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Arquidiócesis de Cali Formando Discípulos Misioneros de Jesucristo Servidores de la Palabra MANUAL PRACTICO DE LECTIO DIVINA

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Arquidiócesis de Cali

Formando Discípulos Misioneros de Jesucristo Servidores de la Palabra

MANUAL PRACTICO DE LECTIO DIVINA

LA Lectura (Lectio): ¡Lleva tu barca a la parte honda del texto bíblico!

La lectura es para los lectionautas como el momento de echar la barca al mar abierto con el soplo del Espíritu Santo. No hacerlo es jamás emprender el viaje y anclar de por vida... es quedarse con el deseo. Una Lectura atenta, pausada y comprensiva de la Palabra escrita del Señor es la base y el corazón de la Lectio Divina. Sin un conocimiento claro y pre-ciso del texto, será imposible realizar los siguientes pasos.

A. ¿Qué es?

Es un ejercicio de búsqueda del sentido, o mejor dicho, de los sentidos que tiene un texto bíblico. En otros términos, es descubrir lo que Dios nos dice a través del autor inspirado. Para ello es necesario trabajar sobre el texto hasta lograr una primera comprensión de él. Tenemos que estar en condiciones de decir: ¿Qué dice el texto?

Muchos estamos de acuerdo en que no es fácil leer. Tal como sucede con la comunicación verbal, en la que con frecuencia

«oímos» pero no siempre «escuchamos», así también con la lectura. No es suficiente pasar los ojos por las palabras, hay que esforzarse por captar lo que quieren decir.

La lectura debe llevarnos a una compenetración con el texto, de manera que éste nos entregue su don y cumpla con nosotros la finalidad para la cual fue escrito.

B. ¿Qué actitudes se requieren?

La Palabra de Dios en la Escritura se recibe con respeto y amor, así como cuando comulgamos con Jesús en la Eucaristía. Para ello procuremos:

(1) Apertura de corazón para recibir la Palabra de Dios como ella quiera venir. (2) Paciencia para no apresurarnos a sacar conclusiones sin suficiente análisis. (3) Disciplina mental para no distraernos con elucubraciones. (4) Honestidad para no imponerle al texto nuestras ideas preconcebidas.

C. ¿Cómo se hace la lectura?

Cuando la lectura es personal... Cada uno tiene sus propios hábitos de lectura y siempre es bueno partir de nuestra propia experiencia. Sin embargo, te damos algunas sugerencias: (1) Leer el texto en voz alta, despacio y al menos tres veces. Notarás cómo las palabras se van transformando en imágenes y el texto, aparentemente extraño, te empieza a parecer familiar.

(2) Familiarizarse con el contexto del pasaje: ¿Dónde está ubicado? ¿Qué había pasado o qué se había dicho un poco antes?

(3) [Cuando el pasaje es un relato] Reconstruir en lo posible el escenario, identificar los personajes, descubrir el problema y la solución.

(4) Subrayar una o dos frases que consideras el mensaje central del texto.

(5) Poner gráficos personales al lado del texto para señalar: a. La frase central del texto (coloca signos de admiración) b. Otras frases o palabras que más me han llamado la atención (coloca asteriscos)

c. Lo que no entiendo y quiero averiguar (coloca signos de interrogación)

(6) Dialogar con el texto planteando preguntas de tipo: ¿Qué quiere decir esto?

(7) [Cuando se dispone de un poco más de tiempo] Reescribir completamente el pasaje de puño y letra.

(8) [Si se tiene la posibilidad] Dejarse ayudar por algún pequeño estudio bíblico sobre dicho pasaje.

Nota: No hay que hacer de una vez todo lo que te indicamos arriba. El ejercicio es progresivo, ve probando una u otra estrategia de lectura hasta que descubras la que más te sirva. A lo mejor, se te ocurrirá alguna original tuya.

Cuando la lectura es comunitaria...

Para el ejercicio comunitario son útiles las mismas tácticas propuestas para la lectura personal. Sólo hay que dar un espacio de tiempo a los participantes para que lo realicen. Con todo, hay otras estrategias complementarias que son propias de la Lectio en común:

(1) Comenzar con la proclamación del texto y dejar un tiempo de silencio para la asimilación. Se puede repetir una o dos veces más, con diversas voces y aun con diversas versiones de la Biblia. Variante: Una variante de este ejercicio es intercalar lectores en la proclamación; por ejemplo, la voz del narrador y la de los actores; o también, la lectura intercalada entre dos lectores.

(2) Proclamar el pasaje entre todos, leyendo cada uno, en orden, un versículo.

(3) Hacer la lectura en eco. Una vez proclamado el texto, los participantes leen en voz alta la frase más significativa para ellos. Esta es otra manera de proclamar el texto.

(4) Recomponer el texto. Alguien del grupo recuenta lo que fue leído y el grupo va completando lo que no fue dicho (muy útil en medios analfabetos).

(5) Compartir entre todos lo que dice el texto, ayudándose unos a otros a clarificar las partes difíciles de entender.

(6) [Cuando es posible, una persona previamente preparada es invitada a Exponer las ideas principales del texto desarrollando un poco más el sentido de algunos términos.

Nota: Para este ejercicio se requiere un moderador que le dé la palabra a todos y anime a los más tímidos; eventualmente, hace una síntesis de lo que va surgiendo en medio de la comunidad. Hay que evitar que algunas personas más aventajadas tomen la palabra para hacer disertaciones con el fin de mostrar que saben más que los demás sobre el texto. Tengamos presente que hay que respetar el nivel educativo de los participantes y recordar siempre que los que más captan la Palabra son los humildes y sencillos (ver Lucas 10.21). D. Otros consejos prácticos

Con lo anterior ya tenemos suficientes elementos para hacer una buena apropiación del texto. Si los practicas verás cómo el texto comienza a hablar por sí mismo. Permítenos agregar ahora cuatro consejos complementarios:

(I) Ponle atención a tres peligros en que caen los principiantes: Presuponer que ya se conoce el pasaje Dejarse llevar por el afán de novedad Volver la lectio un curso de Biblia.

(2) Hay que saber parar. La lectura, sobre todo cuando aporta conocimientos nuevos, se va volviendo sabrosa y uno tiende a engolosinarse. Pues bien, con un poco de disciplina personal, uno debe obligarse a dar el paso siguiente de la Lectio. Ten presente que lo que más importa es la calidad y no la cantidad del alimento.

(3) No te desesperes ante pasajes difíciles: ¡persevera en el esfuerzo! Ten paciencia, poco a poco el sentido se te dará. Ya verás cómo los pasajes más difíciles son los que más riquezas tienen.

(4) Sé asiduo en los ejercicios. Como ocurre en tantos otros campos que requieren de entrenamiento, la primera vez no siempre será la mejor, pero con constancia alcanzarás grandes logros en la lectura. La Meditación: ¡Recoge los peces que el señor te da!

El primer paso es importante, pero el segundo mucho más. Para el pescador el mar no tiene valor porque tenga grandes profundidades o hermosos paisajes sino porque le ofrece lo que necesita para vivir. Cuando Simón Pedro lanzó la red en el centro del lago de Galilea, obedeciendo a la Palabra del Maestro, recogió una gran cantidad de peces (Lucas 5.6). Avanzando en nuestra Lectio Divina ahora comenzamos a recoger y a atesorar en el corazón los valores del texto que también son como joyas preciosas que el Señor nos da.

A. ¿Qué es?

La meditación es la captación del «hoy» de la Palabra para mí, así como cuando Jesús en la Sinagoga de Nazaret dijo: «Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír» (Lucas 4.21). Ahora estamos en condiciones de responder: ¿Qué me dice el Señor por medio de su Palabra?

Aclaremos que la «meditación» no es elucubración mental abstracta ni tampoco reconstrucción psicológica de un texto. Es más bien un diálogo directo mediante el cual al Dios revelado como un «Él» durante el primer paso, ahora lo percibo como un «Tú» que me interpela frontalmente.

El sentido bíblico de la «meditación» es profundo: se trata de una especie de «rumiación» de las palabras significativas detectadas en la lectura, repasándolas una y otra vez (como cuando uno está tan concentrado en algo que, sin darse cuenta, termina pensando en voz alta). Sin que nos lo propongamos, algunas palabras se memorizan; y, recordémoslo, uno retiene en la memoria lo que le ha tocado el corazón. De esta manera la Palabra de Dios se confronta con mi vida concreta y con la de mi comunidad y mi sociedad.

Poco a poco vamos siendo iluminados: se nos revela a través de la página de la Escritura un rasgo nuevo del rostro de Dios y un aspecto particular de nosotros mismos. En otras palabras, la meditación nos coloca honestamente ante la verdad de Dios y del hombre.

B. ¿Qué actitudes se requieren? Llamamos la atención sobre tres actitudes que hacen posible la meditación:

(1) Disponibilidad. Se requiere disponibilidad para zambullirnos con todo nuestro ser en el universo de la Palabra, dispuestos a dejarnos cuestionar sin disculparnos y a ser iluminados sin ocultarnos.

(2) Gratuidad. No se busca hacer introspecciones sino ponernos gratuitamente ante la Palabra. Entonces comenzamos a ver nuestra realidad desde un punto de vista externo, desde la mirada de Dios.

(3) Auto-implicación. Hay que evitar la manía de aplicarles los mensajes a los demás: a ellos ya les llegará su tiempo. Es preferible que nos dejemos cuestionar en primera persona, como cuando el profeta Natán le dijo a David: «¡Tú eres ese hombre!» (2 Samuel 12.7).

C. ¿Cómo se hace la meditación?

Tengamos presente que la «meditación» es la continuación natural de la lectura, en la cual hemos aplicado nuestro mayor esfuerzo. La meditación es un espacio de reposo de la fatiga inicial, permaneciendo frente a la iluminación que da la Palabra. Es «como el eco del rugido del león que es la Palabra de Dios» (E.B.). Por lo tanto, las indicaciones en este caso serán menores: Cuando la meditación es personal...

(1) Tomarse un tiempo de silencio, haciendo caso al dicho patrístico levemente reformulado que dice: «Los ojos se posan en las palabras, luego el corazón reposa en el sentido».

(2) Dejar resonar de manera especial los verbos del pasaje.

(3) [Cuando el texto es un relato] Colocarnos en el lugar de uno de los personajes: ¿En qué nos parecemos? ¿Qué haríamos nosotros? ¿Qué dejaríamos hacer al Señor?

(4) Preguntarse: ¿Qué me revela Dios de sí mismo en este pasaje? ¿Qué me muestra de mí? ¿Qué ha hecho el Señor por mí y qué me está diciendo que quiere hacer ahora?

(5) Conversar tranquilamente con el Señor sobre los temas que me propone en el texto, partiendo de mi propia realidad.

(6) Tomar nota de las mociones que emergen de lo que está haciendo eco en el corazón.

Cuando la meditación es comunitaria...

Igualmente vale lo anterior, a lo cual agregamos las siguientes sugerencias para tener presentes en una dinámica grupal:

(1) Responder las preguntas previamente preparadas por el animador.

(2) Abrir un espacio de comunicación fraterna de lo que ha impresionado y conmovido a cada uno en el texto, tratando de hacer la relación entre la Palabra oída en la Sagrada Escritura y las propias experiencias. Nunca se puede imponer a nadie la obligación de hablar, pero sí se debe motivar la participación, ya que es para edificación de todos.

(3) [Cuando es una comunidad que lleva largo camino] Iluminar con la Palabra aquellos aspectos de la vida en común que necesitan mayor crecimiento.

D. Otros consejos prácticos El momento de la «meditación», particularmente cuando se realiza en comunidad, requiere madurez del grupo para escuchar al hermano que habla de su propia experiencia de fe. Esto mismo vale para las ocasiones en las que se consideran problemas comunitarios a la luz de la Palabra de Dios. Por eso sugerimos:

(1) Insistir a la comunidad en la importancia de saber hablar y saber escuchar al hermano.

(2) Evitar las discusiones. Este rol le compete a! moderador.

(3) Partir siempre del texto y evitar temas paralelos.

Al respecto, es muy oportuno el consejo de San Basilio (autor del siglo IV dC): LA oración: ¡ponte de rodillas ante el Señor! El viento del Espíritu nos ha llevado lejos, si es que hemos sido dóciles. Por medio de todo lo que la Palabra ha provocado en nosotros, el Señor se nos ha colocado frente a frente. La Biblia ya ha cumplido su función: nos ha traído de la mano hasta la presencia del Señor y con Él sostenemos un diálogo de amigos. Quizás el primer brote de nuestra oración sea como el de Simón Pedro en medio del lago cuando vio el efecto de la Palabra de Jesús: «Al ver esto, Simón Pedro se puso de rodillas delante de Jesús y le dijo: ¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!» (Lucas 5.8)

A. ¿Qué es?

Hay tantas definiciones de oración como orantes hay, así como cada amante tiene su definición de amor. En el caso específico de la Lectio Divina, la oración es un grito que brota de lo profundo del corazón quemado por la Palabra de Dios. Los brazos se levantan hacia lo alto ya sea para pedir perdón o ayuda, para abrazar o para exaltar a Dios. Y en este diálogo amoroso, Dios, por su parte, nos tiende los suyos. Recordando que desde el principio la Lectio Divina ha sido un ejercicio de oración y que éste ha sido animado por el Espíritu Santo, ahora podemos decir que hemos llegado al momento más intenso del camino. Nuestra oración ya no puede ser la misma de antes. Es el Señor mismo quien la provoca en nosotros y a través de ella se derrama nuestro ser entero en su presencia. La pregunta guía de este momento es: ¿Qué le digo al Señor motivado por su Palabra?

B. ¿Qué actitudes se requieren?

Dios se ha colocado ante nosotros y nos ha hablado. Ahora la palabra la tenemos nosotros, el Señor espera una respuesta. Para ello se requiere:

(1) Dejar al Espíritu Santo actuar.

“Habla conociendo el tema, preguntar sin querer discutir, responder sin arrogancia, no interrumpir a quien habla, si dice cosas útiles, no intervenir con ostentación, ser medidos en el hablar y en el escuchar, aprender de los otros sin avengorzarse, enseñar sin pretender imponer, no esconder lo que se ha aprendido de los otros”

(2) Despojarse en la presencia del Señor. La meditación nos desnudó mostrándonos nuestra propia verdad bajo la luz del Señor. De ahí debe brotar la oración.

(3) Poner la mirada en el Señor. Él nos ha revelado rasgos de sí mismo, nos ha permitido percibir su voz en la Escritura. Nuestra oración confesará lo que Él es y lo que hace por nosotros.

C. ¿Cómo se hace la oración?

La oración será coherente con lo que la meditación nos ha mostrado. Según el caso será agradecimiento, alabanza, perdón, súplica, entrega. Algunas veces se acentuará una forma de oración. Otras veces, será multiforme.

El lenguaje de la oración también será variado según la circunstancia: mental o en alta voz, verbal o escrita, de pie o sentados, de rodillas o postrados, completamente recogidos o con alguna forma de expresión corporal.

Aun cuando se cuente con ayudas para la oración como textos ya escritos o la guía de otra persona, siempre es preferible que, en sintonía con el proceso hasta ahora realizado, la oración brote de manera espontánea. El lenguaje más auténtico de la oración es el del niño pequeño que aun con balbuceos se dirige a su Padre.

Teniendo presente lo anterior, nos permitimos algunas sugerencias prácticas:

Cuando la oración es personal...

(I) Permanecer en silencio en la presencia del Señor tomando conciencia de ella.

(2) Escribir una sencilla oración, dejando que ella brote al ritmo de los sentimientos.

(3) Adoptar un gesto físico que exprese lo que estamos diciéndole al Señor: entrega, súplica, alabanza...

(4) Ayudarse con algún salmo que se corresponda con lo que ha aparecido en la Lectio.

(5) Cantar.

Cuando la oración es comunitaria...

(1) Guiar a la comunidad orante dando los siguientes pasos: Gratitud y alabanza por lo que el Señor nos ha dado en la Palabra. Súplica de perdón por los pecados que nos ha mostrado. Súplica de ayuda para poder vivir lo que nos ha pedido que hagamos. Entrega confiada para que Él lo obre en nosotros.

(2) Dejar que los miembros de la comunidad expresen espontáneamente sus oraciones al Señor. Se motiva a todos para que no se limiten a escuchar sino a unirse a la oración del hermano.

(3) Cantar juntos.

(4) Cuando no se está en lugar de culto, en ocasiones (y cuando sea viable) se puede invitar a la comunidad a realizar la oración en una capilla. D. Otras sugerencias prácticas

(1) Hemos insistido en que la misma Lectio Divina provoca la oración: el manantial subterráneo sale a flote. Sin embargo, también aconsejamos valemos de tesoros que están a nuestra disposición:

- Las oraciones de los salmos y cánticos de la Biblia son la mejor escuela de oración. Es bueno acudir a ellos. - Contamos con bellísimos ejemplos en el tesoro oracional de la Iglesia. También pueden enseñarnos a orar.

(2) Cuando la Lectio Divina culmina con la Liturgia de las Horas o, mejor aún, con la celebración de la Eucaristía, los pasos de la oración litúrgica (Por ejemplo: acto penitencial, peticiones, ofrendas, acción de gracias, adoración) enriquecer notablemente la experiencia).

La contemplación – Acción: ¡Nuestro puerto es el señor!

A la Palabra de Dios le respondemos con la oración y también con la vida, una vida toda ella orientada hacia el Señor.

El puerto de llegada de la Lectio Divina es la contemplación y la acción. El impulso de la oración nos lleva hasta la comunión estrecha con el Señor, lo cual implica una vida que se coloca continuamente bajo la presencia amorosa del Señor y traduce esta presencia en un nuevo estilo de vida. Después que Simón Pedro se arrodilló ante Jesús, el Señor le tendió la mano y lo constituyó desde entonces y para siempre en su discípulo y misionero para que así compartiera estrechamente su vida y su misión hasta el final (ver Lucas 5.10-11).

A. ¿Qué es?

La contemplación es de por sí una forma de oración, la cumbre de toda plegaria. Para definirla quizás sería suficiente la frase de San Juan de la Cruz «Estar amando al Amado», ya que, quien se nos entrega en la Lectio Divina es Dios mismo. Él viene a nuestro encuentro y nos regala su amistad: «Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Apocalipsis 3.20).

Pero el término «contemplación», que de por sí indica «visión» de Dios, en el camino de la Lectio tiene un matiz novedoso. Dado que lo que Dios nos revela en la Escritura es a sí mismo y también sus designios de salvación, entendemos que no solamente lo «vemos» a Él sino que con Él vemos la vida y la historia En otras palabras, comenzamos a ver el camino con nuevos ojos y junto con el Señor hacemos un proyecto de vida. Por eso la pregunta guía de esta última etapa es: ¿Qué me muestra el Señor que debo hacer?

Por lo antedicho, la contemplación va unida a la acción: en comunión con el Señor y en obediencia a El discernimos las acciones concretas que configuran más nuestra vida con la suya y apoyados en la fuerza que nos da, comenzamos a realizarlas. Aquí se hacen verdaderas las palabras de Jesús: «¡Dichosos quienes escuchan lo que Dios dice, y lo obedecen!» (Lucas 11.28).

El resultado de la Lectio es una encarnación del «Verbo» en nosotros: transfiguramos testimoniamos y anunciamos a Jesús con nuestra mirada, nuestras palabras, nuestros comportamientos nuestras opciones, nuestro servicio.

B. ¿Qué actitud se requiere?

Al mismo tiempo que nos gozamos con el Señor, a quien hemos oído y percibido en esta maravillosa experiencia, se espera que tomemos decisiones concretas. Para ello, la actitud más importante es la obediencia. Un excelente ejemplo es la actitud de María: «Yo soy esclava del Señor- que Dios haga conmigo como me has dicho» (Lucas 1.38).

C. ¿Cómo se hace la contemplación-acción?

Cuando la Lectio Divina es personal...

(1) Resumir lo que nos ha quedado de esta experiencia del Señor en una sola frase, la cual puede ser una jaculatoria que repetimos constantemente durante algún tiempo.

(2) Formular con palabras precisas los compromisos.

(3) Simplemente permanecer en silencio amando y dejándose amar por el Señor.

Nota: Se sugiere que las vivencias personales de la Lectio Divina sean compartidas con un acompañante espiritual. De esta manera se trabaja para que las mociones del Espíritu Santo encajen dentro de un proceso personal que será siempre ascendente y no momentos puntuales que después se pierden en medio de la dispersión cotidiana.

Cuando la Lectio Divina es comunitaria...

(I) Visualizar con algún signo lo esencial de la experiencia vivida: lo que el Señor nos hizo ver y a lo que nos ha interpelado para dar saltos cualitativos en nuestro proyecto de vida.

(2) [Cuando es una comunidad que lleva largo camino] Se pueden acordar objetivos y tareas comunes para evaluar en el siguiente encuentro. El animador deberá estar atento para que los compromisos sean concretos y realizables.

Nota: La misma observación anterior vale también aquí: lo que en comunidad vamos descubriendo debe encajar con un proyecto de vida compartido por el grupo o comunidad (o proyecto de vida comunitario).

Pues bien, éste ha sido un ejercicio profundo de oración con la Palabra y a partir de ella. Habíamos comenzado suplicando el Espíritu Santo, ahora, al terminar, en coro con el Espíritu Santo no cesamos de decir: «¡Ven, Señor Jesús!» (Apocalipsis 22.20).

“El Espíritu Santo y la esposa del Cordero dicen: "¡Ven!" Y el que escuche, diga: "¡Ven!" Y el que tenga sed, y quiera, venga y tome del agua de la vida sin que le cueste nada»

(Apocalipsis 22.17)

«Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero» (Sal 118 [119], 105)

¡Queridos jóvenes!

Al dirigirme con alegría a vosotros que os estáis preparando para la XXI Jornada Mundial de la Juventud, revivo en mi alma el recuerdo de las experiencias enriquecedoras hechas en Alemania el pasado mes de agosto. La Jornada de este año se celebrará en las diferentes Iglesias locales y será una ocasión oportuna para reavivar la llama del entusiasmo encendida en Colonia y que muchos de vosotros habéis llevado a las propias familias, parroquias, asociaciones y movimientos. Será al mismo tiempo un momento privilegiado para hacer participar a tantos amigos vuestros en la peregrinación espiritual de las nuevas generaciones hacia Cristo.

El tema que propongo a vuestra consideración es un versículo del Salmo 118 [119]: "Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero" (v. 105). El amado Juan Pablo II comentó así estas palabras del Salmo: "El orante se derrama en alabanza de la Ley de Dios, que toma como lámpara para sus pasos en el camino a menudo oscuro de la vida" (Audiencia general del miércoles 14 de noviembre de 2001, L’Osservatore Romano, edición española, p. 12 [640]). Dios se revela en la historia, habla a los hombres y su palabra es creadora. En efecto, el concepto hebreo "dabar", habitualmente traducido con el término "palabra", quiere significar tanto palabra como acto. Dios dice lo que hace y hace lo que dice. En el Antiguo Testamento anuncia a los hijos de Israel la venida del Mesías y la instauración de una "nueva" alianza; en el Verbo hecho carne Él cumple sus promesas. Esto lo pone también en evidencia bien el Catecismo de la Iglesia Católica: "Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta" (n. 65). El Espíritu Santo, que guió al pueblo elegido inspirando a los autores de las Sagradas Escrituras, abre el corazón de los creyentes a la inteligencia que éstas contienen. El mismo Espíritu está activamente presente en la Celebración eucarística cuando el sacerdote, pronunciando "in persona Christi" las palabras de la consagración, convierte el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para que sean alimento espiritual de los fieles. Para avanzar en la peregrinación terrena hacia la Patria celeste, ¡todos tenemos que nutrirnos de la palabra y del pan de Vida eterna, inseparables entre ellos!

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS JOVENES DEL MUNDO CON OCASIÓN DE LA XXI JORNADA MUNDIA DE LA

JUVENTUD

Los Apóstoles acogieron la palabra de salvación y la transmitieron a sus sucesores como una joya preciosa custodiada en el cofre seguro de la Iglesia: sin la Iglesia esta perla corre el riesgo de perderse o hacerse añicos. Queridos jóvenes, amad la palabra de Dios y amad a la Iglesia, que os permite acceder a un tesoro de un valor tan grande introduciéndoos a apreciar su riqueza. Amad y seguid a la Iglesia que ha recibido de su Fundador la misión de indicar a los hombres el camino de la verdadera felicidad. No es fácil reconocer y encontrar la auténtica felicidad en el mundo en que vivimos, en el que el hombre a menudo es rehén de corrientes ideológicas, que lo inducen, a pesar de creerse "libre", a perderse en los errores e ilusiones de ideologías aberrantes. Urge "liberar la libertad" (cfr. Encíclica Veritatis splendor, 86), iluminar la oscuridad en la que la humanidad va a ciegas. Jesús ha mostrado cómo puede suceder esto: "Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8, 31-32). El Verbo encarnado, Palabra de Verdad, nos hace libres y dirige nuestra libertad hacia el bien. Queridos jóvenes, meditad a menudo la palabra de Dios, y dejad que el Espíritu Santo sea vuestro maestro. Descubriréis entonces que el pensar de Dios no es el de los hombres; seréis llevados a contemplar al Dios verdadero y a leer los acontecimientos de la Historia con sus ojos; gustaréis en plenitud la alegría que nace de la verdad. En el camino de la vida, que no es fácil ni está exento de insidias, podréis encontrar dificultades y sufrimientos y a veces tendréis la tentación de exclamar con el Salmista: "Humillado en exceso estoy" (Sal118 [119], v. 107). No os olvidéis de añadir junto a Él: Señor "dame la vida conforme a tu palabra... Mi alma está en mis manos sin cesar, mas no olvido tu ley" (ibid., vv. 107.109). La presencia amorosa de Dios, a través de su palabra, es antorcha que disipa las tinieblas del miedo e ilumina el camino, también en los momentos más difíciles.

Escribe el Autor de la Carta a los Hebreos: "Es viva la palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón" (4, 12). Es necesario tomar en serio la exhortación de considerar la palabra de Dios como un "arma" indispensable en la lucha espiritual; ésta actúa eficazmente y da fruto si aprendemos a escucharla para obedecerle después. Explica el Catecismo de la Iglesia Católica: "Obedecer (ob-audire) en la fe, es someterse libremente a la Palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma" (n. 144). Si Abrahán es el modelo de esta escucha que es obediencia, Salomón se revela a su vez como buscador apasionado de la sabiduría contenida en la Palabra. Cuando Dios le propone: "Pídeme lo que quieras que te dé", el sabio rey contesta: "Concede, pues, a tu siervo, un

corazón que entienda" (1 Re 3, 5.9). El secreto para tener un "corazón que entienda" es formarse un corazón capaz de escuchar. Esto se consigue meditando sin cesar la palabra de Dios y permaneciendo enraizados en ella, mediante el esfuerzo de conocerla siempre mejor.

Queridos jóvenes, os exhorto a adquirir intimidad con la Biblia, a tenerla a mano, para que sea para vosotros como una brújula que indica el camino a seguir. Leyéndola, aprenderéis a conocer a Cristo. San Jerónimo observa al respecto : "El desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo" (PL 24,17; cfr. Dei Verbum, 25). Una vía muy probada para profundizar y gustar la palabra de Dios es la lectio divina, que constituye un verdadero y apropiado itinerario espiritual en etapas. De la lectio, que consiste en leer y volver a leer un pasaje de la Sagrada Escritura tomando los elementos principales, se pasa a la meditatio, que es como una parada interior, en la que el alma se dirige hacia Dios intentando comprender lo que su palabra dice hoy para la vida concreta. A continuación sigue la oratio, que hace que nos entretengamos con Dios en el coloquio directo, y finalmente se llega a la contemplatio, que nos ayuda a mantener el corazón atento a la presencia de Cristo, cuya palabra es "lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana" (2 Pe 1, 19). La lectura, el estudio y la meditación de la Palabra tienen que desembocar después en una vida de coherente adhesión a Cristo y a su doctrina.

Advierte el apóstol Santiago: "Pero tenéis que poner la Palabra en práctica y no sólo escucharla engañándoos a vosotros mismos. Porque quien se contenta con oír la palabra, sin ponerla en práctica, es como un hombre que contempla la figura de su rostro en un espejo: se mira, se va e inmediatamente se olvida de cómo era. En cambio, quien considera atentamente la ley perfecta de la libertad y persevera en ella –no como quien la oye y luego se olvida, sino como quien la pone por obra– ése será bienaventurado al llevarla a la práctica". (St 1, 22-25). Quien escucha la palabra de Dios y se remite siempre a ella pone su propia existencia sobre un sólido fundamento. "Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, - dice Jesús - será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca" (Mt 7, 24): no cederá a las inclemencias del tiempo.

Construir la vida sobre Cristo, acogiendo con alegría la palabra y poniendo en práctica la doctrina: ¡he aquí, jóvenes del tercer milenio, cuál debe ser vuestro programa! Es urgente que surja una nueva generación de apóstoles enraizados en la palabra de Cristo, capaces de responder a los desafíos de nuestro tiempo y dispuestos a para difundir el Evangelio por todas

partes. ¡Esto es lo que os pide el Señor, a esto os invita la Iglesia, esto es lo que el mundo –aun sin saberlo– espera de vosotros! Y si Jesús os llama, no tengáis miedo de responderle con generosidad, especialmente cuando os propone de seguirlo en la vida consagrada o en la vida sacerdotal. No tengáis miedo; fiaos de Él y no quedaréis decepcionados.

Queridos amigos, con la XXI Jornada Mundial de la Juventud, que celebraremos el próximo 9 de abril, Domingo de Ramos, emprenderemos una peregrinación ideal hacia el encuentro mundial de los jóvenes, que tendrá lugar en Sydney en el mes de julio de 2008. Nos prepararemos a esta gran cita reflexionando juntos sobre el tema El Espíritu Santo y la misión, a través de etapas sucesivas. En este año concentraremos la atención en el Espíritu Santo, Espíritu de verdad, que nos revela Cristo, el Verbo hecho carne, abriendo el corazón de cada uno a la Palabra de salvación, que conduce a la Verdad toda entera. El año siguiente, 2007, meditaremos sobre un versículo del Evangelio de San Juan: "Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros" (13, 34) y descubriremos aún más profundamente cómo el Espíritu Santo es Espíritu de amor, que infunde en nosotros la caridad divina y nos hace sensibles a las necesidades materiales y espirituales de los hermanos. Por último llegaremos al encuentro mundial del año 2008, que tendrá como tema: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos" (Hch 1, 8).

Desde ahora, en un clima de incesante escucha de la palabra de Dios, invocad, queridos jóvenes, el Espíritu Santo, Espíritu de fortaleza y de testimonio, para que os haga capaces de proclamar sin temor el Evangelio hasta los confines de la tierra. María, presente en el Cenáculo con los Apóstoles a la espera del Pentecostés, os sea madre y guía. Que Ella os enseñe a acoger la palabra de Dios, a conservarla y a meditarla en vuestro corazón (cfr. Lc 2, 19) como lo hizo Ella durante toda la vida. Que os aliente a decir vuestro "sí" al Señor, viviendo la "obediencia de la fe". Que os ayude a estar firmes en la fe, constantes en la esperanza, perseverantes en la caridad, siempre dóciles a la palabra de Dios. Os acompaño con mi oración, mientras a todos os bendigo de corazón.

Desde el Vaticano, 22 de febrero de 2006, Fiesta de la Cátedra de San Pedro Apóstol.

BENEDICTUS XVI PP.