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JULIO / SEPTIEMBRE 2011 205 CUADERNOS de pensamiento político El título del libro expresa en síntesis y con claridad su contenido. Es, en efecto, una Me- moria, es decir, un relato biográfico con he- chos y vivencias personales que el autor experimentó en cuatro marcos históricos di- ferentes, que el subtítulo deja de manifiesto. Constituye así una auténtica crónica de ese período en nuestro país, cosa que queda de manifiesto a lo largo del texto y cuando el autor afirma “éste es un libro que trata sobre todo de España” (p.22); de cuatro Españas. En las dos primeras, el autor biografiado vivió, e intensamente, pero, por razones de edad, no actuó ni pudo actuar como prota- gonista; en las dos Españas siguientes tuvo, a cambio, un papel muy activo y relevante, cuya narración le permite o le obliga a llenar casi 700 páginas con un tipo de letra no pre- cisamente grande. Quiere esto decir que se trata de un texto rico en datos, aconteci- mientos y nombres: un índice onomástico con cerca de 2.500 ítems da una idea de lo abarcante del relato y sus personajes; pero, aun descontadas las menciones históricas o circunstanciales, manifiesta así mismo las ex- tensas relaciones personales de Carlos Ro- bles. En unos casos puede tratarse de simples conocidos, en otros, de vínculos pro- fesionales o políticos; sin embargo, son muy numerosos los que pueden calificarse como amigos, algunos de ellos íntimos, lo que dice bastante de Robles como persona, y con- viene dejar constancia de ello. Como es obligado en estos casos, el orden que se sigue es el cronológico, “salvo raras excep- ciones”, advierte el autor (p.18). En efecto, ese orden se rompe ya en el frontispicio mismo del libro. El capítulo primero está dedicado a Un cierto 23F, hecho en el que tuvo una desta- cada intervención. Hay una buena razón para arrancar con ese evento, aunque no se mani- fieste de modo explícito: aquella “Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios”, de la que formó parte sustantiva, constituyó un a modo de Gobierno provisional, y fue decisiva, junto con otros factores, para salvar la naciente democracia. Es un aviso para quienes presu- men de credenciales antifranquistas –y por ello democráticas, según ellos–, poner de mani- fiesto que los reunidos en aquella Comisión, todos, de una u otra manera, habían “colabo- rado” con el franquismo. El capítulo segundo es complemento del anterior y en él se formu- lan dos preguntas, “si es posible haber sido franquista y ser demócrata; y si cabe conciliar la vida diplomática con la acción política inte- rior”; a ambas contesta positivamente con ar- gumentos que pueden verse en las pp. 23 ss. Esa su generación, rechazó la idea de cambiar España otra vez por la fuerza y, por tanto, ayudó a mantenerla, pero también a modificarla. “Tu- Memoria de cuatro Españas República, guerra, franquismo y democracia CARLOS ROBLES PIQUER Planeta, 2011. 694 págs. RESEÑAS

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El título del libro expresa en síntesis y conclaridad su contenido. Es, en efecto, una Me-moria, es decir, un relato biográfico con he-chos y vivencias personales que el autorexperimentó en cuatro marcos históricos di-ferentes, que el subtítulo deja de manifiesto.Constituye así una auténtica crónica de eseperíodo en nuestro país, cosa que queda demanifiesto a lo largo del texto y cuando elautor afirma “éste es un libro que trata sobretodo de España” (p.22); de cuatro Españas.En las dos primeras, el autor biografiadovivió, e intensamente, pero, por razones deedad, no actuó ni pudo actuar como prota-gonista; en las dos Españas siguientes tuvo,a cambio, un papel muy activo y relevante,cuya narración le permite o le obliga a llenarcasi 700 páginas con un tipo de letra no pre-cisamente grande. Quiere esto decir que setrata de un texto rico en datos, aconteci-mientos y nombres: un índice onomásticocon cerca de 2.500 ítems da una idea de loabarcante del relato y sus personajes; pero,aun descontadas las menciones históricas ocircunstanciales, manifiesta así mismo las ex-tensas relaciones personales de Carlos Ro-bles. En unos casos puede tratarse desimples conocidos, en otros, de vínculos pro-fesionales o políticos; sin embargo, son muynumerosos los que pueden calificarse comoamigos, algunos de ellos íntimos, lo que dice

bastante de Robles como persona, y con-viene dejar constancia de ello.

Como es obligado en estos casos, el orden quese sigue es el cronológico, “salvo raras excep-ciones”, advierte el autor (p.18). En efecto, eseorden se rompe ya en el frontispicio mismo dellibro. El capítulo primero está dedicado a Uncierto 23F, hecho en el que tuvo una desta-cada intervención. Hay una buena razón paraarrancar con ese evento, aunque no se mani-fieste de modo explícito: aquella “Comisión deSecretarios de Estado y Subsecretarios”, de laque formó parte sustantiva, constituyó un amodo de Gobierno provisional, y fue decisiva,junto con otros factores, para salvar la nacientedemocracia. Es un aviso para quienes presu-men de credenciales antifranquistas –y por ellodemocráticas, según ellos–, poner de mani-fiesto que los reunidos en aquella Comisión,todos, de una u otra manera, habían “colabo-rado” con el franquismo. El capítulo segundoes complemento del anterior y en él se formu-lan dos preguntas, “si es posible haber sidofranquista y ser demócrata; y si cabe conciliarla vida diplomática con la acción política inte-rior”; a ambas contesta positivamente con ar-gumentos que pueden verse en las pp. 23 ss.Esa su generación, rechazó la idea de cambiarEspaña otra vez por la fuerza y, por tanto, ayudóa mantenerla, pero también a modificarla. “Tu-

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CARLOS ROBLES PIQUERPlaneta, 2011. 694 págs.

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vimos que contribuir, más adelante, a la tareade renovarla profundamente, esperemos quepara mejor” (p.47). Rompe también el ordencronológico en el capítulo cuarto, por unacausa muy propia del autor: el recuerdo decuatro grandes amigos fallecidos.

Si algo caracteriza a Carlos Robles es su sin-ceridad y, en consecuencia, la valentía de nodisimular lo que acaso otros, carentes de esascualidades, disimularían o callarían en unfalso pudor que no les honra. Así, al hablar desu tiempo de formación subraya el peso queen ella tuvieron tanto el Frente de Juventudescomo la Acción Católica. “En esta doble for-mación –afirma– encajó lo demás: los ami-gos, las lecturas, los estudios superiores, lavocación hispánica, algunos viajes, la diplo-macia, la política, el noviazgo y el matrimonio,los hijos y nietos, todo lo que aquí se irá con-tando” (p.37) y lo cuenta por menudo a lolargo del libro. Comenzará por referirse a donEduardo y a doña María Luisa, sus padres, alos que dedica un recuerdo moroso y amo-roso de diez páginas, y otras tantas al restode su familia. Aprovecha para hacer un elogiode esta institución que “no ha echado en ol-vido aquello del ‘creced y multiplicaos’, pesea los consejos en contra que hoy se han in-tensificado y que llegaron al paroxismo en laenloquecida exaltación abortista practicadapor el PSOE, desde el poder…” (p. 59).

La guerra civil merece tratamiento aparte:“Luego vino la brutal carnicería recíproca entrehispanos” (p.55), que para la familia Roblessignificó traslados y cambios de residencia, trá-gica muerte de la madre, pérdida de la carrerapor el padre, exilio de un hermano, natural-mente hambre, enseñanzas interrumpidas, he-chas con sacrificio, para luego no serconvalidadas. “Como otras muchas familias,aquella brutalidad nos sacudió con dureza. Enla nuestra, todos sufrimos en mayor o menorgrado…” (p.74) La narración relativa a estaépoca es muy viva y directa gracias a utilizar

las notas escritas por su hermana María Luisaen forma de diario. La “enseñanza básica” su-frió los altibajos propios de tan crueles acon-tecimientos, pero al fin salió airoso y hasta tuvotiempo y humor para escribir un texto “que setituló nada menos que Compendio Sintético deLiteratura Universal…” (p.87).

Su vocación universitaria le llamaba a las le-tras, y dentro de ellas a la historia, que a suvez exigía una cierta especialización que fuefacilitada por el hecho de que en su Facultadse creó una nueva sección, la de Historia deAmérica, hasta entonces existente sólo en laUniversidad de Sevilla. Esto, en principio, difi-cultaba su ingreso en la Escuela Diplomática,que sólo admitía la posesión de la licencia-tura en Derecho. Por suerte para él fue creadaen seguida la Facultad de Ciencias Políticas yEconómicas, que cursó, y pronto este títulofue aceptado para ingreso en la Escuela. “Hesido, cronológicamente, el primer diplomáticoespañol desprovisto de la licenciatura en De-recho”, afirma (p.95). Naturalmente, paraquienes conocemos la incansable actividadde Carlos Robles, éste no podía dedicarse tansólo a una y otra carrera, hizo viajes al ex-tranjero, formó parte de otras actividades, porejemplo, universidades de verano, fue redac-tor del periódico católico Signo y formó partedel grupo Alférez, donde hizo amistad con,entre otros, Rodrigo Fernández Carvajal, ÁngelÁlvarez de Miranda, Juan Ignacio Tena Ibarra,Antonio Lago Carballo, Juan Alfredo de LuisCamblor, el padre Llanos, Federico Sopeña,José Darío Fraga Iribarne, José Luis Pinillos,José Luis Fernández del Amo, Rafael SánchezFerlosio, Juan Velarde Fuertes, Antonio de Zu-biarre, Lilí Álvarez, José María García Escudero,Jesús González Pérez, Antonio Tovar, JoséMaría Lozano Irueste, Juan Gich y algunos his-panoamericanos como Juan Ramón Sepich,Pablo Antonio Cuadra y Julio Ycaza Tigerino.

Y, por supuesto, la milicia universitaria, de laque pudo librarse por su mala vista “con una

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combinación de miopía y astigmatismo queme ha acompañado siempre, hasta que, mu-chos años más tarde, me liberó de ella el doc-tor Alfredo Domínguez Collazo…” (p.99), perode la que no se libró por voluntad propia.

La vocación hispanoamericana del autor eshonda y temprana, y se ha mantenido incó-lume a lo largo del tiempo. La elección de ca-rrera ya lo había demostrado, pero por si nofuera bastante, ahí está su pronta colabora-ción con el Instituto de Cultura Hispánica y sudesempeño de la Secretaría General de laAsociación Cultural Iberoamericana (ACI), conabundantes actividades, entre las que se con-taba la Tertulia Literaria Hispanoamericana, enel marco del colegio mayor Nuestra Señora deGuadalupe, con más de 1.700 sesiones ce-lebradas, o las llamadas “relecturas”, comen-tario de algún libro importante español oextranjero. También se manifestó tempranootra de las vocaciones de Carlos Robles: ahíestá el llamado “Manifiesto Político del 47”,cuyo contenido y circunstancia merece lapena examinar en las pp. 114 a 118. En lap.120 inicia un apartado que titula “Con Sán-chez Bella en el ICH. Y hacia la carrera”, quehabla por sí solo.

Al fin, las oposiciones a diplomático ganadas.Otra vocación firme, que le obliga a defenderasí su profesión, diciendo: “Pienso que la granmayoría hemos valorado la honra de repre-sentar a España, cuidar de sus intereses, de-fender sus políticas, difundir sus valoresculturales, contribuir a situarla dignamente enel mundo y proteger, como cónsules, a millo-nes de compatriotas esparcidos por el pla-neta, sientan éstos su patria como propia ocomo ajena, hayan emigrado para mejorar ofueran triste fruto del exilio político, como mihermano” (p.125). Carlos casa enseguida conElisa Fraga en agosto de 1955 en Villalba deLugo. Consecuentes con sus convicciones, tie-nen siete hijos, a saber, Carlos, Elisa, JoséMaría, Ana, Eduardo, María Teresa y Paloma,

que les “han dado no pocas satisfaccionespor sus estudios, su profesión, su trabajo, susmatrimonios y sus hijos” (p.128).

“Desde el ICH, empezó por Cuba mi conoci-miento real de América” (p.129). País por elque Carlos Robles siente especial afecto, yaque su madre había nacido en La Habana, entiempos coloniales, y se valió ingeniosamentede este hecho como defensa durante los pri-meros meses de la guerra civil situando labandera de la estrella solitaria en la puertade su casa en Madrid. Esta primera visita a laisla se realizó en mayo de 1954; de ella con-serva un grato recuerdo, cómo es el pequeñoretrato a pluma que le hizo y dedicó, duranteel vuelo en Iberia, el gran pintor Benjamín Pa-lencia. Allí se celebró la II Bienal Hispanoa-mericana, lo que para Robles significó eldescubrimiento de otro pintor magistral, el ex-tremeño Godofredo Ortega Muñoz, con el queintimó tanto que algunos de sus cuadros for-man parte de su mejor tesoro familiar y leconvertiría en miembro del patronato de lafundación que lleva su nombre. El segundopaso fue México, “ya en tierra firme” (p.132),al que se alargó desde Cuba. A México volve-ría algunas veces después.

Su primer destino en el palacio de Santa Cruzfue, en la sede misma del ministerio, los ser-vicios de Cifra y Claves, sobre cuyo desem-peño hace una descripción, no exenta dehumor, sobre los métodos empleados en laépoca, “que son hoy venerable arqueología”(p.134) “Y, por fin, en octubre de 1955… llególa anhelada inmersión en la realidad ameri-cana, como mi primer puesto diplomático(Colombia). Duró más de tres años…”(p.135). Como entre Madrid y Bogotá nohabía vuelos, el viaje familiar, camino de ocu-par su puesto como tercer secretario de em-bajada, se hizo en barco, lo que permitió unaparada en la República Dominicana y otra enPuerto Rico, con una memorable visita a JuanRamón Jiménez y a su mujer, Zenobia Cam-

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prubi. Antes, tuvieron que ir a Barcelona atomar la motonave, y allí se pudieron despe-dir de un montón de amigos, entre los cualesestaba José María Castellet, entonces almadel premio Boscán.

Merece la pena leer detenidamente el epí-grafe Colombia, desde la p.140 a la p.162.Se tendrá una idea clara del presente, el in-mediato pasado y las expectativas de futurode una nación a la que Robles manifiesta yha manifestado siempre una singular simpa-tía –“He vuelto a Colombia siempre que hepodido, porque me fascina y le tengo gran de-voción”(p.162)–, en la que nacieron tres desus hijos y en la que hizo amistades entraña-bles y duraderas, por ejemplo, la de Enriquede la Hoz y su mujer, Cecilia, y la de Ricardoy Concha Díez-Hochleitner o la del poeta co-lombiano Eduardo Carranza. Permítasemesólo citar una pequeña muestra de realismo,a la vez que de natural preocupación, conte-nidas en el siguiente párrafo: “En Colombia,llegamos a un país de moneda fuerte: undólar se cambiaba sólo por 4,20 pesos, aun-que, al irnos, tres años más tarde, ya se ne-cesitaban ocho pesos para comprarlo. Comotercer secretario de embajada, percibía unsueldo mensual de muy poco más de 600 $,de los que la cuarta parte se iba en pagar elarriendo de la vivienda, porque entonces nose daban las ayudas que ahora reciben los di-plomáticos por este concepto. Tampoco senos costeaba la asistencia médica, ni nadiepensaba que se nos podían pagar, como yaocurre, los viajes anuales de vacaciones a Es-paña de toda la familia cada año. Elisa per-maneció allí los más de tres años de nuestrodestino; y yo sólo pude venir a Madrid unosdías cuando el embajador me cedió su plazaal ser invitado por Iberia al vuelo inaugural desu línea con Bogotá” (p.142).

Su segundo puesto en el exterior fue Nador, alnorte del vecino Marruecos. Dice el autor enla p.164: “El Consulado venía de los tiempos

del Protectorado, aunque la independencia lo-grada por Marruecos en 1956 había cam-biado profundamente la índole de susfunciones. Como en toda la zona, era allí muyfuerte la huella de la guerra de España y loque en ella se solía llamar el Ejército deÁfrica”. Precisamente lo reciente de esa inde-pendencia y las peculiaridades del norte delpaís –“cuyo control desde Rabat era relativo,como lo demostró el alzamiento rifeño de1958 contra Mohamed V, reprimido dura-mente por el entonces príncipe heredero…”(p.171)– hacían particularmente delicado eltrato particular y oficial. Participó como cónsulen la retirada de las tropas españolas que per-manecían en Nador, que eran las de Regularesde Melilla y un tercio de la Legión. Momentoespecial lo constituyó la visita oficial del Rey asu demarcación consular, en junio de 1960;al referirla, refiere también la singular posiciónen esa zona de la monarquía alauita. No estátampoco de más echar un vistazo a esas pá-ginas para hacerse una idea más precisa de lareciente historia de Marruecos. Anota Robles alfinal del capítulo, no sin orgullo, que allí na-cieron sus dos hijas menores.

Un breve paréntesis londinense que “se acabópara nosotros, como vivencia prolongada ycomo escuela de idiomas y de práctica diplo-mática” (p.177) y a “la brega política”. Elcambio se produjo por “lo que el Régimenllamó ‘contubernio de Munich’ y que consistiósimplemente en que políticos españoles demuy diversas tendencias… coincidieron enalgo obvio: que la incorporación a la nacienteUnión Europea exigía que España se acomo-dara a los moldes democráticos de los demásEstados del Viejo Continente” (p.178). En unapalabra, que para procurar ese acomodo, enla medida en que el sistema lo permitiese,Manuel Fraga fue nombrado ministro de In-formación y Turismo y Carlos Robles directorgeneral de Información, nombre que escasa-mente correspondía con las competencias deese centro directivo. Como funcionario de la

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Casa pude asistir al estreno del equipo y a latoma de posesión de sus miembros, y deboañadir que todos estábamos muy expectan-tes ante la llegada de los nuevos jefes. Fragase despachó a gusto y no tuvo pelos en la len-gua para decir públicamente que Robles erasu cuñado y que lo advertía antes de queotros lo hiciesen maliciosamente, porque nole había elegido por su parentesco sino porsus cualidades personales.

Era claro que el nuevo ministro venía a poneren práctica ideas renovadoras, no ya en el De-partamento, como así fue, sino dentro de unsistema político que entonces parecía in-amovible, pero con la convicción –que porsupuesto no explicitó en ese su primer dis-curso– de que el franquismo sin Franco, alque algunos aspiraban, no tenía posibilida-des, ni sería aceptado por el pueblo español.Los cambios en la política económica, la es-tabilización, los planes de desarrollo coope-raron, junto a las reformas en el tratamientode los medios y el auge, no precisamente ca-sual, del turismo, a una paulatina aperturaque dio lugar a una nueva atmósfera –el de-nominado tardofranquismo– que haría posi-ble la pacífica y ejemplar transición política.

Los campos en que el nuevo director generaltenía que moverse eran el libro, la cultura po-pular, el cine y el teatro. En esos campos, ydurante la gestión de Robles, con pleno res-paldo de Fraga, “se habían dado pasos deci-sivos para dar mayor libertad a la vida culturalen todas sus dimensiones, desde la ediciónhasta los espectáculos, desde la prensa dia-ria hasta los ateneos” (p.185). Pero no todose limitó a una apertura inconcebible mesesantes –con buena o mala intención, se llegó adecir, en lenguaje populachero… “y con Fragahasta la braga”–, sino que cabe destacar laslabores positivas y creadoras realizadas enese centro directivo, desde la formación de laOrquesta y Coro de Radiotelevisión Española,con Igor Markievich a la cabeza, hasta editar

el boletín ES, España semanal, pasando porla continuación e incremento de Festivales deEspaña, la publicación del Boletín de orienta-ción bibliográfica, Poesía española y la Esta-feta literaria, o las Campañas Nacionales deTeatro. A lo que debe añadirse el impulso ala edición desde el Instituto Nacional del LibroEspañol (INLE) y el robustecimiento y mejororganización de Editora Nacional, que, ade-más de sus colecciones habituales, dio a laluz obras importantes de Javier Zubiri yEduardo Comín Colomer. Se continuó, lo queno es frecuente, la Enciclopedia de la culturaespañola, concebida por su predecesor Flo-rentino Pérez Embid. Y como anticipo ecoló-gico, la campaña Mantenga limpia España.

Sobre la censura franquista se han escrito al-gunas cosas interesantes y alguna que otramajadería. Por supuesto, como en el Régimenmismo, hay que distinguir diversas etapas, y lade Fraga, como dije, fue de apertura. Paraquienes sientan curiosidad por este tema lesinvito a leer despaciosamente las pp. 182 ss.y las pp. 287 ss., donde encontrarán sustan-ciosos, vivos y refrescantes relatos acerca demuchas obras de interés que vieron la luz trasalgunas vicisitudes; otro tanto sucedió con laspelículas, incluso aquellas prohibidas en pe-riodos anteriores. Pero, a cambio, el autor nosesclarece con satisfacción todos los libros de-dicados que recibió, la operación de captarnuevos lectores a través de los libros RTVE,mencionando con generosidad a algunosgrandes editores, ocupándose de los PremiosNacionales de Literatura, que repasa con mi-nuciosidad, más otras misiones llevadas acabo en San Agustín de la Florida y en Gui-nea Ecuatorial. Es de señalar la labor llevadaa cabo en los XXV Años de Paz, campaña queresponde prototípicamente al “modo Robles”,a su afirmación de “contribuir a defender todocuanto mereciera ser defendido y a cambiarlo que debiera ser cambiado” (p.251). Y al-gunas otras “pequeñeces” de las que dacuenta en las pp. 254 ss.

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No me resisto a poner de relieve el intento decrear una provincia de Gibraltar, de la que Ro-bles Piquer hubiera sido gobernador, pero quepor una serie de razones que en la Memoria seexplican no llegó a ser realidad. Aunque la idease resucitase en otras ocasiones, no llegó acuajar. Y si pongo de relieve este hecho es por-que, al hilo del mismo, el autor hace unas inte-resantes reflexiones sobre la todavía coloniabritánica. Y al fin, el cese de Fraga y su equipo.Antes de entrar en sus nuevos destinos, Roblesdedica un epígrafe completo de agradecimientoa la ayuda recibida por Jesús de Polanco y Pan-cho Pérez González: en momentos económica-mente difíciles para él le ofrecieron, y aceptó,la vicepresidencia de la Editorial Santillana, S.A.

En el “viejo palacio” fue bien recibido por elsubsecretario, Gonzalo Fernández de la Mora,y por el ministro Gregorio López-Bravo y fuedestinado en marzo de 1970 como único sub-director general de Relaciones Económicas In-ternacionales, siendo titular del centro directivoJosé Luis Cerón Ayuso. En el nuevo puesto le“tocó de improviso una de mis vivencias profe-sionales más interesantes… los primerosacuerdos de índole económica establecidoscon los países del centro y este de Europa…”(p.298). Se pudieron negociar esos acuerdosporque en noviembre de 1969 se habían es-tablecido relaciones de carácter consular y co-mercial con Polonia, Rumania, Hungría,Checoslovaquia, y Bulgaria. A estos países y alas negociaciones en ellos habidas dedica unabuena porción de páginas el autor. Siendo bas-tantes, las superan las del epígrafe “Con López-Bravo en casi toda Iberoamérica”: Argentina,Uruguay, Brasil, Paraguay, Colombia, Venezuela,Perú, Bolivia, Cuba, República Dominicana,Honduras, Costa Rica, El Salvador y Guatemala.En total, nada menos que veintiséis páginasque instruyen cumplidamente sobre los paísesrespectivos, y que se complementan con otrasdiez, en lo que denomina “El supuesto Plan Ibe-roamericano”, la Operación Camba de Boliviay el terremoto de Managua.

Polifacético como es, Carlos Robles colaboróen La Codorniz, que dirigía Álvaro de Laiglesia,y ésa fue la puerta del Tribunal de Orden Pú-blico, a donde fue llevado a causa de un artí-culo publicado en aquella revista y queofendió a varios miembros del Gobierno, es-pecialmente al almirante Carrero Blanco. Fueinterrogado por un juez que resultó ser muyrazonable y que declaró no haber lugar a for-malizar la causa ante el Tribunal de Orden Pú-blico. Señala el autor su agradecimiento a esejuez y al ministro López-Bravo; éste siemprele apoyó moralmente y le dijo con ironía: “Túnecesitas un lavado de decreto”, lo que signi-ficaba un nombramiento de embajador. Y lofue en Libia. País del que nos da los aspectosmás relevantes de su realidad y de sus prota-gonistas, incluido, claro está, Gadafi y su es-píritu panarabista; merece la pena leer estaspáginas, especialmente en las actuales cir-cunstancias y porque se hacen consideracio-nes sobre nuestra política respecto a lospaíses árabes. A esta tarea añadió Robles lade embajador no residente en Chad.

Después, ministro –sietemesino, dice con iro-nía– de la Corona. De Educación y Ciencia, encuyo “seno, empezó para mí una nueva vorá-gine, breve y apasionante, en su doble di-mensión: participar en las primerasdecisiones en lo que ya se veía una fase de lavida nacional muy diferente a los 40 añosprevios, procurando que la transición de unaa otra se efectuase en calma y con el menordrama posible; y gestionar el ministerio queconsumía la cuota más elevada en el presu-puesto nacional, y del que dependía enton-ces un verdadero ejército de funcionarios debuena preparación” (p.384). Pese a lo cortodel mandato, describir cuanto en él se hizoexcedería los límites de esta reseña; con todo,recomiendo vivamente la lectura de estas pá-ginas para hacerse una idea clara de los su-cesos acontecidos en el comienzo de latransición política. Sí quiero reseñar el Lla-mamiento para una Reforma Democrática,

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impulsado por Fraga y al que Carlos Roblesse adhiere, colocándose así en el lado refor-mista de aquel Gobierno, que sólo uno fue amedias, por la lealtad a la memoria de Francoque manifestó Arias Navarro y le costó susubstitución.

De nuevo embajador, esta vez en Italia. En elnombramiento algo tuvo que ver el presidenteSuárez, al que Robles se lo agradece. Resumosu estancia en Roma con las propias palabrasdel autor: “Fueron dos años y medio, sólo, degran intensidad, en una vida que –comopuede verse– nunca ha sido monótona”(p.423). “El deshielo en las relaciones políti-cas con Italia, que tuve la suerte de vivir y quealgo pude estimular, se tradujo en cruces devisitas a distintos niveles” (p. 429), incluidala visita de los Reyes al Vaticano que propicióencuentros oficiosos pero cargados de inte-rés. Como complemento, fue embajador noresidente de España en Malta.

Cediendo una vez más a su sentido del deber,abandonó, bien a su pesar, Roma, para ocu-par el puesto de secretario de estado deAsuntos Exteriores. De su labor entonces melimito a destacar los títulos de los epígrafescorrespondientes: Marruecos y la pesca, Gi-braltar, la visita del presidente Pertini, el PactoAndino, la defensa de Canarias, la ruptura conla barbarie en Guatemala, Guinea Ecuatorial yla VI Cumbre de los No Alineados. Por idénti-cas razones, y consciente de la dificultad delnuevo encargo, aceptó la petición del presi-dente Calvo Sotelo y ocupó la Dirección Ge-neral del Ente Público RTVE, entonces unauténtico avispero: “era un compromiso muygrande, no tanto por su tamaño… como porsu enorme influencia en nuestra sociedad”(p.489). Duró poco tiempo, pero pudo llevar acabo con éxito la celebración del mundial defútbol 1982.

Meses en el pasillo y una justa compensa-ción: la presidencia del Instituto de Coopera-

ción Iberoamericana. Celebradas las eleccio-nes del 82, de nuevo como dimisionario, enlos pasillos. Y final de carrera: “después dehaberla ejercido durante años con ilusión, enla casa o en el exterior, mi carrera terminó deun modo gris… el PSOE llegó al poder en1982 con una idea fija: los altos cuerpos dela Administración del Estado venían del fran-quismo, estaban ‘contaminados’ por él y erapreciso depurarlos” (p.503). Más de unohemos sufrido esa depuración. Pero lo queacababa era la carrera administrativa, no lapolítica, que cuajó en dos vertientes, en elseno de un partido político y en la vida par-lamentaria. Ese partido político fue primeroAP, en el que jugó un papel importante, y pos-teriormente, tras la refundación, el PP. Paraquien esté interesado por la evolución y vici-situdes de ambos grupos políticos puede leerlas interesantes páginas que a ello dedicaCarlos Robles (p.506 a 568 passim) y que, ami juicio, resultan imprescindibles tambiénpara entender la realidad española durante laépoca socialista.

La vida parlamentaria del autor dura desde1985 a 1999, catorce densos años, que trans-curren en la Asamblea de Madrid, en el Senadoy en el Parlamento Europeo. En éste, como decostumbre, no perdió el tiempo. Fue miembrotitular o miembro suplente de diversas comi-siones parlamentarias y el pleno del PE aprobóvarios informes suyos sobre temas tan variadoscomo la democratización de África, la acciónpolítica humanitaria de la Unión, el Año Comu-nitario de la Energía, la política energéticacomún y el Tratado de No Proliferación Nuclear.Mientras tanto, dedicó “su tiempo libre” a ejer-cer la Presidencia de la Fundación Cánovas delCastillo, extremo sobre el cual me remito al li-brito editado por la Fundación FAES hace nomucho, titulado Historia de un trabajo bienhecho, en el que figura la labor llevada a cabopor esa institución tripulada por Carlos RoblesPiquer. Mucho más podría añadirse. Por ejem-plo, la gestación y aparición del periódico El

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País, los numerosos viajes, desde Iberoaméricahasta Asia central, pasando por las repúblicasex soviéticas y múltiples países africanos, queinspiraron su tesis doctoral en la Facultad deDerecho de la Complutense, cuya parte generalse editó como libro titulado Europa y el dramade África.

En resumen, y para acabar, estamos ante unavida plena; ante un marido, un padre y unabuelo feliz; ante un trozo de la reciente his-toria de nuestra patria. Ante una personalidadsingular. Ante un gran español.

FRANCISCO SANABRIA MARTÍN

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Una apología de la TransiciónJUAN FRANCISCO FUENTESAdolfo Suárez, la historia que no se contó Planeta, Barcelona 2011, 621 páginas, 23,7 euros.

Uno de los españoles que más y más brillante-mente se ha ocupado de reflexionar sobre lahistoria, don José Ortega y Gasset, dejó escritoque toda historia, y no es pequeña paradoja,habría de contarse entera, y también que la his-toria es siempre un gigantesco intento de revi-viscencia. Se trata de dos exigencias que meparece cuadran perfectamente con el extraor-dinario libro que ha escrito Juan Francisco Fuen-tes. La biografía política de Adolfo Suárez es unrelato que trata de comprender en su integridadla historia personal de quien fue uno de los ar-tífices indiscutibles de nuestra transición, y estambién, desde luego, un noble intento de re-sucitar el carácter y el sentido de la vida del pri-mer presidente de nuestra democracia.

La Transición ha sido sometida en los últimosaños a una insensata relectura. Se puede dis-cutir sobre los motivos políticos que han ani-

mado esa aventura desdichada, pero es evi-dente que tras ese intento de reescribir la his-toria, por supuesto que ad usum delphini, sepueden adivinar amenazas que no tienennada de literarias, un asombroso empeño enrepetir los errores que, tanto la izquierda comola derecha tuvieron el fino instinto de evitar du-rante la Transición, y en ese acierto fue decisivala figura de Adolfo Suárez, un hombre que, aposteriori, podríamos considerar como espe-cialmente dotado para pilotar una nave cuyaúnica deriva estuvo decisivamente determi-nada por el empeño de no repetir los erroresque nos llevaron a la guerra, y a su prolonga-ción por otros medios en que consistió la po-lítica española hasta la muerte de Franco.

La gran paradoja es que haya sido un heredero,biológico y cultural, del franquismo quien másha hecho por apartarnos de esa senda para lle-

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var a España por los caminos de la normalidad,por alcanzar esa democracia liberal que nuncaestuvo en la agenda de quienes a veces se nosproponen como auténticos antecedentes de lalibertad política. El libro de Fuentes se inspiraen las valientes palabras de Luis Araquistain,cuando advirtió de que los españoles habíannecesitado cuatro guerras civiles para darsecuenta de que resultaban inútiles, y puede ha-cerlo porque Suárez, quien seguramente nohabía oído hablar de Araquistain, y los muchosque le acompañaron, a derecha y a izquierda,se empeñaron precisamente en no repetir porquinta vez ese error ya habitual entre nosotros,una experiencia tan dramática como estéril.

La vida política de Suárez tuvo un comienzoescasamente prometedor, el que correspon-día a un personaje muy secundario del sis-tema político franquista que no poseía nitítulos ni fortuna para aspirar a nada. Estabadotado, sin embargo, de una ambición in-mensa y, como se demostró, de un instintopolítico muy afinado, especialmente para lle-gar a lo que le parecía necesario, aunque nole fuese de gran utilidad una vez que hubo decompetir en el ámbito de libertad que tanto ledebía. Suárez comenzó por no ser nadie yllegó a ser la clave de arco de un partido que,lamentablemente, hubo de ser sacrificado,tras haber cambiado de modo radical las re-glas de juego de la política española. La UCDestuvo trufada de personalidades rutilantes,de gentes muy dotadas, de técnicos brillan-tes, de estadistas en ciernes, pero todos hu-bieron de ceder el paso a un político deCebreros que les superaba en audacia, enimaginación, seguramente en sentido histó-rico, si es que tal cosa puede decirse de quienlo ignoraba casi todo respecto al pasado,aunque sabía lo más importante, lo que habíaque evitar. Podía, sin duda alguna, aplicarse aSuárez aquella metáfora de Arquiloco queIsaiah Berlin empleó para distinguir el carác-ter de los grandes pensadores: el zorro sabemuchas cosas, mientras que el puercoespín

sólo sabe una pero muy importante. Suárezpuede parecer, a una primera mirada, unzorro, un personaje astuto, un maniobrerocapaz de engañar a casi todos a un tiempo,pero el Suárez entero que nos ofrece Fuentesse parece mucho más al puercoespín, a al-guien que, al final de su vida pública, redujosu pensamiento a convertirse en el más radi-cal defensor de la democracia, un destino di-fícilmente imaginable en el joven Suárez quellega a Madrid a hacer carrera en el Movi-miento a finales de los años cincuenta.

El primer mérito de Fuentes es su acertadapresentación de ese Suárez verdadero quenos entrega la lectura de las seiscientas pá-ginas del libro. A través de ellas comprende-mos las peripecias de la vida de un españolmuy singular pero muy representativo de lagente de su época, de un hombre que em-pieza una aventura difícil con la convicción ín-tima de que el final no puede ser unadecepción porque los españoles necesitanencontrar un sistema que sustituya con ven-tajas al régimen que inevitablemente habríade desaparecer tras cumplirse las previsionessucesorias, como eufemísticamente se deno-minaba a la muerte de Franco. Parece evi-dente que Suárez no hubiese sido capaz detejer por sí mismo la trama, muy diversa, deoperaciones que debían acompasarse paraconseguir una especie de milagro, que el ré-gimen, que lo había dejado todo atado y bienatado, diera lugar a algo muy diferente, y quelo hiciera sin romper el hilo rojo que habría depermitir, de la ley a la ley, como lo expresóFernández Miranda, el nacimiento de una mo-narquía constitucional en el seno de una de-mocracia liberal. Pero Suárez sí supo ser elpiloto de esa delicada operación, una singla-dura a la que prestó su indiscutible encantopersonal, su enorme capacidad de sacrificio,su obsesiva dedicación a la política.

Los defectos que hoy, más de treinta años des-pués, podamos advertir en los modos y mane-

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ras, por decirlo con una expresión muy fre-cuente en la boca de Suárez, de nuestra de-mocracia, no debieran ocultar el puntofundamental, a saber, que las democracias,desgraciadamente, no garantizan permanente-mente el éxito frente a los errores, los retroce-sos o los disparates. Pero, por defectos que leachaquemos a nuestro sistema, no dejará deser cierto que entre el Rey y Suárez, y con laayuda de algunos otros, pero no muchos, con-siguieron el difícil milagro de atravesar un es-trecho pasadizo entre amenazas y abismos,para llegar a un panorama despejado en elque, pese a grupos criminales (primero el FRAP,el GRAPO y la ETA, ahora todavía, la ETA) y almaximalismo de unos y de otros, la libertad po-lítica pudo asentarse entre nosotros sin temora ninguna nueva guerra civil.

Hasta conseguir su nombramiento como go-bernador civil de Segovia, la vida política deSuárez fue, literalmente, la de uno de tantosalevines del franquismo, más o menos cerca-nos a una o a otra familia, y tratando de tre-par por la cucaña burocrático-política delrégimen que, tras una fachada de impertur-babilidad conocía el navajeo, la adulación yla traición con mayor intensidad, segura-mente, que lo común en las democracias, enlas que, al fin y al cabo, existen también otrosmedios de promoción. Adolfo era un supervi-viente y se sobrepuso con presteza a variosgolpes adversos del destino. Segovia le per-mitió entrar en una nueva etapa: allí pudo co-nocer al entonces Príncipe, con el queestableció una fuerte empatía generacional yse encontró con Fernando Abril Martorell, unode los cerebros que, como más tarde EduardoNavarro, le permitirían a Suárez superar susdeficiencias jurídicas, económicas o técnicas.Después llegaría el paso a Televisión Espa-ñola, que fue una escuela de la mayor impor-tancia para el Suárez de la madurez política,su dirección general y, finalmente, tras crisis yretrocesos pero sin el menor desánimo, unpuesto en el Gobierno.

El paso del Gobierno a la Presidencia, el desa-lojo de Arias y el nombramiento de Suárezcomo primer presidente del Gobierno desig-nado directamente por el Rey, es, tal vez, la fi-ligrana política de mayor complejidad de todala pre-transición; es evidente que tanto el Reycomo Suárez y Torcuato Fernández Miranda ju-garon sus papeles a la perfección, de tal modoque algunos, que iban de prima donna, casi su-cumben del pasmo. Fuentes cree que en todoeste proceso hubo la raíz de un malentendidoprofundo entre Fernández Miranda y el nuevopresidente. Un episodio que llevó, finalmente, auna relación muy desagradable y a una espe-cie de mutuo desdén que tal vez constituye unode los episodios más crueles de la biografíapolítica de Suárez. Pero si sorprendente fue sunombramiento, en medio de sonoras descalifi-caciones, mucho más asombrosa fue la deter-minación y la clarividencia que empleó enrecuperar el precioso tiempo perdido para elproceso reformista durante el Gobierno Arias.Parece evidente que ahí se fraguó el inmensoprestigio y popularidad que llegó a atesorar eljoven presidente, una aureola de éxito y capa-cidad que le convirtieron en el personaje de-seado por los políticos de centro derecha, porlos que estaban iniciando el proceso de for-mación de lo que llegó a ser UCD. Las semanasen que se deshojaba la margarita de la pre-sencia de Suárez en las listas electorales fue-ron, seguramente, los momentos más dulcesen su vida política. De hecho, y como diceFuentes, aunque a propósito de otra situación,las cosas sucedieron de tal manera que la his-toria casi resulta inverosímil. Fue una historiade amor, no exento de conveniencia, que acabómuy poco después en un sonoro divorcio, nosin dejar en pie, y como de paso, los éxitos delos Pactos de la Moncloa y la aprobación de laConstitución, la Constitución de todos, como sela llamó, con un nivel de consenso descono-cido en la historia política española.

El éxito de Suárez fue tan fulgurante comobreve. El libro de Fuentes dedica un tercio de

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sus páginas al ascenso y dos tercios al de-clive, sin que por ello deje de fluir de su plumauna continuada admiración por la persona ypor su carácter. Por asombroso que pueda pa-recer, su desgracia comenzó en el momentoen que los socialistas consideraron que leshabía traicionado por la forma en que ganólas segundas elecciones generales, pero nofueron sólo los socialistas los responsablesde los problemas que amargaron muy pron-tamente los éxitos políticos del personaje.Suárez no fue nunca, en realidad, un líder departido, y esa carencia explica buena parte desus éxitos y la clave de su pronta retirada delprotagonismo político. Los partidos habían lle-gado para quedarse y exigían el manejo deunos registros que nunca interesaron grancosa a Suárez, acostumbrado a una formadistinta de hacer política. Esta observación nose legitima únicamente en su fracaso con laUCD, que le lleva a la dimisión, lo que muypronto consideró, según Fuentes, como elmayor de sus errores, sino también en la ex-traña aventura del CDS que nunca acertó aencontrar un espacio estable en el tablero po-lítico, aunque tal vez no sólo por su culpa.

Que la oposición tratase de acabar con Suá-rez era extremadamente lógico; no lo fue tantola inquina que suscitaron en el seno de UCDmuchas de sus decisiones. Ahora, cuando ladesgracia personal ha convertido a Suárez enuna especie de icono del dolor, se han repe-tido gestos de elogio un tanto oportunistas, y,aunque nunca vienen mal los reconocimien-tos por tardíos que resulten, no creo que esemagro consuelo le hubiese compensado deuna afrenta que seguramente estimaríamayor, que el partido en el Gobierno haya aus-piciado una devaluación delirante del signifi-cado de la Transición, un agravio del que se halibrado por la cruel enfermedad que le afectay que, de haberlo podido experimentar, segu-ramente hubiera disgustado a Adolfo Suárezbastante más que el acoso político al que fuesometido por tirios y troyanos.

El declive político del primer presidente consti-tucional tuvo múltiples causas que Fuentesenumera con tino, y, como si de una tragediagriega se tratase, culmina con lo que Suárezentendió como falta de apoyo de parte del Rey,que siempre había sido un estímulo funda-mental, una situación que Fuentes comparabrillantemente con antecedentes históricos de-cisivos, especialmente con la caída del CondeDuque de Olivares. Suárez no tardó nada encomprobar que, desde el momento mismo desu dimisión, en aras de fines que entendía muysuperiores a su propio interés, había dejado decontrolar los hilos que había manejado conmano maestra en momentos de extrema difi-cultad y tensión política. La normalidad estabanaciendo a costa de su sacrificio, y, aunque seacertó a controlar una última amenaza a la nor-malización de la democracia, Adolfo Suárezcomprobó, con el aplazamiento del congresode la UCD en Mallorca, y la enorme dignidadcon que afrontó los sucesos del 23-F, que losacontecimientos se le habían ido definitiva-mente de las manos. Suárez era todavía muyjoven, y tenía perfecto derecho a rehacer suvida política bajo otras coordenadas, peronunca supo deshacerse del todo del peso quepara él significaba haber sido el gran protago-nista de una inverosímil restauración de la de-mocracia en España.

Este libro no es, desde luego, ni pretendeserlo, una historia de la UCD, ni una historiacompleta de la Transición: es algo distinto,una biografía política extraordinariamentebien construida de uno de sus máximos pro-tagonistas, pero siendo eso, está llamado aser una referencia indiscutible en la historiade esos años decisivos para España, por surigor, por su ecuanimidad, y, por qué no de-cirlo, también por su enorme talento narrativoque se traduce en algo así como un constantein crescendo de su interés que, contra las re-glas comunes, no decae en ningún momento.Siendo una biografía, es un libro de historiarigurosa, una narración entrelazada con refle-

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xión política, con abundantes analogías his-tóricas y, precisamente por ello, puede consi-derarse como una oportunísima apología dela Transición, de una etapa política de nuestrahistoria muy brillante, pero que empezaba aestar amenazada por un eclipse, fruto, a lavez, de la ignorancia en la que se suele perderlo pasado, y de una deficiente interpretaciónpolítica de su significado como una etapaenormemente original, audaz y creativa.

El trabajo del historiador está excepcional-mente documentado. Fuentes parece haberasimilado con éxito cuanto se ha escrito sobreel periodo y sobre su personaje, y utiliza conprecisión y oportunidad un sinfín de testimo-nios y documentos, muchos de ellos inéditos,entre los que destacan el archivo que custo-dia Jorge Trías, y que contiene, entre otros do-cumentos de enorme valor, el relato deEduardo Navarro, testigo excepcional de casitoda la vida política de Suárez. El relato deNavarro tiene casi tanto valor como hubierapodido tener una autobiografía del Duque deSuárez, con el nada pequeño aditamento deser su autor una persona de enorme inteli-gencia y cultura política, de manera que tam-bién para ese testimonio inapreciable valdríadecir lo que el propio Navarro comentaba conhumor y modestia: suelo escribir con la firmade Adolfo Suárez. El político se beneficiaba asíde la potencia reflexiva de un intelectual, y elhombre de gabinete podía sentirse protago-nista de acciones que siempre le habría ve-tado su natural timidez.

Quienes persistan en mantener la memoria deun Suárez caricaturesco, marioneta ligera dedesignios superiores, encontrarán en estelibro un mentís rotundo de esa imagen. Elautor no pretende engrandecer a Suárez, lebasta con describirlo de manera muy cercana,con narrar lo que pasó a la vista de todospara construir la imagen de un gran político,de una persona excepcionalmente dotadapara el caso, de alguien que desmontó la ima-

gen, en último término franquista, de que unpolítico debiera ser un gran jurista, un granprofesor, un gran lo que fuere. Suárez fue sen-cillamente un político excepcional, alguienque supo explotar a fondo sus talentos, entreotros su fuerte magnetismo, que Fuentes des-cribe con detalle en una memorable entrevistatelevisiva entre Suárez y Mercedes Milá, y queera, además, muy consciente de sus caren-cias, lo que le llevó a rodearse de la gentemás capaz que encontraba a mano. La histo-ria que ha construido Fuentes es, como lo essiempre la gran historia, muy estimulante, muyrecomendable, especialmente en tiempos depostración como los que ahora mismo vivi-mos. A veces se ha dicho que Suárez no creíaen nada, pero es más bien verdad que creíaen lo más esencial, en las posibilidades deEspaña, en las ganas de la gente de vivir en li-bertad y de progresar, en que no había quetener miedo a nada, en que había que con-seguir que el futuro estuviera ya para siempreen nuestras manos con la seguridad de quesería mejor que ese pasado del que Suárez,como subraya acertadamente Fuentes, noquería saber nada; del que, de algún modopersonalmente muy sentido, estaba en reali-dad huyendo.

Suárez dijo en su discurso de dimisión que noquería ser un obstáculo en la naciente demo-cracia. Se trata de palabras que se prestarona muy diversas interpretaciones, especial-mente, visto lo que pasó luego. Fuentesapunta que, en realidad, más que un discursode razones para dimitir, es un discurso de ex-cusas por hacerlo. Sea como fuere, ahora po-demos decir que el declive político de AdolfoSuárez no ha afectado sustancialmente al sis-tema que él contribuyó a poner en pie. Des-pués de esos sucesos tan dramáticos Suáreztrató de rehacer su vida, que no podía ser otracosa que vida política, pero se vio arrebatadopor una sucesión indomeñable de desgraciaspersonales que acabaron por quebrar susalud y su conciencia. Fuentes toca esta parte

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de la biografía, no exenta de episodios pinto-rescos, de manera enormemente equilibrada,con el respeto que se debe a uno de nuestrosFounding Fathers. El libro se lee con enormefacilidad y, si me permiten el consejo, e inde-pendientemente de las ideas políticas decada cual, debe leerse porque es una impa-gable lección sobre nosotros mismos, y, comotal, una llamada al rigor y a la ambición, queson las virtudes capaces de hacer que un paíspueda ser verdaderamente dueño de su des-tino. Los que no hayan vivido los hechos nopodrán evitar una cierta sensación de angus-tia y de vértigo, al asistir en directo a mo-mentos tan críticos como decisivos de nuestra

historia reciente. Pero creo que una gran virtudadicional de este magnifico libro es queacierta a trasmitir el optimismo que, en elfondo, presidió la gran aventura del políticoabulense. A Suárez le gustaban las citas delQuijote, una de ellas apareció en el manifiestocon el que se lanzó a la política el CDS en1982 y ahora me viene a la cabeza con estalectura: “–¿Qué te parece desto, Sancho?–dijo Don Quijote– ¿Hay encantos que valgancontra la verdadera valentía? Bien podrán losencantadores quitarme la ventura; pero el es-fuerzo y el ánimo será imposible”.

JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS

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¡Asombraos ante tantos simplismos!STÉPHANE HESSEL¡Indignaos! Un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacíficaPrólogo de José Luis Sampedro, traducción de Telmo Moreno Lanaspa Ediciones Destino, Barcelona, 2011, 60 págs.

Cuando he concluido la lectura de este breví-simo alegato de Stéphane Hessel –porque deesas 60 páginas hay que restar las páginas 9-15del prólogo de Sampedro, así como las notasadicionales del editor y del epílogo firmado porSylvie Crossman (páginas 49-60)– he quedadoasombrado. Se ha difundido la noticia de quesu edición francesa ha tenido más de un millónde lectores y que la española supera la cifra delos cien mil. ¿Y por qué ese asombro?

Desde luego por la falta de rigor que plan-tea en algo que centra buena parte de sualegato: la economía. Para empezar, los fi-nancieros, para Hessel y quienes, al parecer,han pasado a ensalzarle, son los culpablesde la crisis actual. Nadie serio –sí los dema-gogos– sostienen eso. Veamos, por un lado,la pléyade de los economistas que lanzaronideas equivocadas, y que se hallan en el im-presionante catálogo de las páginas 55-130

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de la, por otro lado, imprescindible obra deGuillermo de la Dehesa, La primera gran cri-sis financiera del siglo XXI. Orígenes, deto-nantes y efectos, respuestas y remedios(Alianza, 2009). Pero, claro, el enterarse deeso exige trabajo y no simplismos. Y al ladode la formidable influencia que tuvieron susalegatos, se encuentran, también equivoca-dos radicalmente, políticos situados enpuestos de responsabilidad en esa etapa.Concretamente, en Estados Unidos, a mi jui-cio, está muy claro lo que sostiene Axel Lei-jonhufvud en su artículo “Two systemicproblems”, en Policy Insight (enero de2009). Para este importante economista, lacrisis financiera se debió a una falta de re-gulación financiera enlazada con una malapolítica monetaria, y de ninguna manera a laavaricia de los financieros. El personaje claveque señala como responsable de estas equi-vocaciones fue, en Estados Unidos, Alan Gre-enspan, cuya política en la presidencia delConsejo de la Reserva Federal, quizá paraocultar problemas de distribución muy desi-gual de la renta norteamericana, provocó uncaos financiero claro. En España, por lomismo, la responsabilidad, en parte notable,corresponde a Pedro Solbes.

Los financieros, los denostados banqueros, hi-cieron lo que hacen siempre. Traduzco de laobra de Keynes famosa, The General Theoryof Employment Interest and Money (Macmi-llan, 1936), de sus páginas 156-157: “La sa-biduría de este mundo nos enseña que esmejor, para mantener la reputación, equivo-carse como hacen todos, que triunfar contra laconducta general”, porque quien no actúa así,“si tiene éxito, confirma la creencia general deque se trata de un temerario, y si fracasa acorto plazo, lo que es harto probable, nohabrá compasión para él”. Ignorar todo esto,tan sabido, es lamentable.

Otra frase que no tiene desperdicio es éstade la página 25: “Los bancos privatizados se

preocupan en primer lugar de sus dividen-dos y de los altísimos sueldos de sus diri-gentes, pero no del interés general”. Pero, elinterés general, ¿no es cosa que determinanlos políticos? ¿Se pretende que los banque-ros sean políticos? Una y otra vez convendríaque muchos leyesen el excelente artículo deMilton Friedman, “The Social Responsabilityof Business is to Increase its Profits”, publi-cado en The New York Times Magazine (13septiembre de 1970). Traduzco uno de suspárrafos: “En una empresa en mercado libre,dentro de un sistema de propiedad privada,un alto dirigente de cualquier negocio es unempleado de los accionistas propietarios deese negocio. Tiene una responsabilidad di-recta ante estos empleadores. Esa respon-sabilidad es la de dirigir la actividad de esenegocio de acuerdo con los deseos de éstos,que normalmente serán que haga tanto di-nero como sea posible, pero de acuerdo conlas normas básicas de la sociedad, tantoaquellas encarnadas en la ley como aque-llas encarnadas en los hábitos morales. Porsupuesto, en algunos casos sus empleado-res pueden tener objetivos concretos y dife-rentes. Un grupo de personas puedeestablecer una fundación con propósitos ca-ritativos, por ejemplo, un hospital o una es-cuela. El dirigente de tales fundaciones, encambio, no tendrá el beneficio económicocomo su objetivo, sino el de rendir ciertosservicios”. Y ese banquero, continúa Fried-man, como persona, puede tener muchasotras responsabilidades, pero no como ban-quero. Sus responsabilidades son aquellasque “él reconoce o asume voluntariamente:hacia su familia, hacia su conciencia, haciasus sentimientos caritativos, hacia su iglesia,hacia sus clubs, hacia su ciudad, hacia supaís… Pero en todo esto, está actuandocomo jefe de sí, no como agente; está gas-tando su dinero, su tiempo o su energía, noel dinero, el tiempo o la energía de sus em-pleadores…”. E individualmente puede pare-cerle que sea lógico el financiar proyectos

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como los de algunas de las ONG que son se-ñaladas como movimientos sociales “activosy eficientes” en la página 34.

Evidentemente se desprende de lo dicho queHessel y sus epígonos defienden (páginas22-23) toda una amplia gama de estatifica-ciones. Olvidan dos anotaciones del Verba-tim (Fayard, 1993) de Jacques Attali. La una,del 2 de junio de 1981, donde recoge la exi-gencia de Mitterrand, recién elegido presi-dente de la República Francesa, al primerministro, Pierre Mauroy, para que sometieseal Parlamento una enorme cantidad de es-tatificaciones empresariales, señalándole:“Si no se hace ahora, no se hará nunca”. Lasegunda, del 20 de marzo de 1982, menosde nueve meses después, cuando otro so-cialista bien conocido, Jaques Delors, tele-fonea a Attali ante las consecuencias de esapolítica económica al grito de “¡es el Bere-sina!”, esto es, la batalla que en este ríodestrozó definitivamente al ejército napoleó-nico y liquidó su campaña de Rusia. Agre-gaba Delors: “No nos mantendremos muchotiempo así. Es preciso que Mauroy se vaya”;o sea, era obligado rectificar.

Asimismo aparecen expresiones sin rigor,como la de la página 25: “Nunca había sidotan importante la distancia entre los más po-bres y los más ricos”. Se trata de una típicaexageración anticientífica y, por ello, critica-ble. Acaba de publicarse por el INSEE francés–apareció el 28 de abril de 2011– un estudiosobre esto: “Inégalités de niveau de vie etpauvreté de 1996 à 2009”. En él se observaque, de 2004 a 2008, “las desigualdades denivel de vida tienen tendencia a aumentar”,

lo que confirma estudios previos en este sen-tido de Camille Landais y de Julie Solard. Y seexplica que esto se debe, en buena parte, aque han aumentado las rentas derivadas delpatrimonio, lo que se liga a que la poblaciónha envejecido y que éstas son las rentas quela gente de más edad percibe esencialmente.Deja claro el estudio que la ampliación delnúmero de las familias monoparentales in-crementa el grupo de quienes percibenmenos rentas. Como contraste, las familiasnormales, con dos o más hijos, han visto me-jorar su situación económica en el periodo. Elporcentaje de las pobres entre estas familias–las que perciben 949 euros o menos derenta al mes– ha caído del 27’8% en 1996 al19’7% en 2008. Esto es: o se señalan estasmatizaciones o se trata de afirmaciones sinrigor, como, por cierto, es todo el contenidodel texto.

¿Para qué seguir? Dejemos a un lado queese apóstrofe del título, esa indignación, noafecta a Cuba ni a China, pero sí a EstadosUnidos. Que en ninguna parte, como cau-sante de pobreza de agobios mil, está la co-rrupción. Claro que el índice de percepciónde este fenómeno señala directamente a Ve-nezuela. Y que algo en este documento, in-cluso justifica al terrorismo. Léase losiguiente de la página 39: “Hay que com-prender la violencia como una lamentableconsecución de situaciones inaceptablespara aquellos que las sufren”.

Como catálogo de simplismos seudoprogre-sistas no está mal.

JUAN VELARDE FUERTES

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Decir que la dignidad de la persona es unanoción esencial en cualquier sistema demo-crático –y, en consecuencia, también en el or-denamiento constitucional español– es algobastante obvio. Para constatarlo, basta conempezar a leer nuestra Constitución y, apenasacabado el Título Preliminar, nos encontramoscon el precepto que abre la serie dedicada alos derechos y deberes fundamentales, el en-jundioso artículo 10, que en su primer apar-tado proclama solemnemente que la dignidadde la persona es, junto con otros valores, “fun-damento del orden político y de la paz social”.Como ha afirmado el Tribunal Constitucional,“nuestra Constitución ha elevado también avalor jurídico fundamental la dignidad de lapersona”, que “es un valor espiritual y moralinherente a la persona, que se manifiesta sin-gularmente en la autodeterminación cons-ciente y responsable de la propia vida y quelleva consigo la pretensión al respeto porparte de los demás. La dignidad está recono-cida a todas las personas con carácter gene-ral” (STC 53/1985, F.J. 8).

La dignidad es, además, un concepto conbuena reputación entre los ciudadanos, que nodudan en invocarla ante situaciones que con-sideran contrarias al orden de valores propiode un Estado de Derecho. Así, en el lenguaje

común –casi siempre con escasa precisión téc-nico-jurídica, pero, al mismo tiempo, comoprueba evidente de su plena incorporación alos estándares de la conciencia social– no esinfrecuente oír voces individuales o colectivasque apelan a la dignidad, en su vertiente ne-gativa (“esto es indigno”), para denunciar unadeterminada actuación o situación de hecho,de la que generalmente se responsabiliza a lospoderes públicos. En este sentido, la dignidadocupa, junto con otros dos valores superioresde nuestro ordenamiento (la justicia y la igual-dad), un lugar preferente en la escala axioló-gica de la sociedad, cuyos miembros, ya desdela más tierna infancia, clasifican todo aquello–desde lo más elevado a lo más nimio– que nocreen conforme a ese orden ético-jurídico en,básicamente, tres categorías: “injusto”, “discri-minatorio” y, por lo que ahora interesa, “in-digno”. Por todas estar razones, se puedeafirmar que estamos ante un concepto capitalde nuestro sistema político y jurídico.

La familiaridad con que se emplea el término“dignidad” no debe, sin embargo, llevarnos a laerrónea conclusión de estar ante una nociónperfectamente definida. Antes bien, como ocu-rre con los grandes principios filosófico-jurídi-cos, la dignidad es una idea de difícilconcreción y, por lo tanto, su delimitación se

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La dignidad de la personaEvolución histórico-filosófica, concepto, recepción constitucional y relación con los valores y derechos fundamentales

ALBERTO OEHLING DE LOS REYESDykinson (Colección Dykinson-Constitucional), Madrid, 2010 (533 págs.)

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presenta como una tarea ardua. Es verdad quela complejidad de precisar la dignidad puedetener un lado positivo, al permitir adaptar dichoconcepto a los siempre cambiantes imperati-vos sociales; pero no es menos cierto que tam-bién entraña el peligro de convertirlo en unasimple forma hueca, con escaso o nulo conte-nido, o bien en una idea tan elástica que sirvapara calificar cualquier hecho o acto como“digno” e “indigno” a la vez. Es necesaria, pues,una sólida caracterización jurídico-constitucio-nal de la dignidad, y esto es lo que ha hechocon solvencia el profesor Alberto Oehling de losReyes en su libro La dignidad de la persona(Evolución histórico-filosófica, concepto, re-cepción constitucional y relación con los valo-res y derechos fundamentales).

Debo reconocer que, al reseñar esta obra delprofesor Oehling, no puedo ser totalmente ob-jetivo. Me lo impide el conocimiento directo delautor, con quien me une, en lo personal, un lazode amistad y, en lo profesional, la condición decompañeros en el área de Derecho Constitu-cional de la Facultad de Derecho de la Univer-sidad de las Islas Baleares, dirigida por elcatedrático Joan Oliver Araujo. Quien conozca aAlberto Oehling (aquí desprovisto de la vesteacadémica y, como diría Pilatos, únicamentecomo hombre, como persona) no puede sinohablar bien de él. Estamos ante alguien que,como hombre o persona –términos, por lodemás, no del todo coincidentes a efectos dela posesión de la dignidad, como el propioautor pone agudamente de relieve–, merece sinduda el título de digno, porque reúne las virtu-des que, según los postulados kantianos quetan bien estudia en su libro, lo convierten enun verdadero modelo universal de conducta.Pues bien, estos valores personales tienen,además, la facultad de proyectarse sobre sulabor científica, que también es un paradigmade rigor y seriedad, como lo demuestra clara-mente este libro y, antes, la tesis doctoral de laque trae causa, elaborada con esmero bajo ladirección del profesor Francisco Fernández Se-

gado y brillantemente defendida, con la má-xima calificación, en la Universidad Complu-tense de Madrid en enero de 2010.Conociendo a la persona y habiendo leído sulibro, me surge la misma pregunta que se meha suscitado en alguna otra ocasión ante untrabajo extraordinario: ¿es, en verdad, el autorquien elige –esto es, escoge entre varias op-ciones– el tema o, por el contrario, es éste elque atrae irremisiblemente a aquél porque hayentre ambos una suerte de nexo natural? Seacual sea la respuesta, lo cierto es que, por loque respecta a la dimensión jurídico-constitu-cional de la dignidad de la persona, no se meocurre un tema más idóneo para el profesor Al-berto Oehling ni un autor más apropiado paratratarlo.

Entrando de lleno en el contenido del libro, losprimeros capítulos se dedican a analizar la no-ción de la dignidad de la persona en el deve-nir histórico –siempre con la referencia de superspectiva jurídica– y a exponer, de manerasistemática y crítica, su construcción filosófica.Para ello, el profesor Oehling maneja con sol-tura argumentos en los que no siempre es fácildesenvolverse y establece un diálogo fluido conauténticos clásicos del pensamiento (Cicerón,Leibniz, Kant). Esta tarea se prolonga hasta laprimera parte del capítulo tercero, en la que,mediante la clasificación de las diferentes con-cepciones y posiciones adoptadas ante la dig-nidad (condicionales, universales o generales,materialistas, escépticas o negativas), el autornos deja a las puertas de su noción jurídico-constitucional, que aborda en la segunda partedel capítulo y que, en síntesis, concreta enestos términos: “En definitiva, desde nuestrocriterio, la dignidad no se trata de una ilumi-nación mística, sino de una realidad perenneen el ser humano, derivada de su propia fragi-lidad y debilidad frente al medio que le cir-cunda, y que se traduce, en cuanto conceptojurídico-constitucional, en una obligación delEstado de satisfacer necesidades humanas,principalmente garantizando los derechos fun-

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damentales, la libertad, la igualdad, la integri-dad personal a todos los niveles y de posibili-tar la optimización de todas las potencialidadesdel individuo tanto en lo personal como en sufaceta relacional. La recepción constitucionaldel concepto de dignidad, con vocación real delograr mayores cotas de respeto y considera-ción al prójimo a todos los niveles, se mani-fiesta así como una consecuencia del progresode la civilización, pero, además, como uno delos mayores logros del pensamiento humano”(págs. 151-152).

El capítulo cuarto versa sobre el sujeto de ladignidad. Aquí, según se ha apuntado, el pro-fesor Oehling traza una sutil distinción entrela “dignidad de la persona” y la “dignidad hu-mana”. Ambas nociones, pese a su afinidad,no enteramente coincidentes, y el autor –conbuen fundamento– se decanta por la primera(que es, por cierto, la fórmula adoptada por elartículo 10.1 de nuestra Constitución). Comoél mismo afirma, “la referencia a la dignidadde la persona, como hace el artículo 10.1 dela CE, es más ajustada a los matices poste-riormente introducidos por la jurisdicciónconstitucional y a la realidad jurídica mo-derna. Ciertamente, se podría comprender laconcepción constitucional de persona origi-nariamente también referida a todo ser hu-mano como sujeto pleno de dignidad. Pero sise entiende la dignidad dependiendo de lapersonalidad, entonces la dignidad de la per-sona ha devenido en un concepto más pre-ciso. De este modo se distingue entredignidad humana y la dignidad plena de lapersona” (pág. 224)

La recepción constitucional de la idea de dig-nidad de la persona se analiza en el capítuloquinto. A tal fin, el autor estudia y compara elmodo en que se ha asumido este principio enla mayoría de ordenamientos democráticos,desde la Europa continental al mundo anglo-sajón, pasando por el sistema jurídico de laUnión Europea. Esta amplia mirada le permite

identificar dos modelos predominantes deconfiguración constitucional de la dignidad: larecepción por vía de la Constitución (como seha hecho en España) y la conformación porvía de interpretación constitucional. A su vez,el profesor Oehling constata que, dentro de laprimera fórmula, se pueden apreciar maticesmuy importantes en el grado de eficacia de lanoción constitucional de dignidad. En efecto,no es lo mismo entender la dignidad como underecho subjetivo del individuo (como hacela Constitución alemana), que como un valoro principio jerárquico superior que ha de pre-sidir la labor de creación e interpretación jurí-dica (dirección en la que la jurisprudenciaconstitucional ha interpretado el concepto dedignidad recogido en el artículo 10.1 de nues-tro Texto Fundamental).

En este punto, el autor disecciona con preci-sión la doctrina del Tribunal Constitucional es-pañol, para quien la dignidad es “un minimuninvulnerable que todo estatuto jurídico debeasegurar, de modo que, sean unas u otras laslimitaciones que se impongan en el disfrutede derechos individuales, no conlleven me-nosprecio para la estima que, en cuanto serhumano, merece la persona. Pero sólo en lamedida en que tales derechos sean tutelaresen amparo y únicamente con el fin de com-probar si se han respetado las exigencias que,no en abstracto, sino en el concreto ámbitode cada uno de aquéllos, deriven de la digni-dad de la persona, habrá de ser ésta tomadaen consideración por este Tribunal como refe-rente. No, en cambio, de modo autónomopara estimar o desestimar las pretensiones deamparo que ante él se deduzcan” (STC120/1990, F.J. 4).

Esta concepción, que es también la predomi-nante en la doctrina científica española, nosatisface al profesor Oehling, quien –con ra-zones de diverso signo, pero de notable fuerzapersuasiva– se decanta por entender la dig-nidad como un verdadero derecho funda-

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mental. Como puede suponerse, esta carac-terización no deja de plantear problemas que,por su profundidad, no es posible tratar aquí;sí cabe decir, empero, que el autor en ningúnmomento rehúye tales cuestiones, sino que,por el contrario, de manera minuciosa, las ex-pone, analiza y trata de rebatir. Estas consi-deraciones le llevan a enlazar con el temaobjeto del último capítulo del libro, dedicadoa la dimensión relacional de la dignidad de lapersona o, en otras palabras, a su conexióncon los valores superiores y los derechos fun-damentales.

Sobre todo esto trata el libro del profesor Al-berto Oehling de los Reyes. En su estudio de ladignidad ha examinado, por un lado, una ex-tensa y sólida literatura, que incluye tanto apor-taciones de la doctrina española como de

relevantes autores extranjeros (especialmentealemanes); por otro, una vasta colección detextos jurídicos españoles, extranjeros e inter-nacionales (normas constitucionales, tratados,leyes, reglamentos, jurisprudencia constitucio-nal y ordinaria); y, finalmente, una rica casuís-tica conformada por situaciones acaecidas enla práctica que plantean cuestiones relaciona-das con el núcleo mismo de la noción de dig-nidad. A estas fuentes de conocimiento haaplicado el autor su rigor científico, su férreadisciplina de trabajo y su fina prosa, con un re-sultado que cabe calificar de excelente. Esta-mos, pues, ante una obra llamada a ser lareferencia en el estudio jurídico-constitucionalde la dignidad. Por ello, es mucho más que untrabajo simplemente digno.

VICENTE JUAN CALAFELL FERRÁ

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Ingenuidad aprendida

JAVIER GOMÁ LANZÓNEd. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2011. 175 págs.

Ingenuidad aprendida es el programa sustan-tivo que Javier Gomá propone para rescatarlas democracias liberales occidentales de laactual carencia de normas éticas y del in-fructuoso intento de contrarrestar esta ano-mia a través de un exceso de regulaciónjurídica. Con este libro, Gomá –que ya refle-xionó sobre la ejemplaridad cívica en Imita-ción y experiencia, Aquiles en el gineceo y

Ejemplaridad pública– pretende redefinir elestatuto de la filosofía para generar sistemasde pensamiento razonables y sociables quefomenten la convivencia entre los individuos.

Estructurado en siete capítulos de procedenciadiversa, desde conferencias a colaboracionesliterarias, Gomá los adapta a la presente edi-ción a través del nexo que supone su ideal

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prescriptivo de una filosofía mundana. Y de ahísu título, porque las propuestas contenidas co-rren el riesgo de ser consideradas ingenuas porla mentalidad posmoderna.

La potencia de la posmodernidad para gene-rar un autocuestionamiento constante de Oc-cidente y la ruptura radical con los elementosclave de la modernidad no son sólo dos for-mas más del incesante fluir de visiones delmundo como ofertas filosóficas de sentido, noson tanto “un cambio dentro del sistemacomo un cambio del sistema mismo, sobre-venidamente percibido como un cuerpo dedoctrinas fosilizadas”.

Si la posmodernidad defiende la autorreflexi-vidad como valor autónomo, la tesis de la “di-ferencia” y la impugnación de todas lasgrandes narrativas con pretensión de genera-lidad, Gomá pretende articular un “discursoque define los interrogantes que son intrínse-cos a la común mortalidad humana y que poreso mismo a todos nos golpean con parejaemoción y fuerza”.

La filosofía propuesta por Gomá parte de lapremisa de que toda verdad lanzada almundo debe superar un “test de mundani-dad” que demuestre que, además de racio-nal, es razonable y persuasiva. Esta filosofíamundana es ética antes que epistémica ydescansa sobre la creatividad y las conduc-tas de alta urbanidad. Frente a esta filosofíaencontramos las filosofías de la sospecha–arrebatos de pensadores misántropos en-frentados al mundo– que cargaron con unanota de perversidad cualquier inhibición so-cial despojándolas de su carácter vinculante.

La consecuencia de este ejercicio sistemáticode la sospecha fue la liberación individual,acelerada durante la segunda mitad del sigloXX, que no llevó aparejada la emancipación.Para conocer este camino de liberación,Gomá propone, con enorme elegancia expo-

sitiva, una historia de la cultura occidental encuatro imágenes del mundo: la imagen cos-mogónica-genealógica, la cosmológica, lasubjetivista moderna y la lógico-científica.

La imagen cosmogónica-genealógica, repre-sentada por la Teogonía de Hesíodo, consi-dera que el elemento discriminador depertenencia a un grupo son los enlaces gene-alógicos, lo que extrapolado al cosmos con-vertía a éste en el linaje de una familia real, enhogar común que permitía vivir sin angustia.

La segunda imagen –la cosmológica– des-cansa en escenarios como los narrados porHomero, repletos de héroes ejemplares queredimen las zonas oscuras de la existencia.Gracias a la asistencia filosófica de Platón,esta imagen permanecerá vigente hasta elsiglo XVIII. Todo cuanto existe es símbolo queremite a una instancia invisible superior y par-ticipa de un paradigma ideal que le confierefundamento.

La imagen de la subjetividad aristocrática,propia del Romanticismo, considera que noexiste objetividad posible porque todo el cos-mos ha caído en la incertidumbre y carece desimbolismo y de analogía con lo invisible y di-vino. El esfuerzo del hombre moderno estaráorientado a crear una moral autónoma.

La legalidad filosófica, lógica y jurídica, al-canzó su madurez cuando apareció un uni-verso abstracto, mecánico y susceptible dereducción a regularidades. Surgió entonces laimagen lógico-científica, acompañada del ad-venimiento de la democracia. El igualitarismoético e igualitarismo epistemológico de laciencia se reforzaron mutuamente mientras elaristocratismo decayó.

Después de describir nuestra cultura conestas cuatro imágenes, Gomá señala que elpresente es testigo del declive de una culturamilenaria y de la gestación de otra distinta

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que aún no está consolidada. La realidad esconsiderada de este modo una construcciónsocial, histórica y contingente. Por tanto, esnecesario que la filosofía mundana moldeeuna imagen del mundo para las generacionesvenideras, sin apenas precedentes en los queinspirarse.

Generar una nueva imagen del mundo resultafundamental porque, sin fundamentos abso-lutos y trascendentes, una cultura edificadasobre la contingencia se colapsaría en la in-moralidad, la abominación y la anarquía. Paraevitarlo, hay que alcanzar un mandato incon-dicional y vinculante que garantice dichascondiciones finitas de la urbanidad, lo quepuede conseguirse si se promueve la virtudcívica, que evitaría la atomización individual yque el civismo quede condenado a una pere-grinación moral en solitario.

Estas motivaciones cívicas deberían provenirde esa ingenuidad que, a juicio del autor, escapaz de atravesar el relativismo para alcan-zar la objetividad de las cosas. Y con esta dis-posición debemos afrontar el reto de lamortalidad, un reto que se elige y se realiza enla esfera pública. Es también en la esfera pú-blica donde se alcanza la ejemplaridad, por-que quien realiza su mortalidad en la polisgeneraliza su conducta y se ofrece comoejemplo a los demás.

En su búsqueda de una filosofía mundana,Gomá recurre a Ortega y Gasset. En primerlugar, critica el sueño orteguiano de una vidainfinita que haga desaparecer la contingenciacon sólo desearlo, porque tal sueño sirve parano sucumbir a la amargura pero no se puedeconstruir una teoría de la vida al margen denuestra condición mortal. En segundo lugar,de Ortega destaca que su unión de belleza,cortesía y búsqueda de la verdad es el ca-mino que el filósofo mundano debe seguir siaspira a conseguir un sistema propicio parala convivencia.

La ingenuidad, finalmente, es un alegato con-tra el privatismo porque las exhortaciones alindividuo –a que “sea él mismo”, a que “vivaa su manera” porque su “vida es suya” y a quenadie tenga derecho a opinar sobre su estilode vida– tienen como consecuencia la dico-tomía entre la esfera pública –saturada denormativismo– y la privada –abandonada a laanomia–, lo que desemboca en la imposibili-dad de alcanzar reglas éticas comunes.

Para combatir las conductas antisociales yanómicas, el Estado recurre a la coacción yal hiper-normativismo que, a su vez, generaun mayor privatismo libertario. Ante esta tesi-tura, la civilización no puede ser edificadasobre una esfera privada en continuo estadode liberación y por eso, para emancipar alhombre, es necesario pensar qué forma debeadoptar la civilización.

En este sentido, el hombre debe aprender aser libre porque el paso de la vida privada ala pública implica una decisión sobre el ejer-cicio de su libertad, la sustitución de la ano-mia por un ideal que involucra todas lasdimensiones de su personalidad a través dela costumbre. Las costumbres que cumplenla función ético-política de socializar la virtudcívica merecen el nombre de ‘buenas cos-tumbres’ y para reconstruirlas Gomá proponecombinar los modelos comunitarista y repu-blicano.

De acuerdo a la lectura que de esta combi-nación realiza el autor, el republicanismo rein-troduce la virtud en la vida privada y elcomunitarismo señala que dicha virtud sólopuede encontrarse y practicarse en un cuerpode costumbres cívicas. La combinación deambos modelos generaría buenas costum-bres: al tiempo que el comunitarismo previenela pulsión republicana de imaginar una repú-blica virtuosa e igualitaria de corte estatalista,el republicanismo concede prioridad al biencomún y a la igualdad ante la ley para impe-

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dir la tentación comunitarista de recurrir acostumbres premodernas.

Tras un ejercicio descriptivo, analítico y norma-tivo valiente y lúcido, la propuesta prescriptivade Ingenuidad aprendida es discutible. La com-binación que propone Gomá, de comunita-rismo y republicanismo, con una comunidadcerrada que precisa de adhesión sin fisuras yque encarna una realidad ontológica que re-presenta el bien en sentido moral, no garantizael respeto a los derechos individuales. Vincularlibertad y virtud cívica con el altruismo tampocogarantiza una contrapartida segura, más alláde la retórica o de que la concepción republi-cana del bien común no permanezca ajena,como ocurre a día de hoy, al concepto de so-beranía popular.

Gomá, a través de Ingenuidad aprendida, rea-liza una crítica certera de la posmodernidad y

del relativismo que la acompaña, al tiempoque intenta formular una respuesta ética a lapregunta de cómo vivir juntos. Por medio de laingenuidad intenta dar respuesta a las ambi-güedades de una posmodernidad que a suvez se revela incapaz para satisfacer las con-tradicciones de la modernidad.

El sendero que Gomá ha olvidado es el del li-beralismo, al que parece vincular a una suertede proceso de liberación que ya ha alcanzadosu cénit. En este sentido, olvida los retos queaborda el liberalismo en un intento de produ-cir costumbres cívicas y de compatibilizar ladefensa de derechos individuales con el com-promiso de vincular los lazos de convivenciade los individuos que conforman la polis, enun tiempo en el que las relaciones del yo conlos otros son desordenadas.

MARIO RAMOS VERA

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La historia de la libertaden Estados Unidos

ERIC FONEREditorial Península, Barcelona, 2010. 640 págs.

A muchos europeos se les escapa una sonri-sita de suficiencia cuando ven a ciudadanosnorteamericanos protestando contra su Go-bierno disfrazados de colonos y rememorandoel Motín del Té. El fenómeno del “Tea Party”resulta difícil de entender en el Viejo Conti-nente porque no somos conscientes de hasta

qué punto la libertad forma parte del ADN delos estadounidenses.

El libro de Eric Foner, uno de los más reputa-dos historiadores norteamericanos, es unbuen remedio para tales males. Esta obra ex-plica cómo la libertad fue el cimiento sobre el

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que se construyó la nación americana quenació de la revolución de 1776. De maneraque, tal y como señala el autor, “no hay ideamás fundamental para el sentido que los es-tadounidenses tienen de sí mismos como in-dividuos y como nación que la de libertad”.

La libertad, para los padres de la nación, sesustentaba en tres pilares fundamentales: lalibertad individual, la democracia política en-tendida como derecho a participar en el go-bierno, y la oportunidad de medrar en la vida.Éste es el punto de partida, porque a partirde ese momento la idea de libertad ha idocambiando a medida que lo hacía la propiasociedad estadounidense y también ha idoampliándose a nuevos beneficiarios.

El libro del profesor Foner analiza la evoluciónque el concepto de libertad ha sufrido en Es-tados Unidos desde sus orígenes hasta losaños 80 del pasado siglo. La contextualiza-ción histórica le permite explicar la influenciaque las circunstancias concretas de cada pe-riodo histórico han tenido en este proceso.Pero, además, pone el foco de atención en lacontroversia que siempre ha existido sobrequé debe entenderse por libertad. La conti-nua revisión de este concepto se producesiempre a partir del choque entre concepcio-nes enfrentadas sobre lo que es la libertad.

Quizás el ejemplo más revelador a este res-pecto sea la Guerra de Secesión, en la queambos bandos lucharon por la libertad. Parael Sur la libertad suponía autogobierno y pro-tección de la propiedad, ya que la propiedadde medios de producción, incluidos los es-clavos, era lo que les convertía en hombres li-bres. Para el Norte libertad significaba quetodos los hombres, sin distinciones, tenían de-recho a gozar del producto de su trabajo. Lavictoria unionista impuso en todo el territorioestadounidense su concepción de libertad, demodo que la igualdad pasó a ser un compo-nente esencial de la misma.

Lo cual explica que desde entonces los que hanreclamado igualdad de derechos en EstadosUnidos, desde las sufragistas hasta los activis-tas por los derechos civiles, hayan planteado sulucha por la igualdad como una batalla por la li-bertad, igual que los abolicionistas.

Dada la centralidad de la noción de libertaden la sociedad y en la política estadounidenseresulta lógica esta apelación a la misma envez de al principio de igualdad. No hay mejormanera de atraerse las simpatías de los nor-teamericanos que plantear una causa comola abolición de una nueva forma de esclavi-tud, ya sea “esclavitud salarial” o la “esclavi-tud de sexo”.

Por ello, siguiendo el ejemplo de los abolicio-nistas, también es frecuente la apropiaciónpor parte de estos grupos de los símbolos yacontecimientos históricos que representan elcompromiso de la nación americana con la li-bertad, como la Estatua de la Libertad deNueva York, la Campana de Libertad de Phila-delphia, o el Motín del Té de Boston.

La identificación de todos ellos con la libertadcomo valor esencial de la nación americana hahecho de ésta un poderoso elemento de inte-gración a lo largo de los siglos. La libertad haconseguido cohesionar a una sociedad plural ydiversa. La lucha de los esclavos, las feminis-tas, los afroamericanos y demás grupos por lalibertad ha contribuido a cristalizar la idea deque ser estadounidense no es cuestión de sexo,raza o religión. Para ser un verdadero ciudadanonorteamericano basta con compartir los princi-pios y valores que dieron origen a la nación es-tadounidense, entre los cuales la libertad ocupaun puesto preeminente.

Destacan también en el libro los capítulos des-tinados a explicar el origen de lo que el autorcalifica como “la libertad progresista”. A princi-pios del siglo XX los excesos de la era industrialcentraron la atención en la desigualdad eco-

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nómica y en la conflictividad social causadapor unas condiciones de trabajo poco dignas yla afluencia masiva de inmigrantes. En ese mo-mento empezó a cuestionarse lo que hasta en-tonces había sido una máxima indiscutible:cuanto menor fuera el tamaño del Estado, demás libertad disfrutaban los ciudadanos esta-dounidenses.

Esta nueva corriente comenzaría a fraguar bajola presidencia de Roosevelt. El crack del 29 y laGran Depresión pusieron fin a más de treintaaños de dominio republicano, con la sola ex-cepción de los dos mandatos de Woodrow Wil-son. La difícil situación económica queatravesaba el país hizo descubrir a muchos nor-teamericanos que su libertad dependía enbuena parte de su seguridad económica. Asíque el Gobierno del demócrata Roosevelt con-cluyó que la mejor manera de velar por la liber-tad de sus conciudadanos era liberarlos de la“esclavitud de la depresión” y poner en marchaun Estado del bienestar que les garantizaraunas condiciones mínimas de vida.

Se trataba de una concepción totalmente di-ferente de libertad, pues la misma ya no seentendía como una salvaguarda frente alpoder expansivo del Estado, sino que éste, almodo europeo, se convertía en su garante.Para ello resultaba necesario un Estado mayory más fuerte. Si bien cabe advertir que la ver-sión estadounidense del Estado del bienestarera mucho más descentralizada que la euro-pea y no implicaba tanto gasto público.

El “New Deal” de Roosevelt, en consecuencia,trajo consigo una nueva definición de libertad.Tanto es así que el presidente demócrata no sedefinía a sí mismo como progresista sino comoliberal. De ahí que el liberalismo en el mundoanglosajón no se aplique a los partidarios deun Estado débil sino todo lo contrario.

La oposición a Roosevelt, por el contrario, leacusaba de ser la mayor amenaza contra la

libertad individual en la historia de EstadosUnidos y le recordaba que los padres funda-dores crearon una nación de hombres libres eiguales en la que cada cual podía forjarse sudestino y fortuna a partir de su trabajo y es-fuerzo. Ese espíritu emprendedor, verdaderaesencia del “sueño americano”, estaba siendoaniquilado por la búsqueda de la seguridadeconómica del presidente Roosevelt que con-vertía a los norteamericanos en seres depen-dientes de un Estado en expansión.

Estas dos concepciones de la libertad estánmuy arraigadas en la sociedad norteameri-cana y aún siguen en conflicto. Por ello cabíaesperar que una nueva y grave crisis econó-mica, que ha puesto de manifiesto los riesgosde la desregulación económica, llevara a losnorteamericanos a decantarse por la concep-ción de libertad que apuesta por un Estadofuerte que defiende la seguridad económica yla solidaridad social. Del mismo modo que eraprevisible que los que entienden la libertaden sentido contrario acabaran alzando su vozpara defenderse frente a un intervencionismoestatal que para ellos atenta contra la propiaesencia de Estados Unidos.

Después de leer el libro del profesor Foner, el“Tea Party” no resulta un fenómeno extraño niexótico en la historia de Estados Unidos, yhasta sus vestimentas adquieren pleno sen-tido. Más bien cabe admirar la polémica y eldebate que en torno a la libertad se siguesuscitando actualmente en la sociedad nor-teamericana, no sólo en sus instituciones. Por-que es una buena prueba de que losnorteamericanos no dan por descontada la li-bertad de la que disfrutan y están atentosante cualquier ataque a la misma.

En este sentido, no es de extrañar que EricFoner no se limite en su obra a un análisisaséptico de la historia de su país y tome pos-tura en ese debate permanente sobre la li-bertad en Estados Unidos.

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El profesor de Columbia se muestra partidariode recuperar la tradición progresista de libertady acabar con la concepción conservadora de lamisma vigente desde la época de Reagan. Ensu prólogo a la edición española deja entreversus esperanzas ante la elección del presidenteObama, consciente de que elecciones en mo-mentos críticos han suscitado profundas trans-formaciones en el país. Ese momento críticopara Foner se debe no sólo a la crisis econó-mica sino a la política exterior de George W.Bush, en concreto a la Guerra de Irak. Si bien elautor reconoce que la política exterior del ante-rior presidente republicano estaba influenciadapor la creencia, muy arraigada en la tradiciónnorteamericana, de que Estados Unidos es elpaís del mundo que mejor encarna el ideal delibertad y que ello conlleva la obligación moralde actuar como defensor de la misma en la es-cena internacional.

El propio Lincoln invocaba con frecuencia laimagen de Estados Unidos como imperio delibertad y desde entonces ésta ha condicio-nado la política exterior de este país. Espe-cialmente a partir de la Segunda GuerraMundial, cuando los norteamericanos fueronllamados a filas para luchar en defensa de lalibertad frente a los totalitarismos nazi y so-viético. También durante la Guerra Fría Esta-dos Unidos lideraba el bando de los paísesque se resistían a un régimen como el so-viético que aplastaba la libertad de nacio-nes y pueblos enteros, aunque su estrategiapor la libertad incluyera alianzas con regí-

menes tan poco proclives a la misma comoel franquista.

El peso de esta tradición es enorme inclusopara el presidente del cambio, Obama, comoestá demostrando ante las revoluciones en elmundo árabe. Es posible que el autor se re-tractara de sus palabras y sobre todo de susgraves acusaciones contra George W. Bush, a laluz de las últimas iniciativas de la Casa Blanca,incluida la “Operación Gerónimo”, sin duda elgran éxito de la Administración Obama. Lo cualpone de manifiesto que el equilibrio entre se-guridad y libertad, que el autor plantea en sulibro pero de manera bastante superficial, esuna cuestión extremadamente compleja quemerece una reflexión más sosegada en la quese tengan en cuenta las nuevas amenazas, con-vencionales y no convencionales, a las que seenfrenta Estados Unidos.

A pesar de las discrepancias que puedan sus-citar algunas de las afirmaciones de Eric Foner,lo cierto es que su libro es imprescindible. Por-que la evolución de la idea de libertad a lolargo de la historia de Estados Unidos arrojaluz sobre muchas de las claves actuales de lavida política y pública del país. Incluso se agra-dece su toma de posición porque es unabuena prueba de que, tal y como afirma, la li-bertad no es un concepto único e inamovible yde que el debate en torno a la misma siguemuy vivo en Estados Unidos.

ANA CAPILLA CASCO

CUADERNOS de pensamiento político

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