manuel acuÑa - en nombre de ese laurel (t. 2)

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EN NOMBRE DE ESE LAUREL MANUEL ACUÑA POEMAS CIENTÍFICOS, CÍVICOS, FILOSÓFICOS Y HUMORÍSTICOS OBRA POÉTICA, 2

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Esta edición agrupa tanto la recopilación de la poesía completa de Manuel Acuña como los comentarios críticos que al respecto realizan Marco Antonio Campos, Evodio Escalante y otros autores. Además, incluye versiones de poemas, creaciones inéditas, y una recopilación de iconografía sobre el autor saltillense y su contexto.

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Page 1: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

E N N O M B R E D E E S E L A U R E LMANUEL ACUÑA

P O E M A S C I E N T Í F I C O S , C Í V I C O S , F I L O S Ó F I C O S Y H U M O R Í S T I C O S

O B R A P O É T I C A , 2

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E LO B R A P O É T I C A , 2

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Lic. Rubén Moreira ValdezGobernador del Estado de Coahuila de ZaragozaLic. Ana Sofía García CamilSecretaria de Cultura de CoahuilaLic. Carlos Flores RevueltaDirector de Actividades Artísticas y Culturales Lic. Miguel Gaona HernándezCoordinador Editorial

© Gobierno del Estado de Coahuila de Zaragoza© Secretaría de Cultura de CoahuilaJuárez e Hidalgo s/n. Zona CentroCP 25000. Saltillo, Coahuila de ZaragozaCorreo electrónico: [email protected]

© Evodio Escalante© Diana Garza Islas© Ernesto Lumbreras

Edición: Miguel GaonaDiseño: Estefanía Nicté Estrada

Impreso y hecho en MéxicoISBN Obra completa: 978-607-96210-6-3

ISBN Tomo 2: 978-607-96210-7-0Saltillo, Coahuila de Zaragoza, 2013

Directorio

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Para los coahuilenses, el 2013 ha sido un año de importantes conmemo-

raciones: celebramos el centenario de la firma del histórico Plan de Gua-

dalupe; recordamos el 170 aniversario luctuoso del padre del federalismo,

Miguel Ramos Arizpe, y asimismo el sesquicentenario de la Batalla de

Puebla, en la que el general Ignacio Zaragoza cubrió de gloria a la nación y

a nuestro estado. Finalmente, el 6 de diciembre, tras un año de actividades

y festejos de nivel internacional en su memoria, conmemoramos el 140

aniversario luctuoso del poeta Manuel Acuña Narro.

Esta publicación, EN NOMBRE DE ESE LAUREL, reúne su poesía

completa y nos presenta de nuevo al autor y al personaje; es el testimonio

material de la devoción y orgullo con que el Gobierno del Estado se ha

planteado la celebración del saltillense, cuya existencia trágica, breve, le dio

tiempo bastante para confeccionar una obra literaria imprescindible en la

cultura mexicana.

Esta edición no cierra, sino que abre permanentemente el homenaje y

las vías de acceso a la obra de Manuel Acuña, reiterando asimismo el com-

promiso del Gobierno de Coahuila por fortalecer la imagen y la calidad de

vida en nuestro estado a través de la poesía, de capitalizar en beneficio de la

sociedad los valores culturales que nos pertenecen.

El inminente reencuentro de Acuña con los lectores representa en sí

mismo un motivo de festejo, pues no sólo el poeta, sino también los que

entendemos su obra como parte de nuestra identidad, vemos enriquecer con

ello la generosa herencia cultural que recibimos. Sirva como regalo para los

lectores del presente y del futuro la obra poética de Manuel Acuña, orgullo

coahuilense y joya del siglo XIX mexicano.

LiC. RUbéN MoREiRA VALdEzGobernador ConstituCional

del estado de Coahuila de ZaraGoZa

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La segunda mitad del siglo XIX, imprescindible para entender el devenir

y el pensamiento del México naciente, fue la cuna del poeta coahuilense

Manuel Acuña. En ella vivió de forma apresurada, casi siempre en circuns-

tancias adversas, dejando tras de sí una biografía brevísima, colmada de

palmas, triunfos, laureles, como expresó su amigo Justo Sierra; la promesa

de un porvenir feliz que no llegó a cumplirse para él pero sí para su obra.

Manuel Acuña representa un ideal romántico. Durante mucho tiempo ha

sido, para el público, como la flor que espera entre las páginas de un libro para

desmoronarse en nuestras manos. Sin embargo, hace falta todavía mucho más

para asistir al desmoronamiento de una obra que, bien leída, tiene importantes

asideros en la historia, la cultura y la imaginación de nuestra lengua.

A 140 años de la muerte de Acuña, sus poemas son, todavía, nuestro or-

gullo, y la clave para revalorar su historia, novelada por la imaginación colec-

tiva; para entender el reconocimiento de maestros como Ignacio M. Altami-

rano o Menéndez y Pelayo, y las impresionantes muestras de cariño popular

que recibió a su muerte, en la Ciudad de México, a los 24 años de edad.

A ello han dedicado su inteligencia, su tiempo y su talento los autores

que colaboran en esta nueva edición de la obra poética de Manuel Acuña,

reforjando la espada que se encontraba rota, ya fuera por la sobreexposición

o por el abandono. La defensa, en algunos casos, pero, ante todo, la generosa

relectura que realizan de la poesía del coahuilense, nos regala el encuentro

con un autor imprescindible cuyo instante de gloria no acaba todavía, y al

que el Gobierno del Estado de Coahuila ha brindado un homenaje mayús-

culo llevándolo de nuevo a los reflectores internacionales en este 2013, pero,

ante todo, a las manos de sus lectores para este nuevo siglo.

LiC. ANA SofíA GARCíA CAMiLseCretaria de Cultura de Coahuila

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Contenido

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145

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Manuel Acuña y los abismos del pensamientoEvodio Escalante

obra poética, 2Poemas científicos, cívicos, filosóficos y humorísticos

El libro de hueso Juan de Dios Peza

Ante un poema, un cadáver después Nota de Diana Garza Islas

Manuel Acuña: el poeta y el suicida Ernesto Lumbreras

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eVodio esCalante

MANUEL ACUÑAY LoS AbiSMoSdEL PENSAMiENTo

Sobre el suelo de la tradición, la ola de las generaciones destruye y edifica,

descarta y selecciona, deforma y entroniza. Lo mismo estatuye prestigios

que los borra. Lo mismo encumbra venerables figuras del pasado inme-

diato que las sepulta en el descrédito o en el más pavoroso de los olvidos.

Hay que tener en mente el automatismo de este doble movimiento que

singulariza la actividad, o si se prefiere, el activismo cultural de las gene-

raciones en el momento de abordar una figura singular del romanticismo

mexicano como lo es Manuel Acuña.

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12

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

Me parece que incluso habría que retroceder un poco y someter a

consideración nuestra visión de conjunto. Es decir: los teneres previos que

se nos han heredado, aquellos en los que hemos crecido y que a menudo

reciclamos sin parpadear. El movimiento romántico es esa visión de con-

junto cuya valoración solicita una nueva mirada crítica. Por razones que

sería demasiado prolijo explorar, pero de cuya eficacia hermenéutica existen

pruebas más que sobradas, el romanticismo mexicano pasa por ser una de

las etapas más discutidas, más endebles y más saturadas de defectos de toda

la historia de la literatura mexicana. Se entiende de inmediato por qué. La

conquista de la independencia política lograda por Iturbide en 1821 lleva-

ba aparejada la exigencia de obtener una segunda independencia de tipo

espiritual cuyas consecuencias habrían de sentirse en el plano de la cultura

y de la creación artística y literaria. Al principal promotor de esta segunda

independencia, Ignacio Manuel Altamirano, se atribuye haber declarado en

una de las sesiones del Liceo Hidalgo que “así como en México había ha-

bido un Hidalgo, el cual en lo político nos hizo independientes de España,

debía haber otro Hidalgo respecto del lenguaje”.1 Lo anterior presupone un

momento auroral. La exigencia de Altamirano implica que una literatura

propiamente nacional todavía no existía, por lo que se hacía necesario pro-

ceder a su constitución.

La génesis o la formación de una literatura nacional precisaba un cam-

bio de actitud, adoptar una nueva posición de valor. En su diagnóstico del

estado de salud de las letras patrias, Altamirano no vacilaba en indicar la

causa del atraso: la propensión a la imitación. La copia servil de los modelos

tanto españoles como franceses nos hacía extraviar el rumbo. Observaba

1 Citado por José Luis Martínez (“México en busca de su expresión”, 1060).

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13L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O

al respecto Altamirano: “Éste no es un defecto exclusivo de nuestra actual

generación literaria; es un vicio hereditario, es una manía adquirida en el

colegio, o inspirada por consejeros poco ilustrados o meticulosos” (Obras

completas, XII, 191). Cuando menos en una ocasión, por los términos en

que lo formula, se diría que el diagnóstico de Altamirano se convierte casi

en una invectiva: “Nosotros todavía tenemos mucho apego a esa literatura

hermafrodita que se ha formado de la mezcla monstruosa de las escuelas es-

pañola y francesa en que hemos aprendido” (37. Énfasis mío).2

No debe perderse de vista, por otro lado, que nuestro siglo XIX es un

periodo de convulsión incesante. No bien habíamos salido de la guerra de

Independencia, se dieron en intrincada sucesión las calamidades de la gue-

rra civil entre liberales y conservadores, la invasión del ejército estadouni-

dense que tomó la Ciudad de México, hizo ondear su bandera en Palacio

Nacional y, a través de ciertos contratos de compraventa, anexionó una par-

te sensible de nuestro territorio; la guerra con Francia, el fugaz imperio de

Maximiliano de Habsburgo, sin dejar de contar los avatares de la República

restaurada. En estas fragorosas condiciones, juzga el lugar común, era difícil

que nuestros escritores se pusieran en serio a hacer literatura.

Divididos entre las exigencias de la política y la supervivencia, envueltos

en una lucha interminable de facciones que los inclinaba de modo inmedia-

2 No sería remoto que esta estentórea declaración de Altamirano haya sido la fuente que

llevó a José Gorostiza a sostener, en semejante plan autocrítico, y utilizando palabras muy

similares, que esta misma compulsión imitativa tendría que ser la causa del estancamiento del

grupo de los Contemporáneos, lo que contribuye a que “[...] todavía en la actualidad, a ciento

veinte años de la independencia política, la inteligencia bizca de México tenga un ojo en la

tradición española y otro en la francesa, y trate de caber un poco idealmente en ellas, en lugar

de esforzarse por ir haciendo, ya que no la hay, una tradición mexicana”. (Véase “Hacia una

literatura mediocre”, Prosa, 154)

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to a la diatriba y el panfleto, a la exaltación de la bandera propia y a la de-

nostación de la del enemigo, mal podían los escritores mexicanos trabajar de

manera fructífera en lo que se supone era lo que tenían que hacer: una litera-

tura de alta calidad estética. Se diría que en el pecado llevaban la penitencia.

Si bien esto obliga a los críticos y estudiosos a elogiar la actitud política de

nuestros románticos, que destacan en tanto formadores de la conciencia na-

cional, como contraparte estiman, de modo general, que sus esfuerzos litera-

rios resultaron erráticos y poco afortunados. Tal opinión canónica, revestida

de un prestigio inercial, la articula Octavio Paz en el ensayo con el que inicia

Las peras del olmo (1957). No me queda más remedio que citarlo en extenso:

El siglo XIX es un periodo de luchas intestinas y de guerras exteriores. La na-ción sufre dos invasiones extranjeras y una larga guerra civil, que termina con la victoria del partido liberal. La inteligencia mexicana participa en la política y en la batalla. Defender el país y, en cierto sentido, hacerlo, inventarlo casi, es tarea que desvela a Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano y a muchos otros. En ese clima exaltado se inicia la influencia romántica. Los poetas escriben. Escriben sin cesar, pero sobre todo combaten, también sin descanso. La admiración que nos producen sus vidas ardientes y dramáticas –Acuña se suicida a los 24 años, Flores muere ciego y pobre– no impide que nos demos cuenta de sus debilidades y de sus insuficiencias. Nin-guno de ellos –con la excepción, quizá, de Flores, que sí tuvo visión poética aunque careció de originalidad expresiva– tiene conciencia de lo que signifi-caba realmente el romanticismo. Así, lo prolongan en sus aspectos más su-perficiales y se entregan a una literatura elocuente y sentimental, falsa en su sinceridad epidérmica y pobre en su mismo énfasis. (“Introducción a la poesía mexicana”, Las peras del olmo, 19-20)

La radicalidad del dictamen de Paz, tal y como consta en las últimas líneas

de la cita, podría deberse no tanto a las virtudes de una exotopía bajtiniana,

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15L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O

es decir, a un exceso de conciencia que trabajaría –dada la distancia temporal

transcurrida– en favor riguroso del crítico, sino a que no cuesta demasiado

trabajo llevar hasta sus extremos un lugar común aceptado por todos. Pero

me pregunto, ¿se podría sostener de verdad que ni Ramírez, Altamirano,

Prieto, Acuña, Flores ni Rodríguez Galván tenían “conciencia de lo que

significaba realmente el romanticismo”? ¿No es esto convertirlos en unos

pobres fantasmas carentes de razón y de objeto? Con todos sus altibajos,

como sin duda los tuvieron, no me parece tampoco que podamos calificar-

los sin más como escritores superficiales, cuando menos no a todos ellos, ni

que podamos decir que estaban entregados a “una literatura elocuente y

sentimental, falsa en su sinceridad epidérmica y pobre en su mismo énfasis”.

No intentaré rebatir estas afirmaciones. Basta con consignarlas para

dejar testimonio de una actitud extremosa que acaso sería adecuado revisar,

siempre que lo que nos importe sea comprender los impulsos y los alcances

que marcan el horizonte de nuestra, a veces tan calumniada, generación

romántica.

Si la visión de conjunto está sujeta a estas inercias de la crítica, que son

producto cuando menos en parte –aventuro esta hipótesis– de la tajante

reacción de ciertos poetas modernistas, quienes habiéndose iniciado como

románticos tuvieron que renegar de esta estética como parte misma de su

proceso de maduración, según lo indican los casos muy connotados de Ma-

nuel José Othón, y sobre todo, de Salvador Díaz Mirón, quien desconoció

todo lo que había publicado antes de Lascas (1901), no corre con mejor

suerte la figura solitaria de Acuña. Bastaría con decir que incluso quienes

se han tomado el cuidado de redactar su biografía o de recopilar su obra

poética, a la hora de escribir los prólogos pertinentes o de abordar los ve-

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

ricuetos de su existencia, no han dejado de señalarle sus defectos emotivos,

sus pretendidas confusiones intelectuales y hasta –por si esto no fuera sufi-

ciente– sus ocasionales y también supuestas fallas de métrica y musicalidad.

Sea el caso de José Rojas Garcidueñas. En su libro Manuel Acuña, poeta

y hombre de su tiempo, el autor sostiene que al “pobre muchacho” de Salti-

llo le tocó formarse en una época caracterizada por una extrema penuria

intelectual, lo cual volvería explicables sus desaciertos y confusiones en el

terreno del pensamiento. Razona de esta manera el autor del libro: “Le tocó

una de las peores épocas del Colegio de San Ildefonso: aquella absoluta de-

cadencia que, afortunadamente, acabó por una reforma total, la que realizó

don Gabino Barreda al crear la preparatoria comtiana” (XXI). El secreto ha

sido revelado. La inconsistencia de la poesía de Acuña, su falta de solidez

ideológica, su nerviosa movilidad que denota ausencia de criterio, se debe-

rían todas ellas a una falla escolar muy propia de la época. Como el Colegio

de San Ildefonso estaba en crisis, sus egresados tenían que ser poco menos

que un fraude. Rojas Garcidueñas se engolosina citando unos recuerdos de

Justo Sierra, condiscípulo del poeta:

Los colegiales cantábamos las canciones de guerra reformistas, urdíamos para las sabatinas toscos argumentos patrióticos en latín de seminario –¡perdón, padre Horacio; padre Virgilio, perdón!–, y todo ello andaba mezclado con jirones viejos de metafísicas escolásticas, aprendidas de coro. (XXII)

La conclusión de Rojas Garcidueñas se antoja impecable: “Sobre esos ma-

los cimientos no era posible edificar nada bueno, y Acuña no tuvo tiempo ni

empeño en mejorarlos”. Llevado por la incuria y por su agnosticismo, “iner-

me para capear los temporales y recias corrientes de una época intelectual

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a n t i G u o C o l e G i o d e s a n i l d e F o n s oG a b i n o b a r r e d a

Como primer director de la Escuela Nacio-nal Preparatoria, antiguo Colegio de San Ildefonso (del que Acuña fue alumno antes de ingresar a la Escuela Nacional de Medi-cina), Gabino Barreda luchó por lograr una educación liberadora e introdujo la doctrina positivista que propugnaba Augusto Com-te, misma que él conoció en París mientras terminaba sus estudios de Medicina. La in-fluencia de dicha doctrina puede apreciar-se en distintas composiciones de Manuel Acuña, como los poemas dedicados a la Sociedad Filoiátrica e incluso en “Ante un cadáver”.

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

en violenta transformación, pronto habría de perder el timón y la brújula y

su barco quedó al garete”.

De cualquier forma, uno podría preguntarse, creo que con algo de sen-

satez: ¿si la culpa la tuvo la escuela, por qué Justo Sierra, en lugar de malo-

grarse, fue la lumbrera que fue? ¿No estaremos incurriendo en un grosero

reduccionismo? Por otra parte, ¿no es esto concederle demasiada eficacia a

la institución escolar? Antes y después del Colegio de San Ildefonso, Acuña

era también un producto del ambiente en que vivía. De manera particular,

habría que tomar en cuenta que en ese ambiente ambulaban figuras tre-

mendas como Altamirano, como Guillermo Prieto, y quizá de manera to-

davía más decisiva, como Ignacio Ramírez El Nigromante, quien sorprendía

a propios y extraños con sus rutilantes tesis materialistas sustentadas en la

Academia de Letrán, y de las que todos se hacían voces. Hay indicios muy

claros de que este último personaje lo influyó muchísimo, como lo podría

mostrar uno de sus poemas más celebrados por la crítica, “Ante un cadáver”.

Aunque hay otros textos en los que puede documentarse la adscripción

materialista del autor, como la décima que titula simplemente “Dios”, el

primer texto citado no sólo es una pieza maestra desde el punto de vista

literario, sino una de las formulaciones más convincentes acerca del auto-

telismo y la perennidad de la materia cósmica. Nada impide pensar, más

bien al contrario, que “Ante un cadáver” es la versión poética de la tesis de

inspiración científica que Ramírez defendiera en la Academia y que versaba

toda sobre este escueto principio: No hay Dios; los seres de la naturaleza se

sostienen por sí mismos.3

3 Éste fue, según la reseña de don Hilarión Frías y Soto, que Altamirano recoge, el lema que

defendió Ignacio Ramírez en su discurso de ingreso a la Academia. Véase Obras completas, XIII

(111-112). Ahí mismo el reseñista comenta: Ramírez dedujo “de una serie inflexible de verdades

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e s C u e l a n a C i o n a l d e M e d i C i n a

Tras convertirse en Nacional –luego de haber nacido como Real y Pontificia–, la Universidad de México unió los Esta-blecimientos de Ciencias médico y qui-rúrgico, lo cual dio pie a la creación del Establecimiento de Ciencias Médicas, que sería luego Colegio de Medicina, Escuela de Medicina del Distrito Federal y, a partir de 1842, Escuela Nacional de Medicina, instalándose en el antiguo Pa-lacio de la Inquisición. Ahí habitó, cur-só sus estudios y murió Manuel Acuña, siendo prefecto del establecimiento el Dr. Manuel Domínguez, a quien el poe-ta le dedica un par de poemas donde muestra su respeto y amistad. Domín-guez fue además presidente de la Aca-demia Nacional de Medicina.

d r . M a n u e l d o M Í n G u e Z

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20

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

Tampoco pienso que la tesis ad hominem de Rojas Garcidueñas pueda

sostenerse. ¿Acuña, un tipo inerme? ¿Un medroso incapaz, un desprotegido

al que las exigentes musas o bien los vendavales de la época lanzaban de una

orilla a la otra, como si se tratara de un trapo? No parece haber testimonios

de estos supuestos bandazos en su bullente poesía.

De alguna forma, José Luis Martínez se hace eco de las afirmaciones

de Rojas Garcidueñas, aunque hay que reconocer que amplía, en cuando

menos tres planos, el espectro de sus inconformidades. Para empezar, sos-

tiene que Acuña se quedó en mera posibilidad. Al suicidarse cuando apenas

contaba con veinticuatro años, Acuña habría frustrado de manera trágica la

promesa del gran poeta que ya empezaba a anunciarse. Para decirlo con una

metáfora de Hegel: Acuña se habría quedado en la noche de las promesas,

sin pasar al día de los logros. Así lo explica José Luis Martínez en el pró-

logo de su Poesía romántica: el Liceo Hidalgo “dio dos frutos, uno de ellos

reducido a posibilidad, y otro con características de gran poeta: el primero

era Manuel Acuña, y el segundo Manuel María Flores”. Para mala fortuna,

Acuña murió, puntualiza el crítico literario, “cuando su obra iniciaba los

primeros brotes seguros que presagiaban la aparición, tarde o temprano, de

un gran poeta” (XVI).

A esto hay que agregar una valoración general del Romanticismo que

sin duda afecta también a Acuña, el más desesperado y a la vez el más

precoz de sus representantes en nuestro país. Según José Luis Martínez,

el romanticismo mexicano no resiste la comparación con su homólogo es-

experimentales la conclusión, inaudita hasta entonces, de que la materia es indestructible,

y por consiguiente eterna: en este sistema, podía suprimirse, por tanto, un Dios creador y

conservador”. Es muy probable que la tesis de Ramírez se base en los descubrimientos de

Lavoisier, uno de los fundadores de la ciencia moderna.

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21L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O

pañol. El nuestro –derivativo, mimético, acaso hasta titubeante– no hace

sino medrar a la sombra de los logros de los poetas peninsulares, a los que

en vano pretende emular. De aquí se deduce un axioma de tipo general: el

mexicano es “un romanticismo frenado; nunca extrema las notas y no añade

por su cuenta ningún tema propio” (XXIV).4

Al igual que Rojas Garcidueñas, Martínez también propone que Acu-

ña era desde el punto de vista ideológico un desorientado, un confuso, un

adolescente que habría perdido la brújula y el timón. Por eso asegura, sin

titubear: “Acuña ha llegado a representar en su obra el tipo ideal del poeta

estudiantil, con su peculiar indigestión científica y filosófica” (“Prólogo”,

Obras: poesía y prosa, XVII).5

Aunque más peyorativo no podía ser Martínez al denunciar una pre-

tendida “indigestión científica y filosófica” que mantendría colapsada la

mente del poeta, ahí mismo agrega, matizando y hasta suavizando un tanto,

la afirmación de que Acuña se habría quedado en una pura posibilidad ca-

rente de resultados: “Tenía evidentemente un vigoroso sentido poético y un

don de versificador, pero su corta vida no le bastó para madurar totalmente

sus concepciones en poesía”.

¿Qué juicio le merece Acuña desde un estricto punto de vista poético?

No le va muy bien que digamos. “Le faltó tiempo”, este es el dictamen de la

época al que José Luis Martínez se acoge sin mayor dilación. Si el crítico se

4 Un romanticismo frenado, quiere decir, detenido, como quien aplasta el pedal del freno en

el automóvil. La terminología mecánica de que hace uso Martínez es ya bastante sintomática.

Pero no sólo se trata de un asunto de frenos, de cautela discursiva para evitar la aceleración;

Martínez va mucho más allá cuando tajante dictamina que “no añade por su cuenta ningún

tema propio”. Lo que quiere decir que le parece repetitivo y a la vez estéril.

5 Me pregunto si en el caso de que Acuña hubiera sido un clerical consumado, apegado a los

dogmas de la jerarquía católica, el crítico mantendría tan tajante opinión.

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

conformara con repetir y acaso con dilatar este dictamen, no me parecería

nada del otro mundo. Parto de lo que todos saben. Al suicidarse cuando

contaba apenas con veinticuatro años, Acuña truncó de un golpe aquello

que le reservaba el porvenir. Esto da pie a conjeturas casi infinitas. ¿Qué

hubiese sucedido si Acuña hubiera vivido otros veinte años? ¿Qué obras no

hubieran surgido de su talento indiscutible? ¿Qué textos esmerilados por

la fuerza de la experiencia y el tesón del estilo no hubieran brotado de su

numen? Estas especulaciones, empero, acerca de lo que pudo haber escrito

y no llegó a escribir son completamente ociosas. Por otra parte, la existencia

meteórica de Acuña, lejos de ser la excepción, no hace sino hermanarlo con

algunos de los más conspicuos artistas del periodo. José María Heredia, el

poeta cubano avecindado en México que todos consideran como el primer

promotor del romanticismo en nuestro país, murió cuando tenía treinta y

dos años. Nuestro infortunado Ignacio Rodríguez Galván, murió de fiebre

amarilla en Cuba a los veintiséis. Juan José Díaz Covarrubias, poeta y pa-

sante de medicina, murió fusilado en Tacubaya por los conservadores cuan-

do tenía veintidós. La lista puede continuar.6

Según José Luis Martínez, al poeta Acuña le habría faltado madurar.

Aunque reconoce, en términos muy positivos, la amplia variedad de metros

y de formas estróficas empleadas en sus composiciones, aspecto en el que lo

reconoce superior a la mayoría de sus contemporáneos, también atreve una

severa censura relacionada con el métier, al afirmar que su oído literario no

era muy bueno y que pueden detectarse en algunos de sus versos fallas téc-

nicas relacionadas con la métrica. Cito en extenso el dictamen del crítico:6 En el texto “México en busca de su expresión”, José Luis Martínez (1037-1038) menciona

otros tantos infortunados que cayeron víctimas de la enfermedad, los asaltos de los bandoleros

o las discordias civiles.

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23L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O

Su versificación revela esa misma precocidad que se advierte en sus concep-ciones poéticas. El repertorio de las formas que empleó es más extenso que los de la mayoría de sus contemporáneos y, aunque no llegó, por ejemplo, a dominar las formas estróficas más cerradas, casi nunca le faltó habilidad y soltura. En sus poemas más ambiciosos usó la silva, los tercetos y los quinte-tos alejandrinos; y sus demás poemas los compuso en sonetos, serventesios, décimas, quintillas, coplas de pie quebrado, romances octosílabos, octavillas, estrofas sáfico-adónicas y estrofas sueltas. Su oído no era muy fino y le hacía in-currir a menudo en errores en la cuenta silábica. (“Prólogo”, Obras: poesía y prosa XVII. Énfasis mío)

No se trata, por supuesto, de defender a ultranza las habilidades técnicas de

Acuña. ¿Fallas de oído? Acaso en alguna rara ocasión, sí, ¿por qué no? En el

verso final de uno de sus mejores poemas, “A Laura”, dedicado a su amante,

la también poeta Laura Méndez, los críticos agudos han señalado que hay

una palabra que desdora la música del verso, una palabra que estiman más

propia de la tribuna o del periodismo que de la santa poesía. Me refiero a

la voz “oscurantismo”. Reproduzco la estrofa de referencia para ilustrar al

lector en la prédica exhortativa a que podía entregarse Acuña:

Sí, Laura... que tu espíritu despiertepara cumplir con su misión sublime, y que hallemos en ti a la mujer fuerteque del oscurantismo se redime.

(Obras, 62; En nombre…, I, 152)7

¿Acaso el joven poeta debió emplear otra palabra mejor? Pero, ¿la había?

“Oscurantismo” es sin duda una palabra de ideólogos y hasta de panfletistas,

7 Las citas de poemas fueron originalmente tomadas de Obras: poesía y prosa. (Para facilitar el

acceso a ellos hemos añadido la ubicación de dichos poemas en la presente edición. N. del E.)

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24

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

pero también era el término que subsumía el credo progresista e ilustrado

del poeta, que lo empujaba en contra de la Iglesia y del fanatismo en todas

sus manifestaciones. No me parece fácil encontrarle un sinónimo capaz de

sustituirlo con ventajas. Paso a otro ejemplo. En uno de sus poemas más

célebres, “La ramera”, y más del gusto del populacho, habría que agregar,

también podría detectarse otra falta en contra del oído. Transcribo el ora-

torio arranque del poema:

Humanidad pigmea,tú que proclamas la verdad y el Cristo, mintiendo caridad en cada idea;tú que, de orgullo el corazón beodo, por mirar a la alturate olvidas de que marchas sobre lodo.

(Obras, 19; En nombre…, II, 68)

La expresión que subrayo me suena a un rechinido de trombones...; el mal

gusto es evidente aquí. Con todo, en mínima defensa de Acuña debo recor-

dar dos cosas: primero, que los románticos mexicanos, a diferencia de noso-

tros, no habían educado sus oídos leyendo a las cumbres del simbolismo y

de la poesía pura, llámense Mallarmé, Valéry o Juan Ramón Jiménez, que sí

leyeron, por ejemplo, los poetas de la generación de Contemporáneos, que

son los que marcan una pauta de excelencia para todos nosotros. Segundo,

que la fealdad intrínseca del tema –una humanidad hipócrita, pigmea, que

disgusta moralmente al poeta– invitaba, de algún modo, a este uso chirrian-

te de la expresión. El mal gusto, hasta cierto punto, estaba justificado.

Por lo demás, habiendo muerto tan joven, varios de los poemas que

integran la desigual obra de Acuña no son, hay que reconocerlo, otra cosa

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que ejercicios de estilo, trabajos de aprendizaje para afinar la pluma. Exis-

te un agravante que hay que reconocer: un sector no despreciable de su

producción literaria intenta moverse dentro de los esquemas de un cos-

tumbrismo extraño a la idea que hoy tenemos de la poesía y que lo obliga

a incorporar, sin anteponer un filtro, palabras vulgares, términos callejeros

carentes de todo prestigio, frases hechas, voces comunes de la conversa-

ción que no tendrían por qué parecernos refinadas. Algunos de estos tex-

tos, para colmo, tienen una obvia contextura irónica. Como el poema “La

vida del campo”, en el que se burla de la tradición pastoril en poesía y da

a entender lo obsoleto que resultan esas prédicas trasnochadas que nos

invitan a renegar de la vida citadina y a que nos regresemos a vivir en el

campo, conviviendo con los rudos pero sanos campesinos y durmiendo en

la proximidad de los cerdos y las vacas, como si esto representara el ideal

de una vida superior, más armónica y perfecta. O como la composición

titulada “Los beodos”, en la que reproduce la insensata discusión entre dos

borrachos en las inmediaciones de una pulquería. Otras composiciones,

mal podía dejar de hacerlo siendo romántico, cantan la vida de un persona-

je de la guerra de Independencia, o bien, adoptan temas cívicos y patriotas,

como la composición “Cinco de mayo”; entronizan la gloria de un liberal

ilustrado como Ocampo, utilizando versos de un explicable didactismo,

como cuando dice:

Ya es tiempo de rasgar el negro abismo que oculta la verdad a la existencia,y cambiar por el dios del fanatismoel dios de la razón y la conciencia

(Obras, 35; En nombre…, II, 96)

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o bien simplemente constituyen salutaciones en verso a alguna asociación

de médicos, como lo atestigua su texto titulado “A la Sociedad Filoiátrica en

su instalación”, donde por cierto da muestras de una certera visión antiauto-

ritaria que se niega a llamar reyes a quienes no son otra cosa que verdugos.

Entiendo muy bien que los oídos contemporáneos exigen una distinción,

y me atengo a ella: una cosa es ser un versificador, y se puede ser excelente, y

otra muy distinta ser de verdad un poeta. Muchas de las composiciones que

hoy conservamos de Acuña pertenecen sin ninguna duda al primer género.

Hay muchos, quizá demasiados versos “de ocasión”, es cierto. Pero también

es cierto que en unos pocos pero definitivos poemas sigue brillando la fuerza

de su indiscutible talento. ¿Errores en la métrica? ¿Errores en el conteo silá-

bico de los versos, como asegura José Luis Martínez? La acusación es grave,

pero por más que reviso los textos no le encuentro justificación. Me parece

incongruente que el mismo crítico que reconoce la extensa variedad tanto

métrica como estrófica de las composiciones de Acuña, en las que casi no

hay nadie que pueda hacerle competencia, detecte unas supuestas fallas en

lo que es sin duda lo más elemental: el conteo silábico. Hubiera sido muy

oportuno que Martínez pusiera al menos un ejemplo de estos errores, tan de

primaria, que no los comete ni un versificador de pueblo. Como no es así,

no nos queda a los lectores más que hacer conjeturas. O bien desestimar ese

dictamen al que no acompaña ninguna prueba.

De entrada, lo que hay que dejar muy en claro es el carácter inédito

del poeta. Debe recordarse que Acuña no publicó un solo libro en vida. Su

fama de poeta romántico le venía de las veladas bohemias con sus amigos

artistas y de lo que publicaba en los periódicos. Esto quiere decir que Acuña

no pudo cuidar la edición en libro de sus poemas, no tuvo tiempo para ello y

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27L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O

quizá tampoco interés; lo cual abre el espectro a la corrupción de los textos.

Puedo decirlo con todas sus letras: no contamos con una edición crítica

de la poesía de Acuña, y las que circulan tienen algunas manchas onerosas

que tendrían que atribuirse a obvios descuidos de los linotipistas… o de los

responsables de la edición. Entre ellas, de manera muy destacada, la que

preparó el propio José Luis Martínez que es la que utilizo para redactar

este ensayo. El siguiente ejemplo no me deja mentir. En el poema titulado

“El hombre”, que Acuña dedica a Ignacio Manuel Altamirano, uno de sus

admirados mentores, el cuarto verso presenta una anomalía. Cito el arran-

que del texto para que se capte mejor el infarto métrico que quiero mostrar:

Allá va… como un átomo perdido que se alza, que se mece,que luce y que después desvanecidose pierde entre lo negro y desaparece.

(Obras, 23; En nombre…, II, 75)

El último verso, en lugar de tener once sílabas como exige la métrica de la

estrofa... tiene doce, lo cual da al traste con el ritmo y con la musicalidad.

¿Esto confirma que Acuña, un verdadero ignaro, no sabía calcular las sí-

labas? No, lo que esto quiere decir es que el tipógrafo y el editor estaban

pestañeando cuando pasaron por el verso. Lo puedo decir abusando de la

retórica: el error no es de Acuña sino de José Luis Martínez, que agregó

sin darse cuenta una sílaba de más, o que repitió sin reparar en ello un error

anterior que se pierde en la oscuridad de los tiempos.

Muy simple: en lugar de desaparece, el verso debió decir desparece. Basta

este cambio ligerísimo que elimina una “a” para que la métrica del endeca-

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sílabo quede restituida y todo vuelva a su lugar. ¿Y cómo sé yo que esta es

la opción correcta? No sólo por sentido común, sino porque unas páginas

atrás el mismo Acuña había redactado este otro endecasílabo que puede

servirnos de modelo: “que hasta la infamia misma desparece” (“A la Socie-

dad Filoiátrica...”, Obras, 5; En nombre…, II, 64).8

No es pues que Acuña, reprobado por Pitágoras, no supiera contar: es

que las ediciones de sus textos exhiben descuidos que sería cruel atribuir a

una falta o un exceso de inspiración. Estos descuidos infestan no sólo sus

poemas, sino incluso su única obra de teatro, El pasado, por la que recibió

unos laureles de reconocimiento, también incluida por José Luis Martínez

en la edición que menciono. Doy un ejemplo de diálogo dislocado, carente

de sindéresis, que pasó inadvertido para el editor: “DAVID: Tú no eres tan

miserable para dejarte vencer por la preocupación. MANUEL: Prescindo

del qué dirán”. Léase con cuidado: no hay enlace entre un parlamento y el

otro. La errata salta a la vista. En lugar de “preocupación” el texto debe decir

“murmuración”, que es la palabra que vuelve a emplearse más tarde en la

8 Otro poema en el que surge a primera vista un aparente problema métrico es el que se

titula “Ocampo”. Este texto rima “fulgores” con “condores”. La última palabra, en un uso

que no estimo arbitrario, y que podría documentarse en otros poetas del siglo XIX, es para

Acuña (cuando menos en este contexto) una palabra grave. Sólo de esta manera puede existir

una rima consonante entre los términos mencionados que constituyen cada uno de ellos

final de verso. El tipógrafo, o bien el editor, o los dos juntos, al dar por buena la acentuación

esdrújula de la palabra, y transcribir “cóndores” en lugar de “condores”, arruinan no sólo la

rima sino también la métrica del endecasílabo. La “Oda” dedicada a la muerte del Dr. José B.

de Villagrán, documenta otro verso corrupto. “Sigue viviendo aún en el ocaso”, tendría que

decir el endecasílabo; los tipógrafos añaden una palabra totalmente ociosa que desarticula la

métrica, por lo que el verso queda así: “Sigue viviendo aún en el mismo ocaso” (Obras, 98;

En nombre…, II, 135). Muy parecido es el caso del verso “ni la pálida nube que importuna”

de la “Oda” que Acuña dedica a la notable poeta cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda; el

descuido del editor rompe el endecasílabo al transcribir “ni la pálida nube que inoportuna”.

Aquí lo único “inoportuno” ha sido el descuido del editor (Obras, 133; En nombre…, II, 203).

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página 318, y la que exige el contexto del diálogo que he citado. Manuel

asegura que él prescinde del qué dirán, esto es, de las murmuraciones de la

gente. Por supuesto que sería una aberración que con base en este obvio

error de tipografía los críticos concluyeran que Acuña desconocía los rudi-

mentos de la sintaxis.

La fama de Acuña se debe al “Nocturno” (a Rosario). En este texto se

traban el impulso amoroso, llevado hasta la exasperación, la nostalgia por el

solar natal, y su conocida obsesión por el suicidio, que no era sólo una pose

literaria, como podría llegar a pensarse, sino el eje ciertamente macabro sobre

el que giraba su atormentada cosmovisión. Pocos poemas tan citados y tan

maltratados como éste, que además ha dado lugar –como una prolongación

a menudo aberrante de su fama– a innumerables imitaciones y parodias. Su

música es pegajosa y su sentido ha sido calificado por muchos como intras-

cendente y banal. Según un crítico destacado “carece estrictamente de au-

téntico temblor lírico; sus versos están desprovistos de belleza formal” (“Pró-

logo”, Poesía romántica, XIII). El suicidio de Acuña, pocos meses después de

conocido el poema, le otorga un aura adicional: con él Acuña se despide a la

vez del amor, de la literatura y de la vida. Hay además un facilismo discursivo

en él que aborrecen los críticos. No es extraño que muchos piensen que se

trata de un texto retórico y superficial, carente de médula pero también de

forma artística. Nada más fácil que tacharlo de cursi y sensiblero. El poeta

y crítico Marco Antonio Campos, en un estudio reciente en el que invita a

una revaloración, ha escrito:

El “Nocturno”, leído a partir del suicidio, ha impedido leer con ojos críticos la poesía de Acuña y ha dejado una imagen maltrecha de un poeta de corazón oscuro y de alma rota que por otras vías consiguió lo que en vida le fue negado:

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que Rosario fuera suya en el infinito vacío de la posteridad. (Manuel Acuña, La desdicha fue mi Dios, 31)9

Empero, la extraña permanencia del poema en nuestra memoria literaria,

algo ha de significar. Por eso el mismo Marco Antonio Campos se pregunta

(y le pregunta al lector) en seguida:

[…] ¿de veras usted cree que el “Nocturno”, con su sortilegio rítmico, con su sinceridad desgarrada y con esa continua conciencia pavorosa que crea en el lector de la próxima precipitación del joven poeta al fondo del abismo, usted cree, de veras, que el poema es cursi?10

Ésta es la acuciante pregunta que formula al aire Campos, y a la que los

renglones que siguen no quieren ser sino una contestación. Sí, sin duda es

un poema sensiblero y cursi, empalagoso e infestado de lugares comunes, sin

embargo, a pesar de los pesares, sigue siendo un poema sumamente efectivo.

Quiero decir que no puede uno leerlo despacio y no acabar sintiendo esca-

lofríos.

La superficialidad del texto es sólo aparente, un resultado de la facili-

dad retórica que transpira. El texto, de hecho, encierra complejidades que

han pasado inadvertidas incluso por críticos competentes. Sin dar un solo

antecedente, de modo abrupto e inesperado, Acuña introduce en el poema 9 Esta edición de Campos recoge un texto de José Martí del que reproduzco tres líneas: “Hoy

lamento su muerte: no escribo su vida; hoy leo su ‘Nocturno a Rosario’, página última de su

existencia verdadera, y lloro sobre él, y no leo nada. Se rompió aquella alma cuando estalló en

aquel quejido de dolor”.

10 En otro estudio de eminente naturaleza historiográfica, el propio Marco Antonio Campos

sostiene: “La pieza supera todos sus defectos, sobre todo de cursilería profusa, de pobreza de

lenguaje y de rimas comunes”. (Véase Manuel Acuña en Ciudad..., 40; En nombre…, I, “Manuel

Acuña en Ciudad…”, 60).

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e d i C i o n e s d e s u o b r a : 1 8 8 5 / 1 8 9 8 / 1 9 4 9 / 2 0 0 0

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la densidad del sueño. Empieza a ver visiones: imagina la ceremonia ma-

trimonial, ahí, en el terruño; a la vez que se le aparecen jirones de la amada

provincia en la que transcurrió su infancia. La imagen de su madre se in-

corpora a esta visión del deseo cumplido para santificar esta unión que es

también de modo enfático un retorno al solar natal, siempre añorado por el

poeta. Tan se trata de un sueño, que se atreve a llamar a Rosario “mi santa

prometida”. Se supone que el verso molestó a la mujer de carne y hueso,

quizá con razón, pero la expresión sólo tiene sentido si se entiende que el

poeta tuvo un sueño y que Rosario jugaba en este sueño el papel de la novia

aquiescente. Es a esta mujer del sueño a la que se refiere Acuña.

La ominosa presencia de la madre, cuyo cuerpo parece interponer-

se entre la pareja de recién casados, ha sido interpretada como una trama

edípica no resuelta por el autor. Es fácil ridiculizar esta presencia que por

supuesto daría al traste con la relación amorosa, al menos desde la perspec-

tiva moderna en la que nos movemos. Pero quizá se trata de algo más. José

Rojas Garcidueñas ha observado que:

Por debajo de los gestos arrebatados del romántico vivía el muchacho sencillo, anheloso de regresar a la burguesa medianía de su pequeño y sosegado mundo familiar, fuera del cual todo le resultaba oscuridad, tristeza y desorientación. (Manuel Acuña, poeta... XXI)

Si lo que se escucha en el poema es la nostalgia por el solar natal y por el

ambiente de la familia a la que había abandonado para venirse a estudiar a

la capital, los rasgos edípicos quedan un tanto relativizados. O agigantados,

como podrían decir Deleuze y Guattari, pues no es la madre el objeto parti-

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o b r a s r e l a C i o n a d a s

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cular del deseo, sino el bloque familiar en su totalidad.11 De este apego casi

desmesurado a la familia profesado por el autor, y en especial, a la figura de

los padres, hay prueba en otros poemas. Baste constatar el sentido texto que

escribe Acuña con motivo del fallecimiento de su padre, al que ni siquiera

puede acompañar durante su sepelio, para advertir hasta qué punto los lazos

de familia eran en él especialmente fuertes. Esto me lleva a sugerir que si

el padre no estuviera por entonces muerto, el “Nocturno” no sólo aludiría

a la madre, sino de igual manera al padre, lo que quizás escandalizaría por

partida doble a los lectores de hoy.

Transcribo dos de las estrofas más conocidas del poema:

¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo,los dos unidos siempre y amándonos los dos; tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho, los dos una sola alma, los dos un solo pecho,y en medio de nosotros, mi madre como un dios!

¡Figúrate que hermosas las horas de esa vida!¡Qué dulce y bello el viajepor una tierra así!

11 Según Marco Antonio Campos, una lectura atenta del “Nocturno” tendría que desplazar

la importancia de la mujer amada: “Si se analiza bien el ‘Nocturno’ se percibirá una segunda

lectura donde Rosario pasa a un segundo plano. Es un poema de la culpa: el hijo no ha vuelto

al terruño ni ha visitado a su madre en ocho años”. (Véase Manuel Acuña en Ciudad..., 41; En

nombre…, I, “Manuel Acuña en Ciudad…”, 62).

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Y yo soñaba en eso, mi santa prometida,y al delirar en esocon la alma estremecida,pensaba yo en ser bueno, por ti, nomás por ti.

Para que no quede duda de que lo anterior es una visión fantástica, producto

de los delirios o las imaginaciones del personaje, Acuña escribe en seguida:

“¡Bien sabe Dios que ese era/ mi más hermoso sueño...!” Mas como la espe-

ranza queda trunca, y como a sus fulgores “se opone el hondo abismo/ que

existe entre los dos” el poeta decide despedirse de todos y de todo. “Adiós

por la vez última”, exclama, y así se despide con un solo gesto, que resultará

trágico, del amor, de la poesía y de la vida.

Este poema de Acuña ha tenido la suerte (o la desgracia) de merecer

múltiples parodias, muchas de ellas ridiculizando su contenido y su dicción.

Toda parodia es, sin embargo, bivalente e implica también un homenaje

oblicuo. José Luis Martínez incluye en su edición de las poesías de Acuña

un “Apéndice” en el que recoge varias de estas parodias escritas en el siglo

XIX. Por alguna extraña razón, deja fuera del catálogo la única verdadera-

mente memorable, quiero decir, la única que tiene un auténtico valor artís-

tico: la que escribiera Eduardo Lizalde con el título de “Para una reescritura

de Acuña”, y que incluyera en su libro Al margen de un tratado, publicado

en la década de 1980. Que uno de los poetas mexicanos más importantes

de la segunda mitad del siglo XX haya escrito este texto, es un indicio que

lleva a pensar que el romanticismo exacerbado de Acuña es algo más que

un ejemplo de cursilería trasnochada (Nueva memoria del tigre, 267-268).

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Es curioso, pero Acuña no cesaba de anunciar su suicidio. Registró tal

cantidad de alusiones, unas veces abiertas y otras veladas, en poemas del

más diverso talante, que puedo asegurar que se trataba de una obsesión.

Acuña no desaprovecha oportunidad para declarar su disgusto con la exis-

tencia y para sostener la inminencia de su partida. Varias veces se considera

a sí mismo como un muerto, como un cadáver viviente, carente de objeto en

esta tierra. Otras, afirma que hay en él el valor para cortar los lazos que lo

ligan a la existencia terrenal. En otras tantas, producto de una imaginación

macabra, a la que no es ajeno, sin embargo, un poeta enorme como Rilke,

imagina de plano lo que sería una vida de ultratumba. El muerto, amorta-

jado en su sepultura, se da todavía aliento para emprender nuevos viajes en

compañía de la amada.

Comienzo con uno de sus poemas más logrados: los tercetos “A Laura”.

Se trata de una sentida exhortación a que la amiga cumpla con el destino de

poeta que la vida le ha deparado. La escritora tiene un talento enorme y sería

muy cruel que lo desperdiciara o que lo dejara languidecer. A mayor talento,

mayor responsabilidad. Laura está obligada a escribir, a seguir adelante, a

referirle al mundo sus experiencias siderales. Prohibido abandonarse ni a la

incuria ni a las estrecheces de algún oscurantismo. Pues bien, el terceto con

el que se abre la composición contiene una enfática cuanto inusitada decla-

ración en primera persona, en la que Acuña declara, para darle mayor peso a

sus ideas, que se lo dice alguien que “encierra en su pecho/ valor para romper

el yugo necio/ de las preocupaciones de la tierra”. Que yo sepa, los críticos no

han advertido la importancia estratégica de esta declaración.

En el poema “Gracias” encuentro una doble toma de posición. Por una

parte el poeta se declara muerto: “Yo que hace tanto tiempo que no llevo/

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más que luto y tinieblas en el alma”. El de la voz cree en la verdad de lo que

dice, por eso insiste aportando un nuevo matiz: “que mi espíritu muerto ya

no espera”. Hasta aquí se diría que se trata de una muerte simbólica, decla-

rada en palabras por alguien que todavía tiene aliento. El “muerto en vida”

sigue estando vivo, y por eso puede hablar de su “espíritu muerto”. De otro

modo no sabríamos nada de él. La segunda toma de posición, por increíble

que parezca, avanza un paso en el abismo, desbordándose en lo inverosímil.

Ahora el poeta se asume realmente como muerto. Si la niña de sus amores

solicita su consuelo, él acudirá presto a consolarla… sí, pero desde el rei-

no de sombras de los muertos. Aparece aquí con toda claridad la referida

visión escabrosa de ultratumba que impregna una parte de su poetización.

Demuestro lo anterior citando el fragmento final de este poema tramado

en endecasílabos:

[…] llámame entonces, y a tu blando lecho, mientras que tú dormitas y descansas yo iré a velar tranquilo y satisfechoy a encender en el fondo de tu pecho la estrella de las dulces esperanzas; llámame… y cuando en vanotiendas la vista en tu redor sombrío, yo iré a llevarte en el consuelo míolos besos y el cariño de un hermano.

(Obras, 66; En nombre…, I, 155)

La destinataria del poema estará imposibilitada para descubrir con su vista

el cuerpo de su amigo, por eso tenderá la vista en vano… sin encontrar a

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nadie, por la sencilla razón de que el amigo estará ahí, auxiliándola, conso-

lándola, pero en calidad de espectro, de alma en pena salida de una tumba.

Esta novelería de ultratumba es todavía más complicada en el poema “Re-

signación”, que parece escrito a partir de una ruptura amorosa. ¿La destina-

taria es Laura Méndez? Nada permite decirlo con certeza. El texto dice así:

Los dos hemos concluido,y de tristeza y aflicción cubiertos,ya no somos al fin sino dos muertosque buscan la mortaja del olvido.

(Obras, 74; En nombre…, I, 164)

Esta toma de posición ya la conocíamos; la novedad es que ahora se trata de

una posición compartida, de una mortandad a dos. Tanto ella como él están

muertos. La imaginación tétrica de Acuña no se resigna con ello. Aunque

fallecidos, aunque tendidos en el sepulcro, continúan empero con sus aven-

turas, como si fuera posible vivir una vida más allá de la vida, descubriendo

con ello regiones inesperadas del cosmos. Espíritus intangibles pero a la vez

voluntariosos, emprenden un vuelo hacia el fondo del mundo sideral. Exhor-

ta el poeta:

[…]lancémonos entonces a ese mundo en donde todo es sombras y vacío, hagamos una Luna del recuerdosi el Sol de nuestro amor está ya frío;volemos, si tú quieres,al fondo de esas mágicas regiones, y fingiendo ilusiones y placeres,

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y fingiendo esperanzas e ilusiones, rompamos el sepulcro, y levantando nuestro atrevido y poderoso vuelo, formemos un cielo entre las sombras,y seremos los duendes de ese cielo.

(Obras, 76; En nombre…, I, 167)12

Otro texto, “Dos víctimas”, también aborda el suicidio de un par de novios

frustrados, pero ahora lo hace desde una perspectiva jocosa, quitándole toda

seriedad al asunto. En otro retoma el tema de la madre ausente: “Mi madre,

la que vive todavía/ puesto que vivo yo” Este extraño verso quizá contenga

una referencia velada a su suicidio próximo: puesto que ahora vivo. ¿Insinúa

que la madre también morirá tan pronto como él desaparezca, y ya no pueda

evocarla? En este mismo poema se reitera en otro tono la noción, sin duda

patética, del poeta muerto en vida:

Mi alma es como un santuario en cuyas ruinas, sin lámpara y sin Dios,evoco a la esperanza, y la esperanza penetra en su interior,como en el fondo de un sepulcro antiguo las miradas del Sol

(Obras, 85; En nombre…, I, 177)13

En un soneto de 1873, el año de su muerte, se lee esta conclusión que reitera

lo que ya sabemos: “si la vida a los goces es ajena,/ mejor es el sepulcro que

12 Si se me permite parodiar un poco la terminología de Deleuze-Guattari, diría que en ese

verso de Acuña se anuncia el devenir-duende de los amantes, el convertirse en trasgos del más

allá.

13 Encuentro aquí una alusión al persistente ateísmo de Acuña: “Sin lámpara y sin Dios”.

Adviértase que el poeta se define a sí mismo incorporándose a la imagen de un sepulcro antiguo.

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la vida” (Obras, 115; En nombre…, II, 176). Para septiembre de ese mismo año,

ya se está despidiendo de la vida, como lo demuestra su poema “Adiós”. En

este texto declara premonitoriamente:

Mañana que termine mi vida oscura y breve, ya sólo tus recuerdos palpitarán sobre él.

(Obras, 118; En nombre…, I, 182)

También de 1873 son dos sonetos que dedica a su amiga Rosario de la Peña.

El primero se llama “A una flor”, y es una especie de carpe diem invertido.

Transida de dolor por una pérdida de la que no sabemos nada, la mujer ha

caído en una depresión espantosa. Es esto, al menos, lo que se adivina en el

texto. La reacción del poeta consiste en decirle que no es justo que cuando

apenas se entreabría el broche de su existencia, se doblegue abatida y sin

ganas de continuar viviendo. “Resucita y levántate”, le dice. Su actitud mor-

tecina es injusta con el Sol que ilumina su vida: “Injusto para el Sol es tu

reproche,/ que esa sombra que pasa y que te ciega,/ es una sombra, pero aún

no es la noche” (Obras, 119; En nombre…, I, 184).14

Rudo contraste: el poeta que ya desde hace mucho se siente un cadáver

en vida, le exige a la mujer que recobre el buen ánimo y que disfrute de los

dones de la existencia, prodigados de modo simbólico por la presencia del

padre Sol. La contraparte, o cuando menos el complemento funerario de

este texto, es el siguiente soneto que el propio Acuña habría escrito en el ál-

14 Cabe la posibilidad que este último verso se haya corrompido en el proceso de impresión,

pues se aparta de manera notoria del ritmo endecasilábico del texto. La restitución del verso al

ritmo indicado daría: “es una sombra, pero no es la noche”.

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bum de versos de su amiga. Se trata de una nueva despedida, o mejor dicho,

de un nuevo anuncio de que pronto ya no estará en compañía de los vivos.

Rosario no sólo ha declinado la declaración amorosa del poeta; también ha

rechazado, al parecer de modo cortante, los laureles que Acuña había recibi-

do en ocasión de la triunfal puesta en escena de su obra de teatro El pasado,

y que el poeta a su vez había tratado de poner sin éxito en las manos de su

adorada amiga. Este último y drástico rechazo es el asunto del soneto. Acu-

ña le insiste que acepte los laureles, que los tome, que ellos habrán de ser el

único recuerdo en el quebranto que le producirá su ausencia, anunciada por

enésima ocasión sin que la dama se dé por enterada. Nuevo prodigio de la

imaginación ante mortem, vale la pena reproducir el soneto:

A Rosario

Esta hoja arrebatada a una corona que la fortuna colocó en mi frente entre el aplauso fácil e indulgentecon que el primer ensayo se perdona.

Esta hoja de un laurel que aún me emocionacomo en aquella noche, dulcemente,por más que mi razón comprende y siente que es un laurel que el mérito no abona;

tú la viste nacer, y dulce y buenate estremeciste como yo al encantoque produjo al rodar sobre la escena;

guárdala, y de la ausencia en el quebranto, que te recuerde, de mis besos llena,al buen amigo que te quiere tanto. (Obras, 120; En nombre…, I, 193)

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Todavía el poema “La gloria”, extensa composición de cuatrocientos cuaren-

ta versos, teje de nuevo el tema del desdén amoroso que esta vez enmascara

a través de dos personajes, Pablo, el poeta desdeñado, y Elena, encarnación

de la mujer que alguna vez, así sea en un momento de ofuscamiento o de

debilidad, le dispensó al poeta la miel de sus favores (no supongo nada, así lo

indica el texto muy a la letra: “De manera que Pablo, que en su anhelo/ espe-

raba soñando con el cielo,/ que su amante por fin le volvería/ todo el cariño y la

pasión de un día”) y que ahora por el contrario desdeña incluso la corona que

éste le ofrece, la corona que se había otorgado a esa obra que ella vio nacer

(expresión de cierto modo comprometedora, podría pensarse: ¿indicaría esto

que Acuña tramó la obra dramática de referencia en casa de su amiga, y bajo

su mirada?), termina con una nueva despedida. Dado que la mujer rechaza

la corona, el poeta optará, remedio heroico, por... ¡mandarle su alma! (en el

entendido de que a ésta no podrá rechazarla). ¿Podía haber otra alusión más

clara a su suicidio próximo?15

Quizás el valor artístico de “La gloria. Pequeño poema en dos cantos”

no tenga especial relieve. Lo menciono empero porque creo encontrar en él

una clave inadvertida acerca de su suicidio trágico: que la dama de referen-

cia, más allá de lo que ella misma se empeñó en divulgar entre sus conoci-

dos, habría cedido alguna vez a los reclamos del pretendiente, para recobrar

luego una fría distancia que acaba por propiciar el derrumbe del escritor.

La obra maestra de Acuña, “Ante un cadáver”, no tiene nada que ver

empero con los arrebatados deliquios de la poesía amorosa. Se trata del

poema riguroso, científico del autor, para más señas un estudiante de medi-

15 “Pablo, pensando en la que estaba ausente,/ en lugar de un laurel, ¡le mandó el alma!”

(Obras, 203; En nombre…, I, 246).

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i C o n o G r a F Í a

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

cina en el que las ideas de los ilustrados, a los que se acercaba, habían pro-

ducido un poderoso efecto, grabándose en su pensamiento con una notable

fuerza de convicción. Menéndez Pelayo, que conoció ese texto, se desvivió

en elogios hacia él. La visión de Acuña le pareció tan audaz, tan convin-

cente y plena en su circularidad, que creyó encontrarle un parentesco con

las filosofías de Leibnitz y de Hegel. Algunos comentaristas señalan su

cercanía con Lucrecio, aunque no sería nada extraño que el ideologema de

fondo derivara de modo directo de Lavoisier, quien habría llegado a esta

sintética conclusión que quizás el día de hoy continúa siendo motivo de

escándalo entre ciertas conciencias: “La materia no se crea ni se destruye,

sólo se transforma”.

Como se sabe, éste es el axioma materialista de la ciencia moderna, y

es el axioma que Ignacio Ramírez, El Nigromante, había proclamado en su

discurso de ingreso a la Academia de Letrán, como mencioné al principio de

este trabajo.16 Todo indica que Acuña, un poeta al que no le iban las medias

tintas, hizo suyas las ideas más radicales del sector ilustrado de su época, y

que a esta radicalidad se debía en gran parte su innegable popularidad.17

Cuando hablo de su radicalismo ideológico, no me refiero sólo a su concep-

ción atea del universo, de la que hay suficientes pruebas en varios pasajes de

su obra, ni a su notoria simpatía por algunas de las figuras más destacadas

dentro del liberalismo de la época, como Ocampo o el mismo Ignacio Ma-

nuel Altamirano, sino incluso a su visión sumamente crítica de lo que por

16 Véase nota 3 acerca de los efectos del discurso de Ignacio Ramírez.

17 Una prueba de ello es la multitud apoteósica que acompañó al cuerpo de Acuña al

cementerio de Campo Florido, en el que desfilaron más de 30 carruajes. En el cortejo iban

varias de las figuras mayores de la literatura mexicana de la época: Altamirano, Riva Palacio,

Luis G. Ortiz y, por supuesto, Justo Sierra, quien despidió al amigo recitando unos versos.

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

entonces se llamaría el problema social. Un claro testimonio literario de ello

lo tenemos en su famoso poema “La ramera” y en la celebrada obra de teatro

El pasado, que aunque no tratan exactamente del mismo tema, exhiben una

simpatía por los caídos, por los orillados de la sociedad. Enfrentando la moral

hipócrita de la época, haciendo burla incluso del moralismo estrecho de la

alta sociedad, Acuña encuentra que la prostituta no sólo no es una figura

reprobable, sino que es la víctima de una sociedad enferma que primero

mancilla a la mujer y después se asusta de lo que ella misma le ha hecho.

En el poema “La ramera”, Acuña articula una voz de protesta social,

impregnada de romanticismo, es cierto, y hasta de un patetismo que aho-

ra parece ingenuo pero que en su momento tuvo una enorme efectividad.

¿Piedad para los humillados? ¿Conmiseración? Sí, puede ser, pero también

una visión de escándalo, un arrojar en cara a la sociedad hipócrita esa misma

hipocresía vuelta conciencia de sí. Ahora podemos intuir por qué los versos

de Acuña causaban revuelo y conmoción:

¡Pobre mujer, que abandonada y sola sobre el oscuro y negro precipicio,en lugar de una mano que la salvesiente una mano que le impele al vicio.

(Obras, 19; En nombre…, II, 68)

Los filósofos mienten, son los apóstoles engañosos de la idea, pues ellos no

sólo no comprenden el sufrimiento de la prostituta, sino que han contri-

buido a hundirla en el fango. Para que el contraste sea más brutal, el poeta

propone un cambio total: se trata de una reversión que va del ángel a la pros-

tituta, del ser alado y celeste... a la mujer que rueda enfangada en el pecado:

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¡Te acuerdas...! Lo arrancaste de la nube donde flotaba vaporoso y bello,y arrojándole al hambre,sin ver su angustia ni su amor siquiera, le convertiste de camelia en lodo:¡Le transformaste de ángel en ramera!

(Obras, 21; En nombre…, II, 70)

Después de este dicterio, y por si no bastara, el poeta lanza una maldición

que seguro cimbró a las buenas conciencias de su tiempo: “¡Maldito tú que

pasas/ junto a las frescas rosas,/ y que sus galas sin piedad les quitas!”

Aunque la heroína de El pasado no es una prostituta, es considerada

como tal por la clase burguesa debido a que, siendo sumamente pobre, tuvo

la debilidad de entregarse a un hombre mayor a cambio del dinero con el

que compraría las medicinas para curar a su madre enferma. La madre, de

cualquier modo, muere, como mostrando con ello la inutilidad del sacrificio

de la hija, y para acentuar también de modo romántico lo tremendo y lo in-

justo de la situación. La mujer, de nombre Eugenia, se enreda con un pintor

que se enamora de ella sin importarle estos turbios antecedentes, y que se la

lleva con él a Europa durante cinco años en que se dedica a perfeccionarse

como artista. El drama comienza al regreso de la pareja, que es por supuesto

objeto de intrigas y murmuraciones de alguien que en el fondo no quiere

sino volver a gozar de los favores de la mujer. Acuña convierte con gran

habilidad este asunto de costumbres en una invectiva en contra del orden

social en su conjunto. La tesis, de algún modo incendiaria del autor, la co-

nocemos a través del parlamento de David, del que ahora transcribo unos

fragmentos:

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[…] ¡Yo no condeno como la sociedad al presidiario que ha robado un pedazo de pan para sus hijos, yo no condeno a la pobre mujer sin educación y abando-nada, que el día que se muere de hambre se vende en el vértigo de la miseria, por unas migajas de mendrugo!... Yo a quien condeno es a la sociedad que no da trabajo al artesano!… ¡Al que no educa a la mujer!…¡Al que la compra! ¡Yo a quien condeno es a la sociedad que se enfanga y después se asusta de sí misma!… ¡A esa madre que arroja a sus hijos en el albañal y que después no quiere reconocerlos! (Obras, 296)

Su adscripción materialista, lo que Menéndez Pelayo llama “el novísi-

mo sentido de las escuelas naturalistas”, campea en sus composiciones de

manera que se podría decir casi sistemática. Acuña es un ateo consuma-

do, lo que sin embargo, como he subrayado antes, no le impide elaborar

tortuosas visiones de ultratumba. En un texto de 1869 parece admitir la

existencia de Dios, pero no lo hace sino a través de una torsión retórica

que concluye afirmando la divinidad del amor. El poema titulado “Amor”

así lo certifica:

Amor es Dios, el lazo que mantiene en constante armoníalos seres mil de la creación inmensa; y la mujer la diosa,la encarnación sublime y sacrosantaque la pradera con su olor inciensay que la orquesta del Supremo canta.

(Obras, 227; En nombre…, I, 126)

En “Hojas secas”, otra de sus composiciones, sostiene enfático, hablándole

a la amada: “En Dios le exiges a mi fe que crea,/ y que le alce un altar den-

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tro de mí./ ¡Ah! ¡Si basta no más con que te vea/ para que yo ame a Dios,

creyendo en ti!” (Obras, 181; En nombre…, I, 212).

Más allá de estas sublimaciones amorosas, la verdadera posición del

poeta ante el asunto de Dios queda registrada en la siguiente décima titu-

lada precisamente “Dios”.

Sublime y oscuro mito, hijo del miedo del hombreque en todas partes tu nombreimagina ver escrito,si tú eres el infinitoy es infinita tu esencia,si, mostrando tu existencia, todas las formas revistes,¿por qué, si es cierto que existes,no existes en mi conciencia?

(Obras, 235; En nombre…, II, 154)18

“Ante un cadáver” es una enfática meditación naturalista, inspirado sin duda

por los descubrimientos de la ciencia moderna. El escenario inicial es el de

la mesa de disecciones, lugar donde el cadáver, convertido en objeto, queda

sometido a la minuciosa inspección del escalpelo de los estudiantes de me-

dicina, quienes vulnerando el secreto de la existencia, exponen y analizan

cada una de sus piezas, como si se tratara de un frío mecanismo de relojería.

El presupuesto inmediato son las conquistas de la ciencia, que ensancha

constantemente el horizonte del saber, eclipsando los viejos velos de la su-

perstición y la fábula, que mantienen al hombre sumido en la ignorancia.

18 La versión que transcribo, empero, es la que da por buena Francisco Castillo Nájera

(Manuel Acuña).

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51L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O

El presupuesto mediato: la visión de la naturaleza como una fuerza vital

inmanente, que no cesa de renovarse y de dar nuevos brotes dentro de la

infinidad de un círculo que puede suponerse eterno. El sentido militante

del texto se torna patente desde los primeros versos. Acuña forma filas entre

los ilustrados, está convencido de que su tarea es combatir las cadenas de la

credulidad y del oscurantismo que mantienen encerradas en un calabozo a

las conciencias de su tiempo. El grito del saber y el de la libertad son uno y

el mismo. Tan es así, y de modo tan absoluto, extremando las cosas, que la

muerte misma es concebida como una liberación:

¡Y bien! Aquí estás ya... sobre la plancha donde el gran horizonte de la cienciala extensión de sus límites ensancha.

Aquí donde la rígida experiencia viene a dictar las leyes superiores a que está sometida la existencia.

Aquí donde derrama sus fulgores ese astro a cuya luz desaparecela distinción de esclavos y señores.

Aquí donde la fábula enmudecey la voz de los hechos se levantay la superstición se desvanece.

(Obras, 92; En nombre…, II, 129)

La construcción anafórica, tan de su predilección, enfatiza la gloria de esta

liberación gracias a la cual el ser mortal puede ya fundirse en el ser impere-

cedero de la naturaleza, esa nueva diosa ensalzada por la ciencia a la que el

poeta rinde tributo: “Aquí estás ya... tras de la lucha impía/ en que romper

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52

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

al cabo conseguiste/ la cárcel que al dolor te retenía” (Obras, 92; En nom-

bre…, II, 130). Aquí Acuña proyecta un platonismo sincero, con el que sin

duda comulga: todo ser humano, según esto, libra una lucha desigual pero

quizá también condenada desde el punto de vista moral (y por eso la llama

lucha impía) por liberarse de la prisión del cuerpo que lo ata a la rueda de

sufrimiento. Todos, empero, tarde que temprano, habremos de salir victorio-

sos de esta confrontación, lo que nos permite reintegrarnos al seno natural,

fuente eterna de vida. Por eso concluye Acuña sin ninguna dubitación:

La tumba sólo guarda un esqueleto, mas la vida en su bóveda mortuoria prosigue alimentándose en secreto.

Que al fin de esta existencia transitoria a la que tanto nuestro afán se adhiere, la materia, inmortal como la gloria,cambia de formas; pero nunca muere.

(Obras, 95; En nombre…, II, 133)

A Marcelino Menéndez Pelayo esta composición le parece “una de las más

vigorosas inspiraciones con que puede honrarse la poesía castellana de nues-

tros tiempos”. A diferencia de algunos críticos mexicanos, que piensan en

Acuña como un poeta confuso e inconsistente, falto de solidez y carente

de bases firmes, Menéndez Pelayo escribe en el prólogo de su Antología de

poetas hispanoamericanos (1893) lo que es para mí el más alto de los elogios

que ha merecido el saltillense:

Acuña era tan poeta que hasta la doctrina más áspera y desolada podía convertirse para él en raudal de inmortales armonías. Sentía aquel mismo

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53L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O

género de embriaguez naturalista que es el alma de la inspiración de Lucrecio y de la de Diderot en su Sueño de D’Alembert. La materia no concebida me-cánicamente sino de un modo dinámico, y abarcándola en toda la plenitud y complejidad de su desarrollo y evoluciones, no es sujeto refractario a la poesía, y puede existir y existe sin duda un género de monismo poético, que tiene de poesía lo que tiene de metafísica, menos distante que pudiera creerse, ya de la concepción de Leibnitz, ya de la de Hegel, puesto que realmente esa materia parece viva y llena de almas, y su incesante ebullición como que se somete y disciplina a un proceso dialéctico.19

Por el empuje de su construcción, y por las rigurosas bases materialistas que

sostienen su trama, me gustaría decir que el único texto del siglo XX mexi-

cano que resiste y solicita una comparación con “Ante un cadáver” de Acuña

es el “Canto a un dios mineral” del químico y también poeta Jorge Cuesta.

Mostrar las significativas afinidades entre estos dos poemas es algo que por

supuesto excede los límites del presente trabajo, por lo que me conformo

con sugerir su proximidad. A riesgo de que se piense que hago demasiadas

concesiones a la imaginación macabra del poeta estudiado, no me gustaría

concluir este trabajo sin transcribir la cuarteta que escribiera Acuña sobre

un cráneo que tenía en su buhardilla, y en el que, durante una velada con sus

amigos, todos anotaron un pensamiento. El que anotó Acuña reza así:

Inscripción en un cráneo

Página en que la esfinge de la muerte con su enigma de sombra nos provoca:¿Cómo poderte descifrar, si es poca toda la luz del Sol para leerte?

19 Contrástese esta opinión con el dicterio de José Rojas Garcidueñas: “Una simple hojeada a

sus poemas nos muestra la absoluta falta de solidez y bases firmes en sus ideas” (XXII).

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en cuanto a textos, en noMbre de ese laurel contempla prácticamente toda la poesía escrita por Manuel acuña de la que se tiene conocimiento. incluye la primera edición recopilatoria de sus “Versos”, realizada por amigos a partir de publicaciones diversas, y los que añade José luis Martínez en sucesivas apariciones de obras: poesía y prosa (1949 y 2000). en la presente recopilación se excluyen, sin embargo, los poemas dedicados a su hermana Guadalupe (“a lupe” y “a lupita”), pues, tomando en cuenta las fechas y la calidad que muestran, suponemos que, o bien no pertenecían realmente a la obra del poeta (según José Farías Galindo, el primero fue dictado de memoria por su hermana dolores), o no fueron escritos o acabados para su publicación (el otro, con inconsistencias verso a verso, fue supuestamente escrito después de “ante un cadáver”). Por otra parte, la romanza “lejos de ti”, del compositor rafael Gálvez león, lleva una letra de Manuel acuña (no incorporada hasta el momento en otras ediciones), y en este libro se encuentran tanto su partitura como la transcripción del texto literario.

en el verdadero Manuel acuña (1984), Pedro Caffarel Peralta se dio a la tarea de consignar las modificaciones (unas ínfimas, otras sustanciales) que sufrieron algunos poemas al aparecer en diarios, suplementos de la época e incluso en diversos manuscritos. tales variantes han sido incorporadas en esta nueva edición, a manera

EN NoMbREdE ESE LAURELPresentaCiÓn

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de glosas, para facilitar una lectura completa, holográfica, de cada uno de esas obras, y al mismo tiempo una visión más precisa de las cuestiones de estructura, ritmo y contenido que preocupaban a su autor.

el objetivo de esta recopilación es agrupar el material existente sobre Manuel acuña, presentarlo de forma más organizada –más atractiva incluso– y ofrecer un conjunto de obra, crítica e iconografía para los lectores del siglo XXi.

la primera diferencia importante, respecto a las recopilaciones anteriores, es su nueva organización. se respeta e incluso se vuelve más explícito el orden cronológico usado en sus principales ediciones, pero, ante todo, se separa a los poemas en dos bloques temáticos: “De amor y biográficos”, en el primer tomo, y “Científicos, cívicos, filosóficos y humorísticos” en el segundo, con la intención de hacer mucho más visibles las múltiples facetas de su poesía. Podemos decir que esta edición de la obra de Manuel acuña es como un anaglifo, una imagen alterada para verse en tercera dimensión a través de dos lentes de colores distintos, correspondientes, quizá huelga decirlo, a cada uno de estos tomos, con su organización y contenidos particulares.

en cuanto a material crítico, esta edición incluye algunos textos publicados previamente y otros inéditos. destacan los ensayos de

Page 56: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

Marco antonio Campos y evodio escalante, que prologan cada tomo, además de artículos y materiales complementarios –dos poemas de eduardo lizalde, una traducción de samuel beckett, artículos diversos– que enriquecerán sin duda la lectura de su obra y el conocimiento de su fugaz y luminosa trayectoria vital.

Contra lo que suele suponerse, la obra de Manuel acuña es particularmente vasta en temas e interpretaciones. tratamos de ofrecer una edición personalizada, con anotaciones al margen, y nos hubiera gustado incluir además fragmentos resaltados, y los signos de nuestra admiración al lado de un gran número de versos, mas tal exceso quizá hubiera arruinado esos hallazgos para los lectores futuros. tenemos fe, y paciencia: aunque la leyenda ha extendido y deformado su interpretación, y aunque la métrica tradicional (o cierta formación declamatoria) vuelve engañosamente simple el acceso a ciertos textos literarios, cuyo fondo se oscurece tras el brillo de la forma, en los últimos quince años un acercamiento más atento y generoso de la crítica le ha concedido o regresado a acuña algunas de esas hojas de laurel que obtuvo en vida. Por ello la presente edición, además de un homenaje para el autor coahuilense, es una ocasión nueva y oportuna para el encuentro entre la obra, sus críticos y sus lectores.

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de aQuÍ sÓlo sale indiana

a la soCiedad FiloiÁtriCa en su instalaCiÓn

una liMosna

la raMera

el hoMbre

los beodos

en la aPoteosis del aCtorMerCed Morales

oCaMPo

uno Y Quinientos

la soÑadora

a lauro

oblaCiÓn

rasGo de buen huMor

en el terCer aniVersario de la soCiedad FiloiÁtriCa Y de beneFiCenCia

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1868

1869

1870

1871

obra PoÉtiCa, 2

PoEMAS CiENTífiCoS, CíViCoS, fiLoSÓfiCoS Y HUMoRíSTiCoS

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¡salVe!

el Poeta MÁrtir Juan dÍaZ CoVarrubias

soneto (a Manuel doMÍnGueZ)

hiMno

ante un CadÁVer

oda. ante el CadÁVer del doCtor JosÉ b. de VillaGrÁn

al ruiseÑor MeXiCano

al Cielo

a un lirio

insCriPCiÓn en un CrÁneo

a dios

en alas del PensaMientoestroFa Para asunCiÓn

la Vida del CaMPo

oda. a la MeMoria del eMinente naturalista,el doCtor leonardo oliVa

soneto

nada sobre nada

CinCo de MaYo

soneto (a ViCente Fuentes)

118

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138

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144

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177

184

200

1873

1872

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oda

a la luna

el reo de Muerte

a JoseFina PÉreZ

a la eMinente aCtriZ salVadora CairÓn

adiÓs a MÉXiCo

roManCero de la Guerra de indePendenCiael Giro

a la Patria

hidalGo

15 de sePtieMbre

la MuJer

en la biblioteCa PoPular

en este CaMPo do el PlaCer rePosa

a un arroYo

letrilla

todo se aCaba

historia de un PensaMiento

de aCuÑa

202

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267

S/F

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60

De aquí sólo sale indiana,

de aquí sale manta y lona,

de aquí sale la ladrona

que se robó la manzana.

¿186

4? De aquí sólo sale indiana…*

*Según una anécdota recogida por Farías y por José Luis Martínez, esta es la primera composición, improvisada,

que su familia le escuchó recitar a Manuel Acuña.

Page 61: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

61

Sombras gigantes de Escipión y Ciro,

de César y Alejandro,

no os alcéis de la tumba a mis acentos;

que si es verdad que vuestra gloria admiro,

me espanta vuestra gloria resonando

entre ayes de dolor y entre lamentos.

Yo no canto a vosotros, cuyos lauros

en la sangre crecidos

respiran con el aire de la muerte;

yo no canto a vosotros los temidos,

los que formáis las leyes con la espada

sin tener más derecho que el del fuerte.

Vuestros nombres sublimes

no hacen arder la sangre de mis venas;

yo canto a Atenas enseñando a Roma,

no canto a Roma conquistando a Atenas.

Como el águila audaz que surca el viento

en pos de espacio que bastante sea

para dar a sus alas movimiento,

lo mismo mi alma cuando hallar desea

A la Sociedad Filoiátrica en su instalación 18

68

¿Hasta cuándo llegará el díaen que se aprecie más al hombre

que enseña que al hombre que mata?M. Ocampo

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62

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

la luz de la poesía,

no busca sus raudales en la noche

sino en la aurora al despuntar el día;

y al encontrar la llama indeficiente

de la verdad sagrada,

mi pecho entonces se electriza y siente,

y de mi lira tosca y olvidada,

brotan cantares que sonar quisieran

desde el nuevo hasta el viejo continente.

Era la sombra: entre su negro manto

vegetaban los hombres,

nutriéndose con penas y con llanto,

sin otra ciencia que sufrir humildes

del infortunio las amargas leyes,

y sin otros señores que verdugos

con el pomposo título de reyes.

Esqueletos del cuerpo

y esqueletos del alma,

los seres como Dios, no eran entonces

el Adán pensador del primer día,

sino siervos que ató con mano airada

a su carro triunfal la tiranía.

Momias vivientes que al dejar el mundo

para volver al hueco del osario,

legaban a sus hijos en recuerdo

la cicuta del Sócrates profundo

[el yugo de los bueyes]

[el pensador Adán del primer día,]

[sino brutos, que iguales a los otros]

[solamente el hablar los distinguía]

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63O B R A P O É T I C A

y la sangre del Cristo del Calvario.

Y así pasaron siglos y más siglos

que de su inmensa huella en la distancia

sólo dejaban sombras y vestiglos,

vagando entre las nieblas

de la noche sin fin de la ignorancia.

Mas de pronto la luz del pensamiento

iluminó vivífica y radiante

de la santa Razón el firmamento,

y Dios apareció, bello y gigante,

haciendo despeñarse en el abismo

al soplo de sus labios soberanos

el sangriento puñal de los tiranos

y la máscara vil del fanatismo.

Entonces fue cuando la Europa vía,

trémula y espantada,

la mansión ignorada

que la voz de Colón le predecía,

y a Franklin elevándose al espacio

de su genio atrevido tras la huella,

para robar a la rojiza nube

el fuego aterrador de la centella.

Entonces fue cuando se alzó la ciencia

disipando las sombras

que huyeron en tropel a su presencia;

y entonces cuando México miraba

en la mansión maldita

[brilló pura y radiante]

[en la vasta extensión del firmamento]

[el manchado puñal de los tiranos]

[de su genio coloso tras la huella,]

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64

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

del crimen y del miedo,

en vez de la cadena y del levita

la figura grandiosa de Escobedo.

Y no tembléis al recordar la historia

del lugar maldecido,

donde el buitre feroz de la ignorancia

ocultó sus polluelos y su nido;

no tembléis a la tétrica memoria

del calabozo inmundo

repitiendo los últimos lamentos

del mártir moribundo;

ya está lavada de su impura mancha

la guarida del crimen,

que hasta la infamia misma desparece

donde las huellas del saber se imprimen.

En vez de los verdugos,

y del hirviente plomo y el veneno,

la Medicina que consuela y sana,

y los hijos de Herófilo y Galeno.

Sublime redención, misión sublime

la del que sufre al consolar las penas,

la del que llora y gime

al enjugar las lágrimas ajenas;

misión de caridad y bienandanza,

empezada por Cristo en el calvario,

que redime y que canta en su santuario

[empezada por Cristo en el madero,]

[y que lava y en ángeles convierte]

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65O B R A P O É T I C A

los himnos del amor y la esperanza.

Seguidla, pues, vosotros, que impasibles

desafiáis a la muerte y los pesares;

y si queréis que el mundo agradecido

conserve vuestro nombre en la memoria,

y que os levante altares,

seguid vuestro sendero bendecido,

que al fin de ese sendero está la gloria;

y continuad sin dirigir la vista

al espinado y escabroso suelo,

y si ansiáis la conquista

del lauro inmarcesible de la fama,

elevad vuestros ojos hasta el cielo

donde está quien os mira y quien os llama.

Y no penséis en la escarpada roca,

ni en la espina punzante

que atraviesa la planta que la toca;

no cejéis ni un instante

en vuestra noble y celestial carrera,

¡Adelante…! ¡Adelante…!

aún está muy distante

la corona de rosas que os espera.

[a la ramera vil y al bandolero.]

[Seguidla, pues, vosotros, que contentos]

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66

¡Entrad!... en un aposento

donde sólo se ven sombras,

está una mujer muriendo

entre insufribles congojas…

Y a su cabecera tristes

dos niñas bellas que lloran,

y que entrelazan sus manos

y que gimen y sollozan.

Y la infeliz ya no mira

ni tiene aliento en la boca,

y cuando habla sólo dice

con voz hueca y espantosa:

“¡Yo tengo hambre! ¡Yo tengo hambre!

Por piedad, ¡una limosna!”.

Y calla…y las niñas gimen…

y calla… y el viento sopla…

y llora… y nadie la escucha,

¡que nadie escucha al que llora!

¿Y la oís?… “¡Ay!, hijas mías

vais por fin a quedar solas…

solas… y sin una madre

Una limosnaA mi querido amigo Agustín F. Cuenca

1869

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67O B R A P O É T I C A

que os alivie y que os socorra…

solas… y sin un mendrugo

que llevar a vuestra boca...

Adiós…adiós… yo me muero…

yo tengo hambre...,

y la mísera espiraba

¡Una limosna!”

entre angustias y congojas,

mientras que las pobres niñas

casi locas, casi locas

la besaban y lloraban

envueltas entre las sombras.

Después… temblando de frío

bajo sus rasgadas ropas,

caminaban lentamente

por la calle oscura y sola,

exclamando con voz triste

al divisar una forma;

la una…

… “¡Me muero de hambre!”,

y la otra...

… “¡Una limosna!”.

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68

Humanidad pigmea,

tú que proclamas la verdad y el Cristo,

mintiendo caridad en cada idea;

tú que, de orgullo el corazón beodo,

por mirar a la altura

te olvidas de que marchas sobre lodo;

tú que diciendo hermano,

escupes al gitano y al mendigo

porque son un mendigo y un gitano:

allí está esa mujer que gime y sufre

con el dolor inmenso con que gimen

los que cruzan sin fe por la existencia;

¡escúpela también…! ¡anda…! ¡no importa

que tú hayas sido quien la hundió en el crimen,

que tú hayas sido quien mató su creencia!

¡Pobre mujer, que abandonada y sola

sobre el oscuro y negro precipicio,

en lugar de una mano que la salve

siente una mano que le impele al vicio;

y que al fijar en su redor los ojos

y a través de las sombras que la ocultan

no encuentra más que seres que la miran

y que burlando su dolor la insultan…!

1869 La ramera

A mi querido amigo Manuel Roa

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69O B R A P O É T I C A

Y antes era una flor... una azucena

rica de galas y de esencias rica,

llena de aromas y de encantos llena;

era una flor hermosa

que envidiaban las aves y las flores,

y tan bella y tan pura,

como es pura la nieve del armiño,

como es pura la flor de los amores

y como es puro el corazón del niño.

Las brisas la brindaban con sus besos,

y con sus tibias perlas el rocío;

y el bosque con sus álamos espesos,

y con su arena y sus corrientes el río;

y amada por las sombras en la noche,

y amada por la luz en la mañana,

vegetaba magnífica y lozana

tendiendo al aire su purpúreo broche;

pero una vez el soplo del invierno

en su furia maldita,

pasó sobre ella y la arrancó sus hojas,

pasó sobre ella y la dejó marchita;

y al contemplar sin galas

su cáliz antes de perfumes lleno,

le arrebató implacable entre sus alas

y fue a hundirla cadáver en el cieno.

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70

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

¡Filósofo mentido…!

¡apóstol miserable de una idea

que tu cerebro vil no ha comprendido!

Tú que la ves que gime y que solloza,

y burlas su sollozo y su gemido…,

¿qué hiciste de aquel ángel

que amoroso y sonriente

formó de tu niñez el dulce encanto?

¿Qué hiciste de aquel ángel de otros días,

que lloraba contigo si llorabas

y gozaba contigo si reías…?

¡Te acuerdas…! Lo arrancaste de la nube

donde flotaba vaporoso y bello,

y arrojándole al hambre,

sin ver su angustia ni su amor siquiera,

le convertiste de camelia en lodo:

¡Le transformaste de ángel en ramera!

¡Maldito tú que pasas

junto a las frescas rosas,

y que sus galas sin piedad les quitas!

¡Maldito tú que sin piedad las hieres,

y luego las insultas por marchitas!

¡Pobre mujer…! ¡Juguete miserable

de su verdugo mismo…!

Víctima condenada

a vegetar sumida en un abismo

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71O B R A P O É T I C A

más negro que el abismo de la nada

y a no escuchar más eco en sus dolores,

que el eco de la horrible carcajada

con que el hombre le paga sus amores.

¡Pobre mujer, a la que el hombre niega

el sublime derecho

de llamar hijo a su hijo!

Pobre mujer que de rubor se cubre

¡cuando le escucha que la grita madre!

Y que quiere besarle, y se detiene,

y que quiere besarle, y calla y gime,

porque sabe que un beso de sus besos

¡se convierte en borrón donde lo imprime!

Deja ya de llorar, pobre criatura,

que si del mundo en la escabrosa senda

caminas entre fango y amargura,

sin encontrar un ser que te comprenda,

en el cielo los ángeles te miran,

te compadecen, te aman,

y lloran con el llanto lastimero

que tus ojos bellísimos derraman.

¡Y que te burle el hombre, y que se ría!

¡Y que te llame harapo y te desprecie!

Déjale tú reír, y que te insulte,

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72

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

que ya llegará el día

en que la gota cristalina y pura

se desprenda del lodo

para elevarse nube hasta la altura.

Y entonces en lugar de un anatema,

en lugar de un desprecio,

escucharás al Cristo del Calvario,

que añadiendo tu pena

a tus lágrimas tristes en abono,

te dirá como ha tiempo a Magdalena:

Levántate, mujer, yo te perdono.

tixtla, 1834san remo, 1893

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JUAN DÍAZCOVARRUBIAS

desde niño estuvo inmerso en el ambiente cultural, pues sus padres organizaban frecuen-temente veladas literarias. al trasladarse a la Ciudad de México ingresó al Colegio de letrán. en este periodo hizo amistad con ignacio Manuel altamirano y fue discípulo de ignacio ramírez. al igual que acuña, ingresó a la escuela de Medicina, en cuyo internado habitó el cuarto número 13, el mismo donde vivió y murió el poeta saltillense. lo atrajo la doctrina liberal y publicó su obra en periódicos afines. Al enterarse de la inminencia de un enfrentamiento entre libe-rales y conservadores en ta-cubaya fue a ofrecer su apoyo como médico a los republica-nos. la batalla fue ganada por el bando conservador, cuyos soldados, frenéticos por la vic-toria, ejecutaron a los oficiales capturados pero también a los médicos y civiles que ahí se encontraban; Covarrubias y su amigo Manuel Mateos esta-ban entre ellos. su muerte fue lamentada por varios autores, incluyendo a Manuel acuña, quien le dedicó un poema en que lo llama “el poeta mártir”.

Xalapa, 1837tacubaya, 1859

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uno de los más renombrados escritores y docentes del siglo XiX, altamirano nació en una familia chontal. hasta los 14 años ignoraba el castellano. hizo sus primeros estudios en el instituto de toluca gracias a una beca otorgada por ignacio ramírez, el nigromante, y fue ascendiendo hasta lograr el tí-tulo de maestro, que llevó con dignidad hasta el fin. Desde su juventud tomó parte en la vida política del país, y combatió durante la Guerra de refor-ma y la intervención Francesa. Fundó varios periódicos y re-vistas. en su obra se advierte el amor por el paisaje, por la naturaleza, por las leyendas. también frecuentaba las vela-das literarias en casa de rosa-rio de la Peña. Fue maestro de Manuel acuña y apoyó algu-nas de las sociedades literarias en las que participaba, como la sociedad netzahualcóyotl. Fue él quien corrió a avisarle a rosario del suicidio de acuña, apenas hora y media después de que ocurriera. Murió en ita-lia durante una misión diplo-mática.

IGNACIOMANUEL

ALTAMIRANO

tixtla, 1834san remo, 1893

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75

Allá va... como un átomo perdido

que se alza, que se mece,

que luce y que después desvanecido

se pierde entre lo negro y desparece.

Allá va… en su mirada

quién sabe qué fulgura de profundo,

de grande y de terrible…,

allá va, sin destino y vagabundo,

tocando con su frente lo invisible,

con sus plantas el mundo…

¿De dónde vino…?

Preguntadlo al caos

que dio forma a los seres

de su potente voz al “levantaos”;

decídselo a la nada,

que ella, tal vez, sabrá cuál fue la cuna

de ese arcángel vestido con harapos

a que llamamos hombre;

que ella, tal vez, sabrá de dónde vino

ese titán pigmeo

tan grande y tan mezquino,

¿del lodo? puede ser; pero su frente

El hombre 1869

Al señor don Ignacio M. Altamirano Homenaje

…Où va l ’homme sur la terre? V. Hugo

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76

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

está demasiado alta para el lodo;

¿del cielo? puede ser; pero la tumba,

donde concluye todo,

no dista de sus plantas más que un paso,

y si fuera del cielo, debería,

ya que tiene un ocaso,

tener también su oriente cada día.

Aborto incomprensible de la nada

que lo lanzó, destello de su abismo,

esperad, esperad a que las sombras

entre sus negros pliegues os cobijen,

que allí tal vez, escrito entre esos pliegues

encontraréis su origen…,

esperad el momento en que se os abra

negro y aterrador ante los ojos,

ese libro de sangre donde labra

la triste muerte en caracteres rojos

de sus calladas víctimas el nombre,

y allí veréis, acaso, la palabra

que os ayude a saber quién es el hombre.

Y entre tanto… allá va…

Solo… en el mundo

que tiembla con su peso de gusano

y que al mirarle se estremece y duda;

sobre la tierra inmensa

que le siente su rey y le saluda,

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77O B R A P O É T I C A

que le siente su dios y que le inciensa.

Allá va… soberano cuya frente

circunda por diadema el infinito,

monarca cuyo trono omnipotente

es el trono de mármol y granito

tallado por los buitres en la roca;

y que marcha, y que marcha dominado

lo mismo en lo que ve y en lo que toca,

desnudo y mendigando

un pedazo de pan para su boca.

Polluelo de ese cóndor de lo oscuro

que se llama el misterio,

y que sin alas y sin luz se lanza

por el supremo espacio de la idea

en pos de una esperanza...

polluelo que adormido entre la noche

sueña ver una estrella,

y enamorado de ella, y atrevido,

se escapa de su nido

creyéndose capaz de ir hasta ella;

quién sabe anoche en su delirio blando

qué luz o qué ilusión distinguiría,

en medio de esas nubes caprichosas

que pueblan, al soñar, la fantasía;

quién sabe lo que en su alma

durante la embriaguez germinaría;

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78

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

pero capullo que despierta rosa

con los halagos de la brisa amante,

él, creciendo de formas en el sueño,

durmió pequeño y despertó gigante.

Y “El Universo es mío”

clamó al sentirse poderoso y fuerte,

y agitando su cráneo en el vacío,

sin escuchar la ruda carcajada

que como eco a su voz daba la muerte.

“¡Adelante —se dijo— ¡El mundo es poco

para encerrar mi espíritu… hasta el cielo!”

Y sin mirar si quiera por donde iba,

se lanzó despeñado como un loco,

con la mirada arriba… siempre arriba.

Sonámbulo que duerme y deja el lecho

al supremo mandato

de yo no sé qué voz grande y divina

que alzándose en su pecho

le sorprende y le grita poderosa:

“¡Levántate y camina…!”

Pisando aquí una espina y una rosa,

y más allá una rosa y una espina,

el hombre con un cielo de esperanzas

germinando en montón en su cerebro,

sigue a tientas y a oscuras por la senda

desde antes a sus pasos señalada,

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79O B R A P O É T I C A

soñando… y en los ojos una venda

que con sus pliegues lóbregos y espesos

le impide que comprenda

su marcha entre sepulcros y entre huesos.

Y allá va… ¡pobre niño que aún suspira

como en los dulces tiempos de la infancia!

Mas dejadle seguir, y será hombre

que haga nacer la vida del osario,

el apóstol sin nombre,

que Dios admire y que mortal asombre

lo mismo en el Tabor que en el Calvario.

Dejadle caminar, dejad que siga

el vuelo de su genio por los mares,

y mañana ese niño

será el anciano pálido y fecundo,

que, moderno criador, haga que brote

del seno de las olas otro mundo.

Allá va… con un tronco por apoyo

y un jirón miserable por abrigo,

valiente y ambicioso y soberano,

bajo su mismo harapo de gitano

y su corteza sucia de mendigo.

¿Qué busca? ni aun él sabe

lo que busca en su loco devaneo…

ni aun él acierta a definir ese algo

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

que le hace encontrar siempre su deseo;

pero titán del sueño que en la sombra

forja un espacio y a escalarlo sube,

él, mientras pisa en el inmundo cieno,

se duerme con el pie sobre una nube.

Soñar… ésa es la vida, ése es el puente

que entre la cuna y el sepulcro media,

el papel miserable del viviente

de la existencia vil en la comedia:

soñar un cielo en que revueltos vagan

hermosos y magníficos vapores,

la esperanza, la dicha,

la gloria y el placer y los amores.

¡Ondinas que se tienden por el aire

al despuntar la vida, allá a lo lejos

y que con ella crecen y con ella

mueren entre los últimos reflejos!

Y, hermoso cisne que en el limpio lago

agitando las olas con su pluma,

ve brotar de su juego al dulce halago

mil copos blancos de rizada espuma,

y arroja un canto dolorido y vago

al mirarlos perderse entre la bruma;

el hombre en su tristeza,

al ver rodar sus blancas ilusiones,

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81O B R A P O É T I C A

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

sin colores, sin luz y sin belleza,

de la noche que empieza

por yo no sé qué lóbregas regiones;

suspirando y en lágrimas deshecho

ante la triste realidad que asoma,

arranca un ¡ay! terrible de su pecho,

y luego, al dar un paso, se desploma.

Atleta del dolor, de nuevo emprende

la lucha formidable

con ese gladiador de las tinieblas

que se llama el destino;

y cantando y sonriendo

para insultar la palpitante pena

que le destroza el corazón mezquino,

lanza un grito feroz y entra a la lucha…

pero, vencido al fin, rueda en la arena

que su alma es poca y su amargura es mucha.

Y entonces… cuando hambriento de placeres

soñándolos su presa,

se mira débil y abatido y solo

sobre el oscuro borde de la huesa,

recuerda el Dios a quien por darle culto

él se fingiera omnipotente y bueno;

pero al sentir dentro del alma oculto

del pesar y el dolor todo el veneno,

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83O B R A P O É T I C A

en su miseria misma

lo ve pequeño, pobre,

y cogiendo del cieno en que se arrastra

miserable reptil con su congoja,

burlándose de su ídolo, a la frente

como un supremo insulto se lo arroja.

Después… el aire de la muerte zumba

con su bramar inquieto,

el átomo vacila, y…se derrumba…

la tierra es una tumba…

el hombre un esqueleto.

Todo acabó... la noche de la nada

confundiendo en sus pliegues

todo eso grande que la mente forma

y que en el cráneo encierra,

sólo dejó al pasar, como en recuerdo,

un pedazo de tierra…

Y allí… ¿qué hay más allá…?

¿Qué encuentra el hombre

tras ese velo negro que separa

la luz de las tinieblas…?

¿Es en la tumba, acaso, donde toca,

viéndola cara a cara,

esa ilusión que en su carrera loca

convertida en vapor se le escapara?

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84

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

¿Es allí donde encuentra los perfumes

y las notas dulcísimas y suaves,

que no pudieron darle en sus encantos

las flores ni las aves…?

O luminoso punto que camina

partiendo de la nada,

por un círculo estrecho, y que termina

su existencia mezquina

allí donde ha empezado la jornada,

¿concluye en el sepulcro

que sus despojos últimos recibe?

¿Es allí donde muere para siempre?

¿Es allí para siempre donde vive?

¡Quién sabe…! Nuestra mente

no alcanza a descifrar esos arcanos

escritos entre huesos y mortajas

por yo no sé qué fétidos gusanos…

Remueve y busca en el inmundo hueco

donde ha visto rodar un ser inerme,

y sin hallar a sus preguntas eco,

sólo ve un cráneo seco

que entre sus antros asquerosos duerme.

Y entre tanto… allá va…,

luz tenebrosa

cuyo destino y cuyo ser esconde

la impenetrable niebla del abismo…

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85O B R A P O É T I C A

Allá va… tropezando y caminando,

¡Sin comprender adónde,

sin comprenderse él mismo…!

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86

Junto a una pulquería 

cuyo título es “Los Godos” 

disputaban dos beodos 

la tarde de cierto día.

Yo que pasaba por fuera 

de la taberna predicha, 

me detuve y por mi dicha 

oí la disputa entera.

—Oiga, amigo, no me abroche 

tan horrenda tontería, 

yo le digo que es de día. 

—Pos yo digo que es de noche.

—Pos yo el Sol es lo que miro 

y no hay estrella ninguna. 

—Pos yo digo que es la Luna 

y muy grandota dialtiro.

Es que asté ya se le escapa 

toditito don Perfeuto 

porque ya siente el efeuto 

del maldecido Tlamapa.

Los beodos(Cuadro de costumbres)18

69

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87O B R A P O É T I C A

—¡Qué Tlamapa, ni qué nada! 

A mí el pulque no me aprieta. 

—Pos yo apuesto una peseta. 

—Pos yo apuesto mi frezada.

—¿Pos con quién nos arreglamos? 

—Pos con cualesquiera, vale. 

—Bueno, pero no me jale. 

—Bueno, pus entonces vamos.

Y entre diciendo y haciendo 

este par de tercos beodos, 

se salieron de “Los Godos” 

casi, casi que cayendo.

Y viendo pasar un coche 

al cochero se acercaron, 

y presto le preguntaron 

si era de día o de noche.

Pero el salvaje cochero 

movió triste la cabeza 

y respondió con torpeza: 

Señores: ¡soy forastero!

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88

…¡Mentira el más allá! ¡Mentira el alma

que el retroceso impuro

hace nacer llenando lo futuro,

del triste cementerio entre la calma!

¡Engaño esa creación que el fanatismo

hace brotar del último lamento

que nos lleva al abismo!

¡Mentira ese ad terrorem que el convento

lanza a la humanidad mezquina y necia

que, oyendo a la razón y al pensamiento,

no abarca esa mentira y la desprecia!

El hombre es sólo el hombre,

pobre criatura de miseria y lodo,

que sueña, que delira, y que en la fosa

mira rodar con su existencia todo;

pobre ser que termina la jornada

con el eco de su último latido,

para volver en sombra convertido

a su punto de origen, a la nada.

Es un astro-misterio que atraviesa

la curva de la vida y se derrumba

al concluir la carrera de ese cielo

que en el Oriente de la cuna empieza

y acaba en el Ocaso de la tumba;

En la apoteosis del actorMerced Morales18

70

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89O B R A P O É T I C A

molécula que, oculta entre la gasa

de la noche, sin ruta y sin destino,

como una exhalación flébil y escasa,

nace, se mece y pasa

sin dejar una huella en su camino,

y que a veces llegándose valiente

hasta el Sol de la gloria,

se enciende en él y vuela,

pero dejando entonces, donde acaba,

el germen de otra luz sobre su estela.

Luz-inmortalidad con que deliran

el sabio y el artista y el guerrero,

en medio a esos éxtasis soberanos

que son la hora suprema

en que el genio prepara con sus manos

para ceñir sus frentes la diadema;

hora en que el hombre alcanza,

por el zodiaco de la fe y del arte,

llegar hasta el zenit de su esperanza,

para robarle el rayo que algún día

sobre su pobre lápida mortuoria,

caiga a encender, sublime de poesía,

la antorcha fulgurante de la gloria.

Luz-inmortalidad con que soñaban

sonriendo de placer en su delirio,

el mártir-libertad en el cadalso

y el espectro-conciencia en el martirio;

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

fulgor que, en la conquista

del saber y el talento, se levanta

descorriendo grandioso ante la vista,

el soñado horizonte de una tierra

donde bendita y mágica se encierra

la tierra prometida del artista;

esplendor auroral que era el ensueño

consolador y grato en su pobreza

del actor inspirado,

que aún ayer se encontraba circundado

con la aureola del genio en la cabeza;

del audaz fingidor que ayer hacía

sollozar o reír bajo este techo,

y que hoy, cadáver, duerme

de un pedazo de tierra sobre el lecho.

Cayó… sobre su tumba

gime el arte, y la patria inconsolada

con sus hermosos besos maternales

deposita una lágrima adorada,

en tanto que la fama que abandona

de la muerte en los antros funerarios

al despojo… y al hombre,

vuela augusta a escribir en sus santuarios

las letras de su nombre.

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91O B R A P O É T I C A

¡Muerto, reposa en paz! y si en la fiebre

de tu ambición y tu querer fecundo

soñaste con un mundo más risueño

que este pequeño y miserable mundo;

si astro que cruza la extensión vacía

soñaste con dejar escrito en ella

algo como la luz que en ti vivía

para hacerte inmortal con esa huella,

tu sueño está cumplido… tus cenizas

ya no son más que escoria;

pero el azul radioso de tu patria

cuenta otra luz, la luz de tu memoria.

Los hombres como tú, jamás perecen

al tocar los umbrales

de la oscura región de lo ignorado;

los hombres como tú, mueren y crecen

con la figura inmensa del granito

que de pie y majestuosa se levanta

de entre el polvo impalpable que la planta

envuelve al resbalar en lo infinito.

Para ti no hay sepulcro, que el reflejo

de tu luz poderosa

te basta en la caída,

para seguir viviendo en otra vida,

no en la estrechez de tu escondida fosa…

Tú como el astro hermoso de la aurora

que rueda en el ocaso,

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

dejando como huella de su paso

la Luna brilladora,

caíste en el abismo,

nítido Sol del mexicano cielo:

pero dejando al terminar el vuelo,

la Luna de ti mismo.

Sacerdote titánico del arte,

envuélvete sonriendo en la mortaja

que te arropa en la huesa…

Envuélvete inmortal bajo la losa

donde tu cuerpo mísero reposa

y se alza el pedestal de tu grandeza.

¡Adiós, muerto sublime!

¡Sublime y noble atleta del proscenio!

Descansa en paz mientras tu patria gime

sobre el recuerdo que tu gloria abona,

y mientras teje en su santuario el genio,

para rodear tu nombre, una corona.

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93O B R A P O É T I C A

Fue en el Colegio Josefino donde Manuel Acuña realizó sus prime-ros estudios, antes de partir a la Ciudad de México preparándose para iniciar la carrera de medicina.

En el mural pintado por la maes-tra Elena Huerta en el Centro Cul-tural Vito Alessio Robles, puede apreciarse a Manuel Acuña junto a otros destacados poetas coahui-lenses como Otilio González y José León Saldívar.

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94

“¡Allá!”, se dijo, y extendiendo al aire

las gigantescas plumas,

con la mirada fija en los fulgores

que a través de las brumas

conducen en su vuelo a los condores,

subió asentado la atrevida garra

sobre la cumbre inmensa,

donde el mundo genésico concluye

y se levanta el mundo del que piensa;

sobre la blanca cima de esa roca

cuyas piedras de mármol y granito

se alzan, entre lo azul del infinito,

del pedestal sublime al que las toca;

allí donde se encienden los tabores

con su grandiosa y santa refulgencia

al resonar del cántico que entona

con un grito de alarma la conciencia.

Subió, llegó, y al extender los ojos,

sobre la turba de hombres

que germinaba de sus pies debajo,

anhelando mirar lo que es un pueblo

que marcha por la senda del trabajo,

en vez de la ilusión de su utopía,

Ocampo1870

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95O B R A P O É T I C A

halló un pueblo de libres

envuelto del incienso entre el aroma,

y enlazando a su cuello esa cadena

cuyo eslabón primero empieza en Roma;

halló la libertad aprisionada

entre los negros muros del convento,

y un más-allá de luto y de tinieblas

marcando el hasta-aquí del pensamiento;

al dios-dulzura convertido en otro

de sangre y de venganza,

al dios creador entrando en la pelea

con el rojo puñal de la matanza;

y gozando al murmullo de los salmos

y gozando al gemir de la agonía,

al dios que sólo quiere en sus altares

los himnos del amor y la poesía.

Y “¡No!”, dijo él, ardiendo

en esa inspiración sencilla y santa

que hizo del vagabundo de Judea

el muerto más sublime de los muertos

en el martirologio de la idea;

“ya es tiempo de volver a su santuario

el dulce amor de la familia humana,

sustituir el hogar al relicario,

sustituir la violeta al incensario,

y el trino del turpial a la campana;

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96

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

ya es tiempo de rasgar el negro abismo

que oculta la verdad a la existencia,

y cambiar por el dios del fanatismo

el dios de la razón y la conciencia”.

Dijo, y abandonando las remotas

cumbres de la esperanza y de la vida,

bajó a la tierra entre las dulces notas

de esa cántiga tierna y bendecida

cuya primera vibración se escucha

brotando de las arpas del delirio,

y la última en la lucha

con el ¡ay! estertóreo del martirio.

Bajó, y apóstol de la buena-nueva,

de la luz y el Derecho,

su palabra de paz sonó en los aires

anunciando al Mesías

que el porvenir en su ilusión espera,

y de quien son augustas profecías

las protestas del mártir en la hoguera.

Bajó, y envuelto entre el vapor espeso

de los blancos perfumes conventuales

el pueblo suyo, por el monje opreso,

escuchó la palabra de progreso

salida de sus labios inmortales;

y al buscar al apóstol atrevido

donde su airado grito resonara,

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97O B R A P O É T I C A

oyó el nombre de Dios… luego un gemido,

el incienso quedó desvanecido…

y allí estaba el cadáver junto al ara.

La lucha fue un instante…

un instante no más, y aquel vidente,

misionero de luz entre los ciegos,

se hundió en la sombra y ocultó la frente.

Fue el cóndor que se lanza de las nubes

sobre el tigre feroz que le arrebata

los polluelos hermosos de su cría,

y que baja, se mece,

lucha, se aparta, vuelve, le provoca,

y en el punto de herirle se estremece

cayendo a agonizar sobre una roca.

Murió... su apostolado

hizo temblar en su poder al fraile,

y el fraile en nombre de ese dios maldito

que vive entre la noche y lo encubierto,

armó su mano entre la niebla impía,

y después, al nacer el otro día,

halló el mundo… un patíbulo y un muerto.

Ese muerto allí está… dentro el sepulcro

cavado para ahogar en su silencio

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98

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

la gigante protesta de sus labios…

Esqueleto sublime y majestuoso

más grande y elocuente en el reposo

de su lecho eternal y soberano,

que en medio de la grita atronadora

que alzara en su redor el Vaticano.

Allí está… en ese túmulo sombrío

regado con el llanto de los libres…

santa reliquia que la edad presente

guarda de su cariño

en el inmenso y dulce relicario,

como un recuerdo de tristeza y gloria,

que evoca del pasado en la memoria

su camino de sangre y su calvario.

Allí está… murmurando una esperanza

de miel y libertad para el futuro,

precursor auroral de esa lumbrera

tanto soñada y esperada tanto

y a cuya luz en hoy vienen tus hijos

a arrullar tu dormir en sus canciones,

a gemir en tu polvo, y a decirte

sus nobles y sentidas bendiciones.

¡Mártir!, descansa ya de la tarea,

y duérmete en el lecho de perfumes

con que la gratitud cubre su fosa…

Duérmete ya… mientras la fe y el templo

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99O B R A P O É T I C A

cuyo poder al cabo se derrumba,

vienen a despertarte en su caída,

de tu sueño inmortal bajo la tumba.

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100

Pensando las quinientas unidades

que un número quinientos componían,

que si quinientas eran

al uno y nada más se lo debían;

en sociedad se unieron, y los miembros,

sin vacilar ni protestar alguno,

levantaron un templo y en sus aras

pusieron como dios al número uno.

Mientras que unidos todos le adoraron

a nadie aquello le causó extrañeza;

pero cierta ocasión en que uno de ellos

llegó solo del templo a los umbrales,

a pesar de la fe y el fanatismo,

se halló con que él y dios eran lo mismo,

puesto que el uno y él eran iguales.

Después de recorrer estos renglones

que tantas reflexiones nos ofrecen,

deduzco entre otras muchas conclusiones,

que en materia de Dios y religiones

los quinientos y el mundo se parecen.

Uno y quinientos1870

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101

Pueblo: tú que prorrumpes en gigantes

himnos de admiración y de entusiasmo

ante el arte y lo bello;

tú, de cuya alma toma

la vestal de la gloria y de la fama

fuego para encender a su destello

de su lámpara mística la llama;

tú, que eres soñador y eres artista,

lo mismo entre la paz que entre la lucha,

prepara una guirnalda de tus flores

más queridas y… escucha.

Era una cuna, un lecho entretejido

de gasas y jazmines…

pequeño, vaporoso, recogido…

una forma de nido

como esos que se ven en los jardines.

Y en este nido columpiado al aire

con el vaivén arrullador del viento,

era una niña hermosa que soñaba

con yo no sé qué blanco pensamiento;

una niña inocente que dormía

entre los chales de su tibia cuna,

como una de esas hadas misteriosas

La soñadoraOda 18

70

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102

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

que fingen las tinieblas y la Luna

entre el húmedo cáliz de las rosas;

virgen del amor en cuya casta frente

el Sol de lo inmortal resplandecía

majestuoso y ardiente,

con su rayo de luz grabando en ella

esa chispa radiosa que, más tarde,

ante el sepulcro abierto se alza estrella

y en la vía-láctea de los genios arde.

Y la noche era negra, era una noche

que flotaba impalpable como un velo

prendido en las montañas,

sin la luz de un zig-zag entre las sombras

ni la luz de un cocuyo entre las cañas;

negro y vasto ropaje

que cobijaba al átomo del mundo

como al grano de arena el oleaje,

quedando aquella niña en el vacío

de las tinieblas, escondida y sola,

como queda la gota de rocío

cuando cierra la brisa una corola…

Mas de pronto la curva de los cielos

recogió su gigante vestidura,

y libre de los pálidos fantasmas

que rodaban informes en la altura,

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103O B R A P O É T I C A

el aire se cubrió de resplandores

que se acercaron tibios y temblantes,

circuyendo la frente de la niña

como un laurel inmenso de diamantes;

y entonces una voz cuya cadencia

sonaba arrulladora

como el canto de amores de la virgen,

se oyó que repetía

en su dulce cascada de gorgeos:

—Duérmete, vida mía,

gozando con la luz y la poesía

de la región que pueblan tus deseos…

Duérmete, flor del arte,

a la que el beso de las auras mece…

Duérmete…y cuando venga a despertarte

la voz de tu destino,

yo, el ángel de tu cuna,

regaré de perfumes y de galas

la áspera cumbre que tu genio adora,

y a donde tienden las inmensas alas

tu ambición y tu fe de soñadora.

Dijo la voz: y la corona ardiente

ensanchando su cerco luminoso

de estrellas inmortales,

se perdió en los lejanos horizontes,

mezclada con el fuego de la aurora

que asomaba su luz tras de los montes.

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104

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

Después, aquella niña

despertó de su mágico letargo,

y emprendiendo el camino

de la jornada que a la gloria lleva

entre el dolor y el desaliento amargo,

el mundo la miró sobre el proscenio

arrancando un laurel a su destino

y esculpiendo su busto peregrino

sobre el augusto pedestal del genio.

Blanca y tierna paloma

que hasta el templo del arte alzó las alas

para robar al arte sus secretos,

descendiendo después sonriente y bella

entre el aplauso universal de un mundo

lleno de amor y admiración por ella.

Por ella, que eres tú, la que hoy recoges

el ideal de tus sueños infantiles

entre el incienso embriagador del triunfo…;

por ti que haces latir entusiasmado

el corazón del pueblo que hoy arranca

la cadencia más dulce y más sentida

del arpa de su gloria,

para arrojarla con su flor más blanca

sobre el gigante altar de tu victoria.

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105O B R A P O É T I C A

Por ella, que eres tú, la más querida

esperanza de México, la virgen

a quien el porvenir desde la cuna

prometiera su espléndida guirnalda,

y que hoy viene al rumor de las conquistas

que tu celeste inspiración abona

a ceñir en tu frente esa corona

que hace iguales a Dios y a los artistas.

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106

Tuvo Paco un burro flaco

que mantener no quería,

y que hizo matar un día

porque tenía un humor bellaco.

Mas después el pobre Paco

su burro empezó a llorar;

y al no poder remediar

su mal, hubo de entender:

“que es mejor pensar y hacer,

que no hacer para pensar”.

A Lauro1870

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107

Cuando la aurora enciende las montañas,

y el águila que duerme

se siente acariciada por sus besos,

el águila se agita entre las rocas

de su salvaje y solitario nido,

tiende la vista al cielo

dominio de su empuje soberano,

y desatando el poderoso vuelo,

cruza la selva, el llano,

del llano se levanta hasta las cumbres

que la extensión corona,

y allí, fuerte y robusta,

en pie sobre la nieve y el granito,

se alza de nuevo y sube hasta que incrusta

sus formas de gigante en lo infinito.

Cuando el Sol de la gloria,

surtiendo en el espacio-inteligencia

baña a un niño en su luz, el niño se alza

sobre el desierto oscuro de la vida;

y guiado por la fe que en su conciencia

lleva como una lámpara encendida,

desterrado del cielo sobre el mundo

y entreviendo su patria

OblaciónA los muertos de la Sociedad Filoiátrica

1871

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108

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

a través de la bruma de su ensueño,

se lanza de su ensueño por la vía,

dejando al confundirse con la nada,

de su carrera de astros como huellas,

las letras de su nombre,

que son como las mágicas estrellas

que brillan al crepúsculo del hombre.

Letras que al proyectar sobre la tumba

sus luces inmortales,

son la más grande historia

que pudiera grabar en sus anales

la virgen soberana de la gloria.

En la cuna de aquellos

que hoy tienen nuestras almas por santuario,

y por incienso, el de las rosas blancas

que nacen en los bordes del osario,

también surgió con su fulgor de aurora

la chispa de la idea; también ellos

sintieron palpitar sobre su frente

los ósculos de ese ángel que en la noche

baja a inspirar sus sueños al creyente…

Sueños blandos y dulces como todos

los que su ánfora encierra,

y que al fundirse con el hombre lo hacen

la encarnación de Dios sobre la tierra.

[se alza de su sueño por la vía,]

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109O B R A P O É T I C A

El ideal de sus almas, el que en ellos

infiltraba la luz de sus caricias,

era el amor bajo la doble forma

del espacio y del mundo,

del mundo, en la expresión de sus dolores

marcados por la faz de un moribundo,

y del espacio, como la hostia blanca

en donde oculta su divina esencia,

ese Cristo del pobre y del que sufre,

que se llama la Ciencia.

Y ésa fue su visión, ésa la doble

senda en que dividieron el camino,

señalado en su afán supremo y noble

por la sonrisa de ángel del destino,

ésa la ardiente cima en que se alzaron

pensadores y apóstoles a un tiempo,

buscando la verdad mientras vertían

la miel de sus virtuosos corazones…,

iguales a esas nubes que se lanzan

tras la huella del Sol por el vacío,

derramando a la vez sobre la tierra

las caricias de amor de su rocío.

Y así fueron en tanto que la vida

latió bajo sus cráneos;

fe y corazón, estrellas y perfumes;

[Y ésa fue su misión, ésa la doble]

[señalado a su afán supremo y noble]

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110

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

sublime dualidad de una alma misma

que en distinta región alzando el vuelo,

¡arriba, era la forma de la idea,

y abajo, era la forma del consuelo!

Así fueron... constante sacrificio

sobre el altar del bien, mártires prontos

a morir por sus creencias en el ara

de la impiadada suerte:

¡Grupo de caridad que aparecía

fiel en cumplir su augusto pensamiento

donde quiera que hallaba un sufrimiento

o el buitre de la muerte se mecía!…

Y cuando llenos de ese santo orgullo

que la virtud derrama en la conciencia,

tocaban ya la cumbre brilladora

de su visión querida,

¡la vida los dejó!… pero las frases

que al dolor arrancaron con su muerte,

fueron bajo el destello sacrosanto

que irradiaba al fulgor de su memoria,

las primeras estrofas de ese canto

que hoy los arulla en su mansión de gloria.

Allí duermen, y allí como un perfume

se alzan las bendiciones por la noche,

[donde quiera que hablaba un sufrimiento]

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111O B R A P O É T I C A

flores del corazón que agradecidas

bajo el ojo de Dios abren su broche:

allí duermen, y allí los que en el mundo

les dijimos hermanos,

depositando la oblación sencilla

de nuestro amor, hacemos de sus nombres

el grito de entusiasmo que en la lucha

dará al cobarde animación y brío;

y del radioso albor de su recuerdo

un astro suspendido en el vacío,

que será en los instantes de la prueba,

cuando el cansancio nuestra frente amague,

la antorcha sideral en donde el alma

encenderá su fe cuando se apague.

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112

¿Y qué? ¿Será posible que nosotros

tanto amemos la gloria y sus fulgores,

la ciencia y sus placeres,

que olvidemos por eso los amores,

y más que los amores, las mujeres?

¿Seremos tan ridículos y necios

que por no darle celos a la ciencia,

no hablemos de los ojos de Dolores,

de la dulce sonrisa de Clemencia,

y de aquella que, tierna y seductora,

aún no hace un cuarto de hora todavía,

con su boca de aurora,

“No te vayas tan pronto”, nos decía.

¿Seremos tan ingratos y tan crueles,

y tan duros y esquivos con las bellas,

que no alcemos la copa

brindando a la salud de todas ellas?

Yo, a lo menos por mí, protesto y juro

que si al irme trepando en la escalera

que a la gloria encamina

la gloria me dijera:

Rasgo de buen humor1871

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113O B R A P O É T I C A

—Sube, que aquí te espera

la que tanto te halaga y te fascina;

y a la vez una chica me gritara:

—Baje usted, que lo aguardo aquí en la esquina;

lo juro, lo protesto y lo repito,

si sucediera semejante historia,

a riesgo de pasar por un bendito,

primero iba a la esquina que a la gloria.

Porque será muy tonto

cambiar una corona por un beso;

mas como yo de sabio no presumo,

me atengo a lo que soy, de carne y hueso,

y prefiero los besos y no el humo,

que al fin, al fin, la gloria no es más que eso.

Por lo demás, señores,

¿quién será aquel que al ir para la escuela

con su libro de texto bajo el brazo,

no se olvidó de Lucio o de Robredo

por seguir, paso a paso,

a alguna que nos hizo con el dedo

una seña de amor, así… al acaso?

¿O bien, que aprovechando la sordera

de la obesa mamá que la acompaña,

nos dice: —¡No me sigas!

Porque mamá me pega y me regaña?

[si me pasara semejante historia,]

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114

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

¿Y quién no ha consentido

en separarse del objeto amado

con tal de no mirarlo contundido?

¿Quién será aquel, en fin, que no ha sentido,

latir su corazón enamorado,

y a quien más que el café lo ha desvelado

el café de no ser correspondido?

Al aire, pues, señores,

lancemos nuestros hurras por las bellas,

por sus gracias, sus chistes, sus amores,

sus perros y sus gatos y sus flores

y cuanto tiene relación con ellas.

Al aire nuestros hurras

de las criaturas por el ser divino,

por la mitad del hombre,

por el género humano femenino.

[por el ser de los seres más divino,]

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El desaparecido Teatro Acuña, cuya construcción se inició nue-ve años después de la muerte del poeta, en 1882. Para su inaugu-ración, en 1886, se llevó a cabo una representación de la obra El pasado. Construido en gran parte de madera, fue consumido por un incendio seis años después.

El mural “Historia de Coahuila” ubicado en el Palacio de Gobier-no de este estado, fue realizado en 1979 por el pintor Salvador Almaraz, originario de Irapuato. En él se reproduce una de las imágenes más representativas de Manuel Acuña.

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116

Falange de soñadores

que de tu delirio en pos,

marchas entre los negrores

de la vida, a los fulgores

que en tu alma refleja Dios.

Juventud grande y ardiente

que a la luz que centellea

tu porvenir esplendente,

muestras ceñida la frente

con el laurel de la idea.

Tú, que llevando contigo

cuanto hay de noble y humano

al que miras sin abrigo,

en vez del nombre de amigo

le das el nombre de hermano.

Tú, que siguiendo la huella

que a tu conciencia se ajusta,

has atesorado en ella

la virtud que te hace bella,

y el saber que te hace augusta.

En el tercer aniversariode la Sociedad Filoiátricay de Benef icencia

1871

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117O B R A P O É T I C A

No cejes en tu camino

aunque el destino te mande

luto y pena de contino,

que si es muy fuerte el destino

tú también eres muy grande.

Y si en tu alma inspirada

hay fuerza y valor de sobra

para concluir la jornada,

ya que tu obra está empezada,

juventud, completa tu obra.

Sigue, sigue tras el vuelo

de esa virgen cuyo encanto

forma tu vida y tu anhelo;

sigue tu marcha hacia el cielo

de tus delirios, y en tanto,

recibe de quien te admira

proclamando tus victorias,

los acentos de una lira

que con tus glorias se inspira,

porque hace suyas tus glorias.

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118

Hoy que radiante de vida,

de ensueños y de placer,

vienes, juventud querida,

a palpar estremecida

tus ilusiones de ayer.

Hoy que la gloria sonriente

que con sus gracias te atrajo,

te acaricia dulcemente,

ciñendo sobre tu frente

las coronas del trabajo.

Hoy que a la luz que destella

la estrella de la victoria

sobre tu empezada huella,

veo surgir al cabo de ella

todo un porvenir de gloria;

gózate mientras agite

tu noble alma la emoción,

y entre sus goces, permite

que a tus plantas deposite

mi lira y mi corazón.

¡Salve!En unos premios

1872

Page 119: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

119O B R A P O É T I C A

Y mañana que a seguir

tus pasos vuelvas triunfante,

recuerda hasta sucumbir

que el lema del porvenir

es marchar siempre adelante.

Y graba en tu pensamiento

si tu valor se rebaja

porque se agote su aliento,

que en el taller del talento

quien triunfa es el que trabaja.

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120

I

Hoy que de cada laúd

se eleva un canto a tu muerte,

con la que supiste hacerte

un altar del ataúd;

unido a esa juventud

que tu historia viene a hojear,

mientras ella alza el cantar

que en su pecho haces nacer,

yo también quiero poner

mi ofrenda sobre tu altar.

II

En la tumba donde flota

tu sombra augusta y querida,

descansa muda y dormida

la lira de tu alma, rota…;

de sus cuerdas ya no brota

ni la patria ni el amor;

pero en medio del dolor

que sobre tu losa gime

ese silencio sublime,

ése es tu canto mejor.

1872 El poeta mártir

Juan Díaz Covarrubias

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121O B R A P O É T I C A

III

Ése es el que se levanta

del arpa del patriotismo;

ese silencio es lo mismo

que la libertad que canta;

pues en esa lucha santa

en que te hirió el retroceso,

al sucumbir bajo el peso

de la que nada respeta,

sobre el cadáver del poeta

se alzó cantando el progreso.

IV

Un monstruo cuya memoria

casi en lo espantoso raya,

el que subió en Tacubaya

al cadalso de la historia,

sacrificando tu gloria

creyó su triunfo más cierto,

sin ver en su desacierto

y en su crueldad olvidando,

que un labio abierto y cantando

habla menos que el de un muerto.

V

De tu existencia temprana

tronchó la flor en capullo,

matando en ella al orgullo

Page 122: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

122

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

de la lira americana.

Tu inspiración soberana

rodó ante su infamia vil;

pero tu pluma gentil

antes de romper su vuelo,

tomó por página el cielo

y escribió El once de abril.

VI

La patria a quien en tributo

tu santa vida ofreciste,

la patria llora y se viste

por tu memoria, de luto…,

y arrancando el mejor fruto

de su glorioso vergel,

te erige un altar y en él,

corona tu aliento noble

con la recompensa doble

de la palma y el laurel.

VII

Si tu afán era subir

y alzarte hasta el infinito,

ansiando dejar escrito

tu nombre en el porvenir;

bien puedes en paz dormir

bajo tu sepulcro, inerte:

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123O B R A P O É T I C A

mientras que la patria al verte

contempla enorgullecida,

que si fue hermosa tu vida,

fue más hermosa tu muerte.

Page 124: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

124

Sabiendo, como sé, que en esta vida

todo es llanto, tristeza y amargura,

y que no hay ni siquiera una criatura

que no lamente una ilusión perdida.

Sabiendo que la dicha apetecida

es la sombra y no más de una impostura,

y que la sola aspiración segura

es la que al sueño eterno nos convida:

Mi voz no puede levantar su acento

para desearte, a más de los que tienes,

otros años de lucha y sufrimiento;

pero mi voz te da sus parabienes,

porque sé que hasta el último momento

brillará la honradez sobre tus sienes.

1872 Soneto

A mi querido amigo y maestro Manuel Domínguez

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125

Coro

Hoy es nuestro cumpleaños,

hoy es la luz del día,

la misma de aquel día

que nos sintió vivir,

cuando era nuestra gloria

la niña que nacía,

cuando era el Sol la ciencia,

y el cielo el porvenir.

I

Viajeros de la gloria,

que en fe de vuestra creencia

buscáis dónde a la ciencia

rendir adoración,

ni os hace falta un templo

teniendo la conciencia,

ni os hace falta una arpa

teniendo el corazón

II

Que libres y tranquilos

se mezcan en el viento

la tímida violeta

HimnoA la Sociedad Filoiátrica

1872

Page 126: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

126

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

y el pálido azahar;

teniendo en vuestras almas

las flores del talento,

ningunas son más propias

ni dignas de su altar.

III

Para esa nueva Vesta

que exige del que la ama

velar constantemente

de su ara junto al pie,

¡ni antorchas ni perfumes!…

soplad sobre la llama

y que jamás se extinga

la luz de vuestra fe.

IV

Así es como a la ciencia

se deben los cantares;

así es como a la ciencia

se debe la ovación;

cambiando para el culto

del mundo en sus altares,

al hombre en sacerdote,

y al libro en oración.

Page 127: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

JUSTOSIERRA

también conocido como “Maestro de américa”, nació en Campeche en 1848. a la muerte de su padre se trasla-da a la Ciudad de México don-de cursará sus estudios. ahí, se relaciona con los mejores li-teratos y poetas de su tiempo, como ignacio M. altamirano –de quien era admirador y des-pués se consideró discípulo–, Guillermo Prieto, luis G. ur-bina, y el mismo acuña, entre otros. Fue altamirano quien lo invitó a aquellas reuniones en las que pronto destacó. se re-cibió de abogado e incursio-no en la política, impulsando proyectos como la fundación de la universidad nacional de México. Fue prolífico escritor de historia, epístolas, narra-tiva, ensayo, cuento y poesía. Fundó publicaciones literarias y educativas. el mismo gene-ral Porfirio Díaz lo reconocía como un “hombre superior”. Posteriormente, Madero lo nombró Ministro de México en españa, donde murió en 1912. sus restos se encuentran en la rotonda de los hombres ilus-tres del Panteón Francés, crea-da, por cierto, a iniciativa suya.

Campeche, 1848 Madrid, 1912

Page 128: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

Más conocido por su sobre-nombre, el nigromante fue uno de los más claros intelec-tos de su época. era sarcásti-co y demoledor en sus argu-mentos. nació en 1818, fue periodista e incursionó en la política: fue secretario de go-bierno de sinaloa, miembro del gobierno de benito Juárez y luchó por el triunfo de la re-forma; fue ministro de Fomen-to y Justicia y fundador de la biblioteca nacional. Poseedor de una gran cultura y de ideas liberales, cultivó una poesía clásica, pulida y fría. tanto su poema “Por los gregorianos muertos” y su famosa tesis de que “no hay dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”, influyeron visible-mente sobre Manuel acuña, lo cual se hace patente en el poema “ante un cadáver”.

Fue hasta sus días de ancia-nidad, que el amor que le tuvo a rosario de la Peña le inspi-ró a escribir poemas de corte amoroso. al enterarse del sui-cidio del melancólico poeta, atinadamente comentó: “es una estrella que se apaga”.

san Miguel el Grande, 1818Cd. de México, 1879

IGNACIORAMÍREZ

Page 129: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

129

¡Y bien! aquí estás ya… sobre la plancha

donde el gran horizonte de la ciencia

la extensión de sus límites ensancha.

Aquí donde la rígida experiencia

viene a dictar las leyes superiores

a que está sometida la existencia.

Aquí donde derrama sus fulgores

ese astro a cuya luz desaparece

la distinción de esclavos y señores.

Aquí donde la fábula enmudece

y la voz de los hechos se levanta

y la superstición se desvanece.

Aquí donde la ciencia se adelanta

a leer la solución de ese problema

cuyo solo enunciado nos espanta.

Ella que tiene la razón por lema

y que en tus labios escuchar ansía

la augusta voz de la verdad suprema.

Ante un cadáver 1872

[¡Y bien! ya estás aquí… sobre la plancha]

[viene a rectificar de sus errores]

[la mentirosa y vaga consecuencia]

[que cada cual a su manera planta]

[ese sol ante el cual desaparece]

Page 130: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

130

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

Aquí estás ya... tras de la lucha impía

en que romper al cabo conseguiste

la cárcel que al dolor te retenía.

La luz de tus pupilas ya no existe,

tu máquina vital descansa inerte

y a cumplir con su objeto se resiste.

¡Miseria y nada más!, dirán al verte

los que creen que el imperio de la vida

acaba donde empieza el de la muerte.

Y suponiendo tu misión cumplida

se acercarán a ti, y en su mirada

te mandarán la eterna despedida.

Pero, ¡no!... tu misión no está acabada

que ni es la nada el punto en que nacemos,

ni el punto en que morimos es la nada.

Círculo es la existencia, y mal hacemos

cuando al querer medirla le asignamos

la cuna y el sepulcro por extremos.

La madre es sólo el molde en que tomamos

nuestra forma, la forma pasajera

con que la ingrata vida atravesamos.

[Ya estás aquí... tras de la lucha impía]

[el yugo en que el dolor te retenía.]

[la máquina vital descansa inerte]

[los que creen que las horas de la vida]

[acaban con las horas de la muerte.]

Page 131: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

131O B R A P O É T I C A

Pero ni es esa forma la primera

que nuestro ser reviste, ni tampoco

será su última forma cuando muera.

Tú sin aliento ya, dentro de poco

volverás a la tierra y a su seno

que es de la vida universal el foco.

Y allí, a la vida en apariencia ajeno,

el poder de la lluvia y del verano

fecundará de gérmenes tu cieno.

Y al ascender de la raíz al grano

irás del vegetal a ser testigo

en el laboratorio soberano.

Tal vez para volver cambiado en trigo

al triste hogar donde la triste esposa

sin encontrar un pan sueña contigo.

En tanto que las grietas de tu fosa

verán alzarse de su fondo abierto

la larva convertida en mariposa,

que en los ensayos de su vuelo incierto

irá al lecho infeliz de tus amores

a llevarle tus ósculos de muerto.

Page 132: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

132

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

Y en medio de esos cambios interiores

tu cráneo lleno de una nueva vida,

en vez de pensamientos dará flores,

en cuyo cáliz brillará escondida

la lágrima, tal vez, con que tu amada

acompañó el adiós de tu partida.

La tumba es el final de la jornada,

porque en la tumba es donde queda muerta

la llama en nuestro espíritu encerrada.

Pero en esa mansión a cuya puerta

se extingue nuestro aliento, hay otro aliento

que de nuevo a la vida nos despierta.

Allí acaban la fuerza y el talento,

allí acaban los goces y los males,

allí acaban la fe y el sentimiento.

Allí acaban los lazos terrenales,

y mezclados el sabio y el idiota

se hunden en la región de los iguales.

Pero allí donde el ánimo se agota

y perece la máquina, allí mismo

el ser que muere es otro ser que brota.

Page 133: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

133O B R A P O É T I C A

El poderoso y fecundante abismo

del antiguo organismo se apodera

y forma y hace de él otro organismo.

Abandona a la historia justiciera

un nombre, sin cuidarse, indiferente,

de que ese nombre se eternice o muera.

Él recoge la masa únicamente

y cambiando las formas y el objeto

se encarga de que viva eternamente.

La tumba sólo guarda un esqueleto,

mas la vida en su bóveda mortuoria

prosigue alimentándose en secreto.

Que al fin de esta existencia transitoria

a la que tanto nuestro afán se adhiere,

la materia, inmortal como la gloria,

cambia de formas; pero nunca muere.

[Le abandona a la historia justiciera]

[La tumba es una sombra y un secreto,]

[pero del hombre en la terrible historia]

[no es el punto final el esqueleto.]

Page 134: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

134

Si la vida es un cielo, y si la muerte

es la noche más negra de ese cielo,

cuando el hombre al morir deja encendida

la luz inmaculada de sus huellas;

cuando igual a la tarde,

sucumbe coronándose de estrellas

y haciendo en su caída

de un astro nuevo aparecer la cuna,

entonces esa sombra maldecida

que se alza del abismo de la nada,

si es la noche en el cielo de la vida,

en el cielo del triunfo es la alborada.

La tumba se convierte

en el primer peldaño de esa escala

que los Jacob del genio sueñan tanto;

la lira de la muerte

en lugar de un gemido ensaya un canto;

y la cripta mortuoria

se cambia ante la losa que la cierra,

en la última jornada de la tierra

y en la primer jornada de la gloria.

OdaAnte el cadáver del doctor José B. de Villagrán

[cuando el hombre al nacerdeja encendida]

1872

Page 135: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

135O B R A P O É T I C A

Allí es donde comienza ese paisaje

con que a su fe y a su destino fieles,

deliran en su afán los soñadores;

donde está la partida de ese viaje

que tiene por bellísimo miraje

todo un mundo de palmas y de flores…

allí es donde el Colón-inteligencia,

divisando en la playa de su anhelo

la santa realidad de su creencia,

se alza en todo el vigor de su conciencia

gritando al verla y al tocarla… ¡cielo!

La muerte no es la nada,

sino para la chispa transitoria

cuya luz ignorada

pasa, sin alcanzar una mirada

de la pupila augusta de la historia;

pero la flor que muere y que se inclina

falta de aliento y de vigor al suelo,

sigue viviendo aún en el ocaso

que de sus ricas galas la despoja,

cuando al rodar del vaso la última hoja

queda su esencia perfumando el vaso.

Tú sucumbiste así; y aunque el abismo

al mundo robe con tu cuerpo un hombre,

[queda la esencia perfumando el vaso.]

[le robe al mundo con tu cuerpo a un hombre,]

Page 136: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

136

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

tú para el mundo seguirás el mismo

mientras viva el perfume de tu nombre;

por eso el sentimiento

que en torno a este ataúd nos ha reunido,

no es el dolor hipócrita que al viento

lanza la inútil queja de un gemido;

no es el pesar que apaga su lamento

en el silencio ingrato del olvido,

sino el placer que brota y se levanta

sobre la eterna marca de tus huellas,

y que del himno que escribiste en ellas

hace el himno inmortal con que te canta.

Venimos a ceñir sobre tu frente

la corona de luz que tú querías;

a recoger para tu fe naciente

la llama que en tu espíritu escondías…

y al mundo triste y de dolor cubierto

que aguarda a que la tumba te devore,

venimos a decirle que no llore,

venimos a decirle que no has muerto…

Que hoy es cuando tú naces

a la luz de la gloria y de la vida,

y hoy cuando te despiertas y cuando haces

tu entrada por la tierra prometida;

que en vez de ser testigos

[a recoger para la fe naciente]

Page 137: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

137O B R A P O É T I C A

[del crepúsculo débil que se apaga,]de un crepúsculo débil que se apaga,

los que hoy venimos a entregar un hombre

al antro de las sombras eternales,

venimos a encender en su desierto

el Sol que se alza de ese libro abierto

donde quedan tus hechos inmortales.

Page 138: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

138

Hubo una selva y un nido

y en ese nido un jilguero

que alegre y estremecido,

tras de un ensueño querido

cruzó por el mundo entero.

Que de su paso en las huellas

sembró sus notas mejores,

y que recogió con ellas

al ir por el cielo, estrellas,

y al ir por el mundo, flores.

Del nido y de la enramada

ninguno la historia sabe;

porque la tierra admirada

dejó esa historia olvidada

por escribir la del ave.

La historia de la que un día,

y al remontarse en su vuelo,

fue para la patria mía

la estrella de más valía

de todas las de su cielo.

Al ruiseñor mexicano1872

Page 139: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

139O B R A P O É T I C A

La de aquella a quien el hombre

robara el nombre galano

que no hay a quien no le asombre,

para cambiarlo en el nombre

de Ruiseñor mexicano.

Y de la que al ver perdido

su nido de flores hecho,

halló en su suelo querido

en vez de las de su nido

las flores de nuestro pecho.

Su historia... que el pueblo ardiente

en su homenaje más justo

viene a adorar reverente

con el laurel esplendente

que hoy ciñe sobre tu busto.

Sobre esa piedra bendita

que grande entre las primeras,

es la página en que escrita

leerán tu gloria infinita

las edades venideras.

Y que unida a la memoria

de tus hechos soberanos,

se alzará como una historia

[la página donde escrita]

[que será cuando tú mueras]

Page 140: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

140

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

hablándoles de tu gloria

a todos los mexicanos.

Porque al mirar sus destellos

resplandecer de este modo,

bien puede decirse entre ellos

que el nombre tuyo es de aquellos,

que nunca mueren del todo.

[Pues al mirar tus destellos]

Page 141: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

141

¡Sin lágrimas, sin quejas,

sin decirle adiós, sin un sollozo…

cumplamos hasta el último… la muerte,

nos trajo aquí con el objeto mismo…

los dos venimos a enterrar el alma

bajo el sepulcro del escepticismo!

¡Las lágrimas!, las lágrimas no pueden

devolverle a un cadáver la existencia,

que cargan nuestras flores y que rueda;

pero al rodar siquiera que nos queden

seca la vida y firme la conciencia.

¡Ya lo ves, para tu alma,

los espacios y el mundo están desiertos…

los dos hemos concluido…

y de tristeza y aflicción cubiertos,

ya no somos al fin sino dos muertos

que buscan la mortaja del olvido!

Niños y soñadores, cuando apenas

de dejar acabábamos las armas,

y nuestras vidas al dolor apenas

se deslizaban dulces y serenas,

Al cielo 1872

Page 142: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

142

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

como el ala de un cisne en la laguna;

cuando la aurora al primer cariño

no asomaba a desgarrar el velo,

que la ignorancia angélica de niño

oculta ante sus párpados el cielo;

tu alma como la mía,

al sentimiento y al placer precoces

forjaron en su virgen fantasía,

todo un mundo de ensueños y de goces;

y sintiendo el amor de aquel paisaje

las alas de un aliento soberano.

¡Temprano las abrimos, y temprano

nos trajeron el término del viaje…

¡aquí es donde la luz de la esperanza,

en el santuario lúgubre, encendida

derrama un resplandor que ya no avanza

para esa noche eterna de alabanza

sobre el cielo sin luz de nuestra vida!

Page 143: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

143

Pasó el tiempo en que las flores crecen,

y en quienes se profuscan la mejor gala,

que las campiñas a la vida ofrecen;

el seno de la tierra ya no exhala,

ese aroma fugaz e indefinido,

que sobre el cielo del abril resbala.

A un lirio 1872

Page 144: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

144

Página en que la esfinge de la muerte 

con su enigma de sombra nos provoca: 

¿Cómo poderte descifrar, si es poca 

toda la luz del Sol para leerte?

1872 Inscripción en un cráneo*

*En el mismo cráneo, Acuña escribió, sobre el borde de la cavidad de un ojo: “Dios y Compañía, ópticos”. [Nota

de José Luis Martínez, en Obras, 233]

Page 145: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

Una tarde lluviosa y tristísima del mes de julio de 1872 entré al cuarto número

13 del primer piso del segundo patio de la Escuela de Medicina, en busca de

mi constante compañero de ensueños; de mi admirado y fraternal confidente

en las aciagas luchas de la vida; de mi amigo del alma, cuyo nombre escrito con

caracteres de luz, campea y resplandece en el cielo de las glorias patrias: del poeta

Manuel Acuña.

Había en aquel cuarto un catre de hierro, con delgado colchón envuelto en

viejo y hermoso sarape del Saltillo y con una gran almohada que servía más bien

de respaldo a cuantos allí querían en moruna postura leer versos o escuchar los

del autor del El pasado. Había también algunas sillas desvencijadas y cojas que

obligaban a estudiar las leyes del equilibrio, y una mesa de noche sustentando

enorme cafetera que pocas veces dejaba de estar en ebullición; una cómoda negra

que hospedaba muchos papeles y poca ropa; una tosca mesa de pino, sin pintura

ni carpeta, sobre la cual, entre una botella de tinta, una fila de libros y un enma-

rañado conjunto de folletos, se destacaba un cráneo humano, es decir, lo que el

vulgo llama una calavera.

Aquel cráneo, que alguno debe de guardar todavía, era el tesoro, la principal

riqueza del dueño del cuarto. Su historia no deja de ser interesante. Acuña se en-

contró un día en el anfiteatro de la escuela un cadáver recién traído del hospital y

que le sorprendió por sus enormes dimensiones.

—Mira —le dijo al Pelón (así llamábamos al criado encargado de traer del

145

El libro de huesoJuan de Dios Peza

Page 146: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

hospital a la escuela y llevar luego de la escuela al cementerio los muertos destina-

dos a la plancha)—, mira qué ejemplar tan hermoso; prepárame este cráneo y yo

te lo pagaré como quieras.

Al cabo de algunas semanas, el Pelón entregó al inolvidable estudiante un

hermoso cráneo, limpio, blanquísimo, casi pulimentado y que, como vulgarmente

se dice, daba gusto mirarlo.

Acuña me lo enseñó y me dijo:

—¡Éste será mi mejor álbum! Ya verás cuántos envidiosos ha de tener antes

de dos meses.

Páginas de la muerte A las pocas noches –me acuerdo como si lo viera–

nos reunimos en el cuarto ya descrito varios amigos íntimos del poeta.

Dos o tres tazas toscas sirvieron para que todos tomáramos café, aquel espe-

so café que llamábamos “el néctar negro de los sueños blancos” con sus gotas de

aguardiente catalán que era a su vez “el néctar blanco de los sueños negros”. Cuan-

do nuestras imaginaciones ya estaban excitadas, Acuña sacó de su cómoda, con la

gravedad de un mago que va a enseñar un amuleto, el cráneo concebido y nos dijo:

—Aquí está mi álbum, blanco y limpio. Nadie saldrá de este cuarto sin haber

escrito sobre él un pensamiento.

—Comienza tú —gritó alguno.

—Gracias, venga una pluma y daré el ejemplo.

el

lib

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de

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es

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Page 147: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

Antes de diez minutos el cráneo ostentó sobre su desnudo frontal la siguiente

cuarteta: Página en que la esfinge de la muerte con su enigma de sombra nos provoca: ¿Cómo poderte descifrar, si es pocatoda la luz del Sol para leerte?

Un aplauso estridente resonó en la estancia y Acuña lo interrumpió, diciendo:

—Pero esto es muy serio y es preciso que haya también algo que rompa la

monotonía de lo fúnebre.

—Tienes razón —contestó Cuenca—. Inicia tú el estilo festivo en ese libro

de hueso.

Y Acuña, arrojando una bocanada de humo, volvió a tomar el cráneo y con

letra muy clara escribió sobre el borde de la cavidad de un ojo: “Dios y Compañía,

ópticos”.

Entre las risas y los comentarios, alguno le arrebató el álbum y escribió:

Aquí donde libre el viento cruza con triste gemido, se albergaron el sonidoy la luz y el pensamiento.

Hueso tosco que en mis manoscausas tristeza y horror: ¿qué son la fe y el amor entre el polvo y los gusanos?

—¡Ah! —exclamó alguien—, esto es muy filosófico —y tomando el álbum

escribió sobre el maxilar superior:

el

lib

ro

de

hu

es

o

Page 148: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

Los besos de amor que di en dulce y lasciva red, con carne y todo perdí: y esto que me pasa a mí tendrá que pasarle a usted.

—Bravo, eso es verdad; bravo, chico.

Otro escribió dentro de las cavidades de los ojos, abarcando las dos órbitas:

“¡Apaga y… vámonos!”.

Un festivo escribió con grandes trabajos en la bóveda palatina: “Dentaduras

automáticas a perpetuidad. ¡Se ponen gratis…!”.

Y en un abrir y cerrar de ojos se llenó de pensamientos aquel despojo humano.

Manuel Flores, hoy médico insigne, sabio filósofo y erudito polemista, escri-

bió con grandes letras: “Mi porvenir”. Y Manuel M. Flores, el gran poeta, puso

más tarde: “Mañana: espérame”.

Aquella noche se improvisaron versos, se dijeron discursos extravagantes,

se habló de la gloria, del porvenir, de la vida… de tanto.

Todo se transforma Cuando se dispersó el grupo ya muy pasada la media

noche, Acuña quedó solo conmigo; vertió un poco de borato de sosa en la lámpara

de alcohol, la encendió luego y la puso junto a su álbum.

¡Cómo se destacaban en la blancura del cráneo pulido tantos pensamientos

recientemente escritos y cuyos caracteres parecían danzar con las oscilaciones de

la verdosa llama!

—Todo se transforma —exclamó el poeta—. Antes le hervirían por dentro

los pensamientos, ahora los tiene por fuera… Mira cómo saltan, cómo suben,

cómo se deslizan, cómo se van...

el

lib

ro

de

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Page 149: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)
Page 150: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

Cogió después entre sus manos aquel objeto extraño y me dijo:

—Mira, Juan: tiene flojo un diente; podría yo arrancárselo, pero se quedará

riendo y además le hará falta. ¿No es verdad que es un tesoro esta poliantea de

hueso? Siempre me decido a arrancarle el diente flojo; tómalo, guárdalo; es un

fragmento de este hermoso libro.

Creo que en esa noche escribió Acuña aquella composición tétrica de la que

yo conservo algunos fragmentos en la memoria:

Oye, ven a ver, las naves están vestidas de luto, y en vez de las golondrinas están graznando los búhos… El órgano está callado, el templo solo y obscuro; sobre el altar… y la virgen¿por qué tiene el rostro oculto? ¿Ves? En aquellas paredes están cavando un sepulcro, y parece como que alguien solloza y gime allí junto.

¿Tú sabes quién es el muerto? ¿Tú sabes quién fue el verdugo? Respóndeme y ya no tiembles, responde: ¿ese niño es tuyo?

Mucho tiempo estuvo a la vista de todos, el curioso cráneo, pero sucedió con él lo

que con todo álbum: que no faltó quien se lo llevara para escribir con todo reposo

y no volvió a aparecer en el cuarto del poeta.

el

lib

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Page 151: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

Reliquias del sepulcro Corrieron los años; murió Acuña; el cuarto en que

vivía desapareció al modificarse el patio de la escuela; pocos sabíamos la historia

del cráneo y yo conservaba entre muchos vejestorios del pasado el diente aquel

arrancado por la mano del poeta.

Se trasladaron los restos del autor del “Nocturno” del panteón del Campo

Florido al de Dolores; algunos de sus amigos tuvieron en sus manos el cráneo

de Acuña que tan bellas concepciones encerrara y uno advirtió que tenía flojo, a

punto de caérsele, un diente.

Agapito Silva lo cogió entre sus dedos y sin esfuerzo ninguno se le quedó en

la mano. Sin duda recordando la escena que describo, le ocurrió enviármelo como

reliquia de mi amigo tan llorado y con una auténtica, firmada por varios testigos.

Al recibir tan raro obsequio surgieron en mi memoria los recuerdos de la

noche en que se inauguró el libro de hueso; pensé en todo lo dicho y sentido

entonces, y con los ojos húmedos, el ánimo enfermo, la imaginación poblada de

fantásticas visiones, envolví aquel diente, lo puse dentro de un sobre y escribí una

carta que decía así poco más o menos:

A ti que amaste al poeta y te cautivaste con su genio, corresponde esta reliquia que ha estado guardada en el sepulcro cerca de veinte años. De aquella boca encendida y ardiente que fue para ti un nido de arrullos y de ósculos, no queda ya más que polvo; y entre ese polvo los huesos helados que no pueden ser indiscretos. Guarda el que te envío, acércalo a tu corazón y no temas que te sorprenda esa reliquia el más celoso de tus amigos. ¿Quién inquiere la historia de un despojo nada poético y tan miserable? Guárdalo como algo material de un poeta que te amó mucho, tanto quizás como a su inmaculado recuerdo y a su fulgente gloria ama tu antiguo confidente y amigo.

Iba yo a firmar la carta, cuando una voz me dijo muy alto en la conciencia: —El

amor que se enciende en la juventud es fugaz y concluye.

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Page 152: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

—¿Nada dura en el pecho femenino? —pregunté alucinado.

—¿Y qué? —me respondió mi conciencia— ¿no vive aún la madre del poeta?

¡Ah, sí! Nadie ama como una madre: ¡ya sé dónde puedo mandar esa reliquia!…

el

lib

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Page 153: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

J u a n d e d i o s P e Z a

Page 154: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

154

Supremo y oscuro mito

hijo del miedo del hombre,

que piensa encontrar tu nombre

en todas partes escrito:

si tú eres el infinito,

si es infinita tu esencia,

si probando tu existencia

todas las formas revistes,

¿por qué si es verdad que existes

no existes en mi conciencia?

CA

. 187

3A Dios*

[Sublime y oscuro mito]

[imagina ver escrito,]

[hijo del miedo del hombre]

[si tú eres el infinito]

[que en todas partes tu nombre]

[y es infinita tu esencia,]

[¿por qué, si es cierto que existes,]

[si, mostrando tu existencia]

*Según la versión transcrita por Evodio Escalante en el ensayo que abre este volumen, este poema se llamaría

únicamente “Dios”

Page 155: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

155

I

Dormía el mundo la siesta de los siglos

y el continuo sueño de ignorancia,

jamás el hombre contempló vestiglos

ni rindió por tributo su ignorancia;

dormía entonces el mundo

sin luz del pensamiento,

sin altares, ni ciencia, ni poesía,

y el hombre vagabundo

no alentaba más fe ni sentimiento

que vivir con el hombre que moría;

la tierra era su hogar, su techo el cielo,

ora estuviera en tempestad o en calma,

y por sola ambición era su anhelo

reposar a la sombra de la palma;

en el fondo del bosque disputaba

su presa palpitante

a la iracunda fiera,

y sintiendo tan sólo que luchaba

y sin sentirse pensador siquiera

iba adusto salvaje sin temores

a rendir la altivez de su fiereza

en la ardiente embriaguez de sus amores

En alas del pensamientoEstrofa para Asunción

CA

. 187

3

Page 156: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

156

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

al abrigo de espléndida maleza;

Amor era su Hoy... y Amor podía

y amando al fin sintió que se movía

encendiendo su ardiente fantasía

algo en su mente y al buscarle nombre

“pensó” al fin que pensaba…

Balbuciente sus labios entreabría

y la “idea” en sus ojos centelleaba…

Nunca más dulce sonrïó la amante,

jamás el pecho suspiró tan blando,

como en aquel instante

de lucha y embeleso,

de indefinible y plácida agonía,

en que a la púdica efusión de un beso

toda la gloria humana se encerraba

en el placer que la mujer sentía

y el hombre pensador idealizaba...

La madre al fruto de su amor salvaje

de las hambrientas fieras

oculta en la espesura del ramaje…

Del padre inquieto la pupila baña

una lágrima, y corre en pos de asilo;

piensa en el valle, deja la montaña,

y después de la gruta, en la cabaña

llega por fin a reposar tranquilo.

Page 157: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

157O B R A P O É T I C A

Las chozas aparecen y a millares

en los llanos y bosques y laderas,

se extienden por el mundo los hogares,

se convierten en templos las praderas,

las rocas en altares

donde se rinde al luminar del día

en los más horrorosos sacrificios

suprema idolatría

y variando el temor los sacrificios

el hombre instituyó la Teología,

las artes y las ciencias que nacían

el crimen y la guerra,

en el mar, en el cielo y en la Tierra

homenaje a los dioses ofrecían

ora lanzando sobre la ola inquieta

del viento a la ventura

nave ligera que el timón sujeta,

ora hundiendo el arado que asegura

el grano en la fecunda sementera;

o bien labrando al carro y la guadaña,

el arco y la saeta silbadora

que empaparan de sangre la campiña,

y troncharan la mano labradora…

Page 158: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

158

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

II

Siglos heroicos de exterminio y luto,

de horrores y quebranto,

en la Historia el orgullo os dio tributo

y una lira inmortal os dio su canto.

Ante la diosa Libertad ufana

se eclipsaron las glorias del verdugo...

¡Siglos, pasad... la nota de Quintana

vibra en l ’alma-verdad de Victor Hugo!…

No del guerrero la sangrienta historia

ni del incierto goce de la orgía

pronuncie el labio la fatal memoria.

¿Qué del estrago y del festín nos queda?

¡Nada son las estrofas de Tirteo

ni las notas paganas de Espronceda

donde reinan Lucrecio y Galileo!

¡Franklin del pensamiento,

inmortal Gutenberg!, mientras la imprenta

prosiga infatigable su tarea,

será tu culto cuanto el hombre inventa

y la luz de tu altar será tu idea.

Page 159: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

159

Yo no sé si el señor Horacio Flaco

fue quien se alzó el primero,

echando a noramala la cultura

y hablando de la dicha y la ventura

que se goza viviendo a lo ranchero;

yo no sé si el buen vate poseería

quinta o hacienda, o lo que allá se estile,

ni si viviendo en ella se hallaría

cuando dio en escribir su Beatus ille;

pero el hecho y el caso

es que desde él a Rosas,

sin contar a Fray Luis y a Garcilaso,

no hay poeta que no hable a cada paso

de la vida del campo y de sus cosas;

y tanto de magnífico y de bueno

nos dicen de esa vida,

y tanto nos repiten la escondida

senda, y la fruta del cercado ajeno,

que ganas dan de veras

de comprar unas buenas chaparreras,

de abandonar el fieltro por el ancho,

el bastón por la reata,

y adiós diciendo a la ciudad ingrata,

a caballo o a pie lanzarse a un rancho.

La vida del campo 1873

Beatus ille qui procul negotiis...Horacio

Page 160: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

160

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

Y como esos señores

saben decirlo y presentarlo todo

con ese meomodeodo

exclusivo a los buenos escritores,

de aquí resulta en consecuencia clara,

que ante cuadros tan bellos y felices,

más de cuatro lectores

se quedan con un palmo de narices

y soñando en rediles y pastores.

De estos cuatro entusiastas, el que menos

es seguro que exclama:

“¡Oh, la vida del campo! ¡Cuán hermoso

debe de ser en la abrasada siesta

gozar de la frescura y del reposo,

cabe la margen del riachuelo undoso

que corre serpenteando en la floresta!”.

O bien si se halla cerca la señora

con la que piensa dar en el busilis,

y que tiene por fuerza que ser Filis

desde el momento en que entre a labradora,

le dirá: “Por la tarde, Filis mía,

nos iremos al monte, y desde el monte

verás cuán grato es al morir el día

el cuadro que presenta el horizonte”.

Y esto, que ciertamente

es de una grande y poética belleza,

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161O B R A P O É T I C A

le parece al señor tan convincente

que sin andarse en chicas,

ni pensarlo primero,

se mete de ranchero en la confianza

de que el dolor no puede ser ranchero.

¡Ah, si yo refiriera una por una

las víctimas que debe

este error que en el siglo diez y nueve

va haciéndose tan raro por fortuna!

Sin caminar más lejos,

yo que conmigo aún no me reconcilio

por haberme buscado esa desgracia;

yo soy el más completo verbigracia

de un mártir de su amor por el idilio.

Diome hace tiempo ya por la manía

de leer y releer cuanto a mis manos

sobre la vida pastoril caía,

y tanto di en pensar de noche y día

sobre los bienes rústicos y urbanos,

que convencido al fin de que la corte

sólo es del mal y del dolor la senda,

exclamé: “¡que el demonio te soporte…!”

Y después de pedir mi pasaporte

me puse en dirección para una hacienda.

[exclamé: –¡Que el demonio la soporte…!]

[Y después de pedir un pasaporte]

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162

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

Aún no asomaba el rubicundo Febo

poniendo el universo como nuevo,

y el saltador y alegre jilguerillo

aún no alzaba su canto entre las breñas,

cuando yo y mi tordillo,

un animal muy bruto por más señas,

atravesando cerros y asustando

aquí un conejo y más allá a una liebre,

íbamos ya en vereda y caminando

yo en busca de un hogar y él de un pesebre.

Después de una hora larga

de correr y correr a la ventura,

a despecho y pesar de mi andadura

que protestaba ya contra la carga,

más que pesada, dura,

y más dura y que pesada, amarga,

pues era nada menos mi amargura;

después de una hora impía

de correr y de andar inútilmente

sin poder distinguir ni aun vagamente

las señales de alguna ranchería,

dimos por fin con una

donde cansados ya de correr tanto,

mi animal se alzó y dijo: ¡qué fortuna!

Y yo me bajé y dije: ¡aquí me planto!

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164

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

Hacerlo, y que tres perros

se me echaran encima, fue todo uno;

pero a la voz de alarma,

salieron de la choza unos pastores,

y cogiendo unas piedras, que son la arma

de que se valen siempre esos señores,

a su sola presencia fue acabando

del canino furor hasta el residuo,

¡y yo pude por fin en eco blando

cantar la instalación de mi individuo!

—¡Oh habitantes felices

de esta comarca rústica y tranquila…!

—les dije yo tan luego

que vi a los canes en lugar seguro.

—Yo vengo aquí tras del feliz sosiego

que en la alma del labriego

derrama este aire embalsamado y puro,

cansado de la vida

que se lleva en la corte aborrecida;

yo vengo con el mal que me destroza

y que gimiendo mi zampoña exhala,

a que me deis un sitio en vuestra choza,

media torta de pan… y una zagala—.

Así fue, sobre poco más o menos,

el pequeño y tristísimo discurso

[y cogiendo unas piedras que es el arma]

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165O B R A P O É T I C A

que improvisé al mirarme entre el concurso

de aquellos hombres rústicos y buenos;

y media hora después, una pastora,

no Flérida ni Arminda,

pero eso sí, tan linda

que casi era una chica encantadora,

se presentó a mi vista completando

con un trozo de pan que me traía

las tres cosas aquellas,

y haciéndome gozar con todas ellas,

de modo que yo dije: ¡aquí es la mía!

Nunca lo hubiera dicho,

o por mejor decir, no lo hubiera hecho,

pues apenas sintió ella sobre su hombro

un beso que le di en mi desvarío,

cuando con triste asombro,

¡cayó de mi ilusión sobre el escombro

un bofetón de Dios y Señor mío…!

Después de que comí aquel pan amargo

al que hizo más amargo este detalle,

de mi fe y de mis creencias en descargo

pronuncié suspirando un sin embargo

¡y me puse en camino para el valle…!

Allí, pensaba yo, mientras seguía

el mejor y más cómodo sendero,

allí bajo de un olmo

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166

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

encontraré un consuelo en mi tristeza,

ya que la pérfida esa

a mi pena y dolor ha puesto colmo.

Bajo sus verdes y brillantes hojas

iré a llorar la pena que me mata;

y si la muy ingrata

va a reírse aún allí de mis congojas,

pues que en mi tierno y ardoroso ahínco

ni una sonrisa de su amor merezco,

o le hago comprender lo que padezco,

o le hago comprender ¡cuántas son cinco!

Pero, señor, en el bendito valle,

como en la alma de un poeta de veinte años,

todo estaba tan seco y tan marchito

como ella a los primeros desengaños,

los árboles sin ramas y sin hojas,

la hierba macilenta y amarilla,

y en medio de este cuadro y a lo lejos,

un arroyo estancado, a cuya orilla

rumiaban con afán dos toros viejos.

Ante tal panorama,

yo que soñaba coronar mi frente

con las flores cogidas a una rama

de las verdes y muchas de la fuente;

yo que soñaba en recrear mi oído

con la canción dulcísima y sabrosa

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167O B R A P O É T I C A

del tordo filarmónico escondido

cabe las ramas de la selva umbrosa,

me senté sobre el tronco de un encino

y me puse a llorar con tantas ganas,

que los cielos al verme y al oírme

llorar con un dolor tan verdadero,

empezaron también recio y de firme

a gemir y a llorar un aguacero.

¡Ay, cómo, y cómo entonces

extrañé los simones de la plaza,

y cómo fue aquel líquido elemento

que entraba hasta mis huesos poco a poco,

el mejor y más sólido argumento

para obligarme a ver que estaba loco!

Cuando llegué a la choza, las estrellas

brillaban ya en el éter indeciso,

y en derredor del fuego

que alumbraba muy poco ciertamente,

me hallé con que a la ley de un uso añejo,

pero para ellos bueno y necesario,

bajo la voz de un viejo, un poco viejo,

rezaban todos juntos el rosario.

Esto sí no es conmigo,

me dije yo al primer Santa María,

viendo que no era aquella la más propia

ocasión de salvarme del infierno;

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168

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

y encontrando en la fe que mi alma acopia,

que aquella copia era muy mala copia

para darle el valor de un Padre Eterno;

y como el sueño, gente que no reza,

me estaba ya doblando la cabeza

y yo empezaba ya a sentir en mi alma

sus primeras y dulces vaguedades,

me decidí a dormir en santa calma

para acabar con tantas necedades…

—El sueño por lo menos

me hará gozar de la ilusión que ansío

—pensaba yo temblando

¡y estremecido todo por el frío!

—Y como ellos me han puesto en este brete

que peor no puede ser según barrunto,

¡evocaré a Fray Luis y a Navarrete

y les diré lo que hay sobre el asunto…!

Y me dormí… pero una santa gota

que cayendo del techo

con una precisión constante y rara,

bajaba desde el techo hasta la cara

para seguir después por todo el pecho,

me obligó a despertar en el instante

en que soñaba yo, lleno de galas,

bailar bajo la luz de un Sol brillante

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169O B R A P O É T I C A

entre un grupo magnífico y radiante

de blancas y bellísimas zagalas.

¡Ah, y lo que roncan esas buenas gentes

que a los más fuertes árboles destroncan,

y que hacen tanto ruido con los dientes

que parece mentira lo que roncan!

Nunca me hubiera yo ni sospechado

ver por aquellos mundos,

reunidos y durmiendo lado a lado

tantos bajos profundos…

Así es que hallando aquello peor que el rezo,

pues era una calumnia contra el arte,

le di gracias a Dios, y después de eso,

me largué con la música a otra parte.

Metido entre un trigal y decidido

a terminar con él lo que era fácil

no estando muy crecido,

me encontré al animal de mi caballo

tan dado y atareado en su faena,

que a no ser por un medio

muy usado y común entre animales,

probablemente no hallo otro remedio

de sacarlo de aquellos andurriales.

Y aún no asomaba iluminando al mundo

la dulce claridad del rubicundo,

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170

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

y la pastora aquella

aún no se alzaba a ver la última estrella,

cuando cansado ya de ser tan loco

y de soñar en lo que ya no pasa,

rompí de mi ilusión las dulces redes

y me volví a la corte y a mi casa,

donde estoy a las órdenes de ustedes.

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171

Si eso fuera verdad, si fuera cierto

que la última palabra de la vida

es la palabra débil y no oída

con que del mundo se despide un muerto;

si la existencia humana

sólo durara lo que dura el soplo

que la alienta y la empuja en su camino,

y si el límite negro de las tumbas

fuera el límite impuesto a su destino;

la majestad que su misión encierra

con su aliento vital se perdería,

y el cadáver de un sabio no sería

¡sino un cadáver más sobre la tierra…!

Pero, ¡no! que si el golpe de la muerte

es bastante a doblar bajo su peso

lo mismo que al idiota al varón fuerte,

jamás podrá la tumba

prestarles a los dos la misma talla,

como el destino ciego

jamás podrá bajo su golpe injusto,

igualar a la encina y al arbusto

que ruedan bajo el hacha del labriego.

OdaA la memoria del eminente naturalista,

el doctor Leonardo Oliva

[Si eso ocurriera así, si fuera cierto]

1873

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172

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

Los hombres son iguales

ante el abierto fondo de un sepulcro,

porque del hombre en el cadáver frío

la creación inmortal no ve ni encuentra,

sino una estatua que al perder la forma

para otra forma en sus talleres entra;

pero allí donde se hunde

todo pie, y enmudece todo labio,

allí donde se pierde y se confunde

la huella del idiota y la del sabio,

si la tumba entreabierta

cubre a los dos bajo la misma calma,

y si al cruzar la inmensidad desierta

los dos encuentran una misma puerta

confundiendo en el cielo a una y otra alma;

la justiciera historia

dejando al uno vegetar perdido

alzar al otro un altar en su memoria,

marcando entre los dos la diferencia

que la Tierra y el cielo

borran ante la vida y la creencia,

y haciendo en el lugar aborrecido

donde acaba esta vida transitoria,

¡algo como otro cielo, de la gloria,

y algo como otro infierno, del olvido…!

Podrá el cincel hebreo

dar a Josué una estatua en sus talleres

[le alza al otro un altar en su memoria;]

[darle a Josué una estatua en sus talleres]

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173O B R A P O É T I C A

y negar esa estatua a Galileo;

pero no podrá hacer que olvide el mundo

el robusto y divino e pur si muove

de su credo profundo;

que a pesar del fanático sombrío

que en el silencio del dolor lo encierra,

¡su grito sonará sobre la tierra

mientras ruede la tierra en el vacío…!

Podrá el templo cristiano

desdeñar para su aire otro perfume,

que el del incienso que en columnas blancas

sobre el dorado vaso se consume;

pero el santuario augusto de la ciencia

jamás tuvo en su altar mejor aroma,

que en aquel santo día

en que era un mundo entero el incensario,

y un loco, un pensador, un temerario,

quien aquel incensario le ofrecía.

La ciencia, como el cielo,

tiene también sus himnos y sus cantos,

y, lo mismo que Dios, tiene su culto,

y, lo mismo que Dios, tiene sus santos…

En vez de las suntuosas catedrales

que el suelo cubren con su inmensa mole,

ella tiene la escuela, donde unidos

por el amor sagrado de la idea,

sobre el arpa bendita del santuario

[y negarle una estatua a Galileo;]

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174

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

levantan la oración del pensamiento,

el sabio contemplando el firmamento

y el niño deletreando el silabario.

Y allí es donde la gloria

tiene un altar y un busto

para cada escogido de la historia;

allí es donde la ciencia

va a repetir entre el clamor del mundo,

la palabra de luz del moribundo

que sucumbe en la fe de su conciencia.

Y allí es donde tú vives, varón justo,

al que ahora bendice en sus altares

la santa voz del porvenir augusto;

el que tu ciencia y tus virtudes premia,

consagrando a tu ciencia y tus virtudes

las canciones de todos sus laúdes

en el templo inmortal de la Academia.

Allí será donde tu boca, el libro,

nos seguirá enseñando las verdades

que al Universo le arrancó tu aliento;

y allí donde el progreso agradecido

cuando la historia de tus hechos abra,

llegará con tu nombre bendecido

a tocar a las puertas del olvido

para hacerte brotar de su palabra.

a l G u n a s i n F l u e n C i a s G a r C i l a s o / s a n J u a n / b Y r o n / l a V o i s i e r

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a l G u n a s i n F l u e n C i a s G a r C i l a s o / s a n J u a n / b Y r o n / l a V o i s i e r

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176

Porque dejaste el mundo de dolores

buscando en otro cielo la alegría,

que aquí, si nace, sólo dura un día,

y eso entre sombras, dudas y temores.

Porque en pos de otro mundo y de otras flores

abandonaste esta región sombría,

donde tu alma gigante se sentía

condenada a continuos sinsabores:

Yo te vengo a decir mi enhorabuena

al mandarte la eterna despedida

que de dolor el corazón me llena;

que aunque cruel y muy triste tu partida,

si la vida a los goces es ajena,

mejor es el sepulcro que la vida.

1873 Soneto

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177

Pues señor, dije yo, ya que es preciso,

puesto que así lo han dicho en el programa,

que rompa yo la bendecida prosa

que preparado para el caso había,

y que escriba en vez de ella alguna cosa

así, que se parezca a una poesía,

pongámonos al punto,

ya que es forzoso y necesario, en obra,

sin preocuparnos mucho del asunto,

porque al fin el asunto es lo que sobra.

Así dije, y tomando

no el arpa ni la lira,

que la lira y el arpa

no pasan hoy de ser una mentira,

sino una pluma de ave

con la que escribo yo generalmente,

violenté las arrugas de mi frente

hasta ponerla cejijunta y grave,

y pensando en mi novia, en la adorada

por quien suspiro y lloro sin sosiego,

mojé mi pluma en el tintero, y luego

puse estas ocho letras: A mi amada.

Nada sobre nada 1873

Poesía leída en la velada literariaque celebró la Sociedad “El Porvenir”

la noche del 3 de mayo de 1873

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178

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

Su retrato, un retrato

firmado por Valleto y compañía,

se alzaba junto a mí plácido y grato,

mostrándome las gracias y recato

que tanto adornan a la amada mía;

y como el verlo sólo

basta para que mi alma se emocione,

que Apolo me perdone

si dije aquí que me sentí un Apolo.

Ella no es una rosa,

ni un ser ideal, ni cosa que lo valga;

pero en verso o en prosa

no seré yo el estúpido que salga

con que mi novia es fea,

cuando puedo decir que es muy hermosa

por más que ni ella misma me lo crea;

así es que en mi pintura

hecha en rasgos por cierto no muy fieles,

aumenté de tal modo su hermosura

que casi resultaba una figura

digna de ser pintada por Apeles.

Después de dibujarla como he dicho,

faltando a la verdad por el capricho,

iba yo a colocar el fondo negro

de su alma inexorable y desdeñosa,

[hecha a rasgos por cierto no muy fieles,]

[si digo aquí que me sentí un Apolo.]

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179O B R A P O É T I C A

[¡El Santuario!, muy bien… pero, y ¿qué cosa]

cuando al hacerlo me ocurrió una cosa

que hundió mi plan, y de lo cual me alegro;

porque, en último caso,

como pensaba yo entre las paredes

de mi cuarto sombrío,

¿qué les importa a ustedes

que mi amada me niegue sus mercedes,

ni que yo tenga el corazón vacío?

Si mi vida vegeta en la tristeza

y el yugo del dolor ya no soporta,

¿caeré de referirlo en la simpleza

para que alguien me diga en su franqueza:

si viera usted que a mí nada me importa…?

No, de seguro, que antes

prefiero verme loco por tres días,

que imitar a ese eterno Jeremías

que se llama el señor de Caravantes.

Y convencido de esto,

lo que era conveniente y necesario,

borré el título puesto,

y buscando a mi lira otro pretexto

escribí este otro título: El Santuario.

¡El santuario…! exclamé; pero y ¿qué cosa

puedo decir de nuevo sobre el caso,

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

cuando en cada volumen de poesías,

en versos unos malos y otros buenos

hay diez odas y media por lo menos,

sobre templos, santuarios y abadías?

Para entonar sobre esto mis cantares,

a más de que el asunto vale poco,

¿qué entiendo yo de claustros y de altares,

ni qué sé yo de sacristán tampoco?

No, en la naturaleza

hay asuntos más dignos y mejores,

y más llenos de encanto y de belleza,

y ya que he de escribir, haré una pieza

que se llame Los prados y las flores.

Hablaré de la incauta mariposa

que en incesante y atrevido vuelo,

ya abandona la rosa por el cielo,

y ya abandona el cielo por la rosa;

del insecto pintado y sorprendente

que de esconderse entre las hierbas trata,

y de la ave inocente que lo mata,

lo cual prueba que no es tan inocente;

hablaré... pero y luego que haya hablado

sacando a luz al boquirrubio Febo,

yo pregunto, señor, ¿qué habré ganado

con tratar lo que todos han tratado,

si al hacerlo no digo nada nuevo?…

[hay diez y media odas por lo menos,]

[y del ave inocente que lo mata,]

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181O B R A P O É T I C A

Conque si esto tampoco es un asunto

digno de preocuparme una sola hora,

dejemos sus inútiles detalles,

ya que no hay ni un señor ni una señora

que no sepan muy bien lo que es la aurora

y lo que son las flores y los valles…

Coloquemos a un lado esas materias

que se prestan tan poco para el caso,

y pues esto se ofrece a cada paso

hablemos de la vida y sus miserias.

Empezaré diciendo desde luego,

que no hay virtud, creencias ni ilusiones;

que en criminal y estúpido sosiego

ya no late la fe en los corazones;

que el hombre imbécil, a la gloria ciego,

sólo piensa en el oro y los doblones,

y concluiré en estilo gemebundo:

¡que haya un cadáver más qué importa al mundo!

Y me puse a escribir, y así en efecto,

lo hice en ciento cincuenta octavas reales,

cuyo único defecto,

como se ve por la que dicha queda,

era que en vez de ser originales

no pasaban de un plagio de Espronceda.

Como era fuerza, las rompí en el acto

desesperado de mi triste suerte,

[que no hay virtud, ni creencias, ni ilusiones;]

[Conque si este tampoco es un asunto]

[ya no vale la fe en los corazones;]

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

viendo por fin que en esto de poesía

no hay un solo argumento ni una idea

que no peque de fútil, o no sea

tan vieja como el pan de cada día.

En situación tan triste

y estando la hora ya tan avanzada,

¿qué hago, me dije yo, para salvarme

de este grave y horrible compromiso,

cuando ningún asunto puede darme

ni siquiera un adarme

de novedad, de encanto o de un hechizo?

¿Hablaré de la mar yo que en mi vida

he viajado tan poco,

que en materia de charcos sólo he visto,

y eso una vez, el lago de Texcoco?

¿Hablaré de la guerra y de la gente

que enardecida de las cumbres baja

desafiando al contrario frente a frente,

y habré de convertirme en un valiente

yo que nunca he empuñado una navaja?

No, señor, que aunque estudio medicina

y pertenezco a esa importante clase

que no hay pueblo y lugar en que no pase

por ser la más horrible y asesina,

aparte de que en esto hay poco cierto,

[que no peque de tonta, o que no sea]

[de este grave y tremendo compromiso,]

[de novedad, de encantos o de hechizo?]

[por ser la más terrible y asesina,]

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183O B R A P O É T I C A

como lo prueba y mucho la experiencia,

yo, a lo menos hasta hoy, me hallo a cubierto

de que se alce la sombra de algún muerto

a turbar la quietud de mi conciencia.

Sobre los libros santos, se podría

con meditar y con plagiar un poco,

arreglar o escribir una poesía;

pero ni esto es muy fácil en un día

ni para hablar sobre esto estoy tampoco;

porque en fiestas como ésta

donde el placer está como en un templo,

salir con el Diluvio, por ejemplo,

fuera casi querer aguar la fiesta;

y como yo no quiero que se diga

que he venido a tal cosa,

ya que en mi numen agotado no hallo

ni el asunto ni el plan a que yo aspiro,

rompo mi humilde cítara, me callo,

y con perdón de ustedes me retiro.

[de que se alce la voz de ningún muerto]

[escribir o arreglar una poesía;]

[era casi querer aguar la fiesta;]

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184

I

Tres eran, mas la Inglaterra 

volvió a lanzarse a las olas, 

y las naves españolas 

tomaron rumbo a su tierra, 

sólo Francia gritó: “¡Guerra!”, 

soñando, ¡oh patria!, en vencerte,

y de la infamia y la suerte 

sirviéndose en su provecho, 

se alzó erigiendo en derecho 

el derecho del más fuerte.

II

Sin ver que en lid tan sangrienta 

tu brazo era más pequeño, 

la lid encarnó en su empeño 

la redención de tu afrenta, 

brotó en luz amarillenta 

la llama de sus cañones, 

y el mundo vio a tus legiones 

entrar al combate rudo, 

llevando por solo escudo 

su escudo de corazones.

1873 Cinco de mayo

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185O B R A P O É T I C A

III

Y entonces fue cuando al grito 

lanzado por tu denuedo, 

tembló la Francia de miedo 

comprendiendo su delito, 

cuando a tu aliento infinito 

se oyó la palabra sea, 

y cuando al ver la pelea 

terrible y desesperada 

se alzó en tu mano la espada

y en tu conciencia la idea.

IV

Desde que ardió en el oriente 

la luz de ese Sol eterno 

cuyo rayo puro y tierno 

viene a besarte en la frente, 

tu bandera independiente 

flotaba ya en las montañas, 

mientras las huestes extrañas 

alzaban la suya airosa, 

que se agitaba orgullosa 

del brillo de sus hazañas.

V

Y llegó la hora, y el cielo 

nublado y oscurecido 

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186

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

desapareció escondido 

como en los pliegues de un velo. 

La muerte tendió su vuelo 

sobre la espantada tierra, 

y entre el francés que se aterra 

y el mexicano iracundo, 

se alzó estremeciendo al mundo 

tu inmenso grito de guerra.

VI

Y allí el francés, el primero 

de los soldados del orbe, 

el que en sus glorias absorbe 

todas las del mundo entero, 

tres veces pálido y fiero 

se vio a correr obligado, 

frente al pueblo denodado 

que para salvar tu nombre, 

te dio un soldado en cada hombre 

¡y un héroe en cada soldado!

VII

¡Tres veces!, y cuando hundida 

sintió su fama guerrera, 

contemplando su bandera 

manchada y escarnecida, 

la Francia, viendo perdida 

la ilusión de su victoria,

Page 187: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

187O B R A P O É T I C A

a despecho de su historia 

y a despecho de su anhelo, 

vio asomar sobre otro cielo  

y en otro mundo la gloria.

VIII

Que entre la niebla indecisa 

que sobre el campo flotaba, 

y entre el humo que se alzaba 

bajo el paso de la brisa, 

su más hermosa sonrisa 

fue para tu alma inocente, 

su canción más elocuente 

para entonarla a tu huella, 

y su corona más bella 

para ponerla en tu frente.

IX

¡Sí, patria!, desde ese día 

tú no eres ya para el mundo 

lo que en su desdén profundo 

la Europa se suponía, 

desde entonces, patria mía, 

has entrado a una nueva era, 

la era noble y duradera 

de la gloria y del progreso, 

que bajan hoy, como un beso 

de amor, sobre tu bandera.

[la Europa te suponía,]

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188

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

X

Sobre esa insignia bendita 

que hoy viene a cubrir de flores 

la gente que en sus amores 

en torno suyo se agita, 

la que en la dicha infinita 

con que en tu suelo la clava, 

te jura animosa y brava, 

como ante el francés un día, 

morir por ti, patria mía, 

primero que verte esclava.

Page 189: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

¿Qué hay antes de un cuerpo muerto? Lo mismo que hay después. Con, contra,

de y desde él, hay lo mismo, todo menos mortandad. “Ante un cadáver” nos abre

la tapa del ataúd para que veamos que ahí no hay muerte, sino ojos abiertos, ya sin

cuerpo incluso; pura contemplación.

Si bien el poema a la muerte y, en específico, el poema frente a un cadáver,

fueron motivo recurrente de la poesía mexicana del romanticismo, en éste de Ma-

nuel Acuña se realiza de manera magistral. Podría rastrearse una tendencia hacia

cierta estética escatológica –centrada en el tópico de la muerte y la finitud de

las cosas– desde los primerísimos poemas que fundaron nuestra tradición lírica,

tendencia que se concretará durante ese movimiento literario decimonónico. En

nuestro país es Manuel Acuña quien, como ningún otro poeta, encarnó el ideal

romántico, tanto en su obra como en su forma de vida. “Ante un cadáver” es acaso

el mejor ejemplo de cómo consolidó ese ideal. Partiendo de un tópico típico de la

época el saltillense logra aquí un poema ceñido a su tradición y a la vez innovador

en su tratamiento, al ir más allá del retrato fenomenológico o emocional en el que

habían ahondado poetas anteriores, para realizar una verdadera reflexión sobre la

muerte, o mejor dicho, sobre la imposibilidad de morir, pues este poeta nos habla

de ella no como un cese, sino como transfiguración.

La originalidad de Acuña reside en esto, se puede decir que en este poema

acuñó incluso todo un género: el poema filosófico a la muerte, en el que incurrirán

un sinnúmero de poetas posteriores; acaso el de mayor consistencia, José Gorosti-

189

Ante un poema, un cadáver después

Diana Garza Islas

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za con su emblemática Muerte sin fin, culmen de una tradición poética cuyo padre,

si quisiéramos darle alguno, podría ubicarse en Nezahualcóytl, con sus cantos a la

condición efímera de la vida.

Son muchos los aspectos que saltan a la vista en la traducción que hace

Samuel Beckett de este poema1. Como el gran atento al lenguaje que fue, logró no

sólo traducir eficazmente a Acuña, sino jugar puntualmente con ciertas construc-

ciones retóricas que enriquecen al texto. De entrada, el título: “Before a Corpse”. La

elección de la palabra before en lugar de in front of u otra frase sinónima, cumple

una función especial, pues nos sitúa no sólo ante el cadáver, sino antes del cadáver.

La doble función como preposición y adverbio que tiene esta palabra en inglés,

nos planta en una doble postura de dirección espacial y temporal, además de su-

gerirnos una postura filosófica, la que desarrolla justamente Acuña en el poema:

que no existe ningún antes ni después del cadáver, ningún antes y después de la

muerte, pues visto de alguna forma, todo lo es. Si bien en nuestro idioma la prepo-

sición ante remite también al adverbio antes, es una doble lectura que no aparece a

primera vista como sí sucede con la palabra before, que nos sitúa inmediatamente

en el ante a, y, paradójicamente, en un antes o atrás de. Es interesante leer en pa-

ralelo el original y la traducción para notar cómo se confunden preposiciones y

adverbios entre ambos idiomas: ante es before, que es antes, que es atrás, en lugar

de adelante. Lo que Acuña nos dice en su poema y Beckett nos sugiere en su tra-

ducción, gracias a estas sutilezas lingüísticas, es que las coordenadas temporales

y espaciales se igualan, los antónimos se anulan: “for out of nothingness we are not

born, / and into nothingness we do not die. / Existence is a circle, and we err / when we

assign to it for measurement / the limits of the cradle and the grave”.

1 Anthology of Mexican Poety. Compiled by Octavio Paz. Translated by Samuel Beckett. Preface by C. M. Bowra. Indiana University Press, United States of America, 1958.

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No hay opuestos, nos dicen el traductor y el poeta: el cadáver, como la madre,

son una misma zona liminar. Esta suerte de indiferenciación temporal podría ser

el umbral de la historia trascendida, la entrada al tiempo sagrado, puro, fuera

del ámbito cronológico, y al que finalmente desearía llegar cada poema. Como

dice Octavio Paz en la introducción a esta antología: “Every poem is a Fiesta, a

precipitate of pure time. […] There can be no poetry without history, but poetry has

no other mission than to transmute history. And therefore the only true revolutionary

poetry is apocalyptic poetry”. Esta visión apocalíptica de la poesía, que tiene más

que ver con la transformación que con la destrucción, puede incluso leerse en el

poema de Acuña como una alusión al principio de la conservación de la materia

de Lavoisier, realizado aquí de manera alegórica desde la traducción de esa pri-

mera palabra en el título, hasta sus últimos cuatro versos: “For when this transient

existence ends / to which with such solicitude we cling, / matter, inmortal as glory, is

endowed / with other semblances, but never dies”. Hay que reconocer el espléndido

trabajo de Beckett como traductor, que con la sola y sutil elección de un vocablo

completa el axioma químico-filosófico “la materia no se crea ni se destruye, sólo

se transforma”, escondido en este poema, llevándonos además a preguntarnos qué

hay delante de la muerte, para que nos respondamos que no hay tal, sólo esencia

transformante.

Resulta interesante advertir que en la estética beckettiana es patente una filo-

sofía de la muerte próxima a la que Acuña sostiene en su poética. Beckett, que en

sus entrevistas afirmaba tener recuerdos prenatales y creer en la reencarnación, tal

vez se permitió las que, para algunos, sería excesivas licencias, dado la cercanía que

podríamos suponer sentía hacia Acuña. Por ejemplo, su uso de la palabra alchemy

en lugar de laboratory. Al decidirse por esta palabra, más que por conflictos mé-

tricos, que hubiera resuelto fácilmente, él apela a extraernos del ámbito científico

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para instalarnos en el imaginario de los alquimistas, para quienes la creación se

lograba a partir de la nigredo, de un estado putrefacto de la materia o, justamente,

de la mortandad, que es finalmente el postulado de Acuña: “Yet in the same place

where the soul is spent / and spent the body, in that selfsame place / the dying being is a

nascent being”.

Beckett incurre en un atrevimiento aún mayor al traducir: “Allí acaban la fuerza

y el talento, / allí acaban los goces y los males, / allí acaban la fe y el sentimiento”, por:

There an end is made of strenght and talent, / there an end is made of pain and pleasure,

/ there an end is made of faith and feeling. Al transformar allí acaba en allí un final está

hecho (que podría remitirnos desde su there a la palabra therefore, por lo que podría-

mos leer incluso el verso como entonces un final…, al modo de un silogismo lógico)

niega la destrucción y afirma que un fin no es acabarse, que un fin está hecho de cosas.

La transformación que hace Beckett del primer verso en la estrofa que sigue es tam-

bién significativa: allí acaban los lazos terrenales se convierte en there and end is made

of earthly joys. El trueque de lazos por alegrías da un sentido inédito, acorde con el

fondo original del poema, reafirmándonos que los lazos no se acaban, sino que todo

está haciéndose.

Señalo finalmente otros trueques léxicos que llaman la atención por la in-

tencionalidad de Beckett en forzar desde ahí un cambio semántico. Traduce, por

ejemplo, otro organismo por the being to be (el ser a ser), alimentándose por its subs-

tance (su substancia), máquina por body (cuerpo), contribuciones que sin duda de-

forman al poema y lo enriquecen.

Sin dejar de vista la premisa filosófica del poema original, Beckett se toma

aquí sus licencias, y sin destruirlo ni crear uno nuevo, lo transforma maravillosa-

mente. Lo hace también con soltura en cada uno de los poemas reescritos por él

en esta antología donde se publicó la versión de Acuña; este traductor es, efec-

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tivamente, un licencioso. Podría decirse que Beckett traiciona “Ante un cadáver”,

como ocurre con toda traducción, pero también que al hacerlo lo tradiciona, lo

expropia apropiándoselo y lo vuelve algo de suyo propio.

Como ante la muerte, no queda mucho por decir ante un poema cuando

es un poema. Y éste verdaderamente lo es, por partida doble. Baste decir que la

versión de Beckett es valiosísima no sólo como curiosidad literaria, sino por los

méritos propios del poema en inglés; e indispensable, por supuesto, para todo

aquel interesado en la obra de Manuel Acuña, ícono indiscutible del romanticis-

mo mexicano y quien ha inspirado a no pocos epígonos en la ruta de una de las

más notables tradiciones líricas del país.

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Before a corpse

Well! there you lie already… on the boardwhere the far horizon of our knowledge dilates and darkens to a vaster verge.

Where implacable experienceunanswerably states the higher lawsto which existence is subservient.

Where that glorious luminary shineswhose light extinguishes the differencethat separates the master from the salve.

Ante un cadáver

¡Y bien! aquí estás ya… sobre la plancha

donde el gran horizonte de la ciencia

la extensión de sus límites ensancha.

Aquí donde la rígida experiencia

viene a dictar las leyes superiores

a que está sometida la existencia.

Aquí donde derrama sus fulgores

ese astro a cuya luz desaparece

la distinción de esclavos y señores.

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Where the voice of fable is heard no moreand reality speaks out aloudand superstition vanishes away.

Where crisis presses on to where it may decipher the solution of the problemwhose mere enouncement fills us with dismay,

that which arises from a premised reasonand hangs upon your lips to be unsealedin the tremendous voice of final truth.

There you lie… beyond the ignoble strifein which it was vouchsafed to you at lastto break the bonds that held you fast to pain.

There is no more light within your eyes,lifeless and inert your tenement rests,its end forsaken and its means destroyed.

Vanitas! they seeing you will saywhose creed is that the empire of lifeends at the point where that of death begins.

And deeming that your mission is fulfilled, they will come to you and with their eyeswish you for eternity farewell.

But it is false!... your mission is not fulfilled,for out of nothingness we are not born,and into nothingness we do not die.

Aquí donde la fábula enmudece

y la voz de los hechos se levanta

y la superstición se desvanece.

Aquí donde la ciencia se adelanta

a leer la solución de ese problema

cuyo solo enunciado nos espanta.

Ella que tiene la razón por lema

y que en tus labios escuchar ansía

la augusta voz de la verdad suprema.

Aquí estás ya... tras de la lucha impía

en que romper al cabo conseguiste

la cárcel que al dolor te retenía.

La luz de tus pupilas ya no existe,

tu máquina vital descansa inerte

y a cumplir con su objeto se resiste.

¡Miseria y nada más!, dirán al verte

los que creen que el imperio de la vida

acaba donde empieza el de la muerte.

Y suponiendo tu misión cumplida

se acercarán a ti, y en su mirada

te mandarán la eterna despedida.

Pero, ¡no!... tu misión no está acabada

que ni es la nada el punto en que nacemos,

ni el punto en que morimos es la nada.

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Existence is a circle, and we err when we assign to it for measurement the limits of the cradle and the grave.

[…]

Yet a little and you, your last breath sped,will be restored to earth and to its wombwhich is the source of universal life.

And there your dust, in seeming so remotefrom life, will quicken once again beneath the fecundating might of rain and summer.

And with the springing up from root to grain,a witness to the plant you will ariseto the high realm of sovereign alchemy;

or it may be, converted into corn,returned to the sad hearth where the sad spouse,wanting for bread, is with you in her dreams.

What time the larva from your cloven grave’suncovered depths ascends, its being changed into the being of a butterfly.

and faltering in its first uncertain flight,comes to the desolate pillow of your love,bearer of your kisses from the dead.

Círculo es la existencia, y mal hacemos

cuando al querer medirla le asignamos

la cuna y el sepulcro por extremos.

[…]

Tú sin aliento ya, dentro de poco

volverás a la tierra y a su seno

que es de la vida universal el foco.

Y allí, a la vida en apariencia ajeno,

el poder de la lluvia y del verano

fecundará de gérmenes tu cieno.

Y al ascender de la raíz al grano

irás del vegetal a ser testigo

en el laboratorio soberano.

Tal vez para volver cambiado en trigo

al triste hogar donde la triste esposa

sin encontrar un pan sueña contigo.

En tanto que las grietas de tu fosa

verán alzarse de su fondo abierto

la larva convertida en mariposa,

que en los ensayos de su vuelo incierto

irá al lecho infeliz de tus amores

a llevarle tus ósculos de muerto.

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And in the midst of all this inner changeyour skull, instinct with an impetuous life,instead of thoughts will bring forth flowers, flowers

within whose chalice timidly the tear perchance will glisten that your loved one shedon your departure, bidding you farewell.

The journey’s end is in the grave, for in the grave the flame irrevocably diesthat in the cloister of your spirit burned.

And yet within that mansion at whose doorour breath is quenched, there breathes another breath by which we are awaked to life anew.

There an end is made of strength and talent,there an end is made of pain and pleasure,there an end is made of faith and feeling.

there an end is made of earthly joys,and the idiot and the sage together sink to the abode where all are equal.

Yet in that same place where the soul is spentand spent the body, in that selfsame placethe dying being is a nascent being.

The powerful and fecundating pitannexes to itself the being that wasand from it draws and shapes the being to be.

Y en medio de esos cambios interiores

tu cráneo lleno de una nueva vida,

en vez de pensamientos dará flores,

en cuyo cáliz brillará escondida

la lágrima, tal vez, con que tu amada

acompañó el adiós de tu partida.

La tumba es el final de la jornada,

porque en la tumba es donde queda muerta

la llama en nuestro espíritu encerrada.

Pero en esa mansión a cuya puerta

se extingue nuestro aliento, hay otro aliento

que de nuevo a la vida nos despierta.

Allí acaban la fuerza y el talento,

allí acaban los goces y los males,

allí acaban la fe y el sentimiento.

Allí acaban los lazos terrenales,

y mezclados el sabio y el idiota

se hunden en la región de los iguales.

Pero allí donde el ánimo se agota

y perece la máquina, allí mismo

el ser que muere es otro ser que brota.

El poderoso y fecundante abismo

del antiguo organismo se apodera

y forma y hace de él otro organismo.

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To unforgiving history it abandonsa name, indifferent and unconcerned whether it die or whether it endure.

It receives the clay and it alone,and, altering its form and destiny,ensure that it shall live eternally.

The grave holds nothing but a skeleton;and life within this mortuary vaultcontinues secretly to find its substance.

For when this transient existence endsto which with such solicitude we cling,matter, immortal as glory, is endowedwith other semblances, but never dies.

Abandona a la historia justiciera

un nombre, sin cuidarse, indiferente,

de que ese nombre se eternice o muera.

Él recoge la masa únicamente

y cambiando las formas y el objeto

se encarga de que viva eternamente.

La tumba sólo guarda un esqueleto,

mas la vida en su bóveda mortuoria

prosigue alimentándose en secreto.

Que al fin de esta existencia transitoria

a la que tanto nuestro afán se adhiere,

la materia, inmortal como la gloria,

cambia de formas; pero nunca muere.

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1873 Soneto

A mi querido amigo Vicente Fuentes

¡Oh, tú que a la llegada de mi santo

tu tarjeta y tus plácemes me envías

en prueba de las buenas simpatías

con que has sabido distinguirme tanto!

¡Oh, tú que en vez de música y de canto,

y en vez de bandolones y poesías,

vienes y llegas y me das los días

con un Vicente Fuentes que da encanto!

Párate, y sabe que, aunque no lo creas,

te he agradecido en mi ánimo infinito

el que tan bueno con tu amigo seas;

pero también que sepas necesito

que ya que tantos años me deseas,

debes darme el remedio y el trapito.

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202

De los tres cielos que recorre el hombre 

de la existencia en la medida impía, 

cuando la gloria me enseñó tu nombre 

yo estaba en el primero todavía. 

La pena que del pecho 

hasta el abismo lóbrego desciende, 

y del cadáver de un amor deshecho 

finge flotando en derredor del lecho 

la aparición bellísima de un duende; 

la sombra a cuyo peso aborrecido 

muere el placer y el alma se acobarda, 

tratando de evocar en el olvido 

el recuerdo dulcísimo y querido 

de los besos del ángel de la guarda; 

todo eso que en la frente 

deja un sello de luto y desconsuelo, 

cuando en el alma pálida y doliente 

no queda ni la fe, que es del creyente 

la última golondrina que alza el vuelo; 

todo eso que de noche 

baja hasta el corazón como una sombra, 

y que terrible y sin piedad ninguna 

OdaLeída en la sesión que el Liceo Hidalgo

celebró en honor de doña Gertrudis Gómez de Avellaneda

[De los tres ciclos que recorre el hombre]

1873

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203O B R A P O É T I C A

sus ilusiones todas despedaza, 

¡aún no era sobre el cielo de mi cuna, 

ni la pálida nube que importuna 

se levanta enseñando la amenaza!

Dichoso con la dulce indiferencia 

del que al amor de su callado asilo 

ha vivido a la luz de la inocencia 

acostumbrado a ver en la existencia 

la imagen de un azul siempre tranquilo, 

yo entonces ignoraba 

que, más allá de aquel humilde techo 

que sus caricias y su amor me daba, 

clamando al cielo y suspirando en vano 

desde el rincón sin luz de la vigilia, 

hubiera en otro hogar una familia 

de la que yo también era un hermano…

Mi amor no sospechaba que existiera 

más ilusión ni cariñoso exceso, 

que la mirada dulce y hechicera 

de la santa mujer que la primera 

nos anuncia a la vida con un beso…

Y hasta que al dulce y mágico sonido 

del arpa que temblaba entre tus manos, 

dejé mi rama, abandoné mi nido 

y te seguí hasta ese árbol bendecido 

donde todos los nidos son hermanos, 

[ni la nube que pálida importuna]

[nos anunció a la vida con un beso…]

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

fue cuando despertando de la calma 

en que flotaba la existencia mía, 

sentí asomar en lo íntimo de mi alma 

algo como la luz de un nuevo día.

Tu voz fue la primera 

que me habló en la dulzura de ese idioma 

que canta como canta la paloma 

y gime como gime la palmera… 

Las cuerdas de tu lira, 

como la voz de la primera alondra 

que llama a las demás y las despierta, 

fueron las que al arrullo de tu acento 

sonaron sobre mi alma estremecida, 

¡como si siendo un pájaro la vida 

quisieran despertarlo al sentimiento…!

Tu nombre va ligado en mi cariño 

con los recuerdos santos y amorosos 

de mis tiempos de niño, 

con los placeres dulces y sabrosos 

de esa época sonriente

en la que es cada instante una promesa 

y en la que el ángel de la fe aún no besa 

las primeras arrugas de la frente; 

tu nombre es la memoria 

del pueblo y del hogar adonde un día 

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205O B R A P O É T I C A

fue a estremecerme el eco de tu gloria 

y el trino arrullador de tu poesía; 

la evocación de todo lo más santo 

en medio de mis noches desmayadas, 

que aún tiemblan a las dulces campanadas

de aquellas horas en que amaba tanto…

Y así, cuando yo supe 

que abandonada a tu dolor morías, 

y que en tu muda y lánguida tristeza 

renunciabas a ver junto a tu lecho, 

quien, al rodar sin vida tu cabeza, 

recogiera el laurel de tu grandeza 

y el último sollozo de tu pecho; 

cuando yo supe que en la huesa insana 

te inclinabas por fin pálida y sola, 

sin que al adiós de tu alma soberana 

se enlutara la cítara cubana 

ni gimiera la cítara española; 

al darte mis adioses, los adioses 

de la eterna y postrera despedida, 

sentí que algo de triste sollozaba 

de mi dolor en el oscuro abismo, 

y que tu sombra que flotaba arriba, 

al extinguirse y al borrarse se iba 

llevándose un pedazo de mí mismo. 

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

Y entonces al poder de los recuerdos 

borrando la distancia 

tendí mis alas hacia el nido blando 

de los primeros sueños de la infancia; 

llegué al rincón modesto 

donde tus dulces páginas leía 

a la fe y al amor siempre dispuesto 

y allí de pie frente a la blanca cuna 

donde en sus flores me envolvió el destino, 

busqué en su fondo alguna 

que aún no cerrara su oloroso broche, 

y en él hallé dormida 

ésta con la que el alma agradecida 

viene a aromar las sombras de esta noche.

Deuda que en mi cariño 

contraje desde niño con tu nombre, 

esta flor es el cántico del niño 

mezclada con las lágrimas del hombre; 

esta flor es el fruto de aquel germen 

que derramaste en mi niñez dichosa, 

y que al rodar sobre la humilde fosa 

donde tus restos duermen, 

entre sus piedras ásperas se arraiga, 

recogiendo su jugo en tus cenizas, 

y esperando en su cáliz a que caiga 

la gota de los cielos que le traiga 

la esencia y el amor de tus sonrisas.

[esta flor con que el alma agradecida]

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V i s ta e X t e r i o r d e l a C a s a d e l P o e tas a l t i l l o , C o a h u i l a

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V i s ta i n t e r i o r d e l a C a s a d e l P o e tas a l t i l l o , C o a h u i l a

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¡Oh Luna, blanca Luna,

que desde el cielo viertes tus fulgores

a despecho de todos los vapores

con que la negra noche te importuna;

yo sé que al permitirme la confianza

de que a abusar cantándote me atrevo,

antes que hablarte de otra cosa debo

darte una explicación de mi tardanza;

pero sabiendo, porque así lo he visto,

no recuerdo en qué parte,

que tú eres noble y generosa y buena

con todos los prosélitos del arte,

entre los que me inscribo al protestarte

que nada hay que sin ti valga la pena,

dejo los cumplimientos

y las excusas fútiles y vanas

a fin de aprovechar estos momentos;

que tú al ver que en mis labios

se agita el estro y mi silencio trunca,

recordarás que el vulgo y aun los sabios

dicen que vale más tarde que nunca!

No, y mira tú: desde hace mucho tiempo

pensaba yo en venir a saludarte,

A la lunaAl señor don Manuel J. Domínguez

[dejo de cumplimientos]

[recordarás que el mundo y aun los sabios]

1873

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

y hasta recuerdo que salí una noche

sin más objeto que ése;

pero aunque el muy ilustre Ayuntamiento

me hizo creer que en el cielo te hallaría,

tú, que probablemente estabas mala,

te ocultaste y me diste una antesala

que me pesa en el cuerpo todavía.

Esto no te lo digo

por lanzarte una pulla ni un reproche;

pero este negro bosque me es testigo

de que no más que por hablar contigo

me anduve por aquí toda la noche.

Lo mismo que otra vez, ya no recuerdo

si fue en abril o en mayo... suspirando

por verte frente a frente

y a tu lado pasar la noche entera,

de modo y de manera

de estar solos y lejos de la gente,

vengo, y tú que sin duda me creíste

algún gemidor de esos

que porque está desesperado y triste

ya quiere que le des un par de besos,

no bien tras de estos álamos me viste,

que escondiéndote en medio de las nubes

cerraste tu balcón y te metiste.

[de que tan sólo por hablar contigo]

[escondiéndote en medio de las nubes]

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211O B R A P O É T I C A

Y la verdad que si ésta fue tu idea

ante mi aparición inoportuna,

por mi vida te juro y te respondo,

que te llevaste el chasco más redondo

que te has llevado desde que eres luna;

pues aunque ya a mis años

se usa entre los humanos corazones

contar los sufrimientos a montones,

y a montones también los desengaños,

yo que si algo he sufrido

de mi existencia en la carrera corta,

tengo la convicción íntima y grande

de que a nadie le importa,

porque si sufro no hay quien me lo mande;

si al pisar de la vida los abrojos

a verter una lágrima me atrevo,

la dejo que se escape de mis ojos

y al llegar a mis labios me la bebo.

Conque ya verás tú si yo sería

quien fuera a molestarte a tales horas,

para llamarte solitaria o fría

y cometer así una grosería

de esas que no perdonan las señoras;

aparte de que a ti, si no me engaño,

te debe de importar muy poca cosa

que en la vida enojosa

[la dejo que se escape de los ojos]

[y al llegar a los labios me la bebo.]

[para decirte solitaria o fría]

[de las que no perdonan las señoras;]

[te debe importar muy poca cosa]

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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

camine el goce junto con el daño,

así como que al tiempo de las flores

siga el invierno nebuloso y frío,

o que en las tibias noches del estío

disminuyan de fuerza los calores,

cosa que a muchos saca de su casa

por tener de decírtelo el orgullo,

cuando todo eso en realidad no pasa

de ser una verdad de Pero Grullo.

Y sin mentar personas,

por allí anda la ilustre Avellaneda,

que en paz duerme en su lecho de coronas,

que sin mirar que tú, rueda que rueda,

maldito el caso que del tiempo hacías,

ella al son de sus mágicos bordones

te delataba a ese ladrón nefando

que tantos goces con pasar nos roba,

sin oír que su esposo despertando

la llamaba en un tono no muy blando

después de registrar toda la alcoba.

Y el sin igual Zorrilla,

el que nos regaló aquel mamarracho

que yo admiraba tanto de muchacho

creyéndolo la octava maravilla,

el que con una calma

cuyo molde es difícil que se encuentre,

[sigue el invierno nebuloso y frío,]

[cosa que de su casa a muchos saca]

[Y el amable Zorrilla,]

[la llamaba en acento no muy blando]

[que tantos goces con volar nos roba,]

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213O B R A P O É T I C A

hizo aquí entre otros dramas el del vientre,

y hasta allá fue a acordarse del del alma.

Y Carpio, el que de turco disfrazado

sufrió tan honda pena

que por poco se arroja al mar salado;

pero que al fin se fue por otro lado

arrastrando el alfanje por la arena.

Y Tagle, el que te hablaba allá en los tiempos

de discordias civiles,

en que Rocha aún no andaba por el mundo

y en que aún eran de chispa los fusiles,

pues éstos y otros más, si no tan buenos

sí tan desocupados,

han emprendido de estusiasmos llenos

la imitación de sus antepasados,

por el placer de repetirte alguna

de esas necias e insulsas tonterías,

o porque hechos los tomos de poesías

no faltara en el índice —“A la Luna”.

Y si a lo menos fueran pasaderas

las tantas que en tu elogio se han escrito

y cuyas firmas por prudencia callo,

pues, señor, con trescientos de caballo,

muy puesto en su lugar y muy bonito;

[que por poquito se echa al mar salado;]

/ todos, cual más cual menos*

[o porque al fin del tomo de poesías]

*Este verso, que no aparece en ediciones previas de este poema, no

sustituye, sino que amplía la idea entre “…desocupados” y “…han

emprendido…”

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214

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

pero, nada... que entre esas que no cito

porque no se me diga impertinente,

hay muchas (no agravio la presente)

que son un verdadero gregorito.

Lo digo y lo repito,

sí, señor, que ésta no es una indirecta,

pues aunque salte alguno

que deseando escapar a este reproche,

reclame la palabra y manifieste

cargado de razones y veneno,

que no se puede hacer nada de bueno

sobre un terreno tan vulgar como éste,

no habiendo obligación chica ni grande

de escribir sobre tal o cual materia,

se comprende y se ve muy a las claras,

aunque hable de ésta con tan poco aprecio,

que el culpable no es ella sino el necio

que se mete en camisa de once varas.

¿Quién obliga a ninguna

de las vivientes almas a que escriba,

ni menos a que suba tan arriba

que tenga que escribir sobre la Luna…?

Yo mismo, si mañana

a algún crítico ocioso y exigente

se le diera la gana

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215O B R A P O É T I C A

de zurrar a esta silva la pavana,

y de hacerlo delante de la gente,

pues yo mismo, aunque fuera a mi despecho,

(no pudiendo olvidarme de que es mía)

mirando la justicia no tendría

más que decir a todo: muy bien hecho.

Y tan es cierto que lo encuentro justo,

y que me temo mucho una descarga

por haberme salido con mi gusto,

que con objeto de que el sabio adusto

no halle esta saliva demasiado larga,

una vez que tú, Luna,

no me has de consolar si tal sucede,

lo cual (aquí en confianza) muy bien puede

por un capricho cruel de la fortuna,

bien convencido de que en todo caso

francos y leales seguiremos siendo

tan amigos como antes,

te dejo preparándole a la aurora

el dulce néctar de los nuevos broches,

y sin más que decirte por ahora,

con el alma, tu humilde servidora,

me alegraré que pases buenas noches.

[de zurrarle a esta silva la pavana,]

[más que decir a todo –pues bien hecho.]

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216

…Esa noche, ardiendo el pueblo

de animación y entusiasmo

bajo el influjo sublime

de tu genio soberano,

todo era bravos y dianas,

todo era vivas y aplausos,

todo cariño en los ojos,

todo cariño en los labios,

y todo flores, laureles,

admiración y… entretanto,

allá muy lejos, muy lejos,

sonando lento y pausado,

se alzaba entre las tinieblas

y entre el silencio un cadalso,

sin otro eco que el latido

del pecho del condenado

que en diálogo con la muerte

velaba en un subterráneo.

Aquel cadalso se alzaba

cada vez más y más alto,

como un espectro, sombrío,

como un vampiro, callado,

como una tumba, implacable,

y como un monstruo, inhumano;

El reo de muerteAl eminente actor don José Valero

1873

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217O B R A P O É T I C A

se alzaba y sin que ninguno

oyera aquel ruido amargo,

por los sollozos de un hombre

solamente acompañado.

La humanidad impasible

bajo su mudo letargo,

miraba crecer y alzarse

las formas de aquel cadalso,

cuando tú, tú que escuchaste

sus ecos tristes y vagos,

te levantaste por ella

con la voz del entusiasmo,

y en presencia de aquel pueblo

y enfrente de aquel tablado

ceñida con tus laureles

la hiciste hablar por tus labios,

salvando al sol de aquel día

del rubor de aquel cadalso.

Yo no sé si ya habrá muerto

aquel que en su desamparo,

aún más que unos pocos días,

y aún más que unos pocos años,

pudo gozar la dulzura

de ver a su hijo en los brazos,

libre del infame nombre

de hijo del ajusticiado;

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218

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

pero yo que desde niño

aprendí lleno de espanto

a aborrecer los verdugos

y a maldecir los cadalsos,

dejo a la gloria que entone

para ensalzarte su canto,

y del condenado a muerte

bajo los recuerdos gratos,

en nombre suyo, las gracias

de la humanidad te mando.

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219

JOSÉMARTÍ

el escritor y político, autor del incendiario texto “nuestra américa”, nació en la haba-na en 1853. Fue alumno del poeta rafael María de Men-dive, quien estimuló la voca-ción literaria y revolucionaria del muchacho. a los diecisiete años fue encarcelado por sus actividades independentistas; después, fue deportado a es-paña, y después se avecindó en México. aquí, en 1875, co-noce a rosario de la Peña, y también él cae prendado de ella. escribió varias cartas lle-nas de admiración por ella en las que le confiesa empezar a amarla. sobre acuña, declaró haber podido ser su “herma-no” de haberlo conocido y tra-tado; dice haber sido un alma afín a la del, ya para entonces, finado poeta. En vano luchó Martí por el amor de rosa-rio, ésta no le correspondería como él hubiera querido. or-ganizó un grupo de patriotas cubanos para ir a luchar por la independencia de la isla; sucumbió ante las balas realis-tas. es, junto con bolívar y san Martín, uno de los liberadores de hispanoamérica.

la habana, 1853dos ríos, 1895

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220

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

nació en saltillo en 1849, en una familia de pocos recursos que se dedicaba a la venta de mercería y telas. en sus estu-dios fue un alumno de exce-lencia. Muy unido a su fami-lia, al marchar a la Ciudad de México mantuvo una estrecha comunicación epistolar con sus padres. Por esto, la muerte del padre en 1871 fue un duro golpe para él. en la capital del país, traba amistad con varias personalidades importantes de la cultura de esos años. or-ganiza sociedades literarias, y discute sobre materialismo, doctrina a la que es afín. Co-noce a laura Méndez y procrea un hijo con ella, que muere al poco tiempo. Pero es rosario de la Peña la mujer de la que se enamorará irremediable-mente. es a ella a quien dedica el nocturno, acaso su compo-sición más famosa. en vano la pretendió, pues rosario nunca lo amó. Perpetuamente enfer-mo de melancolía, toma la de-cisión de ingerir una cantidad mortal de arsénico. la noticia de su muerte le dio la vuelta al mundo y estableció su le-yenda.

GUILLERMOPRIETO

Poeta liberal y defensor a ul-tranza de la república, su juventud está ligada a este periodo tormentoso del país. nacido en 1818, su carácter lo inclinó al romanticismo y sus primeras publicaciones aparecen en el Calendario de Galván de 1837 y el mosaico mexicano. durante la Guerra de reforma ejerció el cargo de ministro de hacienda en el gobierno itinerante de Juárez, y salvó la vida del presidente en Guadalajara gritando su célebre frase: “los valientes no asesinan”, cuando Juárez esta-ba a punto de ser fusilado. el resto de su vida estuvo ligado a los altibajos de la política nacional: fue ministro de Jus-ticia e instrucción Pública, de relaciones exteriores, diputa-do durante el porfiriato, entre muchos otros cargos. en su obra pinta tipos, costumbres y estampas mexicanas impreg-nadas de un fuerte sabor na-cionalista. Fue amigo cercano de rosario de la Peña e invi-tado frecuente a sus tertulias. ahí tuvo contacto con acuña, y alejó a laura Méndez del poeta.

Cd. de México, 1818tacubaya, 1897

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221

En cambio de los cielos

de amor y sentimiento

que al alma adolorida

abrió tu inspiración,

y en cambio de las horas

de olvido al sufrimiento

que a tu arpa dulce y blanda

le debe el corazón.

En cambio, nuestros cantos

y todo lo que encierra

de bueno y amoroso

nuestra alma y nuestro ser…

Y en cambio, nuestras flores,

las flores de esta tierra,

tu nido como alondra,

tu altar como mujer.18

73A Josef ina Pérez(En su álbum)

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222

Si del boscaje fecundo

no quise flores cortar,

cuando vi en mi afán profundo

que al robárselas al mundo

se las robaba a tu altar;

en mi ansia por tributarte

mi ofrenda de admiración,

acudo, señora, a darte,

si no las flores del arte,

las flores del corazón.

A la eminente actrizSalvadora Cairón18

73

Page 223: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

223

Pues que del destino en pos

débil contra su cadena,

frente al deber que lo ordena

tengo que decirte adiós;

antes que mi boca se abra

para dar paso a ese acento,

la voz de mi sentimiento

quiere hablarte una palabra.

Que muy bien pudiera ser

que cuando de aquí me aleje,

al decirte adiós, te deje

para no volverte a ver.

Y así entre el mal con que lucho

y que en el dolor me abisma,

yo anhelo que por mí misma

sepas que te quiero mucho.

Que enamorada de ti

desde antes de conocerte,

yo vine sólo por verte,

y al verte te puse aquí.

Adiós a MéxicoEscrita para la señora Cairón

y leída por ella en su función de despedida

1873

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224

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

Que mi alma reconocida

te adora con loco empeño,

porque tu amor era el sueño

más hermoso de mi vida.

Que del libro de mi historia

te dejo la hoja más bella,

porque en esa hoja destella

tu gloria más que mi gloria.

Que soñaba en no dejarte

sino hasta el postrer momento,

partiendo mi pensamiento

entre tu amor y el del arte.

Y que hoy ante esa ilusión

que se borra y se deshace,

siento, ¡ay de mí!, que se hace

pedazos mi corazón…

Tal vez ya nunca en mi anhelo

podré endulzar mi tristeza

con ver sobre mi cabeza

el esplendor de tu cielo.

Tal vez nunca a mi oído

resonará en la mañana,

[te debo la hoja más bella,]

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225O B R A P O É T I C A

la voz del ave temprana

que canta desde su nido.

Y tal vez en los amores

con que te adoro y te admiro,

estas flores que hoy aspiro

serán tus últimas flores.

Pero si afectos tan tiernos

quiere el destino que deje,

y que me aparte y me aleje

para no volver a vernos;

bajo la luz de este día

de encanto inefable y puro

al darte mi adiós te juro,

¡oh dulce México mía!,

que si él con sus fuerzas trunca

todos los humanos lazos,

te arrancará de mis brazos,

pero de mi pecho, ¡nunca!

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226

I

Medio oculta entre la selva 

como un nido entre las ramas, 

y medio hundido en el fondo 

tranquilo de una cañada, 

allá por aquellos tiempos 

hubo en Landín una casa 

que no por ser tan sencilla 

ni de una fecha tan larga, 

era menos pintoresca 

ni tampoco menos blanca. 

Sombreaba su puerta un olmo 

de hojosas y verdes ramas, 

punto de citas de todas 

las aves de las montañas; 

y en uno de sus costados, 

brotando límpida y clara, 

saltaba entre los terrones 

y entre las hierbas el agua, 

de noche siempre tranquila 

y eternamente callada. 

Apenas el Sol naciente 

filtraba por sus ventanas, 

cuando estremeciendo el aire, 

1873 Romancero de la Guerra de Independencia

El giro

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228

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

sonaban dulces y claras, 

la voz de una cuna hablando 

de cuanto los niños hablan; 

la voz de una madre, rica 

de sentimientos y de alma, 

y la voz de un hombre que era 

la eterna voz de la patria, 

soñando ya con sus glorias 

y ya con sus esperanzas. 

Tez cobriza como aquellos 

primeros hijos de Anáhuac, 

que tantas veces hicieron 

temblar de miedo a la España, 

cuando la España atrevida 

midió con ellos sus armas; 

fuerte y ágil como todos 

los hijos de las montañas; 

como un labriego, robusto; 

como un patriota, entusiasta; 

como un valiente, atrevido, 

y como un joven, todo alma, 

el hombre de aquellas selvas, 

el hombre de aquella casa, 

era el eterno modelo 

de esas figuras sagradas 

que en el altar de los siglos 

hacen un Dios de una estatua. 

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229O B R A P O É T I C A

Veinticinco años apenas 

por ese tiempo contaba, 

y de sus nobles heridas 

la suma aún era más larga, 

que no hubo por el Bajío 

ningún combate ni hazaña 

donde su ardor no estuviera, 

donde faltara su lanza, 

ni donde al grito de muerte 

sus huellas no señalara 

con el licor de sus venas 

o el de las venas extrañas. 

Y allí tranquilo y oculto 

su triste vida pasaba, 

lamentando en su impotencia 

la esclavitud de la patria 

que renunciando a la lucha, 

renunciaba a la esperanza: 

cuando una mañana, a la hora 

que el último sueño marca, 

despertó, oyendo a lo lejos 

un ruido confuso de armas; 

y adivinando al instante 

la suerte que le amagaba, 

bajó del lecho al influjo 

de una decisión extraña; 

besa en los labios a su hijo, 

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230

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

besa en la frente a su amada, 

clava los ojos ardientes 

en la entreabierta ventana, 

y al ver por sus enemigos 

ya casi envuelta su casa, 

salta a las rocas, y entre ellos 

se escapa por la montaña.

II

Aún no se alzaba del todo 

la niebla de la mañana, 

y aún no acertaban a darse 

cuenta de tamaña audacia 

los sitiadores furiosos 

que sorprenderle esperaban, 

cuando al galope y bajando 

camino de la cañada, 

vieron venir a lo lejos 

un grupo de gente armada, 

compuesto de ocho jinetes 

y el hombre que los mandaba; 

en mayor número que ellos 

y con superiores armas, 

seguros de la victoria 

fácil que se les aguarda, 

todos empuñan las riendas, 

todos afirman la lanza, 

todos ven al enemigo 

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231O B R A P O É T I C A

todos miden la distancia, 

y en silencio y todos ellos 

prontos a ponerse en marcha, 

sólo esperan a que llegue 

la hora de entrar en batalla. 

Los insurgentes en tanto 

viendo las huestes contrarias, 

más de coraje la encienden 

y más de amor la entusiasman, 

y ansiosos de dar su sangre 

por la salud de la patria, 

sobre el caballo se inclinan, 

la floja rienda adelantan, 

y fijos los barboquejos 

y el sombrero hacia la espalda, 

entre la niebla y el polvo 

corren, y vuelan y avanzan, 

siguiendo entre los peñascos 

al hombre de la cañada. 

Y ya los de Bustamante 

su primer paso avanzaban, 

anhelando en su impaciencia 

cómo acortar la distancia 

que la interpuesta colina 

con un recodo aumentaba; 

cuando de pie en lo más alto 

de las rocas escarpadas, 

vieron alzarse a un jinete 

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232

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

que con voz sonora y clara, 

—“Yo soy el Giro —les dijo, 

—si al Giro es a quien aguardan; 

y el que lo busque que venga 

si tiene honor y tiene alma, 

que a todos espera el Giro 

frente a frente y cara a cara”—. 

Dijo: y los fieros dragones 

al grito de “¡viva España!” 

como un solo hombre treparon 

hasta donde el Giro estaba 

dispuesto como los suyos 

a sucumbir por la patria… 

Y fue la lucha, y terribles 

al dar la espantosa carga, 

insurgentes y realistas 

ardiendo en cólera y rabia, 

se entremezclaron sedientos 

de victoria y de matanza…

Quiso la triste fortuna 

favorecer a la España, 

el brillo de sus fulgores 

negándole a nuestras armas, 

que ya de los insurgentes 

uno tan sólo quedaba 

a caballo todavía, 

pero ya herido y sin armas. 

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233O B R A P O É T I C A

Era el Giro, que entre doce 

dragones que le rodeaban, 

sin rendirse al desaliento 

ni inclinarse a la desgracia, 

luchaba y arremetía 

contra el que más se acercaba, 

convirtiendo a su caballo, 

a un tiempo en escudo y arma. 

Por fin un brazo atrevido 

clavó en su pecho una lanza, 

perder haciéndole el poco 

aliento que le quedaba; 

pero él aunque ya en el suelo, 

con fuerza siempre y con alma, 

coge la lanza, del pecho 

sin vacilar se la arranca, 

y estremecido y al grito 

de independencia y de patria, 

de pie sobre los peñascos 

a sus contrarios aguarda; 

y después de herir a todos 

los que a acercársele ensayan, 

hace huir a los restantes 

que ante heroicidad tamaña 

se alejan, y desde lejos 

lo rematan a pedradas.

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234

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

III

Mártir, que toda tu sangre 

supiste dar por la patria; 

tú, de los desconocidos 

que murieron por salvarla, 

¡gracias por tu fortaleza, 

por tu sacrificio, gracias!

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235

Ante el recuerdo bendito

de aquella noche sagrada

en que la patria aherrojada

rompió al fin su esclavitud;

ante la dulce memoria

de aquella hora y de aquel día,

yo siento que en la alma mía

canta algo como un laúd.

Yo siento que brota en flores

el huerto de mi ternura,

que tiembla entre su espesura

la estrofa de una canción;

y al sonoroso y ardiente

murmurar de cada nota,

siento algo grande que brota

dentro de mi corazón.

¡Bendita noche de gloria

que así mi espíritu agitas,

bendita entre las benditas

noche de la libertad!

Hora del triunfo en que el pueblo

A la patria 1873

Composición recitada por una niñaen Tacubaya de los Mártires,el 16 de septiembre de 1873

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236

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

vio al fin en su omnipotencia,

al Sol de la independencia

rompiendo la oscuridad.

Yo te amo… y al acercarme

ante este altar de victoria

donde la patria y la historia

contemplan nuestro placer,

yo vengo a unir al tributo

que en darte el pueblo se afana

mi canto de mexicana,

mi corazón de mujer.

Page 237: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

237O B R A P O É T I C A

El pasadoun ensayo dramático en tres actos

El 9 de mayo de 1872 se realizó el exitoso estreno de la obra El pasado, escrita

por Manuel Acuña, con la famosa actriz Pilar Belaval en el papel de Eugenia. En

dicho evento Acuña recibió al menos tres coronas de laurel, a las que luego haría

referencia en sus poemas y ofrendas a Rosario de la Peña. Se realizaron distintas

funciones, la mayoría de ellas con gran éxito; en otra de ellas la actriz española

Salvadora Cairón tomó el papel principal.

El pasado es una pieza dramática cuya acción total transcurre en doce horas;

inicia con el regreso a la ciudad de una pareja joven y feliz, y culmina con la pre-

cipitación de la mujer en la deshonra, asaltada por las sombras de su vida pre-ma-

trimonial, en el que tuvo que entregarse a un hombre tratando de salvar (aunque

sin éxito) a su madre moribunda. Encontramos en ella una relación temática con

el poema “La ramera”, también de su autoría, en donde alude a la novela La dama

de las camelias, de Dumas (“le convertiste de camelia en lodo”), otra de sus fuentes

de inspiración para este drama en tres actos.

Esta historia tuvo un gran éxito en su época. En 1926 se realizó su adaptación

para una película muda de Hollywood, dirigida por el canadiense Wilfred Lucas y

titulada Her sacrifice. Además, es perceptible su presencia como un hilo conductor

en la trama (mucho más moderna) con que Wilberto Cantón cuenta la historia de

la lavandera Soledad (empatándola con el personaje de Eugenia) en El Nocturno

a Rosario (1956).

En el segundo semestre del 2013 se realizaron tanto la adaptación como el

montaje de El pasado en distintos escenarios del estado de Coahuila, en el marco

del homenaje por el 140 aniversario luctuoso del poeta.

237

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En 1849 se premiaron en Saltillo los Juegos Florales convoca-dos por el Centenario de Manuel Acuña, en donde resultaron triunfadores los poetas Miguel N. Lira (categoría principal) y Salvador Novo (laudanza de la provincia). Este último presentó además en la capital coahuilense la obra de teatro El pasado, con actores del Instituto Nacional de Bellas Artes, siendo Bea-triz Aguirre quien representó el papel de Eugenia.

Page 239: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

El “Corrido de Manuel Acuña”, del poeta y editor tlaxcalteca Miguel N. Lira, logró cautivar al mismo tiempo la esencia popular del género y hacer un refinado retrato biográfico del autor saltillense: “Del aire van los suspiros / de amor, como contraseña, / y ya se los lleva el aire / a Rosario de la Peña”. Con él obtuvo el premio principal de los Juegos Florales, cuyo segundo premio fue para Elías Nandino con la obra “Dios poeta”.

Page 240: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

Según narra el crítico y académico Francisco Monterde, la actriz Ligia de Golconda le solicitó adaptar la obra de teatro El pasado para el cine, pero él se apartó del proyecto cuando los productores norteamericanos decidie-ron introducir un elemento absurdo de comedia que contrariaba el drama original. La actriz mexicana aparece en pantalla junto a Gaston Glass, Bryant Washburn, Gladys Brockwell y el pro-pio director de la cinta, Wilfred Lucas.

Page 241: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

La compañía teatral El Séptimo Cielo llevó la puesta en escena de El pasado a distintos escenarios durante el 2013. En la imagen,los actores Cristina Dávila y Juan Antonio Vi-llarreal interpretan a Eugenia y don Ramiro en el Teatro de la Ciudad Fernando Soler de Saltillo.

Page 242: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

242

Sonaron las campanas de Dolores, 

voz de alarma que el cielo estremecía, 

y en medio de la noche surgió el día 

de augusta Libertad con los fulgores.

Temblaron de pavor los opresores, 

e Hidalgo audaz al porvenir veía, 

y la patria, la patria que gemía, 

vio sus espinas convertirse en flores.

¡Benditos los recuerdos venerados 

de aquellos que cifraron sus desvelos 

en morir por sellar la independencia;

aquellos que vencidos, no humillados, 

encontraron el paso hasta los cielos 

teniendo por camino su conciencia!

Hidalgo1873

Page 243: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

243

Después de aquella página sombría

en que trazó la historia los detalles

de aquel horrible día,

cuando la triste Méxitli veía

sembradas de cadáveres sus calles;

después de aquella página de duelo

por Cuauhtémoc escrita ante la historia,

cuando sintió lo inútil de su anhelo;

después de aquella página, la gloria

borrando nuestro cielo en su memoria

no volvió a aparecer en nuestro cielo.

La santa, la querida

madre de aquellos muertos, vencedores

en su misma caída,

fue hallada entre ellos, trémula y herida

por el mayor dolor de los dolores…

En su semblante pálido aún brillaba

de su llanto tristísimo una gota…

A su lado se alzaba

junto a un laurel una macana rota…

y abandonada y sola como estaba,

vencido ya hasta el último patriota,

al ver sus ojos sin mirada y fijos,

15 de septiembre

[borrando a nuestro suelo en su memoria]

1873

Page 244: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

244

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

los españoles la creyeron muerta,

y del incendio entre la llama incierta

la echaron en la tumba con sus hijos…

Y pasaron cien años y trescientos 

sin que a ningún oído

llegaran los tristísimos acentos

de su apagado y lúgubre gemido;

cuando una noche un hombre que velaba

soñando en no sé qué grande y augusto

como la misma fe que le inspiraba,

oyó un inmenso grito que le hablaba

desde su alma de justo...

—Yo soy —le repetía—,

descendiente de aquellos que en la lucha

sellaron su derrota con la muerte…

¡Yo soy la queja que ninguno escucha,

yo soy el llanto que ninguno advierte!…

Mi fe me ha dicho que tu fuerza es mucha,

que es grande tu virtud y vengo a verte;

que en el eterno y rudo sufrimiento

con que hace siglos sin cesar batallo,

yo sé que tú has de darme lo que no hallo:

mi madre que está aquí porque la siento—.

Dijo la voz, y al santo regocijo

que el anciano sintió en su omnipotencia,

Page 245: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

245O B R A P O É T I C A

—Si el indio llora por su madre —dijo—,

yo encontraré una madre para ese hijo,

—y encontró aquella madre en su conciencia.

A esta hora, y en un día

como éste, en que incensamos su memoria,

fue cuando aquel anciano lo decía,

y desde ese momento, patria mía,

tú sabes bien que el astro de tu gloria

clavado sobre el libro de tu historia,

no se ha puesto en tus cielos todavía.

A esta hora fue cuando rodó en pedazos

la piedra que sellaba aquel sepulcro

donde estuviste, como Cristo, muerta

para resucitar al tercer día;

a esa hora fue cuando se abrió la puerta

de tu hogar, que en su seno te veía

con un supremo miedo en su alegría

de que tu aparición no fuera cierta;

y desde ese momento, y desde esa hora,

tranquila y sin temores en tu pecho,

tu sueño se cobija bajo un techo

donde el placer es lo único que llora…

Tus hijos ya no gimen

como antes al recuerdo de tu ausencia,

ni cadenas hay ya que los lastimen…

[tú sabes bien que el astro de la gloria]

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246

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

En sus feraces campos ya no corre

la sangre de la lucha y la matanza,

y de la paz entre los goces suaves

bajo un cielo sin sombras ni vapores,

ni se avergüenzan de nacer tus flores,

ni se avergüenzan de cantar tus aves.

Grande eres y a tu paso

tienes abierto un porvenir de gloria

con la dulce promesa de la historia

de que para tu Sol nunca habrá ocaso…

Por él camina y sigue

de tu lección de ayer con la experiencia;

trabaja y lucha hasta acabar esa obra

que empezaste al volver a la existencia,

que aún hay algo en tus cárceles que sobra

y aún hay algo que el vuelo no recobra,

y aún hay algo de España en tu conciencia.

Yo te vengo a decir que es necesario

matar ya ese recuerdo de los reyes

que escondido tras de un confesionario

quiere darte otras leyes que tus leyes…

Que Dios no vive ahí donde tus hijos

reniegan de tu amor y de tus besos,

que no es el que perdona en el cadalso,

que no es el del altar y el de los rezos;

[En tus feraces campos ya no corre]

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247O B R A P O É T I C A

que Dios es el que vive en tus cabañas,

que Dios es el que vive en tus talleres

y el que se alza presente y encarnado

allí donde sin odio a los deberes

se come por la noche un pan honrado.

Yo te vengo a decir que no es preciso

que muera a hierro el que con hierro mate,

que no es con sangre como el siglo quiere

que el pueblo aprenda las lecciones tuyas;

que el siglo quiere que en lugar de templos

le des escuelas y le des ejemplos,

le des un techo y bajo dél lo instruyas.

Así es como en tu frente 

podrás al fin ceñirte la corona

que el porvenir te tiene destinada;

él, que conoce tu alma, que adivina

en ti a la santa madre del progreso,

y que hoy ante el recuerdo de aquella hora

en que uno de sus besos fue la aurora

que surgió de tu noche entre lo espeso,

mientras el pueblo se entusiasma y llora

te viene a acariciar con otro beso.

Page 248: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

248

Como el fantasma de una noche hiriente,

que desafiando al Sol se alza a su culto,

prolongando en la aurora del presente

tal tinieblas informes del pasado:

Como el negro eslabón de una cadena,

sola en pedazos al furor del preso…

que aúna y se adhiere y resuena

al fin del redimido del progreso;

hay un recuerdo lúgubre y sombrío,

que entre las brumas del ayer se elevan;

y el ánimo se queda ya sin brío.

ante las leyes que lo protervan,

La mujer*1873

*La transcripción de este poema o fragmento (incluido en Obras, 260) se antoja incompleta, y su puntuación

sin duda equívoca.

Page 249: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

i n F l u e n C i a

Estrenada en 1955, en Saltillo, bajo la di-rección de Salvador Novo, esta obra fue publicada en 1956 por Juan José Arreola en Los Presentes. En ella Cantón atrapa la pasión que late en el “Nocturno”, nu-triéndose por igual de datos reales que de los mitos que rodean la vida y la muerte de Manuel Acuña.

Galardonado con el Premio Lengua de Trapo por esta obra, Pepe Monteserín aborda en La lavandera el entendido de una relación cercana, acaso demasiado, entre Manuel Acuña y Soledad: Según Luis García Montero, se trata de “una ex-celente novela para aproximarse a la fi-gura del poeta mexicano Manuel Acuña, así como para asomarse a los intrincados caminos del azar y de la vida”.

En este libro de 2009, coeditado en 2013 por la editorial Alfaguara y la Secretaría de Cultura de Coahuila, César Güemes toma la muerte de Acuña, y sobre todo su escueta nota suicida, como pretexto para emprender una profunda investigación y desarrollar una novela policíaca en dos épocas distintas a la vez: ¿Quién y por qué mató a Manuel Acuña?

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menino, del suicidio y de la certeza de que la tumba es el final de la jornada”, según apunta el periodista cultural Miguel Ángel Quemain. En Los tres García, filme de 1946 dirigido por Ismael Rodríguez, el personaje de Luis Manuel (interpretado por Víctor Mendoza), le declama a Lupita (Marga López) el ”Nocturno” de Acuña, pretendiendo que es de su autoría.

El mismo “Nocturno”, ha sido asimismo musicalizado e interpretado entre otros por Lorenzo de Monteclaro, Chalino Sánchez, Los Tepetatles, el uruguayo Héctor Numa Moraes, el Grupo Comanche de Guatemala y Los Alta-miranos, de Chile.

La influencia cultural que ha tenido Manuel Acuña como autor y personaje abarca muy distintas manifestaciones: vida, obra y muerte del poeta sirvieron, por ejemplo, de inspiración para la película Nocturno a Rosario, de 1991, dirigida por Matilde Landeta y protagonizada por Ofelia Medina, mientras que en el 2013, como parte del homenaje por el 140 aniversario luctuoso, el Festival de Cine de la Sección 38 del SNTE dio lugar al estreno de cinco cortome-trajes inspirados en la vida de Acuña.

El dramaturgo Héctor Mendoza publicó en 1975 la obra In Memoriam, espectáculo basa-do en la vida y obra de Manuel Acuña, “una visión extraordinaria del poeta, del eterno fe-

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251

Iglesia y Biblioteca, Ayer y Ahora.

¡Qué inmensa diferencia entre las dos!

Ayer era la noche, hoy es la aurora,

hoy en su altar al Porvenir se adora:

¡Salud al nuevo Dios!

En la biblioteca popular Improvisación

1873

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252

En este campo do el placer rebosa

y se alzan en dormidos espirales

los húmedos aromas que desprenden

de sus abiertas flores los rosales,

en estos sitios del placer morada

y de entusiasmo y gloria en un momento,

pequé contra el segundo mandamiento

por dejar satisfecha a mi adorada;

y aprovechando el rato

que empleaba su mamá cogiendo fresas,

le dije mil ternezas

de mi ferviente amor al arrebato.

Ella es de hueso y carne,

yo soy de carne y hueso,

su boca estaba cerca de la mía,

ninguno nos veía;

y ya podrá el lector hacerse cargo

que entre un ramaje espeso

jamás se nos ocurre un sin embargo

para plantar o recibir un beso.

Yo estaba medio loco,

ella casi lo mismo,

1873 En este campo do

el placer rebosaYo pecador.

Ripalda

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253O B R A P O É T I C A

los dos nos acercamos poco a poco;

y cometido ya el primer pecado

y hallando en sus caricias un pretexto

llegué al cuarto, y al quinto delirante

a no llegar mi suegra en ese instante

estoy seguro que cometo el sexto.

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254

Cuando todo era flores tu camino, 

cuando todo era pájaros tu ambiente, 

cediendo de tu curso a la pendiente 

todo era en ti fugaz y repentino.

Vino el invierno, con sus nieblas vino 

el hielo que hoy estanca tu corriente, 

y en situación tan triste y diferente 

ni aun un pálido Sol te da el destino.

Y así es la vida; en incesante vuelo 

mientras que todo es ilusión, avanza 

en sólo una hora cuanto mide un cielo;

y cuando el duelo asoma en lontananza 

entonces como tú, cambiada en hielo, 

no puede reflejar ni la esperanza.

A un arroyoA mi hermano Juan de Dios Peza

1873

[el hielo que hoy estanca la corriente,]

[en una hora lo que mide el cielo;]

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255O B R A P O É T I C A

e s C u e l a n a C i o n a l d e M e d i C i n a

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r o t o n d a d e l o s h o M b r e s i l u s t r e s

Vista original (1949) de la tumba de Manuel Acuña en la Rotonda de los Hombres Ilustres de Coahuila, y de la remo-delación realizada por María del Refugio Trejo, admiradora del poeta saltillense (2013).

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257

Sí, mi amigo don Gregorio,

tiene usted mucha razón,

eso mismo que usted dice,

eso mismo digo yo…

I

Juzga usted que es una plaga,

que es un castigo de Dios,

esa turba de mocosos

sin quehacer ni ocupación,

que a falta de otra han tomado

la carrera de escritor;

que si hablan del Nigromante

no lo bajan de chambón,

que a Altamirano lo acaban,

que a Peredo le hacen fo,

que a Prieto lo ponen de asco,

que a Justo lo dejan peor,

y que llevando hasta Europa

su crítica erudición,

destrozan a Victor Hugo

y a Dumas y a Campoamor

y a cuantos hallan al paso,

con su hidrofobia feroz;

Letrilla 1873

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258

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

y agrega usted que sería

muchisísimo mejor

que hacerles caso o echarles

un indigesto sermón,

dejarlos a que los oiga

la madre que los parió.

Pues sí, señor don Gregorio,

tiene usted mucha razón,

eso mismo que usted dice,

eso mismo digo yo.

II

Juzga usted que es un espanto

piensa usted que es un horror,

ver tantas composiciones

como se publican hoy,

en que después de salirnos

el imberbe trovador

con uno de esos ideales

que ya se hacen de cajón,

muy sonrosados los labios,

muy argentina la voz,

muy los cabellos de seda

(vaya una trasposición),

y muy llena de desdenes,

que los merece el autor,

termina éste con que la ama

con todo su corazón,

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259O B R A P O É T I C A

cuando mejor que ocuparse

en hablarnos de su amor

y en pintarnos los efectos

de su estúpida pasión

según usted, debería,

aquí para entre los dos,

decirse bruto tres veces

con mucha circunspección,

alzar al cielo los ojos,

rezar el “yo pecador”

y en seguida dispararse

media pistola de Colt.

Pues sí, señor don Gregorio,

tiene usted mucha razón,

eso mismo que usted dice,

eso mismo digo yo…

III

Dice usted que ya da miedo

que vale lo menos dos,

ver a tantos que pretenden

demostrar su erudición

llenando de latinajos

su inconocible español,

y que tal verso de Ovidio

lo dan por de Cicerón,

cuando nunca escribió versos

Page 260: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

260

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

el pobrecito orador,

que a despecho suyo tiene

que pasar por un ladrón

gracias al atrevimiento

de esos benditos de Dios,

y agrega usted, amigo mío,

que en su muy pobre opinión

debieran esos señores

fijarse en que escriben hoy

que son tan raros los sabios

en la lengua de Catón,

y en que cada cita de esas,

sépase la lengua o no,

viene a ser como un peñasco

donde el mísero lector

tiene a fuerza que pararse

y aguantarse un tropezón

que bien puede hacer a alguno

que mande al diablo al autor.

Pues sí, señor don Gregorio,

tiene usted mucha razón,

eso mismo que usted dice,

eso mismo digo yo…

IV

Concluye usted en su carta,

mi buen amigo y señor, [mi muy amigo y señor,]

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261O B R A P O É T I C A

diciéndome que no acierta

a encontrar la explicación

de esas ínfulas de sabio

y ese aire de hombre de pro

con que se presenta alguno

por haber sido orador

y haber gritado en septiembre,

¡Viva la Constitución!

Lo que le aplaudieron mucho,

según dice él que lo oyó;

y protesta usted por su alma,

que no halla puesto en razón

que por sólo ese motivo

se le haga miembro de honor

de cuanta academia existe

dentro de la población,

ni que se inscriba su nombre

como colaborador

a la cabeza de todos

los diarios que salen hoy,

haciéndolo revestirse

de ese aire de protección

con que trata aun a los mismos

de donde el necio salió,

y a quienes usted querría

degollar de dos en dos

para acabar con la raza

Page 262: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

262

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

y quedarnos usté y yo,

que somos tan campechanos

y hombres de tan buen humor

y que hacemos unos versos

que le gustan hasta a Dios.

Pues sí, señor don Gregorio,

tiene usted mucha razón,

eso mismo que usted dice,

eso mismo digo yo…

Page 263: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

263

Soñando y reclinado en la pendiente

de la colina verde y matizada,

donde una noche sorprendí a mi amada

repitiendo mi nombre tristemente;

allí donde la virgen inocente

temblando en su rubor de enamorada

me hizo oír esa frase idolatrada

que aún hoy pienso escuchar en el ambiente;

allí me hallaba yo y allí lloraba

la dulce dicha de mi amor ya muerto,

la dulce dicha que tan pronto acaba,

cuando oyendo una voz, callo, despierto…

y era Nemesio el mozo, que gritaba:

“Se acaba el desayuno”… y era cierto.

[Tendido, recostado en la pendiente]

[repitiendo mi nombre dulcemente]

[Ahí donde la virgen inocente]

[me dijo, con la cara arrebolada,]

[que siempre me amaría.Eternamente.]

[Ahí me hallaba yo y ahí soñaba]

[y era Nemesio Icaza que gritaba:]

[¡Se acaba el desayuno!… ¡Y era cierto!]

S/FTodo se acaba

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264

Cuando a su nido vuela el ave pasajera,

a quien amparo disteis, abrigo y amistad,

es justo que os dirija su cántiga postrera,

antes que deje, triste, vuestra natal ciudad.

Al pájaro viajero que abandonó su nido

les disteis un abrigo, calmando su inquietud;

¡oh! tantos beneficios, jamás daré al olvido,

durable cual mi vida será mi gratitud.

En prueba de ella os dejo lo que dejaros puedo,

mis versos, siempre tristes, pero los dejo así;

porque me pienso, a veces, que entre sus letras quedo,

porque al leerlos creo que os acordáis de mí.

Voy, pues, a referiros una sencilla historia

que en mi alma, desolada, honda impresión dejó;

me la contaron…, ¿dónde?… es frágil mi memoria…

acaso el héroe de ella… o bien, la soñé yo.

Era una linda rosa, brillante enredadera,

tan pura, tan graciosa, espléndida y gentil,

que era el mejor adorno de la feraz pradera,

la joya más valiosa del floreciente abril.

Historia de un pensamientoS/F

Page 265: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

265O B R A P O É T I C A

Al pie de ella crecía un pobre pensamiento,

pequeño, solitario, sin gracia ni color;

pero miró a la rosa y respiró su aliento

y concibió por ella el más profundo amor.

Mirando a su querida pasaba noche y día,

mil veces, ¡ay!, le quiso su pena declarar;

pero tan lejos siempre, tan lejos la veía,

que devoraba a solas su pena y su pesar.

A veces le mandaba sus tímidos olores,

pensando que llegaban hasta su amada flor;

pero la brisa leve, al columpiar las flores,

llevábase muy lejos la prenda de su amor.

El pobre pensamiento mil lágrimas vertía,

desoladora lágrimas, de acíbar y de hiel,

mientras la joven rosa, sin ver a otras crecía,

y mientras más crecía, más se alejaba de él.

Llega un jazmín en tanto a la pradera bella,

también amó a la rosa al punto que la vio;

pero él fue más dichoso, pudo llegar hasta ella,

le declaró su pena y, al fin, la rosa amó…

¿Comprenderéis ahora al pobre pensamiento,

al ver correspondido a su feliz rival?

Page 266: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

266

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

¿No comprendéis su horrible, su bárbaro tormento,

al verse condenado a suerte tan fatal?

Después lo trasplantaron; vivió en otras praderas;

indiferencia, olvido y hasta placer fingió;

miraba flores lindas, brillantes y hechiceras,

pero su amor, constante y fiel permaneció.

Por fin una mañana, estando muy distante,

el céfiro contóle las bodas del jazmín;

él escuchó sonriente, y ciego y delirante,

loco placer fingiendo, creyó olvidar al fin.

Pero al siguiente día con lágrimas le vieron

las flores, e ignorando su oculto padecer,

“Tú lloras, pensamiento, tú lloras”, le dijeron;

“No es nada, contestóles, es llanto de placer”.

Ved la sencilla historia que os ofrecí contaros,

acaso os entristezca, pero la dejo así;

adiós, adiós, ya parto; me atrevo a suplicaros

que la leáis a solas y os acordéis de mí.

Page 267: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

267

De un pozo en el abismo

cayó don Blas y se rompió el bautismo.

Pero a pesar de esa desgracia rara

el agua de aquel pozo quedó clara

y los que la bebían

“está muy dulce” el agua me decían

y yo vine a sacar por consecuencia

que siempre no es amarga la existencia.

De Acuña(Inédito)

S/F

Page 268: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

Víctima de su popularidad y de la leyenda desatada en torno a su no-

velesco suicidio, la azarosa obra de Manuel Acuña ha sobrevivido a los

gustos literarios de varias épocas y generaciones, a los movimientos y a

las escuelas poéticas que la eclipsaron o la descalificaron −del modernis-

mo a los vanguardias del siglo XX− así como al escrutinio de numerosos

críticos que, en el mejor de los casos, “le perdonaban la vida” por el mérito

de reunir dos o tres poemas de valía. El arco de tiempo de su producción

literaria es impresionantemente breve: cinco años. Como lo anota José

Luis Martínez “Acuña escribe su obra entre 1868 y 1873, es decir, entre

sus diecinueve y sus veinticuatro años…”1

1 Manuel Acuña, Obras. Poesía, teatro, artículos y cartas. Edición y prólogo de José Luis

Martínez, Editorial Porrúa, S. A., México, 1986, p. VI.

ernesto luMbreras

MANUEL ACUÑA:EL PoETA Y EL SUiCidA

Page 269: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

En otras latitudes geográficas y estéticas, la obra de Arthur Rimbaud,

según refiere Verlaine, se escribió entre los dieciséis y veintidós años; la de

John Keats, que también fue estudiante de medicina como Acuña, se ges-

taría entre los dieciocho y veinticinco años. Sin embargo, a diferencia del

francés y del inglés, el mexicano dejaría una obra dispersa en periódicos y

revistas con la sola excepción de “La gloria” (1873), breve poema escrito en

dos cantos publicado en un fascículo pocos meses antes de su trágico final.

Con la estima y la tutela intelectual de las figuras del momento, Ig-

nacio Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano a la cabeza, el joven poeta se

convertiría muy pronto en l ’enfant terrible de la poesía mexicana románti-

ca. ¿Cuáles fueron las pruebas y los escenarios para alcanzar tal reconoci-

miento? Coincidiendo con su entrada a la Escuela de Medicina en 1868,

Manuel Acuña ingresó a la vida literaria de aquellos años participando en

la Sociedad Filoiátrica y en la Sociedad Literaria Netzahualcóyotl y, más

tarde, en 1872, en calidad de socio titular en el prestigiado Liceo Hidalgo;

asimismo publicará poemas y artículos en los principales diarios y revistas

de la restaurada República: El Renacimiento, El Libre Pensador, El Federa-

lista, El Siglo XIX, El Búcaro, El Domingo, La Iberia, El Anáhuac, La De-

mocracia, El Eco de Ambos Mundos y en el periódico humorístico El Torito.

Sin embargo, el acontecimiento que colocaría la corona de laurel sobre sus

sienes sería, literal y simbólicamente, el estreno de su obra El pasado el 9 de

mayo de 1872 en el Teatro Principal; dicho drama tendría, en total, cuatro

representaciones siendo el escenario de la última el Teatro Nacional, el 26

de julio de 1873, a cargo de la compañía del famoso actor español José Va-

lero teniendo en el papel de Eugenia a la primera actriz Salvadora Cairón.2

2 Refiere José Luis Martínez que el drama de Acuña también se representó en Toluca y en

Puebla.

ernesto luMbreras

MANUEL ACUÑA:EL PoETA Y EL SUiCidA

Page 270: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

Habría que destacar un coliseo más en la exhibición y la aprobación del

genio de las glorias líricas del México de finales del tercer cuarto del siglo

XIX: las tertulias literarias. En tales reuniones, Manuel Acuña fue una cele-

bridad. Convocadas por instituciones científicas, cívicas o sociales, la orden

del día incluía entre los discursos y los brindis inevitables, la lectura de una

o varias piezas líricas. En ese entendido, de los 82 poemas reunidos en sus

Obras pueden tomarse como piezas de ocasión, con los altibajos inevitables

que toda obra de encargo conlleva, cerca de la mitad de su producción.

Entre sus contemporáneos, el bardo saltillense gustaba de obsequiar, en

las tertulias de corte social, poemas autógrafos codiciados por los álbumes

nacarados o ebúrneos de las señoritas y señoras que se daban cita a estos

rituales decimonónicos. De aquellos “versos de salón” (Nicanor Parra dixit)

es posible rescatar algunos poemas como “Oda. A la memoria del eminente

naturalista el doctor Leonardo Oliva”, leída en sesión extraordinaria de la

Sociedad de Historia Natural el 17 de enero de 1873 con la presencia de

Sebastián Lerdo de Tejada, Presidente de la República tras la muerte de

Benito Juárez.

¿Cuáles son esos dos o tres poemas que sobreviven más allá del interés

¿arqueológico? ¿sentimental? ¿sociológico? de los historiadores de la litera-

tura mexicana del siglo antepasado? Para Marcelino Méndez y Pelayo, en

el balance de una antología de poetas de lengua castellana de 1892, eran

salvables de la criba solamente el “Nocturno” y “Ante un cadáver”. Un si-

glo después, Marco Antonio Campos anota: “…no deja de asombrarnos la

precocidad deslumbrante que lo llevó a escribir poemas como ‘A Laura’ su

primer gran instante lírico, a los 22 años; ‘Ante un cadáver’, la pieza maestra

del romanticismo tardío mexicano, apenas cumplido los 23; el ‘Nocturno’,

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ramos de flores envenenadas, cuando estaba por cumplir los 24, y ‘Hojas

secas’, ya cerca del final de su vida…”3 En la antología, Poesía romántica

(1941), prologada por José Luis Martínez y seleccionada por Alí Chuma-

cero, la muestra del poeta coahuilense la integran ocho piezas: “La brisa”,

“La felicidad”, el soneto que comienza con “Porque dejaste el mundo de

dolores”, “A una flor”, “A un Arroyo”, “Gracias”, “Hojas secas” y “Ante un

cadáver”.

En su “antología de lector”, de “poemas y tipos de poesía, tanto o más

que de poetas”, es decir, en Ómnibus de poesía mexicana, Gabriel Zaid se

desentiende del gusto popular alrededor del “Nocturno”, ausente también

en la selección de Chumacero, y reproduce tan sólo algunos fragmentos

de “Ante un cadáver”, poema que también había escogido, décadas atrás,

Octavio Paz para una antología preparada para la UNESCO con traducción

al inglés de Samuel Beckett.4 Por supuesto, los frutos maduros y luminosos

del malogrado Manuel Acuña se cuentan con los dedos de una sola mano.

Desde un punto de vista literario, a nuestra lírica romántica le faltó ambi-

ción de límites más allá del desgarramiento emocional o del fragor nacio-

nalista. En la revisión a la antología citada, José Luis Martínez pone las

cartas al descubierto: “No es, empero muy rico el fruto de esta antología. De

ella salvamos la imagen de un romanticismo frenado, reducido a la propia

forma mexicana. De ella podrían salvarse, sobre todo, varios poemas y un

3 Manuel Acuña. La desdicha fue mi Dios. Compilación y estudio de Marco Antonio Campos,

Cuadernos de la Memoria. UAM, México, 2001, p. 29

4 En la versión beckettiana el título del poema es “Before a Corpse” y el primer terceto se lee

de la siguiente forma: “Well! there you lie already on the board / where the far horizon of our

knowledge / dilate and darkens to a vaster verge.”

Ma

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Page 272: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

poeta.”5 Y por supuesto, no es Acuña la excepción romántica, sino el bardo

de la inspiración voluptuosa, el elegido por Rosario de la Peña, Manuel M.

Flores.

Pensando en una nueva edición de sus obras completas es deseable

que se tome en cuenta el trabajo de Pedro Caffarel Peralta, El verdadero

Manuel Acuña (1984, 1999), investigación rigurosa y legitimada por acudir

a testimonios y fuentes originales, incluidos los álbumes de Rosario de la

Peña y de su hermana Asunción, para fijar una importante colección de los

poemas de Acuña.

¿Termina o comienza una época para la poesía mexicana del siglo an-

tepasado con su suicidio? Las posibilidades de la lírica del vate coahuilense,

de no haber cedido a la tentación del cianuro, se abrían hacia dos dominios.

El primero, bajo el influjo de la poesía de Bécquer, perceptible en la serie

de poemas titulada “Hojas secas” y en el soneto “A un arroyo” dotaba a su

visión de varios elementos ausentes en su obra y en la de sus contempo-

ráneos: la naturaleza enigmática, la conciencia del poeta como parte de

un todo orgánico y la dualidad benéfica del amor y de la muerte. El otro

rumbo esbozado en su poesía se localiza en el territorio de la ironía y sus

diversas graduaciones; en poemas como “A la luna”, “Rasgo de buen humor”

y “En este campo do el placer rebosa” Acuña se desmarca de su habitual

patetismo y, en una suerte de monólogo, parodia los prestigios de la poesía

y de las buenas costumbres, adelantándose varias décadas a los “cuadros

en movimiento” de Gutiérrez Nájera y de López Velarde. Quizás, con una

dosis mayor de todos estos ingredientes, su poesía habría salvado al poeta

5 Poesía romántica. Prólogo de José Luis Martínez y selección de Alí Chumacero, Biblioteca

del Estudiante Universitario 30, UNAM, 1941, p. XXVI

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Page 273: MANUEL ACUÑA - En nombre de ese laurel (T. 2)

apartándolo del deseo, largamente añorado, de observarse como el objeto

de estudio de una plancha de disección en la Escuela de Medicina, a ima-

gen y semejanza del cuerpo de su más célebre y acabado poema, “Ante un

cadáver”.

A los pocos meses de su entierro6, con todos los honores laicos de un

vate de la nueva República, los amigos del malogrado Acuña dieron a la

imprenta la reunión de su poesía, dispuesta en un orden cronológico de

acuerdo a la aparición de cada pieza lírica en las múltiples publicaciones

periódicas. Después de esa edición vendrían otras, con el sello de editoras

francesas y españolas, como era costumbre en aquella época, incorporando

de tiempo en tiempo poemas no coleccionados. A lo largo y ancho del con-

tinente de la lengua castellana, la leyenda del poeta mexicano se divulgaba

con curiosa morbosidad, al tiempo que un ejército de declamadores reblan-

decía el alma de los asistentes en teatros abarrotados por devotos –de Ma-

drid a Buenos Aires, de México a Lima, de Barcelona a La Habana− que

repetían a coro los versos del “Nocturno (a Rosario)” que un actor al borde

del colapso desgranaba con voz de fatales y trágicas melodías.

6 Hasta ahora, la crónica ensayística mejor documentada, y por demás amena, en torno a la

tragedia de Acuña se encuentra en el capítulo III, “Un testamento de la ciudad romántica. (6

de diciembre de 1873)” del libro Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México

1850-1992 de Vicente Quirarte. Gracias a este estudio, conocemos los detalles de la víspera

de su encuentro con la del “rubor helado”así como del legendario cortejo de sus funerales,

otorgándonos mayores elementos para comprender el mito que comenzaba a gestarse alrededor

de la figura del poeta coahuilense.

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Figura 1. Inscripción sobre un cráneo(Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza)

Figuras 2-3. Antiguo Colegio de San Ildefonso(Retrato: La Escuela Nacional Preparatoria…, 1972;Antiguo Colegio: http://www.kiodigital.com/KIODIGITAL/contenidos/revistas/mexicanisimo/no37/final/files/assets/seo/page51.html)

Figuras 4-5. Escuela Nacional de Medicina(Retrato: Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza;Escuela: El palacio de la inquisición de Francisco de la Maza, 1985, cortesía del Archivo General de la Nación)

Figuras 6-9. Ediciones de su obra(Poesías de Garnier Hermanos, 1885; Poesías completas, Ediciones Papel de poesía; Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898; Manuel Acuña: poesía y prosa)

Figuras 10-13. Obras relacionadas(Manuel Acuña visto a través de los Escritores Coahuilenses Actuales, 1974;Poesía reunida, 1999; Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza;Manuel Acuña en Ciudad de México de Marco Antonio Campos, 2001)

Figuras 14-17. Retratos de Manuel Acuña(Manuel Acuña de José Farías Galindo, 1971)

Figura 18. NocturnoGrabado de Miguel Canseco

Iconografía

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Figura 19. Manuel Acuña(Manuel Acuña de José Farías Galindo, 1971)

Figura 20. Juan Díaz Covarrubias(El parnaso mexicano, tomo II, 1886)

Figura 21. Ignacio Manuel Altamirano(El parnaso mexicano, tomo III, 1885)

Figura 22. Ondinas que se tienden por el aire(Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898)

Figuras 23-24. Manuel Acuña en Saltillo(Colegio Josefino: Archivo Municipal de Saltillo;Mural: obra de Elena Huerta en el Centro Cultural Vito Alessio Robles. Fotografía: Gabriela Balleza)

Figuras 25-26. Manuel Acuña en Saltillo(Antiguo Teatro Acuña: Archivo Municipal de Saltillo;Mural: obra de Salvador Almaraz en el Palacio de Gobierno de Coahuila. Fotografía: Gabriela Balleza)

Figura 28. Guillermo Prieto(http://es.wikipedia.org/wiki/Guillermo_Prieto)

Figuras 29. Ignacio Ramírez(El parnaso mexicano, tomo II, 1886)

Figura 29-30. Dios y compañía, ópticos(Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza)

Figura 31. Juan de Dios Peza(Mil Personajes en el México del Siglo XIX: 1840 1870 de Enrique Cárdenas de la Peña, cortesía del Archivo General de la Nación)

Figura 32. La vida del campo(Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898)

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Figura 33. Garcilaso, San Juan, Byron, Lavoisier(http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Retrato_de_Garcilaso_de_la_Vega.jpg; http://soloconamor.wordpress.com/2010/12/14/en-el-calendario-san-juan-de-la-cruz/; http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/a/a8/Lord_Byron_coloured_drawing.png; http://tyland.files.wordpress.com/2012/08/photo_lavoisier-antoine_laurent_de_001.jpeg)

Figura 34. Una traducción de Samuel Beckett(http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/09/Samuel_Beckett,_Pic,_1.jpg; Mexican Poetry, 1958 y 1965)

Figura 35. Ante un cadáver(Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza)

Figura 36. Retrato de Manuel Acuña(Obra de Manuel Muñoz Olivares, 1973. Fotografía: Gabriela Balleza)

Figura 37. Saltillo: la casa donde nació el poeta (Antigua: Manuel Acuña de José Farías Galindo, 1971; Actual: cortesía del arquitecto Arturo Villareal)

Figuras 38-40. La casa de Manuel Acuña(Cortesía del arquitecto Arturo Villareal)

Figura 41. José Martí(http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Francisco_Mart%C3%AD _y_Zayas-Baz%C3%A1n)

Figura 42. Justo Sierra(http://www.inehrm.gob.mx/imagenes/jsierra/03.jpg)

Figura 43. El Giro(Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898)

Figuras 44-45. El pasado(Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898)

Figuras 46-47. Festejos del Centenario(Cortesía de Centro Cultural Vito Alessio Robles;El Corrido de Manuel Acuña de Miguel N. Lira)

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Figuras 48-49. Her Sacrifice(http://www.4shared.com/all-images/tajtBW0e/LIGIA_DE_GOLCONDA.html;http://www.amazon.com/Her-Sacrifice-Gaston-Glass/dp/B007NJTK34)

Figura 50. Obra de teatro El pasado(Cortesía de Gabriela Balleza)

Figuras 51-53. Influencia(Nocturno a Rosario de Wilberto Cantón, 1956; La lavandera de Pepe Monteserín, 2007; Cinco balas para Manuel Acuña de César Güemes, 2013)

Figuras 54-57. Influencia (Los tres García, de Ismael Rodríguez, 1946;Nocturno a Rosario, de Matilde Landeta, 1991;Acuña. La película, 2013)

Figuras 58-59. Escuela Nacional de Medicina(Placa: Archivo. Secretaría de Cultura de Coahuila; Patio: Fotografía de Lourdes Herrasti)

Figuras 60-62. Rotonda de los Hombres Ilustres(1949: Manuel Acuña de José Farías Galindo, 1971;2013: Archivo. Secretaría de Cultura de Coahuila)

Figura 63. Has sido AcuñaGrabado de Asis Jaramillo

Figura 64. Grabado de Navellier & L Marie SC (Poesías, Garnier Hermanos, 1885)

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Investigación:Saltillo: Alejandro Beltrán; Isabel Chávez Echeverri; René Gil GonzálezSaltillo, Monterrey, DF: Valeria Salas Carrillo

Transcripción y digitalización de textos:Alejandro Beltrán; Gonzalo Cárdenas

Semblanzas:René Gil González

Corrección:Alejandro Beltrán; José Antonio Santos Fernández

Apoyo administrativo y archivo digital:Denisse Alejandra Manzanares Vitela

Créditos

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

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Los editores (disculpándose por cualquier omisión involuntaria) agradecen

a las siguientes personas e instituciones por su apoyo, por las facilidades

brindadas para el desarrollo de este proyecto y/o por su confianza:

Agencia Literaria Carmen Balcells; Archivo General de la Nación; Archivo

Municipal de Saltillo; Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de

la Universidad Autónoma de Nuevo León; Biblioteca Central y Centro

de Enseñanza para Extranjeros de la Universidad Nacional Autónoma de

México; Centro Cultural Vito Alessio Robles; Museo Miguel N. Lira del

Instituto Tlaxcalteca de Cultura;

Manuel Acuña Cepeda; Mirtea Acuña Cepeda; Juan Salvador Álvarez;

Mónica Álvarez Herrasti; Gabriela Balleza; Marco Antonio Campos; Álvaro

Canales Santos; Miguel Canseco; Patricia Carrillo Carrera; Alejandro Cortés

Cervantes; Edna Dávila Mata; Esperanza Dávila Sota; Evodio Escalante;

Eduardo Figueroa Orrantia; Julián Flores Olivares; Carlos Flores Revuelta;

Pedro García; Ana Sofía García Camil; Rafael García Sánchez; Mabel

Garza Blackaller, Diana Garza Islas; Julián Herbert; Lourdes Herrasti; Asis

Jaramillo; Román Luján; Ernesto Lumbreras; Lucas Martínez Sánchez;

Gerardo de Jesús Monroy; Guadalupe Muñoz; Jorge Palomares; Teresa

Pintó; Dolores Quintanilla Rodríguez; Lilia Rabiela; Guadalupe Ramírez;

Jorge Rangel; Jonathan Sandoval; Liliana Tanaka; Lucy Saucedo; Melissa

Torres; Marianne Toussaint Ochoa; Susana Veloz; Ignacio Valdez; Javier

Villarreal Lozano; Arturo Villarreal Reyes.

Agradecimientos

E N N O M B R E D E E S E L A U R E L

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ObRA PoéTiCA, 2, editado en ocasión del CXL aniversario luctuo-so de Manuel Acuña, se terminó de imprimir en noviembre de 2013 en Saltillo, Coahuila de Zaragoza.

El tiraje consta de 2,000 ejem-plares. La impresión estuvo a cargo de Coordinación Editorial Dolores Quintanilla.

EN NoMbRE dE ESE LAUREL

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9 7 8 – 6 0 7 – 9 6 2 1 0 – 6 – 3

O B R A P O É T I C A , 1P O E M A S D E A M O R Y B I O G R Á F I C O S

M A N U E L A C U Ñ A E N C I U D A D D E M É X I C OM A R C O A N T O N I O C A M P O S

M A N U E L A C U Ñ A D E S D E E L M Á S A L L ÁÁ L V A R O C A N A L E S S A N T O S

“ L E J O S D E T I ” : U N A R O M A N Z A D E M A N U E L A C U Ñ AE D U A R D O F I G U E R O A O R R A N T I A

M A N U E L A C U Ñ A : V A L L E T O & C O .J U L I Á N H E R B E R T

D O S P O E M A S D E E D U A R D O L I Z A L D E

R E L E Y E N D O A L I Z A L D E , R E L E C T O R D E A C U Ñ AG E R A R D O D E J E S Ú S M O N R O Y

O B R A P O É T I C A , 2P O E M A S C I E N T Í F I C O S , C Í V I C O S ,

F I L O S Ó F I C O S Y H U M O R Í S T I C O S

M A N U E L A C U Ñ A Y L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T OE V O D I O E S C A L A N T E

A N T E U N P O E M A , U N C A D Á V E R D E S P U É SD I A N A G A R Z A I S L A S

M A N U E L A C U Ñ A : E L P O E T A Y E L S U I C I D AE R N E S T O L U M B R E R A S

E L L I B R O D E H U E S OJ U A N D E D I O S P E Z A