manual de civismo

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7.ª EDICIÓN ACTUALIZADA MANUAL VICTORIA CAMPS SALVADOR GINER DE CIVISMO

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Manual de civismo

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Page 1: Manual de civismo

7.ª EDICIÓN ACTUALIZADA

MANUAL

VICTORIA CAMPSSALVADOR GINER

DE CIVISMO

Lomo 10 mm 14,5 x 23 cmPantone Process Blue C Pantone 199 C Pantone 7499 C Negro

10091600PVP 15,00 e

Este manual explora la anatomía de la conducta cívica

y descubre cómo sólo mediante ella es posible una

sociedad amable, participativa, solidaria y capaz de

enfrentarse al intenso cambio social de nuestra época

así como a las incertidumbres que nos acechan. Los

autores parten de un análisis del buen comportamiento

de las personas en su vida privada y en el trabajo para

considerar las repercusiones que ello debe tener en la

calidad de la vida pública.

La reflexión de Manual de civismo descansa toda

ella sobre la noción de ciudadanía, así como sobre el

compromiso de cada uno de nosotros con la vida de

los demás a través de la responsabilidad de cada cual

en sus relaciones con el prójimo y con el entorno.

Las viejas virtudes de la austeridad, la templanza y los

buenos modales son contempladas por Victoria Camps

y Salvador Giner como virtudes cívicas. Demuestran

cómo de su práctica generalizada depende una vida

individual y colectiva civilizada, tolerante y creativa.

Tanto o más, si cabe, que de la existencia de unas

libertades y una Constitución que garanticen los

derechos de todos los ciudadanos.

Victoria Camps

Catedrática emérita de Filosofía moraly política de la Universidad Autónomade Barcelona. Entre sus libros destacanLa imaginación ética, Virtudes públicas (Premio Espasa de Ensayo), La voluntadde vivir y El gobierno de las emociones (Premio Nacional de Ensayo). En 2008 fue galardonada con el Premio Internacional Menéndez Pelayo. Su último libro es Breve historia de la ética.

Salvador Giner

Catedrático emérito en la Universidad de Barcelona. M.A. y Ph.D. por la Universidad de Chicago y Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política. Presidió el Institut d'Estudis Catalans (2005-2013), academia de las ciencias y humanidades. Es autor de Teoría sociológica clásica, Historia del pensamiento social, Carisma y razóny coautor del Diccionario de Sociología.

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El civismo es una actitud esencial parala buena convivencia entre las personas. También lo es para la vida pública.

Ilustraciones de cubierta: Luciano Lozano

Diseño de cubierta: Mauricio Restrepo

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Victoria Camps y Salvador Giner

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1.a edición en esta presentación (actualizada): octubre de 2014

Ediciones anteriores: 1998 y 2008

© 1998, 2008 y 2014: Victoria Camps y Salvador Giner

Derechos exclusivos de edición en españolreservados para todo el mundo:

© 1998, 2008 y 2014: Editorial Planeta, S. A.Avda. Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona

www.ariel.eswww.espacioculturalyacademico.com

Editorial Ariel es un sello editorial de Planeta, S. A.

ISBN: 978-84-344-1877-6

Depósito legal: B. 16.458 - 2014Impreso en Limpergraf

El papel utilizado para la impresión de este libroes cien por cien libre de cloro y está calificado como papel ecológico.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a unsistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, seaéste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el per-miso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puedeser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del

Código Penal)Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

o escanear algún fragmento de esta obra.Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono

en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47

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ÍNDICE

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Nota a la edición de nuevo ampliada . . . . . . . . . . . . . . . . 13

VII I. Convivir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

II. La buena educación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

III. Derechos y deberes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43

IV. Templanza y austeridad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53

V. El trabajo bien hecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67

VI. El reparto del tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79

VII. La vida contemplativa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89

VIII. Decir no . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

IX. Violencia: tolerancia cero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105

X. El civismo urbano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

XI. Pertenecer y participar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121

XII. Una vida de calidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131

XIII. Individuos responsables . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141

XIV. Cibercivismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151

Conclusión. Por amor propio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165

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I

CONVIVIR

Vivir es convivir. Y convivir es un arte, al menos paralos humanos. Si nos guiáramos sólo por el instinto,como los animales, si estuviéramos, como ellos, pro-gramados a través de nuestros genes, la convivencia en-tre nosotros sería infinitamente más fácil, sería más omenos automática. No requeriría el ingenio, la reflexióny la maña que todo arte exige. El ser humano, como losdemás organismos vivos, también está programado, con-dicionado por su herencia biológica, a comportarse deuna manera específica: pero lo está no sólo para res-ponder según pautas preestablecidas a un conjunto deestímulos previsibles que el mundo le depara sino tam-bién para enfrentarse con situaciones inesperadas.Frente a ellas los humanos tomamos iniciativas y res-pondemos creando nuestro propio mundo. En otras pa-labras, estamos también programados para no estarlo,es decir, para ser libres.

Biológica y anímicamente el hombre es un serabierto. Lo suyo es buscar respuestas inéditas ante la in-certidumbre y lo desconocido. Tiene instintos, necesida-des y pasiones que le vienen dados desde su nacimiento,como a cualquier otro organismo, pero también intere-ses e inclinaciones que no provienen del mundo animal.Discurre, indaga, calcula y juzga moralmente a los de-más y a sí mismo. Prepara estrategias para lograr finesa veces remotos y difíciles, que no están predetermina-dos por su constitución animal. Todos compartimos es-

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tas facultades, pero su intensidad es distinta para cadauno de nosotros. Pertenecemos a una única especie, perosomos enormemente diferentes los unos de los otros enhabilidad, inteligencia, conciencia moral, memoria y pre-disposiciones sentimentales. La resultante final, la per-sonalidad de cada cual, nos hace a cada uno únicos eirrepetibles.

Es claro que la coexistencia entre seres tan peculia-res y heterogéneos no puede ser nada fácil. Prueba deello es que dedicamos una enorme cantidad de esfuerzo,cada día de nuestras vidas, a superar conflictos, armo-nizar voluntades, alcanzar acuerdos, hacer concesiones,supeditar nuestra voluntad a la de otras personas, o im-ponerla sobre ellas. Es tan notorio que el conflicto es en-démico entre nosotros como que sin ponerle coto o su-perarlo la convivencia sería terriblemente difícil cuandono imposible.

La humanidad ha hallado varias soluciones a la con-dición radicalmente conflictiva de los humanos. Algunasapelan al uso de la fuerza arbitraria y son por lo tanto,tiránicas, como sucede cuando alguien manda draco-nianamente sobre los demás sin su permiso, y tambiéncuando una disciplina férrea domina el universo de unacomunidad cerrada, como ocurre en una prisión o unejército en pie de guerra. Reina en tales casos un ordenimpuesto en el que la obsesión de todos y cada uno espoder escapar a sus rigores por todos los medios. Noobstante, hay otras soluciones ante la naturaleza con-flictiva de nuestra vida en sociedad. Son más adecuadaspara que prosperen comunidades que cumplen las fae-nas cotidianas del trabajo, la vida familiar, la diversión,las tareas públicas, la educación, la religión, la salud ytantas otras. Entre ellas descuellan aquellas que permi-ten la convivencia al tiempo que exigen sacrificios mí-nimos de nuestro albedrío. Son ellas las que van a ocu-par nuestra atención preferente a lo largo de estas re-flexiones: nos interesa considerar el conjunto de normas,modales de buena conducta y reglas de convivencia decuya observancia depende, en gran medida, que el

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mundo no sea un infierno. Y nos interesa asimismo ave-riguar de qué manera son alcanzables, cómo pueden en-trar en vigor. Y qué contenido moral tienen.

Tales normas no son precisamente las de un códigode conducta establecido por decreto o proclamado porun parlamento. Son más bien las que forman una cul-tura de la convivencia pacífica y solidaria a la que dare-mos el nombre, nada nuevo, de civismo. La palabra pro-viene del latín cives, ciudadano, y se refiere también a laciudad: un lugar complejo, construido por el hombre, enel que conviven pacíficamente gentes de la más variadacondición. La fuente ciudadana, por así decirlo, de la pa-labra civismo nos recuerda un hecho elemental, sobre elque se fundamentan estas reflexiones: mujeres y hom-bres —es decir el hombre, en abstracto, un sustantivomasculino que nada tiene que ver con la masculinidad—son esencialmente animales cívicos. Son, para usar laraíz griega, animales políticos. (Polis, en griego, significaciudad: y fue un griego, Aristóteles, quien para siemprenos definió a los seres humanos, con gran acierto, comoanimales políticos.) Ello quiere decir que, cuando con-viven, los hombres necesitan formar relaciones en lasque entra una interacción de voluntades y un intercam-bio —o colisión— de intereses diversos que, a su vez, lesobligan a gobernarse. El civismo entraña el buen go-bierno de nuestra convivencia, pero no desde un centrode autoridad, desde el gobierno, sino por obra y graciade todos los que participamos en ella.

La noción de civismo posee dos acepciones. La máscorriente, y que todo el mundo entiende de buenas a pri-meras, es la de conducta correcta y respetuosa entre pro-pios y extraños. Incluye los buenos modales, la buenaeducación. A veces se restringe a la necesaria conviven-cia cívica que entraña respeto a los demás: el motoristaque pasea por las desiertas calles de una población conel escape libre de su moto y despierta con su estruendoa los ciudadanos que descansan; el excursionista quehace fuego en el bosque y lo deja perdido de inmundi-cias; el funcionario que contesta de mala manera a las

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consultas del público, son considerados justamentecomo ejemplos de falta de civismo. (Sólo los necios losconsideran triviales.) También se incluye en esta acep-ción de la noción de civismo ciertos delitos —no pagarlos impuestos al erario público, por ejemplo— que re-presentan una profunda falta de respeto hacia quienescumplen la ley.

Hay otro sentido de la palabra, algo más sutil, quenos parece fundamental: civismo es también la culturapública de convivencia por la que se rige, o debería re-girse, una determinada sociedad. Según este significadoel civismo está formado por un conjunto de procederesde interacción humana sin los cuales la convivencia esdifícil o imposible. Son normas emparentadas de algúnmodo con lo que entendemos por etiqueta social o pro-tocolo, pero son distintos de éstos: el civismo es un biencompartido o a compartir por todo el pueblo, ése es suatributo esencial. Pero el civismo —he aquí una afirma-ción que consideramos crucial para nuestro argumentoa lo largo de todas estas observaciones— no es sólo unconjunto de normas o modos de proceder —es decir, noes solamente procedimental— sino que incluye tambiénun contenido moral: expresa unos determinados valoresmorales y unas creencias acerca de la sociabilidad hu-mana, que iremos explorando poco a poco. Por eso de-cimos que es una cultura, y no únicamente un conjuntode modales, usanzas y buenas maneras sin contenido.

El doble significado de la palabra civismo encuentraen castellano una feliz coincidencia con el doble signifi-cado que posee también una palabra muy afín a ella: ciu-dadanía. La ciudadanía es, por un lado, el conjunto demujeres y hombres libres e iguales ante la ley que for-man una comunidad política. Y por otro, es también lacondición que cada uno de nosotros posee de ser miem-bro de esa comunidad: es un atributo que nos confiereel derecho al voto, el de presentarnos a elecciones, el derecibir subsidios y pensiones o atención médica (si asíestá previsto por la ley), el de que nuestros vástagos acu-dan a la escuela pública, y así sucesivamente. Como el

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dios Jano de los antiguos, la ciudadanía y el civismo po-seen una doble cara.

Ni la una ni el otro, sin embargo, están libres de con-tradicciones. La interacción humana engendra siempretensiones de poder o influencia, y ello a su vez produceen quienes entran en ella esfuerzos por persuadir y con-vencer, órdenes que unos dan a otros y que son, o no,atendidas. Afloran así obediencias y desobediencias. Si-multáneamente, la convivencia produce reglas —cos-tumbres— que presiden tales situaciones y que unos res-petan y otros violan.

No hay quien escape a esta situación: el mundo esasí. Como es también inescapable mantener una relaciónconstante con los demás. Esa relación es necesaria ade-más para que alcancemos nuestra condición de seres in-teligentes y plenamente humanos. No llegaríamos nuncaa serlo si no estuviéramos siempre entre nuestros seme-jantes, con cuya convivencia aprendemos casi todo loque sabemos del mundo y de nosotros mismos. Ese pro-ceso de aprendizaje, así como la propia convivencia, tie-nen una doble dimensión. Algunos de nuestros prójimoscausan nuestra desesperación y nuestra desdicha: algu-nos son nuestros enemigos, otros nos martirizan o in-comodan, otros nos traicionan, y otros, finalmente, man-dan y ordenan contra nuestra voluntad. Muchos son me-ros rivales que no actúan premeditadamente contranosotros, pero como tales los percibimos. (Pensando entodos ellos opinó lapidariamente un filósofo, Jean-PaulSartre, que «el infierno son los otros», los demás.) Perotambién en otros casos se manifiesta la otra cara de laconvivencia: en nuestros prójimos buscamos y hasta aveces encontramos la dicha. Nuestros amigos, amantes,familiares queridos, aliados, o simplemente las gentesamables que nos premian con su reconocimiento o suagradecimiento por algo que hacemos, guardan los re-sortes de nuestro contento. Al igual que, en no poca me-dida, tienen en sus manos la causa de nuestro descon-tento. En todo caso buscamos siempre en los demásaquello que nos puede hacer felices. Para unos será la

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riqueza, para otros los honores, o el simple reconoci-miento de sus esfuerzos. Y para casi todos, de los demásdepende el goce de la mera convivencia gregaria o de lacompañía entre seres queridos, el ejercicio placentero dela convivialidad. Todas éstas son manifestaciones y for-mas de sociabilidad.

Para todos los humanos es esencial el disfrute y ex-presión de la sociabilidad. No somos ni robinsones ni ere-mitas natos. El propio Robinsón Crusoe, solo en su isladesierta, no hizo sino esperar con imperturbable pacien-cia la aparición de una nave en el horizonte que le tra-jera alguno de sus congéneres, arrancándole así de su for-zada soledad. De muy buen grado volvió a la civilización,con todos sus presuntos inconvenientes, a pesar de su ex-traordinaria traza en haberse montado la vida por sucuenta, en el sentido más literal de la palabra. Los ermi-taños, por su parte, parece que han escogido su condi-ción solitaria, mas no sólo forman una parte infinitesi-mal de la humanidad sino que muchos de ellos se retiranpara estar de algún modo aún más presentes en la socie-dad que han abandonado: aceptan dádivas, se proclamansantos e intercesores entre los hombres y los dioses. Quie-nes huyen del mundanal ruido enseñan lo que ellos creenque es la vía recta a los demás. No los ignoran.

Inevitablemente, la humanidad está compuesta poranimales políticos en el sentido amplio de la palabra,que no excluye que a muchos les interese poco la polí-tica misma y que sólo una minoría se dedique profesio-nalmente a ella. Todo lo que somos ha sido producidosocialmente, por esa «ciudad» a la que pertenecemos: elidioma que hablamos, el país en que nos hemos criadoo en el que habitamos, los conceptos que usamos, la eco-nomía de la que vivimos, todo tiene un origen social con-creto. Si creo en la Santísima Trinidad, si tengo rudi-mentos de álgebra, si sé guiar un automóvil, si entiendoel castellano, si soy pobre, si nací aquí porque mis pa-dres emigraron desde otro país, todo lo que determinay define mi vida pasa por el cedazo y se gesta en el cri-sol de la sociedad de la que formo parte.

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Pero eso —nuestra condición de animales sociales, oen sentido más específico, de animales políticos— noagota nuestra realidad. El hombre se forma una idea desu propia vida, sopesa los que intuye que son sus intere-ses y vive intencionalmente. Es decir, se forja también supropia vida. Ésta es también resultado de su raciocinioy voluntad. Posee una razón —mediante la que evalúa,analiza, considera y delibera consigo mismo— y la aplicaa los recursos que posee para intentar lograr aquello quele atrae. Tales recursos son distintos para cada uno denosotros y varían de un lugar a otro y según cada cul-tura. Así, la belleza de una muchacha es un recurso enla concurrencia que se establece entre los jóvenes en lasrivalidades y escarceos eróticos a los que éstos se entre-gan. La fuerza es un recurso para el atleta. La riqueza desu familia lo es para el niño a quien sus padres mandana una escuela privada muy selecta. A medida que trans-curre el tiempo acumulamos unos recursos y perdemosotros. Nuestros atributos personales son recursos de igualmodo que también lo son las condiciones sociales denuestra existencia.

Decíamos que nuestra convivencia es difícil. Ello su-cede, fundamentalmente, por tres razones: la primera esque muchos deseamos, con recursos desiguales, los mis-mos bienes, que son escasos; la segunda, que una partemuy sustancial de la humanidad siente pasión por do-minar a los demás; y la tercera, que con demasiada fre-cuencia los criterios egoístas predominan sobre los al-truistas. Las tres causas de conflicto son distintas, perono son mutuamente excluyentes. Las encontramos jun-tas a cada paso, pero podemos separarlas para anali-zarlas. Veámoslas.

1. El conflicto que surge de la mera escasez de re-cursos se resuelve, no pocas veces, de forma pacífica.Tan es así que ni nos solemos dar cuenta de que existe.El civismo tiene mucho que ver con ello. Así, hacemosordenadamente cola ante la taquilla de un teatro hastaque se acaban las entradas. (Y reprobamos a quien se la

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salta.) Nos presentamos una y otra vez a unas oposicio-nes para cubrir vacantes en la administración, sin ofen-dernos ni querellarnos con los que han sido admitidos.(Aunque no aceptemos de buen grado que algunos ha-gan uso de sus influencias para conseguir plaza.) Y hastaentramos en la dura pero pacífica liza de la competen-cia de un mercado, aceptando sin protestar que unos seenriquezcan, otros sucumban, y otros vayan tirando. Escierto que a veces se producen situaciones muy violen-tas en la lucha por bienes escasos, sobre todo si es parasobrevivir, como sucede cuando hay una penuria de ali-mentos, pero esta suerte de conflicto, precisamente porser extrema, exige un civismo heroico. Y no por ello me-nos necesario: de ahí nuestra admiración por quienes enun naufragio o catástrofe ni pierden la sangre fría ni labuena educación. Ensalzamos a quienes, en tales cir-cunstancias, ceden lugares de salvación a los más débi-les o les tienden la mano con riesgo de su propia vida.

2. La segunda razón por la cual la convivencia civi-lizada se hace difícil, y por la cual se producen enfren-tamientos, explotaciones, malos tratos y, con demasiadafrecuencia, toda clase de violencias, proviene de nuestrapasión por dominar (y a veces hasta dañar) a los demás.Ésta es una cuestión muy delicada. Y mucho más difí-cil de esclarecer que la anterior, porque no depende decircunstancias objetivas (escasez constatable de recur-sos), sino de la propia naturaleza humana. Sobre ella,en este terreno, no hay un acuerdo universal. Por lopronto, hay una venerable tradición de pensamiento quesupone en el ser humano un componente innato de mal-dad. Según ella no sólo seríamos seres egoístas sino tam-bién seres capaces de hacer daño a nuestros congéneres.Muchos seríamos capaces hasta de gozar con ello. Desdela creencia religiosa en el pecado original hasta variasteorías filosóficas sobre nuestra presunta maldad innatanos encontramos con toda una batería de interpretacio-nes sombrías sobre la naturaleza humana, con gradosdiversos de pesimismo, que asumen esta disposición en

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la raza humana. Para ellas la civilización —inclusas lasformas de civismo que caracterizan a cada una de ellas—no sería más que un barniz siempre presto a esfumarseante los ímpetus de nuestra maldad subyacente.

Hay una tradición diametralmente opuesta a esta no-ción. Es la que sostuvieron, por ejemplo, Rousseau yFreud. Para ella los hombres seríamos, por el contrario,buenos por naturaleza, aunque corrompidos por algunacausa externa: la misma civilización, con sus hipocresíasy perversidades, sería una de ellas. Un orden social ade-cuado permitiría que aflorase nuestra primigenia ino-cencia, echada a perder por una historia que la ha des-virtuado. Pero tal orden no existe o, como dirían algu-nos, no existe aún. En todo caso es posible discrepar dela noción de que pueda crearse una sociedad totalmentelibre de malicias ni conflictos, poblada solamente por se-res esencialmente buenos y altruistas y sin embargo sen-tirse atraído por la idea de que vale la pena esforzarsepor crear condiciones sociales que fomenten la buenaconducta, la virtud ciudadana y también una vida inte-resante y relativamente feliz para el mayor número po-sible de personas.

Sea cual sea la verdadera causa de las inclinacionesmalignas que no pocos muestran en su conducta, locierto es que existen. Mientras esperamos a conocer demodo persuasivo cuál es la senda para eliminarlas sincaer en mayores males —obligarnos por la fuerza a serbuenos plantea toda suerte de problemas prácticos—nada nos impide constatar su presencia. Una presenciaque nos atañe directamente, pues el civismo es sin lugara dudas un modo para poner coto a sus excesos.

Ni el deseo de dominar (por dominar) ni el de dañar(por dañar) son los mismos en cada uno de nosotros. Esevidente que la inclinación por dominar o dañar a losdemás (que son dos cosas distintas aunque a veces va-yan juntas) no aparecen en todos por igual, ni todos losque la exhiben la ejercen en los mismos territorios. Haymandones en una empresa que son, en su hogar, man-sos. Y hay seres dominantes en sus casas que son obe-

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dientes en la calle. Hay quien daña o manda por sadismoo pasión y quien lo hace por necesidad o deber, o hastapor cariño. (Quien bien te quiere te hará llorar, dice elrefrán.) Desde la saña del psicópata hasta la suave amo-nestación de una madre a su hijo travieso hay un in-menso espectro de expresiones de asimetría de poder. Loque hace que éste sea o no aceptable es su legitimidad,la condición que obliga a las gentes civilizadas a acep-tar una autoridad.

3. La tercera causa de conflicto y de los escollos conque topa toda convivencia armoniosa entre la gente esel egoísmo. No todo el egoísmo. El egoísmo es una in-clinación necesaria que nos estimula a proteger nuestravida y hacienda y a mejorarlas. A buscar, ante todo, nues-tro propio bienestar material y anímico. Tal inclinaciónno es sólo beneficiosa para nosotros como individuossino que tiene con frecuencia repercusiones muy positi-vas para la sociedad que nos rodea. No es fácil acaparartoda la riqueza que uno crea sin que parte de ella novaya a parar a manos de otros. Un director de cine re-cibirá la halagüeña atención del público pero, si ademássu obra posee calidad, es un regalo para todos. A loscientíficos no les mueve sólo el afán de saber: sin el re-conocimiento social que reciben de su propia comuni-dad científica y del público en general la ciencia pocoavanzaría.

Con la mente puesta en estos beneficios sociales delos motivos egoístas de la conducta, los grandes pensa-dores del liberalismo moderno siempre nos han recor-dado que la competencia individualista entre personasguiadas por el afán de promover su propio interés pro-duce efectos agregados que son buenos para la sociedaden su conjunto: aumenta la riqueza general, por ejem-plo. La suma de las pasiones privadas y las codicias decada cual generaría, según esta doctrina, el bienestar demuchos. Los vicios privados producirían virtudes públi-cas, para decirlo según un célebre adagio. Ello se com-plementa con el hecho de que, además, muchos intere-

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ses individuales son complementarios entre sí. Un ejem-plo no menos célebre —que dio el sabio escocés AdamSmith— se encuentra en la parábola del parroquiano se-diento y el tabernero. El primero pide su pinta de cer-veza para apagar su sed y el segundo se la ofrece paraganarse unos peniques. Cada cual va a la suya y ambosquedan contentos.

Lo malo es que cuando, en general, cada cual va a lasuya los resultados distan mucho, con frecuencia, detransformar automáticamente los vicios privados en vir-tudes públicas. Creer que tal transformación se producepor arte de birlibirloque o porque existe una divinaMano Invisible —como apuntaba el mismo AdamSmith— que pone orden en el mundo de la concurren-cia individualista de todos contra todos es mucho supo-ner. Tal vez sea cierto que los esfuerzos de tantos capi-talistas o empresarios por labrar su propia fortuna, ensu conjunto, elevan el nivel de vida de la población enla que viven. Mas queda por demostrar que los fabri-cantes de armas o los traficantes de droga —que tam-bién son empresarios— transformen su vicioso egoísmoen virtuoso altruismo, o que sus esfuerzos redunden enel bienestar de las gentes en general, tal y como proponela teoría. Y es que esa teoría, al hacer hincapié en las re-percusiones beneficiosas del egoísmo —para quien lo po-see así como para muchos de sus prójimos— no se per-cata de que unas veces se producen y otras no. El ego-ísmo es una virtud —por eso hablamos justificadamentede un «sano egoísmo», o de las «ambiciones legítimas»de cada cual— siempre que no arrolle a su paso, por lomenos, la posibilidad del ejercicio del altruismo.

Es muy probable que, con contadas excepciones, lossentimientos egoístas sean en el hombre mucho más po-derosos que los altruistas. Que toda la compasión quepodamos sentir por los demás se desvanezca o se arrin-cone ante nuestros afanes egoístas. Decimos esto por dosrazones, una de las cuales tiene una relación muy estre-cha con el civismo. La primera es que, ante un conflictoserio entre los intereses y ambiciones propios y los de

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los demás, las gentes se suelen inclinar por perseguir lospropios en detrimento de los ajenos. (Y entre los propioshay que incluir a menudo los de la familia o allegadosde cada cual.) La segunda razón es la de que, mientrasque el egoísmo no necesita ser inculcado —nada hay másegoísta que un recién nacido—, el respeto, la solidari-dad, la generosidad y demás virtudes solidarias necesi-tan de esfuerzos permanentes para que prevalezcan. Nosamonesta el gobierno, nos piden disciplina los maestros,nos amenazan con penas ultraterrenas los clérigos, nosregañan los políticos y, sobre todo, nos censuramos losunos a los otros a cada paso. Y cuando todo falla, la san-ción punitiva pende sobre nuestras cabezas: pagamosimpuestos a regañadientes o por lo menos sin entu-siasmo porque sabemos la que nos caerá encima si nosatrapan.

No es nuestro propósito desarrollar a lo largo de es-tas reflexiones ningún programa sencillo para que triun-fen en el mundo la solidaridad y el altruismo sobre elegoísmo. No sólo no tenemos la fórmula, sino que seríainadmisiblemente pretencioso enmendar la sabiduríadisponible, acumulada por la larga experiencia históricade la humanidad, sobre lo que se puede hacer en estesentido. (Que a pesar de tal sabiduría parece arduo deconseguir.) Lo que en cambio sí cae dentro de nuestrasmucho más modestas miras es bosquejar algunas de lascaracterísticas que habría de poseer una convivencia cí-vica en tiempos como los nuestros. La cual, a su vez, po-dría producir el clima moral idóneo para que prospera-ran esas grandes virtudes. (Que, a no dudarlo, existen yse manifiestan cada día. Tanto en la vida de tantas per-sonas abnegadas o capaces de tener en cuenta silencio-samente las necesidades de los demás como en la deaquellas que entregan su tiempo y desvelos a ayudar aotros: la proliferación de movimientos cívicos de solida-ridad en todo el mundo es buena prueba de ello.)

La convivencia entre un yo naturalmente egoísta ytodos los demás individuos que tienen igual y soberanapretensión de ser igualmente egoístas necesita el cultivo

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CONVIVIR

colectivo de un ámbito de virtudes humildes que, a suvez, creen ese clima favorable al florecimiento de las vir-tudes grandes. Vamos a sugerir aquí de qué modo po-dríamos entre todos fomentar las primeras —que sonlas de la convivencia cotidiana— para que las demássean cada vez más frecuentes y tengan mayor alcance.Por eso no apelaremos en ningún caso a grandes prin-cipios —con una sola excepción— ni a majestuosas teo-rías morales ni sociológicas: más bien al raciocinio cí-vico, al análisis sereno de qué es lo que más convienepara que sobrevivamos como una comunidad civilizadaen un mundo cada vez más complejo y, en algunos sen-tidos, cada vez más peligroso —como veremos— comoes el nuestro.

La base ética de la convivencia es el precepto «no ha-gas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti».Éste, que suele recibir el nombre tradicional de Regla deOro, tiene una aplicación de máxima generalidad. Así, sialgunos teóricos preconizadores del individualismo ego-ísta universal lo hubieran tenido en cuenta habrían po-dido solventar el rompecabezas que supone tener quesostener que un traficante de drogas o un fabricante dearmas es un benefactor indirecto de la humanidad aun-que sus motivos privados sean malignos y sus vidas pocoejemplares. Habrá que suponer que ni al uno ni al otroles agradaría ser tratados como ellos tratan a sus vícti-mas indirectas. En nuestro caso, este precepto o granprincipio moral tiene una pertinencia inmediata: la vidacívica consiste en tratar a los demás con la deferencia ydelicadeza, y no sólo con la buena educación, con la quequerríamos que siempre nos trataran a nosotros. Y lasconsecuencias de ello no son menores.

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