manifiestos 1890 1956 parte1

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Antología de manifiestos políticos argentinos, 1890-2010 "Tratar de comprender mejor nuestro presente, sus vicisitudes y sus conflictos, sus logros y sus dificultades descifrando las genealogías de nuestros sueños e ideales constituye un modo genuino de romper simplificaciones al uso. Tal vez por eso imaginamos que sería oportuno recobrar las diversas voces y escrituras que se agolparon en las luchas políticas de un país, el nuestro, siempre atravesado por intensidades y diferencias que no se han saldado." Ricardo Forster

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AUTORIDADES NACIONALES

Presidenta de la NaciónCristina Fernández de Kirchner

Vicepresidente de la NaciónAmado Boudou

Ministra de CulturaTeresa Parodi

Jefa de GabineteVerónica Fiorito

Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento NacionalRicardo Forster

Director Nacional de PensamientoArgentino y LatinoamericanoMatías Bruera

Director de Asuntos Académicosy Políticas RegionalesFrancisco “Teté” Romero

Coordinador de Políticas TerritorialesHomero Mario Koncurat

Coordinador Técnico y AdministrativoGabriel Diner

EDICIÓN

Dirección del proyecto

Matías Bruera y Gabriel D. Lerman

Coordinación de la edición

Mariana Casullo

Consejo Asesor

Diego Caramés, Matías Farías

y Adriana Petra

Edición y guión

Mariana Casullo y Diego Caramés

en colaboración con Matías Farías

y Adriana Petra

Diseño de tapa y de interior

Carlos Fernández

Corrección

Juan Martín Rosso

Belén Domínguez

2014 - Ministerio de Cultura

ISBN 978-987-3772-04-7

IMPRESO EN ARGENTINAPRINTED IN ARGENTINA

Queda hecho el depósito que marcala ley 11.723

Antología de Manifiestos políticos argentinos 1890-1956 / Leandro N. Alem ... [et.al.] ; edición a cargo de Mariana Casullo y Diego Caramés ; con prólogo de Teresa Parodi y Ricardo Forster. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Ministerio de Cultura de la Nación. Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional , 2014. 516 p. ; 20x28 cm.

ISBN 978-987-3772-04-7

1. Historia Política Argentina. I. Alem, Leandro N. II. Casullo, Mariana, ed. lit. III. Ca-ramés, Diego, ed. lit. IV. Parodi, Teresa, prolog. V. Forster, Ricardo, prolog. CDD 320.982

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Palabras previas, por Teresa Parodi 13Prólogo, por Ricardo Forster 15Presentación, por el Consejo Asesor y editores 19

1890

Trabajadores. Compañeras. Compañeros: ¡Salud! 25Somos la escoria de la sociedad 32Tapa del periódico Vorwärts 33 Manifiesto de la Junta Revolucionaria en 1890 34Discurso de Leandro N. Alem en el Acto en el Frontón 38Fotografía de la Revolución del Parque 39

1896-1897

Primer Manifiesto Electoral del Partido Socialista 43Logo de La Sociedad Luz 45Declaración de principios y Programa mínimo del Partido Socialista 46La voz de la mujer anarquista 48Tapa del periódico socialista La Vanguardia 49Proclama de trabajadores de la madera llamando a una huelga por las 8 horas 50La fiesta del proletariado, por Leopoldo Lugones 52Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova 53Testamento político de Leandro N. Alem 54

1901-1902

I Congreso Obrero del 25 de mayo de 1901 57Huelga general de 1902 59El Senado de la Nación debate la Ley de Residencia 68 El peligro yanqui, por Manuel Ugarte 72Tapa del periódico anarquista La Protesta Humana 77El Destierro (fragmento), por Julio Camba 78

ÍNDICE

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1904

Resoluciones del IV Congreso de la FOA 81Pacto de solidaridad 84Fotografía de una manifestación de la FORA 87 Declaración de la UIA 88Fotografía de manifestación por jornada de 8 horas 90Primer discurso como diputado de Alfredo L. Palacios 91Conclusiones del Informe sobre el estado de las clases obreras, por Juan Bialet Massé 94 Tapa del folleto de Reglamentación del trabajo femenino y de niños 104

1909-1912

Proclama de la UGT, la FORA y sociedades obreras en la Semana Roja de 1909 107Fotografía de la represión durante la Semana Roja 1081909 – Radowitzky – 1917, por Emilio López Arango 109Fotografía de Simón Radowitzky 110 Asalto a La Protesta (crónica) 111Himno argentino versión anarquista 113Discurso de José Figueroa Alcorta en conmemoración del Centenario 114Fotografía de los festejos del Centenario 118Oración patriótica de monseñor Miguel de Andrea 119La restauración nacionalista (selección), por Ricardo Rojas 121Grito de Alcorta 128Fotografía del Grito de Alcorta 133Manifiesto de la UCR sobre las elecciones de 1912 134Juan B. Justo y la polémica con el socialista italiano Enrico Ferri 140

1914-1916

Manifiesto de la UCR al pueblo de la República antes

de las elecciones de abril de 1916 151Discurso de Hipólito Yrigoyen en la asunción de la presidencia de la Nación 152Polémica entre Hipólito Yrigoyen y Pedro C. Molina 153 Si el pueblo pensara más, por Joaquin V. González 166Fotografía de las elecciones de 1916 170Fotografía de asunción del presidente Hipólito Yrigoyen 170Crónica de la asunción de Hipólito Yrigoyen por el embajador de España 171

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El suicidio de los bárbaros, por José Ingenieros 172Mi beligerancia (prólogo), por Leopoldo Lugones 174En favor de la neutralidad, por Belisario Roldán 178Peregrinación a las ruinas, por Roberto J. Payró 181

1917-1919

La Revolución de Rusia, por Enrique del Valle Iberlucea 191¡Rusia!, por Misha 194La revolución rusa y su influencia moral, por Severo Bruno 196Nuestro Congreso: el Partido Socialista frente a la Primera Guerra Mundial 198Poemas “Rusia” y “Guardia Roja”, de Jorge Luis Borges 200Significación histórica del maximalismo, por José Ingenieros 201La revolución social que nos amenaza, por monseñor Zenón Bustos y Ferreyra 208Tribuna proletaria, de Abraham Vigo 209Mala sed, de Adolfo Bellocq 209Manifiesto Liminar, 1918 210Discurso de Deodoro Roca en la clausura del primer CongresoNacional Universitario 214Discurso de Alejandro Korn, primer decano electo con el voto estudiantil 216Fotografía de la Reforma Universitaria de 1918 219Manifiesto de la revista Martín Fierro 220Manifiesto de la FORA sobre la Semana Trágica, 1919 222El pueblo está para la revolución (crónica) 223Fotografías de la Semana Trágica 224

1921-1924

La masacre de La Forestal: denuncia en la legislatura de Santa Fe 227No es un problema de policía 231¿Hay que armarse?, por Doricio Tacuara 232Fotografías de La Forestal 235La Patagonia rebelde (fragmento), por Osvaldo Bayer 236Fotografía del acto del 1° de Mayo de 1921 en Puerto Santa Cruz 249Masacre de Napalpí, diario Heraldo del Norte 250 Fotografía del campo de la Reducción de Napalpí 250En el Chaco y norte de Santa Fe los indios sublevados continúancometiendo desmanes, diario La Nación 251 Fotografía de hacendados del Chaco, 1924 252

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Discurso de Manuel Carlés, fundador de la Liga Patriótica 253Prédica de la “Gran Campaña de Pacificación Social” 255

1930-1932

Manifiesto de los 44 261Manifiesto de la Junta Provisional, presidida por José F. Uriburu 263Proclama del presidente de facto José F. Uriburu 265Acordada que legitima el Gobierno Provisional de la Nación

encabezado por José F. Uriburu 267La dificultad de la revolución, por Rodolfo Irazusta 269Fotografías del golpe de Estado de septiembre de 1930 270 El comicio cerrado 271

Debate entre Matías Sánchez Sorondo y Alfredo L. Palacios sobre la tortura 273Discurso del presidente de la FUA 277Aguafuerte Balconeando la Revolución, por Roberto Arlt 279 Aguafuerte Orejeando la Revolución, por Roberto Arlt 281

1934-1937

Manifiesto de la fundación de FORJA (fragmentos) 285Los ferrocarriles, factor primordial de la independencia nacional 288América y su petróleo 293 Prólogo de J. L. Borges a El paso de los libres de Arturo Jauretche 294Tapa de la primera edición de El paso de los libres 295Lisandro de la Torre y el escándalo de las carnes: discurso en el Senado 296La oligarquía en el gobierno, por Rodolfo y Julio Irazusta 299Declaración de la Confederación General del Trabajo (7 de febrero de 1936) 306Las brigadas de choque, por Raúl González Tuñón 308Manifestación, de Antonio Berni 316

1943-1944

Documento GOU: “Situación interna” 319Proclama de las Fuerzas Armadas luego de la “Revolución de junio” 325Discurso de Perón en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires 327

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Fotografía del Gral. Pedro P. Ramírez en la toma de mando 338La obra social que desarrolla el Coronel Perón, por Manuel Gálvez 339Fotografía de la proclama de junio de 1943 341Nuestra actitud ante el desastre, por Oliverio Girondo 342Fotografía de las tropas pasando por avenida Leandro N. Alem 349Declaración AIAPE a favor de la Unión Democrática 350Volantes de Argentina Libre/Antinazi 351Son memorias (selección) de Tulio Halperín Donghi 352

1945-1946

Discurso de Juan Domingo Perón del 17 de octubre de 1945 361Declaración de FORJA frente al 17 de octubre de 1945 364Actas de la reunión del 16 de octubre de la CGT (fragmentos) 365El subsuelo de la patria sublevada, por Raúl Scalabrini Ortiz 376Fotografías del 17 de octubre 377Al 17 de octubre, por Leopoldo Marechal 378Mujeres de la Villa Guillermina en contra de Perón 379Fotografías de El Malón de la Paz 381El Partido Socialista y el 17 de octubre de 1945 382

Manifiesto de los Tres 383

Manifiesto en apoyo al embajador norteamericano Braden 391Sobre el peronismo y la situación política argentina (fragmento),por Victorio Codovilla 392Fotografía de la “Marcha de la Constitución y la Libertad” 394Escritores argentinos definen su posición cívica democrática (Manifiesto) 395Volantes antiperonistas 398El mito gaucho (selección), por Carlos Astrada 399Muerte y transfiguración de Martín Fierro (selección),por Ezequiel Martínez Estrada 404

1947-1949

Eva Perón anuncia la ley del voto femenino 13.010 409Reynaldo Pastor contra el voto femenino 412Feministas y la ley del voto femenino de 1947 • Entrevista a Alicia Moreau de Justo (fragmento) 413• Un grave contrasentido, por Alicia Moreau de Justo 414Fotografía de Julieta Lanteri 415

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Fotografías de las elecciones de 1951 416Testimonio de doña María, activista sindical de Berisso 417Discurso de apertura de J. D. Perón de las Sesiones

de la Asamblea Constituyente 424Constitución de la Nación Argentina de 1949: capítulos III y IV 432Informe de la Comisión revisora de la Constitución (fragmentos),por Arturo E. Sampay 437Ilustración de la Constitución de la Nación Argentina de 1949 446Lebensohn y las dos tradiciones argentinas 447Fotografía de J. D. Perón jurando la Constitución de 1949 449

1951-1956

Discurso de Eva Perón en el Cabildo Abierto 453Mi mensaje, de Eva Perón (fragmento) 456Fotografía del funeral de Eva Perón 462Eva Perón en la hoguera, por Leónidas Lamborghini (selección) 463Fotografía del funeral de Eva Perón 466Acción Católica de Córdoba (antiperonistas) 467Actualidad de Echeverría (selección) 468Proclama del general Eduardo Lonardi contra el gobierno

constitucional de J. D. Perón 471Adhesión de la UCR al golpe de Estado del general Lonardi 473Proclama de los generales J.J. Valle y R. Tanco al frente

del Movimiento de Recuperación Nacional 474Estrategia de la lucha por la liberación nacional yla justicia social, por Arturo Jauretche 475Carta abierta de Ernesto Sabato a Mario Amadeo, 1956 482La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo,por Gino Germani (fragmento) 486 La tarea desmitificadora, por Américo Ghioldi 496Fotografías tras el bombardeo a Plaza de Mayo el 16 de septiembre de 1955 499Carta del “Che” Guevara a su madre tras el golpe de Estado a Perón 500Carta del general Juan José Valle al general Pedro E. Aramburu 501Aventura y revolución peronista, por Juan José Sebreli 503Eva Perón y la mamá de Juanito en su último paseo, de Daniel Santoro 515

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13Palabras previas por Teresa Parodi

Esta etapa de profundas transformaciones sociales nos vuelve protagonistas de un mo-mento histórico desde el cual podemos avanzar en áreas que por primera vez encuentran espacio en la agenda pública.

Abrir ámbitos de discusión que permiten recuperar la verdadera potencia de las pala-bras como portadoras de sentido y constructoras de identidades compartidas es una señal de que podemos confluir en un proyecto común en el que las diferencias conviven y constru-yen diálogos propios de la práctica democrática.

Este primer tomo de Manifiestos políticos argentinos, que abarca el período de 1890 a 1956, reúne por vez primera documentos que constituyen insumos imprescindibles para pensar la Argentina desde la enorme diversidad de sus tradiciones culturales.

La compilación de los principales discursos, textos y proclamas fundantes de las co-rrientes políticas argentinas y de los manifiestos que dieron origen a episodios populares emblemáticos constituyen una verdadera puesta en valor de la historia del lenguaje polí-tico argentino.

Estos textos de nuestra Argentina moderna presentan diversas maneras de decir, de referirse al conflicto social, a la lucha por el poder, al litigio por la igualdad desde un amplio espectro de tradiciones intelectuales que constituyen verdaderas genealogías de nuestro presente y de los debates, sueños e ideales actuales. Repensar la cultura política es una ma-nera de reivindicarla como herramienta indispensable para expresar los reclamos, la alegría y la dignidad de un pueblo que ha sabido resignificarla con mucho esfuerzo.

Desde el Ministerio de Cultura bregamos por ampliar los recursos para la participación plena de todos los argentinos y argentinas en la vida cultural de nuestro país. Estamos con-vencidos de que necesitamos valorar el ejercicio de la palabra como instrumento primordial de expresión de un pueblo que puede reconocerse a sí mismo como constructor activo y legítimo de una democracia capaz de amparar lo plural y lo diverso.

Teresa ParodiMinistra de Cultura

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1. El pasado, el presente y el futuro no son simples formas verbales que nos sirven para describir la temporalidad de una acción; son, a su vez, los núcleos de un antiguo litigio que atraviesa la vida social allí donde los relatos que le dan sentido a nuestra travesía por el tiem-po surgen de las distintas maneras, muchas veces antagónicas, de entender lo que nos ha pasado, lo que nos está pasando y lo que nos puede llegar a pasar. Así como no hay una mirada histórica neutra tampoco hay una intervención sobre los sucesos del presente que pueda ser despojada de su intencionalidad. Todo relato supone, lo diga o no, lo sepa o no, una elección y un recorte que redefine nuestra comprensión del pasado y nuestra imaginaria aproximación hacia el futuro. Una antigua batalla por el sentido atraviesa la vida histórica y se corresponde con la puja por la hegemonía cultural (derechas e izquierdas, y sus intelectuales, siempre lo han sabido). No hay proyecto de nación sin un relato que le imprima a su itinerario un desde dónde y un hacia dónde.

El problema no pasa por aceptar o no este mecanismo cuasi literario sino por creer que el relato todo lo puede ante una realidad que nada tiene que ver con lo que ese mismo relato señala como supuestamente verdadero. No hay proyecto que se sostenga sólo y exclusiva-mente amplificando, a los cuatro vientos, una ficción histórica o una virtualidad que nada tiene que ver con la materialidad de la vida real. Es absurdo pretender sostener un modelo de país a través de una fábula, por más brillante que esta pueda ser, expuesta a los ojos de la opinión pública sin ningún correlato con la realidad y sin haber provocado cambios sustanciales en la sociedad. El relato puede darle espesura y sentido a una etapa histórica y habilitar los complejos y muchas veces enigmáticos mecanismos capaces de promover la empatía entre un proyecto político y amplios sectores populares, pero lo que no puede hacer es inventar aquello que no existe ni darle entidad verídica a lo que sale de la galera del mago. En todo caso, cada época busca encontrar el pasado que le resulta más verosímil y, política-mente hablando, más pertinente para sus necesidades y sus disputas.

Diversas, antagónicas, conflictivas, concluyentes y litigiosas han sido las tradiciones políti-co-intelectuales que se desplegaron a lo largo de ese itinerario que, en este volumen, arranca en 1890 y llega hasta 1956, ambas fechas que suponen giros y rupturas muy significativas en el interior de nuestra historia. Relatos nacidos de distintas canteras filosóficas e ideológicas que buscaron imprimirle sus sellos al país a través de muy distintas concepciones políticas, sociales, económicas y culturales. Algunas alcanzaron a marcar largos períodos de esa histo-ria, otras se constituyeron como oposición pero dejaron su impronta y sus herencias. Tratar de comprender mejor nuestro presente, sus vicisitudes y sus conflictos, sus logros y sus dificul-tades descifrando las genealogías de nuestros sueños e ideales constituye un modo genuino de romper simplificaciones al uso. Tal vez por eso imaginamos que sería oportuno recobrar las diversas voces y escrituras que se agolparon en las luchas políticas de un país, el nuestro, siempre atravesado por intensidades y diferencias que no se han saldado.

2. La realidad histórica, se sabe, es objeto de permanentes y desencontradas interpretaciones. Litigios interminables han recorrido, y lo seguirán haciendo, la travesía de nuestro país, exa-cerbándose, esos conflictos, en aquellas épocas en que la problemática del pasado escapa de

Prólogo por Ricardo Forster

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16 los límites de la vida académica para estallar, con toda su riqueza y virulencia, en el seno de un presente atravesado por nuevos desafíos que impiden, precisamente, que el relato de la historia, aquello que tiene que ver con las marcas decisorias y con las opacidades del comienzo (que se vuelve “origen” cuando adviene un relato legitimador poderosamente establecido en la escena nacional), se refugie en la calma del gabinete de trabajo del historiador. Señalar las diferencias y las rupturas, hacer eje en las continuidades o en las discontinuidades, establecer ciertas ge-nealogías en detrimento de otras, priorizar tal acontecimiento para resaltar el peso específico de tal o cual decisión, imprimirle a la voluntad de un dirigente un sesgo excepcional o reducirlo a una suerte de equivalencia que lo vuelve intercambiable con otros personajes de su tiempo son, como el lector comprenderá, algunos de los ejes de estos debates interminables que han jalo-nado la historia argentina (y universal, para utilizar un viejo concepto hegeliano ya en desuso).

Cuando esos debates se circunscriben a un período demasiado cercano al presente, la diluci-dación de su “verdad histórica” constituye un complejo y grave acontecimiento político que poco y nada tiene que ver con el concepto de “objetividad” y, mucho menos, con el de “neutralidad”. La potencia de lo acontecido, su materialidad –que es algo más que lenguaje aunque siempre lo siga siendo cuando se vuelve objeto de interpretación–, no proviene, como si fuese un maestro de la prestidigitación o un soñador de ficciones, de la imaginación del historiador pero, y de eso también se trata, su manera de citarlo, su subjetividad interpretativa y los condicionamientos de su propia realidad, se ponen en juego alterando lo que ya ha sido irremediablemente colocado en el interior de la disputa por el relato. Pero así como no hay hermenéutica virtuosamente objetiva tampoco existe algo así como una realidad cristalina ni mucho menos procesos históricos en estado de pureza y alejados del barro de la vida. Trabajar con un material que responde a dife-rentes concepciones y perspectivas de país y de sociedad, internarse por la selva de documen-tos liminares y de debates que hicieron época, rescatar proclamas sepultadas en los archivos, recuperar los programas políticos de fuerzas muchas veces antagónicas constituye un desafío que hemos acometido con la convicción de abarcar al más amplio espectro de esas tradiciones político-ideológicas que han ido dejando sus marcas sobre el cuerpo del país y que, de diferentes maneras, persisten en nuestros lenguajes actuales y en nuestros litigios.

Siguiendo esta perspectiva que hace del pasado un territorio de múltiples interpretacio-nes que no puede dejar de señalar la injerencia del presente y de sus conflictividades polí-tico-ideológicas a la hora de intentar dar cuenta de él y de sus diversidades, es que hemos abordado la elaboración de este libro de manifiestos políticos recorriendo la totalidad de las tradiciones políticas que se han expresado en nuestra travesía como nación. Autonomistas, anarquistas, socialistas, liberales, radicales, comunistas, conservadores, peronistas, nacio-nalistas de derecha y de izquierda, católicos, sindicalistas desfilan a través de sus manifies-tos, proclamas y debates intelectuales a lo largo de estas páginas que intentan contribuir a una visión plural y compleja de ese vasto mundo que, siguiendo una selección que también constituye materia de controversia, les permitirá a los lectores descubrir y recuperar la di-versidad de esas tradiciones.

3. Se trata de la memoria y de sus usos. Un viaje laberíntico en el que los márgenes se des-dibujan y la bruma invade la comarca que recorremos; como si el itinerario que seguimos eligiese caprichosamente el camino. Pero también se trata de las astucias del olvido, de todas aquellas estrategias montadas para reescribir la historia. Mapa en mano nos lanzamos hacia un territorio previamente cartografiado en el que esperamos encontrar aquello que no venga

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17a cuestionar la biografía que nos supimos construir. El arte de la memoria supone la utiliza-ción recurrente, y a veces obsesiva, del bisturí del olvido. ¿Acaso no es necesario olvidar para recordar? ¿No ejercemos la tiranía de la memoria como un subterfugio para desplazar hacia lo evanescente aquello que nos interpela y nos conmueve? ¿Reivindicar la memoria no es un modo de seguir tejiendo en el telar del olvido? ¿Podemos recordar?

Preguntas esenciales que involucran los modos de narrar un tiempo ido, que atraviesan con intensidad la percepción del pasado vuelto, a la vez, ficción, densidad material e inter-pretación. Porque de eso se trata. El pasado regresa como ficción e interpretación, como una querella que disputa la supuesta “verdad” de tal o cual comprensión. Su presencia-au-sencia es convocada desde la lengua de la narración y en esa convocatoria ordenamos los claroscuros de nuestra biografía, la volvemos a escribir y le damos una nueva existencia que, lo sepamos o no, lo digamos o no, siempre constituye una política y se sostiene en una determinada matriz teórica e ideológica. Como individuos y como sociedad estamos per-manentemente escribiéndonos, es decir, borrando y volviendo a narrar, hasta encontrar la historia que nos acomoda, aquella que nos permite vivir con el pasado sin experimentar el insoportable sufrimiento de lo vivido, de aquello que hicimos o dejamos de hacer.

La ética de la memoria se construye como fortaleza de un presente que asume, o suele asumir, dos estrategias opuestas y complementarias: el rechazo del pasado recordado como tiempo aciago, o su reivindicación como tiempo ejemplar y heroico; ambas narraciones os-curecen la historia o la llevan hacia el campo de una ficción en la que los acontecimientos y las acciones se despliegan como parte de una estrategia. Aquello que se silencia regresa por caminos oscuros, impensados, caminos que nos vuelven a conducir, pese a nosotros, hacia esas comarcas que ya no deseamos experimentar como propias. Comarcas carcomidas por los desgarramientos que las ficciones de la historia han ido generando a partir de la necesi-dad, siempre recurrente, de tener que dar cuenta, de no poder, aunque lo deseemos fervien-temente, vivir instalados en el hoy absoluto; como si una culpa secreta nos impidiese dejar en paz ese otro tiempo del que preferimos no hablar pero del que siempre estamos hablando a través de nuestras negaciones. Al hablar silenciamos lo inoportuno; al intentar construir lo que fue, desvelamos, sin quererlo, los fantasmas que invaden la fragilidad de una memoria que al fallar recuerda. Por eso, y no estamos haciendo teoría de la historia, todo viaje hacia lo acon-tecido involucra una puesta en cuestión del punto actual de partida; sólo alcanzamos a mirar lo que la atalaya de nuestro presente nos permite contemplar, o, también, sólo miramos lo que queremos ver, lo que nuestra época y nuestras necesidades nos exigen que veamos.

La ingenuidad, o la mala conciencia, nos ofrecen sus narraciones como si en ellas pudié-ramos captar la esencia destilada del pasado, de un pasado que puede ser interrogado hasta la extenuación por el saber de una mirada distanciada, incontaminada, curada de las viejas pestes. Desapasionamiento de la mirada que viaja hacia el ayer destituyendo los derechos de ese otro tiempo en el que lo experimentado se vuelve materia ajena, extranjera de nuestras propias acciones. Metamorfosis del pasado que se adapta, mejor dicho, que es adaptado a las demandas oscurecedoras y fetichizantes del presente. Volvemos para destituir; es decir, el regreso es ya una estrategia del olvido. No hacemos historia, la inventamos para adaptarla a nuestras necesidades y a nuestras virtudes. En esa reescritura, lo que desaparece es el sufrimiento de los que vivieron con sus cuerpos, de aquellos cuyas voces se cerraron con el plegamiento de su época, que fueron tragados por la vorágine de su tiempo y que perdieron la oportunidad de establecer las líneas de sus biografías. Su historia encuentra otra narración: se

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18 trata nuevamente de la ejemplaridad heroica o del despojamiento desapasionado y racional. Una historia epopéyica que monta su estrategia narrativa en la producción sistemática de mi-tos, de acciones ejemplares en las que los actores cobran la dimensión de lo puro; una historia para purificar la memoria de los muertos, una forma de la santificación que disuelve la tragedia en epopeya. Otra historia (que puede ser de rechazo o de interpretación despojada y objetiva, una historia que parte de la premisa de la necesidad de cortar los hilos entre el hoy y el ayer en términos de presencia conmovedora) que elige, por lo general, la atalaya de la buena con-ciencia, ese sitio desde el cual mirar sacándose de encima las tramas profundas que lo ligan, también, con aquella experiencia. No deja de ser inquietante que descubramos hilos secretos que nos unen con esos otros tiempos y que el pasado, sus tradiciones, siga insistiendo, a veces por caminos extraños, en nuestra actualidad. Manifiestos políticos argentinos es una contribu-ción para que recuperemos, en el debate contemporáneo, aquellos otros textos, manifiestos e ideas que nos vertebraron desde sus acuerdos y sus antagonismos.

No es necesario haber vivido una determinada historia para sentir, en nuestras palabras y en nuestras concepciones, la presencia de lo efectivamente desarrollado en aquel tiempo. El martirio, o el despojo de la condición trágica de toda experiencia histórica: en la Argentina hemos optado por alguna de estas dos versiones, como si el peso de una historia doblemente silenciada nos exigiese permanentemente tener que oscurecer sus contradicciones oscure-ciendo nuestras relaciones con ella. Opacamiento de la mirada que reduplica el inexorable opacamiento del ayer. Vamos al pasado para destituir sus derechos, no para ejercer el duro trabajo de interrogarlo/nos; nuestra visita se asemeja o a la del devoto que se postra ante el santo en la iglesia o a la del visitante de un museo que contempla desde la frialdad y la ajeni-dad aquello que también, aunque lo niegue, lo involucró y lo involucra. La historia argentina, especialmente la reciente, la que hoy amenaza con volverse efeméride, corre el riesgo de la santificación o del museo. Santificación de un pasado que derrama sobre las miserias con-temporáneas la luz de los ideales incontaminados, rememoración mitologizante que impide un abordaje crítico y sin contemplaciones de aquellas experiencias y de aquellas conductas que marcaron a fuego a las distintas generaciones y que contribuyeron, no sólo a la elaboración de un relato fabuloso, sino a nuestras actuales carencias. Pero también visita al pasado para encontrar las marcas de nuestras propias concepciones y legados.

Es por eso que nuestro esfuerzo al seleccionar los materiales que componen estos Mani-fiestos políticos argentinos tuvo como objetivo central eludir la tentación de la mirada sesgada, de la ortodoxia doctrinaria, del dogmatismo y, también, de la ceguera que muchas veces nace de la intolerancia principista. Buscamos rescatar escrituras y discursos, textos y programas, intervenciones intelectuales y octavillas de batalla, dejando que los diversos ríos de las tradi-ciones políticas argentinas fluyeran por las páginas de un libro-herramienta que nació a partir de la idea de constituir un instrumento capaz de reunir una diversidad que, por lo general, siempre se ha mantenido separada. En nuestro ánimo, que tiene que ver con el espíritu de la Secretaría a mi cargo, siempre estuvo, y así se trabajó, la intención de reunir lo que las duras batallas políticas han separado, no imaginando una imposible reconciliación entre corrientes que nada tienen en común, sino como un fresco de la riqueza política e intelectual argentina.

Ricardo ForsterSecretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional

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Esta Antología de manifiestos políticos argentinos reúne importantes documentos de la vida política y cultural argentina entre 1890 y 1956. Su objetivo no es ofrecer un inventario exhaus-tivo ni una interpretación global del período, sino reinscribir en el presente algunas “marcas” significativas de nuestra historia que contribuyan al actual debate público.

Estas “marcas” se dejan leer a lo largo de toda la obra a través de materiales bien diversos, organizados en tres tipos diferentes de registros: manifiestos (que incluyen también proclamas y discursos públicos), intervenciones intelectuales (que se expresan en debates, polémicas, edi-toriales de diarios y de revistas) y artefactos culturales (que abarcan desde pinturas e imágenes de cuadros, folletos y fotografías, hasta poemas, crónicas y cartas, pasando también por testi-monios y memorias). Ciertamente, en esta antología los manifiestos tienen un lugar destacado, puesto que en torno a ellos se organizan las distintas secuencias temporales o escenas que componen el libro. Ellos nos revelan la constitución de un sujeto individual o colectivo que se politiza con un gesto que es al mismo tiempo de compromiso y de ruptura con su situación, a la vez que remiten a una temporalidad histórica en conflicto, ya que intentan reunir en la misma práctica de su escritura el tiempo acuciante de la intervención política con el tiempo “lógico” de la argumentación de ideas; y finalmente, los manifiestos incluidos aquí nos permiten captar la tensión entre un sujeto que se identifica con la “novedad” histórica pero que, para hacerlo, debe recurrir en buena medida a lenguajes políticos ya disponibles. Zona de condensación de múltiples tensiones, esta antología es a su modo un homenaje a un género –el de los manifies-tos– que, para intervenir en su tiempo, buscó decir y a la vez transformar la nación.

Algunas importantes polémicas políticas e intelectuales del período también forman parte decisiva de esta antología. En ocasiones, los debates son recreados entre los actores invo-lucrados; en otros casos, la polémica aparece representada a través de un documento que nombra a los interlocutores e ideas en pugna. Las polémicas seleccionadas tuvieron lugar en distintos espacios institucionales estatales, pero también en revistas y ensayos clásicos de este período. A veces en diálogo directo con los manifiestos, otras por la vía de una estrategia de intervención más oblicua respecto de la agenda dominante, las polémicas aquí recuperadas apuntan a recrear algunos fragmentos de la vida intelectual argentina, sobre todo aquellas cifradas en las figuras del duelo político y las batallas de ideas.

Finalmente, los artefactos culturales, a su modo, dan testimonio directo o alusivo de al-gunos de los acontecimientos sobre los cuales se pronuncian los manifiestos o las polémicas. En algunos casos, estos objetos constituyen una huella con el suficiente poder evocativo como para renombrar aquello que se quiere designar en un determinado contexto de la vida política y cultural argentina; en otros, cuando entre la producción del material y el acontecimiento al que refiere media un lapso significativo de tiempo –como las memorias de Halperín Donghi sobre el golpe de Estado de 1943 o el poema de Leónidas Lamborghini sobre Eva Perón–, es la capacidad de resignificación, de habilitar nuevas aproximaciones a un hecho o a una figura, lo que la inclusión de determinado “artefacto” viene a iluminar.

Como dijimos, la “gramática” que conforma esta antología (manifiestos, intervenciones y artefactos) no tiene pretensiones de exhaustividad, aun cuando reúne un corpus documental significativo. Tampoco busca establecer periodizaciones destinadas a consagrar teleológica-

Presentaciónpor el Consejo Asesor y editores

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20 mente una interpretación acabada de la historia argentina; de hecho, rehúsa explícitamente

a hacerlo para organizarse a partir de secuencias históricas signadas por un acontecimiento

político que las memorias colectivas siguen preservando –como la Revolución del Parque,

algunos momentos decisivos en la historia de la organización de las clases trabajadoras en

la Argentina, el surgimiento del peronismo, etc.–, junto con otros acontecimientos –como la

masacre de Napalpí, por ejemplo– que resultaron invisibilizados y por los que hoy distintos

actores luchan para que sean reconocidos como parte de las memorias colectivas. En este

sentido, quienes trabajamos en la selección y edición del material entendemos que el lector

tiene el poder de reconstruir esta antología de diversas maneras, por ejemplo, ubicando nue-

vos documentos aquí no mencionados, deshaciendo las secuencias históricas y generando

otras, etc. Si ello ocurriera, en buena medida el propósito de la antología estaría cumplido, ya

que, como hemos dicho, su objetivo es propiciar nuevos “encuentros” (encuentros conflictivos,

como los que signan la vida democrática) entre historia y política. Todo proyecto que busque

la renovación cultural y política de una nación resultará enriquecido a través del cruce entre

pasado y presente.

Por último, si bien la selección no busca ningún tipo de estrategia tendiente a “esclarecer”

al lector, sí está articulada sobre una serie de temas de interés o “manchas temáticas” que le

confieren una impronta y que recorren los diferentes objetos del libro. En primer lugar, una

marcada preocupación por incluir aquellos materiales en que puede leerse la articulación

del conflicto político y de la conflictividad social, como es el caso, por citar un ejemplo, de la

inclusión de muchos documentos provenientes de la cultura obrera urbana de la Argentina

de fines del siglo xix y principios del xx. En segundo lugar, es reconocible en la Antología la

invitación al lector a detenerse en documentos representativos de distintas culturas políticas

argentinas, sin entender por ello un concepto uniforme y acabado de estas, sino más bien lo

contrario, como lo muestra la publicación de la primera parte de la polémica que acontece al

interior del radicalismo entre Pedro Molina e Hipólito Yrigoyen. En tercer lugar, entre los deba-

tes intelectuales no es menor el espacio que ocupa la querella por la identidad nacional entre

el Centenario y el surgimiento del peronismo, pasando por el latinoamericanismo, el reformis-

mo universitario, el antifascismo, hasta llegar a las polémicas abiertas por el golpe de 1955.

En cuarto lugar, esta compilación también se detiene en determinados discursos emitidos en

sedes con capacidad de asumir decisiones públicas y vinculantes, para mostrar los alcances,

pero también los límites –en ocasiones trágicos–, de la autoconciencia pública institucional

argentina, como lo prueba la publicación aquí del aval de la Corte al golpe de Estado de 1930

o la discusión en esta misma década entre Alfredo Palacios y Matías Sánchez Sorondo sobre

la tortura. Finalmente, si bien esta obra recoge intervenciones de políticos, escritores, ensa-

yistas, periodistas, poetas, etc., dedica un espacio importante a esos “intelectuales colectivos”

que son las organizaciones y movimientos sociales, los partidos políticos e incluso las revistas

culturales y políticas.

Este libro condensa un importante trabajo de recopilación de documentos muy diversos

y por ello agradecemos a los colegas e instituciones que nos facilitaron el acceso a distintos

archivos. Tenemos un reconocimiento especial para Eugenia Sik y Juliana Turull, del Centro

de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina (CeDInCI), y Cecilia

Sagol, del portal Educ.ar del Ministerio de Educación de la Nación. También estamos en deuda

con Florencia Ubertalli, por facilitarnos material de la Biblioteca Nacional, y con los trabajado-

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21res de la Biblioteca del Congreso de la Nación Argentina y del Departamento de Fotografía del

Archivo General de la Nación.

Asimismo, queremos agradecer a Héctor Palomino y a Gabriel Vommaro, con quienes

discutimos los criterios formales y algunos de los contenidos de esta antología; y también

a Alejandro Jasinski, quien nos compartió parte del material de su investigación sobre la ma-

sacre de La Forestal.

Por último, agradecemos a algunos compañeros y compañeras que nos ayudaron en

distintas  etapas de la elaboración del libro: Francisco “Teté” Romero, Silvia Robles, Lucía

Ulanovsky, Nicolás Sticotti y Violeta Rosemberg.

Diego Caramés, Mariana Casullo, Matías Farías y Adriana Petra

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Hacia 1889 la Argentina vive las convulsiones de una prolon-gada crisis económica. Ese mismo año, desde el Viejo continente llegan las noticias de la fundación de la Segunda Internacio-nal (Asociación Internacional de Trabajadores). En su congreso inaugural en París, los trabajadores argentinos estarán represen-tados en la figura de Wilhelm Liebknecht, un socialista enviado por el Club Vorwärts desde nuestro país. Este club, fundado por socialistas alemanes pocos años atrás, tendrá un lugar signifi-cativo y se contará entre las primeras asociaciones que trabaja-rán activamente en la organización del incipiente movimiento obrero argentino.

Otra asociación de militantes activos, la Unión Cívica de la Juventud, inaugura en diciembre de 1889 un club cívico con un mitin organizado en el Teatro Iris. Discuten, entre otras cosas, la grave situación económica y política que atraviesa el país y las formas de resistir al “régimen de Juárez”. Pocos meses después, en abril de 1890, la Unión Cívica –partido que dará lugar al año siguiente a la Unión Cívica Radical– hace su aparición en la política argentina encabezando la insurrección conocida como Revolución del Parque.

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A todos los trabajadores de la República Argentina:¡1° de Mayo de 1890!¡Trabajadores!Compañeras: Compañeros: ¡Salud!¡Viva el primero de Mayo: día de fiesta obrera universal!

Reunidos en el Congreso de París el año pasado los representantes de los obreros de diferentes países resolvieron fijar el primero de Mayo de 1890 como fiesta universal de obreros, con el objeto de iniciar de nuevo y con mayor impulso y energía, en campo ampliado y armónica unión de todos los países, esto es, en fraternidad internacional, la propaganda en pro de la emancipación social.

¡Viva el primero de Mayo! Pues este día la unión fraternal, fundada por los pocos de aquel Congreso, se debe aprobar por las masas de millones de todos los países para que a esta fecha de confederación conmemorada y renovada cada año, vuele por cima de los postes de límites de los países y naciones con un eco de millones y en los idiomas de todos los pueblos el ¡alerta! internacional de las masas obreras: ¡Proletarios de todos los países, uníos!

Es esta la primera y grande importancia de la fiesta obrera del primero de Mayo de 1890, a cuya solemnidad os invitamos con esta hoja a todos los trabajadores y compa-ñeras en la lucha por la emancipación.

Compañeros y compañeras: para indicar a este movimiento internacional un ca-mino recto y seguro al fin común, nuestros representantes en el Congreso de París han marcado ciertos puntos del programa, los cuales se deben tomar en consideración con particularidad para el proceder práctico e inmediato.

En realidad, esas resoluciones son tan importantes que, aun publicadas ellas en el anterior manifiesto, nos parece conveniente, o más de urgente necesidad de proponérse-las otra vez  a los trabajadores, tanto más por deber ellas servir como fundamento para los primeros pasos positivos que las clases obreras de esta república quieran hacer en la lucha práctica de su emancipación.

“Trabajadores. Compañeras. Compañeros: ¡Salud! Viva el primero de mayo: día de fiesta obrera universal”

1º de mayo de 1890. Manifiesto convocando a la primera celebración del Día Internacional de los Trabajadores realizada en Buenos Aires. La inicia-tiva es impulsada por el Club Vorwärts.

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26 He aquí las resoluciones del congreso obrero de París:El Congreso resuelve y reconoce como de absoluta necesidad:

1° Crear leyes protectoras y efectivas sobre el trabajo para todos los países, con produc-ción moderna. Para fundamento de lo mismo considera el Congreso:

a. Limitación de la jornada de trabajo a un máximum de ocho horas para los adultos.

b. Prohibición del trabajo de los niños menores de catorce años y reducción de la jornada para los jóvenes de ambos sexos de 14 a 18 años.

c. Abolición del trabajo de noche, exceptuando ciertos ramos de industria cuya naturaleza exige un funcionamiento no interrumpido.

d. Prohibición del trabajo de la mujer en todos los ramos de industria que afec-ten con particularidad al organismo femenino.

e. Abolición del trabajo de noche de la mujer y de los obreros menores de 18 años.f. Descanso no interrumpido de treinta y seis horas, por lo menos cada sema-

na, para todos los trabajadores.g. Prohibición de cierto género de industrias y de ciertos sistemas de fabrica-

ción perjudiciales a la salud de los trabajadores.h. Supresión del trabajo a destajo y por subasta;i. Inspección minuciosa de talleres y fábricas por delegados remunerados por el

Estado: elegidos, al menos la mitad, por los mismos trabajadores.

2° El Congreso reconoce y declara que es preciso fijar todas estas medidas por leyes o acuerdos internacionales, y pide a la clase obrera de todos los países del mundo el iniciar, por los medios que les sean posibles, estas protecciones y de velarlas.

3° Fuera de esto, el Congreso declara: es obligación de todos los trabajadores declarar y admitir a las obreras como compañeras, con los mismos derechos, haciendo valer para ellas la divisa: Lo mismo por la misma actividad.

4° Para lograr esto, el Congreso considera necesaria la organización de la clase obrera en todas las formas, como medio de conseguir sus pretensiones y para obtener la emancipa-ción de la clase obrera, para lo cual reclama: La entera libertad de coalición y conciliación.

Trabajadores: como veis, todas estas resoluciones tienen por objeto, no los fines últimos, sino los próximos de nuestras aspiraciones: disminuir la miseria social, mejorar nuestra suer-te dura; resoluciones que se han tomado, sin duda, en la persuasión de que la emancipación social definitiva, por su dependencia de la evolución de la sociedad, de la inteligencia de las masas y de las fuerzas de nuestros adversarios capitalistas, precisará aún bastante tiempo de preparación y lucha, y de que el mejoramiento de la situación del proletario significa además una fortificación para la lucha y una garantía para la victoria definitiva.

El Congreso obrero de París exhorta a los trabajadores de todos los países a pedir de sus respectivos gobiernos leyes protectoras al trabajo, fundando su proposición en el inmenso desarrollo de la protección capitalista y de la explotación, miseria y degenera-ción del proletariado, que son las consecuencias inmediatas y naturales de la primera.

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27La justicia y oportunidad de estas demandas son tan evidentes que hasta los jefes de los mismos adversarios se ven en la necesidad de reconocerlas públicamente y de tentar por su parte a mejorarlas.

Este hecho significativo prueba hasta la evidencia la justicia y legitimidad de las quejas y demandas del mundo obrero en la actualidad.

Extendiendo de día en día la protección capitalista su régimen en todas las regiones, viene a hacer igualmente siempre más universal la miseria en las masas obreras.

Sólo este motivo bastaría para que también nosotros, los obreros de las repúblicas del Plata, hagamos las resoluciones del Congreso de París como nuestras propias.

A ello nos induce aun más la situación actual de este país, tan penosa, en medio de la cual la clase obrera está labrando, viviendo y sufriendo.

Ante el llamamiento del Congreso de París, ante el animoso ejemplo de los traba-jadores de todos los países civilizados, en vista del creciente régimen capitalista, que cada día también a nosotros nos está amenazando más con su explotación y ruina, en vista, pues, de nuestra situación siempre más dura y triste, ¿hay que titubear en elevar nuestra protesta contra estas miserias de que somos víctimas y nuestra voz en demanda de nuestros derechos y de la protección de las leyes para nosotros?

Si al fin y al cabo hoy nosotros, las masas del proletariado, levantamos nuestra voz por millares reclamando leyes protectoras a los trabajadores, cual hombres que tienen aún un granito de amor a la justicia en su pecho, ¿puede negarse la legitimidad a nuestras demandas, a las quejas de estas clases más pobres, más explotadas y sin el mínimo amparo?

Por centenares se presentan los especuladores, los industriales, los grandes pro-pietarios y estancieros y vienen continuamente a golpear las puertas del Congreso Nacional: los unos para pedir impuestos protectores; los otros subvenciones, garan-tías, leyes o decretos de toda clase en su favor. Todo el mundo, todas las clases de la población: empleados, profesores y literatos, especuladores y comerciantes, indus-triales y agricultores, todos, todos han golpeado esas puertas y vuelven atendidos y remunerados por leyes especiales en su protección, y por subvenciones y garantías en sinnúmero de millones.

Únicamente nosotros, el pueblo trabajador, que vive de su pequeño jornal y tanto sufre de miseria, nos quedamos hasta ahora mudos y quietos con humilde modestia.

Si al fin, ahora oprimidos por el duro yugo hasta besar el suelo, levantamos nuestro grito de dolor y angustia pidiendo ayuda y protección, ¿no estamos en nuestro derecho? ¿No se encontrará la suprema autoridad del país en el deber de oírnos y de atender nuestra voz, nuestras peticiones?

Los pobres inmigrantes, careciendo de todos los medios de subsistencia, descono-ciendo las  circunstancias del país, hasta el idioma, se encuentran expuestos, sin amparo y sin protección a tal explotación, en gran parte vergonzosa y desenfrenada, que raras veces se ve en otra parte del mundo.

Respecto al salario, al tiempo del trabajo, a los accidentes, a los talleres y habitacio-nes antihigiénicas, a la falsificación de nuestros alimentos, quedamos completamente abandonados a la explotación sin límite, en realidad y prácticamente abandonados por la ley, la justicia y la autoridad.

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28 La crisis actual del país ha agravado y empeorado en mucho la situación de todas las clases sociales, pero en ninguna en grado tan sensible y desastroso como en las obreras que viven únicamente de su trabajo diario.

En medio de esta situación, el pueblo trabajador de la República Argentina levanta por primera vez su voz potente, compuesta de millares de desheredados, en demanda de la protección legislativa al trabajo y a los obreros.

Siguiendo el ejemplo de los obreros de los demás países, donde el proletariado está organizándose para su propia defensa, es también nuestra voluntad y deber dirigirnos a la suprema autoridad del país exponiendo al mismo tiempo ante la nación entera, en forma debida y legal, nuestras quejas y nuestras demandas.

A este fin, el 30 de marzo último una asamblea internacional de los obreros de Bue-nos Aires resolvió, después de una extensa discusión, invitar a todos los trabajadores de la República Argentina a la petición que se hará al Congreso Nacional en demanda de una serie de leyes protectoras a la clase obrera.

Estas leyes deben fundarse sobre las resoluciones del Congreso obrero de París, ya mencionadas como base. Además, esta legislación protectora tiene que extenderse a to-dos los puntos en que las circunstancias particulares del país demandan necesariamente el influjo protector de las leyes.

Basta una mirada en la vida real de las clases obreras para convencerse nuestros legisla-dores de la legitimidad de nuestras demandas y de la urgente necesidad de tales resoluciones.

Pedimos una jornada determinada por la ley, para impedir que el trabajador se arruine física e intelectualmente en edad temprana, debido a un duro trabajo de 11, 12, 13 y más horas.

Pedimos la prohibición del trabajo de los niños en las fábricas, para que no dege-neren sus tiernos cuerpos, tengan tiempo de crecer y desarrollarse en las escuelas sus inteligencias, sus corazones y sus almas, en una palabra: para que crezcan y lleguen a ser ciudadanos robustos y valientes.

Pedimos la prohibición del trabajo de mujeres en todos los ramos antihigiénicos, para evitar que la futura generación sea anémica por el germen de achaque que se infil-tra ya en el vientre de la madre.

Pedimos un día de descanso por semana, protegido por la ley, para proporcionar al pobre trabajador algunas horas de desahogo, las cuales reclaman el mismo sentimiento como un derecho hasta para los seres irracionales; reclamamos este descanso para que el pobre trabajador tenga por lo menos algunas horas para dedicarlas a su querida esposa, hijos o padres en el hogar doméstico, impidiendo así la descomposición, la ruina y de-generación de la familia, que es el fundamento de toda sociedad natural.

¿Tales proposiciones podrá rechazar un gobierno que desee un pueblo valiente para el trabajo, una juventud sana y bien desarrollada en su inteligencia, una familia moral-mente robusta, cual plantel de todas las virtudes cívicas?

¡Imposible!Por consecuencia pedimos: una jornada normal determinada en su máximum por

la ley; prohibición del trabajo de los niños en las fábricas y ejecución práctica de la ley obligatoria de instrucción pública; prohibición del trabajo de la mujer en los ramos de industria perjudiciales a su organismo, y prohibición del trabajo los domingos.

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29Estas demandas están en armonía con las de los obreros de todos los países civiliza-dos. Y si reclaman los gobernantes de este estado republicano para su patria un puesto entre las naciones civilizadas, entonces no podrán tratar con menos seriedad y atención que aquellos otros gobiernos, en parte hasta monárquicos, las grandes cuestiones de cultura que aquí les proponemos para resolverlas.

Además, consta en qué peligro permanente se encuentra la población obrera de esta capital por el estado completamente antihigiénico de las habitaciones; peligro ya demostrado por las mismas memorias oficiales. La misma suerte corren gran parte de nuestros talleres, cuyas instalaciones se burlan de toda regla de salubridad, amenazando y perjudicando continuamente la salud de los trabajadores e impo-sibilitándoles en caso de accidentes, de incendio, a toda salvación posible. Y lo mismo sucede con la vergonzosa y criminal falsificación de los alimentos, que se ha aumentado en tan enorme escala a causa de la crisis actual y de encarecimiento de todos los artículos.

¡Prueban todo esto las memorias oficiales; prueba esto una sola inspección de los conventillos y talleres; lo prueba la estadística de fallecimientos y lo prueba con horrible evidencia la enorme mortalidad de los niños!

Pues bien, ¿cómo podrán los gobernantes del país que gastan anualmente millones de pesos del erario público para traer inmigrantes, dejar en olvido y sin atención nues-tras quejas sobre circunstancias que están causando anualmente a miles de habitantes obreros una muerte natural?

¡Imposible!Por lo tanto pedimos: inspección sanitaria y enérgica de las habitaciones y talleres,

vigilancia rigurosa sobre las bebidas y demás alimentos, ¡arresto y multas a los vergon-zosos envenenadores, no al inocente consumidor!

Innumerables son los accidentes que ocurren cada año en este país: en ferrocarriles, construcciones y empresas de todas clases, debidos en gran parte a la negligencia y ava-ricia criminal de los propietarios, a la de los contratistas y al descuido y corruptibilidad de los inspectores. Contra tales escandalosos abusos quedan completamente impoten-tes los trabajadores que caen en ellos víctimas, con sus vidas y sus familias expuestas entonces a la más triste miseria.

Y estos escándalos, la enorme culpabilidad, de una parte, y de otra la desgracia, ¿po-drá mirarlos cruzado de brazos con toda indiferencia un Estado que debe sus riquezas y cifra un gran porvenir del esfuerzo de los tan abandonados trabajadores?

¡Imposible!Y si fuese posible esto, no lo es para nosotros los obreros. Queremos defender nues-

tra existencia y queremos también jueces que nos protejan con la ley nuestra vida y nuestra familia.

Por lo tanto pedimos: el seguro obligatorio para los obreros contra los accidentes, a expensas de los empresarios y del Estado.

Pedimos, además, leyes protectoras, no que sean letra muerta en los Códigos, sino eficaces y reales en la práctica; y pedimos a la par que justas leyes, justos jueces: raros, en verdad, para los trabajadores de este país, sin duda porque nunca han sufrido la mala suerte de ser burlados en sus salarios por los patrones.

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30 También son raros los obreros que en estos casos han alcanzado una interven-ción eficaz de la justicia. Los lentos, largos y costosos procedimientos de nuestros Tribunales no están al alcance del pobre trabajador; de manera que no encuentra protección alguna ni aun en sus más justas quejas contra sus patrones, opresores, ricos e influyentes.

En la gran República Argentina, país tan celebrado cual Eldorado del trabajador, ¿cómo en realidad no hay justicia ni jueces para los pioneros de la riqueza, de la cultura y de la civilización, ni protección de las leyes para los obreros? Si el Gobierno quiere salvar la honra del país, tiene que dar a los trabajadores una justicia verdadera, pronta, eficaz y barata, cuando no gratuita.

Por esto pedimos tribunales especiales compuestos no tan sólo de jurisconsultos, sino que también de árbitros de la clase obrera y de los patrones, los cuales se dediquen a la solución de todas las cuestiones entre obreros y patrones. Para esta clase de pleitos no deben causarse costas de ninguna clase a los procesantes, como sucede en otros paí-ses de los más civilizados.

Estamos en un país republicano cuya Constitución escrita garantiza a todos sus habi-tantes completa libertad de conciencia, de educación, de prensa y de reunión. En una pala-bra: todos los derechos y libertades que concede la democracia moderna a sus ciudadanos.

Invocando estas garantías y el espíritu de los generosos legisladores que redactarán los sagrados renglones de esa suprema Ley de la nación, exigimos también los traba-jadores, para nuestras opiniones y nuestros intereses, las mismas libertades y derechos que nos pertenecen como hombres y ciudadanos libres: leyes que no se pueden estro-pear ni robar sin destruir aquel mismo fundamento del Estado en su entera esencia y sin despedazar la suprema ley sagrada en su autoridad.

Trabajadores: es, pues, un deber poner en juego todos los resortes que estén a nues-tro alcance para que la Constitución de la República venga a ser un hecho para noso-tros. Exijamos ante todo la libertad de nuestras opiniones, la libertad de nuestras aspi-raciones y propaganda para mejorar nuestra situación y exijamos las mismas garantías para la persona del obrero como para la de cualquier ciudadano.

Trabajadores, compañeros: estas son las ideas y los pedidos que pensamos proponer al Congreso Nacional en forma de petición; estas son las calamidades que pedimos subsanar a la suprema autoridad del país; esta es la protección que exigimos del Estado, a cuyas expensas contribuimos en gran escala nosotros, la masa de la clase obrera. Estas son las resoluciones que nos deben servir como el próximo fin de nuestra propaganda, por cuya realización lucharemos sin tregua ni descanso hasta la victoria.

Este, trabajadores de la República Argentina, será nuestro programa, nuestro pro-pósito para la gran festividad universal del 1° de Mayo.

¿Qué es lo que pedimos? ¿Es algo injusto, algo imposible, algo irrealizable? No.Son justos estos pedidos. Pues bien: unámonos todos, todos, sin que falte uno solo,

en un acto unánime de unión, fraternidad, solidaridad para la mejora de nuestra dura suerte, para adelantar en el camino de nuestra emancipación.

Cual sea la suerte de nuestra petición ante el Congreso, ella será una demostración franca y enérgica del pueblo trabajador de esta República, un grito potente dado en el momento de mayor sufrimiento y de menor amparo y esperanza.

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31“Ante todo –dijo un gran hombre, ilustre campeón por la causa del proletario–, ante todo, obreros, es necesario esto: que constatéis que lleváis cadenas y las sentís; por esto tenéis que mostrar el deseo de ser librados de ellas. Si esto no hacéis, somos im-potentes. Si dejáis sacar con mentiras vuestros grillos, u os olvidáis tanto que las negáis vosotros mismos, en una palabra: si os abandonáis a vosotros mismos, seréis abandona-dos, y con razón, de Dios y del mundo entero.”

Compañeros: unámonos al fin, levantemos en masa nuestra voz, manifestemos que estamos arrastrando grillos y cadenas y que las sentimos. Hagamos evidente ante todo el mundo que estamos oprimidos, explotados, sin amparo y sin protección de las leyes. Liguémonos como hombres pidiendo nuestros derechos, y como tales veréis cómo al fin, tarde o temprano, nos oirán, tratándonos con los debidos respetos.

Esta petición a la cual os invitamos a todos los trabajadores de la República, a aprobar y firmar con su nombre en los respectivos pliegos, dirigida en tal manera por millares de habitantes a la suprema autoridad del país, debe ser el primer paso eficaz en la unión de nuestras fuerzas, en la ilustración de nuestras inteligencias y en la con-quista de los derechos, de la posición política y social que merecemos como obreros y ciudadanos.

¡Viva el 1° de Mayo de 1890!¡Viva la Emancipación Social!

Orden de la festividad

1. El Comité Internacional en Buenos Aires invita a todos los trabajadores de la Repú-blica a que festejen, en cuanto les sea posible, la festividad del día 1° de Mayo de 1890.2. Se celebrará un  meeting  obrero internacional, en el que se discutirán las ideas del Manifiesto y creación de una Asociación Obrera Regional Argentina, el cual se anunciará por medio de la prensa diaria y carteles, indicando la hora y el local para el meeting.

Fuente: “Movimiento obrero y socialista”, en Almanaque del trabajo 1918, Buenos Aires, s/d, pp. 188-194.

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Nosotros somos los vagabundos, los

malhechores, la canalla, la escoria de

la sociedad, el sublimado corrosivo de

la organización actual. Aborrecemos el pasa-

do porque es la causa del presente, odiamos

el presente porque no es otra cosa que la imi-

tación más intensa y más feroz del pasado.

No tenemos estados de servicios que presen-

tar, ni tenemos heridas que ostentar ni sufri-

mientos que explicar, pues no tenemos inten-

ción ni voluntad de impresionar a los ánimos

débiles o cándidos. Somos hombres como los

demás, sea cual fuere el país, raza o idioma

que pertenezcan. Reconocemos que nuestro

organismo tiene necesidades propias como

tienen los otros, y que por lo tanto las que-

remos explicar y satisfacer, y por esta causa

queremos ser libres.

La libertad, hecho relativo por la igualdad.

La libertad y la igualdad, hechos posibles y ex-

plicados por la solidaridad. Esta solidaridad,

hecho necesario por la libertad y la igualdad.

Esta es nuestra trinidad. Siendo esta la

piedra angular de la civilización del futuro

–verdadera civilización porque tendrá la mis-

ma densidad en la periferia como en el cen-

tro–, una civilización real porque cada centro

en su turno será perfecto. Ninguna jerarquía,

autoridad ni explotación, acá cada cual con

su propio cerebro, grande o pequeño que sea,

pero cerebros de alquilar, ninguno.

La estimación y el reconocimiento para

el que quiera deben ser libres, mentó verda-

dero, no aparente. Sentimientos naturales y

no hipócritas. Para conseguir nuestro objeto,

rechazamos toda reserva, todo oportunismo,

y nos declaramos abiertamente revolucio-

narios, es decir, promotor y ejecutor de todo

acto que pueda tener efecto en desplomar el

edificio del orden constituido.

Nuestra divisa es la de los malhechores.

Fuente: Julio Godio, El movimiento obrero argentino (1870-1910), Buenos Aires, Legasa, 1987.

SOMOS LA ESCORIA DE LA SOCIEDAD

18 de mayo de 1890. Editorial del pri-mer número del periódico anarquista El perseguido (1890-1897), escrito por Rafael Roca. Este periódico agrupa al sector individualista-antiorgani-zador, que por esos años hegemoni-za las adhesiones de los anarquistas de Buenos Aires. Ya a mediados de la década, con la llegada de importantes anarquistas españoles como Antonio Pellicer Paraire o José Prat, cobra-rá impulso la fracción organizadora, que se nucleará en torno al periódico La Protesta Humana (1897).

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El Club Vorwärts, cuyo nombre original es Verein Vorwärts, que traducido del alemán equivale a Club Adelante, es una de las primeras y más importantes agrupaciones socialistas en el país. Fundado en enero de 1882 por un grupo de inmigrantes alemanes, tiene por finalidad difundir en la Argentina las ideas del socialismo conforme al programa del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). El 2 de octubre de 1886 comienza, bajo la dirección de Adolf Uhle, la publicación de su órgano de prensa, de nombre Vorwärts, escrito en alemán y español.

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Al pueblo:

El patriotismo nos obliga a proclamar la revolución como recurso extremo y ne-cesario para evitar la ruina del país. Derrocar un gobierno constitucional, alterar sin justo motivo la paz pública y el orden social, sustituir el comicio con la asonada y erigir la violencia en sistema político, sería cometer un verdadero delito del que nos pediría cuenta la opinión nacional. Pero acatar y mantener un gobierno que representa la ilega-lidad y la corrupción; vivir sin voz ni voto la vida pública de un pueblo que nació libre; ver desaparecer día por día las reglas, los principios, las garantías de toda administración pública regular; consentir los avances al tesoro, la adulteración de la moneda, el despil-farro de la renta; tolerar la usurpación de nuestros derechos políticos y la supresión de nuestras garantías individuales que interesan a la vida civil, sin esperanza alguna de re-acción ni de mejora, porque todos los caminos están tomados para privar al pueblo del gobierno propio y mantener en el poder a los mismos que han labrado la desgracia de la República; saber que los trabajadores emigran y que el comercio se arruina, porque, con la desmonetización del papel, el salario no basta para las primeras necesidades de la vida y se han suspendido los negocios y no se cumplen las obligaciones; soportar la miseria dentro del país y esperar la hora de la bancarrota internacional que nos deshonraría ante el extranjero; resignarse y sufrir todo fiando nuestra suerte y la de nuestra posteridad a lo imprevisto y a la evolución del tiempo, sin tentar el esfuerzo supremo, sin hacer los grandes sacrificios que reclama una situación angustiosa y casi desesperada, sería consagrar la impunidad del abuso, aceptar un despotismo ignominioso, renunciar al gobierno libre y asumir la más grave responsabilidad ante la patria, porque hasta los extranjeros podrían pedirnos cuenta de nuestra conducta, desde que ellos han venido a nosotros bajo los auspicios de una Constitución, que los ciudadanos hemos jurado y cuya custodia nos hemos reservado como un privilegio, que promete justicia y libertad a todos los hombres del mundo que vengan a habitar el suelo argentino.

La Junta Revolucionaria no necesita decir al pueblo de la nación y a las nacio-nes extrañas los motivos de la revolución, ni detallar cronológicamente todos los desaciertos, todos los abusos, todos los delitos, todas las iniquidades de la adminis-tración actual.

El país entero está fuera de quicio, desde la capital hasta Jujuy. Las instituciones li-bres han desaparecido de todas partes; no hay república, no hay sistema federal, no hay

Manifiesto de la Junta Revolucionaria en 1890

Publicado el 26 de julio de 1890. La Junta Revolucionaria está integrada por Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, Mariano Demaría, Mariano Goyena, Juan José Romero, Lucio V. López.

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35gobierno representativo, no hay administración, no hay moralidad. La vida política se ha convertido en industria lucrativa.

El presidente de la República ha dado el ejemplo, viviendo en la holgura, haciendo la vida de los sátrapas con un menosprecio inaudito por el pueblo, y con una falta de dignidad que cada día se ha hecho más irritante. Ni en Europa ni en América podía en-contrarse en estos tiempos un gobierno que se le parezca; la codicia ha sido su inspiración, la corrupción ha sido su medio. Ha extraviado la conciencia de muchos hombres con las ganancias fáciles e ilícitas; ha envilecido la administración del Estado, obligando a los funcionarios públicos a complacencias indebidas y ha pervertido las costumbres públicas y privadas, prodigando favores que representan millones.

Él mismo ha recibido propinas de cuanto hombre de negocios ha mercado con la nación, y forma parte de los sindicatos organizados para las grandes especulaciones, sin haber introducido capital ni idea propia, sino la influencia y los medios que la Cons-titución ponía en sus manos para la mejor administración del Estado. En cuatro años de gobierno se ha hecho millonario, y su fortuna acumulada por tan torpes medios se exhibe en bienes valiosísimos cuya adquisición se ha anunciado por la prensa. Su parti-cipación en los negocios administrativos es notoria, pública y confesada. Los presentes que ha recibido, sin noción de la delicadeza personal, suman cientos de miles de pesos y constan en escrituras públicas, porque los regalos no se han limitado a objetos de arte o de lujo, ha llegado a la donación de bienes territoriales que el pueblo ha denunciado como la remuneración de favores oficiales.

Puede decirse que él ha vivido de los bienes del Estado y que se ha servido del era-rio público para constituirse un patrimonio propio. Su clientela le ha imitado; sujetos sin profesión, sin capital, sin industria, han esquilmado los bancos del Estado, se han apoderado de las tierras públicas, han negociado concesiones de ferrocarriles y puertos y se han hecho pagar su influencia con cuantiosos dineros.

En el orden político ha suprimido el sistema representativo, hasta constituir un Congreso unánime sin discrepancia de opiniones, en el que únicamente se discute el modo de caracterizar mejor la adhesión personal, la sumisión y la obediencia pasiva.

El régimen federativo ha sido escarnecido; los gobernadores de provincia, salvo rara excepción, son sus lugartenientes; se eligen, mandan, administran y se suce-den según su antojo: rendidos a su capricho. Mendoza ha cambiado en horas de gobernador como en los tiempos revueltos de la anarquía. Tucumán presenció una jornada de sangre fraguada por la intriga para incorporarla al sistema del mono-polio político; ha habido elección de gobernador que no ha sido otra cosa que un simple acto de comercio.

Entre Ríos, bajo la ley marcial, acaba de recibir la imposición de un candidato resistido por la opinión pública. Córdoba ha sido el escenario de un juicio político in-ventado para arrojar del gobierno a un hombre de bien; hoy día es un aduar; la sociedad sobrecogida vive con los sobresaltos de los tiempos de Bustos y Quiroga. Las demás provincias argentinas están reducidas a feudos: Salta, la noble provincia del Norte, ha sido enfeudada y enfeudadas están igualmente al presidente, Santiago y Corrientes, La Rioja, Jujuy, San Luis y Catamarca. Jamás argentino alguno ejerció mando más ofensi-vo ni más deprimente para las leyes de una nación libre.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

36 En el orden financiero los desastres, los abusos, los escándalos, se cuentan por días. Se han hecho emisiones clandestinas para que el Banco Nacional pague dividen-dos falsos, porque los especuladores oficiales habían acaparado las acciones y la crisis los sorprendió antes de que pudieran recoger el botín. El ahorro de los trabajadores y los depósitos del comercio se han distribuido con mano pródiga en el círculo de los favoritos del poder que han especulado por millones y han vivido en el fausto sin revelar el propósito de cumplir jamás sus obligaciones. La deuda pública se ha tripli-cado, los títulos a papel se han convertido sin necesidad en títulos a oro, aumentando inconsideradamente las obligaciones del país con el extranjero; se han entregado a la especulación más de cincuenta millones de pesos oro que había producido la venta de los fondos públicos de los Bancos garantidos, y hoy día la nación no tiene una sola moneda metálica y está obligada al servicio en oro de más de ochenta millones de títulos emitidos para ese fin; se vendieron los ferrocarriles de la nación para disminuir la deuda pública, y realizada la venta se ha despilfarrado el precio; se enajenaron las obras de salubridad, y en medio de las sombras que rodean ese escándalo sin nombre, el pueblo únicamente ve que ha sido atado por medio siglo al yugo de una compañía extranjera que le va a vender la salud a precio de oro; los bancos garantidos se han desacreditado con las emisiones falsas; la moneda de papel está depreciada en dos-cientos por ciento y se aumenta la circulación con treinta y cinco millones de la emi-sión clandestina, que se legaliza, y con cien millones, que se disfrazan con el nombre de bonos hipotecarios, pero que son verdadero papel moneda, porque tienen fuerza cancelatoria; cuando comienza la miseria se encarece la vida con los impuestos a oro; y después de haber provocado la crisis más intensa de que haya recuerdo en nuestra historia, ha estado a punto de entregar fragmentos de la soberanía para obtener un nuevo empréstito, que también se habría dilapidado, como se ha dilapidado todo el caudal del Estado.

Esta breve reseña de los agravios que el pueblo de la nación ha sufrido está muy lejos de ser completa. Para dar idea exacta sería necesario formular una acusación circuns-tanciada y prolija de los delitos públicos y privados que ha cometido el jefe del Estado contra las instituciones, contra el bienestar y el honor de los argentinos. El pueblo la hará un día y requerirá su castigo, no para calmar propósitos de venganza personal, sino para consagrar un ejemplo y para dejar constancia de que no se puede gobernar la República sin responsabilidad y sin honor.

Conocemos y medimos la responsabilidad que asumimos ante el pueblo de la na-ción; hemos pensado en los sacrificios que demanda un movimiento en el que se com-promete la tranquilidad pública y la vida misma de muchos de nuestros conciudada-nos; pero el consejo de patriotas ilustres, de los grandes varones, de los hombres de bien de todas las clases sociales, de todos los partidos, el voto íntimo de las provincias oprimidas, y hasta el sentimiento de los residentes extranjeros, nos empuja a la acción y sabemos que la opinión pública bendice y aclama nuestro esfuerzo, sean cuales fueren los sacrificios que demande.

El movimiento revolucionario de este día no es la obra de un partido político. Esen-cialmente popular e impersonal, no obedece ni responde a las ambiciones de círculo u hombre público alguno. No derrocamos el gobierno para separar hombres y sustituirlos

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37en el mando; lo derrocamos porque no existe en la forma constitucional, lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la volun-tad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la Repúbli-ca. El único autor de esta revolución, de este movimiento sin caudillo, profundamente nacional, larga, impacientemente esperada, es el pueblo de Buenos Aires, que fiel a sus tradiciones reproduce en la historia una nueva evolución regeneradora que esperaban anhelosas todas las provincias argentinas.

El ejército nacional comparte con el pueblo las glorias de este día; sus armas se alzan para garantir el ejercicio de las instituciones. El soldado argentino es hoy día, como siempre, el defensor del pueblo, la columna más firme de la Constitución, la garantía sólida de la paz y de la libertad de la República. La Constitución es la ley suprema de la nación, es tanto como la bandera, y el soldado argentino que la dejara perecer sin prestarle su brazo, alegando la obediencia pasiva, no sería un ciudadano armado de un pueblo libre, sino el instrumento o el cómplice de un déspota.

El ejército no mancha su bandera ni su honor militar, ni su bravura, ni su fama, con un motín de cuartel. Sus soldados, sus oficiales y sus jefes han debido cooperar y han cooperado a este movimiento, porque la causa del pueblo es la causa de todos; es la causa de los ciudadanos y del ejército; porque la patria está en peligro de perecer y porque es necesario salvarla de la catástrofe.

Su intervención contendrá la anarquía, impedirá desórdenes, garantizará la paz. Esa es su misión constitucional y no la tarea oscura, poco honrosa, de servir de gen-darmería urbana para sofocar las libertades públicas. El período de la revolución será transitorio y breve; no durará sino el tiempo indispensable para que el país se organice constitucionalmente. El Gobierno revolucionario presidirá la elección de tal manera que no se suscite ni la sospecha de que la voluntad nacional haya podido ser sorprendi-da, subyugada o defraudada.

El elegido para el mando supremo de la nación será el ciudadano que cuente con mayoría de sufragios en comicios pacíficos y libres, y únicamente quedarán exclui-dos como candidatos los miembros del gobierno revolucionario, que espontáneamente ofrecen al país esta garantía de su imparcialidad y de la pureza de sus propósitos.

Por la Junta Revolucionaria

Fuente: Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera (1880-1910), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo III, Documentos, Buenos Aires, Ariel, 1997, pp. 121-125.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

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Una vibración profunda conmueve to-

das mis fibras patrióticas al contem-

plar la resurrección del espíritu cívico

en la heroica ciudad de Buenos Aires.

Sí, señores; una felicitación al pueblo de

las nobles tradiciones, que ha cumplido en

hora tan infausta sus sagrados deberes. No

es solamente el ejercicio de un derecho, no es

solamente el cumplimiento de un deber cívi-

co; es algo más, es la imperiosa exigencia de

nuestra dignidad ultrajada, de nuestra perso-

nalidad abatida; es algo más todavía, señores:

es el grito de ultratumba, es la voz alzada de

nuestros beneméritos mayores que nos piden

cuenta del sagrado testamento cuyo cumpli-

miento nos encomendaron.

La vida política de un pueblo marca la con-

dición en que se encuentra; marca su nivel

moral, marca el temple y la energía de su ca-

rácter. El pueblo donde no hay vida política es

un pueblo corrompido y en decadencia, o es

víctima de una brutal opresión. La vida políti-

ca forma esas grandes agrupaciones, que llá-

meseles como esta, populares, o llámeseles

partidos políticos, son las que desenvuelven

la personalidad del ciudadano, le dan con-

ciencia de su derecho y el sentimiento de la

solidaridad en los destinos comunes.

Los grandes pueblos, Inglaterra, los Es-

tados Unidos, Francia, son grandes por estas

luchas activas, por este roce de opiniones, por

este disentimiento perpetuo, que es la ley de la

democracia. Son esas luchas, esas nobles riva-

lidades de los partidos, las que engendran las

buenas instituciones, las depuran en la discu-

sión, las mejoran con reformas saludables y las

vigorizan con entusiasmos generosos que na-

cen al calor de las fuerzas viriles de un pueblo. 

Pero la vida política no puede hacerse sino

donde hay libertad y donde impera una Cons-

titución. ¿Y podemos comparar nuestra situa-

ción desgraciada con la de los pueblos que

acabo de citar? Situación gravísima no sólo

por los males internos, sino por aquellos que

pudieran afectar el honor nacional cuya fibra

se debilita. Yo preguntaría: en una emergencia

delicada, ¿qué podría hacer un pueblo enerva-

do, abatido, sin el dominio de sus destinos y

entregado a gobernantes tan pequeños?

Cuando el ciudadano participa de las impre-

siones de la vida política, se identifica con la pa-

tria: la ama profundamente, se glorifica con su

gloria, llora con sus desastres y se siente obli-

gado a defenderla porque en ella cifra las más

nobles aspiraciones. Pero, ¿se entiende entre

nosotros así, desde algún tiempo a esta parte? 

Ya habéis visto los duros epítetos que los

órganos del gobierno han arrojado sobre esta

manifestación. Se ríen de los derechos políti-

cos, de las elevadas doctrinas, de los grandes

ideales, befan a los líricos, a los retardatarios

que vienen con sus disidencias de opinión a

entorpecer el progreso del país. ¡Bárbaros!

Como si en los rayos de la luz pudieran venir

envueltas la esterilidad y la muerte. Y ¿qué

política es la que hacen ellos? El gobierno no

hace otra cosa que echar la culpa a la oposi-

ción de lo malo que sucede en el país. Y ¿qué

DISCURSO DE LEANDRO N. ALEM EN EL ACTO EN EL FRONTÓN

El 13 de abril de 1890 se celebra en el Frontón de Buenos Aires un importante mitin de la flamante Unión Cívica. En él se conforma su Comité General de la capital y se elige a Leandro N. Alem para presidir la Junta Ejecutiva.

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Insurrección cívico-militar producida el 26 de julio de 1890 conocida como Revolución del Parque.

AGN

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39hacen estos sabios economistas? Muy sabios

en la economía privada, para enriquecerse

ellos; en cuanto a las finanzas públicas, ya veis

la desastrosa situación a que nos han traído. 

Es inútil, como decía en otra ocasión: no

nos salvaremos con proyectos, ni con cambios

de ministros; y expresándose en una frase vul-

gar: “¡Esto no tiene vuelta!” 

No hay, no puede haber buenas finanzas,

donde no hay buena política. Buena política

quiere decir respeto a los derechos; buena po-

lítica quiere decir aplicación recta y correcta de

las rentas públicas; buena política quiere decir

protección a las industrias útiles y no especu-

lación aventurera para que ganen los parásitos

del poder; buena política quiere decir exclusión

de favoritos y de emisiones clandestinas.

Pero para hacer esta buena política se ne-

cesitan grandes móviles, se necesita buena

fe, honradez, nobles ideales; se necesita, en

una palabra, patriotismo. Pero con patriotis-

mo se puede salir con la frente altiva, con la

estimación de los ciudadanos, con la concien-

cia pura, limpia y tranquila, pero también con

los bolsillos livianos (…).

Tenemos que afrontar la lucha con fe, con

decisión. Era una vergüenza, un oprobio lo que

pasaba entre nosotros; todas nuestras glorias

estaban eclipsadas; nuestras nobles tradicio-

nes, olvidadas; nuestro culto, bastardeado;

nuestro templo empezaba a desplomarse, y

ya parecía que íbamos resignados a inclinar

la cerviz al yugo infame y ruinoso; apenas si

algunos nos sonrojábamos de tanto oprobio.

Hoy ya todo cambia; este es un augurio de que

vamos a reconquistar nuestras libertades, y

vamos a ser dignos hijos de los que fundaron

las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Fuente: Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera (1880-1910), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo III, Documentos, Bue-nos Aires, Ariel, 1997, pp. 114-116.

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El Partido Socialista Argentino fue uno de los actores políticos más importantes de la Argentina desde su fundación a fines del siglo xix, y su órgano de prensa, La Vanguardia, una de las experiencias de periodismo político obrero más longevas y signi-ficativas. En 1896, el Partido Socialista se presenta a elecciones por primera vez en su historia, al mismo tiempo que hace públi-ca su “Declaración de principios y programa mínimo”, dando forma a una identidad política que lo acompañará por años. En el ámbito de las izquierdas, el anarquismo se mantiene ale-jado de las lides electorales pero ocupa un lugar fundamental en la conformación del naciente movimiento obrero argentino, aunque no solamente. La interpelación libertaria es asumida también por las mujeres, en una experiencia combativa y ur-ticante como fue el periódico La Voz de la Mujer. Los intelec-tuales tampoco están ajenos al clima de contestación generali-zada, modernización y profundos cambios culturales, políticos y económicos que ofreció el período del novecientos. Los jóvenes José Ingenieros y Leopoldo Lugones editan el periódico socialista revolucionario La Montaña, donde arremeten contra el “mun-do burgués” desde una clave que cruza socialismo y modernismo estético, mundo intelectual y cuestión obrera. Por su parte, la UCR, después del fallido segundo levantamiento insurreccional de 1893, sufre divisiones internas –la principal, entre dos de sus figuras más representativas, Alem e Yrigoyen. El primer día de julio de 1896, el parlamentario y político radical Leandro N. Alem, ideólogo de la Revolución del Parque, decide poner fin a su vida dejando como testimonio una carta pública que se conocerá como su testamento político.

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Al pueblo Trabajadores y ciudadanos:

Una clase rica, inepta y rapaz, oprime y explota al pueblo argentino. Los señores dueños de la tierra, de las haciendas, de las fábricas, de los medios de transporte, del capital en todas sus formas, hacen sufrir a la clase trabajadora y desposeída todo el peso de sus privilegios, agravado por el de su ignorancia y su codicia; y esta expolia-ción será cada día más bárbara y más cruel si el pueblo no se da cuenta de ella y no se prepara a resistirla.

Hasta ahora, la clase rica o burguesía ha tenido en sus manos el gobierno del país. Roquistas, mitristas, yrigoyenistas y alemistas son todos lo mismo. Si se pelean

entre ellos es por apetitos de mando, por motivo de odio o de simpatía personal, por ambiciones mezquinas e inconfesables, no por un programa, ni por una idea. Bien lo demuestra en cada una de esas agrupaciones el triste cuadro de sus disen-siones internas.

Si el pueblo entra todavía por algo en esa farsa política, lo hace ofuscado por las frases de charlatanes de oficio, o vendiendo vergonzosamente su voto por una mise-rable paga.

Todos los partidos de la clase rica argentina son uno solo cuando se trata de aumen-tar los beneficios del capital a costa del pueblo trabajador, aunque sea estúpidamente, y comprometiendo el desarrollo general del país.

Inundando el país de papel moneda, han determinado la suba del oro, con la que ha subido enormemente el precio de los productos, y han bajado otro tanto los salarios. Han acaparado las tierras públicas, desalojado de ellas a los primitivos pobladores, los únicos con derecho a ocuparlas. No han sabido atraer la inmigración elevando la situa-ción de la clase trabajadora, pero con los dineros del pueblo han costeado una inmigra-ción artificial, destinada a disminuir aún más la recompensa del trabajo.

Y para completar este bárbaro sistema de explotación, quitan al hombre laborioso en forma de impuestos de consumo, de impuestos internos y de impuestos de aduana, una gran parte de lo poco que gana. Un trabajador paga tanto impuesto por alimentar-se y vestirse como un estanciero por ser dueño de una legua de campo.

Primer Manifiesto Electoral del Partido Socialista

Publicado el 29 de febrero de 1896. El 8 de marzo de 1896 el Partido Socia-lista se presenta a elecciones por primera vez en la historia del país. Se trata de la renovación de la mitad de la Cámara de Diputados de la Nación. Los can-didatos socialistas son Juan B. Justo, Juan Schaefer, Adrián Patroni, Germán Avé Lallemant y Gabriel Abad. 

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

44 Así es como a través de la crisis, de los grandes robos sin castigo, de las revoluciones, de los fraudes y de las quiebras bancarias que se han tragado los modestos ahorros del pueblo, el país ha llegado al momento actual en que una opinión verdadera y genuina-mente popular empieza a manifestarse.

Fundamentalmente distinto de los otros partidos, el Partido Socialista Obrero no dice luchar por puro patriotismo, sino por sus intereses legítimos; no pretende repre-sentar los intereses de todo el mundo, sino los del pueblo trabajador, contra la clase capitalista opresora y parásita; no hace creer al pueblo que puede llegar al bienestar y la libertad de un momento a otro, pero le asegura el triunfo si se decide a una lucha perse-verante y tenaz; no espera nada del fraude ni de la violencia, pero todo de la inteligencia y de la educación populares.

El desarrollo de la agricultura, de la industria y del comercio, que cada día se hacen en mayor escala, tiene que conducirnos necesariamente a la propiedad colectiva de los medios de producción y de cambio. El pueblo no será libre, no disfrutará del producto de su trabajo, mientras no sea dueño de los medios con que lo hace. El Partido Socialis-ta quiere la nacionalización de los medios de producción, lo que en la República Argen-tina será excepcionalmente fácil, porque la propiedad de la tierra está ya concentrada en muy pocas manos.

Mientras esa nacionalización no se realice, el suelo argentino sólo será una ficción usada por la clase gobernante para infundir interesadamente al pueblo un falso senti-miento de patriotismo.

Entre tanto queremos desde ya mejorar la situación de la clase trabajadora, y a ese fin presentamos un programa de reformas concretas, de inmediata aplicación práctica, que es la mejor respuesta a los que nos tachan de visionarios y utopistas.

El Partido Socialista Obrero sostiene la jornada legal de ocho horas, la prohi-bición del trabajo de los niños menores de catorce años, y el salario igual para las mujeres y los hombres cuando hagan un trabajo igual, medidas tendientes a man-tener el precio de la mano de obra, a asegurar a los trabajadores el reposo necesario, a moderar la infame explotación de que son víctimas las mujeres, y a hacer posible la educación de los niños.

El Partido Socialista pide la abolición de todas las gabelas, llamadas impuestos indi-rectos, que pesan sobre el pueblo. Pide que los gastos del Estado salgan de las cajas de los capitalistas, en forma de impuesto directo sobre la renta.

Pide que se establezca por la ley la responsabilidad de los patrones en los accidentes del trabajo, para que las víctimas de esos accidentes no tengan que pedir limosna, ni dejen sus familias en la miseria, como premio de sus esfuerzos.

Pide la instrucción laica y obligatoria para todos los niños hasta cumplir los ca-torce años.

Como reformas políticas, el Partido Socialista lucha por el sufragio universal y la repre-sentación de las minorías, en todas las elecciones nacionales, provinciales y municipales.

Quiere la separación de la Iglesia y del Estado, en homenaje a la libertad de con-ciencia, y para no privar a los católicos del gusto de costear ellos solos el culto en que ellos solos creen.

Tales son las reformas inmediatas más importantes por que combate nuestro partido.

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“Educar al soberano”Domingo F. Sarmiento.

Logo de la Sociedad Luz. Universidad Popular Socialista en Argentina, fun-dada en 1899.

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45Ellas bastan para mostrar que los diputados socialistas no irán nunca al Congreso como los de otros partidos con carta blanca para hacer lo que más les plazca. Verdaderos delegados del pueblo, ellos irán con mandato imperativo a sostener ideas bien determi-nadas, cuya realización es de la mayor importancia para todos los que trabajan.

Trabajadores y ciudadanos: por primera vez en la República, el Partido Socialista se presenta en la lucha electoral y reclama vuestros sufragios. Vais a dar la medida de vuestra capacidad política con la acogida que hagáis a nuestros candidatos y nuestro programa.

Desechad toda opinión preconcebida, meditad sobre vuestros intereses bien enten-didos, elevaos a la dignidad de hombres independientes, y en las elecciones del 8 de marzo votaréis por los candidatos socialistas.

Fuente: La Vanguardia, Buenos Aires, 29 de febrero de 1896.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

46 DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS Y PROGRAMA MÍNIMO DEL PARTIDO SOCIALISTA

El 28 y 29 de junio de 1896, un grupo de delegados de agrupaciones socialistas y gremiales se reúne en el local de la agrupación alemana Vorwärts y aprueba la Declaración de Principios y Programa Mínimo que funda en nuestro país la acción política independiente de la clase obrera.

Declaración de principios

El Partido Socialista, representado por sus

delegados reunidos en Congreso, afirma:

Que la clase trabajadora es oprimida y

explotada por la clase capitalista gobernante.

Que esta, dueña como es de los medios de

producción, y disponiendo de todas las fuer-

zas del Estado para defender sus privilegios,

se apropia la mayor parte de lo que producen

los trabajadores y les deja sólo lo que nece-

sitan para poder seguir sirviendo en la pro-

ducción. Que por eso, mientras una minoría

de parásitos vive en el lujo y la holgazanería,

los que trabajan están siempre en la insegu-

ridad y en la escasez, y muy comúnmente en

la miseria.

En la República Argentina, a pesar de la

gran extensión de tierra inexplotada, la apro-

piación individual de todo el suelo del país

ha establecido de lleno las condiciones de la

sociedad capitalista.

Que estas condiciones están agravadas

por la ineptitud y rapacidad de la clase rica, y

por la ignorancia del pueblo.

Que la clase rica, mientras conserve su

libertad de acción, no hará sino explotar cada

día más a los trabajadores, en lo que la ayu-

den la aplicación de las máquinas y la con-

centración de la riqueza.

Que, por consiguiente, o la clase obrera

permanece inerte y es cada día más esclavi-

zada, o se levanta para defender desde ya sus

intereses inmediatos y preparar su emanci-

pación del yugo capitalista.

Que no sólo la existencia material de

la clase trabajadora exige que ella entre en

acción, sino también los altos principios de

derecho y justicia, incompatibles con el actual

orden de cosas.

Que la libertad económica, base de toda

otra libertad, no será alcanzada mientras los

trabajadores no sean dueños de los medios

de producción.

Que la evolución económica determina la

formación de organismos de producción y de

cambio cada vez más grandes, en que gran-

des masas de trabajadores se habitúan a la

división del trabajo y a la cooperación.

Que así, al mismo tiempo que se aleja

para los trabajadores toda posibilidad de pro-

piedad privada de sus medios de trabajo, se

forman los elementos materiales y las ideas

necesarias para subsistir al actual régimen

capitalista con una sociedad en que la propie-

dad de los medios de producción sea colec-

tiva o social, en que cada uno sea dueño del

producto de su trabajo, y a la anarquía econó-

mica y al bajo egoísmo de la actualidad suce-

dan una organización científica de la produc-

ción y una elevada moral social.

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47Que esta revolución, resistida por la clase

privilegiada, puede ser llevada a cabo por la

fuerza del proletariado organizado.

Que mientras la burguesía respete los

actuales derechos políticos y los amplíe por

medio del sufragio universal, el uso de estos

derechos y la organización de resistencia de

la clase trabajadora serán los medios de agi-

tación, propaganda y mejoramiento que ser-

virán para preparar esa fuerza.

Que por este camino el proletario podrá

llegar al poder político, constituirá esa fuerza,

y se formará una conciencia de clase que

le servirá para practicar con resultado otro

método de acción cuando las circunstancias

lo hagan conveniente.

Por tanto: el Partido Socialista llama al

pueblo trabajador a alistarse en sus filas de

partido de clase, y desarrollar sus fuerzas

y preparar su emancipación sosteniendo el

siguiente programa mínimo.

Programa mínimo

• Jornada de 8 horas para los adultos, de 6

para los jóvenes de 14 a 18 años y prohi-

bición del trabajo industrial de los meno-

res de 14 años. Descanso obligatorio de 36

horas continuas por semana.

• A igualdad de producción, igualdad de retri-

bución para los obreros de ambos sexos.

• Reglamentación higiénica del trabajo indus-

trial, limitación del trabajo nocturno a los

casos indispensables, prohibición del tra-

bajo de las mujeres en lo que haga peligrar

la maternidad y ataque la moralidad.

• Creación de comisiones inspectoras de las

fábricas y de las habitaciones, nombradas

por los obreros y pagadas por el Estado.

• Creación de tribunales, nombrados mitad

por los obreros, mitad por los patrones, para

solucionar las diferencias entre unos y otros.

• Responsabilidad de los patrones en los

accidentes del trabajo.

• Abolición de los impuestos, y especial-

mente los de consumo y de aduana.

• Impuesto directo y progresivo sobre la

renta.

• Extinción gradual del papel moneda y, en

general, todas las medidas tendentes a

valorizarlo y a darle un valor estable.

• Reconocimiento legal de las asociaciones

obreras.

• Supresión de todo fomento artificial de la

inmigración.

• Abolición de las leyes de conchabo, vagan-

cia, etc.

• Instrucción laica y obligatoria para todos

los niños hasta 14 años, estando a cargo

del Estado, en los casos en que sea nece-

sario, la manutención de los educandos.

• Sufragio universal para todas las eleccio-

nes nacionales, provinciales y municipales.

Voto secreto.

• Autonomía municipal.

• Jurados elegidos por el pueblo para toda

clase de delitos.

• Separación de la Iglesia y el Estado.

Supresión de las prerrogativas del clero y

devolución al Estado de los bienes cedidos

por este al clero.

• Supresión del ejército permanente y arma-

mento general del pueblo.

• Revocabilidad de los representantes elec-

tos, en caso de no cumplir el mandato de

sus electores.

• Abolición de la pena de muerte.

• Reconocimiento de los derechos de ciuda-

danos a los extranjeros que tengan un año

de residencia en el país.

Fuente: Celso Ramón Lorenzo, Manual de historia constitu-cional argentina 3, Rosario, Editorial Juris, 2000, pp. 28-29.

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1896 - 1897

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

48 LA VOZ DELA MUJERANARQUISTA

Editorial del primer número de La Voz de la Mujer, periódico comunista anárquico.

Nuestros propósitos

Compañeros y compañeras, ¡salud!

Y bien: hastiadas ya de tanto y tanto llanto y

miseria; hastiadas del eterno y desconsolador

cuadro que nos ofrecen nuestros desgraciados

hijos, los tiernos pedazos de nuestro corazón;

hastiadas de pedir y suplicar, de ser el juguete,

el objeto de los placeres de nuestros infa mes

explotadores o de viles esposos, hemos decidi-

do levantar nuestra voz en el concierto social y

exigir, exigir decimos, nuestra parte de place-

res en el banquete de la vida.

Largas veladas de trabajo y padeci mientos,

negros y horrorosos días sin pan han pesado

sobre nosotras, y ha sido necesario que sintié-

semos el grito seco y desgarrante de nuestros

hambrientos hijos, para que hastiadas ya de

tanta miseria y padecimiento, nos decidiése-

mos a dejar oír nuestra voz, no ya en forma de

lamento ni supli cante querella, sino en vibran-

te y enérgica demanda. Todo es de todos.

Hasta ayer hemos suplicado a un Dios, a una

virgen u otro santo no menos imaginario el uno

que el otro, y cuando llenas de confianza hemos

acudido a pedir un mendrugo para nuestros hi-

jos, ¿sabéis lo que hemos hallado? La mirada

lasciva y lujuriosa del que, anhelando cambiar

de conti nuo el objeto de sus impuros place-

res, nos ofrecía con insinuante y artera voz un

cambio, un negocio, un billete de banco con que

tapar la desnudez de nuestro cuerpo, sin más

obligación que la de prestarles el mismo.

Marchamos más adelante, siempre confia-

das y con la esperanza puesta en Dios y en los

cielos, y después de ha ber tropezado y caído

por no mirar por donde caminábamos mien-

tras fijába mos nuestra anhelante mirada en los

cielos, ¿sabéis lo que encontramos? Lascivia y

brutal impureza, corrupción y cieno y una nueva

ocasión de ven der nuestros flacos y macilentos

cuer pos. Volvimos atrás nuestros ojos, ¡se cos sí,

muy secos ya!, y allá, a lo lejos, en lontananza,

casi vimos a nuestros hijos, pálidos, débiles y

enfermizos… y la brisa, caliginosa ya, nos traía

la eter na melodía del pan. ¡Mamá, pan por Dios!

Y entonces comprendimos por qué se cae… por

qué se mata y por qué se roba (léase expropia).

Y fue entonces también, que desco nocimos

a ese Dios y comprendimos cuán falsa es su

existencia; en suma, que no existe.

Fue entonces que compadecimos a nuestras

caídas y desgraciadas compa ñeras. Entonces

quisimos romper con todas las preocupaciones

y absurdas trabas, con esta cadena impía cuyos

eslabones son más gruesos que nues tros cuer-

pos. Comprendimos que te níamos un enemigo

poderoso en la so ciedad actual y fue entonces

también que, mirando a nuestro alrededor, vi-

mos muchos de nuestros compañeros luchando

contra la tal sociedad; y co mo comprendimos

que ese era tam bién nuestro enemigo, decidi-

mos ir con ellos en contra del común enemi go,

mas como no queríamos depender de nadie,

alzamos nosotras también un jirón del rojo es-

tandarte; salimos a la lucha… sin Dios y sin jefe.

He aquí, queridas compañeras, el porqué

de nuestro periódico, no nues tro, sino de to-

dos, y he aquí, también, por qué nos declara-

mos comunistas anárquicas proclamando el

dere cho a la vida, o sea, igualdad y libertad.

La Redacción

Fuente: La Voz de la Mujer (1896-1897), edición facsimi-lar, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2002.

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1º de mayo de 1897: tapa del periódico socialista La Vanguardia, fundado por Juan B. Justo en 1894.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

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A todos los obreros carpinteros, muebleros, silleros, torneros, carpinteros del puerto y demás trabajadores en el ramo de maderas.

Compañeros:

Como todos sabréis, el gremio de trabajadores en madera se ha levantado en huelga en demanda de las 8 horas de trabajo y la abolición del trabajo a destajo.

En contra de lo que han dicho creer algunos, la ocasión no puede ser más oportuna, puesto que en la actualidad, nuestro gremio atraviesa por un período de abundante trabajo y por lo tanto, es cuando los patrones precisan más que ninguna otra época de nuestros brazos.

Demostremos a nuestros patrones por una vez tan siquiera, que no estamos dis-puestos a ser por más tiempo máquinas de trabajo desde que aparece el sol hasta que se pone, sino que somos hombres, que somos seres humanos, que queremos dedicar parte de nuestra vida a disfrutar de los goces que la naturaleza nos ofrece, al mismo tiempo que demostraremos también a todos los trabajadores que luchan por mejorar su mise-rable situación, que también nosotros, aunque bastante tarde, hemos levantado nuestra humillada cerviz en busca de nuestras reivindicaciones.

En estas favorables circunstancias, pues, el gremio de trabajadores en madera reuni-do en asamblea ha declarado la huelga total del ramo.

Mas nuestros astutos patrones como el egoísta usurero que ve peligrar el interés sobre su renta, han buscado el medio (aunque sin lograrlo) de que este gran movi-miento fracasara.

A tal efecto, se amistaron con la comisión directiva de la presente sociedad de car-pinteros, combinando una reunión de trabajadores en madera en la que sólo los capa-taces de los talleres y los aprendices, con raras excepciones, tuvieron entrada.

La prueba de ello es que a más de 200 obreros carpinteros, algunos de ellos socios, se les impidió la entrada y cuando no bastó la fuerza de aquella ilustre co-misión, la policía llamada a propósito por uno de los miembros de la comisión, se encargó de lo demás.

Proclama de trabajadores de la madera llamando a una huelga por las 8 horas

Publicado el 7 de septiembre de 1896. Volante redactado por las comisiones en huelga de los sindicatos de carpinteros, muebleros, silleros y torneros del puerto de la ciudad de Buenos Aires.

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51Con una asamblea pues, compuesta en la forma que hemos indicado, esto es, de capataces, aprendices e individuos que seguramente viven de todo menos de trabajar la madera, el resultado de la votación sobre si debía adherirse la pretendida sociedad a la huelga, era de prever, negativo, máxime cuando no convenía indisponerse con los patrones porque en ello mediaban intereses particulares.

A pesar de todos los chanchullos y coacciones ejercidos por la honorable comisión negando la palabra aun a los mismos socios, la idea de la huelga fue defendida por una gran minoría que bien puede decirse representaba la opinión de los verdaderos traba-jadores en madera, de los que sufrimos lo excesivo de la jornada de trabajo, de los que somos víctimas de la desenfrenada explotación que reporta el trabajo a destajo.

Compañeros, trabajadores del ramo de madera: al dirigiros el presente manifiesto, lo hacemos para poneros al corriente de los beneficios que nos puede reportar la prác-tica de ciertos procedimientos, que podrán ser muy políticos, pero muy poco obreros.

Así pues, os invitamos una vez más a que abandonéis el trabajo para uniros a vues-tros compañeros de huelga.

Nuestra dignidad está empeñada: si esta huelga se pierde será por nuestro indife-rentismo, por nuestra falta de energía, por nuestra imbecilidad, por nuestra estupidez.

Tened presente que si esto sucede, los patrones se ensañarán como carnívoras fieras en nosotros y el poco respeto que aún se nos guarda en los talleres, se convertirá en sarcástico escarnio de nuestra cobardía.

Compañeros: arrollemos a esas falsas comisiones que también saben acomodarse con nuestros explotadores, su denigrante proceder nos dará derecho a ello.

¡A la huelga!¡Abandonad el taller los que todavía concurrís al trabajo y la victoria es nuestra!

¡Vivan las ocho horas! ¡Abajo el trabajo a destajo! ¡Viva la huelga!Compañeros: se os invita a la gran reunión que tendrá lugar el domingo 13 de

septiembre, a las 2 de la tarde, en el jardín “Colonia Italiana” antes “Nogantino”, Cuyo 1526.

Las Comisiones de Huelga

Fuente: Ricardo Falcón, El mundo del trabajo urbano (1890-1914), Biblioteca Política Argentina, nº153, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1986.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

52 LA FIESTA DEL PROLETARIADO

POR LEOPOLDO LUGONES

La Montaña es un periódico de intelectuales y universitarios socialistas que aparece el 1º de abril de 1897, dirigido y redactado por José Ingenieros y Leopoldo Lugones.

La Canalla tiene sus días domin gos. He

aquí uno.

Estamos ya tan distantes de la reli gión

vieja, que hemos debido crearnos nuevos

días de fiesta. No tenemos campanas para

inaugurar estos días, ni flores para adornar-

los, ni música para festejarlos. No hay día más

triste que el domingo de un pueblo esclavo.

Sin embargo, hay algo de inmensa mente

hermoso en este día de los oprimidos: la

Esperanza.

Harapientos, encallecidos, usados, exte-

nuados, remendados, enfermos, parecemos

un montón de jaulas des vencijadas, y que

dentro de cada una hubiera un león. ¡Gran

goce para el león es ver que está desvenci-

jándose su jaula!

¡La Esperanza! He aquí nuestra Pascua

de Resurrección. Cada uno de nosotros sabe

que es depositario de una partícula de au-

rora. Sabe que de su miseria emerge como

un árbol amenazador la Reivindicación. Sabe

que algo le duele, y quiere que no le duela.

Sabe que la fuerza de una cadena se mide

por el grado de resignación de la víctima que

la aguanta.

Y bien: es por esto que va a haber Revo-

lución. Nosotros, que sufrimos del dolor de

la servidumbre, hemos procla mado la Liber-

tad. ¡Queremos derribar nuestra cárcel, toda!

Queremos que desaparezca el orden social

que es nuestra cárcel. Y nuestra aspiración va

desde el granero a la academia.

Nuestra protesta no es pura cues tión de

panadería, no es sólo un grupo de hambrien-

tos. Es el clamor de pro testa contra todas las

esclavitudes, es una apertura de horizontes

para todas las esperanzas. Estar desnudo no

signi fica siempre estar desvestido. ¡Noso tros

lo que no queremos es estar des nudos!

Gran cuestión, sin duda, la econó mica,

base de todo el movimiento so cial. Protes-

tamos de la tiranía econó mica, protestamos,

pero quedan otras tiranías. Y protestamos

también con tra esas tiranías. Por eso es hoy

más que nunca grande la protesta contra los

amos y los serviles, hecha sola mente por los

servidores: como quien dice el Porvenir lla-

mando a juicio al Pasado.

Protestamos de todo el orden social exis-

tente: de la República, que es el Paraíso de

los mediocres y de los serviles; de la Reli-

gión que ahorca las al mas para pacificar-

las (¡y cuán pacífi cas se quedan en efecto:

no se mueven más!); del Ejército que es una

cueva de esclavitud donde vale más el hoci-

co que la boca, y donde está permitido ser

asesino y ladrón, a trueque de con vertirse en

imbécil; de la Patria, supre mamente falsa y

mala, porque es hija legítima del militaris-

mo; del Estado que es la maquinaria de tor-

tura bajo cuya presión debemos moldearnos

co mo las fichas de una casa de juego; de la

Familia que es el poste de la esclavitud de

la mujer y la fuente inagotable de la pros-

titución. Contra todas esas mayúsculas del

convencionalismo so cial, contra todas esas

cadenas protes tamos nosotros que somos

los encade nados.

Y esa es la verdadera significación del mo-

vimiento que en este día se ha ce sentir a la

faz de todos los pueblos; no tan sólo la jor-

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53nada reivindicatoria del trabajo sino el grito

de guerra de los oprimidos; no solamente la

queja de los dolientes, sino la amenaza de los

fuertes; no ya el razonamiento pa cífico de los

peticionantes, sino el re clamo imperioso de

los enemigos; no ya la demostración de los

elementos de labor sino la ostentación de los

re gimientos de la Reivindicación; no ya la líri-

ca expresión de un canon de jus ticia, sino el

programa máximo de la Revolución.

Y por eso es como si la luz de una lámpara

hubiera sido reemplazada por el Sol. Como si

dentro del tubo de nuestra lámpara en vez de

una mecha estuviera ardiendo ahora un astro.

Hemos guardado la mecha. La mecha ha de

servir para otras cosas.

Estamos, pues, en el día domingo de la

Canalla. Y la demostración de que la Cosa se

acerca, es que los otros no saben en qué día

están: creen estar en el día primero de mayo

de 1897.

Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova, presentada en 1894 en el segundo Salón del Ateneo en Buenos Aires.

Fuente: Leopoldo Lugones, “La fiesta del proletariado”, La Montaña, Periódico Socialista Revolucionario, n° 3, 1897, edición facsimilar, Bernal, Universidad de Quilmes, 1996.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

54

He terminado mi carrera, he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí, que se rompa, pero que no se doble!

He luchado de una manera indecible en los últimos tiempos; pero mis fuerzas, tal vez gastadas ya, han sido incapaces para detener la montaña… ¡y la montaña me aplastó!

He dado todo lo que podía dar; todo lo que humanamente se puede exigir de un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado… ¡y para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir!

¡Entrego decorosa y dignamente todo lo que me queda: mi última sangre, el resto de mi vida!

Los sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los móviles, las causas y los propósitos de mi acción y de mi lucha en general, en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este respecto, será una desgracia que yo ya no podré ni sentir ni remediar.

Ahí están mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde muy niño, luchando siempre de abajo. No es el orgullo el que me dicta estas pa-labras, ni es debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución. Es un convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido que lo enuncio en los primeros párrafos, después de haberlo pensado, meditado y reflexionado en un solemne recogimiento.

Entrego, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado constantemente.

En estos momentos el partido popular se prepara para entrar nuevamente en acción en bien de la patria. Esta es mi idea, este es mi sentimiento, esta es mi convicción arraigada, sin ofender a nadie. Yo mismo he dado el primer impulso, y, sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales.

¡Adelante los que quedan!¡Ah, cuánto bien ha podido hacer este partido, si no hubiesen promediado

ciertas causas y ciertos factores!¡No importa! Todavía puede hacer mucho. Pertenece principalmente a las

nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra. ¡Deben consumarla!

Fuente: Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera (1880-1910), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo III, Documentos, Buenos Aires, Ariel, 1997, p. 219.

El 1° de julio de 1896 se suicida en Buenos Aires Leandro N. Alem, dejando una carta “para publicar” a sus colaboradores, en la que atribuía su acción a la traición de su partido: su testamento político.

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Los primeros años del siglo xx son de intensa agitación proleta-ria, con huelgas que se multiplican en todos los gremios de la Argentina. Esta conflictividad acelera una idea que se venía macerando en distintos sectores del socialismo y del anarquismo: la de una central sindical que unifique y fortalezca la lucha de la clase obrera en su conjunto, idea que cobrará cuerpo hacia mayo de 1901 con la conformación de la FOA (Federación Obrera Argentina).

Esta conflictividad también es percibida por los sectores dominantes con creciente preocupación. A pocos meses de trans-currir el segundo gobierno de J. A. Roca (1898-1904), la UIA, de reciente conformación, junto con sectores terratenientes, demandarán medidas más activas al gobierno para controlar la situación. Estas demandas son recogidas por el senador Miguel Cané, por cuya iniciativa se sanciona la ley Nº 4.144, conocida como Ley de Residencia. Esta ley habilitará al gobierno a expul-sar a inmigrantes sin juicio previo y será utilizada por sucesi-vos gobiernos argentinos para reprimir la organización sindical de los trabajadores, expulsando principalmente a anarquistas, socialistas y activistas obreros en general.

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PrinciPales acuerdos, declaraciones y resoluciones

Descanso dominicalEl 1° Congreso Obrero Argentino declara que es preciso un día de descanso después

de seis de trabajo y que le es igual que este descanso sea en domingo como en jueves o cualquier otro día.

ArbitrajeLa FOA, afirmando la necesidad de esperar solamente de la solidaridad de los tra-

bajadores la con quista integral de sus derechos, se reserva en algunos casos, el derecho de resolver los conflictos económicos entre el Capital y el Trabajo, en el juicio arbitral, aceptando sólo personas que presenten serias garantías de respeto para los intereses de la clase obrera.

Legislación del trabajoEl 1° Congreso declara que es necesario promover una enérgica agitación para ob-

tener que los patro nes sean responsables en los accidentes del trabajo: la prohibición del trabajo a las mujeres en lo que pue da constituir un peligro para la maternidad o un ata que a la moral; la prohibición del trabajo en los me nores de 11 años.

Considerando el Congreso que la ley es siempre adoptada en favor de los capita-listas y la pueden elu dir, resuelve que los obreros deben esperar todo de su conciencia y unión, rechazando el recurrir a los poderes públicos para obtener cualquier mejora.

Huelga generalLa Federación Obrera Argentina, reconociendo que la huelga general debe ser la

base suprema de la lucha económica entre el Capital y el Trabajo, afirma la necesidad de propagar entre los trabajadores la idea que la abstención general del trabajo es el desafío a la burguesía imperante, cuando se demuestra la oportunidad de promoverla con probabilidades de éxito.

I Congreso Obrero del25 de mayo de 1901

En mayo de 1901 se funda la Federación Obrera Argentina (FOA), que nuclea a diversos gremios y sociedades obreras, en su mayoría anarquistas y socialis-tas. En su primer congreso establece una declaración donde sienta posición respecto de algunas cuestiones fundamentales que en ese momento son ob-jeto de debate dentro de la clase trabajadora.

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58 1° de MayoLa FOA proclama la abstención general de los trabajadores en el 1° de Mayo como

alta protesta contra la explotación capitalista y afirmación solemne de las reivindicacio-nes del proletariado.

Al clausurarse, declara:El 1° Congreso Obrero celebrado en la República Argentina al clausurar sus sesio-

nes, saluda al proleta riado universal que lucha por su emancipación, se so lidariza con sus esfuerzos y hace votos por la redención del género humano por medio de la Revo-lución Social.

Fuente: Edgardo J. Bilsky, La F.O.R.A. y el movimiento obrero, 1900-1910, tomo II, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985, pp. 191-194. 

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La Vanguardia. Órgano central del Partido socialista argentino

Buenos Aires, 29 de noviembre de 1902

El Partido Socialista Argentino ha resuelto dirigir la palabra al pueblo para explicar el origen y naturaleza de la reciente huelga y la actitud que ha asumido en presencia de la misma.

El punto de partida del movimiento huelguista lo constituyeron las justísimas reclamaciones de un gremio modesto y laborioso que con su actividad está vincula-do a una de las fuentes económicas más ricas del país. Ese gremio es el de peones de las barracas y Mercado Central de Frutos que desde hace más de un año viene lu-chando para mejorar las condiciones tristísimas e inhumanas en que se encuentra. En efecto: hasta fines del año pasado la situación de este gremio no podía ser más deplorable: trabajaban más de 14 horas diarias en faenas pesadísimas y ganaban un salario insuficiente. Gracias a la iniciativa y ayuda de algunos compañeros del Cen-tro Socialista de Barracas al Sur, pudo reunirse a los trabajadores de este gremio en una sociedad de resistencia, la cual, apenas constituida, obtuvo el primer triunfo, consiguiendo para sus asociados una reducción de las horas de trabajo y un ligero aumento del salario.

Estas ventajas, reclamadas en un momento oportuno y obtenidas gracias a la unión de estos obreros, fueron bien pronto mermadas por la avaricia ilimitada y la inconse-cuencia de los patrones. Por esta razón la joven y poderosa sociedad vióse obligada a iniciar de nuevo algunas gestiones, y al efecto, en el mes de octubre del corriente año, dirigió una nota a la Cámara Mercantil para que por su intermedio comunicara a los propietarios de Barracas, Mercado Central de Frutos, Exportadores, etc., las siguientes mejoras que solicitaba para los trabajadores del gremio:

1º Abolición del trabajo por un tanto y a destajo.2° Cuatro pesos diarios como mínimum para los peones del Mercado y las Barracas.3° Nueve horas de trabajo diario.4º Dos pesos y medio de salario diario para los menores de quince años.5° Reconocimiento de la sociedad por los patrones.

Huelga general de 1902

Declaración del Partido Socialista Argentino mediante su principal órgano de difusión, el periódico La Vanguardia, donde se explica la postura parti-daria frente a una huelga lanzada en noviembre de ese año, primero por el gremio de peones de las Barracas y Mercado Central de Frutos y a la que luego se sumarán varios gremios más. Asimismo, dejan allí expresada su posición crítica frente a la recientemente sancionada Ley de Residencia.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

60 Estas proposiciones aparecen con una justicia evidente para todo aquel que quiera meditarlas serenamente. Una jornada de nueve horas de un trabajo tan pesado como es el que realizan estos hombres, representa como gasto de energía muscular más de 16 horas de trabajo de otros gremios. El jornal de 4 pesos con el que hacen tantos as-pavientos los señores exportadores y consignatarios, representa bien poca cosa cuando sólo se le gana en ciertas épocas del año. Las proposiciones hechas por la Sociedad Tra-bajadores de las Barracas y Mercado Central de Frutos a los patrones, no sólo no fueron atendidas sino que esos señores se negaron terminantemente a entrar en negociaciones con la Sociedad. Semejante conducta obligó a los obreros a tomar una medida extrema y el domingo 16 del corriente, reunidos en asamblea, resolvieron abandonar el trabajo con la intención de no reanudarlo hasta tanto los patrones atendieran y otorgaran las mejoras solicitadas.

Como se ve, la huelga de los barraqueros estaba determinada por causas justísimas, y una vez declarada contó con la simpatía de todos los gremios y de la opinión públi-ca, y habría triunfado completamente si el Gobierno, con su actitud improcedente y parcialísima, no hubiera pretendido ahogarla suministrando a los patrones peonada y tropa del Estado, para reemplazar a los obreros en huelga.

Para contrarrestar la acción del Gobierno, dos gremios afines a los barraqueros re-solvieron declararse en huelga. Esos gremios fueron el de estibadores y el de carreros, sin cuya actividad resultaba completamente inútil el apoyo que el Gobierno había prestado al capital para hacer fracasar la huelga de los barraqueros. La huelga de los estibadores y carreros fue un acto inteligente de verdadera solidaridad práctica, que mereció la aprobación y la simpatía de todos aquellos que se interesan por el movi-miento obrero, y este acto de inteligente solidaridad habría asegurado el triunfo de los barraqueros, si nuevas causas de perturbación y de desquicio no hubieran venido a desbaratar todo el movimiento.

Por una parte, en las esferas del Gobierno, arreciaban los rumores que atribuían al Poder Ejecutivo la intención de sancionar una ley de residencia, decretar el estado de sitio y adoptar otras medidas igualmente bárbaras y absurdas. Estos rumores, muy fun-dados como se verá después, tuvieron la virtud de exasperar enormemente los ánimos y de agravar la situación.

Por otra parte, las federaciones Obrera Argentina, de Estibadores y de Rodados, creyendo que iban a poner al Gobierno en la necesidad de renunciar a los proyectos bárbaros que acariaba, lanzaron, con fecha 20 de noviembre, un enérgico manifiesto incitando a la huelga general.

En presencia de estos sucesos, el Comité Ejecutivo del Partido Socialista resolvió intervenir en el asunto a fin de obtener que tanto el Gobierno como las federaciones obreras mencionadas abandonaran el camino extraviado en que se habían colocado. Para este efecto, en su sesión del 22 de noviembre, nombró una comisión, compuesta de los compañeros Eneas Arienti, Francisco Cúneo y Celindo Castro, para que se aper-sonara al presidente de la república y le hiciera presente lo que sigue:

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611º Necesidad de que el Gobierno desautorice los rumores que han circulado atribu-yéndole el propósito de dictar una ley de residencia y decretar el estado de sitio; ru-mores que han exasperado el ánimo de los trabajadores, impulsándolos a generalizar el movimiento huelguista.

2º Necesidad de que el Gobierno retire las tropas que ha puesto en reemplazo de los huelguistas, a fin de que el conflicto surgido sea resuelto exclusivamente por patro-nes y obreros.

3º Necesidad de que el Gobierno se penetre de la justicia que asiste a los cargadores de frutos en sus reclamaciones y que comprenda que la huelga de los estibadores y con-ductores de carros responde al propósito de asegurar el éxito de dichas reclamaciones.

Esta resolución fue tomada en la tarde del 22, y antes de que la comisión pudiera apersonarse al presidente de la república, el Congreso sancionó, a las 12 de la noche de ese mismo día, la ley sobre residencia. A pesar de esto, el Comité Ejecutivo del Partido Socialista insistió en el propósito de entrevistar al presidente, pensando que la palabra autorizada y sincera de esa comisión había de influir favorablemente en la marcha de los acontecimientos.

El Comité Ejecutivo del Partido Socialista participaba de la indignación que había causado en la clase trabajadora la actitud parcialísima del Gobierno y la sanción de esa infame ley de residencia. El Comité Ejecutivo consideraba indispensable que la clase trabajadora realizara un acto, esencialmente político, para protestar y obtener la derogación de la mencionada ley. Pero el Comité Ejecutivo del Partido Socialista no podía, ni debía estimular, ni apoyar una huelga general que se hacía estallar para asustar al Gobierno, y que se mantenía después que el Gobierno había sancionado la ley de residencia. Si el Gobierno había cometido la brutalidad de sancionar esa infame ley cuando la huelga general se había iniciado, era lógico suponer que ese mismo Gobierno no la revocaría y que aplastaría brutalmente el movimiento, con toda la fuerza de que dispone aún la burguesía imperante.

Los compañeros que componían la comisión emplearon todo el día del domingo 22 en hacer viajes repetidos a la casa del presidente, y a pesar de haberle dejado una tar-jeta en la mañana de ese mismo día solicitando una entrevista, no pudieron obtenerla. En vista de esto, el Comité Ejecutivo tuvo que renunciar al propósito de influir sobre el Gobierno y resolvió definir claramente su actitud, cosa que hizo, publicando en los diarios de la mañana del lunes 24, las siguientes declaraciones:

1º El Partido Socialista apoyará moral y materialmente la huelga de los peones del Mercado Central de Frutos por considerarla justísima y oportuna, y apoyará tam-bién la huelga que para asegurar el éxito de la de los primeros han declarado los estibadores y los conductores de carros.

2º Protestar contra la conducta del Gobierno, que en lugar de observar una actitud prescindente pretende reemplazar a los obreros en huelga con soldados y marineros.

3º Deplora la actitud asumida por algunos gremios al declararse en huelga por simple espíritu de solidaridad hacia los barraqueros, estibadores y carreros, actitud que fue determinada por la propaganda anarquista y que es contraproducente, por cuanto

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

62 la mejor manera de sostener la huelga de los gremios mencionados y cooperar a su triunfo, sería la de que los gremios restantes continuasen trabajando para entregar a los huelguistas una parte de sus salarios.

4º Deplora la actitud descomedida del presidente de la república, quien se ha negado a recibir una delegación de este comité, que debía hacerle conocer las verdaderas causas del movimiento huelguista y los medios de solucionarlo.

5º Condenar enérgicamente la ley de residencia sancionada por el Congreso argentino con inusitada celeridad e inspirada únicamente en el propósito de aniquilar el mo-vimiento obrero en la Argentina, por cuya razón organizará una manifestación de protesta contra dicha ley, que tendrá lugar el martes 25 del corriente.

6º Lanzará un manifiesto explicando al pueblo lo que hay de verdad en el actual mo-vimiento huelguista y la actitud observada por el Partido Socialista Argentino.

En presencia de la ley de residencia, el Partido Socialista vio aparecer su más terrible enemigo, porque si bien es cierto que esa ley parece haber sido sancionada bajo la pre-sión de elementos turbulentos, no es menos cierto que ella tendrá su mejor aplicación en los agentes inteligentes y eficaces del movimiento obrero argentino. La ley de resi-dencia no es un freno provisorio para sofocar los ímpetus desordenados e intermitentes de los fanáticos de la violencia; es un torniquete definitivamente incorporado al bagaje opresivo del Gobierno, para aniquilar la obra eficaz, la única que socava los cimientos de la burguesía y realiza la revolución insensible del proletariado, la obra consciente, razonada, fruto de la inteligencia y exenta de las reacciones tumultuosas de un senti-miento mal dirigido.

Y es por esta razón que el Partido Socialista se apresuró a organizar la protesta que exigía una ley semejante, y al efecto se dirigió al Comité de la Federación Obrera Ar-gentina y al Comité de Propaganda Gremial, invitándolos a organizar una grandiosa manifestación en contra de la mencionada ley; he aquí la nota dirigida al Comité de la Federación Obrera Argentina:

Buenos Aires, noviembre 23 de 1902. Al Comité de la Federación Obrera Argentina

Compañeros: la ley que acaba de sancionar el Congreso Argentino es un golpe mortal dado a la organización obrera de este país. En presencia de este enorme pe-ligro para la causa de los trabajadores, es necesario que todas las fuerzas obreras se aúnen en el propósito común de realizar una formidable manifestación de protesta contra esa ley infame que no tiene precedentes en ningún país de la Tierra.

En frente del peligro común, tenemos que deponer todos los antagonismos para salvar a nuestros propagandistas extranjeros –que son los más numerosos– de una persecución que se inicia para aniquilar la obra que nos ha costado tantos esfuerzos y sacrificios.

En consecuencia, hemos resuelto organizar una grandiosa manifestación de pro-testa contra la mencionada ley, que se realizará el martes 25 del corriente, a la hora que se publicará oportunamente. Pedimos a ese Comité que se sirva designar un

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63compañero para que haga uso de la palabra en el acto mencionado y le pedimos también que nos acompañe a hacer la mayor propaganda para que en ese día todos los obreros de Buenos Aires, sin excepción, abandonen el trabajo y asistan a esa ma-nifestación indicada.

Con esta fecha enviamos al Comité de Propaganda Gremial pidiéndole su con-curso en el mismo sentido. Os pedimos una resolución y respuesta rápida, pues de la celeridad con que procedamos depende en gran parte el éxito de la manifestación.

Os saludamos cordialmente.

Por el C. E. del Partido Socialista Argentino.

N. Repetto, Secretario General

(…)

*****El estado de sitio y el Partido Socialista La situación de fuerza creada por el Gobierno no alcanza a ahogar la protesta que

se levanta del fondo de nuestros pechos. Si el Gobierno pretende sofocar nuestra voz y atar nuestras manos con esa brutal imposición de la fuerza que se llama estado de sitio, nosotros encontramos aliento suficiente para lanzar al rostro del Gobierno un puñado de verdades que, como angustioso nudo, aprietan nuestra garganta.

No es posible callar cuando se pretende amordazarnos de una manera tan brutal e injusta. La protesta airada surge espontánea y la idea se afianza, porque se retemplan los espíritus que la sustentan y defienden.

En medio del espantoso caos de los últimos días, creado por la actitud inepta del Gobierno y la fantasía revolucionaria de los anarquistas, se destacó la actitud serena, resuelta y sensata del Partido Socialista Argentino. Al febril y atropellado desconcierto del Gobierno, a la calentura roja de los fanáticos de la violencia, el Partido Socialista supo aplicar una oportuna ducha de buen sentido. Y si la ducha no surtió todo el efecto que de ella se esperaba, en cambio el Partido Socialista conquistó numerosas simpatías al revelarse como partido de pensamiento, de orden y de progreso.

La ley de residencia y el estado de sitio no fueron sancionados con el propósito ex-clusivo ni principal de imponer silencio a los vocingleros de la turbulencia anárquica. Esas leyes fueron calculadas para impedir la realización de dos actos importantísimos, que significaban la incorporación definitiva del Partido Socialista a las luchas comuna-les y el triunfo de las reivindicaciones de los trabajadores agrícolas.

Las acciones desordenadas, inconscientes y tumultuosas de los obreros pueden oca-sionar algunas molestias al Gobierno, pero este no se alarma por ellas porque puede siempre aniquilarlas con toda facilidad. El Gobierno se alarma cuando ve venir hacia él a los trabajadores en actitud pacífica, conscientes de sus derechos y capaces de ejercitar-los, provistos de esa eficacísima arma legal que se llama voto.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

64 Las manifestaciones turbulentas de los obreros se sofocan con la fuerza de las armas, y no cuentan con la simpatía de la opinión. En cambio, el ejercicio ordenado y metódico del sufragio es una práctica que inspira a los gobiernos respeto creciente y que es general-mente considerada como una de las conquistas más fecundas y honrosas de la democracia.

El Partido Socialista Argentino se aprestaba a hacer su debut en las elecciones municipales que tendrán lugar en la provincia de Buenos Aires el domingo 30 del corriente. Los centros socialistas de San Nicolás y Baradero habían preparado sus elementos con la anticipación debida, y era tan sustancial su programa y tan reco-mendables sus candidatos, que los más pesimistas se veían obligados a pronosticar un triunfo parcial.

El estado de sitio ha venido a desbaratar completamente los trabajos de nuestros compañeros de Baradero y San Nicolás, por lo que se verán obligados a abandonar el campo a los burgueses de las respectivas localidades. El comisario de Baradero aprovechó la coyuntura que le ofrecía el estado de sitio para arrestar a diez de nues-tros compañeros más activos y para clausurar el Centro Cosmopolita de Trabajado-res. En estas condiciones los compañeros de Baradero no podrán presentarse a las elecciones y si lo hacen será con pocas probabilidades de triunfo. Los compañeros de San Nicolás no han sido tan maltratados como los de Baradero, pero como ya han sido notificados de que si se presentan a las elecciones les meterán balas es probable que los caciques nicoleños quieran ahorrarse esta última molestia encar-celando preventivamente a nuestros compañeros. Para eso tienen los comisarios de campaña el estado de sitio.

Otra de las obras que se aprestaba a llevar a cabo el Partido Socialista Argentino era la de realizar una agitación entre los trabajadores agrícolas en la época que precede a la cosecha. Esta agitación debía tener por objeto divulgar entre los trabajadores del cam-po las resoluciones tomadas en el Congreso de trabajadores del campo que se realizó en Pergamino a mediados del corriente año. Según esas resoluciones, los trabajadores agrícolas, y especialmente los de las trilladoras, debían ponerse de acuerdo para exigir de los patrones o empresarios una serie de mejoras relativas a los salarios, condiciones de trabajo, alimentación, trato, etc.

El estado de sitio viene también a desbaratar este proyecto, que había sido de fácil realización y de excelentes resultados. ¿Quién se atreve a salir al campo para dar conferencias, si la libertad y la vida están a la merced de los señores comisarios? ¿Dónde y cómo pueden reunirse los trabajadores para cambiar y uniformar ideas respecto de las condiciones que han de presentar a sus patrones? Estamos con-vencidos de que muchos comisarios de campaña aprovecharán del estado de sitio para imponer a los trabajadores las condiciones que deseen los patrones. La falta de garantías constitucionales puede ser motivo de que algunos patrones impongan salarios risibles. ¡Qué caro vamos a pagar el descomunal bochinche que acaban de armar los anarquistas bonaerenses!

Cuando se trataba de justificar ante el público la adopción de medidas tan extre-mas, como son la ley de residencia y el estado de sitio, el Gobierno hacía referencia a los elementos que desquiciaban a la clase trabajadora inculcándole ideas subversivas.

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65Pero cuando las leyes fueron sancionadas, el Gobierno se apresuró a aplicarlas con ma-yor ensañamiento, no a los elementos desjuiciados y subversivos, sino a los que minan realmente sus cimientos con la acción reflexiva, ordenada y creciente. Y vimos que las cárceles se abrían para infinidad de compañeros nuestros, cuya participación en los recientes sucesos había consistido en condenar franca y enérgicamente los excesos a que era conducido el pueblo, por la acción combinada de los anarquistas, del Gobierno y de la masa. Para que quede constancia de los primeros atropellos y abusos que se cometie-ron con nosotros, ahí va una lista que será, con el tiempo, un documento de esta época.

Buenos Aires –Han sido arrestados los compañeros Cúneo, Montagnoli, López, Lemos y Ceriani, y la policía ha ordenado la captura de muchos más. Todos los centros socialistas han sido clausurados. Se ha prohibido la publicación de los periódicos socialistas La Vanguardia y La Luz y el local de este último ha sido saqueado.

La Plata –Ha sido arrestado el compañero Alfredo J. Torcelli enviado a la capital federal con la nota de sujeto peligroso. Los compañeros Meyer González, Torcelli (C.), Bolano, Tetamanti y Arrascaeta tienen un vigilante a la puerta de sus respectivos domicilios.

Ensenada –El martes fueron arrestados y enviados a la capital federal una treintena de estibadores, entre los que se encuentran los compañeros Marsullo, Muro y Saurelli.

Rauch –El compañero Luis Boffi fue arrestado el lunes cuando terminaba una confe-rencia ante numeroso público. Fue trasladado a la capital federal, y en el cuartel de bomberos le sacaron las esposas que le habían colocado en Rauch.

Baradero –Ocho compañeros, entre los que se encuentran Bosio, Solari y Alvarado fueron prendidos por el comisario Stagnaro y enviados a La Plata con esta infame nota para Solari: propagandista de Baradero, Zárate y Campana. Se ha clausurado el C.-C. de T.

Rosario –Los compañeros Ballerini (C.), Leoni, Ciattino y Feeselman han tenido que tomar precauciones para no caer en las garras policiales.

¡Abajo el estado de… barbarie!

La Vanguardia debe circular profusamente y para ello es necesario que los socia-listas se interesen en distribuirla entre los amigos, los indiferentes y los adversarios, pudiendo obtener todos los compañeros ejemplares para propaganda. Es bueno que amigos y enemigos nos juzguen después de conocernos. Ese debe ser el lema.

Fuente: La Vanguardia, Buenos Aires, del 19 al 23 de noviembre de 1902.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

66 La Protesta Humana. PeriÓdico anarquista

Buenos Aires, 15 de noviembre de 1902

Las huelgas y la autoridadEl papel repugnante que están representando las autoridades de la provincia con

motivo de las huelgas de Campana y Zárate pone de manifiesto una vez más la parcia-lidad con que proceden los agentes del Estado cuando los trabajadores, usando de su razón y de su derecho, se disponen a defender sus intereses por los únicos medios que la ley, hecha por y para la burguesía, les concede: la asociación y la huelga.

Apenas iniciado el movimiento obrero en esas dos poblaciones, hemos visto enseguida a la autoridad arrastrarse a los pies de los capitalistas causantes del conflicto por su imbécil orgullo y su egoísmo, y proceder a la represión de los trabajadores sin informarse, ni saber, ni querer conocer si esos esclavos del trabajo son exigentes o justos al pedir se aumenten sus jornales con unos míseros centavos, o si sus explotadores son una recua de miserables que proceden como negreros al negarlos, no obstante haber amasado su fortuna colosal con sudor de pobres.

La autoridad, cuya misión según dicen es proteger al débil y garantizar el derecho de todos, la vemos una vez más en esta clase de conflictos concurrir con sus fusiles a sostener a los fuertes y poderosos contra las reclamaciones siempre cortas de los débiles y oprimidos.

Lo que sucede en Zárate y Campana es inaudito y vergonzoso para un país libre. Han pensado los obreros pedir algo de lo mucho que diariamente se les roba, se han puesto en huelga para conseguirlo, y la autoridad, lejos de indagar de qué parte estaba la razón y la justicia, se ha puesto enseguida al lado del capital, y de golpe y porrazo llenado de fuerza armada ambas poblaciones, pronta a terminar hasta con el último de esos obreros que cometen el horrendo delito de pensar en no morirse de hambre y de fatiga.

Y eso lo que parece se ha propuesto conseguir el Gobierno con sus factores de fuerza ya que no pueden conseguirlo las empresas explotadoras del frigorífico y de la fábrica de papel.

¿Pero es que acaso el obrero trabajando, produciendo para enriquecer a esas empre-sas de bandidos de guante blanco tiene la obligación de morirse de hambre?

¿Es que el obrero no tiene derecho a exigir a cambio de la fuerza muscular que ven-de junto con su sangre y su vida el precio que le da la gana?

¿Acaso esos obreros huelguistas de Zárate y Campana no tienen razón de exigir a las empresas de negreros a las cuales enriquecen, que su mísero sueldo sea aumentado en una miseria más?

No la tienen para los capitalistas y no deben tenerla para el Gobierno que asocia su fuerza a la del capital y se presenta como una potencia invencible contra la débil orga-nización de los obreros.

Pero estos deben indicar a ambos enemigos que sí la tienen, y que si hoy se les des-atiende, que si a sus humildes peticiones se contesta con la befa y el escarnio, y que si a sus demostraciones pacíficas se les responde con la violación de sus derechos, con el atropello y los fusiles, ellos, los trabajadores, deben demostrar que, si no hoy, mañana, poseerán elementos suficientes para hacer entrar en razón a capitalistas y gobernantes.

Si los capitalistas desoyen las peticiones, por justas que sean, si la autoridad cierra los centros obreros, si disuelve las organizaciones por medio de sus esbirros, si manda

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67sus escuadrones contra las manifestaciones pacíficas y si la huelga y el boicot y todos los medios pacíficos y legales fracasan hundidos por la arbitrariedad, los trabajadores harán saber que todo eso no les asusta puesto que poseen un medio de lucha para vencer a la burguesía superior a todos los nombrados y este es: la huelga general.

Desde Campana

12 de noviembre. Compañeros de La Protesta Humana:

Aquí la policía sigue cometiendo abusos. Llevaron varios compañeros presos por el único delito de pasear por la calle. Pararse

en una esquina dos o tres obreros es causa de amenazas y atropellos. Los esbirros arma-dos hasta los dientes ostentan insolentemente su fuerza. Anoche llegaron 25 soldados que se dice van a trabajar al frigorífico. Mejor; ¡ya verán lo que son estos explotadores de pobres que vienen a defender!

A la Sociedad de Estibadores le robaron la bandera que tenía izada, un sargento y varios bandidos a sus órdenes. Posible es que se les condecore.

Reina solidaridad inmensa entre los obreros, que se hallan exasperados por tanta brutalidad como aquí impera.

Anoche hubo reunión en el Centro Obrero de Zárate, asistiendo a ella más de qui-nientas personas entre hombres y mujeres. Hablaron los compañeros Troitiño y Gar-fagnini de la Federación Obrera, y la compañera Virginia Bolten de Rosario. El mayor entusiasmo embargaba los corazones. Todos los gremios, inclusive la fábrica de papel, están allí en huelga, menos el frigorífico.

Para vergüenza de nuestros explotadores voy a hacer públicos estos datos: En la fábrica de papel trabajan más de 70 muchachas menores de 15 años que ga-

nan 50 centavos diarios por 10 horas y media de trabajo. En la clasificación del papel que mandan de esa extraído de las basuras, se emplean

criaturas de corta edad, y se les retribuye con el espléndido sueldo de 35 centavos cada día. Esta labor es sucia, repugnante y antihigiénica. El total de los obreros de la fábrica es de 350 personas, de las cuales 150 son mujeres. Piden las 8 horas. Hay escuadrillas de adultos que trabajan alternativamente 6 horas, con otras tantas de descanso día y noche.

Ya veis cómo se enriquecen nuestros amos. No se dirá que nos quejamos de vicio. En Campana, el foco de la huelga es el frigorífico, donde se ocupan unos 700 obreros

que ganan de 2 a 3 pesos por día. Piden 50 centavos de aumento. ¡La ruina de la compañía!Hoy lanzamos un manifiesto denunciando los abusos de que somos víctimas y pi-

diendo a todos los trabajadores unión y solidaridad.Poco podremos o triunfaremos. Vuestro y de la R.S.

Fuente: La Protesta Humana, Buenos Aires, 15 de noviembre de 1902.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

68

Intervención del senador Pérez

Se trata de una ley eminentemente políti-

ca, de una ley de excepción y de prevención,

destinada a evitar que ciertos elemen tos

extraños vengan a turbar el orden públi-

co, a comprometer la seguridad nacional; y

digo que es una ley eminentemente política,

porque no puede ser de otra manera, desde

que se trata de tomar medidas ejecutivas,

de carácter policial, para salvar la tranqui-

lidad social, comprometida por movimientos

esencialmente sub versivos; que no son los

movimientos tranquilos del obrero trabaja-

dor, ni del extranjero honrado, que buscan

en la huelga el medio de satisfacer justos

anhelos; sino agitaciones violentas, ex cesos

y perturbaciones producidas por determina-

dos individuos que viven dentro de la masa

trabajadora para explotarla, abusando así

de la hospitalidad generosa que les brinda

este país, donde el extranjero goza de tantas

franquicias y disfruta de tanta libertad.

No se trata de dictar una ley contra las

huelgas, cosa que jamás habría pasado por

mi mente proponer, porque ellas pueden

ser saludables para resolver en un momen-

to dado, en circunstancias especiales, esos

graves problemas sociales, que se traducen

en esa lucha entre el capital y el trabajo; se

trata de evitar los abusos, de prevenir hechos

criminales que se producen a la sombra de

la huelga; se trata de salvar a la sociedad de

esos estallidos anár quicos que comprome-

ten tan graves intereses en un país debida-

mente constituido.

Entonces, es natural que el Poder Ejecu-

tivo esté armado de esta ley de defensa para

conjurar esos peligros, asegurando en todo

tiempo la tranquilidad y el bienestar de la

comunidad.

Todas las naciones, señor Presidente, es-

tán armadas de esta facultad; y los países,

como Norteamérica, que tienen institu ciones

análogas a las nuestras, y que son un modelo

de libertad, se han pronunciado ya por el ór-

gano de sus poderes judiciales en el sentido

de establecer la doctrina, de que esta facultad

debe ser privativa y debe ser ejercitada por el

Poder Ejecutivo.

EL SENADO DE LA NACIÓN DEBATE LA LEY DE RESIDENCIA

En la mañana del 22 de noviembre de 1902, el presidente Julio Argentino Roca envía al Senado el proyecto de Ley de Residencia, el cual es aprobado en menos de dos horas en sesión extraordinaria, y esa misma noche, el Poder Ejecutivo sanciona la ley. Estos son los tramos de algunas intervenciones en aquel debate. La primera, del senador por la provincia de Jujuy Domingo Pérez, en su calidad de miembro informante de la Comisión de Negocios Constitucionales; la segunda, del senador por Corrientes Manuel F. Mantilla.

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69Conferirla al Poder Judicial, cuyos proce-

dimientos lentos, cuyas tramitaciones moro-

sas, pueden hacer ineficaz la acción de esta

ley, sería simplemente buscar un remedio

muy tardío para curar un mal que es necesa-

rio atacar rápidamente.

Las circunstancias son graves; todos los

señores senadores conocen lo que pasa en

este momento en la Capital, lo que amena-

za suceder en el resto de la República. Este

movimiento de huelga, sin duda promovido

por agitadores que explotan la buena fe de

los gremios trabajadores, tiende a tomar pro-

porciones tan graves, señor Presidente, que

puede llegar a comprometer todas las ma-

nifestaciones de la vida comercial, industrial

y económica de la Nación.

El comercio está sufriendo serios in-

convenientes con esta huel ga; la cosecha

misma, señor Presidente, que representa

la riqueza nacional, que tantas esperanzas

despierta para mejorar nuestro estado fi-

nanciero; la misma renta de aduana com-

prometida; todo, todo esto está amenazado,

señor Presidente.

¿Por qué? ¿Porque el elemento obrero,

el obrero honesto y trabajador, consciente-

mente se levanta para impedir todo tráfico,

para impedir que se haga la cosecha, para

evitar por medios vio lentos que trabaje el

que quiere trabajar? No, señor Presidente;

es porque hay, en el seno de ese elemento

sano y útil, explotadores que viven de esta

agitación; porque hay verdaderos empre-

sarios de huelgas. Y es preciso decirlo bien

alto –lo digo sin miedo– que viven de esta

industria criminal, ocupados en impulsar es-

tas olea das de hombres a excesos que son

la negación del derecho y de la libertad que

invocan para proceder así. Agrupaciones de

hombres que las más de las veces ceden a

las amenazas con que se les intimida.

Intervención del senador Mantilla

De improviso no es posible hablar con su-

ficiencia completa, con el acopio de cono-

cimientos y la madurez de juicio que han

menester problemas de la naturaleza de los

comprendidos en el proyecto. La ley belga so-

bre expulsión de extranjeros, de las últimas y

mejores dadas en Europa, fue discutida, me

parece, cerca de un mes; concurriendo a los

debates lo más granado del Parlamento y

oyóse en él, y también fuera de él, el máxi-

mum –si es permitido decir– de la sabiduría

de los hombres de Estado de aquel país. No-

sotros tratamos este proyecto sobre tablas,

im provisando; la misma Comisión que le des-

pacha declara espontá neamente que no está

habilitada para informar con la extensión

y madurez que habría deseado. Es natural,

pues, mi situación desventajosa para exponer

con amplitud mi tesis.

El momento no es propicio a una cuestión

tan grave como la promovida. Las medidas de

excepción, las leyes de esta índole, deben ser

estudiadas con espíritu absolutamente sere-

no y no tra tadas y despachadas a la ligera,

bajo la presión de circunstancias intranquilas

y violentas, que la mayor parte de las veces

perturban la serenidad indispensable del jui-

cio y precipitan al error.

(…)

La Comisión de Negocios Constituciona-

les, se me antoja, im pelida por una situación

transitoria, que declara grave, encuentra aho-

ra hacedero y fácil lo que antes le pareciera

difícil y com prometedor, puesto que se pro-

nuncia, con ligeras variaciones, por el proyec-

to del señor senador Cané; el Gobierno, a su

vez, deses tima de hecho su proyecto y ampa-

ra el que antes desaprobó.

Aquellos antecedentes demuestran la gra-

vedad de la cuestión planteada y evidencian

que mi juicio sobre la manera de estudiarla

es el mismo prudente de antes de la Comisión

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

70 de Negocios Constitucionales y del Gobierno.

Correspondería, pues, según ellos, no preci-

pitarnos a improvisar. Pero, no es esta la opi-

nión del Senado, y me someto a ella.

Esta es una ley política de excepción –nos

decía el señor senador miembro informante.

¿Por qué ley de excepción, la que debe ser

permanente y normal? Sobre todo, ¿por qué

ley política?

El mismo señor senador agregaba: por-

que es de defensa contra un peligro público,

que consiste en la acción de empresarios de

huelgas, perturbadores de la tranquilidad de

los trabajadores.

Me explico y acepto el propósito de san-

cionar una ley de defensa pública, de defensa

social, de naturaleza permanente, que con-

sulte los intereses generales de la Nación

y se armonice con los miliarios puestos en

nuestra Constitución para que esta sea real-

mente efectiva en sus grandes fines; pero no

comprendo, no es posible, una ley política de

excepción sobre los extranjeros.

Reconozco que el derecho de expulsar a

los extranjeros deriva de la soberanía nacio-

nal; que el ejercicio de él debe responder a

la selección de los elementos extraños; que

el Congreso tiene atri buciones para hacer

efectivo dicho derecho en defensa del orden

público o del orden social, procediendo con-

tra los perturbadores de ellos. Pero de estos

principios no surge, no es lógico deducir, que

tengamos que otorgar al Poder Ejecutivo las

facultades extra ordinarias consignadas en el

proyecto, que son de las expresamente pro-

hibidas por la Constitución. Esa concesión no

se hará jamás con el voto consciente de este

senador por Corrientes.

No ha menester el Poder Ejecutivo de una

ley agraviante para defender a la sociedad,

para mantener el orden público. Si la conmo-

ción perturbadora que ha esbozado el señor

senador por Jujuy se parece en los hechos a

alguno de los cuadros de la Divina Comedia,

venga el Gobierno con el pedido del estado de

sitio, que es procedimiento constitucional de

defensa, seguro de que será atendido. La ley

no producirá la desaparición de las huelgas,

que alarman, porque, según lo ha manifestado

el señor miembro in formante, no se da contra

ellas. No es, pues, necesaria hoy; no responde,

pues, a la defensa social ahora requerida.

Como ley de defensa permanente, para

todos los tiempos, el proyecto choca con los

principios, libertades, garantías y derechos

establecidos por la Constitución, al amparo

de los cuales está abierta la República a todos

los hombres de la Tierra.

(…)

Entiendo que el Gobierno y los tribunales,

la policía sola disponen de medios suficien-

tes para contener las irregularidades del día.

Más facultades al primero, y estas hirientes

al mecanismo de nuestras instituciones, ex-

traordinarias, me parece innecesario, incons-

titucional y peligroso.

Nuestro Poder Ejecutivo, como todos los

de Sudamérica, posee atribuciones y faculta-

des mayores que el Presidente de Francia y

el Rey de Inglaterra; las extralimitaciones (de

toda la vida) las aumentan. El contrapeso de

ellas es la división de los poderes del Estado.

Esta barrera caerá ahora entregando al de-

partamento judiciario, y él será omnipotente.

Más tarde nos arrepentiremos de haber vio-

lentado tan profundamente nuestro equilibra-

do régimen político.

Yo no tengo miedo a los extravíos de la

libertad, porque los beneficios de ella son

siempre grandes y reparadores; pero, sí, re-

celo constantemente de los abusos del poder,

sobre todo en Sudamérica, donde hay inclina-

ción al poco respeto de la ley. La pre visión de

los constituyentes argentinos amparó bien a

la libertad poniendo muy lejos del Poder Eje-

cutivo la aplicación de las leyes por mano de

la justicia. Cuando veo que esto se olvida, me

alarmo y resisto.

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71No pesa en mi espíritu la circunstancia o

antecedente de que las facultades conferi-

das por el proyecto al Poder Ejecutivo están

concedidas a los de la misma naturaleza en

los países europeos; porque las condiciones

políticas y sociales de la Europa son com-

pletamente diversas de las nuestras. En esta

materia, lo regular en Francia, en Italia, en

Alemania, no lo es en la República Argentina.

(…)

Las leyes sobre expulsión de extranjeros,

que responden a un estado político y legal

distinto del nuestro, no son aplicables aquí

donde los extranjeros y los argentinos tienen

garantías, derechos y tribunales iguales, de

los que constitucionalmente no pueden ser

privados los primeros.

(…)

Con lo dicho y cuanto pudiera agregar,

no defiendo a los extranjeros bandidos a

quienes se refería el señor senador. Tomo la

denominación extranjero en abstracto o ge-

neral, y digo: el que ha venido a la República

Argentina atraído por la Constitución, bajo el

amparo de las garantías que ella acuerda, y

está sometido a las leyes comunes que pro-

tegen a los habitantes, tiene derecho indis-

cutible para no ser entregado al capricho del

Poder Ejecutivo, por medio de una ley políti-

ca de excepción.

El extranjero culpable, el perturbador del

orden público per tenece a la justicia como el

argentino de la misma condición.

¿Por qué quitárselo y entregarlo al Go-

bierno, para un castigo, cuando el último “no

puede ejercer funciones judiciales”? Vamos

rápidamente olvidando la seriedad de los con-

trapesos de los po deres, la separación sabia

de sus funciones propias, y caminamos hacia

un orden de vida diametralmente opuesto al

de la Cons titución.

Más que de los huelguistas debemos pre-

ocuparnos de no in currir en el olvido señala-

do. Contra los huelguistas están la po licía, el

Gobierno, los jueces, las leyes penales, que no

imagino son impotentes; contra las desviacio-

nes de los principios consti tucionales nada

hay, una vez producidas.

Fuente: Carlos Sánchez Viamonte, Biografía de una ley antiargentina, Buenos Aires, NEAR, 1956, pp. 31-41.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

72

Hay optimistas que se niegan a ad-

mitir la posibilidad de un choque de

in tereses entre la América anglosa-

jona y la latina. Según ellos, las repúblicas

sudamericanas no tienen nada que temer y

a pesar de lo ocurrido en Cuba, persisten en

afirmar que los Estados Unidos son la mejor

garantía de nuestra independencia. El carác-

ter latino que por ser demasiado entusiasta y

vio lento, sólo percibe a menudo lo inmediato,

no cree más que en los peligros inminentes y

se desinteresa de los relativamente lejanos,

olvidando que en el estado actual las nacio-

nes están obligadas a observarse sin reposo

porque todas preparan, aun a siglos de dis-

tancia, su destino. Pero sea lo que fuese, es

curioso conocer la opinión de los europeos

sobre este asunto.

Los diarios de Francia, por lo pronto, no

ven el porvenir con tanta con fianza. Le Matin

decía días pasados, a propósito de la anuncia-

da intervención en el conflicto de Venezuela

con Colombia: “Los ciudadanos de la América

del Norte tienen en el rico arsenal de su len-

guaje una palabra de la cual se sirven frecuen-

temente no sólo en sus conversaciones parti-

culares, sino tam bién en las diplomáticas; es la

palabra grabbing que sólo puede ser tradu cida

por ‘expoliación’”. No sería imposible que este

asunto se terminara por un land grabbing y que

aquí o allá, hubiera un territorio usurpado. Es

quizás por eso que Alemania, Francia y otras

naciones siguen con tanta aten ción los suce-

sos que se desarrollan alrededor del istmo.

Suponen que los Estados Unidos sólo esperan

un pretexto para intervenir en esa región so-

EL PELIGRO YANQUI

POR MANUEL UGARTE

Después de la intervención norteamericana en Cuba en 1898, Manuel Ugarte decide viajar a los Estados Unidos. Este viaje constituye un punto de inflexión en su vida. A partir de allí, el escritor y diplomático argentino realiza una fuerte denuncia a la política imperialista de ese país, que se enmarca en un contexto de repudio a la intervención norteamericana en la isla por parte de intelectuales tan disímiles como Groussac, Rubén Darío y Rodó. A su vez, esta denuncia del “peligro yanqui” habilita, por contraste, una indagación respecto de la identidad cultural de “nuestra América”. En octubre y noviembre de 1901 aparecen en el diario El País de Buenos Aires los dos primeros artículos antiimperialistas de Ugarte: “El peligro yanqui” y “La defensa latina”.

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73ñando renovar lo que hicieron en México. Basta

un poco de memoria para convencerse de que

su política tiende a hacer de la América Lati-

na una de pendencia y extender su dominación

en zonas graduadas que se van ensan chando,

primero, con la fuerza comercial, después con

la política y por último con las armas. Nadie

ha olvidado que el territorio mexicano de Texas

pasó a poder de los Estados Unidos después

de una guerra injusta. A las provincias de Chi-

huahua y Sonora les cabrá dentro de poco la

misma suerte y si alguna duda quedara aún

sobre tales proyectos se encargaría de desva-

necerla el ar tículo publicado hace pocos días

en el New York Herald de París. Entre otras

declaraciones hace la siguiente: “Una nación

de ochenta millones de habi tantes no puede

admitir que su supremacía en América sea

impunemente comprometida. Sus intereses

económicos y políticos deben ser defendidos,

aun contra los consejos de una diplomacia de

ruleta. Los Estados Unidos pueden emprender

la obra de pacificación con la confianza ab-

soluta de que es el derecho innato de la raza

anglosajona. Deben imponer la paz al territo-

rio sobre el cual tienen una autoridad moral y

proteger sus intereses econó micos y políticos

a la vez contra la anarquía y contra toda inmis-

cusión eu ropea”.

Sin caer en el alarmismo, se puede anali-

zar una situación que presenta peligros inne-

gables. El escritor venezolano César Zumeta

lo decía en un fo lleto, un tanto exagerado y

meridional, pero exacto en el fondo: “Sólo una

gran energía y una perseverancia ejemplar

puede salvar a la América del Sur de un pro-

tectorado norteamericano”. Quizás fuera esto

un poco más difícil de lo que algunos creen,

pero aun cuando fuera imposible es juicioso

tratar de contrarrestar la influencia creciente

de la gran república norteamericana, ponien-

do obstáculos en su marcha hacia el sur, por-

que si aguardamos a que la amenaza esté en

la frontera, ya no será tiempo de evitarla. El

razonamiento infantil de que para llegar has-

ta nosotros tendría el coloso que atravesar

toda la América, es un sofístico engaño que

además del egoísmo regional que de nuncia,

contiene otros males. Si vemos que las repú-

blicas hermanas van ca yendo lenta y paula-

tinamente bajo la dominación o influencia de

una nación poderosa, ¿aguardaremos para

defendernos que la agresión sea personal?

¿Cómo suponer que la invasión se detendrá

al llegar a nuestras fronteras? La prudencia

más elemental aconsejaría hacer causa co-

mún con el primer ata cado. Somos débiles y

sólo podemos mantenernos apoyándonos los

unos sobre los otros. La única defensa de los

quince gemelos contra la rapacidad de los

hombres, es la solidaridad.

Sobre todo en el caso presente del que

hay que desechar toda hipótesis de lucha ar-

mada. Las conquistas modernas difieren de

las antiguas, en que sólo se sancionan por

medio de las armas cuando ya están reali-

zadas económica o políticamente. Toda usur-

pación material viene precedida y preparada

por un largo período de infiltración o hege-

monía industrial capitalista o de cos tumbres

que roe la armadura nacional, al propio tiem-

po que aumenta el pres tigio del futuro inva-

sor. De suerte que, cuando el país que busca

la expansión, se decide a apropiarse de una

manera oficial de una región que ya domina

moral y efectivamente, sólo tiene que pretex-

tar la protección de sus inte reses económicos

(como en Texas o en Cuba) para consagrar su

triunfo por medio de una ocupación militar en

un país que ya está preparado para recibirle.

Por eso que al hablar del peligro yanqui no

debemos imaginarnos una agresión inmedia-

ta y brutal que sería hoy por hoy imposible,

sino un trabajo paulatino de invasión comer-

cial y moral que se iría acreciendo con las

conquistas sucesivas y que irradiará, cada

vez con mayor intensidad, desde la frontera

en marcha hacia nosotros. Nuestra situación

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74 geográfica, en el extre mo sur del continente,

nos pone momentáneamente al abrigo, pero

cada vez que una nueva región cae en poder

del conquistador, le tenemos más cerca. Es un

mar que viene ganando terreno. La América

Central es actualmente un frágil rompeolas.

De no organizarse diques y obras de defensa,

acabará por sumergirnos.

Los que han viajado por la América del

Norte saben que en Nueva York se habla abier-

tamente de unificar la América bajo la bande-

ra de Washington. No es que el pueblo de los

Estados Unidos abrigue malos sentimientos

con tra los americanos de otro origen, sino que

el partido que gobierna se ha hecho una plata-

forma del “imperialismo”. De haber triunfado

Bryan, no tendríamos quizá que lamentar el

protectorado de Cuba, ni las masacres de Fili-

pinas. Pero los asuntos públicos están en ma-

nos de una aristocracia del dinero formada por

grandes especuladores que organizan trusts y

exigen nuevas comarcas donde extender su

actividad. De ahí el deseo de expansión. Según

ellos, es un crimen que nuestras riquezas na-

turales permanezcan inexplotadas a causa de

la pereza y falta de iniciativa que nos suponen.

Juzgan de toda la América Latina por lo que

han podido observar de Guatemala o en Hon-

duras. Se atribuyen cierto derecho fraternal de

protección que disi mula la conquista. Y no hay

probabilidad que tal política cambie, o tal par-

tido sea suplantado por otro, porque a fuerza

de dominar y triunfar se ha arraigado en el

país esa manera de ver hasta el punto de darle

su fisonomía y convertirse en su bandera. El

conflicto entre Venezuela y Colombia, que ha

sido fomentado, según los diarios de París y

Londres, por los Estados Unidos, es una prue-

ba. El telégrafo nos anuncia diariamente que

la América del Norte está dispuesta a inter-

venir para proteger sus intereses y asegurar

la libre circulación alrededor del istmo, ba-

sándose en viejos tratados que le abandonan

cierto rol equívoco de vigilancia y de arbitraje.

¿Se prepara la ree dición de lo que ocurrió en

Cuba, Filipinas y Hawai? La maniobra es co-

nocida. Consiste en espolear las querellas de

partido o las rebeldías naturales y provocar

grandes luchas o disturbios que les permitan

intervenir después, con el fin aparente de res-

tablecer el orden en países que tienen fama de

in gobernables. La política interior de algunos

Estados de Centroamérica parece hoy dirigida

indirectamente por el gobierno de Washington.

La falta de ca pitales y de audacia industrial ha

hecho que las minas, las grandes empresas

agrícolas y los ferrocarriles caigan en manos

de empresas yanquis. Ese es quizá el origen

del protectorado oculto que aquella nación

ejerce. Cuando un gobernante quiere sacudir

la tutela, como el Gral. Castro en Venezuela o

el presidente Heroux en Santo Domingo, nun-

ca falta una revolución más o menos espontá-

nea que lo derroca o una guerra exterior que

pone en peligro su jerarquía. Hasta la política

de México que por ser uno de los Estados más

importantes de la América Latina parecería

a cubierto de tales inmiscusiones, recibe su

inspiración del norte. Sólo el extremo sur del

continente está ileso. Y aun en nuestra región,

donde los intereses industriales y comercia-

les de Europa hacen imposible un acapara-

miento, han ensayado los Estados Unidos una

manera de debilitarnos. Utilizando la viveza

de carácter y la susceptibilidad nativas han

creado o fomentado una atmósfera de mutua

des confianza u hostilidad que paraliza nuestro

empuje. La guerra peruano-chilena y el anta-

gonismo entre la Argentina y Chile son quizá el

producto de una hábil política subterránea di-

rigida a impedir una solidaridad y una entente

que pudieran echar por tierra los ambiciosos

planes de expansión. Y como esta suposición

parece aventurada es justo apoyarla con algu-

nos datos precisos.

Hace poco más de un año apareció un

folleto que hizo alguna sensación. Trataba

de la cuestión peruano-chilena y traía la

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75firma de un peruano de origen yanqui, el

señor Garland. Merece ser recordado por-

que arroja alguna luz sobre la política de los

Estados Unidos. La idea fundamental del

panfleto era que el Perú, amenazado por

Chile y expuesto a perder una nueva por-

ción de territorio, debía buscar el apoyo de

la República del Norte. Y más grave aún que

esta primera afirmación, eran los motivos

que daba para enunciarla. Después de men-

cionar la protección indirecta prestada por

los Estados Uni dos al Perú durante la gue-

rra del Pacífico, recordaba que aquella na-

ción ha resuelto “no permitir conquistas en

suelo americano”. (El derecho de con quista

es un atentado pero lo es tanto cuando lo

emplean los Estados Unidos, como cuando

lo emplea Chile y mal puede resolver no

permitir conquistas una nación que acaba

de realizar algunas.) En otros párrafos ha-

cía el señor Garland un cuadro terrible de

los grandes imperios que se acumulan en

Europa y aseguraba que dentro de poco, la

independencia de América del Sur estaría

amenazada, insinuando que sólo podía sal-

varla el apoyo de los Es tados Unidos. (Así

se nos ofusca con un peligro falso mientras

nos escamo tean el verdadero.)

Todo el esfuerzo del señor Garland tendía

a espolear el resentimiento de los peruanos,

recordándoles la indemnización y asegurán-

doles que la conquis ta continuaría comién-

doles territorios hasta borrarlos del mapa. Y

para convencerlos les pintaba el interés que

los yanquis se toman por nuestra libertad y

les ponderaba las grandes instituciones de-

mocráticas que rigen a aquel pueblo.

Para imponer respeto añadía: “Los Esta-

dos Unidos, con sus sesenta y cinco millones

de habitantes y su inmenso poder comercial

y político, acre centado considerablemente

después de su guerra con España, son ahora

el ár bitro de los destinos americanos”. Y des-

pués de proclamar que “es hacia Washington

hacia donde debemos dirigir las miradas”, ci-

taba las ocasiones en que la América del Nor-

te ha defendido a los países del sur contra las

agresiones de Europa.

El folleto del señor Garland fue una prue-

ba del extravío a que pueden llevarnos las

querellas internacionales. También es cierto

que siendo el autor del panfleto de origen nor-

teamericano, no es de extrañar que tratase de

con ciliar los intereses de su patria con los de

la segunda. Pero, en conjunto, su trabajo ofre-

ce una prueba de la peligrosa hegemonía que

los Estados Unidos quieren agravar y el deseo

de hacer pie en territorio sudamericano, para

ocu par, a favor de un desacuerdo entre dos

repúblicas, un punto cualquiera que serviría

de base de operaciones.

Por otra parte, en junio del año pasado se

publicó en un diario bonaeren se un artículo

fechado en Chile, de un corresponsal espe-

cial que después de examinar el problema

peruano-chileno y de halagar a la Argentina

haciéndole entrever las ventajas que de él po-

dría sacar, hablaba de guerra entre Chile y Es-

tados Unidos y de protectorado de esta nación

sobre el Perú. “La América del Norte –decía

el articulista– aceptará la zona que el Perú le

ofrezca y el protectorado que solicita, desde

que uno y otro no causan gasto de sangre ni

de dinero, desde que más necesitan una es-

tación carbonera y un campo de ensayos in-

dustriales y comerciales en Sudamérica que

cualquier colonia en Asia”. Chile, a pesar de

que Perú y Bolivia “no caben en uno de sus

zapatos” conoce la opinión de uno de los al-

mirantes americanos que declaró que “la mi-

tad de la escuadra empleada en Cuba tendría

para tres horas en acabar con la vencedora

de Huascar”.

Esta correspondencia era quizá lo que se

llama en Francia un globo de en sayo destinado

a explorar las corrientes de la atmósfera. Pero

de todos modos es un síntoma. Quizá hay al-

gunos sudamericanos sinceros que desalenta-

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76 dos por las continuas reyertas y las luchas in-

teriores, soñarían en normalizar nues tra vida

facilitando la realización de un protectorado

decoroso. Pero es in comprensible que, a pesar

de los desengaños recientes, sigan creyendo

en la primera interpretación de la doctrina de

Monroe. Y está de más decir que juegan con

armas muy peligrosas. Nuestros enemigos de

mañana no serán Chile ni el Brasil, ni ninguna

nación sudamericana, sino los Estados Unidos.

Hace pocos días decía Charles Boss en Le Ra-

ppel: “Vamos a asistir a la re ducción de las re-

públicas latinas del sur en regiones sometidas

al protectorado de Washington. La América del

Norte va a encargarse de hacer de policía en

la América Central, va a examinar la situación

y no lo dudemos va a descu brir que el dere-

cho está del lado de Colombia, cuyos intereses

tomará en sus manos y colocará a Colombia

‘bajo su protección’”. Paul Adam sostenía al día

siguiente en Le Journal: “Los yanquis acechan

esperando el momento para la intervención. Es

la amenaza. Un poco de tiempo más y los aco-

razados del tío Jonathan desembarcarán las

milicias de la Unión sobre esos territorios em-

papados en sangre latina. La suerte de estas

repúblicas es ser conquistadas por las fuerzas

del norte”. El poder comercial de los Estados

Unidos es tan formidable que hasta las mis-

mas naciones europeas se saben amenazadas

por él. Un solo trust, la Standard Oil, acaba de

hacerse dueño de cuatro empresas de ferro-

carriles en México sobre cinco y de todas las

líneas de vapores y gran parte de las minas.

Cuando un buen número de las riquezas de un

país están en manos de una empresa extran-

jera, la autonomía nacional se debilita. Y de la

dominación comercial a la dominación com-

pleta, sólo hay la distancia de un pretexto.

Lejos de buscar o tolerar la injerencia

de los Estados Unidos en nuestras querellas

regionales, correspondería evitarlas y com-

batirlas, formando con todas las repúblicas

igualmente amenazadas una masa impene-

trable a sus pretensiones. Sería un cálculo

infantil suponer que la desaparición o la de-

rrota de uno o varios países sudamericanos

podrían favorecer a los demás. Por la brecha

abierta se desbordaría la invasión como un

mar que rompe las vallas.

Hasta los espíritus elevados que no atribu-

yen gran importancia a las fron teras y sueñan

una completa reconciliación de los hombres

deben tender a combatir en la América Latina

la influencia creciente de la sajona. Karl Marx

ha proclamado la confusión de los países y

las razas, pero no el sometimien to de unas a

otras. Además, asistir a la suplantación con

indiferencia sería retrogradar en nuestra len-

ta marcha hacia la progresiva emancipación

del hombre. El estado social que se combate

ha alcanzado en los Estados Unidos mayor

solidez y vigor que en otros países. La minoría

dirigente tiene allí ten dencias más exclusivis-

tas y dominadoras que en ninguna otra parte.

Con el feudalismo industrial que somete una

provincia a la voluntad de un hombre, se nos

exportaría además, el prejuicio de las “razas

inferiores”. Tendríamos hoteles para hombres

de color y empresas capitalistas implacables.

Hasta con siderada desde este punto de vista

puramente ideológico, la aventura sería per-

niciosa. Si la unificación de los hombres debe

hacerse, que se haga por desmigajamiento

y no por acumulación. Los grandes imperios

son la negación de la libertad.

Vista desde Francia, la situación de las

dos Américas es esa. Pero la pros peridad in-

vasora de los Estados Unidos no es un peli-

gro irremediable. Y en la opinión de muchos

la América Latina puede defenderse. En otro

artículo trataremos de decir cómo.

Fuente: Manuel Ugarte, “El peligro yanqui”, La nación latinoamericana, Venezuela, Biblioteca Ayacucho, 1978, pp. 65-70.

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15 de noviembre de 1902: tapa del periódico anarquista La Protesta Humana (luego, La Protesta), fundado en 1897.

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Así ha descrito Julio Camba el ambiente de la huelga general en la ciudad de Buenos Aires:

La huelga fue terrible. Imagináos una gran ciudad, una gran ciudad cosmopolita, industrial, moderna; una gran ciudad cuyo cielo se halla tur-bado constantemente por el humo de las fábricas y por la voz de las sirenas que anuncian a los buques entrantes o que llaman al trabajo a los obreros; una gran ciudad, en fin, que es como una gran máquina funcionando al agua y al fuego; como una gran máquina compuesta de muchas máquinas pequeñas y en donde todo gira, todo chirría, todo palpita y se estremece sin cesar. Imagináos esta gran ciudad como esta gran máquina y, acostum-brados al movimiento y al ruido, ved que de pronto la máquina se para en seco. Tal sucedió en Buenos Aires. No rodaba un coche, no giraba una grúa, no gemía el pito de una fábrica; las altas chimeneas se elevan al cielo rígidas y siniestras; arriba no había humo y abajo no había brasa. Y el alma misma de la población, el alma inquieta, nerviosa y alegre del monstruo se llenó de frío y de espanto (“El Destierro”, p. 44).

En el transcurso de la huelga se produjeron incidentes entre los huelguistas y los rompehuelgas y las fuerzas del orden. Cuenta Camba que en el puerto un oficial mandó a los soldados que dispararan contra un grupo de propagandistas de la huelga, pero se negaron. Se escriben ma-nifiestos para enardecer el espíritu de la multitud –recuerda Camba, uno de los autores– y se imprimen panfletos en hojas sueltas que se fijan clandestinamente en paredes (p. 45).

Fuente: Fragmento de “El Destierro”, de Julio Camba, en Gonzalo Zaragoza, Anarquismo argentino, Madrid, De la Torre, 1996, p. 351.

El escritor y humorista español Julio Camba es uno de los primeros expulsa-dos por la Ley de Residencia. Describió la huelga de 1902 y su propia expe-riencia en un texto autobiográfico llamado “El Destierro” (El Cuento Semanal, Madrid, 1907).

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Hacia finales de enero de 1904, pocos días después de publicarse el decreto del Poder Ejecutivo que le encomienda la tarea, Bialet Massé, hombre de confianza del ministro del Interior, Joaquín V. González, se lanza a recorrer el amplio territorio nacional con el fin de relevar las condiciones de vida de los trabajadores de la Argentina. De su informe se espera que salga un material que sirva para la confección de un Código Nacional de Trabajo. Con esta iniciativa, el ministro González espera intervenir en la conflictividad social –agudizada en los primeros años del nuevo siglo–, y pretende hacerlo de un modo más comprensivo que la modalidad represiva que también alienta el gobierno de Julio A. Roca, como lo demuestra la Ley de Residencia, san-cionada dos años antes. Esta última modalidad es denunciada por Alfredo Palacios, que en su primer discurso como diputado se manifiesta contra la fuerte represión policial sufrida por los trabajadores en el acto conmemorativo del 1° de Mayo.

Las discusiones sobre cómo actuar en este horizonte de con-flictos y lucha de intereses que atraviesan al conjunto social también se expresan en las propias organizaciones de los traba-jadores. Estas vicisitudes se pueden ver en las sucesivas escisiones y transformaciones que sufre la Federación Obrera Argentina (FOA) en los primeros años del siglo xx, y que tiene como motor las discusiones entre socialistas y anarquistas respecto de cómo posicionarse ante la posibilidad de una nueva Ley de Trabajo.

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4° congreso obrero – Julio de 1904

Malos tratamientos en los hospitales y colegiosEl 4° Congreso de la FOA, considerando que todos los hospitales y colegios están mo-

nopolizados por los parciales del Capital, y que los primeros se basan en una vergonzosa especulación capitalista y los segundos no tienen más efecto que desviar el progreso inte-lectual, este Congreso declara que por lo que respecta a los hospitales para combatirlos se propague la solidaridad de todos a fin de evitar tengamos que recurrir a asilos del Estado y lo que respecta a los colegios se procure la constitución de escuelas obreras sostenidas por las sociedades de resistencia. Al mismo tiempo recomienda a todos los obreros hagan público por todos los medios, todo hecho relacionado con dichos abusos.

Trabajo nocturno El 4° Congreso ratifica lo resuelto por el 2° respecto al gremio de panaderos.En cuanto a los demás gremios se les recomienda una activa propaganda a fin de

impedir el trabajo nocturno a los menores de 14 años, como también a todos los gre-mios cuyos servicios no sean indispensables a la necesidad pública.

Trabajo a destajoEl 4° Congreso recomienda desterrar en absoluto en campos, fábricas y talleres el

trabajo a destajo, porque entiende que esta forma de trabajo es perjudicial tanto a los que lo ejecutan, como a los demás trabajadores; para estos por ser arrojados al paro forzoso al faltarles en qué emplear sus brazos y para aquellos porque impulsados por el egoísmo, realizan doble labor de la que sus energías físicas le permiten, acelerando su muerte y con-tribuyendo directamente a la degeneración y deformación de la especie humana.

Resoluciones del IV Congreso de la FOA

En 1902, a poco más de un año de fundarse, la FOA se divide en dos, por una par-te la Unión General de Trabajadores (UGT), de orientación socialista, y por otra, la Federación Obrera Argentina, dominada por los anarquistas. En su IV Congre-so de 1904, la FOA cambia su nombre por Federación Obrera Regional Argen-tina (FORA). Allí, los anarquistas se manifiestan en contra del proyecto de Ley Nacional de Trabajo impulsado por el ministro Joaquín V. González, posición que también adoptan los sindicalistas revolucionarios. Los socialistas, sin embargo, presentan mayores matices, pues rechazan los aspectos más regimentadores y contrarios a la organización obrera, pero se muestran receptivos a los aspectos del proyecto que suponían un avance en materia de legislación laboral.

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82 Descanso dominical El 4° Congreso reconoce la conveniencia que habría en que los gremios conquista-

ran esta mejora y la Federación apoyara a los gremios que lo intenten, siempre que no afecten ningún servicio de necesidad social.

Accidentes del trabajoEl 4° Congreso aconseja a las sociedades gremiales, procuren la contratación anti-

cipada con el patrón o contratista, responsabilizándolos de los accidentes que ocurran.

Boicot a los vigilantes Considerando el cuerpo de policía un baluarte de defensa de la prepotencia capi-

talista y que su principal objeto es detener el avance emancipador de los obreros; con-siderando que sus componentes son hermanos de miseria y que sólo por ignorancia se prestan a ser instrumentos de los maquiavelismos del Estado, este Congreso acuerda se haga una activa propaganda en el hogar de los mismos, con folletos o individualmente a fin de hacerles conciencia y hacerles desertar de las filas mercenarias que los esclaviza en aras del capitalismo.

Actitud de la Federación ante un conflicto político La FOA debe abstenerse de tomar parte en los conflictos políticos armados, hasta

tanto pueda realizar por su cuenta un movimiento reivindicador que devuelva a los trabajadores el usufructo íntegro de su libertad económica, base de toda libertad.

Ley de residencia El 4° Congreso declara: que para combatir la ley de residencia es necesario hacer

una intensa agitación tanto en la república como en el exterior por medio de perió-dicos y conferencias públicas, considerando necesaria una gira por los países europeos que más corriente inmigratoria tienen con este, para dar a conocer a los trabajadores europeos la infame situación que les crea esta ley; recomendando también a todos los trabajadores que hagan conocer a sus familias radicadas en Europa, los abusos que la policía comete al amparo de esta ley.

Medios de lucha El Congreso recomienda que las huelgas parciales sean lo más revolucionarias posi-

ble para que sirva de educación revolucionaria y de prólogo para una Huelga General que puede ser motivada por un hecho que conmueva a la clase trabajadora y que la FOA debe de apoyar.

El 4° Congreso declara que la resistencia consiste en la más amplia concepción re-volucionaria de los trabajadores, para hacerse respetar en los avances de la prepotencia capitalista prescindiendo por completo de la ayuda pecuniaria.

Además reconoce que los carros y tráfico en general es un elemento necesario para los futuros movimientos reivindicadores.

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83Ley nacional de trabajo El 4° Congreso de la FOA rechaza el proyecto de ley nacional de trabajo por con-

siderarla perniciosa para la clase trabajadora, porque lleva en el fondo el premeditado propósito de destruir nuestra actual organización. Llegando, si es preciso, en caso de ser promulgada, a la Huelga General para obligar a los poderes públicos a derogarla.

Diario obreroEl 4° Congreso reconociendo la necesidad de un diario obrero, acuerda apoyar re-

sueltamente a La Protesta, porque llena cumplidamente las necesidades y aspiraciones de la clase trabajadora. En caso de que La Protesta –lo que no esperamos– llegase a desaparecer o las necesidades de la propaganda así le reclame, el Consejo Federal estu-diará la mejor forma de que el diario obrero vuelva a salir a luz.

Incremento de la maquinaria El Congreso reconoce como factor eficiente del progreso y bienestar humano el

colosal desarrollo de la mecánica, pero recomienda a la clase trabajadora el estudio y organización de sus fuerzas para llegar en breve plazo a la expropiación de los instru-mentos de producción, los cuales acaparados hoy por el capitalismo, son causa de la miseria reinante, pero entregados a los productores serán el más grande auxiliar de los mismos y los creadores de la gran riqueza social.

Moralización y emancipación de la mujer El 4° Congreso declara que para combatir la prostitución sería necesario extirpar sus

raíces profundamente arraigadas en la presente sociedad y para ello sería indispensable concluir con la misma, pero comprendiendo que para ir disminuyendo el mal es preci-so que se eleve la intelectualidad femenina, siendo imposible encontrar otro remedio, y esta elevación intelectual sería la senda marcada que nos conducirá a su completa desaparición conjuntamente con las desigualdades sociales, base de la prostitución.

Intromisión de los poderes públicos en los conflictos entre el Capital y TrabajoEl Congreso resuelve aconsejar a las sociedades se coloquen en la mayor brevedad

posible en condiciones de hacer respetar la clase trabajadora, su libertad violada por las autoridades en su descarada intromisión en favor del capitalismo.

Clausura El 4° Congreso de la FOA al clausurar sus sesiones, declara que no puede olvidar

a los compañeros que padecen en las cárceles la tiranía gubernamental y dedica a los presos un cariñoso saludo, proponiéndose los delegados llevar al seno de sus respec-tivas sociedades la decisión adoptada de trabajar por los medios más prácticos hasta conseguir su excarcelación; además saluda al proletariado universal y hace votos por su pronta emancipación.

Fuente: FORA, Acuerdos, resoluciones y declaraciones. Congresos celebrados por la Federación Obrera Regional Argentina desde 1901 a 1906, Buenos Aires, Consejo Federal, 1908.

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Considerando: que el desenvolvimiento científico tiende, cada vez más, a econo-mizar los esfuerzos del hombre para producir lo necesario para la satisfacción de sus necesidades, que esta misma abundancia de producción desaloja a los trabajadores del taller, de la mina, de la fábrica y del campo, convirtiéndolos en intermediarios, y haciendo con este aumento de asalariados improductivos, cada vez más difícil su vida; que todo hombre requiere para su sustento cierto nú mero de artículos indis-pensables y por consiguiente, necesita dedicar una cantidad determinada de tiempo a esta producción, como lo proclama la justicia más elemental; que esta sociedad lleva en su seno el ger men de su destrucción en el desequilibrio perenne en tre las necesidades creadas por el progreso mismo y los medios de satisfacerlas, desequilibrio que produce las continuas rebeliones que en forma de huelgas pre senciamos; que el descubrimiento de un nuevo instru mento de riqueza y la perfección de los mismos lleva la miseria a miles de hogares, cuando la razón nos dice que a mayor facilidad de producción debiera corresponder un mejoramiento general de la vida de los pueblos, que este fenómeno contradictorio demues tra la viciosa constitución social presente; que esta constitución viciosa es causa de guerras intestinas, crí menes, degeneraciones, perturbando el concepto am plio que de la humanidad nos han dado los pensado res más modernos basándose en la observación y la inducción científica de los fenó-menos sociales; que esta transformación económica tiene que reflejarse también en todas las instituciones; que la evolución histórica se hace en el sentido de la libertad individual: que esta es indispensable para que la libertad social sea un hecho; que esta libertad no se pierde sindicándose con los demás productores, antes bien se au-menta por la intensidad y extensión que adquiere la potencia del individuo; que el hombre es sociable y por consiguiente la libertad de cada uno no se limita por la de otro, según el concepto burgués, sino que la de cada uno se complementa con la de los demás; que las leyes codificadas e impositivas deben convertirse en constatación de leyes científicas vividas de hecho por los pueblos y gestadas y elaboradas por el pueblo mismo en su continua aspiración hacia lo mejor, cuan do se haya verificado la transformación económica que destruya los antagonismos de clase que convierten hoy al hombre en lobo del hombre y funde un pueblo de productores libres para que al fin el siervo y el señor, el aristócrata y el plebeyo, el burgués y el proletario, el amo y el esclavo, que con sus diferencias han en sangrentado la historia, se abracen al fin bajo la sola denominación de hermanos.

Pacto de solidaridad

Si en el IV Congreso de 1904 la FOA cambia su nombre por Federación Obrera Regional Argentina (FORA), expresando así sus principios solida-ristas e internacionalistas, un año después, en su V Congreso, la FORA de-clara su adhesión a los principios del comunismo anárquico a través del llamado “Pacto de solidaridad”.

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85El IV Congreso de la Federación Obrera Argentina declara que esta debe dirigir todos sus esfuerzos a conseguir la completa emancipación del proletariado, creando sociedades de resistencia, federaciones de oficio afines, federaciones locales, consoli-dando la nacio nal para que así, procediendo de lo simple a lo com puesto, ampliando los horizontes estrechos en que hasta hoy han vivido los productores, dándose a estos más pan, más pensamiento, más vida, podamos formar con los explotados de todas las naciones la gran confe deración de todos los productores de la tierra, y así soli-darizados podamos marchar, firmes y decididos, a la conquista de la emancipación económica social.

Organización de la clase obrera de la república en sociedades de oficio.Constituir con estas sociedades obreras las Fe deraciones de oficio y oficios similares.Las localidades formarán Federaciones locales; las provincias, Federaciones comar-

cales; las naciones, Federaciones Regionales; y el mundo entero, una Federación inter-nacional, con un Centro de Relaciones u Oficina, para cada Federación mayor o menor dentro de estas colectividades.

Lo mismo en la Oficina Central que se nom bre para los efectos de relación y de lucha que los organismos que representan las Federaciones de oficio u oficios simila-res, a la par que serán absolutamente autónomos en su vida interior y de relación, sus indi viduos no ejercerán autoridad alguna, y podrán ser sustituidos en todo tiempo por el voto de la mayoría de las sociedades federadas reunidas por congresos o por voluntad de las sociedades federadas expresada por medio de sus respectivas Federa-ciones Locales y de oficio.

En toda localidad donde haya constituidas so ciedades adheridas a la Federación Obrera Regional Argentina, ellas entre sí se podrán declarar en libre pacto local.

Sentados estos principios, base fundamental de nuestra organización, se procederá a la constitución de las Federaciones locales, sobre las bases de las ya existentes.

La oficina de la Federación Obrera Regional Argentina, o sea, el Consejo Fede-ral, constará de nueve individuos, los cuales se repartirán los cargos en la forma que tengan por conveniente. Además formarán parte de la Oficina Central, o Consejo Federal, un de legado por cada Federación local, los cuales tendrán el carácter de se-cretarios corresponsales, con voz y voto, y deberán entenderse directamente con el Con sejo Federal.

Todas las sociedades que componen esta Fede ración se comprometen a practicar entre sí, la más completa solidaridad moral y material, haciendo todos los esfuerzos y sacrificios que las circunstancias exijan, a fin de que los trabajadores salgan siempre victoriosos en las luchas que provoque la burguesía y en las demandas del proletariado.

Para que la solidaridad sea eficaz en todas las luchas que emprendan las Socieda-des Federadas siem pre que sea posible deben consultar a sus respectivas Federaciones, a fin de saber con exactitud, los medios o recursos con que cuentan las sociedades que la forman.

La sociedad es libre y autónoma en el seno de la Federación Local; libre y autónoma en el seno de la Federación Comarcal; libre y autónoma en la Fe deración Regional.

Las sociedades, las Federaciones locales, las Federaciones de oficio o de oficios simi-lares y las Fe deraciones comarcales, en virtud de su autonomía, se administrarán de la

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86 manera y la forma que crean más conveniente, y tomarán y pondrán en práctica todos los acuerdos que consideren necesarios para conseguir el objeto que se propongan.

Como cada sociedad tiene el derecho de ini ciativa en el seno de su Federación res-pectiva, todos y cada uno de sus socios tienen el deber moral de proponer lo que crean conveniente, lo cual una vez aceptado por su respectiva Federación deberá esta ponerlo en conocimiento del Consejo Federal para que este a su vez lo ponga en conocimiento de todas las sociedades y Federaciones adheridas, y lo lleven a la práctica todas las que lo acepten.

Los Congresos sucesivos serán ordinarios y ex traordinarios. Estos se celebrarán siempre que los convoquen la mayoría de las Sociedades pactantes, por sus Federacio-nes respectivas, las cuales Federaciones comunicarán su voluntad al Consejo Federal para los efectos materiales de la convocatoria.

Para los primeros se fijará la fecha en la sesión de cada Congreso.En cuanto al lugar de reunión, lo fijará la mayo ría de las sociedades pactantes, para

lo cual serán consultadas por el Consejo Federal con dos meses de anticipación a la fecha acordada por el anterior Congreso, si se trata de los ordinarios.

Los delegados podrán ostentar en los Congre sos, todas cuantas representaciones les sean conferidas por sociedades de resistencia, conferidas en forma, pe ro sólo tendrán un voto cuando se trate de asuntos de carácter interno del Congreso.

Para los de carácter general tendrán tantos votos como representaciones.Para ser admitido como delegado al Congreso será necesario que el representante

acredite su condi ción de socio en alguna de las sociedades adheridas a este pacto, y no ejercer o haber ejercido cargo alguno político, entendiéndose por tales los de diputa dos, concejales, empleados superiores de la adminis tración, etc.

Los acuerdos de este Congreso que sean revo cados por la mayoría de las sociedades pactantes, serán cumplidos por todas las federadas ahora, y las que en lo sucesivo se adhieran.

En cada Congreso se determinará la localidad en que ha de residir el Consejo Fe-deral, y la cuota que deberán abonar las sociedades adheridas, para la pro paganda, organización y edición del periódico oficial.

Este pacto de solidaridad es reformable en to do tiempo por los Congresos o por el voto de la ma yoría de las Sociedades Federadas: pero la Federación pactada es indisolu-ble mientras existan dos sociedades que mantengan este pacto.

Fuente: FORA, Acuerdos, resoluciones y declaraciones. Congresos celebrados por la Federación Obrera Regional Argentina desde 1901 a 1906, Buenos Aires, Consejo Federal, 1908, pp. 27-28.

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AGN

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Huelga general: asamblea de los conductores de carros en el Salón José Verdi en el barrio de La Boca, enero de 1904.

Manifestación de la FORA.

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la Jornada de ocho horas. las tituladas sociedades obreras de resistencia

Buenos Aires, 1º de diciembre de 1904A.S.E. el señor ministro del InteriorExcelentísimo señor:

La Unión Indus trial Argentina, con motivo de las huelgas que perturban ac-tualmente a varios importantes gremios industriales, ha resuelto dirigirse a V. E., haciéndole una exposición de las causas principales de este estado de cosas, para que V. E. pueda tener en cuenta la opinión de los patrones al arbitrar los medios por los cuales el superior gobierno, dentro de su esfera de acción, ha de procurar evitar en lo sucesivo la repetición de estas situaciones anormales.

El pedido principal de los obreros, la jornada de ocho horas, no puede ser acor-dada de una manera uniforme por todas las industrias, por ra zones elementales de índole económica que no es posible contra riar. La disminución de las horas de trabajo ocasiona, como consecuencia inmediata, una disminución de la producción y un aumento en el costo de la producción, pues no disminuyendo los gastos gene-rales de los establecimientos y exigiendo los obreros que los salarios por la jornada de ocho horas sean por lo menos iguales y en muchos ramos superiores a los que se perciben por las jornadas de nueve y diez horas, queda recargado el costo de la mano de obra en un 20% como mínimum. Los industriales no pueden aumentar proporcionalmente los precios de venta de sus artículos, porque estos precios están reglados por diversos fac tores ajenos a su influencia y principalmente por la compe-tencia de los artículos similares extranjeros, cuyos precios de venta la industria local no debe exceder, ni siquiera igualar, para poder subsistir. Existe, pues, un límite,

Declaración de la Unión Industrial Argentina (UIA)

La Unión Industrial Argentina, fundada en febrero de 1887 con el objetivo de representar los grandes intereses industriales, desde sus inicios es-tuvo ligada a los sectores tradicionales y de elite. Su confrontación con los intereses de la pequeña y mediana industria provocó la renuncia de varios socios, algunos de los cuales impulsaron cámaras y asociaciones por sector. Esta sangría llevó a la dirigencia a impulsar una reforma de los estatutos, y desde 1904 modificó su tipo de asociación individual y aceptó el ingreso de representantes por cámara. En ese contexto, la UIA también manifiesta su rechazo al proyecto de Ley Nacional del Trabajo impulsado por Joaquín V. González, aunque por razones diferentes a las esgrimidas por el movimiento obrero.

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89que para numerosos artículos ha sido ya alcanzado a causa de las concesiones ante-riormente he chas a los obreros y que a los industriales no les es posible fran quear. Por otra parte, hay ya escasez de personal obrero. El mejoramiento de la situación económica del país ha determinado un aumento considerable de trabajo en todas las fábricas y ta lleres, y como ese mejoramiento se ha producido en cierto modo bruscamente, no ha dado tiempo al aumento proporcional del personal obrero. Para que muchos talleres y fábricas pudieran conceder las ocho horas de trabajo y cumplir los compromisos de venta contraídos en general con plazos fijos para la entrega, ga rantizados por fuertes multas, sería, pues, necesario que hicieran venir personal del extranjero, personal que no tardaría en quedar desocupado, porque, cumplidos esos compromisos, deberían cerrarse las fábricas por no poder ya com-petir con la industria extranjera, dado el recargo que la disminución de las horas de trabajo y el aumento de los salarios habría originado en el costo de la producción, sin contar con que cualquier crisis, que en este país sobrevienen y desaparecen en forma casi imprevista y repen tina, daría lugar a que la mayor parte de los obreros existentes, aumentados por los que se habrían hecho venir, quedaran sin trabajo, ocasionando los trastornos consiguientes.

Los salarios, cuyo aumento solici tan también los obreros en proporciones que varían desde un 10 hasta un 100 por ciento, son ya mucho más altos que en Europa, aun teniendo en cuenta la proporción del mayor costo de vida que en Europa, debido a la carestía de los alquileres y a la de los artículos de consumo, como la carne, el pan, etc. El aumento de los salarios no puede ser indefinido y, sobre todo, no puede producirse por saltos bruscos, como lo pretenden los obre-ros, que no tienen para nada en cuenta los factores económicos que intervienen en estos problemas. Por lo demás, la situación de los obre ros industriales en la República es incomparablemente mejor que en Europa, como lo comprueba la fuerte proporción de estos obre ros que llegan entre los inmigrantes. Los que ha-blan de miseria en nuestro elemento obrero, o no lo conocen, o deliberadamente se dedican a hacer literatura impresionista. Desgraciadamente, los poderes públi-cos, solicitados por otras preocupaciones, no han hecho hasta ahora un estudio especial de estas cuestiones, oyendo también la opinión de los centros de capital. Los estudios sobre al respecto existen, o son incompletos, o son parciales, como que sus autores, movidos por prejuicios de escuela, y deseando ante todo defender sus teorías económicas y sociales, lo han visto y reflejado todo a través del prisma de esas teorías (…).

Creemos deber llamar muy particularmente la atención de V. E. sobre un punto que consideramos de capital importancia. Nos referimos a los agitadores profesio-nales, que desde un tiempo a esta parte abundan en la República, elemento ex-tranjero eminentemente nocivo y cuya influencia es eficacísima por la libertad de acción casi absoluta de que disfruta. En general, operan por medio de las tituladas sociedades obreras de resistencia, agrupaciones anónimas, sin personería jurídica ni res ponsabilidad de ninguna especie y que por esta razón no tienen inconvenien-te en recurrir a los procedimientos menos lícitos para imponer sus resoluciones. Es pretensión constante de estas titu ladas sociedades obreras, hacerse reconocer oficialmente por los patrones, y han llegado últimamente a prohibir que se tome

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Manifestación obrera por la jornada laboral de 8 horas en Rosario.

otro personal que el que ellas mismas suministren “bajo pena” (textual) de un le-vantamiento en los establecimientos, o de un boicot, se gún los casos, y obligan a los obreros por medio de la intimidación a afiliarse a ellas y a acatar sus decisiones. Esto, excelentísimo señor, ha tomado ya todos los caracteres de una verdadera ti-ranía, tanto para los patrones como para los mismos obreros, y de una tiranía de la peor especie, anónima e irresponsable, que es urgente que los poderes públicos hagan desaparecer, sometiendo a esas tituladas sociedades a una reglamentación y a un contralor especiales (…).

Alfredo Demarchi, presidenteJulio L. Montarón, subsecretario

Fuente: Unión Industrial Argentina, Cuestiones obreras, Buenos Aires, Imprenta y Litografía La Buenos Aires, 1905, pp. 3-6.

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Era mi ardiente deseo, que en la primera sesión de esta Cámara se trajera la expresión de agravios de la gente proletaria, que dando un alto ejemplo de civismo, me ha enviado hasta esta banca cuya posesión trae aparejada un sinnúmero de responsabilidades. (…)

Pero antes permítaseme que exprese al solo objeto de desvanecer prevenciones, que a pesar de mi presencia constante en las asambleas tumultuarias donde siento las pal-pitaciones generosas del pueblo desde la tribuna de las arengas, que a pesar de mis afinidades marcadas con la plebe sufriente, como representante que soy de un partido cuyos principios están basados en las inducciones positivas de la ciencia, vengo con el espíritu sereno, sin sectarismos que empequeñecen, sin odios que mi doctrina repudia, y firmemente convencido de que es necesario hacer primar sobre las ardorosidades juveniles de mi espíritu, el razonamiento frío que me exige mi Partido, y que es indis-pensable en este recinto cuando se debaten cuestiones trascendentales para mi pueblo. (¡Muy bien! Aplausos.)

He dicho que traía los agravios de la gente trabajadora, y toda la Honorable Cá-mara sabe perfectamente que me refiero a los acontecimientos luctuosos del 1º de Mayo, día nefasto, porque ha corrido sangre proletaria por las calles de la Capital. Era la gran fiesta del trabajo; en todos los talleres del mundo reinaba el silencio; la máquina, ese esclavo de acero que un régimen económico que se va ha convertido en el implacable enemigo del proletario, no rugía, el silbato estaba mudo y el horno es-taba apagado. La clase laboriosa, la masa poseedora de la fuerza de trabajo se exhibía, estaba de fiesta, cruzaba las calles. Disidencias más o menos fundamentales habían dividido a la clase laboriosa; de ahí esas dos manifestaciones distintas que se vieron en la ciudad, una dirigida y organizada por la Unión General de Trabajadores, y la otra por la Federación Obrera. Estaba dividida desgraciadamente la masa trabajadora, pero, a pesar de eso, señores diputados, un mismo sentimiento y una misma acción las impulsaban. Todos los obreros que parecía que debieran ser los doblegados, los vencidos, los caídos, iban como triunfadores, el paso firme, la frente alta, los ojos llenos de ideal, como si despidieran claridades infinitas. Es que ellos afirmaban que el trabajo debe ser redimido, para que no sea el trabajo maldito, ese trabajo que trae como secuela el robo, la miseria, la prostitución, la “carne barata de las mujerzuelas pálidas”, como ha dicho el maestro Zola. (…)

La manifestación dirigida y organizada por la Unión General de Trabajadores fue un verdadero acto imponente, en el cual ni el más leve, ni el más insignificante choque

Primer discurso como diputado de Alfredo L. Palacios El 9 de mayo de 1904, con motivo de la represión policial a las manifestacio-nes obreras del 1º de Mayo de ese mismo año, el militante socialista Alfredo L. Palacios estrena su banca de legislador con un firme discurso en contra de la repudiada Ley de Residencia.

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92 se produjo. En la de la Federación Obrera, señor presidente, iban posiblemente algunos hombres exaltados, cuya presencia no es posible impedir en cualquier manifestación, máxime cuando ella está formada de veinte o treinta mil personas, pero lo que sí es necesario afirmar, es que ese hecho no podía nunca justificar una represión excesiva por parte de la Policía.

No es fácil que la provocación haya partido de la clase trabajadora, por la sencilla razón de que esos obreros habían incorporado a sus columnas las mujeres y los niños, que es lo único que constituye alegría en esos hogares, donde muchas veces falta pan, y donde muchas veces hace frío.

Pero admitamos, quiero conceder que la provocación haya partido de la Federación Obrera, que haya partido de la manifestación de los trabajadores; aun en ese caso, no es posible dejar de reconocer que la represión ha sido excesiva. Se ha hecho una verda-dera carnicería con los obreros que iban en esa manifestación. ¡Se les ha fusilado por la espalda, señor presidente!

(…) De la sala del Dr. Decoud tengo otro [certificado médico] en el cual consta que Menotí Bonfiglioli, calderero, está herido en la espalda; que Antonio Lencio, estibador, está herido en la parte posterior del muslo; que Adela Fernández, una pobre madre que llevaba un niño en sus brazos, está también herida en la parte posterior del cuello. Y en la sala del Dr. Aráoz Alfaro, donde hay una niñita de tres años, también he podido constatar que la herida es en la espalda.

Es decir, señor presidente, que se ha fusilado a traición a la clase proletaria que no iba a provocar a la policía, que iba a hacer afirmación de sus principios y que iba a protestar contra todas las tiranías en el orden intelectual, material y moral. (Aplausos en la barra.)

Presidente: Prevengo a la barra que el reglamento prohíbe toda clase de manifes-taciones, y que estoy decidido a hacerlo cumplir si reincide en ellas.

Palacios: Desgraciadamente, señor presidente, este no es un hecho aislado, es simplemente un eslabón de la interminable cadena de atentados policiales que se vie-nen cometiendo en esta Capital, y especialmente por la intervención de un escuadrón de granaderos que el pueblo ha llamado “de cosacos” y que da la alta nota del des-precio por el pueblo dentro de la institución que enfáticamente se llama guardadora del orden público.

(…) Yo, señor presidente, he presenciado el 1º de mayo un espectáculo que era harto desgarrador. Después del atropello cometido por la policía, los obreros se disper-saron en distintas direcciones; luego, cuando volvieron del asombro, trataron de con-centrarse, y se concentraron; levantaron a un muerto, lo envolvieron en una bandera roja que hacía un momento flameaba como símbolo de paz y ahora parecía símbolo de venganza, lo colocaron en una angarilla, lo llevaron en procesión y todo el pueblo, de los balcones, de las aceras, se descubría en señal de duelo y de protesta contra el atrope-llo policial. Y entonces he visto cómo esos obreros iban amontonando odios y rencores en su corazón, y cómo esos labios que hacía un momento cantaban hossannas y ento-naban himnos a la emancipación humana, eran los mismos labios que ahora lanzaban imprecaciones terribles, que laceraban el alma. (…)

Pero aún hay más, señor presidente. La policía ha seguido extralimitándose en sus funciones: no se ha concretado a atropellar al pueblo, sino que, invocando órdenes del

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93ministro del Interior ha cerrado locales obreros. Más, señor presidente: ha impedido manifestaciones que tenían objetivos perfectamente pacíficos. Tengo aquí una lista de todos los locales que se han cerrado el día 1º de mayo, alegando, como excusa, los acon-tecimientos que se habían producido en la vía pública: la fiesta que tenía proyectada la Unión General Femenina, a beneficio de los niños pobres, fue suspendida; se ordenó la clausura del Centro Socialista de La Boca y se colocó un vigilante en el patio de la casa de inquilinato donde se encuentra el Centro, vigilante que fue retirado después de la protesta que formuló ante la comisaría el dueño de la casa que he mencionado; se ordenó la clausura de la Sociedad de Estibadores; la Sociedad de Carreros, que hace poco fue asaltada por un piquete, fue también clausurada; y además de todo esto, fue también clausurado el local de la Federación Obrera.

(…) Cinco días después de los acontecimientos luctuosos del 1º de mayo, el Centro Socialista de La Boca resolvió hacer una manifestación que acompañara a su diputado para entregarlo a las tareas legislativas. Esa manifestación ha sido suspendida. (…)

Bien, señor presidente; en vista de todos estos hechos, yo creo que ha llegado el momento de que la Cámara, que ha inaugurado sus sesiones con un hermoso acto de libertad, que no ha permitido que se viole la Constitución por un precepto reglamen-tario “en plena barbarie”, según la expresión de un diputado, que no ha permitido que se extorsione la conciencia, tiene la obligación de llamar al ministro del Interior para que dé explicaciones respecto a los acontecimientos producidos para que explique la intervención de la policía en los acontecimientos del 1º de mayo, y al mismo tiempo diga en virtud de qué facultad ha restringido el derecho de reunión, impidiendo la ma-nifestación socialista que se tenía proyectada para acompañarme hasta el Parlamento. (¡Muy bien! ¡Muy bien!)

Fuente: Víctor O. García Costa, Alfredo L. Palacios, socialismo argentino y para la Argentina, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1986.

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1. Necesidad de la ley reglamentaria. - 2. La

ración mínima. - 3. Los accidentes del tra-

bajo. - 4. El descanso dominical, la jornada

comercial y las multas. - 5. En Cuyo suce-

den hechos parecidos a los de Tucumán. - 6.

Necesidad de la instrucción práctica y de

la educación del carácter. - 7. Necesidad

de fomentar el patriotismo. - 8. Efecto pro-

ducido por la publicación del proyecto de

ley del trabajo. - 9. No hay la noción clara

del fundamento fisiológico de la cuestión.

- 10. Necesidad de la reglamentación total

y armónica. - 11. Necesidad de procurar di-

versiones al pueblo trabajador.

1. Los hechos expuestos en el presente infor-

me confirman las conclusiones para la ley del

primero que tuve el honor de presentar a V. E.,

algunas de las cuales puede decirse que han

pasado por el crisol de la experiencia.

Había dicho a V. E. que la indolencia, la

rutina, el maltrato que, en general, se daba al

obrero en Tucumán, habían de producir algu-

nas huelgas, que sacudieran la indiferencia

de la mayoría de los patrones. La primera ya

se ha producido, y si ella no ha ido más ade-

lante en sus efectos inmediatos, he expuesto

las causas que a mi ver lo han impedido.

La huelga pasó sin actos violentos ni des-

órdenes, gracias a la actitud de las autorida-

des y del señor Patroni, que le dieron el tono

de transacción pacífica, y tuvo la virtud de

despertar del letargo en que vivían los due-

ños de la mayoría de los ingenios.

Mucho temo que pasada la cosecha, que

ofrece tan pingües utilidades, pase también

el deseo de remediar, o mejor, el convenci-

miento de la necesidad de hacerlo; pero en el

pecado irá la penitencia. Junto al cereal está

el obraje, y la huelga que amenaza a Tucumán

no hay poder público que pueda evitarla.

O viene la ley reglamentando la jornada,

los descansos y estableciendo el arbitraje, o

los patrones organizan el trabajo racional-

mente y hacen conocer por todos los medios

de publicidad esa organización y las garan-

tías aprenderán por los registros de caja.

En Cuyo pueden suplir con el extranjero

barato o caro; pero en Tucumán el criollo es

insustituible.

De todos modos, por efecto de esta huel-

ga, la concentración y la asociación obrera

han tomado gran impulso en Tucumán.

2. El hecho también ha puesto en evidencia la

necesidad de preocuparse formalmente de la

alimentación del obrero.

Alguien me ha criticado que me haya ocu-

pado de la ración mínima para otra cosa que

para fijar el jornal mínimo.

CONCLUSIONES DEL INFORME SOBRE EL ESTADO DE LAS CLASES OBRERAS

POR JUAN BIALET MASSÉ

En 1904, el abogado y médico catalán Juan Bialet Massé releva bajo el encargo de Joaquín V. González –ministro del Interior durante la presidencia de Julio Argentino Roca– la condición laboral y la población obrera en la Argentina en el Informe sobre el estado de las clases obreras. Este informe resultará un insumo significativo del proyecto de Ley Nacional del Trabajo impulsado por Joaquín V. González.

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95La educación del obrero criollo, para que

no precise la ración en sustancia, sin que la

familia y el mismo sientan la miseria, está

muy lejana; y si se trata de su interés y del de

las industrias, es tan necesario ocuparse de

este asunto como de la medida de seguridad

más importante; y en los establecimientos de

Campana, en los que no hay dónde proveerse,

la ración es inevitable.

De todos modos, es el seguro de la alimen-

tación de la familia; es bueno y debe hacerse.

3. Los hechos que llamarán sin duda alguna

la atención de V. E. son los relativos a los ac-

cidentes del trabajo. Todos los patrones que

tienen la noción del deber, dan la asistencia

y el jornal; la iniquidad del medio jornal de

las leyes inglesa y francesa, no ha entrado en

nuestras costumbres, y aun los patrones que

no se creen obligados para con sus obreros

a más que al pago del jornal, o no dan nada,

o dan el salario y asistencia; el medio salario

carece de sentido.

Los contratos de seguros, que se extien-

den rápidamente, tampoco entran por las ci-

caterías y miserias de Europa; comprenden la

asistencia y el jornal, y la indemnización total

es por 1.000 jornales; que es mucho más ex-

tenso que el europeo y más racional.

¿Por qué vendría la ley a modificar irracio-

nalmente costumbres tan equitativas en vez

de fomentarlas?

4. El trabajo de la mujer y del niño se explotan

con igual intensidad en Cuyo que en el resto

de la República, y acaso más en la época de

las cosechas.

El descanso dominical es un anhelo en

esas provincias; aquellas manifestaciones de

los panaderos del Paraná, del comercio de to-

das partes, de que se sienten esclavos del ne-

gocio, de que no pueden entenderse entre sí,

se repiten en San Luis, Mendoza y San Juan;

en todas partes.

Apenas si hacen excepción algunos alma-

ceneros al por menor que lucran con el vicio

del pobre, y algunas empresas que estrujan

a sus operarios; los demás no discrepan en

pedir que la ley los ampare contra sus celos,

rivalidades y codicia.

Esto no es argentino, es universal. España

acaba de darse la ley del descanso dominical.

Los que protestan, los que hacen meetings y

gritan fuerte que se ataca a la libertad, son

los taberneros, que no quieren renunciar a

enriquecerse explotando y fomentando el

vicio del pobre; son los toreros, que no se

resignan a perder el aplauso de los proleta-

rios en ese espectáculo, que no puede dejar

de ser reprobado por la civilización, aunque

sea una sublime y heroica barbaridad, aun-

que sea menos bárbara que el box, y el del

domador de fieras que concluye siempre por

ser devorado por ellas ante el público; ya no

es de nuestro tiempo, ni de los sentimientos

generales que dominan.

Lo mismo puede decirse de esa jornada co-

mercial que empieza a las 7 a.m. o antes para

concluir a las 10 p.m. o después; que no aumen-

ta en un centavo las transacciones, que denota

siempre un desorden social y doméstico.

Ha bastado en Buenos Aires y el Rosario

que algunas casas importantes cerraran a las

7 p.m. para que las que quedan abiertas per-

manezcan solitarias. ¿Qué señora de Buenos

Aires, que no sea una cursi, dejaría para la no-

che hacer sus compras?

Las multas patronales son en Cuyo des-

conocidas en el comercio privado; sólo las he

encontrado en la Germania y en las empresas

de ferrocarriles, y merece la pena de evitar

que se propague tan pernicioso abuso.

5. En Cuyo se nota la misma ignorancia pa-

tronal que en el resto de la República; pero

además son allí muy raras las personas que

se dan cuenta de lo que es la cuestión social,

ni siquiera de lo que es el obrero como ins-

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

96 trumento del trabajo; sin embargo, algunos

movimientos de huelga ocurridos en las tres

provincias y el éxodo de los obreros hacia el

Litoral debiera haberles llamado la atención.

Al doctor Arata le ha bastado un solo viaje

para darse cuenta de ese estado, y para ver el

remedio que allí puede aplicarse, sin el cual,

aunque en menor escala que en Tucumán, la

industria vinícola está seriamente amenazada.

¿Lo oirán?

6. La rutina que lleva a todos los hombres de

una comarca a emprender todos los mismos

cultivos, las mismas industrias, son el efec-

to más inmediato de los malos sistemas de

enseñanza; de esos métodos que quiebran

el carácter, y enseñan a pensar con cabeza

ajena, atando toda iniciativa propia, en vez de

desarrollar y alentar las propias calidades;

de ahí salen esos agricultores que siembran

trigo y maíz, plantan caña o viña por la sola y

única razón de que al vecino le ha ido bien, y

una vez que la planta da porque la naturaleza

es generosa, se ha llegado a la meta; no hay

por qué ocuparse de nada más, ni de estudiar

suelo, semillas, plantas, enfermedades y de-

generaciones; de eso se debe ocupar el Go-

bierno, encargado de proteger la producción

y de pensar por todos y para todos.

No hay verdadero peón agrícola; el inmi-

grante, aunque se llame agricultor, es sim-

plemente bracero, toma el arado y la sem-

bradora como lo ha visto hacer en la primera

chacra en que se conchabó y sigue la rutina,

y si trae alguna idea, si ha sido agricultor, se

empeña en que aquí se ha de hacer como en

su país de origen, y que no es él el que debe

adaptarse al país, sino que es el país el que ha

de reformarse a su gusto. Ahí tiene V. E. lo que

sucede en Cuyo con las viñas, como ha suce-

dido y sucede en el Litoral con los cereales.

No se tiene en cuenta que el inmigrante no

es lo selecto de su país, no es el propietario

que tiene su pasar en la pequeña propiedad

que heredó de sus padres, y que la cuida y

hace producir para mantener a sus hijos, sino

el bracero que el exceso de población y las es-

caseces de retribución hacen salir en busca

de una vida mejor. Los que estando bien vie-

nen a buscar el modo de hacer rápida fortu-

na son los menos, las excepciones; y yo en-

cuentro hasta ridícula la pretensión de que la

inmigración ha de ser seleccionada, lo mejor,

porque nadie se desprende para el vecino de

lo mejor de su casa, que procura conservarlo

y guardarlo para sí.

El hecho continental desde el Canadá y

los Estados Unidos hasta Chile y la Repúbli-

ca Argentina, es que el inmigrante viene más

pobre que el reñícola, y que es inferior a este,

al menos porque no conoce el país y tiene que

adaptarse, y se adapta, no siguiendo antes

de establecerse un curso de agricultura, sino

conchabándose para ganar la vida, o si ha

traído con qué comprar el lote imitando a su

vecino, porque no tiene otro criterio.

En Europa apenas hace algunos años que

se están introduciendo las máquinas agríco-

las que aquí son corrientes.

La gran ventaja y la única ventaja que tie-

ne el inmigrante es el hábito de ahorro; pero

este mismo lo dirige mal; las facilidades de

adquirir, en vez de llevarlo a la variedad de

cultivos que le harían bastarse a sí mismo,

que le darían trabajo todo el año, le llevan

a la extensión, a las grandes zonas. No ol-

vidaré nunca la satisfacción suprema con

que me dijo un italiano: “Yo soy propietario

de más del doble del terreno que posee el

Rey de Italia”.

Ese colono aprende a arar y a sembrar tri-

go, y de ahí no pasa; no cultiva una cebolla

porque no sabe; mientras en el Interior, aun

en las antiguas reducciones, hay muchos que

saben y hacen, viviendo una vida mezquina,

que podrían ser grandes elementos de pro-

greso para el país sirviendo de ejemplos vivos

de enseñanza práctica.

Page 97: Manifiestos 1890 1956 parte1

1904

1890 - 1956

97En tal sentido he hablado en mi informe

anterior de colonias criollas en Santa Fe y

Córdoba, para sacar a esos criollos de los

rincones en que viven; no para crearles un

hogar, que generalmente ya tienen, sino para

mejorárselo y para que sirvan de ejemplo,

para que induzcan al agricultor, que hoy pier-

de la mitad de su tiempo, a que lo aproveche

en ocupaciones productivas, procurando el

arraigo en cada comarca de las gentes nece-

sarias para satisfacer las necesidades de la

producción, dándole así bases estables.

Así veo pensar al doctor Arata, al doctor

Ramos Mejía, al doctor Gallegos y a todos

cuantos se dan cuenta del estado del país y

buscan su remedio con amor, ajenos a miras

personales y políticas.

7. Pero no basta dar instrucción práctica y

educar el carácter, es necesario de todo pun-

to elevar el patriotismo; la depresión de este

sentimiento es manifiesta; muchas causas

concurren a debilitarlo. No hace muchos días

decía un diario de esta capital, y por cierto no

en son de crítica, que en las calles de esta ciu-

dad cosmopolita los trajes más abigarrados

no llamaban la atención de nadie; sólo el traje

criollo era chocante y ridículo.

En ese mismo diario, para ponderar un acto

de injusticia, se decía: “Es un acto de justicia

criolla”; y todos los días y a cada rato, los des-

aciertos de la política, los abusos electorales, los

desmanes policiales, todo lo malo no encuentra

calificativo más aplastante que el de criollo.

Los vicios no son malos por sí mismos en

lo que tienen de común en la humanidad, sino

en lo que tienen de criollo. Los miembros de

una nacionalidad se reúnen y se embriagan:

eso está en sus costumbres, nada tiene de

particular; pero se embriaga un criollo el sá-

bado, ese es vicio criollo. Pululan por las ca-

lles cientos y miles de inmigrantes llenos de

robustez y de salud implorando la caridad pú-

blica, en vez de ir a trabajar a las colonias que

los llaman; se explica como un inconveniente

de la inmigración; no quieren ir a lo desco-

nocido; pero si entre esos miles hay uno por

ciento de criollos, es intolerable, este pueblo

no tiene remedio, debe desaparecer víctima

de la ociosidad y de los vicios.

Esto lo oye, lo lee y lo ve todos los días el

criollo, y lo que es peor, como lo he hecho notar

en muchos capítulos de este informe, cuando

en verdad es superior en calidad y fuerza, se le

paga menos por su trabajo porque es criollo;

así como no es posible que una mujer, aunque

haga más y mejor trabajo que un hombre gane

tanto como este, no es posible que el criollo

gane tanto o más que el extranjero; su nacio-

nalidad es una causa deprimente.

¿Es así como se eleva el carácter de los

pueblos y se los estimula? Esto lo que produ-

ce es el menosprecio de sí y de lo propio; y no

puede apreciar a los demás quien no tiene el

aprecio de sí y de lo suyo.

El amor de la humanidad, la fraternidad

universal, no pueden existir sino como una so-

breextensión del amor en la unidad elemental,

en la familia. ¿Cómo amará la tierra entera y la

considerará como la patria de todos los hom-

bres, quien no tiene un especial y concentrado

amor al suelo que dio la materia para formar

sus huesos y sus carnes? ¿Cómo podrá decir

que ama fraternalmente a todos los hombres

quien no tiene la idea del amor y de la solida-

ridad de los que nacieron del mismo seno?

¿Cómo se extenderá lo que no existe?

Esas fraternidades preconizadas por los

que las utilizan de inmediato, a cambio de una

reciprocidad que no se hará efectiva nunca,

tienen todos los ribetes de una explotación

más o menos hábil, pero no son sinceras.

Y en verdad cada hombre lleva ese amor

encarnado, a pesar de todo lo que el mismo

quiera hacer para contradecirlo. En Tucumán

como en Buenos Aires, en Mendoza como en

el Rosario, después de uno de esos discursos

que a fuerza de repetirse se han hecho ya tan

Page 98: Manifiestos 1890 1956 parte1

1904

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

98 comunes y necesarios, he tomado anarquis-

tas catalanes, los más fanáticos, ya enfermos,

y les he hecho ver los defectos o vicios que allí

se padecen. La enfermedad hace alto: Barce-

lona es el paraíso de la Tierra, la ciudad ideal,

el obrero catalán es el primero del mundo;

el anarquista italiano, por enfermo que esté,

por más que quiera destruir medio mundo,

¡ma l’Italia e bella! para el otro, la civilización

y el progreso humano no pueden existir sin la

Francia; y el inglés no es anarquista, porque

el mundo es suyo, y todo lo que no es inglés

no tiene más derecho que el honor de dejarse

explotar por los ingleses.

Nada diré del poder corruptor de las gran-

des empresas, ni tampoco del que labra su

fortuna contando por los pesos que acumula

los días que le faltan para dar la vuelta; y se-

ría largo detallar tantas causas como concu-

rren a enervar el patriotismo, sin el cual no

hay pueblo grande posible.

Hay, pues, que elevar ese sentimiento, dig-

nificar al criollo, crearle el alto aprecio de sí

mismo, para que aprecie y respete a los que

vienen. Nadie puede creer que se le ha de tra-

tar en una casa, por más que sea el día del

convite, mejor que a los de la casa misma.

La letra de la Constitución es hacer partí-

cipe a los hombres de toda la Tierra del bie-

nestar del pueblo argentino; supone que es

ese el objeto primordial del gobierno: crearlo

para participarlo.

Y no me cabe la menor duda: la mejor pro-

paganda, el mejor llamado para el extranjero,

es el bienestar del hijo del país.

8. He tratado de darme cuenta del efecto produ-

cido por la publicación del proyecto de ley na-

cional del trabajo, tanto en los que, careciendo

de los conocimientos necesarios para juzgarla,

no tienen sobre ella más criterio que sus miras

personales, sus prejuicios y sus rutinas, como

en los pocos que son capaces de un estudio se-

rio, con el criterio de la justicia y de la ciencia; y

como en los que encuentran, que buena o mala,

la ley vendría a quitarles los medios de explo-

tar el trabajo del hombre en las circunstancias

que puedan aprovechar, y la rechazan sin que-

rer ni tomar conocimiento de ella.

Un distinguido profesor de finanzas, que

ha hecho un estudio detallado de la ley y de

este informe, a pesar de pertenecer a la es-

cuela economista neta, me refiero al distin-

guido doctor don Félix T. Garzón, no encuentra

sino pequeños detalles que corregir en la ley,

y en materia de accidentes del trabajo acepta

como justo lo proyectado por V. E., con excep-

ción de las multas patronales, y encuentra

que es excesivo lo que yo creo justo en al-

gunos detalles; pero en lo que difiere esen-

cialmente es en la naturaleza del contrato;

él cree que es de locación, que esta palabra

expresa la idea propia, pues la de conchabo

equivale a la asociación más que a la compra

de un trabajo o de un esfuerzo.

El doctor Garzón, que es un hombre esen-

cialmente bondadoso, y, por lo tanto, no puede

dejar de sentir los sufrimientos de las clases

obreras y la necesidad de remediarlos, está im-

buido de ideas de la escuela economista, ha sido

muchos años abogado de ferrocarriles y teme

por el capital, sin el cual para él no hay vida in-

dustrial posible, y sobre todo cree imposible, lo

afirma categóricamente, que el obrero venga a

revestir el carácter de socio del capitalista.

En una palabra, el doctor Garzón no se da

cuenta de que si todos los capitales desapa-

recieran el trabajo los volvería a crear otra

vez, mientras que si se pudieran unir todos

los trabajadores y hacer una huelga general

de un solo mes, los capitalistas se encontra-

rían como el Narciso de la fábula, tendrían

que comer oro, o tierra, o carbón.

Pero la verdad es que fatalmente el hom-

bre es sociable, fatalmente, por más que griten

todas las escuelas y quieran hacer del capital

y del trabajo dos elementos antagónicos: ellos

son y serán concurrentes, y el principio cris-

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1904

1890 - 1956

99tiano como el principio democrático son ten-

dencias que no permiten sacar de la ruta as-

cendente por la que la humanidad va hacia su

destino; los más son y valen más que los me-

nos, porque individualmente, para la ley y para

la moral, todos son iguales, y no caben distin-

ciones que no vengan del propio mérito. El tra-

bajo creó el capital, y es justo que por lo menos

tome el rango que la paternidad le asigna.

He hecho esta referencia porque se trata

de un estudioso sincero y leal, que por su po-

sición en la enseñanza y en la política tiene un

gran peso en la cuestión.

Al inaugurarse la feria de la Sociedad

Rural Argentina en Palermo, en el presente

mes, su distinguido presidente, el doctor don

Ezequiel Ramos Mejía, pronunció el discurso

de apertura. En él viene a hacer la exposición

sintética del socialismo de la tierra, anticolec-

tivista, todo entero.

Pocos días distante, el señor Van Prae

pronuncia una conferencia en el Colegio del

Salvador de esta capital, en completa confor-

midad con este orden de ideas; llegando a la

conclusión de que estas reformas se impo-

nen para todo hombre, cualesquiera que sean

las ideas religiosas que profese.

Mi conferencia en la Universidad de Cór-

doba, y el modo como fue acogida, así por los

universitarios como por la prensa de todos

los colores, indican que ello flota en la atmós-

fera, que en nuestro mundo intelectual son

ideas que están latentes y que se despiertan

con poco esfuerzo.

He dicho y repetido que en los ingenios

tucumanos no hay resistencias serias ni im-

portantes, y las pocas que hay no lo son por

la cosa en sí, sino por el celo y la rivalidad que

impera entre los industriales.

El señor Gobernador, en el mensaje de

apertura de las cámaras legislativas, en estos

mismos días, no ha podido menos de presen-

tarles la cuestión, y es lástima que las divisio-

nes políticas esterilicen tan buenas iniciativas.

“Recordará V. E. que por un acto de profun-

da previsión, que os hizo el más alto honor,

derogasteis en mi gobierno anterior aquella

famosa ley de conchabos, ley de verdadera

esclavitud, que dictada en su tiempo con las

mejores intenciones, se convirtió en un ins-

trumento cruel de servidumbre para todos

los trabajadores en general.

”Recuerdo que con aquel motivo se alar-

maron las fábricas, creyendo comprometida

su situación en sus fundamentos; los hechos

demostraron posteriormente lo que era ya

sabido en el mundo del trabajo: que el trabajo

libre es más económico y proficuo que el tra-

bajo servil, aparte de que aquella ley repug-

naba a nuestras instituciones democráticas

como atentatoria a la dignidad humana.

”Hace años que la cuestión obrera se agita

en el seno del mundo civilizado, conmoviendo

los intereses económicos de todas las nacio-

nes, y ha venido a golpear también las puer-

tas del Litoral argentino en formas tan graves

que motivan hoy las preocupaciones de nues-

tros hombres de Estado.

”Es por eso que en mensajes anteriores lla-

mé la atención de los industriales de la Provin-

cia sobre la necesidad de prever la solución de

este problema, verdadero peligro ad portas.

”Al fin se hizo sentir este año el primer

conflicto entre una fábrica de Cruz Alta y sus

peonadas, en el que intervino la policía en la

forma que cumplía a su deber, según los re-

glamentos que la rigen.

”Los hechos sirvieron de bandera política a

algunos diarios locales, que clamaron contra

la acción del gobierno, auspiciando con sus

correspondencias a la prensa de la Capital el

envío de un representante de la Unión Gene-

ral de Trabajadores, para que levantase en el

terreno una información de los hechos produ-

cidos, que debía servir de cabeza de proceso

en el Congreso argentino contra un gobierno

inicuo que negaba a los obreros el derecho de

reunión pacífica. Vosotros sabéis lo demás.

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1904

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

100 Promovidas por este enviado produjéronse va-

rias reuniones de obreros en Cruz Alta y otros

puntos, amenazando generalizarse en toda la

Provincia, en las que la policía se concretó a

garantir en absoluto, como siempre, el derecho

de reunión de cualquier carácter, limitándose

a exigir el cumplimiento de las disposiciones

que la reglamentan, y que no fuesen una ame-

naza contra las fábricas u otros intereses. De

estas reuniones pacíficas resultó la huelga

general en Cruz Alta, hecho gravísimo, puesto

que los ingenios estaban en cosecha.

”En este estado de cosas, los fabricantes

y el representante de los obreros buscaron

una solución conciliadora con el concurso

del Gobernador de la Provincia, y el conflicto

se resolvió, ensayando el consejo de conci-

liación proyectado en la ley nacional del tra-

bajo, y la huelga desapareció en cuarenta y

ocho horas.

”Sin embargo, piensa, y es de mi deber

declararlo que esta no es sino una solución

transitoria; que el peligro de futuros conflictos

subsiste, y que corresponde a los interesados

y al Estado procurar una armonía estable en-

tre los intereses de las fábricas, plantadores

y obreros”.

Ideas muy parecidas encontré en el señor

Gobernador de Santa Fe y muchas otras au-

toridades.

En Cuyo, aparte del establecimiento del

señor Uriburu en San Juan, en verdad no hay

ideas buenas ni malas; la cuestión no ha sido

estudiada.

Pero si se tomara individualmente la gran

masa de la población argentina, cada uno

encuentra bueno lo general; pero en ciertos

detalles que les afectan particularmente, se

siente, aunque no se entienda por qué, la ne-

cesidad de esta legislación.

Por lo que hace a la masa obrera, fuera de

las ciudades, no tiene tampoco nociones de la

cosa, pero las percibe pronto, y es una masa

maleable y amoldable, como acaso no hay

otro pueblo en mejores circunstancias para

hacer de él un gran pueblo obrero.

9. Sin embargo, el número de hombres del

país que se dan cuenta de la cuestión en sus

verdaderos términos fisiológicos, económi-

cos y políticos, son muy pocos, y menos los

que alcanzan a ver lo productivo de las con-

cesiones hechas al trabajador.

La inmensa mayoría patronal sólo entien-

de esa aritmética burda que hace ahorrar so-

bre el pasto del caballo, haciéndolo trabajar

más de lo que da como aparato mecánico, y

son muchos los que creen que un movimiento

que nace del estado de adelanto científico del

mundo moderno puede contenerse con medi-

das de fuerza.

Es admirable ver y oír cómo se tratan es-

tos asuntos, todas las astucias y argumentos

que se hacen para extraviarlos de sus cauces

naturales, en vez de afrontarlos lealmente y

con decisión patriótica.

No es extraño que así suceda aquí, cuando en

las naciones más adelantadas se ven tratar con

argumentos de patanes y represiones brutales,

dentro de los partidos mismos que se llaman a

sí mismos defensores de las clases obreras.

La noción fisiológica del trabajo y del des-

canso no entra todavía ni en el común de los

médicos mismos, pareciendo reservada a la

aristocracia de la ciencia. En nuestra época

de vulgarización, esta parte de la ciencia per-

manece todavía en las alturas, entre nubes.

No ha muchos días que un muy distinguido

médico me decía que el descanso dominical

no podía adoptarse sin que previamente se

estableciesen instituciones que hicieran ocu-

par al obrero en sentidos determinados.

La idea fundamental de romper por lo

menos veinticuatro horas la orientación de

las células nerviosas, mantenidas en tensión

durante las seis jornadas, dejando una fatiga

remanente, que no alcanza a remediar el des-

canso diario, ni ha llegado a entrar en los ele-

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1904

1890 - 1956

101mentos que se toman de la cuestión, ni mu-

cho menos la relación del gasto de energías

con la alimentación que las produce.

¡Cosa admirable! ¡Los que darían al traste

con todas las libertades y volverían al siglo

xvi como a un ideal celeste, encuentran que la

legislación obrera es atentatoria a la libertad!

La brutalidad quiere que estas cuestiones

sean una cuestión pura y simple de fuerza;

los unos quieren fusilar ideas; en cambio, los

obreros entienden que pueden imponer sus

derechos a garrotazos.

Y esto invade hasta el partido que pare-

cía destinado a presidir en el mundo entero

la evolución, y se decide por la revolución vio-

lenta en el congreso último de Ámsterdam,

sin más que tres votos en contra: el de los dos

delegados argentinos y el de Jaurés.

Es decir, que una cuestión altamente cien-

tífica y económica, no encuentra solución sino

en la fuerza bruta, ni más ni menos que entre

lobos que se disputan la presa.

¿Debemos desalentarnos por esto? De

ninguna manera; al contrario, seguir luchan-

do siempre en el terreno pacífico de las ideas;

sobre todo los que habitamos este suelo, cu-

biertos con el manto de su Constitución.

10. No estaba vedado a este país, en que tuvo

su cuna en la época colonial la perfecta le-

gislación obrera que podía pretenderse en

aquellos tiempos, que tratara la cuestión en

su conjunto armónico y científico; y cuales-

quiera que sean los juicios críticos de detalle

que puedan hacerse a la obra de V. E., nadie

podrá desconocer que por primera vez se ha

hecho algo que obedece a un plan metódico y

racional, armonizando todos los detalles.

Ciertamente en Europa las leyes del tra-

bajo han nacido dispersas, unas tras de las

otras, siempre como concesiones arrancadas

por la fuerza, después de muchas lágrimas y

desventuras; nunca, es preciso repetirlo bien

alto, nunca como resultados de la convicción

científica ni del espíritu de justicia, y así son

los resultados.

Con todos sus pujos socialistas, el gobier-

no francés no ha podido evitar que el obrero

viva en perpetuo malestar, sin que pase un día

en que no haya uno o más gremios en huelga,

y huelgas formidables, ruinosas, como la de

Marsella, que aún no acaba, y antes de que

concluya otras aparecen.

¿Por qué? Porque socialistas y burgueses

marchan impulsados por el cosquilleo del

malestar bajo el peso de las injusticias, de lo

arbitrario y de la fuerza; y ya están empezan-

do a ver claro; ya ven que las relaciones del

trabajo requieren una legislación de conjunto,

armónica, y no hay ni puede haber armonía

en lo que es incompleto y deficiente.

Es en vano que se quiera eludir la inter-

vención del obrero en la formación de los re-

glamentos del trabajo, en los tribunales que

han de decidir las contiendas; la personería

del obrero ha conquistado su lugar, y tiene

forzosamente que dársele. Es en vano que se

quiera procurar la división maquiavélica del

obrero fabril, haciendo de él una clase pri-

vilegiada y aristocrática, por lo tanto; ni los

obreros artesanos aceptan esa distinción, ni

la sana razón la admite; los obreros agrícolas

son muchos más, ellos producen las materias

primas de las industrias, y el servicio domés-

tico complementario de la vida es tan noble y

tan importante como cualquier otro.

Del ingeniero al albañil, del médico al en-

fermero, del gerente de un banco a su por-

tero, del ministro al sereno de la aduana, to-

dos los servicios son trabajo para y por otro,

aunque guarden la subordinación y la escala

relativa que la naturaleza y los fines estable-

cen fatalmente, y el proletariado de levita va

siendo ya tan grande y tan importante como

el de chaqueta, pidiendo a la ley el amparo

igual que a todos debe. No se trata de clases

sociales, es una mentira, una mistificación; se

trata del trabajo de todas las clases en las re-

Page 102: Manifiestos 1890 1956 parte1

1904

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

102 laciones entre los que lo prestan y los que lo

adquieren u ordenan.

Hay en este contrato, involucrados por la

fuerza de las cosas, la existencia humana

misma, el porvenir de las razas, la grandeza

de los pueblos, y mal que pese a quienquiera,

la solución se impone, el progreso de las cien-

cias y de las artes lo requieren; nadie tiene la

fuerza suficiente para evitarlo.

Entre nosotros el olvido de las leyes tra-

dicionales, acaso la repulsión en masa que

de ellas ha querido hacerse, pero que no se

puede, de aquellas que son la expresión de

las necesidades fisiológicas del hombre en la

modalidad de suelo, clima y costumbres, nos

ha llegado a formar la convicción de que po-

demos pasar al acaso de los sucesos, de que

las riquezas naturales del suelo suplen a todo

y son motivo bastante para atraer la inmigra-

ción en masa; pero al mismo tiempo que la

experiencia va demostrando que tal cosa no

es cierta, se siente que, aun cuando con carac-

teres más pacíficos y menos tumultuosos, los

mismos fenómenos de Europa se reproducen,

las huelgas crecen y la inmigración no viene.

El Congreso no ha tenido a bien ocuparse

este año de la ley del trabajo, ¿quién sabe si

no ha sido para bien?

Las huelgas pasadas y presentes no han

tenido ni tienen quien decida equitativamente

entre las pretensiones de obreros y patrones;

la que se prepara para la próxima cosecha,

con síntomas formidables, amenazando pér-

didas mayores que la pasada, está produ-

ciendo el despertamiento del instinto de la

conservación, que se manifiesta por la con-

cesión de mejoras antes de que los hechos se

produzcan.

Pero de seguro las concesiones van a

reducirse a los salarios, y acaso algún poco

en la jornada; las demás se acallarán por lo

pronto; la mujer y el niño seguirán siendo

víctimas de la codicia, muchos accidentes no

serán indemnizados; pero volverán con más

fuerza luego, para demostrar que no basta ni

la buena voluntad de obreros y patrones, que

es necesaria la legislación total y los medios

de hacerla efectiva, dando a las aspiraciones

legítimas del obrero el arbitraje como medio

pacífico y legal de llenarlas.

Así como no bastan en materia civil y co-

mercial la buena fe ni la buena voluntad de las

partes para llenar las relaciones entre ellas,

porque intervienen las pasiones y los errores

sinceros, así tampoco en las relaciones del

trabajo pueden suplir las partes los dictados

de la razón, de la ciencia y del derecho.

Mirar la cuestión como una lucha de fuer-

za entre clases, y no como una cuestión de

ciencia y de justicia, absoluta y general, es

absurdo, tanto como si se quisiera encarar la

patria potestad como una lucha entre padres

e hijos, o la calidad de la cosa vendida como

una lucha de clases productoras y clases co-

merciales.

No se trata tampoco de una ley adminis-

trativa y transitoria, sino de reglas que arran-

can de los principios fundamentales del dere-

cho y de las ciencias antropológicas, porque

afectan a lo más interesante para el hombre:

su actividad, su libertad, su personalidad mis-

ma y su bienestar.

No se trata, en fin, de dispensar favores,

de hacer caridad a los proletarios, sino de

dar a cada uno lo que corresponde en justi-

cia, y de ello resulta un beneficio para todos.

El día en que el vencedor dejó de comerse al

vencido y lo hizo su esclavo, renunció a unos

pocos kilos de carne, pero aprovechó su tra-

bajo por toda la vida; y si en algo entró en

la legislación obrera de Indias el sentimien-

to humanitario, es indudable que su objeto

principal fue la conservación del brazo que a

todos enriquecía.

Los Estados Unidos prueban que donde

mejor vive el obrero, allí la producción en-

grandece y los ricos son más ricos que en

otra parte cualquiera.

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1904

1890 - 1956

103¿Por qué esta Nación, que tiene tantos e in-

comparables medios de riqueza, no daría al

mundo el ejemplo de la mejor legislación obrera?

¡Cuánto más valdría que todas las agen-

cias de propaganda!

11. Una observación general en el país, aunque

ella no sea objeto de la ley del trabajo, es la des-

preocupación de las autoridades públicas res-

pecto de las diversiones del pueblo trabajador.

La acción civilizadora del teatro no cabe

discutirla, ni tampoco la fuerte impresión que

produce en las clases menos cultas, con ma-

yor energía que en las más elevadas, porque

aquellas separan poco lo que hay de ficticio y

de real en la escena. Todo es vivo y existente

para el pueblo que va al teatro, y la ilumina-

ción, lo bien vestido que allí se va, el silencio y

la compostura, contribuyen a dar más vivaci-

dad a las impresiones, que perduran a través

del sueño que sigue a la representación.

Ya dije al tratar de Entre Ríos lo que vi en el

teatro del Paraná, y como medio de propagan-

da y de educación creo que vale más una re-

presentación de teatro que cien discursos, y la

acción suavizadora de las costumbres, la ele-

vación de sentimientos que produce la música

en acción no puede ser por nada substituida.

Pues bien, las clases obreras de la Repú-

blica están excluidas de estos goces y de esta

acción civilizadora; porque no puede decirse

que llene la necesidad el teatro chico y por

secciones que está a su alcance en Buenos

Aires, ni por su índole, ni por su extensión lle-

na semejantes fines.

Desde los egipcios y griegos a los roma-

nos, desde los señores feudales a las so-

ciedades modernas, todos los pueblos bien

organizados se han preocupado de las diver-

siones del pueblo como una necesidad, como

una función del Estado. Desgraciadamente

nada se ha hecho entre nosotros sobre esto,

y antes bien, las diversiones en que el pueblo

desarrollaba su destreza, como la sortija y las

carreras, decaen cada día más, no quedándo-

le sino la taba y la pulpería como recurso, y el

bailecito que fomenta su vicio.

Entiendo que podría mejorarse mucho si

las municipalidades obligaran a las empresas

a precios muy bajos para las localidades de

paraíso y una mitad de la cazuela, dejándoles

la libertad de precios en las demás, sobre todo

para aquellas que ocupan en los teatros los

que van allí más por ostentación de sus tra-

jes y joyas, o por puro placer, pues tienen otros

cien medios de ilustrarse. Ni gobiernos ni mu-

nicipalidades debieran conceder subvencio-

nes, ni contratar arriendos sin esa condición.

Además, las fiestas patrias y patronales,

las inauguraciones, se hacen para las clases

elevadas, y hay ciudades en que ni siquiera

fuegos artificiales se queman. Sin embargo,

el 95 por 100 de lo que se gasta y de que el

pueblo no goza, es él quien lo paga, sin que se

piense en darle conciertos al aire libre u otras

diversiones que lo solacen y liguen al movi-

miento general. Si se le da algo directamente,

es siempre la carne con cuero y la empanada,

que hablan al estómago y jamás a su espíritu.

Las sociedades corales, que han sido un

medio tan poderoso de civilización en Europa,

aquí serían de muy fácil creación, dada la afi-

ción natural a la música.

Ya dije cómo las leyes coloniales habían

estimulado esa tendencia del indígena a la

música, cómo en Tucumán una banda modelo

da tan buenos resultados. Estos son los me-

dios más seguros de sacar al obrero de las

tabernas.

Repito que esto no es de la ley del trabajo;

pero es de la ley del patriotismo, y todos de-

ben tender a darle lo que le corresponde.

Saludo a V. E. con mi mayor consideración.

Fuente: Juan Bialet Massé, Informe sobre el estado de las clases obreras, vol. II, La Plata, Ministerio de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires, 2010, pp. 443-458.

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1904

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

104

Tapa del folleto de Reglamentación del trabajo femenino y de niños, Centro Socialista Femenino, 1907.

CeD

InC

I

Page 105: Manifiestos 1890 1956 parte1
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Avanzada la primera década del nuevo siglo, la conflictividad social, antes que cesar, se multiplica tanto en su intensidad como en los alcances de nuevas geografías. Si la “semana roja”, que comienza con la represión –devenida masacre– de trabajadores que conmemoraban el 1° de Mayo en Plaza Lorea, da cuenta del agravamiento de esa conflictividad en el universo urbano, la rebelión agraria de pequeños y medianos arrendatarios que estalla en un pueblo del sur de Santa Fe en junio de 1912 –que pasará a la historia como el “Grito de Alcorta”– es un indicador de cómo las luchas y los antagonismos se desplazan también al mundo rural. A pesar de los fastos, las recepcio-nes de grandes personalidades mundiales y la gran cantidad de activi-dades, la mirada autocomplaciente de las élites gobernantes durante los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo no pueden ocul-tar lo evidente: la celebración se realiza bajo el “estado de sitio” decre-tado por el presidente Figueroa Alcorta.

Sin embargo, las alianzas y consensos dentro de esas élites son menos estables y duraderos de lo que aparentan. Las fisuras entre los sectores “conservadores” del Partido Autonomista Nacional (PAN) y la “línea modernista”, encabezada por Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña y Figueroa Alcorta, entre otros, dará lugar a la sanción de la Ley 8.871, mejor conocida como “Ley Sáenz Peña”, en virtud de que el presidente homónimo fue su principal impulsor. Esta ley, que estable-cía el voto universal, secreto y obligatorio (para los ciudadanos argen-tinos varones), traerá importantes consecuencias en el mapa político de la época, entre las que se cuentan el retorno del radicalismo a las lides electorales de la Argentina.

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Trabajadores:

Otra vez la horda de asesinos instituidos en guardianes del orden burgués ha cum-plido su misión: la sangre de nuestros hermanos ha sido derramada de nuevo… ¡El propósito criminal, cobarde, bien deliberado de nuestros enemigos, de nuevo se afirma sobre la matanza del pueblo obrero, pretendiendo ahogar con el crimen nuestros anhe-los, nuestras obras revolucionarias, nuestro gesto libertario!

¡Es el signo de los tiempos burgueses: el asesinato colectivo!La cobardía, la traición, la muerte, el último estertor sanguinario y miserable, todas

las pasiones decadentes; eso constituye la expresión típica del alma que palpita en las clases explotadoras.

¡Incapaces de crear la vida, se afirman sobre el mundo de la muerte, acechando en la celada traidora, la vida nueva que nosotros gestamos en nuestro esfuerzo doloroso y tenaz por conquistar la libertad!

¡Ya lo tenemos experimentado, ya debe haber penetrado bien en lo hondo del espí-ritu obrero: que nuestros enemigos eternamente sólo contestarán a cada acto de nuestra labor emancipadora con la hecatombe de la Comuna de París, con las horcas de Chi-cago, con las infamias de Montjuich, con las matanzas de los nuestros en la gran Patria Argentina!

Y bien, camaradas, ¡por favor no haya miedo! ¡Si nuestra libertad sólo puede ser posible a través de esos sacrificios, armémonos de todos los corajes y persistamos en nuestra jornada marchando sobre los cadáveres y la sangre de los nuestros!

¡La violencia, la rabia impotente, el golpe asesino de nuestros enemigos no pueden ser contestados con la resignación y la retirada de las masas proletarias!

Al contrario, que un grito unánime de ira y de venganza azote la sociedad de los tiranos. Que a su saña criminal responda el pueblo obrero insistiendo en la lucha con todos los impulsos trágicos y valientes, con todo el arremeter heroico que las circuns-tancias demandan y que merece el premio de nuestra libertad.

Proclama de la Unión General de Trabajadores (UGT), la FORA y diversas sociedades obreras en la Semana Roja de 1909

Esta proclama es una convocatoria a una huelga general en repudio a la bru-tal represión de los actos del 1º de Mayo en Plaza Lorea (a pocos metros del Congreso de la Nación). El ataque contra los obreros fue comandado por el jefe de policía Ramón L. Falcón y dejó un saldo de decenas de muertos y heridos.

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108 ¡A la brecha, pues, trabajadores! ¡Por la venganza de los caídos, por nuestra dignidad y por nuestro porvenir!

¡De nuevo a la lucha, trabajadores, más decididos y más pujantes que nunca!

Camaradas:

En este grito y en este propósito firme, espontánea y unánimemente las distintas instituciones obreras que suscriben han acordado las siguientes resoluciones:

1º Declarar la huelga general por tiempo indeterminado a partir del lunes 3 y hasta tanto no se consiga la libertad de los compañeros detenidos y la apertura de los locales obreros.

2º Aconsejar muy insistentemente a todos los obreros que a fin de garantizar el mejor éxito del movimiento se preocupen de vigilar los talleres y fábricas respectivas, im-pidiendo de todas las maneras la concurrencia al trabajo de un solo operario.

Fuente: Antonio López, La FORA en el movimiento obrero, Buenos Aires, Editorial Tupac, 1998.

La represión durante el acto del 1º de Mayo de 1909 convocado en Plaza Lorea deja decenas de muertos y heridos.

AGN

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Un año más. Han transcurrido ya ocho

años desde aquel día, un 14 de no-

viembre como hoy, en que Radowitzky,

erigiéndose en juez intérprete de la justicia

popular, armó su brazo para vengar el ultraje

inferido al pueblo por aquel asesino unifor-

mado que se llamó Falcón.

Entre los fragmentos de la bomba potente,

se revolcó la hiena que tanto placer experi-

mentara viendo brotar la sangre de los cuer-

pos que, en la masacre del 1° de mayo de

1909, quedaron tendidos sobre la gran ave-

nida. Y fue quizás en ese momento supremo,

que comprendió él, brutal y prepotente jefe de

la horda policíaca, que había una justicia más

equitativa, más compensadora, que no estaba

legislada, codificada, ajustada a las prescrip-

ciones de la ley absurda y convencional.

Todo el pueblo aprobó el acto justicie-

ro de Radowitzky. La ley quiso amordazar

las bocas que gritaban, estrangular en las

gargantas las palabras de aprobación, y en

cualquier reunión de trabajadores que se co-

mentaba el hecho, no faltaba el alcahuete, el

[ilegible] policíaco que denunciara a los apo-

logistas del crimen que tenía en suspenso a

la canalla dorada que había aterrorizado a

los esbirros que oficiaban de gobernantes en

esa República supeditada al poder de un Fi-

gueroa Alcorta reaccionario y brutal que ha-

bía implantado el terror negro, dando carta

blanca a la policía para que diera caña a los

anarquistas.

Vergüenza causa recordar aquellos días y

los que siguieron a la memorable fecha. La his-

toria argentina tiene una página sangrienta, un

folio bochornoso, escrita por los (…) que hicieron

del poder el más ignominioso baluarte de sus

odios. El glorioso centenario de la Independen-

cia de esta nación culminó la era de la barba-

rie: la canalla dorada pudo, mientras festejaban

con banquetes, desfiles y funciones de gala la

independencia argentina, asaltar los locales y

diarios obreros mientras las estrofas del him-

no argentino, “¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!”,

se entremezclaban con los gritos salvajes de

“¡Muera el extranjero! ¡Mueran los anarquistas!”.

¡Avergonzaos, argentinos! El delirio pa-

triótico se exacerbó con el miedo, el terror

que a la cobarde burguesía causaban las

ideas innovadoras. Temblaron los prepo-

tentes ante el tribunal de la conciencia po-

pular, y en cada encrucijada les parecía ver

un Radowitzky dispuesto a arrojar la bomba

vengadora… ¡Y los cobardes aterrorizados

fueron fieras, donde los instintos bestiales

presidían todas sus acciones!

En el mármol perpetuaron la ignominia,

queriendo en el arte sintetizar la infamia. Un

monumento grotesco exhibe la figura simies-

ca del bruto. Y para mayor escarnio se dice es

erigido en “desagravio a la cultura nacional”.

1909- RADOWITZKY -1917

POR EMILIO LÓPEZ ARANGO

El 14 de noviembre de 1909, Simón Radowitzky, un joven activista de origen ucraniano, asesina al comisario Ramón L. Falcón al atacarlo exitosamente con una bomba en el cruce de las avenidas Callao y Quintana. En noviembre de 1917 el anarquista Emilio López Arango conmemora y reivindica ese acto en la primera página de La Protesta.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

110 El presidio, el helado calabozo, huérfano

de aire y de luz, sirve de alojamiento al mártir

que cometió el horrendo crimen de vengar al

pueblo. La sociedad hipócrita y convencional

condenó al noble y generoso Radowitzky a una

lenta agonía, descargando sobre él la justicia

histórica su sanción infame. El mármol de la

estatua enrojecerá de vergüenza y las eternas

nieves de Ushuaia reflejarán en su blancura la

noble figura del presidiario. ¡Enrojeceos voso-

tros, argentinos, mientras en el blanco azul de

vuestro cielo aletea el bochorno!

Ningún homenaje mejor que recordar al

compañero que en el cautiverio purga su gran

culpa, la culpa de haber recogido en su cora-

zón el inmenso dolor del pueblo, vengando el

ultraje inferido por los descamisados por el

polizonte Falcón, eliminando al responsable

de la masacre de mayo, del cobarde asesinato

perpetrado en plena vía pública sin que de los

potentados partiera una sola voz de reproche.

Su retrato de presidiario honra hoy las co-

lumnas de La Protesta, de este diario que es

palestra de las ideas anarquistas, que son sus

ideas, las ideas que le dan valor para seguir

soportando la vida odiosa del presidio.

¡Salud, hermano: los anarquistas, al recor-

darte hoy, a ocho años del día que sacrificaste

tu libertad por la causa del pueblo doliente,

te enviamos nuestro fraternal saludo a la vez

que anatematizamos a los verdugos que go-

zan torturándote, que sienten vesánico placer

al ensañarse en tu cuerpo de rebelde!

Fuente: Emilio López Arango, La Protesta, Buenos Aires, 14 de noviembre de 1917.

Fuente: Fondo Salvadora Medina Onrubia/CeDInCI. 

Simón Radowitzky, 1935. Salvadora Medina On-rubia, anarquista, escritora y esposa del director del diario Crítica, Natalio Botana, fue una de las más firmes defensoras de la liberación de Radowitzky, quien permaneció en la cárcel de Ushuaia hasta 1930, cuando fue indultado y obligado al destie-rro. En Montevideo, es llevado a la cárcel nue-vamente, esta vez en el penal de la Isla de Flores, desde donde le escribe a su amiga Salvadora.

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Día 14. Asaltos en las calles

Las turbas de “estudiantes” y patoteros

de café, que durante todo el día habían pa-

seado por las calles cantando como ener-

gúmenos las estrofas del Himno Nacional y

apaleando a los transeúntes ignorantes de

lo que pasaba, se habían reconcentrado en

los alrededores del edificio de La Protesta

–diario anarquista de la mañana– y a las 8

de la noche se encontraban reunidas unas

mil personas, que aumentaban de vez en vez

con grupitos procedentes de los principales

clubs sociales.

La turba se agitaba cada vez más violen ta.

Los gritos de “abajo la anarquía”, “mueran los

gringos” se hacían cada vez más nutridos.

De pronto llegan varios automóviles car-

gados de jovenzuelos conduciendo teas in-

cendiarias y numerosas latas de nafta. Los

manifestantes se arremolinaron alrededor

del edificio abandonado –horas antes ha bía

sido clausurado y sellado por la justi cia– y

después, en un segundo, vertigino samente

se lanzaron contra las puertas, ar mados

muchos de ellos con las mismas ha chas de

los bomberos que habían acudido de ante-

mano al mando del Comandante Armesto

–¿a qué habrían acudido los tales bombe-

ros?– mientras la policía permanecía impa-

sible y sonriente.

Incendio de La Protesta

Fue cosa de segundos. Una columna de

humo blanco ascendió en la atmósfera cal-

ma hacia los cielos azules… y tras de ella

las rojas llamaradas que cruzaron en breve

todo el espacio. Era como si se hu biese con-

seguido una formidable victoria, como si se

hubiese dado muerte a algún monstruo fa-

buloso desolador de pueblos. “La chusma

paqueta” bailaba y cantaba alrededor de la

inmensa hoguera que iba reduciendo a ce-

nizas la imprenta de aquel diario, instalada

a costa de miles de esfuer zos y de lágrimas

obreras.

–¡Se quemó! ¡Hemos vengado a Falcón!

–¡Se quemó! ¡La Protesta se quemó!

Y era como si se hubiera muerto una bes-

tia fabulosa.

ASALTO A LA PROTESTA

Tras el asesinato de Ramón L. Falcón, la represión se ensaña con el movimiento anarquista, con sus periódicos y con los sindicatos adheridos a la FORA. En el contexto de los festejos del Centenario, ante la posible declaración de una huelga general por parte de los trabajadores y la declaración del estado de sitio, un grupo de jóvenes de clases altas decide asaltar locales y perseguir a los militantes adheridos a dicha federación obrera. Aquí la crónica de los acontecimientos publicada días después por el periódico.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

112 Asalto a La Vanguardia

–¡A La Vanguardia!

Cuando ya no quedaba sino el rescoldo

de la hoguera, la muchedumbre sintió que

sus deseos de exterminio y de destrucción

no estaban saciados aún. –¡A La Vanguar-

dia! –fue el grito de orden. Los más “razona-

bles” quisieron contenerla. La Vanguardia no

era anarquista y además habíase declarado

abiertamente en contra de la Huelga General

del Centenario… Pero no hubo forma de dete-

ner aquella masa inconsciente y corajuda de

impunidad.

Cincuenta soldados del Escuadrón de Se-

guridad y otros tantos bomberos estaban

apostados frente al edificio de este diario y

bajo su custodia fueron totalmente destrui-

dos las maquinarias, las bibliotecas, los ar-

chivos. Allí se le oyó al Comandante Armesto

incitar a los incendiarios, diciendo “adelante,

muchachos, que yo también soy argentino”;

pero allí también fue dado pre senciar la pri-

mera reacción pública contra el vandalismo

patriótico. Numerosas seño ras y niñas aso-

madas a los balcones in creparon duramente

a los asaltantes, que faltos de todo respeto a

la vida y a la dignidad ajenas pretendían com-

pletar con un incendio su labor destructora…

–¡A “La Batalla”! ¡A Méjico! ¡A Barra cas!

–gritaban ahora los energúmenos, agi tando

triunfalmente banderas, libros, do cumentos,

retratos, todo lo que habían po dido robar de

los locales asaltados.

En los locales obreros

En el local obrero, sito en Méjico 2070, se

renovaron las proezas narradas anteriormen-

te. Empezaba la obra de destrucción, cuando

un vigilante ajeno a los sucesos que se desa-

rrollaban hizo dos disparos al aire con inten-

ción de intimidar al grupo de manifestantes,

cuya procedencia era desconocida para él.

Se produjo una confusión espanto sa; en la

fuga los revólveres donados por la Hípica se

descargaban en todas direcciones. “¡Sálvese

quien pueda!” era el grito de orden…

Inmediatamente acudió la policía en bus-

ca de los “anarquistas” que debían haber cau-

sado aquel desorden; pero como no se encon-

tró ningún herido, se pensó que aque llo había

sido una muchachada…

Después de dos horas de deliberación

inicióse nuevamente el asalto, hasta que las

puertas del local abandonado cedieron, per-

mitiendo la irrupción de los bárbaros.

Bibliotecas, archivos, periódicos, todo fue

quemado en plena calle.

Fuente: La Protesta, Buenos Aires, noviembre de 1909.

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Recitado

Oíd mortales el grito sagradode anarquía y solidaridad.Oíd el ruido de bombas que estallanen defensa de la libertad.El obrero que sufre, proclamala anarquía del mundo a través,coronada su sien de laureles,y a sus plantas rendido el burgués.El vil clero a la cara te escupey el que manda te aplique su ley.Y el burgués tu sudor te arrebatay te matan la patria y el rey.Viva, viva la anarquía,viva el pueblo productor.Libertad, igualdad y armonía,arte, paz, justicia y amor.

Recitado

Pero así como luchan por la redención social,los anarquistas no olvidan la parte cultural:diarios, libros, conjuntos filo dramáticos,revistas culturales.E introducen una novedad:El payador anarquistaque, cantando,lleva sus ideas hasta el rincónmás olvidado de la Argentina.

Fuente: Osvaldo Bayer, Los anarquistas expropiadores, Buenos Aires, Tierra del Sur, 2004.

Letra con que los anarquistas cantaban el himno nacional al iniciar sus actos a principios del siglo xx.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

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Señores:

La dirección superior que rige la evolución de las cosas humanas y vela sobre el destino de los pueblos ha prodigado sus auspicios misteriosos a la gloria del denuedo argentino por la libertad americana, estableciendo las bases de la soberanía internacio-nal del Continente.

¡Ningún hecho más grande entre los que ha producido uno de los más grandes siglos de la historia!

El punto de partida del esfuerzo emancipador precede a la inspiración ardiente del estallido mismo, viene de orígenes más templados y serenos, y tiene formación sedimentaria en anhelos y aspiraciones colectivas que agitaban el ambiente moral del mundo civilizado, trascendiendo a todos los ámbitos con poderosa repercusión. Ha de ser, pues, para esos ideales de sublime grandeza que han presidido la redención política de los pueblos, nuestro homenaje más alto en esa hora de las rememoraciones históricas y de la cívica expansión del regocijo público.

Obra del sentimiento y de la acción popular, el esfuerzo por nuestra independencia, que fue en los hechos un drama intenso y glorioso, y es en las elevadas consagraciones del dere-cho el imperio del credo democrático, corresponde al pueblo argentino el primer galardón de la penosa jornada en la que conquistó con su sangre y su heroísmo, el escenario donde ganaría más tarde con su actividad y su inteligencia las batallas del trabajo y la civilización.

Considérese entretanto, que en la trama de la gran epopeya se destacan entre res-plandores y sombras, dominando la escena heroica los precursores y los próceres, que encauzaron las corrientes del impetuoso movimiento y dieron orientación y modalidad positiva a la idea redentora; y al evocarlos en este día que es todo de ellos, porque ellos fueron la encarnación viviente de la Patria, elevemos el espíritu hacia las inspiraciones de la verdad y la justicia, y rindamos a sus virtudes y sacrificios el tributo de veneración con que la posteridad los consagra inmortales en la historia.

Honor, pues, a los grandes principios morales y políticos tutelares de la libertad y del derecho humano, que infundieron en el espíritu argentino el ideal de la patria soberana; honor a la acción cívica de un pueblo que se mostró tan digno de los viri-les antecedentes de su raza, como de la suprema legitimidad de sus anhelos; honor, en fin, a los próceres ilustres que fueron en la inspiración y en los hechos actores eminentes del histórico drama y ofrendaron en el altar de la patria el holocausto del heroísmo y de la gloria.

Discurso de Figueroa Alcorta en los festejos del Centenario

25 de mayo de 1910. Discurso del presidente José Figueroa Alcorta en el acto de colocación de la piedra fundamental del monumento a la Revolución de Mayo de 1810.

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115Señores:

La noche tres veces secular que sucedió a los resplandores de la conquista, gravitó sobre el continente sudamericano como un manto aislador y esterilizante, destinado a impedir la germinación de las ideas de progreso moral o político, y a dar estabilidad, en consecuencia, a la dominación colonial establecida.

Una conjunción de circunstancias fortuitas estimulaba la subsistencia de aquel pre-dominio de la inercia sistemaza [sic]: época de crisis universal determinada por múlti-ples factores, tenía su campo de adaptación más fecundo en la entonces lejana factoría, aislada, desierta, inculta, a donde no alcanzaban sino apagados por el tiempo, la distan-cia y la fiscalización restrictiva, los ecos del mundo civilizado.

Aquella estagnación prolongada debía producir fatalmente los efectos y resultados que le son inherentes, y de ahí que a la esterilidad y penuria en lo material y económico, correspondiese en el mismo grado la depresión moral que bastardea los atributos de la raza, que anula los sentimientos de cohesión social, que suprime el ideal colectivo al libre ejercicio de la propia soberanía.

No es que la colonización española hiciera al respecto ni más ni menos que los de-más predominios conquistadores de aquellos tiempos; y no para atenuar el rigorismo extremo de la madre, que en dignísima representación recibe hoy el hijo con emoción cariñosa en el hogar engrandecido, sino para ser fieles a la verdad histórica, debemos considerar que los errores aludidos fueron productos del ambiente mundial de una época caracterizada por los principios y tendencias que han resistido en luchas seculares el advenimiento de las nuevas ideas.

Pudo ser otra, en verdad, la actuación gubernativa de la Metrópoli en el régimen político de los estados que fundara su genio y su vigor; pero debió ser aquella, para corresponder a la inflexible lógica de las leyes históricas, y acaso para justificación pro-videncial anticipada de ulteriores reivindicaciones en nombre de la libertad.

La aptitud de expansión de las ideas, superior a toda coerción material, por grande que sea el poder que la determine, abatió en nuestro caso todas las barreras; y el ais-lamiento, la inacción y el desierto, resultaron en definitiva antemurales ineficaces a la propagación del verbo augusto que consagró la soberanía política de Sud América.

No hay en los anales de la evolución histórica de las naciones un hecho trascenden-tal preparado, en sus orígenes y antecedentes, con caracteres más acentuados que el mo-vimiento libertador de Mayo, a tal punto que, si en vez del lógico desenvolvimiento de las acciones humanas, hubiéramos de admitir la intervención de secretos designios en el régimen de la historia, diríamos que aquella influencia misteriosa formó el encade-namiento de los sucesos, colocando eslabones sucesivos en los principios proclamados por la Revolución francesa, en el esfuerzo heroico de la reconquista de Buenos Aires, en la dominación napoleónica de la madre patria, y en las mil circunstancias de múltiple carácter que modelaron la conformación espiritual y material de la gran epopeya.

Inconexa y sin virtualidad todavía bien definida, existía ya, sin embargo, una opi-nión pública, que asumiendo la dirección inicial de los acontecimientos, constituiría luego el alma y el brazo de la magna empresa; y fue en ejercicio del cometido de esa fuerza colectiva que los patriotas de Mayo desconocieron la existencia del poder origi-

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

116 nario del Virreinato substituido por autoridad extranjera, y proclamaron la decisión de reasumir nuestro derecho y echar las bases del gobierno del pueblo que aspiraba a ser libre y soberano.

Lo que fue nuestra revolución como acción militar, como actuación a la vez insti-tucional y guerrera, como esfuerzo decisivo en los debates preliminares y en las con-tiendas de hecho, está consignado en anales que proclaman la nobleza y el heroísmo de dos pueblos: fue el choque de dos gallardías cumpliendo bravamente sus respectivos destinos, en jornadas guerreras tan gloriosas como las que más honran la abnegación de un pueblo y el valor de una raza; fue la lucha potente y decidida de principios políticos divergentes, que debatieron su predominio lo mismo en los cabildos y juntas deliberan-tes, que en los campos de batalla; fue al mismo tiempo resultado y antecedentes, acción y dirección, impulso inmediato y actuación directa y principal en el desarrollo de los sucesos que fundaron la independencia de los pueblos del Continente. Y cuando al tér-mino de la cruzada gloriosa, pudo su influencia indirecta en el régimen político de las nuevas naciones, suscitar desacuerdos y recelos, mantuvo incólumes los fundamentos de su prestigio, replegando su acción y consagrándola a consolidar en la patria la obra institucional emprendida con el vigor de las grandes inspiraciones.

Altiva y noble como su credo, la revolución de 1810 no impulsó su acción en acto alguno del arduo proceso, al calor de pasiones y de sentimientos que no correspondie-ran a la grandeza de la causa; el odio, el rencor, la animosidad enconada de la guerra, no estuvieron en la índole ni en los hechos de aquellas campañas y combates que de-finieron destinos superiores sin desgarrar íntimas vinculaciones: de ahí que al término del lance viril y caballeresco, florezcan lozanos en el campo de la contienda los afectos perdurables entre los actores de aquel intenso drama de la historia hispanoamericana.

Realizada la obra de la emancipación por el triunfo de los ejércitos patriotas, que de Tupiza a Ayacucho se cubrieron de gloria sin amenguarla de sus contenedores, y antes bien, confirmando las nobles cualidades de la estirpe, se inició para la nueva entidad incor-porada al concierto de las naciones, el período más delicado y penoso: el de los primeros pasos en el escenario de la vida libre, el de adaptación de nuevos estatutos políticos, el de organización del régimen interno en sus bases fundamentales del gobierno institucional y administrativo, el del ensayo, en fin, vacilante y medroso unas veces, y otras decidido y violento, pero siempre eventual en los medios, e incierto y precario en los resultados.

El soldado de los ejércitos libertadores, instituido tribuno y gobernante, en una democracia embrionaria, en un medio ambiente semicaótico, sin otro bagaje que sus prestigiosos militares y su amor a la libertad, emprendió la obra de la organización civil y política, sin orientaciones definidas, desprovisto de los principales factores morales del gobierno propio, apremiado a todas las soluciones, abocado a todos los peligros, in-clusive el del naufragio mismo, en el desquicio y en la inercia, de lo que había fundado la gloria y el denuedo.

En tales circunstancias, el problema se planteó, en el conjunto de sus complicacio-nes, superior a los medios de solución, y a medida que avanzó desprestigiada y mal-trecha la actuación de los denominados gobiernos iniciales, fue condensándose aquel residuo sedimentoso de errores y de contiendas banderizas, hasta constituir la atmósfe-ra vital del caudillismo, que fue a la vez causa y efecto, antecedentes y consecuencia de

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117la anarquía política, de la guerra civil, del despotismo cruento, de la crisis moral más intensa que un país haya sufrido en el proceso de su evolución orgánica.

No armoniza con el medio ambiente de esta hora de patrióticas gratulatorias, el cuadro de aquel eclipse sombrío que detuvo en un largo espasmo de dolor y de amar-gura, el desarrollo de las aptitudes morales y materiales del país. Bástenos considerar que también hemos triunfado –y Dios ha de permitir que sea para siempre jamás– de aquella dura prueba, que fue en los hechos el crisol depurador de nuestras instituciones orgánicas; y hoy luce el sol de la libertad civil y política, el inmanente sol de Mayo, símbolo argentino de su credo y de su afán generoso por los ideales superiores de jus-ticia y civilización; y hoy están abiertos al legítimo anhelo positivo y a las expansiones elevadas del espíritu, el vasto dominio territorial, hospitalario y fecundo, y el horizonte ilimitado del pensamiento y de la idea, donde se modelan todas las manifestaciones del ansia infinita por la felicidad humana.

Ascendemos la cima con el ánimo fuerte y el paso a la vez acelerado y firme. Nos apremian poderosos impulsos, que están en nosotros mismos, en nuestra conformación moral y física, en las instituciones libres, en el suelo fecundo, en el clima benigno, en la amplitud generosa de la vasta heredad, en el robusto batallar afanoso de una estirpe nueva que se forma por selección de energías cultivadas en terreno propicio, sin amen-guar la esencia de la cimiente originaria.

En plena labor, en intensa faena de múltiple expansión en todos los órdenes de la vida colectiva, acaso pudiéramos afirmar que nos sorprende la declinación de la prime-ra jornada secular de actuación soberana, y el advenimiento de una nueva centuria a recorrer en el camino sin término. Y suspensa un instante la tarea, para contemplarla, vuelta la mirada hacia el ocaso, se admira y se bendice el pasado, génesis de dolor y de heroísmo, de sacrificios y de gloria, que forjó en los principios de libertad y de justicia el pedestal de la Patria; mientras la orientación opuesta señala en la aurora de la era nueva, la obra actual consolidada y engrandecida en el porvenir por el esfuerzo de las genera-ciones sucesivas, acrecentadas y felices en la paz del trabajo, en la armonía del derecho y la justicia, en la solidaridad del ideal y de la acción, en la vinculación imperecedera de los destinos comunes y de los anhelos superiores.

Alienta y fecundiza esta obra, que se manifiesta destinada a corresponder en sus resultados finales a la grandeza de sus orígenes, el tributo de vigorosa energía impulsada en progresión creciente de todas las naciones del orbe, en hombres e instituciones que buscan la radicación que les corresponde en la rotación incesante del progreso. De ahí el singularizado homenaje que debemos a los principios de redención humana que tienen por base la libertad y la justicia, que enaltecen el concepto del bien y la noción de la vida, que orientan los espíritus en el ritual del deber, que levantan los prestigios al nivel de los merecimientos, que estrechan en un vínculo fuerte de armonía y de paz a los hombres y a los pueblos, aproximándolos al ideal de la fraternidad imperecedera.

Y bien, señores: en la representación simbólica que ha de dar la gráfica exterioriza-ción del concepto modelado por la inspiración artística, el monumento que aquí consa-gramos a la conmemoración de nuestra emancipación política, tendrá el múltiple signi-ficado histórico que lo determina. Representará para nosotros y para nuestros sucesores en el porvenir, aquel esfuerzo heroico, impulsión soberana, arranque de energía genial,

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

118 que decidió en un instante supremo de los destinos de la América Española; evocará el proceso evolutivo del país y del pueblo argentino, con sus afanes y quebrantos por la conquista de sus ideales y el desenvolvimiento de sus aptitudes orgánicas; y constituirá a la vez un símbolo y un exponente de gratitud y de esperanza, de veneración y de estímulo –de gratitud y veneración por el virtuoso heroísmo que nos dio patria–, de estímulo y esperanza para las generaciones sucesivas que perpetúen en los siglos la altiva tradición de Mayo, donde se inician los antecedentes históricos de nuestra incorpora-ción al concierto de los pueblos libres.

Elevemos, entretanto, el corazón y el pensamiento a la excelsitud de las inspiracio-nes grandes, y confiemos al auspicio del Dios de las Naciones, como voto supremo de esta hora, la grandeza de la Patria, la paz de los pueblos, la felicidad común.

Fuente: SEDICI, Repositorio Institucional de la UNLP. Disponible en http://sedici.unlp.edu.ar/handle/ 10915/21481.

El presidente José Figueroa Alcorta y la Infanta Isabel de Borbón se dirigen al Tedeum en la Catedral Metropolitana durante los festejos del Centenario argentino.

AGN

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119

Es muy cierto, señores, que han merecido bien de la Patria, todos cuantos han teni-do la misión de cooperar al éxito de nuestro centenario. (…)

Algo muy extraordinario ha pasado, señores, por el alma nacional. Algunos días atrás, la conciencia de todos era asaltada de amargas inquietudes. Vivíamos en un am-biente de indecisión. Un hálito helado congelaba en nuestras venas el naciente entu-siasmo, inoculándonos los gérmenes de un espasmo indefinido. Dudábamos del éxito: la indecisión, madre del desaliento, era lo que respirábamos en la atmósfera. Los hijos de las tinieblas, sintiéndose por unos momentos dueños casi absolutos del terreno, cre-yeron llegada ya su hora: extremaron los recursos, llegaron a los excesos, ¡nos hirieron en la mitad del alma! Señores, yo no puedo agradecer el crimen. Pero siento tentaciones de exclamar, ante el recuerdo de aquellas siniestras amenazas: “¡Feliz provocación!” (…)

Se había pretendido relegar a la oscuridad nuestra bandera: y nuestra bandera salió y salió llevando por pedestal el pecho de los niños y el corazón de las mujeres, porque se quiso hacer gala del valor, venciendo con la debilidad: y la bandera se enarboló sobre nuestras casas, como sobre otras tantas ciudadelas del sentimiento patrio y como si esto no bastase cincuenta mil manos viriles la enarbolaron haciéndola flamear sobre las anchas avenidas, de suerte que por algunas horas pudimos hacernos la ilusión de que la amplitud celeste y blanca de los cielos había abandonado las alturas en que se extiende, para bajar a envolver entre sus pliegues y venir a besar el suelo de la Patria. (…)

Hemos arrojado los cimientos del templo de nuestra grandeza, son magníficos, son hermosos, pero nos hallamos casi al principio de la gigante obra y debemos continuarla en forma tal que los que tengan la dicha de celebrar la nueva centuria, tengan también la de colocar sobre su cúpula la bandera. Estamos por lo tanto en el deber de alejar toda causa de rémora. (…)

Ya lo habéis comprendido, señores: me refiero a la prédica malsana de las doctrinas disolventes que vienen minando los sólidos principios de nuestra civilización. Yo no temo hablar, señores, temería más bien callar, porque con ello haría traición a mi Patria y a mi conciencia. El que no se siente con el valor necesario para denunciar al enemigo, no sólo es un cobarde, sino también un cómplice. (…)

Oración patriótica de monseñor Miguel de Andrea

El 2 de junio de 1910, monseñor Miguel de Andrea pronuncia una “oración patriótica” de acción de gracias por el éxito de las fiestas del Centenario. El obispo será nombrado dos años después como director de los Círculos de Obreros Católicos, desde donde mantendrá una fuerte prédica y parti-cipación a favor de la acción social de la Iglesia católica, disputando con los distintos partidos y agrupaciones de izquierda la influencia sobre la clase trabajadora.

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120 Así os hablo también ahora y sé que responderéis, haciendo desaparecer de nues-tro suelo hasta el vestigio de aquellos que alientan la esperanza de imponernos alguna tiranía. La juventud ha respondido ya a ese llamado noble de la Patria: ha sido la primera porque es la que menos puede contener los entusiasmos. Pero no debe ser la única. La Patria espera la respuesta en primera fila de todos los que sois, bajo su amparo, la encarnación de algún poder. (…) Y yo quisiera, señores, disponer en esta circunstancia memorable, de bastante autoridad para levantar mi débil voz y pediros en nombre de la Iglesia, la eterna aliada de la Patria, que como último tributo de vuestro reconocimiento a los Divinos favores, formuléis el voto de no atacar jamás su religión. Economizad en adelante esas preciosas energías para aplicarlas allí donde imperiosamente se reclaman. (…)

Seamos francos, señores, se puede disputar y aun si queréis, atacar a la verdad, por-que desgraciadamente está abandonada en la Tierra a las disputas de los hombres; pero nunca se puede disputar, ni jamás es lícito atacar a la virtud. Brilla esta de una manera tal que no deja resquicio alguno a la injusticia ni a la tiranía y aun cuando el cristia-nismo no mereciese todo vuestro respeto a título de verdad, lo merecería a título de virtud. No lo ataquéis pues, y cuando de ello sintáis tentaciones, pensad que cada uno de los ataques que dirijáis contra sus verdades y sus principios, contra sus prácticas y su moral, será un nuevo golpe que descargaréis sobre los cimientos mismos del edificio social en que descansáis: y lo que es más todavía, pensad que si os empeñáis en conmo-ver las columnas del templo, seréis quizá los primeros en quedar aplastados debajo de sus escombros. No nos ataquéis pues, puedo repetiros aun en nombre del patriotismo, de ese patriotismo que habéis visto surgir del corazón mismo de la Iglesia, como de la semilla surge la planta y como de la planta surge la flor. Esas preciosas energías que tan sin razón se dirigirían en contra de nosotros, aplicadlas resueltamente a contrarrestar la influencia demoledora de las doctrinas disolventes, cuya falta absoluta de razón de ser acabamos de ver una vez más en la gloriosa semana tan llena de gloria como fecunda en beneficios. (…)

He aquí, señores, el precioso lema que os dejo como recuerdo íntimo de mis pala-bras de hoy: “Dios y Patria”.

He dicho.

Fuente: Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República verdadera, Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo IV, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 183-184.

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Capítulo ITeoría de los estudios históricos

3. Objeto de la Historia en las escuelas

Constantemente se ha considerado que la

Historia sirve para sugerir el patrio tismo.

Tanto se ha exagerado sobre ello que se ha

llegado a desmonetizar el ideal pa triótico fal-

sificando con frecuencia la verdad histórica.

Los viejos libros de pedagogía y los estudios

más recientes –realizados durante el vivo de-

bate actual de estas cuestiones– abundan en

la ratificación de ese pensamiento.

En 1897 se preguntó a los candidatos al ba-

chillerato moderno en Francia: “¿Qué fin debe

tener la enseñanza de la historia?”. Y el ochenta

por ciento contes tó: “Promover el patriotismo”.

En los Estados Unidos, los autores del co-

nocido Informe de los siete dan estas conclu-

siones de su encuesta en algunos estados:

Nevada: “Encender el fuego del patriotismo y

alimentarlo constantemente”. Colorado: “Desa-

rrollar el patrio tismo”. Carolina del Norte: “Ha-

cer de nuestros niños verdaderos patriotas”.

En Alemania esa tendencia se exagera

más aún. Si la invasión napoleónica des pertó

en 1808 el sentimiento de la nacionalidad y

sacudió a su sociedad corrom pida, el impulso

idealista de sus filósofos tuvo raíces históricas.

Se recordó a la re mota Germania, y se dijo que

el pueblo alemán tenía en el mundo el destino

de salvar la civilización europea, equilibrando

y completando la obra de los pueblos meridio-

nales. El pueblo que no había cedido a la ocu-

pación romana y que había invadido el imperio

decrépito, debía resistir ahora el cesarismo y

el sensualismo latinos, renacientes en Francia

y en Napoleón. La lección histórica de Jena y

Tilsitt, enseñada imperialmente en sus escue-

las, los condujo a Sedán. El recuerdo histórico

de Sedán continúa alimentando el prestigio

de la casa prusiana y de la Prusia vencedora.

El Hohenzollern emperador ha dicho en 1889

dirigiéndose al Rector de la Universidad de

Gotinga: “Yo creo que es precisamente por el

estudio de la Historia como debe ser iniciado

el pueblo en los elementos que han elabo rado

su fuerza. Cuanto más asiduamente se enseñe

al pueblo la Historia más to mará conciencia

de su situación y será educado en la unidad de

grandes ideales y para grandes acciones. Es-

pero que en los años siguientes el estudio de la

Historia cobre aún más importancia que hasta

el presente”. Y desde luego ha llegado a co-

brarlo, alcanzando el patriotismo en Alemania

a asumir formas idólatras y antropomórficas.

Hoy es en aquel país, gracias a la educación

histórica, una poderosa religión primitiva.

LA RESTAURACIÓN NACIONALISTA

POR RICARDO ROJAS

Los festejos del Centenario promueven reflexiones sobre la identidad nacional. En 1909, Ricardo Rojas publica La restauración nacionalista, exhortando a los argentinos a estudiar su pasado seriamente y a enseñarlo a toda la juventud. En los siguientes fragmentosel lector puede apreciar lasideas de las que se sirve Rojaspara caracterizar la identidad nacional.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

122 Las opiniones son unánimes al respecto;

y la práctica del sistema ha dado ex celentes

resultados en algunas naciones. Pero a fin

de no extraviar el camino, ne cesitamos de-

finir en qué debe consistir ese patriotismo y

cómo debe servirlo la Historia sin traicionar

a la verdad, ni caer en la innoble patriotería.

Cifro en esta parte de mi Informe la creencia

de una concepción fundamental, y me per-

mito re clamar sobre ella la meditación de

los educadores.

El patriotismo, definido de una manera

primaria, es el sentimiento que nos mueve a

amar y servir a la Patria.

La patria es originariamente un territorio,

pero a él se suman nuevos valores económi-

cos y morales, en tanto los pueblos se alejan

de la barbarie y crecen en ci vilización. Por

consiguiente, a medida que el hombre se civi-

lice, ha de ser un sen timiento que se razone.

Su elemento objetivo, la tierra, varía también.

Puede ser la pampa ilimitada, poseída en

común por la tribu, tierra de siem bra o tierra

de pecoreos, que a los ojos del indio triste tie-

ne por límites la aurora y la tarde.

Puede ser el recinto amurallado de la ciu-

dad antigua, la terra patria donde duermen

los restos de los antepasados, donde arde la

llama de las aras do mésticas, donde el ciuda-

dano se sabe libre, a la sombra de las divini-

dades tute lares.

Puede ser, y acaso lo será algún día, toda

la tierra, toda la humanidad, como la quieren

los destructores de las patrias actuales, los

imaginadores de ciudades futuras.

En sus formas actuales, la patria se cir-

cunscribe a los límites de la Nación, con cuya

concepción política se confunde. El desear

una patria más amplia y una hu manidad

más fraternal, no me impide decir que la idea

moderna de nación es ge nerosa; que las na-

ciones ya constituidas van haciéndose cada

día más homogé neas y fuertes; que aun por

mucho tiempo, la historia de los continentes

nuevos será la formación de nuevas naciona-

lidades; y que la unidad del espíritu humano y

la obra solidaria de la civilización aconsejan,

precisamente, no destruirlas, sino crearlas

y fortalecerlas. Una literatura plebeya y una

filosofía egoísta, que disi mulaba bajo manto

de filantropía su regresión hacia los instintos

más oscuros, ha causado algún daño, en es-

tos últimos tiempos, a la idea de patriotismo.

El in noble veneno, profusamente difundido

en los libros baratos por ávidos editores, ha

contaminado a las turbas ignaras y a la ado-

lescencia impresionable. Y ha sido una de

las aberraciones democráticas de nuestro

tiempo y de nuestro país, que la obra de alta

y peligrosa filosofía circulase en volúmenes

económicos, más ase quible que el libro na-

cional o que los manuales de escuela. Por

eso se hace nece sario proclamar de nuevo la

afirmación de los viejos ideales románticos,

y decir que, en las condiciones actuales de

la vida, esa fórmula contraria a la patria, im-

plica sustituir el grupo humano concreto por

una humanidad en abstracto que no se sabría

cómo servir. En su doble carácter de esperan-

za y de irrealidad, esa pa tria futura se parece

tanto a la patria celestial de los místicos, que

permite como ella eludir la acción realmen-

te filantrópica y efectiva, cargando todas las

ventajas en favor del egoísta, que ni siquiera

tiene, como los secuaces de la otra, la corona

angustiosa del ascetismo.

Y si la patria de ahora es la nación, vea-

mos qué valores ella suma a la tierra, su ele-

mento originario, habiendo dicho que en tanto

el hombre se civilice, su pa triotismo ha de ser

un sentimiento que se razone. El móvil pri-

mordial de la de fensa se enriquecerá, pues,

con la agregación de nuevos valores, según la

medida de su propia civilización.

En efecto, el patriotismo es, en sus for-

mas elementales, instinto puro. Mani fiéstase,

casi exclusivamente, cuando lucha con inva-

sores extranjeros. Los indios de la pampa,

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123guerreando por su territorio, mostraron un

patriotismo elemental, pues sólo defendían

el suelo que los sustentaba y las hembras en

que perpetuaban su raza: en suma, los ins-

tintos radicales de la conservación personal

y de la con servación específica. No sé que a

esa resistencia se mezclaran supersticiones

re ligiosas sobre el invasor. En todo caso, ese

no era su núcleo, por eso llamo a ese estado

el del patriotismo instintivo.

Cuando los pueblos se instalaron en la ciu-

dad antigua, el patriotismo avanzó un grado en

su evolución. La terra patria era, en definitiva,

la tierra de los padres, el suelo santificado por

sus tumbas. Esto comportaba una estrecha

solidaridad con las generaciones anteriores, y

era la continuidad del esfuerzo. El patriotismo

se ejercitaba diariamente, en la práctica de las

instituciones o del culto. Manifes tábase, pues,

sin necesidad de la guerra, y cuando esta, se

defendía la ciudad y sus campos, no sólo por

instinto de conservación, sino también por

solidaridad con sus dioses y temor a la es-

clavitud, consecuencia forzosa de la derrota.

Agregábanse a la tierra y al instinto, valores

éticos y económicos, y a este período llámole

del patriotismo religioso.

En la actualidad, la patria es un territorio

extenso, la fraternidad de varias “ciudades”

en la nación. Contiene la emoción del paisaje,

el amor al pueblo natal, el hogar y la tumba

de la familia. Une a sus habitantes una lengua

o una tradición común. En caso de peligro na-

cional, defiéndese en la guerra lo mismo que

los in dios o los antiguos defendían. Pero el

nuestro es, sobre todo, un patriotismo que se

ejerce en la paz, no sólo por ser la guerra me-

nos frecuente en nuestra época, sino por ser

en la paz cuando elaboramos los nuevos valo-

res estéticos, intelec tuales y económicos, que

hacen más grande a la nación. El patriotismo

ejercítase así, en los tiempos normales, por

la creación de nuevas obras que acrecienten

el patrimonio nacional, por la solidaridad con

todas las comarcas del territorio común, por

la devoción a los intereses colectivos, cuyo

órgano principal es el Es tado, todo lo cual

constituye el civismo. Cuando esos nuevos va-

lores agréganse a la tierra, el sentimiento que

los crea y los defiende, llega al período que

llamo del patriotismo político.

Hénos ya en el momento en que el patrio-

tismo se razona mejor. El hombre sale del

egoísmo primitivo, para entrar en un egoal-

truismo fecundo. Sintiéndose demasiado tran-

sitorio, busca un objeto a sus esfuerzos, y les

da por objeto la na ción que ha de sobrevivirlo.

Sucesor de los antepasados, conserva el pa-

trimonio que ellos le legaran, y confía en que

después de su muerte, otras generaciones

continuarán su esfuerzo en una labor solidaria.

Si en lugar de conservar sola mente, hubiese

acrecentado ese patrimonio y su obra, intelec-

tual o política, hubiera alcanzado magnitudes

heroicas, aguardará sobrevivir, con póstuma

vida en la memoria de su pueblo. En medio de

una humanidad tan heterogénea y tan inmen-

sa, mitigue el hombre su orgullo, pues ni su

inteligencia es tan grande para preocuparla, ni

su brazo tan fuerte para servirla toda entera.

Confórmese en su filantropía con los hombres

que le son más afines, y espere en su ambición

la gloria que sólo ellos pueden darle. La fama

o la gratitud universales sólo la han merecido

ciertos seres de excepción, para quienes no se

hacen la moral ni las leyes, y a veces les han

venido en añadidura de un esfuerzo patriótico.

Y si al otro, ese para quien hablo, las luces de

su espíritu lo levantasen sobre el pobre gañán

de los campos, esta fórmula de patriotismo

tiene la ventaja de que su definición política es

sólo la limitación del esfuerzo político; vale de-

cir, todas las formas de la acción, sin que eso

excluya la solidaridad intelectual con los otros

hombres que, más allá de las propias fronte-

ras, plasman la belleza en los mismos mármo-

les, buscan la verdad en una misma ciencia, o

vierten su pensamiento en un mismo idioma.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

124 Esa concepción moderna del patriotismo,

que tiene por base territorial y po lítica la na-

ción, es lo que llamo el nacionalismo.

Y puesto que la ciudad definía el patriotis-

mo para los antiguos, veamos ahora qué defi-

niría el nacionalismo en su sentido patriótico,

para los hombres modernos.

La nacionalidad debe ser la conciencia de

una personalidad colectiva. La personalidad

individual tiene por bases la cenestesia, o con-

ciencia de un cuerpo in dividuo, y la memoria,

o conciencia de un yo constante. Al fallar cual-

quiera de estos dos elementos, debilítase la

conciencia, llegándose hasta los casos de dos

yo sucesivos y de cuerpos físicos deformes o

dobles. Así la conciencia de nacionali dad en

los individuos debe formarse: por la conciencia

de su territorio y la soli daridad cívica, que son

la cenestesia colectiva, y por la conciencia de

una tradición continua y de una lengua común,

que la perpetúa, lo cual es la memoria colectiva.

Pueblo en que estos conocimientos fallan, es

pueblo en que la conciencia pa triótica existe

debilitada o deforme.

He ahí el fin de la Historia: contribuir a

formar esa conciencia por los elemen tos de

tradición que a ambas las constituyen. En tal

sentido, el fin de la Historia en la enseñanza

es el patriotismo, el cual, así definido, es muy

diverso de la patriote ría o el fetichismo de los

héroes militares. La historia propia y el estu-

dio de la len gua del país darían la conciencia

del pasado tradicional, o sea del “yo colectivo”;

la geografía y la instrucción moral darían la

conciencia de la solidaridad cívica y del terri-

torio, o sea la cenestesia de que hablé: y con

esas cuatro disciplinas la es cuela contribuiría

a definir la conciencia nacional y a razonar sis-

temáticamente el patriotismo verdadero y fe-

cundo. Para ello la Historia no necesitaría de-

formarse: bastaríale presentar los sucesos en

la desnudez de la verdad. Los desastres mere-

cidos de la patria, los bandidos triunfantes, las

épocas aciagas, las falsas glorifica ciones, todo

habría que contárselo a la juventud. En este

afán por descubrir y decir lo verdadero, iría

por otra parte implícita una admirable lección

de moral. La lec ción de patriotismo fincaría, de

por sí, en el solo hecho de pensar en el pasado

y en el destino del propio país y de la civilización.

Y como se preferiría en la enseñanza los ele-

mentos populares, recónditos, de la tradición y

de la raza, para hacer ver cómo la nación se ha

formado y cómo es en la actualidad, quedaría

un margen para la historia biográfica y dra-

mática, en la cual, tratándose de la nuestra, no

habrían de faltarnos, a fe mía, algunas figuras

ejemplares para ofrecerlas a la juventud.

Capítulo VILa enseñanza histórica en nuestro país

8. El nacionalismo de Sarmiento

Es acaso esta la vez primera que vamos a pre-

guntarnos quiénes éramos cuando nos llama-

ron americanos y quiénes cuando argentinos

nos llamamos.

¿Somos europeos? ¡Tantas caras cobrizas

nos desmienten!

¿Somos indígenas? Sonrisas de desdén de

nuestras blondas damas nos dan acaso la única

respuesta.

¿Mixtos? Nadie quiere serlo, y hay millares

que ni americanos ni argentinos querrían ser

llamados.

¿Somos Nación? ¿Nación sin amalgama de

materiales acumulados, sin ajuste ni cimiento?

¿Argentinos? Hasta dónde y desde cuándo,

bueno es darse cuenta de ello.

Ejerce tan poderosa influencia el medio en

que vivimos los seres animados, que a la apti-

tud misma para soportarlo se atribuyen las ap-

titudes de raza, es pecies, y aun de género.

Así empezaba Sarmiento su Conflictos

de las razas, libro caótico como su es píritu y

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125americano como él; y esa era la teoría que de-

sarrolló, acaso con dema siadas seguridades

científicas que lo llevaron a errores; pero ani-

mado de un se guro instinto nacionalista que

no se oscureció en su vida sino a ratos, y sólo

en páginas fragmentarias.

Bajo su propaganda cosmopolizante, Al-

berdi organizador, Sarmiento edu cador, Mitre

biógrafo de los Héroes, defendieron siempre

el espíritu nacional constituido por la emoción

del paisaje nativo y por la tradición hispanoa-

mericana que llegó a sus formas políticas en la

guerra de la Independencia. El viejo bravo que

guardó en los Recuerdos el aroma patriarcal de

la colonia; que encerró en el Facundo el genio

trágico de nuestra pampa en guerra y de la ciu-

dad en despo tismo; que entregó en Argirópolis

el sueño de la organización civil y la cultura;

al canzó en el crepúsculo de su vida declinan-

te, siguiendo en avatares sucesivos el curso

de nuestra vida nacional, a vislumbrar en los

Conflictos el problema moral que comenzaba

para el espíritu argentino. Incipiente el proble-

ma y ya en el ocaso su mente genial, no logró

ni plantearlo ni resolverlo; pero quizá vibraba

una pro funda angustia cívica en aquella pre-

gunta postrera: “¿Argentinos? Desde cuándo y

hasta dónde, bueno es darse cuenta de ello”.

Antes de que la respuesta pueda rubori-

zarnos, apresurémonos a templar de nuevo la

fibra argentina y vigorizar sus núcleos tradi-

cionales. No sigamos ten tando a la muerte con

nuestro cosmopolitismo sin historia y nuestra

escuela sin patria. Si lealmente queremos una

educación nacional, no nos extraviemos, como

nuestros predecesores de 1890, en la cuestión

de las ciencias y del latín. No nos suicidemos

en el principio europeo de la libertad de ense-

ñanza. Para restau rar el espíritu nacional, en

medio de esta sociedad donde se ahoga, salve-

mos la escuela argentina, ante el clero exótico,

ante el oro exótico, ante el poblador exótico,

ante el libro también exótico, y ante la prensa

que refleja nuestra vida exótica sin conducirla,

pues el criterio con que los propios periódicos

se realizan, carece aquí también de espíritu

nacional. Predomina en ellos el propósito de

granjería y de cosmopolitismo. Lo que fue sa-

cerdocio y tribuna, es hoy empresa y pregón

de la merca. Ponen un cuidado excesivo en el

mantenimiento de la paz exterior y del orden

interno, aun a costa de los principios más altos,

para salvar los dividendos de capitalistas bri-

tánicos, o evitar la censura quimérica de una

Europa que nos ignora. Dos planas de anun-

cios de servicio reflejan en ellas la inmigración

famélica que congestiona la Ciudad. Diez pá-

ginas de avisos comer ciales reflejan nuestra

anormal vida económica de especulaciones y

remates. Dos planas de colaboración europea

frecuentemente inferior a la propia y mejor

pa gada que esta, denuncia la superstición que

rendimos a ciertos nombres ex tranjeros. Diez

columnas de cablegramas, con noticias cuya

importancia dura veinticuatro horas, publican

aquí sucesos de aldeas italianas y rusas, tan

minu ciosas y sin trascendencia, que apenas

si se publican allá en sus periódicos lo cales.

Varias columnas de crónica social, que suele

ser, en extensión e inocuidad, ni más ni menos

que en los periódicos de Madrid su larga cró-

nica de toros, es timulan la vanidad femenina,

continuando la deliciosa educación del Sacre

Cœur que Ellas reciben. Una página de carre-

ras satisface la curiosidad de las muchedum-

bres que en la ciudad viven para ellas y dan

a un caballo o a su jockey la admiración que

otros pueblos dispensan a su gran poeta o a su

primer trágico. Retratos frecuentes, del obispo

de Burdeos o del sobrino de un hermano del

Emperador de Austria, que murieron la noche

anterior en Austria o en Burdeos, ocu pan el si-

tio que corresponde al hombre admirado por

la humanidad o al servi dor del país, que muere

olvidado en un rincón de provincias, sin retrato

ni necrología metropolitanas. Quedan sólo las

columnas restantes para los in tereses nacio-

nales; y eso es lo que constituye nuestra pren-

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

126 sa, sin contar la revista que a fin de año publica

el número almanaque, profuso de fotografías

extranjeras, y por única producción americana,

cincuenta páginas de mediocre litera tura pedi-

das expresamente a los escritores de Europa.

El cuadro no es ha lagüeño, sin duda; pero no

he querido omitir sus detalles, porque apar-

te de ser un reflejo de nuestra vida actual, el

periódico, y como él la revista y el libro, son

la continuación de la escuela, interesándonos,

por consiguiente, la obra de edu cación o de ex-

travío que ellos realizan en la sociedad.

La parte que nuestro mal sistema de edu-

cación, demasiado europeo, haya tenido en

la formación de tal ambiente, es grande, sin

duda; pero no es exclusiva. Causas geográfi-

cas, étnicas y económicas han colaborado con

ella. Estas últimas han sido a la vez motivo

de nuestros errores pedagógicos. Nuestra

enseñanza fue producto de ese ambiente;

pero ahora, ante los extremos a que el error

ha llegado, dentro y fuera de la educación, de-

bemos reaccionar a fin de transformar la es-

cuela en hogar de la Ciudadanía.

Tal pensamiento cree contener la fórmula

concreta de la educación nacional que veni-

mos reclamando ha tantos años y que una vie-

ja inquietud sentimental bus caba por caminos

extraviados. Y una vez que para servir ese ideal

hayamos restau rado la enseñanza de la Histo-

ria, la Geografía y el Idioma, deberemos unirlas

en un solo cuerpo de Doctrina Moral.

Me ha parecido, al estudiar la educación de

los países visitados, que se podría definir en

cada uno de ellos ciertos núcleos espirituales

que los caracterizan. En Inglaterra, cultívase la

personalidad y se hace reposar la conducta en

las san ciones religiosas de la conciencia, más

que en las sanciones externas del orden social.

En Francia, cultívase la libertad de la crítica y

se prepara al ciudadano para una democracia

francesa, banderiza en el orden interno, pero

generosa en su historia de trascendencia uni-

versal. Alemania cultiva sus alemanes, en la

extraña mezcla de metafísica y de imperialis-

mo que constituye lo singular de su espíritu,

encauzando en disciplinas militares las aptitu-

des con que cada uno contribuye a la victoria

del ideal germánico. Italia, vibrante en la fuer-

za y la gloria de su tradición, cultiva la unidad

cronológica de las sucesivas civilizaciones

que han florecido en su suelo, pero consuma

la unidad política, preparando a sus hijos para

una nueva civilización italiana.

Acaso cada uno de esos núcleos espiritua-

les sean, más que puntos de partida, conse-

cuencias de la raza homogénea y del pasado

remoto. Careciendo nosotros de estos elemen-

tos, nos equivocaríamos al adoptar cuales-

quiera de ellos por delibe ración. Esas naciones

preexisten espiritualmente, y subordinan a su

espíritu sus instituciones. En ellas el pueblo

ha sido anterior a la nación. La peculiaridad

de nuestra historia, desconcertante para cual-

quier estadista, consiste, por el contrario, en

que constituida la nación, esperamos todavía

poblar el desierto y crear el alma de un pueblo.

Este es nuestro problema más urgente. A él

debemos subordinar nuestra educación.

Saber si hemos de preferir las disciplinas

morales de los ingleses, las disci plinas intelec-

tualistas de los franceses o las disciplinas mili-

tares de los alemanes, acaso sea imposible, por

ser aún prematuro. Cualquiera de las tres rea-

liza sus fines cuando brota del espíritu de una

raza. Tratándose del actual espíritu ar gentino,

que no ha revelado hasta ahora ninguna aptitud

metafísica y que tiene una historia de desórde-

nes, las disciplinas alemanas difícilmente po-

drían adoptarse. Descendientes de españoles,

de indios y de europeos meridionales, somos

sensuales y realistas. Somos individualistas e

intelectualistas además, de ahí que acaso nos

conviniera, como ideal realizable, algo que par-

ticipase de las disciplinas francesas y británi-

cas a la vez. Pero, como antes dije, todo esto es

prematuro. Quizá fuera mejor librarlo al tiem-

po y a la experiencia de los profesores, practi-

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127cando, entre tanto, una educación integral, de la

inteligencia, de la sensibilidad y del carácter.

Nuestro fin, por ahora, debe ser el crear

una comunidad de ideas nacionales entre to-

dos los argentinos, completando con ello la ca-

racterización nacional que ya realiza de por sí

la influencia del territorio. La anarquía que hoy

nos aflige ha de ser pasajera. Débese a la inmi-

gración asaz numerosa y a los vicios de nues-

tra educación. Pero el inmigrante europeo de

hoy es como el de la época colonial: vuelve a su

tierra o muere en la nuestra; es algo que pasa.

Lo que perdura de él es su hijo y la descenden-

cia de sus hijos; y estos, criollos hoy como en

tiempos de la independencia, tienen ese matiz

común que impóneles el ambiente americano.

En cuanto a la educación, esperemos que sus

vicios, ya señalados, han de subsanarse, por

una intensificación de los estudios nacionales,

pues conocer nuestro territorio, la vida de las

generaciones anteriores que en él lucharon y

cultivar el idioma histórico de un continente, es

ya tener una pauta más cierta para el fu turo.

No constituyen una nación, por cierto, mu-

chedumbres cosmopolitas cosechando su

trigo en la llanura que trabajaron sin amor.

La nación es además la comunidad de esos

hombres en la emoción del mismo territorio,

en el culto de las mismas tradi ciones, en el

acento de la misma lengua, en el esfuerzo de

los mismos destinos. Y puesto que la propia

fatalidad de nuestro origen nos condenaba a

necesitar del brazo ajeno para labrar nuestra

riqueza, todo nos conminaba a la cultura de

nuestro patri monio espiritual. Tal debió ser la

preocupación moral de nuestra enseñanza,

cuando apenas fundada, vimos iniciarse en el

país la venal anarquía cosmopolita. Autorizá-

banos a ello, el ejemplo extraño y las propias

necesidades. Y siendo la emoción del propio

territorio, la tradición de la propia raza, la per-

sistencia del idioma propio y las normas civi-

les del propio ambiente, elementos vitales de

nacionalidad, aban donamos esas cuatro dis-

ciplinas a la bandería del manual extranjero

y a la ciencia de la lección rutinaria, dejando

que la Geografía, la Historia, la Gramática, la

Moral, que respectivamente corresponden a

aquellas en la enseñanza, se redujeran a ejer-

cicio mecánico, sin las sugestiones estéticas,

políticas y religiosas que deben vitalizar esos

estudios. Nuestro sistema falló también, se-

gún lo he demostrado, a causa del vacío enci-

clopedismo y la simiesca manía de imitación,

que nos llevara a estériles es tudios universa-

les, en detrimento de una fecunda educación

nacional. Así se explica que estén saliendo de

nuestras escuelas argentinos sin conciencia

de su territorio, sin ideales de solidaridad his-

tórica, sin devoción por los intereses colecti-

vos, sin interés por la obra de sus escritores.

Ante semejante desastre, y en presencia

de la escuela nacional de otros países, que

capítulos anteriores han procurado describir,

he comprendido hasta qué peli grosos extre-

mos falta a nuestra enseñanza el verdadero

sentido de la educación nacional. Si naciones

fundadas en pueblos homogéneos y tradi-

ción de siglos, lejos de abandonarla, tienden

a fortificar la escuela propia según lo expone

mi en cuesta, esto es tanto más necesario en

naciones jóvenes y pueblos de inmigración. Al

pretender fundar la nuestra en una teoría de

la enseñanza histórica y las hu manidades mo-

dernas, creo haber encontrado el verdadero

camino, abandonando la interminable cues-

tión de las humanidades antiguas, más euro-

pea que ameri cana, para pedir a la Historia y

la Filosofía una disciplina moral en el orden

político, y en el pedagógico una conciliación

de las letras y de las ciencias, cansadas de

disputar sobre el latín, campo entre nosotros

de estériles y artifi ciosas discusiones.

Fuente: Ricardo Rojas, capítulo I, punto 3: “Objeto de la His-toria en las escuelas” y capítulo VI, punto 8: “El nacionalis-mo de Sarmiento”, en La restauración nacionalista, La Plata, UNIPE, Editorial Universitaria, 2010, pp. 59-63 y 216-220.

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En Bigand estalló el primer explosivoOcurrió en la tarde del 15 de junio de 1912. En la plaza del pueblo de Bigand se

reunieron alrededor de mil personas. Allí estaban los agricultores y los hombres del pueblo en un gran mi tin, donde se iban a tratar los problemas de los chacareros, espe-cialmente en lo concerniente a los arrendamientos y plazo de los contratos.

Ocupó la tribuna el joven agricultor Luis J. Fontana, quien, en una magnífica im-provisación, trató la afligente situación de los agricultores y fustigó la avaricia de los te-rratenientes lo cales, terminando su enérgica arenga con un “¡viva la huelga!”, palabras que fueron recibidas por la multitud con delirantes gritos de aprobación y repitiendo:

“¡A la huelga, a la huelga!”Se había roto el primer eslabón de una larga cadena que venía oprimiendo al agri-

cultor desde hacía más de medio si glo.Restablecida la calma, aquella multitud se transformó en asamblea deliberativa,

bajo la presidencia de don Manuel Márquez.Se hizo un examen de la situación imperante en el campo y se resolvió solicitar a los

dueños de tierra, una rebaja en los arrenda mientos y las aparcerías; disponer del 6 por ciento de la misma en forma gratuita, destinada al pastoreo de los animales de trabajo; libertad de trillar con la máquina que más conviniera al agricultor; que cesaran los desalojos y se hicieran por escrito los nuevos con tratos. También se resolvió dirigir un petitorio en tal sentido a cada propietario y darles un plazo de 15 días para que contes-taran. De no obtenerse una respuesta favorable, quedaría declarada una huelga general.

Para atender las tramitaciones con los propietarios y mante ner el estado de alerta, se nombró una comisión especial, inte grada por las siguientes personas: Ramón Avilés (Presidente); Luis J. Fontana (Secretario); Vocales: Manuel Márquez, Tomás Boretto, Evaristo Franchini, Juan Lescano, Miguel Telesco, Cruz Palau y Felipe Hernández. Por último se resolvió realizar una nueva asamblea pública el día 30 de junio, para informar sobre las gestiones realizadas y tomar resoluciones definitivas.

El principal terrateniente, Víctor Bigand, al ser notificado por la comisión de ges-tiones, contestó a sus colonos por intermedio de una carta abierta que publicó en el diario La Capital de Ro sario. Entre otras cosas les decía en la carta “que no aceptaba imposiciones, pero que estaba dispuesto a tratar el pliego de condiciones, fijando el día 3 de julio de 1912 para celebrar una reunión conjunta”.

Grito de Alcorta

La huelga agraria que el 25 de junio de 1912 estalla en la ciudad de Alcorta, provincia de Santa Fe, marca la irrupción de los chacareros en la política na-cional del siglo xx al dar origen a su organización gremial representativa: la Federación Agraria Argentina. En el año del 75º aniversario del Grito, don An-tonio Diecidue, uno de sus dirigentes, condensó su historia en un libro. Lo que sigue son los prolegómenos y el manifiesto de la fundación de la Federación.

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129Según opinión de Antonio Diecidue, y aunque en apariencia po dría considerarse como un detalle sin importancia, en mérito a la ver dad, se deja constancia que en el acto del 15 de junio en Bigand, como en los posteriores, la conducta del comisario de policía de di cha localidad, señor Jacinto J. Moreno, fue muy correcta, compar tiendo la jornada con toda simpatía hacia la causa de los agricultores.

Alcorta, aprestos para la jornada del 25 de junio Los agricultores de Alcorta actuaban aceleradamente, reali zando una acción que

abarcó toda la zona y adyacencias. Se había formado una comisión especial presidida por don Francis co Bulzani y que integraban los agricultores Menegildo Gasparini y Francisco Peruggini. El día 17 de junio se realizó la primera asamblea, para dar forma concreta a la campaña que venían efectuando y para establecer las condiciones básicas a fijarse en el petitorio que se elevaría a los dueños de campo y a los subarrendadores. El acto se llevó a cabo en el local de la Sociedad Italiana, bajo la presidencia de Bulzani.

Las deliberaciones de la asamblea fueron importantes. Se puso de manifiesto la uná-nime decisión de exigir a los propieta rios, rebaja de los arrendamientos y un contrato escrito por cua tro años de duración como mínimo y mayor libertad de acción.

Se fijó la fecha del 25 de junio para la realización de una nue va asamblea, invitando a asistir a la misma a los propietarios y a los subarrendadores de tierra. Se confeccionó un acta contenien do las causas principales que habían provocado la afligente si tuación de los agricultores, consignando a la vez, el propósito de mantenerse unidos y discipli-nados, por ser la única manera de vencer la resistencia de los locadores.

El diario La Capital de Rosario, con fecha 19 de junio, hizo un extenso comentario sobre esta asamblea; con fecha 22 de junio, anunció, con el título Mitin de agricul-tores la asamblea del día 25. El mismo diario, en su edición del 24 de junio, volvió so bre el tema diciendo: “Consideramos al problema agrario muy gra ve y opinamos que debe resolverse sobre el tapete de la realidad”.

La acción de los agricultores de Bigand y Alcorta había, por fin, llegado a interesar al periodismo hasta alarmarlo, frente a la decisión de los hombres de campo, de para-lizar las labores, de clarando la huelga en señal de protesta y como medio de defen sa de sus derechos a una vida digna.

Diarios de la Capital Federal también se ocuparon de este tema.Se estaba produciendo en el país, al menos, una toma de conciencia sobre el ate-

rrador problema de la familia agraria y se advertía a los poderes públicos que pusieran remedio al mal. (…)

25 de junio de 1912. “Grito de Alcorta” El paciente, metódico y eficiente trabajo de persuasión de los dirigentes, dio sus ópti-

mos frutos en la jornada del 25 de junio de 1912, en la gran asamblea de Alcorta, donde se reunieron más de dos mil personas. En una carta escrita por don Nazareno Lucantoni, que actuó en aquellas jornadas, decía: “Los agriculto res de las colonias La Adela y La Se-pultura formaban una caravana de sulkys que cubría tres kilómetros del camino”.

Además de los agricultores se hicieron presentes nutridos núcleos de productores de las colonias pertenecientes a los veci nos distritos de Bombal, Bigand, Casilda, Fuentes,

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130 Chabás y Paz. En esta última localidad actuaba el Cura Párroco Pascual Netri, herma-no del sacerdote José Netri, de Alcorta. Ambos te nían mucho predicamento entre los colonos y, desde el comien zo, proporcionaron consejos prudentes.

El Dr. Francisco Netri viajó desde la ciudad de Rosario, acompañado por un grupo de periodistas, siendo recibido en la estación por los miembros de la comisión organi-zadora y más de mil agricultores que vivaban su nombre y aplaudían su presencia con ferviente entusiasmo.

De inmediato se trasladaron al salón de la Sociedad Italiana en cuyo lugar la concu-rrencia superaba las dos mil personas.

Iniciación de la asamblea Con una sala colmada al máximo de su capacidad, se dio comienzo al acto, sin

mayores preámbulos, previas improvisadas palabras de don Francisco Bulzani, en su calidad de presidente de la Comisión constituida. Con respecto a la presencia del abogado Francisco Netri, dijo que participaba en calidad de ase sor, servicios que se le habían solicitado en previsión de que los propietarios de campo asistieran acom-pañados por sus respecti vos consejeros. Se resolvió iniciar las deliberaciones con la total ausencia de dueños de campos y de los subarrendadores, quie nes habían sido especialmente invitados.

En los primeros momentos se escucharon severas manifes taciones, condenando la actitud de los terratenientes y los inter mediarios expoliadores.

Como fidedigna e histórica memoria de aquel evento, nada mejor que transcri-bir los principales conceptos de un periodista que presenció la asamblea y escribió la crónica de los actos, en el diario La Capital de Rosario, del día 26 de junio de 1912 y que decía: “Se ha celebrado ayer en Alcorta la importante asam blea de colonos de ese Departamento, en el cual, después de varias incidencias, entróse a tratar de lleno una cuestión de or den económica, de suyo eminentemente compleja y delicada, pero que fue abordada con serenidad y tino por los manifestan tes, reduciéndola a los términos sintéticos de un principio ele mental realizable prácticamente y cuya base reside en un fenó meno de independencia moral del trabajador de la tierra, que traería por conse-cuencia su mejoramiento económico. El colono se siente dueño absoluto de sus actos y se resiste a ejecutarlos bajo el imperio de contratos que restringen su liber tad indivi-dual; se siente dueño absoluto de su trabajo y quiere per cibir sus frutos. Es el principio latente del socialismo agrario de los antiguos romanos, el que alienta sus protestas, airadas si se quie re, pero que están exentas de los modernos sectarismos. Con la intui-ción perfecta de sus derechos y sus deberes, piden antes que todo, que una vez pagados los arrendamientos de sus cosechas que le dan derecho a cultivar las tierras ajenas, se les reconozca su soberanía absoluta para disfrutar del rendimiento de sus cose chas sin obligaciones posteriores, que no sean precisamente las que una razón de conveniencias entre patrones y colonos, acon seje. Ayer han declarado la huelga en forma oficial los agricultores de Alcorta, y al atraerse la simpatía y la adhesión de otras colonias circunve-cinas, han planteado el primer jalón de un proyecto de resurgimientos individuales, en el terreno donde se agitan los es fuerzos colectivos de una pléyade de hombres, rudos de trabajo y sanos de alma, incontaminados por los resabios y refinamientos de los gran-

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131des centros urbanos, hasta los cuales llega, periódica mente, a través de las leyendas de nuestras grandezas, el grano abundante que los trigales rinden bajo el sudor fecundo de un mi llón o dos de honradas frentes. El aspecto era imponente, pues aquella gran masa de hom bres acostumbrados a empuñar el arado, convertida en asamblea deliberativa, causaba una impresión casi exótica y semejante en algo a las que producen en el ánimo del observador, los grandes concursos populares en que se debaten cuestiones ideoló-gicas, de índole política o doctrinaria, en pro del resurgimiento de las colectividades conscientes de sus derechos”.

Deliberación y conclusionesDespués de un breve cuarto intermedio para almorzar, los asambleístas continua-

ron las deliberaciones hasta las cinco de la tarde. El tema básico fue la discusión de un nuevo contrato de arrendamiento, en base al proyecto elaborado por la comisión or ganizadora con el asesoramiento del doctor Netri. Hechas algunas modificaciones, surgidas en la asamblea y debidamente discutidas y aprobadas, el proyecto de contrato de arrendamiento y aparcería a sostenerse ante los propietarios, en sus partes esenciales, con tenía las siguientes condiciones básicas:

1º Contrato escrito y por un plazo mínimo de cuatro años.2º Arrendamientos y aparcerías: en el primer sistema, pagar un máximo de $ 25.00

por cada cuadra y por año, con pagos se mestrales; en aparcerías, abonar el 25 por ciento de la producción puesta en parva y troje y como salga.

3º Absoluta libertad de: trillar y desgranar con la máquina que el locatario disponga; vender, comprar, asegurar sus semente ras, donde más le convenga al agricultor.

4º Derecho de disponer gratuitamente del 6 por ciento del área total de tierra, desti-nada al pastoreo de los animales de tra bajo y vacas lecheras.

5º Suspensión inmediata de todo juicio de desalojo y formal compromiso de no tomar represalias por la actitud de resis tencia de los agricultores en la presente emergencia.

Declaración de la huelgaAprobadas las condiciones contractuales fijadas y ante la manifiesta actitud de los

locadores, al no contestar las solicitudes cursadas por los agricultores pidiendo la for-malización de un nuevo contrato de locación, más equitativo en cuanto concernía a los derechos del agricultor y ajustado a los valores reales de los cereales y oleaginosos y a los costos de producción, la asam blea, por unanimidad, resolvió declarar la huelga por tiempo in determinado, con la expresa declaración de invitar al resto de los agricultores del país a plegarse a la misma y hacer un movimien to nacional.

Comisión de huelgaPara integrarla, fueron designados los agricultores: Francis co Bulzani, como pre-

sidente; y como vocales, Francisco Peruggini, José Digiari, Alberto Abruccese, Mene-gildo Gasparini, Damiano Orfinetti, Luis Ricovelli, Domingo Giampaulo y Francis co Capdevila, con facultades de extender su acción a los lugares –fuera del distrito de Alcorta– donde los agricultores pidieran colaboración.

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132 Netri: asesor general El doctor Francisco Netri fue designado asesor general de todo el movimiento de

huelga, además de prestar sus servicios profesionales al conjunto de agricultores plega-dos a aquel even to.

La jornada del 25 de junio de 1912 fue algo más que una asamblea agraria; constituyó un impor tante e histórico acontecimiento nacional; por sus posi-tivos e inmediatos resultados y por sus proyecciones, en los múltiples aspectos sociales del quehacer agrario del país. Declarada la huelga en alcorta, se echa-ron de inmediato las bases para organizar el gremio y uniformar sus aspiracio-nes, en una permanente acción sindical agraria evolucionista y constructiva.

El manifiestoFederación Agraria Argentina: Al pueblo de la República Ar gentina.Constituida solemnemente la Federación Agraria Argentina, aprobados sus es-

tatutos en la memorable y democrática Asam blea del día 15 de agosto, fecha que deberá esculpirse con caracteres de oro en los anales del progreso del gran Pueblo Ar gentino; nombradas las autoridades de la misma, estas entien den cumplir un deber ineludible, iniciando su misión de orden y justicia lanzando este manifiesto al pueblo de la República, manifiesto que es un trasunto fiel de los propósitos que animan a las referidas autoridades en momentos tan angustiosos y críticos para la economía nacio-nal, que aún hoy, aunque atenuado por el buen sentir de los demás, sigue reclamando el concurso de todos los habitantes de buena voluntad para hallar en plazo breve y pe rentorio, la fórmula que conduzca a la más rápida solución del conflicto.

Por las razones expuestas, el Comité que tengo el honor de presidir se dirige, no solamente a sus adherentes sino también a las autoridades nacionales y provinciales, a los terratenientes, a los intermediarios, a la prensa, a los ciudadanos honestos o in fluyentes, de todos solicita el concurso liberal y desinteresado que demanda la pro-ducción agrícola nacional amenazada y el estado precario e insostenible de los que riegan con el sudor de su frente la tierra argentina, destinada a cumplir, según los augurios de los grandes estadistas, Alberdi, Rivadavia, Sarmien to, un rol de primer orden en el progreso mundial, progreso del que ya podemos enorgullecernos y con-siderar como el punto ini cial de una grandeza sobre la que se basamenta el progreso glo rioso de la Patria Argentina.

A fin de destruir perjuicios y versiones interesadas en torcer el verdadero significado de la Federación Agraria Argentina, en nombre de la misma y de los millares de colonos que representa, declaramos:

1º Que no existe espíritu de odio y de hostilidad contra te rratenientes e intermediarios.2º Que la lucha iniciada y a proseguir inspírase solamente en las conveniencias mutuas

de humanidad y de justicia.3º Que la intransigencia no es posible ni aconsejable ante los intereses colectivos e

individuales en pugna mucho más cuanto que afectan hondamente a la riqueza nacional en general y en particular a la de las regiones en disidencia.

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1334º Que el sectarismo, sea cual fuere, no tendrá influencias de ningún género en las deliberaciones del Comité Central Direc tivo, ni en ninguno de los actos de la Fede-ración Agraria Argentina.

5º Que las autoridades de la Federación Agraria Argentina, lejos de cuanto en contra se ha dicho, hállanse dispuestas a de mostrar el mayor grado de cultura y sensatez y a aconsejar en todo momento y ocasión la transacción honrosa, que no sea lesiva para ninguna de las partes contendientes, contribuyendo de este modo a solucionar el actual conflicto con la mayor rapidez y justicia.

6º Que el Comité Central de la Federación Agraria Argenti na hállase dispuesto tam-bién, tanto por el espíritu de justicia que lo anima, tanto por mandato imperioso de los estatutos aproba dos, a realizar todos los esfuerzos imaginables para conseguir los propósitos que se persiguen y que, a posteriori, redundarán en beneficios de todos.

Por lo tanto: en nombre del Comité Central Directivo que presido, hago un sincero y cordial llamamiento a todos los hom bres de buena voluntad, a los propietarios, explotadores de la tierra, intermediarios, y simples voluntarios de nuestra causa, para que cada uno en la medida de sus fuerzas y posibilidades, depo niendo toda actitud de intransigencia y concer-tando arreglos hon rosos y justos con los colonos que aún no han podido conseguir mejoras, imitando con ello, el encomiable ejemplo de los que, dando una prueba de patriotismo y justicia, no han tenido inconveniente en escuchar las reclamaciones de los oprimidos, ense-ñando el camino que ha de conducir a la normalización del esta do actual de las cosas y a la terminación del conflicto latente, aspiración lógica de la Federación Agraria Argentina.

Antonio Noguera, Presidente; Alejandro Segura, Secretario;

Dr. Francisco Netri, Asesor Letrado

Fuente: Federación Agraria Argentina, El grito de Alcorta. Antecedentes, causas y consecuencias, Rosario, 1995, pp. 34-42 y 82-85.

El Grito de Alcorta.

AGN

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Al Pueblo de la República

El Comité Nacional, ante la jubilosa esperanza de alcanzar por la paz, bajo los auspicios del derecho electoral, las reivindicaciones morales y políticas, ha sancionado una nueva reorganización general, con carácter de la más amplia convocatoria pública.

Dadas las perspectivas que así se diseñan y que no obstante demandarán siempre grandes esfuerzos, la Unión Cívica Radical se dirige a todos los argentinos, incitándolos a incorporarse, para robustecer la acción de sus austeros principios, en pos de los supe-riores objetivos que encendieran su fe en la vasta y azarosa obra.

Esos esfuerzos que supieron mantener y avivar el calor del espíritu nacional, re-concentrado bajo una enseña de noble y altiva resistencia, no decayendo jamás en la perseverante demanda, han traído como lógica resultancia derivativa, el comienzo hacia la realidad, de los grandes y justos anhelos, profanados por los gobiernos rebeldes a las consagraciones legales y a los comicios honorables y garantidos, por cuyo medio única-mente es posible el imperio de la verdad institucional y la morigeración de las prácticas subvertidas en el orden político.

Impulsada siempre por las más patrióticas sugerencias y en mérito a la causa repara-dora, la Unión Cívica Radical incita a concurrir a todos los ciudadanos que animados de un espíritu de perfeccionamiento moral y político, quieran solidarizarse con la ím-proba pero honrosa tarea a que desde un cuarto de siglo está consagrada.

Los hechos que ha producido, exclusivos por su alta índole cívica en los anales polí-ticos de la nación, desde los comienzos de su vida y en su prolongada lucha, hablan con demasiada elocuencia a la compenetración de los espíritus sanos, que fijan su visión en los destinos de la república y piensan que no puede haber sendero más recto y seguro para el advenimiento de la justicia en el ejercicio de los derechos y libertades, que la unidad efectiva en el ideal del pueblo y del gobierno, plasmada en la solemne aspiración que significa la realidad de la democracia y de la patria constituida.

Corresponde, pues, a los dignos hijos de la nación, engrosar con sus filas, para llevar a la cima la eminente obra definitiva de la reducción nacional.

Manifiesto de la Unión Cívica Radical sobre las elecciones de 1912 La Ley Sáenz Peña o Ley 8.871, sancionada en 1912, establece el voto uni-versal, secreto y obligatorio, exclusivo para ciudadanos argentinos varones, nativos o naturalizados. Esta reforma en la legislación electoral inaugura un clima general de democratización y modernización de la política argentina. La Unión Cívica Radical pone entonces fin a su política de abstención electoral.

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135La Unión Cívica Radical plenamente vencedora en los principios que sustentara desde su constitución, y triunfante en los comicios que hasta ahora se han abierto legalmente por su impertérrita demanda y su vigoroso impulso, aspira como siempre para la soberanía argentina los beneficios que ha alcanzado en la inflexible fórmula de las condignas exigencias, blasonada por el ejercicio de la ciudadanía y la integridad con que se acentuó su constancia, en igual grado que su resistencia, a los regímenes de sojuzgamiento imperantes.

En consecuencia, llama a todos los que se sientan con las energías cívicas suficientes para llevar a término la trascendental obra que fijara los caracteres legítimos de los go-biernos y los rumbos definitivos de la república.

La Unión Cívica Radical surgió al embate poderoso de la opinión para derribar el predominio que en hora fatal se apoderó de los destinos del país, avasallando sus atri-butos y prerrogativas más sagradas.

A su sombra se congregaron las valentías indomables que han esplendido en su historia y el pueblo argentino concurrió en todos sus exponentes, con las únicas excep-ciones del egoísmo, la prevalencia y el negociado.

Y así como la patria naciente se homologó en el propósito de la independencia y en el ideal de las propias reivindicaciones, a su turno se agrupó nuevamente, unificada en la Unión Cívica Radical.

Organismo del pueblo y para el pueblo, sus filas se nutrieron de sus filas, sus hues-tes se formaron de sus huestes, y cuando su bandera se alzó en la protesta armada, o se desplegó en el atrio, a su sombra gloriosa se le vio siempre con todos los prestigios de sus heroicas tradiciones.

Movimientos de tal naturaleza se han sucedido indefectiblemente en el mundo, en análogas situaciones, recogiéndose y acallándose las tendencias y juicios singulares, para confundirse en la reacción inevitable y fecunda en que se agitan las naciones en trances anormales, cuando los gobiernos, derribando todo lo constituido, en el ansia insaciable y torpe de perpetuarse en las situaciones usurpadas, han violado los sólidos fundamen-tos de la moral y la justicia, posponiendo el interés propio al bien común y haciendo de los cargos, públicos puestos de aprovechamiento y de lucro.

Sociedades trabajadas por tan hondas perturbaciones han sentido reavivada la savia de su virilidad, los imperativos del deber y los mandatos del honor.

Cuando estas luchas se empeñan contra los que han olvidado las glorias y han renegado de las grandezas de la patria, el esfuerzo que se requiere para llevar a térmi-no empresa tan ardua es mucho más cruento, porque contra el enemigo extraño no caben ni disensiones ni excusas, que hay que soportar cuando se combate dentro de la propia nacionalidad.

Servirá de ejemplo luminoso el concepto en que se ha planteado y se viene resol-viendo una contienda de tan magnas proporciones, sin que nada haya rozado la limpi-dez de sus idealidades.

El estudio psicológico que analiza las acciones humanas, discernirá el mérito que entraña consolidación tan fundamental, sin haber empleado en el fatigoso recorrido un solo recurso que no fuera el de la dignidad, un solo medio que no lo dictara el más acendrado patriotismo.

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136 La Unión Cívica Radical ha llenado la escena de la resistencia nacional y la ha cul-minado, conforme con la lógica de los sucesos y de los acontecimientos, exteriorizando a la nación en un orden tan superior, que nunca se vieron causas más austeras y denoda-damente defendidas. Ha bregado instruyendo y dando ejemplos de estímulo y alientos incomparables, cumpliendo la misión grande y noble de realizar la absoluta solidaridad de la patria con el pasado y el porvenir, sin que consiguiera desviarla el aturdidor movi-miento de los halagos ni la influencia fascinadora del medio ambiente.

Desde el llano resistió a todos los gobiernos marcando con caracteres fijos y acentos irreductibles la senda que correspondía emprender para conseguir el restablecimiento moral e institucional de la república.

Ha combatido del mismo modo que ha hablado y escrito, y ha hablado y escrito del mismo modo que ha combatido las ventajas y beneficios de los gobiernos y renunciado a todo bienestar, para afrontar riesgos y sufrimientos, agresiones y persecuciones impla-cables, como diatribas y maldades de todo genero, sin que nada haya podido doblegar su inflexibilidad ni sus virtudes, tan eminentes que no han tenido nunca modelo supe-rior. La sublimidad del deber patrio, la ciencia política y la experimentación fundamen-tal, son las que han inspirado una conducta tan elevada como absolutamente íntegra.

Es la expresión más relevante del espíritu humano el espectáculo moral de una fuer-za que va derecho a su fin, el más justo y el más demostrativo del progreso de las socie-dades, acentuándolo y caracterizándolo en cada jalón que fija en su constante avanzar.

Los acontecimientos que reparan, transforman y orientan la marcha de la huma-nidad hacia su perfeccionamiento, sólo se realizan impulsados por profundas inspira-ciones, por análogos medios y por iguales sentimientos, porque tanto en los objetivos, como en los móviles y manera de ejercerlos, deben estar consignadas las calidades apro-piadas que los harán eficientes y perdurables.

Las acciones justas y generosas producen siempre soluciones condignas, cuando se mantienen con altura y se realizan con lealtad, y son ellas las que han levantado el templo común de la justicia universal.

Es así que la obra de la Unión Cívica Radical simboliza el genio argentino, la irra-diación de su espíritu y la demostración de sus decisiones superiores.

Solemnemente convocada por la majestad de la nación para restaurarla en sus in-manentes facultades, a ello se encaminó impertérrita, y dejará cumplido el mandato y plenamente justificado su fundamento.

Merced a sus gloriosas inmolaciones, la nación se verá libremente congregada en aptitud de pronunciar su voluntad soberana, y entonces no serán posibles ya los aten-tados de los gobiernos, ni necesarias las revoluciones de los pueblos, porque se habrá inaugurado la época feliz de la legalidad común.

Son esos los verdaderos términos del programa de las redenciones, célebres en los anales del mundo porque resolvieron los problemas fundamentales de la soberanía de las naciones y abrieron amplios horizontes a la humanidad.

La Unión Cívica Radical es la única representación pública que ha batallado con ese carácter, sin modificación ni retraimiento alguno, resistiendo las influencias domi-nantes y ejerciendo frente a ellas una extraordinaria acción, en viva protesta contra todo cuanto se opone o perturba la marcha regular de la nación.

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137Ha guardado completa fidelidad a la revolución, cuyos principios fueron constante-mente iluminados y acentuados por la luz de sus altas concepciones y de sus rectas acti-tudes, repudiando los acuerdos y connivencias, como la participación en los gobiernos y en los falsos comicios, porque todo hubiera sido igualmente indigno.

Esa es la misión de la Unión Cívica Radical, no la de aprovechar los desconciertos que soporta el país, sino de librarlo de ellos y coronar la grandiosa obra de su redención.

El fin reclamaba la ofrenda de tan caudales esfuerzos y vicisitudes, desde que restau-rar la autoridad moral y reconquistar las instituciones absorbidas por un absolutismo sin reatos ni escrúpulos, ha sido siempre una de las empresas más difíciles y arduas, en la vida de las naciones.

Por eso su misión será considerada la más grande y benéfica, llena de honor y de perdurables enseñanzas, que, unida a las tradiciones de la patria brillará en sus anales, salvándola en el presente y presidiendo el movimiento de transformación y de progreso que vendrá en pos de tan gloriosa revolución y de tan infinitas consagraciones.

Siendo la Unión Cívica Radical la expresión genuina de la nacionalidad en sus más sagrados anhelos y aspiraciones, deben identificarse con ella todas las actividades y reu-nirse siempre bajo su bandera todos los ciudadanos bien intencionados, aumentando sus filas indefinitivamente hasta vencer cuantos obstáculos se opongan a libertar la república de tantos vejámenes y opresiones.

Para alcanzar esos resultados, no habrá que desviarse por ninguna consideración, de la conciencia suprema del deber y de la razón superior del derecho, porque son las re-acciones virtualmente ciertas las únicas que terminarán con un régimen de absolutismo en su aplicación y de oprobio en sus beneficios.

Cuando se llega a un período de decadencia y declinaciones tan intensas, afianzado en el usufructo de la riqueza nacional, no se sale de ese estado de los propios elementos, sino por un cambio de medios y de factores; de lo contrario, las perversiones desbor-dándose cada vez ante la impunidad alejarán indefinidamente la solución.

Basta analizar la magnitud de las subversiones y de los daños originados bajo las as-piraciones engañosas de una vida de falso progreso, que han inferido los más profundos agravios, para comprender que los gobiernos absorbidos en las logrerías y estrechados por su propia incapacidad, no se levantarán nunca por sí mismos a las idealidades su-periores, y se opondrán siempre a la reacción cierta y verdadera, que no se concibe sino bajo los auspicios de la autoridad moral y del ejercicio legal de las instituciones.

La reparación debe ser necesariamente fundamental, nacional en sus caracteres y ra-dical en sus procedimientos. Sólo así responderá a la razón que la impone, al concepto irreductible con que ha sido planteada y a las esperanzas supremas del pueblo argentino.

De otra manera la magna obra degeneraría con todos los derivados, rehusando a la nación el tributo y homenaje que le es debido, sombreando de nuevo sus horizontes que empezarán a esclarecer –y entonces ya no habría que esperar otra acción regene-radora que la de los designios prevalentes, en vez de llevar a la circulación de la vida nacional la savia vigorosa de la más fecunda y benéfica restauración.

Las reacciones definitivamente saludables son las que llevan en sí el principio vi-tal que repara las causas, sobreponiéndose a las influencias mórbidas. Es preciso, ante todo, permanecer fieles a los atributos morales que inspiraron a los fundadores de la

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

138 nacionalidad y a los constituyentes de la organización política, y es deber de razón y de conciencia resistir cuanto viola esas consagraciones. Son las altas idealidades las que cimientan la grandeza superior de las naciones, y su vida política se ve conducida a su mejoramiento incesante si las generaciones que sucesivamente comparten la acción le imprimen ese carácter.

Las aspiraciones que no tienen otro miraje que la ocupación de los gobiernos, son siempre facciosas y fatales para el bien público, y al fin mueren execradas, mientras que aquellas viven en sus obras ilustres.

Todos los derechos y libertades serán ilusorios y contingentes, mientras no estén aseguradas por la autoridad de la nación, por el ejercicio de las instituciones y por el legítimo funcionamiento de sus gobiernos. Su estabilidad y mayor suma de garantías deben ser el pensamiento constante de una nación esencial y constitutivamente demo-crática, en la que todos tienen derechos incontestables a la igualdad legal.

La república debe, por fin, encaminar su suerte combatida en tan dilatado tiempo por el más desastroso desconcierto. Sus males tienen que desaparecer al cuidado de la más legítima representación, utilizando todas las fuerzas vivas para solucionar en paz y decorosamente el problema de su reconstitución política.

Cuando hayan desaparecido todos los gobiernos basados en las usurpaciones, y se levanten los legítimos cimentados por la opinión, se extinguirán con aquellos las últimas sombras de las corrupciones, perversiones y desdoros y aparecerán con estos los resplandores de una nueva época, cuyo cambio será visible desde sus co-mienzos mismos.

Reorganizada la república sobre la más completa representación, los gobiernos ejer-cerán sus funciones con eximia autoridad y con el aplauso público, porque la venera-ción que profesan los pueblos a las magistraturas legítimas influye poderosamente en el realce de su investidura y en el respeto que se les tributa.

Así quedará terminada una lucha sin igual, una obra sellada con los prestigios de su designio grandioso, en idealidades altamente generosas y emancipadoras, caracterizadas por la más absoluta solidaridad nacional, en el ejercicio de sus cardinales prerrogativas.

La Unión Cívica Radical, que simboliza las grandezas de la nación, en sus obras inmortales, frente a las calamidades de los gobiernos en la más inaudita sucesión de delitos de Estado y de crímenes comunes, habrá finalizado su cometido dejando glorio-samente cumplidos los fundamentos de su convocatoria, en el monumento cívico más grandioso de que haya sido capaz el espíritu humano.

Así resuelto, el problema fundamental, dejando abierto el más amplio escenario a los justos anhelos y a las aspiraciones legítimas, llegará entonces la hora de que en los certámenes públicos de todo orden, emergentes del ejercicio de la vida institucional, en diversidad de acciones y actividades, pero en unidad de miras y de sentimientos hacia el bien general, concurran con sus programas de tendencias partidarias y singulares los sistemas, principios y doctrinas, que comprenden los juicios de la razón humana.

El poder y la prosperidad de la nación, dirigida por el voto y el concurso de todos, causará el asombro y la admiración del mundo; y no sólo colmará el bienestar de los que en ella habiten, sino de cuantos quieran venir a labrar honestamente, bajo los aus-picios del pueblo argentino, su patrimonio, su porvenir y su felicidad.

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1890 - 1956

139La emigración se detendrá para dar paso a la inmigración, y las empresas, los capi-tales e intereses extranjeros, sabrán que ya no gravita sobre ellos, ni las trabas culpables ni la coparticipación dolosa.

La república por tan largo tiempo ausente del mundo en lo que constituye y cul-mina su personalidad; en contradicción con las eminentes dignidades de sus luminosas tradiciones se mostrará de nuevo por un gran acontecimiento político de las más vastas proyecciones, reasumiendo en su verdadero concepto y en la unidad vigorosa de su acción, todos los factores y elementos de la vida argentina para elevarla al primer rango de las nacionalidades.

Así libre y poderosa, retomará la marcha hacia sus inconmensurables destinos; ¡pero los profundos menoscabos morales y físicos que se le han inferido, no serán reparados en los siglos de los siglos!

Por eso, en otra hora solemne, la Unión Cívica Radical ha dicho: “Que ante la magnitud de esos crímenes, de esa fatalidad sin reparo, sus causantes son más que reos de esa patria, son todo y no son nada, porque en presencia de la enormidad del agravio, sus responsabilidades son un sarcasmo, sus protestas de generación una blasfemia, y el progreso de que blasonan una iniquidad”.

Igual condenación merecen los que al amparo del funesto acuerdo, traicionaron deberes patrióticos en cambio de posiciones oficiales, y malograron la reivindicación cuando estaba ya a punto de conseguirse. Nunca pensamiento más poderoso penetró en causa más santa, llevando a los unos a solidarizarse en la obra oprobiosa, e impo-niendo a los otros el deber de la actitud inquebrantable en que hasta el presente se mantienen defendiendo causa tan sagrada.

Ha existido un concepto tan cabal y absoluto de la obra a realizarse, de los esfuerzos y sacrificios que ella demandará en su trayectoria gloriosa, que todas las calidades del pueblo argentino se congregaron en la altiva demanda.

Al par que los civiles, el ejército y la marina, en sus representaciones más brillantes y heroicas, han seguido la senda que marcaba el supremo deber, exponiendo porvenir, carrera, tranquilidad y la vida misma, afrontando expatriaciones, cárceles y las más do-lorosas contingencias de sus valentías y de sus abnegaciones.

Esos generosos y denodados argentinos que con la fortaleza de su carácter y de su ejemplo han levantado bien alto a la nación, que el despotismo, la turpitud y la de-pravación gubernamental desconceptuaron desde su seno hasta todos los centros del mundo, tan ilustres y dignos ciudadanos, vivirán en las páginas que corresponden a los más prominentes acontecimientos de la patria.

Al concluir esta exposición de juicios y de sentimientos, la Unión Cívica Radical renueva sus votos por la presentación de la obra y se ratifica en todos sus términos.

Buenos Aires, agosto 30 de 1912

Horacio A. Varela, Secretario - José Camilo Crotto, Presidente

Fuente: Rubén Bortnik, Yrigoyen y el primer movimiento, Biblioteca Política Argentina, nº 258, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1989.

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1909 - 1912

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

140

Partido Socialista Argentino

Antes de venir a la Argentina yo conocía, a

grandes rasgos, al Partido Socialista de aquí,

por haberme hablado de él el amigo Ugarte

en París, durante el congreso socialista in-

ternacional, y porque el doctor Palacios me

había mandado a Italia cartas y después dis-

cursos parlamentarios.

Llegado a Buenos Aires, viniéronme a

saludar varios socialis tas (a quienes había

ya escrito que no venía aquí para dar confe-

rencias socialistas, porque me parecía que,

después de 15 años de sacrificios dados al

Partido y al proletariado en Italia y en Europa,

tenía el derecho de proveer a las necesidades

de mi familia).

Yo los acogí fraternalmente, y al doctor

Justo y al doctor Pa lacios di abiertamente mi

pensamiento sobre el Partido Socialista Ar-

gentino –que está conforme con el de otros

socialistas de Europa, miembros del “Bureau

Socialiste International”, el cual se ha ocupa-

do de este punto, modificando el criterio de

votación en los congresos internacionales,

siendo absurdo que el Partido Socialista de

la Argentina tuviera igualdad de votos con el

partido, por ejem plo, de Alemania.

Y por eso se introdujo el criterio del voto

proporcional. El doc tor Justo me dijo que mi

opinión le parecía equivocada. Yo le con testé

que observaría bien los hechos, en estos tres

meses, y después confirmaría o modificaría

mi opinión.

JUAN B. JUSTO Y LA POLÉMICA CON EL SOCIALISTA ITALIANO ENRICO FERRI

El 26 de octubre de 1908, el criminólogo y político socialista italiano Enrico Ferri, de visita en el país, dicta una conferencia en el Teatro Victoria de Buenos Aires. Allí expone el argumento de que en un país sin desarrollo industrial y, en consecuencia, sin proletariado, como era la Argentina, la existencia de un partido socialista no tenía razón de ser. Juan B. Justo, principal dirigente y teórico del socialismo argentino, refuta sus dichos en el mismo acto y a lo largo de una polémica que se extenderá en numerosos escritos. Enfrentado a una disputa de interpretación de los textos de Karl Marx, Justo ensaya un sistemático análisis sobre la viabilidad del socialismo en países periféricos. Estos escritos serán editados en 1909 por el Comité Ejecutivo del Partido Socialista y reeditados en 1915 por Librería y Editorial La Vanguardia.

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141No tuve más el placer de verme con el

doctor Justo en las va rias veces que me en-

contré con socialistas argentinos en el hotel y

en las oficinas de La Vanguardia.

Los socialistas me pidieron una conferen-

cia a total beneficio de La Vanguardia, a lo que

accedí de todo corazón. Y así di la con ferencia

en el teatro Victoria, en la cual yo terminé con

mis obser vaciones sobre el Partido Socialista

en la Argentina, porque los hechos me habían

confirmado en mi convicción.

Que estas opiniones mías no gusten ahora

a los socialistas ar gentinos (pero no a todos,

porque sé que alguno de ellos, y de los más

conocidos, es también de mi misma opinión)

me disgusta también a mí.

Pero eso no podía impedirme decir todo

mi pensamiento, porque los métodos jesuíti-

cos no pueden ser los de un hombre moderno.

Yo pienso que los socialistas en la Argenti-

na cumplen obra no sólo simpática y admira-

ble por su coraje y su honradez política, sino

también útil al país, porque constituyen el

único partido que tiene un programa de cosas

y de ideas y no de personas. Y esto dije tam-

bién en el teatro Victoria.

Pero pienso (y esto es el “abecé” de la

sociología y del socialismo científico), que el

Partido Socialista es, o debe ser, el producto

natural del país en donde se forma. Aquí en

cambio me parece que el Partido Socialista

es importado por los socialistas de Europa

que inmigran a la Argentina, e imitado por

los argentinos al traducir los libros y folletos

socialistas de Europa. Pero las condiciones económico-sociales de la Argentina, que se

encuentra en la fase agropecuaria (aunque

técnica), son tales, que hubieran evidente-

mente impedido a Carlos Marx escribir aquí

El Capital que él ha desti lado con su genio del

industrialismo inglés. El “proletariado” es un

producto de la máquina a vapor. Y sólo con el

proletariado nace el Partido Socialista, que es

la fase evolutiva del primitivo Partido Obrero.

Así, en Italia, las provincias meridionales,

que están en la fase agropecuaria, tienen un

Partido Socialista debilísimo, mientras que las

provincias septentrionales, que están en la fase

industrial, han pasado del “proletariado obrero”

al “partido socialista”, que es allí muy fuerte. Así

podría decir, en Europa, de la Suiza, etc.

El ejemplo de la Nueva Zelandia, que el

doctor Justo recogió en el teatro Victoria,

confirma esta observación elemental. Allí no

existe industrialismo mecánico, en el sentido

real de la palabra, y allí existe un partido obre-

ro que hasta ha llegado al gobierno, pero no

existe un partido socialista.

Pero, se dirá, en la Argentina existe un

Partido Socialista. ¿Cómo entonces negar su

razón de ser?

He respondido ya en el teatro Victoria al

doctor Justo con la doctrina de la “suplencia ce-

rebral”, según la cual algunas circun voluciones

cerebrales substituyen en el trabajo psíquico las

específicas circunvoluciones enfermas o desa-

parecidas, como para el lenguaje, la circunvolu-

ción de Broca –y puedo añadir ahora otra com-

paración, menos científica, pero más popular.

Alguna vez suelo pedir en el restaurante

un guiso de “liebre”. Y como en Europa las

liebres son raras y caras, los mozos traen en

lugar de guiso de liebre uno de conejo. Ahora

bien, a mí no me desagrada el conejo, pero me

desagrada que el mozo crea que soy tan “ton-

to” como para pasarlo por “liebre”. Y entonces

llamo al mozo y le digo: “Usted dice que esto

es guiso de liebre, pero le advierto que yo sé

bien que esto no es sino guiso de conejo; lo

como lo mis mo con gusto, solamente deseo

que sepa usted que yo sé lo que como”.

Y bien; lo mismo sucede con el Partido So-

cialista Argentino. Se llama “partido socialis-

ta”, pero no es sino un “partido obrero” en su

programa económico (8 horas, salarios altos,

huelgas, tra bajo de las mujeres y de los niños),

y es un “partido radical” (en el sentido europeo

de la palabra) en su programa político.

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1909 - 1912

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

142 Los radicales argentinos forman un parti-

do del… mundo de la luna. Tienen un progra-

ma negativo (la abstención de la lucha polí-

tica) y uno positivo (la revolución… con relativo

militarismo), y por eso falta aquí un partido

radical positivo como existe en Francia (Cle-

menceau) y en Italia (Sacchi).

Los socialistas argentinos cumplen la fun-

ción específica de este partido radical que falta.

Hacen obra simpática y útil, y por eso,

como dije en el Victoria, han merecido justa-

mente las simpatías públicas.

Pero esto, si es bello y meritorio, ¡no es

socialismo!

Partido y doctrina socialista sin propiedad

colectiva es un absurdo. Y me maravilló mu-

chísimo oír en el Victoria de labios del doctor

Justo que esto de la propiedad colectiva es un

dogma no inseparable de la doctrina socialista.

Ahora bien: yo pienso –y esto es la parte

siempre viva del marxismo– que sin propie-

dad colectiva no hay doctrina socialista.

Sin propiedad colectiva habrá un guiso

de conejo, o también de gato, ¡pero no cierta-

mente un guiso de liebre!

Cuando un país tiene todavía “tierras pú-

blicas” por individualizar, y por eso no está

todavía en la fase industrial, es absurdo decir

que aquí pueda existir un partido socialista

que debe estar compuesto de proletariado

(industrial y agrícola).

Aquí existe la agricultura técnica. Pero

los medieros o pequeños propietarios no

son socialistas. Pueden serlo los braceros

(“peones”); pero estos son en gran parte in-

conscientes o “golondrinas”, que es imposi-

ble moral y materialmente organizar en un

partido socialista.

Y los muchos obreros industriales que vi-

ven en Buenos Aires, no bastan para cambiar

el carácter de la condición económica de la

República Argentina, que está en la fase agro-

pecuaria. Ellos son en realidad “trade-unionis-

tas”… que son bien distintos de los socialistas.

Son estas mis ideas sobre el Partido So-

cialista Argentino, fruto de observaciones po-

sitivas y serenas.

Y lo he dicho y lo escribo con agrado

mientras dentro de una hora deberé tomar

el vapor, porque para un hombre que tiene

conciencia socialista, el primer deber es el de

decir la verdad (o lo que a él le parezca la ver-

dad, porque ningún hombre es infalible), de-

cir la verdad siempre, sobre todo, para todos,

contra todos.

Los socialistas argentinos sienten ahora

el gusto amargo de mis observaciones, pero

después se persuadirán, porque los hechos

son más fuertes que los prejuicios o que las

ilusiones.

En cuanto a mí, estoy habituado en toda mi

vida a pensar y a decir cosas que chocan con

los hábitos mentales de adversarios y amigos.

Pero estoy también acostumbrado a ver

que el tiempo ha ve nido muchas veces a dar-

me la razón.

Enrico Ferri

El profesor Ferri y el Partido Socialista Argentino

Cinco horas después de desembarcar en Bue-

nos Aires, el pro fesor Ferri, espontáneamente,

sin que le planteáramos la cuestión, nos de-

cía que el socialismo en este país es una “flor

artificial”. Asom brados de un juicio semejante,

lanzado de improviso entre una consulta al

empresario de su gira por una entrevista con

el redactor de un diario oficial, dijimos al pro-

fesor Ferri que tal era la opinión de la burgue-

sía criolla, pero que en él sentaba mejor reser-

varla para cuando hubiera conocido algo del

país y nuestro partido. Ferri se puso entonces

de pie, y nos dijo solemnemente: “Hablo como

sociólogo, como hombre de ciencia”.

Pasaron tres meses, durante los cuales el

sociólogo buscó el aplauso de la prensa rica,

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1909 - 1912

1890 - 1956

143admiró el lujo de Buenos Aires, fue re cibido por

lo más granado de la oligarquía y la más alta

burocra cia, oyó de los labios de un ministro el

relato de la revuelta que lo había llevado al go-

bierno, cerró los ojos ante el insensato fraude

electoral dirigido por sus amables huéspedes

el presidente de la república y el jefe de policía,

recibió el homenaje de universidades parási-

tas, anduvo mucho en ferrocarril, dio en todas

partes confe rencias miscelánicas, ganó dinero

y evitó en lo posible todo con tacto con el pue-

blo. Y después de esa vertiginosa gira, que ha

puesto a prueba su simpática voz y su gran

talento verbal, el profesor Ferri ha confirmado

su sentencia de la primera hora: el socialismo

argentino no tiene razón de ser.

Para un observador imparcial y sobrio

de juicio, este país ofre ce el cuadro singu-

lar de una sociedad moderna, íntimamente

vinculada al mercado universal, y cuya vida

política está en manos de partidos políti-

cos sin equivalentes ni afines en la política

de ningún otro país moderno. Agrupacio-

nes efímeras, sin programas ni principios,

ni más objetivo que el triunfo personal del

momento, los partidos de la política criolla,

pasada la frontera, carecen de todo senti-

do. Pregúntese en la Asunción qué es un

“autonomista” ar gentino, y será tan difícil

obtener una respuesta como nos sería dar-

la si nos preguntaran qué es un “colorado”

paraguayo. Basta a veces pasar de una pro-

vincia a otra para que esas denominaciones

ficticias pierdan todo significado. ¿Qué es

en Corrientes un “conservador” de Buenos

Aires? ¿Qué es en Buenos Aires un “liberal”

correntino? Frente a ese caos de facciones

y camarillas, cuya única palabra de orden y

único vinculo interno es el nombre del con-

dottiere que las guía al asalto de los pues-

tos públicos, ha apare cido y se desarrolla el

Partido Socialista, que, sin excluir a nadie

de su seno, se presenta ante todo como la

organización política de la clase más nu-

merosa de la población, la de los trabajado-

res asala riados. Representa una corriente

de opinión, extendida por el mundo entero

civilizado; está en relación regular con los

partidos afines extranjeros; sus costum-

bres son las de la democracia moderna;

tiene centros organizados en los principa-

les puntos del país; es la única agrupación

política de vida progresiva y permanente

que sostiene un programa, celebra grandes

asambleas y vota, despre ciando por igual la

inercia de la mayoría de los electores y las

malas artes del gobierno. Es, en una pala-

bra, para el observador sobrio e imparcial,

el único partido que existe. Pues para el

profesor Ferri, inconmovible en su precon-

cepto, es el único que no tiene razón de ser.

Así, aquel famoso profesor de medicina, al

en contrar sano y bueno a un paciente cuya

muerte próxima había pronosticado, le dijo

con aplomo académico: “¡Usted está muer-

to para la ciencia!”.

En lugar de admirar en nuestro desarro-

llo la fecundidad de la idea socialista, capaz

de inspirar al pueblo una acción buena e

inteligente bajo todos los climas y en con-

diciones históricas relativamente distintas,

en lugar de ampliar su propio concepto del

Socialismo bajo la influencia de lo que aquí

pensamos y hacemos, el profesor Ferri, con

una ciencia de pacotilla, viene a decirnos:

aquí no hay gran proletariado industrial, lue-

go no puede haber Socialismo.

No tenemos una industria como la de In-

glaterra, donde escri bió Marx El Capital; pero

el último capítulo de este libro, titu lado “La

teoría moderna de la colonización”, expone y

prevé con exactitud admirable lo que hace la

“clase” gobernante para crear rápidamente

un proletariado en países como este.

No traen para eso los gobiernos de los

países coloniales má quinas a vapor. Aunque

lo diga el profesor Ferri, el proletariado no

es un producto de esta. Apareció y se desa-

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1909 - 1912

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

144 rrolló en Europa varios siglos antes de que

se generalizara el motor inventado por Watt,

y alimentó de brazos en el siglo xvii la ma-

nufactura capitalista, y después las fábricas

movidas por la fuerza hidráulica. El prole-

tariado resultó de la disolución de la socie-

dad feudal, de la clausura por los convenios

de la reforma religiosa, del desalojo de los

campesinos por la transformación del do-

minio feudal de la tierra en propiedad priva-

da estricta de los señores, por la usurpación

de las tierras comunales, por la venta de los

bienes de la Iglesia. Como relación política y

jurídica de coerción, la de proletario y bur-

gués fue en su principio obra del despojo

violento, de leyes inicuas, no del progreso

técnico. La máquina a vapor ha venido des-

pués a acelerar en el siglo xix la mecaniza-

ción de la industria toda y la desaparición

del antiguo artesano, a acercar y confundir

a los pueblos revolucionando los transpor-

tes, a impul sar el aumento de la productivi-

dad del trabajo.

Y al expandirse el capital en el siglo xix,

junto con la po blación europea, a vastas tie-

rras vírgenes despobladas, se planteó para la

clase gobernante un problema nuevo: ¿cómo

crear en las colonias la clase de trabajadores

asalariados necesaria para la explotación ca-

pitalista? ¿Cómo improvisar un proletariado

donde la abundancia de tierras libres y abier-

tas al cultivo permite a cada recién llegado

convertirse en un productor autónomo? Se

había visto a un capitalista desembarcar en

Australia con un cargamento de proletarios

europeos y un capital en provisiones y útiles

de tra bajo, inclusive varias máquinas a vapor,

y quedarse al día siguien te sólo con su “capi-

tal”, sin la ayuda siquiera de su sirviente.

El problema se resolvió teórica y prác-

ticamente con lo que sus autores llamaron

la “colonización sistemática”, y que ha sido

realmente la implantación sistemática en

estos países de la sociedad capitalista, la

colonización capitalista sistemática. Consis-

te en impedir a los trabajadores el acceso

inmediato a las tierras libres, declarándolas

de propiedad del Estado, y asignándoles un

precio bastante alto para que los trabajado-

res no puedan desde luego pagarlo. Nece-

sita entonces el productor manual trabajar

como asalariado, por lo menos el tiempo

preciso para ahorrar el precio arbitraria-

mente fijado a la tierra, especie de rescate

que paga para redimirse de su situación

de proletario. Y con el dinero así obtenido,

el Estado se encarga de buscarle reempla-

zante, fomentando la inmigración, el arribo

de nuevos brazos serviles. En las colonias

latinoamerica nas, la clase trabajadora, for-

mada en gran parte por mestizos e indíge-

nas, fue desde un principio excluida de la

propiedad del suelo, adjudicado a los se-

ñores en grandes mercedes reales. Y des-

de que el progreso técnico-económico del

mundo ha empezado a repercutir también

aquí, la clase gobernante practica instin-

tivamente, sin teo ría alguna, sin más guía

que sus apetitos de lucro inmediato y fá cil,

la colonización capitalista sistemática. Con

circunstancias agravantes, porque no sólo

acapara la propiedad del suelo todavía sin

cultivo, y, por cuenta del Estado, provee de

brazos a los empresarios, sino que, para in-

tensificar la explotación del trabajador, re-

curre a procedimientos medioevales, como

el envilecimiento de la moneda, y a un sis-

tema de impuestos sólo comparable con la

gabela y la capitación de la antigua Francia.

De esta manera se ha formado en este país

una clase proletaria, numerosa relativamente

a la población, que trabaja en la producción

agropecuaria, en gran parte mecanizada; en

los veintitantos mil kilómetros de vías férreas;

en el movimiento de carga de los puertos, de

los más activos del mundo; en la construcción

de las nacientes ciudades; en los frigoríficos,

en las bodegas, en los talleres, en las fábricas.

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1909 - 1912

1890 - 1956

145Y a esa masa proletaria se agrega cada año de

1/6 a 1/4 de millón de inmigrantes.

Como muy exactamente dice el profesor

Ferri, los peones de este país son en su mayor

parte inconscientes. ¿Serán mejor tratados

por eso? ¿Están por eso más cerca de hacer-

se propietarios? ¿No es la inconsciencia de

los peones un motivo más para que los tra-

bajadores conscientes redoblen la agitación?

¿Sería más normal y más rápida la evolución

histórica de este país, si dejáramos crecer el

proletariado sumido en la superstición de la

propiedad y de la autoridad?

Nos habla el profesor Ferri de los peo-

nes “golondrinas”. Y ese mismo ejército pro-

letario de reserva, que cada año cruza los

mares para trabajar en los miles de trilla-

doras a vapor que funcionan ca da verano en

este país, ¿no es la mejor prueba de que la

agricultura argentina es a tal punto capita-

lista y está en tal grado vinculada a la eco-

nomía mundial, que ya no puede engendrar

las ideas políticas de los viejos pueblos de

campesinos propietarios? Nos habla el pro-

fesor Ferri de que hay todavía aquí “tierras

públicas a individualizar”. ¿Se ha pregunta-

do cómo se hace esa individualización? ¿Ha

encontrado aquí algún pioneer, como los

que, armados de un hacha y un arado, se

han posesionado del suelo norteamericano,

para hacer cada uno su hogar y su chacra,

no sólo reconocidos, sino favorecidos por la

ley en su propiedad?

Nos asegura que los medieros y los pe-

queños propietarios, tan escasos estos últi-

mos entre nosotros, no son socialistas. ¿Lo

serán más los millones de pequeños pro-

pietarios europeos, partidarios, des de luego,

de los derechos de aduana sobre los granos

y las carnes de América, derechos que el

partido obrero quiere abolir? Si la situación

agraria ofrece dificultades a la doctrina so-

cialista, ellas son indudablemente mayores

en Europa que aquí.

¿Qué quiere decir el profesor Ferri cuan-

do objeta al socialismo argentino que esta-

mos aún en “la fase agropecuaria”? ¿Acaso

que la agricultura va a desaparecer para que

advenga lo que él llama socialismo? ¿O que

la sociedad comunista europea, ya próxima

a establecerse, tratará mano a mano con el

presidente Figueroa Alcorta, como jefe de

esta oligarquía de terratenientes, el cambio

de los granos, las carnes, las lanas y los cue-

ros argentinos por los productos de la indus-

tria de aquella cooperativa continental?

Toda la exposición de Ferri está impreg-

nada de un dogmatismo estrecho, que le ha

impedido comprender las objeciones más

fundamentales, si no es que las ha entendido

mal por no conocer la lengua. Yo no he dicho

que la propiedad colectiva sea un dogma se-

parable de la doctrina socialista. Yo también

pienso que sin la propiedad colectiva –es

decir, sin la hipótesis de la futura propiedad

colectiva– no hay doctrina socialista. Pero

esa hipótesis, tan fundada y tan simpática,

no es fecunda sino en cuanto nos condu ce

a prepararnos para la propiedad colectiva,

a realizar desde ya el colectivismo posible,

capacitando a la clase trabajadora para la

cooperación libre y la acción política. Y este

es el método socialista, tan superior a ella

en trascendencia histórica como la técnica y

la experimentación modernas respecto de la

teoría del éter.

Por eso la parte más viva del marxismo

no es la hipótesis de la futura propiedad co-

lectiva, sino la práctica de la lucha de clases,

moderna y actual. Ferri cree lo contrario, y

de ahí su distinción trivial entre partido obre-

ro y partido socialista, cuando hace sesenta

años, en su inmortal manifiesto comunista,

Marx y Engels decían ya lo siguiente: “¿En

qué relación están los comunistas para con

los proletarios en general? Los comunistas

no son un partido especial frente a los otros

partidos obreros. No tienen interés alguno

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1909 - 1912

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

146 distinto de los intereses del proletariado en

general. No establecen ningún principio es-

pecial según el cual quieren modelar el mo-

vimiento proletario. Los comunistas se dis-

tinguen de los otros partidos proletarios sólo

en que, por una parte, en las distintas luchas

nacionales de los proletarios, proclaman y

hacen valer los intereses del proletariado

entero, independientes de la nacionalidad, y

por otra, en que representan siempre el in-

terés del movimiento entero en las diferen-

tes etapas de la lucha entre proletariado y

burguesía. Los comunistas son, pues, prácti-

camente la parte más decidida y propulsiva

de los partidos obreros de todos los países;

antes que la restante masa del proletariado,

tienen la visión teórica de las condiciones, la

marcha y los resultados generales del movi-

miento proletario”.

Hablé de Nueva Zelandia en el teatro Vic-

toria para mostrar que la idea de la propiedad

colectiva encuentra aplicación en ese país, en

el proceso mismo de la “individualización” de

las tierras públicas. Se las entrega al domi-

nio privado con limitaciones de tiempo y con

beneficio para el estado del incremento de su

valor. Ferri dice que no hay en aquel país un

partido socialista, sino un partido obrero. En

realidad, el partido neozelandés, cuya gran obra social van a estudiar de todas partes, y Metin ha descrito como “el socialismo sin

doctrina”, se llama partido progresista (Pro-

gressive Party), y cuenta indudablemente con

la gran mayoría del voto obrero. Es en Aus-

tralia donde hay un partido llamado obrero

(Labor Party), que ha llegado ya alguna vez al

gobierno, y propicia la misma política agraria,

de tal manera las teorías modernas sobre la

propiedad se imponen en la política práctica

de esos países coloniales, donde los creado-

res de toda una legislación nueva no hablan

para nada de socialismo. Hacen socialismo,

pero no se llaman socialistas, y Ferri dice por esto que no lo son. Nosotros queremos hacer

socialismo, y nos titulamos socialistas, y Ferri

dice que no debemos llamarnos así.

Nos explicamos que el profesor Ferri esté

ajeno a lo que sucede en países tan distantes

en todo sentido del suyo, en los cuales asisti-

mos a la formación de clases enteras de nue-

vos propietarios que, porque son nuevos, están

tocados por el espíritu socialista, y, dígalo o no

la ley escrita, saben que su derecho de propie-

dad es condicional, relativo, prescriptible.

Pero la incapacidad, tal vez momentánea,

del profesor Ferri para el método socialista,

vale decir, para la obra socialista, se evidencia

cuando él afirma que el alza de los salarios

conseguida por la acción gremial se acom-

paña de una elevación de los precios, error

propagado por los apologistas del capital

para desorientar la acción obrera, y desau-

torizado por la estadística del último siglo,

tanto en Europa como para América. La Van-

guardia del 19 de mayo de 1906 publicó un

diagrama norteamericano, de fuente oficial,

que mostraba cómo el alza de los salarios y

el acortamiento de la jornada han coincidido

en las últimas décadas con la baja de los pre-

cios. Otros gráficos expuestos en la sección

de Economía Social de la Exposición de París

de 1900, como resumen de las investigacio-

nes de todo el siglo xix, indican que durante

este el costo de la vida subió de -46 a <56,

mientras que los salarios en dinero subieron

da 45 a <105, es decir, que casi se duplicaron

los salarios reales.

Habla el profesor Ferri con una ligere-

za estupenda de nuestro programa mínimo.

Encuentra que nuestras aspiraciones del

momento, las ocho horas, etc., son muy poca

cosa. Le contestaremos con las palabras de

Carlos Marx en el discurso inaugural de la In-

ternacional: “Y por eso la ley de las diez horas

fue no sólo un gran éxito práctico: fue el triun-

fo de un principio”.

No sabemos si es por las circunstancias pe-

culiares de su viaje a Sud América, pero el pro-

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1909 - 1912

1890 - 1956

147fesor Ferri parece mirar al Socialismo como

una promesa, como una creencia y, por otra

parte, como una fórmula, como un teorema.

Para nosotros, el Socialismo es la acción

en bien del pueblo trabajador, ante todo la

acción del mismo pueblo trabajador en su

propio bien, y, para no equivocarse, en su

bien mensurable. Chocan entre sí las doc-

trinas y las escuelas, y aun dentro del Par-

tido Socialista internacional hay opiniones

tan distintas como la de Ferri y la nuestra.

Contar, pues, en el haber del pueblo un rótulo

de partido, sería tan expuesto a error como

contar sus esperanzas.

Se ha de medir el resultado de la acción

socialista, no por el número de los que se

titulan tales, sino por la elevación material,

intelectual y moral del pueblo, determinada

por esa acción y registrada por la estadísti-

ca. Y en este movimiento histórico, que suje-

ta a un contralor tan severo la realización de

sus fines positivos, intervienen, junto con las

necesidades fisiológicas del pueblo, los más

altos ideales.

El conferenciante que ha hablado en Bue-

nos Aires “de Jesús al Socialismo” ante un

auditorio mundano, si ha visto en Jesús el

hombre y no el dios, si ha presentado el So-

cialismo como una nueva psicología colectiva,

y no como una nueva Ciudad del Sol, debería

ser el primero en comprender la propagación

de los nuevos ideales en estos países.

No nos basta la declaración de los dere-

chos del hombre, hecha por los revoluciona-

rios burgueses del siglo xviii. También aquí

aquella pomposa fórmula nos resulta rancia

y vana. En nuestra evolución técnica-econó-

mica nacional, la tahona y las corporaciones

cerradas de gremio han tenido menos pa-

pel que en la de Europa. Nunca llegará tal

vez la mayor parte de nuestro suelo a estar

dividido, como el de Francia, en fracciones

de menos de 40 hectáreas. Así también es

infinitamente probable que en nuestra evo-

lución política no hay lugar para el partido

radical a la francoitaliana que nos receta el

señor Ferri.

Si todavía no lo viéramos en este mis-

mo país, el cuadro de los grandes pueblos

modernos, con la centralización industrial,

la acu mulación de inmensas riquezas en

pocas manos, los monopolios, las crisis y la

lucha de clases, nos señalaría nuestro pro-

pio porvenir. Y los ideales no se adoptan por

temporada, como alquilamos una casa, pre-

viendo el plazo en que vamos a desocuparla.

Necesaria mente, se apoderan de nosotros

los más universales, los más eter nos que

somos capaces de sentir. He aquí, pues, el

ideal socialista propagándose entre noso-

tros, obreros numerosos que roban horas

al sueño y sacrifican sus recursos precarios

a la emancipación de su clase; mujeres que

abandonan el confesionario para acudir a la

conferencia o al mitin; hombres de ciencia

que encuentran en la obra social, humilde y

obscura, un campo incomparable de estudio

y experimentación; artistas que buscan su

inspiración en el drama inmenso de la vida

del pueblo; algún patrón tal vez que aspira

a hacer de sus obreros sus discípulos y aso-

ciados; algún propietario que hace de sus

privilegios un bien social; todo un partido

que acu sa y amenaza a los explotadores y

prepotentes. ¿No encuentra a todo esto ex-

plicación o disculpa el profesor Ferri siquie-

ra en nues tra “latinidad”? Explíquese el re-

tardo y la lentitud del desarrollo del Partido

Socialista en Inglaterra, donde Marx escribió

El Capi tal, y comprenderá entonces mejor

la precocidad del Partido So cialista en este

país, donde “no hubiera podido escribirlo”.

Ha sido tan grande el estupor causado

en algunos excelentes com pañeros por las

palabras de Ferri sobre el socialismo argen-

tino, que consideran su viaje a estas tierras

como una desgracia. Aparte de alguna li-

gera mortificación de amor propio de par-

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1909 - 1912

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

148 tido, no encuentro en su visita sino ventajas.

Desde luego, la de haberlo conocido perso-

nalmente. Al ver de cerca a este eminente

miembro del Par tido Socialista, tiene que

haberse fortificado nuestra convicción de

que lo más firme y genuino del Socialismo

está en la conciencia y la capacidad de la

masa del pueblo. Hay hombres de grandes

he chos y de grandes ideas; pero con harta

frecuencia la admiración por su obra dege-

nera en una superstición por sus personas

o por sus fórmulas. Difícil se hace entonces

distinguir entre la grande acción y el gesto

artificioso, entre la idea grande y el sofisma

pe dantesco. Sólo están a cubierto de esa

superstición y de este engaño los hombres

estimulados a la acción constructiva por un

sentimiento intenso.

Ferri cree haber desautorizado el Socia-

lismo en este país. Lo habrá robustecido, si

reconocemos las medias verdades conteni-

das en sus temerarias afirmaciones.

Dice que desempeñamos la función de un

partido radical a la europea; pongamos en-

tonces mayor empeño en llevar a su madurez

de juicio a los radicales doctrinarios que haya

en el país, hagámosles sentir y comprender

que su puesto está en nuestras filas.

Presenta como un obstáculo al Socialismo

la actual economía agrícola argentina; dedi-

quemos, pues, mayor esfuerzo a la política

agraria, que ha de acelerar la evolución téc-

nico-económica del país, y también su evolu-

ción política, enrolando en nuestro par tido a

los trabajadores del campo.

Nos excomulga Ferri, por fin, en nombre

de la doctrina. Sea ello para nosotros una

inmunización más contra la tendencia an-

quilosante de la doctrina. Clasifiquemos los

hechos conocidos, es cudriñemos lo que nos

auguran, cultivemos la teoría que ha de ilu-

minar nuestra marcha hacia el porvenir. Pero

esa doctrina, obra nuestra, no la dejemos

cristalizarse en boca de los charlatanes y de

los epígonos, para que no se sobreponga a

nosotros. Infundámosle siempre nueva vida,

preñándola constantemente de hechos nue-

vos, haciéndola recibir en su seno todas las

nuevas realidades, para que no degenere en

un nuevo evangelio. ¡Que al prolongarse y ex-

tenderse nuestro movimiento y adquirir nue-

vas modalidades, se ensanche y enriquezca

nuestra doctrina; que crezca eternamente, a

diferencia de los credos, momificados apenas

dados a luz! Y con todo eso nuestro partido

será más grande, más fuerte, más socialista.

Juan B. Justo

Fuente: Juan B. Justo, La realización del socialismo, Bue-nos Aires, Editorial La Vanguardia, 1947, pp. 236-249.

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El estallido de la Primera Guerra Mundial resulta uno de los acon-tecimientos más traumáticos del siglo xx: todas las promesas civili-zatorias –el progreso, la paz y el bienestar perpetuos– se derrumban para siempre, y las décadas siguientes se organizarán bajo su impacto y sus secuelas. Para José Ingenieros, como para muchos otros hombres y mujeres de su generación, la Gran Guerra representa “el princi-pio de otra era humana” y posibilita una reconsideración del legado europeo y una reapertura de los debates sobre la nacionalidad. La lejanía del teatro de operaciones no impidió que los trágicos sucesos europeos tuvieran un impacto inmediato en la Argentina, tanto a nivel económico como político e intelectual. El Estado argentino, primero bajo la administración conservadora de Victorino de la Pla-za y luego bajo el gobierno radical, adoptó una postura neutralista, aunque la opinión pública se debatió entre una gran mayoría “alia-dófila” y algunos sectores “germanófilos” y pacifistas. El 2 de abril de 1916, en las primeras elecciones celebradas bajo el amparo de la Ley de voto secreto y obligatorio, es elegido presidente Hipólito Yrigoyen, por la Unión Cívica Radical. Su asunción, seis meses después, será un “espectáculo popular extraordinario”, como lo definió el entonces embajador español en la Argentina, y causó los primeros disgustos a las élites tradicionales, que comenzaron a desandar un balance amargo sobre el proceso de democratización y el ingreso de las masas a la vida pública. El particular liderazgo ejercido por Yrigoyen fue objeto de impugnación en las filas de su propio partido, donde algu-nos criticaron su “conducción personalista” varios años antes de que fuera elegido presidente de la Nación.

1914 - 1916

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La solemnidad de estos momentos reclama nuevamente la palabra serena con que la Unión Cívica Radical ha hablado al sentimiento público en horas intensas y únicas para la Patria. Su voz cobró siempre valor de sinceridad, como que es el eco de los acen-tos íntimos de la Nación. Por ella y para ella se planteó la reclamación más imponente que haya jamás vinculado con solidaridades tan altas, a los hijos de esta tierra.

La Unión Cívica Radical es la Nación misma, bregando hace veintiséis años para libertarse de gobernantes usurpadores y regresivos. Es la Nación misma, y por serlo, caben dentro de ella todos los que luchan por los elevados ideales que animan sus propósitos y consagran sus triunfos definitivos. Es la Nación misma, que interviene directamente en la lucha cívica, con el propósito de constituir un gobierno plasmado a imagen y semejanza de sus bases constitutivas, principios e idealidades. (…)

No es, por consiguiente, un partido político que reclama sufragios para sí mismo; es el sentimiento argentino que, ahora como antes y como siempre, invoca su tradición de honor y de denuedo, y despliega su bandera intacta, para que a la sombra de ella se agrupe nuevamente la dignidad argentina, que no puede, que no debe, sufrir más menoscabos.

El país quiere una profunda renovación de sus valores éticos, una reconstitución fun-damental de su estructura moral y material, vaciadas en el molde de las virtudes origina-rias. Es, pues, el actual momento histórico, de la más trascendental expectativa. O el país vence al régimen y restaura toda su autoridad moral y el ejercicio verdadero de su sobera-nía, o el régimen burla nuevamente al país, y este continúa bajo su predominio y en un es-tado de mayor perturbación e incertidumbre. De modo que, en la contienda electoral del 2 de abril, se juegan los destinos de la Nación, y es en ese concepto que la Unión Cívica Radical incita a todos los argentinos al sagrado cumplimiento de sus deberes ciudadanos.

Buenos Aires, marzo 30 de 1916. José Camilo Crotto, presidente;

David Luna y Luis Álvaro Prado, secretarios

Fuente: Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República verdadera, Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo IV, Buenos Aires, Emecé, 2007, p. 342.

Manifiesto de la Unión Cívica Radical al pueblo de la República antes de las elecciones de abril de 1916

A comienzos de abril de 1916 la Argentina se prepara para elegir por primera vez al presidente de la Nación utilizando el sistema de voto secreto y obligatorio para todos los hombres mayores de 18 años, establecido por la Ley Sáenz Peña. 

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

152

Ante la evidencia de estas horas supremas y decisivas, el pensamiento se repliega a contemplar el apostolado que laboró tramo a tramo, la consagración plena de la obra reparadora. En la fe y en la virtud de su vasta irradiación se cruzaron muchas angus-tias; pasaron años de absorbentes fatigas y de inevitables incertidumbres, escrutando y afrontando lo que había de rebelde o de inmodelable a la eficacia de sus justas finali-dades. Así estuvo como el alucinado misterioso que los refractarios motejaron de una devoción incomprendida, ostentándose siempre sin mirar hacia atrás, soportando im-pertérrito las acritudes del destino, irreductiblemente identificado con la Patria misma, serena auscultadora de sus anhelos e intérprete fiel de sus imperiosas reivindicaciones. Y hoy estamos ante la efectividad gloriosa de tan enorme jornada y el encanto soñador se transformó en la realidad que nos hace sentir la magnífica verdad de la Patria, dejando por fin de mirarnos peregrinos en su propio seno.

(…) Justo es, entonces, que esta resurrección que pareciera imposible, llene de intenso rego-

cijo el espíritu nacional que asumiera todas las contingencias de tan cruenta jornada, como si un dictado superior hubiera dispuesto que se fundiese en la más indestructible solidaridad.

Asumir la contienda reparadora, desde el llano a la cumbre renunciando a todas las posiciones y resguardos del medio ambiente, para remontar la abrupta montaña a pura orientación de pensamiento, a puro vigor de virtudes y a pura entereza de carác-ter, y llegar a la cima pasando por sobre las murallas de todos los poderes oficiales y las conjuraciones conniventes, es empresa que no conciben los mediocres ni alcanzan los pigmeos y que ni siquiera comprendieron los grandes ni afrontaron los poderosos. Tan magnas concepciones fueron idealizadas por el genio de la Revolución, sentidas por el alma nacional y cumplidas con admirable excelsitud en una trayectoria de sucesos y de acontecimientos en que culminaron todas las glorias de la Patria.

Hipólito Yrigoyen

Fuente: Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República verdadera, Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo IV, Buenos Aires, Emecé, 2007, p. 354.

Discurso de Hipólito Yrigoyen en la asunción de la presidencia de la Nación

El 2 de abril de 1916 se realiza en la Argentina la primera elección presiden-cial con la nueva modalidad establecida por la Ley Sáenz Peña. El triunfo de la UCR es contundente: alcanza el 46% de los votos, contra el 21% del PAN. El 12 de octubre de ese mismo año, día en que asume su cargo, el candidato radical Hipólito Yrigoyen pronuncia su primer discurso como presidente.

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1890 - 1956

153LA POLÉMICA ENTRE HIPÓLITO YRIGOYEN Y PEDRO C. MOLINA

Hacia 1909, el entonces destacado miembro de la Unión Cívica Radical Pedro C. Molina renuncia al Comité Central y se separa del radicalismo por el rumbo que a su parecer comienza a tomar el partido e, implícitamente, por el carácter discrecional (o “personalista”, como será nombrado pocos años después) de la conducción de H. Yrigoyen. Este le responde vehementemente con una extensa carta publicada en el diario La Verdad, que será acompañada a su vez por nuevas respuestas, dando lugar a una de las tantas polémicas públicas que signan al partido radical desde su fundación.

Renuncia del doctor Pedro C. Molina

Salto, julio 15 de 1909

Señor doctor Eleodoro Fierro

(Vicepresidente en ejercicio del Comité

Central de la Unión Cívica Radical)

Distinguido compatriota:

Tengo el agrado de dirigirme a usted con

el objeto de elevar mi renuncia indeclinable

del cargo de miembro de ese comité, con que

fui honrado por la Convención de esa capi-

tal, en abril próximo pasado, y a manifestar-

le, para que se sirva tomar nota de ello, que

he resuelto, de modo irrevocable, separarme

también del Partido Radical, en cuyas filas he

militado durante diecinueve años.

La causa a que obedece esta decisión es

la siguiente: un hecho reciente, del que mu-

chos acaso no se habrán dado cuenta, ha ve-

nido a confirmar una duda que hace tiempo

trabajaba mi espíritu en silencio. Me ator-

mentaba la incertidumbre de si los princi-

pios de libertad y justicia que yo he profesa-

do, enseñado y difundido en toda su pureza,

en mi larga vida militante, serían con fesados

por los miembros militantes intelectuales

superiores del partido. Más de una vez me he

hecho a mí mismo esta pregunta: si la ban-

dera económica y política de estos dirigentes

es la mía, ¿por qué no lo declararán? Y si no

es, ¿qué ideas fundamentales de gobierno

llevarán al poder? En uno de mis últimos dis-

cursos políticos, provocando una aclaración

a este respecto, decíales: “Convengo que en

el régimen personalista implantado en este

país, no tenga como se afir ma otro correc-

tivo que el de la revolución, el de la fuerza,

puesto que es también con la fuerza que se

nos desaloja del comicio, pero una revolu-

ción sin una gran bandera de principios, no

es un remedio: es otro crimen de la misma

especie de los que caracterizan la acción del

oficialismo. ¿Qué habrá ganado el país con

una revolución aun triunfante, si el parti-

do revolucionario no pudiera ofrecerle otra

cosa que ‘buenas intenciones y propó sitos

honestos’, como los del gobierno radical de

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1914 - 1916

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

154 San Luis, que ha resultado un deplorable

fracaso?” Así concebía los objetivos del Par-

tido Radical, de la Revolu ción y del gobierno.

Y la ilusión de que mis correligionarios diri-

gentes compar tían conmigo estas ideas, me

retenía entre sus filas, si bien –debo decirlo

con franqueza– con la natural desconfianza

sugerida por la tenaz reserva a este respec-

to de mis colegas.

En esta situación de espíritu, decía, se ha

producido un hecho asaz demos trativo de que

mis temores no eran infundados. En el segun-

do número de La República, órgano oficial del

Partido Radical, escrito por los intelectuales

de la metrópoli, bajo los auspicios y la alta

dirección de las autoridades del partido, se

acaba de condenar en términos categóricos

y expresos, la libertad de cambios, uno de los

derechos más sagrados e inalienables del

hombre, derecho confisca do entre nosotros

hace muchos años por el régimen dictatorial

que combatimos y que el gobierno del doctor

Figueroa Alcorta, contrastando con la prác-

tica de todos sus procederes y haciéndose

acreedor al más efusivo aplauso, ha reivindi-

cado en estos días, en el tratado comercial

con Chile, en favor de los consumido res de

vinos nacionales.

El órgano del Partido Radical, no obstante

la declaración de su primer núme ro de que

“viene a servir la causa de la reparación na-

cional, allegando su con curso al de los ciu-

dadanos que luchan por llevar un alivio a los

males que ago bian al país”, sostiene en su

segundo número que “aquel tratado, en cuan-

to acuerda franquicia a los vinos chilenos,

no obstante su liberalismo simpático como

principio general, es inoportuno en este caso,

porque favorece expresa mente un producto

extranjero, con perjuicio inmediato de una in-

dustria nacio nal que merece ser amparada”. Y

más adelante: “Que la habilidad de nuestra di-

plomacia servirá una vez más a intereses ex-

traños, dañando enormemente los nuestros”.

Afirmar la institución del proteccionismo

económico es negar implícitamente la enti-

dad del derecho y sancionar el monstruoso

enunciado –ya puesto en prác tica por todas

nuestras administraciones públicas– de que

lo conocido con ese nombre tiene otra rea-

lidad que el beneplácito y el arbitrio del que

manda. En mi tesis, derecho sería la facultad

de todo consumidor de vino para comprarlo

don de más le convenga.

En la tesis de los directores de La Repúbli-

ca, no es así; los consumidores de vinos na-

cionales son una propiedad de los viñateros

de Mendoza y de San Juan, a semejanza de

los paisanos de la Polonia rusa afectados a la

tierra; les han sido adjudicados para que ha-

gan negocios con sus vinos y mantengan su

industria próspera, y no deben desvincularse

de esta sujeción.

Otro argumento: Cuyo y Tucumán, según

La República, necesitan protección para sus

productos, porque carecen de todo otro re-

curso; el capital empleado es demasiado im-

portante para que se exponga a un fracaso

después de haber in corporado a la riqueza

nacional un magnífico elemento de progreso.

Se podrá objetar que el derecho no de-

pende de estos elementos de número, de

progreso, de necesidad y que en todo caso,

si dependiera de ellos, el respeto de los in-

tereses morales y materiales de seis millo-

nes de consumidores debería primar sobre

el de los fabricantes de vino y azúcar, desde

que los seres racionales no han sido creados

para alimentar industrias, sino al revés: las

industrias para alimentar a los seres racio-

nales; pero no es mi ánimo refutar ni discutir

estos sofismas, harto conocidos; quiero sim-

plemente dejar constancia de que el crite rio

con que La República juzga el proteccionismo

económico es el que el oficialismo imperante

aplica diariamente en el orden político, en el

administrativo, en el financiero y económico

y el que, en suma, determina el régimen del

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1914 - 1916

1890 - 1956

155personalismo o el del favor que excluye el

del derecho y la justicia en toda la República.

Si hoy es inoportuno para el Partido Radical

reconocer y consagrar la liber tad de los cam-

bios, porque afectaría privilegios establecidos,

mañana lo sería también suprimir todos los

odiosos favores en que el discrecionalismo ofi-

cialista ha distribuido los beneficios del poder,

las pensiones, los subsidios, los em pleos, las

obras públicas innecesarias, toda la larga serie

de negotiums y canonjías de variada especie

que las clases gobernantes se han adjudicado

a expensas del sufrido servaje que trabaja la

tierra y que produce el trigo, la carne, el im-

puesto; siempre habría capitales comprome-

tidos, progresos de por medio, in dustrias na-

cionales amenazadas, que pondrían, como los

viñateros de Cuyo, el grito en el cielo a fin de

conservar este estado de cosas tan proficuo a

sus intereses y negocios.

¡No! Yo no puedo prestar mi concurso,

por insignificante que él sea, a un partido

que piense de este modo, si, como es natural

creerlo, La República, su órgano en la prensa,

refleja sus opiniones oficiales. La única tabla

de salvación en el gran naufragio de institu-

ciones y hombres que presenta en este mo-

mento la República es, como lo he afirmado

muchas veces, el liberalismo leal y since-

ramente practicado.

Él es la doctrina de la justicia y del dere-

cho: negarlo y substituirlo con su antípoda,

el privilegio, es conspirar contra el salvataje;

confesarlo y aplicarlo, es ofrecer al país los

elementos de la salvación.

Debía a mis distinguidos amigos políticos

esta explicación en homenaje al respeto y afec-

to que les profeso y les merezco, y al separar-

me definitivamente de sus filas para quedar-

me en la vida privada con la desesperanza de

ver realizados mis ideales, pero también con

la seguridad de no haberlos traicionado jamás,

les renuevo mis votos por el éxito y el acierto

de sus varoniles y patrióticos esfuerzos.

Rogando al señor presidente quiera llevar

a conocimiento del H. Comité esta renuncia,

soy, con mi consideración más distinguida, su

atento y S. S.

Pedro C. Molina

Primera carta de Hipólito Yrigoyen a Pedro C. Molina, publicada en el su-plemento diario La Verdad de La Pla-ta, 21 de octubre de 1909

Buenos Aires, septiembre de 1909

Señor doctor Pedro C. Molina

Distinguido doctor:

Recién restablecido de mi salud, acabo de

enterarme bien de su resolución con todas

sus incidencias, abandonando el único sen-

dero para la reparación de la República.

No me ha sorprendido, dada su actuación

y teniendo presente que sobre la adversidad

del 4 de febrero propuso usted la disolución

del Partido, pero sí los motivos en que la ex-

cusa y la forma en que lo ha hecho.

Se fue usted por una futilidad, sin dejar ni

un acento de cordialidad ni un eco de corte-

sía, y en seguida cayendo en el desatino de

todas las apostasías, incurre en apreciacio-

nes tan extrañas a su modelación caballe-

resca, que difícil me ha sido convencerme de

que sean suyas.

Podía yo haber guardado el deliberado si-

lencio que he tenido siempre para todas las

conversiones, porque demasiado sé que la

fragilidad y la inconsisten cia son debilidades

que, cuando aparecen, no se detienen ya, y se

explica que también busquen sus justificacio-

nes, por más que nunca las encontrarán; pero

apartándome de ese juicio, el recuerdo de que

es mía la culpa de haberlo traído a las filas de

la opinión, desde el republicanismo, me indu-

ce a expresarle mi sentida protesta por todo.

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1914 - 1916

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

156 Según sus publicaciones, se dice que la

Unión Cívica Radical sostendrá el candidato

del gobierno; pero no cree usted por algu-

nas circunstancias, cuando todo el deber de

verdad y de respeto la marcaba, tanto más

que usted mismo exteriorizaba esa insidia,

rechazarla, no por suposiciones, sino por los

funda mentos que constituyen la razón de ser

y los procedimientos invariables y abso lutos

de ese movimiento.

Ante tan musitada actitud, que no me ima-

giné de su parte, y sólo cuando no se encua-

dra en nuestras reglas de conducta, permíta-

me que me haga cargo de ella, para replicarle

como surge de todo mi ser, pero sin agravio

alguno. Sí, doctor, ponga ante nosotros todos

los honores acumulados, y más pronto de lo

que lo haya hecho, de una [sic] puntapié se lo

arrojaremos.

En la extremada degeneración por que pasa

el país, muchas aberraciones se verán todavía,

entre las que se ha confundido usted; pero lo

que no se verá jamás es que en nuestras fren-

tes llegue a rendirse o abatirse siquiera en lo

mínimo, la enseña más sagrada que pueblo al-

guno de la tierra se haya dado para redimir la

afrenta que lo ha difamado ante el mundo, le

ha cerrado sus horizontes y lo tiene expuesto

a todos los desastres, enseña a la que hemos

consagrado la plenitud de la vida y la integri-

dad de nuestra existencia.

¡El día que aquello pudiera suceder, que

Dios nos fulmine y la Patria nos execre!

Sí, porque los que subyugan y detentan a

las sociedades en su marcha pro gresiva lle-

van el sello del eterno delito; y los que abjuran

de su fe redentora, son los Judas malogrado-

res de las más justas y santas inspiraciones.

Era usted el correligionario que más obli-

gado estaba a todos los merecimien tos hacia

el Partido y sus hombres, porque ha tenido

incongruencias de todo orden y disparidades

de todo género, que aun me complazco en no

consignarlas, y no sólo se le han tolerado, sino

que hasta se ha cohonestado aparentemente

con ellas, guardándole siempre los mejores

comedimientos, las mayores distin ciones y

las más amplias generosidades.

Se aleja cuando por todas partes repercu-

ten las vibraciones del sentimiento nacional,

que por medio de sus delegaciones llegara

hasta el altar de la Patria, a renovar sus votos

de honor y de austeridad ciudadana en aras

de su redención.

Deja su puesto cuando la conjuración ofi-

cial tramada desde el primer día, acometiendo

y arrasando desaforadamente con todo lo que

ha creído y cree necesario a su plan, se des-

cubre reproduciéndose con procederes tan in-

dignos y temerarios que me quedo absorto de

que los consienta, y no estalle todo el pue blo

argentino arrojando para siempre de su seno

tamañas felonías contra la majestad soberana

de la Nación.

Procede usted así porque un diario escrito

por los radicales ha dado cabida a una tesis

económica distinta de la que sostiene el suyo.

Si fuera posible admitir que ese giro to-

mara la vital preocupación que desde hace

treinta años viene conmoviendo a la Repú-

blica, absorbiendo en su defensa todas las

fuerzas morales, intelectuales y reales, en la

expresión de sus más puras y vigorosas ener-

gías, entonces sí que habría llegado la hora

de despertar de su suerte, porque la Unión

Cívica Radical, que es la genuina encarna-

ción, se descalificaría por sí misma. Sería una

derogación de principios, de su pensa miento

puramente genérico e institucional y una des-

viación de la línea recta que tanta autoridad le

ha dado en la República.

Pero no es ni será así: el problema está

planteado e impreso en el alma nacio nal, tal

como surgió, y nada ni nadie lo modificará

en su concepto ni lo detendrá en su solu-

ción radical.

Nunca una Nación soportó más duros

golpes, pero tampoco el esfuerzo hu mano

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1914 - 1916

1890 - 1956

157hizo más grandes sacrificios para resistir-

los; ni hubo mayores transgre siones a las

leyes que rigen las sociedades, pero tampo-

co mejores comprensio nes de deberes para

combatirlas; ni causas más graves determi-

naron la acción general, ni oposición alguna

estuvo a más altura para repararlas, que las

de ese movimiento.

¿No sabe usted que del principio democrá-

tico del sistema republicano y del régimen fe-

deral, de ese vasto monumento científico idea-

do por el saber humano, bajo cuyos auspicios

y enseñanzas tienden a llenar su cometido

todas las socie dades libres, no queda ya en la

nuestra más que la tradición y su leyenda?

Adoptado desde la aurora de la indepen-

dencia por la nacionalidad argentina y cimen-

tado después de cincuenta años de cruentas

vicisitudes, de dolorosas alternativas y de in-

quietudes, todo ha sido derribado y se posa

sobre sus ruinas el más disoluto predominio

de que haya de consumir, dilapidar y usur-

par… no tiene más miraje que el peculado y

la logrería, sea lo que fuere, pase lo que pase

y suceda lo que suceda, con tal que haya que

consumir, dilapidar y usurpar… ¡Sumido y

abyecto hasta la vileza dentro de su imperio,

como procaz y agresivo con la opinión pública

y vandálico en todas las formas, gravita sobre

la Nación, en vorágine devastadora de la más

nefasta fatalidad!

Todo se ha concusado y subvertido, res-

pirando relajación y desconcierto; todo sen-

timiento de respeto, de bien y de justicia ha

sido profanado.

Tan hondos trastornos políticos y mora-

les no sólo producen múltiples males y de-

jan irreparables lesiones, sino que amena-

zan mayores peligros, sobre los que detengo

la pluma; pero que evidenciaría en tribunal

de fuero interno paten tizando su magnitud y

sus consecuencias.

Los sucesos dirán o el porvenir decidirá,

pero al menos no debo ocultar que los signos

de la época y las señales del tiempo, me hacen

prever siniestras sonoridades de catástrofe.

Los pueblos que así sufren padecen en

toda su estructura y no hay legalidad para

nada, ni principios ni reglas, sino los que im-

ponen a su albedrío la denomi nación que su-

bordina todo a sus conveniencias.

Cuando tan audaz y persistentemente se

avasallan las facultades sobre que reposan

las funciones políticas, ese inicuo proceder

de gobiernos que cifran su estabilidad en

la conculcación de todo lo constituido, en la

violación de las leyes y en la defraudación de

los intereses públicos, ese poderío lleva en

sí el germen de todas las descomposiciones,

quienes quieran que sean los que lo dirijan,

y el incentivo de las espurias ambiciones lo

arrastrará a todos los extremos.

La situación irredimible por sí misma y las

esperanzas al respecto, quedarán siempre

desvanecidas. Por el contrario, cada tregua

que se haga y cada hipóte sis en que se confíe,

distanciará la hora de la reparación, dejando

tras de sí mayores perturbaciones. Los per-

versores de los pueblos nunca transformaron

su acción en regeneradora; millares de veces

lo prometieron, y tantas otras fue ron conver-

sos al bien general. Es natural que así suceda,

porque no puede sin ceramente sostenerse la

posibilidad de transiciones tan acentuadas, ni

el cam bio de condiciones tan distintas.

Las acciones humanas se manifiestan se-

gún los factores psicológicos que las determi-

nan y no germinan sino aquellas que le dieron

vida. La escuela que se aprende, o el ejemplo

que se recibe, es el mismo que se propaga.

Los actos y los hechos que se dejan con-

sumar, es de rigurosa exactitud que se pro-

duzcan, y el ambiente en que se vive es el

que satura la existencia. El delito no repara

ni condena, sino en su provecho e infiriendo

mayores lesiones y, por lo tanto, cuantas ilu-

siones se forjen sobre la probabilidad de me-

joras por los gobiernos actuales, serán vanas

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1914 - 1916

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

158 y fomentarán la reincidencia. Basta recor dar

la enorme conglomeración de atentados, re-

novados siempre con más impudicia, para

comprender cuán insensato es suponer que

los causantes así empe dernidos sean reac-

cionarios. Ellos podrán modificar, pero en un

ambiente totalmente distinto, porque como

sucede en las decadencias inveteradas, están

inconscientes y enervadas para toda purifica-

ción de hábitos y más para remontarse a las

esferas inmanentes del bien público.

Con la tendencia a olvidar el pasado, por-

que a todos conviene, desde que contados

son los que no tienen participación en el pun-

to de partida o en los sucesivos, con el domi-

nio del poder y sus atracciones, en recursos,

elementos y medios de todo orden y con la

impunidad por delante, nadie puede dudar de

lo que seguirá siendo y de la posteridad que

nos depara.

Por nuestra parte, seremos siempre se-

veros con el crimen venturoso, y jamás acor-

daremos sanción legal a lo que originaria-

mente no lo tuviere, ni en nuestras manos se

romperá la unidad de la historia en todos sus

juicios. No porque ten gamos prevenciones

contra nadie, que nunca hemos podido sen-

tir, pero sí, increpaciones para todos y abso-

luta rebelión con cuanto daña a la República

y la detiene en el camino de regeneración y

vida nueva.

Sólo los mentecatos y los malvados pue-

den ignorar o hacerse los desentendidos para

comprender hasta dónde hayan penetrado

las raíces de la depravación de esta progresi-

va “crisis de progreso”.

La corrupción continuará avanzando y todo

irá precipitándose mientras haya pendiente,

porque los discípulos aventajarán consecutiva-

mente a sus maestros y los hechos verdadera-

mente portentosos anuncian sin ambigüedad

cuál será el fin de esa batahola infernal.

Hace treinta años que recíprocamente se

imputan las responsabilidades en que igual-

mente han incurrido y cometen la sarcástica

ironía de referirse a ellas en las asonadas que

alternativamente se hacen, concluyendo para

convertirse en juez el que tiene la fuerza, al

cual los que ayer lo desdeñaban se le rinden

hoy, y lo repudiarán mañana, para prosternar-

se ante el nuevo omnipotente.

Es un proceso que lleva entre sus entra-

ñas el germen productor de todas las perver-

siones. Un hacinamiento en que se confunden

gobiernos, grupos y hom bres, con denomi-

naciones de Acuerdos, Paralelas, Uniones

Provinciales, Repu blicanos, Partidos Unidos,

Liberales, Autonomistas, Coalicionistas, Con-

servadores, Unión Nacional y tantas otras

buscando en figuraciones y desfiguraciones

encubrir sus delincuencias y hacer prevale-

cer sus móviles utilitarios, variando por mo-

mentos, según las mejores ventajas y opor-

tunidades para la posesión o participación en

los gobiernos.

Una algazara de aplausos y reproches, de

elogios y censuras, de acome timientos como

el de las más incoherentes alianzas; pero que

en realidad son fenómenos naturales, porque

persiguiendo los mismos propósitos están

dispues tos a todas las cambiantes para con-

seguirlos.

Todo, todo eso causa un estado morboso

incurable por sí mismo, tan infec cioso que

cada vez se esparcirá más ocasionando a la

República los perjuicios consiguientes, y por

fin quedará sepultado en la fosa común de

esta época con la lápida del oprobio.

Pero a su frente, con el lema de la Unión

Cívica Radical, perdurará una pirámide de

proyecciones tan luminosas y de perspecti-

vas tan vastas, como su propia idealización

levantada por las más caras consagracio-

nes del espíritu y el alma, de la frente y el

pecho de la personificación humana y sobre

su cúspide la razón, la justicia y el derecho,

como antorcha permanente de la civilización

argentina.

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1914 - 1916

1890 - 1956

159Tal es la síntesis de esta crisis moral y

política, a la que seguirán crisis económi-

cas, porque esa es una de sus fatales con-

secutivas. Para honor y bien de la Nación, se

caracteriza en el más opuesto antagonismo

contra las fuerzas destructoras por las crea-

ciones reparadoras. Así debía ser, porque si la

resisten cia no tuviese ese carácter, habría de-

mostrado que los gobiernos eran apropia dos

y lógicos a la Nación, y ambas entidades, si-

tuación y oposición, hubieran merecido igual

juicio y caído en el mismo nivel de depresión

y de desdoro.

Y bien, derrumbadas todas las institucio-

nes, como deshechas las organiza ciones ac-

cesorias y sobre ellas las más profundas e

invasoras prostituciones, ¿cuál es el valor y el

significado que ese caos tiene ante los princi-

pios y leyes que rigen a la humanidad?

No deje usted deslizar su pensamiento en

impresiones movedizas y pasaje ras, acuda a

las fuentes de los conocimientos, a la histo-

ria, a la filosofía, a las ciencias; que son el

alma máter de las sociedades, y todas ellas

le dirán de la manera más concluyente que

en ese estado no puede haber otro senti-

miento y otra aspiración que la de la salva-

ción de la República.

Si así lo comprendió el deber argentino a

los diez años, a los treinta de pro gresión in-

famante, ¡cuán imperioso y sagrado no será!

Ahí tiene usted el programa de la Unión

Cívica Radical y debe ser el de todo ciudadano

que tenga sangre en las venas, patriotismo en

el pecho y pundonor en la frente.

Apenas necesito decir que lo ha mante-

nido tan incólume, con tan virtual capacidad

y elevación, con integridades tales, como no

hay otro caso en la vida.

Lo cumple y lo realizará, fiel, serena y va-

lerosamente, no por los reprobados medios

de compartir con el delito, a pretexto de ex-

tinguirlo o de penarlo, simu lando actuaciones

políticas para determinar soluciones regre-

sivas, porque eso sería agregar a la estigma

de unos la de todos, y a la ignominia de los

gobiernos la de los pueblos.

Pero sí por los decorosos medios concor-

dantes con los fines, por el despren dimiento

de todos los ideales y beneficios propios en

holocausto al bien público y con el tributo de

todas las abnegaciones ante el sagrario de

la Patria, para restaurarla en toda la supre-

macía de su ser, al concierto del mundo por

la reasunción de su autoridad moral, por el

restablecimiento de todo su organismo y por

la generalización del trabajo, ¡fuente de todos

los bienes y símbolo de todas las dignidades!

Esa es la posición que imponen la cien-

cia y la experiencia, la razón y la conciencia,

y todo cuanto ilumina al espíritu humano. La

Unión Cívica Radical la asume impertérri-

tamente, afrontándola en todas las conse-

cuencias; porque en tan honorable actitud

no sólo son sus enemigos los gobiernos, sino

también todas las profanaciones colectivas

o individuales que quisieran verla abdicar o

claudicar, para sin control y sin justicia pú-

blica, sin reparo alguno, lanzarse a todos los

aprovechamientos con el convencionalismo y

la tolerancia conjunta.

Sí, eso es lo que corresponde a los solem-

nes deberes de la República, y el único camino

para libertarla, arrancándola de las garras de

sus malhechores y tránsfugas; lo demás, todo

lo demás es mentira, es deshonra y es espe-

culación, entregándola indefensa a todas las

traficaciones y sin resguardo a las suspica-

cias de toda especie que crecientemente la

circundan, amparadas y estimuladas por su

desmedro y desgobierno.

En tal situación, tampoco se conciben ni

se justifican las tendencias partida rias, ni las

propensiones singulares; porque deben callar

esos intereses, vol viendo todos sobre los de

la Nación, antes de que sea demasiado tarde

para evitar el peso de una mayor calamidad

y lamentarla recién cuando ya no hay reme-

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1914 - 1916

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

160 dio; ni pueden desenvolverse sino sometién-

dose para participar de la con cupiscencia o

gastándose estérilmente en las acciones ais-

ladas y substrayéndose a las que obran en

sentido general.

Son tan ciertas esas proposiciones, que

todos los ciudadanos que no profe san el cre-

do de la Unión Cívica Radical contribuyen,

directa o indirectamente, en una forma o en

otra, a afianzar el régimen imperante y se ha-

cen causantes como los mismos autores.

Habiéndose congregado ese movimien-

to para fines generales y comunes y siendo

cada vez más definido en sus objetivos, no

sólo son compatibles en su seno todas las

creencias en que se diversifican y sinteti-

zan las actividades sociales, sino que le dan

y le imprimen su verdadera significación.

La denomi nación de “Unión Cívica” expresa

su origen, y el agregado “Radical” es el vivo

anatema de las atroces felonías de que ha

sido víctima dentro de su propia entidad, ha-

ciéndole malograr acciones ya decididas en

su favor y obligándola a prolongar su azaro-

sa vida, multiplicándole sus calcificaciones e

infiriendo a la Patria muchos más sensibles

y grandes males que aquellos que motivaron

su convocatoria.

Su causa es la de la Nación misma y su

representación, la del poder público. Así será

juzgado y así pasará a la historia como funda-

mento cardinal y resumen entero de la heroi-

ca resistencia que el pueblo argentino hiciera

a la más odiosa de las imposiciones; porque

no tiene ni una sola atenuante, y sí todas, to-

das las agravantes.

¡Es sublime la majestad de su misión, y

a ella entrega sus fervores infinitos! Por eso

perdura su obra y son poderosos sus esfuer-

zos, se robustece y vivifica constantemente

en las puras corrientes de la opinión; es la

escuela y el punto de mira de las sucesivas

generaciones y hasta el ensueño de los niños

y el santua rio cívico de los hogares.

Precisamente, uno de los inmensos bie-

nes que ha hecho, y que bastaría para su

eterna culminación, es haber consolidado la

unión nacional y su identifica ción orgánica

de tal modo que ya nadie podrá explotar la

criminal perfidia que tanta sangre argentina

ha hecho verter; porque la solidaridad está

definitiva mente consolidada, no por las ba-

canales victoriosas contra ella misma, sí por

los infortunios y las desventuras, por los es-

fuerzos y los sacrificios, en unísono pen sar y

sentir, en una sola alma: la de la Patria, y en

un solo espíritu: ¡el de Dios!

Las convicciones partidarias, cualesquie-

ra que hubieran sido, no habrían llegado a tan

esforzadas pruebas y hubiesen sucumbido a

los fuertes y repetidos contrastes que pare-

cen aleccionar a los pueblos, imponiéndoles

penosas tribu laciones antes de reconquistar

lo que por culpable negligencia perdieron.

Hemos sufrido dolorosos desgarramien-

tos, que han lacerado nuestros pe chos y nos

han dejado imborrables impresiones; pero

sin un instante de vacila ción o incertidumbre,

erguidos siempre por el deber, estamos en

su senda cada vez más fuertes, y templados

hasta por la misma adversidad que se cierne

sobre nosotros y que al fin será la precursora

de todas las prosperidades.

Es un espectáculo interesante ante pro-

pios y extraños y digno de la mayor admira-

ción, el de esa fuerza que, desprovista de toda

función de gobierno y alentada tan sólo por

el espíritu público, persiste desde hace vein-

te años con absoluta abnegación. Sostiene

la más cruenta oposición que se conozca, y

apar tando de sí todas las compensaciones y

aceptando todos los sinsabores, hace de esto

su sólido punto de apoyo.

Inaccesible a todas las seducciones, pre-

fiere ante[s] las inexorables persecu ciones,

agresiones, abusos y desamparos.

Jamás un movimiento de opinión ha ocu-

pado la escena con más suma de calidades ni

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1914 - 1916

1890 - 1956

161mayores desprendimientos ni más intensos

sacrificios. Será una fi gura histórica de impe-

recederas irradiaciones tanto más fulguran-

tes, cuanto que su obra es eminentemente

nacional, perseguida con el más acendrado

desinterés, y a impulsos de los más genero-

sos afanes y de los más nobles sentimientos.

¡Hemos luchado imperturbables y perseve-

rantes con el emblema del honor, de la justicia

y de las instituciones, y guiados por su credo

y abrazados a la bandera de la Patria, hemos

consagrado nuestra vida, reposo, bienestar y

patri monio, renunciando mil veces y siempre a

todos los halagos, a trueque de las más crue-

les proscripciones e inmolaciones!

Esa lucha no sólo es con los adueñados de

los poderes que tienen subyuga dos y someti-

dos a su servicio todos los resortes oficiales,

sino también a despe cho de sus aliados, las

malevolencias, diatribas, infidencias, perfi-

dias, defeccio nes, deslealtad y traiciones, que

son exponentes de la degradación reinante;

más los indiferentes, apáticos, parasitarios y

decrépitos, y aun esa masa de gente rendi-

da a los éxitos y egoísta a las contiendas que

no sean mercenarias, con aplausos a todos

los triunfadores y fustigaciones a todos los

infortunados, álbumes para los que suben y

censura para los que bajan. Contra toda esa

parte, en fin, de la humanidad que nace muer-

ta a la vida moral y del espíritu, a la que tiene

que sobrellevar a cuestas la que llenando su

cometido, conforme con los designios de la

Providencia, forma y reforma las sociedades,

reconsti tuyendo el mundo y perfeccionando

el Universo sobre la base inmutable de la li-

bertad y de la justicia.

Hemos ido sucesivamente a la acción ar-

mada y muchas otras a los comicios difun-

diendo en la próspera, como en la adversa

suerte, enseñanzas benéficas en todo senti-

do, y después de veinte años de continuo ba-

tallar, no tenemos la más leve sombra en la

trayectoria tan luminosa que viene siempre a

nuestra mente a manera de brisa fortificante

en tan ruda y profunda labor.

En todos los momentos, desde los pri-

mordiales, hasta los más trascendenta les,

así como en las prisiones, confinamientos,

expatriaciones, tropelías y cruel dades que se

nos han hecho sufrir, hemos dejado también

la estela indeleble de la elevada conducta y

correcta cultura.

Nunca hemos deseado mal a nadie, por-

que no está en nuestra índole, ni tenemos un

solo latido que nos mueva a ello; nuestros

actos llevan, solamente, los ardores del firme

cumplimiento de deberes y del recto ejercicio

de derechos, fuera de cuya órbita no se pue-

de legalmente pretender que vivamos, y si la

fuerza ciega, torpe y criminosa nos oprime,

no por eso nos hará desistir.

No dañamos intereses ni pretensiones legí-

timas ni buscamos posiciones, a todas las que

hemos declinado siempre, porque lejos, muy

lejos de ser legiona rios de nadie, ni de bande-

ría alguna, somos legionarios de la sacrosanta

causa por que nos debatimos en bien de todos,

desde que es por y para la Patria.

Relevantes inspiraciones y justísimos anhe-

los de reparación, es lo que anima e induce a

ese movimiento; y potente en sus fuerzas y en

el principio que las ha producido, permanece

invulnerable en ellas, siendo la imagen fiel de

todo cuan to de altivo ha palpado la Nación en

estos treinta años.

La clarísima visión con que ha previsto

y seguido los acontecimientos, te niendo en

ellos las notas más altas, serenas y dignas,

así como su probidad y alejamientos de todas

las menguas y supercherías. Se levanta y se

mantiene arriba de todas las brumas y estre-

chas miras en la más pura atmósfera del pa-

triotismo, simbolizando la grandeza moral de

la Nación, sus verdaderas ener gías y el juicio

que presidirá sus destinos.

Que los espíritus que estudian las accio-

nes humanas a través de los arcanos de la

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1914 - 1916

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

162 existencia para grabar sus caracteres esen-

ciales, digan cuánto hay de genio, de virtud

y de fortaleza, en esa obra guiada por las

más augustas concep ciones, coronada por

las mayores austeridades y santificada por

todas las con sagraciones.

Ha dado un ejemplo tan notable en las

lides, por las libertades y derechos huma-

nos, que difícilmente será superado, y no hay

en sus anales otro cometido encuadrado en

principios y reglas tan uniformes y con gen-

tilezas, hidalguías y nobilidades llevadas a

tal grado.

Sobre esa cumbre de gloriosas rutas hacia

todas las ascensiones, es que usted ha blas-

femado; y de los artífices, sus compatricios

y correligionarios es que usted ha renegado.

Maldiga, entonces, a la Patria misma; porque

no es posi ble concebir mayor identidad.

Si las demostraciones infalibles de los

espíritus selectos y las almas selectas, son

la inteligencia, el carácter, la lealtad, la inte-

gridad y la abnegación, busque usted en todo

el orbe y no encontrará mayor perfección ni

obra más acabada.

Ha sido y será fecunda su acción atacando

el mal en todas sus proporciones.

¡Cuánto bien ha hecho a la República y qué

hubiera sido de ella, sin esa colosal resisten-

cia que se ha sobrepuesto a todo!

El día en que por cualquier circunstancia

desapareciese antes de alcanzar la solución,

la fatalidad habría llegado a su último térmi-

no, y la República, dege nerada, rodaría al des-

crédito y a la ruina, en el torbellino del des-

quicio y la rapacería, perdiendo su tradicional

filiación para tomar la que le deparasen los

accidentes y los eventos de la vida.

¡Pero no creo que haya poder humano

que consiga esa declinación, porque su cre-

do no viene de la sugestión de nadie, ni de

influencia alguna, sino del profundo conven-

cimiento de la Nación, que en contraste en

todo con la inepti tud de los gobiernos, ha

revelado en la contienda preparaciones y

capacidades para resolver los más vitales

problemas, y parece haber jurado ante Dios

y ante sí misma, su reivindicación radical y

su redención suprema!

Así lo ha probado en toda su marcha y

desenvolvimiento, y así lo ha compro bado,

guardando la más glacial indiferencia a los

ciudadanos, aun los más re presentativos y

de mayor figuración pública, que defecciona-

ron o se apartaron de sus principios y de su

programa. Sin embargo, si aquella suposición

llegara a ser una realidad, óigalo bien y tén-

galo por seguro, que no volverá usted a ver

otra Unión Cívica Radical.

Ella constituye una de esas exterioriza-

ciones públicas de aspiraciones mora les

que distingue a los movimientos bienhecho-

res de la humanidad, y que, como mandatos

providenciales, se condensa sólo de tiempo

en tiempo, y en torrentes de luz y armonía,

difunden grandes bienes, sean creadores, re-

constituyentes o restauradores.

Nunca emergen de la acción militante ni

de la trillada vida, y menos de las contamina-

ciones, sino de los acentuados recogimientos,

en los que se forma el justo y levantado crite-

rio libre de todo prejuicio, y se acumulan las

fuerzas mo rales y reales, que venciendo to-

dos los obstáculos, concluyen por implantar

transiciones superiores bajo el calor de los

rayos de un sol más puro y confor tante, des-

pertando a las sociedades mayores energías

y entusiasmos y abriéndoles nuevas vías en

la continuación de sus progresos.

La Nación tiene que salir de la situación

que atraviesa sin más dilación ni omisión, ni

otra consideración que la que le incumbe en

el concierto general, y si así no lo hiciera, no

se justificaría en el presente ni en el futuro.

Los problemas de la vida no adquieren

legitimidad por el punto donde se dilucidan,

sino por la justicia que los asiste, y equivalen

aquí como en el centro más importante del

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1914 - 1916

1890 - 1956

163mundo, y la experiencia enseña que las na-

ciones son juzga das, ante todo, con arreglo a

la conducta que observan y al respeto que a sí

mismas se guardan.

Demasiado conocemos las armonías uni-

versales, y bien sabemos que cuan do unos

pueblos se detienen o retroceden, los demás

reciben también los refle jos de su sombra, así

como cuando avanzan imperturbables, tam-

bién les llegan los resplandores de su luz.

De hombres y sociedades sobrias y vir-

tuosas se hacen pueblos libres y focos de

civilización; pero de hombres y sociedades a

quienes domina el libertinaje y el desenfreno

de goces materiales, no se harán sino conglo-

merados expuestos a todas las contingencias

y descomposiciones.

Los estados que se corrompen, dicen los

pensadores del mundo, se purifi can única-

mente recurriendo a los principios que los

hicieron originariamente grandes.

Así es como se han salvado en todos los

tiempos, volviendo a la aplicación de esos

principios o entrando al régimen de las ins-

tituciones; y los que no lo han hecho, han

concluido por perder su personalidad, quedar

atrofiados o vivir devorados por la anarquía y

el desorden, teniendo que soportar las más

amargas lecciones externas.

¡Así también, los estadistas que dieron

tranquilidad y sosiego a los pueblos, por el

ejercicio de sus libertades, están perenne-

mente bendecidos en la memoria de las su-

cesiones de la vida, mientras aquellos que

lo contrarrestaron, viven también, pero en la

eterna maldición!

La reivindicación se hace cada vez más

sentida, porque la demolición y la destrucción

avanzan, agotando en su provecho y salvaguar-

dia las fuentes y las riquezas de la Nación.

La situación es la misma en su origen y

punto de vista, pero sorprendente mente re-

agravada de renovación en renovación y de

día en día; ¡porque no hay nada tan funesto y

pernicioso como la impunidad en el abuso y la

irresponsabi lidad en definitiva!

No obstante, y a pesar de tener a su servi-

cio todos los gobiernos y sus extensas ramifi-

caciones, más las facciones aventureras que

merodean en tor no de ellos, la prensa asala-

riada, mercantil y desleal a la fe y a la gratitud

pública, y las oposiciones, que siendo sólo por

explosión, apenas de las llamas, concluyen

siempre por tomar asiento en el banquete de

los triunfos contra la Patria; con todo eso, no

tienen nada sino lo que detentan y depredan

y sintien do la trepidación constante de su caí-

da, contenida hasta ahora por la traición y la

fatalidad, que son las pruebas más grandes

por las que tienen que pasar los movimien-

tos regeneradores de la humanidad, viven po-

niendo en juego todos los medios que creen

apropiados para conservarse, por infames y

criminales que sean.

Pero la ley de la historia se cumplirá por

las inspiraciones supremas y por las concep-

ciones levantadas y austeras de los que la in-

terpretan sin la menor des orientación en la

ruta verdadera de su destino.

Podrán retardar esa caída, imponiendo

cada vez más sacrificios, pero al fin se pre-

cipitarán obedeciendo a la lógica ineludible,

desde que su base es absolu tamente falsa y

atentatoria: así se estremecieron y se desplo-

maron en el trans curso de la vida todas las

congéneres.

Habrían cesado ante las causas o no hu-

bieran existido nunca si el Ejército de mar y

de tierra, leal a su misión y a su investidura,

no siendo obediente a cualquier reo y profano

mandón, inconsciente de las responsabilida-

des por la impunidad que ampararon aque-

llas gloriosas insignias, fuera custodia de la

soberanía nacional, respetando la Constitu-

ción y las leyes que fundamentan su tradi-

ción, su progreso y su civilización.

El día que eso suceda se acabarán los

atentados y delitos políticos, la Repú blica re-

Page 164: Manifiestos 1890 1956 parte1

1914 - 1916

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

164 montará su vuelo hacia sus inconmensura-

bles horizontes.

Más que siempre, debemos alzar la ban-

dera redentora, cualesquiera que sean los ja-

lones que aún nos resten colocar.

No lo hacemos contra nadie personalmen-

te, sino contra todos y para todos, animados

tan sólo del culto fervoroso por el bien impe-

recedero de la Patria, cada vez más compro-

metida en los inevitables problemas que la

variedad de relaciones en que se desenvuelve

la vida va creando, y de cuya solución depen-

de la prosecución de sus destinos, efectuada

en el presente con todos los daños y los ries-

gos según la moralidad y la capacidad de los

que la tienen aprisionada.

Sabemos bien la condensación de es-

fuerzos que la obra demanda, y lo veni mos

experimentando; pero por magna que sea su

realización, debemos sobrellevarla con des-

dén, con todas sus mortificaciones; porque

tenemos el deber de ser hombres de bien y

ciudadanos probos, y si todo se doblega a las

eficiencias del poder, más imperioso aún es el

de permanecer inquebrantables desdeñando

los halagos y sobreponiéndonos a todos los

embates, para cuidar el honor nacional y for-

mar y acentuar su carácter.

Permanezcamos serenos y magnánimos

en medio de los desastres, probando siempre

tanta entereza y convicción en la adversidad,

como generosidad y tem planza en la victoria,

y así habremos asistido y contribuido decisi-

vamente a la gloria y engrandecimiento de la

República, fijando la más luminosa memoria

para la humanidad.

Los acontecimientos humanos enseñan

en su constante sucesión, que lo que triunfa

después de todo es la virtud, la integridad y

el patriotismo.

Cuando podamos asistir a un orden de

cosas enteramente nuevo, respecto del que

acabamos de pasar, se podrá entonces apre-

ciar bien, la importancia de esa transición, y

los mismos que la resisten la aplaudirán ante

la realidad de sus inmensos y saludables be-

neficios para todos.

Es indispensable luchar en todas partes,

pero no parcialmente, sino en com pleta uni-

dad de acción y en la forma conducente para

llegar hasta el origen y el fondo de donde el

mal procede. Las mejores intenciones, sien-

do inadecuadas e insuficientes, no harán más

que preparar mayores inconvenientes, y así lo

com prueban los años corridos.

Hay que reconocer las causas con plena

lealtad ciudadana y con toda deci sión y efi-

cacia buscar la reparación de tan deplorable,

alarmante y vergonzoso estado, porque las

tentativas para orillar las dificultades, servi-

rán nada más que para aumentar los odios

del elemento opuesto.

No es el caso de mejorar los efectos de las

causas, sino de extirpar las causas para que

no se produzcan los efectos.

La manera de alcanzar los bienes como de

conjurar los males, es siempre igual, y debe

ser conforme a la naturaleza de ellos.

Nunca ningún esfuerzo bien dirigido y en-

caminado ha dejado de ser fructífe ro, y siem-

pre ha dado al hombre y a las sociedades ma-

yor conciencia de sí mismos.

No debemos esperar que nos impelan

apremiantes necesidades, ni tener que ir

detrás de los sucesos, sino delante de ellos,

para llevarlos por los cauces correspondien-

tes, como han hecho todas las sociedades sa-

bias y previsoras.

El absolutismo se opondrá siempre a las

medidas que tiendan a anular los factores

con que opera y usufructúa, y será contrapro-

ducente toda aspiración a infundir un sentido

vital y orgánico, sin el advenimiento de la vida

moral e institucional.

Lo esencial es reconquistar ese carácter

constitucional, fundamento de la legitimidad

de todos los poderes y que ha sido a tal pun-

to desnaturalizado, que los gobernantes pro-

Page 165: Manifiestos 1890 1956 parte1

1914 - 1916

1890 - 1956

165ceden nada más que por su exclusiva cuenta

y propio interés.

Es indispensable entonces recuperar el

mecanismo electoral, legalmente ejer cido,

bajo los principios democráticos, con lo que la

paz y el orden público serán perdurables, ex-

tinguiéndose desde luego los vicios actuales.

La República dejará de ser el gobierno de

un hombre, de círculos o de fac ciones, que

no son sino despojos y absorciones contra

la igualdad política, y hacen ilusorias todas

las libertades y derechos; será el gobierno

de la voluntad popular por medio de parti-

dos o de corporaciones con el confortante

y vivificante prestigio de llevar simultánea-

mente a su seno todas las representaciones

de la opinión.

A conseguir ese resultado, a preparar esa

escena y a abrir ese certamen, deben concu-

rrir en unidad de acción todos los ciudadanos

que no miren a la Patria con indiferencia; y

esa será la primicia de la ansiada redención

que fe cundará todos los bienes.

Terminaré ya, porque me he extendido

mucho más de lo que me había pro puesto,

aunque seguiría departiendo, si estuviera us-

ted a mi lado, por más que estos temas se los

he inculcado en nuestras conversaciones, no

habiendo tenido usted, sino palabras de asen-

timiento y conformidad.

¡Ha incurrido usted en una inexplicable

ligereza al juzgar a la Unión Cívica Radical;

y ha demostrado no haber tenido comuni-

dad alguna en sus esfuerzos y sacrificios

que tanto vinculan, y ni siquiera respeto por

sus calvarios!

No concibo cómo habiendo formado su

personalidad al calor de ese movimiento, al

apartarse por cualquier motivo propio, se

pretenda en vano vituperarlo cuando más

laudable sería reconocerle noblemente sus

enseñanzas y sus orientaciones.

Ha sido usted muy injusto, muy inconside-

rado y muy ingrato.

Comprendo que ya no nos veremos juntos

laborando el bien común, y si así tenía que

ser, mejor era que no hubiera sido nunca.

Me resta dejar constancia de que todo

cuanto digo son aserciones políticas, sin la

menor intención ofensiva, porque no tengo en

mi ánimo sino el deseo de conservarle mi es-

timación personal.

No hago más que evidenciar que hay un

juicio público supremo, y ojalá que así hubiera

una razón de Estado superior. ¡El día en que

esos dos atributos se identifiquen por el ejer-

cicio de la soberanía, el mundo se asombrará

de la gran deza argentina!

¡Esa es la obra de la Unión Cívica Radical,

y esa será su solución, con todos los esplen-

dores de su genio!

Lo saluda muy atentamente.

Hipólito Yrigoyen

Fuente: La polémica entre Hipólito Yrigoyen y Pedro C. Molina, en Hipólito Yrigoyen. Pueblo y gobierno, vol. 1, Buenos Aires, Raigal, pp. 113-116 y 118-142.

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1914 - 1916

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

166 SI EL PUEBLOPENSARA MÁS

POR JOAQUÍN V. GONZÁLEZ

El 10 de septiembre de 1920 Joaquín V. González escribe para La Prensa un célebre artículo que da cuenta de su acre mirada sobre los primeros años de la experiencia democrática que vive la Argentina desde 1916.

El 27 de julio último, el primer ministro

de la Gran Bretaña, hijo del país de Ga-

les, asistió a un servicio religioso en la

iglesia galense de la Great Castle Street, cir-

cuito de Oxford, y de acuerdo con una costum-

bre tan humana de esa religión, hizo en ella

una alocución, en la cual fueron aludidos tó-

picos del mayor interés universal, y por cierto

que no había de faltar el relativo a las ense-

ñanzas y filosofía de la guerra y de la victoria.

Un orador precedente había sugerido la

observación sobre un hecho derivado de aquel

inmenso sacudimiento ocurrido en la vida y la

conciencia del pueblo inglés –que desde enton-

ces la gente estaba dándose “a pensar más”.

“Y esto está muy bien –agregó el primer

ministro–, y yo no temo a ningún pueblo que

piensa. Es la acción sin pensamiento lo que

debemos temer. No me preocupa del ‘cuanto

piensa’, y no me importa gran cosa tampo-

co ‘en qué piensa’ porque sé que cuando se

piensa, la verdad aparecerá siempre al fin. No

debéis inquietaros de un pueblo que piensa…

sólo aquellos que tienen intereses creados de

carácter indefendible o impuros, opresores,

injustos, esos, esos solamente necesitan te-

mer a los que piensan”.

Y nos ha llamado hondamente la atención

esta inusitada manera de hablar en asuntos

públicos, por boca de gobernantes moder-

nos. Tenía que ser uno de raza anglosajona,

como es angloamericana la raza de Woodrow

Wilson, para tomar una de las más altas y

prestigiosas cátedras del mundo como pro-

pia para evangelizar a su pueblo, a su época,

a la humanidad entera. Así se explican sus

sermones laicos titulados “On being human”

y “When a man comes to himself”, el uno de

1916, el otro anterior, pero reeditados durante

la preparación espiritual de la guerra, y así se

comprende, cómo el pueblo norteamericano,

comprendiendo el pensamiento de su menti-

ra, decidió la entrada en la guerra de Euro-

pa, no obstante su tradicional aislamiento.

Pero Wilson habló, sin duda, con el alma de

Washington, y este lo absolvió del pecado de

intervención en gracia del ideal democrático

amenazado. Y el pueblo entró en sí mismo,

alzó el corazón a la altura del momento polí-

tico y “humano”; y tuvo el mundo suspenso de

su acción y desde entonces su alma es parte

del alma del mundo.

Había hallado el orador galense que sus

compatriotas también habían despertado, al

pensar más sobre sí mismos; y este despertar

venía del contacto eucarístico de la sangre del

sacrificio en unión de otros, por causa, no sólo

suya, sino de muchos; y su alma se sintió le-

vantada, fortalecida, iluminada por inspiracio-

nes concurrentes; una gran condensación de

fuerza moral sostuvo a unos y otros, y un flore-

cimiento de amor fue el secreto de la victoria.

Apenas un hombre, o una multitud de hom-

bres se dan a reflexionar sobre lo que les toca

hacer en su medio social, comienzan a valorar-

se a sí mismos, siguen por comprender a sus

semejantes y acaban por ver la verdad de su

destino: el cual es solidario; y el descubrimien-

to de sí mismos consiste en ver al fin que una

ley de amor rige la “vida” del mundo; y que el

odio, siendo ansia egoísta de dominar, vencer

y erigir la fuerza bruta o la voluntad individual

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1914 - 1916

1890 - 1956

167sobre las demás, es fuerza de disociación, de

separación, de aislamiento y de muerte.

La democracia es un modo de gobierno

que consiste en pensar para obrar en con-

junto, en corporación, en coordinación; la

esencia de la soberanía no es individual sino

colectiva; el mandato de gobierno que surge

del sufragio primario del soberano es un acto

consciente de voluntad colectiva; por eso una

agrupación social o política que no delibera

por sí misma, que no piensa para exteriorizar

su mandato soberano –sufragio, ley– no es

una democracia, sino un instrumento de aje-

nas voluntades, una herramienta para forzar

las cerraduras del poder, un arma de domina-

ción ilegítima, o sea, de despotismo.

Para que un pueblo sea una democracia

tiene que ser un pueblo capaz de entrar en

sí mismo, pensar y descubrir sus propias ca-

lidades, escrutar su propio querer, desear y

sentir. Mientras no llegue a este grado será,

en el mejor de los casos, un menor, un inca-

paz, un aprendiz, un aspirante a soberano, un

pupilo bajo tutela, un soberano bajo regencia.

Esta no concluye con la mayor edad de tiem-

po, sino con la mayor edad de conciencia o

de pensamiento. Entre tanto, sus intereses

se hallarán en manos extrañas, en poder

de voluntades substitutivas, las que pueden

ser honestas, como pueden ser desleales y

egoístas. Ni siquiera su responsabilidad como

mandatarios es efectiva, porque la incapaci-

dad está en el mandante.

Los actos políticos de esta masa en pre-

paración de soberanía, se vuelven meras con-

venciones, fórmulas, simulaciones y engaños,

destinados a mantener la integridad del patri-

monio político mientras la minoridad subsis-

te. Esa masa no es una democracia, porque

no tiene una voluntad propia; sus impulsos y

caprichos, o sus antojos y rebeldías, son con-

siderados como de niños, y sus tutores o re-

gentes llegan hasta encerrarlo, maniatarlo y

hasta castigarlo como a un loco.

Si se trata de elegir sus gobiernos, las

leyes, simples normas aparentes, funcionan

como mecanismos averiados, a voluntad del

que las maneja, quien las remienda, las al-

tera, las substituye, las violenta y acaba por

prescindir de ellas por fastidiosas, porque no

responden a la necesidad real de las cosas de

la vida. Los intereses y los vínculos que ellas

crean entre los hombres, se substituyen a los

dictados libres de una voluntad informe; la

necesidad es el móvil del voto personal, y no

un concepto de la función pública; la depen-

dencia, la subordinación, la disciplina facticia

del grupo, asociación o partido, se sobrepone

a la disciplina consciente de un pensamiento

o una inspiración social conjunta; la elección

no es, entonces, un acto de soberanía, sino

un hecho de servidumbre; el soberano de he-

cho reemplaza al soberano de derecho; y la

investidura del poder público es obra de un

“caucus” o de un complot, en cuyo seno puede

imperar la incapacidad, la audacia, la intriga,

la perfidia o la maldad de un solo hombre.

Cuando un pueblo es una democracia de

verdad, piensa por sí mismo, y no delega su fa-

cultad sino con plena deliberación. Darle el po-

der democrático antes de saber pensar, es ha-

cer el mal a sabiendas, porque importa poner la

máquina en manos de un niño; es entregar ese

pueblo a la voracidad de las bajas pasiones de

los caudillos sin responsabilidad ni escrúpulos;

es poner la suerte colectiva al azar de un juego

innoble de trampas, obstáculos, casualidades o

golpes de audacia incalculables e imprevisibles.

Y así ha visto Sudamérica y ha visto a las veces

nuestro país el gobierno en el borde del naufra-

gio definitivo, a merced de tiranuelos incultos y

bárbaros, o de prestidigitadores o taumaturgos

que lo escamoteaban y usufructuaban has-

ta ceder a la fuerza o la astucia superiores. Y

cuando se ha salvado de ellos, y ha hecho an-

dar hacia adelante el carro de su destino, ha

sido cuando hombres superiores, substituyen-

do su propia y personal inspiración a la de una

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1914 - 1916

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

168 conciencia ausente de un pueblo analfabeto y

barbarizado por la ociosidad y la consiguiente

miseria; o cuando la escuela planteada a costa

de energías y la educación ambiente han ido en-

grosando la élite culta de la sociedad superior,

y esta fue irradiando su acción hacia las capas

populares inferiores en orden de capacidad.

Un analfabeto y salvaje no piensa, por más

que el roce con gente culta le dé cierto bar-

niz y entrenamiento empírico y superficial.

Dejado solo con su ser mental, no se elevará

en reflexiones ideales sino en cálculos de me-

joramiento material, de goces sensuales o de

satisfacciones egoístas y vindicativas, o agre-

sivas. El odio parece ser el sedimento natural

de la ignorancia; a medida que la facultad de

conocer se va aclarando en la conciencia infor-

me, va calentando el corazón, y un calor y un

perfume de amor comienza a sentirse en los

impulsos ingénitos del neófito. Entonces em-

pieza a desarrollarse en él, como el embrión

de una flor, la aptitud de pensar, de reflexionar,

de meditar, y es entonces cuando principia a

darse cuenta que es parte de un todo social,

una molécula de un organismo, un átomo de la

vida colectiva de su especie y del mundo.

Si fuese de este lugar, y no lo hubiéramos

hecho ya en otras oportunidades, enunciaría-

mos aquí una síntesis histórica de los casos

en que nuestro pueblo ha obrado sin pensar,

sin impulso propio; y sólo con la inercia de una

masa ciega que no pudo ser desviada de su sen-

da o pendiente de error por causa de la inclina-

ción bruta de su peso bruto; y hoy, a pesar de lo

mucho que ha prosperado en educación, por la

escuela, por el roce, por la experiencia y “por los

poros”, según una feliz expresión extraña, toda-

vía está muy lejos de haber llegado al punto de

su evolución en el cual le sea posible el pensar

colectivo, el obrar con ese pensamiento, y el rea-

lizar su ideal, que, si acaso se halla en bosquejo,

duerme en el fondo como en una nebulosa.

Si nuestro pueblo pensara, o si pensara

más, no habría llegado él mismo al estado de

inquietud, de zozobra, de temores innominados

que hoy lo domina, hasta el grado de aparecer

ignorando la misma gravedad de las cosas

que por su mano se han realizado, o no darse

cuenta de que se invoca su soberana voluntad,

o se interpreta su pensar hermético, como en

el caso de los reyes niños, cuya majestad em-

brionaria encabeza todas las órdenes o prag-

máticas de la regencia. Él ha servido de masa

muerta para modelar un colegio electoral de

segunda mano, de cuyo seno ha surgido una

fórmula presidencial por los votos de la ma-

yoría, y el término sobreviviente se substrae

en absoluto a su vínculo de dependencia de su

origen soberano, y proclama un plebiscito, y en

su nombre deroga la Constitución, repudia me-

dio siglo de tradición gubernativa y electoral,

asume una dictadura de hecho, y el soberano

sigue dormido o ausente, o insensible, a tama-

ña usurpación de poderes que él no ha conferi-

do ni en hipótesis, ni menos en voluntad.

Si nuestro pueblo pensara más, si fuera

más pueblo, en el sentido étnico y espiritual de

la palabra, se habría preocupado de defender

la integridad de sus propios elementos consti-

tutivos; no habría dejado consolidarse y subs-

tituirse a su propia entidad pensante y sensi-

tiva, un núcleo prácticamente superior, más

activo, más consciente, más combativo, más

tendencioso; el cual, originario o contagiado, o

saturado de ideas, intereses y pasiones ajenas

al carácter y modalidades nativos, ha llegado

a encender aquí una nueva revolución, una

nueva causa de rencillas y odios intestinos,

hasta crear un estado permanente de guerra

social, exótica, violenta y desligada de todo

lazo de solidaridad o parentesco con la leva-

dura orgánica de nuestra nacionalidad, con las

aspiraciones e ideales de fraternidad universal

proclamados en la Constitución Argentina, y

adoptados por el sentir de la masa nacional.

Es que, en realidad, nuestro pueblo no es una

democracia; porque no hay en él una cohesión,

una armonía, una compenetración, una concien-

Page 169: Manifiestos 1890 1956 parte1

1914 - 1916

1890 - 1956

169cia colectiva completa; será una democracia en

formación, pero no lo es en definitiva; porque si

lo fuera, no obraría como una voluntad en per-

petua delegación, o por influencias extrañas a

su inspiración propia, o a sus genuinos y bien

claros intereses morales y materiales. Y no le

hacemos ofensa ni agravio –como a cierta gen-

te, cuyo honor parece consistir en no reconocer

defectos ni imperfecciones–, si le decimos que

él no piensa, que no delibera antes de obrar, y

que se deja disciplinar por razones o móviles

ajenos a sus verdaderos destinos e ideales de

vida nacional. No lo ofendemos ni agraviamos,

como no creyeron ofender ni agraviar al pueblo

inglés los oradores de la Welsh Church, el 27 de

julio, cuando le dijeron que su maquinaria social

había fracasado. El primer ministro, en el dis-

curso citado al comienzo de estas líneas, dijo

que no era la máquina la que había fracasado,

sino su espíritu. “Lo vi así en la guerra. Hubo una

máquina perfecta en Alemania, y era tan perfec-

ta que marchaba exactamente como ella imagi-

nó que lo haría, hasta que chocó con dificultades

que ninguna maquinaria encontraría, hasta que

dio contra algo que no era maquinaria sino es-

píritu. La falta no estaba en la máquina: la falta

estaba en que no había un espíritu en el pueblo.”

Alemania, con ser una disciplina perfec-

ta, resultado de una labor científica, de una

homogenización de conciencia y de voluntad,

no era tampoco una democracia, porque le

faltó además del espíritu, la libertad esencial

que le da vida y razón de ser. El puro y cie-

go mecanismo chocó con la corriente cálida

de un sentimiento y de un ideal armonizado

de los demás pueblos del occidente europeo

y americano, y aquella maquinaria férrea sin

espíritu, se estrelló contra una inmensa nube

condensada de emoción de un ideal supremo

común a una civilización, perdió el rumbo, la

energía inicial, la fuerza operativa. Esa gente

que formaba tales ejércitos no pensó suficien-

temente en su acción; obedecía a un interés y

a una pasión extraña, que no era la del alma

de cada uno convertido en unidad forzosa de

un mecanismo. El espíritu estaba fuera de la

masa y ese espíritu no era el del fondo de la

nación alemana, sino de un círculo estrecho,

de un usurpador legal de su soberanía.

Lección tremenda para todos los pueblos

que se organizan sobre modelos instituciona-

les de libertad y democracia, sin pensar que las

formas no son la conciencia, que los nombres

no son la esencia, que las palabras son sólo

ruidos vanos cuando no revisten la substancia

que expresan, y que la verdadera fuerza, la in-

vencible, es la que resulta de la fusión de todos

los elementos en el crisol de la verdad, con el

fundente del espíritu. La maquinaria, aunque

haya sido ideada y concluida y movida por una

inteligencia, no engendra por sí misma un es-

píritu, sino un movimiento mecánico y ciego:

mientras que el espíritu, la pasión del ideal, la

unción de una inspiración altruista y humana

crea la maquinaria, engendra en generación

maravillosa todos sus propios instrumentos de

acción y de éxito, y con el impulso de la libertad

vuela siempre más alto que las fórmulas me-

cánicas más perfectas. Si la nación británica

ha dado en pensar más que antes de la guerra,

realizará milagros portentosos de grandeza

moral; fundirá en una sola alma todas las di-

ferencias regionales, o las sintonizará con su

propio ideal, y actos de belleza sorprendentes

surgirán cada día de su inspiración colectiva.

Ya redimió a la cautiva Palestina de los ro-

manos y de los turcos; ya devolvió a Grecia su

antiguo patrimonio racial e histórico; el Egipto

del misterio, de la ciencia y de la mística ex-

pansiva, que las milenarias pirámides atesti-

guan todavía, es otra vez libre bajo la égida de

la grandeza británica.

¡Oh, si nuestro pueblo pudiera y quisiera

pensar!

Fuente: Joaquín V. González, en Estudios Constituciona-les, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, Juan Roldán y Cía.,1930, pp. 165-176.

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Llegada de las urnas a la Legislatura para el recuento de votos.

El presidente Hipólito Yrigoyen escoltado por el pueblo se dirige a la Casa Rosada después de haber prestado juramento.

AGN

AGN

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

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A las dos de la tarde va a jurar ante la asamblea de congresales su lealtad al cargo que le toca desempeñar. Lo hace protocolarmente en todo sentido; no se aparta del ritual de práctica ni por las palabras ni por el atuendo, aunque impresiona su porte solemne y distinguido al par que noble y bondadoso, al punto que sus propios enemigos no pueden menos que rendirse en el aplauso la sincera anuencia de sus juicios. Terminado el acto de juramento el Presidente se dirige a la Casa de Gobierno (…) el embajador de España en la Argentina, doctor, asistió en representación de su patria y desde las columnas del diario La Época, describió en esta forma:

En mi carrera diplomática he asistido a celebraciones famosas en di-ferentes cortes europeas; he presenciado la ascensión de un presidente en Francia y de un rey de Inglaterra; he visto muchos espectáculos populares extraordinarios por su número y su entusiasmo. Pero no recuerdo nada comparable a esa escena magistral de un mandatario que se entrega en brazos de su pueblo, conducido entre los vaivenes de la muchedumbre electrizada, al alto sitial de la primera magistratura de su patria.

Ya me había impresionado fuertemente el aspecto del hemiciclo de los diputados, con sus bancas totalmente ocupadas por los representantes del pueblo, vestidos de rigurosa etiqueta, entremezclados con los embajadores y ministros extranjeros, cuyos brillantes uniformes y variadas condecora-ciones producían deslumbrador efecto, desbordantes los pasillos laterales hasta formar un friso estupendo de oro, piedras, plumas y metales titilan-tes; repletas las galerías superiores de damas lujosamente ataviadas y de centenares de hombres suspensos ante el magnífico espectáculo…

Pero todo ello había de ser pálido ante la realidad de la plaza inmen-sa, del océano humano enloquecido de alegría; del hombre presidente entregado en cuerpo y alma a las expresiones de su pueblo, sin guardias, sin ejército, sin polizontes.

Yo había visto desfiles rígidos, por entre una doble fila de bayonetas, a respetable distancia del pueblo, cual si se temiera su proximidad.

Tuve a manera de un deslumbramiento… ¿Sabes cuál fue mi impulso, extranjero como soy en la Argentina? Correr también, confundirme entre la muchedumbre, gritar con ella, aproximarme al nuevo mandatario y vi-varlo, vivarlo en un irreprimible impulso de admiración surgida desde el fondo de mi alma…

En aquel instante, señores, no se sonrían ustedes, fui un radical, tan radical como los que cubrieron durante algunas horas las grandes arterias de la metrópoli inmensa…

Fuente: José Landa, Hipólito Yrigoyen visto por uno de sus médicos, Buenos Aires, Editorial Propulsión, 1958,

pp. 336-337.

Crónica de la asunción de Hipólito Yrigoyen relatada por Pablo del Soler y Guardiola, entonces embajador de España en el país, aparecida en el diario La Época.

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1914 - 1916

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

172

La civilización feudal, imperante en las

naciones bárbaras de Europa, ha re -

suelto suicidarse, arrojándose al abis-

mo de la guerra. Este fragor de batallas pare-

ce un tañido secular de campanas funerarias.

Un pasado, pletórico de violencia y de su-

perstición, entra ya en convulsiones agónicas.

Tuvo sus glorias; las admiramos. Tuvo sus hé-

roes; quedan en la historia. Tuvo sus ideales;

se cumplieron.

Esta crisis marcará el principio de otra

era humana. Dos grandes orientaciones

pugnaron desde el Renacimiento. Durante

cuatro siglos la casta feudal, sobreviviente

en la Europa política, siguió levantando ejér-

citos y carcomiendo naciones, perpetuando

la tiranía de los violentos; la minoría pen-

sante e innovadora, a duras penas respe-

tada, sembró escuelas y fundó universida-

des, esparciendo cimientos de solidaridad

humana. Por cuatro centurias ha vencido

la primera. Príncipes, teólogos, cortesanos,

han pesado más que filósofos, sabios y tra-

bajadores. Las fuerzas malsanas oprimie-

ron a las fuerzas morales.

Ahora el destino inicia la revancha del es-

píritu nuevo sobre la barbarie enloquecida. La

vieja Europa feudal ha decidido morir como

todos los desesperados: por el suicidio.

La actual hecatombe es un puente hacia el

porvenir. Conviene que el estrago sea absolu-

to para que el suicidio no resulte una tentati-

va frustrada. Es necesario que la civilización

feudal muera del todo exterminada irrepara-

blemente. ¡Que nunca vuelvan a matarse los

hijos con las armas pagadas con el sudor de

sus padres!

Una nueva moral entrará a regir los desti-

nos del mundo. Sean cuales fueren las nacio-

nes vencedoras, las fuerzas malsanas que-

darán aniquiladas. Hasta hoy fue la violencia

el cartabón de las hegemonías políticas y

económicas; sobre la carroña del imperia-

lismo se impondrá otra moral y los valores

Durante la Primera Guerra Mundial la Argentina adopta una política exterior neutralista. Esta decisión del gobierno desata intensos debates y moviliza-ciones que abarcan a amplios sectores de la sociedad. A partir de 1917 se delinean dos campos enfrentados en la opinión pública: los partidarios del mantenimiento de la neutralidad y quienes impulsan la ruptura de relaciones diplomáticas con Alemania. Esta toma de partido involucra distintas defini-ciones del nacionalismo y de su vinculación con valores universales como la libertad y la democracia, así como la postulación de diferentes relaciones con Europa y América. Entre los intelectuales rupturistas, se encuentran Leopoldo Lugones y José Ingenieros. Entre los neutralistas, donde se desta-ca la figura del presidente Yrigoyen, se ubica también el poeta, dramaturgo y diputado radical Belisario Roldán.

EL SUICIDIO DE LOS BÁRBAROS POR JOSÉ INGENIEROS

En septiembre de 1914, a poco de comenzar la Primera Guerra Mundial, José Ingenieros reflexiona sobre la naturaleza y consecuencias del conflicto.

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1914 - 1916

1890 - 1956

173éticos se medirán por su justicia. En las ho-

ras de total descalabro esta sola sobrevive,

siempre inmortal…

Aniquiladas entre sí las huestes bárba-

ras, dos fuerzas aparecen como núcleo de la

civilización futura y con ellas se forjarán las

naciones del mañana: el trabajo y la cultura.

Cada nación será la solidaridad colectiva de

todos sus ciudadanos, movidos por intereses

e ideales comunes. En el porvenir, hacer pa-

tria significará armonizar las aspiraciones de

los que trabajan y de los que piensan bajo un

mismo retazo de cielo.

Las patrias bárbaras las hicieron soldados

y las bautizaron con sangre; las patrias mo-

rales las harán los maestros sin más arma

que el abecedario. Surja una escuela en vez

de cada cuartel, aumentando la capacidad

de todos los hombres para la función útil que

desempeñen en beneficio común. El mérito y

la gloria rodearán a los que sirvan a su pueblo

en las artes de la paz; nunca a los que osen

llevarlo a la guerra y a la desolación.

Hombres jóvenes, pueblos nuevos: sa-

ludad el suicidio del mundo feudal, desean-

do que sea definitiva la catástrofe. Si creéis

en alguna divinidad, pedidle que anonade al

monstruo cuyos tentáculos han consumido

durante siglos las savias mejores de la espe-

cie humana.

Frente a los escombros del pasado suici-

da se levantarán ideales nuevos que habiliten

para luchas futuras, propicias a toda fecunda

emulación creadora.

No basta poseer surcos generosos; es me-

nester fecundarlos con amor y sólo se amará

el trabajo cuando se recojan integralmente

sus frutos. Pero tenemos algo más noble,

que espera la semilla de todo hermoso ideal:

una tradición de luz y esperanza. Los arque-

tipos de nuestra historia espiritual fueron

tres maestrescuelas: Sarmiento, el pensador

combativo; Ameghino, el sabio revelador; Al-

mafuerte, el poeta apostólico.

Mientras rueda el ocaso del mundo de la

violencia militar y de la intriga diplomática

inspirémonos en sus nombres para prepa-

rarnos al advenimiento de una nueva era;

procuremos ser grandes por la dignificación

del trabajo y por el desarrollo de las fuerzas

morales. Y para no ser los últimos, empren-

damos con fe apasionada nuestra elevación

colectiva mediante el único esfuerzo que deja

rastro en la historia de las razas: la renova-

ción de nuestros ideales en consonancia con

los sentimientos de justicia que mañana res-

plandecerán en el horizonte.

Fuente: José Ingenieros, “El suicidio de los bárbaros”, en Los tiempos nuevos, Buenos Aires, Losada, 1961.

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1914 - 1916

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

174

He creído que la eficacia con que algu-

nos de mis escritos contribuyeron a

esclarecer en este país el concepto

de nuestra posición y de nuestros deberes

ante la guerra, duraría más si coleccionaba

yo aquellas páginas; pues, aunque su relativo

mérito dependiera en gran parte de la opor-

tunidad circunstancial, uno mayor y perma-

nente asignaríamos, de suyo, los principios de

ver dad y de honor en ellas expuestos.

Las potencias de opresión realizan una

doble campaña: la militar en las zonas de

guerra y la mental por doquier. Pues, como

esta lucha constituye, ante todo, un proble-

ma espiritual, así concierne a la humanidad

entera; siendo, precisamente, los más intere-

sados en materializarlo, bajo el concepto de

una guerra defensiva, como tantas que hubo,

quienes le dieron aquella trascendencia con

su propaganda.

Esta labor germánica, que constituye una

prueba más de menosprecio al resto de la

especie humana, con suponerla cré dula de

patraña tan vil, consiste en sostener que los

imperios centrales fueron agredidos por una

coalición que Inglaterra di rigía. Ellos no ha-

brían hecho otra cosa que adelantarse con

previsión al peligro, consistiendo su modesta

aspiración en conservar el territorio, y en que

las cosas vuelvan a su estado anterior, como

si nada hubiera pasado.

Semejante política empieza con la derro-

ta del Marne; pero, antes de esto, seguros

los imperios de un triunfo cuya prepa ración

no habían intentado ocultar, y que abarcaba

todos los dominios del alma y de la materia,

“pangermanizadas”, por decirlo así, nada disi-

mularon su carácter de agresores.

No produjeron las pruebas de aquella coa-

lición que debía atacarlos en ese momento,

justificando, así, la “guerra preventiva”. No las

produjeron entonces ni después; de suerte

que esto es una mera afirmación, desmentida

por el hecho de la agresión misma. En cam-

bio, declararon que los tratados son retazos

de papel, que la necesidad no reconoce ley,

y que, invadiendo a Bélgica, violaban el dere-

cho: propósitos tan agre sores, que constitu-

yen todo un padrón de barbarie.

Al propio tiempo, pudo comprobarse por las

resultas, que los países de la pretendida coali-

ción no estaban preparados; correspondiendo

a Inglaterra, su presunto jefe, la máxima de-

ficiencia. Tratándose de pelear con las dos pri-

meras potencias militares del mundo, semejan-

te imprevisión era inadmisible. Se dirá que lo

PRÓLOGO AMI BELIGERANCIA

POR LEOPOLDO LUGONES

En 1920 Leopoldo Lugones publica Mi beligerancia, un libro de panfletos doctrinarios que lo aleja cada vez más del joven socialista que fue. En este texto se deja leer la tensión entre la constatación de que la civilización, tras la guerra, ya no puede mantenerse idéntica a sí misma y los esfuerzos por seguir filiando a la Argentina dentro del Occidente que el propio Lugones había caracterizado en El payador (1916) como el “linaje de Hércules”: una Europa ni cristiana ni mucho menos socialista.

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1914 - 1916

1890 - 1956

175explicaba la incapacidad militar de dichas nacio-

nes. Pero, Inglaterra, la más descuidada, preci-

samente, se ha encargado de probar lo contrario

con asombrosa prontitud. La misma intención de

agredir, atribuida a los adversarios ac tuales del

bloque teutón, resulta, pues, insostenible.

Por otra parte, después de declarar el im-

perio alemán con la palabra no contradicha

de su canciller, que, invadiendo a Bélgica, vio-

laba el derecho, pero que debía hacerlo como

una suprema necesidad, pretendió haber te-

nido razón para efectuarlo, en ciertos com-

promisos de Bélgica con Inglaterra, según los

cuales aquella nación resultaba violando su

propia neutralidad. Mas tampoco produjo la

prueba del caso, agregando, así, la calumnia

al crimen. Este procedimiento ha caracteriza-

do siempre la hipocresía de los déspotas. Era

el sistema predilecto de la Inquisición; y así

como cubrió de imborrable oprobio a la Espa-

ña de los Austrias, ha impuesto eterno baldón

a la Ale mania de los Hohenzollern.

Europa iba a la guerra por exageración de

su militarismo. La paradoja cuartelaria que

pretende asegurar la paz con la preparación

para la guerra, habíase vuelto insostenible, y

el lector verá más adelante cómo lo tenía yo

anunciado. Pero quien mantenía el sistema en

crecimiento indefinido era el im perio alemán,

que así determinaba el armamento de toda

Europa. Su diplomacia hacía fracasar sin remi-

sión cualquier in tento de suprimirlo o limitarlo.

Sus créditos militares ob tenían la unanimidad

del parlamento. Y no podía ser de otro modo.

“La industria nacional de Prusia es la guerra”,

había dicho Mirabeau. Cuando Prusia realizó la

unidad alemana, lo hizo convirtiendo en cóm-

plices de semejante “industria” a to dos los es-

tados de la confederación. La prenda de unión

fue una presa: la Alsacia-Lorena, que por eso

es llamada “tierra de imperio”, y que resulta,

así, el verdadero vínculo federal.

Semejante modo de constituir la patria

era el mismo de la antigua barbarie prolonga-

da de esta suerte en el militarismo alemán. El

mismo de todas las “unidades” germánicas.

Nada, pues, más distinto de nuestro

concepto, en cuya vir tud la patria recono-

ce como fundamento una necesidad moral,

que es la justicia: el concepto greco-latino,

ante el cual afirma una inmoralidad el fun-

damento de la patria germánica. Esto es lo

que, desde el fondo de la historia, llaman los

hombres idealidad y materialismo, civiliza-

ción y barbarie.

Con ello, también, el germanismo, lejos de

ser, como lo pretende una filosofía superficial,

causa de vigor para los pue blos greco-latinos

que lo adoptan por voluntad o lo soportan por

conquista, los conduce a la ruina y a la bar-

barie. Es el germen maléfico, por su antago-

nismo substancial con la cons titución moral e

histórica de los pueblos greco-latinos. Recor-

demos lo que sus dos germanizaciones, la de

los visigodos y la de los Austrias, produjéronle

a España: fenómeno digno de mención, pues-

to que concierne directamente a nuestra raza.

Negra barbarie, caracterizada por la crueldad

brutal y la vio lación de los tratados, es lo que

sustituyen a la decadente mo licie de Roma, los

bárbaros del Norte; y al propio tiempo, una de-

bilidad tal, que bastan doce mil musulmanes

para conquistar la Península. Análogos resul-

tados con Carlos V y los sucesi vos Felipes: la

muerte de la libertad foral, la inquisición, el

funesto delirio del Imperio Cristiano, el odio del

mundo entero, la derrota y la decadencia.

Algo, pues, más importante, si cabe, que el

propio amor a la libertad, nos mueve a tomar

en esta contienda el partido de los aliados:

nuestra constitución histórica, para la cual el

germanismo es amenaza de muerte.

Porque, aun suponiendo que el bloque teu-

tón triunfara: las naciones vencidas quedarían

ahí, tan desmedradas como se quiera; pero

quedarían. Tarde o temprano, nuestro tempera-

mento, nuestros vínculos de todo género, nues-

tra misma situa ción geográfica, hacia ellas nos

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1914 - 1916

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

176 inclinarían. No en vano tene mos sangre espa-

ñola que ya va promediando con la italiana, cul-

tura francesa, instituciones sajonas…

Fantástica, igualmente, la suposición de

quienes creen que el triunfo alemán, equili-

brando la potencia de Inglaterra, nos garan-

tiría indirectamente contra pretendidos posi-

bles abusos de esta última nación. En tales

casos, los fuertes, lejos de estorbarse entre

sí, fácilmente se unen contra el débil. Así lo

hizo ya Alemania en América cuando la inter-

vención a Venezuela en 1902, bombardeando

los fuertes de Puerto Cabello y el Cas tillo de

San Carlos, y echando a pique un velero mer-

cante cuya tripulación abandonó en un bote,

sin darle más que diez minutos de plazo; con

lo cual se ahogaron algunos hombres.

Esto, para no hablar de la inmoralidad y

la estupidez que comporta ser germanófilo

después de lo ocurrido con Bélgica y con Ser-

via. La admiración de tales crímenes tiene el

mismo origen que la pasión histérica de cier-

tas degeneradas por los grandes asesinos. Es

una mezcla de prostitución sentimental y de

siniestra pedantería.

Tampoco es admisible que las cosas pue-

dan quedar lo mismo. Esto solamente lo lle-

gan a concebir los militaristas teutones y los

socialistas, con su famosa proposición: paz

sin anexiones ni indemnizaciones. O de otro

modo: impunidad del criminal que nunca

dejó de serles irresistiblemente simpático y

preferi ble a la víctima.

Pero, cualquiera que fuese el resultado de

la guerra, las cosas no quedarán como antes.

Ahora mismo, no son ya lo que fueron. Los

poderes de la antigua legalidad, incluso las

dipu taciones socialistas, son cáscaras vacías.

La guerra ha servido para definir por las pre-

ferencias suscitadas, el verdadero ca rácter

de las doctrinas que practicaban, a su vez, la

industria del humanitarismo. Así la neutrali-

dad del Papa, la decisión germanófila del so-

cialismo en todo punto del globo donde pue de

manifestarla libremente y traicionar con ello

a la libertad, cuyo lenocinio ha desempeñado

como una rama del pangermanismo.

El lector hallará más adelante, en una co-

rrespondencia de 1913 a La Nación, titulada

La Europa de Hierro, esta frase terminante: “El

socialismo será militarista mañana”.

Tratábase de los créditos militares vota-

dos al emperador alemán. Y ello adquiría muy

significativo carácter, puesto que siendo el

Reichstag un cuerpo revisor del presupuesto,

a título prácticamente consultivo y nada más,

pues no lo inicia ni forma, la teorización paci-

fista resulta en él tan cómoda como inofen-

siva. En cambio, y por lo mismo, toda decla-

ración de ese gé nero, redobla su importancia

como expresión moral, puesto que otra cosa

no es. Lo que los socialistas aceptaban, pues,

al votar los créditos militares, era la doctrina

del militarismo alemán. Se dirá que los so-

cialistas lo efectuaban como patriotas alema-

nes, no como socialistas. Pero el socialismo

es internacional y antipatriota.

La guerra ha evidenciado, entre tantas co-

sas, que este as pecto de la doctrina era para

la exportación, y con el objeto de debilitar a

los pueblos, súbditos o enemigos presuntos,

ante el militarismo alemán: traición que cons-

tituye la índole política del bárbaro. Así, en la

agresión germánica, el socialismo ha desem-

peñado un papel más repugnante que el de

los mismos espías. Y al ser aquella una juga-

da que sus autores suponían inevitablemente

triunfal, el germanófilo apareció por doquier

bajo la máscara del sectario.

Todo esto ha sido menester verlo venir,

estudiarlo, comprenderlo, resistirlo, desbara-

tarlo a cañonazos de luz en su piel de lobo

taimado. La conspiración contra la libertad,

codi ciaba el mundo; y se ha debido disputarle

el mundo, plantándole, a cada milla, un solda-

do de la patria o de la verdad.

He aquí por qué tiene este libro el título

que lleva.

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1914 - 1916

1890 - 1956

177Ah, la gente que con anónima benevolencia

y piadoso cuidado de mi pundonor, me acon-

seja partir a Francia como voluntario, o me re-

procha que no me quedara en Londres a com-

batir por Bélgica, no sabe cuánta confianza me

infunde para seguir desempeñando aquí el

deber que me he impuesto. Porque, conforme

a mi inveterada costumbre, yo soy el autor de

mi deber, de mi beligerancia y de mi estrategia.

Mi amor a la libertad y a las naciones mártires

o heroicas que padecen por ella, es cosa mía.

Tan mía, que más de una vez he estado en pú-

blico desacuerdo con los individuos, los funcio-

narios, la prensa de esos países. Yo me hago

mi ley, me la doy y me la quito. Si tengo alguna

autoridad moral, de eso me viene. Y mi trabajo

me cuesta. Me lo enseñó el pájaro que se vuela

al ama necer, en ayunas, pero cantando…

Necesito decir dos cosas aún.

Al recorrer estas páginas, he notado con

regocijo que no hay en ellas una sola expre-

sión de odio contra las naciones. Si el lector

halla más adelante, en unos versos, pala-

bras violentas, observe que es por razón de

propiedad, pues aquellos hacen hablar a los

verdugos y a las víctimas de Bélgica. El ideal

de concordia humana, el ideal americano, que

también comprende a los enemigos de la li-

bertad, desconoce el odio, porque su prime

la iniquidad y la servidumbre. Fácilmente se

verá por lo que sigue, que eso fue anterior a

la guerra y que la guerra no pudo modificarlo.

No falta la expresión de reconocimien to a los

méritos del pueblo alemán, ni la denuncia del

sistema con que sus déspotas lo engañaban.

Mi beligerancia es una posición que, en plena

paz material, tenía ya tomada ante el dogma

de obedien cia. Pues –y esta es la otra cosa

que quiero decir– aquella actitud hallábase

definida por un concepto histórico que el lec-

tor verá formulado en un comentario de 1912

sobre la guerra de los Balcanes. Para mí, el

presente cataclismo es el desenlace de una

civilización. Y así se explica, también, racio-

nalmente, el acierto con que me fue dado pre-

verlo: circunstancia que men ciono a título de

comprobación para mi teoría histórica.

Esta consiste en sostener que el cristianis-

mo, una de las tantas religiones destinadas a

divinizar, para eternizarlo, el dogma asiático

de la obediencia, o derecho divino, o princi-

pio de autoridad, interrumpió con su triunfo

la evolución del pa ganismo greco-latino hacia

la libertad plenaria que es, de suyo, la liber-

tad individual: fracaso que había comenzado

con la introducción del cesarismo oriental en

Roma, y con la orientalización despótica de

los generales de Alejandro.

La civilización europea, de la cual forma-

mos parte, habría consistido en una perpe-

tua lucha de la libertad pagana con el dog-

ma asiático de la obediencia, que tomó a los

bárbaros del Norte como instrumento político

para subyugar, destruyéndolo, al mundo ro-

mano; y esto es lo que iría determinando la

catástrofe actual cuyo desenlace creo favo-

rable al ideal latino, porque su preparación

ha consistido –al menos desde la Re volución

Francesa– en sucesivos recobros de ese mis-

mo ideal. Ellos comportan ya un triunfo moral

en el mundo entero; de suerte que su magni-

tud excede infinitamente la de aquellas resu-

rrecciones análogas que tuvieron por teatro a

la Francia revo lucionaria y a la Provenza de

los albigenses. La insurrección emancipadora

de las Américas fue uno de esos episodios, y

he aquí la primera razón histórica de nuestro

papel en la contien da actual.

Por esto publico algunas de las numero-

sas corresponden cias que envié desde Eu-

ropa a la prensa argentina, principal mente a

La Nación, durante los años de 1912, 1913 y

1914. Lo que vino después de iniciada la gue-

rra, se comenta por sí solo. Y lo que tenga de

interesante lo dirá el amable lector.

Fuente: Leopoldo Lugones, “Prólogo”, en Mi beligerancia, Buenos Aires, Otero y García, 1917 , pp. 5-11.

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1914 - 1916

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

178

En la Plaza de Mayo

Los manifestantes siguieron vito reando a la

neutralidad y dando gri tos de “Abajo la guerra”.

También se oyeron, con el conocido estribillo

de “Ay, ay, ay”, estas palabras: “Los que quieran

que haya guerra, que se va yan a su tierra”.

Cuando los manifestantes pasaron frente

a nuestra casa coreaban el Himno Nacional y

varias secciones de la columna se detuvieron

y prorrum pieron en aplausos.

Una vez que los manifestantes hu bieron

llegado a la Plaza de Mayo, se formaron varias

tribunas y hablaron el doctor Belisario Roldán

y los jóve nes Alberto Grassi y Gutiérrez Diez.

El doctor Roldán, a duras penas, debido a las

aglomeraciones, pudo lle gar, cerca de las 11,

hasta una tribu na situada frente a la Casa de

Gobier no; y un núcleo numeroso de manifestan-

tes, al verlo, lo llevó en andas hasta aquel sitio.

Damos en seguida algunos párra fos del

discurso del doctor Roldán, que fue interrum-

pido muchas veces por los aplausos de la mul-

titud que rodea ba la tribuna. Muy poca parte

del público pudo escuchar íntegramente la pie-

za oratoria, porque lo interrumpían los trozos

musicales ejecutados por distintas bandas.

Empezó diciendo, el doctor Roldán:

Si hay alguna acritud en mis pala bras, cúl-

pese de ello, lo confieso, más que al calor de la

improvisación in evitable, a la vehemencia con

que llego a esta tribuna, desde la cual me es

dado contemplar una imponente palpitación del

alma nacional. Los que creían que bastaba un

par de clarina das retóricas para conseguir que

la República se echase en la hoguera –sin igno-

rar cuál ha sido la suerte de los pueblos chicos

envueltos en la tragedia–; los que juzgaban fácil

meter al país en una aventura quijotesca que la

propia patria del Quijote ha sabido eludir has-

ta la fecha, habrán de detenerse asombrados

ante esta repentina vibración de la conciencia

pública, que congrega en un mismo sitio y en un

mismo anhelo a hombres de todos los partidos,

de todas las edades y actividades, de todos los

credos políticos y religiosos, al punto de que por

primera vez parecen confundirse en una misma

EN FAVOR DE LA NEUTRALIDAD

POR BELISARIO ROLDÁN

Los neutralistas tienen entre sus adalides al prestigioso poeta, dramaturgo y diputado radical Belisario Roldán, autor de un discurso que opera a modo de documento liminar de los partidarios de la neutralidad, donde sostiene que involucrar al país en la guerra es “una aventura quijotesca que la propia patria del Quijote ha sabido eludir hasta la fecha”. Este es un tramo de su discurso dentro de una crónica más vasta de una manifestación pública en favor de la neutralidad de nuestro país en la guerra, organizada a iniciativa de la Liga Patriótica Argentina, que publicó el diario La Prensa.

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1890 - 1956

179armonía soli daria el himno de la República y la

canción de los Trabajadores, a los cuales salu-

do desde aquí en nombre del coincidente amor

infinito a la paz de los hombres en la tierra.

Habré de hablar alto y claro. La Repúbli-

ca Argentina necesita, desde luego, evitar el

ridículo. Un país de la América española, que

se declarase en estos momentos en estado

de guerra con los imperios centrales o con

los aliados, se habría caído de bruces en el

campo de la opereta. La neutrali dad, con ser

un sinónimo de abstención, nos queda gran-

de. Ni aun eso podemos ser; somos menos

que neu trales, mal que nos pese. No somos,

no podemos ser sino espectadores pa sivos de

la gran tragedia, y apenas si nos estaría per-

mitida una rogativa, por otra parte inútil, “ad

petendam pacem”. Hablar del efecto moral

que produciría el quebrantamiento de nuestra

neutralidad es una cosa ino cente. Las fuerzas

morales –resulta necesario decirlo– caducan

como gra vitaciones efectivas cuando tiene la

palabra la boca negra y redonda de los caño-

nes. ¿Se quiere mayor fuerza moral que la que

emerge de la Bélgi ca mártir? ¿Se quiere ma-

yor fuerza moral que la que irradia la Francia,

heroica y arrasada? ¿Y alcanzan, por ventura,

esas enormes fuerzas mora les a modificar el

curso de los acon tecimientos? ¿Qué valor ten-

dría, en tonces, el inofensivo gestito bélico que

nos aconsejan algunos exaltados? Sostener

la conveniencia de inmiscuirnos en la guerra,

cuando se tiene el convencimiento absoluto de

no pesar un adarme en la balanza de la guerra

misma, ni desde el punto de vista de la impre-

sión moral –fuerza caduca– ni desde el punto

de vista del poder material –fuerza ausente–

es adoptar una actitud que pide a gritos un co-

mentario musical de Offenbach.

Amemos, enhorabuena, a la Francia.

Es nuestra madre espiritual. Amemos a

nuestras hermanas latinas; ello no debe im-

pedirnos la facultad de admi rar a la Alemania.

Aplaudamos tam bién, si se quiere, la actividad

de Nor te América, que en nombre de una repen-

tina repulsión por la guerra, in terviene en ella

después de haberla fomentado, con pingües be-

neficios; pe ro que no se oscurezca la concien-

cia argentina. Se habla de justicia, de de recho

de gentes, del uso excesivo de la fuerza bruta…

Cuando el embaja dor de Alemania presentó

sus creden ciales ante el gobierno argentino en

ocasión de las fiestas centenarias, di jo en un

discurso admirable de con creción y austeridad:

“No sé si Alemania ha dado motivos para ser

amada por los argentinos; pero afirmo que

no ha dado motivo alguno para no serlo”. Así

habló en tonces el embajador alemán y dijo la

verdad. Ahora no hay sino un hecho nuevo: el

hundimiento de un velero que no tenía de ar-

gentino sino la matrícula, matrícula, por otra

parte, per teneciente a un país que carece de

ma rina mercante. No tenemos razón al guna

para creer que nuestra reclama ción ante el go-

bierno teutón, será desoída; nada nos autoriza

a pensar que no vendrá a su tiempo la repa-

ración contigua y es ya notorio que Ale mania

ha ofrecido someter el caso a la única forma

de solución que la Ar gentina ha preconizado

hasta aquí: el arbitraje. Entretanto, ¿podríamos

de cir de todos los beligerantes aquello que dijo

von der Goltz de Alemania? Ha llegado, repito,

el momento de ha blar claro. Recuerde la ju-

ventud ar gentina que un día del año 1833, una

fragata de guerra fondeó su ancla en aguas

argentinas, en unas islas que formaban parte

integrante del territo rio nacional. Sepa la ju-

ventud que en el mástil de esa nave ondeaba la

ban dera inglesa y que esas islas se llaman Las

Malvinas. Recuerde la juventud que la tripula-

ción de ese barco bajó a tierra, derrocó “manu

militari”, a un ciudadano argentino que ejercía

las funciones de gobernador de ese peda zo

de suelo nuestro, arrió la bandera nacional y

puso en su lugar el pabe llón de la Gran Breta-

ña. Sepa la ju ventud, que cuando el entonces

minis tro nuestro en Londres, Manuel More-

no, formuló ante la corona su protesta por el

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1914 - 1916

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

180 atropello inaudito, atribuyéndolo a un error del

comandante de aquel barco, recibió por toda

respuesta esta respuesta: “El comandante del

‘Clío’ ha procedido en virtud de órdenes del al-

mirantazgo inglés”. Sepa la juven tud argentina

que esas islas nos fue ron robadas después

de una posesión no contestada de cincuenta

y nueve años, y que nuestra protesta, periódi-

camente repetida, no ha conseguido alterar la

flema de los usurpadores. Sepa, en fin, la ju-

ventud argentina que el despojo se consumó

así, de esta manera bestial, en nombre de esa

mis ma fuerza bruta que arranca ahora gemi-

dos tan profundos a los vencedo res del pueblo

boer. Sepa también la juventud argentina (no

voy hablar de hechos pasados, sino de cosas

contem poráneas) que reiterados telegramas

procedentes de Londres y publicados en los

grandes diarios de esta capital, hace muy

pocos días, insinúan la con veniencia que hay

para nuestro país en prestar a Inglaterra, a

cambio de títulos cuyo valor está supeditado a

la contingencia enorme del triunfo o la derrota,

los trescientos diez y seis mi llones que guar-

damos en la Caja de Conversión… Sepa asimis-

mo esa ju ventud que si cometiéramos el error

imperdonable de abandonar la neutralidad,

esa insinuación telegráfica se podría convertir

en una reclamación perentoria de los aliados

más fuertes, y pagaríamos con la extracción

de to da nuestra reserva metálica el honor har-

to discutible de incorporarnos en calidad de

comparsas de última fila a una contienda de

intereses ajenos.

¡No! Nosotros no tenemos sino una políti-

ca: la de la paz. Nos está impues ta por la ra-

zón física de nuestra pequeñez material y por

la no menos fulminante de nuestra aspiración

al respeto de todos cuando el cañón ha ya dicho

la última palabra. La guerra cambiará la faz del

mapa; y la única manera de no exponernos a

caer bajo las señales del lápiz del vencedor, la

única manera de no exponernos a ser girados

como capital de toma y daca en algún congre-

so futuro de liquida dores de la guerra, es es-

tarnos quietos y ocuparnos en cultivar nuestra

tie rra mientras las civilizaciones superio res se

despedazan… Esa es, por otra parte, la política

de nuestras tradi ciones y la que nos impone el

evan gelio articulado de nuestra democra cia; no

olvidemos que la Constitución Nacional, en su

preámbulo, que seme ja un pórtico por lo abierto

y un arco de gloria por lo alto, nos está pidien do

a gritos solidaridad para “todos los hombres del

mundo” sin distingos de razas ni regiones.

Así habla un hijo de la República, de cara al

conflicto y de cara al pue blo soberano, en la pla-

za histórica de la libertad y al amor de la pirá-

mide propicia. Si se lo tachara de germanófilo,

a él, cuya vida entera, malgrado su modestia, es

una palpitación pro funda de amor a la Repúbli-

ca, él se li mitaría, por toda respuesta, a mostrar

su libreta de enrolamiento en el ejér cito argen-

tino. He terminado por hoy.

Fuente: La Prensa, Buenos Aires, miércoles 25 de abril de 1917.

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Peregrinación a las ruinas

1 [Publicado el 4 de diciembre de 1914]

Gegen Belgien mit WutGegen Frankreich mit Mut.

(A los belgas con furor y a los franceses con valor.)

Pocos días después de la toma de Amberes, un amigo, que sería indis creto se-ñalar por el momento, consiguió un permiso de la autoridad ale mana para reco-rrer en automóvil, acompañado por varias personas, la región comprendida entre Bruselas, Amberes y Lovaina, con facultad de detenerse donde quisiera. Uno de los pasajeros iba a ser afortunada mente yo, y digo afortunadamente, por mucho que fuera a visitar el tea tro de una inmensa catástrofe, porque hasta entonces me había sido imposible realizar en toda su amplitud mi misión periodística, y mi vieja sangre de repórter me hervía en las venas, como allá en la juventud.

Salimos de Bruselas muy de mañana, cuando la ciudad, condenada a la inac-ción, dormía o parecía dormir aún, con sus calles desiertas y sus puertas cerradas; el automóvil corría pues sin tropiezo, como en una carretera, en el centro mismo, que hasta hace poco presentaba durante las horas matutinas, a causa de los merca-dos y la afluencia provinciana, un cuadro de animación casi febril.

Pero no habíamos salido aún de la ciudad cuando ya los centinelas alema-nes apostados en las grandes arterias nos habían detenido repetidas veces para examinar nuestros papeles con minuciosidad escrupulosa, mientras sus ojos re-celosos nos escudriñaban como si quisieran penetrarnos hasta el fondo del alma. Cuando mi hijo mayor, que iba en el pescante para presentar los pasaportes, les hablaba en alemán, se dulcificaban al punto, pues los invasores consideran que el conocimiento de su lengua es una prueba de simpatía, si no de connivencia.

Pasamos Schaerbeck que no ha sufrido nada; Flembeck, indemne también; Vilvorde, algunas de cuyas casas presentan anchas heridas abiertas por los ca-ñonazos y en cuyas calles suelen verse huellas semiborradas de las trincheras en que se había combatido semanas antes.

Radicado en Europa desde 1907, Roberto J. Payró envía y publica en el diario La Nación sus observaciones sobre las gentes, costumbres y acontecimientos sociales y políticos de la época en sus “Cartas informativas” y “Visiones y lecturas”. Ya iniciada la Primera Guerra Mundial, Payró se vuelve corresponsal de guerra para ese mismo periódico. La siguiente es una crónica registrada en su diario de un recorrido en automóvil por la región comprendida entre Bruselas, Amberes y Lovaina luego de la toma de Amberes por Alemania. La misma se publica entre los días 4 y 6 de diciembre de 1914.

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182 Eppeghem fue la primera población que encontramos destruida en nuestro ca-mino. Las casas se mantenían aún en pie, pero la mayoría sin techos, con enormes boquetes en las paredes, las puertas descerrajadas, las ventanas rotas, los vidrios hechos añicos, los muebles desvencijados y amontonados en el interior, abierto a todo viento. Algunas habían ardido desde el sótano al granero, y no caían no sé por qué milagro de equilibrio de sus muros ennegrecidos y calcinados. No se veía un alma. No se oía un rumor. Era la soledad de una ruina antigua, sin belleza, y el corazón comenzó a oprimírsenos ante ese primer cuadro de la guerra moderna.

Pero esto no es nada todavía. Después de la aldea de Lempst, destruida como Eppeghem, llegamos a Malinas.

Entramos en la bonita y plácida ciudad arzobispal, tantas veces visi tada en tiempos mejores, por calles mudas y desiertas, cuyas casas abrían sus puertas y ven-tanas como grandes bocas que intentaran en vano lan zar un clamor. Los vidrios habían caído hechos pedazos por las vibracio nes del cañón, las puertas estaban destrozadas a culatazos, las paredes llenas de cicatrices del granizo de las ametra-lladoras, medio derrumba das por los cañonazos, ahumadas por el incendio.

Algo más adelante, los escombros retirados a ambos lados de la calle deja-ban estrecho paso al automóvil, que amenazaban las fachadas bam boleantes de las casas, prontas a caer sobre nosotros.

Pero nuestro dolor rayó en la estupefacción cuando llegamos al cen tro de la ciudad. La catedral se mantenía aún en pie, pero ¡en qué esta do! El techo era un harnero, los muros habían sido perforados de parte a parte por enormes proyectiles, la torre presentaba un boquete lamenta ble, una herida al parecer mortal, las magníficas vidrieras de colores habían caído pulverizadas, y en las altas ojivas sólo quedaban las arma zones de alambre que antes sostuvieran aquellos espléndidos cuadros hechos con luz… Una bomba, como por burla, había hundido en el centro del templo la tumba de un noble antiguo, sepultán-dolo así dos veces… El interior de la catedral era un desconsuelo, la penumbra mística de otrora, tamizada por las vidrieras multicolores, había dado su lugar a una claridad cruda y fría, que entraba a torrentes por el techo derrumbado y quemado, por los ventanales abiertos, por los disformes agujeros de las grana-das… Todo parecía polvoriento, miserable, muerto, y el magnífico púlpito de madera esculpida resultaba un grotesco aparato de feria.

Una guardia alemana estaba a la puerta y grupos de soldados cruzaban sus naves sonoras con gran ruido de botas y de armas; varios obreros preparaban algu-na reparación urgente, para evitar posibles derrumbamientos; uno que otro vecino asomaba curioso, como con miedo, siguiendo nuestros pasos, pero sin atreverse a entrar en el vasto templo, que parecía más grande aún, así desmantelado.

Salimos… El espectáculo que nos aguardaba era más siniestro aún. El antiquí-simo Hôtel de Ville, joya del arte gótico del siglo xii, convertido en museo comunal, ostentaba anchas heridas en su viejo frontispicio historiado, en sus torrecillas, en sus muros laterales. Más lejos, el centro de la ciudad, tan lleno de carácter con sus facha-das escalera de estilo flamenco, habían desaparecido, no era ya literalmente más que un montón de escombros del que surgían algunas paredes y una que otra casa des-

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183ventrada, en cuyos pisos superpuestos y abiertos a todas las miradas se veían muebles, colgaduras, camas y cunas, juguetes de niño y herramientas de trabajo. El maniquí forrado en tela roja de una modista parecía un cadáver bañado en sangre…

No se reconocían los barrios centrales sino por uno que otro indicio, una fachada en pie, una muestra caída, un letrero a medio quemar. El frontispicio Renacimiento de la iglesia desafectada de San Nicolás convertida en hotel de ventas (casa de remates) indicaba sólo el sitio de la arcaica plazuela, tan pecu-liar. La infeliz Malinas había sido bombardeada repetidas veces y no quedaba de ella nada de lo verdaderamente característico si no es el carrillón, hoy mudo. En sus calles se encontraban apenas unos cuantos transeúntes, volviendo des-pués de la fuga y bus cando sus casas en medio de los escombros…

Dejamos atrás aquella desolación y avanzamos entre ruinas, monta ñas de cascote, piedras calcinadas, no sin tener antes que exhibir sin tregua los pasa-portes, examinados con ojo avizor por los soldados alema nes, todos ellos de la infantería de marina. El único monótono comenta rio que se nos escapaba era: “¡Qué horror! ¡Qué horror!”, y sin embargo habíamos llegado harto tarde para encontrar aquellas ruinas sembra das de cadáveres destrozados. No veíamos más que la materialidad exterior de aquella catástrofe provocada por la mano y ¡ay! la inteligencia del hombre.

Cruzamos luego la aldea de Whaelen, sin detenernos. Estaba destruida tam-bién, los mismos graciosos bosquecillos que la circundaban habían desaparecido, así como las cabañas y las granjas de los alrededores, derribadas para despejar el campo de tiro del fuerte. Sólo una “villa” de estilo alemán –el mismo estilo del pabellón de Alemania en la exposición de Bruselas de 1910, salvo que el techo de aquella es de paja– se mantenía en pie, sana y salva, como un sarcasmo y un desafío.

El fuerte de Whaelen se veía como una excrecencia arenosa del terreno, amarilleando a lo lejos, con la bandera prusiana al viento sobre una de sus cúpulas. No pudimos acercarnos a él porque las guardias lo impedían. Todas las inmediaciones estaban cubiertas con espesos laberintos de alambre de púa, agudas estacas clavadas en el suelo para impedir el paso de la caballería, zan-jas, trincheras, abrigos. A cierta distancia, el agua de la inundación brillaba como un espejo turbio bajo la luz ceni cienta del cielo. Una ancha tierra de labor estaba materialmente arada por los cañones del fuerte, en una extensión de varias hectáreas, con surcos circulares de más de un metro de profundidad, diríase un mapa en relieve de la luna.

Sobre la aldea no insisto: estaba arrasada, sin un solo ser viviente. Tam-bién es cierto que no hubiera encontrado en dónde refugiarse… Muchas casas se habían enterrado en sus propios sótanos, quién sabe si sepultando con ellas a sus desdichados habitantes, pues todos han buscado asilo en los subterráneos.

Waerloos, algo más lejos, estaba destruido también. En cambio Contich y Vieux-Dieu, en las inmediaciones de Amberes, no habían sufrido nada.

Entrar en Amberes fue como entrar en un cementerio donde durmie sen tan sólo muertos ya olvidados. Sus calles, siempre llenas de una multitud atareada, cruzadas vertiginosamente por carros, automóviles, carruajes y tranvías, eran

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184 un desierto, que sólo animaban dramática mente de rato en rato grupos de oficiales o patrullas de soldados alema nes. Las puertas de la estación eran otras tantas trincheras, y por entre las bolsas de tierra asomaba el cuello una negra ametralladora, amena zando las calles. El jardín zoológico, cuyas fieras fueron muertas cuando el bombardeo, por temor de que, escapando, agravaran la catástrofe, es taba convertido en ambulancias de la Cruz Roja. En el puerto, los vapo res y veleros amarrados semejaban flotantes cadáveres de buques, los mue-lles estaban atestados de carros abandonados, las vías férreas lle nas de vagones, y en ninguna parte nadie, nadie.

La mayoría de las casas de comercio, tanto en el centro como en los su-burbios, estaba cerrada, y en las de familia no se veía un alma. Es que casi la totalidad de la población huyó, parte antes del bombardeo, el res to cuando las primeras bombas comenzaron a hacer estragos, cayeron sobre el palacio de justicia, incendiaron manzanas enteras, y sembraron aun más el pánico que la muerte. Sólo en Holanda, el número de refugia dos procedentes del norte de Bélgica se calcula por unos en seiscientos o setecientos mil, por otros en cerca de un millón. Un médico amigo mío, a quien fui a ver en Amberes, me recibió en la puerta, nervioso, excusándose:

–Estoy curando a un herido, sin asistente, sin enfermero. Mis sir vientes se han ido y no tengo con quién reemplazarlos. Yo mismo debo asear y arreglar la casa, dar de comer a los animales, atender a la puer ta. ¡Es una vida infer-nal! Y esto dura, esto dura. De veras que no sé cómo hacer con mi clientela, mis atenciones, mi casa… Discúlpeme, querido amigo, si es que no puede ayudarme a entablillar al paciente, que me espera en un grito y que tiene el brazo hecho astillas…

Víctimas, en una u otra forma, de la toma de Amberes, cuyo bombar deo empezó en la noche del 7 de octubre y duró treinta y seis horas, es decir hasta la mañana del 9. Las fuerzas belgas se habían retirado en buen orden de la plaza y la ciudad estaba indefensa.

2[Publicado el 5 de diciembre de 1914]

Como la población había huido, las desgracias personales fueron pocas, pero un destino fatal quiso que entre las víctimas cayera el can ciller de nuestro consulado, M. Lemaire, en las circunstancias que ya he tenido oportunidad de referir. Retirado el ejército, e incapaces los fuertes restantes de oponerse al ataque de los enemigos, inútil era de jar que se destruyera completamente la ciudad, así es que, a falta de otros funcionarios, pues los mismos consejeros mu-nicipales habían es capado al bombardeo, el burgomaestre De Vos, acompañado por nuestro cónsul general, señor Augusto Belín Sarmiento, y por los cónsules generales de Estados Unidos y de España, salió en automóvil, dirigiéndose ha-cia las líneas alemanas, el 9 de octubre por la mañana, bajo las bombas que cruzaban el cielo en todas direcciones. Difícil les fue entenderse con el oficial

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185de alta graduación, un general, según creo, que los recibió, pues ninguno de los parlamentarios hablaba el alemán, y el jefe en cuestión ignoraba el francés. Con todo, el bombardeo cesó, que era lo importante, y los alemanes entraron en Amberes desierta, aquel mismo día.

Para precaverse contra toda posible sorpresa, los alemanes enviaron adelante una docena de grandes ómnibus automóviles cargados de soldados, que entraron por la Puerta de Malinas. Más tarde siguieron algunos contingentes de impor-tancia, pero el grueso de las fuerzas no entró sino al día siguiente. El general von Schulz, gobernador militar de Amberes, y el almirante von Schroeder, rodeados por sus estados mayores, pasaron revista en la plaza de Weir, delante del palacio real, a sesenta mil hombres, cuyo desfile duró cinco horas. Cada regimiento iba con su banda de música a la cabeza. Detrás de la artillería de campaña y las ametralladoras pasaron primero la caballería, los coraceros con sus cascos y co-razas de acero, los húsares, los hulanos con sus largas lanzas adornadas con la banderola prusiana, enseguida las compañías de desembarco, los fusileros de ma-rina y, por último, la infantería bávara, con uniforme azul oscuro, la infantería sajona, con uniforme celeste, los austríacos, con uniforme gris plata.

La ocupación alemana era completa.Esta dolorosa rendición resultaba inevitable. La guerra actual ha venido

a demostrar la ineficacia de las fortalezas para resistir a la gruesa artillería moderna. En cuanto el enemigo logra emplazar sus cañones, el fuerte aparen-temente más inexpugnable cae hecho polvo, y no hay cúpula de acero, por bien templado que esté, que no salte como una granada bajo los proyectiles de 42. Es lo que ha ocurrido con las fortificaciones de Amberes, cuyo sitio duró apenas doce días (desde el 25 de septiembre), es decir, el tiempo que tardaron los ale-manes en colocar sobre plataformas de cemento sus formidables piezas.

El único medio de defender la plaza era impedir la colocación de los cañones por medio de continuos ataques del ejército de campaña; pero estos no se hicieron o no tuvieron la eficacia deseada. Primero cayó el fuerte de Waelhen, enseguida el de Wavre-Sainte-Catherine, por último el de Lierre: el ancho boquete abierto así, tan vasto que su parte central estaba completamente al abrigo del fuego de los fuertes restantes, permitía a las piezas alemanas bombardear con toda impu-nidad la ciudad misma, como lo hicieron durante treinta y seis horas mortales, una eternidad para los pocos habitantes que quedaban en Amberes. El tiro contra los fuertes era extraordinariamente seguro, aunque las grandes piezas alemanas estuvieran emplazadas a doce kilómetros de distancia. Los alemanes conocían aquellas obras en todos sus detalles, tenían planos al milésimo de la región, levan-tados por su propio estado mayor, y aun se asegura que en los sitios adecuados para instalar sus tremendas baterías existían construidas desde mucho tiempo atrás las plataformas de cemento necesarias para sostener los cañones que de otro modo a cada disparo se enterrarían en el suelo.

Tan a fondo conocían el terreno, que el primer tiro contra el fuerte de Lierre cayó solamente cien metros más allá de la cúpula principal, el segundo quince o veinte metros antes de llegar a ella y el tercero dio en pleno blanco dejándola

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186 instantáneamente inútil. El proyectil –se gún los datos de nuestro attaché mili-tar, coronel Bravo, que ha tenido oportunidad de ver sus efectos– atravesó un terraplén de siete metros de tierra apisonada, un cinturón de cemento de dos metros de espesor, y el blindaje de acero templado, grueso de 45 centímetros. Es-talló en el interior de la cúpula, poniendo fuera de servicio a la artillería, y aun tuvo fuerza para hacer saltar con uno de sus cascos un fragmento de la cúpula del lado opuesto a su entrada. Esto último –dice nuestro coronel– lo afirmó el oficial alemán que nos acompañaba; pero a mí me parece que debe tratarse de otro proyectil. La primera parte de sus estragos, en efecto, es ya bastante para demostrar que nada puede resistir a semejante empuje.

El tiro era dirigido desde varios puestos de observación, instalado uno de ellos en la torre de la catedral de Malinas, y consistentes otros en globos cautivos y aeroplanos. Como ya dije, la única salvación hubiera consistido en escara-muzas y ataques capaces de impedir la colocación de las piezas; pero según se ve, en el campo de batalla los combates de infantería han sido poco frecuentes y de muy escasa importancia, pues no queda huella alguna de ellos ni en las trincheras ni sobre el terreno.

Volviendo a Amberes, agregaré que los zeppelines hicieron en ella po cos estragos, lo mismo que los aeroplanos. Según las impresiones recogi das hasta este momento, parece que los aparatos aéreos: globos, aeropla nos y dirigibles, no han prestado los servicios que se esperaba de ellos, si no es en la observa-ción de las líneas enemigas; como medio de ataque, lo que han realizado es relativamente insignificante. Veremos más tarde, cuando los estados mayores puedan hablar.

Después de almorzar –el pan, sea dicho de paso, escaseaba como en Bru-selas, y, lo que es peor, no teníamos agua potable, pues los alemanes habían cortado los conductos de aprovisionamiento para impedir que se apagaran los incendios producidos por sus bombas y apresurar así la rendición de la plaza–, después de almorzar, repito, recorrimos de nuevo la ciudad desierta, para ver las ruinas, cuya enumeración no haré. Los de Amberes creen, naturalmente, que los estragos son formidables, pero para nosotros, que acabábamos de con-templar los escombros de Waelhen, de Malinas, aquello era apenas un arañazo sin importancia. Un arañazo, sin embargo, que vale millones.

Y, siguiendo nuestra dolorosa peregrinación pasamos rápidamente por Holken, Vilyck y Vieux-Dieu, que no habían sufrido nada; numerosos campe-sinos, empujando sus carretas o arreando sus vaquitas, parecían volver al ho-gar; por dos veces encontramos ancianos valetudinarios, un viejo venerable y un paralítico, llevados en carretillas de mano por sus hijos o sus nietos… Poco más lejos, Bouchons estaba destruido, y Lierre totalmente arrasado. Puede decirse que Lierre no se alza dos metros del suelo, que no es más que un montón de es-combros, pues las pocas fachadas bamboleantes que surgen de entre ellos caerán inevitablemente al primer viento fuerte, completando así la nivelación alema-na, la obra destructora más perfecta de que tenga noticia el humano saber. El terremoto es menos implacable, pues suele dejar en pie las cabañas humildes,

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187si no los grandes monumentos. Afortunadamente, la linda y antiquísima torre del Hôtel de Ville de Lierre está indemne, por milagro…

En el río quedaban restos de los puentes de barcas construidos por los alema-nes, y en sus aguas se veían algunas embarcaciones a pique, cadáveres flotantes de caballos, residuos de toda especie. Lo atravesamos sobre un puente de madera, improvisado por los ingenieros alemanes en sustitución del puente de mampos-tería volado por los defensores de la ciudad, y seguimos largo rato, lentamente, entre escombros y paredes negras, más lamentables, más opresores que nunca. Entre el casquijo entreveíanse de vez en cuando uniformes belgas abandonados por los guardias cívicos, que antes de huir se disfrazaban de particulares, pues los alemanes amenazaban con tratarlos como francotiradores, no reconociendo su be-ligerancia, y someterlos a la ley de la guerra, que en este caso sería el fusilamiento.

Una buena flamenca se acercó con una alcuza en la mano a pedirnos un poco de bencina, probablemente para su lámpara. Apenas teníamos la suficien-te para el viaje, pero en cambio le ofrecimos algunas monedas que rehusó con altivez y cortesía. ¿Dónde habitaba? ¿En qué rincón olvi dado por la catástrofe pasaba su vida de miseria, sin víveres, sin abrigo? ¿Cuál iba a ser su suerte?…

Y como otras tantas visiones de espanto pasaron luego ante nuestros ojos los restos informes de Koningshoyet, de Heyst-on-deu-Berg, de Boisschot, de Beggynendyck, de Aerschot, escenarios de batallas, de bombar deos, de incen-dios, de saqueos, de matanzas. ¿Cómo describirlos? ¿Cómo variar la monótona repetición de las mismas palabras: ruinas, escombros, montones de ruinas, ha-cinamiento de escombros?…

Nuestros ojos espantados tuvieron un descanso mientras pasábamos por los lugarejos de Gelrode, Wissemael y Wilsele, que no han sufrido nada. Antes ya habíamos visto algún campesino flamenco, insensible y terco probablemente, heroico y clarividente quizá, arando su campo para las nuevas cosechas… Y el paisaje es el dulce, el cambiante paisaje de Bélgica, que acaricia los ojos…

Algo más lejos fuimos detenidos a cada paso para pedirnos los pasaportes; los centinelas alemanes se mostraban de una extraordinaria severidad, como si temieran un ataque. Es que estábamos a las puertas de Lovaina… de lo que fue Lovaina, mejor dicho.

Todo el interesante barrio central de la vieja ciudad había desaparecido o poco menos, destruido por el cañoneo, el bombardeo, el incendio, y en medio de las casas arrasadas que lo formaban, a modo de pedestal, un montículo de ruinas se erguía íntegro sin un arañazo, como para demos trar que aquel desas-tre había sido no sólo voluntario, sino inteligente mente dirigido, el espléndido Hôtel de Ville, recién restaurado, con as pecto de joya nueva, libre por primera vez de sus andamios desde hace larguísimo tiempo, triunfante con su pueblo de estatuas, frente a la vieja catedral de San Pedro, casi totalmente derrumbada, junto a la biblioteca de la universidad, quemada con todos sus tesoros impresos y manuscri tos, y dominando la ciudad borrada del mapa.

Nunca habíamos visto el Hôtel de Ville, esculpido de arriba abajo como uno de esos relicarios góticos en forma de arquilla, cincelados en plata, que se

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188 guardan religiosamente en los armarios de las viejas igle sias, o encerrados no menos herméticamente en las vidrieras de los museos, bajo la avizora vigilancia del guardián, nunca lo habíamos visto, digo, en todo su esplendor, en toda su integridad, y su belleza quizá harto delicada y preciosa era una terrible antíte-sis, así unida a la ca tástrofe…

3[Publicado el 6 de diciembre de 1914]

…La vida se reanudaba, entretanto en Lovaina, con un ritmo lento y doloro-so. Los escombros eran apartados a ambos lados para dejar paso en las que fueron calles; algunos obreros trabajaban encarnizadamente sacando de los sótanos el carbón enterrado, porque el combustible esca sea mucho en toda Bélgica, a causa de la paralización de las hulleras y más aún de la falta total de comunicaciones. Innumerables centinelas alemanes custodiaban las entradas y salidas de aquel laberinto de vigas a medio quemar, escaleras de hierro retorcidas por el fuego, lienzos de pared derrumbados de una sola pieza, piedras, muebles destrozados… Algunos mendigos –pocos– tendían la mano y pedían limosna como si se lamen-taran. La mayor parte de los vecinos que recorrían las ruinas o se agrupaban en los sitios despejados tenían las más extrañas vestimentas compuestas de piezas distintas, tomadas al azar en los trances de la fuga, y por la calle de la estación, frecuentada hace poco por una muchedumbre alegre y bulliciosa compuesta en su mayoría de estudiantes, y en la que no faltaban los vestidos parisienses, no veía-mos sino lamentables sombras, cubiertas casi de harapos… Y la luz grisácea de la tarde, más vaga cada vez, agregaba a toda aquella tristeza una tristeza nueva y general, como si las cenizas a que Lovaina ha quedado reducida subieran hasta el cielo y lo empañaran todo, llevando en cada átomo el clamor de la víctima.

Y con una sensación de angustia, volvimos silenciosos a Bruselas, como salía Dante a contemplar las estrellas para reaccionar contra el horror de los infiernos.

…Pocos días después de esta peregrinación a las ruinas más próxi mas a Bruselas, conseguí salir para Holanda, con el objeto de ponerme ¡al fin! en contacto con La Nación.

Desde las inmediaciones hasta lo que fue Visé, sobre la frontera ho landesa, pa-sando por Lieja, cuyos alrededores han sido asolados, mis ojos vieron otros muchos cuadros de horror. Pero no me quedan ánimos para evocarlos ahora. Sólo acierto a repetir que Bélgica es una inmensa ruina, un campo de desolación, y que nunca, nunca, volverá a ser lo que ha sido, por bien que se le compense su heroico sacrifi-cio, por mucho que sus laboriosos hijos se esfuercen por curar sus heridas.

Será otra, más moderna, más rica sin duda, pero ya no será la que conocí y amé antes de la brutal agresión, antes del salvaje ensañamiento de sus amigos de ayer.

Fuente: Roberto J. Payró, Corresponsal de guerra, Buenos Aires, Biblos, 2009, pp. 711-718.

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La revolución rusa tendrá una considerable influencia en la sociedad argentina, no sólo entre las formaciones militantes de la izquierda y del movimiento obrero sino también en un variado arco de la intelectualidad y de la política del país, que por entonces estrena un primer gobierno elegido por sufragio universal, secreto y obligatorio para los ciudadanos argentinos varones.

Al interior del socialismo y el anarquismo se multiplican los debates en torno de las posibilidades reales de una revolución en Latinoamérica. Esta atmósfera revolucionaria se hace sentir tam-bién entre grupos universitarios, y dejará su huella cuando en junio de 1918 estudiantes cordobeses lleven a cabo una reforma universi-taria que se extenderá luego a las demás universidades del país y de América Latina.

Por otro lado, la crisis económica de posguerra comienza a reper-cutir en la Argentina. Al igual que en otros sectores, la disminución de los insumos importados ocasionada por la guerra ha provocado en la industria metalúrgica una merma importante en su producción. En diciembre de 1918 comienza una huelga en los talleres meta-lúrgicos Pedro Vasena e Hijos; los obreros piden la reincorporación de trabajadores despedidos, la jornada de ocho horas de trabajo y una mejora en sus salarios, entre otros reclamos. La huelga pronto se convierte en un conflicto sindical generalizado al que se suma el accionar violento de rompehuelgas, grupos nacionalistas de ultra-derecha y la policía, lo que termina con centenares de trabajadores muertos y heridos. Estos acontecimientos pasarán a la historia como la Semana Trágica.

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El zarismo ha dejado de existir, iniciándose una nueva era en la historia de Rusia, y acaso en la historia del mundo. Ha caído una dinastía secular, que gobernó siempre autocráticamente, imponiéndose por el crimen y el terror. Ha sido barrida por la revo-lución, iniciada en el primer cuarto del siglo xix, continuada después por la acción de heroicos apóstoles de la libertad aun en las horas más siniestras del despotismo, y la cual triunfa por un momento a principios de esta centuria para ceder luego ante la negra reacción y la represión sangrienta, hasta que, al cabo de dos lustros, habría de conseguir una brillante victoria, gracias a la decisión, la firmeza y el coraje del pueblo.

Una revolución no es un movimiento súbito, y es algo más que un movimiento ar-mado. Ha de ser la resultante de causas profundas y de numerosos factores, que existen y actúan desde tiempo atrás y que en un momento inesperado, cuando han alcanzado la plenitud de su desarrollo, dan lugar a un estallido ruidoso y violento. Acontecimientos de este género revisten una importancia trascendental, pues impulsan el desenvolvimiento progresivo de la civilización y aseguran el imperio de la libertad, libertad que sólo hubiera sido una ilusoria aspiración de los hombres sin las grandes revoluciones de la historia.

La revolución rusa será para nuestros tiempos lo que la revolución francesa para los tiempos modernos. Esta acabó con el antiguo régimen al proclamar los derechos del hombre; suprimió la división de la sociedad en órdenes o categorías; destruyó los privi-legios del clero y la nobleza; afirmó el gobierno sobre la base de la soberanía nacional y escribió en los códigos fundamentales la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y las cargas públicas. Pero la revolución de 1789 aseguró sobre todo el poder de la burguesía, adueñada de la riqueza, inteligente y poderosa, más sometida a la arbitrariedad real y colocada en un rango inferior a los órdenes privilegiados de la antigua sociedad. Aunque la clase trabajadora resultó también favorecida por el movimiento revolucionario, por cuanto pudo gozar de las libertades civiles y políticas vencida la reacción después de otras revoluciones –entre las que no fue la menos fecunda la del 18 de marzo de 1871, cuyo aniversario conmemoramos hoy–, continuó sujeta a la dominación económica del tercer estado, que llegó a serlo todo, mientras aquella era nada en la sociedad capitalista.

En este momento histórico los pueblos aspiran no sólo al goce pleno de los derechos civiles y de las libertades políticas, sino también a la conquista de la igualdad econó-mica. Nada de extraño sería entonces que la revolución rusa iniciase un nuevo período histórico, el cual habría de caracterizarse por la emancipación social del trabajo. En

La Revolución de Rusia

18 de marzo de 1917. Enrique del Valle Iberlucea, abogado, periodista y pri-mer senador socialista de América, publica en el periódico La Vanguardia una serie de editoriales sobre el proceso revolucionario en Rusia. A los pocos días de la llamada“revolución de febrero”, Iberlucea manifiesta que el pro-ceso ruso se transformará, por imperio de las circunstancias, en una revolu-ción socialista y profunda.

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192 Rusia podría originarse la revolución socialista, destinada a crear una nueva organiza-ción social fundada en los principios de la justicia económica, sin la cual es imposible la existencia real de la libertad individual, ya sea esta civil o política. Las condiciones actuales del mundo, transformado por la terrible conflagración europea, hacen posible el triunfo de una tendencia social, de una organización colectivista del trabajo y la in-dustria, que hasta ayer se consideraba una vana utopía.

El espíritu de la humanidad se dirige hoy hacia el antiguo imperio de los zares. Se comprende que el triunfo de la revolución moscovita importará el advenimiento de un nuevo régimen social, donde no existirá el contraste de la riqueza y la miseria, porque la propiedad será un derecho real de los productores, que gozarán todos del bienestar necesario. Ha llegado la hora soñada por los apóstoles de la democracia eslava, quienes tuvieron la intuición de que su patria emprendería la primera –de-bido a sus instituciones y tradiciones colectivistas y al espíritu socialista del pueblo ruso– obra gigantesca de la revolución moderna, que removería desde los cimientos el edificio de la sociedad burguesa.

Sería un grave error suponer que la revolución rusa es un puro movimiento político, y que ha obedecido al simple deseo de concluir con la influencia alemana. Sin descono-cer la importancia de este factor, que decidirá a Rusia a llevar la guerra hasta el fin y a mantener la unión de los aliados, no pueden atribuirse los grandes acontecimientos de aquella nación a una causa única. Hay en Rusia una serie de cuestiones –sociales, econó-micas, políticas, morales, religiosas–, planteadas desde tiempo atrás, que reclamaban una solución revolucionaria. El cambio del sistema político, la substitución de la autocracia por la monarquía constitucional y parlamentaria, o por la república –con ser tan grande y extraordinario– no resolvería por sí solo los magnos problemas planteados en términos irreductibles. Sólo podría conseguirlo una revolución a la vez política y económica.

Así lo entenderán los autores del movimiento revolucionario. Los obreros no po-drían conformarse, en verdad, con la sola conquista del régimen representativo. Si bien el gobierno provisional ha anunciado que su política se basará, entre otros principios, en las libertades fundamentales –de prensa, de palabra, de asociación y de reunión–, los trabajadores estarán dispuestos a obtener garantías para el reconocimiento de sus derechos económicos. El mismo gobierno ha anunciado la abolición de los privilegios sociales y religiosos, lo cual es un feliz augurio para el proletariado, tanto más cuanto que del ministerio revolucionario forma parte un diputado socialista.

La revolución necesitará para triunfar por completo del apoyo decidido de los paisa-nos, que constituyen la mayoría de la población rusa. Su condición social y económica rayaba casi en la servidumbre, no obstante el ucase de emancipación de Alejandro II. La cuestión agraria es el problema capital de Rusia; no se resolvió por la entrega de tierras señoriales y de la corona a los aldeanos; no ha podido ser resuelta tampoco por la acción del Banco de los paisanos. La revolución solamente podrá darle una solución radical. La dará, de seguro, siguiendo los principios de la primera revolución, durante la cual se modificaron las condiciones de la propiedad territorial en varias provincias rusas. Así lo reclamarán los representantes de los partidos laborista y socialista, continuando la política emprendida en la primera y la segunda Duma. Y aun los demócratas constitucionales –o sea, el partido de los “cadetes”–, que tanta participación han tenido en el movimiento re-

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193volucionario, se inclinarán a la misma solución, posiblemente, ampliando su programa de expropiación forzosa, de distribución de tierras, con el cual llegaron a la Duma de 1906.

La revolución irá hacia adelante porque es la obra inteligente del pueblo ruso. A pesar de la ignorancia en que la autocracia mantuvo a los mujiks, estos tienen concien-cia de sus derechos, como lo demostraron enviando dos centenas de diputados a la Duma de 1907. Los diputados “trabajistas”, según se les llamó, sostuvieron entonces un programa agrario de tendencia revolucionaria y se acercaron íntimamente a los re-presentantes de los partidos socialistas. Otro tanto puede decirse de la inteligencia de los obreros, quienes iniciaron con las grandes huelgas el movimiento revolucionario de 1905, como ha sucedido también en esta ocasión. La triste jornada del 22 de enero de aquel año, en que la muchedumbre proletaria fue masacrada delante del palacio impe-rial, apartó para siempre a los obreros rusos del lado del zar, “el pequeño padre”. Y des-pués de las masacres de Petrograd y de Moscú y de los horrores de las “bandas negras”, los obreros continuaron dispuestos a convertirse de nuevo en soldados de la revolución en la primera ocasión favorable, levantándose para derribar a la sanguinaria autocracia.

Cuando Nicolás II –más afortunado que Luis XVI, pues irá a purgar en el destierro sus culpas y sus crímenes, en compañía de una María Antonieta alemana–, cuando el zar todopoderoso, creyéndose ungido por el derecho divino de un inmenso poder polí-tico y religioso, disolvió la segunda Duma y modificó la ley electoral, para obtener una Duma “introuvable” –remedo de una asamblea parlamentaria, en la cual los represen-tantes de la clase de los propietarios rurales se mostrarían dispuestos a inclinarse siem-pre ante su omnímoda autoridad–, no sospechó, sin duda, que en el transcurso de diez años debería abdicar su corona –la corona de los Romanoff– ante otra asamblea que representaría la voluntad del pueblo. Continuaba latente aquella revolución ahogada en mares de sangre, y habría de resurgir –más poderosa que antes, invencible ahora– para derrocar al orgulloso autócrata y destruir la rapaz e inepta burocracia, estableciendo la soberanía popular sobre la base del sufragio universal.

El socialismo democrático de América ve en la victoria del pueblo ruso el triunfo del proletariado internacional; hace votos por que la revolución renueve la vida de la Rusia libertada de la tiranía zarista a la sombra de la bandera roja, triunfadora en los re-cientes combates; se inclina ante las tumbas de millares de mártires que perecieron en la horca, como Pestel y Ryleyef, los jefes de la revolución republicana de 1825, o murieron en las estepas de Siberia, en las minas de los montes Urales o en las sombrías fortalezas, cual la de San Pedro y San Pablo, o gimieron largos años en el entierro, como Herzen y Bakounine; y ante el triunfo de la nueva democracia, envía un saludo fraternal a los vencedores en las cruentas jornadas revolucionarias y repite la frase de Goethe –cuan-do contempla la victoria de los descamisados de Francia en las alturas de Valmy–, que Carducci tradujera en verso magnífico:

…Al mondo oggi da questoLuogo incomincia la novella storia.

Enrique del Valle Iberlucea

Fuente: La Vanguardia, Buenos Aires, 18 de marzo de 1917.

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194

Con la expropiación del poder burgués por el proletariado consciente, quedó termi-nada en Rusia la Revolución Social, estableciéndose la anhelada emancipación econó-mica, política y social. Nuestro ferviente saludo a los hermanos de Rusia.

Habíamos suspendido temporalmente nuestra campaña por falta de noticias, más o menos importantes, respecto de la revolución en Rusia.

Verdad es que adivinábamos los grandiosos acontecimientos de estos últimos días –epílogo de la Revolución Social– pero nos abstuvimos en anunciarlos pensando que sería mejor dejar primero hablar a los hechos.

Hoy, ya acaecidos los hechos trascendentales y entregados al paladar de la voraz crí-tica burguesa, tomamos la pluma para imponernos, como hemos hecho ya otras veces, con la verdad, a la pérfida interpretación que los interesados en conservar la infamia aún imperante en el resto del orbe pueden dar a los últimos sucesos.

Al mismo tiempo, nos guía esta vez el afán de saludar desde este lejano rincón del universo, a los bravos, a los nobles, a los valientes compañeros que allá en Rusia su-pieron con gallardía y buena táctica dar un término irrevocable al oprobioso régimen capitalista, en el cual se traficaba impunemente con el dolor, las lágrimas, el sudor y la sangre de miles de generaciones pasadas.

¡Hurra! ¡Mil veces hurra!Que las llamas del magnífico incendio que se extiende allá en Rusia, haciendo ceni-

zas toda la crápula turba capitalista, dando así vida a la humana “República del Traba-jo”, propague el fuego sagrado por todo el resto del globo.

Como mejor expresión de nuestra alegría, como más expresivo homenaje, como más cordial saludo a los compañeros de Rusia que triunfaron después de una lucha gigantesca, dando un maravilloso ejemplo al mundo, nosotros haremos una exposición clara y sucinta de lo que son los llamados maximalistas.

Nos place creer que obrando así evitaremos, por lo menos entre los compañeros anar-quistas, las equívocas interpretaciones que muchos dan a la revolución actual de Rusia.

Los maximalistas En uno de los últimos congresos –de los cuales ya hemos hablado en números an-

teriores de La Protesta–, los partidos populares dieron el más acertado, el más gran-dioso paso hacia la Revolución Social.

Allá, en los agitados años del 1902 hasta el 1905, en el seno de los partidos So-cial-Demócrata y Social-Revolucionario, como también entre la gran colectividad co-munista-anarquista de Rusia, se dejó sentir la urgente necesidad de constituir algo así como una fuerza titánica, que con un programa de máxima aspiración, programa que

¡Rusia!

La Protesta, 13 de noviembre de 1917. Las noticias que llegan desde Europa re-feridas a los sucesos que tienen lugar en Rusia suscitan la pronta adhesión del anarquismo local. El maximalismo es leído en clave vanguardista y se constituye en el modelo de la revolución.

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195satisfaría por completo a todo aquel noble ser humano que anhelaba una era libre para toda la humana especie, podría vencer y jamás ser vencido.

En el mencionado congreso libertario se hizo la coalición, no aquella bochornosa y entorpecedora coalición entre los partidarios de la supresión completa del nefasto régi-men de explotación y los sostenedores del mismo, no. La coalición, la poderosa alianza que se había sellado con fraternal respeto mutuo, fue entre los más rebeldes, los más altivos, los más validos miembros de los dos partidos más influyentes entre la cuestión social (Social-Demócrata y Social-Revolucionario) junto con los compañeros nuestros (comunistas-anarquistas).

De modo que todas las fuerzas combativas: la inmensa mayoría del partido So-cial-Revolucionario, la gran minoría del partido Social-Demócrata, partidarios estos últimos de Lenin (admiradores de la chispa revolucionaria, los “Iskrevzi”), y los comu-nistas-anarquistas, se habían entonces coaligado en un sólido, en un férreo block de re-sistencia y más que de resistencia de reconquista (expropiación colectiva) del bienestar económico, político y social.

Se redactó y fue unánimemente aprobado un programa llamado máximo. De aquel histórico momento surgieron los primeros libertarios llamados maximalistas.

Nosotros no creemos necesario exponer aquí punto por punto todo el programa máximo, primero, porque quizás muchos de estos puntos tendrán que ser reformados hoy al ponerlos en práctica, y segundo, porque tenemos la plena convicción de que este trabajo nos ahorraría el telégrafo que sirve a la prensa calumniadora (burguesa), pues al paso que van las cosas de Rusia, el telégrafo mencionado tendrá que hablar, quiera o no, y esto será el mejor exponente del programa maximalista.

Fieles a nuestra táctica, dejaremos primero hablar a los hechos. Sin embargo, en este supremo momento, cabe citar por lo menos las principales

aspiraciones de los compañeros maximalistas, aspiraciones estas que dentro y fuera de Rusia han sido pesadilla horrible de la clase parasitaria.

He aquí lo principal del programa que triunfó en Rusia:

1. República del Trabajo2. La socialización completa de todas las fábricas, talleres, usinas, ferrocarriles,

instrumentos del trabajo, etcétera. 3. La tierra y maquinaria debe ser entregada al pueblo que la trabaja. 4. Nacionalización del Fisco.

Como lema y arma, los maximalistas aceptaron el terror en masa (Masovoi Te-rror), o sea, “La liberación del pueblo debe ser obra del pueblo mismo”.

Hablando más claramente, todo esto significa en buen castellano: la dictadura del pueblo –los “Soviet” (consejos) de Delegados de Obreros y Soldados– y por con-siguiente, la expropiación colectiva de todo: desde la tierra y la maquinaria hasta el poder gubernativo.

Misha

Fuente: La Protesta, Buenos Aires, 13 de noviembre de 1917.

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ILa obra emancipadora de los maximalistas rusos marca un jalón insuperable hasta

hoy día en la historia universal de los pueblos, haciendo palidecer los rojizos resplando-res de la Revolución francesa de 1789.

Los revolucionarios franceses, al guillotinar a Luis XVI, no mataron a un hombre, sino que aplastaron con él al sistema monárquico –donde la nobleza y el clero gozaban de prerrogativas ilimitadas sobre la plebe– para suplantarlo por el sistema democrático republicano.

Del gobierno de la nobleza y del clero, encarnado en la persona del rey, pasaron al gobierno constitucional burgués, representado por un presidente electivo. Como la revolución fue obra de la burguesía para derrotar a su enemiga la nobleza, al salir triunfante no modificó en nada la condición miserable del pueblo, dejando en pie al igual que antes las prerrogativas, la opresión y la explotación, bajo el rimbombante título de “Democracia republicana”: gobierno del pueblo por el pueblo… sólo de nombre. En cambio, la revolución rusa, tal cual se lleva a cabo en la actualidad, es el aplastamiento total del régimen estatal por el gobierno de sí mismo. Es la anulación de todos los privilegios y de las diferencias económicas y de castas sociales.

IIPara que la revolución rusa, o mejor dicho, la obra emancipadora del maximalismo

ruso sea un hecho, necesita el apoyo solidario del proletariado mundial, o por lo menos, el de otras naciones más; de lo contrario, no pasará de ser una intentona que sucumbi-rá bajo la presión de los gobiernos de las otras naciones y del mismo pueblo ruso por incapacidad moral-intelectual para gobernarse por sí mismo, cayendo siempre bajo el dominio del régimen estatal.

Si la revolución rusa fuera secundada por las minorías de las demás naciones, aun-que el pueblo no esté capacitado para gobernarse por sí mismo, en cambio bajo la di-rección inteligente de personas capacitadas se llegaría por etapas sucesivas, en un breve tiempo, al fin soñado.

La revolución rusa y su influencia moral

La Protesta, 17 de febrero de 1918. Un rasgo inicial de las lecturas de la re-volución rusa entre las filas libertarias argentinas consiste en ubicarla como momento culminante de un multisecular proceso de lucha por la emancipación.

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197IIITriunfante o no, la revolución rusa ejercerá sobre el proletariado mundial una salu-

dable influencia que los hará reaccionar en un tiempo no muy lejano, a pesar de todas las medidas previsoras que tomen los gobiernos para contrarrestar sus efectos.

Lo que podría ser obra de hoy, habrá que esperar hasta mañana, máxime teniendo en cuenta la postración moral en que quedarán sumidos los pueblos beligerantes al terminarse la guerra, pero en cualquier forma la chispa rusa ha provocado el devastador pero purificante incendio de la mundial revolución social.

IVLas fuerzas revolucionarias del continente americano deberían efectuar a la bre-

vedad posible un congreso para confeccionar un programa máximo y establecer la forma de provocar simultáneamente la revolución en todo el continente. Y las mi-norías de cada región constituirse en un solo block bajo la dirección inteligente de un comité secreto, subordinándose en tal forma los subcomités, que nunca puede saberse de dónde parte la dirección.

Activar la propaganda para que el pueblo vaya comprendiendo la necesidad que tie-ne de lanzarse a la revuelta para conquistar de una vez todos sus derechos. Y si es nece-sario, constituir agrupaciones bien organizadas, pero con el mayor secreto posible, para dedicarse a la expropiación inteligente con el fin de recaudar fondos para la compra de materiales explosivos. Pero, para llevar a cabo lo expuesto, es necesario ante todo que los compañeros se despojen del prurito de la supremacía y del amor propio, porque las acciones tanto valen siendo un simple soldado, como siendo un jefe.

Cuando de corazón se defiende una causa noble, jamás se busca la distinción, sólo basta la satisfacción del deber cumplido.

Urge, pues, si es que realmente deseamos emanciparnos, que adoptemos una actitud bien definida los anarquistas de esta región, actitud que traduzca en hechos nuestras aspiraciones.

Severo Bruno

Fuente: La Protesta, Buenos Aires, 17 de febrero de 1918.

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Podemos declararnos satisfechos de

los resultados del Congreso. Superan-

do los cálculos y las previsiones más

optimistas, tanto por el número de represen-

tantes como por las deliberaciones, el que

fuera Congreso de expulsados ha merecido

cambiar ese nombre por el de I Congreso del

Partido Socialista Internacional.

Nos sentimos satisfechos, tan satisfechos

como cuando se sabe haber cumplido un deber

amargo y aliviado el peso de una grave respon-

sabilidad. En este caso, la amargura se trans-

forma en confianza, y es lo que nos sucede.

La casi unanimidad con que fue votada

la constitución del Partido Socialista Inter-

nacional demuestra la perfecta unidad de

pensamiento que preludia la unidad per-

fecta en la acción. Las discusiones serenas,

elevadas, amplias, sin presiones ni subter-

fugios indignos entre socialistas nos califi-

can como núcleo disciplinado y consciente,

sin duda alguna.

El congreso de expulsados es, en ese sen-

tido, la negación más rotunda del calificativo

de anarquizantes y disolventes con que se ha

pretendido gratificarnos.

Prueba de ello es la discusión sobre parti-

cipación en las elecciones próximas. Ha sido

el asunto más discutido en el Congreso, aun-

que en el fondo todos estábamos de acuer-

do. Al constituir un partido y aceptar la lucha

electoral como un medio de la acción socia-

lista, era consecuencia intervenir en los próxi-

mos comicios. Por eso, también en este caso

la perfecta unidad de pensamiento existía.

¿Y qué podía argüirse en contra? ¿Que re-

cién nos organizábamos y que parecía que

hiciéramos lo que tantos partidos que surgen

en vísperas electorales? No, nuestra situación

es especial; no nos hemos separado del viejo

partido, sino que se nos ha expulsado, obli-

gándonos a constituir una nueva entidad a los

dos meses del acto electoral, como lo hubié-

semos constituido a distancia de años.

¿Que podía tildársenos de ambiciosos y

otras lindezas por el estilo? ¡Débil argumento

si es que puede serlo! Es cualidad de los ambi-

ciosos acomodarse a todas las situaciones en

NUESTRO CONGRESO

Uno de los saldos del debate interno que el Partido Socialista desarrolla en el Congreso Extraordinario de abril de 1917, que tiene entre sus núcleos de discusión la posición frente a la Gran Guerra y la situación en Rusia, es el alejamiento de algunos de sus miembros más destacados, como Victorio Codovilla, Rodolfo Schmidt, José Grosso, José Fernando Penelón, Juan Greco y Rodolfo Ghioldi, entre otros. Este grupo, más afín a las banderas del internacionalismo proletario, funda el Partido Socialista Internacional, que poco después, a comienzos de 1918, dará lugar al Partido Comunista.

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199que puedan servir el interés de su ambición. Si

tal hubiese sido nuestro propósito, nos hubié-

ramos inclinado del lado del más fuerte, como

tantos lo hacen en el viejo Partido. Y sería has-

ta falta de carácter recoger este argumento.

Todos los que actúan en política y en especial

los que más activan, son tratados de ambi-

ciosos, etc., por los adversarios, cuando no se

tiene otra razón. ¿Será motivo este para dete-

nernos en medio del camino? Además, ¿evita-

ríamos con ello el calificativo? Luchando en el

viejo Partido por nuestra interpretación de las

ideas socialistas, se nos combatía tratándonos

de ambiciosos; para expulsarnos se dijo: “son

unos ambiciosos”; no debe extrañarnos que

al constituir un nuevo partido se nos repita el

mismo estribillo. Sólo hay un medio de evitar-

lo: es el de retirarse de toda actividad, dejando

el campo libre a los que realmente son ambi-

ciosos y ambiciosos de la peor especie. ¿Te-

nemos el derecho de desertar de las filas de

nuestra clase cuando es más ardua la lucha?

No; dejemos al tiempo y a los hechos que se

encarguen de decir cuál es nuestra ambición.

No son esas razones, por cierto, las que

se han hecho valer en el Congreso. Son razo-

nes de circunstancias, razones de momento.

¿Podemos afrontar una agitación electoral in-

tensa sin contar con recursos? ¿No sería más

conveniente destinar los escasos centavos

que los obreros afiliados puedan proporcio-

nar a otros fines? Son estos los argumentos

debatidos en el Congreso.

Y a ellos contestaban los defensores de la

intervención: la haremos en la medida de nues-

tras fuerzas, sin descuidar ninguno de los me-

dios que puedan contribuir a la difusión y pro-

greso de las ideas y de las fuerzas socialistas.

No pedimos nosotros este acto electoral; se nos

presenta y debemos afrontarlo. No podríamos

votar a ninguna fracción burguesa, ni votar la

lista del viejo Partido –partido estilo radical eu-

ropeo por su acción– en momentos de guerra

cuando sus representantes han votado la rup-

tura de relaciones y el Partido indirectamente

los aprueba. No podríamos abstenernos, ya

que reconocemos la utilidad de ese medio de

lucha. Cabe, pues, hacer una lista de afirmación

que lleve a los comicios la expresión de nues-

tra decidida oposición a la guerra y de nuestra

solidaridad con el proletariado universal que

lucha por el establecimiento de una sociedad

socialista, vilipendiado en estos momentos por

la burguesía y los que con ella se solidarizan.

Este es el carácter de la resolución del

Congreso, y esta debe ser la norma de con-

ducta de cada uno de los centros adheridos.

Numerosa o no, lleva en sí esa afirmación el

carácter de fuerza invencible por ser la ex-

presión del presente más cercano al porvenir.

Y así, una a una, todas las resoluciones del

Congreso indican consecuencia en las ideas,

convicciones ya formadas que duplicarán

las etapas normales en la vida de un partido

como el nuestro. Es un acto que no desmere-

ce del mejor Congreso que ha podido celebrar

el viejo Partido Socialista.

Consecuencia de él, surge a la vida activa

el Partido Socialista Internacional. Su título

no indica sólo la característica de su constitu-

ción, sino también el fundamento de su propia

acción de clase, que va más allá de los límites

de las fronteras, al ser el reflejo en esta divi-

sión política de la obra del proletariado uni-

versal contra sus explotadores.

El núcleo que le ha dado vida podrá brillar

por su juventud, como indicaran algunas cró-

nicas de la prensa diaria. Pero en el trabajo

la vida es más intensa y más corta; la edad

se duplica. Y en cambio es patrimonio de la

juventud el tener menos arraigados los pre-

juicios que la tradición deja. Recordemos lo

que decía Renan al penetrar en la academia

francesa: “Eso que he escrito es lo que he ob-

servado en mi juventud, en la plenitud de mis

fuerzas y cuando ningún pensamiento intere-

sado podía obscurecer mi vista; si mañana,

impulsado por un achaque de vejez, alguna

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CeD

InC

I

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200 debilidad física o moral podría hacerme decir

lo contrario, no debéis creerme”.

Estas palabras, sin ser las textuales de

Renan, expresan su pensamiento. En consi-

deración de ellas disculpamos a los viejos,

pero afirmamos, en plena juventud y con la

experiencia del trabajo que lo que el Congreso

ha hecho, ha sido necesario hacerlo en bien

del socialismo que iba perdiendo su lozanía y

su fuerza de clase al contacto del tiempo.

Y lo que el Congreso hizo fue constituir el

Partido Socialista Internacional que llama al

proletariado a sus filas, para luchar por su

emancipación.

Fuente: La Internacional, Buenos Aires, 23 de enero de 1918.

Poemas “Rusia” y “Guardia Roja”, de Jorge Luis Borges, en la revista Cuasimodo, de orientación anarco-bolchevique. Los poemas aparecieron en los números de diciembre de 1921.

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Desde hace medio siglo oíanse en el mundo grandes voces augurales de una palingenesia social que aspira-

ba a elevar entre los hombres el nivel de la Justicia. Los principios sem brados por la Re-volución francesa germinaban con lozanía y sus resonancias eran cada vez más gratas a los espíritus libres; en cien formas distintas, en los talleres y en las cá tedras, en los par-lamentos y en las barrica das, signos inequí-vocos anunciaban la forma ción de una nueva conciencia moral en la humanidad.

El horizonte reverberaba luces rojizas, par padeantes de tiempo en tiempo; parecían preliminares de aurora a los idealistas que acariciaban un ensueño y a los oprimidos en quienes hervía una esperanza.

Frente a ellos, estrechaba sus filas la legión del miedo. Los viejos rutinarios y los jóvenes domesticados confiaban en que un riguroso militarismo sería dique eficaz a la ascendente marea de la democracia y esperaban que una fervorosa regresión al misticismo envenena-ría en sus fuentes la ideología emancipadora.

Los servidores de los intereses creados cre yeron ver en el militarismo un baluarte con tra los derechos nuevos y en la supers-tición el antídoto de los nacientes ideales. Y cada vez que el murmullo de la democracia se tornaba clamor, para defender una libertad

o exigir una justicia, sus enemigos acentua-ban su adhesión a la espada y a la cruz, como si ellas fueran los talismanes con que el De-recho Divino pediría conjurar el advenimiento de la Soberanía Popular.

Los gobiernos más fuertes conspiraban con tra la paz, minados por sus respectivas castas militares. En vano, durante cuatro dé-cadas, los hombres de estudio daban el alerta a los gobernantes, asegurando que el gran resulta do histórico de una guerra europea se-ría una crisis del proceso revolucionario cu-yos sínto mas eran visibles. Había comenzado ya una transformación de las instituciones políticas, de las relaciones económicas, de los ideales éticos, cuyo sentido era imposible ignorar. No podían precisarse su programa y sus mé todos para cuando llegase la hora crítica; pero se consideraba evidente que, en su con junto, haría efectivas las más radicales aspi raciones de “las izquierdas”, variamente formuladas en cada país.

Nadie dudaba de ello tres días antes de co-menzar el drama histórico cuyo primer acto ha terminado con el fusilamiento del Czar y con la abdicación del Káiser, los hombres más representativos del absolutismo feudal. Pero esa convicción –no lo ocultemos– fue olvi dada tres días después de encenderse la gue rra. La humareda de los combates cegó a casi todos,

SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DEL MAXIMALISMO

POR JOSÉ INGENIEROS

El 22 de noviembre de 1918 José Ingenieros diserta en el Teatro Nuevo sobre la significación histórica de la revolución rusa. En este discurso, tal vez uno de los más famosos, Ingenieros acusa el enorme impacto que los acontecimientos en Rusia tuvieron alrededor del mundo y lo relaciona con los ideales de la Reforma Universitaria de 1918 y el antiimperialismo latinoamericano.

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202 a los sabios lo mismo que a los igno rantes; los instintos del hombre primitivo apagaron toda luz de la razón. Pocos recor daron lo que hasta la víspera había sido su espantajo o su esperanza: la revolución inevitable, espanta-jo para los que tenían privi legios que perder, esperanza para los que tenían derechos que reivindicar.

La tesis olvidadaPocos, muy pocos en el mundo, pudieron sus-traerse a la ebriedad general y osaron re petir su creencia, no turbada por las circuns tancias. Algunas semanas después de comen zar la tra-gedia, mientras los ejércitos teutó nicos arrasa-ban el suelo de Bélgica y corrían sobre París, publicamos en la más difundida de nuestras revistas un artículo, “El suicidio de los bárba-ros”, que otras cien reprodujeron; cuatro años después, necesitamos repetir sus textuales palabras, pues son la premisa ne cesaria para juzgar serenamente la significa ción histórica del movimiento maximalista: “La civilización feudal, imperante en las naciones bárbaras de Europa, se prepara a suicidarse. Este fragor de batallas parece un tañido secular de campana funeraria. Un pa sado, pletórico de violencia y de superstición, entra ya en convulsiones agó-nicas. Tuvo sus glorias; las admiramos. Tuvo sus héroes; que dan en la historia. Tuvo sus ideales; se cum plieron.

”Esta crisis marca el principio de otra era humana. Dos grandes orientaciones pugna-ron desde el Renacimiento. Durante cuatro siglos el alma feudal, sobreviviente en la Europa política, siguió levantando ejércitos y carcomiendo naciones, perpetuando la tiranía de los violentos…

”Ahora el destino inicia la revancha veni-dera de la Justicia sobre el Privilegio. La vieja Europa feudal ha decidido morir como todos los desesperados: por el suicidio.

”La actual hecatombe del pasado es un puente hacia el porvenir. Conviene que el es-trago sea absoluto para que el suicidio no

resulte una tentativa frustrada. Es necesa-rio que la civilización feudal muera del todo, ex terminada irreparablemente. ¡Que nunca vuelvan a matarse los hijos con las armas pa-gadas con el sudor de sus padres!

”Una nueva moral entrará a regir los des-tinos del mundo. Sean cuales fueren las na-ciones vencedoras, la barbarie militarista que-dará aniquilada. Hasta hoy fue la Violen cia el cartabón de las hegemonías políticas; so bre la carroña del feudalismo suicida se im pondrá otra moral y los valores éticos se me dirán por su Justicia. En las horas de total descalabro esta sola sobrevive, siempre in mortal…

”Aniquiladas las huestes bárbaras en esta conflagración abismática, dos fuerzas apare-cen como núcleos de la civilización futura, y con ellas se forjarán las naciones de maña-na: el Trabajo y la Cultura. Cada nación será la solidaria colectiva de todos los que piensan y trabajan bajo un mismo cielo, movidos por intereses e ideales comunes…

”¡Hombres jóvenes y raza nueva!: salu dad el suicidio del mundo feudal, con votos fer-vientes para que sea definitiva la catás trofe…

”Frente a los escombros del pasado suici-da levantaremos ideales nuevos que nos habi liten para luchas futuras, propicias a toda fecunda emulación creadora”.

No recordamos estas palabras porque ellas sean proféticas ni originales. Reflejan la creen-cia más difundida durante medio siglo, la que ningún hombre de pensamiento debió olvidar ni callar: la guerra marcaba el cre púsculo de un régimen y después de ella amanecería para la humanidad un nuevo or den social…

Siguieron las batallas un mes y otro mes, un año y otro año. Las gentes más pacifistas perdían la cabeza, tomaban partido por uno u otro bando contendiente, mirando la victo ria militar como la finalidad histórica de la gue-rra. Momento hubo en que el corazón es tuvo a punto de imponernos sus razones: cuando nos indignó la inmolación de Bélgica, cuando nos conmovió la firmeza de Francia.

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203La cuestión era otra, sin embargo, hasta ese momento. Los ases de la guerra eran las dos naciones imperialistas: Alemania e Ingla-terra, apoyadas por los cómplices más ver-gonzosos, el Austria de los Habsburgos y la Rusia de los Romanoff. Si Francia no hubie ra estado en lucha, ninguna conciencia demo-crática habría vacilado un minuto en desear el inmediato exterminio de los cuatro impe rios combatientes, sin distinción. Se equiva lían, uno a uno: Alemania a Inglaterra, Austria a Rusia.

Significación moral de la guerraLa opinión pública del mundo entero co menzó a ser corrompida por las potencias imperia-listas; no hubo gran ciudad que no sin tiera la epidemia del espionaje y la infección de los gacetines mercenarios, al tiempo que Alema-nia parecía triunfar en tierra e Ingla terra co-menzaba a dominar los mares.

La guerra, hasta ese momento, carecía de ideales. Era guerra en su sencillez materia-lista, guerra entre imperios, guerra entre castas, guerra de comerciantes, guerra para vender y para dominar.

De pronto, a principios de 1917, algunos sucesos fundamentales dieron una bandera ideológica a las naciones aliadas y la gue-rra adquirió un sentido moral. La revolución rusa libró a Francia de la deshonrosa com-plicidad de una siniestra autocracia; el Pre-sidente Wilson tomó partido en la contienda formu lando un loable programa de principios de mocráticos, dentro de los cuales podía am-pararse el régimen socialista de Kerensky; to-das las naciones aliadas dieron participación en el gobierno a representantes de las más radicales izquierdas democráticas.

Fue un momento decisivo. Incidencias har-to notorias plantearon para los sudamerica-nos el problema de adherir a la causa alia-da o de mantener la neutralidad. Un escritor jus tamente admirado –cuyo nombre no de-seo complicar en esta conferencia– publicó su artículo decisivo: “Neutralidad imposible”.

Sus razones nos parecieron excelentes y no vaci lamos en adherir a su actitud, en palabras que no se apartaban de nuestra primitiva con-vicción: “Enemigos como él del despotismo y del dogmatismo, en todas sus formas, ama-mos co mo él la Justicia y la Democracia: las vemos en el nuevo Derecho político y social afirmado por las revoluciones norteamerica-na y fran cesa, las vemos en los gobiernos que en las últimas décadas han regido los desti-nos de la Francia, las vemos representadas en los mi nisterios de Bélgica e Italia, las ve-mos reali zando la revolución social en Rusia, y las ve mos consagradas en la declaración del Presi dente de los Estados Unidos.

”Al reiterar, sin reservas, nuestra adhe-sión a los ideales de filosofía política y social que en esta hora reivindican las aliados de Francia, reafirmamos nuestra habitual re-probación a todas las violencias que tienen por condición el absolutismo de los gobier-nos, y por instrumentos la insania militarista y el misticismo supersticioso. No creeríamos total mente estériles los pavorosos horro-res de es ta guerra –ya que no hay parto sin sangre y sin dolor– si después de ella los pueblos civilizados se vieran libres de todas las instituciones feudales que radican en el Derecho Divino, reiteradamente invocado por los mo narcas de los imperios centrales –y se en caminasen hacia una práctica deal de las ins tituciones cimentadas en la Soberanía Popu lar, conforme al pensamiento más difun-dido entre las naciones aliadas”.

Principios bien definidos determinaron nuestra simpatía por los aliados; basta refle-xionar sobre ellos para comprender que no podíamos mezclarnos en actos públicos rea lizados por personas que demostraban análo gas simpatías, pero las fundaban en princi pios absolutamente distintos.

Ello pudo advertirse con motivo de la me-morable revolución que en Rusia puso fin al gobierno despótico de los czares. Desde ese momento hubo dos clases de aliados en el

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204 mundo. Algunos, que anhelábamos el triunfo de la democracia y de la libertad, celebramos jubilosamente la emancipación de cien millo-nes de hombres del más tiránico feudalismo de los tiempos modernos, viendo en ello un primer paso hacia la victoria final de nuestra causa; otros, que sólo anhelaban el triunfo militar de los gobiernos, comenzaron a deni-grar a los revolucionarios, no vacilando en calumniarlos como serviles instrumentos del imperialismo alemán. Algunos fanáticos hu bo que osaron llamarlos traidores y vendi dos… ¿Nada significaba para ellos que la bande-ra roja flameara en las antiguas residencias de los déspotas?… ¿No comprendían que el pueblo, en uso de su soberanía, acaba ba de aniquilar a uno de los más conspicuos repre-sentantes del derecho divino?… Per donemos a los necios difamadores, solamente culpables de ignorancia; perdonémoslos, hoy que los sucesos permiten hacer justicia a la revolu-ción, aunque la miserable calumnia si gue en-venenando los cables militarizados. Los que hemos seguido con ecuanimidad el proceso revolucionario ruso sentimos desde el primer día consolidarse las creencias ad quiridas por el estudio: con el fin de la gue rra las naciones civilizadas entrarían al pre visto período crítico de la revolución social.

La revolución rusaFuerza es reconocer que el primer gobier-no de la Rusia libre se caracterizó por cierta ineptitud revolucionaria. Pretendía seguir re-cibiendo el apoyo de gobiernos aliados que no tenían su mismo concepto doctrinario de la finalidad del conflicto; el Presidente Wilson, dicho sea en su honor, fue el único que se so-lidarizó con ellos, afirmando que, más allá de sus fines militares, la guerra debía tener ge-nerosas proyecciones democráticas.

En Rusia todo era inseguro. El grupo mi-litarista, que había engañado al mismo Czar y contribuido a encender la mecha de la gue rra, conservaba su libertad de acción y manejaba

millones; su influjo era suficiente pa ra inten-tar la restauración del régimen caí do y bus-caba descaradamente la complicidad de los gobiernos aliados para ahogar en su cuna a la democracia naciente.

Kerensky empezó a comprometer la revo-lución con sus vacilaciones; olvidó que en ciertos momentos críticos todo el que con-temporiza sirve a la causa de sus enemigos y no a la propia; temió usar los medios enér-gicos que las circunstancias imponían, asu-miendo con entereza las responsabilidades de la gran hora histórica. ¿Está derribado el despotismo mientras viven los déspotas y sus parciales conspiran para restaurarlo?

No condenamos por ello a Kerensky; fue útil para la revolución en el primer momen-to, pero habría sido funesta su permanencia en el gobierno. No olvidamos que análogas va cilaciones había mostrado con su dinas-tía la Revolución francesa; y entonces, como aho ra, fue necesario que ella se desligase de sus elementos indecisos, para que el antiguo régimen fuese mortalmente herido en la per-sona de sus simbólicos representantes.

El vuelco decisivo ocurrió en Rusia a prin-cipios de 1918. La fracción radical de los par-tidos revolucionarios comprendió que era peligroso seguir caminos oblicuos; desalojó del gobierno al partido que ya estorbaba, sa-crificó la vana ilusión de combatir contra los ejércitos teutónicos y se contrajo a reorgani-zar democráticamente los diversos pueblos avasallados por el czarismo.

Wilson y Kerensky habían dado a la de-mocracia un programa “minimalista”, más parecido a una concesión que a un reclamo. Lenin y Trotsky creyeron que la oportunidad imponía formular sus aspiraciones máximas, lo que hizo dar al movimiento el nombre de “maximalismo”.

La actitud que asumieron frente a él los gobiernos beligerantes fue lógica. Los alia dos se inclinaron a mirarlo como una lisa y llana defección militar; los germanos, mili tarmente

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205beneficiados por el suceso, lo vieron con dis-cutible agrado, sospechando que el es píritu revolucionario podría contagiarse a sus pro-pios pueblos.

Desde ese momento, día a día, las agen-cias telegráficas comenzaron a injuriar la re-volución que había destruido el despotismo de los zares y buscaba dificultosamente un nuevo estado de equilibrio, no muy fácil de encontrar en pocos días, después de tan brus-ca sacudida. El cable se hinchaba a cada hora con noticias terroríficas que los gobiernos in teresados difundían por el mundo, presen-tando a los maximalistas como una banda de malvados e insensatos.

Se habló del terror. ¿Qué terror? ¿El de los czares, que habían asesinado en las cár celes y en Siberia a millones de ciudadanos que amaban la libertad, o el de los maximalistas, que fusilaron unos cuantos centenares de do-mésticos que conspiraban para volverlos a la esclavitud?

Hemos tenido en nuestras manos periódi-cos rusos opositores al movimiento maxima-lista, pues son esos los únicos que deja cir-cular la censura aliada; sólo nos sorprende en ellos la libertad con que lo critican, real mente inexplicable si reinara el terror que mienten los cables. Hay una verdad que es necesario afirmar, porque callarla equivaldría a mentir: comparando la revolución rusa con sus con-géneres, ella se caracteriza hasta aho ra por la dulzura de sus procedimientos, casi ange-licales frente a los de la gloriosa Revo lución francesa, cuyos beneficios disfruta mos sin recordar la mucha sangre que costó.

No pretendemos sugerir que la crisis maximalista se efectuó con pelucas empolva-das, como una tertulia de cortesanos: sería, indu dablemente, exagerado. Pero, sí, sor-prende que sus únicas víctimas, según los diarios ru sos que ponen el grito en el cielo, hayan sido una familia de autócratas, diez o veinte obis pos, cuatro docenas de jefes mili-tares y va rios cientos de burócratas, espías

y cosacos, en cifras apenas apreciables en un imperio de tantos millones de habitantes. Son más víctimas, sin duda, que las de esa incruenta revolución estudiantil que acaba de triunfar en Córdoba; pero convengamos en que no es lo mismo desalojar a una docena de sabios solemnes que demoler una sinies-tra tiranía secular.

(…)

Las aspiraciones maximalistasSin mucho don profético puede preverse que ahora vendrá lo que desde antes de la gue-rra se miraba como su consecuencia: una transformación profunda de las instituciones en todos los países europeos y en los que vi-ven en relación con ellos. Eso, solamente eso, merece el nombre de Revolución Social –con mayúsculas– y no los pasajeros desór denes y violencias que la acompañarán.

El resultado final será un bien para la hu-manidad, como el de la precedente Revolu-ción francesa; pero muchos de sus episo-dios serán, sin duda, desagradables en el momen to de ocurrir. Las revoluciones se parecen en esto a ciertas medicinas, al acei-te de castor pongamos por caso; en el acto de tomarlo produce disgusto o náuseas, pero después obra bienes muy grandes sobre el organismo, depurándolo de sus residuos in-útiles o no civos.

El momento histórico actual es de los que se producen una vez en cada siglo, determi-nando una actitud general favorable a toda iniciativa renovadora: el maximalismo es la aspiración a realizar el máximum de reformas posibles dentro de cada sociedad, teniendo en cuenta sus condiciones particulares. No puede concretarse en una fórmula única, siendo una actitud más bien que un programa. ¿No es legítimo pensar que las naciones civilizadas querrán ensayar las innovaciones discutidas desde hace medio siglo? ¿Muchas de ellas no se han ensayado ya en estos años de guerra, sin que nadie piense volver atrás? ¿Qué me-

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206 jor oportunidad para efectuar tan generoso experimento? Lejos de inspirarnos el menor recelo, el maximalismo debe mirarse como un desarrollo integral del minimalismo de-mocrático enunciado por Wilson.

Conocemos la objeción de los espíritus tí-midos; hace varios meses que la escuchamos. Dicen que el maximalismo se propone sim-plemente matar y saquear a todos los que tie-nen algo, en beneficio de los que no tienen nada, como ciertos conservadores españoles que to-davía llaman a la república la reparti dora y a sus partidarios la canalla, sin sospe char que recibi-rán sus beneficios mucho antes de lo que creen…

No caeremos en la paradoja de afirmar que la revolución social a que asistimos tiene por objeto favorecer a los ricos contra los po bres. Creemos, en cambio, que las aspira ciones maxi-malistas serán muy distintas en cada país, tanto en sus métodos como en sus fines. Nos parece natural, por ejemplo, que se nacionalicen los in-mensos latifundios de Rusia, pero creemos que ese problema no se planteará en Suiza o en Bél-gica, donde la propiedad agraria está muy subdi-vidida en manos de los mismos que la trabajan. Concebimos la nacionalización de las industrias que emplean millares de obreros, pero no la de pequeñas industrias individuales o domésti cas. Nos explicamos la libertad de las Iglesias dentro de los Estados cuando por su organiza ción ellas no constituyan un peligro social, pero creemos probable en otros casos la na cionalización de todas las Iglesias y su con tralor uniforme por el Estado. Encontramos posible que en pueblos muy civilizados los municipios sean la célula fundamental de federaciones libres, pero en vi-llorrios atrasa dos y rutinarios el cambio de régi-men sólo podrá ser establecido bajo el legítimo influjo de los más adelantados y progresistas.

Esos ejemplos, harto fáciles de compren-der, nos permiten fijar este concepto ge-neral: las aspiraciones maximalistas serán necesaria mente distintas en cada país, en cada región, en cada municipio, adaptándose a su ambien te físico, a sus fuentes de produc-

ción, a su nivel de cultura y aun a la particular psico logía de sus habitantes.

No habrá un maximalismo uniforme y uni versal, sino tantos programas maxima-listas cuantos son los núcleos sociológicos que reci ban el benéfico influjo de la presente revolu ción social.

Expansión en América¿Qué interés tienen estas reflexiones para los habitantes de América? Si aquí no ha habido guerra –se dirá–, no hay razón pa ra desear o temer que nos alcance la revolu ción social que es su consecuencia.

Quien tal dice ignora la historia, carece de conciencia histórica, olvida que todos los mo-vimientos políticos y sociales europeos han repercutido en América, en proporción exacta de ese grado de europeización que suele lla-marse civilización. Es indudable que los indios residentes entre los Andes y las fuentes del Amazonas no sentirán los resultados de la guerra; probablemente ignoran que ha existido una guerra europea, en el supuesto improba-ble de que conozcan la existencia de Europa.

Pero en todos los países que han nacido de colonizaciones europeas, desde Alaska hasta el estrecho magallánico, lo que en Europa su-ceda tendrá un eco, tanto más grande cuan-to mayor sea su nivel de civilización. Nuestro destino, ineludible, como decía Sarmien to, es “nivelarnos con Europa”; y la expe riencia del último siglo demuestra que allá no ha apare-cido un invento mecánico, una ley política, una doctrina filosófica, sin que haya tenido aplica-ción o resonancia en este continente. Mientras en Europa se desen vuelve la actual revolución social ya iniciada, aquí participaremos de sus inquietudes pri mero y de sus beneficios des-pués. Inquietudes mientras se subviertan las instituciones exis tentes para probar otras nue-vas; beneficios cuando por simple selección natural se arrai guen las útiles y desaparezcan las nocivas. La experiencia social no pide con-sejo a los con servadores espantadizos ni pres-

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207ta oído a los optimistas ilusos; en cada lugar y tiempo se realiza todo lo necesario y fracasa todo lo im posible. ¿No sería absurdo cortar las alas, anticipadamente, a los idealistas que pi-dan lo más? ¿Si sólo consiguieran lo menos, no sería en bien de todos los que anhelan un aumento de Justicia en la humanidad?

Los resultados benéficos de esta gran cri-sis histórica dependerán en cada pueblo, de la intensidad con que se definan en su concien-cia colectiva las aspiraciones maximalistas. Y esa conciencia sólo puede formarse en una parte de la sociedad, en los jóvenes, en los innovadores, en los oprimidos, pues son ellos la minoría pensante y actuante de toda socie dad, los únicos capaces de comprender y amar el porvenir. ¿Exagerarán sus ideales o sus aspiraciones? Seguramente; ¿no es in-dispensable que las exageren para compen-sar el peso muerto que representan los vie-jos, los rutinarios y los satisfechos?

¿Cómo vendrá?Algunos curiosos desearán, sin duda, saber de qué manera se desenvolverá esta revolu-ción social en que todos somos actores o tes-tigos. La respuesta, naturalmente hipotéti ca, obliga a precisar el término básico de la pre-gunta. Una revolución social es un largo pro-ceso histórico, compuesto de preparativos, resistencias, crisis, reacciones, después de las cuales se llega a un estado de equilibrio dis tinto del precedente.

La revolución a que asistimos ha comenza-do hace muchos años; la guerra la ha hecho entrar en el período crítico; seguirán mu chos impulsos y restauraciones; de todo ello, den-tro de uno o veinte años, según los paí ses, resultará un nuevo régimen democrático que oscilará entre los ideales minimalistas enun-ciados por Wilson y los ideales maximalistas formulados por los revolucionarios rusos.

Si los hombres fueran ilustrados y razona-bles, sería muy bonito que se pusieran de acuerdo para navegar juntos en favor de la

corriente, con buena voluntad y corazón opti-mista, decididos a ir tan lejos como se pue da, en bien de todos. Esa hipótesis, con ser agra-dable, nos parece la más absurda.

No lo es tanto pensar que algunos gobier-nos inteligentes, entre los muchos que se tur-narán con frecuencia en cada país, podrán dar saludables golpes de timón y poner la proa hacia el puerto feliz de las aspiraciones legítimas, pensando más en construir el por-venir que en defender el pasado.

Donde eso no ocurra, la transformación se hará irregularmente, por conmociones como producto de choques, con violencias inevita-bles y represiones crueles; los excesos de los revolucionarios y de los restauradores deter-minarán una resultante final, que realizará, aproximadamente, el máximum posible de las aspiraciones que tenga cada pueblo al comen-zar la fase crítica de su cielo revolucionario.

¿Qué hacer, pues, frente a las aspiraciones maximalistas? Depende. Los que tengan an-helo de más Justicia, para ellos o para sus hi-jos, pueden saludarlas con simpatía; los que no crean que pueden beneficiarles, deben recibirlas sin miedo. Eso es lo esencial: ser optimistas y no temer lo inevitable. Cuando llegue, en la medida que deba llegar, sólo cau-sará daños graves a los que pretendan tor cer el curso de la historia y a los espantadi zos; la rutina hará víctimas, porque es causa de miedo, y el miedo ha engendrado los ma yores males de que tiene memoria la huma nidad.

El desarrollo de esta revolución no incomo-dará a quienes la esperen como la cosa más natural, anticipándose a ella, preparándola, como expertos navegantes que ajustan las ve las al ritmo del viento, recordando las pala-bras de Máximo Gorki: “Sólo son hombres los que se atreven a mirar de frente el Sol”.

Noviembre de 1918

Fuente: José Ingenieros, Significación histórica del maxima-lismo, Montevideo, Claudio García Editor, 1918, pp. 5-29.

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Noviembre 24. Hoy ha hecho pública el

obispo monseñor Bustos la carta que,

acerca de “La revolución social que

nos amenaza”, dirige al pueblo de Córdoba.

Sus párrafos son motivo de comentarios vi-

vamente encontrados. Entre los más notables

destácanse los pasajes siguientes, que van,

como puede verse, dirigidos contra el maxi-

malismo. En especial, hablando de los ele-

mentos “disolventes” dice:

Tonificados por los diversos núcleos de anar-

quismo, nihilismo, liberalismo, logias masónicas

y socialismo, con quienes están en convivencia

y abundan en el país, se agrupará con una sola

palabra y continuarán la tarea agresora, para ir

contra la causa católica. El maximalismo euro-

peo transportará sus huestes o las formará de

todos estos elementos del país y las incorporará

al movimiento, poniendo en juego ejecutivo del

mismo plan y abriendo nuevas escuelas de este

género, multiplicará los apóstoles y los libros

que difundan las enseñanzas mejor ensayadas

del arte de insubordinar y rebelar las masas

contra el trono y el altar, los cuales una vez aba-

tidos, echarán por tierra la civilización cristiana,

cediendo su puesto a la anarquía imperante. En

tales condiciones, la autoridad ha perdido el es-

tribo más firme que la sustenta con su origen

divino, el respeto, no la reverencia. Habiendo de-

saparecido de la conciencia del pueblo la justicia

y el derecho, dejan desamparada a la propiedad

individual, el derecho natural, deja de comunicar

base firme ligada al derecho positivo de la legis-

lación. La libertad, la igualdad y la fraternidad

empiezan a ser nombres vanos, desprovistos de

verdad, como la larva de la crisálida que ha vo-

lado; aquella máxima tan luminosa del Evangelio

que hace comprender hasta al más simple de los

hombres, lo que estos deben dar y esperar de los

demás (…): “Haced a los otros lo que quisierais

que los otros hicieran con vosotros mismos”, que

tan inmensamente ha alumbrado la marcha de

los estados cristianos que la cultivaron, también

habrá desaparecido.

Dice luego:

No llegó a hollar el territorio germánico la

planta de un solo soldado extranjero pero el im-

perio cae y se derrumba por la fuerza veneno-

sa del maximalismo que traía prósperas en sus

entrañas, sin que sus trenes artillados con que

destruyó fortalezas y ciudades, pudieran servirle

de defensa. Los ensayos rusos del maximalismo

permiten descubrir que le guía el propósito do-

minante de destronar las testas coronadas que

aún quedan, que las repúblicas sean gobernadas

por el consejo de los bajos fondos del proletaria-

do y reemplazar por el comunismo la propiedad

privada. Tiene labor con qué perturbar el sueño

de todos los soberanos.

Después de otros largos considerandos pa-

recidos, dirígese a los fieles en estos términos:

Entrad, por lo tanto, desde luego a preve-

nir las medidas salvadoras del soberano bien

de vuestra fe religiosa, aumentando en vues-

tra práctica los recursos al divino crucificado,

LA REVOLUCIÓN SOCIAL QUE NOS AMENAZA

Pastoral contra el maximalismo emitida por el obispo de Córdoba, monseñor Zenón Bustos y Ferreyra, en noviembre de 1918.

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209con la oración, la comunión, la asistencia al

santo sacrificio de la misa, la mortificación, el

ayuno y otras privaciones en este tiempo de

advenimiento. Entrando por la moderación de

los trajes, reduciendo la frecuencia a las re-

presentaciones del teatro y del cinematógra-

fo, renunciando en absoluto a las inmoralida-

des, preparados con estas medidas, preparáis

también la conjuración de los males. Ellos son

arma y victoria.

Fuente: “La revolución social que nos amenaza”, en La Nación, Buenos Aires, 25 de enero de 1918.

Alrededor de 1920 surgen Los Artistas del Pueblo, pequeño grupo for-mado por José Arato, Adolfo Bellocq, Guillermo Facio Hebequer, Agustín Riganelli y Abraham Vigo. Es uno de los primeros grupos artísticos simpa-tizantes de la revolución rusa.

Tribuna proletaria, Abraham Vigo, de la serie Luchas proletarias, 1937, Aguafuerte, 42,5 x 32,5 cm.

Mala sed, Adolfo Bellocq,de la serie Los Proverbios, s/d,

Aguafuerte 68 x 49,5 cm.

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La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América:

Manifiesto de la federaciÓn universitaria de cÓrdoba – 1918

Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que en pleno siglo xx nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto lla-mar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.

La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta, porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y porque era necesario borrar para siempre el recuerdo de los contrarre-volucionarios de Mayo. Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y –lo que es peor aún– el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovili-dad senil. Por eso es que la Ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria.

Nuestro régimen universitario –aun el más reciente– es anacrónico. Está fundado sobre una especie del derecho divino: el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entien-de que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sos-tiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto de Autoridad que corresponde

Manifiesto Liminar, 1918

Se conoce por Reforma Universitaria de 1918 al movimiento estudiantil que se inicia en junio de ese año en la Universidad Nacional de Córdoba, liderado por Deodoro Roca y otros dirigentes estudiantiles, y que se extiende luego a las de-más universidades del país y de América Latina. La Reforma Universitaria da ori-gen a una amplia tendencia del activismo estudiantil, integrada por agrupaciones de diversas vertientes ideológicas, que se definen como reformistas. Entre sus principios se encuentran la autonomía universitaria, el cogobierno, la extensión universitaria, la periodicidad de las cátedras y los concursos de oposición.

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211y acompaña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios, no sólo puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la substancia misma de los estudios. La autoridad en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando. Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y de consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de Ciencia. Man-tener la actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclama el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de Ciencia es la del que escucha una ver-dad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.

Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de Autoridad que en estas Casas es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia.

Ahora advertimos que la reciente reforma, sinceramente liberal, aportada a la Uni-versidad de Córdoba por el Dr. José Nicolás Matienzo, sólo ha venido a probar que el mal era más afligente de lo que imaginábamos y que los antiguos privilegios disimula-ban un estado de avanzada descomposición. La reforma Matienzo no ha inaugurado una democracia universitaria; ha sancionado el predominio de una casta de profesores. Los intereses creados en torno de los mediocres han encontrado en ella un inesperado apoyo. Se nos acusa ahora de insurrectos en nombre de una orden que no discutimos, pero que nada tiene que hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la insurrección. Entonces la única puerta que nos queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la juventud. El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención espiritual de las juventudes americanas, nuestra única recompensa, pues sabemos que nuestras verdades lo son –y dolorosas– de todo el continente. Que en nuestro país una ley –se dice–, la de Avellaneda, se opone a nuestros anhelos. Pues a reformar la ley, que nuestra salud moral los está exigiendo.

La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros. Ante los jóvenes no se hace mérito adulando o comprando. Hay que dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguros de que el acierto ha de coronar sus determinaciones. En adelante sólo podrán ser maestros en la futura república universi-taria los verdaderos constructores de alma, los creadores de verdad, de belleza y de bien.

La juventud universitaria de Córdoba cree que ha llegado la hora de plantear este grave problema a la consideración del país y de sus hombres representativos.

Los sucesos acaecidos recientemente en la Universidad de Córdoba, con motivo de elección rectoral, aclara singularmente nuestra razón en la manera de apreciar el conflic-to universitario. La Federación Universitaria de Córdoba cree que debe hacer conocer

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212 al país y América las circunstancias de orden moral y jurídico que invalidan el acto electoral verificado el 15 de junio. El confesar los ideales y principios que mueven a la juventud en esta hora única de su vida, quiere referir los aspectos locales del conflicto y levantar bien alta la llama que está quemando el viejo reducto de la opresión clerical. En la Universidad Nacional de Córdoba y en esta ciudad no se han presenciado desórdenes; se ha contemplado y se contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha de agrupar bien pronto bajo su bandera a todos los hombres libres del continente. Re-feriremos los sucesos para que se vea cuanta vergüenza nos sacó a la cara la cobardía y la perfidia de los reaccionarios. Los actos de violencia, de los cuales nos responsabilizamos íntegramente, se cumplían como en el ejercicio de puras ideas. Volteamos lo que repre-sentaba un alzamiento anacrónico y lo hicimos para poder levantar siquiera el corazón sobre esas ruinas. Aquellos representan también la medida de nuestra indignación en presencia de la miseria moral, de la simulación y del engaño artero que pretendía filtrarse con las apariencias de la legalidad. El sentido moral estaba oscurecido en las clases diri-gentes por un fariseísmo tradicional y por una pavorosa indigencia de ideales.

El espectáculo que ofrecía la Asamblea Universitaria era repugnante. Grupos de amo-rales deseosos de captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban los contornos en el primer escrutinio, para inclinarse luego al bando que parecía asegurar el triunfo, sin recordar la adhesión públicamente empeñada, en el compromiso de honor contraído por los intereses de la Universidad. Otros –los más–, en nombre del sentimiento religioso y bajo la advocación de la Compañía de Jesús, exhortaban a la traición y al pronunciamien-to subalterno. (¡Curiosa religión que enseña a menospreciar el honor y deprimir la perso-nalidad! ¡Religión para vencidos o para esclavos!) Se había obtenido una reforma liberal mediante el sacrificio heroico de una juventud. Se creía haber conquistado una garantía y de la garantía se apoderaban los únicos enemigos de la reforma. En la sombra, los jesuitas habían preparado el triunfo de una profunda inmoralidad.

Consentirla habría comportado otra traición. A la burla respondimos con la re-volución. La mayoría expresaba la suma de represión, de la ignorancia y del vicio. Entonces dimos la única lección que cumplía y espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical.

La sanción moral es nuestra. El derecho también. Aquellos pudieron obtener la sanción jurídica, empotrarse en la Ley. No se lo permitimos. Antes de que la iniquidad fuera un acto jurídico, irrevocable y completo, nos apoderamos del Salón de Actos y arrojamos a la canalla, sólo entonces amedrentada, a la vera de los claustros. Que es cierto, lo patentiza el hecho de haber, a continuación, sesionado en el propio Salón de Actos de la Federación Universitaria y de haber firmado mil estudiantes sobre el mismo pupitre rectoral la declaración de la huelga indefinida.

En efecto, los estatutos reformados disponen que la elección de rector terminará en una sola sesión, proclamándose inmediatamente el resultado, previa lectura de cada una de las boletas y aprobación del acta respectiva. Afirmamos sin temor de ser rectificados, que las boletas no fueron leídas, que el acta no fue aprobada, que el rector no fue pro-clamado, y que, por consiguiente, para la ley, aún no existe rector de esta universidad.

La juventud universitaria de Córdoba afirma que jamás hizo cuestión de nombres ni de empleos. Se levantó contra un régimen administrativo, contra un método docen-

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1917 - 1919

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213te, contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se ejercitaban en beneficio de determinadas camarillas. No se reformaban ni planes ni reglamentos por temor de que alguien en los cambios pudiera perder su empleo. La consigna de “hoy para ti, mañana para mí” corría de boca en boca y asumía la preeminencia de estatuto univer-sitario. Los métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo, contribu-yendo a mantener a la Universidad apartada de la Ciencia y de las disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la repetición interminable de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los dogmas, trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración del silencio puede ser ejercitada en contra de la Ciencia. Fue entonces cuando la oscura Universidad Mediterránea cerró sus puertas a Ferri, a Ferrero, a Palacios y a otros, ante el temor de que fuera perturbada su plácida ignorancia. Hicimos entonces una santa revolución y el régimen cayó a nuestros golpes.

Creímos honradamente que nuestro esfuerzo había creado algo nuevo, que por lo me-nos la elevación de nuestros ideales merecía algún respeto. Asombrados, contemplamos entonces cómo se coaligaban para arrebatar nuestra conquista los más crudos reaccionarios.

No podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa, o al juego de intereses egoístas. A ellos se nos quiere sacrificar. El que se titula rector de la Universidad de San Carlos ha dicho su primera palabra: “Prefiero antes de renunciar que quede el tendal de cadáveres de los estudiantes”. Palabras llenas de piedad y amor, de respeto reverencioso a la disciplina; palabras dignas del jefe de una casa de altos estudios. No invoca ideales ni propósitos de acción cultural. Se siente custodiado por la fuerza y se alza soberbio y amenazador. ¡Armoniosa lección que acaba de dar a la juventud el primer ciudadano de una democracia universitaria! Recojamos la lección, compañeros de toda América; acaso tenga el sentido de un presagio glorioso, la virtud de un llamamiento a la lucha suprema por la libertad; ella nos muestra el verdadero carácter de la autoridad universitaria, tiránica y obcecada, que ve en cada petición un agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión.

La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensa-miento propio de los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa.

La juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su Federación, saluda a los compañeros de la América toda y les incita a colaborar en la obra de libertad que inicia.

21 de junio de 1918

Enrique F. Barros, Horacio Valdés, Ismael C. Bordabehere, presidente. Gumersindo Sayago, Alfredo Castellanos, Luis M. Méndez, Jorge L. Bazante,

Ceferino Garzón Maceda, Julio Molina, Carlos Suárez Pinto, Emilio R. Biagosch, Ángel J. Nigro, Natalio J. Saibene, Antonio Medina Allende,

Ernesto Garzón

Fuente: Néstor Kohan, Deodoro Roca, el hereje, Buenos Aires, Biblos, 1999.

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1917 - 1919

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

214

S eñores Congresales:

Reivindico el honor de ser camarada

vuestro. (…)

Pertenecemos a esta misma generación

que podríamos llamar “la de 1914”, y cuya

pavorosa responsabilidad alumbra el incen-

dio de Europa. La anterior se adoctrinó en el

ansia poco escrupulosa de la riqueza, en la

codicia miope, en la superficialidad cargada

de hombros, en la vulgaridad plebeya, en el

desdén por la obra desinteresada, en las di-

recciones del agropecuarismo cerrado o de la

burocracia apacible y mediocrizante. (…)

Entonces, se alzaron altas las voces. Re-

cuerdo la de Rojas: lamentación formidable,

grave reclamo para dar contenido americano

y para infundirle carácter, espíritu, fuerza in-

terior y propia al alma nacional; para darnos

conciencia orgánica de pueblo. El centenario

del año 10 vino a proporcionarle razón. Aque-

lla no fue la alegría de un pueblo sano bajo el

sol de su fiesta. Fue un tumulto babélico; una

cosa triste, violenta, oscura.

El Estado, rastacuero, fue quien nos dio

la fiesta. Es que existía una verdadera solu-

ción de continuidad entre aquella democra-

cia romántica y esta plutocracia extremada-

mente sórdida. Nuestro crecimiento no era el

resultado de una expansión orgánica de las

fuerzas, sino la consecuencia de un simple

agregado molecular, no desarrollo, y sí yuxta-

posición. Habíamos perdido la conciencia de

la personalidad. (…)

Dos cosas –en América y, por consiguiente,

entre nosotros– faltaban: hombres y hombres

americanos. Durante el coloniaje fuimos ma-

teria de explotación; se vivía sólo para dar a la

riqueza ajena el mayor rendimiento. En nom-

bre de ese objetivo se sacrificó la vida autóc-

tona, con razas y civilizaciones; lo que no se

destruyó en nombre del Trono se aniquiló en

nombre de la Cruz. Las hazañosas empresas

de ambas instituciones –la civil y la religio-

sa– fueron coherentes. Después, con escasas

diferencias, hemos seguido siendo lo mismo:

materia de explotación. Se vive sin otro ideal,

se está siempre de paso y quien se queda lo

admite con mansa resignación. Es esta la po-

sición tensa de la casi totalidad del extranjero

y esa tensión se propaga por contagio imitati-

vo a los mismos hijos del país. De consiguien-

te, erramos por nuestras cosas, sin la libertad

y sin el desinterés y sin “el amor de amar”

que nos permita comprenderlas. Andamos

entonces, por la tierra de América, sin vivir

en ella. Las nuevas generaciones empiezan a

vivir en América, a preocuparse por nuestros

problemas, a interesarse por el conocimiento

menudo de todas las fuerzas que nos agitan y

nos limitan, a renegar de literaturas exóticas,

a medir su propio dolor, a suprimir los obstá-

culos que se oponen a la expansión de la vida

en esta tierra, a poner alegría en la casa, con

la salud y con la gloria de su propio corazón.

Esto no significa, por cierto, que nos cerre-

mos a la sugestión de la cultura que nos viene

de otros continentes. Significa sólo que debe-

mos abrirnos a la comprensión de lo nuestro.

Señores: la tarea de una verdadera demo-

cracia no consiste en crear el mito del pueblo

PRIMER CONGRESO NACIONAL UNIVERSITARIO

Discurso del dirigente estudiantil Deodoro Roca en la sesión de clausura del Primer Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios, en Córdoba,el 31 de julio de 1918.

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1917 - 1919

1890 - 1956

215como expresión tumultuaria y omnipotente.

La existencia de la plebe y en general la de

toda la masa amorfa de ciudadanos está in-

dicando, desde luego, que no hay democracia.

Se suprime la plebe tallándola en hom-

bres. A eso va la democracia. Hasta aho-

ra –dice Gasset– la democracia aseguró la

igualdad de derechos para lo que en todos los

hombres hay de igual. Ahora se siente la mis-

ma urgencia en legislar, en legitimar lo que

hay de desigual entre los hombres.

¡Crear hombres y hombres americanos

es la más recia imposición de esta hora! (…)

Por vuestros pensamientos pasa, silencioso

casi, el porvenir de la civilización del país.

Nada menos que eso, está en vuestras ma-

nos, amigos míos.

En primer término, el soplo democrático

bien entendido. Por todas las cláusulas cir-

cula su fuerza. En segundo lugar, la necesi-

dad de ponerse en contacto con el dolor y

la ignorancia del pueblo, ya sea abriéndole

las puertas de la Universidad o desbordán-

dola sobre él. Así, al espíritu de la nación lo

hará el espíritu de la Universidad. Al espíritu

del estudiante, lo hará la práctica de la in-

vestigación, en el ejercicio de la libertad, se

levantará en el “stadium”, en “el auditorium”,

en las “fraternidades” de la futura república

universitaria. En la nueva organización de-

mocrática no cabrán los mediocres con su

magisterio irrisorio. No se les concibe. En los

gimnasios de la antigua Grecia, Platón pasa-

ba dialogando con Sócrates.

Naturalmente, la universidad con que so-

ñamos no podrá estar en las ciudades. Sin

embargo, acaso todas las ciudades del futu-

ro sean universitarias; en tal sentido las as-

piraciones regionales han hallado una justa

sanción. Educados en el espectáculo fecun-

do de la solidaridad en la ciencia y en la vida;

en los juegos olímpicos, en la alegría sana;

en el amor a las bellas ideas; en el ejercicio

que aconsejaba James: ser sistemáticamen-

te heroicos en las pequeñas cosas no nece-

sarias de todos los días; y por sobre todo, en

el afán –sin emulación egoísta– de sobrepa-

sarse a sí mismos, insaciables de saber, in-

quietos de ser, en medio de la cordialidad de

los hombres.

Señores Congresales: No nos desalente-

mos. Vienen –estoy seguro– días de porfiados

obstáculos. Nuestros males, por otra parte,

se han derivado siempre de nuestro modo

poco vigoroso de afrontar la vida. Ni siquie-

ra hemos aprendido a ser pacientes, ya que

sabemos que la paciencia sonríe a la tristeza

y que “la misma esperanza deja de ser felici-

dad cuando la impaciencia la acompaña”. No

importa que nada se consiga en lo exterior si

por dentro hemos conseguido mejorarnos. Si

la jornada se hace áspera no faltarán sueños

que alimentar; recordemos para el alivio del

camino las mejores canciones, y pensemos

otra vez en Ruskin para decir: ningún sendero

que lleva a ciencia buena está enteramente

bordeado de lirios y césped; siempre hay que

ganar rudas pendientes.

Fuente: Néstor Kohan, Deodoro Roca, el hereje, Buenos Aires, Biblos, 1999.

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1917 - 1919

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

216

Comporta el puesto que me discierne el

voto de los profesores y alumnos una

alta distinción, y al aceptarla no puedo

menos de exteriorizar mi gra titud, que, por

igual, se extiende a quienes con espontáneo

y juvenil im pulso primero pronunciaron mi

nombre, como a aquellos que renunciaron a

justos reparos para prestigiarle con su alta

autoridad. Y es para mí, doc tor García, excep-

cional satisfacción escuchar la bienvenida de

labios de personalidad tan autorizada, cuya

palabra, siempre mesurada y gentil, sabe en-

tretejer a sus intencionados giros la cálida ex-

presión del afecto y de la sinceridad.

No he de ocultar, sin embargo, que en este

instante, a pesar de este am biente placentero,

más que la sensación del halago, prevalece en

mi ánimo la sensación de la responsabilidad

que asumo, la duda propia del hombre nue-

vo llamado a continuar la obra de tan dignos

antecesores. Porque si bien sin fingido apoca-

miento, también sin alarde contemplo los de-

beres que impone esta remoción inesperada

de las autoridades universitarias, las causas

múltiples y complejas que interrumpieron la

marcha normal y los problemas que diseña el

porvenir. Por un feliz concurso de circunstan-

cias, la prudencia, señor Interventor, la acción

concorde de profesores y alumnos ha clau-

surado con rapidez este episodio, no sin dar

un ejemplo de unión y de cordura. Me confor-

ta este espíritu de circunspecta sensatez; él

justifica la intervención de los estudiantes en

el gobierno de las casas y aleja todo recelo

sobre la eficacia de la avanzada reforma que

ensayamos.

Su primer fruto es un Consejo Directivo

habilitado para satisfacer todas las aspiracio-

nes legítimas.

Ha sido un acto de la más elemental jus-

ticia haber mantenido la pro bada colabora-

ción de los hombres, que, previsores, fun-

daron esta casa en tiempos nada propicios,

la dirigieron con amplitud de criterio y con

per severancia abnegada superaron las difi-

cultades de la naciente y poco arrai gada ins-

titución. No sin complacencia volvemos una

mirada retrospectiva sobre el desarrollo de

esta Facultad; su importancia y su misión fue

negada en los comienzos, pero lentamente se

poblaron sus aulas, se cumplió el cuadro de

su enseñanza, se convirtió en centro destina-

do a la difusión de las ideas y ya estos mu-

ros son estrechos para albergar junto a las

aulas las colecciones etnológicas del museo,

la creciente riqueza de su biblioteca, nuestra

valiente sección histórica y la geográfica en-

caminada a idéntico desarrollo, creaciones

todas que honran a sus iniciadores.

En buena hora se incorporan al Consejo

fuerzas nuevas, exponentes representativos

de nuestra vida intelectual, cuyo renombre

ha salvado los lindes patrios; vienen ellos a

su propio hogar, era su ausencia la que extra-

ñábamos, no nos sorprende su llegada. Lue-

go, compañeros hoy, quienes ayer nomás

ALEJANDRO KORN, PRIMER DECANO ELECTO CON EL VOTO ESTUDIANTIL

Discurso de asunción del primer decano reformista de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires.

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1917 - 1919

1890 - 1956

217frecuentaban nuestras clases, arrojarán a

la controversia académica la voz de nuestra

juventud, el eco de sus anhelos, el reflejo de

sus impacien cias, la gallarda entereza de sus

desplantes. Y por primera vez en nuestro gra-

ve cónclave pondrá su nota amable la mujer;

viene a ocupar en la casa de Rivadavia el bien

ganado sitio y bien la representa la distingui-

da gra duada que honra nuestra Facultad.

Así llegaremos de los rumbos más opues-

tos de la vida a sentarnos en torno de la mesa

del Consejo, distintos en años, en experiencia y

saber, separados por hondas divergencias, pero

mancomunados en el culto de los más altos in-

tereses humanos, con igual libertad de espíri-

tu, dispuestos a hacer de esta casa el centro,

el foco de un intenso movimiento intelectual, a

conquistarle la preeminencia en el organismo

universitario, a extender su influencia sobre las

más altas inspiraciones de la vida nacional. La

abriremos al aire y a la luz, a todos cuantos re-

presentan talento y ciencia, a cuantos invistan

autoridad moral, y tan sólo la mediocridad que-

dará proscripta de nuestra cátedra.

No debemos considerar estos movimien-

tos que han venido a perturbar el tranquilo

ambiente universitario como hechos aisla-

dos o fortuitos. Des pués de lenta gestación,

se han insinuado en su punto, han estallado

en otros y han repercutido en todos, hasta

imponerse con la implacable coer ción de las

fuerzas que surgen en su hora histórica. De-

bemos vincularlos, no a causas ocasionales o

transitorias, sino a la razón fundamental que

las informa. No debemos apreciarlos, según

sus rasgos humanos, tal vez exce sivamente

humanos, sino según la finalidad que los rige.

Son en realidad, la expresión aún inorgánica,

vaga, quizá desorientada, de la honda inquie-

tud que estremece el alma de las generacio-

nes nuevas. Algún estrépito había de ocasio-

nar el crujir de los viejos moldes.

No son estos movimientos sino un inci-

dente dentro de otros más am plios, que, a su

vez, reflejan grandes corrientes universales,

pues nosotros somos una parte solidaria de

la humanidad. Dondequiera que escrutemos

al campo de la actividad mental, hallamos sus

huellas, en la producción lite raria, en la obra

artística, en el anhelo de nuevas soluciones

para los viejos problemas del pensamiento y

de la organización social. No es fácil para un

contemporáneo señalar la quietud, pero si in-

tentamos contemplar el momen to actual y su

proyección histórica, tal vez logremos entre-

ver la solución.

Hay en la evolución de las ideas un movi-

miento rítmico, en virtud del cual toda épo-

ca nueva ofrece un carácter opuesto a la que

precede. ¿Y cuál, preguntemos, fue el carácter

saliente de la última, que hoy se desvanece

en el pasado? Ningún extraño lo anunció en

sus albores; fue un pensador genuinamente

nacional el que nos dio la clave de los, para él,

tiempos veni deros, al revelar el carácter eco-

nómico de los problemas sociales y políticos.

La doctrina de Alberdi la hemos vivido hasta

agotarla, hasta exagerar y pervertir, hasta su-

bordinar toda actividad a un interés económi-

co. E hicimos bien; esa fue la ley del siglo y

realizóse la obra nacional más urgente.

Mas el proceso histórico no se interrumpe,

todo principio extremado engendra su contra-

rio, un nuevo ritmo sobreviene, su significado

es otro: hay valores superiores a los económi-

cos. No los ignorábamos, ese era el secreto de

esta casa, en la cual no hay una sola cátedra

donde se enseñe el arte de hacer dinero. Por

fin, nuestra hora llega. Nos inclinamos, pero

para despedirnos de la gran época de los

procesos económicos y técnicos; qué grande

fue, con una grandeza comparable sólo a la

grandeza de la catástrofe en que se hunde.

No negamos, cómo habríamos de negar, la

necesidad del desarrollo económico, pero lo

aceptamos solamente como un medio, como

el limo fecundo donde ha de germinar una

alta cultura, a la vez humana y nacional.

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1917 - 1919

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

218 Y el nuevo orden surge con anhelos de jus-

ticia, de belleza y de paz; con ideales éticos,

estéticos y sociales. Allá se realizarán en su

medida; noso tros habitamos los dominios de

la teoría, muy conscientes, empero, de que

ella forja las armas decisivas, de que los con-

ceptos abstractos más sutiles se concretan

como piedras para lapidar la estolidez reacia.

Con su trabazón lógica, casi escolástica, ha

poco aún se imponía aquel sistema que, apo-

yado en las ciencias naturales, hacía del hom-

bre una enti dad pasiva, modelado por fuerzas

ajenas a su albedrío, irresponsable hasta de

sus propios actos, aprisionado sin remedio en

el nexo causal de la heren cia y del ambiente; la

libertad era una hipótesis, el bien, el éxito, la ra-

zón de la existencia oscura e insondable. Para

sus dudas y sus ansias quedábale al hombre

o la resignación estoica o el consuelo falaz de

la superstición, pues como la naturaleza, que

entiende interpretar, esta doctrina es amoral

y sin finalidad. Y he aquí que vuelven ahora a

postularse ideales, queremos ser dueños de

nuestros destinos, superar el determinismo

mecánico de las leyes físicas, el automatis-

mo inconsciente de los instintos, conquistar

nuestra liber tad moral y encaminar el gran

proceso en su ascensión sin fin hacia los eter-

nos arquetipos. El hombre reclama los fueros

de su personalidad, la capacidad de la acción

espontánea, como si volviera a animarle aquel nus poiétikon, la razón activa y creadora, que el

viejo Aristóteles juzgaba el tim bre más alto de

la especie humana. No quiero amenguar con

una considera ción escéptica el gran esfuerzo

de ambas posiciones, ni quiero fallar en la con-

tienda; mis alumnos saben que jamás desde la

cátedra he dogmatizado y con igual fervor les

he expuesto a Platón y a Lucrecio Caro. Pero el

gran debate está trabado, formidable, en todos

los espíritus; no cabe simular la indiferencia y,

fuera de duda, puede afirmarse que la necesi-

dad de una solución ética se impone a unos y a

otros. Como en los tiempos remotos en que el

discípulo de Sócrates pensaba las utopías de

su república, el ideal se resume en la misma

palabra: Justicia, que para Platón era la sínte-

sis de la tríada ética. Justicia queremos como

norma de nuestra conducta: justicia social,

justicia entre las gentes de distinta estirpe.

Llegue alguna vez el día sereno en que no la

confundamos con el grito desaforado de nues-

tras pasio nes ni con el reclamo mezquino de

nuestros intereses.

Como en cada mónada, según Leibniz,

se refleja a su modo el universo íntegro, así

también en los acontecimientos aislados se

reflejan las ideas directrices de la época. Co-

nocerlas es poseer la razón de los hechos; no

es lo mismo contemplar las cosas desde la

cumbre o con el ojo desorbitado del batracio,

detenido ante el plinto de una columna cuyo

erguido fuste no sospecha.

No sería suficiente por eso ahondar nues-

tro criterio filosófico e histó rico, ni contemplar

las ciencias con la educación de nuestra sen-

sibilidad estética, si no nos dispusiéramos al

mismo tiempo a encuadrar la vida den tro de la

integridad moral de nuestro carácter. Toca, por

cierto, a la Uni versidad no descuidar esta faz de

su misión, y la acaba de tener presente al supri-

mir –por fin– la tradicional tutela de las trabas

reglamentarias con las cuales pretendía me-

canizar la vida del estudiante. No desconozca-

mos su alcance. Esta innovación emancipadora

no es un alivio para nadie; ella dignifica la vida

universitaria, pues despertará en profesores y

alumnos la conciencia de su responsabilidad.

La falta de coacción externa obliga a suplir-

la con la disciplina espontánea. Esta reforma

por fuerza ha de intensi ficar la seriedad de las

pruebas finales y desde luego impondrá al es-

tudiante mayor contracción y sobre todo el au-

todominio de su voluntad. La libertad es un bien

para los fuertes, para muchos será un escollo.

Pero esto no es un mal; conviene que la selec-

ción se verifique, que si la ineptitud está de más

en la cátedra, tampoco hace falta en las bancas.

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1890 - 1956

219La misma coparticipación de los alumnos

en la designación de las auto ridades univer-

sitarias es un hecho que impone los deberes

correlativos. Es menester ejercerlo con ecua-

nimidad, convencidos que la evolución lenta de

las ideas y de los hombres no puede precipi-

tarse más allá de cierto límite. Y permítanme

los alumnos que con la autoridad que ellos

mismos me han dado, les haga una adverten-

cia: tras de las nuevas ordenanzas ha apare-

cido, como por generación espontánea, el tipo

de docente empeñado en captarse la benevo-

lencia del estudiante con la frase lisonjera que

explota sus flaque zas. Ese es el enemigo. No

ha de mediar displicencia entre el profesor y

los alumnos; bien poco vale el saber sin la bon-

dad, pero el maestro ha de ser severo, que no

educa a niños sino a hombres.

Y ahora, señores, con doble ahínco, retor-

nemos al trabajo; pocos días nos quedan de

terminar los cursos, tratemos de aprovechar-

los. La meta que perseguimos no se alcanza

con improvisaciones ni con impulsos irregu-

lares; ella exige el cumplimiento metódico de

la tarea del día, la concentra ción del espíritu

sobre los deberes inmediatos.

Y antes de separarnos levantemos la men-

te al ideal más alto que cada uno de nosotros,

con nombre diverso, venera en el fondo de su

conciencia, y hermanados en el afecto a esta

causa, en el propósito de honrarla, formu-

lemos un voto por el éxito de la Reforma Uni-

versitaria, por la gestión acer tada del Consejo

Directivo, y también por la del más modesto

de todos, la del nuevo Decano.

Fuente: La reforma universitaria (1918-1930), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978, pp. 131-134.

Reforma Universitaria de 1918. Toma de la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

AGN

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1917 - 1919

MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

220

Manifiesto de Martín Fierro

Frente a la impermeabilidad hipopotámica del “honorable público”.Frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático, que

momifica cuanto toca.Frente al recetario que inspira las elucubraciones de nuestros más “bellos”

espíritus y a la afición al AnAcROnismO y al mimetismO que demuestran.Frente a la ridícula necesidad de fundamentar nuestro nacionalismo in-

telectual, hinchando valores falsos que al primer pinchazo se desinflan como chanchitos.

Frente a la incapacidad de contemplar la vida sin escalar las estanterías de las bibliotecas.

Y sobre todo, frente al pavoroso temor de equivocarse que paraliza el mismo ímpetu de la juventud, más anquilosada que cualquier burócrata jubilado:

mARtín FieRRO siente la necesidad imprescindible de definirse y de llamar a cuantos sean capaces de percibir que nos hallamos en presencia de una nuevA sensibilidad y de una nuevA comprensión, que, al ponernos de acuerdo con no-sotros mismos, nos descubre panoramas insospechados y nuevos medios y formas de expresión.

mARtín FieRRO acepta las consecuencias y las responsabilidades de locali-zarse, porque sabe que de ello depende su salud. Instruido de sus antecedentes, de su anatomía, del meridiano en que camina: consulta el barómetro, el ca-lendario, antes de salir a la calle a vivirla con sus nervios y con su mentalidad de hoy.

mARtín FieRRO sabe que “todo es nuevo bajo el sol” si todo se mira con unas pupilas actuales y se expresa con un acento contemporáneo.

mARtín FieRRO se encuentra, por eso, más a gusto, en un transatlántico moderno que en un palacio renacentista, y sostiene que un buen Hispano-Sui-za es una ObRA de ARte muchísimo más perfecta que una silla de manos de la época de Luis XV.

La revista Martín Fierro, eje de reunión del grupo de Florida, un agrupamiento informal de artistas de vanguardia de la Argentina durante las décadas de 1920 y 1930, se funda en febrero de 1924. Oliverio Girondo, uno de sus integrantes, escribe el “Manifiesto”, publicado en el cuarto número de la revista, el día 15 de mayo de 1924.

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1917 - 1919

1890 - 1956

221mARtín FieRRO ve una posibilidad arquitectónica en un baúl “Innova-tion”, una lección de síntesis en un “marconigrama”, una organización mental en una “rotativa”, sin que esto le impida poseer –como las mejores familias– un álbum de retratos, que hojea, de vez en cuando, para descubrirse al través de un antepasado… o reírse de su cuello y de su corbata.

mARtín FieRRO cree en la importancia del aporte intelectual de América, previo tijeretazo a todo cordón umbilical. Acentuar y generalizar, a las demás manifestaciones intelectuales, el movimiento de independencia iniciado, en el idioma, por Rubén Darío, no significa, empero, finjamos desconocer que todas las mañanas nos servimos de un dentífrico sueco, de unas toallas de Francia y de un jabón inglés.

mARtín FieRRO tiene fe en nuestra fonética, en nuestra visión, en nuestros modales, en nuestro oído, en nuestra capacidad digestiva y de asimilación.

mARtín FieRRO artista se refriega los ojos a cada instante para arrancar las telarañas que tejen de continuo: el hábito y la costumbre. ¡Entregar a cada nuevo amor una nueva virginidad, y que los excesos de cada día sean distintos a los excesos de ayer y de mañana! ¡Esta es para él la verdadera santidad del creador!… ¡Hay pocos santos!

mARtín FieRRO crítico sabe que una locomotora no es comparable a una manzana y el hecho de que todo el mundo compare una locomotora a una manzana y algunos opten por la locomotora, otros por la manzana, rectifica para él, la sospecha de que hay muchos más negros de lo que se cree. Negro el que exclama ¡colosal! y cree haberlo dicho todo. Negro el que necesita encan-dilarse con lo coruscante y no está satisfecho si no lo encandila lo coruscante. Negro el que tiene las manos achatadas como platillos de balanza y lo sopesa todo y todo lo juzga por el peso. ¡Hay tantos negros!…

mARtín FieRRO sólo aprecia a los negros y a los blancos que son realmente negros o blancos y no pretenden en lo más mínimo cambiar de color.

¿Simpatiza Ud. con mARtín FieRRO?¡Colabore Ud. en mARtín FieRRO!¡Suscríbase Ud. a mARtín FieRRO!

Fuente: Revista Martín Fierro, Buenos Aires, 15 de mayo de 1924, pp. 1-2.

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MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS

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10 de enero de 1919

Consejo Federal de la FORA del 5º Congreso

Reunido este Consejo con representantes de todas las sociedades federadas y autó-nomas resuelve:

Proseguir el movimiento huelguístico como acto de protesta contra los crímenes del Estado consumados en el día de ayer y anteayer.

Fijar un verdadero objetivo al movimiento, el cual es pedir la excarcelación de todos los presos por cuestiones sociales.

Conseguir la libertad de Radowitzky y Barrera, que en estos momentos puede ha-cerse, ya que Radowitzky es el vengador de los caídos en la masacre de 1909 y sintetiza una aspiración superior.

Desmiente categóricamente las afirmaciones hechas por la titulada FORA del 9° Congreso, que hasta el miércoles a la noche, sólo “protestó moralmente”, sin ordenar ningún paro. La única que lo hizo fue esta Federación.

En consecuencia, la huelga sigue por tiempo indeterminado. A las iras populares no es posible ponerles plazo; hacerlo es traicionar al pueblo que lucha. Se hace un llama-miento a la acción.

¡Reivindicaos, proletarios! ¡Viva la huelga general revolucionaria!

El Consejo Federal

Fuente: Diego Abad de Santillán, La FORA. Ideología y trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la Argentina, Buenos Aires, Libros de Anarres, 2005.

Manifiesto de la FORA sobrela Semana Trágica

En diciembre de 1918 comienza una huelga en los talleres metalúrgicos Pedro Vasena e Hijos. La huelga pronto se convierte en un conflicto sindical generaliza-do que termina con 700 muertos y cerca de 4.000 heridos, y pasa a la historia con el nombre de Semana Trágica.

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1890 - 1956

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El pueblo está para la revolución. Lo ha

demostrado ayer al hacer causa co-

mún con los huelguistas de los talleres

Vasena. El trabajo se paralizó en la ciudad y

barrios suburbanos. Ni un solo proletario trai-

cionó la causa de sus hermanos de dolor.

Entre los diversos incidentes desarrollados

en la tarde de ayer, citamos los que siguen:

El auto del jefe de policía fue incendiado

en San Juan y 24 de Noviembre. Los talleres

Vasena fueron incendiados por la muche-

dumbre. En la manifestación a la Chacarita,

fue desarmado un oficial de policía. En San

Juan y Matheu fue asaltada y desvalijada una

armería. En Prudan y Cochabamba se levan-

tó una barricada con carros y tranvías dados

vuelta, ayudando a los obreros 15 marinos. En

Boedo y Carlos Calvo fue asaltada otra arme-

ría. Las estaciones del Anglo, Caridad, Cen-

tral y Jorge Newbery paralizaron por com-

pleto. En Córdoba y Salguero los huelguistas

dieron vuelta a un tranvía, a otro en Boedo e

Independencia y en Rioja y Belgrano a otro.

Hay otra infinidad de tranvías abandonados

en medio de las calles, y las calles en los

barrios de Rioja y San Juan se atestaron de

gente del pueblo. 200.000 obreros y obreras

acompañaron el cortejo fúnebre con demos-

traciones hostiles al gobierno y a la policía.

Los manifestantes obligaron a las ambulan-

cias de la asistencia pública a llevar bande-

rita roja, impidiendo que se llevara en una

de ellas a un oficial de policía herido. En la

calle Corrientes, entre Yatay y Lambaré, a las

4 de la tarde, quemaron completamente dos

coches de la compañía Lacroze. Se arrojaron

los cables al suelo. Aquí también un soldado

colaboró con el pueblo, después de tirar la

chaquetilla. En la esquina de Corrientes y Río

de Janeiro se cambiaron varios tiros entre los

bomberos y el pueblo, logrando ponerlos en

fuga, refugiándose en las estaciones Lacroze,

Corrientes y Medrano. Por la calle Rivadavia

el pueblo marcha armado con revólveres, es-

copetas y máuseres. En Cochabamba y Rioja

fue volcada una chata cargada de mercadería

y repartida esta entre el pueblo. En las calles

San Juan y 24 de Noviembre, un grupo de

obreros atajó e incendió el automóvil del co-

misario de la sección 20ª. Todas las puertas

del comercio están cerradas. Los ánimos se

encuentran excitadísimos. En Rioja y Cocha-

bamba un oficial de policía, en un tumulto,

recibió una puñalada bastante grave. Estalló

un petardo en el subterráneo en la estación

Once, quedando el tráfico interrumpido com-

pletamente. Un automóvil de bomberos fue

incendiado en la calle San Juan. Los bombe-

ros entregaron las armas a los obreros sin

ninguna resistencia. La policía tira con balas

dum-dum, Buenos Aires se ha convertido en

un campo de batalla. Sigue el cortejo fúnebre

rumbo a la Chacarita. Los incidentes se repi-

ten con harta frecuencia.

Fuente: Diego Abad de Santillán, La FORA. Ideología y trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la Argentina, Buenos Aires, Libros de Anarres, 2005.

EL PUEBLO ESTÁ PARA LA REVOLUCIÓN

Crónica del periódico La Protesta sobre la huelga y posterior represión a trabajadores durante la Semana Trágica, 9 de enero de 1919.

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Comienzo del incendio en los talleres metalúrgicos de Pedro Vasena e Hijos.

El 9 de enero, miles de manifestantes marchan de la calle Corrientes al Cementerio de la Chacarita para enterrar a los obreros muertos por la represión.

AGN

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