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La invención de la belleza

A 50 años de la muerte de Marilyn Monroe, un repaso por la biografía del máximo símbolo sexual del siglo 20.

A la humanidad siempre le han gustado los monumentos. Los iconos. La boca semiabierta de Marilyn Monroe es uno de ellos: una representación seductora de nuestro anhelo de perfección. Imágenes como la de esa boca -o la de esas caderas, o la de ese vestido matemáticamente elevado por el vapor de una alcantarilla artificial- son las que fundaron el concepto de glamour: ese sueño de los finales felices, ese vano desafío a la muerte y al paso del tiempo. Acaso todo glamour sea decadente por esa conciencia trágica de lo que se quiere evitar. Por ese destino fatal de las chicas como Marilyn.

Dueña de un encanto indiferente y escurridizo, frágil como son frágiles las chicas de los sueños: Marilyn Monroe fue una de esas mujeres que demarcaron la idea de belleza dominante en el siglo 20, una ecuación de provocación y consumismo que sintetizó de una manera imposible la fascinación de una cierta gracia aristocrática con la opulencia gomera del proletariado, lo esbelto y lo exuberante, lo delicado y lo simpático. ¿Cómo lo hizo? Abriendo apenas la boca de modo que parezca que está a punto de darte un beso o decirte que no lleva otra cosa encima que Channel N5, imprimiendo un vértigo efervescente a su registro de actuación, llevándose por delante al mundo con dos o tres gestos propios de una semi-diosa.

Marilyn fue casi por unanimidad la mujer más hermosa del mundo y aún así la pasaba mal. Necesitaba algo. No era feliz y esa infelicidad alimentó la fantasía de medio mundo: no sólo quiero acostarme con ella, quizás pueda ayudarla. Ser su héroe. Recibir en la intimidad del hogar una sonrisa de agradecimiento hecha de esos labios perfectos, ser el dueño, entonces, de un brillo único. Caer después al baile de graduación o a la fiesta de fin de año de la empresa de la mano de Marilyn, nada más y nada menos. Y que ella simplemente camine, que los deje a todos con la boca abierta.

Había algo en Marilyn que la hacía parecer a un mismo tiempo de otro mundo y de este mismo. Quizá era su tristeza incurable, su aparente inocencia como si le faltaran algunos caramelos en el tarro. Esa fama de tonta también hacía crecer las fantasías: en la intimidad de las cabezas de millones de hombres, Marilyn no tenía la capacidad de darse cuenta de que

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ellos tenían defectos, cosas jodidas. Vamos: si no se dio cuenta ni con el marinero no con el beisbolista (Joe Di Maggio) ni con el dramaturgo (Arthur Miller)…

Nace una estrella Hacia 1953 Hugh Hefner quería fundar una revista de desnudos pero no

tenía dinero para pagar una producción de fotos ni estaba muy convencido de que las chicas accedieran a desnudarse en su oficina… así que fue a una empresa de calendarios y les compró varias fotos de chicas que habían posado por unos dólares, fotos con destino de gomería en el mejor de los casos. Entre esas fotos había unas que se había sacado Marilyn Monroe en 1949, cuando todavía no era nadie en Hollywood. Pero en 1953 ya era alguien: era la estrella de Los caballeros las prefieren rubias y tenía a la mitad de los Estados Unidos completamente alborotada. Resultado: piedra fundacional del imperio Playboy.

Antes -nació en Los Ángeles, en 1926-, hubo una infancia traumática, con madre con problemas psiquiátricos y padre ausente, con abusos por parte de un tío y un primo. También una meteórica carrera como modelo y varios fracasos en el cine. Después del ’53, hubo de todo y la suya fue la belleza del exceso.

Buena chica: actuó para las tropas estadounidenses en Japón. Mala chica: andaba en algo con los Kennedy. Fue amiga de Truman Capote, quien cuenta en Música para Camaleones un delicioso encuentro que comienza en una funeraria y termina en un bar. En ese relato está casi todo: la belleza de Marilyn, las eternidades en el tocador, el humor. “Diría que eres una hermosa niña”, concluye Truman, después de recordar cómo le develó a la propia Marilyn que ya sabía de su relación secreta con Arthur Miller y después de que la actriz le contara de una fiesta en la que Errol Flynn tocaba el piano con su pene.

Durante la década del ’50 su tumultuosa biografía fue la de una estrella moldeada por el deseo colectivo y presa del amor de una manada irracional. Actuó en La comezón del séptimo año y en Cómo casarse con un millonario, entre otros éxitos. En el imperdible libro Fragmentos, que reúne poemas, cartas y notas de Marilyn, se pueden leer frases como “¡¡¡Sola!!! / Estoy sola-siempre estoy / sola / sea como sea”, o “Socorro, socorro, / socorro. / Siento que la vida se me acerca / cuando lo único que quiero / es morir”. El escritor italiano Antonio Tabucchi reflexiona en el prólogo de ese libro: “Si las personas escasamente sensibles e inteligentes tienden a hacer daño a los

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demás, las personas demasiado sensibles y demasiado inteligentes tienden a hacerse daño a sí mismas”.

En esos años fue famosa su adicción al alcohol y a los barbitúricos, algo que la uniría al club de artistas malditos estadounidenses, mártires de su propia fama como Jackson Pollock, Charlie Parker, Billie Holiday y James Dean: hay algo en ese espíritu autodestructivo que parece haberse consagrado como un modo de canonización moderna. Marilyn, como ellos, murió en nombre de una sensibilidad disidente, renegada, que sólo fue reconocida tras la muerte.

Más allá de todoSu influencia en la cultura popular del siglo 20 es directamente

proporcional al encanto de sus movimientos: viva, definió un modo de belleza y después de su falllecimiento definió un modo de misterio. ¿Sobredosis o asesinato? ¿Puede un Estado conspirar contra lo más hermoso de su país?

Andy Warhol usó en serigrafías que hoy son célebres la foto que Gene Korman le tomó a Marilyn para la promoción de la película “Niágara” (según Capote, a Marilyn esta película le había parecido una basura) y creó otro ícono del siglo 20: una Marilyn multiplicada y saturada de colores (o desprovista de todo color, también), en una curiosa sinopsis cumbre del arte pop. Marilyn es belleza y también es algo que está más allá de la belleza.

En la última sesión de fotos que realizó (The last sitting, con el fotógrafo Bert Stern) luce descomunal y trágicamente hermosa. La decadencia de su glamour está en ese encanto esclavizante de la fama: ¿cómo se escapa de ser la mujer más linda del mundo? ¿Cómo se vive siendo un símbolo? “Un sex symbol se convierte en una cosa. Y yo simplemente odio ser una cosa”, dijo. Y también: “Hollywood es un lugar donde te pagan miles de dólares por un beso y 50 centavos por tu alma”. No era tonta como en el mito de la rubia tonta que ella supo protagonizar. “Tengo demasiadas fantasías sobre ser un ama de casa. Creo que yo misma soy una fantasía”.

Hoy podría ser una abuela de 86 años: la muerte la eternizó en sus tremendos 36, antes de que cualquier corrupción se le animase a su carne. Quedó ahí, en sus películas, en sus fotos y en su sorprendente literatura, ofrecida como un sacrificio para nuestra contemplación, como una historia particular de la belleza, con todo lo que lo bello tiene de resplandor y melancolía, con todo lo que la belleza del siglo 20 tuvo de sublime y dolorosa.

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