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MEDITACION SEGUNDA DEDICATORIA AL EXCELENTíSIMO SENOR SIMÓN BOLlvAR, LlBEII.TADOR PRESIDENTE DE COLOMBIA, arc., ETC., ETC. El respeto debido al conjunto de los ciu- dadanos me hizo dedicar a la Nación mi Meditación primera: el respeto a que justa. mente es acreedor el primer ciudadano de Colombia, el varón que ha prestado tan emi- nentes servicios a la patria, a la América y a la humanidad, me mueve a tributar a Vuestra Excelencia, en la dedicatoria de este segun- do ensayo, un débil homenaje de admiración. Dígnese Vuestra Excelencia aceptarlo. Vuestra Excelencia ha aterrado alternativa- mente al león de Iberia y a la hidra de la anarquía: no está, empero, por eso terminada la noble misión que el cielo le ha confiado. La América y la Europa aguardan que Vues- tra Excelencia anuncie el fin de la revolu- ción de Colombia, contribuyendo a que se desplieguen los socorros tutelares de un po- der que contenga en el Estado la fiebre de- mocrática, que cierre las heridas de la pa- tria, y presente de nuevo en el teatro del mundo a la nación colombiana, brillante, tran- quila y majestuosa, por su crédito, Sus insti- tuciones y su poderío. Cuando hubiere Vuestra Excelencia coronado así el edificio que, por decreto de lo Alto,

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MEDITACION SEGUNDA

DEDICATORIA AL EXCELENTíSIMO SENOR SIMÓN BOLlvAR,

LlBEII.TADOR PRESIDENTE DE COLOMBIA, arc., ETC., ETC.

El respeto debido al conjunto de los ciu-

dadanos me hizo dedicar a la Nación mi

Meditación primera: el respeto a que justa.

mente es acreedor el primer ciudadano de

Colombia, el varón que ha prestado tan emi-

nentes servicios a la patria, a la América y a

la humanidad, me mueve a tributar a Vuestra

Excelencia, en la dedicatoria de este segun-

do ensayo, un débil homenaje de admiración.

Dígnese Vuestra Excelencia aceptarlo.

Vuestra Excelencia ha aterrado alternativa-

mente al león de Iberia y a la hidra de la

anarquía: no está, empero, por eso terminada

la noble misión que el cielo le ha confiado.

La América y la Europa aguardan que Vues-

tra Excelencia anuncie el fin de la revolu-

ción de Colombia, contribuyendo a que se

desplieguen los socorros tutelares de un po-

der que contenga en el Estado la fiebre de-

mocrática, que cierre las heridas de la pa-

tria, y presente de nuevo en el teatro del

mundo a la nación colombiana, brillante, tran-

quila y majestuosa, por su crédito, Sus insti-

tuciones y su poderío.

Cuando hubiere Vuestra Excelencia coronado

así el edificio que, por decreto de lo Alto,

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fue destinado a levantar a la independencia

y gloria de Colombia, a su libertad racional

y a su estabilidad, a su grandeza y prosperi-

dad, el nombre de Vuestra Excelencia, que

ya brilla en la historia de la civilización

resplandeciente de inmortalidad, eclipsará los

nombres de los más insignes bienhechores del

linaje humano. Así lo espero, y lo deseo ar-

dientemente: así lo esperan nuestros conciu-

dadanos, y el Universo que contempla a Vuestra

Excelencia lleno de admiración

Bogotá, 24 de agosto de 1829.

CONSIDERACIONES

SOBRE LA MARCHA DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA

HASTA MEDIADOS DE 1828

Apreciemos las instituciones por susresultados, los hombres por sus accio-nes, las costumbres por los hechos.

DU PIN, Voyagc dans la Crarule-Bretagne,

En la rápida ojeada que echamos, en nuestra primeraMeditación, sobre los acaecimientos de la Nueva Gra-nada y Venezuela hasta fines de 1819, ofrecimos a nues-tros conciudadanos el espectáculo del glorioso alza-miento de aquellos pueblos en el momento en queuna revolución imprevista vino a sacarlos de su estupor:presentamos a la patria aquejada de males, y luchandolargo tiempo en una agonía dolorosa: vimos arrodilla-das ante la superstición a poblaciones que la espada nohabía podido intimidar; otras aparecieron víctimas de

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fatales errores y desavenencias; todo sucumbió a la tira-nía. Pero la elocuente predicación de la sangre de losmártires de la libertad, y la indómita constancia de unoscuantos hombres superiores, hicieron salir la existen-cia y la luz del fondo de la tumba misma; y de la uniónde dos pueblos ligados por los reveses, por los triun-fos, por la independencia y por la gloria, vimos nacera Colombia, ínclita madre de tántos claros varones.

No bien comenzó su vida política, cuando dio el Es-tado pasos gigantescos hacia su emancipación. Nom-brado Bolívar presidente de la república, abrió inme-diatamente la campaña. Casi todo el litoral estaba enpoder del enemigo, aunque debilitado por tántos comobates; ocupaban el interior los patriotas, reforzados porla Legión Británica; y la guerra proseguía con sucesovario, en medio de acciones poco decisivas.

Llegó a la sazón la noticia de la insurrección en laisla de León, y del restablecimiento de la Constituciónespañola por las mismas tropas que estaban destinadasa retardar los progresos de la regeneración americana;y en consecuencia de las órdenes de su gobierno, abrióMorillo una negociación con el congreso y con losprincipales jefes colombianos. No fue fácil entenderseen un principio, porque el uno exigía obediencia al có-digo de las cortes de España, y los otros desechabancon justa indignación toda propuesta de acomoda-miento que no tuviese a la independencia por base. Fuemenester al cabo «que la espada ibera se ocultase de-lante de otros aceros igualmente bien templados; y quese humillase el orgullo español hasta pactar con los quepor espacio de tántos años habían tratado de forajidosy rebeldes». Celebróse un armisticio, por el cual reco-

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no ció Morillo implícitamente la existencia de la repú-blica de Colombia: respetaron nuestros enemigos, porprimera vez, el derecho de guerra, tan repetidamentehollado por ellos en el curso de. esta encarnizada con-tienda; y firmado un tratado santo, Bolívar y su ferozrival se dieron en Santa Ana una mano amiga en nomobre de la humanidad.

Después de esta entrevista memorable, Morillo, an-helando abandonar una lucha que miraba como deses-perada, tornó a la península a coronar con la infamiauna vida sembrada de crímenes atroces; y los comisio-nados de Colombia pasarún a Madrid a solicitar el re-conocimiento de la república. El indecoroso trato queallí recibieron demostró al mundo que los campeonesde la libertad espai'íola no habían aprendido cosa al-guna en la escuela de la adversidad, y que no era fácilempresa vencer la obstinación y el orgullo metropoli-tano.

El Libertador entre tanto había dedicado su atencióna varios objetos de interés público. Pero las circuns-tancias en que se encontraba nuestro ejército, y 108

males que amenazaban a la causa de la independenciapor la continuación de una tregua infructuosa, le obli-garon a anunciar al general Latorre, conforme a lo esti-pulado en el armisticio, que se veía en la necesidad deromper las hostilidades.

Mientras se ccn ía de nuevo a las armas, y ya bajoles auspicios de algunos sucesos importantes, como la Ii-bertad.de Maracaibo, Ríohacha y Santa Marta, se reunióen Cúcuta el Congreso General de la República, a me-diados de 1821. Su primer acto fue sancionar el 18 de

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julio la creación de Colombia, ratificando la unión dela Nueva Granada y Venezuela.

Había en el congreso constituyente varios indivi-duos de un talento superior y de mucha experiencia enlos negocios. Pero la pluralidad de: los miembros deaquel cuerpo se componía de hombres que no conocíansino la teoría de la ciencia de la legislación; de hom-bres que, habiendo tenido a la vista desde sus prime-ros afias los atentados del despotismo, y habiendo nu-trido su espíritu con las máximas del Contrato social, y

de la Historia filosófica de las dos Indias, tenían no-ciones tan equivocadas sobre la naturaleza y las atribu-cíonesde la autoridad como 'sobre los deberes de lospueblos; de hombres que, ni por haber sido testigos ovíctimas de los estragos del sistema federal, queríansalir del mundo de ilusiones en que vivían; de espíritusexaltados, en fin, que creyeron que a la edad de hierro,que aún no había acabado su transcurso, podía sucederinmediatamente el siglo de oro de la perfección social:"Los miembros verdaderamente ilustrados del Congreso,viendo que una tercera parte del Estado se hallabatodavía oprimida por el enemigo, y haciéndose cargode nuestra situación, solicitaban que, en vez de unapomposa carta constitucional, ese diesen gradualmentereglamentos sencillos, que por entonces sólo asegura-sen a los ciudadanos una buena administración de jus-ticia, y el libre ejercicio de aquellos derechos de quedependen la paz y la comodidad domésticas». Pero losmás, llevados del prurito de las constituciones, se em-peñaron en que se había de dar un código a la nación,suponiendo que econ ordenar metódicamente en uncuaderno las materias constitucionales, se poseía un

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talismán político que tendría la virtud de hacer existirlo que se quisiese». Prepararon, con efecto, los legis-ladores nuestro pacto social; y lo sancionaron precipi-tadamente, en medio del estruendo del cañón, ¡Quémucho, pues, que a pesar del talento y sana intenciónque predominaban en la asamblea, su obra fuese im-perfecta, y participase de los vicios de su origen!

El optimismo político ha sido en todos tiempos nues-tro azote. Los autores de la constitución de Cúcuta seolvidaron del saludable principio de que cada puebloencierra en si el germen de su legislación. Sin consi-derar que no siempre lo más perfecto es lo mejor, sinoaquello que se puede tolerar; desentendiéndose de queel tiempo y la luz son los más poderosos innovadores,y los agentes más eficaces en el orden moral como enel físico, nos dieron instituciones ajenas de nuestro es-tado intelectual, que estaban en oposición con nues-tros antiguos hábitos monárquicos; y aceleraron algu-nas mejoras sin que el terreno estuviese preparado pararecibirlas,

Desoyendo la voz del Libertador, degradó el con-greso el carácter de diputado de la nación, dando parala elección de los representantes una base despropor-cionada con la capacidad de la masa para el desem-peño de las funciones legislativas. Introdujo la tiranía enel santuario mismo de las leyes, haciendo a las cáma-ras único árbitro de todas las medidas que habían deinfluír en la prosperidad o en el atraso de Colombia.En vez de conservar el equilibrio debido entre los altospoderes constitucionales y de asegurar la independen-cia de sus atribuciones al ejecutivo, se sometió toda laautoridad gubernativa a la inspección y potestad de la

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legislatura. Debilitada la acción del gobierno, suma-mente ceñido en sus facultades, puede decirse que casino era más que un instrumento de las cámaras legisla-doras, puesto que no sólo contaba por muy poco su opo-sición a las miras de éstas, sino que sin anuencia de unade ellas ni podía elegir sus principales agentes, ni adop-tar una línea de política exterior, ni dirigir las reformasy mejoras internas. No se impuso responsabilidad a lossecretarios del despacho; y por consiguiente, degene-rando esta importante función en la de meros amanuen-ses o instrumentos del que ejercía el poder ejecutivo,ni había emulación en el desempeño de los respectivosdeberes de los ministros, ni estimulo para desplegarenergía contra la voluntad no fundada del primer ma-gistrado. Carecía, en fin, todo el sistema gubernativode la consistencia suficiente para hacer venir al pedes-tal de la autoridad y de la ley los esfuerzos y los inte-reses, las aspiraciones y 103 resentimientos privados.Pero como una falta nunca deja de ser seguida de otra,queriendo ocurrir a la insuficiencia del ejecutivo en al-gunos casos, se abrió en la constitución misma unaanchurosa brecha para destruír la libertad. Desde elmomento en que se concedieron al jefe del gobiernofacultades extraordinarias, facultades ad arbitrium, sindefinir bien los límites de su ejercicio, era evidente que,el día que quisiese, absorbería este poder todos losotros. Copiando artículo por artículo, menos en la for-ma federal, la constitución de los Estados Unidosde América se limitó la duración de la presidencia yvicepresidencia al término de cuatro años, sin tenerpresente que en una población como la nuéstra, faltade virtudes cívicas y abundante en pretensiones, la fre-

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cuencia de las elecciones había de ser un semillero dediscordias, si no un principio de muerte, El hombretoca frecuentemente los extremos opuestos: por huír dela federación, se centralizó todo; descuidóse lo local poratender solo a lo general; y no se trató de estableceruna organización departamental bien entendida; orga-nización de absoluta necesidad en Colombia, a causade las inmensas distancias que separan nuestras pobla-ciones del centro de la autoridad, y de las diversasmedidas que reclaman las distintas necesidades de laagricultura, industria, comercio y educación en nues-tras provincias, que, situadas unas en lo interior, otrasen las costas, éstas en la base de la cordillera, aquéllasen su cima, ofrecen tan poca analogía y semblanza en-tre sí, en lo moral como en lo físico. Por semejanteomisión, por no haber establecido la gradación nece-saria en el edificio social, debía hallarse la legislaturarecargada de negocios, sin tiempo y sin luces suficien-tes para despacharlos con acierto, originándose de aquígraves perjuicios y descontentos locales. Promulgáronse,en fin, multitud de leyes, entre las cuales había algunas,como la que prescribe el régimen político de las dife-rentes partes y autoridades de la república, que no guarodaban armonía con la constitución: otras eran ímperfec-tas, o presentaban inconvenientes prácticos en su ejecu-ción; si algunas estaban fundadas en las bases de la eternarazón, también había otras que eran perjudiciales, o in-oportunas por lo menos, pues que no estaban adaptadasa la condición de nuestra sociedad. Terminó el con-greso sus trabajos en el espacio de tres meses, creyendoque todo estaba hecho con haber estampado en el papelnuestro pacto social y varias leyes; y no habiendo per-

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feccionado su obra con las orgánicas que se requerían,quedó cierta movilidad y poca fijeza en el sistema po·litíco,

Delineados más bien que establecidos con solidezlos cimientos del edificio, no tardaron en sentirse losefectos de la precipitación y de la imprevisión de nues-tros legisladores. En el origen de todo gobierno repre-sentativo son inevitables las faltas: el poder se mues-tra vacilante en sus actos; la multitud, impaciente ensus votos. Desde luégo se combinaron nuestros hábitosañejos con ciertas preocupaciones de localidad paraimpedir que el nuevo régimen echase raíces profundas.Fermentaron las pasiones; chocaron los intereses; y laimprenta, manejada a veces por la perversidad, dirigidaotras por celadores ilusos, comenzó a minar las institu-ciones nacientes. Viose entonces a un partido atacar aBogotá, mirada con celos por ser la silla del gobierno;otro desacreditaba la constitución, pretendiendo resucitar el ominoso sistema federal; éste se oponía a cuan-to emanaba del ejecutivo; aquél ridiculizaba los más no-bIes actos de la insurrección: hasta la cátedra de la verdadla convirtieron algunos eclesiásticos en instrumento deataque contra el gobierno de Colombia. Trabajada la re-cién nacida república por divisiones intestinas; luchan.do con un enemigo obstinado; sin numerario, sin agri-cultura, sin comercio, sin marina, casi puede decir-se que tenía librada su existencia al valor y las virtudesdel ejército y de sus jefes.

Con efecto, mientras que los seductores de los pue-blos corrían tras encantos ideales, o querían servirse desu influjo para arrastrarlos al abismo de las revolucio-

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nes, el Libertador y sus dignos compañeros de armas seocupaban en purgar de enemigos el suelo de la patria,A duras pruebas puso a veces la fortuna su constancia;pero la victoria más completa coronó sus esfuerzos enlos llanos de Carabobo: siete mil españoles fueron en-teramente derrotados en ;aquelIa memorable acciónque produjo la libertad de casi toda Venezuela; yenconsecuencia pudo marchar el general Bolívar a rom-per las cadenas de los hijos del Ecuador.

No fueron bastantes a impedir sus progresos, ni elmortífero clima de Paría, ni las rocas inaccesibles del]uanambú y del Guáitara, ni la aguerrida y fanáticaPasto. Triunfante Bolívar en Bomboná, fue a dar lamano en Quito a otro héroe igualmente victorioso: aSucre, que con sangre española inscribió en Pichinchasu nombre en los fastos de la gloria. La desgraciadapatria de Salinas y Montúfar, «el primer pueblo de larepública que levantó el estandarte de la libertad yde la ley contra la usurpación y el despotismo», marchaal fin por el sendero de la independencia. Otros gue-rreros libertan entretanto a Cumaná, Cartagena y Coro;y Panamá también se emancipa. En vano sorprende aMaracaibo el desnaturalizado Morales, y orgulloso consu triunfo despliega de nuevo las horribles banderas dela guerra a muerte; en vano enarbolan fementida-mente Pasto y la Ciénaga el pendón de la rebeldía;todo esto no sirve sino para probar la fuerza de los hi-jos de la república; nuevos triunfos ilustran nuestrasarmas, mandadas por el Libertador, por Montilla, Pa-dilla y Manrique; restablécese la independencia, serestaura el orden. Al cabo un bizarro hecho de armasdel general Páez, secundado por Bermúdez, arranca a

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Puerto Cabello de manos de los españoles; y en 1823,desde el río de Culebras hasta las bocas del Orinoco,y desde Túmbez hasta el Golfo Dulce, se presentó Co-lombia al mundo, unida, llena de héroes y colmadade gloria.

Mas como si todavía faltase algo a sus timbres y asu ilustración, aun antes de estos últimos sucesos, losdesastres de las armas peruanas en Ica y Moquegua vi-nieron a despertar la generosidad de nuestro gobiernoy a abrir un nuevo campo al heroísmo de nuestros gue-rreros. Solicitada Colombia del modo más urgente ymás solemne, no pudo ser insensible al infortunio deun pueblo, que miraba como hermano. Desde Guaya-quil (que voluntariamente reconociera la ley fundamen-tal y se había incorporado ya a la república) vuelael Libertador a segar nuevos laureles en los Andes delPerú. Bajo sus banderas reúne soldados del Río de laPlata, del Rímac, del Orinoco, del Magdalena: luchacon el desaliento y el desorden como con la confusióny la apatía: pugna con las facciones y la guerra civil,no menos que con la defección y con el español, enva-lentonado y enrobustecido con sus recientes triunfos.Desplegando mayor fuerza de alma cuanto más tremen-da es la borrasca, se encarga en Pativilca del papel deFabio hasta que llega el momento de hacer el papel deAníbal. Escala entonces los Andes; y en Junín y Aya-cucho afirman Bolívar y Sucre la emancipación de todoel continente americano. Diez y ocho mil tiranos rin-den las armas, o muerden el polvo en el Bajo y AltoPerú: dos millones de habitantes ven quebrantadas suscadenas: cceden el lugar los leones y las torres de Cas-tilla a los colores de la independencia y de la libertad»;

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y humillados ante el valor colombiano los estandartescon que Pizarra esclavizó la patria de los incas, pasana adornar el museo de Bogotá y a exponerse comotrofeos en la ilustre ciudad que sirvió de cuna al Liber-tador de tres naciones.

El prestigio del nombre de Bolívar y la gratitud queera debida a los eminentes servicios que acababa deprestar a la causa general, le dieron una influencia om-nipotente en los países recién libertados por las armas co-lombianas.

Las cuatro provincias que formaban el Alto Perú sedeclararon independientes, así del Río de la Plata, alcual habían pertenecido antes de 1810, como del Perú,a cuyo virreinato las había agregado por la fuerza sutirano Abascal, luégo que' comenzó la revolución ame-ricana. El nuevo estado se denominó la república deBolivia; y no satisfecho con tributar este homenajeal que había sido su libertador, solicitó además de élque le diese leyes. Promulgóse entonces el código quelleva el nombre de su inmortal autor; código que en-cierra muchos principios de orden y estabilidad.

N o tardó el Perú en pronunciarse asimismo por laconstitución boliviana. En uno y otro país no se pen-saba a la sazón en otra cosa que en competir en adora-ciones al general Bolívar. Las virtudes de este héroe,su ingenio, su sabiduría, su constancia, sus proezas,todo fue el objeto de los más vehementes encomios, yaun del más servil incienso. Supremo poder, facultadesdictatoriales, presidencia vitalicia, esfuerzos para rete-nerle por siempre en su seno «a fin de que conjuraselos desórdenes del error y del crimen, y de que censo-

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lidase la tranquilidad interior y el nuevo régimen»;todo le fue prodigado por hombres que de buena fe le ad-miraban, por abyectos parásitos, por enemigos insidio-sos, por cuanto hay de más noble y de más rastrero enaquella parte del mundo de Colón.

En tanto que el Hércules colombiano aterraba a laopresión, sofocaba la anarquía y echaba los cimientosdel orden público en el Alto y Bajo Perú; en tanto quepretendidos sabios y hombres de estado sometían a sudecisión el gigantesco pero impracticable proyecto dela unión de Colombia, Bolivia y el Imperio de los In-cas y halagaban su ardiente imaginación con las pom-posas ventajas que de ello resultarían; mientras «quedos naciones, hijas de sus victorias, le tenían hechiza-do» fuera de su patria, ésta ofrecía al mundo el espec-táculo lastimero de las vicisitudes humanas.

A pesar de los defectos que hemos señalado en laconstitución de Cúcuta, y de otros que en breve nota-remos en la marcha de los negocios; no obstante las di-ficultades que tan desastrosa contienda y tan prolonga-do desorden ofrecían para plantar el nuevo régimen;sin embargo de que nuestras preocupaciones, hábitos eineptitud presentaban obstáculos considerables paraorganizar los distintos ramos de la administración, larepública había marchado con cierta regularidad porla senda de la independencia en los primeros años desu nacimiento.

El cuerpo legislativo se había reunido casi en lasépocas prefijadas por la ley; el ejecutivo había segui-do, en general, una línea de conducta capaz de conci-liar el respeto de los pueblos, y tenía visos de consis-tencia el sistema constitucional. En ninguna parte ha-

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bía tumultos populares; y en apariencia las institucionesmerecían la aceptación pública, y se observaban lasleyes.Habíanse dictado muchas providencias necesarias, be-

néficas o útiles por el congreso de Cúcuta y por el po-der ejecutivo. Estaban reconocidas las deudas contraídasseparadamente por la Nueva Granada y Venezuela, yconfirmadas las promesas hechas por sus agentes a losextranjeros. Se prohibió el abominable tráfico de hom-bres; y con política filantrópica y discreta se declaró li-bres a los que respirasen el primer aliento de la vida enel suelo de Colombia. Desaparecieron hasta los vesti-gios del horrible tribunal de la Inquisición; y recono-ció el gobierno la autoridad de los obispos y sus vi.carios en materia de fe; se mandó difundir la enseñanzaen escuelas de primeras letras, ele un modo uniforme;introducir el método de Láncaster y establecer colegiosen cada una de las provincias de Colombia, bajoun plan ilustrado. Se dispuso que en tos conventosde religiosas hubiese escuelas para niñas. Se decre-tó la libertad de imprenta y la expulsión de los des-afectos a la causa de la independencia. Se abolieron losderechos de sisa y exportación interior; se eximió delos de extracción a varios de nuestros más pingües fru-tos; se promulgó una ley sabia de importación y otrasobre nacionalización de extranjeros. Se extinguieronla alcabala y el tributo de los indígenas. Se desestancóel aguardiente; se uniformaron las pesas y medidas; sedispuso la enajenación de tierras baldías; se disminu-yeron los derechos judiciales, y se abolieron otros one-rosos; se creó, por fin, una comisión para liquidar ladeuda nacional.

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Al ver afianzada la independencia de Colombia; alver que ya había cesado la inestabilidad de los gobier-nos y del sistema, pensaron seriamente algunas poten-cias en restablecer sus relaciones con nosotros, sobreuna base sólida. Bajo la dirección del venerable Mon-roe, los Estados U nidos de América fueron los primerosen ofrecer la mano para presentarnos en la sociedad delas naciones. Entronizado el despotismo en casi todo elcontinente europeo, ensalzado el absurdo derecho divino,postrada la libertad en Italia y en España, en vano de-sean aquellos gobiernos despóticos que formaban partede la Santa Alianza poder llevar más adelante sus pla-nes de intervención, e imponer de nuevo a la Américalas cadenas que recientemente quebrantara. Por fortunade la humanidad, ya no dirigía la política del gabinetebritánico el ministro que se había prestado a las mirasde los monarcas aliados, burlando las esperanzas demuchas naciones. Con el suicidio del marqués de Lon-donderry había quedado fluctuante todo el sistema po-lítico establecido en Viena, y corroborado por los prin-cipios más antisociales en Troppau y en Laybach; y elilustre Canning había tomado el timón de los negociosextranjeros de la Gran Bretaña. «Cual otro Colón, se-párase del viejo mundo en busca de un mundo nuevo;da distinta dirección a la política exterior y domésticade su patria, e ilumina el prospecto del orbe», Acuerdacon el gabinete de Wáshington los medios de cubrir ala América con su égida, y de frustrar, en caso necesa-rio, las miras de los enemigos de la libertad de lospueblos. El presidente Monroe declaró entonces, enun mensaje al Congreso, que toda tentativa de partede las potencias aliadas contra los nuevos estados ame-

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ricanos sería mirada como una manifestación de dispo-siciones hostiles hacia los Estados U nidos; y proclaméalarbe que ya había pasado el tiempo en que el he-misferio de occidente servía de teatro de colonizacióna la Europa. El eco del mensaje pronunciado en el Ca-pitolio resuena a larga distancia, y no deja de pro-ducir felices resultados. Reconoce en seguida Jorge IVla independencia de aquellos estados americanos quehabían logrado afianzarla; y marchando siempre Co-lombia a la vanguardia de todos ellos, es su ministro elprimero recibido en Londres conforme a los términosprescritos en el derecho de gentes.

Concluidos tratados de amistad y comercio con losEstados Unidos y la Gran Bretaña, y de alianza con lasnaciones que se formaron en nuestro continente, de ladesmembración de la monarquía española; establecidasrelaciones amigables con Francia, los Paises Bajos, Sue-cia y el Brasil, se reúne en Panamá la asamblea ameri-cana, compuesta de los representantes de Colombia, elPerú, Centro America y México; y asisten a ella un co-misionado de la Gran Bretai'ia y otro de los Países Ba-jos. El pensamiento de este Consejo Anfictiónico, anun-ciado por el inmortal Bolívar, desde Guayana en 1818,habría producido los mejores efectos en aquella épocaen que el inminente peligro común era bastante parasofocar todo espíritu de rivalidad y de celos; y aun enaquel momento posterior en que una parte de la SantaAlianza mostró aversión al sistema político que preva-lecía en América; entonces el aspecto de aquesta in-mensa mole, movida por un mismo y poderoso senti-miento, el de la defensa de sus derechos, habría arre-drado a sus antagonistas. Pero pasado el peligro que

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amenazara, ni tenía semejante proyecto alguna uti-lidad práctica, ni era tan fácil vencer las dificultadesfísicas y morales que se presentaban en su ejecución.Así fue que no concurrieron a la asamblea todos losestados americanos; y lo que en ella se hizo estuvoreducido a firmar un tratado, impracticable en sumayor pal te, de unión, liga y confederación perpetua.,y una convención sobre los contingentes de fuerzaterrestre y marítima con que debe concurrir cadaconfederado para la común defensa, o para la ofen-siva conveniente. Celos infundados hicieron que elcongreso se trasladase a Tacubaya; circunstanciasposteriores lo han disuelto; tan sólo Colombia haratificado los convenios concluidos; y al cabo se handesvanecido como humo las esperanzas que de aque-lla asamblea concibieron los exaltados amantes dellinaje humano.

La nación inglesa, aun antes de que su gobierno se hu-biese pronunciado por el reconocimiento de nuestra in-dependencia, había entrado en especulaciones de im-portancia con Colombia. Realizáronse en Londres dosempréstitos a favor de aqueste estado, los cuales, si biendieron de pronto algún auxilio al erario de la repúbli-ca (exhausto por tan dilatada guerra, por nuestras anti-guas deudas, por nuestras grandes necesidades, y porla insuficiencia de las rentas para subvenir a tántasatenciones), no tardaron, sin embargo, en sumergirnosen grandes embarazos. Esto era de esperarse; porqueasi como todo empréstito negociado dentro de un paísproduce incalculables ventajas a la comunidad, impi-diendo que se agolpen los impuestos, aumentando lacirculación, dando actividad a todos los trabajos y mo-

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vimiento a todas las especulaciones, esparciendo laabundancia y la comodidad, y uniendo en intereses algobierno y a los gobernados; así, por el contrario, to-do empréstito que se contrata en el extranjero degradaal estado que lo levanta, haciéndole tributario de suprestamista, y además lo empobrece, por cuanto se ex-traen de él las sumas necesarias para pagar los intere-ses y la amortización, se disminuye el numerario circu-lante, se paralizan todas las empresas, y con la miseriase fomenta el descontento de los pueblos.

Si los empréstitos contratados en Inglaterra fueronruinosos a Colombia bajo este aspecto, no sucedió asícon el comercio, que cada día tomó mayor incrementoentre ambos países, ni con los capitales que aquel pue-blo emprendedor invirtió en el laboreo de nuestras mi-nas, y en varias especulaciones agrícolas y de coloniza-ción. Con la entrada de sumas considerables en nume-rario y en efectos mercantiles, con la inmigración deextranjeros, tomaron valor las propiedades, hizo ade-lantos la minería, el pueblo contrajo nuevos gustos, en-contró mayor facilidad para proveer a su subsistencia,para satisfacer sus necesidades y expender sus frutos;y hasta el aspecto mismo de la sociedad SI: mejoró con-siderablemente con los progresos de la ilustración y dellujo.

Presentábase así Colombia dentro y fuera con ciertoesplendor a los ojos del observador superficial, que creíaque cinco años eran suficientes para renovar tonosnuestros hábitos, corregir nuestra viciosa educación so-cial y política y asegurar la permanencia del nuevo sis-tema. Empero, el observador filósofo que sabe que al-gunos años son muy poca cosa en la vida de los esta-

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dos; el que conoce que «las leyes no están hechas por-qu~ están escritas, sino que es necesario que vivan enel fondo de los corazones, y animen tedas los pensa -míentoss ; aquel a quien no se le oculta que 'os estable-cimientos políticos, para estribar en bases sólidas, hande sacar del carácter nacional su verdadera fuerza y va-lor; el que sabe, en fin, que las instituciones se han deinjertar en las costumbres, no se dejaba alucinar por laaparente regularidad en la marcha del sistema: bienconocía lo que había de engañoso en nuestro estado;bien advertía que la tranquilidad de que gozaba la re-pública era debida al peligro que aún no había pasado,al cansancio que todos sentíamos, a la consecuente ne-cesidad de reposo, al resplandor de la gloria que nosimpedía fijar la vista en nuestra real situación, y al le-targo en que nos dejara la embriaguez producida pornuestros triunfos. Semejante observador temía que enel momento que cesaran estas causas había de venir atierra el edíñcío de nuestras ilusiones.

Existían, con efecto, en Colombia varios elementosde descontento, flaqueza y desunión. La legislatura ha-bía causado males en sus diferentes sesiones. Parece quemuchos de sus miembros estaban poseídos de un en-tusiasmo irreflexivo, o estimulados del deseo de medrar.Pretendieron refundir la sociedad, trastornando todolo existente: en su impaciencia, quisieron hacer en undía la obra de diez años. Ag~taron todas las grandescuestiones de orden social, y sin hacerse cargo de quelas leyes son como las plantas, que necesitan clima y es-tación análogos a su naturaleza, dictaron multitud dereformas, inadaptables a nuestra situación. A fuerza delegislar demasiado los congresos, no pudieron dar abas-

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to a su tareas; delegaron frecuentemente en el ejecutivola facultad de hacer leyes, o sea decretos con fuerza deley; y minado diestramente el cuerpo legislativo poreste poder, perdió la confianza y el respeto de los pue-blos. Sobrecargadas, confundidas así las atribucionesde la legislatura y de la administración, ni un" ni otrapudo desempef!.ar bien las funciones que eran de su pe-culiar instituto. Subsistían además en el orden judicial,como en el administrativo, muchos de los vicios delsistema español, Para administrar justicia se tocabanretardos y dificultades considerables, por la confusiónque existía en la legislación, como por la escasez de tri-bunales, por la distancia a que los litigantes estabanobligados a ocurrir en busca de la reparación de susagravios o restitución de sus derechos, y por la falta deasiduidad de algunos magistrados al trabajo. En el ra-mo militar se notaba cuna mezcla absurda, una diso-nante contradicción entre nuestros principios socialesy nuestras leyes sobre la milicia; y se cometían desór-denes inevitables por falta de administración". N ues-tro sistema de hacienda era irregular; nuestras rentaspoco productivas; había impuestos que detenían losprogresos de la agricultura; el país no ofrecía muchasmaterias contribuyentes; no podíamos hacer frente anuestros inmensos y necesarios gastos; cometíanse va-rios fraudes, y se hacía con escándalo un contrabandotan desmoralizador como perjudicial a la fortuna públi-ca. Las leyes eran todas burladas o eludidas, porque losencargados de hacerlas ejecutar encontraban gravesobstáculos y dificultades en una población ignorante einerte, especialmente cuando se trataba de materias fis-cales que por su naturaleza exigen tiempo, celo, actividad

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e inteligencia. Descontentos los pueblos, porque se lespechaba, porque se les exigían sacrificios sin suficientescompensaciones, y porque algunos mandatarios los trata-ban con dureza y los vejaban; disgustado el ejército por-que sus esfuerzos y privaciones no habían recibido toda-vía ni la recompensa ni la atención debidas; poco unidosentre sí los principales departamentos, era de temerseun vaivén. Con efecto, como el edificio social no se sos-tenía por la fuerza de los hábitos, de las instituciones,de la ilustración, sino por la voluntad de algunos hom-bres, en el momento en que éstos no procediesen acor-des, debía desplomarse todo él.

La época de las elecciones para las primeras magistra-turas de la república vino a colmar la medida de losmales con que ya nos asediaban el estado de guerra,la ignorancia y la pobreza. Desencadenáronse entonceslos celos, la rivalidad, la ambición; empleáronse mediosreprobados para obtener la vicepresidencia; y todas lasfurias sacudieron su látigo sobre Colombia por mediode la prensa •

•No hay que atribuír a débiles causas las grandes cri-sis de los estados. Siempre han sido preparadas por losacontecimientos», y cuando se verifica la explosión, escomo cuando cae una chispa sobre una acumulación desalitre. La acusación de un jefe que poseía títulos muydistinguidos a la consideración nacional no fue sinouna ocasión para que reventase la mina preparada yapor tántas causas. Entablada y acogida la acusación porhombres amantes de la libertad, pero que se equivoca-ron creyendo que en la pugna de las pasiones podíanejercer su imperio las ideas especulativas, vimos al hé-roe pronto a someter al cetro de la ley la espada que

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había brillado en cien combates. Pero mal aconsejadodespués, y apurado además su sufrimiento, se preparana la patria los más amargos días de llanto y luto. Alominoso movimiento de Valencia y a los actos ilegalesque le siguieron allá en Oriente, hicieron eco el Istmoy el Ecuador; y entonces quedó expuesto a la vista detodos, cuán débiles eran los cimientos que nuestros ar-quitectos políticos habían dado al gobierno de Co-lombia.

La pasión y las preocupaciones han tenido casi siem-pre un lenguaje más persuasivo que la razón o los dic-tados de la política. Así vimos en esta época de tristísi-ma recordación el trastorno más completo de todos losprincipios conservadores de la sociedad civil. Faltándo-se indebidamente a las obligaciones y a los juramentos;usurpando ciertas municipalidades la representación na-cional; deliberando a veces la fuerza armada, contra losobjetos de su instituto, se pedía tumultuariamente enunas provincias la adopción del sistema federal; en otrasel código boliviano; éstas se abrogaban el derecho desoberanía, derecho que no pertenece sino a la nación,y tan sólo para los actos determinados por la ley; aqué-llas hacían abnegación de la misma soberanía, procla-mando un dictador: la una solicitaba ser provinciahanseática; la otra casi se declara estado independiente;acá se sostenía el orden establecido; allá se oían algu-nas voces que pedían una monarquía constitucional; unmismo pueblo solicitaba hoy la federación, mañana unaconcentración más vigorosa, y hasta el despotismo; eratal, en suma, la divergencia de opiniones, que no habíaposibilidad de entendernos.

La imprenta, que tántos servicios ha hecho a la causade la eterna razón; la imprenta, «que ha erigido un tri-

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bunal ante el cual tiemblan los criminales de todo ran-go,., prostituyó en esta época su santo ministerio; y nosirviendo sino al furor de los partidos, ora dirigida porlos denodados sostenedores de las instituciones existen-tes, ora manejada por los partidarios de las reformas,propaga por todas partes el error y la exageración deprincipios junto con la verdad y las máximas consti-tutivas del orden social, siembra a veces la calumnia,esparce doctrinas anárquicas, excita las pasiones egoís-tas.

En semejante estado de efervescencia, se desconocecon escándalo todo freno, toda autoridad. Con los tras-tornos ocurridos, se difunden el malestar, la descon-fianza y el temor por el ámbito de la república; piér-dese todo crédito y toda consideración en lo exterior;se desaniman nuestros amigos, se alientan nuestros ene-migos; paralízase el comercio, suspéndense todas lasempresas útiles; no se pagan las contribuciones; dismi-núyense las rentas; crecen las congojas del gobierno,así por el estado doméstico como por accidentes exter-nos, y nos amenaza la horrible bancarrota: estremécesela tierra misma; truena a lo lejos el cañón fratricida; elángel exterminador tiene ya su brazo alzado sobre Co-lombia, y está pronto a sumergirla de nuevo en elcaos de que la sacaran los esfuerzos de tántos varonesilustres,

Por fortuna, poseía el Estado uno de aquellos geniosque dominan los acontecimientos y neutralizan las cir-cunstancias más terribles. Bolívar, descollando entrenuestros héroes y nuestros patriotas, había recibido de

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lo Alto la misión de apaciguar las discordias. El era laúnica esperanza que quedaba a los amantes de la des-venturada Colombia, la única áncora que podía salvarladel naufragio que la amenazaba en el proceloso mar delas convulsiones y destrozos intestinos, como que era laúnica autoridad que todos respetaban, y el único me-diador que todos invocaban.Llega el Libertador a Guayaquil con una rama de

olivo en la mano; y apenas pisa el suelo de la patria,cuando comienzan a serenarse las turbaciones. Resta-blece en los puntos de su tránsito hasta la capital el ré-gimen constitucional, ofreciendo su conducta el con-traste más honroso con la conducta de los pueblos quelo habían trastornado; hácese cargo de la administra-ción; prohibe las juntas y las reuniones de militares, noautorizadas por las leyes; convida a todos a que se ol-viden las quejas y los agravios; y con su influenciabenéfica se despeja el horizonte en Cundinamarca. Mar-cha en seguida a Venezuela, donde la agitación habíatomado ya un carácter amenazador; «donde por todaspartes asomaban el encono y la discordia; donde todolo útil estaba paralizados ; y al rayar el año de 1827,sin que se derramara una gota de sangre en medio dela relajación de todos los vínculos sociales, y con sóloun decreto trazado por la filosofía, infunde Bolívar nue-vo espíritu de vida a Colombia exhausta y moribunda.Sométese todo a su autoridad; la república se conservaíntegra; se restablece el orden legal. Pasaron, en fin, yhasta se olvidaron, los días de dolor; «su recuerdo loborró el silencios ,

N o había sido, empero, suficientemente probada to-davía la fuerza de alma del Libertador. Colombia y él

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estaban sobre un volcán, que abría a cada momentonuevos cráteres.

Después de haber ofrecido convocar la Gran Conven-ción para remediar las necesidades de la patria; mien-tras que se ocupaba el presidente en reparar los malescausados en Venezuela por los recientes disturbios, yen organizar del mejor modo posible los ramos de suadministración civil, económica y militar, la indiscipli-na, la ambición y el liberalismo se conjuraban para darmuerte a la república, asesinando al mismo tiempo mo-ralmente a su fundador: por desdicha, los grandes ciu-dadanos siempre han sido sospechosos en las demo-cracias.No bien se había separado Bolívar de aquella Lima,

donde tántos esfuerzos se hicieron para retenerle no obs-tante las angustias de Colombia, cuando diseminandoel gobierno del Perú la corrupción, desmoraliza unadivisión nuestra que había quedado allí para protegerle,e introduce en ella la indisciplina y la sublevación. Fal-tándose impudente y escandalosamente a los deberesde la amistad, a los dictados de la gratitud, a la fe de lopactado, los que más habían adulado al Libertador, losque se habían anticipado a todos sus designios, vomitandenuestos contra él, e injurias contra Colombia: ambosson ultrajados en sus papeles como en sus actos oficia-les: trastórnase todo cuanto poco antes se estableciera;y por último, de acuerdo con aquella pérfida adminis-tración, tornan a su patria los soldados insurrectos, conel objeto de desmembrarla apoderándose de nuestrosdepartamentos meridionales.

A la noticia de la insurrección de las tropas colom-bianas en Lima, se quita la máscara la ambición; y el

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que hasta aquí se había vanagloriado de ser el Hombrede las Leyes, comienza a la sazón a conculcarlas. Elvicepresidente de la república, cuyo comporte hastaesta época le había valido bastante consideración en lospaíses extranjeros, aunque sin dejar por eso de prestarmateria a la censura en Colombia; el vicepresidente, enquien las circunstancias habían ido encendiendo la sedde mando, soltó entonces la rienda a sus pasiones. Daacción de gracias a la división rebelde; halaga a su jefeBustamante para atraerle a sus miras; y olvidándose deaquella virtud que tan ingeniosamente se ha denomina-do la memoria del corazón, principia ingrato a hacer,junto con sus partidarios, una guerra cruel al Liberta-dor; multiplícanse los folletos, las diatribas contra éste,se le suscitan embarazos, y se prepara su caída. ¡Peroqué digo! El mismo que había contribuido con su espa-da y con su pluma a cimentar la independencia nacio-nal, quiere ahora desheredar a Colombia de la gloriaadquirida; trata de sembrar la discordia; y llama, porúltimo, al extranjero contra su patria, y en auxilio desu ambición.

Con la llegada de la división insurrecta a las playasde Manabí, se introdujo de nuevo el desorden en el sur.Guayaquil, estimulada por Elizalde, proclama el sistemafederal; piénsase en hacer de aq uella ciudad, de Quitoy Cuenca, un estado independiente; .mas, por fortuna,no pudieron los nuevos pretorianos llevar a cabo tannefando intento. El Libertador había dirigido desdeVenezuela una proclama a los colombianos con motivode los sucesos de Guayaquil, ofreciendo marchar hastalos confines meridionales de la república para salvarlade la destrucción con que la amenazaban sus enemigos:

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el congreso había convocado la Gran Convención, ce-diendo al clamor de los pueblos; y a pesar de las ma-quinaciones de la demagogia, se había negado a admitirla renuncia del presidente: Bolívar habia prestado eljuramento constitucional y estaba de nuevo al frente delos negocies: todas estas circunstancias cambiaron enla benemérita Guayaquil la dirección que los traidoreshabían dado por un momento a los ánimos; e incapaceslos sediciosos de resistir a los varoniles esfuerzos deFlores, hubieron de abandonar su presa, y regresarona ocultar en Lima su vergüenza y su infamia.

Ya parecia que había apagado Bolívar hasta las últi-mas centellas de los fuegus domésticos que amenazarondevorar las entrañas de Colombia; ya se creía que ladiscordia había huído de nuestro suel. ; ya se esperabaque las heridas de la patria se cicatrizarían luégo quese reuniese la Gran Convención. Pero el espíritu departido todo lo envenena. Adictos los pretendidos libe-rales a sus ideas de gobierno; constantes en apellidartirano al primer campeón de la libertad; encontrandoigualmente motivos de crítica en m renuncia o en suaceptación de la autoridad, ha cen uso de toda especiede medios para obtener el triunfo. Las euménides seapoderan otra vez de la imprenta: los excesos de unpartido provocan los excesos del otro: atácase a loshombres públicos, no sólo en sus actos públicos, sinohasta en la santidad de la vida privada. El pueblo, quecasi siempre Se:: deja arrastrar por el partido más vio-lento; el pueblo que casi siempre se engaña sobre susverdaderos intereses, y aun detesta a sus más puros ygenerosos defensores, es el juguete de los amaños delos exaltados, y éstos obtienen la mayoría-de las eleccio-

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nes para la asamblea, a la cual estaba librada la esta-bilidad del Estado.

En semejante efervescencia de las pasiones, un jefeque había ilustrado su nombre en el lago de Maracaibo,marchita ahora sus laureles promoviendo en Cartagenauna revolución, que puso en peligro la tranquilidad talvez de toda la república. Gracias a la prudente y enér-gica conducta del general Montilla, se restablecieron in-mediatamente el orden y el imperio de la ley en aque-lla importante plaza.

«La necesidad, ministro de la Providencia y señorade los pueblos y de los gobiernos, tiene su imperio enel mundo moral como en el físico». Convocada la GranConvención por orden suya, mas estando muy envene-nados los ánimos, fueron unos pocos representantes delpatriotismo más puro, de la moderación y de la justicia,a tomar asiento al lado de unos cuantos comisionadosde la ambición, de la exageración de principios, del ea-píritu de partido y de muchos hombres que, aunqueposeían buena fe y mejores deseos, carecían de la expe-riencia o firmeza necesaria. Predominaban, pues, enOcaña los elementos del mal; y no podían tener el bienpor consecuencias.

Apenas parece creíble, sin embargo, que en la Con-vención se desentendiesen de la situación y de los cla-mores del país, del modo en que lo hicieron. De todaspartes se habían dirigido a aquel cuerpo representacio-nes, firmadas por las corporaciones civiles, por eclesiás-ticos, militares y toda clase de ciudadanos: en ellas,con términos más o menos comedidos, pedían los unosque no se reformase sino lo muy preciso; otros nega-

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ban a la asamblea facultades para hacer alteraciones enel orden existente; en casi todas las peticiones se pro-testaba contra la adopción del sistema federal, se pedíala integridad de la república, y un gobierno más vigo-roso y concentrado; unánimemente se requería que el Li-bertador continuase a la cabeza de los negocios. Jamásse pronunció la opinión pública, en ningún país o tiem-po, con tánta fuerza y decisión sobre un hombre o so-bre un sistema; jamás fue, no obstante, tan desairada.¿Pero qué mucho que éste fuese el resultado cuando loscdiputados enviados a Ocai'l.a para proclamar la volun-tad nacional, no se dignaron leer en la Convención niuna sola de aquellas representacionesr-

Apenas se instaló la asamblea, cuando se dejó verque la presidía la pasión. Arrojóse el guante al Padrede la Patria en el discurso inaugural, y se sacudió so-bre la república la tea de la guerra civil. El general Bo-lívar fue denunciado a Colombia y al mundo todo comoun opresor temible, y como fautores de su tiranía todoscuantos apreciaban sus servicios y juzgaban necesariasu continuación. Ya la junta preparatoria había dado elfunestísimo ejemplo de votar indebidamente acción degracias al sublevador de Cartagena, a quien se califica-ba de campeón del liberalismo; y aunque es verdad queal siguiente día se revocara semejante resolución, quedósiempre de manifiesto el espíritu que la había dictado.

El primer acto de la Convención fue declarar, porunanimidad de sufragios, que necesitaban de reformanuestras instituciones; y en consecuencia se procedió aexaminar cuáles eran las que debían efectuarse. Existíauna circunstancia, que hada presagiar triste resultado delos trabajos de la Convención: los partidos tenían ya

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nombres, y esto es siempre un grave mal; titulábanseliberales los miembros que formaban la mayoría, y a losque se oponían en algo a sus miras los apellidaban ser-viles; porque en toda revolución los moderados pasanpor sospechosos, o vendidos al poder, sólo por el he-cho de no marchar a la par de los exaltados.

Llegó a tal punto la audacia o la obstinación de losprimeros que no vacilaron en inmolar a la patria en losaltares de la ambición y la venganza; llegó a tanto supresunción o su resentimiento, que no hicieron aprecioalguno de las sabias ideas que, en su mensaje a la Con-vención, había enunciado el Libertador acerca de la na-turaleza de nuestros males, y de los remedios que eranecesario aplicar. Con una inconsistencia rara, el mis-mo que tánto tiempo se preció de ser el apóstol del cen-tralismo sostuvo que debía adoptarse la federación, tansólo porque veía en ella un medio de dar en tierra conel Libertador, de quien se había declarado rival. Des-echada esta propuesta por el buen juicio de la asamblea,se le sustituyó otra no menos absurda, la de dividir larepública en tres departamentos; y como tampoco fue-se aprobada esta idea, se pasó al otro extremo de re-partirla en veinte, todo con la mira de anular la accióndel gobierno.

Al ver la parte moderada de la Convención que susantagonistas querían a toda costa llevar adelante susplanes, y cuán difícil era hacer oír el lenguaje de la ra-zón en medio del hervor de las pasiones, propuso quese invitase al Libertador a trasladarse de Bucaramanga aOcaña, así para ver si había modo de entenderse, comopor manifestar deferencia a la opinión pública, harto'pronunciada en favor de que se procediese de acuerdo

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con el presidente en cualesquiera reformas. La exalta-ción ni siquiera condescendió en considerar esta pro-puesta.

Ningún partido que triunfa, o que cree triunfar, sabemantenerse en justos límites; así, el que ya dominaba enOcaña, no encontrando casi resistencia ni en el seno dela comisión encargada de trabajar un proyecto de cons-titución, lo presentó precipitadamente a discusión en laasamblea. En tiempo de agitaciones rarísima vez salepura la ley del seno del legislador.

Era aquel proyecto, en su conjunto, la obra maestradel espíritu demagógico. Multiplicábanse en él desme-didamente los electores parroquiales y las asambleaselectorales de cantón, y se renovaba con más frecuen-cia todavía que en la Constitución de Cúcuta, una partede los miembros de las cámaras. Bajo el nombre de ga-rantías se pretendía cestablecer un ejecutivo sin fuerza;aislar los poderes; organizar como otros tantos enemi-gos los medios de contradecir constantemente al gobier-no y de entorpecer su acción; poner, en fin, las basesde una próxima federación, que envolviese el país enlos horrores de la guerra civil».

«Cuando una vez salen los legisladores de las vías delorden y de la justicia, las reformas se hacen difíciles, laesperanza de una libertad racional se compromete o sepierde». Conociendo los moderados toda la extensióndel mal que se preparaba a la patria, presentaron otroproyecto modificando el de la comisión. Hubo gravesdificultades que vencer para que se permitiese su lectu-ra; y luégo que se comenzó a discutir, lo calificaron susadversarios de más monárquico que la Constitución de

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Bolivia, y lo declararon muy calculado para perpetuaren el mande al Libertador y para organizar en favor deéste el más insoportable despotismo. Sin embargo, erael segundo proyecto superior con mucho al primero,Aunque en él se daba al ejecutivo el vigor necesario, yse hacía más eficaz la acción de la administración, sesuprimía también el artículo 128 de la Constitución deCúcuta, ese artículo que, «atribuyendo al primer ma-gistrado una verdadera omnipotencia, podía convertirleen un torrente devastador»; se dejaba. suficiente inde-pendencia a la administración de justicia; se concedíaa los departamentos asambteas propias para hacer elbien local, sin usurpación de la suprema potestad; y es-taban reconocidos y bien determinados los derechos delos colombianos.

No pudieron, sin embargo, conciliarse las diferencias,porque, aunque los moderados se prestaron a ceder enalgunos puntos cardinales, los exaltados se mantuvieronsiempre inflexibles. Fatigada la minoría, de las insidias,insultos personales e irregularidades de que había sidoel objeto; palpando que no había libertad para delibe-rar, ni posibilidad de hacer cosa buena; reducida a laúltima extremidad, ocurrió al recurso de paralizar la ac-ción de la asamblea, y resolvió retirarse de la Conven-ción, para no contribuir, ni aun negativamente, al esta-blecimiento de un código que había de causar, de ne-cesidad, la ruina de la república.

Al traslucirse esta resolución, infringiendo la otraparte el reglamento de debates, y dando de mano a losdos proyectos cuya discusión estaba pendiente, presen-té a la asamblea un acta adicional a la ConstituciÓn deCúcuta. Pero la propuesta de esta acta, que hasta el

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nombre tenía de ominoso, y que no era otra cosa queun compendio del proyecto de la comisión, no tuvo re-sultada alguno, porque habiendo salido efectivamen-te de Ocaña los veintiún diputados que formaban laminoría, y no existiendo el quorum que el reglamentorequería para continuar las sesiones, hubieron de sus-penderse éstas y al fin se disolvió la Convención.

Así terminó su corta carrera aquel cuerpo del cual seprometían muchos bienes los amantes de Colombia, yel que ciertamente habría podido efectuarlos si no hu-biesen prevalecido en su seno las pasiones egoístas, laobstinación y la inexperiencia. Murió la Convención singloria, y por tanto sin inspirar la menor compasión porla suerte que le había cabido. Afortunadamente para lapatria, aunque había en la mayoría hombres de recta in-tención y de saber, no se encontró en ella ninguno queposeyese los talentos de un Mirabeau, o la osadía de unCatilina. La minoría hizo a Colombia un servicio im-portante con su retirada. A su cabeza debemos nom-brar a Castillo, quien puso en Ocaña el sello a sus emi-nentes servicios a la causa pública. De estos veintiúnindividuos dirá algún día la historia que, cuando la am-bición y el egoísmo lo hablan invadido todo en la Con-vención, en la firmeza y en la virtud de esta falangeescogida fue donde halló refugio la patria.Tanto más necesario e importante fue el paso que die-

ron en Ocaña los moderados, cuanto que de todas par-tes aparecían presagios los más tristes. Ya se habíantraslucido en gran parte de Colombia las desavenenciasde la Convención y la hostilidad que la mayoría habíadesplegado hacia el Libertador; ya se veía que la con-fianza nacional había sido burlarla; y en varios puntos

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se preparaban para desconocer los actos de la asamblea.Bogotá fue la primera en tomar medidas para salvar alestado de los males que le amenazaban. El 13 de juniode 1828, es decir, cuatro días después de la retiradade Ocaña de los veintiún representantes, reunidas iascorporaciones civiles y eclesiásticas y los notables de lacapital y sus inmediaciones, se resolvió revocar los po-deres a sus diputados en la Convención, y conferir ple-nitud de facultades al Libertador epara que organizaselodos los ramos de la administración del modo que jus-gase conveniente, para que curase los males que aque-jaban a la república, conservara su unión, asegurase laindependencia y restableciese el crédito .exterior.; ade-más se le autorizó para que ejerciera el mando supremohasta que estimase oportuno convocar la representaciónnacional. El ejemplo dado por la capital fue seguido entoda Colombia; los pueblos todos se arrojaron con unaconfianza sin límites en brazos del Libertador, y le aban-donaron la dirección de sus destinos.

Hay épocas en la vida de las naciones, hay nacionestambién, en que los hombres son todo. Perdida la fuer-za moral de la Constitución que nos regía, disociadoslos pueblos, desavenidas las opiniones, preparándose enla sombra planes desorganizadores y patricidas, no ha-bía más que un vínculo de unión, un frer.o a la anarquía:éste era el Libertador. La república quedara en orfan-dad si Bolívar no se hiciera cargo de sus negocios; peroquien tántas veces se había ofrecido en holocausto enlas aras de la patria, no podía ser indiferente a su suer-te. Tomó sobre sí la enorme responsabilidad que lascircunstancias y la voluntad nacional exigían; fue así elánge] custodio de Colombia,

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Mientras se despejaba algún tanto el horizonte alnorte del Ecuador, se formaba en el sur una tormentaespantosa. El gobierno del Perú había agolpado tropashacia nuestra frontera meridional; la actitud de aquelpaís era enteramente hostil respecto de Colombia; ycomo un medio preparatorio para asegurar el resultadode sus proyectos, desde el cuartel general de una con-siderable división peruana que estaba acantonada en elDesaguadero, se fomentaban el motín y la insurrecciónentre las tropas colombianas que había en Bolivia. Enuno de estos levantamientos criminales fue herido elvencedor de Ayacucho. Aprovéchase de esta circuns-tancia el jefe peruano; hollando con escándalo el dere-cho de gentes, y burlándose dolosamente de la genero-sidad y buena fe del general Sucre, invade a Bolivia,evacuada ya por los auxiliares; halaga las pasiones po-pulares con la más refinada hipocresía; y «envuelto aquelestado por la cobardía, la traición y la perfidia», recibeuna ley dura en los tratados de Piquisa. El héroe deAyacucho, que indefenso había sido tratado brutalmen-te por los mismos que poco antes libertara; el héroe deAyacucho, que por su situación no pudo salvar a Boli-via de humillación tamaña; el presidente de aquella re-pública, cuyo comporte en la época de su administra-ción es superior a todo elogio, entregó la dirección delos negocios a la representación nacional, según lo te-nía ofrecido de antemano; y libre ya para satisfacer susmás ardientes deseos, volvió al seno de la patria; de estapatria a cuya consolidación y lustre había contribuídotánto en sus trabajos en el campo y en el gabinete nomenos que con el ejemplo de sus virtudes.

Ya está concluído el cuadro que en esta Meditaciónme propuse bosquejar de la marcha de la república has-

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ta mediados de 1828. No han contristado poco mi áni-mo algunas de las escenas que he tenido que contem-plar en este período, del cual puede decirse con verdad:

Variis casibus plenum, seditonibus discors, ipsaetiam pace stevum.

Pero si en el estrecho círculo de ocho años han dejarloalgunos sucesos impresiones tristes en mi mente, por cuan-to han empañado el brillo de Colombia, el conjunto detodos ellos, sin embargo, ha podido ensanchar mi espíri-tu. ¿Cuál es el colombiano que no siente un noble orgu-llo al considerar que, solos en la lucha, con escasosrecursos, con elementos tan discordes, no sólo hemossido capaces de hacer frente a la opresión, al fanatismoy a nuestras propias divisiones, sino que después de ha-ber ejecutado tántas cosas buenas, tántas acciones he-roicas, que nos hicieron acreedores a ser admitidos enla sociedad de las naciones, hemos sido bastantes a lle-var la libertad a otros pueblos hermanos? ¿Quién po-drá contestarnos el mérito, tan raro en la historia, deno haber deshonrado nuestra noble causa con el ejer-cicio de venganzas y furores, en medio de las aspiracio-nes de la ambición y de las borrascas de la democra-cia? ¿Qué colombiano no siente palpitar su corazón,agitado por las más generosas emociones, al recordarque su patria ha sido el áncora de salud corn i el m i-

delo de la revolución americana?Los antiguos miraban la tarea del historiador, no

como objeto de mera curiosidad o pasatiempo, sinocomo un ministerio público. Obligado por la naturalezadel asunto a encargarme de semejante papel en mi pri-mera y segunda Meditación, si no he podido llenarlo

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con el talento necesario, si en el modo de ver y de juz-gar algunss hechos hubiese quizá dado cabida en mía influencias contemporáneas, al menos he procuradocensurar con decoro y desempeñar las funciones dehistoriador con aquel tono solemne que tan bien sientacuando se trata de los grandes intereses de la sociedad.Si mis conciudadanos juzgasen que los colores que re-saltan en mi cuadro son, el amor al orden, a la estabi-Iidad y a una libertad racional; si se persuaden de queel único objeto que me he propuesto en el trabajo queme ocupa es que saquemos de lo pasado lecciones quenos preparen para un régimen mejor; si tomando enconsideración la fragilidad inherente al hombre, discul-pasen benignos mis errores, su indulgencia me infun-diría quizás nuevos alientos para llevar a cabo la tarea(harto penosa y dificil por cierto) que me ha impuestoel deseo que me devora de ver a Colombia tranquila,consolidada y feliz.