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El Evangelio Según San Marcos

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Colección Borges

El EvangelioSegún San Marcos

TLÖN edicionsbarcelona 2011

Page 4: Maquetación El Evangelio según San Marcos - Borges

1a edición enero de 2011 diseño de la colección: conrado erika

el evangelio según san Marcos

Tlön edicions Compte d’Urgell, 187 · 08036 BarCelona

tlö[email protected]

isBn: 978-84-8383-200-1

depósito legal: B. 01.132.2011

impresión: arts gràfiqUes

esCola del treBall de BarCelona

Dedicado a lo constantemente nuevo,a la duda metódica,

a la timidez desafiante,al siempre es ahora

mal que le pese al después,a la complejidad,

en fin, dedicado a Luna..

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ÍNDICE

I. El Evangelio según San Marcos 11

II. Biografía del autor 25

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Jorge Luís Borges _El Evangelio según San Marcos 11

El hecho sucedió en la estancia La Colorada, en el partido de Junín, hacia el sur, en los últi-mos días del mes de marzo de 1928. Su protago-nista fue un estudiante de medicina, Baltasar Es-pinosa. Podemos definirlo por ahora como uno de tantos muchachos porteños, sin otros rasgos dignos de nota que esa facultad oratoria que le había hecho merecer más de un premio en el colegio inglés de Ramos Mejía y que una casi

El Evangelio según San Marcos

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12 Jorge Luís Borges_ El Evangelio según San Marcos Jorge Luís Borges _El Evangelio según San Marcos 13

ilimitada bondad. No le gustaba discutir; pre-fería que el interlocutor tuviera razón y no él. Aunque los azares del juego le interesaban, era un mal jugador, porque le desagradaba ganar. Su abierta inteligencia era perezosa; a los trein-ta y tres años le faltaba rendir una materia para graduarse, la que más lo atraía. Su padre, que era librepensador, como todos los señores de su época, lo había instruido en la doctrina de Her-bert Spencer, pero su madre, antes de un viaje a Montevideo, le pidió que todas las noches reza-ra el Padrenuestro e hiciera la señal de la cruz. A lo largo de los años no había quebrado nunca esa promesa. No carecía de coraje; una mañana había cambiado, con más indiferencia que ira, dos o tres puñetazos con un grupo de compa-ñeros que querían forzarlo a participar en una huelga universitaria. Abundaba, por espíritu de aquiescencia, en opiniones o hábitos discutibles: el país le importaba menos que el riesgo de que en otras partes creyeran que usamos plumas;

veneraba a Francia pero menospreciaba a los franceses; tenía en poco a los americanos, pero aprobaba el hecho de que hubiera rascacielos en Buenos Aires; creía que los gauchos de la llanu-ra son mejores jinetes que los de las cuchillas o los cerros. Cuando Daniel, su primo, le propuso veranear en La Colorada, dijo inmediatamente que sí, no porque le gustara el campo sino por natural complacencia y porque no buscó razo-nes válidas para decir que no.

El casco de la estancia era grande y un poco abandonado; las dependencias del capataz, que se llamaba Gutre, estaban muy cerca. Los Gu-tres eran tres: el padre, el hijo, que era singu-larmente tosco, y una muchacha de incierta pa-ternidad. Eran altos, fuertes, huesudos, de pelo que tiraba a rojizo y de caras aindiadas. Casi no hablaban. La mujer del capataz había muerto hace años.

Espinosa, en el campo, fue aprendiendo cosas que no sabía y que no sospechaba. Por

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ejemplo, que no hay que galopar cuando uno se está acercando a las casas y que nadie sale a andar a caballo sino para cumplir con una tarea. Con el tiempo llegaría a distinguir los pájaros por el grito.

A los pocos días, Daniel tuvo que ausentarse a la capital para cerrar una operación de anima-les. A lo sumo, el negocio le tomaría una sema-na. Espinosa, que ya estaba un poco harto de las bonnes fortunes de su primo y de su infatigable interés por las variaciones de la sastrería, pre-firió quedarse en la estancia, con sus libros de texto. El calor apretaba y ni siquiera la noche traía un alivio. En el alba, los truenos lo des-pertaron. El viento zamarreaba las casuarinas. Espinosa oyó las primeras gotas y dio gracias a Dios. El aire frío vino de golpe. Esa tarde, el Salado se desbordó.

Al otro día, Baltasar Espinosa, mirando des-de la galería los campos anegados, pensó que la metáfora que equipara la pampa con el mar

no era, por lo menos esa mañana, del todo falsa, aunque Hudson había dejado escrito que el mar nos parece más grande, porque lo vemos desde la cubierta del barco y no desde el caballo o desde nuestra altura. La lluvia no cejaba; los Gutres, ayudados o incomodados por el pueblero, salvaron buena parte de la hacienda, aunque hubo muchos animales aho-gados. Los caminos para llegar a La Colorada eran cuatro: a todos los cubrieron las aguas. Al tercer día, una gotera amenazó la casa del capataz; Espinosa les dio una habitación que quedaba en el fondo, al lado del galpón de las herramientas. La mudanza los fue acercando; comían juntos en el gran comedor. El diálogo resultaba difícil; los Gutres, que sabían tantas cosas en materia de campo, no sabían explicar-las, una noche, Espinosa les preguntó si la gente guardaba algún recuerdo de los malones, cuan-do la comandancia estaba en Junín. Le dijeron que sí, pero lo mismo hubieran contestado a una

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pregunta sobre la ejecución de Carlos Primero. Espinosa recordó que su padre solía decir que casi todos los casos de longevidad. que se dan en el campo son casos de mala memoria o de un concepto vago de las fechas. Los gauchos suelen ignorar por igual el año en que nacieron y el nombre de quien los engendró.

En toda la casa no había otros libros que una serie de la revista La Chacra, un manual de ve-terinaria, un ejemplar de lujo del Tabaré, una Historia del Shorthorn en la Argentina, unos cuantos relatos eróticos o policiales y una nove-la reciente: Don Segundo Sombra. Espinosa, para distraer de algún modo la sobremesa in-evitable, leyó un par de capítulos a los Gutres, que eran analfabetos. Desgraciadamente, el capataz había sido tropero y no le podían im-portar las andanzas de otro. Dijo que ese tra-bajo era liviano, que llevaban siempre un car-guero con todo lo que se precisa y que, de no haber sido tropero, no habría llegado nunca

hasta la Laguna de Gómez, hasta el Bragado y hasta los campos de los Nuñez, en Chacabuco. En la cocina había una guitarra; los peones, antes de los hechos que narro, se sentaban en rueda; alguien la templaba y no llegaba nunca a tocar. Esto se llamaba una guitarreada.

Espinosa, que se había dejado crecer la barba, solía demorarse ante el espejo para mirar su cara cambiada y sonreía al pensar que en Buenos Ai-res aburriría a los muchachos con el relato de la inundación del Salado. Curiosamente, extrañaba lugares a los que no iba nunca y no iría: una es-quina de la calle Cabrera en la que hay un buzón, unos leones de mampostería en un portón de la calle Jujuy, a unas cuadras del Once, un almacén con piso de baldosa que no sabía muy bien donde estaba. En cuanto a sus hermanos y a su padre, ya sabrían por Daniel que estaba aislado -la palabra, etimológicamente, era justa- por la creciente.

Explorando la casa, siempre cercada por las aguas, dio con una Biblia en inglés. En las pá-

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ginas finales los Guthrie -tal era su nombre ge-nuino- habían dejado escrita su historia. Eran oriundos de Inverness, habían arribado a este continente, sin duda como peones, a principios del siglo diecinueve, y se habían cruzado con in-dios. La crónica cesaba hacia mil ochocientos setenta y tantos; ya no sabían escribir. Al cabo de unas pocas generaciones habían olvidado el inglés; el castellano, cuando Espinosa los cono-ció, les daba trabajo. Carecían de fe, pero en su sangre perduraban, como rastros oscuros, el duro fanatismo del calvinista y las supersticiones del pampa. Espinosa les habló de su hallazgo y casi no escucharon.

Hojeó el volumen y sus dedos lo abrieron en el comienzo del Evangelio según Marcos. Para ejercitarse en la traducción y acaso para ver si entendían algo, decidió leerles ese texto después de la comida. Le sorprendió que lo escucharan con atención y luego con callado interés. Acaso la presencia de las letras de oro

en la tapa le diera más autoridad. Lo llevan en la sangre, pensó. También se le ocurrió que los hombres, a lo largo del tiempo, han repe-tido siempre dos historias: la de un bajel per-dido que busca por los mares mediterráneos una isla querida, y la de un dios que se hace crucificar en el Gólgota. Recordó las clases de elocución en Ramos Mejía y se ponía de pie para predicar las parábolas.

Los Gutres despachaban la carne asada y las sardinas para no demorar el Evangelio.

Una corderita que la muchacha mimaba y adornaba con una cintita celeste se lastimó con un alambrado de púa. Para parar la sangre, que-rían ponerle una telaraña; Espinosa la curó con unas pastillas. La gratitud que esa curación des-pertó no dejó de asombrarlo. Al principio, había desconfiado de los Gutres y había escondido en uno de sus libros los doscientos cuarenta pesos que llevaba consigo; ahora, ausente el patrón, él había tomado su lugar y daba órdenes tímidas,

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que eran inmediatamente acatadas. Los Gutres lo seguían por las piezas y por el corredor, como si anduvieran perdidos. Mientras leía, notó que le retiraban las migas que él había dejado sobre la mesa. Una tarde los sorprendió hablando de él con respeto y pocas palabras. Concluido el Evangelio según Marcos, quiso leer otro de los tres que faltaban; el padre le pidió que repitie-ra el que ya había leído, para entenderlo bien. Espinosa sintió que eran como niños a quienes la repetición les agrada más que la variación o la novedad. Una noche soñó con el Diluvio, lo cual no es de extrañar; los martillazos de la fa-bricación del arca lo despertaron y pensó que acaso eran truenos. En efecto, la lluvia, que había amainado, volvió a recrudecer. El frío era intenso. Le dijeron que el temporal había roto el techo del galpón de las herramientas y que iban a mostrárselo cuando estuvieran arregladas las vigas. Ya no era un forastero y todos lo trataban con atención y casi lo mi-

maban. A ninguno le gustaba el café, pero había s iempre una tacita para él , que col-maban de azúcar.

El temporal ocurrió un martes. El jueves a la noche lo recordó un golpecito suave en la puerta que, por las dudas, él siempre ce-rraba con llave. Se levantó y abrió: era la muchacha. En la oscuridad no la vio, pero por los pasos notó que estaba descalza y des-pués, en el lecho, que había venido desde el fondo, desnuda. No lo abrazó, no dijo una sola palabra; se tendió junto a él y estaba temblando. Era la primera vez que conocía a un hombre. Cuando se fue, no le dio un beso; Espinosa pensó que ni siquiera sabía cómo se llamaba. Urgido por una íntima razón que no trató de averiguar, juró que en Buenos Aires no le contaría a nadie esa historia.

El día siguiente comenzó como los anterio-res, salvo que el padre habló con Espinosa y le preguntó si Cristo se dejó matar para salvar a

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Jorge Luís Borges _El Evangelio según San Marcos 2322 Jorge Luís Borges_ El Evangelio según San Marcos

-Las aguas están bajas. Ya falta poco. -Ya falta poco -repitió Gutre, como un eco.

Los tres lo habían seguido. Hincados en el piso de piedra le pidieron la bendición. Después lo maldijeron, lo escupieron y lo empujaron hasta el fondo. La muchacha lloraba. Cuando abrieron la puerta, vio el firmamento. Un pájaro gritó; pen-só: Es un jilguero. El galpón estaba sin techo; ha-bían arrancado las vigas para construir la Cruz.

todos los hombres. Espinosa, que era libre pensa-dor pero que se vio obligado a justificar lo que les había leído, le contestó:

-Sí. Para salvar a todos del infierno. Gutre le dijo entonces:

-¿Qué es el infierno? -Un lugar bajo tierra donde las ánimas ar-

derán y arderán. -¿Y también se salvaron los que clavaron los

clavos? -Sí. -Replicó Espinosa cuya teología era in-

cierta.Había temido que el capataz le exigiera cuen-

tas de lo ocurrido anoche con su hija. Después del almuerzo, le pidieron que releyera

los últimos capítulos. Espinosa durmió una siesta larga, un leve sue-

ño interrumpido por persistentes martillos y por vagas premoniciones. Hacia el atardecer se le-vantó y salió al corredor. Dijo como si pensara en voz alta:

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Jorge Luís Borges _Biografía 25

Biografía

de Jorge Luis Borges

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y en el pensamiento humano, ha sido objeto de minuciosos análisis y de múltiples interpretacio-nes, trasciende cualquier clasificación y excluye cualquier tipo de dogmatismo.

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26 Jorge Luís Borges_ Biografía Jorge Luís Borges _Biografía 27

Se lo ha presentado como uno de los eruditos más grandes del siglo XX, lo cual no impide que la lectura de sus escritos suscite momentos de viva emoción o de simple distracción. Ontolo-gías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramá-ticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, silogis-mos ornitológicos, éticas narrativas, matemáti-cas imaginarias, thrillers teológicos, nostálgicas geometrías y recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje que las obras de Borges ofrece tanto a los estudiosos como al lector casual. Y so-bre todas las cosas, la filosofía, concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma suprema de la racionalidad. Siendo un literato puro pero, paradójicamente, preferido por los semióticos, matemáticos, filó-logos, filósofos y mitólogos, Borges ofrece —a través de la perfección de su lenguaje, de sus co-nocimientos, del universalismo de sus ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza

de su poesía— una obra que hace honor a la lengua española y la mente universal.

Ciego a los 55 años, personaje polémico, con posturas políticas que le impidieron ganar el Premio Nobel de Literatura al que fue candidato durante casi treinta años, Borges siempre soñó con que la posteridad le perdonara sus errores y le concediera la gloria de que se lo recordase por sus mejores textos.

Borges consideraba que había heredado dos tradiciones de sus antepasados: una militar y otra literaria. Su árbol genealógico lo entronca con ilustres familias argentinas de estirpe crio-lla y anglosajona, como también portuguesa. Desciende de varios militares que tomaron par-te activa en la Independencia Argentina, como Francisco Narciso de Laprida, que presidió el Congreso de Tucumán y firmó el Acta de la In-dependencia; Francisco Borges Lafinur -su abue-lo paterno- fue un coronel uruguayo; Edward Young Haslam -su bisabuelo paterno- fue un

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poeta romántico que editó uno de los primeros periódicos ingleses del Río de Plata, el Southern Cross; Manuel Isidoro Suárez -su bisabuelo ma-terno- fue un coronel que luchó en las guerras de la Independencia; Juan Crisóstomo Lafinur -su tío abuelo paterno- fue un poeta argentino autor de composiciones románticas y patrióti-cas y profesor de Filosofía; Isidoro de Acevedo Laprida -su abuelo materno- fue un militar que luchó contra Juan Manuel de Rosas.

Su padre, Jorge Guillermo Borges, fue un abogado argentino, nacido en la provincia de Entre Ríos, que se dedicó a impartir clases de psicología. Era un ávido lector y tenía aspira-ciones literarias que concretó en una novela, El caudillo, y algunos poemas; además tradujo a Omar Jayyam de la versión inglesa de Edward Fitzgerald. Para 1970, Jorge Luis Borges re-cordaba con estas palabras a su padre: «El me reveló el poder de la poesía: el hecho de que las palabras sean no sólo un medio de comu-

nicación sino símbolos mágicos y música». Su madre, Leonor Acevedo Suárez, era uruguaya. Aprendió inglés de su marido y tradujo varias obras de esa lengua al español. La familia de su padre tenía orígenes españoles, portugueses e ingleses; la de su madre, españoles y posible-mente portugueses. En su casa se hablaba tanto en español como en inglés.

Borges nació el 24 de agosto de 1899 a los ocho meses de gestación, en una típica casa por-teña de fines del siglo XIX, con patio y aljibe, dos elementos que se repetirán como un eco en sus poesías. Su casa natal estaba situada en la calle Tucumán 840, pero su infancia transcu-rrió un poco más al norte, en la calle Serrano 2135 del barrio de Palermo. La relación de Bor-ges con la literatura comenzó a muy temprana edad, siendo que a los cuatro años ya sabía leer y escribir. Debido a que en su casa se habla-ba tanto español como inglés, Borges creció como bilingüe.

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La infancia de Borges transcurrió en Palermo, un barrio que por aquella época se hallaba en los márgenes de la ciudad.

En 1905 comenzó a tomar sus primeras lec-ciones con una institutriz británica.Al año si-guiente escribió su primer relato, La visera fatal, siguiendo páginas del Quijote. Además, esbozó en inglés un breve ensayo sobre mitología grie-ga. A los nueve años tradujo del inglés El prínci-pe feliz, de Oscar Wilde, texto que se publicó en el periódico El País rubricado por Jorge Borges En el barrio de Palermo, que por aquella época era un barrio marginal de inmigrantes y cuchi-lleros, conoció las andanzas de los compadritos que después poblaron sus ficciones. Borges in-gresó al colegio directamente en el cuarto gra-do. El inicio de su educación formal a los 9 años y en una escuela pública fue una experiencia traumática para Borges, los compañeros se mo-faban de aquel sabelotodo, que llevaba anteojos, vestía como un niño rico, no se interesaba por

los deportes y hablaba tartamudeando. Durante los cuatro años de su permanencia en ese cole-gio, Borges no aprendió mucho más que algunas palabras en lunfardo y varias estrategias para pasar desapercibido.

En 1914 el padre de Borges se vio obligado a dejar su profesión, jubilándose de profesor debi-do a la misma ceguera progresiva y hereditaria que décadas más tarde afectaría también a su hijo. Junto con la familia, se dirigió a Europa para someterse a un tratamiento oftalmológico especial. Para refugiarse de la Primera Guerra Mundial, la familia se instaló en Ginebra (Sui-za), donde el joven Borges y su hermana No-rah —nacida en 1902— asistirían a la escuela. Borges estudió francés y cursó el bachillerato en el Liceo Jean Calvin. El ambiente en aquel establecimiento de inspiración protestante era completamente distinto al de su anterior escue-la de Palermo, sus compañeros, muchos de ellos extranjeros como él, apreciaban ahora sus cono-

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cimientos e inteligencia y no se burlaban de su tartamudez. Durante esa época leyó sobre todo a los prosistas del Realismo francés y a los poe-tas expresionistas y simbolistas, especialmente a Rimbaud. A la vez, descubrió a Schopenhauer, a Nietzsche, a Carlyle y a Chesterton. Con la sola ayuda de un diccionario aprendió por sí mismo el alemán y escribió sus primeros versos en francés. Gracias al fin de las hostilidades y después del fallecimiento de la abuela materna, la familia Borges marchó a España en 1919. Inicialmente se instalaron en Barcelona y luego se traslada-ron a Palma de Mallorca. En esta última ciudad Borges escribió dos libros que no publicó: Los ritmos rojos, poemas de elogio a la Revolución rusa, y Los naipes del tahúr, un libro de cuentos. En Madrid y en Sevilla participó del movimien-to literario ultraísta, que luego encabezaría en Argentina y que influiría poderosamente en su primera obra lírica. Colaboró con poemas y en la crítica literaria en las revistas Ultra, Grecia,

Cervantes, Hélices y Cosmópolis. Su primera poesía, Himno al mar, escrita en el estilo de Walt Whitman, fue publicada en la revista Grecia el 31 de diciembre de 1919.

En esta época conoció a su futuro cuñado, Guillermo de Torre, y a algunos de los princi-pales escritores españoles de la época, como Ra-fael Cansinos-Assens —a quien frecuentaba en el famoso Café Colonial y a quien siempre con-sideró su maestro— Ramón Gómez de la Serna, Valle Inclán y Gerardo Diego.

Inicios de su carrera literariaEl 4 de marzo de 1921, junto con su abuela

paterna —Frances Haslam, quien se les había unido en Ginebra en 1916— sus padres y su her-mana, Borges embarcó en el puerto de Barcelona en el Reina Victoria Eugenia, que los devolvería a Buenos Aires. En el puerto los esperaba el es-critor, filósofo de la paradoja y humorista surreal Macedonio Fernández, cuya amistad Borges

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habría de heredar de su padre. El contacto con Buenos Aires llevó al poeta a una relación exal-tada de «descubrimiento» con su ciudad natal. Así comenzó a dar forma a la mitificación de los barrios suburbanos, donde asentaría parte de su constante idealización de lo real. Ya en Buenos Aires publicó en la revista española Cosmópolis, fundó la revista mural Prisma (de la que sólo se publicaron dos números) y también publicó en Nosotros, dirigida por Alfredo Bianchi. Por esa época conoció a Concepción Guerrero, una jo-ven de dieciséis años de quien se enamoró. En 1922 visitó a Leopoldo Lugones junto a Eduardo González Lanuza para entregarle el último nú-mero de Prisma. En agosto de 1924 fundó la re-vista ultraísta Proa junto con Ricardo Güiraldes, autor de Don Segundo Sombra; Alfredo Bran-dán Caraffa y Pablo Rojas Paz, aunque paulati-namente iría abandonando esa estética.En 1923, en víspera de un segundo viaje a Europa, Borges publicó su primer libro de poesía, Fervor de Bue-

nos Aires, en el que se prefigura, según palabras del propio Borges, toda su obra posterior. Fue una edición preparada apuradamente, en la que se colaron algunas erratas y que, además, care-cía de prólogo. Para la tapa su hermana Norah realizó un grabado. Se editaron unos trescientos ejemplares; los pocos que se conservan son con-siderados tesoros por los bibliófilos y en algunos se aprecian correcciones manuscritas realizadas por el mismo Borges. En Fervor de Buenos Aires es donde emotivamente confesó que, finalmente, «las calles de Buenos Aires/ya son mi entraña». Son treinta y tres poemas tan heterogéneos que aluden a un juego de cartas (el truco), o al tirano Juan Manuel de Rosas, o a la exótica Benarés; sin ahorrar el espacio para solazarse en un patio anónimo de Buenos Aires, «en la amistad oscu-ra/ de un zaguán, de una parra y de un aljibe». Sobre el espíritu de este libro ha escrito Borges que «en aquel tiempo buscaba los atardeceres, los arrabales y la desdicha».

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Después de un año en España e instalado defi-nitivamente en su ciudad natal a partir de 1924, Borges colaboró en algunas revistas literarias y con dos libros adicionales, Luna de enfrente e Inquisiciones —que nunca reeditó— establece-ría para 1925 su reputación de jefe de la más joven vanguardia. En los siguientes treinta años Borges se transformaría en uno de los más bri-llantes y más polémicos escritores de América. Cansado del ultraísmo que él mismo había traí-do de España, intentó fundar un nuevo tipo de regionalismo, enraizado en una perspectiva me-tafísica de la realidad. Escribió cuentos y poe-mas sobre el suburbio porteño, sobre el tango, sobre fatales peleas de cuchillo, como Hombre de la esquina rosada y El puñal. Pronto se cansó también de este «ismo» y empezó a especular por escrito sobre la narrativa fantástica o mági-ca, hasta el punto de producir durante dos déca-das —desde 1930 a 1950— algunas de las más extraordinarias ficciones del siglo XX: Historia

universal de la infamia, Ficciones, El Aleph, en-tre otros.

Más tarde colaboró, entre otras publicaciones, en Martín Fierro, una de las revistas clave de la historia de la literatura argentina de la primera mitad del siglo XX. No obstante su formación europeísta, reivindicó temáticamente sus raíces argentinas, y en particular porteñas, en poema-rios como Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno de San Martín (1929). Compuso letras de tangos y milongas, si bien rehuyó «la sensiblería del inconsolable tango-canción» y el manejo sistemático del lun-fardo, que «infunde un aire artificioso a las sen-cillas coplas». En sus letras y algunos relatos se narran las dudosas hazañas de los cuchilleros y compadres, a los que muestra en toda su des-pojada brutalidad aunque dentro de un clima trágico, cuando no casi épico.

En 1930 Borges publicó el ensayo Evaristo Carriego y prologó una exposición del pintor

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uruguayo Pedro Figari. Además, conoció a un joven escritor de solo 17 años, que luego sería su amigo y con el que publicaría numerosos textos, Adolfo Bioy Casares. En el primer número de la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, Bor-ges colaboró con un artículo dedicado al coronel Ascasubi. En este primer número, publicado en 1931, también contribuyeron la propia Victoria Ocampo, Waldo Frank, Alfonso Reyes Ochoa, Jules Supervielle, Ernest Ansermet, Walter Gro-pius, Ricardo Güiraldes y Pierre Drieu la Ro-chelle. Borges publicó dos años más tarde una colección de ensayos y crítica literaria titulada Discusión, la que abarca temas tan diversos como la poesía gauchesca, la Cábala, temas fi-losóficos, el arte narrativo y hasta su opinión so-bre clásicos del cine. El 12 de agosto de 1933 co-menzó a dirigir, junto con Ulyses Petit de Murat, la Revista Multicolor de los Sábados, suplemen-to cultural impreso a color del diario populista Crítica que duraría hasta octubre de 1934. En

1935 editó Historia universal de la infamia, una serie de relatos breves, entre ellos, Hombre de la esquina rosada. Allí sigue interesado en el per-fil mítico de Buenos Aires iniciado en Evaristo Carriego. Al año siguiente se publicaron los en-sayos de Historia de la eternidad, donde —entre otros temas— Borges indaga sobre la metáfora. En la revista quincenal El Hogar, comenzó a pu-blicar la columna de crítica de libros y autores extranjeros hasta 1939. Allí publicó quincenal-mente gran cantidad de reseñas bibliográficas, biografías sintéticas de escritores y ensayos. Co-laboró también en la revista Destiempo, edita-da por Adolfo Bioy Casares y Manuel Peyrou, con ilustraciones de Xul Solar. Para la editorial Sur tradujo A Room of One’s Own, de Virginia Woolf y al año siguiente la novela Orlando de la misma autora. En 1937 publicó Antología clási-ca de la literatura argentina.

El Borges vanguardista y más tarde terruñero pasó, en la década de los 30, al Borges de la re-

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vista Sur, con su cosmopolitismo de alto vuelo; al Borges metafísico que especuló sobre el tiem-po y el espacio y lo infinito, la vida y la muerte y si hay destino para el hombre; al Borges que hace alardes de erudición y que ya pergeña sus celebérrimos textos trampa: comentarios ex-haustivos, por ejemplo, de libros que no existen, o relatos que juntan y mezclan lo real con lo ficticio. También se percibe un cambio en ma-teria de estilo, una labor de poda en las prosas y los metros, que pasan a ser más clásicos, más nítidos, más sencillos.

Los años finales de esta década fueron funes-tos para Borges: primero vino la muerte de la abuela Fanny; después, la del padre, precedida de una muy lenta y penosa agonía. Borges se vio arrojado de una vez pero contundente-mente al mundo de los adultos responsables. Tenía que hacer lo que todos hacían desde edades bastante más tempranas: trabajar, sacar adelante una familia. En esto tuvo suerte: con

la ayuda del poeta Francisco Luis Bernárdez, consiguió en 1938 un empleo en la biblioteca municipal Miguel Cané del barrio porteño de Almagro. En esta poco concurrida biblioteca pudo seguir haciendo lo que solía, pasarse los días entre libros, leyendo y escribiendo. Des-pués, el mismo Borges sufrió un grave acciden-te, al golpearse la cabeza con una ventana, lo que lo llevó al borde de la muerte por septice-mia y que, oníricamente, reflejará en su cuento El sur. En la convalecencia escribió el cuento Pierre Menard, autor del Quijote. Esos sueños de convaleciente le sirvieron para escribir pá-ginas espléndidas; fantasiosas pero tramadas por su inconfundible mente de siempre, lúcida y penetrante. Borges salió del trance afianzado en la idea que venía rumiando desde hacía tiem-po: que la realidad empírica es tan ilusoria como el mundo de las ficciones, pero inferior a éste, y que sólo las invenciones pueden sumi- nistrarnos herramientas cognoscitivas confiables.

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42 Jorge Luís Borges_ Biografía Jorge Luís Borges _Biografía 43

En 1940 publicó Antología de literatura fan-tástica, en colaboración con Bioy Casares y Sil-vina Ocampo, quienes ese mismo año contraje-ron matrimonio, siendo Borges el testigo de su boda. Prologó, además, el libro de Bioy Casares La invención de Morel. Publicó en 1941 Anto-logía Poética Argentina y editó el volumen de narraciones El jardín de senderos que se bifur-can, obra con la que se hizo acreedor al Pre-mio Nacional de Literatura. Al año siguiente apareció Seis problemas para don Isidro Parodi, libro de narraciones que escribió en colabora-ción con Bioy Casares. Lo firmaron con el seu-dónimo «H. Bustos Domecq», el cual proviene de «Bustos», un bisabuelo cordobés de Borges, y «Domecq», un bisabuelo de Bioy Casares. Bajo el título Poemas (1923-1943) reunió en 1943 la labor poética de sus tres libros más los poemas publicados en el diario La Nación y en la re-vista Sur. Presentó, junto con Bioy Casares, la antología Los mejores cuentos policiales. Para

esta época, Borges ya había logrado un espacio en el reducido círculo de la vanguardia litera-ria argentina. Su obra Ficciones recibió el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). En sus páginas se halla Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, sobrecogedora e insupe-rable metáfora del mundo.

En una reunión en la casa de Bioy Casares y Silvina Ocampo, Borges conoció en agosto de 1944 a Estela Canto, una joven atractiva, inteli-gente, cultivada y poco convencional, que llamó su atención —acostumbrado a tratar en los cír-culos literario y social con mujeres convencio-nales de la clase media o alta— y de quien se enamoró sin ser correspondido. Estela era una mujer vanidosa y hasta su muerte se ufanaba de haber conquistado el amor, y después la amistad de Borges, así como de haber sido la destinataria de una colección de cartas de amor que mostra-ban hasta qué punto el autor de Ficciones, que detestaba el sentimentalismo en la literatura,

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podía ser profundamente sentimental en la vida. En su libro de memorias, Canto escribió:

La actitud de Borges me conmovía.

Me gustaba lo que yo era para él, lo que él veía en mí. Sexualmente me era indiferente,

ni siquiera me desagradaba. Sus besos torpes, bruscos, siempre a destiempo,

eran aceptados condescendientemente. Nunca pretendí sentir lo que no sentía

La figura de Estela le inspiró a Borges ciertos aspectos de El Aleph, uno de sus mejores cuentos. El le dedicó a ella ese relato y le regaló el manus-crito original, el cual Estela hizo subastar cuatro décadas más tarde en Sotheby y fue vendido en más de 25.000 dólares a la Biblioteca Nacional de España. Desafiando a su madre, para quien Estela era una desclasada, Borges le propuso casamiento. Ese amor no consumado, siempre agónico, terminó de morir hacia fines de 1952.

En colaboración con Silvina Bullrich publicó El compadrito en 1945. Junto con Bioy Casares publicó en 1946 Un modelo para la muerte utili-zando el seudónimo «B. Suárez Lynch» y, como H. Bustos Domecq, Dos fantasías memorables, volumen de historias de suspenso policial. Bor-ges aclaró posteriormente que «Suárez» prove-nía de su abuelo y que «Lynch» representaba el lado irlandés de la familia de Bioy. Fundó y dirigió la revista Los Anales de Buenos Aires (que concluiría, tras 23 números, en diciembre de 1948). En la publicación, Borges y Bioy co-laboraron con un nuevo seudónimo: «B. Lynch Davis». Entre 1947 y 1948 editó el ensayo Nue-va refutación del tiempo y publicó sus Obras Es-cogidas. En 1949 se editó su célebre obra narra-tiva El Aleph, libro de género fantástico y que para la crítica es casi unánimemente su mejor colección de relatos.

En 1946 Juan Domingo Perón fue elegido pre-sidente de Argentina, venciendo así a la Unión

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Democrática. Borges, que había apoyado a ésta última, se manifestaba abiertamente en contra del nuevo gobierno. Su fama de antiperonista lo acompañó toda su vida. Respecto al nuevo gobierno, que Borges consideraba una dictadu-ra, manifestó:

Las dictaduras fomentan la opresión, las dic-taduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vi-vas y mueras prefijados, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la luci-dez... Combatir estas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor ¿Habré de recordar a los lectores del Martín Fierro y de Don Segundo Sombra que el individualismo es una vieja virtud argentina?

Borges se sintió obligado a renunciar a su em-pleo como bibliotecario cuando fue designado «Inspector de mercados de aves de corral» por

el gobierno. Su madre y su hermana, también antiperonistas, fueron detenidas por la policía. Borges fue llevado por la necesidad a convertirse en conferencista itinerante por diversas provincias argentinas y Uruguay. Para ello, debió superar su tartamudez y su timidez con ayuda médica. La necesidad también lo llevó a iniciarse en la tarea docente como profesor de literatura inglesa en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza y, más tarde, en la Universidad Católica.

Jorge Luis Borges en 1951.Los albores de la década de 1950 marcaron

el inicio del reconocimiento de Borges dentro y fuera de Argentina. La Sociedad Argentina de Escritores lo nombró presidente en 1950, car-go al que renunciaría tres años más tarde. Dictó conferencias en la Universidad de la República de Uruguay, donde apareció su ensayo Aspec-tos de la literatura gauchesca. Editó en México Antiguas literaturas germánicas, escrito en co-

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laboración con Delia Ingenieros. También en ese mismo año se publicó en París la primera traducción francesa de su narrativa (Fictions) y en Buenos Aires la serie de cuentos La muerte y la brújula. En 1952 aparecieron los ensayos de Otras inquisiciones y se reeditó un ensayo sobre lingüística porteña titulado El idioma de los ar-gentinos, junto con El idioma de Buenos Aires de José Edmundo Clemente. Apareció también la segunda edición de El Aleph, con nuevos cuentos. Algunas narraciones de este libro fue-ron traducidas al francés por Roger Caillois y publicadas en París en 1953 con el nombre de Labyrinthes. Ese año Borges publicó El Martín Fierro, ensayo que tuvo una segunda edición dentro del año. Bajo el cuidado de José Edmun-do Clemente, la editorial Emecé comenzó a pu-blicar sus Obras Completas. En 1954 el director cinematográfico Leopoldo Torre Nilsson dirigió el film Días de odio, basado en el cuento de Bor-ges Emma Zunz.

Tras un golpe militar —denominado Revolu-ción Libertadora— que derrocó al gobierno pe-ronista, Borges fue elegido en 1955 director de la Biblioteca Nacional, cargo que ocuparía por espacio de 18 años. En diciembre de ese mismo año fue designado miembro de la Academia Ar-gentina de Letras. Publicó Los orilleros, El pa-raíso de los creyentes, Cuentos breves y extraor-dinarios, Poesía gauchesca, La hermana Eloísa y Leopoldo Lugones. Se le confirmó, además, en la cátedra de Literatura Alemana y, luego, como director del Instituto de Literatura Ale-mana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. La revista Ciudad le dedicó un volumen crítico y bibliográfico so-bre su obra. Apareció Ficciones en italiano, bajo el título La Biblioteca di Babele. Tras varios ac-cidentes y algunas operaciones, un oftalmólogo le prohibió leer y escribir. Aunque aún distin-guía luces y sombras, esta prohibición cambió profundamente su práctica literaria. Borges se

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fue quedando ciego como consecuencia de la enfermedad congénita que había ya afectado a su padre. El hecho no fue repentino («Se ha ex-tendido desde 1899 sin momentos dramáticos, un lento crepúsculo que duró más de medio si-glo», sino que más bien se trató de un proceso; como fuere, esto no le impidió seguir con su ca-rrera de escritor, ensayista y conferencista, así como tampoco significó para él el abandono de la lectura —hacía que le leyesen en voz alta— ni del aprendizaje de nuevas lenguas.El haber sido nombrado director de la Biblioteca Nacional y, en el mismo año, comprender la profundización de su ceguera fue percibido por Borges como una contradicción del destino. Él mismo lo re-lató en una conferencia dos décadas más tarde: «Poco a poco fui comprendiendo la extraña iro-nía de los hechos. Yo siempre me había imagina-do el Paraíso bajo la especie de una biblioteca. Ahí estaba yo. Era, de algún modo, el centro de novecientos mil volúmenes en diversos idiomas.

Comprobé que apenas podía descifrar las cará-tulas y los lomos. Entonces escribí el Poema de los dones»:

Nadie rebaje a lágrima o reprocheesta declaración de la maestría

de Dios, que con magnífica ironíame dio a la vez los libros y la noche.

En 1956 dictó el curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires, fue nombra-do catedrático titular en la misma universidad, recibió un doctorado Honoris Causa de la Uni-versidad de Cuyo y fue nombrado presidente de la Asociación de Escritores Argentinos. En Montevideo criticó ásperamente al peronismo depuesto y defendió a la Revolución Libertado-ra. Por su adhesión al nuevo gobierno resultó muy criticado, entre otros, por Ernesto Sabato y Ezequiel Martínez Estrada. Sabato y Borges continuarían, si bien no enemistados, «separa-

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dos» por motivos políticos hasta 1973, cuando, a raíz de un encuentro casual en una biblioteca, Orlando Barone resolvió promover una serie de reuniones, en las que ambos escritores discutie-ron sobre literatura, filosofía, cine, lingüística y demás temas. El resultado de estas reuniones fue la edición de un libro: Diálogos: Borges-Sabato.

Entre 1957 y 1960 publicó Manual de zoo-logía fantástica y El Hacedor, una colección de textos breves y poemas dedicada a Leopoldo Lugones. Hizo una nueva actualización de Poe-mas y publicó en el diario La Nación el poema Límites. Bajo su dirección se inició la segunda época de la revista La Biblioteca y, en colabora-ción con Bioy Casares, editó la antología Libro del cielo y del infierno. Sus obras continuaron traduciéndose a varios idiomas: en este período en particular Otras inquisiciones fue traducido al francés bajo el título Enquétes, El Aleph al alemán con el título Labyrinthe y una selección de cuentos de El Aleph y Ficciones al italiano

como L’Aleph. En este período también apa-recieron los volúmenes sexto a noveno de las Obras Completas. Para 1960 se vinculó con el Partido Conservador. Compartió con Samuel Beckett, en 1961, el Premio Internacional de Literatura (consistente en 10 mil dólares), otor-gado por el Congreso Internacional de Editores en Formentor, Mallorca. Este importante galar-dón lo promovió internacionalmente y le ofre-ció la posibilidad de que sus obras fueran tra-ducidas a numerosos idiomas (inglés, francés, alemán, sueco, noruego, danés, italiano, pola-co, portugués, hebreo, farsí, griego, eslovaco y árabe, entre otros). Apareció su Antología per-sonal, editada por Sur. Viajó junto a su madre a Estados Unidos, invitado por la Universidad de Texas y por la Fundación Tinker, de Austin. Allí dictó conferencias y cursos sobre literatura ar-gentina durante seis meses. En Nueva York se editó una antología de sus cuentos titula-da Labyrinths y se tradujo al alemán Historia

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universal de la infamia. En 1962 se estrenó el film Hombre de la esquina rosada, basa-do en el cuento homónimo, que dirigió René Mugica. Finalizó una biografía sobre el poeta Almafuerte. En compañía de su madre, viajó a Europa en 1963 y ofreció numerosas con-ferencias. De regreso a Buenos Aires terminó una antología sobre Evaristo Carriego.

Con la colaboración de María Esther Váz-quez publicó Introducción a la literatura in-glesa en 1965 y Literaturas germánicas me-dievales en 1966. Al año siguiente se editó Introducción a la literatura norteamericana, escrito en colaboración con Esther Zemborain y Crónicas de Bustos Domecq, con Bioy Casa-res. Se editaron, además, sus milongas y tan-gos en el libro Para las seis cuerdas, ilustrado por Héctor Basaldúa, y su cuento La intrusa.

El 21 de septiembre de 1967 Borges, de 68 años, se casó por iglesia con Elsa Astete Millán, viuda de 57 años. Durante los primeros tiempos,

la pareja vivió en la casa de él, compartiendo sus días con Leonor Acevedo. En el recuerdo de Elsa la madre del escritor no intervino para per-judicar la relación. No obstante, según los ami-gos de Borges, los celos de Doña Leonor eran terribles. Unos meses después del casamiento, la pareja se mudó a un departamento, donde hi-cieron por primera vez la experiencia de vivir juntos y solos, y allí la rivalidad entre su esposa y su madre cobró mayor virulencia y el escri-tor tuvo que empezar a visitar a escondidas a Leonor. Esa experiencia, además, llevaría a la pareja a enfrentar definitivamente la realidad: la convivencia era intolerable. En una entrevis-ta publicada en 1993, Elsa admitió que no fue feliz junto a Borges: «Era introvertido, callado y poco cariñoso. Era etéreo, impredecible. No vivía en un mundo real». El matrimonio duró hasta octubre de 1970.

En 1968, con la colaboración de Margarita Guerrero, publicó una ampliación del Manual

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de zoología fantástica bajo el título El libro de los seres imaginarios. Apareció en ese año su Nueva antología personal. Viajó a Santiago de Chile para asistir al Congreso de Intelectuales Antirracistas y a Europa e Israel para pronunciar algunas conferencias. El director Hugo Santiago dirigió la película Invasión, con argumento de Bioy y Borges. En 1969 ordenó y corrigió dos libros de poemas: El otro, el mismo y Elogio de la sombra, el cual logró dos ediciones dentro del año. Con ilustraciones del pintor Antonio Berni, se editó su traducción y antología de Hojas de hierba, de Walt Whitman. Después de algunos años sin publicar cuentos, reunió varias narra-ciones en El informe de Brodie, libro publicado en agosto de 1970. Sus últimos años

En 1971 Borges publicó en Buenos Aires el cuento largo titulado El congreso. Al año si-guiente viajó a Estados Unidos, donde recibió

numerosas distinciones y pronunció conferen-cias en diversas universidades. A su regreso a Buenos Aires publicó el libro de poemas El oro de los tigres y el 24 de agosto, día de su cum-pleaños, recibió un homenaje singular: la publi-cación en forma privada de su cuento El otro. En 1973 fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y, paralelamente, soli-citó su jubilación como director de la biblio-teca nacional. En 1973 reunió por primera vez en un volumen sus Obras Completas, editadas por Emecé.

Como De Quincey y tantos otros, he sabido, antes de haber escrito una sola línea, que mi destino sería literario. Mi primer libro data de 1923; mis Obras Completas, ahora, reúnen la labor de medio siglo. No sé que mérito tendrán, pero me place comprobar la variedad de temas que abarcan. La patria, los azares de los mayo-res, las literaturas que honran las lenguas de los hombres, las filosofías que he tratado de pene-

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trar, los atardeceres, los ocios, las desgarra-das orillas de mi ciudad, mi extraña vida cuya posible justificación está en estas páginas, los sueños olvidados y recuperados, el tiempo… La prosa convive con el verso; acaso para la imaginación ambas son iguales.

En Milán, Franco Maria Ricci publicó el cuento El congreso en una edición lujosísima con letras de oro. El libro de poesía La rosa profunda y la colección de relatos El libro de arena se publicaron en 1975, junto con la re-copilación Prólogos. Se estrenó además la pe-lícula El muerto, sobre un cuento homónimo, dirigida por Héctor Olivera.

Ante una nueva victoria del peronismo, Bor-ges insistió en recordar al primer gobierno de Perón como “los años de oprobio”. En 1975 falleció su madre, a los noventa y nueve años. A partir de ese momento Borges reali-zaría sus viajes junto a una ex-alumna, lue-go secretaria y —por último, en la senectud

de Borges— su segunda esposa, María Kodama.En 1986 fijó su residencia en Ginebra, ciudad

a la que lo unía un profundo amor y a la cual Borges había designado una de mis patrias. El 26 de abril se casó —por poderes— con Ma-ría Kodama, según Acta de esa fecha labrada en Colonia Rojas Silva, Paraguay. Murió el 14 de junio de 1986 víctima de un cáncer hepáti-co. Obedeciendo su última voluntad, sus restos yacen en el cementerio de Plain Palais, la lápi-da, realizada por el escultor argentino Eduardo Longato, es de una piedra blanca y áspera. En lo alto de su cara anterior se lee Jorge Luis Borges y, debajo, «And ne forhtedon na», junto a un grabado circular con siete guerreros, una peque-ña Cruz de Gales y los años “1899/1986”. La inscripción «And ne forhtedon na», formulada en anglosajón, se traduce como «Y que no te-mieran». La cara posterior de la lápida contiene la frase Hann tekr sverthit Gram okk / legger i methal theira bert, que se corresponde con dos

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versos del capítulo veintisiete de la Saga Volsun-ga (saga noruega del siglo XIII), y se traducen como «El tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos». Estos dos mismos versos los utilizó también Borges como epígrafe de su cuento Ulrica, incluido en El libro de are-na, único relato de amor del autor y cuyo prota-gonista se llama Javier Otárola. Bajo esta segun-da inscripción aparece el grabado de una nave vikinga, y bajo ésta una tercera inscripción: «De Ulrica a Javier Otárola», lo que permite inter-pretar esta última inscripción como una dedica-toria de María Kodama a Jorge Luis Borges.

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Impreso el mes de Enero de 2011, en los talleres de impresión

de L’Escola del TreballCompte Urgell, 187

08036 Barcelona

Las Tipografías usadas han sido Caslon SSI 12/14 y 15/13

Baskerville 9/13 SLBorges

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