manolo frente a maripili

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Y o quería un hombre-hom- bre. Lo conseguí: no me ha respetado nunca”. Carmen García Ribas repite la frase de una mujer que acudió a su curso sobre Habilidades de Comuni- cación para Mujeres Profesionales. Y la repite porque ilustra el peso de los este- reotipos de género en los que están atra- pados hombres y mujeres y que acaban teniendo efectos perversos en su vida profesional. Y en la privada. Es el miedo lo que impele a unas y otros a buscar refugio seguro en esos es- tereotipos y a comportarse de una for- ma que la profesora García Ribas ha de- finido como el síndrome Manolo y el síndrome Mari Pili. Ellos, los manolos, han de hacer fren- te sobre todo al miedo a no ser. Un te- mor que suele traducirse en agresivi- dad o prepotencia. Mientras que ellas, las maripilis, han de lidiar con el miedo a ser, cuya traslación a la vida cotidia- na toma forma de sumisión. “A mayor sumisión de unas, más agresividad de los otros. De forma que en la actualidad se produce la paradoja de que muchas mujeres que, a diferencia del pasado, podrían ser independientes, siguen so- portando las agresiones, psicológicas o físicas, de su pareja”. En la evolución humana, la sumi- sión femenina fue una mecanismo de supervivencia. Hasta mediados del si- glo pasado se encontraban manuales de educación sentimental que abordaban explícitamente esta sumisión de una forma estratégica: de la elección de tu marido, venían a decir, depende el res- to de tu vida, así que no puedes ser frí- vola al elegir. Pero cuando, poco des- pués, las mujeres comenzaron a lograr la equiparación de derechos, al menos sobre el papel, parecía que tendría que cambiar todo. Entonces, ¿por qué aho- ra, cuando la sumisión ya no es necesa- ria para sobrevivir, siguen recurrien- do a ella? “Porque vivimos inmersas en el síndrome Mari Pili, y la sumisión ya no es una estrategia, sino un rasgo iden- titario. Con el agravante de que estas ac- titudes alimentan a sus contrarias, pues no hacen más que reforzar la pre- potencia masculina. De forma que hoy, en vez de ser más independientes, lo que somos es mejores esclavas”. Profesora de la Escuela Superior de Comercio Internacional de la Universi- tat Pompeu Fabra (ESCI-UPF), Carmen García Ribas constató que en el mundo laboral, a la hora de gestionar el miedo, los hombres se ven empujados a buscar modelos agresivos y prepotentes mien- tras que el temor de las mujeres a ser rechazadas las convierte en sumisas. “De ahí que las mujeres profesionales se vean frenadas por el temor a consu- mirse sin amor en la soledad del frío tro- no de la excelencia profesional. Tienen miedo al éxito, aunque no lo reconoz- can. Y a la hora de comunicar, rituali- zan la sumisión: ‘A lo mejor digo una tontería’ o ‘no sé si sabré explicarme’”. Un ejemplo: Amparo Moraleda, presi- denta de IBM España y Portugal, confe- só al ser nombrada: “Cuando me promo- cionaron a mi puesto actual me pregun- té si sería capaz de hacerlo. Ninguno de mis compañeros directivos habría teni- do tantas dudas”. “Y es que ellas quieren gustar, mien- tras que ellos se vuelcan en ganar –resu- me García Ribas–. Sin embargo, las mu- jeres siguen situando al hombre como hilo conductor de sus vidas. Todos los logros de las mujeres no son nada sin la luz del hombre, lo que arropado por el término feminidad constituyen los fac- tores determinantes de la autolimita- ción. En la actualidad, las mujeres se forman para ser mejor producto, no pa- ra ser comprador. Aumentan su cali- dad, desean crear valor, pero para op- tar al mejor postor, no para ganar auto- nomía”. Las mujeres son mucho más per- meables a las emociones que los hom- bres, y ellas tienen más miedo que ellos a no ser queridas, a la desaprobación. Ese temor comporta no sólo una dificul- tad a la hora de establecer estrategias, sino que, además, cuando esa mujer re- cibe un mensaje de desaprobación, por muy sutil que sea, se bloquea y enton- ces se convierte en una mujer fácilmen- te manipulable, explica García Ribas. La mujer profesional, añade la experta, “debe sustituir su modelo mental del la- mento por el de la negociación”. Por eso, cuando las mujeres desta- can, reciben el castigo de la singulari- dad. “El modelo actual les dice que pue- den ser lo que quieran, pero no es así. A las que tienen éxito en el ámbito profe- sional, es la familia la que les lanza mensajes de marginación”. ¿Qué pasa entonces? Pues que la mayoría “opta por permanecer en una franja interme- dia, por no destacar en exceso, porque la singularidad da miedo y cuando se destaca se reciben agresiones”. Laura Morata, directora de proyec- tos de la firma de moda Madre Mía del Amor Hermoso, acudió a uno de los cur- sos de la ESCI-UPF, en un intento de me- jorar sus herramientas de comunica- ción con sus clientes y jefes. “Allí enten- dí una serie de cosas que al visualizar- las me permitieron cambiarlas. Porque somos nosotras mismas las que nos ha- cemos autosabotaje de forma incons- ciente. Pues, a diferencia de los hom- bres, tenemos miedo a no ser absoluta- mente queridas por todo nuestro entor- no y una expresión negativa con un jefe o compañero nos puede producir tal grado de angustia que, para evitarla, so- mos capaces de cualquier cosa, comen- zando por callar. De ahí a la sumisión sólo hay un paso”. Mientras tanto, los hombres tam- bién parecen atrapados en su propio la- berinto, el que García Ribas ha bautiza- do como síndrome Manolo: “Ellos tam- bién sufren; tienen miedo a no ser, al fracaso. Es difícil que lo reconozcan, porque la sociedad prima, premia y ja- lea a los que no temen, pero asumir que se tiene miedo a no dar la talla es el pri- mer paso para empezar a solventar mu- chos de los problemas que afectan a las organizaciones empresariales y a las re- laciones laborales. También a la vida privada”. Sin embargo, los cursos organiza- dos exclusivamente para ellos permane- cen casi desiertos, frente al éxito de con- vocatoria de los dirigidos a mujeres. “El propio síndrome les impide recono- cerse como manolos. Pero su arrogan- cia y prepotencia recoge el aplauso de la sociedad y encuentra muchas muje- res dispuestas a servirlos. De hecho, es el prototipo protegido socialmente, pues los manolos acostumbran a llegar a presidentes”. Las consecuencias para la empresa son nefastas. El miedo al fracaso de es- tos directivos les impulsa a ser arrogan- tes, a no escuchar a nadie y a cortocir- cuitar la creatividad de sus colaborado- res. El manolo, explica Carmen García Ribas, “es aquel hombre lleno de miedo al fracaso, un miedo que le resta capaci- dad para negociar y motivar a sus em- pleados, perjudicando, por ende, a su empresa. Es fácil reconocerlos: actúan con chulería, se lamenta porque todo el mundo trabaja sin compromiso, se sien- ten amenazados por el talento y no con- fían en su gente. Por lo que gestionar este síndrome suele ser rentable para la empresa”. Ambos síndromes comportan ade- más serios problemas de salud. Lo ex- plica la doctora Marta Rodríguez, jefa de servicio del Centro Médico Delfos: “Es tan alto el nivel de autoexigencia fe- menina que suele provocar estados con- tinuados de ansiedad que pueden des- embocar en depresión. ‘Me encuentro mal’, dicen en la consulta sin saber defi- nir exactamente qué les pasa. Pero la necesidad de estar a la altura, además de un coste mental, también pasa una factura física en forma de cefaleas, in- somnio, mareos, taquicardia o contrac- turas; lo que se traduce en muchas ba- jas laborales. Mientras, los manolos suelen ir acumulando problemas car- diovasculares”. Perviven los viejos esquemas El problema es que los medios de comu- nicación no dejan de reproducir los es- tereotipos que generan estos síndro- mes. Y no resulta difícil constatar que las revistas para preadolescentes repro- ducen este perverso esquema: “David Beckham, harto de Victoria, al borde de la separación”, titulaba una. O “Es- toy gorda, me doy asco”, escribía una jovencísima lectora. “No hacen más que recrudecer los estereotipos. De for- ma que una chica apenas vea diferen- cias entre coquetear y seducir y piense que son sinónimos. Pero mientras el primer concepto implica un deseo de gustar, de que te acepten y te quieran, en una clara actitud de sumisión, el se- gundo nos habla de una mujer capaz de hacer que otros la sigan, de tomar ella la iniciativa”, asegura García Ribas. Un último ejemplo. Ninguna mujer se molestó por la denominación popu- lar con la que la profesora bautizó el sín- drome que sufren ellas. Sin embargo, un señor llamado Manuel, de El Esco- rial, le dirigió una carta indignado por que tal denominación “mancilla mi nombre”. Muy manolo él.c KRAHN Manolo frente a Mari Pili Las mujeres buscan refugio en la sumisión; los hombres, en la agresividad: el conflicto se mantiene Manuel Díaz Prieto Hoy la mujer se forma para ser mejor producto, no para ser comprador . 12 revista DOMINGO, 10 JULIO 2005 LA VANGUARDIA

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Page 1: Manolo frente a maripili

Yo quería un hombre-hom-bre. Lo conseguí: no me harespetado nunca”. CarmenGarcía Ribas repite la frasede una mujer que acudió a

su curso sobre Habilidades de Comuni-cación para Mujeres Profesionales. Y larepite porque ilustra el peso de los este-reotipos de género en los que están atra-pados hombres y mujeres y que acabanteniendo efectos perversos en su vidaprofesional. Y en la privada.

Es el miedo lo que impele a unas yotros a buscar refugio seguro en esos es-tereotipos y a comportarse de una for-ma que la profesora García Ribas ha de-finido como el síndrome Manolo y elsíndrome Mari Pili.

Ellos, los manolos, han de hacer fren-te sobre todo al miedo a no ser. Un te-mor que suele traducirse en agresivi-dad o prepotencia. Mientras que ellas,las maripilis, han de lidiar con el miedoa ser, cuya traslación a la vida cotidia-na toma forma de sumisión. “A mayorsumisión de unas, más agresividad delos otros. De forma que en la actualidadse produce la paradoja de que muchasmujeres que, a diferencia del pasado,podrían ser independientes, siguen so-portando las agresiones, psicológicas ofísicas, de su pareja”.

En la evolución humana, la sumi-sión femenina fue una mecanismo desupervivencia. Hasta mediados del si-glo pasado se encontraban manuales deeducación sentimental que abordabanexplícitamente esta sumisión de unaforma estratégica: de la elección de tumarido, venían a decir, depende el res-to de tu vida, así que no puedes ser frí-vola al elegir. Pero cuando, poco des-pués, las mujeres comenzaron a lograrla equiparación de derechos, al menossobre el papel, parecía que tendría quecambiar todo. Entonces, ¿por qué aho-ra, cuando la sumisión ya no es necesa-ria para sobrevivir, siguen recurrien-do a ella? “Porque vivimos inmersas enel síndrome Mari Pili, y la sumisión yano es una estrategia, sino un rasgo iden-titario. Con el agravante de que estas ac-titudes alimentan a sus contrarias,pues no hacen más que reforzar la pre-potencia masculina. De forma que hoy,en vez de ser más independientes, loque somos es mejores esclavas”.

Profesora de la Escuela Superior deComercio Internacional de la Universi-tat Pompeu Fabra (ESCI-UPF), CarmenGarcía Ribas constató que en el mundolaboral, a la hora de gestionar el miedo,los hombres se ven empujados a buscarmodelos agresivos y prepotentes mien-tras que el temor de las mujeres a serrechazadas las convierte en sumisas.“De ahí que las mujeres profesionalesse vean frenadas por el temor a consu-mirse sin amor en la soledad del frío tro-no de la excelencia profesional. Tienenmiedo al éxito, aunque no lo reconoz-can. Y a la hora de comunicar, rituali-zan la sumisión: ‘A lo mejor digo unatontería’ o ‘no sé si sabré explicarme’”.

Un ejemplo: Amparo Moraleda, presi-denta de IBM España y Portugal, confe-só al ser nombrada: “Cuando me promo-cionaron a mi puesto actual me pregun-té si sería capaz de hacerlo. Ninguno demis compañeros directivos habría teni-do tantas dudas”.

“Y es que ellas quieren gustar, mien-tras que ellos se vuelcan en ganar –resu-me García Ribas–. Sin embargo, las mu-jeres siguen situando al hombre comohilo conductor de sus vidas. Todos loslogros de las mujeres no son nada sin laluz del hombre, lo que arropado por eltérmino feminidad constituyen los fac-tores determinantes de la autolimita-ción. En la actualidad, las mujeres seforman para ser mejor producto, no pa-ra ser comprador. Aumentan su cali-dad, desean crear valor, pero para op-tar al mejor postor, no para ganar auto-nomía”.

Las mujeres son mucho más per-meables a las emociones que los hom-bres, y ellas tienen más miedo que ellosa no ser queridas, a la desaprobación.Ese temor comporta no sólo una dificul-tad a la hora de establecer estrategias,sino que, además, cuando esa mujer re-cibe un mensaje de desaprobación, pormuy sutil que sea, se bloquea y enton-ces se convierte en una mujer fácilmen-te manipulable, explica García Ribas.La mujer profesional, añade la experta,

“debe sustituir su modelo mental del la-mento por el de la negociación”.

Por eso, cuando las mujeres desta-can, reciben el castigo de la singulari-dad. “El modelo actual les dice que pue-den ser lo que quieran, pero no es así. Alas que tienen éxito en el ámbito profe-sional, es la familia la que les lanzamensajes de marginación”. ¿Qué pasaentonces? Pues que la mayoría “optapor permanecer en una franja interme-dia, por no destacar en exceso, porquela singularidad da miedo y cuando sedestaca se reciben agresiones”.

Laura Morata, directora de proyec-tos de la firma de moda Madre Mía delAmor Hermoso, acudió a uno de los cur-sos de la ESCI-UPF, en un intento de me-jorar sus herramientas de comunica-ción con sus clientes y jefes. “Allí enten-dí una serie de cosas que al visualizar-las me permitieron cambiarlas. Porquesomos nosotras mismas las que nos ha-cemos autosabotaje de forma incons-ciente. Pues, a diferencia de los hom-

bres, tenemos miedo a no ser absoluta-mente queridas por todo nuestro entor-no y una expresión negativa con un jefeo compañero nos puede producir talgrado de angustia que, para evitarla, so-mos capaces de cualquier cosa, comen-zando por callar. De ahí a la sumisiónsólo hay un paso”.

Mientras tanto, los hombres tam-bién parecen atrapados en su propio la-berinto, el que García Ribas ha bautiza-do como síndrome Manolo: “Ellos tam-bién sufren; tienen miedo a no ser, alfracaso. Es difícil que lo reconozcan,

porque la sociedad prima, premia y ja-lea a los que no temen, pero asumir quese tiene miedo a no dar la talla es el pri-mer paso para empezar a solventar mu-chos de los problemas que afectan a lasorganizaciones empresariales y a las re-laciones laborales. También a la vidaprivada”.

Sin embargo, los cursos organiza-dos exclusivamente para ellos permane-cen casi desiertos, frente al éxito de con-

vocatoria de los dirigidos a mujeres.“El propio síndrome les impide recono-cerse como manolos. Pero su arrogan-cia y prepotencia recoge el aplauso dela sociedad y encuentra muchas muje-res dispuestas a servirlos. De hecho, esel prototipo protegido socialmente,pues los manolos acostumbran a llegara presidentes”.

Las consecuencias para la empresason nefastas. El miedo al fracaso de es-tos directivos les impulsa a ser arrogan-tes, a no escuchar a nadie y a cortocir-cuitar la creatividad de sus colaborado-res. El manolo, explica Carmen GarcíaRibas, “es aquel hombre lleno de miedoal fracaso, un miedo que le resta capaci-dad para negociar y motivar a sus em-pleados, perjudicando, por ende, a suempresa. Es fácil reconocerlos: actúancon chulería, se lamenta porque todo elmundo trabaja sin compromiso, se sien-ten amenazados por el talento y no con-fían en su gente. Por lo que gestionareste síndrome suele ser rentable parala empresa”.

Ambos síndromes comportan ade-más serios problemas de salud. Lo ex-plica la doctora Marta Rodríguez, jefade servicio del Centro Médico Delfos:“Es tan alto el nivel de autoexigencia fe-menina que suele provocar estados con-tinuados de ansiedad que pueden des-embocar en depresión. ‘Me encuentromal’, dicen en la consulta sin saber defi-nir exactamente qué les pasa. Pero lanecesidad de estar a la altura, ademásde un coste mental, también pasa unafactura física en forma de cefaleas, in-somnio, mareos, taquicardia o contrac-turas; lo que se traduce en muchas ba-jas laborales. Mientras, los manolossuelen ir acumulando problemas car-diovasculares”.

Perviven los viejos esquemasEl problema es que los medios de comu-nicación no dejan de reproducir los es-tereotipos que generan estos síndro-mes. Y no resulta difícil constatar quelas revistas para preadolescentes repro-ducen este perverso esquema: “DavidBeckham, harto de Victoria, al bordede la separación”, titulaba una. O “Es-toy gorda, me doy asco”, escribía unajovencísima lectora. “No hacen másque recrudecer los estereotipos. De for-ma que una chica apenas vea diferen-cias entre coquetear y seducir y pienseque son sinónimos. Pero mientras elprimer concepto implica un deseo degustar, de que te acepten y te quieran,en una clara actitud de sumisión, el se-gundo nos habla de una mujer capaz dehacer que otros la sigan, de tomar ellala iniciativa”, asegura García Ribas.

Un último ejemplo. Ninguna mujerse molestó por la denominación popu-lar con la que la profesora bautizó el sín-drome que sufren ellas. Sin embargo,un señor llamado Manuel, de El Esco-rial, le dirigió una carta indignado porque tal denominación “mancilla minombre”. Muy manolo él.cK

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Manolo frente a Mari PiliLas mujeres buscan refugio en la sumisión; los hombres,en la agresividad: el conflicto se mantiene Manuel Díaz Prieto

Hoy la mujer se formapara ser mejor producto,no para ser comprador

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