazamorra que era de más alimento.

Cuando estaban discutiendo sobre el precio da mazamorra llegaron las dos viejitas que noraían el pan y la panela. Yo no sé cóm

decidieron que, si nosotras dábamos nuestros diecentavos y las viejitas otros diez, más los diez d

a mujer del policía, podríamos hacer una solmazamorra para todos con carne, con papas y cohabas. Había un solo problema, conseguir una ollmuy grande, pues, según la mujer del policía, co

odo ese dinero podíamos hacer tanta mazamorrque cada una podríamos tomar dos platos, uno amediodía y calentar el otro para la noche. Betzabdijo que ella tenía economizados cinco centavoque ella los daba para comprar la olla, las viejita

dieron cada una un centavo, la mujer del policí

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muchos trapos en el hueco del sifón del patio odos alrededor cada uno con su plato; habíagradamente un buen pedazo de carne para cad

uno y muchas papas y habas y tallos. L

mazamorra era hecha con masa. Era la mujer depolicía la que hacía el mercado y era ella la qunos servía a todos. Naturalmente todos svolvieron amigos y Betzabé se hizo muy amiga de

obrero del carbón. La señora María nuncparticipó en las mazamorras, regularmente nestaba, pero si estaba se quedaba encerrada en lpieza; tampoco tenía amistad con nadie, solo decíbuenos días y seguía derecho, ella decía que era

gentes muy vulgares, pero le parecía bien qunosotras tomáramos mazamorra todos los días.

Ya hacía como un mes que estábamos en escasa y las mazamorras eran nuestra únic

diversión, el segundo plato, ese sí sin carne, lponían a calentar a las seis de la tarde; desde eshora el que iba llegando se sentaba en el patio esperar la llegada de la olla. Cuando aparecía lolla, todos dábamos un grito de alegría. Fue un

arde justamente que apareció el policía marido d

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doña Inés, como la llamábamos todos. Doña Inéempezaba a servir, estaba agachada con el plato el cucharón en la mano, todos teníamos los ojopuestos sobre la olla. Fue el pum-pum de los do

disparos que nos hizo levantar los ojos, el policícon un revólver en la mano acababa de darle doiros a su mujer, que cayó como una piedra sobra olla de la mazamorra, la olla se abrió en m

pedazos, todo el mundo corrió, Betzabé nos tircontra la puerta de la pieza y nos encerramos todares con llave al interior. La mujer no se murió

pero nunca más volvimos a tener la mazamorravolver a reunir el dinero para comprar una nuev

olla era absolutamente imposible y de la partnuestra la señora María nos prohibió todo contactcon las gentes de la casa. A los pocos días ella noanunció que le habían dado la agencia d

chocolate de un pueblo que se llamabFusagasugá.Una parte del viaje la hicimos en tren, el resto

caballo, pero el camino no se parecía al dGuateque; era mucho más montañoso y hací

mucho frío. Los indios que nos acompañaro

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bebieron chicha todo el viaje y ya no estabToribio para cuidarnos. Llegamos a Fusagasugcon una lluvia terrible y nadie sabía decirnodónde quedaba la agencia. Cuando la encontramo

a estaba oscuro. La agencia estaba en la casa deeatro, era una casa enorme, el frente de dos piso

Primero había un grandísimo portón de madera quera la entrada al teatro, luego un local dond

vendían los billetes, un gran depósito con puertaambién a la calle que siempre estaban cerradas el último local era la agencia; como la dGuateque, también tenía dos puertas. Al fondodetrás del estante había una puerta que daba a

nterior de la casa, a la derecha había la escalerpara subir al segundo piso. Las dos primerapiezas, exactamente sobre la agencia, estabaeservadas para nosotras, las seis puertas qu

eguían sobre el corredor todas estaban cerradas estaban llenas de aparatos de luz y muebles qupertenecían al teatro y las abrían muy raramentpues solo dos o tres veces al año pasaba por aluna compañía de teatro o un ballet. Abajo estab

el grande patio con bancas sembradas en la tierr

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para que el público no las pudiera mover, espatio era descubierto, si llovía no había función. Aa izquierda solo había un grande muro muy alto, a derecha continuaba la casa; sobre el corredo

había otras dos piezas que servían como depósitpara las cajas de chocolate. Todas las otrapuertas y ventanas estaban cerradas con rejas dfierro. A esa parte de la casa se entraba por un

puerta chiquita que también tenía una reja dfierro, ahí solo podían entrar las propietarias de lcasa, las señoritas Castañeda, dos hermanas yviejas que cuidaban al hermano menor que estaboco, loco furioso. Nosotras nunca entramos per

a vieja sirvienta le decía a Betzabé que al loco lenía en el patio amarrado con cadenas, pero comas hermanas lo querían mucho, no lo dejabalevar al asilo. Las viejitas no salían nunca; y

olo vi un día la cabeza de una. Las únicapersonas que entraban y salían eran la sirvienta un viejo abogado que era el administrador de lcasa y del teatro. Al fondo del patio de las bancaestaba el escenario, era una caja enorme hecha co

ablas y cubierta con latas de zinc. Atrás de

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escenario había dos escaleras, una de cada ladoque daban a otro grande patio donde había variapiezas de madera, esas piezas fueron mi paraíso.

Allí había vestidos de todos los colores, largo

cortos, capas, capuchones, coronas, espadaabanicos, collares, botas, guantes, sombreropelucas de todos colores y mil y mil cosas que yveía por primera vez en mi vida y que ni Betzab

ni Helena sabían cómo se llamaban ni a quervían. Cuando llegamos había una compañíespañola que venía todos los días a ensayar. Yo nentendía nada de lo que decían, pero verlocaminar, entrar, salir, correr, hablar, eso m

bastaba como diversión y de ellos aprendí a jugaal teatro. Me vestía de mil formas diversas, subía la escena e inventaba toda clase de historiaRegularmente imaginaba que hablaba con el Niñ

o con Eduardo, a veces con los dos, con Helenugábamos a que ella era la señora María y yBetzabé. Jugábamos a la mazamorra y doña Inéque caía encima de la olla. Un día quisimos jugaal incendio de Guateque, pero llegó Betzabé y no

quitó los fósforos y nos pegó. La señora Marí

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decidió mandar a Helena a la escuela de laeñoritas Mojica para que le enseñaran a leer, a m

no me quisieron recibir porque era muy chiquitaLa cocina quedaba en el mismo patio dond

estaban los cuartos de los vestidos. Esa casa mgustaba mucho, sobre todo el teatro; lo único qume prohibían era salir a la calle o ir a la agencia molestar a la señora María. Solo cuando habí

fiestas en el teatro nos encerraban en las piezas darriba. Un día que hubo una gran fiesta, dejaron eel escenario un gran mueble y unos cajones counos rollos de papel que tenían muchos huequitoo empecé a desenrollarlos todos y los extend

obre las bancas en el patio y jugaba a pasar podebajo, cuando apareció el abogado. Cuando mvio, se cogió la cabeza a dos manos y empezó dar gritos. La señora María, Betzabé, la viej

irvienta, todos se precipitaron al patio. —La ruina, señora María, la ruina, vea usted lque esa patoja ha hecho con todos los rollos de lpianola.

Todos empezaron a enrollar las tiras. Cuando v

que la señora María empezaba a quitarse una bota

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upe que me iba a pegar y corrí hacia la puerta da calle y salí corriendo. Fui a dar a una grand

plaza donde había un mercado; yo miraba parodos lados y no veía a la señora María, así qu

decidí pasearme por el mercado y una vieja megaló un mango. En esa plaza estaba la iglesia, v

que en el atrio estaba el cura con muchos niñoalrededor, me acerqué, él les estaba preguntando

odos cómo se llamaban: —Y tú... La pobre es completamente bizcadime, ¿cómo te llamas?

 —Nené. —¿Nené? Eso no es un nombre.

 —Sí, yo soy Nené. —¿Quién es tu mamá? —La agencia de chocolate.Todos se pusieron a reír, pero yo me puse

lorar. El cura le preguntó a los otros si mconocían, ellos dijeron que no, el cura me volvió preguntar quién era mi mamá.

 —La agencia de chocolate.El cura me tomó de la mano y me llevó a l

agencia de chocolate. La señora María le contó l

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historia de los rollos de la pianola, el cura entrcon nosotros al teatro, subió a la escena, abrió emueble, puso uno de los rollos y empezó a sonar lmúsica. Yo me quedé como paralizada, miraba es

mueble por arriba, por abajo y no veía lomúsicos, pregunté si los músicos estaban cerradoentre el mueble, todos se rieron, el cura con grandpaciencia me explicó que la música salía de lo

huequitos del papel. Ese buen cura me enseñó emejor juego de mi infancia. Yo aprendí a manejaesa pianola a la perfección, lo hacía con tantcuidado que el abogado no me prohibía tocarla. Ecura se volvió muy amigo de la señora María

venía con frecuencia a hablar con ella a la agenci  luego entraban a buscarme al teatro y él jugab

conmigo al teatro. Un domingo hicimos un lindpaseo hasta el río, fuimos todos, el cura, la señor

María, Betzabé y nosotras, hicimos el almuerzunto al río y cogimos muchas flores.Por la mañana era Betzabé quien abría l

agencia y esperaba que la señora María bajarpara reemplazarla. Un día cuando ella bajó, l

agencia estaba cerrada y Betzabé no aparecía po

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ninguna parte. Preguntamos a todos los vecinonadie la había visto, fuimos a su cuarto y vimoque toda su ropa también había desaparecidoTodas tres nos pusimos a llorar. La señora Marí

no abrió la agencia y nos fuimos todas tres a lglesia para contarle al cura que Betzabé habí

desaparecido. La señora María llorabdesesperada, el cura le prometió averiguar en e

pueblo si alguien la había visto; yo me recuerdque por muchos días la buscaba entre los vestidodel teatro, debajo de las bancas, entre la pianolaubía a la escena y gritaba: —Betzabé, venga, no nos deje, Betzabé

estamos muy tristes, vuelva, vuelva, Betzabé. —Mis gritos fueron inútiles, Betzabé no volvió nuncmás. Más tarde supimos que la habían visto counos arrieros que iban por el páramo haci

Bogotá. París, octubre/6

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Una noche me mandaron sola al solar parbuscar el balde del agua, yo lloraba del miedo, ibcaminando en la punta de los pies y contra laparedes, casi sin respirar, con el oído atento a

más mínimo ruido, ya había atravesado el teatro ycuando estaba pasando las primeras piezas dmadera, donde estaban los disfraces, sentí domanos gigantes que me apretaron de la cintura

me levantaron en el aire. Como cuandabandonamos al Niño, me quedé muda, no me salíni un ruido de la boca y sentía como una piedra ea garganta que me ahogaba. Al principio tampoc

vi nada, sentí que las manos me descendían d

nuevo hacia el piso, fue a ese momento que mcara se encontró frente a frente con la cara deoco; los ojos saltados, una barba negra enorme, l

boca abierta, sin un solo diente, me sigui

descendiendo dulcemente y vi que su cuerpestaba completamente desnudo, me acostó muuavemente sobre el piso y se arrodilló junto a m  empezó a besarme la cara. Yo sentía que lo

pelos de su barba me entraban por la boca, l

nariz, los ojos, los oídos, trataba de darle puños

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patadas, pero sus grandes manos eran más fuerteque mis piernas y mis brazos. A ese momento vaparecer una luz contra la puerta del solar, eran lados hermanas con una lámpara que lo estaba

buscando. Cuando las vio se levantó como uesorte, yo seguía tendida en el suelo, ellas se iba

acercando muy despacito y lo llamaban con unvoz muy dulce, él seguía parado frente a m

mirándome fijamente. Cuando vio que ya sacercaban, tomó su pipí con las dos manos e hizpipí encima de mí, rociándome de la cabeza a lopies, como si fuera una planta. Cuando terminó, sidecir ni una palabra se acercó a ellas con una gra

onrisa de alegría.Una de las viejitas me alzó y me llevó donde l

eñora María y le dijo que ella no deberídejarnos salir solas en esa casa tan grande y meno

de noche, que si ellas no hubieran salido quiéabe lo que me hubiera pasado. Helena se puso desvestirme y me lavaron toda hasta la cabezaiempre ayudadas por la viejita que seguí

discutiendo con la señora María.

La señora María se aburría mucho e

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Fusagasugá. Como en los otros sitios no teníninguna amiga ni frecuentaba a nadie, allí no teníacomo en Guateque, la corte de hombres que veníaa charlar con ella a la agencia; el único que no

visitaba de vez en cuando era el cura dominicancon el que habíamos hecho el paseo. Sin Betzaba vida se había vuelto muy difícil para toda

Helena un día que estaba prendiendo la plancha d

carbón... Mejor dicho la plancha ya estabprendida y la había puesto destapada en el suelo e subió sobre el cajón para bajar los fuelles; né lo que pasó, el hecho fue que se cayó del cajó cayó sentada sobre la plancha en brasas. Pobre

qué pena me daba! En toda la mitad de una de sunalgas le quedó la fotografía completa de lplancha, se le veía la carne viva; recuerdo qucorría por todo el teatro dando verdadero

alaridos. Estuvo tan enferma y vomitaba tanto qua señora María no la volvió a dejar hacer nada nen la casa ni en la agencia. Fue esa época qudescubrí que la señora María tenía una grapreferencia por Helena. Todo el tiempo repetía l

misma frase, la más linda, la que yo más quiero

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hubiera preferido que eso le hubiera pasado Emma, mi pobre Nenita. Nunca la había visto coanta ternura, parecía sinceramente angustiada d

ver a Helena con esa llaga horrible, día y noch

acostada boca abajo, porque no se podía ni ponede espaldas ni sentarse. Yo naturalmente no podíhacer el trabajo de las dos. Una noche que Helenestaba con mucha fiebre, ella se puso a llorar y no

dijo que no podía más, que así era imposibleguir, que iba a escribir a Bogotá y que iba enunciar a la agencia, que ella era un

desgraciada sin un hombre al lado que la ayudara oportar la vida. De nuevo nos dijo que éramo

nosotras la causa de todas sus miserias porque ellola estaría como una reina.

A los pocos días llegó un señor de Bogotáenviado por la compañía, que venía a revisar lo

papeles y a buscar el reemplazo de la señorMaría en la agencia. Se hizo muy amigo de ellaEra un hombre joven, muy alto, moreno, con lindoojos verdes. Él era muy cariñoso con nosotras iempre nos traía caramelos. Fue él quien no

egaló las primeras y únicas muñecas que tuvimo

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en la vida. Eran de trapo, con pelo negro, motosoa de Helena estaba vestida de rojo y la mía dosado, nosotras las adorábamos. El seño

Suescún, así se llamaba, ayudó a la señora María

acar los baúles y empezó el traqueteo dempacar. Ya sabíamos por experiencia que leñora María se ponía de muy mal genio cuandenía que hacer el equipaje. El señor Suescún no

ayudó mucho, fue el que se ocupó de buscar londios con los caballos para el viaje de regreso Bogotá y él dijo que nos acompañaría. La señorMaría estaba radiante de felicidad.

A ti te parecerá extraño que yo pueda contart

en detalle y con tanta precisión loacontecimientos de esa época tan lejana. Yo pienscomo tú, que un niño de cinco años que lleva unvida normal no podría reproducir con es

fidelidad su infancia. Nosotras, tanto Helena como, la recordamos como si fuera hoy y la razón ne la puedo explicar. Nada se nos escapaba, ni lo

gestos, ni las palabras, ni los ruidos, ni locolores, todo era ya claro para nosotras.

Llegó el día del viaje, nos levantaron a

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amanecer, por una razón que nunca supimodecidieron que a nosotras no nos llevaran caballo sino a lomo de hombre. Compraron doillas de mimbre, les hicieron un toldo y amarraro

cada silla a la espalda de un indio, luego noalzaron y nos sentaron encima.

La señora María y el señor Suescún partieroadelante, detrás de ellos iban dos indios con la

mulas del equipaje y, de últimos, los dos indioque nos llevaban. A los indios les dieron ucanasto donde había comida para nosotras. Lodos indios estaban borrachos, cada uno llevaba ugrande calabazo lleno de chicha; el que cargaba

Helena, que tenía la cara llena de viruelas, tenídiarrea y cada rato se quitaba el pantalón y sentaba a ensuciar haciendo unos ruido

espantosos; el mío se paraba junto, muerto de risa

diciéndole: —Beba más chicha compadre, solo la chicha egüena pa’ las churrias.

La señora María y el señor Suescún seguíaadelante y al llegar al páramo ya no los vimo

más; los indios seguían tranquilos, contand

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cuentos que nosotras no entendíamos; el de ldiarrea cada vez iba peor; de pronto se sentó euna piedra y dijo que no seguía más; el otro, emío, le dijo que si no nos apurábamos íbamos

perder el tren, que la señora María había dichque nos esperaba en la estación. Nos dieron un pa  un plátano a cada una, ellos siguieron tomand

chicha y se detuvieron en un rancho para que le

lenaran los calabazos que ya estaban vacíos. Eese rancho se demoraron mucho tiempo hablandcon otros indios. Cuando salieron ya ncaminaban, iban en zigzag de lo borrachos questaban; entonces se pusieron a pelear. Uno sac

un cuchillo y el de la diarrea le dijo: —No te puedo matar porque tengo que cagar.Se bajó el pantalón y se acurrucó; el otro guard

el cuchillo y se puso a cantar. Ya estab

oscureciendo, Helena empezó a llorar y se puso lamar a la señora María a gritos, yo empecé gritar al tiempo con ella, hasta que nos cansamos nos dormimos. Nos despertamos cuando los indionos estaban descargando en la estación del tren. E

curioso que ninguna de las dos se acuerda de

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nombre del pueblo donde se tomaba el trenRecordamos la estación, el hotel y la iglesia, perninguna calle. Cuando llegamos, el tren ya se habído hacía mucho tiempo y la señora María y e

eñor Suescún también se habían ido siesperarnos. Los indios le preguntaron al hombrde la estación y a otras personas si no habían vista una señora joven de vestido y sombrero gri

acompañada de un cachaco de Bogotá. Todos lohabían visto tomar el tren; poco a poco la gentempezó a rodearnos. Helena y yo nos miramos, lados pensamos lo mismo; a las dos nos saltaron laágrimas al mismo tiempo, a las dos nos salió de l

boca una sola frase: —Nos abandonó, nos abandonó. Nuestras manos y nuestras cabezas se juntaron

nuestro llanto se volvió mudo. La gente en torn

nuestro seguía aumentando, cada uno nopreguntaba lo mismo: —¿Tú cómo te llamas? —¿Cómo se llama tu mamá? —¿Cómo se llama tu papá?

 —¿De dónde vienen?

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 —¿Para dónde van? Nada nos interesaba, a nadie respondíamos, lo

veíamos sin verlos, los oíamos sin oírlos, solo ell yo sabíamos lo que era en ese momento nuestr

vida. Alguien fue a llamar al cura de la iglesiaGordo, barrigón, con la nariz como una bola oja, llegó y se sentó en cuclillas junto a nosotra

empezó a darnos palmaditas en las mejillas y no

preguntó: —¿Cómo te llamas? —¿Cómo se llama tu mamá? —¿Cómo se llama tu papá? —¿De dónde vienen?

 —¿Adónde iban? Nosotras seguíamos mudas. Los indios que no

habían llevado desaparecieron, nadie los volvió ver, la gente se fue alejando poco a poco hasta qu

quedamos solas con el cura y un soldado, policía, nos tomaron de la mano y nos llevaron ahotel. La dueña era muy seria, toda vestida dcarmelito con el pelo blanco cogido atrás por umoño. El soldado se quedó con nosotras en e

patio y el cura se retiró a hablar con la dueña

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Helena entendió que el cura le decía: —Guárdelas aquí, es seguro que en el tren d

mañana va a volver la mamá a recogerlas, yvendré mañana después de la misa.

El comedor del hotel tenía puertas de vidrioque daban todas a la calle. Cuando nos hicieroentar en una mesa, vimos que de nuevo la gent

estaba apeñuscada contra las puertas, alguno

enían las caras aplastadas contra los vidrios parpodernos ver más de cerca, todos discutían y noeñalaban.

La señora nos hizo servir la comida y se senten medio de las dos y nos cortó la carne y la

papas en pedacitos chiquitos, pero ninguna de lados quisimos comer; algunas personas que estabaen el comedor se acercaron a la mesa y noogaban de comer al tiempo que nos preguntaban:

 —¿Cómo te llamas? —¿Cómo se llama tu mamá? —¿Cómo se llama tu papá? —¿De dónde vienen? —¿Adónde iban?

 Nos llevaron a una pieza donde había dos cama

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  nos acostaron a cada una en una. Cuando leñora salió y cerró la puerta con llave, Helena s

bajó de su cama y se acostó en la mía, noabrazamos fuertemente y nos quedamos dormidas.

El cura y el soldado volvieron a la mañaniguiente, cuando la señora del hotel nos estab

peinando, nosotras seguíamos sin hablar. Nolevaron a la estación, sentimos el pito del tren

o vimos entrar en la estación. Cuando la gentempezó a descender, el soldado alzó a Helena y ecura a mí y teniéndonos muy alto nos mostraban oda la gente que pasaba. La gente terminó de baja se fueron alejando. Desconsoladas nos pusiero

de nuevo en el suelo y nos llevaron al hotel, dondpasamos el día metidas entre la cama... Creo qudormimos, porque ninguna de las dos hablaba. A larde que llegaba otro tren volvieron el cura y e

oldado y se repitió la misma escena en lestación. Nosotras ya sabíamos que ella nvolvería a buscarnos. Así pasaron tres días, lores días a la mañana y a la tarde se repetía l

misma escena en la estación del tren. El cur

parecía preocupado y discutía con el soldado y l

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eñora del hotel. Al cuarto día ya no nos llevaroa la estación, el cura vino con dos monjas vestidade negro y blanco, una era vieja de anteojos y lotra muy joven y muy alegre, nos alzaba, no

besaba, nos acariciaba la cabeza. —¿Cómo te llamas? —¿Cómo se llama tu mamá? —¿Cómo se llama tu papá?

 —¿De dónde vienen? —¿Para dónde iban? Nos llevaron a un convento que quedaba en e

campo, entramos a un grande patio con muchaflores donde había una estatua de un cura. Apena

legamos empezaron a aparecer cantidades dmonjas que salían de todas partes y empezaban odearnos: —¿Cómo te llamas?

 —¿Cómo se llama tu mamá? —¿Cómo se llama tu papá? —¿De dónde vienen? —¿Para dónde iban?Estas preguntas se repetían en todos los tonos d

voz, fuertes, menos fuertes, agudas, chillona

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autoritarias, cariñosas. De pronto el silencio fuotal, en torno nuestro solo veíamos un muro negr

de las faldas de las monjas apeñuscadas las unacontra las otras. De pronto sentí la voz de Helen

que me pareció fortísima y decía: —Yo me llamo Helena Reyes y mi hermanita s

lama Emma Reyes.Me tomó de la mano y, empujando con la cabez

as faldas de las monjas, me llevó hacia el fonddel jardín donde había una jaula con muchopajaritos. Las monjas se habían quedado competrificadas, solo nos seguían con los ojos, cuandestuvimos junto a la jaula, lejos de las monja

Helena me dijo: —Si tú hablas de la señora María yo te pego.Y ese silencio duró veinte años, ni en público n

en privado volvimos nunca a pronunciar su nombr

ni a hablar de los años pasados con ella, ni dGuateque, ni de Eduardo, ni del Niño, ni dBetzabé. Nuestra vida empezaba en el convento ninguna de las dos traicionó jamás ese secreto.

Mil recuerdos y besos. Escriban.

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EMM

París, noviembre de 196

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ecogernos al hotel y que nosotras llamábamonuestra amiga. A veces venían grupos de noviciaque se paraban en la puerta del segundo patio, nomiraban y nos hacían risitas pero no podían habla

con nosotras. Lo primero que nos enseñó la monjoven fue a jugar a las cruces, que ella llamab

persignarse. Nos enseñó que cada dedo tiene unombre, pero solo los de las manos, los de lo

pies, como el Niño, no tienen nombre; para jugar persignarnos había que cerrar toda la mano y dejaevantado el dedo que se llama Pulgar. Con Pulgaeníamos que hacer tres cruces como si fueran do

palitos cruzados el uno sobre el otro, la primer

cruz se hace en la frente, la segunda en la bocacon la boca cerrada, y la tercera en el centro depecho; luego había que abrir rápidamente todos lodedos y con la mano bien estirada hacer una sol

grande cruz con la punta de todos los dedoprimero en el centro de la frente, en el centro depecho, en el hombro del lado izquierdo, luego eel hombro derecho y terminar dándole un beschiquito en la uña a Pulgar, siempre con la boc

cerrada. Ese juego me divertía mucho, porqu

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iempre me equivocaba y se me enredaban todaas cruces, a veces comenzaba en el pecho erminaba en la frente o empezaba en la boca y, e

cambio de besar a Pulgar, besaba al meñique

porque me daba lástima que era tan chiquitico. Lmonja se ponía furiosa y me hacía volver comenzar mil veces.

Otro día nos contó la historia de un niño que s

lamaba Jesús, la mamá de ese niño también slamaba María, eran muy pobres y habían viajaden burro, como nosotras cuando fuimos Guateque. Pero ese niño Jesús tenía tres papáuno que vivía con su mamá, que se llamaba José

que era carpintero; el otro papá era viejo cobarbas y vivía en el cielo entre las nubes y espapá sí era muy rico. La monja nos dijo que él erel dueño de todo el mundo, de todos los pajarito

de todos los árboles, de todos los ríos, de todaas flores, de las montañas, de las estrellas, todera de él. El tercer papá se llamaba Espíritu Sant  no era un hombre sino una paloma que volabodo el tiempo. Pero como la mamá vivía solo co

el papá pobre, no tenían ni casa en qué vivir

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cuando nació el niño Jesús tuvo que ir a nacer a lcasa de un burro y de una vaca. Pero el papá viejoico, que vivía en el cielo, mandó una estrell

donde unos amigos de él, que también eran mu

icos y que se llamaban Reyes como nosotras, esoeñores vinieron a visitar al niño Jesús a la cas

de la vaca y el burro y le trajeron tantos regalos oro y joyas y entonces ya no fue más pobre sin

ico. Yo le pedí que nos llevara a donde estaba esniño; dijo que el Niño ya no estaba en la tierraque se había ido a vivir con su papá rico questaba entre las nubes, pero que si éramos buena obedientes lo veríamos en el cielo.

 Nosotras pasábamos horas mirando al cielpara ver si lo veíamos. Helena me dijo un día qui pudiéramos subirnos a un árbol de los má

grandes ella estaba segura que lo íbamos a ve

que no lo veíamos porque éramos muy chiquitaEsperamos que la vieja portera se durmierdespués del almuerzo y nos subimos al árboCuando las monjas vinieron, estábamos agarradaa las últimas ramas y era tan alto que no oíamos l

que nos decían y no podíamos más bajar. La

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madre superiora trajo unos trapitos blancopegados a un cordón carmelita que llamabaescapularios, nos los puso por la cabeza y dijo qununca nos los debíamos quitar, que era para que l

gente supiera que éramos hijas de la Virgen Marí  de Dios. Cuando las monjas se fueron, yo l

pregunté a Helena quién le había dicho a luperiora que éramos hijas de la señora María

del señor Dios. Helena no contestó nada y me diuna palmada en la boca.Al rato salieron de nuevo todas las monjas, un

raía un canasto cubierto con un paño blanco. Una una empezaron a besarnos y nos hacían cruces e

el aire con las manos abiertas. Nuestra amiga y luperiora nos tomaron de la mano, la joven tom

el canasto y salimos del convento. Apenaestuvimos en la calle, empezamos a llorar. Fuimo

directamente donde el cura que ya conocíamos; luperiora habló con él, paseándose en el jardíncuando pitó el tren nos tomaron de la mano alimos todos corriendo a la estación. Cuand

vimos el tren, empezamos a dar verdadero

alaridos y decíamos:

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 —¡No! ¡No! ¡No!Pero no sabíamos a qué le decíamos no. Yo m

agarré a las piernas del cura y no quería subir aren, finalmente nos obligaron a subir; cuand

vimos que las monjas también viajaban conosotras nos tranquilizamos un poco. Nos dijeroque le besáramos la mano al señor Cura y el trepartió. Nadie habló durante el viaje; Helena y y

nos apretábamos bien la una contra la otra, yo veíen su cara una angustia terrible, los ojos se lhabían agrandado, abría la boca para respiracomo si le faltara el aire. La superiora miró eeloj y le dijo a la joven que era la hora de come

destaparon el canasto; había huevos duros, papapedazos de gallina, nosotras solo nos comimos uplátano. Cuando llegamos a Bogotá, tomamos ucoche de caballo como el que habíamos tomad

con la señora María cuando salimos de la pieza dSan Cristóbal. En el coche empezamos a llorar dnuevo, tal vez las dos pensábamos en ella.

El coche se detuvo en una calle angostaenfrente a una grande puerta que estaba cerrada

por un huequito salía un pedazo de alambre, l

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uperiora tiró la punta del alambre y oímos sonauna campana. Sentimos ruido de cadenas, llavepalos, aldabas y finalmente se abrió la puerta.

 —Buenos días, hermanitas, la superiora las est

esperando; pasen, pasen, por aquí.Yo no veía nada, todo era de una oscuridad d

miedo.Alta, pálida, casi transparente, manos mu

argas, de una dulzura y una bondaextraordinarias, la madre Dolores Castañeda snclinó y nos preguntó el nombre y el nombre de

papá y el nombre de la mamá. —No sabemos.

 —Helenita, usted que es tan bonita y que ya euna niña grandecita, dígame, cuénteme, ¿cómo eu mamá? ¿Tú te acuerdas cómo se llama...? ¿Y t

papá...?

Las dos nos pusimos a llorar. —Díganos, madre, ¿ustedes no han logradaber quiénes fueron los hombres que la

abandonaron? —No.

 —¿Ni de dónde venían?

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 —No. Madre, el señor Cura ha ido a todos lomercados a hablar con los indios, en la misa de lodomingos ha pedido a los fieles que si alguieabe algo se lo comuniquen, pero hasta ahora n

hemos podido saber nada. Si las niñas secordaran de algo, podrían ayudarnos, pero com

usted ve, cada vez que uno les pregunta o se ponea llorar como ahora o se enmudecen. Yo l

prometo, madre, que tanto nosotras como el señoCura seguiremos averiguando y si algdescubrimos se lo comunicaremos inmediatamente

La madre Dolores Castañeda parecía mupreocupada.

 —Madre, sí, yo insisto y le suplico de no agotaesfuerzo, no es exactamente porque nos interesencontrar o saber quiénes son los padres de estacriaturas, lo que a mí me preocupa es no pode

aber si han estado bautizadas o no. Si son hijaegítimas o si son hijas del pecado. Ustedes smaginan que bajo el techo de esta santa casa n

podemos tener dos niñas que estén en pecadonosotras tenemos la obligación ante Dios de salva

us almas. Yo tendré que consultar con el Obisp

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o que se puede hacer.Si te puedo repetir con tanta precisión est

conversación es porque la misma, sin cambiar dgravedad, nos la sentimos repetir por años; de ve

en cuando volvían a mover el problema, o porqueníamos la visita del Obispo o de la superior

general que venía de Roma, o porque llegaba lSemana Santa o la Navidad. Cada vez que vení

alguien importante de la Iglesia, nos sacaban a lala y nos sometían a las mismas preguntas, coos mismos argumentos: Tenemos que salvar su

almas. Las dos superioras siguieron discutiendobre la importancia de salvar nuestras alma

Cuando sonó una campana, nos dijo de besar lamanos de la superiora y saludarlas. La vieja y loven nos hicieron cruces, las dos agacharon l

cabeza y salieron sin decir nada. Sentimos d

nuevo el ruido de las llaves y de las cadenacuando la puerta se abrió entró un rayo de sol en ealón, en el piso se veía la sombra de las do

monjas que se alejaban. La puerta se cerró detráde ellas y a nosotras nos separó del mundo po

casi quince años.

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Un abrazote para todos.

EMM

París, enero de 197

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Carta número 12

Mi querido Germán:

Tres chapas, dos grandes candados, una cadena dos gruesas trancas de madera cerraban la primerpuerta que nos separaba del resto del mundo. Legunda puerta solo tenía una chapa y un candado

entre la segunda y la tercera estaba el zaguádonde daban las puertas de las salas de visitaCuando la superiora se aseguró que todas lapuertas estaban bien cerradas, nos tomó de lmano y nos llevó por una escalera interior a l

capilla. En el centro del gran altar había ungrande estatua de la Virgen con el Niño alzado

os hizo arrodillar enfrente, y en voz alta, detráde nosotras, le pidió que nos bendijera, que no

aceptara como hijas y que nos perdonara nuestropecados. A la salida metió la mano en una pila dagua bendita y nos hizo cruces en la frenteVolvimos a bajar la escalera y por otra puertchiquita salimos al primer patio, el de Marí

Auxiliadora. En el centro, sobre una column

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illa de cuero y era tan gorda que no podía entrar a capilla y tenía que oír la misa desde afuera de l

puerta; el cura salía a la hora de la comunión y llevaba la hostia donde ella estaba.

Todas las niñas conocían su historia y ellformaba una parte muy importante en nuestra vidapoco a poco te explicaré cómo y por qué. Poahora te voy a contar su historia: la señorit

Carmelita (nadie conocía su apellido) pertenecía una de las familias más ricas y más distinguidas dMedellín. A los quince años tuvo un novio mubello y muy rico que la pidió en matrimonio y dires años de plazo. Pero puso una condición: qu

olo se casaría si Carmelita engordaba, parece quera tan flaca que la llamaban alambre.

Los padres la hicieron ver de los mejoremédicos de Medellín y Carmelita no engordaba

viajaron con ella a Bogotá, nuevos médiconuevos tratamientos y Carmelita no engordaba. Lenformaron que en Panamá había un famosísim

médico alemán y se embarcaron con Carmelita legaron a Panamá y la vio el médico y prometi

que en tres meses la haría engordar, pero, como l

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que tenía era mal de ojo, Carmelita no engordó. DPanamá a Cali, de Cali a Quito, ya faltaban seimeses para vencerse el plazo de los tres años Carmelita seguía siendo alambre. Desesperado

egresaron a Medellín y le ofrecieron una promesa la Virgen de Chiquinquirá si hacía el milagro dengordarla. Tanto ella como la familia estaban eel colmo de la desesperación. Carmelita estab

cada día más enamorada de su novio y el novicada día más firme en su decisión, Carmelitengorda o yo no me caso con ella. Exactamente edomingo de ramos, saliendo de la misa sencontraron con Paquita, una vieja amiga de l

familia. Paquita les informó que a Pácora habílegado un mago que curaba todo, todo, todo... L

esperanza iluminó los ojos de toda la familia, a lmañana siguiente salieron de viaje para Pácora. E

mago la miró larga y profundamente a los ojos, lhizo sacar la lengua, le dio tres golpecitos en lespalda y después de largos segundos de silencideclaró que Carmelita tenía dos enfermedadeombrices y mal de ojo. Para el mal de ojo le di

varias hierbas acompañadas de varias oraciones

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para las lombrices dos grandes botellas de uíquido marrón violáceo. —Usted va a ver, mi señora, que su niña ser

gorda en solo treinta días, al momento de la lun

lena los malos espíritus le abandonarán. Ecuanto a las lombrices, en una semana comenzará ensuciarlas, examinen las deposiciones de la niñ se convencerán de mis palabras.

 Nadie supo si los espíritus malignos habíaalido del cuerpo de Carmelita, en cuanto a laombrices, salían por docenas y Carmelit

engordaba y engordaba a una velocidad tal quecuando vino el novio a visitarla, no la conoció má

, como seguía engordando, él dijo que ya no lquería porque se la habían cambiado por otraCuando la familia volvió donde el mago paraber por qué la niña seguía engordando, el mag

uvo que confesar que se había equivocado dbotellas; que le había dado las botellas que erapara hacer engordar las vacas flacas. Y así fucomo Carmelita abandonó el mundo y se encerren el convento. Como seguía enamorada de s

novio, no podía ser monja, pero regaló toda s

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fortuna al convento para que la dejaran vivir allí.Cuando llegamos al convento, la señorit

Carmelita ya estaba muy vieja y cuando en econvento la veían adelgazar, todas las niñas

monjas pasaban el día rezando por ella para quvolviera a engordar. Según contaban, desde hacíalgunos años había tenido una enfermedad mugrave que se llamaba cinturón, que se manifestab

por una mancha negra alrededor de la cintura cuando esa mancha se unía, es decir, cuando lados puntas se encontraban, uno se moría. Por esazón, la señorita Carmelita pasaba el dí

comiendo; en la cocina había en permanencia un

niña que se ocupaba todo el día exclusivamente dpreparar sopas, chocolate, pasteles, compotas, máo menos cada hora había que llevarle algo dcomer, para evitar que las dos puntas s

encontraran.Vivía en las dos únicas piezas que daban sobrel patio de la Virgen; en la pieza más pequeñestaba la cama gigante que habían hecho especiapara ella; como la de las monjas, estaba rodead

de un toldo de tela blanca. En el mismo cuart

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había un gran platón, una jarra y un balde. En legunda pieza dos grandes baúles de cuero co

clavos dorados. Las niñas contaban que esobaúles estaban llenos de monedas de oro y joya

preciosas; en un ángulo había un grande pianoadoraba la música, ella inventaba la música dodo lo que cantábamos en la capilla y, para eanto de la superiora, inventaba cada año un

pieza de música con cantos. A pesar de que sumanos eran dos bolas, a nosotras nos parecía quocaba divino. Era de muy mal carácter y norataba muy mal. Sin moverse nunca de sus do

piezas, sabía primero que las monjas todo lo qu

pasaba en el convento; ella sabía los nombres y lvida de cada una de nosotras. Todos loproblemas, graves o no, la superiora loconsultaba con ella. Nosotras solo teníamo

derecho a verla, de una en una, los sábados y lodomingos en la tarde. Sentada en su silla de cuercon una mesa de ruedas junto a ella; en esa mescomía, escribía y componía su música. Desde esilla y esa mesa dirigía en una forma casi mágic

el destino de cada una de nosotras. Era igualment

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fanática en sus simpatías como en sus antipatíapero en línea general nos veía como pobremiserables hormigas. En todos sus gestos se veíel profundo desprecio que le inspirábamos. A la

monjas también las dividía en dos clases, las dbuena familia y las otras. La única quverdaderamente consideraba a su altura era lmadre superiora; entre las dos existía un

verdadera y profunda amistad. La superiora, comella, tocaba el piano y el armonio y ese era ya upunto de unión profunda. Ahora comprenderás poqué la superiora, después de presentarnos a lVirgen, nos presentó a la señorita Carmelita y po

qué la superiora necesitaba de su aprobación pardescargar su conciencia de haber violado en dopuntos el reglamento del convento, primero lprohibición absoluta de recibir niñas sin la fe d

bautismo y, segundo, recibir niñas menores de dieaños. Esa no era una casa de huérfanas, era uncasa donde tomaban niñas pobres, con o sifamilia, para enseñarles a trabajar. La pensión erde diez pesos mensuales, pero en ese punto era

más elásticas. Éramos muchas las que n

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podíamos pagar los diez pesos. Pero lo quproducíamos con nuestro trabajo era todo para lamonjas y te aseguro que producíamos miles dpesos.

Me aburre terriblemente hablarte de lorganización, pero tendré que hacerlo poco a pocpara que puedas darte una idea real y precisa dnuestra vida. Fue sor María Ramírez que vino

ecogernos de donde la señorita Carmelita, que epocos minutos la puso al corriente de nuestronombres y de lo que sabían de nuestra vida. SoMaría nos llevó al dormitorio del niño Jesús, erel dormitorio de las más pequeñas, la puerta, com

odas las puertas de esa casa, estaba con llaveuestras camas las habían instalado junto al told

de la cama de sor María. Nos hizo quitar lovestidos grises que nos habían hecho las otra

monjas, abrió un grande armario y empezó probarnos unos delantales viejos que habíapertenecido a otras; esos delantales eran euniforme obligatorio, de prenses largos, de mangaambién largas, cuello alto, la tela de cuadrito

muy chiquitos blancos y azules. Nos hizo quitar la

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alpargatas, dijo que todas menos las viejas teníaque estar descalzas, como nosotras estábamoacostumbradas no nos importaba. Dijo que lpidiéramos a ella lo que nos hiciera falta y que

ella debíamos decirle todo lo que nos pasara, pueella era la que se iba a ocupar de nosotras. Helendijo que ella no me dejaba dormir sola, que uncama bastaba para las dos, que ella tenía miedo d

perderme mientras dormía. Sor María lranquilizó diciéndole que ella le iba a ayudar cuidarme.

Salimos del dormitorio que cerró de nuevo colave y fuimos al segundo patio, este era tres vece

más grande que el de la Virgen, pero no había nuna flor, ni árbol, era de ladrillo y, como eprimero, con corredores y columnas alrededor muchas puertas y ventanas, pero las puerta

estaban cerradas y los vidrios de las ventanaestaban pintados de blanco y no se veía nada; eilencio era total y no veíamos a nadie, yo l

pregunté dónde estaban las otras niñas, dijo questaban en los salones de trabajo. Helena l

preguntó si había muchas niñas.

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desfilaban frente a nuestros ojos a una velocidade vértigo, yo gritaba llamando a Helena, ungorda, tal vez la única que me vio, me alzó y mecostó contra una columna, tal vez para que no m

espicharan. Cuando la avalancha pasó, Helena o estábamos cada una a un extremo del pationstintivamente corrimos la una hacia la otra y no

abrazamos llorando.

 —Emma, mi nenecita —gritaba Helena—nunca más te voy a dejar de la mano, si noperdemos entre todas esas niñas, ¿qué vamos hacer...?

 —Si se pierden, yo las voy a encontrar —dij

or María, que ya había cerrado de nuevo lescalera.

Las niñas habían desaparecido todas por otrpuerta que había en el fondo, se sentía qu

gritaban; sor María dijo que fuéramos donde ellanosotras temblábamos de miedo. —No se asusten, que no las voy a dejar solas.A la entrada del tercer patio, de cada lado de l

puerta, había dos monjas, una era sor Teres

Carvajal, la coja que se ocupaba de la cocina. L

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otra era sor Inés Zorrilla la que dirigía lavandería. Con ellas, dos niñas ya grandes, cad

una con un grande canasto; en uno había pedazode panela cortados, casi igualitos y en el otr

mogollas negras. A cada niña que pasaba le dabaun pedazo de panela y una mogolla. Sor María ledijo nuestros nombres, las niñas ya parecían máranquilas, estaban divididas en grupos, comiend

cada una su panela y su mogolla. Con una solmano teníamos la mogolla y la panela y con la otrnos teníamos fuertemente; comíamos mirandfijamente hacia el patio para ver lo que hacían laotras; unas hablaban, otras se paseaban, las má

chicas corrían. Ese tercer patio era tan grandcomo el segundo, pero el piso era de piedras y unparte del patio estaba cubierta para refugiarnocuando llovía a las horas del recreo. La campan

volvió a sonar, Helena reaccionó como un resorteme tiró del brazo y se metió conmigo detrás de lpuerta, de miedo a que nos volvieran a pasar poencima. Sor María vino a sacarnos de allí y nodijo que teníamos que ir a hacer la fila. Las fila

e hacían de acuerdo a la estatura, cada fila era d

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en lenguaje moderno llaman la perfectncomunicación.

Las monjas parecían seriamente preocupadaosotras teníamos miedo que nos abandonaran po

estar en pecado. ¿Qué será el pecado...? Y eDiablo que se lleva las niñas en pecado, ¿quiéerá ese Diablo?

Un abrazote y besos para toda la familia.

EMM

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de harina que se había roto. Yo estaba sola, mucerca, parada contra el muro esperándola. Habíun grupo en el que, todas cogidas de la manougaban a la rueda. Yo no sé cómo me encontré d

pronto en medio de la rueda que empezó cerrarse, cerrarse contra mí, al tiempo que todame gritaban:

 —¡China cochina, cagada, cagada, cochina!...

La rueda se cerró y me tiraron al suelo y mquitaron mi único pedazo de calzón que poseíaClaro que estaba sucio, era todavía el calzón qume había puesto la señora María cuando salimode Fusagasugá. Una muy gorda y bizca, como yo

ensartó mi calzón en un palo de escoba ymarchando adelante con la escoba en alto, hicierouna larga fila que desfiló por todos los patiomientras gritaban en coro:

 —Los calzones cagados de la Nueva chiquitaos calzones cagados de la Nueva chiqui...Helena alcanzó a sentir la última frase y sali

como una loca, corriendo y llamándome, yo estabescondida en uno de los inodoros temblando de

miedo. Por suerte sonó la campana y terminó e

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Para vestirnos, tender la cama, hacer la toilett, lo que era más difícil, hacer pipí, porque soleníamos media hora. Hacer pipí era todo un tou

de force. Cuando nos abrían las puertas de lo

dormitorios, salíamos como verdaderos potrancoa toda velocidad para llegar de primeras a locinco únicos inodoros que había. Nadie respetaba nadie, en las escaleras se tiraban las unas sobr

as otras para ganar la delantera. Naturalmente laque llegaban de últimas no alcanzaban a hacer loilette; la media hora la pasaban en la cola, er

casi cómico verlas saltando en un solo pie, en patde gallo, como decíamos, para contener las gana

mientras les llegaba el turno. Naturalmente yo, coodo y el miedo que les tenía, no podía esperar erminaba haciendo pipí en el piso delante a toda

que me trataban de sucia, cochina... india salvaje

La palabra india era considerada palabra dnsulto.A las seis daban un solo toque de campana par

hacer la fila para entrar a la capilla. Entrábamode dos en dos y, al pasar enfrente al altar en medi

de la capilla, teníamos que hacer la genuflexión

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ocando el piso con la rodilla derecha, al tiempque hacíamos la señal de la cruz. Parada como uoldado detrás de nosotras, estaba siempre so

Teresa, la más furiosa, cruel e inhumana de toda

as monjas. Ella era la directora de la lavanderíade la ropería, enfermera y vigilante de filas ycomo tal, debía ocuparse de nuestro aspectpersonal. Ella controlaba si nos habíamos peinado

i teníamos los pies limpios (todas, con excepcióde alguna vieja, vivíamos descalzas) y si edelantal de ir a la misa no estaba sucio, roto o maaplanchado. Controlaba también si la genuflexióestaba bien hecha, si alguna no doblaba la rodill

hasta tocar el piso la levantaba de las trenzas y lhacía repetir la genuflexión tres y cuatro veces. Ea capilla, como en el refectorio, los puestos era

fijos, las chicas éramos las más próximas al alta

Las monjas tenían cada una un reclinatorio y uasiento que instalaban estratégicamente en lopasajes de entrada, de manera que podíacontrolar todos nuestros movimientos y gestos.

Las oraciones que rezábamos eran todas e

atín, que las aprendíamos de memoria sin qu

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nadie nos hubiera explicado nunca el significadde lo que decíamos, lo importante era recitarlacon devoción y en el tono fuerte o dulce suplicanto dramático que ellas nos habían enseñado.

Todos los días sin excepción venía un padrpara decir la misa, regularmente era el mismoCuando llegamos, el capellán era el padre Bacauasí lo pronunciábamos nosotras, pero era alemán

Largo y flaco como un clavo, siempre sucio y mapeinado, de su cuerpo salía un fuerte olor dintura de yodo, Mentholatum revuelto al olor dencienso y la cera quemada. Ese era el únic

hombre y la única persona venida del mundo qu

eníamos el derecho a ver. El padre Bacaus decía misa a una velocidad de huracán, corría tanto d

un lado al otro del altar, que cuando se volteabpara el dominus bobiscum o para dar la bendición

as chiquitas que estábamos junto del altaentíamos el viento que provocaban la casulla y ealba cuando volaban en el aire. No solamentdecía la misa a gran velocidad, sino que era tabrutal que no había día que no tumbara o un florer

o un candelabro o el misal, que caía del atril, o la

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vinagreras que se volteaban sobre el altar. Luela de uno de sus zapatos estaba siempr

desprendida y, sin excepción, se enredaba en lalfombra cada vez que entraba; con las dos mano

eniendo el copón lo veíamos inclinarse hacidelante, casi hasta tocar el suelo, pero siempre aúltimo momento lograba enderezarse y recuperael equilibrio, naturalmente nosotras nos moríamo

de la risa. Él sí hacía las genuflexiones tocando episo con la rodilla, con tal violencia que el altar as aureolas de los santos quedaban temblando po

varios segundos. Las monjas habían pedidmuchas veces que lo cambiaran, pero le

espondían que había escasez de curas.Los domingos nos explicaba el Evangelio e

alemán españolizado, hablaba tan rápido como smovía.

Después de la misa daba la bendición con eSantísimo; cuando usaba el incensario casi lmandaba hasta el techo, nosotras cerrábamos loojos y bajábamos la cabeza esperando el golpe.

Durante la bendición, las niñas que pertenecía

al coro se levantaban y se paraban alrededor de

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armonio que tocaba la directora, sor Dolores. Locantos también eran en latín, ese era el momentque más me gustaba y no podía controlarme dmirar para atrás para ver cómo cantaban

aturalmente sor Teresa me llenaba los brazos dpellizcos. Como era la más chica, mi puesto erunto a ella para que me enseñara todo lo que tení

que hacer.

Cuando sonaba el órgano no podía contener laágrimas que rodaban por mis mejillas y caíaobre mis manos que debía tener enlazadas sobr

el banco. Ese armonio me recordaba siempre lpianola del teatro de Fusagasugá y me parecía qu

esa época era más feliz porque era libre y hacía lque quería, el convento me parecía terriblementriste y las compañeras no me interesaban par

nada.

Salíamos de la capilla a las siete, cambiábamoos delantales de la misa por los de trabajo hacíamos la fila para entrar al refectorio. Ddesayuno nos daban una taza de agua de panelaque regularmente estaba fría y una mogolla negr

para cada una. La que iba terminando iba saliend

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para empezar los oficios, es decir, la limpieza da casa.

El primero de cada mes leían la lista de looficios para todo el mes. Las que se había

portado bien durante todo el mes las premiabadándoles los oficios más fáciles: barrer ucorredor o una de las cuatro escaleras, limpiar labarandas, los vidrios, barrer el salón de bordado

o barrer los dormitorios. A las grandes bordadoraambién les designaban oficios fáciles para que ne dañaran las manos. El oficio que era el premi

máximo era el de la sacristía y la capilla, a espuesto solo llegaban las más grandes y a condició

de una conducta impecable. Los oficios de castigeran la cocina, lavar las enormes ollas de lcomida, lavar los tarros de la basura, lavar dodillas los patios y corredores, pero el peor d

odos, que era reservado a las más indisciplinadaera lavar los inodoros. Como te decía había solcinco para casi doscientas personas que ademáolo podían usarlos a las mismas horas, es

espectáculo no te lo puedo describir. Los cuarto

eran muy pequeños, sin agua corriente, eran hueco

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en el piso, el piso de cemento sobre el huecopegado al cemento unos cajones cuadrados con uhueco redondo en el centro. La mayor parte de laniñas venían de los campos y se portaban como s

portaban en los campos. Las monjas, seguramentpor pudor, no hacían nada para educarnos en esentido, así que, además de los excrementos, habí

pilas de trapos de todos los colores. Te asegur

que es lo más asqueroso que he visto en mi vida. Ycada día naturalmente había que recoger todoesos trapos y porquerías y lavar a grandes aguas escoba y hacer rodar toda la porquería hasta eifón del patio próximo, luego preparar tarros d

agua caliente con creolina adentro para desinfectaos cuartos y el patio. Los oficios de la casa,

excepción de los inodoros, tenían que seerminados al toque de las ocho, que era la hora d

entrar a los talleres de trabajo. Los talleres eracuatro, el más importante y el que producía mádinero al convento era el taller de bordados mano. El segundo, de corte, modas y costura emáquina, también estaba, como el de bordados, e

el segundo piso. En la planta baja, distribuidos e

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patios diversos, estaban el salón de roperíazurcidos y tejidos y en el cuarto patio, junto aolar, la lavandería y la planchería. Nuestras vidas estaban dirigidas a dos único

fines que marchaban al mismo tiempo: trabajar amáximo para ganar lo que nos comíamos y, segúas monjas, salvar nuestras almas, protegiéndono

de los pecados del mundo, pero el precio qu

pagábamos por salvar nuestras almas representabpara nosotras diez horas de trabajo por día. Nmportaba ni la edad, ni las capacidades, parodas había siempre un trabajo. Nosotras n

veíamos nunca a las personas que llevaban lo

rabajos, eran las monjas las que hablaban coellas. De nombre conocíamos algunas clientaporque las monjas nos hablaban de ellas pardecir que eran muy exigentes y que examinaban e

detalle cada trabajo. Había una señora Sierra qucomisionaba sábanas y manteles bordados, peras mejores clientas eran unas señoras qulamaban las turcas; ellas llevaban piezas y pieza

de los más bellos linos para que les hiciéramo

manteles y sábanas. Los trabajos de las turcas era

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os más importantes, ellas mismas llevaban lodibujos que siempre eran complicadísimos; de lomanteles no quedaba un centímetro de lino que nfuera trabajado. También encargaban ropa interio

de seda y camisas de noche bordadas hasta lopies. Para los matrimonios elegantes de BogotCali y Medellín, nos encargaban los ajuarecompletos, igual para los grandes bautismos. D

as iglesias y otros conventos comisionabacasullas, capas, albas, roquetes, manteles para loaltares. Una de las especialidades del conventera los brocados en oro. En el bordado en oro, nolamente es muy difícil y delicado el manejo d

os hilos y canutillos, sino que muy pocas teníaas manos buenas... Es decir, que a muchas se le

volvía el oro negro en las manos. Las monjalamaban a eso malos humores; la que tenía malo

humores no podía tocar el oro, aunque supiermanejarlo, porque perdía todo el brillo. El ejércitnos enviaba mucho trabajo de banderas y escudopara las fiestas y desfiles, cada regimientnecesitaba una bandera con el nombre del batalló

bordado en oro y sus insignias correspondiente

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Las asociaciones católicas de San Vicente, SaAntonio, Carmelitas, Hijas del Corazón de JesúHijas del Corazón de María, etc., etc., todaencargaban estandartes para las procesiones. De l

Casa Presidencial también teníamos trabajos.Para ti, querido Germán, todo esto te pued

parecer muy claro, pero para nosotras, que nuncvimos ni la punta de la nariz de las personas qu

levaban los trabajos y que ignorábamos todo dodo, esa mezcla de trabajos, las personas turcaos oficiales de infantería, las Hijas del Corazó

de María, la banda para el Presidente de lRepública, la mitra para el Obispo, los pijama

bordados de los señores diplomáticos, todo espalabrerío unido a las oraciones en latín y la fraspermanente como una música de fondo «en emundo», «para el mundo», «viene del mundo»

porque todo lo que pasaba en el convento npasaba en el mundo... No. Todo era en el mundmenos nosotras... No teníamos derecho a pedexplicaciones de nada, lo del mundo era pecado punto; por eso en nuestras oraciones, tanto a l

hora de empezar a trabajar como a la noche

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iempre decíamos unas cuantas avemarías ponuestros clientes pecadores que nos beneficiabacon sus trabajos para que nosotras pudiéramocomer y salvar nuestras almas.

 Naturalmente esa insistencia sobre el mismema había terminado por convencernos de qu

éramos los seres más afortunados y felices. Poesa razón nunca se nos ocurrió ni protestar, n

eclamar justicia. Nuestras vidas no teníaporvenir y nuestra sola ambición era la de pasadel convento derecho al Cielo sin tocar el mundoEn el Cielo nos esperaban, con los brazos abierto cánticos celestes, los santos, ángeles, arcángele

 querubines, que entre nubes nos conducirían para eternidad al reino de Dios y de la Virgen María Nuestro único enemigo era el Diablo. De

Diablo sabíamos todo, sabíamos más del Diabl

que de Dios. Conocíamos todos sus trucos, todoos medios de los cuales se servía para hacernocaer en el pecado. El Infierno también lconocíamos hasta su último rincón. Teníamos lmpresión de que podríamos recorrerlo con lo

ojos cerrados, conocíamos cómo eran las pailas d

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aceite hirviendo donde el Diablo metía lopecadores desnudos y luego los sacaba y lequitaba la piel a pedacitos. Tenía enormeenedores de fierro con los cuales movía las alma

en los pozos de fuego, como si fueran pedazos dcarne dentro de una olla. Poseía millones dcadenas con que lo amarraba a uno pararrastrarlo por caminos y montañas que estaba

embrados de pedazos de vidrio y espinas. EDiablo era grande, muy ágil, podía dar saltos dvarios metros, estaba siempre vestido de rojo o dun verde fosforescente, su pelo estaba siempre dpunta hacia arriba y tenía además cuernos com

os toros, sus ojos eran amarillos y lanzabalamas, las uñas eran larguísimas y verdes, lo

dientes largos como los de los burros y cuandabría la boca salían olores terribles de azufre. E

nfierno era lleno de cavernas oscuras donde teníencerrados animales terribles que nosotras nconocíamos pero que se llamaban leoneerpientes, caimanes y muchos otros, grandes

chiquitos, pero todos terribles. Si uno habí

pecado con los ojos, el Diablo le sacaba a uno lo

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ojos con unas agujas calientes y, si había pecadcon la boca, él le cortaba a uno la lengua epedacitos. Nada ignorábamos del Diablo, ademáno nos lo dejaban olvidar... Si tirábamos la

hebras de hilo nos decían que el Diablo las iba ecoger para torturarnos con ellas en el Infiernogual si botábamos algo de comer. Si no no

confesábamos y si comulgábamos en pecado

nuestro cuerpo se llenaría de llagas inmundadonde el Diablo depositaría gusanos verdes, rojo amarillos que nos devorarían.

La hermana Dolores Castañeda era la superioraAlta, muy fina, de piel blanca, casi transparente

unas manos divinas que tenía siempre entrelazadaobre el pecho apretando el Cristo que pendía du cuello con una cadena, era ella la que tocaba e

armonio en la capilla. Nunca nos pegó, nunca no

gritó, nunca nos humilló, en sus labios habíiempre una sonrisa angelical llena de bondadosotras la adorábamos. Esa angelical criatur

nos daba cada noche (antes de entrar a la capillpara las últimas oraciones de la noche) un

especie de charla o conferencia, nosotras l

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lamábamos «las buenas noches de la directora».Muy derecha, con un paso elegante y su etern

onrisa, salía de su cuarto hacia el corredor dondeen filas de a seis, la esperábamos cada noche

«Buenas noches, hermana superiora», gritábamoodas en coro; ella levantaba su blanca y lindísim

mano y nos daba la bendición. Esperaba questuviéramos en silencio perfecto y empezaba s

conferencia. Si durante el día alguna o algunahabían cometido una falta grave, hablaba sobreso, recriminándolas al tiempo que nos aconsejab nos dirigía con una bondad extraordinaria. Si a

día siguiente era la fiesta de un santo importante

San José, San Antonio, o San Ignacio, o San JuaBosco, entonces nos hablaba de esos santos y nocontaba anécdotas de sus vidas. Si era el mes dMaría nos hablaba de la Virgen; si se acercaba l

avidad, nos hablaba de cómo había nacido eniño Jesús; si era la Semana Santa, de la pasión dCristo. Pero cuando no pasaba nada, que era lmayor parte del año, entonces nos hablaba de sema preferido: el Diablo.

¡Qué prodigio de imaginación! Por veint

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minutos cada vez, nos hablaba de él sin jamáepetirse; siempre encontraba nuevos ejemplo

nuevas formas y colores para explicarnos cómera el Infierno. Cada vez nos descubría más y má

medios de tortura, los unos peores que los otroSin duda el Diablo era su personaje y su ropredilecto. Sus capacidades de gran actridramática llegaban a lo sublime en su rol d

Diablo; su boca se torcía en mil direcciones parmitar los rugidos y bramidos más macabros; suojos, dulces habitualmente, saltaban de sus órbita giraban en todas las direcciones; su voz tomabodos los matices, las pausas eran largas, su

indas manos se transformaban en atrocenstrumentos de tortura y nosotras la escuchábamoin parpadear y casi sin respirar, con el corazó

que nos saltaba de espanto. Recuerdo que un

noche, durante una de sus más famosadescripciones del Diablo y su Infierno, justo amomento más macabro del relato, los dos gatoque siempre tenían encerrados en la panadería shabían escapado y, a gran velocidad, el un

persiguiendo al otro, pasaron como locos por entr

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nuestras piernas. Naturalmente nadie vio los gatoni pensó en ellos, todas pensamos en el Diablo e produjo el pánico; en avalancha nos tiramoodas sobre la superiora, que cayó por tierra, si

velo, ni Cristo, con las mangas en pedazos porqucada una le había arrancado un pedazo de algpara defenderse del Diablo. Ella era para nosotraa santidad y la única forma de salvarnos er

omando un pedazo de ella, todo eso entralaridos, gritos y pedazos de oraciones diversaCuando las otras monjas vinieron a salvarla dabajo de nuestras piernas, la pobre estaba mámuerta que viva. Durante tres días no la vimo

más.Y no me regañes, porque si tú crees que bast

ener las ideas, yo te digo que si uno no sabe cómescribirlas para que sean comprensibles es igua

que si uno no tuviera ideas. Mi cabeza es como ucuarto lleno de trastos viejos donde no se sabmás lo que hay ni en qué estado. Si no tuviera evista el premio de ir con sus mercedes a Rusia, turo que no seguiría. Pero no se ponga triste

porque de la gente triste también se aprovecha e

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Carta número 14

Mi querido Germán:

Cada taller de trabajo estaba dirigido por unmonja especializada en la materia. Sor Carmelitaa única santa que he conocido, era la que dirigí

el taller de bordados. Tenía manos de ángel, tod

o que ella hacía era perfecto. No había uproblema que ella no pudiera solucionar, era ellquien inventaba los dibujos y los calcaba sobre laelas. Nosotras recibíamos las costuras ya lista

para empezar el bordado; inventaba monograma

para sábanas, pañuelos, pijamas de una belleza una elegancia extraordinarios. Si alguna cometíun error al bordar o rompía las costuras, lo qupasaba muchas veces, era ella quien las arreglaba

Conocía más de trescientas puntadas diversas quaplicaba a su gusto según las formas del dibujo as calidades de las telas. Con la costurecibíamos el dibujo correspondiente y, como nabíamos leer, en cada forma nos dibujaba en azu

a forma de la puntada que quería que hiciéramo

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Muchos años más tarde yo la reemplacé en casodas sus funciones, porque la pobre estaba ya ca

ciega. El taller de corte y modistería lo dirigía soTrinidad, una antioqueña fuerte como un toro y d

una dureza y desprecio que era casi inhumana. Erella la que más nos maltrataba porque éramos hijade la calle, porque éramos pobres, porque éramoestúpidas y seres despreciables dignos de lástima

Pero era una modista extraordinaria y claro quecomo todas, tenía sus preferencias.Sor Teresa, la más vulgar, ordinaria, con alm

de verdugo, dirigía la ropería y la lavandería. Erabajo de la lavandería era gigantesco, después d

os bordados era lo que producía más dineroCada semana llegaban ciento cincuenta sacos dopa para lavar, aplanchar y remendar. Habí

mucha ropa delicada de iglesia o manteles qu

había que almidonar y aplanchar a la perfecciónSor Teresa dirigía todo lo referente a la ropa, peren la sala de plancha estaba sor María Ramírez, lmonja que yo más amé y que era la responsabldel salón. Las planchas, que eran a carbón, la

había de todos los tamaños, algunas pesadísimas

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grandes, otras tan chicas que parecían de jugueteSobre una mesa de cemento había en permanencimás de veinte planchas, todas calientes, listas parer empleadas.

En el segundo patio estaba el taller de tejidozurcidos y remiendos; era sor Inés la directora, lpobre, nunca la tomamos en serio, lconsiderábamos igual a nosotras y nadie l

obedecía; las mismas monjas tampoco lespetaban, parece que venía de una familia muhumilde de Boyacá y entre las monjas ladiferencias de clases sociales eran terriblementmarcadas.

Sor Honorina era nuestra diversión. Italianahablaba malísimo el español, bastante vieja, perde una agilidad y nerviosidad que parecía urompo, siempre estaba agitada, era de ma

carácter pero llena de bondad y una calidahumana extraordinarias. Lo primero que nos hacíeír de ella era su nombre, Honorina, luego sdioma y su bufonería, había algo en ella d

payaso napolitano. Ella dirigía la cocina y l

panadería. Quince niñas estaban en permanenci

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bajo sus órdenes. Ella era la única que salía amundo para hacer el mercado, acompañada de doviejas que hacía treinta años estaban en econvento y que todos los treinta años los había

pasado en la cocina. Ellas no eran consideradacomo nosotras, no seguían el reglamento nparticipaban en nada, tenían una pieza para ellaolas, encima de la panadería. Nunca hablaban co

as niñas.Tú comprendes que, en esa variedad infinita drabajos, las monjas siempre terminaba

encontrando en cada una de nosotras la forma dpodernos emplear. Por estúpido que uno fuera

iempre servía para algo, aunque solo fuera paroplar las planchas, desenredar hilos, descose

enhebrar agujas, torcer ropa, separar la ropa suciaRecuerdo una chica de edad indefinida, medi

mongólica, que pasó diez años en el conventhaciendo por diez horas al día bolas de jabónpara lavar la ropa empleaban un jabón negro que llamaba de tierra y otro amarillo que se llamab

de pino. Había que mezclar los dos y hacer bola

del tamaño de la mano.

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El primer oficio que me dieron fue el de barrecon una escoba chiquita las montañas de espumde jabón que se formaban en los sifones de lavandería y que impedían salir el agua. Por vario

meses pasé diez horas al día pasando de un sifóal otro sin el derecho de sentarme un momento. Ea lavandería empleaban de una parte las má

fuertes físicamente y de otra las más retrasada

mentalmente. Mi segundo trabajo, quepresentaba ya subir de categoría, era en el salóde bordados, pasaba el día enhebrándoles laagujas a las bordadoras. Solo me decían diez, seiocho, tres de hilvanar, de gusanillo, de alma, d

caminos, cada palabra de esas representaba unclase determinada de hilo. Ese trabajo mencantaba. Pasaba el tiempo sentada en un asientchiquito, enfrente a una larga mesa donde estaba

mpecablemente arreglados todos los hilos y euna almohadilla azul mil agujas de gruesodiversos, para cada hilo correspondía una aguja más gruesa o más delgada. Cuando me picaba lodedos con las agujas y me salía la sangre, so

Carmelita me decía que por el hueco se me iba

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alir el alma, lo que producía un miedo terrible. Lcarrera de bordadora empezaba por aprender acar la aguja. Las costuras delicadas en olanes d

cristal y especialmente las de raso o muaré, qu

eran bordadas en hilos de oro o plata, no se podíaenrollar en los bastidores porque se chafabanhabía que templarlas a su tamaño natura

aturalmente los ojos y los brazos de la

bordadoras no alcanzaban a más de cuarentcentímetros del borde. Para hacer el centro teníaque ponerse de pie y servirse de otra niña que era que sacaba la aguja. Debajo del bastidonstalaban unos cajones y la que sacaba la aguja s

acostaba completamente horizontal, con la cabezexactamente debajo del pedazo a bordar y en esposición recibía la aguja y esperaba que lbordadora le indicara por medio de un hueco

hecho con una aguja más gruesa, el lugar exactdonde uno tenía que devolverle la aguja; era urabajo terriblemente fatigoso y que exigía un

atención permanente. Cuando uno salía de debajodespués de cuatro o cinco horas de trabajo, salí

caminando como los borrachos de las cantina

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mejor.Durante las horas de trabajo estab

estrictamente prohibido hablar. Solo podíamopreguntar en voz muy baja lo referente al trabajo

En cada bastidor o costura importante había unniña que era la responsable de la costura y qudirigía a sus ayudantes.

Lo único que nos era permitido era rezar en vo

alta. Cualquiera podía encabezar un rosario o unoéquiem por las almas del purgatorio o una horanta. Y como siempre estábamos llenas d

deudas, tratábamos de rezar lo más que podíamodurante el trabajo. En este sentido, la señorit

Carmelita tenía el rol más importante en nuestrvida. Como ninguna de nosotras tenía dinero, todoos regalos que hacíamos, que eran muchos, lo

hacíamos en ramilletes espirituales.

Para el santo de la directora, un ramillete. Parel santo del capellán otro ramillete... Para enviarlal Papa a Roma el día de San Pedro un ramilletepara el santo de la monja con la que trabajábamoa la Virgen en el mes de María, al niño Jesús e

avidad, a San Juan Bosco nuestro patrón, a l

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madre Carolina Mioletti, directora general de lcomunidad; al Obispo el día de su fiesta, nuestras amigas el día de su santo... Es decir, casno pasaba un mes que no tuviéramos que regalar u

amillete. Entre nosotras no creo que había más ddiez niñas que supieran escribir, el resto éramoanalfabetas. Y era justamente la señorita Carmelita única persona que podía ayudarnos. Como n

enía obligaciones con el convento, disponía dodo su tiempo. No sé cuándo le nació esvocación, el hecho es que ella era la secretaria contabilista de todas nosotras.

Cuando teníamos que hacer un regalo, a la hor

del recreo íbamos donde ella de una a una eorden alfabético. Ella no aceptaba que fuéramodos al mismo tiempo. Junto a ella, sobre una mesaestaban en permanencia los grandes libros de l

contabilidad y en una caja de lata tenía ya listoos papeles en varios colores donde nos escribíos ramilletes o las cartas a los santos o al niñesús en la Navidad. La fórmula de los ramillete

era la siguiente:

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comuniones.•  Un gorrito para la cabeza en lana azu

nosotras éramos libres de escoger la cantidad, ematerial y las diferentes prendas)

• El gorro de lana azul a pagar con 10 horas dilencio.

•  Dos pares de patines con borlitas rosadas azules a pagar con 20 actos de humildad...

Y así seguíamos hasta hacerle el ajuar completoCada ramillete era firmado «su humilde» o «s

ndigna hija, Emma Reyes».Terminado el ramillete, lo doblaba en cuatro

nos lo daba para que nosotras lo diéramos a lpersona interesada. Luego tomaba uno de lograndes libros donde estaba nuestro nombre anotaba las cantidades, hacía las sumas y nopreguntaba cuánto le llevábamos para pagar.

 —Pues he pagado diez misas. —¿Diez misas? Pero no es posible, usted deba trescientas misas, a ese paso no va a termina

de pagar nunca. ¿Y qué más? —Pues quince rosarios.

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 —Bien. —Y cien réquiem... Y nada más. —¿Cómo nada más? —Y las horas de silencio y los actos d

humildad...Y ahí empezaban las discusiones más terrible

os insultaba, nos trataba de deshonestaadronas; no pagarle a Dios lo que le debíamos er

el robo más atroz que podíamos cometer. —Si la próxima vez usted no me paga lo que mdebe —ya no era a Dios sino a ella—, yo no mocupo más de sus cuentas.

Pero no solo olvidaba la próxima vez, sino qu

al momento de hacer el ramillete era ella que noforzaba a dar más, tratándonos de avaras, impíaegoístas; los calificativos no le faltaban.

Había una chica del Tolima que hacía veintidó

años estaba en el convento y debía tanto que leñorita Carmelita tenía un libro solo para ellaEra el santo de la directora y ella fue donde ellpara que le hiciera el ramillete. La señoritCarmelita se puso furiosa y le dijo que no se l

volviera a presentar, que era una deshonesta

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Carta número 15

Mi querido Germán:

Con el nombre de Nuevas pasamos más de un añohasta que un día llegó otra Nueva, ese mismo díecuperamos nuestros propios nombres.

Ya habíamos empezado a adaptarnos, pero e

hecho de sentirnos llamar con el nombre con qunos habían llamado la señora María y Betzabprodujo en nosotras un cambio total. Yo empecé omar el valor de separarme de Helena y d

conversar con otras niñas. En nuestros largo

meses de observación, ya teníamos una idea de lacalidades de nuestras compañeras, ya sabíamocuáles eran las más malas y cuáles nos eran máimpáticas o antipáticas.

De todos los grupos, el que más nos gustaba erel grupo de Ester. Eran seis, un poco más grandeque Helena, pero nos parecían simpáticas y menovulgares y groseras que las otras. Nunca nohabían hablado, pero ninguna de ellas nos habí

hecho ningún mal. Cuando me quitaron lo

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calzones ninguna de ellas había participado. Eramuy alegres y siempre vivían inventando nuevouegos. Ester no era la más grande pero era la jef

del grupo. Tal vez tenía once años y era mu

bonita, rubia con ojos grises, siempre muy limpia odo lo que hacía lo hacía bien. Era la que mejoaltaba al lazo, la que mejor jugaba a la pelota

cantaba lindo y tenía una voz muy dulce, reí

acando siempre la punta de la lengua y tenía uncara de pícara y una simpatía arrolladora. Spadre era un marino francés que ella no conocióque la tuvo de una chica de Santa Marta que muriahogada en el mar cuando Ester tenía solo tre

años; del padre nunca se volvió a saber nada y unfamilia la recogió y la llevó a Bogotá al conventoUn día tuve la suerte de que me pusieran con ellen la misma costura, era un mantel de iglesia llen

de calados y a las dos nos pusieron a sacar lohilos de estos. Un día tomé valor y le dije que yquería pertenecer a su grupo, que si me aceptabanEse mismo día, a la hora del recreo, habló con laotras y me recibieron en el grupo después d

hacerme jurar en nombre de Dios que no la

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estaba en la luna, era la única del grupo que habído a una escuela y había aprendido a leer, tení

una memoria prodigiosa y nos contaba página popágina los libros de cuentos que había leído; má

que contarlos los recitaba. De ella no se sabínada. Una señora muy bien de Bogotá, de apellidUribe, era su acudiente y la iba a visitar dos o treveces al año, le llevaban ropa, pero no sabía quié

era su papá ni su mamá. Yo les conté lo quhabíamos convenido con Helena: yo no sabíquién era mi papá ni mi mamá y del pasado necordaba nada. Como te dije ya, nuestro secret

no lo traicionamos nunca.

Yo no sé cuánto tiempo hacía que la Nuevhabía llegado, en todo caso yo ya formaba partactiva en el grupo y comenzaba a sacar las uñacomo decían las monjas, es decir que y

comenzaba a organizar picardías con mi grupo.La Nueva, como todas las nuevas, seguía solaningún grupo la había adoptado; era la niña máriste que he visto en mi vida: tendría diez año

muy flaquita, de una palidez de cera, con un

cabeza muy grande que parecía desproporcionad

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con su cuerpo raquítico, además tenía muchísimpelo muy crespo que le caía a los hombros ecachumbos, las monjas no habían logrado que shiciera las trenzas como las otras, cada vez la

deshacía y se volvía a hacer los cachumbos. Suojos eran inmensos, no sé por qué me recordabaos del Niño. Negros, enormes, con pestañaarguísimas, pero sus ojos daban la impresión d

ver más allá, más hondo, más profundo que loojos de las otras. Caminaba como en el aire, comi no pusiera los pies en la tierra y toda su tristeze reflejaba en su boca. No sé... No te lo puedo explicar, era una boca que pedí

ayuda, que tenía siempre el gesto de un profunddolor. Yo la había examinado mucho, porque en lcapilla la habían puesto junto a mí para que soTeresa le enseñara a comportarse en la capilla y,

pesar de que era mayor que yo, de cuerpo era casde mi estatura. Los sábados a la tarde era el únicdía que teníamos libre, para ocuparnos de nuestropa; era el día que lavábamos, remendábamos

aplanchábamos lo nuestro. Sor Teresa nos regalab

pedazos de trapos viejos o ropa vieja que no sé d

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dónde la sacaban y que nosotras la remendábamo la adaptábamos. Los delantales de uniforme eraguales para todas. Cuando uno llegaba le daba

dos, uno nuevo que era solo para ir a la capilla

as fiestas y otro regularmente viejo que era parodos los días y que lavábamos los sábados par

volverlo a poner el domingo, es decir que eábado era el solo día que podíamos circular si

uniforme, nos poníamos los pedazos de vestidoviejos que ellas nos regalaban. Claro que habímuchas que tenían familia o acudientes que lelevaban ropa, pero las que no teníamos a nadi

eran las monjas las que nos vestían con lo qu

ecogían o les llevaban los que ellas llamaban lobenefactores del convento.

Uno de esos sábados sor Teresa había tiraddesde el segundo piso un saco lleno de trapos par

que cada una tomara lo que necesitara paremendar y naturalmente nos lanzábamos comchulos sobre un cadáver a tomar entre batallaerribles un pedacito que nos sirviera paremendar un calzón o una combinación. Era un dí

erriblemente frío y gris, en el aire se sentía que s

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preparaba una tormenta; empezaron los truenos elámpagos y de un golpe empezó a caer u

verdadero diluvio. Sentíamos que los truenoascaban los tejados del convento. Educadas com

estábamos, en el terror del Infierno, de la muertedel pecado y del Diablo, las tempestades nolenaban de terror.

Rezando en voz alta y echándonos bendiciones

cada trueno, corrimos a refugiarnos en el únicpatio cubierto que había; era un patio muy pequeñdebajo del salón de bordados. Allí estaban loarmarios donde guardábamos las bolsas de loilette. Cada bolsa tenía el nombre de cada niña

estaba colgada de un clavo y, sobre las tablaunos platones miserables de lata donde nobañábamos la cara y los pies.

Yo estaba tan asustada con los truenos, que cor

por entre las piernas de todas y me metí entre unde los armarios. A gran sorpresa mía, entre earmario encontré a la Nueva que estaba ynstalada y que, sin parpadear, con los ojos mu

abiertos le caían chorros de lágrima

nstintivamente empecé a pasarle la mano por l

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cabeza y con un pedazo de mi delantal le limpiabas lágrimas que le caían. En ese momento cayó uayo en el solar del convento, todas sentimos l

casa que se estremecía y una llama roja, verde

azul, amarilla iluminó todo; la Nueva y yo noabrazamos fuertemente, nuestras caras una contra otra. Nuestras lágrimas se mezclaron, no s

cuánto estuvimos enlazadas, tal vez mucho tiempo

porque la tempestad seguía con la mismviolencia. Poco a poco la tempestad fue calmandopero los patios se habían convertido en lagos, lamonjas nos dijeron de esperar que el agua bajaraYo empecé a hablar con la Nueva. Le pregunté s

nombre. Se llamaba María, me dijo que no tenípapá sino mamá y una hermana mucho más grandque estaba casada y que tenía dos niños y que ellenía un hermanito; cuando yo le pregunté dónd

estaba el hermanito se puso a llorar. Yo volví acariciarle la cabeza, me encantaba tocar sucachumbos. De pronto se puso muy seria y de unvoz muy firme me preguntó:

 —¿Tú eres mi amiga?

 —Sí, soy tu amiga y te quiero —le respondí yo

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 —Si te cuento algo, ¿me juras no decirlo nadie?

 —Sí, te lo juro. —¿Por quién me lo juras?

 —No sé, te lo juro por la Virgen... Sí, por lVirgen, juro que lo que me diga la Nueva...

La Nueva me interrumpió: —No, María.

 —Juro a la Virgen que lo que me diga María no diré a nadie. —Bese la cruz —me dijo.Yo hice una cruz con mis dos dedos y la besé. —Acércate bien a mí... Aquí... Más... Así y po

bien tu oído cerca de mi cara. Así: ahora te voa decir. Yo te dije que tengo un hermanito; sí, bienese hermanito yo lo traje al convento, él estconmigo.

 —¿Y dónde lo tienes escondido? —Espera, te voy a contar. Cuando mi hermanitnació, nació tan chiquitico que mi mamá no lo vicuando nació y yo se lo robé; desde entonceiempre lo llevo conmigo, pero ahora, desde qu

estoy en el convento, el pobre siempre tien

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hambre, porque lo que nos dan no alcanza para lodos y cuando no le doy de comer no va al mundo i él no va al mundo yo no sé nada de mi mamá n

de mi hermana casada, ni de los amigos que y

enía en el mundo. ¿Tú me vas a ayudar? Sí, dime¿tú me vas a ayudar a alimentar a Tarrarrurra?

 —¿Quién es Tarrarrurra? —Es el nombre de mi hermanito.

 —Pero yo lo quiero ver. ¿Dónde está? —Aquí, aquí, espera.Y empezó a levantarse el delantal; amarrada a l

cintura tenía una bolsita de terciopelo roja, sacó lbolsita, la abrió muy lentamente y del interior sac

un muñequito minúsculo, no tenía más de cinccentímetros, en porcelana blanca, con los brazopegados contra el cuerpo y las piernas tambiéuntas y pegadas. Estaba tan gastado que casi ya n

enía ni nariz, ni boca y los ojos tenían un punticnegro en el centro. —Míralo, tócalo, pero pasito para que no l

hagas mal. Yo le voy a preguntar si quiere que teas nuestra amiga.

Muy suavemente puso a Tarrarrurra junto a s

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oído, debajo de sus lindos cabellos y empezó onreír; su cara se había transformad

completamente, era radiante, sus ojos brillaban parecía que miraran más lejos que los muros, d

vez en cuando inclinaba la cabeza y decía: —Sí, sí, seguro, le diré, pero a una condición

que tú nos prometas que todas las noches, mientranosotras dormimos, tú vas a salir por la ventana

vas a ir al mundo y nos vas a traer muchanoticias. Sí, tú tienes que contarnos todo lo qupasa en el mundo. ¿Qué? ¿Que tú quieres ir a hacepipí? Pero si está lloviendo, no te puedo llevaporque no me dejan atravesar el patio. Sí, t

prometo apenas pueda te llevo, sí. Ahora te voy guardar y duerme mientras yo puedo llevarte hacer pipí.

El diálogo terminó; con la misma calma, con lo

mismos movimientos lentos, guardó a Tarrarrurren el saco, volvió a amarrar la bolsa a la cintura bajó su delantal arreglando uno a uno cada prenseYo estaba completamente encantada y fascinadami admiración y mi amor por la Nueva y s

hermanito habían comenzado a invadir todos m

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pensamientos, yo no quería perderlos como habíperdido a Eduardo, al Niño, a Betzabé y a leñora María. Ya estaba decidida a que lo

protegería y los guardaría para mí.

 —Dime qué come Tarrarrurra. —Él come de todo —me respondi

ranquilamente. —¿De todo de todo?

 —Sí, de todo de todo, solo que come muchoodo el día me está pidiendo comida. —Yo te voy a ayudar, yo te prometo que yo l

daré parte de mi almuerzo y de mi comida, pero sno le alcanza y no quiere ir al mundo, pues vamo

a tener que contarle a mis amigas para que ellanos ayuden. Somos seis, tú las conoces.

 —Sí, yo las he visto contigo, pero ¿tú crees quellas no le dirán nada a nadie?

 —Eso yo te lo aseguro, porque todas hemourado entre nosotras que nunca contaremos a laotras nada de nuestro grupo.

 —¿Y si ellas no me quieren en su grupo? ¿Y sellas no quieren a Tarrarrurra?

 —Yo te aseguro que lo van a adorar, tú vas

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ver, yo voy a hablar con Ester y, si ella está dacuerdo, todo el grupo estará de acuerdo.

 —Pero mientras tú hablas con ella, ¿esta nocha la comida tú me vas a dar algo para Tarrarrurra?

 —Sí, te juro, a la salida del comedor espérameaquí, aquí, enfrente al armario.

 —No —me dijo—, mejor en la fila frente anodoro, porque Tarrarrurra no puede come

delante de las otras. Para darle de comer tengo quencerrarme en el inodoro. —Bien, yo te busco frente al inodoro. Yo llev

mi bolsa de tejidos y te doy la bolsa; entre la bolso meto la comida.

Hizo una inclinación de cabeza y salicorriendo al inodoro.

La comida que nos daban era bastantmiserable. A la comida, como al almuerzo, habí

iempre una mazamorra clara con tallos, luego uncucharada de arroz para cada una, un míserpedazo de carne dura que era siempre hervidentre la mazamorra y que nosotras llamábamochimbo de carne, que no era más grande que un

nuez, dos papas que muchas veces eran llenas d

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gusanos y, para terminar, un plátano biche. Esnoche yo escondí mi carne y el plátano, pardárselos a la Nueva. Como habíamos convenidome estaba esperando enfrente a los inodoros, tom

a bolsa y se encerró en el inodoro; yo corrí buscar a Ester, la llevé a un rincón junto a loarros de la basura y le conté todo de Tarrarrurra

Estaba tan encantada como yo. Fuimos a buscar

a Nueva y le pedimos que nos mostrara Tarrarrurra. Nunca nos lo dejaba tocar, nos lmostraba en la mano pero no nos lo daba, solo lpodíamos tocar la cabecita con la punta de lodedos y muy suavemente. Ester habló con el grup

  todas aceptaron ayudar con comida para quTarrarrurra no fuera a morir de hambre y, sobrodo, para que pudiera ir al mundo a traerno

noticias. Era siempre enfrente de los inodoro

cada una llevaba un saquito donde habídepositado parte de su comida para dársela a lueva.La costumbre de llevar sacos de tela en la man

era muy corriente; la mayor parte de las niñas n

ugaba en los recreos, aprovechaban para hace

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pequeños trabajos para ellas. Hacían mucho lo qulamábamos dechados, que eran muestrarios de la

diferentes puntadas de bordado, o muestras dpunto de cruz o dechados de calados; otras hacía

monogramas en punto de cruz para marcar la ropo carpetitas en crochet, es decir, que era corrientener una bolsa en la mano, por eso nadie se dab

cuenta de nuestro truco. La Nueva tomaba la

bolsas y desaparecía en el inodoro. Nosotras lesperábamos en el patio sentadas en el suelo, lveíamos venir con su paso lento como en el aireonriente, con sus grandes ojos fijos sobr

nosotras. Se sentaba en el medio y cerrábamos e

grupo. Era en ese momento que nos contaba lo quTarrarrurra había visto durante la noche en emundo. Era maravilloso. Yo no recuerdo ahorninguna de sus historias exactamente, per

ecuerdo con los detalles maravillosos que nodescribía de su casa, donde había un gato negrque cogía los ratones y los devoraba cuandodavía estaban vivos. Nos contaba de una vac

que tenían los vecinos que, según Tarrarrurra, l

vaca había tenido una vaca chiquita linda, lind

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que la habían bautizado con el nombre dCampana. Nos contaba que Tarrarrurra habíencontrado a su hermana que jugaba en la camcon el policía de la esquina y que los dos estaba

completamente desnudos y que el uno le tocaba aotro el pipí. Contaba largas historias sobre loamigos de su mamá y sobre un jardín que tenían

aturalmente las historias eran interrumpida

varias veces, siempre que hablaba tenía Tarrarrurra en la mano contra el oído y cuando snterrumpía era porque Tarrarrurra le estab

hablando, unas veces le pedía de ir al inodorootras decía que no seguía contando, porqu

Tarrarrurra no quería que contara eso. Otras veceno nos contaba nada, porque Tarrarrurra no habíalido al mundo, porque había tenido dolor d

muela o dolor de estómago. Tarrarrurra era par

nosotras un ser viviente que comía, que dormíaque le dolían los dientes o el estómago, que podír al mundo y ver lo que nosotras no podíamos ve

Así que estábamos dispuestas a vivir por él y parél.

La Nueva nos hizo saber un día que Tarrarrurr

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no quería más comer papa porque le daba mal destómago, que mejor le diéramos más plátanos pan y carne. Nosotras obedecíamos ciegamente. Lfelicidad de escuchar a la Nueva contándonos l

que Tarrarrurra le decía al oído merecía todoesos sacrificios. Nunca nos repitió la mismhistoria. Las aventuras que le pasaban en el munderan fabulosas, a veces entraba a las casas de lo

icos donde nos decía que todos los platos y tazaeran de oro o de plata, nos describía las señoras eñores ricos vestidos con vestidos de terciopel de rasos maravillosos. Yo creo que en todo es

período no volvimos a pensar ni en el Diablo, n

en el pecado, ni en el Infierno. Solo las historiade Tarrarrurra llenaban nuestra vida.

Recuerdo que era un domingo. La mañana, comodos los domingos, la habíamos pasado en e

alón de fiestas repasando de memoria eCatecismo y la historia sagrada. De la historiagrada nos habían enseñado cuando Dios habí

echado del paraíso a Adán y Eva, todos desnudoin saber adónde iban y Dios y todos los ángele

con espadas de fuego en la mano, que lo

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empujaban para que se fueran, porque habíadesobedecido comiéndose una manzana que era dDios y que les había prohibido tocarla, porque eparaíso estaba lleno de árboles frutales y ello

podían comerse todas, todas las frutas, menos lamanzanas. Nunca habían visto a Dios tan furioscomo ese día y, desde ahí, los hombres empezaroa cometer pecados.

Salimos de la clase a las doce, yo estabealmente preocupada por Adán y Eva, que me lomaginaba desnudos caminando y caminando poos campos sin saber adónde ir; de la clase fuimo

derecho al comedor. Yo había guardado mi carn

para Tarrarrurra, tenía tanta hambre que no fucapaz de guardarle también el plátano. A la salidfui derecho al inodoro. La Nueva esperaba. YEster le había dado su talego. Detrás de mí venía

Teresa y Rosario con sus talegos, después pasEstela, las dos últimas fueron Inés y Julia. Nadihabía visto a la hermana superiora que estaba junta una columna exactamente al frente de lonodoros. Cuando la Nueva, ya con todos lo

alegos en la mano, fue a abrir la puerta de

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nodoro, una mano la tomó por el brazo; era luperiora. Enfrente a nosotras, no dijo ni un

palabra. Le quitó todos los sacos, la tomó de lmano y muy lentamente, sin decir nada

atravesaron los tres patios y las vimos desaparecepor la puerta que conducía al patio donde estaba leñorita Carmelita.

Fue la última vez que vimos a la Nueva. E

mismo día sor Honorina la llevó donde la mamái la superiora ni ninguna monja nos dijeron nadaosotras esperábamos todos los días que l

directora nos llamara, o que tal vez nos castigarannosotras mismas no podíamos saber si lo qu

habíamos hecho era bueno o malo. El hecho de quhubieran expulsado a la Nueva como a Adán y Evdel paraíso nos hacía pensar que tal vez habíamocometido pecado, aunque nadie nos decía nada

nosotras no dijimos nada, nuestra vida nuncvolvió a ser igual. Con la Nueva se había ido unparte de nosotras, no sabíamos cuál era, como sde un golpe nos hubiéramos vuelto viejas... Scomo si nuestra niñez se hubiera terminado co

Tarrarrurra. Pasaron muchos meses y ya n

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hablábamos de Tarrarrurra, porque cada una dnosotras lo había guardado en lo más íntimo dnuestros recuerdos de infancia. Nuestro grupeguía sólidamente unido, unido en la complicida

 en la gran soledad y esterilidad de nuestra vidnterior.

Creo que ya hacía cinco o seis meses que lueva había sido expulsada y, como de costumbre

nos reunimos en el corredor de las Buenas Nocheantes de las últimas oraciones en la capilla. Luperiora parecía preocupada o de mal humo

Primero nos habló de la fiesta de san José. Nohabló de él, pobre y humilde en la carpintería

cortando tablas, clavando como un obrercualquiera. Él, elegido para ser el padre adoptivde Jesús. Nos dijo de tomar su ejemplo dhumildad y luego hizo una grande pausa.

 —Y mañana —nos dijo— la misa será dRéquiem. Les pido que la ofrezcan por el alma duna de sus compañeras que ha muerto ayer. Lmayor parte de ustedes solo la conocieron dvista, ni siquiera su nombre lo aprendieron, l

lamaban la Nueva. Pero un grupo muy pequeño s

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abe bien quién era María. La pálida ransparente María, flaca, raquítica; su familia

cuando nos la trajeron, no nos dijeron que la niñera enferma, la pobre estaba loca. Se había metid

en la cabeza la idea de que un muñeco que cargabiempre era su hermanito. Hace dos días su familia llevó a un paseo al río Bogotá. Ella quiso bañau muñeco y se le deslizó de las manos y se fue a

fondo. Cuando la familia se dio cuenta, ella ya shabía echado de cabeza toda vestida a salvar smuñeco. Desgraciadamente no la alcanzaron alvar. Solo ayer lograron encontrarla. En su manenía fuerte, fuerte apretado su muñeco...

Chao.Saludos. Abrazos.

EMM

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Carta número 16

Mi querido Germán:

La misma noche que la hermana superiora noanunció la muerte trágica de Tarrarrurra y de l

ueva, esa misma noche yo hice pipí en la cammientras dormía. Eso no me había pasado nunca

En ese sentido la señora María nos había educadmuy bien, además cuando llegué al convento lamonjas me dieron una bacinilla que estaba siemprdebajo de mi cama. Los dormitorios los cerrabade noche con llave, si alguna se sentía mal tení

que pedir la llave a la monja que dormía en caddormitorio, pero como nos daba un miedo negro dbajar solas atravesando todo el convento, si no erun caso verdaderamente grave, pues aguantábamo

hasta que tocaran la campana. Pero, como yo era lmás chiquita, por los tres primeros años tuve eprivilegio de tener mi vaso de noche. Las camaeran todas de madera con tablas y los colchones dpaja, forrados con una tela gruesísima qu

cambiaba de color en cada dormitorio. Lo

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colchones del dormitorio de María Auxiliadoreran todos azules, los de Don Bosco amarillos, lode Santa Teresa verdes y los del dormitorio deniño Jesús, que era el mío, eran rojos y con el pip

a tela destiñó y manchó todo. Yo no dije nada nadie y tendí la cama rápidamente para que lmonja no viera las manchas en la sábana, percuando fui a hacer la genuflexión en la capilla, so

Teresa vio que tenía las piernas todas pintadas dojo, en eso yo no había pensado y con loscuridad a las cinco y media de la mañana nHelena ni mis amigas se habían dado cuenta. Yentí que sor Teresa me levantaba de las trenzas.

 —Salga y espéreme afuera.Salí con las rodillas que me temblaban d

miedo. Cuando las niñas terminaron de entrar ellalió y, sin darme tiempo de abrir la boca, empez

a darme bofetadas y puños por todos lados, luegme tomó de una oreja y, tirándome, marchando argos pasos, me llevó hasta el dormitorio y m

hizo destender la cama. El olor de la paja mojadde orines me penetró por la nariz, sor Teresa m

omó de nuevo de las trenzas y empezó a frotarm

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a cara contra el colchón, igual como hacían coos gatos de la panadería cuando hacían pipí fuer

del cajón. Cuando entramos a la capilla ya la mishabía empezado, todas las cabezas se voltearo

para mirarme, yo lloré durante toda la misaDespués del desayuno me mandaron a sacar ecolchón y las cobijas para tender todo en el solapara que se secara. Ester y Teresa me ayudaron

ambién me ayudaron a frotar con estropajo abón mis piernas pintadas de rojo.Pero a la noche siguiente me volvió a pasar l

mismo y a la tercera y la cuarta y la quinta. Hacíesfuerzos desesperados para no dormirme, pero e

ueño me vencía y en cuanto me dormía, hacipipí. El colchón seguía soltando tinta roja y el olode la paja se volvía insoportable. Yo sentía quese olor me perseguía todo el día, lo llevab

conmigo, lo que no me dejaba olvidar mi torturaSentía llegar la noche con verdadero terror, leuplicaba al niño Jesús y a la Virgen que m

concedieran la gracia de no hacer pipí. Perningún santo escuchó mis súplicas y las monja

multiplicaban los castigos. Empezaron po

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hacerme oír la misa arrodillada sola en el centrde la capilla, no tenía derecho a sentarme ni ponerme de pie. En los bancos teníamos un listóde madera donde nos arrodillábamos y hacía un

gran diferencia de tener las rodillas directamentobre los ladrillos. Al tercer día empezaron

darme vértigos y caía tendida en el suelo commuerta con la frente bañada en sudor frío

eguramente me había debilitado de la angustia de los esfuerzos terribles que hacía de noche, parno dormirme. El colchón no alcanzaba a secarsdurante el día y tenía que dormir sobre la humedade la paja. Como los síncopes en la capilla s

empezaron a repetir diariamente, decidierocambiarme de castigo. Durante todas las horas decreo me ponían mi colchón sobre la cabeza

ninguna podía hablarme ni acercarse a mí, n

olamente no tenía más el derecho de jugar hablar con mis compañeras, sino que las otras, lamalas, que eran la mayoría, se divertían nsultarme y a taparse la nariz cuando pasabaunto a mí. Ya no podía más, me habí

enflaquecido y no podía trabajar más sacando l

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aguja, porque me daban vértigos y como llorabodo el día me dolían terriblemente los ojos. Todoos castigos fueron inútiles, yo seguía haciend

pipí todas las noches. La directora comenzó

alarmarse y me llamó un día a su despacho. Mdio caramelos (desde la época de la señora Maríno habíamos vuelto a ver un caramelo). Necuerdo de qué me habló, pero me acarició l

cabeza y me dio palmaditas en las mejillas y megaló una medalla del niño Jesús parado sobruna bola que me dijo que esa bola era el mundocon un cordoncito de seda negra me la colgó acuello y me dijo de ir a la enfermería que so

Teresa me iba a dar un remedio para curarme dese mal vergonzoso. Tres veces por día sor Teresme daba una grande taza de una especie de caldnegro, un poco grasoso pero sin sal y con un gust

un poco amargo. Además por la noche sor Maríme envolvía en una gruesa cobija de lana de lcintura para abajo.

Pasaron muchos días sin que el remedio mhiciera ningún efecto y cada día me sabía más feo

Un día le pregunté a sor Teresa de qué era el cald

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que me daba y muy seriamente me contestó que ercaldo de ratón.

 —¿Ratón? ¿Esos animales negros que correpor el piso en la panadería y la cocina?

 —Sí —me dijo—. De esos animales negros qucorren por el piso de la panadería y la cocina.

 No había terminado la frase que yo ya estabvomitando. Vomité por tres días, pero nunca má

volví a hacer pipí en la cama. Como premio, mdieron un colchón nuevo, de tela roja como eviejo. Desde entonces guardo una grande simpatípor los ratones.

En el mes de septiembre eran los ejercicio

espirituales; cada año a la misma fechnterrumpíamos todos los trabajos por cinco día

Durante esos cinco días no teníamos derecho hablar ni una palabra durante todo el día, hasta lo

ecreos eran en silencio y no podíamos jugar. Paresos días venía un padre nuevo, regularmente erel padre Beltrán. No solamente hablabmaravillosamente, sino que era de una belleza dmorir. Creo que no había una sola niña grande

chica que no estuviera enamorada de él. Tení

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unos ojos verdes de morir, alto, muy delgado, couna voz fuerte pero llena de tonalidades y bemoleque nos envolvía como en una nube. El viejo padrBacaus venía para la misa y el bello venía

darnos dos charlas por día a las once de la mañan a las cinco de la tarde. El tema principal era e

pecado; el objeto principal de los ejercicioespirituales era el de hacer una vez al año un

confesión general y minuciosa de todos nuestropecados del año. En esos cinco días debíamobuscar en los más oscuros rincones de nuestrconciencia los pecados que se nos habíaescondido y el padre Beltrán tenía como misió

ayudarnos a encontrarlos.Cada día a la mañana y a la tarde tomaba com

ema los mandamientos y nos los analizaba por ederecho y por el revés. En el mandamiento qu

ponía más pasión era en el sexto, que erustamente el que nosotras entendíamos menoSobre todo las más chiquitas le preguntábamos gritos que qué era fornicar y con una sonrismaliciosa nos decía:

 —Son todos los pecados contra la modestia, po

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ejemplo desvestirse delante de las compañeras, mostrarse una a otra, partes del cuerpo.

Y de ahí partía a hablar sobre la pasión que lcomparaba con las tempestades del mar, él habí

nacido junto al mar y nos lo describía en una forman violenta, que nosotras, que no lo conocíamoeníamos la idea más terrible y monstruosa de

mar. Esas charlas eran una verdadera felicida

para nosotras. Ese cura era un genio; imitaba louidos, el canto de los pájaros, los aullidos de lodiablos en el Infierno y era tan bello que, aucuando no entendíamos lo que quería decirnos, dolo verlo estábamos felices.

El día entero lo pasábamos en la capilla, solalíamos para comer y pasearnos diez minutos eos patios, pero sin hablar. Lo que no me gustab

era la hora santa. Era la directora misma que l

eía. Tenía una voz muy dulce y leía muy bien, perhabía cosas tan macabras que todavía me asusto dpensarlas. Era una descripción detallada de todnuestro cuerpo en el momento de la muerteCuando nuestros ojos vidriosos empiecen a perde

a vista... Cuando nuestros labios trémulos

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amoratados... Cuando nuestros pies fríos entumecidos... Y así nos describía todos los díacon términos verdaderamente macabros la hora dnuestra muerte.

El cuarto día era una especie de repeticiógeneral para la confesión, ese día teníamoderecho de ir donde la señorita Carmelita para quella nos escribiera en un papel los pecado

principales para que no se nos fueran a olvidaEsos papeles se los dábamos por la ventanilla apadre al momento de pasar a confesarnos. Así lconfesión iba más rápida, porque el quinto día epobre padre Beltrán tenía que confesarnos a toda

en un solo día. El pobre terminaba a las ocho de lnoche muerto de fatiga y nosotras, por la ilusión dhablar lo más largo posible con él en econfesionario, nos inventábamos toda clase d

dudas y de pecados inexistentes y el pobre teníque explicarnos que eso no era pecado. Lconfesión empezaba por las más grandes, laúltimas éramos las chicas.

Ya llevábamos tres o cuatro años en el convent

  las monjas no sabían cómo resolver nuestr

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problema. No lograron saber nunca si habíamos no estado bautizadas, así que seguíamos siconfirmación y sin comunión, éramos solo cuatras que no comulgábamos, las dos hermanita

Santos y nosotras. Las Santos hicieron la primercomunión primero que nosotras, pues lograroconseguir la Fe de Bautismo. Yo no podíesignarme a no confesarme como las otras, l

oportunidad única de poder hablar sola, sola coel padre Beltrán me parecía maravillosa. Como lachicas eran las últimas y a esa hora ya las monjaestaban cansadas de cuidarnos, mandaron a soHonorina, la italiana que tanto nos divertía. L

vieja se sentó cerca al confesionario con sbreviario y se quedó dormida, yo pasé por detráde ella y me arrodillé temblando en econfesionario. De pronto sentí una voz muy baj

que pasaba por encima de mi cabeza: —Diga sus pecados, hija mía.Yo levanté los ojos y me di cuenta que, si no m

ponía de pie, no podía hablar con él porque dodillas no alcanzaba a llegar a la ventanilla.

 —Acúsome, padre, que este año he hech

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muchas veces pipí en la cama.Por entre los huequitos redondos de l

ventanilla vi que se puso una mano en la boca carraspeó.

 —Acúsome, padre, que no he hecho la primercomunión porque las hermanas no saben si somode Dios o del Diablo... Acúsome, padre, que mestoy confesando sin permiso de las monjas.

 No resistió más y se puso a reír. —¿Tú eres la chiquita de los anteojos negros? —Sí, padre. —¿Cómo te llamas? —Emma.

 —¿Emma qué? —Reyes, como los Reyes Magos. —¿Cuántos años tienes? —Nadie sabe, pero yo digo que más de diez.

 —Vete tranquila, hijita, yo voy a hablar con lhermana directora para ver cómo se hace para quhagas tu primera comunión. Yo me voy a ocupaRecibe la bendición.

Cuando me levanté, había tres monjas parada

detrás de mí. Sor Teresa, sor María y sor Honorin

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que se había despertado. Sor Teresa me agarró dun brazo, yo me agarré del confesionario y sidarme cuenta tiré de la cortina morada, el padrBeltrán se dio cuenta de lo que pasaba y sacó l

cabeza y con una cara bravísima les dijo: —Por favor, hermanas, no castiguen a esa niña

ella tenía necesidad de hablar conmigo y ha hechmuy bien en venir al confesionario. ¡Dejad a lo

niños que vengan a mí! Las tres monjas sderritieron en sonrisas y no me volvieron a decnada.

Los ejercicios siempre terminaban en domingoEse día y el del santo de la superiora eran lo

olos días de gran fiesta que teníamos en todo eaño. La capilla la arreglaban con los ornamentos os manteles de lujo, llenaban de floreros el altaluminaban a todos los santos y prendían el dobl

de cirios que de ordinario. La misa de clausura lhacía el padre Beltrán, con los ornamentos erodavía más bello. Antes de la comunión nos hací

un sermón de preparación a la comunión, nos decíque él veía sobre nuestras cabezas una aureola d

pureza después de los magníficos ejercicios qu

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habíamos hecho y que esperaba que durante todel año guardáramos nuestras almas tan puras comese día. Luego daba la comunión y todacantábamos llenas de fervor el Tedeum d

agradecimiento a tantos dones como Dios nocolmaba. Ese día era el único en el año en que lamonjas desayunaban con el padre en una salpreparada especialmente y ese día nosotra

eníamos permiso de hablar durante el desayunoque era con chocolate muy clarito, pero erchocolate. Nos daban un pedacito de queso y unmogolla más. ¡Qué día maravilloso! Después dcinco días sin hablar, gritábamos como loca

agitadísimas, naturalmente el tema principal erodo lo que nos había dicho el padre Beltrá

durante las charlas, tan lindo, tan bello, se sentíaisitas nerviosas de todos lados del comedor. E

domingo entero lo teníamos libre para nosotras.

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Carta número 17

Mi querido Germán:

Hacía más o menos dos semanas que habíamoerminado los ejercicios espirituales y la superior

nos hizo reunir un día en el primer patio a la hordel recreo, para presentarnos una nueva monja qu

venía con el cargo de Ecónoma; era un nuevítulo. Hasta entonces era la directora la que hacías cuentas y sor Honorina hacía las compras y e

mercado.Lo primero que nos dijo la directora era que so

Evangelina Ponce de León pertenecía a una de lamás grandes y distinguidas familias de ColombiaQue había renunciado a la riqueza y los honorepara dedicarse a la humilde vida de religiosa. Qu

debíamos dar gracias a la Virgen de habernoenviado una religiosa tan distinguida a tomar lriste responsabilidad de ocuparse de los interese

económicos de nuestra humilde casa.Sor Evangelina Ponce de León era de estatur

media, un poco gorda, de una palidez de cera d

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glesia, todas las facciones de su cara iban haciabajo. Sus ojos pardos caían en punta, la nariz sdoblaba hacia abajo en una especie de gancho qucaía, los labios finos y apretados se arqueaba

hacia el piso, solo su fuerte pecho y su gordrasero iban hacia arriba como haciéndose paso

estableciendo una distancia entre ella y las otraoda su pretensión se reflejaba en esas dos parte

de su cuerpo. Los dientes eran blanquísimos, perambién estaban clavados hacia abajo y cuandhablaba parecía que los iba a escupir. Sus manoeran dos garras huesudas de dedos muy largoHablaba muy despacio, con la cabeza siempre mu

alta, mirándonos siempre desde arriba. Cuandenía que tocarnos para hacernos una observació

o para hacerse paso entre las filas o en los salonede trabajo, nos tocaba únicamente con la punta de

dedo índice; como quien toca una cosa sucia contagiosa. Cuando las monjas se dirigían nosotras en público o en privado nos llamaba«niñas». Sor Evangelina nos llamaba «muchachas, cuando estaba brava, «chinas».

Cuando la directora nos la presentó, ell

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ambién nos habló; nos prometió que iba a hacevarios cambios en la comida y algunas variacioneen la distribución del trabajo para que pudiéramoproducir más dinero.

 —No olviden que ustedes están aquí de carida  que tienen que trabajar para pagar lo que s

comen, ustedes no piensen que en el mundo noegalan la comida que les damos, no; tenemos qu

pagarla con dinero y ese dinero tenemos quganarlo todas con el trabajo. Nos prometió que para el año próximo tal ve

nos iban a hacer unos uniformes nuevos para lafiestas.

 —También hemos pensado con la hermanuperiora que debemos ocuparnos más de ustede

en cuanto a su educación. Todas ustedes debeaprender a leer y escribir aun cuando sea su

propios nombres. También les enseñaremos upoco de aritmética, en la vida hay que sabecontar. La geografía, ¿cuántas de ustedes saben lque es geografía? Seguramente ninguna. Un día otro ustedes tendrán que volver al mundo y en e

mundo la geografía es muy importante.

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Al mes siguiente empezaron las lecciones. Ellvenía media hora cada día a los salones de trabaj, sin que nosotras interrumpiéramos el trabajo

ella nos empezó a enseñar de memoria lo

números. Primero nos enseñó a contar hasta veinteuego nos enseñó que uno más uno hacía dos y do

más uno hacían tres y tres más uno cuatro y aeguíamos hasta llegar a veinte. Eso se llamab

umar, luego nos enseñó a multiplicar. Si a dos lmultiplicamos por dos hacía cuatro, a mí mparecía que era igual sumar que multiplicar, parmí era igual decir dos más dos son cuatro qudecir dos multiplicado por dos son cuatro. Lo

unes era la aritmética, los martes repetíamos lonombres de las letras de la A a la Z. Nos enseñque solo había dos letras que eran dobles: la elle a erre. Los miércoles era la geografía, ell

adoraba la geografía. Nos enseñó lo que era un rí la diferencia que había entre un río y una lagunaentre una laguna y el mar, la diferencia entre unmontaña y una loma. Decía que las ciudades, comas personas, cada una tenía un nombre y no

enseñó el nombre de las ciudades más importante

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de Colombia.Los jueves nos enseñaba historia patria. No

habló de un señor que se llamaba Simón Bolívar que era el padre de nuestra patria. Nos enseñó

cantar un verso sobre Bolívar que decía:«Cien años aquel héroe inmensamente trist

murióse junto al mar. Bolívar es nuestro padre, enuestra patria, nuestra nación».

 Nos enseñó la oración que dijo AtanasiGirardot cuando subió una loma entre las balas dus enemigos: «Permitid, Señor, que yo plante est

bandera en la cima de aquel monte y si es vuestrvoluntad que yo muera en esta jornada, dichos

moriré». Y ¡pum!... una bala atravesó su corazón cayó muerto envuelto en la bandera nacional.

La bandera nacional eran tres pedazos de telcocidos juntos, uno amarillo, otro azul y otro rojo

el amarillo significaba el oro y las riquezas dnuestro suelo; el azul, el agua de los océanos quodean nuestro país, y el rojo, la sangre derramad

por nuestros héroes en los campos de batalla.Los viernes la clase era en el patio grande y no

a hacía a la hora del recreo, todas reunidas e

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filas de diez; era la clase de gimnasia física, parque creciéramos y no nos quedáramos raquíticaEmpezábamos levantando fuertemente los brazohacia arriba, luego los poníamos en cruz, lueg

hacia delante, luego doblados hacia el pecho, dnuevo arriba, rápido hacia atrás, de nuevo hacidelante y terminábamos con los brazos colgando o largo del cuerpo, con las manos bien abierta

Pero esos ejercicios iban acompañados coordinados con unos versos que gritábamos ecoro:

¡Ánimo, niñas,fuera pereza!,que trabajando con ilusión, pronto tendremosfuerzas bastantes para ser niñas

dignas de honor.Desgraciadamente hasta ahí llegó nuestr

cultura. Sor Evangelina se enfermó y nunca más nella ni ninguna otra nos volvieron a dar clases. E

primer día que nos dio la clase de gimnasia, sali

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de la puerta del claustro acompañada de soHonorina que la seguía detrás, llevando en lamanos una especie de banqueta en maderacolchonada y forrada en terciopelo rojo. So

Evangelina le indicó con el dedo índice en quitio debía ponerle la banqueta y, apoyándose de l

punta de los dedos contra el hombro de soHonorina, se subió en la banca. No solament

podía ver hasta la última de atrás, sino que así nopodía hablar de arriba para abajo. En la primerfila, como siempre, estábamos las más chiquitaYo era la primera, junto a mí, las hermanitaSantos, junto a las Santos las dos hermanas Vaca

Teresa y Asunción Vaca; después de las Vacaestaba Helena. Durante toda la clase de gimnasiaor Evangelina la miraba todo el tiempo. Cuanderminó la clase, levantó la mano lentamente y co

el dedo índice apuntado sobre Helena le ordenó dacercarse. Yo la vi salir de la fila con la cara dusto de los momentos difíciles. —Acérquese, muchacha.Desde arriba le miró la cabeza y le preguntó s

enía piojos. Helena le dijo que no, que era s

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hermanita la que tenía (y era cierto, los piojos mperseguían sin descanso). Ella apoyó la manobre la cabeza de Helena y descendió de l

banqueta, con el dedo índice le ordenó levantar l

banqueta y marchar detrás de ella. Desde ese díHelena se convirtió en la esclava de soEvangelina, la tenía que seguir todo el día con lbanqueta y, cuando estaban en la pieza, Helena l

hacía todos los oficios, hasta embetunarle lozapatos, sacarle el balde del agua sucia, cargaagua limpia, ir mil veces a la cocina para llevarlés y caldos y braseros con carbón encendido par

que se calentara los pies.

En el patio de las Flores, el de la señoritCarmelita, debajo de la capilla, había tres grandepiezas que las tenían de depósito de telas decorados para la capilla. Sor Evangelina hiz

desocupar esas tres piezas y ahí instaló su casaella no seguía el reglamento como las otramonjas, ella tenía todos los privilegios, casi máque la superiora, porque la superiora comía en eclaustro con las otras monjas; solo sor Honorin

nos acompañaba en el comedor. Pero so

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Evangelina la mayor parte de las veces comía solen su apartamento; era Helena la que le llevaba lcomida. Los primeros meses, los meses de laecciones, Helena seguía durmiendo en e

dormitorio del niño Jesús, el mismo mío, percuando sor Evangelina se enfermó le hizo llevar ecolchón y la hacía dormir en el suelo junto a lcama de ella, así la podía llamar a cualquier hor

para que le alcanzara un remedio o un vaso dagua o lo que necesitara. Los domingos en la tardvenían las amigas y parientas de sor Evangelinpara visitarla y era el único día que no guardaba Helena con ella, después del almuerzo la mandab

a donde estábamos las otras.Helena nos contaba a mí y a mis amigas que so

Evangelina era muy buena con ella, que le daba lmitad de su buenísima comida, que ya había hech

dos camisas nuevas de dormir y que cada día ldaba lecciones. Ella ya sabía contar hasta mil abía las tablas de multiplicar hasta la del diez. L

enseñó a leer perfectamente y la ponía a que leyera la vida de los santos o la pasión de Cristo

Un día nos contó que estaban leyendo la histori

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de una santa muy joven y muy linda que le habíaacado los dos ojos con unas cucharas y le había

cortado los dos senos y que todo junto lo habíapuesto sobre un grande plato de plata y se l

habían ofrecido a un grande señor muy rico poderoso, pero que por la noche los ángelehabían bajado del cielo y se habían llevado lanta al paraíso. El hombre rico, que era mu

malo, se había vuelto ciego por castigo de DioOtra vez nos dijo que le había regalado un librque se llamaba el Lector colombiano que tenímuchas historias, pero cuando venía con nosotrano le dejaba sacar nada.

En mayo, el día de la fiesta de la Virgen, lahermanitas Santos hicieron la primera comunióno no sé quién les llevó unos vestidos blancoargos bellísimos, en la cabeza tenían unos velo

de punto transparentes sostenidos por unas coronahechas de florecitas azules y rosadas. Como eraubias de ojos claros, se veían lindísimas, todo e

día las dejaron llevar los vestidos y fueron dalón en salón para que las admiráramos. Yo la

miraba y las tocaba con una envidia terrible, com

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ellas, me imaginaba que eran los ángeles questaban con Dios en el cielo.

Un día Helena vino a buscarme al salón dcostura porque la superiora quería hablarno

Fuimos al despacho y nos dio la llave dedormitorio para que fuéramos a ponernos lodelantales de ir a la misa, que nos laváramos lopies, la cara y las manos y que nos peináramo

Cuando Helena me estaba haciendo las trenzaapareció sor Evangelina, me dijo que me quitaresos horribles anteojos negros y nos dijo qubamos a ver al Obispo, que cuando no

acercáramos a él debíamos arrodillarnos y besarl

a mano.El Obispo nos esperaba con la superiora en e

mismo salón donde entramos el primer día cuandas monjas nos llevaron al convento. Cuando m

arrodillé vi que la sotana y las medias del Obisperan rojas y me puse a llorar, nadie entendía poqué lloraba, el Obispo me quiso tocar y yo mpuse contra la pared. La directora le empezó contar cómo unos indios nos habían abandonado e

a estación de un tren y que otras monjas y un cur

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nos habían recogido y nos habían traído dondellas. De nuestra familia no se sabía nada y, lo mágrave, no se sabía si estábamos o no bautizadaSiguieron discutiendo mucho rato, lueg

empezaron a llegar las otras monjas, todas muagitadas. Sor Carmelita viéndome llorar se acerc me preguntó por qué lloraba. —Porque ustedes nos van a dar al Diablo.

 —¿Cuál Diablo? —Él...Y con el dedo señalé al Obispo. Todas s

quedaron mudas, el Obispo me preguntó mudulcemente por qué yo pensaba que él era e

Diablo. —Porque yo lo conozco por el vestido rojo.Todas se pusieron a reír, menos Helena que m

dio una palmada en la boca. Ella ya sabía qu

quería decir obispo. Nos llevaron a la capilla y él nos dio lconfirmación, luego nos regaló a cada una unmedalla de plata con la imagen de la Virgen. A soEvangelina le dio un billete y le dijo que para qu

nos compraran algo que nos hiciera falta. So

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Evangelina nos compró tela blanca para hacernocalzones y a Helena le hizo además un corpiñoporque le estaban saliendo los senos y había quapretárselos porque se veía inmoral.

Fue sor Evangelina quien se encargó dprepararnos para la primera comunión. Todos lodías después de las once Helena venía a buscarme íbamos al apartamento de sor Evangelina. Ella s

entaba en una grande silla de raso verde oscuro Helena le ponía la banqueta de terciopelo rojdebajo de los pies. Nosotras nos sentábamos en euelo, Helena junto a ella y yo más lejos.

Fue en esa época que me di cuenta que so

Evangelina quería mucho a Helena. La hacírabajar como su sirvienta, pero la quería; todo eiempo le acariciaba la cabeza y todo lo qu

Helena decía o hacía, ella lo encontrab

maravilloso.Yo me aburría a morir en esas lecciones dcatecismo y las explicaciones de qué eran loacramentos y, de nuevo, los mandamientos y lo

pecados y que en la hostia recibíamos el cuerpo

a sangre de Cristo. La mayor parte del tiempo n

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entendía nada de lo que nos explicaba. Helena ypodía leer y estudiar el catecismo, yo tenía quaprender todo de memoria y, como me aburría me distraía, no se me quedaba nada.

Helena tenía una memoria y una facilidad paraprender las cosas que era prodigiosa. SoEvangelina decía que era la china más inteligente más bonita de todo el convento. Esa superiorida

de Helena me fue creando un verdadero complejoTodo lo que era aprender lo detestaba, solo mgustaba inventar yo misma las historias, imaginacosas; en cambio del catecismo y la aritmétichubiera preferido que me dejaran tocar el piano

el armonio, ir al solar y subir a los árboleprefería pensar en las historias de Tarrarrurra quen las historias de la historia sagrada. Lobordados me gustaban porque podía inventa

nuevas puntadas y nuevas formas de realizaciónPor eso era la preferida de sor Carmelita, qudecía que yo sería la única que podríeemplazarla más tarde. No sé si lo decía en serio

pero el destino quiso que se realizara, pues l

pobre se volvió casi ciega.

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Volviendo a la primera comunión, soEvangelina no pudo soportar más mi estupidez además yo sentía que me detestaba sinceramenteUn día me dijo:

 —No la soporto más y no vuelva. Yo detesto lgente fea y la estúpida y usted tiene las dos.

Fue sor María Ramírez que se hizo cargo dprepararme para la primera comunión. Helen

iguió su preparación con sor Evangelina.Si tú me preguntas cuál fue el primer amor de mvida, tengo que confesarte que fue sor María. Erun amor rarísimo, era como si fuera mi mamá, mpapá, mi hermano, mis hermanos y mi novio. Ell

eunía para mí todos los tipos de amor y todos lomatices de la ternura. Alta, muy delgada, dmovimientos ágiles y elegantes, la piel tostadaojos negros penetrantes y al mismo tiempo un poc

ristes. Todas las facciones de su cara eraperfectas como en equilibrio, pero sus faccioneno eran ni femeninas, ni masculinas, yo diría quno tenía sexo. Era la belleza y el equilibriperfecto por encima del sexo. A veces parecía u

poco dura o masculina y otras veces era de un

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ernura y dulzura extraordinarias. No debía semuy inteligente ni muy instruida. El hecho de qufuera la directora del salón de plancha probaba snivel cultural, además ella me contaba que s

familia era muy pobre, ella era la número trece ddieciocho hermanos. Había nacido en un pueblitcerca de Cali. Como yo estaba en el salón dbordados, el salón de las privilegiadas, no la veí

casi nunca. Ella dormía en nuestro dormitoriopero, fuera de las oraciones de la mañana, no tenínada que ver con ella.

Solo empecé a quererla cuando me estabpreparando para la comunión. Yo bajaba todas la

ardes al salón de plancha, salíamos a pasearnoolas por los patios y el solar, ella me tomaba da mano o yo me colgaba de su cintura. No es qu

con ella aprendiera más que con sor Evangelina

no, pero como me hablaba más simplemente además sentía que me quería, pues me parecía máfácil y más claro.

Dos meses duró la preparación, ella me traícada día algo escondido en sus bolsillos, o u

caramelo o una fruta o la estampa de un santo. Y

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obaba flores, las más chiquitas, en el solar, se laponía entre sus manos y le pedía de guardarlaodo el tiempo en su bolsillo para que se acordar

de mí cuando yo no estaba con ella. Cuand

pasábamos las puertas o los sitios donde ellestaba segura que nadie nos veía, me abrazabfuertemente y me llenaba la cara de besos, yo lbesaba los ojos y la punta de cada dedo de su

manos. Cuando en horas distintas a las lecciones lveía atravesar un patio o un salón o simplemententrar a la capilla o pasar a comulgar a la hora da misa, mi corazón se ponía a saltar y lespiración se me detenía. Cuando no la veía

estaba todo el tiempo hablando con ellmentalmente e inventaba historias para contarleElla fue la única que durante toda mi infancia mdijo que yo era muy inteligente, naturalmente no l

creí, para mí la sola inteligente era Helena.La directora decidió que la mejor fecha parque hiciéramos la primera comunión era la nochde Navidad en la misa de gallo, a la misma hora eque nacía el niño Jesús. Yo le dije a sor María qu

ella tenía que ayudarnos a conseguir unos vestido

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blancos como los de las niñas Santos, porque yno quería hacer la comunión sin vestido blanco. Spuso muy triste y me dijo que ella no podía hacenada, que las únicas que podían eran la directora

or Evangelina. Ese día me di claramente cuentde que en el convento, como más tarde lcomprendí en el mundo, la humanidad se dividíen clases sociales y el poder solo lo podían tene

os de las clases privilegiadas. Sor María Ramírenunca hubiera podido hacer la vida que llevabor Evangelina. Ella vivía tan ignorante de lo qu

pasaba entre sor Evangelina, la señorita Carmelit  la directora como nosotras. Ella, como so

Honorina y sor Inés y sor Teresa, era simplementa esclava de las otras y esa visión se me fu

aclarando y confirmando cada día más. Esas treeñoras representaban la aristocracia y el rest

éramos la chusma.A Helena no la veía desde hacía muchos díapero, como era el momento de hacer los ramilletepara el niño Jesús y las cartas para pedirle lo ququeríamos de Navidad, decidí ir donde la señorit

Carmelita para que me escribiera una carta rápid

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para el niño Jesús pidiéndole a él los vestidoElla me la escribió sin hacer ningún comentarioMe escapé por la escalera de las monjas, que erprohibida para nosotras y fui a la capilla a pone

unto al altar la carta para el niño Jesús. Cuanda había puesto la carta, me volteé y vi que l

directora estaba inclinada en su reclinatoriezando. Me miró y no dijo nada, yo sa

corriendo.Los días pasaban, la Navidad se acercaba y eniño Jesús no nos enviaba los vestidos. Tres díaantes vino el padre Beltrán para confesarnos. Yo ldije que le había escrito al niño Jesús pidiéndol

un vestido blanco y solo faltaban tres días y lovestidos no llegaban, que yo no quería hacer lcomunión sin vestido. Se puso furioso y me dijque eso era un pecado de vanidad, que m

arrepintiera y no pensara más, que lo único quenía que tener blanco era mi alma y no el vestidoEl mismo día de Navidad por la mañana vino dnuevo el padre Beltrán para hacernos la últimconfesión y para prepararnos para la comunión. Y

estaba triste y de mal genio, no creo que escuch

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o que nos decía. A las seis de la tarde sor Teresvino a buscarme, fuimos a la lavandería dondhabía una grandísima alberca de quince metros darga y dos de ancha, alrededor estaban lo

avaderos de la ropa. A esa hora ya nadie estabavando. Sor Evangelina llegó con Helena, no

hicieron desvestir y nos pusieron unos chingues camisolas largas grises. Sor Evangelina lavó

Helena la cabeza y sor Teresa a mí. Nos hicierofrotarnos los pies, la cara, los brazos y las piernacon un estropajo, luego empezaron a tirarnobaldados de agua helada. Yo creía que me iba morir del frío, no podía ni respirar. Nos secaro

bien el pelo y nos llevaron al dormitorio y nohicieron acostar sin haber comido nada; dijeroque como íbamos a comulgar a medianoche npodíamos comer sino hasta después de la misa d

medianoche; que ellas vendrían a despertarnos as once de la noche. Cerraron con llave edormitorio y se fueron. Yo me puse a llorar por evestido y Helena me dijo que yo era una chinpendeja, que las niñas pobres no hacían la primer

comunión con vestido blanco.

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 —¿Y las Santos? ¿Las Santos son ricas? —No, pero las protegen los ricos.Me volteé y me dormí.A las once de la noche vino sor Teresa

despertarnos. Se sentían los gritos de las otraniñas que estaban en recreo esperando la hora da misa. Yo me moría del sueño. Nos pusimos lo

delantales de la misa y salimos del dormitorio. So

Evangelina nos estaba esperando en el corredor. —Vengan conmigo. —Tomó a Helena de lmano, yo iba detrás.

Cuando llegamos al apartamento de ella, yo vobre la cama dos vestidos blancos maravilloso

mucho más lindos y lujosos que los de las SantoLos ojos se me llenaron de lágrimas de lfelicidad.

 —Son de mis sobrinas que me los han prestad

para ustedes. Por caridad no los vayan a dañar ni manchar.Sor Teresa llegó corriendo y entre las do

empezaron a vestirnos. Sor Teresa hablaba todo eiempo de la belleza de los vestidos, las corona

no solo tenían flores sino también perlas qu

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brillaban. Cuando nos fueron a poner los zapatoo me moría de la risa, eran los primeros zapato

que me ponía en mi vida y me quedabagrandísimos, en cambio los de Helena le quedaba

chiquitos, la pobre caminaba como patoja, ycaminaba arrastrando los pies para que no se malieran. Cuando nos terminaron de vestir, sonó l

campana para la misa, nos hicieron subir a l

capilla por la escalera de las monjas y entramopor la puerta donde la señorita Carmelita oía lmisa. Cuando nos vio, nos hizo acercar y dijo quos vestidos eran bellísimos. En la mitad de l

capilla, junto al altar, habían puesto do

eclinatorios para nosotras. Cuando entramos a lcapilla sentíamos que todas las niñas hacía«¡¡¡ah!!!», pero al hacer la genuflexión yo perduno de los zapatos, todas se pusieron a reír y y

ambién reí.Empezó la misa a las doce en punto de la nocheEl padre Beltrán levantó el velo que cubría el niñesús que estaba acostado sobre una cuna de rasosada y la cuna estaba entre nubes de algodón. L

capilla estaba toda iluminada y llena de flores. L

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directora se levantó y se acercó a nosotras y nohizo pasar y arrodillarnos en todo el centro de lmesa de la comunión. Yo estaba emocionadísima creo que en ese momento estaba amando de verda

al niño Jesús que iba a recibir por medio de lhostia. En la misa cantamos villancicos y ldirectora tocó lindo el armonio.

Cuando la misa se terminó, nosotras no

evantamos para salir por la puerta de nuestracompañeras, pero la mano de sor Evangelina nodetuvo, nos hizo salir por la puerta por dondhabíamos entrado, nos hizo bajar la escalerprivada, nos llevó a su apartamento, nos hiz

quitar los vestidos, nos pusimos nuestros viejodelantales, sacamos los pies de entre los zapatos nos dijo de ir con las otras al comedor para comealgo. Yo solo comí mis propias lágrimas.

Felices Pascuas. EMM

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Carta número 18

Faltaban seis meses para la fiesta de San Pedro

a madre superiora, como todos los años, reunió as monjas en su apartamento para decidir co

ellas qué clase de regalo le iban a enviar al Papa Roma el día de su santo. Todas estuvieron dacuerdo en hacerle un alba bordada. Alba es esespecie de camisa larga hasta el piso que se pondebajo de la casulla para decir la misa. La tela queligieron fue un olán cristal finísimo y blanccomo una nube.

Sor Carmelita pasó más de un mes haciendo edibujo. El motivo principal eran espigas de trigoamos de uvas y en el centro en la parte d

adelante había un grande cáliz del que salía unhostia con rayos y sobre los rayos con las alaabiertas una paloma que representaba el EspíritSanto. Terminaba la parte baja en varios caladoen forma de encajes y remataba con un borde dfrivolidad hecha en hilo de crochet. Las manga

ambién iban bordadas hasta los codos, el cuello

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os hombros eran de una riqueza de detalleextraordinaria. Creo que la madre superiora nexageraba cuando nos dijo que sería la más bellalba del mundo.

Era un período de mucho trabajo. La Turca, lmejor clienta que tenía el convento, había llevada bordar tres manteles de lino para una mesa dcuarenta personas. Cada servilleta tenía un metr

por un metro de grande. Cada mantel tenía cuarentcanastas, en uno las canastas eran llenas de floreen el otro de frutas y el tercero era lleno dpájaros y mariposas que volaban sobre ramos dvioletas. El dibujo daba vuelta al mantel en form

de guirnalda sostenida por lazos de cintas. En ecentro de cada mantel también entre flores enmenso monograma M. G. R.

El salón de bordados estaba lleno de bastidore

pegados uno contra otro. Cuando alguna tenía qur al inodoro o a lavarse las manos, tenía que salen cuatro patas por entre las piernas de las otraTodas las niñas capaces de bordar bien o maestaban ocupadas en los manteles o en la

ervilletas de la Turca. Nos habían aumentado d

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una hora el tiempo de trabajo, que era tiempo qunos lo quitaban de los recreos. En cada bastidohabía una grande bordadora que dirigía y enseñaba las otras y era responsable del material d

rabajo. Debía controlar la limpieza de las manopara que no ensuciaran la tela o los hilos con eudor. Había algunas que les sudaban tanto que l

aguja chillaba cada vez que entraba o salía de l

ela; para esos casos había junto de los lavamanouna pared con cal fresca en la que frotábamos lamanos mojadas y el resultado era fantástico.

Lo más difícil de enseñar era que durante erabajo no debían ni meterse los dedos a la nariz n

a los oídos, ni rascarse la cabeza ni tocarse lopies ni meter las manos en los bolsillos sucios, esera la disciplina más difícil para las principianteElvira Cubillos, por ejemplo, era muy buen

bordadora y trabajaba a una rapidez de máquina dcoser pero tenía el defecto de que se le escurríaas babas encima del bordado. A la pobreníamos que amarrarle una toalla alrededor de l

boca y el cuello, lo que le impedía hablar. Cuand

erminaba el día, la toalla quedaba de torcer. Co

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as que les escurrían los mocos el problema erpeor, porque tenían que frotarse la nariz cada ratcontra la parte alta de la manga del delantal.

La madre superiora y sor Carmelita decidiero

que fuera yo la que hiciera el alba para el Papa. Lúnica cualidad que las monjas me reconocieroiempre fue la de ser la mejor bordadora, tal ve

porque me habían formado desde muy chiquita,

no solamente conocía todos los secretos y mañaque exigía cada tela, cada tipo de bordado y eempleo de los hilos según su consistencia, sinque, además, era la única que tenía el don naturadel dibujo, es decir, que al momento de bordar n

o deformaba, sino que, al contrario, lperfeccionaba, esa cualidad les daba la seguridaque no había que estar detrás de mí controlándom que cada trabajo que hacía salía casi perfecto.

La Turca pagaba muy bien y daba mucho trabajal convento, pero el alba para el Papa era mámportante que todo el resto y por lo tanto tení

que ser hecha por las mejores manos. Tambiéepresentaba una especie de premio y hono

Trabajar para el Papa era casi tener el ciel

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asegurado y la conducta de las que trabajaban cadaño para él no podía ser la misma que se tenícuando se trabajaba para la Turca, que según lamonjas era una atea y era mucho lo que nos hacía

ezar cada día al comienzo del trabajo para quDios la iluminara y le diera la luz de la fcristiana.

Yo sabía lo que me esperaba con ese trabajo;

a menor falta salía a relucir el Papa. Yo erndigna de trabajar para él, una pecadora, no podíocar una cosa que el Papa iba a poner sobre s

cuerpo. El Papa es la encarnación de Cristo en lierra. Todo lo del Papa era sagrado como er

agrada la hostia de la comunión... Ese discurso otros ya los sabíamos de memoria, lo que nmpedía que cada año a la misma fecha nos loepitieran de nuevo.

Sor Carmelita había dibujado el alba completobre la pieza de olán. Ayudadas por ellaarmamos el enorme bastidor que instalamos afondo del salón, donde no había el tráfico de laotras niñas, no solamente para evitar accidente

ino para mostrar que no era una costura como la

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otras. Alrededor de ese bastidor no podían pasaino las monjas y la niña o las niñas qurabajaban en él. Sor Carmelita calcó el dibujo da parte baja del alba, que era el más importante

o calqué el dibujo de las mangas, los hombros el cuello; cubrimos todo con papel de seda y lenrollamos sobre los palos hasta dejar solamentuna banda de un metro de ancho, luego templamo

el bastidor. Cubrimos todo con dos sábanadejando descubierto solo un pedazo de veintcentímetros donde aparecía la primera parte dedibujo. Preparé los hilos de acuerdo al número dgrosor, las agujas, las tijeras, los punzones y e

papel, que servía para darle brillo al bordadoCuando todo estuvo listo, sor Carmelita llamó a lmadre superiora, que vino con el balde de platdonde estaba el agua bendita de la capilla, le ech

a bendición al bastidor y mientras rezábamos diepadrenuestros por la salud y la vida del Papa, ellechaba agua bendita alrededor del bastidor. Luegme hizo arrodillar y me dio la bendición, con esito quedaba autorizado el principio del trabajo.

Por dos meses yo estuve sola como una reina e

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nuevo le había sacado la lengua a sor Inés porquno me dejaba subir a los árboles. Deseaba tanter buena, que pensé que si me hacía monja tal veería más fácil y tal vez podía llegar a ser sant

como Santa Teresa. En un minuto tomé la decisiónSí, yo sería monja. Pasé al confesionario, le dijmis pecados al padre y, cuando terminó de darma penitencia, le dije que había tomado la decisió

de hacerme monja, que si él me ayudaba, que yabía que para ser monja había que dar una dote o no tenía dinero.

El padre Beltrán saltó dentro del confesionaricomo si lo hubiera picado una culebra, tosió, s

frotó las narices de abajo para arriba, se rascó unoreja, metiéndose el dedo meñique y acercandbien la cara contra la reja del confesionario, mdijo:

 —Yo creo, hija mía, que debe quitarse esa idede la cabeza. Soy yo quien se lo ordeno, no piensmás en eso.

 —Pero, padre, yo sé que lo único que quiero sees monja. ¿Es porque no tengo dinero?

 —No, hija, no es por el dinero, es que para se

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monja hay que tener papá y mamá y estar segura dhaber nacido de una familia cristiana.

 —Padre, una niña me dijo que uno no nacícomo las flores que salían de debajo de la tierra

que no volviera a decir que no tenía ni papá nmamá, porque sin papá y mamá nadie podía nacer

Se metió el dedo índice en uno de los huecos da nariz.

 —Tu amiga tiene razón, hija. Todos tenemopapá y mamá, pero si uno no sabe quiénes son, egual que haber nacido como la flor de debajo da tierra y, cuando uno nace así, no puede entrar a carrera religiosa. Reza mucho hija, no piense

más en eso. Usted puede igual servir sin ser monja —Pero yo quiero ser monja. —Hija, uno no hace todo lo que quiere, sino l

que Dios quiere.

 —¿Entonces es él que quiso que yo nacierentre un pecado? ¿Y que no pueda ser monja?Se hizo el que no me había oído y empezó

darme la bendición.Esa misma noche hablé con sor María a la hor

del recreo; ella también me dijo que el padre tení

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azón, que ella también iba a rezar por mí. Pero yno quería creerle a ninguno de los dos. Mientrarabajaba, pensé que, si supiera escribir, podrí

escribirle una carta al Papa y esconderla en una d

as mangas para que la encontrara cuando se lfuera a poner; mentalmente le escribía cartas quduraban todo el día, en ellas le contaba toda mvida, le hablaba del Niño, de Eduardo, de l

eñora María, de mi hermanita y le decía ademáque las monjas eran malas con nosotras, que nopegaban, que nos hacían sufrir de hambre. De soMaría le decía que era la única que era un ángeOtras veces imaginaba que el Papa había recibid

mi carta y que me contestaba y me ponía maginar diversas respuestas. Otras veces pensab

que el Papa iba a venir al convento, iba a pedir a madre superiora que quería hablar conmigo

maginaba la cara de sorpresa de todas las monjaPero eso era sólo un sueño, yo sabía bien que ePapa, como nosotras, estaba encerrado en uconvento y no podía salir al mundo; así se pasabaos días y los meses y mi cabeza se fue cansand

de pensar y, como me lo había pedido el padr

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Beltrán, poco a poco fui olvidando mi deseo dquerer ser monja y también fui olvidando mpasión por Jesús.

Un día llegó la superiora a revisar los trabajos

e dio cuenta que yo sola no iba a alcanzar erminar el alba, la tela era demasiado fina y e

bordado era demasiado minucioso. Después dhablar largamente con sor Carmelita ordenó qu

cinco de las buenas bordadoras que estabarabajando para la Turca pasaran a trabajaconmigo en el alba y ordenó además qurabajáramos también por la noche. Esa fue un

gran fiesta para nosotras, trabajar por la noch

quería decir uno y mil privilegios. Primero neníamos que ir a la misa sino los domingo

Comíamos solas en una pequeña sala junto al salóde costura, nos aumentaban la comida, carne todo

os días y dos vasos de leche al día, pero lo quera el máximo de nuestra felicidad era el chocolatcon pan que nos daban a la medianoche antes drnos a dormir. El chocolate solo nos lo daban un

vez al año el día de la fiesta de la superiora, o e

el caso excepcional de que tuvieras un trabaj

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urgente y trabajaras durante la noche.Para colmo de mi felicidad, nombraron a so

María para que nos cuidara durante la noche. Creque fueron los días más felices de mis años d

convento, estaba tan feliz que me volví payaso, necuerdo lo que decía ni lo que hacía, pero secuerdo que mis compañeras y sor María reía

hasta las lágrimas. De noche no podían exigirno

como en el día que trabajáramos sin hablaLevantadas desde las cinco y media de la mañan  trabajando dieciocho horas por día, si n

hubiéramos hablado, hubiéramos caído commoscas muertas, dormidas sobre el bastidor. Per

una noche, por mala suerte, hicimos demasiaduido. Ester se había subido sobre una silla

estaba imitando a todas las monjas y al padrBacaus diciendo la misa; el asiento se rompió

cayó al suelo, arrastrando detrás de ella lacuerdas de la luz de las lámparas que iluminabael bastidor. Naturalmente a la mañana siguientodo el mundo vio el desastre, todas las lámpara

estaban en pedazos. La superiora nos llamó una

una a su apartamento y dos de ellas decidiero

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echarme a mí toda la culpa. Fueron las hermanitaSantos, que me odiaban porque un día les pegué as dos porque me robaron un plátano y mi pan qu

me había regalado Ester porque tenía dolor d

estómago. Yo había logrado agarrarlas a las dos da garganta y, apretándolas contra la pared, le

hice vomitar mi pan y mi plátano y fue muchmérito porque las dos eran más grandes que yo

pero las tomé por sorpresa cuando estabaentadas en el suelo. La directora me castigó rabajar solamente de día, tenía que entrar a

dormitorio al tiempo con todas. El dormitorio dSanta Teresita lo cuidaba sor Trinidad. Mientra

nos desvestíamos, rezábamos en alta vozpidiéndole a Dios que tuviera misericordia dnosotras y que no nos fuera a quitar la vida durantel sueño y que si nos la quitaba nos perdonara y n

nos fuera a cerrar las puertas del Cielo.Sor Trinidad entretanto se paseaba con los ojobajos para no mirarnos, porque, si por mala suerte nos escurría la camisa de los hombros, ellomaba el riesgo de pecar mirando alguna parte d

nuestro cuerpo. Cuando ya todas estábamo

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acostadas, cerraba las puertas con llave y entraba su celda para acostarse, teniendo cuidado dponer las llaves debajo de la almohada para quno fuéramos a robárselas durante el sueño. Y

abía todo eso y naturalmente no podía ni pensaen que podía obtener las llaves. Mi cama estabenfrente a una puerta de vidrios que naturalmentestaba cerrada con veinte candados. Esa puert

daba al corredor donde la superiora nos daba labuenas noches y en ese corredor estaba el graeloj de péndulo que sonaba como el corazón d

una vaca cuando ha corrido. Esa puerta no labrían nunca, pero los vidrios estaban sostenido

con cantidades de puntillas muy finas que parecíacomo alfileres. Yo esperé mucho tiempo, yninguna se movía en la cama por debajo de lacobijas. Sin sacar la cabeza me puse el delantal

os calzones encima de la camisa de dormir, mdejé escurrir y, arrastrándome por debajo de mcama me acerqué a la ventana. Casi sin respirar irviéndome de mis tijeras, empecé a quitar uno

uno cada clavo hasta que el vidrio quedó libre. E

hueco no era muy grande, pero suficiente par

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 —No, no —se apresuró a decirme—. Ya voy bajar al claustro para hacer el chocolateAcompáñeme y luego se va a acostar. Harambién para usted.

Cuando estábamos bajando la escalera, soMaría me pasó el brazo por los hombros, yo mprendí de su cintura. En ese momento me di cuentde cómo era de grande; pensé en una foto amarill

  sucia que me había mostrado Inés Rozo. Ellhabía nacido en un circo y en la foto estaba ellprendida de la pata del elefante, el elefante teníos ojos perforados por una aguja. Me dijo que er

ella quien le había metido la aguja en los ojos u

día que estaba furiosa porque su mamá quería máal elefante que a ella, porque, si la hubiera querida ella más que al elefante, era el elefante el qudebería estar en el convento. En silencio habíamo

atravesado los dos patios y la lavandería, cuandlegamos a la puerta del claustro. Se acurrucunto a mí, me envolvió en sus brazos

apretándome fuerte contra su pecho me besó toda cara en todas direcciones y a una velocida

como si estuviera de mucho afán; yo solo le pud

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besar un ojo. —Espéreme aquí, las tazas y el pan ya está

istas, solo tengo que calentar el chocolate. Ninguna de las niñas, ni grande ni chica, tení

nunca el derecho de entrar al claustro de lamonjas. Como no lo conocíamos, habíamonventado toda clase de historias sobre él. Lmaginábamos como imaginábamos el paraíso

Todo lo que para nosotras representaba felicidaestaba guardado en el claustro: era del claustrque salían el pan, los plátanos, la panela; era declaustro que salían los regalos de Noel; era declaustro que salía la ropa que nos regalaban y er

del claustro que salía la monja que amábamoporque cada una tenía preferencia por alguna comellas por nosotras. La noche era negra como unotana nueva, no había ni una sola estrella. U

viento helado me hacía inflar la camisa de dormque yo tenía con las dos manos para que no sevantara. El patio inmenso todo de ladrillo

estaba húmedo, las plantas de los pies se mestaban helando. Sor María se demorab

demasiado, tal vez el carbón ya estaba apagado

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había tenido que prenderlo. Sentí que el reloj dabuna hora larga, tal vez las once o tal vez las doceUna ráfaga de viento, más fuerte que las otras, mhizo voltear la cabeza.

Fue en ese momento que lo vi: estaba al fonddel patio, contra el alto muro que nos separaba demundo. Primero era estático, luego empezó avanzar lentamente hacia mí con los brazo

estirados hacia delante. No dudé ni un momentoo sabía que era él, igualito a como nos lo habídescrito la madre superiora millones de veces eus conferencias. Alto, muy alto, ojos enormes qu

echaban fuego, el pelo verde, eran muchos verde

untos. Los cachos eran más grandes de lo que yhabía pensado, los dientes enormes, blancos parecía que avanzaran más adelante que su bocaas manos y las uñas eran larguísimas, de la punt

de las uñas salían llamas, avanzaba sin pisar euelo, envuelto en un gran manto de fuego rojovioleta y verde, por encima de su cabeza habínubes de humo que eran blancas y azules. Yestaba derecha, petrificada, solo mis rodillas s

golpeaban la una contra la otra. Quería gritar, per

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no me salía la voz, mi corazón no palpitabagalopaba como un caballo, un sudor frío escurrídebajo de mis brazos y detrás de mis oídos. Eestómago se me volvió de piedra. Él avanzaba si

hacer ningún ruido, entre el pelo sentí uhormigueo que me bajaba por la espalda; mpareció una eternidad el tiempo que empleó eatravesar el patio, yo sabía que venía par

levarme, el resto se pasó en un segundo. Ya estaban cerca que veía los largos pelos que colgabade sus brazos. No sé cómo me salió el primegrito, tampoco sé cómo pude recuperar emovimiento. No corría, no... Volaba sin tocar e

uelo, no sé cómo atravesé los patios, ni cómubí la escalera, ni cómo atravesé el hueco de l

puerta donde había quitado el vidrio.Al lado derecho de mi cama dormía Dolore

Vaca, yo la detestaba porque tenía fama de santaCuando volví a la vida, yo no estaba en mi camino entre la cama de la Vaca y agarrada a s

cuello gritando. —Con la Vaca no me coge el Diablo, con l

Vaca no me coge el Diablo.

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Ella luchaba desesperadamente por liberarse dmí. Mis gritos no eran gritos, eran alaridos danimal herido. No hubo una sola de las niñas ni das monjas, incluida la portera, que dormía al otr

extremo del convento, que no se despertara con logritos, la confusión fue total, las niñas sprecipitaron a las puertas de los dormitoriopasando sobre las camas, pisándose

atropellándose las unas a las otras. Las monjaalieron de sus celdas en camisa, nadie encontrabas llaves para abrir las puertas de lo

dormitorios, unas gritaban, otras lloraban y todaquerían huir sin saber ninguna lo que había pasado

La madre superiora tuvo un síncope, la señoritCarmelita se cayó de la cama y hasta la mañaniguiente no la pudieron levantar. Cuando lograro

desprenderme de la Vaca, yo vi a sor María contr

a ventana. Tenía la cara cubierta con las domanos. Era ella la que había corrido detrás de mí no el Diablo. Hasta la hora de la misa, el conventno volvió a recuperar su aspecto normal. Lgrande catástrofe la descubrieron solament

después del desayuno.

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El alba del Papa no era más que tres enormehuecos, las niñas por escapar habían pasado poencima del bastidor. Sor Carmelita llorabacariciando con la punta de los dedos los borde

de los huecos como esperando el milagro dverlos desaparecer. A las nueve de la mañana lcampana del convento sonó una sola vez. Esignificaba que la superiora llamaba de urgencia

odas las monjas. La reunión no fue larga, dieminutos más tarde vimos llegar a la superioracompañada de todas menos sor María. Su carera dura y severa. Todas nos pusimos de pie, lque hacíamos siempre que ella llegaba a lo

alones de trabajo. Cuando pronunció mi nombreo estaba junto al bastidor del alba. —Acérquese.Yo atravesé calmadamente el salón. No hubier

podido hacerlo de otra manera, porque todo mcuerpo estaba como una madeja de hilo y ademáme parecía que nada me importaba, nada. Yo sabíque no me llamaba para felicitarme. Cuando mdijo cuál era mi castigo, me pareció absolutament

natural. Un mes privada de comunicación, nadi

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enía el derecho de hablarme, ni niñas ni monjas un mes de trabajo en la cocina lavando las ollaos pisos y cargando el agua. Un mes durmiendola en el cuarto de los muebles viejos junto a l

pieza de la vieja cocinera, un mes oyendo la misde rodillas sin derecho a sentarme y sola en medide la capilla. Mi nombre fue borrado de la lista das hijas de María, me quitaron el delantal d

uniforme y me pusieron una especie de camisarga, gruesa, de tela color tristeza y me dieron uazo para que la amarrara a la cintura. En la cocinampoco tenía el derecho de hablar fuera de l

absolutamente indispensable para el trabajo. Com

nadie dudó, ni niñas ni monjas, que el Diablhabía venido para llevarme, pues no les costabesfuerzo no hablarme si yo representaba el pecad el infierno. Al mes, cuando salí de la cocina, so

María ya no estaba en el convento. Nunca nadiupo adónde la mandaron. Sor Trinidad le dijo una niña que ella creía que la habían enviado Agua de Dios a cuidar los leprosos.

Ese año, por la culpa del Diablo, el Papa n

ecibió nuestro regalo.

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EMM

París, 197

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Carta número 19

A Germán Arciniegas:

Un día, a la hora del recreo, la monja que cuidabel jardín nos dijo que esa mañana había visto unido de pajaritos sobre el Enano: era el nombrque le dábamos al árbol que era el más chiquito

gordinflón de todo el jardín. Con la mano nomostró dónde estaba ese nido que ella había vistcon la escalera y tenía cuatro huevos chiquiticoLos huevos chiquiticos yo no los conocía y cuanda monja se fue a la clausura yo les dije a mi

amigas que iba a subir al árbol. Como un mico mubí al Enano. Cuando con una mano quise tocaos huevitos, me agarraba con tanta fuerza a lama, que yo misma la rompí y me caí con e

cuerpo y la cara contra el suelo. El golpe duro mo di en el estómago. Alrededor del Enano habíun poco de pasto y varias florecitas, pero eso nirvió para que me protegiera.

El dolor en el estómago me duró todo el día. A

a mañana siguiente me desperté con dolores má

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fuertes y cuando me bajé de la cama, aterrorizadvi que en mis sábanas y en mis piernas teníangre. Corrí donde la monja enfermera y llorande dije:

 —Me reventé, me caí del Enano y me reventé me voy a morir.

Ella me hizo subir sobre una vieja cama y mexaminó todo el cuerpo hasta los pechos; y

nsistía en decirle que era mi estómago que shabía reventado. Cuando terminó de tocarme mdijo riéndose que lo que me pasaba no era nadaque eso era normal en todas las mujeres. Me pidide volver a las cinco porque tenía mucho trabajo

De un grande canasto sacó una bola de trapoviejos y me dijo que me los pusiera uno a unentre las piernas para recoger la sangre que iba continuar saliendo.

 —Pero no se asuste, eso es normal en todas laniñas.La caída del Enano y la historia de la sangre

odo lo que me contó la monja, la verdad yo no lentendí todo, ni la mitad que todo eso era norma

en todas las niñas y que eso duraba por tod

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nuestra vida y muchas cosas más, pero lo únicque me quedó en claro en mi cabeza es que eso mpasaría toda la vida y todos los meses y que esangre servía para hacer los niños, que yo tambié

estaba nacida de la sangre. Las historias de langre y de los niños me dejaron enferma toda, mentía tan enferma que yo misma me sentía ma

Como no tenía con quien hablar, porque me dab

vergüenza y como no tenía ganas de jugar, corrí a capilla, me arrodillé frente a la estatua de MaríAuxiliadora, nuestra Virgen, la llamábamos asEra linda, parecía que sonreía y con los ojos veíque ella también me miraba. No estaba sola, en u

brazo tenía a su hijo que lo llamábamos el niñesús. Me fastidiaba un poco pensar que ese niñan bonito lo habían hecho con la sangre de María

Yo la miraba frente a los ojos y empecé a contarl

odo, sí, todo lo que yo sabía de mí misma y lconté que me sentía muy triste y muy sola y que yquería que ella fuera mi amiga y poder contarlodo, todo. Cuando la dejé, sentí yo misma que ya quería mucho y desde ese día decidí pasar co

ella todo el tiempo que me daban para el recreo

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Yo le conté todo, todo lo mío. Ya no me quedabmás y empecé a contarle las historias que yo sabíde mis amigas y cuando terminé con ellas empeca inventar historias divertidas para entretenerla, l

pobre pasaba casi todo el día y la noche sola cou hijito. Nuestra amistad ya tenía varios días, mucho

días y mi tristeza y ese mal que sentía yo misma

porque no podía reír y estar alegre y jugar en eecreo como antes, como ya no tenía nada más qucontarle, decidí pedirle que me ayudara, que yquería muchas cosas, yo quería que ella me hiciercrecer porque quería ser grande como algunas d

as otras niñas, le pedí también que me arreglaros ojos, porque todas las niñas me llamaban bizc torcían los ojos imitándome y se reían todas y yloraba y las quería menos. También le pedí

María, ya no la llamaba Señora ni Virgen, ya lenía tanta confianza que la llamaba María, le pedque yo quería tener el pelo crespo, porque mi peliso no me gustaba y no podía peinarme bonitoambién le pedí que yo pudiera cantar... Pero nunc

me dio nada de lo que le pedí y, como no hablaba

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empecé a dejarla y volví a jugar con mis amigas.Ya me había olvidado: el último día que la fui

visitar yo le dije también que yo quisiera conoceodos los animales. Las monjas nos decían que e

el mundo había muchos, muchos animales y muymuy grandes como el Enano.

Cuando estaba chiquita y viajaba con la señorMaría conocí varios animales grandes: las vaca

os toros, los caballos, los burros, los marranos otros que se llamaban perros. Pero aquí en econvento solo teníamos animales muy chiquitoUn gato triste, un gallo que era malo, dos gallinadiotas y lo que más nos daba miedo eran lo

atones y eran chiquitos. También teníamomuchos, muchos piojos y pulgas pero nunca loveíamos en grupo, cada uno estaba siempre solo..

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Carta número 20

Las monjas y las otras niñas supieron que yo m

había vuelto amiga de María y también sabían qua quería mucho y yo creo que fueron las monja

que le contaron a la madre superiora.A la salida de la capilla me esperaba y me dij

que fuéramos a su oficina. Me habló muy bien muy largo de María Auxiliadora y de Dios y quella quería, para que yo estuviera más cerca dellos, que fuera la ayudante de la sacristandirectora y responsable de la capilla, sor Teofilita

Primero me dio miedo, no sabía si era que mquería castigar, pero cuando vi que sacó ucaramelo del cajón de su mesa, me di cuenta quera por cariño que me daba ese trabajo. El trabajera largo y a veces trabajaba hasta la noche tardeMe dijo que yo no tendría más la obligación deguir el reglamento como las otras niñas y m

dijo cuáles serían mis obligaciones. Solamente oesa palabra me hizo sentir que esta vez sí estab

de verdad ayudada por María.

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A las cinco me llamó la monja sacristana soTeofilita. Lo primero que me mostró en la sacristífueron las flores, yo nunca había visto tan bellacomo esas, las que había debajo del Enano era

chiquiticas y feas y sin el perfume que tenían lagrandes. Cuando me mostró una por una, me dijcómo se llamaban. Ellas, como nosotras, tambiéenían un nombre, todas estaban vestidas diferente

  los vestidos que tenían eran bellísimos y covarios colores y, cuando uno las tocaba, la piel dcada una era distinta, pero me enseñó a tratarlacon mucho cuidado y cariño para que no sompieran. Algunas tenían olores lindos, otras n

olían sino al campo.El trabajo era muchísimo, lavar los pisos de l

capilla, de la sacristía y el cuartico junto a lentrada del cura para decir la misa. Todos los día

enía que cambiar el agua de los floreros y eso sno me gustaba nada. Yo no sé si esas flores hacíacaca y orines, pero olían horrible y había quavar también los palos de esas flores. Claro que

cuando los floreros eran muy grandes, sor Teofilit

me ayudaba a bajarlos y a ponerlos. Cuando habí

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grandes fiestas era terrible, porque poníamos edoble de floreros y el doble de los candeleros esos candeleros eran para todos los días de cobrepara las fiestas en plata y era yo que tenía qu

impiarlos, brillarlos y acomodarlos en loarmarios. Lo que fue muy largo de aprender fue lonombres de todos los vestidos y capas y camisaargas, todas bordadas y cantidades de trapos qu

e ponía en el cuello, en la cintura y en los brazoel padre antes de ir a decir la misa...En esas fiestas yo llegaba a mi cama a veces

medianoche, tan cansada que me metía en la camvestida y, una vez, la monja que nos cuidaba en e

dormitorio me vio y me castigó haciéndomarrodillar por tres días en el centro de la capilloda sola para que las otras y el cura vieran que y

era mala y desobediente. La verdad solo lo hic

res veces, claro que a la superiora no le gustópero cada vez me perdonaba, amenazándome coque la próxima vez me quitaría mi trabajo por sendigna delante de Dios y María de estar todos lo

días junto a ellos. En esa época yo no sabía n

escribir ni leer y sor Teofilita tan querida m

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enseñó a leer los colores en los papeles que ellme dejaba para que supiera de qué color tenía qupreparar la casulla y si eran necesarios lomanteles en el altar y en el comulgatorio.

En el cuartico por donde entraba el cura pardecir la misa, sor Teofilita y yo teníamos cada unun reclinatorio y un asiento, veíamos la misa dado pero a la hora de la comunión entrábamos a l

capilla hasta el comulgatorio para recibir lcomunión. Después de la comunión yo conversabun poquito con Dios y con María y salía a lcarrera hasta la cocina con el incensariobailándolo en el aire mientras atravesaba lo

cuatro patios enormes y donde yo estaba solúnica y, la verdad, en esos momentos me sentía tacontenta que daba hasta saltitos en los dos pies. Lvieja negra, que yo la quería tanto, tanto y le dab

besos, se llamaba Bolita, era la cocinera y era ellque me encendía el incensario. Sor Teofilita mdijo que no creía que fuera su nombre de verdadque la llamaban así porque era gorda y cantabodo el día y le temblaba la voz y los pechos qu

eran gordísimos. Pero yo creo que nació para qu

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nosotras la quisiéramos como una mamá. Tambiéhabía una vieja agria como un limón que hacía epan y, cuando cerraba con candado la panadería e iba a su cuarto, con una escoba dond

amarrábamos un tenedor, le robábamos el pan poel hueco que había en una ventana para que el aire entrara al pan. Después de la misa tenía qu

correr otra vez a la cocina para llevarle e

desayuno al cura. El charol era tan pesado quenía que llevarlo casi sin respirar para que no sme cayera...

El desayuno era tan bueno, tan bueno, que lboca se me llenaba de babas de la gana que tení

de sentarme a comérmelo. Huevos pericochocolate, jugo de frutas, varios panecitos bizcochos hechos por las monjas y que loguardaban en cajitas de latas con tapa. A veces e

cura me daba uno o dos de esos bizcochitos y ycorría a comérmelos debajo de la escalera parque nadie me viera.

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Carta número 21

Para Germán Arciniegas:

Las llaves del portón grande, grande, por el que salía al mundo las tenía siempre una monja viejit

que se llamaba sor Portera. Pero durante la misa ldejaba las llaves a sor Teofilita, que como estab

afuera de la capilla y más junto a la puerta podíabrirle al lechero que era el único que venía a esahoras. Las llaves las ponía detrás de ella sobre lilla donde casi nunca se sentaba. Siempre tenía l

cara entre las manos y rezaba y rezaba todo e

iempo.Al lechero lo llamaban el Tuerto. Me dijo so

Teofilita que lo llamaban así porque el otro ojo lenía siempre cerrado. Yo le pregunté por qué n

despertaban ese ojo y ella me contestó que ese ojhabía nacido dormido. Cuando el Tuerto le pasabpor el torno la leche a sor Teofilita, siempre ldecía:

 —Sor Reverencia, la leche está calientica com

alida de la barriga de la vaca.

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Un día yo le conté a sor Reverencia que ycuando estaba muy chiquita había conocido unvaca en Guateque, en el mundo. Ella me dijo quella solamente había visto una vaca en el pesebr

del niño Jesús, el hijo de María.La puerta por donde venía el Tuerto, la de sal

al mundo, era gruesa, gruesa y pesaba mucho, nodecía sor Portera. Había también un zaguán par

poder entrar al convento de verdad. Había otrpuerta, también de madera y en el centro tenía uncasita que daba vueltas si uno la empujaba y slamaba torno. Por ese torno nos llegaba todo l

que nos comíamos, por eso la leche entraba po

esa casita. Cuando iba a la cocina con encensario para que Bolita me lo encendiera

cuando iba para traer el charol del desayuno decura, tenía que pasar enfrente a la puerta dond

estaba la casita que daba vueltas con la comidaEse día oí como golpes pero chiquitos detrás de lpuerta de la casita del torno. Me acerqué muertde miedo y le pregunté quién golpeaba. Nadicontestó y el torno empezó a dar vueltas mu

entamente, pero adentro no había comida. Volví

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lamar y le pregunté quién era y la voz me dijo: —La leche. —Ya la tenemos —le dije yo. —Pero yo soy el que trajo la leche. Si sumerc

me quiere ver en el consultorio, donde hay unorapos que llaman cortinas, debajo yo hice u

huequito. Vaya y míreme.El huequito lo había hecho rascando de fuera l

pintura blanca que tenían los vidrios. La verdad, eTuerto me daba miedo, pero eran más grandes laganas de verlo y le contesté por entre la casitorno que iba, que me esperara. El hueco lo vi a

momento en que levanté la cortina, era abajo

contra el rinconcito. Yo miré por el huequito y mencontré con el ojo de él. Sí: teníamos un ojcontra el otro, el de él me gustó mucho, era mubonito, negro, redondito y muy brillante y e

blanco era más blanco que los que había en econvento. Otra cosa me gustó, es que su ojo sabíeír, sí, reía todo el tiempo.

Muchos días yo me miraba mis ojos en el espejde la sacristía y nunca pude reír con mis ojo

como él. Cuando yo ya no veía su ojo sino la pare

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del frente y oía sus pasos, me quedé un raticesperando, pero no volvió y el domingo no traíaa leche, pero el lunes volví a sentir que rascaba e daba vuelta a la casita torno muy lentamente

me repitió de ir al huequito. Él siguiesperándome todos los días y nuestros dos ojoestaban tan contentos de mirarse que nos dabpena separarlos. Y un día me dijo:

 —Yo soy su novio.Esa palabra me la repitió varias veces. NovioApenas vi a sor Teofilita le pregunté qué quierdecir novio. Se rió y me preguntó quién me habíenseñado esa palabra y yo le dije:

 —No sé, lo oí alguna vez y ahora me acordé.Yo vi en su cara que no me había creído y no s

cómo me acordé que sor Carmelita, la gordagorda, que vivía en el patio de las rosas nos cont

que su novio la había dejado porque se habívuelto gorda. Se volvió a reír y me dio unpalmadita en la mejilla.

Ya hacía largo tiempo que hacíamos qunuestros ojos se encontraran y un día le dije po

entre el torno que yo quería que me mostrara el oj

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que dormía. Inmediatamente su ojo desapareció nunca más volvió a llamarme ni me lo volvió mostrar. Por mucho tiempo yo pensaba todo el dí aún mientras decían la misa, en el Tuerto, per

mucho también en su ojo que ya se había hechamigo del mío. Un día ya no pensaba más en ello me puse a pensar en el mundo. El recuerdo quo tenía de muy chiquita en el mundo con la señor

María también se me había olvidado y penshablar varias veces con María para que mayudara y que me quitara esa enfermedad que mhabía dado y que yo sufría de estar pensando todel tiempo en el Tuerto o en el ojo o en el mundo

Hasta le ofrecí hacerle una novena y la hice comucha devoción.

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Carta número 22

Eran muchos los chiquitos trabajos que tenía qu

hacer por la capilla, no solamente preparar para ecura todos los vestidos que se ponía, había quprepararle las hostias y las vinagreras que erados jarritas de vidrio; una para el vino y la otrpara el agua. El vino se volvía la sangre desucristo que era el mismo niño de María cuand

estaba ya grande.Sor Teofilita me dijo que yo no sabía limpia

os rincones, que era en los rincones donde viví

el Diablo cuando estaban sucios. Ya era tarde, soTeofilita se fue a dormir y yo me quedé parimpiar el rincón del vino que la verdad no l

había limpiado. Allí había un grande barril quenviaba el Papa, el que cuidaba las llaves de SaPedro en ese pueblo lejos, lejos. Claro que eso mdaba mucho miedo, si me encontraba con eDiablo, pero sor Teofilita me dijo que él solo slevaba a los que estaban en pecado mortal, es

pecado yo no lo conocía. Como yo no lo tenía, m

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puse a limpiar y le quité el corcho a una botellaMetí el dedo y lo probé y me gustó. Busqué uvasito y me tomé uno y me tomé varios y me sentícomo si yo fuera otra persona y al final me qued

dormida en el suelo. Fue el cura alemán que mdespertó, yo lo vi arrodillado junto a mí y con smano me llenaba todo el cuerpo de bendiciones con la misma mano se echaba él mismo mucha

bendiciones. Me tomó de las dos manos y mevantó dulcemente, me empujó con las manos parque me fuera de la sacristía, pero al salir me dijo:

 —No le diga a nadie, ni niñas, ni monjas.Ese día María me hizo un milagro. Ni la

monjas ni las niñas se dieron cuenta que yo nhabía dormido en mi cama y tuve que confesarmporque fue el Diablo que me hizo tomar el vino.

Pero ese vino que yo me tomé las monjas l

guardaban en otras jarras muy lindas en vidrios dcolores y con un corcho también de vidrio, laapaban y las guardaban para darles a las visita

que se llamaban importantes. El vino que poníaen esas jarritas eran los sorbos que dejaba e

padre Bacaus —así se llamaba— las monjas no l

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decían como nosotras, pero dicho por ellas ermuy difícil para nosotras. Pero yo no les hcontado: ese cura era viejo casi sin pelos en lcabeza, sucio, sucísimo, con una sotana de u

negro que yo no conocía y la sotana era tan viejque en los bordes de las mangas y abajo colgabahilitos y era además de cuando era más chiquitoporque le quedaba corta y se le veían las pierna

con pelos, porque no se ponía medias y los zapatoe reían de todos lados. La superiora nos dijo quél se vestía así porque era un santo, un verdaderanto.

Sor Teofilita me contó que el vino se l

mandaban de la casa del Papa que vivía muy, muejos y que nosotros le enviábamos esos regalo

que le hacíamos todas las niñas para el día de SaPedro porque todos los papas se llaman Pedro

porque ellos son como sor Portera, los que tieneodos los días las llaves de la iglesia y por eso ecura se tomaba el vino que enviaba ese Papa, esteque su pueblo se llamaba Alemania y su nombrea se los dije era Bacaus. Como él era santo

omaba solamente tres gotitas de vino y el resto l

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dejaba en la jarrita y las monjas lo ponían en laotras jarritas, esas que les dije que también erade vidrio, pero que eran de varios colores.

El cura Bacaus nos hacía sermones larguísimo

  no le entendíamos nada pero, como nos decíaodo el tiempo que era un santo, teníamos que oírl

hasta que muchas nos quedábamos dormidas.Ese día era la fiesta de San Juan Bosco. Era e

que había hecho nacer la comunidad, ellas erahijas de él. También se ocupaba, como las monjade los niños pobres y de los perros que no teníafamilia. Ese Bosco ya estaba muerto pero seguílamándose santo.

La misa era con dos curas y los cantos de laniñas. Yo trabajé una semana. Solo María vio todo que tuve que hacer. Lavar todos los pisoimpiar los santos desde la cara hasta los pies, e

Cristo también tenía que limpiarlo todo y siemprme daba miedo y me daba pena frotarle laheridas, pero sor Teofilita decía que la mugre smetía más en las heridas. Yo no sé si porquestaba tan malo lo siguieron dejando colgado en l

cruz. También tuve que brillar todos lo

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candeleros, hacer más floreros y de los grandeacar los vestidos para los dos curas, pero no eraos de todos los días, esos eran tan bonito

brillaban por todos los lados, tenían mucho

adornos con oro y esos vestidos pesaban más quotros. Pesaban tanto que yo los dejaba caer antede poder colgarlos. Todos esos lindos vestidoeran solamente para las fiestas, también a l

bendición se ponían más capas que había quayudarles a ponérselas. No alcanzaba a colgarloTodo lo más precioso lo sacábamos esos días dfiesta. El cáliz más lindo, las vinajeras más lindaLa capilla parecía otra capilla.

Hacía un mes que las niñas que cantaban veníaodas las tardes con la madre superiora, ellocaba el armonio tan lindo, tan lindo, que yo m

ponía triste. Pero la superiora las hacía repetir

epetir el mismo canto y a veces era solamentpedacitos y se ponía furiosa y gritaba que eraunas destempladas. Me olvidé preguntar a soTeofilita qué quería decir destempladas. En esdía todas, monjas y niñas, caminábamos má

aprisa como afanadas. Sor Teofilita tan querida m

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había encontrado un uniforme que me regaló todnuevo, el viejo ya estaba viejito y además dquedarme corto empezaba a apretarme mucho eos pechos. Llegó la comunión y nos levantamos a

iempo y las otras me pareció que parecían máalegres. Yo miraba las llaves que sor Teofilitdejaba en el asiento, las toqué muy dulcementpara que no hicieran ruido pero, cuando las toqué

odo el cuerpo me temblaba de frío y sor Teofilite volteó y me dijo: —Vaya ya por el incensario.Corrí muy contenta de no haber robado la

laves.

Después de la misa con los dos curas, noenviaron otro cura porque el santo de Alemaniestaba enfermo. El nuevo cura era muy jovenodas las niñas y las monjas decían que era mu

guapo, todo el día yo oía decir «guapo, guapo»Me dijeron que eso quería decir bonito. El guapera de un pueblo que se llamaba España y esoeñores de España fueron los que nos trajeron

Dios, a María y todos los santos que teníamos e

a capilla. Hablaba más claro que el viejito santo

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Cuando le traía el desayuno yo le decía, como lamonjas me habían enseñado, a decir cada vez quo viera «Buenos días, reverendo padre» pero é

no me contestaba nada.

El cuartico donde los curas tomaban edesayuno era un cuarto que daba sobre el jardín das rosas y donde vivía la gorda. Ese cuarto er

bonito, con mucha luz y en una esquina había un

estatua grande, grande que tocaba casi al techo y ese santo lo llamaban San Cristóbal. Ese santo erun poco viejo y también tenía un hijo, pero no lcargaba como María cargaba al niño Jesús que erambién su hijo. San Cristóbal lo sentaba sobre su

hombros y lo tenía con un brazo. Ese santo parecíapurado, una de sus piernas parecía que caminar  la cabeza también la empujaba para adelante

Una monja me había contado que esa estatu

estaba ahí desde mucho tiempo porque pesabanto que no habían podido subirlo por laescaleras. Ese santo no me gustaba como los otroporque siempre parecía como si estuviera apurad uno no puede ni rezar, ni hablar, con un santo qu

está afanado de irse.

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en lo que ellas querían, sino que podíamoemendar nuestra ropa y lavarla. Las monjas no

ponían en el patio un canasto grande lleno dpedazos de trapos para que los tomáramos

nuestro gusto, para que remendáramos los huecoLo que nunca remendábamos era el delantal duniforme, esos delantales tenían que ser comnuevos, a la noche cuando nos quitábamos la rop

para ponernos las camisas de dormir teníamoprimero que doblar los delantales, doblarloperfectos como si fuéramos planchas y biedoblados los poníamos cuidadosamente debajo decolchón y, como las camas eran de tablas, por l

mañana los delantales estaban perfectos. Pero lopa que teníamos debajo del delantal y la

camisas de dormir sí estaban llenas de huecos eso era lo que hacíamos los sábados; claro, la

más grandes nos ayudaban a las más chiquitas. Lque más se nos volvía viejo eran los calzones eníamos que pedir y pedir que nos regalara

otros, que tampoco eran nuevos pero eran menootos.

Les estaba contando que era sábado el día de

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desorden, tanto las niñas como las monjas, porquno hacíamos reglamento. Cuando llegué con edesayuno, el cura estaba de pie. Sonriente y gentme ayudó a poner el charol en la mesa. Yo no s

más, pero de un solo golpe sentí que su brazo menvolvía la cintura y con la otra mano me empuja cabeza para atrás y me dio un beso en la boca uego bajó las manos y me apretó los pecho

Estoy segura que fue María que me ayudó, pero né cómo pensé y metí una pierna entre la pierna da mesa, tiré todo el desayuno al suelo. El ruid

que hizo ese charol cuando cayó fue tan fuerte quhasta el cura se asustó y no desayunó y se fu

corriendo, pero antes de irse me dio un empujóan fuerte que yo fui a estrellarme con la cabez

contra San Cristóbal. Solo recuerdo qudulcemente me fui cayendo en el suelo.

Me llevaron a un cuarto chiquito que estabvacío, por ahí no pasaba ninguna de las niñaporque era la entrada a la clausura. Las monjas taqueridas venían a visitarme y me decían questaban rezando por mí. Otra monja venía par

ponerme remedios en ese enorme chichón qu

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enía. Cuando yo misma me lo tocaba llorabporque me daba miedo. Las monjas cuando vieroque ya empezaba a estar mejor me traían regalitouna florecita, una estampita, caramelos, m

egalaron hasta una camisa de dormir nueva, perodas, todas, me decían que yo no tenía qu

contarle nada, nada a mis compañeras, que si ycontaba cometía pecado y sería castigada.

 —Usted no ha estado enferma o mala (comdecían allí). Usted ha tenido una larga diarreamucha, mucha diarrea.

Cuando volví a la sacristía, sor Teofilita no mhabía cambiado por otra niña, al contrario estuv

por primera vez muy cariñosa y contenta de quvolviera con ella, pero me dijo que yo no podílevarle más el desayuno al cura, al que no volví

ver nunca más, porque volvieron a enviarnos otr

cura nuevo.Pasaron varios días y yo seguía mal, mal dodo y empecé a pensar que esta vez estaba serio

Todo lo del convento, la sacristía, las monjas, locuras, María y su hijo, todo eso me hacía sufrir

entí que no quería verlos más. A mis compañera

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as veía como si se hubieran desteñido y, como yno podía hablar con nadie, pensé que yo ya nquería a ninguna y no me habían hecho mal, perme obligaban a pensar en lo que me habí

ucedido.Cuando volví a la sacristía, sor Teofilita, mu

querida, me dijo que llegaba un nuevo cura y mhabló mucho de él y me dijo que ese era de verda

un santo. Es la primera vez que se me ocurripreguntarle qué quería decir un santo, ella mcontestó que era alguien que cuando se muriese ibderecho al cielo... No sé cómo era el nuevo curano lo miré, solo miraba de medio lado las llave

que estaban en el asiento de sor Teofilita. Tocaropara la leche y ella corrió para abrir la puerta. Sique yo le dijera nada me dijo en la oreja:

 —El Tuerto no viene más con la leche.

Cuando llegó la comunión nos levantamos comde costumbre al mismo tiempo, volvimos y nonstalamos como siempre con la cara en las mano

para poder hablar con Dios. Yo no hablé con Dioni con María, solo le dije a San Cristóbal que m

levara en su hombro. Levanté la cabeza, alargu

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el brazo detrás de sor Teofilita y muy lentamentecon la mano toda abierta, cogí las llaveapretándolas fuerte para que no hiciera ruido. Dijcasi fuerte:

 —Voy por el incensario para la bendición.Ella no me vio. Estaba rezando. Abrí la puert

del zaguán, la cerré de nuevo del otro lado, abrí lpuerta gruesa, gruesa, volví al torno y puse la

laves, le di la vuelta al torno al interior para qua monja las viera cuando llegara, salí mudespacito, con el miedo como si me fuera a caer eun hueco y, cuando cerré detrás de mí la puertgruesa, gruesa, respiré un aire que no olía a

convento y el viento frío me dio la impresión quhabía salido de detrás de la puerta para asustarmpero ya era tarde para todo. La calle era larga y eomita; en el fondo vi un pedacito de la torre d

una iglesia. Antes de ponerme en marcha hacia emundo me di cuenta que ya hacía mucho tiempque yo ya no era una niña. En la calle no habínadie, solo dos perros flacos y uno le estaboliendo el culo al otro.1

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Burdeos, 199

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Apéndices

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as tres de la mañana.Salió de Bogotá sin más experiencia que la d

una recogida en el hospicio, experta en dechadode costura. Y emprendió un viaje que paró e

Buenos Aires, marchando a pie, en buses, trenes o que fuera, vendiendo cajas de Emulsión d

Scott. De Buenos Aires pasó a Montevideo eplena guerra del Chaco, pasó la luna de miel en u

garaje, se fue a vivir a la selva del Paraguay y loguerrilleros le asesinaron el hijo en una escena dcrueldad infinita. En Buenos Aires, pintando, sganó un concurso internacional y fue a dar a ParíTengo un cuadro suyo de la época, pintado com

dora el sol las pinturas de Gauguin en Tahití (aque cruzan Emma y Flora) y cuando hace s

exposición en la orilla izquierda del Sena, eúltimo en salir estampa su firma en la hoja d

visitantes que a lo mejor Emma conserva en algúbaúl. La firma ya era conocida: Picasso.De París pasa a Washington y México, conoce

Tamayo y Rivera. Las flores grandes que pintentonces Rivera, ahora, a los cincuenta años, la

convierte Emma en unas rosas, lirios, piñas

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alcachofas de muchos metros de grandeza, hechocon una precisión de quien se ha educado cosienden un orfanato. Cuando regresa a París, monta sienda como un beduino y pinta y pinta y pinta

habla y habla y habla y va introduciendo uno a una todos los pintores suramericanos que más tarderán famosísimos en el mundo. Pero siemprebelde, alerta, curiosa e informada como si fuer

una india, que en el fondo no lo es, o una blanca das izquierdas. Hasta que llega a Périgueux, dbrazo de Jean, su médico, con quien se ha casado que es su gran amor.

Périgueux tiene dos puntos que son las do

columnas propias de su edificio, Montaigne y eey de la Patagonia. Montaigne vivió más de die

años con un indio guaraní con quien dialogó máque con Platón y Anaxágoras. Dos de sus mejore

ensayos están hechos sobre las reflexiones quaca de dialogar con este criado que consiguió eRuán, cuando la muestra brasilera que organizaroos de la Villa, para inaugurar al nuevo rey

Montaigne descubrió que, como poetas, lo

guaraníes estaban a la altura de los griegos y, po

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u dignidad, a una altura mayor que los franceseYa en nuestro tiempo, un francés de Périgueuesolvió proclamarse rey de la Patagonia y acab

convencido de serlo. El resto eran trufas y foi

gras.Emma y Périgueux se entendieron en lo

edificios públicos y en los patios del Liceo estáunos murales gigantescos que Emma ha pintado

con el cariño con que se hace una flor de seimetros de altura para que quede como un recuerden la solapa de un pueblo. Ahora es una pintorcelebrada, pero no hay que olvidar lo que dice sdiario de la infancia. Una vez la induje a que l

escribiera y alcanzó a redactar unas cien páginaque son un modelo por la manera de atropellar ecastellano, escribiendo ilusión con c y metiendpalabras de «su» francés alternando con la de «su

ecordado castellano. Quizá la única persona quha leído esa parte, que se quedó en suspenso, epunto y coma, para seguirla con minúscula, fuGabriel García Márquez, a quien se la mostré. Sentusiasmo fue como ha sido el mío. Y pensar qu

ese diario dejaría atrás al de Flora Tristán...

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GERMÁN ARCINIEGA

El Tiempo, 9 de agosto de 199

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¿Qué pasó con Emma Reyes?

Me llegó un libro a las manos que no pude solta

hasta acabarlo. Lo leí en poco más de dos horas, después de leerlo, no pude dejar de pensar en éDías después, seguía ahí dando vueltas en mcabeza. Ese libro es  Memoria pocorrespondencia  y, según la crítica especializad— Semana, por ejemplo—, es el mejor libro d2012 y de los últimos años en Colombia. Eargumento es sencillo: es la infancia miserable duna mujer que la narra sin resentimientos n

encores a través de veintitrés cartas que lescribe a su amigo, el intelectual GermáArciniegas. Las cartas recuerdan la pacíficristeza, la nostalgia sin aspavientos, de  La

cenizas de Ángela. Memoria por correspondencifue escrito por una mujer que fue analfabeta hastos dieciocho años, que nunca pasó por un colegi

ni una universidad. Narra en ellas desde eecuerdo más lejano de su infancia —cuando viví

en una pieza que no tenía ni luz ni inodoro n

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ventanas, en el barrio San Cristóbal de Bogotá, comienzos de los años veinte— hasta que labandonan junto a su hermana para terminaconfinadas en un convento casi por quince años. S

Rilke decía que la patria de todo hombre es snfancia, la de Emma Reyes es una patria etern

para quien la lea. Esa infancia ya es nuestra, nopertenece para siempre.

Después de su huida del convento se sabe grandes rasgos que hizo autoestop por Suramérichasta llegar a Argentina. Se casó en Uruguay. Vivien Paraguay. Se convirtió en artista. Se ganó unbeca y se fue a París para terminar codeándose co

a élite cultural de Europa, como Alberto Moraviaean-Paul Sartre, Pier Paolo Pasolini, Enric

Prampolini, Elsa Morante, entre tantos otros, y sea madrina de los pintores colombianos en Franci

hasta su muerte, en 2003 en Burdeos. ¿Quién erEmma Reyes, esa mujer que me hizo leer snfancia entre lágrimas? Me obsesioné y desde querminé el libro me juré averiguarlo. ¿Qué pas

con los demás personajes que menciona en su

cartas? ¿Por qué su apellido Reyes? ¿Supo quiéne

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eran sus padres? ¿Los buscó alguna vez? Acá estodo lo que sucedió con Emma Reyes, con s

hermana, con la increíble vida que le esperaba.

Emma Reyes fue una hija de María AuxiliadoraEn 1909 nació el Taller María Auxiliadora dondas niñas «por muchos años se encargan de bordaa banda presidencial por su relativa cercanía

amistad y colaboración permanente con el PalaciPresidencial», justo lo que hizo Emma durante loaños que duró allí. En 1920 —cuatro antes de quEmma ingresara—, el taller se ubicó en la calle n.° 10-65, el santo patrón era Juan Bosco y l

directora general, María Carolina Mioletti, comambién está en sus cartas. Hoy esa dirección nexiste: el Parque Tercer Mileno borró el peoecuerdo que pudo tener Emma.

En el Centro Histórico Salesiano, en el colegi

León XIII, hay documentos que hablan de algunopersonajes como el padre alemán «Bacaus», quieba todos los días a darles misa a las niñas y quie

quizá fue uno de los pocos personajes de recuerd

dulce para ella. Emma nunca supo cómo s

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escribía su apellido: en realidad era Backhaus, «.el único hombre y la única persona venida demundo que teníamos derecho a ver». En la revistVoz Amiga, de exalumnas de María Auxiliadora

de 1940, mencionan a tres de las monjas quaparecen en sus cartas: sor Dolores Castañeda, «ldirectora»; sor Inés Zorrila, «la que dirigía lavandería», y sor María Ramírez, «la monja qu

más amé», quien dirigía la zona de planchadoPero lo más conmovedor, el testimonio mácercano a lo que Emma escribió sobre su paso poahí, sobre su trabajo con el bordado y la pobrezcon la que convivían es un artículo de La Crónica

en 1924, cuando ella debió ingresar allí a locinco años. El texto «Las hijas de MaríAuxiliadora» dice que el instituto «tiene poobjeto, según se lee en el folleto oficia

“Protección de la infancia”, preservar y educar niños pobres». Y sigue el relato de alguien quoptó por firmar como Polídoro: «A ciertas horae oyen desde los alrededores cantos melifluouidoso gritar de niñas en recreo animadísimo

ezos devotos; en otras el silencio es tan absolut

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como si nadie existiera en aquella casa: pero snos detenemos a escuchar, percibiremos eacompasado rumor de las máquinas Singer o loarpegios del piano».

El narrador dice que cierto día entraron ahí —habla en plural— guiados por la curiosidad«Desde el primer momento llama nuestra atencióuna vidriera en que campean unos cubrelechos ta

primorosamente bordados y algunos otros trabajoen lino y seda, tan perfectos que vienen deseos dcomprarlos.» Luego, Polídoro describe los patiocon similitud a como lo hizo Emma y también ualón largo donde decenas de jóvenes bordan

cosen. La monja dice que ahí «hacen toda clase dbordados en blanco, en seda y en oro, sconfeccionan ornamentos de iglesia. Con sproducto se sostienen muchas niñas pobres

huérfanas». El cronista termina así su relato«Cuando salimos a la calle, teníamos los ojohumedecidos».

 —Emma, ¿cómo fue tu infancia?

 —A veces me parece tristísima y a vece

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privilegiada. —Eso es muy ambiguo, concretemos: ¿cómo fu

u infancia? —Esa infancia se pasó en un convento sin sal

nunca. En un mundo absolutamente de sueño, dabstracción, porque todo lo que pasaba fuera deconvento lo denominábamos «el mundo», como estuviéramos en otro planeta. Naturalmente es

desarrolló en nosotras una enorme imaginaciónnuestra imaginación se enloqueció imaginándononclusive que los árboles eran de otro color y l

gente de otra forma, y fue tal la angustia de lo questaba afuera que yo decidí escaparme un día.

Así comienza la entrevista que le hizo GloriValencia de Castaño a Emma Reyes en 1976 parel programa de televisión Gloria 9.30 —cuando lartista tenía cincuenta y siete años—, y que ho

conserva el productor Rodrigo Castaño como uesoro. El video, de veintiséis minutos, en blanco negro, después de una emotiva introducción, lperiodista da paso a una mujer de pelo crespabundante que no da la cara a la cámara todavía

que intenta pintar sobre un óleo con un

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naturalidad postiza mientras se dispone esponder las preguntas que vienen. Después d

que Gloria Valencia se lo pide, ella voltea sostro para que los televidentes la vean: es un

mujer mestiza, con pómulos marcados, delgada, sve fina en sus gestos, delicada, tiene un vestido dayas oscuras y un collar de pepas en el cuello

Debió ser bonita. No tiene ningún indicio de qu

fuera bizca, como dice que lo fue de niña en sibro. Su voz es ronca, recia, imponente, y pomomentos parece que arrastrara la r. Su acento nparece bogotano, pero tampoco de una regiócolombiana en especial. Tiene un dejo argentino,

mientras habla suelta palabras del francés y etaliano para complementar lo que el español n

parece decir bien.Ahí está Emma Reyes y me causa una profund

emoción verla, saber por unos cortos minutocómo era, cómo hablaba o cómo se veía esta mujeque nunca pensó en ser escritora. La entrevistigue su curso y Gloria Valencia le pregunta lo quodos los lectores de  Memoria po

correspondencia quisieran saber hoy: lo que pas

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usto después de que se voló del convento. Emmesponde sobre su huida con alguna similitud

como aparece en el libro: después de ir a la cocinen busca de un incensario, tomó las llaves qu

estaban detrás de la portería y se fue, solo que estvez agrega algo que no contó en sus cartas: «Sacon el uniforme que tenía puesto y todo eso pasen mi mente como un sueño hasta que llego a u

ren al que prácticamente me fuerzan a subir, odo era tan irreal porque nunca había visto uren, un tranvía, un automóvil, te puedes figurar

uno tiene una descripción de esas cosas». —¿Y qué pasó, te fuiste en ese tren y qué?

 —Uy, eso es larguísimo. Solo te digo qudespués de mil cosas llegué a París —respondEmma con una sonrisa.

 —En ese momento, cuando Emma sube a es

ren, con los pies descalzos y dos trenzas en spelo, empieza la leyenda Emma —comenta lentrevistadora a manera de paréntesis, pero sinsistir en lo que realmente ocurrió. Y Emm

agrega de inmediato cuando oye eso de «l

eyenda Emma»:

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 —Sí, un poco demasiado. No es que quiera qua olviden, pero a veces me da la impresión de quiene más importancia mi vida que mi trabajo.

Y Gloria Valencia aclara que no se trata de eso

pero sí que existe una fascinación por todo lo quocurrió hasta entonces.

 —¿Y allí estudiabas algo? —No, eso era voluntario, los que querían leer

escribir, los domingos tenían una clase. —¿Y tú aprendiste? —No, yo no vi la necesidad, ¿para qué? —¿Entonces cuando saliste del convento n

abías leer ni escribir?

 —No, nada absolutamente. —¿Quién te dio afecto en esa infancia? —No creo que tuviéramos ese tipo d

preocupación, lo nuestro era el pecado, salvar e

alma, no ser malas, tenerle miedo al diablo...Al crítico de arte Álvaro Medina, con quiecompartió una larga amistad en Francia, le contque a las pocas semanas de volarse del conventocurrió el accidente aéreo del 24 de julio de 1938

en el aeropuerto de Santa Ana, en Usaquén. En un

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exhibición aérea —¿para qué existen si siemprhay accidentes?—, un avión fue a dar contra lribuna en un acto donde estaban el presidentaliente, Alfonso López Pumarejo, y el electo

Eduardo Santos. Emma tenía diecinueve añoentonces. Fecha que corrobora doña Clara Ariauna mujer de noventa años que me cuenta en sapartamento en el norte de Bogotá que su esposo

a fallecido, Manuel Arias Restrepo, fue novio dEmma poco antes de 1940.A Gabriela Arciniegas —sus padres y s

hermana ya murieron— le contó que después deconvento trabajó en una emisora, y en un hotel d

Bogotá donde iban muchos diplomáticos que lenseñaron a leer y escribir. También mencionalgo de un cura con el que viajó a algunaciudades como Medellín, Cali, hasta llegar a l

costa atlántica. Emma no solo conoció el mar eBarranquilla, Santa Marta y Cartagena, sinambién a una mujer que leía el tabaco y que l

auguró, como lo contaría tantas veces después, udestino lleno de viajes, de aventuras. Emm

emprendería entonces su travesía por Suraméric

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haciendo autoestop, vendiendo Emulsión de Scotrabajando en hoteles, a cambio de limpiar o d

cocinar. Dependiendo de cómo le iba, se quedabmás en ciertas ciudades o si no seguía su camino

Así llegó hasta Argentina, huyendo de Colombia.

Dos años antes de fallecer, en 1999, el escultocaldense Guillermo Botero Gutiérrez se animó escribir sus memorias. En Y fue un día...  Boternarra cómo él emprendió un largo viaje poSuramérica. Hacia el final de este libro, quencontré en la Biblioteca Nacional después dndagar en vano en librerías, Botero habla de s

rabajo «en el rancho de Gonzalito», eMontevideo. Es el comienzo de los años cuarent  cuenta que un cura amigo suyo, «de Punt

Gorda», lo buscó allí, venía con una muchach«simpática, sonriente y un poco audaz. Subieron a

comedor que tenía como taller y me la presentó“Emma Reyes”, me dijo con voz sin timideces. Vode mujer que sabe conquistar». Emma venía dArgentina y estaba sin empleo. Botero la interrog

 ella le dijo que quería trabajar en lo que fuera

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«no tengo dinero. Mi hermana quedó de enviarmdesde Colombia unos pesos... y no aparecenSiguió hablando y contando su mala suerte. Iguaque todos los colombianos que piden en e

extranjero una ayuda...».Botero le prometió conseguirle empleo en u

almacén, le explicó que el dueño del sitio en eque estaban era Armando González, un important

artista que andaba por Chile. Le ofreció dormir ea cama de «Gonzalito» mientras él volvía. Emme ofreció a lavar, barrer, cocinar. Así nació eomance entre los dos y, en un abrir y cerrar d

ojos, estaban casados.

Botero dice en su relato: «No sé por qué me dipor casarme. Me casé por lo civil en un pueblecitde vacas de leche y quesos». Se refería a ColoniSuiza, hoy Nueva Helvecia. La luna de miel fue e

un pequeño hotel «para turistas recién casados» ydesde entonces, él ya estaba arrepentido de smatrimonio. Emma le manifestó su intención de seartista «y recitaba la carta que le iba a escribir u hermana Helenita para que se viniera a viv

con nosotros y le hiciera los oficios de la casa

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con el fin de tener más tiempo para su pinturdeseada. Empezó a pintar unos paisajitonventados, unas flores ingenuas y unos bodegone

de un ocurrir casi infantil. Era una pintura llena d

ngenuidad, a la acuarela, igual que la de los niñoque expresan esa sencillez tan difícil de imitar.Ella misma se celebraba sus cosas y creía habeencontrado la verdadera expresión del paisaje, d

as flores».Los amigos del artista se divertían con Emma aver las ingenuidades de su pintura, mientras que sesposo «seguía meditando en el hecho de habermcasado, en el paso dado, a mi edad, tan sin razón

análisis». Partieron después para Paraguayconvencidos de que allá los colombianos eracomo locales, y terminaron en un pequeño pueblcerca de Asunción llamado Caacupé. El paí

odavía vivía bajo la sombra de la Guerra de lTriple Alianza, en la que Brasil, Argentina Uruguay lucharon contra los paraguayos. Murieroantos hombres en la guerra que se volvió un

costumbre que las mujeres quedaran embarazada

para repoblar el país. Un amigo suyo le dijo qu

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podían embarazar a las mujeres que quisieran ería un honor para ellas. En el pueblo no había n

agua ni alcantarillado, no existían baños público  la gente hacía sus necesidades en la calle

Paraguay seguía, además, en una guerra internaDice Botero que un vecino lo alertó una tarde dque en Concepción se había alzado un regimientcontra Morinigo, el presidente de turno. «Aquí s

oba y se mata... arrasan con todo y queman lo quno pueden llevar. Tenemos que enterrar comida, ea única solución y si somos valiente

desenterrarla en las noches, para ir viviendo, o do contrario, huir», le dijo el vecino a Botero.

Emma ratificó, muchos años después, esoepisodios de sangre, y le contó una vez a GermáArciniegas, compungida, que ella tuvo un hijo que en esas revueltas se lo mataron cuando apena

enía meses de nacido: un grupo de hombres entra la fuerza a la casa donde vivían a saquearla odo terminó en tragedia. Lo comentó pocas vece  a pocas personas. Botero no menciona nada d

esto en su libro, solo la intriga de vivir la guerr

que comenzaba. «Días después ocurrió alg

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nsólito. Llegó Helenita, la hermana de Emma. Eruna mujer semimadura, ni fea ni bonita. Tampocera inteligente, pero nunca bruta. Ni alta ni baja, con un pelo que no era corto, tampoco largo. Un

cara sin contrastes, ni alegre ni triste. Lo que sí spodía afirmar era que era una mujer, por los senopor la cara, por la voz, y que tenía una presenciaque sin tenerla ocupaba un espacio». Botero dic

que se la llevaron bien y que Helena había sidamante de un señor de Cali, gerente de la Loterídel Valle. «Contaba que la quería mucho, pero quun día quiso más a otra mujer y la dejó. Habíecibido la carta de Emma y se vino a vivir co

nosotros.»Después de ahí viajaron por el Río de la Plat

hacia Buenos Aires. Botero no soportaba más ematrimonio. Él mismo escribe que no quiere entra

en detalles de cómo fue el divorcio, «unadiscusiones sin importancia, el conseguir uabogado y empezar un proceso burocrático... hicuna exposición, le dejé algún dinero a Emma y Helenita, y salí para Uruguay al taller d

Gonzalito».

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Cuenta Botero en esas páginas lo que Emmambién le confesó al periodista Carlos Enriqu

Ruiz, director de la revista  Aleph, en unentrevista que le hizo en Burdeos en 1998, cuand

enía ya setenta y nueve años: un tiempo despuéella fue a buscarlo al taller y le contó que se habíganado una beca en Buenos Aires para estudiar eParís. La esperaba un barco rumbo a Europa y ell

rató de convencerlo de que se fueran juntoBotero escribió al respecto: «La miré largamenteo entendía nada. Pensé y solo pude decirle: t

nvito a almorzar y quiero acompañarte a tu barcoEs la única respuesta que tengo para ti. Ella n

dijo nada, calló y esperó». En efecto, él lacompañó al camarote de su barco, ella le entregun retrato suyo y se despidieron. «Al bajar epuente y bajar al muelle, fui rasgando lentament

u fotografía y despacito empecé a arrojar suestos al mar. En realidad este gesto no era máque una despedida total.»

En aquella entrevista, Emma da su versión: «Ebarco permaneció como cinco horas en el puert

de Montevideo, y pensé que debía tomar un taxi

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r a ver a Guillermo para decirle de mi nuevdestino. Tal hice. Hay visiones que uno no pierdde la vida, aún en medio del silencio. El barchabía quedado frente a una plaza enorme. Yo sub

con Guillermo al barco, incluso a mi cabina dondenía un caballete que me llevaron los amigo

pintores. Lo acompañé para su regreso bajando laescaleras del barco y cada vez que pienso en él l

veo atravesando esa plaza enorme, como durantuna hora, sin volver la cabeza».Lo que Emma no sabía es que la tristeza de es

despedida sería reemplazada muy pronto por llegada de un nuevo amor, el más grande: Jea

Perromat, un médico francés que viajaba en esbarco y que se convirtió, años después, en sesposo para siempre.

«¿Dónde nació usted, señorita? Está en e

pasaporte: nací en Bogotá. ¿Tiene familia, papá mamá? No, yo creo que todos están muertos. ¿Ques esa historia? ¿Tiene hermanos? Sí, una hermanapero la perdí también. ¿Murió? No, la perdí en l

calle y no la encuentro más; creo que no me querí

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  la recuerdo más bien mala de carácter. Per¿tiene protectores? Sí, san Juan Bosco, y ademáo fui consagrada hija de María Auxiliadora. Sió y me dio una palmadita en la espalda

pidiéndome que volviera a la oficina deembajador. Ah... perdón, perdón, señorita, ¿qué eo que usted ha venido a hacer a Francia? H

venido a estudiar. ¿Estudiar qué? Quiero hace

cuadros, de esos que cuelgan en las parede¿Tiene otros estudios? No. Ninguno, de nada nada¿Y en qué se ha ocupado todos estos años? Mocupo siempre de vivir y defenderme. ¿Usteconoce a personas importantes en Colombia que l

hayan ayudado? No, señor cónsul, todavía nconozco ningún colombiano importante, perespero conocer varios algún día», escribió EmmReyes en la revista Aleph sobre su llegada a Parí

después de ser detenida por la policía y remitidal cónsul colombiano. Después de la entrevistque Carlos Enrique Ruiz le hizo en Burdeomantuvieron contacto epistolar y él la convencide que publicara algunos textos en la revista.

La Fundación Zaira Roncoroni, que le otorgó l

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beca, le entregó un dinero inicial y el acuerdo erque después le harían llegar, cada mes, una sumpara su manutención. Apenas llegó a Le Havre, eFrancia, la policía le decomisó «su valija» porqu

Emma había comprado francos en Buenos Aires esos billetes habían sido hechos por los alemaneen la invasión a Francia durante la guerra. Esa eruna ofensa, porque quienes los tenían habían sid

presumiblemente colaboradores de los alemanePero se superó el incidente y Emma arrancaría unnueva vida en un país donde vivió más dcincuenta años.

Desde antes de salir de Buenos Aires, Emm

venía enferma. En Paraguay fue víctima deishmaniasis y en la capital argentina estuv

hospitalizada un tiempo. En el barco tuvo unecaída y en su relato en  Aleph, habla de l

diligencia de un médico que la atendió, simencionar su nombre. Se sabría después que erean Perromat. Apenas llegó a Francia, Emm

contactó a un hombre que trabajaba en Bayer, quconoció en el barco, y él le ayudó a conseguir u

aller para trabajar. Se reencontró también con e

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cantante argentino Atahualpa Yupanqui, que habíconocido en Paraguay y con quien tuvo una largamistad. Con el dinero de la beca se inscribió ea academia de arte de André Lothe, una de la

más prestigiosas de la capital. Ella buscabaprender un poco de la técnica de la pintura, comodelos que posaban frente a los estudiantes, perEmma fracasó en ese intento. «Una vez llegó Loth

  me dijo: “Usted no ha mirado el modelo parnada, no ha hecho sino inventar; además, usted niene ni idea del dibujo, pero quiero hablar co

usted”. Lo fui a ver y nos hicimos grandes amigoMe dijo que tenía que trabajar sola, porque ha

gente que conoce el oficio, “pero gente que tienqué decir no hay tanta. Y usted tiene tanto qudecir que lo mejor es que busque su propia formde expresión. Vaya a muchos museos”, y así me fu

dirigiendo y llevando a la parte profesional»cuenta en la entrevista con Gloria Valencia.Con Jean mantuvo un noviazgo que no dur

mucho tiempo, pero que retomaron para finalmentcasarse en 1960, con Germán Arciniegas y s

esposa, Gabriela, como padrinos. Ella preferí

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París y él, Burdeos o Périgueux. Pasaban días caduno en su lugar favorito y cada fin de semana seencontraban, como si quisieran hacerse falta

propósito, y todos los veranos Jean le tenía algun

orpresa a Emma para ir de vacaciones. Jean, tacomo lo recuerdan quienes lo conocieron, «erodo un señor en el sentido de la palabra». Er

muy culto, leía mucho y era especial con Emma

Solo que ella era el centro de atención, incluso eesa familia Perromat. Álvaro Medina, que la visiten Burdeos, recuerda que los almuerzofamiliares, largos, de horas, giraban en torno ella.

Emma permaneció en París los tres años de sbeca antes de viajar a Washington contratada poa Unesco para la realización de las cartillas d

alfabetización para América Latina. Tambié

rabajó con Diego Rivera en México y fuasistente en la galería de Lola Alvárez-Bravo, unde las más prestigiosas del D. F., y no solo ayudó organizar la última exposición en vida de FridKahlo, sino que también expuso ahí mismo junto a

propio Rivera, José Clemente Orozco y Rufin

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Tamayo.Después se fue a Italia: vivió en Capri, Venecia

Florencia y Roma. Emma seguía siendo pobre. Sacomodó en un sótano que tenía unas ventanas po

donde entraba la luz y por donde solo podía veos zapatos de los transeúntes. Pero gracias a srabajo pictórico y a su carisma, Emma termin

codeándose con los principales intelectuales d

talia. Elsa Morante, Alberto Moravia, EnricPrampolini, entre otros, no solo fueron sus amigoino que también escribieron sobre su obra. S

periodo en Italia solo se vio interrumpido por uviaje de dieciocho meses a Israel. Emma se la

ngeniaba para vender sus pinturas, y también, emedio del rebusque, trabajó como chofer de unmarquesa. Pintaba y conducía por Roma. Hastque un día atropelló a alguien —dicen que iba co

ella el también artista Carlos Rojas— y ese lío llevó a irse de Roma. La víctima del accidente nuvo mayores consecuencias, pero insistió en un

demanda. Ningún intento de conciliación diesultado. Emma decidió escaparse. Volvió

Francia para instalarse definitivamente.

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Dice Plinio Apuleyo Mendoza en  Nuestrointores en París: «Los pintores que fuerolegando en las postrimerías de los años sesenta

a lo largo de los años setenta, la encontraro

iempre en su camino. Ayudó a Botero a plantar sienda en París. Darío Morales y Ana María, s

esposa, veían llegar la aurora hablando con ella eu apartamento cercano al Observatoire

Caballero, Cuartas, Cogollo, Barrera, FranciscRocca y Gloria Uribe giraron en torno a ellaecién llegados. Sí, antes de echar plumas, ello

eran los pollitos y ella la gallina». —¿Qué pintaba Emma? —le pregunto al crític

de arte Álvaro Medina. —El tema de ella fue la gente común

corriente. Si bien hizo muchos bodegones, algunopaisajes, el tema fundamental es la gente de l

calle. Hizo un dibujo figurativo con algo dabstracción. Sus pinturas son como dibujocoloreados, es la estructura fundamental que, ellmisma decía, derivó de su experiencia con lamonjas haciendo bordados.

Ramiro Castro, hermano de Dicken, publicó u

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ibro que recoge varios textos críticos sobre sobra. Allí Luis Caballero escribió: «Hay pintoremíticos, de leyenda. De los que se habla, en torna quienes se tejen y destejen anécdotas, pero cuy

pintura se ignora. Emma es uno de ellos. Senorme personalidad impide que se vea su obrpara desventura de quienes aman la pintura. Leyenda de Emma se ha elaborado a partir de s

propia vida a pesar de su obra; es por eso tal veque su obra es ignorada». Germán Arciniegadecía: «Ella no pinta con aceite sino coágrimas».

Emma expuso en varias ciudades del mundo

Hoy, gran parte de su obra pertenece a lFundación Arte Vivo Otero Herrera, en MálagaEspaña. Otras varias están en el Museo La Tertulien Cali. La biblioteca de Périgueux conserva u

gran mural suyo. De su arte ella dijo: «Es verdaque mi pintura son gritos sin corrientes de aireMis monstruos salen de la mano y son hombres dioses o animales o mitad de todo. Luis Caballerdice que yo no pinto mis cuadros: que lo

escribo».

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«Helena me dijo:»—Si tú hablas de la señora María yo te pego.»Y ese silencio duró veinte años, ni en públic

ni en privado volvimos nunca a pronunciar s

nombre ni a hablar de los años pasados con ellani de Guateque, ni de Eduardo, ni del niño, ni dBetzabé. Nuestra vida empezaba en el convento ninguna de las dos traicionó jamás ese secreto»

escribe Emma en el libro.Y así fue. Nunca habló de la señorita Maríaquien aparece en el libro como su acudiente, comuna especie de mamá que compartía con shermana, pero a la cual no llamó nunca «mamá»

olo «la señorita María». Pero ese secreto ququiso guardar para siempre fue el que máquisieron develar sus allegados cada vez qunarraba su vida: ¿de quién era hija Emma Reyes

El pintor Ramiro Arango, radicado en París coEdilma, su esposa, y gran amigo de Emma hasta smuerte, me cuenta por teléfono que un dícoincidieron en una reunión con el escritor ManueMejía Vallejo, quien, haciendo pública un

ospecha que tenía, le preguntó:

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 —¿Es cierto que tú eres nieta del presidentRafael Reyes?

 —Yo de eso no hablo. Cambiemos de tema pofavor —respondió ofuscada como pocas veces.

Durante muchos años en París optó por nhablar de su pasado. No sabía cómo podría ser leacción de Jean y su familia, una familiradicional y reconocida en Francia. Por eso

prefirió que el libro con sus cartas se publicardespués de su muerte. De hecho hoy, tanto Sophi  Xavier Perromat, sobrinos de Jean, me dice

desde Francia que no sabían nada de lo que cuentel libro. Ni siquiera oyeron jamás de su herman

Helena.Su hermana fue uno de los más grandes enigma

i siquiera los Arciniegas la conocieron. ÁlvarMedina me dice que pensaba que Emma era hij

única. Lo cierto es que Helena —como mconfirmó Ramiro Arango— terminó viviendo eBrasil y visitó a Emma un par de veces en ParíEmma era hermética con el tema y advertía: «Estemana tengo una visita muy importante y por es

no quiero que nadie me llame ni me busque hast

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que yo avise», decía. Días después comentaba quu hermana Helena había estado ahí.

El arquitecto y diseñador Dicken Castro mecibió en su apartamento en el barrio Chicó, e

Bogotá. Él, como su hermano Ramiro, ya fallecidofueron muy amigos de Emma. Me cuenta que ellalguna vez mencionó que de niña sabía que unapersonas iban con frecuencia al convento par

aber cómo estaban ella y su hermana. ¿Por qué eapellido Reyes? Algunas veces respondía cohumor: «Yo soy de los Reyes de Inglaterra». Eotras oportunidades decía que era hija depresidente Rafael Reyes. Y al final, a un amigo d

ella, residente en Francia y que me pidió reservau nombre, le confesó que realmente era nieta d

Rafael Reyes, como le preguntó esa vez ManueMejía. Dice la historia que el presidente Reye

alió al exilio con sus tres hijos y tres hijas —erviudo— en junio de 1909 desde Santa Martumbo a Manchester, Inglaterra. Solo hasta 191egresó a Colombia con su familia. Emma Reye

nació un año después.

Emma le contó a Gabriela Arciniegas que

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upo quién era su padre, y que incluso después dalir del convento lo buscó y habló con él. Él l

dijo que nunca la reconocería y que no la ayudaríen nada, razón que llevó a Emma a irse d

Colombia, agobiada y hastiada de todo. Querícomenzar una vida nueva, como lo hizo, perambién, como lo contó, demostrarle a él qu

podía triunfar sin su apoyo. Si ese encuentro fu

cierto, el presidente Reyes ya había muerto hacímucho tiempo: en 1921, cuando Emma tenía doaños. Y si fue uno de sus hijos —Rafael, Enrique osé Ignacio— solo ella supo la verdaderespuesta.

En una de sus cartas, Emma cuenta que a los cuatraños ella y su hermana Helena fueron llevadas Guateque por la señorita María. ¿Por qué ahí y na cualquier otro pueblo del país? ¿Por qué l

eñorita María trabajó en la agencia de lchocolatería La Especial, tanto en Guateque comen Fusagasugá (como lo haría después)? ¿Quiéera el papá de «el Piojo», aquel niño del que s

hicieron amigas y que al parecer era hijo de

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gobernador de Boyacá, que se paseó por el pueblen unas fiestas decembrinas, y que además trajo eprimer carro antes de que se produjera un incendide tres días que dejó en cenizas «la parte baja de

pueblo»?Viajo a Guateque para tratar de averiguar la

espuestas. El pueblo boyacense, a dos horas media de Bogotá, es como cualquier puebl

colombiano, con una iglesia de fachada blanca qudomina la plaza principal. Al costado derecho desa puerta inmensa, de unos diez metros de altoestá el Banco de Bogotá. Justo ahí debió quedahace noventa años la agencia de chocolates dond

rabajó la señorita María. Hablo con el párrocCarlos Hernán Bernal, de unos cuarenta y cincaños, que me atiende amablemente en su oficina, me dice que nunca oyó nada al respecto, a pesar d

que su familia es guatecana. En el archivo dePalacio Municipal, una mujer que no pasa de loreinta años me aclara que en el archivo no ha

fotos históricas, solo algunas posteriores a 1950Le insisto que quiero ver lo que haya de los año

veinte, los años en que Emma vivió ahí, pero e

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mposible. Le pregunto si hay información sobrun incendio que empezó en el hospital, hacia 192o 1924 más o menos, y en el que murieron unacincuenta personas. Pero nada. Pregunto en vano

varios habitantes si alguien sabe cuándo llegó eprimer carro a Guateque.

La exbibliotecaria del pueblo, Isabel Benito —me la recomiendan en la Alcaldía para asunto

históricos—, me dice al calor de un café que epeor incendio ocurrió en 1959 y consumió uncuadra entera, lejos del hospital, y me indica eitio donde quedaba, donde ahora hay un edifici

en ruinas. En la biblioteca Enrique Olaya Herrer

—la casa donde nació el presidente— apenas uolo libro amarillento, carcomido, me puede da

pistas: se llama Guateque. Allí se habla de lnauguración del hospital en 1877 «en una cas

pajiza» (como lo describe Emma), propiedad deeñor Cornelio Hernández que después lcompraron para adecuarlo, pero nada más.

Días después, en la Biblioteca Nacional dBogotá busqué en el periódico El Tiempo noticia

de Guateque desde 1923 —cuando Emma tení

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cuatro años— pero hay muy poco. No haanuncios de carros ni de incendios. Apenas hablade la posibilidad de la construcción de la carretera Guateque desde Cundinamarca. Incluso, haci

926, se habla de la indignación por la demora eas obras.

Se sabe que el primer carro que entró a Boyacfue en 1909 con el entonces presidente Rafae

Reyes, quien inauguró la llamada CarreterCentral del norte hasta Santa Rosa de Viterbo, spueblo natal. Pasó por Tunja, en dirección opuesta Guateque y diez años antes de que Emmnaciera. En Garagoa, el pueblo más cercano

Guateque donde se tiene noticia de la llegada deprimer carro, el «monstruo» llegó en 1930, emula, y se armó en la plaza y fue la atracción dodos los habitantes. Pero para entonces Emma y

no vivía por ahí y menos cuando la carretera Guateque se inauguró en el gobierno de EnriquOlaya Herrera, a finales de su mandato en 1934.

Pienso en esa segunda carta en la que Emmhabla del hombre que las visita en Bogotá, el pap

de «el Piojo», «un señor muy alto y delgado qu

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no estaba vestido como los del barrio, era comos que veíamos retratados en los periódicos qu

encontrábamos en el basurero». La señorita Maríes dice que «ese señor que vino aquí es un gra

político, tal vez va a ser Presidente de lRepública...».

¿Las memorias de Emma sobre Guateque erauna suerte de fantasía mezcladas con episodios d

ealidad? ¿Pudo pasar un carro por Guatequcuando Emma vivía ahí y que no hubiera registrde eso? ¿Ella vio algún incendio menor y con eiempo el recuerdo cobró una magnitu

monumental? ¿Confundió Emma varios de su

ecuerdos para llegar a ver la imagen del papá d«el Piojo», un incendio y el carro, todo en lamismas fiestas? ¿Quién era el gobernador padre d«el Piojo»? Mientras Emma tuvo entre tres y sei

años —tiempo en el que pudo vivir en Guateque—os gobernadores fueron Luis A. Mariño ArizaSilvino Rodríguez, Nebardo Rojas y NicoláGarcía Samudio. Ninguno es de Guateque y dninguno hay mayor información.

Antes de irme decido buscar al hombre má

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viejo del pueblo, alguien que a lo mejor hayvivido algo de lo que Emma pudo ver. Don MigueAntonio Roa, de noventa y cuatro años —uno máde los que tendría ella si viviera—, me recib

amablemente gracias a la ayuda de su nuerdespués de ubicarla en un local cerca de la plazaSe mueve despacio, pero su memoria está intacta pesar de la edad. Me cuenta que, en efecto, es

casa que hoy es un banco fue en algún momento dos Montejo, una familia muy importante, tal como dice Emma. No recuerda saber dónde era l

chocolatería pero sí de haber probado chocolateLa Especial. Me confirma que la plaza sí era plaz

de mercado, como está en las cartas, y que en lafiestas ahí había corridas de toros, como tambiéo dice ella. Recuerda muy bien el incendio d959, pero ningún otro.

 —Señor periodista, si va a escribir algo dGuateque, por favor diga que la carretera estacabada. Es el colmo. Está tal y como la dejOlaya Herrera cuando trajo el carro por primervez.

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Emma volvió a Colombia algunas veces, la últimen 1983, cuando estuvo en Popayán y tuvo quvivir el terremoto. Cuando todo ocurrió, estabalojada en el hotel Monasterio. No podía ser otr

el nombre. De Colombia, Emma decía que si Jeae moría primero, ella vendría a morirse aqu

Pero no fue así. Vivió sus últimos días en Burdeoduró una semana hospitalizada, antes de morir

os ochenta y cuatro años, por un virus sin nombreDespués, su cuerpo fue llevado a Périgueux, dondhoy está sepultada junto a su marido Jean, tal como siempre quisieron. Sin embargo, antes dmorir dejó claro que su dinero fuera donado a u

orfanato en Colombia, incluido el dinero de laegalías de Memoria por correspondencia, salier

cuando saliera publicado. Quería ayudar en algo niños que han padecido su suerte. Y así fue

Gabriela me cuenta que Emma siempre amó a loniños, que cada vez que veía uno lo trataba coespecial cariño. Los Perromat hablaron coRamiro Arango, quien, a su vez, llamó a María deCarmen Carrillo en Bogotá, voluntaria del Hoga

San Mauricio en Bogotá.

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Decido ir hasta allá. La fundación está ubicaden San José de Bavaria, en la calle 172 cocarrera 80. Hay varios alojamientos para los cas

50 niños de todas las edades, cuidadosament

decorados con pinturas y afiches infantiles. Hay uardín infantil para los más pequeños. Aquí llega

menores abandonados, maltratados, y la fundacióos acoge para darles educación, alimentación, u

ugar donde dormir. Hay bebés de apenas meses euna habitación aparte a la espera de una adopciónComo en toda labor de esta índole, los recursoiempre faltan pero el esfuerzo para darles unnfancia digna a estos niños es evidente. Los ve

ugar sobre el pasto, correr sobre el pavimento, síen: todos son Emma. Esa infancia triste que dej

por escrito, tan difícil de olvidar, no fue en vanoElla estaría feliz de ver que en algo ha ayudado

estos niños, cuidados y protegidos por personaque intentan ser sus familias. Son niños que naben quién fue Emma Reyes y que quizá tambiéueñan con el mundo.

DIEGO GARZÓ

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Artículo publicado en la revista Soh(Colombia), enero de 201

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Siguiendo la voluntad que Emma siempre expresó a todos los quanto la quisimos, las regalías de este libro irán a la Fundación Hogan Mauricio que brinda cariño, estudio, hogar y un futuro a nueveneraciones de niños colombianos.

GABRIELA ARCINIEGA

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Colofón«No se me ocurre ninguna necesidad tan fuerte

durante la infancia como la necesidad de la

 protección de un padre.»SIGMUND FREUD

Desde LIBROS DEL ASTEROIDE queremos agradecerle etiempo que ha dedicado a la lectura de Memoria

 por correspondencia.Esperamos que el libro le haya gustado y le

animamos a que, si así ha sido, lo recomiende aotro lector o comparta sus opiniones con nosotros

y otros lectores en nuestra web(www.librosdelasteroide.com)

Al final de este volumen nos permitimosproponerle otros títulos de nuestra colección que

creemos que le gustarán si ha disfrutado con la presente lectura.

Queremos animarle también a que nos siga enTwitter (http://twitter.com/LibrosAsteroide) y en

Facebook 

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(www.facebook.com/librosdelasteroide), y nosvisite en nuestra web donde encontrará

información completa y detallada sobre todasnuestras publicaciones y donde podrá ponerse en

contacto con nosotros para hacernos llegar susopiniones y sugerencias.

Le esperamos.

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Nota biográfica

Emma Reyes (Bogotá, Colombia, 1919 - BurdeoFrancia, 2003) fue una artista colombiana qudestacó como pintora y dibujante. Se formó eParís y trabajó en el estudio de Diego Rivera eMéxico, y posteriormente en Italia. En 1960 s

nstalaría en Francia, donde vivió hasta su muerte

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Recomendaciones Asteroide

Si ha disfrutado con la lectura de Memoria por correspondencia, le recomendamos los siguientesítulos de nuestra colección (en

www.librosdelasteroide.com encontrará másnformación):

Todo lo que una tarde murió con las bicicletas,Llucía Ramis

i planta de naranja lima, José Mauro deVasconcelos

Vinieron como golondrinas, William Maxwell

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Table of Content

Memoria por correspondenciaPrólogo

Leona pura, leona oscura

Leona pura, leona oscuraMemoria por correspondenciaCarta número 1Carta número 2Carta número 3Carta número 4Carta número 5

Carta número 6Carta número 7Carta número 8

Carta número 9

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Carta número 10Carta número 11Carta número 12Carta número 13Carta número 14Carta número 15

Carta número 16Carta número 17Carta número 18

Carta número 19Carta número 20Carta número 21Carta número 22

Carta número 23Carta número 1Carta número 2

Carta número 3

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Carta número 4Carta número 5Carta número 6Carta número 7Carta número 8Carta número 9

Carta número 10Carta número 11Carta número 12

Carta número 13Carta número 14Carta número 15Carta número 16

Carta número 17Carta número 18Carta número 19

Carta número 20