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Manuel Quiroga Clérigo EL HÉROE www.literaturyarte.es

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Manuel Quiroga Clérigo

EL HÉROE

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EL HÉROE

Fantasía dramática en un acto

© Manuel Quiroga Clérigo

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EL HEROE

PERSONAJES

(por orden de intervención):

ANTÓN

LAYET

DRUVNA

OPEK

LUVI

LINDER

OTAST

EL PADRE

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A MODO DE SÍNTESIS: 

Queremos situar la acción en el año 1963, con la llamada guerra fría al fondo, la crisis de 

los misiles, las huellas de la guerra de Corea y las cercanías del incidente del Golfo de 

Tonkín  que  dio  paso  a  la  sangrienta  e  inútil  guerra de  Vietnam.  En  esos  momentos 

alguien podía pensar que el mundo estaba al borde de una catástrofe generalizada, por 

ejemplo un niño. Y un niño protagoniza esta función, capaz de vivir en primera persona 

los incidentes que las emisoras de radio ponen en sus oídos cada día. El sentirse atacado 

en su propia casa, el luchar para defender a su familia y   a   su   entorno   se  convierte   en

una   necesidad   vital   que,   seguramente,   los   mayores presentían   pero   no   querían   o   no

podían   llevar   a   cabo.   Estudiar   la   reacción   del adolescente   ante   un   ataque   de

esas   características   y   tratar   de   comprender   su confrontación   con  los   atacantes

supone  una  manera   de  adivinar   qué   ocurre  cuando alguien  nos  ataca  y  queremos 

defendernos con uñas y dientes.

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ESCENARIO:

Lados  los  del  espectador.  La escena representa  el  comedor  de  una familia  de clase

media baja. En el centro, al fondo, puerta que da a la calle. A la izquierda puerta que

comunica con la habitación de ANTÓN. A la derecha puerta que da al resto de las

habitaciones de la casa. Decorado neutro, modesto, simple. Una silla junto a la puerta.

En el centro de la habitación una mesa de comedor con sillas y otras sillas en la pared.

Algún   aparador,   mueble   bar,   pequeña   librería   con   algunos   ejemplares.   Cuadros.

Fotografías. Algún diploma. Dos ventanas. Una cada lado de la puerta. En el calendario

de pared la hoja del 22 de Diciembre.

Estamos en 1963. Fuera está nevando y el tiempo está oscuro y, seguramente,  muy frío.

Por las ventanas se ve la blancura de la calle. Incluso los marcos de las ventanas están

blancos.

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Sale ANTÓN despeinado de su habitación. Es un niño de unos trece años. Llega al

centro de la escena.

Fuera se oyen dos disparos. ANTÓN se queda parado, con miedo. Tras una pausa se

escucha una explosión. El niño va hacia la ventana, extrañado.

ANTÓN.­ ¡Dios mío, si está nevando! ¿Y quien habrá disparado a estas horas?. ¿De

dónde   llegará   esa   explosión?.   ¡Bah,   serán   petardos!.   Juanito   dijo   ayer   que   hoy

compraría muchos para jugar con ellos. ¡Es muy juguetón! Pero, ¿la nieve?.En fin… No

es extraño. Es algo propio de este mes. Pasado mañana es Navidad. Así que…(Va hacia

la derecha) ¡Mamá, mamá!. ¿No habrá nadie?. ¡Qué raro!. Oh, seguramente habrá ido a

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CUADRO I

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por  la   leche  y  las  magdalenas,  que  la  gustan del  día,  como a  todos.  Y papá  estará

trabajando lógicamente. Voy a ver… (Sale por la derecha).

(Varios hombres armados cruzan por delante de las ventanas. Se les ve algo cansados,

tiritando)

ANTÓN: (Regresando) ¡Qué extraño!. Todo está bien dispuesto, como siempre. Bueno

si enciendo y el gas y ya podré desayunar, aún queda algo de leche y algo para mojar..

Pero, ¿dónde estará  mamá?.  Si ha salido no puede tardar, sabe que… (Se oyen más

disparos). Y esos disparos, ¡Dios, si parecen ametralladoras!. Será un sueño. (Se dirige a

su habitación).

(No ha entrado el niño en su habitación cuando se oyen rudos golpes  en la  puerta.

Tembloroso pregunta:.)

­¿Quién?.

(Silencio. Continúa nevando. ANTÓN queda tras la puerta. Vuelven a llamar. El niño

ya no contesta, temeroso)

VOZ 1ª (En off) No hay nadie, seguro. Entremos.

VOZ 2ª.­ Creo que sí hay alguien. Parece que oí algún ruido.

VOZ 1ª.­ Pues echemos la puerta abajo. Tengo frío. No es cosa de pasar aquí la mañana

sin decidirnos a entrar…

VOZ 2ª.­ No. Espera. (Se oyen nuevos golpes).

VOZ 1ª.­ ¿Lo ves?. Nadie contesta. O no hay nadie dentro. O han fusilado ya a todos.

(ANTÓN comienza a temblar).

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VOZ 2ª,­  Vamos,   empuja.  Despacio,   despacio.  Puede  haber   alguien   tras   la   puerta.

(ANTÓN coloca la mesa para impedir el paso. Hace fuerza para impedir que la puerta

se abra).

VOZ1ª..­ Hay resistencia. Será un muerto. Dispara a la cerradura.

VOZ 2ª.­  No. Empuja con fuerza. (La puerta se abre de golpe. Entran dos soldados

armados. ANTÓN se acurruca en el suelo).

LAYET.­ ¿Qué haces aquí pequeño?.

ANTÓN.­ Yo… Está es mi casa.

LAYET.­ Ya.

ANTÓN:­ ¿Dónde están mis padres?.

DRUVA.­ (Evasivo) Vete a saber…

ANTÓN.­ (Enfurecido) Quiero saber dónde están mis padres.

LAYET:­ Estarán fuera. Habrán salido.

ANTÓN:­ ¿ A dónde?.

DRUVNA.­   Estamos   en   guerra,   hijo.   No   preguntes   nada.   Nosotros   no   podemos

contestarte. 

ANTÓN.­   (Arremetiendo   contra   los   soldados).   ¿Dónde   están   mis   padres?.¡Quiero

saberlo!

LAYET: ­ ¿Hay café?.

ANTÓN.­ Siempre hay en la cocina (Señala).

LAYET.­  Voy a  beber  un poco.   (Cierra   la  puerta  de  la  calle.  Entra  en  la  derecha.

ANTÓN mira interrogante al otro soldado)..

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DRUVNA.­ Es necesario decirte que la guerra no es ningún juego. O tal vez sí. Tal vez

sea   un   juego   criminal.   Es   un   juego   de   hombres   que   tratan   de   exterminar   a   otros

hombres. A los que se oponen a una idea o un credo político.

ANTÓN.­ A mi todo eso no me importa

DRUVNA:­ Pero yo quiero explicártelo.

ANTÓN.­ (Dando golpe). No me importa. No me importa. (Comienza a llorar)

DRUVNA.­  Es  necesario  que  lo  comprendas.  Pero no  llores.  Vivimos un momento

complicado.

ANTÓN.­ ¿Por qué?.

DRUVNA.­Seguramente han muerto tus padres. Esta mañana la ciudad ha sido tomada

por asalto. Todos los habitantes mayores de dieciocho años han sido fusilados.

DRUVNA:­  Pero  eso  es   imposible.  Nadie  había  hablado  de  una  guerra.  Mi  madre

volverá. Tiene que volver.

DRUVNA.­ Desgraciadamente no volverá nunca más. Y tu padre menos.

ANTÓN.,­   ¿Quién   ha   podido   matarlos?.   Ustedes   son   odiosos.   ((Intenta   derribar   al

soldado).

DRUVNA.­ (Acariciando al niño).. No hijo. Sólo soy un soldado.

ANTÓN.­ ¿De qué país?.

DRUVNA:­ No puedo decirte nada. Ya lo sabrás. ¿Por qué quieres saberlo?. Eso es lo

que menos importa.

ANTÓN:­ Quiero saber que país ha podido invadir  el  mío. Quienes han actuado de

manera tan criminal.

DRUVNA:­ No te servirá de nada.

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ANTÓN.­ Quiero odiar a ese país. Y a quienes han empuñado las armas para hacer esta

guerra.

DRUVNA:­ Los países no tienen culpa de nada. Los hombres son los únicos culpables.

Ellos son los portadores de todas las desgracias que suceden en el mundo. Los hombres

de mi país son los que ha comenzado la guerra. No mi país.

ANTÓN.­ ¿ Por qué?.

DRUVNA.­ Son ambiciosos. Quieren dominar el mundo. Lo intentaron antes otros. es.

ANTÓN.­ Eso es soberbia.

DRUVNA.­ Tal vez. Pero los soldados no son más que el instrumento de un partido

político o de una ambición. Yo mismo puedo ser un héroe o ser un cobarde. De todas

formas a cualquier soldado le acecha la muerte. Por eso prefiero ser un héroe. Tomo mi

fusil y cierro los ojos para disparar.

ANTÓN.­ Contra un semejante. Contra otro soldado.

DRUVNA:­ Así es. Pero no es porque odie a nadie. Sólo trato de defender mi vida. He

de seguir el rumbo de mi país. Aunque sepa que se trata de un rumbo equivocado. Eso

es algo que no debe importarme. Muchas veces lo que importa es seguir y seguir. Ya te

darás cuenta cuando tengas más años. Un hombre se debe a su patria. Nadie es dueño de

sí mismo. Lo importante es salvar tu propia vida y de la aquellos que fueron contigo al

colegio.

ANTÓN.­ (Que sigue atemorizado) ¿Cómo se llama usted?.

DRUVNA.­ Druvna.

ANTÓN:­ ¡Qué nombre tan raro!. Parece polaco o húngaro.

DRUVNA.­ Soy de un país que fue próspero y que hoy quiere expansionarse.  Está

situado en cualquier parte del mundo. Tal vez no aparezca en los mapas que tú conoces.

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Pero es mejor que no te molestes en saber quien soy. Ni de donde vengo. Lo único que

debes tener presente que yo no quiero la guerra. Soy un hombre de paz.

ANTÓN.­ ¿Con un arma en la mano?,

DRUVNA.­ Bueno. Las circunstancias… Si nos encontramos después de esta guerra

podré ser para ti como un padre o un hermano. Estemos donde estemos.

ANTÓN.­ (Despectivo). ¡Un padre!. Yo quiero saber donde está el mío.

DRUVNA.­ La situación es muy difícil. Quedan en este país muy pocos hombres. Sólo

algunos pocos han logrado llegar a las montañas.  Parece que están organizando una

guerra de guerrillas. Tu padre y muchos como él habrán sido fusilados. Algunos todavía

estaban dormidos cuando tuvimos que llevarlos al paredón. Pero era necesario matarlos.

ANTÓN:­ Todo eso es brutal. Es inhumano.

DRUVNA:­ Lo es. Igual que la guerra. Lo mismo que los seres humanos. Pero en una

guerra todo es fácil. Se trata sin más de apretar el gatillo. Dentro de poco tiempo tú

serás un ciudadanote mi país. El tuyo pasará a ser una provincia nuestra. Una provincia

pequeña   y   con   pocos   derechos.   El   universo   entero   se   postrará   a   los   pies   de   los

vencedores. Así ha sucedido siempre. En mi caso seré un vencedor. Si no muero en la

lucha. Ciertamente nuestro país cuenta con grandes adelantos científicos y políticos. Me

refiero a todos aquellos que el mundo se preocupó de descubrir o de construir en los

tiempos   de   paz.   Entonces   decían   que   todo   se   hacía   sin   ninguna   intención   bélica.

¡Átomos   para   la   paz!,   oímos   de   continuo.   Pero   la   realidad   es   que   todos   aquellos

descubrimientos sirven ineludiblemente para destruirnos los unos a los otros. Ni Dios

tiene piedad de nosotros, de los seres humanos... Hemos sido abandonados a las armas.

Sucede que unos políticos sin conciencia y sin escrúpulos nos han empujado a destruir,

a matar, a asesinar a nuestros semejantes... En nombre de unas ideas nos han convertido

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en verdaderos criminales... Pero ni siquiera la ley puede castigarnos. Somos asesinos

legales;   esa  es   la   gran   tragedia  de   la  guerra.    Nos  protege  un  uniforme.  Tenemos

autoridad y permiso para seguir destruyendo, hasta que no quede piedra sobre piedra.

Por  eso si  alguien  se vuelve contra  nosotros,  si  se  nos  enfrenta,  cerramos  los  ojos,

disparamos...¡y en paz!.

ANTÓN.­ ¡Pero eso es monstruoso, horrible...!. Si lo estuviera leyendo en un libro no

podría creerlo. Parece una historia alucinante contada por un monstruo cruel.

DRUVNA. Sí. Todas las guerras son historias alucinantes... Y el balance siempre es un

montón de muertos, miles de heridos, familias enteras destruidas. Y la paz desbaratada,

sin  llegar  a   la  posibilidad  de una unión, de un diálogo.  Y si  el  mundo comienza a

comprenderse,   si   de   nuevo   regresa   la   concordia,   cuando   todos   los   ciudadanos

comiencen   a   caminar   por   la   senda   recta,   algo   o   alguien   vendrá   a   separarlos   de

nuevo...Todo ello es producto de una presunta libertad desmesurada y ridícula.

ANTÓN.­ Yo seré huérfano.

DRUVNA.­ Y aún tienes que dar gracias al cielo de no haber muerto.

LAYET.­ (Dentro) Ven camarada,  hay buen café;  hay pan tostado, y mantequilla,  y

azúcar, y mermelada de fresas.

DRUVNA.­ No tengo ganas de nada.

LAYET.­ (Saliendo) Bueno. Toma una taza de café.

DRUVNA:­ No lo quiero (Tira la taza al suelo de un manotazo).

LAYET. Ven al menos a calentarte.

DRUVNA. Eso sí. Vamos. (Salen ambos por la derecha. ANTÓN queda solo. Entran

dos hombres por la puerta. Son OPEK y LUVI. Parecen oficiales).

OPEK: ¿Quién hay aquí?. ¡Camaradas!.

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ANTÓN. Aquí no hay nadie. Y usted también sobra en esta casa.

OPEK: Cállate mocoso. (Intenta darle un manotazo).

ANTÓN. Salga de esta casa. ¡Pronto!.

LUVI. ¿Quién te ha enseñado esos modos, niño?.

ANTÓN. Estoy en mi casa.

LUVI. Y nosotros estamos en el país que hemos conquistado por las armas.

ANTÓN. ¿Dónde están mis padres?.

OPEK: ¿Nadie te lo ha dicho?­ ¡Ha muerto!.

(Entran apresuradamente DRUVNA y LAYET).

DRUVNA. Es un pobre niño, huérfano.

OPEK. ¿Cuándo murieron sus padres?.

LAYET. A las cinco...Yo mismo saqué a la madre de su cama.

OPEK. Bien, bien...¿Qué hacéis vosotros aquí?.

LAYET: Hay pan, café, azúcar.... y fuego. Nos estábamos calentando.

OPEK. ¿Café?.

LAYET. Sí y caliente. 

LUVI. Traeré dos tazas. (Sale por la derecha).

OPEK. (Sentándose) ¿Habéis registrado las demás casas?.

DRUVNA. Por supuesto. No hemos encontrado a nadie en ellas. Estaban todas vacías.

OPEK. Os hago responsables de ello. Si aparece alguien en el próximo registro seréis

fusilados por encubridores.

DRUVNA. He dicho que no había nadie. Puede confiar en mi palabra.

LAYET. Pues no parece así. Había una persona. En la casa que está en la esquina de

esta misma calle.

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DRUVNA. Yo no la vi.

OPEK: ¿No será que querías engañarme?.

LAYET. Es cierto lo que dice. Se trata de un anciano que estaba escondido. Me pareció

paralítico. Lloraba...

OPEK:¿No le mataste?.

LAYET. No tuve valor para hacerlo.

OPEK. ¿Por qué?.

LAYET. Me dió mucha lástima.

OPEK. Vuelve ahora mismo a esa casa. No le hagas sufrir...Dispara a la nuca.

ANTÓN.   (Interponiéndose   entre   los   dos  hombres)  No,   señor.  A  ese  anciano  no   le

matará nadie.

OPEK. (Nervioso, a LAYET) Haz lo que te ordenado.

LAYET: Bien. (Va a salir pero ANTÓN le agarra de la ropa).

OPEK: Suéltale mocoso.

ANTÓN. No pueden matar a ese hombre. Es el  abuelo de Juanito.  Y Juanito es mi

amigo. Por favor, por favor, no le hagan ningún daño. Es un hombre muy bueno. Nos

cuenta muchas historias...Él también estuvo en una guerra cuando era joven y nos dice

que pasó  por muchos peligros...Ahora es feliz aunque se encuentre enfermo.. Deben

dejarle vivir. La vida es lo único que le queda.

OPEK: ¿Qué enfermedad padece?.

ANTÓN: Está paralítico. No puede mover las piernas.

OPEK: ¿No crees que la muerte sería una liberación para él?. Acabaría de sufrir.

ANTÓN. Él no sufre. Ni siquiera llora nunca.

LAYET: Pues yo le ví llorar.

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ANTÓN. No es posible. Siempre está contento y sonriendo.

DRUVNA. Lloraría porque es el único que queda de la familia.

ANTÓN. No puede ser. ¡Juanito tiene que seguir vivo!.

DRUVNA: ¿Es un niño como tú?.

ANTÓN: Más o menos.

DRUVNA. Murió.

OPEK­ Eso facilita las cosas. El viejo debe morir.

ANTÓN.   ¡No,   no!.   Cuando   acabe   esta   guerra   estúpida   yo   le   haré   compañía.   Le

escucharé sus cuentos, sus historias, y le daré de comer. (Sonríe). Sólo come sopas.

OPEK: ¿Como te llamas pequeño?.

ANTÓN: Antón.

OPEK. ¿Cuántos años tienes?.

ANTÓN: Trece.

OPEK: ¡Excelente!. Ya eres mayor, te necesitamos. Llévatele contigo Layet.

DRUVNA: ¿Dónde quieren llevarle?.

LAYET. Yo lo sé.

DRUVNA. Pues yo también quiero saberlo.

OPEK. ¿Dónde quieres que vaya imbécil?.

DRUVNA. (Entendiendo)  Pues no irá.

OPEK. ¿Quién lo va a impedir?­

DRUVNA: ¡Yo!.

OPEK:  Tú   te   quedas   aquí.   (Llega  LUVI   con  dos   tazas  de   café,   nadie   advierte   su

presencia).

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ANTÓN. Yo no quiero ir con nadie. Sé donde me quieren llevar, y no iré.  Prefiero

morir aquí mismo.

OPEK: (Se pone en pie va tras ANTÓN).  ¡Espera!.

ANTÓN. (Huye de OPEK y tropieza con LUVI, a quien se le caen las tazas de café). No

iré.

OPEK: Imbécil. Mira lo que has hecho.

ANTÓN.  (Situándose  en  el  marco  de   la  puerta  derecha.  Coge  un  taza  del   suelo  y

amenaza con ella) Haré algo peor si no salen de esta casa.

OPEK: (Se detiene ante el niño con algo de miedo). Mira, hijo....Atente a razones.

DRUVNA. (Riendo) Veo que el chico podrá más que todos nosotros.

LUVI. Tendré que cambiarme de ropa. (Se sienta)

ANTÓN: Dígame lo que sea. Pero sin moverse de ahí.

OPEK: El país está ocupado por nuestras tropas.

ANTÓN. Ocupado a traición. Ni siquiera hubo una declaración de guerra.

OPEK: Salen mejor las cosas que no se anuncian previamente. La realidad es que hoy

hemos   tomado   la   ciudad.  Combatientes  y  no  combatientes   son  botín  para  nuestros

soldados, incluso las mujeres y los niños.

ANTÓN: ¿Las mujeres y los niños?.

OPEK: Si. No entenderías nada aunque te lo explicara. Así que no me interrumpas. En

las montañas hay guerra de guerrillas. Por eso necesitamos muchos hombres a nuestro

lado. Tú puedes empuñar un fusil. Debes ayudarnos. Cuando acabe la guerra recibirás la

recompensa.

ANTÓN. Si. ¡El paredón!. Un tiro en la nuca. Y además no sufriré. ¿Eso es?.

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OPEK:  No.  Tendrás   un  puesto  de  honor   en   la   sociedad...  Cuando   seas  hombre   te

sentirás orgulloso de tí mismo y de tu nuevo país. Debes ayudarnos a que todo el mundo

se someta a nuestras armas.

ANTÓN. No. Nunca.  Yo seré fiel a mi rey.

OPEK. Tu rey murió ayer. También murieron todos los componentes de la familia real.

Y los ministros. Ahora sólo quedamos nosotros. Así que debes eligir: o un fusil o la

muerte.

ANTÓN: Nunca seré un traidor. Si fuera necesario luchar lucharía por mi rey.

OPEK. ¡Otra vez!. Tu rey ha muerto. Tu lucha no te llevaría a ningún triunfo.

ANTÓN. Siempre hay un triunfo, es el de saberse valiente y esforzarse luchando por

algo razonable.

OPEK.   Lo   único   razonable   ahora   es   comenzar   a   reconstruir   el   país   que   hemos

conquistado.

ANTÓN. Soy un buen ciudadano, me enorgullezco de ello. Por eso sólo podría luchar

por mi rey, aunque hubiera muerto o hubiera huido a Francia. Si tomo el fusil que usted

me ofrece nunca podré mirarme en un espejo. Me odiaría eternamente.

OPEK. (Impaciente) Elige pronto. De tu decisión depende el que sigas viviendo (Echa

mano a su pistola).

ANTÓN. Deje eso. (Le arroya la taza a la mano).

OPEK. (Dolido por el golpe) Mocoso ahora verás. (Avanza hacia ANTÓN pero tropieza

y cae) 

ANTÓN: (Tranquilo  se sienta  en una silla)  No le   tengo miedo.  Su valentía  es sólo

aparente. Ni siquiera es un hombre astuto.

DRUVNA: (Rie) No tienen reflejos.

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OPEK. No te rías imbécil. Sal de aquí ahora mismo.

DRUVNA. Voy a ver la casa. (Va hacia la habitación de ANTÓN).

ANTÓN.(Señalando)  En  la  mesilla  hay  muchos   libros.  Tengo  hasta  El  Quijote.  La

edición escolar.

DRUVNA. (Dentro) Leeré algún capítulo.

OPEK. ¿Quieres que hablemos como amigos?.

ANTÓN. De acuerdo. ¿Puedo sentarme?.

OPEK: Sentémonos. (Van a hacerlo todos).

ANTÓN. No. Ellos no se pueden sentar. Les tengo rabia. Y quiero que salgan de mi

casa. No quiero verlos más. Si están presentes no hablaré con usted. Así que elija.

OPEK: (Imperioso a LUVI y LAYET) Salir.

LAYET. Estaremos cerca.

LUVI. Si nos necesita puede avisarnos.

OPEK: ¿Tenéis miedo de un niño?­

LAYET. Es muy astuto.

OPEK. ¡Salid!. (Salen LUVI y LAYET) Ya hablaremos.

ANTÓN. Estoy viendo que en el fondo, aunque sea muy en el fondo, usted también

tiene corazón.

OPEK: Todos los hombres lo tenemos.

ANTÓN. Me parece muy humano. ¿Por qué han iniciado esta guerra?. ¡Diga! ¿Qué mal

hicimos a su país?.

OPEK. Ninguno. Y que conste que yo no inicié la guerra.

ANTÓN. Lo típico. Los soldados se disculpan con los oficiales, los oficiales con los

generales.. Pero, ¿quién hace las guerras?.

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OPEK. Los gobernantes, los políticos... Habrán pensado que los militares llevábamos

mucho tiempo inactivos. Y nos habrán querido dar trabajo.

ANTÓN. Trabajo de verdugos. Estarán orgullosos de eso. Estarán orgullosos de matar a

ancianos paralíticos, a hombres que duermen, a un rey bondadoso y humano.

OPEK: Cuando se lleva un uniforme no queda más remedio que obedecer. Hemos de

obedecer aunque esas órdenes vayan en contra de nuestra moral y de nuestras ideas.

ANTÓN: ¡Palabras!. Y habrán incendiado los pueblos, habrán arrasado las cosechas,

habrán quemado los museos...

OPEK: ¿Qué importa ya todo eso?. ¡Lo hecho, hecho está!.

ANTÓN. Ahora veo en usted a alguien sin escrúpulos.

DRUVNA: (Desde dentro) ¿No tienes juguetes?.

ANTÓN. Si los tengo. Debajo de la cama.

DRUVNA. (Dentro)  ¿Tienes tren eléctrico?.

ANTÓN. No.   (A  OPEK)  Mis  padres  nunca  pudieron  comprarme  un   tren  eléctrico.

Somos pobres, éramos pobres. Vivíamos con el sudor de mi padre. Pero mis padres eran

buenos. Por eso no entiendo porque les han matado. Eran buenos.

OPEK. Era su muerte o la nuestra. Elegimos la suya.

DRUVNA (Dentro) ¿Tienes una trompeta?.

ANTÓN. No.

OPEK. Ahora voy a preguntar yo.

ANTÓN. Sí. Pero sin levantarse de ahí. (Ríe) Y dígame: ¿usted no sonríe nunca?.

OPEK. Tengo cosas más importantes que hacer.

ANTÓN. Claro, claro. Algunas personas no tienen tiempo para reír pero sí son capaces

de odiar.

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OPEK. Yo no odio.

ANTÓN. Pero yo sí odio y también río si llega el momento. Se puede odiar y reír, se

puede hacer de todo. Por  ejemplo estudiar y jugar, reír y odiar, dormir y soñar, pensar y

hablar, llorar y amar. Todo depende de los momentos y de las personas. Ese hombre a

quien llaman Druvna...

OPEK. ¿Qué ha dicho o que ha hecho ese imbécil?.

DRUVNA. No tan imbécil... Como ser humano que es ríe y llora, pero entre una sonrisa

y una lágrima aún tiene tiempo para cerrar los ojos y soñar...

OPEK. (Mirándole con cierto afecto) ¿No te ha dicho nadie que eres muy inteligente?.

ANTÓN. Si, el maestro. Yo era el primero de la clase.

OPEK: No eras “era”, suena feo y triste. Los niños nunca deben hablar de pasado. La

vida de niños ha de ser un eterno futuro. No lo olvides.

ANTÓN. Para mí en este momento todo es pasado. Supongo que también habrá muerto

el maestro, y habrán quemado el colegio, y no quedarán árboles con ramas verdes que

nos den sombra durante el verano y siempre a la hora del recreo. Tampoco habrá  una

fuente en el centro del patio para beber agua por la tarde...Posiblemente todo haya sido

destruido.

OPEK: Algo habrá quedado, siempre queda algo. Y si por mí fuera os devolveríamos el

maestro, los compañeros de clase y los árboles del patio de tu colegio. No creo que

nadie haya  destruido esa fuente del centro del patio... De todas formas todo eso tiene

poca importancia en una guerra.

ANTÓN: Una ocupación... Y sí tiene importancia. Es que en las guerras de ocupación

es   necesario   arrasarlo   todo.   Los   ejércitos   son   siempre   como   el   de   Atila   o   el   de

Napoleón,   capaces   de   destruirlo   todo.   Donde   pisan   esos   soldados,   estúpidamente

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uniformados y armados  hasta   los  dientes.  Y  todo eso es  una gran  equivocación.  Si

ustedes ocupan un país por la fuerza, como hacían Hitler y Napoleón y los japoneses de

Hiro­Hito, cuando tomen posesión de ese país se verán obligados a reconstruir lo que

antes destruyeron. Un trabajo inútil y costoso. Estaba todo hecho, pero ¡ah!, vino la

guerra, la destrucción, la muerte...Creo que los invasores siempre actúan de mala fe y

con un desprecio absoluto hacia el ser humano.

OPEK: Tienes razón, lo reconozco. Pero los soldados siempre cumplen órdenes.

ANTÓN. ¿Sigue usted pensando que yo debo ir a la guerra?.

DRUVNA. (Que ha llegado unos segundos antes y estaba escuchando) No, no. Opek es

un hombre bueno. Parece una fiera, un militarote de toda la vida, pero luego es como un

niño. Mírale...Está a punto de llorar.

ANTÓN: (Asintiendo) Puede ser, puede ser...Y si usted no hubiera llegado ya estaría

llorando. Seguro que ahora le da vergüenza hacerlo.

OPEK (Gritando hacia adentro) ¡Layet!, ¡ Luvi!.

LAYET. (Entrando apresuradamente con Luvi) ¿Qué ocurre?.

OPEK: No quiero que se lleve a más gente al paredón, ni que sigan haciéndose registros

en  las  casas.  Son matanzas   inútiles.  Luego  tendremos  que  reedificar   las  ciudades  y

poblarlas de nuevo. No habrá gente suficiente para hacerlo.  Que no haya más muertos.

Daos prisa en transmitir mis órdenes.

LUVI. No son esas órdenes las que hemos recibido de la jefatura.

OPEK. Me da lo mismo.

LUVI. Es peligroso llevar la contraria a la jefatura.

OPEK: ¿Tú tienes padres?.

LUVI: Si.

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OPEK: ¿Y te gustaría que un día alguien llegara a su casa, los sacaran de la cama y los

fusilaran?. ¡No!. Seguro que no te gustaría...Pues entonces...

LAYET.   Si   hacemos   lo   que   usted   nos   manda   estaremos   desobedeciendo   órdenes

superiores.

DRUVNA.   (Interviniendo   apresuradamente)   Serán   órdenes   superiores   y   hasta   más

poderosas, si, pero menos humanas.

OPEK: (Terminante). ¡Haced lo que os mando!.

LAYET. Lo haremos.

LUVI. Al momento. (Sale con LAYET).

OPEK. (Paseando preocupado) Estoy empezando a creer que esta guerra ha sido una

equivocación..

ANTÓN: Como todas las guerras, como todas.

DRUVNA:   Pues   sí.   Ha   sido   una   tremenda   equivocación   desde   su   principio.   No

debemos olvidar  que  los  padres  de Antón vivían en su país  casi   felices,  con pocas

preocupaciones y escasas ambiciones. Trabajaban, comían y apenas se ocupaban de más

nada. Este es un país pobre, muy grande, pero muy pobre. Por eso me extraña incluso el

deseo de nuestros gobernantes de ocupar una nación tan normalita, que ni tiene riquezas

ni   problemas   étnicos  ni   de  otro   tipo.  Tal   vez   supusieran  que   supondría  mucho   su

anexión. Creo que se equivocaron y ellos mismos pagarán su culpa. Esos gobernantes

pagarán por todas las muertes de unos ciudadanos pacíficos que, a veces, mueren con

una  única  palabra   en   los   labios:   “Dios...”.  Y  Dios   castigará   tanta   soberbia   y   tanta

crueldad.

OPEK: ¿Tú crees en Dios?.

DRUVNA. ¿Usted no?.

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OPEK: No. De pequeño me enseñaron cosas diferentes. Cada uno es libre de creer o no.

Esta guerra nos está transformando. Yo mismo me encuentro desanimado, sin ganas de

seguir cumpliendo las órdenes que siempre pensé acataría con entusiasmo.

DRUVNA. Lo mismo les ocurre a los soldados. Esta guerra está resultando inútil.

ANTÓN: Inútil  y criminal,  como todas las guerras. Y más aún si es cierto que mis

padres y otros padres han muerto en ella.

OPEK: Tal vez sea menos doloroso morir de un balazo que de un larga agonía a causa

de un cáncer o una tuberculosis.

ANTÓN: ¿En su país hay gente que muere de cáncer?.

OPEK: Sí.

ANTÓN. En el mío no. Los ricos suelen morir de accidentes de carretera y los pobres, o

sea la mayoría, de hambre. No hay más variaciones.

OPEK: Todo esto me da lástima y miedo al mismo tiempo.

ANTÓN: ¿Por qué?.

DRUVNA. Posiblemente él no sepa explicártelo.  Lo haré  yo. Opek es un oficial  del

ejército de nuestro país. No lucha por su patria sino por su nómina. Personas con mayor

graduación le  han dado unas órdenes  tajantes  y él   tiene que cumplirlas.  Opek tiene

mando sobre miles de soldados, pero ha de cumplir esas órdenes.

ANTÓN.­ Comprendo, comprendo. Y una de esas órdenes está incluida mi muerte y de

la de tantos como yo.

DRUVNA. ¡Exacto!.

ANTÓN: Así pues si yo sigo vivo habrá algo negativo en su hoja de servicios.

DRUVNA. En efecto.

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ANTÓN: Si es así debería pedir que me fusilen. A fin de cuentas no quiero cargar con la

culpa de perjudicarle por no seguir las órdenes a rajatabla. Yo rogaré a Dios para que

perdone a Opek y a todos los demás. Serán mis verdugos pero no se lo tendré en cuenta.

OPEK. No te mandaré fusilar.

ANTÓN. ¿Por qué?.

OPEK.   Me   remordería   la   conciencia.   Viviría   siempre   atormentado.   Tus   palabras

martillearían mi cerebro. Me sentiría culpable de la muerte de un ser inocente.

ANTÓN. ¿Usted me considera así?

OPEK. Sí.

ANTÓN. ¿Y no hay alguna manera para salir con bien de esta situación?.

OPEK: Si la hay. Que ese Dios de que habláis castigara a quienes idean las crueldades

para el ser humano.

ANTÓN. ¿Cuál sería ese castigo?.

OPEK: Empiezo por decir que todos somos culpables de algo. Un cataclismo podría dar

al traste con todo este universo en permanente crisis. Podría llegar de repente ese fin del

mundo que llevan anunciando los profetas desde que Noé salió del Arca. Igual que hizo

en un momento un supuesto presidente modélico del país más poderoso alguien podría

ordenar que una bomba arrasara todo confundiendo a vencedores y vencidos.

ANTÓN. No creo que nadie quiera el fin del mundo. Tal vez falten miles de año para

ese final.  Por desgracia es posible que hasta entonces  se sucedan más  guerras,  más

desgracias, más crueldades.

OPEK. ¿De veras tienes trece años?.

ANTÓN. Si señor.

OPEK: ¿Y dónde has aprendido a hablar así?.

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ANTÓN. A veces una luz divina ilumina nuestro espíritu para que demos la verdadera

paz a quienes nos rodean. Tal vez me haya convertido en un profeta a sus ojos.

OPEK. Es muy posible. Si vivieras en mi país es posible que comenzara a ser creyente.

Desgraciadamente  nos hemos conocido en unas circunstancias   tan difíciles  que sólo

puedo decirte que pidas a ese Dios tuyo la solución para el fin de esta guerra.

DRUVNA. Esa solución está al alcance de todos.

ANTÓN. ¿Cuál es?.

DRUVNA. Coger un fusil, salir a la calle y continuar la lucha. No hay otra solución.

OPEK: Ahora yo no lo permitiré, y menos en el caso del niño.

DRUVNA. ¿Por qué?.

OPEK. No es justo que un niño como Antón muera ante una bala enemiga, de uno de

sus  hermanos además,  mientras  yo,  por   ser  oficial  de un ejército   invasor,  se  queda

tomando café.

DRUVNA.  Si   se   llega   a   saber   la   verdad   será   usted  despojado  de   sus  galones.  Le

llamarán traidor. Será enviado un campo de concentración.

ANTÓN: A algún lugar espantoso, seguro.

OPEK. También hay campos de concentración en el corazón de quienes se creyeron

buenos y, en los momentos cruciales, recapacitan para darse cuenta que son malos, .

crueles incluso. Ese será mi verdadero campo de concentración, la tortura de saberme

traidor a mi patria al haberme dejado embaucar por un niño torpe, ingenuo y...creyente.

DRUVNA. Tomemos café. Cerraremos la puerta. Si alguien llama no abriremos. Esta

guerra de ocupación puede durar  mucho.  Cuando  todo haya  terminado y haya sido

ocupado este país totalmente saldremos de aquí. Lo haremos como vencedores. Nadie

nos pedirá cuentas y nadie sabrá nada de Antón.

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OPEK. Eso es una traición y una cobardía.

DRUVNA. Lo contrario es caminar hacia la muerte.

ANTÓN. Pero yo no quiero que sigan muriendo personas, sean del bando que sean.

Quiero que se haga justicia,  que todos los hombres aprendan que la bondad es más

importante que la maldad.

OPEK. Creo,  Antón,  que ese Dios en quien tanto  confías  ha abandonado al  género

humano. Ahora los hombres van solos por una senda equivocada o, al menos, tortuosa.

Se devoran unos a otros como fieras en el inmenso bosque de los odios. Y nadie es

capaz  de  poner   una  barrera  para  que   el   caos   se   estrelle   contra   ella.  Es   el   fin,   un

apocalipsis. Sólo queda esperar a que la destrucción sea completa como siempre. Luego

nos tocará asistir a una nueva creación, si eso es posible.

ANTÓN. ¿Cree usted en esa nueva creación?.

OPEK. Hemos llegado a unos momentos en que es necesario creer en lo que está más

allá de nosotros, incluso lejos de los dominios de nuestra inteligencia. Es un día que no

se encuentra en los calendarios, tal vez el día 32 de todos los meses. Así que nos toca

esperar. Al final puede que una bala perdida venga a liberarnos de esta vida incierta.

DRUVNA. (Con sorna)  Vendrá una nueva creación. Si, Opek, así será. Así será Antón.

La vejez y la infancia unidas. Un hombre caduco y un niño que empieza a vivir unidos

por el episodio sangriento de una guerra. Los dos aquí, encerrados, esperando un final...

¡El mismo final!.  Vendrá  una nueva creación.  Por supuesto. Cuando nuestro mundo

haya dejado de serlo, la mano todopoderosa del Creador tendrá que poner orden en todo

lo que quedó a salvo de la civilización anterior. De nuevo empezar... Y entonces tal vez

regrese el  paraíso primitivo y ese ser supremo pondrá  en él  a una hombre y a una

mujer...Ya   no   se   llamarán  Adán  y  Eva   pero  no   importa   porque   volverán   a   pecar.

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¡Siempre la soberbia humana!.  No les   tentará   la  serpiente  sino el afán de ser como

dioses. Y de su pecado nacerá otro mundo.

OPEK. (Meditativo) Dios, Dios... Es necesario creer en Dios. Hoy todo es oscuro y

lejano, todo está ya perdido. Un eco nos llegará desde rincones ocultos.

ANTÓN.  Cuando   tras   las   guerras   y   la   confrontación   nazcan  nuevos   niños,   alguno

escarbará la tierra...

OPEK. Todos los niños lo hacen.

ANTÓN. Escarbarán la tierra y harán un hoyo tan profundo que llegará a las entrañas

del planeta. Allí encontrará...

OPEL. ¿Qué es lo encontrará?.

ANTÓN: Tal vez Druvna  pueda darnos la respuesta.

OPEK.(Apremiante) ¿Qué será?.

DRUVNA. Pues seguramente hallará el amor, la alegría y la verdad.

ANTÓN: Eso si. Y sus descendientes recogerán los frutos de ese hallazgo.

OPEK. ¿Estaremos ante un mundo libre, creyente, limpio?.

DRUVNA. Así será (Abre la ventana y mira al cielo).

ANTÓN. Veremos la luz de la vida.

DRUVNA. (Como transfigurado) Mirad...:las leyes divinas vienen cabalgando en un

potro de fuego. Se acercan a nuestras ventanas.

ANTÓN. Sí, lo veo, lo veo. Veo los caballos. Arden como el sol. La nieve comienza a

derretirse. Traen la verdad. Ahora nos hacen señas, ¿que querrán decir?.

DRUVNA. No lo entiendo, no puedo entender su mensaje.

OPEK. Eres demasiado joven. No tienes experiencia. Yo sí se lo que nos dicen.

ANTÓN. ¿Qué es Opek?.

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OPEK. Nos dicen que no desesperemos, que está llegando la hora.

ANTÓN. ¿Qué hora?.

OPEK. La de los creyentes. El que creyere se salvará. La sombra de la humanidad

resurgirá de las cenizas de la incomprensión que ahoga el corazón de los perversos. Es

un cáncer de muerte y de   sufrimientos. Todos los hombres están podridos. Apenas habrá 

algún justo que avance hacia la luz.

DRUVNA.   Desaparecerán   para   siempre   los   gobernantes   corruptos.   No   habrá   aire

suficiente para ellos. No podrán sobrevivir a la catástrofe. Se quedarán sin alicientes

para seguir actuando con la crueldad del poder. Se les podrá ver morir en medio de sus

propias   sombras.   Quedarán   enterrados   bajo   sus   crímenes   e  injusticias.   Y   si  alguno

escapa a la ira divina, sólo podrá caminar por los caminos de ortigas y los valles de

lágrimas.

OPEK. Ahora llega otra seña. Se dirige a Antón...

ANTÓN. Ya veo,

DRUVNA (Leyendo unas supuestas consignas del exterior) “Eres el tronco frágil de un

árbol que será centenario”.

VOZ EN OFF. “Y el mundo seguirá siéndolo, más allá de las guerras olvidando los

odios, lejos de la incomprensión”.

(Un rayo inunda la estancia).

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(Cuando  se  alza  el   telón  OPEK,  DRUVNA y ANTÓN se  encuentran  en   la  misma

situaciòn. Se abre la puerta y entran dos hombres, OTAST y LINDER, un oficial alto,

fuerte, canoso y un soldado delgadito armado).

LINDER. ¡Aquí están!. ¿Disparo?.

OTAST. No, espera. ¿Qué haces aquí Opek?.

OPEK.   (caviloso)  Bueno,  diría  que huyo de  mí  mismo.  Pero  realmente  huyo de   la

guerra y del pasado.

OTAST. No es tiempo para huir de nada sino el de seguir por el camino trazado.

OPEK. Pues me cansa ese camino. Me cansa mucho, demasiado.

OTAST. Pero debes seguirle, como lo seguimos todos. Te comprometiste ante nuestros

gobernantes,  diste    vivas  a   la  nación  que  iba  a   llevar   a   cabo  la   acción  heroica  de

conquistar un país que consideramos nuestro. Eras un hombre dócil mientras recibías

todos   los   meses   una   sustanciosa   paga   sin   tener   más   obligación   que   saludar   a   los

soldados por la calle. Y no olvides que emprendiste la guerra en busca de un ascenso...

OPEK. Reniego totalmente de mi pasado. Creo que soy libre de hacerlo.

OTAST. Todos somos libres de hacerlo. Pero en la guerra los combatientes se deben al

vencedor. Y tu eres el vencedor.

OPEK.  No   lo   soy.   Odio   esta   guerra.   Quiero   seguir  mi   camino,   un   camino   real   y

verdadero.

OTAST. La guerra no ha terminado todavía. Cuando se consiga el triunfo toal podrás

arrancarte los galones, arrojarlos sobre la tumba de alguno de tus soldados y ponerte

camina blanca y corbata. Entonces serás un ciudadano. Ahora sólo eres un militar y, por

ello, debes cumplir las órdenes de nuestros superiores.

OPEK. (Suplicando) Otast, tú eras mi amigo.

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CUADRO II

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OTAST. En las guerras no hay amigos.  Sólo hay enemigos.  Sólo hay vencedores y

vencidos.

OPEK. Tú eras mi amigo y ahora debes estar a mi lado, ayudarme.

OTAST.  Linder,   llévate  a  este  niño.  Me parece  que Opek  tiene  que contarme algo

interesante.

LINDER. ¿Qué hago con el niño?.

OPEK. Antón se queda aquí..De él quiero hablarte. Es preciso que esté presente.

LINDER. Los niños no debe  escuchar lo que dicen dos militares graduados.

OPEK. ¿Porqué?. No es un espía.

OTAST.Bien, bien. ¿Qué quieres decirme?.

OPEK. Haré todo lo que me ordenes, pero debemos salvar a este niño.

OTAST. ¿Qué quieres decir?.

OPEK. Mira, según las leyes de la guerra el niño debe morir.

OTAST. Lógico. ¿Eso es lo importante?. No es bueno que sobrevivan los testigos del

terror.

OPEK. Pero yo no quiero que muera.

OTAST. ¿ Por qué?. ¿Te une algún vínculo con él?.

OPEK. Me une una verdad, la única verdad.

OTAST. No sé de que estás hablando. Tengo la sensación de que has perdido el juicio.

OPEK. Todo lo contrario. Nunca estuve más acorde.

OTAST. Confieso que no sé de qué estás hablando.

LINDER.­   (Interviniendo  apresurado).  El  pequeño   le  habrá   contado  algún cuento  y

Opek   se  ha   sugestionado.  Los  niños   en  general   tienen  mucha   fantasía.  Por   eso   es

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peligroso   estar   cerca   de   ellos   durante   mucho   tiempo.   Acaban   transformando   a   los

adultos o, al menos, lo intentan.

OPEK. ¡Cállate necio! (Intenta agredirle).

OTAST. (Interponiéndose entre ambos).  No olvides  que Linder  es mi ayudante.  No

tienes ninguna potestad sobre él.

OPEK: Es un soldado y yo un oficial. Me ha faltado el respeto.

OTAST. Yo creo que no ha hecho más que decir la verdad. Los niños tienen mucha

fantasía. Y además tú comienzas a chochear. Es posible que un cuento o el relato de una

tragedia que te haya podido contar ese chico te hayan predispuesto para actuar a su

favor.

DRUVNA. Antón no ha predispuesto a nadie. Yo he sido testigo de todo.

OTAST. (Enérgico)  Tú te callas imbécil.

OPEK. (Furioso) Otast, no insultes a Druvna. Ahora es mi ayudante,

OTAST. (Como si hacer caso a Opek, mira por la ventana) Hace mucho frío ahí fuera.

DRUVNA. (Conciliador) Dentro hay fuego.

OTAST. Vamos a calentarnos Linder. 

OPEK. No, no. ahí no puede entrar nadie.

OTAST. ¿Quién lo va a impedir?.

OPEK. (Enérgico) Yo.

OTAST. ¿Es tu casa?.

OPEK. No, es la casa de Antón.

OTAST.   Bueno,   pues   entonces   es   de   los   vencedores.   Y   nosotros   somos   esos

vencedores.

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OPEK. Si vamos a eso diré que yo llegué primero. Tomé posesión de esta casa y ahora

es parte de mi botín. Todo lo que hay en ella me pertenece.

OTAST. Parece que quieres armar lío... Sabrás que se te está buscando. Creen que has

huido,  que no  eres  capaz  de  afrontar   tus   responsabilidades.  Has dado determinadas

órdenes que, naturalmente, no pueden ser cumplidas. Iba en contra de lo dispuesto por

la jefatura. Tu idea de salvar a un niño es un error. Las órdenes que nos han dado es

hacer   una   limpieza,   fusilar   a   quienes   nos   encontremos.   Ahora   mismo   has   querido

agredir a mi ayudante, a un combatiente. Además has tomado un ayudante que te ha

sido asignado por los mandos. Y, unido a todo ello, quieres prohibirme...

OPEK. Te estás excediendo en tus consideraciones. Hablas de más. No deberías meterte

en lo que no te importa Otast. Te aprecio y no me gustaría verte en un apuro.

OTAST. ¿Acaso tienes alguna razón para denunciarme?.

OPEK. No. (Pensativo) O tal vez sí...De momento prohibido entrar en esa habitación.

OTAST. Eres tozudo.

OPEK. Seguramente.

OTAST. No una buena actitud para quien viste uniforme.

OPEK: Tal vez sea igual de tozudo que tú mismo o determinados oficiales de nuestro

ejército.   Pero,   por   ahora,   si   no   quieres   sufrir   las   consecuencias,   quédate   aquí.   No

intentes siquiera llegar a la puerta de esa habitación.

OTAST. (Ajustándose el uniforme, con decisión) Entremos Linder.  A ver que se  le

ocurre a nuestro “anfitrión” para detenernos...

LINDER. Podremos tomar café caliente.

ANTÓN. Eso si que no.

DRUVNA. Calla Antón. Opek sabrá como resolver esto.

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       (OTAST y LINDER van hacia la derecha. Cuando el primero está cerca

de la puerta se adelanta OPEK y detiene a su compañero, agarrándole del uniforme).

OPEK.(Decidido) No pases de ahí. ¡Te lo advierto!.

OTAST. Suéltame Opek.

LINDER. (Amenazándole con su arma)  Suéltele, suéltele.

OPEK. Está bien. (Suelta a OTAST Allá tú... Si quieres entrar en la habitación, hazlo.

Te pesará, ¡y mucho!. (Retirándose de OTAST) Actúa como creas conveniente.

OTAST. Voy a entrar. (Comienza a dirigirse a la habitación. En ese momento OPEK se

abalanza sobre él y le abofetea).

OPEK. Eres un...

OTAST. (Zafándose de OPEK)  Por esta agresión podrán formarte consejo de guerra.

OPEK. No lo creo.

OTAST. Atente a las consecuencias... (Enfurecido arremete contra OPEK y le derriba).

        (LINDER está pronto a saltar sobre OPEK. DRUVNA le vigila nervioso,

ANTÓN cierra la puerta violentamente).

OPEK. Mala cosa has hecho. (Se levanta y empuja a OTAST. Éste no cae y se abalanza

sobre   OPEK,   quien   se   retira   cayendo   OTAST   al   suelo.   Va   a   cogerle   OPEK   pero

LINDER se interpone. DRUVNA retira bruscamente a LINDER y en ese momento se

dispara un arma. El disparo queda en el techo, ante el estallido pasan corriendo delante

de la ventana algunos soldados. Se oyen fuertes golpes en la puerta9.

VOCES EN OFF. ¡Abran!.

¡Abran pronto!.

¿Qué pasa?.

(LUVI y LAYET entran por la ventana).

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OTAST. (Terminante, desde el suelo). Prended a OPEK.

LUVI. Yo no puedo hacerlo.

OTAST. Os formarán consejo de guerra si no lo hacéis. OPEK es un traidor.

OPEK. Cállate perro. (Le da un puñetazo. LAYET se abalanza sobre OPEK a quien

reduce con la ayuda de LINDER. Entre ambos sujetan a OPEK).

LINDER. Estate quieto.

OPEK. Soltadme, soltadme.

OTAST. No lo hagas LAYET. Tenle fuerte.

LAYET: (Dubitativo) Tengo miedo.

OTAST. Serás condecorado por tu acción.

      (OTAST comienza a levantarse del suelo. DRUVNA le

empuja   violentamente   y   cae   de   nuevo.   LUVI   tira   el   arma   al   suelo   y   se   dirige   a

DRUVNA sujetándole de los brazos. Quedan, pues, inmovilizados OPEK y DRUVNA.

ANTÓN, temeroso  e indeciso, se acurruca en un rincón de la izquierda).

DRUVNA. Suéltame Luvi. Estáis agrediendo a un oficial del ejército. ¡Es Opek!.

LUVI. También OTAST es un oficial.

DRUVNA. Pero tú debes la vida a OPEK.

LUVI. Prefiero olvidarlo, al menos en este momento.

DRUVNA. Te pesará esa actitud.

OTAST.   (Se   pone   en  pie   limpiándose   el   polvo)  Buen   trabajo.  Llevad   a   estos   dos

hombres a la jefatura. Se agradecerá vuestra ayuda.

LINDER. LUVI sujeta a OPEK. Yo me ocuparé de DRUVNA (Le coge del brazo con

decisión). Hace tiempo que tenía ganas de hacerle unas cosquillas a este fanfarrón.

LUVI. Ahora soy yo el que tiene miedo.

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OTAST. ¿Miedo de qué o a qué?.

LUVI. No sé, no sé... (Agarra con fuerza a OPEK).

OTAST: Llevaos a los dos. No hagáis caso de lo que os digan por el camino. Os querrán

engañar.   Decid   en   la   jefatura   que   vais   de   mi   parte.   Todos   sabemos   cual   es   la

recompensa que espera a los traidores.

DRUVNA. ¿De qué traición hablas?.

OTAST. No soy yo quien debe decidirlo. ¡Andando!.

LUVI. Vamos OPEK. Hay prisa.

OPEK: ¿Tú también, LUVI?. Veo que te has olvidado de muchas cosas...

LUVI. Puede ser. El uniforme nos hace olvidar demasiado.

OPEK. He sido tu bienhechor.

LUVI: Lo siento. (Como burlándose) Ahora me quedaré desamparado. La guerra es la

guerra.

OPEK. Vamos. (Inicia la salida. Pasan los cuatro delante de ANTÓN que está llorando

en el rincón).

OTAST. (Acercándose al niño)  Ahora hablaremos tú y yo.

ANTÓN. No tenemos nada de que hablar. Prefiero que no me haga ninguna pregunta. Si

las hace no le pienso contestar. Puede tomar café o calentarse, pero a mí déjeme en paz.

Duerma si le satisface, pero no me pida nada más.

OTAST. Pareces muy espabilado, chico. Yo diría que demasiado espabilado.

ANTÓN: Puede ser.

OTAST. No está mal. 

ANTÓN. No creo que a usted le importe.

OTAST. ¿Por qué no quieres ser simpático conmigo?.

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ANTÓN. ¿Por qué no lo ha sido usted con OPEK?.

OTAST. Veo que sientes cierta simpatía hacia él.

ANTÓN. ¿Qué sentía usted?.

OTAST. Contesta a mi pregunta.

ANTÓN.  Responda usted a las mías. No se olvide que está en mi casa.

OTAST. (Poniéndose en pie) Y tú no olvides que estás en un país conquistado.

ANTÓN. Es mi país. Es mi patria.

OTAST. No lo creas. Antes sí lo era. Todo cambia, hasta el nombre de los países.

ANTÓN. Para  el  corazón nunca  hay cambios,  aunque existan  hombres  crueles  que

tratan de ejercer una tiranía sobre los demás.

OTAST. ¿Crees que yo soy un hombre cruel, que soy un tirano?.

ANTÓN. Sí. Lo creo.

OTAST. Pues te equivocas.

ANTÓN,. No lo creo así.

OTAST. ¿Cuántos años tienes?.

ANTÓN. ¿Cuántos tiene usted?.

OTAST. Puedo ser tu padre.

ANTÓN. Yo no quisiera ser su hijo.

OTAST. (Sonríe) ¡Me harás perder la paciencia!.

ANTÓN. Yo la perdí cuando pude verle entrar a usted en mi casa.

OTAST. Eres indómito.

ANTÓN. Más lo son quienes han conquistado mi país. Yo hablaría incluso de cobardía,

de abuso.

OTAST. Sabes demasiado o, mejor dicho, crees que sabes demasiado.

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ANTÓN. Siempre sabré menos que usted. No soy más que un niño mientras usted es un

oficial de un ejército invasor.

OTAST. Por eso mismo debes contestar a mis preguntas.

ANTÓN.  Usted   será   un   oficial,   pero   no   es   mi   padre.   Para  mí   no   es   más   que  un

extranjero, un intruso.

OTAST. ¿No crees que te estás excediendo?.

ANTÓN: Tal vez.

OTAST. Actúas como si tuvieras nueve años.

ANTÓN. Pues tengo trece.

OTAST. Ya eres un hombre. Y debes actuar como tal.

ANTÓN. ¿Usted nunca fue niño?.

OTAST. ¡Basta!. Las órdenes que tenemos son terminantes.

ANTÓN. Sé cuales son esas órdenes. Las mujeres y los niños son botín de guerra. 

OTAST. Así es. ¿Cómo lo sabes?.

ANTÓN. Me lo explicó OPEK que, cuando entró por esa puerta, era una fiera como

usted.

OTAST. ¿Crees que a mi me vas a amansar como has hecho con él?.

ANTÓN. No. Usted es despreciable para mí.

OTAST. OPEK será juzgado por traidor. Le formarán consejo de guerra.

ANTÓN. Ya lo oí antes.

LINDER. (Entrando) Sus órdenes han sido cumplidas.  OPEK y DRUVNA han sido

hechos prisioneros.

OTAST. ¿Los juzgarán?.

LINDER. Parece que sí, en cuanto la situación lo permita.

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OTAST. Espero que sea pronto en beneficio de todos. Y para dar ejemplo.

LINDER. Ya he pedido que nos lo comuniquen en su momento.

OTAST. ¿Juzgarán a los dos a la vez?.

LINDER. Parece que DRUVNA será deportado y degradado solamente.

OTAST. Está bien. No es mal muchacho, aunque se mete donde no le llaman. Pero  eso

se puede corregir en cuanto sea desprovisto del uniforme.

LINDER. Espero que así sea. (Va a salir).

OTAST. ¡Espera!. Me serás de utilidad...

LINDER. Haré lo que me ordene. (Se retira hacia el fondo).

OTAST. (A ANTÓN) Decíamos que, con tu edad, ya eres un hombre. Y si es así ya

sabes lo que tienes que hacer. Me daría mucha pena ver que te llevan al paredón por una

tontería.

ANTÓN. Esa tontería es tomar un arma y disparar contra mis conciudadanos.

OTAST. Efectivamente. Son las leyes de la guerra.

ANTÓN. De la ocupación más bien.

OTAST. Llámalo como quieras. Pero, si no quieres más problemas, sal de aquí y toma

un fusil...Ve al final de la calle y aguarda con los demás que están siendo conducidos

allí. Os conducirán a la montaña para asignaros vuestros destinos.

ANTÓN. Es inútil que intente de convencerme. No iré a ninguna parte.

OTAST. ¿Por qué esa obcecación?.

ANTÓN. No quiero ser un traidor a mi país. Y lo sería si cruzara esa puerta y empuñara

un arma.

OTAST. No sé a quien o a qué serías traidor.

ANTÓN. Pues a mi país.

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OTAST. No existe.

ANTÓN. A mi rey.

OTAST. Ha muerto.

ANTÓN. Me da igual.

OTAST. Bueno, bueno. Decide pronto. Se me acaba la paciencia. 

ANTÓN. Iré al paredón de fusilamiento. Moriré así si es preciso. Pero nunca seré un

cobarde ni me humillaré ante un uniforme extranjero.

LINDER. (Acercándose a ANTÓN)  Eso sí que sería una cobardía.

OTAST. Piensa bien lo que haces, muchacho.

ANTÓN. (A LINDER). El único cobarde es un usted. Es muy fácil ser valiente con un

arma en las manos. Puede matarme ahora mismo si quiere. Nadie se lo va a impedir,

nadie va a defenderme. Pero matarme será otra cobardía más de quien forma parte de

una manada de traidores.

LINDER. Más cobardía es elegir otras opciones cuando hay miles de hombres luchando

fuera.

ANTÓN. Pero, ¿por qué luchan?.

OTAST. Porque estamos en guerra. Sencillamente.

ANTÓN. Nadie deseaba esa guerra. La han traído ustedes.

OTAST. Era algo necesario.

(Entran LUVI y LAYET).

LINDER. ¿Qué de nuestros amigos?.

LUVI. OPEK está bien custodiado.

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LAYET. DRUVNA ha sido encerrado en un calabozo con un jarro de agua y un pedazo

de pan duro. Estará allí varios días. Se lo tiene merecido. La opinión es que no sirve

para la guerra.

OTAST. Gracias por la información, gracias. (Se dirige al niño). Antón, es tu última

oportunidad...

ANTÓN. No me moveré de aquí.

OTAST. Veo que no hay manera de hablar con quien no quiere comprender.

ANTÓN. O no quiere transigir con seres viles como ustedes.

OTAST. Tonterías. No tendremos en cuenta esas palabras.

ANTÓN. Será lo mejor.

OTAST.(Apresurado), A ver LINDER, LAYET, LUVI... Preparaos. Fusilaremos aquí

mismo a este niño insoportable. Así nos evitará a todos quebraderos de cabeza.

LAYET. A la orden.

LINDER. Me parece buena idea.

LUVI. Es una lástima desperdiciar pólvora para tan poca cosa como un niño...

OTAST. Es demasiado rebelde. Demasiado. Antón colócate en la pared.

ANTÓN. Sí.   (Cierra   la  puerta,  da  unos  pasos  atrás  y  se  pone delante  de   la  pared,

mirando al público) Puede empezar la matanza... Espero que sean capaces de sentirse

culpables y que algún día paguen los desmanes e injusticias que están cometiendo.

OTAST. ¡Preparados! (LUVI, LINDER Y LAYET se ponen de espaldas al público y

apuntan a ANTÓN). ¡Listos!.

ANTÓN. ¡Un momento!.

OTAST. (Fastidiado) ¿Qué quieres ahora?.

ANTÓN. Saber la hora. ¿Qué hora es?.

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OTAST. Perdimos nuestros relojes. Para nosotros es, simplemente, la hora del triunfo,

el momento de los vencedores. ¿Quieres saber algo más o podemos terminar de una vez

por todas?.

ANTÓN. No, no quiero nada más. Gracias...  por su amabilidad.  (Arrogante) Pueden

cumplir con su obligación.

OTAST. (Nervioso) Pues sí.  Estamos en una hora tardía.  Es la hora del destino.  Se

hablará de este momento en los manuales de historia del futuro. Seremos vistos como

unos héroes.

ANTÓN: Pocos héroes veo entre quienes han ocupado un país por la fuerza y han traído

la muerte y la destrucción.

OTAST. ¡Cállate de una vez, cállate!. Los minutos de la eternidad comienzan a contar

para tí.

ANTÓN. Cuanto antes...¡Por favor!.

OTAST. ¡Preparados!. ¡Listos!. ¡¡Fuego!!.

 (ANTÓN se tapa los ojos. Suenan varios disparos y se

oscurece la habitación).

      (Al volver la luz, entra el sol por las ventanas. Es día

claro, no se ve nieve por ninguna parte. Por la derecha viene el PADRE).

PADRE. ¡Antón!.

ANTÓN: (Saliendo adormilado en pijama). ¿Tú?.

PADRE. Si (Sonríe). ¿Qué sucede?. ¿Qué soñabas?.

ANTÓN. (Intranquilo). No sé, no sé. ¿Dónde está mamá?.

PADRE. Ha ido a por el pan. Anda, date prisa o llegarás tarde.

ANTÓN. ¿Tarde?. ¿Adónde?.

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PADRE. (Condescendiente) Vamos. Vístete. Tienes el desayuno en la cocina.

 (Se oye algarabía y música en la calle. De otra habitación

llega una voz de la radio).

VOZ DE LA RADIO. Cuarenta y dos mil setecientos treinta y dos..............

ANTÓN. A ver si nos toca la lotería, papá.

(Sale sonriendo, el PADRE le mira alegre)

T    E    L    Ó    N

.

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