marihuana el gran engaño
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MARIHUANA: EL GRAN ENGAÑO
A. Vidal - 2005
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“Primer encuentro de escritura”
Asociación La Aventura de Escribir.
Nerja 2005.
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Marihuana: El gran engaño.
Una de las características de nuestra especie es que sus
individuos somos fácilmente manipulables, ingenuos e incautos.
Si bien es cierto que en muchas ocasiones actuamos con excesivas
precauciones en el trato con nuestros semejantes, somos muy
confiados con otros asuntos que afectan, a veces de forma que no
alcanzamos ni a sospechar, a nuestra existencia. Hay libertades
que no pueden ser otorgadas o conquistadas a medias, y el
derecho al propio cuerpo forma parte del derecho mismo a la
existencia. Haga cada cual lo que quiera con su cuerpo mientras
no dañe o perjudique a los demás. Personalmente siempre
preferiré un jerez o un té verde a un porro, pero sobre gustos no
hay nada escrito, aunque siempre habrá quien necesite imponer
su verdad. Creerse en posesión de la verdad, la gran prueba de
estupidez humana.
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La triste historia de esa planta que llamamos cáñamo o
marihuana puede ser ejemplo tanto de engaño como de
ingenuidad humana. Llevaría horas resumir los usos que las
diferentes sociedades humanas han dado al cáñamo desde hace
no siglos, sino milenios. Asombra comprobar que ha sido uno de
los vegetales más extendidos y utilizados: para uso textil, pocos
jóvenes saben que los primeros pantalones vaqueros estaban
confeccionados con cáñamo, mucho más resistente que los
actuales de algodón; sogas y cuerdas de todo tipo, velas de barcos,
cestos, etc. etc. También tuvo usos medicinales, reflejados en
innumerables textos a lo largo de los siglos. Los recientes
descubrimientos acerca de sus efectos beneficiosos para pacientes
sometidos a quimioterapia no son más que una de las tantas
utilidades que el ser humano le ha encontrado a esta planta. Su
uso lúdico como droga, utilizado para producir una especie de
borrachera leve, no ha sido, desde luego, el principal, aunque se le
dio especial importancia en algunas culturas para actos
sacramentales como medio de comunicación con sus dioses, de
forma muy parecida a como nosotros usamos otra droga, el vino,
en la misa. ¿Qué ocurrió, entonces el siglo pasado para que esta
planta tan aparentemente útil fuera prohibida de repente en
Estados Unidos y luego en el resto del mundo?
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Es aquí donde nos encontramos con un ejemplo típico de
candidez de las sociedades humanas, de manipulación y de,
también hay que decirlo, lucrativo negocio al estilo americano.
En los años treinta el papel se obtenía industrialmente de dos
fuentes: del cáñamo, que daba lugar a un papel de excelente
calidad, sumamente ecológico y que tenía como único
inconveniente que requería mucha mano de obra para el cuidado
de la planta, y de la madera, sistema que aún se sigue utilizando
hoy en día y que, como todos sabemos, además de provocar una
grave deforestación, da lugar a una de las industrias más
contaminantes. Los años treinta, como prácticamente todo el siglo
pasado, fue una época de inventos en todas las áreas, y entre las
innumerables máquinas que se crearon y que hicieron menos
duras las labores agrícolas se encontraba el descortezador
mecánico. Con este aparato la obtención de papel a partir del
cáñamo pasaba a ser no solo el sistema más ecológico, sino
también el más rentable.
¿Por qué entonces en esa misma época se prohibió el cáñamo
en vez de aumentar su producción?
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Llegados a este punto entran en escena tres personajes: el
primero es William Randolph Hearst, el hombre más rico del
mundo en su época. Hearst era propietario de una importante
cadena de periódicos en Estados Unidos y como sus empresas
consumían grandes cantidades de papel, pensó que podría reducir
costes si él mismo compraba los aserraderos y demás empresas
relacionadas con la producción de papel, y así lo hizo, invirtiendo
en ello enormes sumas de dinero. Pero en 1935, con el invento del
descortezador mecánico antes mencionado, mientras miles de
familias de agricultores soñaban con un futuro mejor, Hearst se
preocupaba por los aserraderos y fábricas procesadoras de pasta
de papel que había comprado, condenadas a una ruina inminente.
Pero lejos de resignarse y admitir que seguiría siendo
multimillonario pero vería su fortuna reducida en parte, decidió
que tenía que haber alguna forma de vencer a su nuevo enemigo,
esa planta que daba papel de mejor calidad, más barato y sin
apenas usar productos químicos en su elaboración. Y utilizó para
ello su mejor arma: la manipulación informativa a través de los
periódicos de su propiedad. Inició una campaña en la que
presentaba al cáñamo, la marihuana, como el origen de todos los
males: delitos, violencia, etc. Hearst nunca incluyó en los artículos
de sus periódicos ni un sólo informe médico o científico de los
cientos que entonces ya existían porque todos ellos decían
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claramente que no se trataba de una planta peligrosa y que tenía,
en cambio muchas cualidades positivas, tanto medicinales como
de uso industrial. A pesar de ello, millones de americanos le
creyeron y empezaron a ver un enemigo en una de las plantas más
útiles al ser humano y que era también, entre decenas de usos,
fumada por quien le apeteciera, como lo habían hecho, entre otros
muchos, los serios y respetables presidentes George Washington o
Tomas Jefferson, ambos conocidos y declarados cultivadores y
consumidores de marihuana .
Pero no era suficiente tener a la opinión pública de su lado
para conseguir prohibir un cultivo tan beneficioso, Hearst
necesitaba algún cómplice poderoso, y aquí entra en escena el
segundo personaje: la empresa petroquímica Dupont, que ya
entonces contaba con plantas de producción distribuidas por toda
América. Esta empresa también tenía sus razones para combatir a
esa planta que se empeñaba en seguir siendo tan incómodamente
útil: por una parte Dupont tenía la patente del ácido sulfúrico,
muy contaminante pero utilizado en grandes cantidades en el
procesamiento de la pasta de papel obtenida de la madera, con lo
que Hearst era uno de sus mejores clientes. Por otra parte,
Dupont acababa de desarrollar dos fibras artificiales, el rayón y el
nylon, que encontraban en el cáñamo a un ecológico e incómodo
competidor. Los intereses de las empresas de Hearst y las de
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Dupont coincidían plenamente. Dupont tenía contactos en las
altas esferas de la política y las finanzas americanas, entre ellos
Andrew Mellon, que era presidente del Mellon Bank, el principal
proveedor de recursos financieros de Dupont. La sobrina de
Mellon estaba casada con nuestro tercer personaje, Harry
Anslinger, comisionado del Departamento Federal de Narcóticos,
un individuo que ha pasado a la historia vinculado a varios
asuntos turbios que no vienen al caso. Este fue el político ruidoso
y tenaz que defendería los intereses de Hearst y Dupont,
enarbolando la bandera de la moral, el patriotismo y las buenas
costumbres. Dio en el congreso encendidos discursos contra el
cáñamo, pero nunca pudo presentar una prueba o un sólo estudio
científico que apoyara su tesis. Repitió una y otra vez que era una
droga terrible que provocaba agresividad y que debía ser
prohibida. Cuando le presentaron informes médicos que decían
que era imposible que tal planta provocara agresividad, sino
justamente lo contrario, dijo entonces era una planta
antipatriótica, pues no permitiría tener buenos soldados. En fin . .
Así, el trío Anslinger-Dupont-Hearst consiguió que en 1937 el
cáñamo fuera prohibido en Estados Unidos. A partir de ahí se
produjo un efecto dominó que haría que la planta acabara, tras
miles de años de convivencia pacífica con el ser humano,
prohibida en prácticamente todo el mundo. Si algún país quería
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tener buenas relaciones con Estados Unidos tenía que incluir tan
extraña prohibición entre sus leyes, arruinando a miles de
familias de agricultores y obligándose a producir o comprar
productos más caros y contaminantes.
Esa es la triste historia de esta planta y la campaña de
difamación que se desató contra ella ¿Estuvieron equivocados los
griegos, romanos, persas, hindúes, chinos, y tantas otras ricas
culturas que la utilizaron o somos nosotros, que vivimos en este
extraño tiempo de prohibición los engañados?.
Es difícil calcular cuantos cientos de miles de hectáreas de
bosques en todo el mundo no habrían sido destruidos de no haber
seguido la historia tan retorcido camino, de no haber prevalecido
los intereses mezquinos de un pequeño grupo de hombres sobre
los del resto de la humanidad.
Pero posiblemente, y a pesar de que estos son datos conocidos
y fácilmente comprobables hoy en día, la prohibición continuará
durante quien sabe cuantos años más, porque le proporciona un
lucrativo negocio a políticos corruptos y a las mafias de todo el
mundo, porque los enormes gastos de su prohibición y las
consecuencias negativas de la misma las pagamos nosotros con
nuestros impuestos mientras algunas empresas farmacéuticas,
como Eli Lilly, de la que fue director George Bush padre, tienen el
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multimillonario negocio de las patentes por la producción sintética
de los principios activos del cáñamo, principios que forman parte
fundamental de muchas medicinas. Este negocio se vendría abajo
si esos principios se obtuvieran de forma natural de la planta en
vez de sintetizarlos. Pero somos ingenuos, absurdamente
incautos, y a pesar de que hoy día tenemos todos estos datos a
nuestra disposición, sigue pesando más sobre todas las
sociedades del mundo el engaño a que sometieron a nuestros
abuelos un grupo de sinvergüenzas codiciosos hace seis décadas.
Si fuéramos algo más cautos, un poco más desconfiados,
investigaríamos el origen de hechos y costumbres que damos por
buenos sólo porque nos han acostumbrado a ellos desde niños,
indagaríamos sobre el origen de la clase política antes de votarles
o, mejor aún, exigiríamos que nos consultaran antes de hacer las
leyes que van a condicionar nuestra vida; averiguaríamos cual fue
el verdadero origen de cada guerra, el de cada religión, y
llegaríamos a cuestionarnos incluso pequeñas costumbres
cotidianas como taladrar las orejas de nuestras hijas para
colgarles un adorno, mientras miramos con soberbia a otras
culturas que consideramos menos desarrolladas porque taladran
la nariz de sus niños. Posiblemente si hiciéramos eso ya no
moriría ningún joven por las drogas adulteradas que les venden
las mafias, posiblemente se acabarían todas las guerras en unos
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pocos años y con ellas tantos negocios de muerte. Pero ese sería
otro mundo, un mundo que, tal vez porque soy humano y por
tanto de naturaleza absurdamente ingenua, creo que, algún día, y
a pesar de todo, llegará a ser realidad.
Fº A. Vidal – 2005.
GB