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Ascensión Hernández Martínez Magdalena, Navarro, Mercadal

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Ascensión Hernández Martínez

Magdalena, Navarro, Mercadal

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Equipo

Dirección:

Guillermo Fatás y Manuel Silva

Coordinación:

Mª Sancho Menjón

Redacción:

Álvaro Capalvo, Mª Sancho Menjón, Ricardo Centellas

Publicación nº 80-24 de la

Caja de Ahorros de la Inmaculada de Aragón

Texto: Ascensión Hernández Martínez

Ilustraciones: Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón; Institución«Fernando el Católico»; Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza;Ascensión Hernández, A. Martínez Herranz y M. S. Menjón

I.S.B.N.: 84-88305-91-5Depósito Legal: Z.-1197-99

Diseño: VERSUS Estudio Gráfico

Impresión: Edelvives Talleres GráficosCertificados ISO 9002

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¿VIDAS PARALELAS? 5

RICARDO MAGDALENA, UN ARQUITECTO AL SERVICIO

DE LA CIUDAD 15

El Matadero Municipal 20

Las Facultades de Medicina y Ciencias 23

Profesor de Artes y Oficios 30

La Exposición Hispano-Francesa y el Museo de Bellas Artes 35

FÉLIX NAVARRO, EL VIAJERO INCANSABLE 45

El Teatro Pignatelli 48

El Nuevo Mercado 55

El Monumento al Justiciazgo 59

La vivienda obrera 64

FERNANDO GARCÍA MERCADAL, PROFETA

DE LA MODERNIDAD 71

Nuevos aires en la arquitectura europea 72

De regreso a España 78

El Rincón de Goya 79

Después del Rincón de Goya… 87

BIBLIOGRAFÍA 93

Í N D I C E

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A mis amigos

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La biografía surge a veces a partir de la fascinaciónque producen la vida y el carácter de ciertos hom-bres y mujeres, o de su trascendencia histórica. En el

caso de este libro, con título tomado de Plutarco, el másconocido biógrafo de la Antigüedad clásica, el paralelismoentre las vidas de estos tres profesionales nos mostrarácómo avanzó la arquitectura aragonesa hacia la moderni-dad en el crucial medio siglo que va desde 1876 hasta1928.

El objetivo es trazar las circunstancias vitales de estostres arquitectos, descubrir la relación existente entre susvidas y sus obras, averiguar quiénes fueron sus clientes ymecenas, y cuáles sus ideas; aunque, eso sí, somos cons-cientes de que siempre queda algo del biografiado quepermanece oculto para nosotros, pues los documentos deque disponemos son limitados (¡tantos otros puedenhaberse perdido!) y, además, el paso del tiempo actúacomo un filtro que modifica, sin que nos demos cuenta, las ideas que podemos conformarnos sobre nuestros ante-pasados.

Hemos señalado la modernidad como nota característicaen los tres arquitectos, si bien ésta se manifiesta de muy

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¿VIDAS PARALELAS?

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distinto modo en cada uno de ellos. También existen otrasdiferencias importantes, la principal de ellas la época:Magdalena (1849–1910) y Navarro (1849–1911) fueron con-temporáneos, mientras que García Mercadal (1896–1984)vivió dos generaciones después.

Los tres estudiaron la carrera en Madrid y ejercieron enZaragoza. Tienen también en común el hecho de ser losúnicos profesionales de su tiempo que lograron cierta pro-yección fuera de Aragón. Los tres obtuvieron premios, susobras se comentaron en la prensa del momento, formaronparte de diversos tribunales de concursos y participaron encongresos nacionales e internacionales, mostrando asícómo la arquitectura aragonesa no permanecía al margende lo que sucedía fuera.

Buena prueba de ello fueron los contactos que mantu-vieron con famosos profesionales del momento. RicardoMagdalena, por ejemplo, estudió con Domènech i Mon-taner, prestigioso arquitecto y uno de los principalesimpulsores de la llamada “renaixença” catalana (autor,entre otros edificios, del Palau de la música de Barcelona);o Fernando García Mercadal, que fue quien trajo a Españaa los arquitectos racionalistas Walter Gropius y Theo vanDoesburg.

Resulta curioso que, pese a su diferencia de edad, FélixNavarro y Fernando García Mercadal tengan profesional-mente más cosas en común que las existentes entre Nava-

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rro y Magdalena, profundamente diferentes entre sí pese asus paralelismos vitales (incluso el familiar, ya que ambostuvieron muchos hijos e inauguraron dos brillantes dinas-tías de arquitectos). En realidad, puede decirse de Navarroy Magdalena que fueron algo así como el Mozart y elSalieri de la arquitectura decimonónica aragonesa, si seadmite la comparación.

Ricardo Magdalena contó desde muy pronto con unreconocimiento público inusitado. Su carácter afable, suprofesionalidad, su desmedido amor al trabajo y a la ciu-dad de Zaragoza —a la que sirvió como funcionario muni-cipal durante más de tres décadas—, así como su interésen el desarrollo de las artes industriales en Aragón, tuvie-ron como correspondencia el gran respeto que se le profe-só ya en vida; lo que probablemente embarazaría al arqui-tecto, de natural muy circunspecto y reservado.

Félix Navarro, en cambio, un arquitecto tan capacitadocomo Magdalena, con el mismo interés por su trabajo ycon otras notables aptitudes (entre ellas una concepciónvisionaria de la arquitectura que no tuvo parangón en sumomento), tuvo que luchar duramente para ganarse unreconocimiento público que le llegó mucho más tarde. Dehecho, Navarro, de carácter elocuente, sintió la necesidadde explicar constantemente sus obras, que según pareceno eran bien entendidas por la sociedad de su época, y deahí la notable producción teórica que nos ha dejado; mien-

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tras que Magdalena, en cambio, no manifestó ningún inte-rés por escribir, por lo que son sus edificios y sus abundan-tes informes municipales los testimonios más explícitos desus ideas. Por otro lado, la inclinación política notoriamen-te progresista de Navarro, quien se declaró republicano enplena Restauración monárquica, no le facilitó la fama, pesea contar con el apoyo de importantes prohombres localescomo Basilio Paraíso, también republicano, o los industria-les Eduardo Portabella y Nicolás Escoriaza, quienes leencargaron diferentes obras. Esta mentalidad, unida a susinvectivas contra lo que consideraba el materialismo vigen-te, crearían a Navarro importantes obstáculos que impidie-ron la realización de algunos de sus proyectos. Algo deesto sucedió con el monumento que diseñó para elCentenario de los Sitios de Zaragoza, finalmente encargadoal escultor Agustín Querol, quien por otro lado era amigodel políticamente más conservador Magdalena.

Si se piensa en la Zaragoza de fin de siglo, demasiadopequeña como para que se ignorasen los dos arquitectosmás importantes del momento, resulta curioso constatarcómo las fuentes documentales guardan el silencio másabsoluto sobre las relaciones personales entre ellos, quedebieron de ser casi inexistentes a pesar de que se sabeque trabajaron juntos, al menos, en dos ocasiones: en1882, en la realización de un informe sobre el estado de labasílica del Pilar, y en 1908, en las obras de la ExposiciónHispano–Francesa. No parece, por tanto, que tuvieran

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mucho que compartir, aunque coincidieran en su juventuden la Escuela de Arquitectura de Madrid y pese a queMagdalena, como arquitecto municipal, fuera el encargadode conceder las licencias a los edificios proyectados porNavarro.

Por el contrario, Félix Navarro y Fernando García Mer-cadal poseyeron un carácter similar, inquieto y curioso,siempre pendiente de las novedades, lo que se tradujo enla asimilación por parte de Navarro de la tecnología más

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Zaragoza, vista del paseo de Santa Engracia hacia 1875 (Foto: Charles Clifford)

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avanzada del momento, relacionada con el hierro y, por lade García Mercadal, la asunción y difusión de las teoríasdel racionalismo que renovarían la arquitectura contempo-ránea. Los dos arquitectos mostraron un gran afán viajeroque les llevó por toda Europa y EE.UU., lo que facilitó surelación con lo más granado de la arquitectura internacio-nal; en especial Mercadal, que tuvo un trato fluido con LeCorbusier, el más famoso arquitecto del siglo XX hastaaquel momento. Asimismo, tanto Navarro como Mercadalse sintieron atraídos por temas similares, entre ellos el pro-blema de la vivienda obrera, una de las cuestiones claves

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Zaragoza, calle del Mercado hacia 1875 (Foto: Charles Clifford)

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en la urbanística de la época. Y, además, ambos sintieronun irrefrenable impulso literario que les llevó a escribirincontables artículos en los que comentaron las impresio-nes de sus viajes, dieron cuenta de las novedades arquitec-tónicas del momento o expusieron la defensa de sus pro-yectos.

Todo esto no se entiende, sin embargo, sin hacer unasbreves reflexiones respecto del espacio para el que coinci-dentemente trabajaron. La arquitectura se crea para lugaresdeterminados, recibe una herencia del pasado, dialoga conotras épocas y, sobre todo, construye las ciudades. El lugarde trabajo de estos tres arquitectos, y el único punto encomún a todos ellos, fue la ciudad de Zaragoza.

La capital aragonesa mantenía a comienzos del siglo XXuna rígida y anticuada estructura urbanística, poco adecua-da para una ciudad moderna, en proceso de industrializa-ción y que experimentaba en esa época un gran impulsodemográfico: su población pasó de 59.651 habitantes en1850 a 89.341 en 1882 y a 121.773 en 1915.

El resultado fue la aparición de graves situaciones de hacinamiento de la población, de falta de higiene y deproblemas de tránsito (el antiguo trazado de las calles,estrechas e irregulares, impedía con frecuencia el tráficorodado); era necesario, asimismo, construir nuevas vivien-das, ya que muchas de las existentes se hallaban en condi-ciones insalubres.

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Magdalena y Navarro, situados en diferentes perspecti-vas profesionales, bien desde el Ayuntamiento como arqui-tecto municipal el primero, o desde el ejercicio libre de laprofesión el segundo, intentaron resolver estos problemas:diseñaron viviendas, proyectaron alineaciones de nuevasvías y barrios, dotaron a la ciudad de modernos abasteci-mientos y de mejorados equipamientos educativos, indus-triales o de ocio, algunos de los cuales han quedado para

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Zaragoza a mitad del siglo XIX, según plano de F. Coello

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la posteridad como significativos ejemplos de la arquitectu-ra aragonesa del momento: destacan especialmente la Facultad de Medicina y Ciencias (1893) de Ricardo Magda-lena y el Mercado Central (1903) de Félix Navarro. Edificiosque deben entenderse dentro del contexto de la eclécticaarquitectura de fin de siglo, en la que convivían tendenciasa veces tan dispares como el historicismo, al que respondeel edificio de Magdalena, o la arquitectura del hierro en laque se encuadra el Mercado de Navarro.

Sin embargo, no todo fueron éxitos: a veces los proyec-tos de los arquitectos no son entendidos o aceptados en sumomento, pese a su evidente calidad (o quizás precisa-mente por ella). En efecto, con frecuencia implican plan-teamientos excesivamente avanzados para las mentalida-des y el gusto de su época. Es el caso del Rincón de Goya(1928), de García Mercadal; no se olvide que Zaragoza erauna capital de provincias, en la que las innovaciones serecibían tarde y no eran demasiado bien aceptadas por unaclientela mayoritariamente conservadora y tradicional.

El monumento conmemorativo a Goya que proponíaMercadal, entendido como un espacio cultural de exposi-ción de obras de arte y no como la habitual composiciónde esculturas sobre un pedestal en medio de una plaza ojardín, resultaba demasiado novedoso para los zaragozanosdel momento, acostumbrados a obras como el Monumentoa los Mártires (1904) o el de los Sitios (1908). Y, sin embar-

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go, esta obra de Mercadal ha hecho que el nombre deZaragoza aparezca registrado en los libros de historia de laarquitectura como el lugar donde se proyectó la primeraobra racionalista española. Curiosa paradoja.

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Zaragoza, 29 de marzo de 1910. Un solemne cortejofúnebre se dirige desde la iglesia de Santa Cruz hacia el Cementerio Municipal de Torrero a través de

las calles de Espoz y Mina, Don Jaime, el Coso y paseos de Independencia y Sagasta. La prensa cifra en seis mil loszaragozanos que salen a las calles a despedir al difunto. El féretro de Ricardo Magdalena Tabuenca, arquitectomunicipal, es portado a hombros por seis bomberos acom-pañados de la sección montada de la Guardia Municipal,seguidos por el Consistorio en pleno y por el resto deautoridades civiles y religiosas.

Nunca antes se habían celebrado semejantes honras porun civil de a pie en la ciudad. ¿Qué méritos reunía, enton-ces, ese hombre para suscitar tal conmoción ciudadana?

La prensa del momento elogiaba a Ricardo Magdalenapor haber sido un profesional al servicio de la ciudad y, de modo encomiástico, por promover un segundo rena-cimiento de las artes de la construcción después del sigloXVI; méritos que logró a lo largo de muchos años de inten-

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RICARDO MAGDALENA, UN ARQUITECTO AL SERVICIO

DE LA CIUDAD

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so trabajo, tal y como se deduce de la abundante docu-mentación conservada.

Ricardo Magdalena nació en Zaragoza el 3 de febrero de 1849, en el seno de una familia cuyo padre había traba-jado en la Audiencia Territorial. Quedó huérfano muypequeño y fue el Ayuntamiento de Zaragoza quien costeósus estudios, desde la escuela primaria hasta la Escuela de Arquitectura de Madrid. Resulta evidente la impresiónque ese hecho produciría en el carácter del arquitecto, quesiempre reconoció con agradecimiento el amparo recibidopor parte del consistorio zaragozano para poder recibir suformación.

El Ayuntamiento de Zaragoza, pese a sus habituales difi-cultades económicas, concedió sendas ayudas para estu-diar arquitectura a Ricardo Magdalena y a Elías Ballespín.Ambos sufrieron, a menudo, unas duras condiciones desubsistencia, pues los pagos, amén de exiguos, eran irregu-lares, lo que se traducía en una penosa situación para losdos becarios. Como se deduce de estos hechos, la infanciay juventud de Magdalena no fueron ni fáciles ni desahoga-das económicamente.

Al poco tiempo de haber obtenido su título (en diciem-bre de 1873), con 24 años, Ricardo Magdalena empezó a trabajar en estudios de arquitectura de Madrid y Valencia.Pero su futuro laboral se decidió poco tiempo después y aello contribuyeron dos circunstancias fundamentales: por

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Ricardo Magdalena en 1908

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un lado, el hecho de no haber obtenido una beca paracompletar su formación en Roma y, por otro, la necesidadque se planteó al Ayuntamiento de Zaragoza de suplir alarquitecto municipal Segundo Díaz, gravemente enfermo.Para cubrir esta plaza, el consistorio organizó un concursorestringido a los dos becarios que había formado.

El tema propuesto fue el diseño de una “Iglesia con lacasa para el capellán y unas escuelas en Garrapinillos”,resultando elegido el proyecto de Magdalena, lo que le pro-porcionó una gratificación económica de 5.000 reales conla que pudo pagar la cuota para librarse del servicio militar.Nuevo favor que Magdalena devolvería duplicado en tra-bajo e ilusión al servicio de la ciudad, como expresó en lacarta de agradecimiento que envió al Ayuntamiento: «jamásolvidaré que cuanto soy y cuanto puedo ser lo debo a sumunificencia». Con 27 años, Ricardo Magdalena era yaarquitecto municipal interino de Zaragoza.

Así, pues, la iglesia de Garrapinillos cumplió el papelotorgado por el destino para vincularle durante toda suvida profesional a la institución que había costeado susestudios y que le convirtió en funcionario; ello implicabaunas limitaciones, ya que como arquitecto municipal debía dedicar su tiempo a multitud de menesteres, desdela planificación urbanística hasta la dirección de los Bom-beros, pero al mismo tiempo situaba a Magdalena en unaposición de influencia en el urbanismo y la arquitectura de

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Zaragoza mayor que la de ningún otro profesional, puestoque de sus manos salían los informes preceptivos paracualquier licencia de obras en la ciudad.

No podemos saber ahora cómo hubiera sido la vida delarquitecto de haber viajado a Roma. Es probable que a lavuelta de su estancia de uno o dos años no hubiera regre-sado a Zaragoza y hubiera preferido Madrid y su corte,donde abundaban los encargos de más entidad y mayorreconocimiento público. Dadas sus cualidades profesiona-les no cabe duda de que habría despuntado pronto, a lapar que algunos de sus compañeros de estudios, comoRicardo Velázquez Bosco. Liberado de la sujeción queimplicaba el puesto de arquitecto municipal, hubiera podi-do desarrollar sus ideas en proyectos más ambiciosos, pro-yectos que la menguada economía municipal nunca pudoponer en marcha.

El aspecto positivo de esta cuestión es que la ciudadganó un profesional entregado a su trabajo, honesto, quesupo interpretar lo mejor de su historia y de su arquitecturay actualizarlo al gusto de los nuevos tiempos. Aunque notuvo la libertad suficiente como para viajar por España y elextranjero, conocía muy bien la arquitectura del momentoa través de las publicaciones especializadas, sobre todofrancesas. Magdalena se centró en el estudio de la arquitec-tura aragonesa más representativa, empeñándose en recu-perar un material (el ladrillo) y una monumentalidad que

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no se veían con tanta rotundidad desde el siglo XVIII;aspectos ambos que se manifestaron claramente en laconstrucción de la ya citada Facultad de Medicina yCiencias (1893), su obra más importante.

EL MATADERO MUNICIPAL

Antes de poner en práctica estas ideas, tuvo que afrontaren su primer proyecto municipal el reto de diseñar un esta-blecimiento industrial de primer orden: el nuevo MataderoMunicipal (1885). Esta tipología arquitectónica no gozaba

Patio del Matadero Municipal de Zaragoza (1885), con la fuente del Buen Pastor de Lasuén, hoy en el paseo de la Constitución

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de prestigio entre los arquitectos del momento, ya que seconsideraba un trabajo propio de ingenieros y destinado auna función de poco lucimiento artístico, aunque absoluta-mente necesaria para una ciudad que aumentaba vertigino-samente su población.

En 1875, cuando se inicia la construcción del nuevoMatadero, Zaragoza se abastecía de carne en dos matade-ros, uno en el Arrabal y otro en la calle Escobar, junto a la plaza del Mercado. El estado de las instalaciones debíade ser insostenible, a juzgar por las reiteradas denuncias delos inspectores sobre su deficiente higiene, lo que hacíaurgente la construcción de un edificio con las condicionessanitarias adecuadas.

Tras la celebración de un concurso que apenas tuvoacogida, ya que se presentaron sólo dos proyectos, elAyuntamiento zaragozano aprobó en enero de 1877 el deljoven arquitecto municipal interino, que a la sazón tenía 28años. El diseño debió de gustar tanto a los concejales queese mismo mes, sin el habitual concurso–oposición paraacceder a la plaza, se confirmó a Ricardo Magdalena en elpuesto de arquitecto municipal titular.

Las obras comenzaron en noviembre de 1878 en elbarrio de Montemolín (actual calle de Miguel Servet) y con-cluyeron en julio de 1885. El presupuesto destinado seacercaba al millón de pesetas, una cantidad muy elevadapara la época y que obligó al endeudamiento del consisto-

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rio, lo que motivó el retraso o el abandono de otros pro-yectos municipales.

El nuevo Matadero confirmó a los ojos de los zaragoza-nos que habían acertado al elegir al joven Magdalenacomo arquitecto del Ayuntamiento. El edificio, inauguradoinicialmente como recinto de la Exposición Aragonesa de1885, era un ambicioso conjunto de construcciones en elque destacaban las tres naves para el sacrificio de las reses,de fábrica mixta de ladrillo, mampostería y piedra, sobre-salientes por su amplitud, funcionalidad y sencillez. Mag-dalena no olvidó, sin embargo, los toques propios delvocabulario artístico y de una concepción de la arquitectu-ra cuidadosa en los detalles, lo que se advierte en el diseñode capiteles figurados con cabezas de carneros o en lasfinas columnas de hierro fundido que revelan el temprano

conocimiento deeste nuevo ma-terial arquitectó-nico. En su usoiba, no obstante,a la zaga de FélixNavarro, pues és-te había sido mu-cho más audazcon el hierro enla construccióndel Teatro Pigna-Capitel del Matadero Municipal

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telli (1878), obra que Magdalena había seguido en todassus fases, ya que como arquitecto municipal había otorga-do su licencia de obras.

El Matadero se convirtió desde su origen en el proyectomás ambicioso de la renovación urbana emprendida por elAyuntamiento y, como tal, ya durante las obras y más aúndespués de la inauguración, fue lugar de visita obligadapara los más ilustres viajeros que recalaron por aquelentonces en Zaragoza. Como tipología constructiva dereciente creación (pues la edificación de mataderos públi-cos surgió a partir de un Real Decreto de 1859), no eranmuchos los ejemplos de estos edificios existentes en España, y de ahí que el zaragozano llamara poderosamen-te la atención; tanto, que otros ayuntamientos españoles yextranjeros pidieron los planos o incluso enviaron delega-ciones para visitar el edificio.

LAS FACULTADES DE MEDICINA Y CIENCIAS

El éxito del Matadero fue quizá el motivo de que elMinisterio de Fomento encargara a Magdalena el proyectode una nueva sede para las facultades de Medicina yCiencias de la Universidad de Zaragoza. Las instalacionesde la antigua Universidad Literaria se hallaban en una pre-cariedad de condiciones lamentable. El edificio, afectado acomienzos de siglo por los bombardeos de los Sitios y

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reparado parcialmente, sólo era capaz de alojar las ense-ñanzas de Filosofía y Letras, Derecho y Ciencias; la carrerade Medicina se impartía en deplorables condiciones en elHospital Provincial.

La idea del nuevo edificio partió del decano de laFacultad de Medicina, Joaquín Gimeno–Fernández Vizarra,quien planteó a las autoridades estatales la necesidad deuna nueva construcción que cumpliese las exigenciasde amplitud, higiene y comodidad que requerían las dos

Las Facultades de Medicina y Ciencias desde la actual plaza de Aragón(de La Ilustración Española, 8 de noviembre de 1893)

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disciplinas universitarias. Como en muchos casos, la claveestuvo en manos de una persona: Julián Calleja, DirectorGeneral de Instrucción Pública, catedrático de Anatomía enMadrid y, lo más trascendental para esta historia, senadorpor la Universidad de Zaragoza desde 1881. La voluntad deestos dos hombres y el entusiasmo colectivo que suscitó elproyecto en la comunidad hicieron el resto.

Entre las anécdotas propias de toda gran empresa, cabeseñalar que fue el propio Julián Calleja quien solicitó enmarzo de 1886 al rector de la Universidad de Zaragoza unaterna de profesionales de la ciudad para elegir de entreellos al encargado de redactar el proyecto y construir el edificio. El propio ministro de Fomento, Eugenio Mon-tero de los Ríos, fue quien eligió a Ricardo Magdalena,quedando relegados Fernando de Yarza, miembro de unasaga familiar de arquitectos que se remontaba al siglo XVII,y Félix Navarro.

Se redactó el proyecto y se decidió el emplazamiento enel entonces llamado campo de Lezcano (la actual Plaza deParaíso), un solar sin urbanizar frente a la Puerta de SantaEngracia y junto al río Huerva, todavía sin cubrir. Las obrascomenzaron en marzo de 1887 y concluyeron en julio de1892, inaugurándose el edificio el 18 de octubre de 1893.El coste total ascendió a más de tres millones de pesetas.

El fin de semana de la inauguración fue un completoéxito de público, con la asistencia de más de diez mil

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Ornamentación del Paraninfo de las Facultades de Medicina y Ciencias, detalle

personas. Los periódicos celebraron con números extraor-dinarios la inauguración de las nuevas instalaciones uni-versitarias, que se situaban entre las más avanzadas delmomento en España; y la prestigiosa Revista de Arqui-tectura dedicó uno de sus números monográficos al edi-ficio. Pero, ¿qué tenía este edificio para suscitar semejanteexpectación?

En primer lugar, y a pesar de que pueda parecer unacuestión superficial, debe tenerse en cuenta su tamaño,imponente y sin comparación con ningún otro edificiopúblico en la Zaragoza del momento.

Su espíritu o fuente de inspiración, por sus dimensionesy empaque, fueron los palacios de los siglos XVI y XVII

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que a finales del siglo pasado todavía constituían la mayorparte del caserío de la ciudad y del que aún hoy pervivenalgunos brillantes ejemplos, como el Palacio de Sástago ola Audiencia.

Luego estaban los materiales y formas empleados: elladrillo, la cerámica y los aleros de madera, que eran simi-lares a los que se podían ver en los monumentos del pasa-do, en la arquitectura mudéjar, de la que todavía conserva-ba Zaragoza notables torres en 1893 (pese a que esemismo año la piqueta municipal, dirigida por Magdalena,derribaba la Torre Nueva, un episodio lamentable en labiografía del arquitecto).

Los tres edificios que integraban el conjunto de las nue-vas facultades eran el Paraninfo —donde se impartían lasclases—, el Hospital Clínico y el pabellón de disección(construcción de menor interés demolida recientementepara construir la Biblioteca de la Facultad de Empresa-riales).

Todos ellos eran ejemplares por su amplitud y por elcuidado diseño de los espacios y los aspectos formales,aunque la principal virtud del conjunto fue hacer realidadun deseo que albergaba desde hacía tiempo la sociedadaragonesa: ver materializadas sus señas de identidad histó-rica en un edificio bello y monumental; y las facultades deMedicina y Ciencias respondieron perfectamente a esosanhelos. Inmediatamente, de forma natural, el nuevo edifi-

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cio quedó asociado a la secular tradición histórica de losalarifes mudéjares o a la de los maestros de obra renacen-tistas, logrando así Ricardo Magdalena conectar el espíritude su época con las etapas más gloriosas del arte aragonés,algo que los medios culturales de su tiempo siempre leagradecieron.

Diversos factores influyeron en el hecho de queMagdalena se inspirase preferentemente en la arquitecturalocal: el ambiente historicista de la época, en busca de unestilo nacional que expresara lo más característico de cadaterritorio, la propia biografía del arquitecto, vinculado a Zaragoza desde la finalización de sus estudios en Madrid,e incluso su formación en la Escuela de Arquitectura deesa capital, donde los estudiantes aprendían a partir de lacopia de los monumentos del pasado.

Para Magdalena, el modo de hacer avanzar la arquitectu-ra no pasaba por la utilización de nuevos materiales, comoen el caso de Félix Navarro, sino por la reflexión sobre losmodelos del pasado. No cabía mayor diferencia de actitu-des entre ambos arquitectos, que conceptualmente pare-cían darse la espalda. Dentro de esa búsqueda, Magdalenarecuperó para la arquitectura aragonesa su material emble-mático: el ladrillo, utilizado desde la Edad Media en el artearagonés y que muchos años después sería el elementobásico sobre el que se desarrollaría parte de la arquitecturacontemporánea.

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LAS ARTES APLICADAS EN MAGDALENA Y NAVARRO

La arquitectura fin de siglo no seconcibe sin el complemento de lasartes industriales, entre ellas el vidrio.En Zaragoza existieron importantesempresas como La Veneciana de Basi-lio Paraíso o la de León Quintana,famoso vidriero y habitual colaboradorde Magdalena.

Navarro, Magdalena y otros arqui-tectos de la época decoraban sus edifi-cios con motivos realizados en materia-les diversos: yeso, piedra, hierro,cerámica o esmaltes. La finalidad deestos detalles era explicar el uso y lasimbología de cada construcción, hacerde ella una arquitectura parlante evi-dente en su función a los ojos delespectador.

El caduceo de Mercurio, divinidadclásica protectora de los comerciantes,recortado en chapa de hierro, decora elMercado y vela por su prosperidad.Esta pieza férrica es una más de lasmuchas que decoraron los edificiosaragoneses de este periodo. Fundi-ciones de la región como Averly,Pellicer y Juan o Pascual González,destacaron por la calidad de sus pro-ducciones.

Alegoría de la

ciencia, detalle

de la vidriera del Paraninfo

Detalle de la

puerta del Matadero

El caduceo de Mercurio,detalle de los

forjados del NuevoMercado

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Las dos obras citadas, el Matadero y las facultades deMedicina y Ciencias, fueron las principales de este prolíficoarquitecto municipal, que intervino en más de quinientosproyectos durante sus treinta y siete años de vida profesio-nal. Muchos de ellos se debieron a su condición de funcio-nario municipal, desde el diseño de una pequeña pieza dearte industrial a la construcción de un edificio monumen-tal; pero también trabajó al servicio del Ministerio deFomento como arquitecto para las regiones de Aragón yCataluña, tarea que conllevaba la vigilancia del estado de conservación de los monumentos históricos y la redac-ción de proyectos de restauración. Su faceta de arquitectorestaurador, cuyo interés podemos aquí únicamente apun-tar, le proporcionó un conocimiento directo de la arquitec-tura del pasado, lo que sin duda reforzó su mentalidad historicista.

PROFESOR DE ARTES Y OFICIOS

Pero no terminaban ahí las tareas del arquitecto, pues-to que desde octubre de 1895, y hasta su muerte, impartiódiariamente, en horario vespertino, la asignatura de DibujoGeométrico en la Escuela de Artes y Oficios, una de lasmás concurridas ya que en algunos cursos pasaban de dos-cientos los estudiantes matriculados. Gran parte de elloseran aprendices y obreros que querían mejorar su forma-ción; y es que Ricardo Magdalena, como Félix Navarro,

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tenía muy clara la necesidad de proporcionar una mejorinstrucción a los obreros, en especial a los relacionadoscon las artes industriales y la construcción. Su personalempeño en este sentido no sólo se reflejó en la Escuela deArtes, ya que en su misma casa mantuvo una tertulia a laque asistían algunos de sus colaboradores, entre los cualesse contaban los artesanos de mayor prestigio en Zaragoza.

Magdalena tenía un concepto integral de la arquitectura,lo que le llevó a formar personalmente a los operarios quetrabajaban en sus obras. Más aún, el arquitecto, muy reti-

Magdalena en su clase de la Escuela de Artes y Oficios hacia 1898

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cente a la hora de escribir o publicar artículos, sólo dejóescritos de su mano dos textos de circunstancias, uno delos cuales estaba dedicado precisamente a solicitar la difu-sión de las enseñanzas científico–técnicas entre los obre-ros; el artículo se publicó en El diario del Pueblo del 18 deoctubre de 1893, número extraordinario dedicado a lainauguración de las facultades de Medicina y Ciencias.

En la Escuela de Artes, Magdalena estuvo rodeado decolaboradores y amigos. Entre ellos, el hojalatero y vidrieroLeón Quintana; su ayudante en la Oficina de ObrasFrancisco de Paula Albiñana; el cerrajero Ramón MartínRizo; Pascual González, su discípulo más aventajado; elarquitecto Luis de la Figuera, a quien podemos considerarel discípulo más cercano a Magdalena y uno de sus másfieles admiradores; el topógrafo Dionisio Casañal, autor delos célebres planos de la ciudad, y su amigo íntimo, elescultor Dionisio Lasuén. Parece que sus ambiciones eneste campo se colmaron cuando en mayo de 1900 fuenombrado director del centro, lo que suponía hacerse car-go no sólo de la labor docente, sino también de su gestióneconómica y administrativa, de la contratación de nuevosprofesores y de la organización de actividades, entre ellaslas conferencias dominicales para obreros que el mismoMagdalena impartiría en varias ocasiones.

Teniendo en cuenta todas estas actividades, resulta bas-tante fácil hacerse una idea aproximada de las agotadoras

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jornadas del arquitecto, repartidas entre la Oficina deObras del Ayuntamiento, la Oficina de ConstruccionesTécnicas del Ministerio de Fomento, las tareas de laEscuela y los muchos otros trabajos desarrollados volunta-riamente, desde decorar un abanico para una subastabenéfica hasta diseñar los faroles del Rosario de Cristal,reformar establecimientos comerciales (Pastelería Fantoba,1888), construir teatros (Teatro Circo, 1887), cines (Cine-

Acuarela de Magdalena, procedente del archivo familiar

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matógrafo Palacio de la Ilusión, 1905), centros comerciales(Almacenes del Pilar, 1901) e, incluso, diseñar muebles,diplomas o papeles pintados.

A todo esto hay que añadir la presencia del arquitectoen la organización de actos donde se fomentaba la forma-ción y el desarrollo de la clase obrera, entre ellas la expo-sición de pequeñas industrias organizada en 1901 y 1902por el Ayuntamiento de Zaragoza, el Concurso Obrero de1903 cuyos premios entregó personalmente Alfonso XIII, el

Pastelería La flor de almíbar. Fantoba (1888), detalle de la decoración interior

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Concurso de Aprendices que organizó Heraldo de Aragónen 1905 o el de la Fundación Villahermosa–Guaqui de1909, acontecimientos todos ellos en los que siempre apa-rece mencionado el nombre del arquitecto.

Sin embargo, pese a su gran capacidad de trabajo y suversatilidad para hacer frente a encargos muy diversos, talcantidad de tareas no habría podido ser llevada a cabo sin la eficaz colaboración de un equipo que secundaba alarquitecto en la realización de los proyectos, bien desde el Ayuntamiento, bien desde su estudio privado situado enla calle del Coso.

LA EXPOSICIÓN HISPANO–FRANCESA Y EL MUSEO DE BELLAS ARTES

Puede decirse que la celebración del Centenario de losSitios con la Exposición Hispano–Francesa de 1908 fue laculminación y fin de la trayectoria profesional de Mag-dalena, aunque siguiese al frente de la Oficina Municipalhasta su muerte, ocurrida dos años más tarde. Fue BasilioParaíso, el dueño de la próspera empresa La Veneciana ypresidente de la Junta Conmemorativa del Centenario,quien le eligió como director de las obras de la gran expo-sición, aunque se invitó a los arquitectos más destacadosdel momento para que diseñaran otros edificios. Mag-dalena se encargó de coordinar el conjunto de las cons-

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trucciones y de los profesionales que participaron y decontrolar otras obras relacionadas con la Exposición, comola del Monumento a los Sitios y otras piezas conmemorati-vas; fue, además, el arquitecto que más edificios diseñópara el evento. Tras la inauguración, la prensa y la opiniónpública reconocieron la labor del arquitecto, calificando elrecinto ferial como “la bella ciudad de Magdalena”.

Las construcciones iban a ser de dos tipos: definitivas,destinadas a desempeñar unas funciones que ya estaban

Pabellón de la Alimentación en la Exposición Hispano–francesa de 1908 (de La Ilustración Española, 15 de junio de 1908)

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pensadas antes de su diseño (los edificios de la Caridad, elMuseo Provincial de Bellas Artes y la Escuela de Artes yOficios) y provisionales, pabellones realizados en materia-les ligeros (madera, yeso, adobe) que sólo permaneceríanen pie desde mayo a diciembre de 1908, cumpliendo fun-ciones diversas (café–restaurante, teatro, espacios de expo-sición de productos industriales, etc.).

¿Qué aspecto tendría esta ciudad de efímera vida?Situada en la Huerta de Santa Engracia, una zona aún sinurbanizar en torno a lo que hoy se conoce como plaza delos Sitios, la Exposición Hispano–Francesa era un variopin-to conjunto de construcciones donde convivían, como enuna feria, pequeños pabellones publicitarios de empresas(Ricardo Magdalena Gallifa, hijo del arquitecto, diseñó algu-nos de ellos), pabellones grandes como el del Gobiernofrancés y edificios monumentales como el Museo. Entre losrealizados por Magdalena, debe destacarse la utilización dedos estilos diferentes: por un lado, el modernista, más festi-vo y que era la moda del momento, estaba presente en lasconstrucciones provisionales, como por ejemplo el GranCasino de la Exposición; y, por otro, el historicismo oeclecticismo de corte regional, que fue el estilo de los edi-ficios permanentes, en especial del Museo de Bellas Artes.

A juicio de los historiadores, la utilización del modernis-mo como estilo más importante de la muestra tuvo unatrascendencia decisiva en la ciudad, ya que facilitó su

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aceptación entre los zaragozanos pudientes, quienes luegolo solicitaron para sus viviendas, comercios y estableci-mientos industriales. Pero no era la primera vez que eseestilo aparecía en la ciudad: la más temprana construcciónmodernista de Zaragoza se había realizado en 1902, en lacalle Alfonso I esquina al Coso, un edificio que todavíahoy se conserva y que fue obra del arquitecto Fernando deYarza.

El mismo Magdalena conocía sobradamente esa orna-mentada manera de construir. Cuando en 1908 diseña elGran Casino de la Exposición, seguramente el más señala-do ejemplo de arquitectura modernista pública de la ciu-dad, había ya realizado otras obras que anunciaban esteestilo, como el Cinematógrafo Palacio de la Ilusión (1905),el bellísimo quiosco de música del bulevar de San Sebastián (1908) y, sobre todo, la Casa de Julio Juncosa(Sagasta, 11), levantada en 1906 en colaboración con Joséde Yarza y en la que manifestaba el dominio de los recur-sos decorativos del modernismo que después serán profu-samente utilizados en los edificios de la Exposición.

Puede parecer marginal la inclinación de Magdalena almodernismo, máxime si pensamos que las obras más signi-ficativas de este estilo las realizó próximo a los sesentaaños y tras una larga trayectoria profesional en la que culti-vó un estilo más austero y sencillo, como el de los edificiosdel Matadero o de las facultades de Medicina y Ciencias.

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Sin embargo, su deseo de integrar lasartes industriales en la arquitectura ysu gusto por los detalles y los moti-vos vegetales propiciaron su acepta-ción de esta nueva corriente estilís-tica. Por ello, y pese a que algunoscríticos calificaban al modernismo de meramente gracioso, festivo o,incluso, incongruente, Magdalena lo adoptó como suyo sin ningún pre-juicio.

El gran edificio de la Exposiciónfue el Museo Provincial de BellasArtes (1908), síntesis de todo unmodo de entender la arquitectura. Esnecesario recordar que el edificioactual tiene poco que ver con elaspecto que mostraba el original, pues fue objeto de unasevera reforma en los años sesenta que lo alteró considera-blemente (cierre de ventanas y claustro), además de quehoy lo vemos oscurecido en parte por la suciedad.

El edificio se concibió como la versión decimonónicadel palacio tradicional aragonés, lo que se advierte por eluso del ladrillo, la incorporación de aleros de madera ycolumnas anilladas y la disposición del patio, que aquíadquiere una escala monumental en comparación con los

Diseño tipográfico deMagdalena (1894)

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de las casas zaragozanas de los siglos XVI y XVII. Presentatambién semejanzas en algunos aspectos con los edificiosde las facultades de Medicina y Ciencias, entre ellos el mis-mo esquema en la composición de la fachada (tres cuerposque avanzan sobre dos alas retrasadas), el contraste decolor entre el ladrillo y la piedra y el empleo de medallo-nes decorativos con efigies en relieve de artistas aragone-ses y españoles, junto con las tres figuras alegóricas de lasBellas Artes que presiden la portada. Si las facultades eranel templo del saber, el Museo sería un palacio para el arte.

Fachada del Museo Provincial de Bellas Artes en 1908 (del Álbum oficial de la Exposición)

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La magnificencia del edificio, en cuya construcción cola-boró el arquitecto Julio Bravo, fue reconocida en sumomento. Los artículos de la prensa local lo relacionaroncon lo más peculiar de la arquitectura del renacimiento,calificándolo de un ejemplo más de «nuestra clásica escuelaregional», una escuela que luego sería desarrollada a lo lar-go del siglo XX con mayor o menor fortuna en otras obras.Por ejemplo, en el Colegio Gascón y Marín (José de Yarza,1915), el edificio de Correos (Antonio Rubio Marín, 1925) oel Ayuntamiento de Zaragoza (1946–1965), obra de losarquitectos Alberto Acha Urioste, Ricardo MagdalenaGayán (nieto de Magdalena) y Mariano Nasarre Audera.

* * *

Desde finales de 1908 y a lo largo de todo 1909, aMagdalena le llovieron los reconocimientos. En octubre de1908 había conseguido el Gran Premio de la ExposiciónHispano–Francesa, concedido por el jurado del certamencomo premio a su gran labor; en junio del mismo año se leentregó la Medalla de Oro de los Sitios, concedida por elpresidente del Consejo de Ministros, Antonio Maura, y enmayo de 1909 el Ayuntamiento de Zaragoza le concedió lamedalla de oro de la ciudad.

Los últimos años del arquitecto fueron de admiración yreconocimiento, pero también de enfermedad, ya que enesa época padeció una pertinaz bronquitis que le obligó

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a visitar varios balnearios. En noviembre de 1908, la Sociedad Central de Arquitectos de Madrid, uno de losprincipales órganos de la profesión, le expresó su felicita-ción por la trascendencia de su obra. Y el 30 de septiembrede 1909 recibió una entrañable cena homenaje a la queasistieron todos sus amigos y las personalidades más nota-bles de la ciudad, entre ellos Basilio Paraíso, AntonioMompeón Motos, Ramón Mercier, José Valenzuela la Rosay Julio Juncosa; como regalo, recibió el arquitecto un busto

Vista de la Sala de Arqueología del Museo de Zaragoza en torno a 1930 (Foto: J. Mora)

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suyo realizado por el escultor José Bueno, pieza que en supie reproducía en relieve las facultades de Medicina yCiencias, la obra que le consagró.

Esta admiración colectiva se manifestó también en elnombramiento de Magdalena como Presidente de la Aso-ciación de Arquitectos de la Región Aragonesa, embrióndel futuro Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón. Así,no es de extrañar que la muerte en marzo de 1910 de DonRicardo —así le llamaban los periódicos de la época—,rodeado del afecto y la admiración públicas, con una largatrayectoria profesional a sus espaldas, supusiese una con-moción ciudadana que extraña en los tiempos que corren,en los que la fama y el éxito se miden, en algunas ocasio-nes, por circunstanciales —y, a veces, dudosos— méritos.

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Si hubiera que señalar una característica que definiesesobre las demás a Félix Navarro, sería la de su incan-sable espíritu viajero. Hombre inquieto, a lo largo de

su ajetreada vida no dejó de ir de un lado para otro: de Zaragoza a Madrid, de Madrid a EE.UU. y Alemania, deZaragoza a París… Ya antes de concluir la carrera manifes-tó esta irrefrenable inquietud visitando EE.UU., una expe-riencia que le permitió conocer de primera mano las nove-dades de la arquitectura y la construcción y que le marcóprofundamente, convirtiéndole en un decidido defensor dela nueva arquitectura del hierro.

Navarro nació en Tarazona el 10 de septiembre de 1849.Sus biógrafos no nos han transmitido noticia alguna sobresu familia, aunque es de suponer que su situación econó-mica era desahogada, ya que estudió Arquitectura enMadrid sin necesidad de ayudas o becas. Abonan estasuposición los numerosos viajes que llevó a cabo, nada fre-cuentes en aquella época y para los que hubo de disponer,necesariamente, de una considerable cantidad de dinero.

Realizó su viaje a EE.UU. en compañía de su amigoGerardo de La Puente, con quien ya había obtenido su pri-

FÉLIX NAVARRO, EL VIAJEROINCANSABLE

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mer reconocimiento público al conseguir la segunda meda-lla en la Exposición Nacional de Bellas Artes en Madrid.Ambos trabajaron en una empresa constructora de Bostonen 1871, el año del incendio de Chicago, ciudad que sereconstruyó con las nuevas estructuras de hierro y aceroque revolucionaron el mundo de la arquitectura. FélixNavarro conoció así de primera mano todas estas innova-ciones, que completó en viajes posteriores, sobre todo ensu visita a la Exposición Universal de París en 1889, apoteo-sis de la construcción en hierro con la Torre de GustavEiffel. Aquellas novedades llevaron a Navarro a buscarnuevos sistemas constructivos que abaratasen el coste de las viviendas y facilitaran el proceso de las obras: unasolución podía basarse, para él, en la producción industrialen serie de determinados elementos constructivos. El futu-ro estaba allí, delante de sus ojos, y Navarro lo veía clara-mente.

Antes aún de obtener el título académico, consiguió elDiploma de mérito en la Exposición de Viena, el segundode lo que sería una larga carrera de menciones y honores.

En 1874 obtuvo el título de arquitecto por la Escuela deArquitectura de Madrid, donde ocupó una plaza de profe-sor auxiliar en la Cátedra de Teoría del Arte. Esta labordocente le permitió madurar y difundir su peculiar idea dela función de la arquitectura, que años más tarde iría expo-niendo en sus escritos.

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Félix Navarro

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Durante este periodo no abandonó su costumbre de via-jar, ni tampoco la de optar a concursos, obteniendo, porejemplo, el segundo premio en el convocado para la cons-trucción de la Necrópolis de Madrid, en 1878. Ese mismoaño volvió a Zaragoza y lo hizo presentando el proyectode una obra singular que le abriría las puertas a otrosencargos y que hizo de él un profesional casi especializadoen la arquitectura teatral: el Teatro Pignatelli.

EL TEATRO PIGNATELLI

En 1878, el empresario Gaudencio Zoppetti encargó aNavarro la construcción de un teatro de verano en un solardel paseo Independencia, más o menos en la manzanadonde se levantan en la actualidad Correos y Telefónica. Elocio era una actividad rentable en la Zaragoza fin de siglo:los teatros vivían una época dorada en torno al paseo de laIndependencia, zona en la que se situaban los principalesespectáculos y cafés, señalando una zona de la ciudad que ampliaba los límites del casco histórico marcados por la calle del Coso. Era una evidencia de la tendenciaexpansiva de la ciudad hacia el Sur, que se acentuó en losaños siguientes con la progresiva urbanización de la zonay la construcción de obras monumentales como los edi-ficios de Capitanía y de las facultades de Medicina y Cien-cias (1893).

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El nuevo teatro, al que se llamó Teatro Pignatelli enhonor al constructor del Canal Imperial, fue todo un acon-tecimiento en la ciudad. Primero, por la rapidez en la cons-trucción: las obras se iniciaron en febrero de 1878 y seconcluyeron seis meses después, en agosto. Y, segundo,por la novedad del material escogido: el hierro, que nuncaantes se había utilizado en Zaragoza para realizar un edifi-cio entero y con el que se levantó una estructura de finospilares que permitía disponer una amplia sala de espec-táculos.

El Teatro Pignatelli en 1878, en el solar donde actualmente se levantan las sedes deCorreos y Telefónica (de La Ilustración Española, de 30 de noviembre de 1878)

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El Teatro Pignatelli constituyó un hito no sólo local, sinotambién nacional, pues este tipo de obras eran aún pocofrecuentes, y menos aplicadas a un edificio con funcióncultural. En España hubo que esperar al año 1870 para verlos primeros edificios de estructura metálica: el Mercado dela Cebada y el de los Mostenses, ambos en Madrid. Y sóloaños después de acabado el edificio de Félix Navarrocomenzaron a generalizarse este tipo de construcciones: laEstación de Atocha, por ejemplo, data de 1883 y el Palaciode Cristal del Retiro, de 1887.

No menos importante fue el éxito que el TeatroPignatelli obtuvo entre el público, debido a la programa-ción desarrollada por los empresarios del mismo, quieneslo orientaron hacia el género de moda, la zarzuela, y hacialas funciones del llamado “teatro por horas” (del que, porcierto, fue destacado autor el comediógrafo zaragozanoEusebio Blasco). El teatro tuvo una constante actividad yalternó en cartelera dramas y comedias largas con laspopulares zarzuelas, circunstancia ésta que determinó elhecho de que el edificio tuviera finalmente una vidamucho más larga de la prevista: concebido en principiocomo una construcción provisional, se mantuvo en piehasta el año 1915.

El éxito de este proyecto proporcionó a Navarro otrostrabajos similares, como el Teatro Quintana (luego TeatroBretón de los Herreros), construido en 1879 por encargo

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del Ayuntamiento de Logroño; y, dos años después, el Tea-tro Goya, situado en la calle San Miguel de Zaragoza einaugurado como salón de baile con el curioso nombre de“El Prado Aragonés”. Aún recibiría nuevos encargos rela-cionados con esta tipología constructiva, como fue elTeatro Parisina, un local situado en el paseo de la Indepen-dencia que se estrenó en 1910.

A pesar del éxito que, cuando sólo contaba con 29 añosde edad, obtuvo Navarro con el Teatro Pignatelli, su consa-gración profesional llegaría mucho más tarde, en 1903, conla inauguración del Nuevo Mercado de Zaragoza: en esafecha, el arquitecto tenía 54 años y llevaba casi treinta enejercicio. Durante esas tres décadas llegó a proyectar muydiversos tipos de obras: reformó o diseñó cafés (el AmbosMundos en 1889, el Café de París en 1891 y el de La Perlaen 1903); trabajó para la construcción privada, conserván-dose en el Archivo Municipal de Zaragoza 54 proyectos decasas de nueva construcción y 138 planos de reformas de fachadas, y también estuvo al servicio de la DiputaciónProvincial de Zaragoza, desde 1879 hasta 1892. Ganó pre-mios y concursos en Aragón y en el resto de España y,sobre todo, continuó viajando, en especial a París, visitasdecisivas para comprender su trayectoria profesional.

La primera estancia de Navarro en la capital francesa fueen 1889, con motivo de la Exposición Universal. El viajefue costeado por la Diputación Provincial de Zaragoza, por

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lo que, a su vuelta, el arquitecto escribió una detalladamemoria en la que daba cuenta de sus impresiones y delas novedades tecnológicas que había conocido en el cam-po de la construcción.

El informe, titulado Memoria de progresos constructivosy de higiene en la edificación exhibidos en la Exposición deParís y publicado por la imprenta del Hospicio Provincialel mismo año del viaje, es ilustrativo de las materias quellamaron la atención del arquitecto en la muestra inter-nacional (que, precisamente, fueron aquellas relacionadascon el mundo de la ingeniería y la construcción). Navarrocomenta, en especial, las novedades relacionadas con eluso del hierro y los aspectos relativos a la higiene en el hogar, para concluir con una referencia a la necesidadde perfeccionar la instrucción técnica en España comomedio para mejorar las construcciones y, por tanto, la cali-dad de vida de los habitantes. En este sentido, Navarro res-ponde al perfil de muchos hombres cultos de la época queeran conscientes de la importancia de la enseñanza para elprogreso de una nación, entre los que se contaba tambiénRicardo Magdalena.

Esta idea contribuyó a la modernización en la enseñanzade las artes industriales, para lo que se crearon numerosasEscuelas de Artes y Oficios a finales del siglo XIX, entreellas la de Zaragoza, fundada en 1895 y en la que Navarroy Magdalena ejercieron como profesores.

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La Exposición Universal de París reafirmó a Félix Nava-rro en algunas de sus convicciones más profundas, entreellas su fascinación por el hierro como material de cons-trucción, a través del cual vendría la renovación de laarquitectura contemporánea (resulta especialmente signifi-cativa su defensa de la Torre de Eiffel y de la Galería deMáquinas, de las que alaba «su colosalidad, economía ybelleza»); y también su preocupación por el abaratamientode la construcción, un tema que divulgará en la prensa

Exposición Universal de París de 1889, vista de la Galería de máquinas

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local y que tratará en escritos posteriores como La casa demil pesetas y el nuevo procedimiento constructivo de la car-pintería del ladrillo, artículo publicado en la revista LaDerecha (Zaragoza, 1891).

No fue ésta la última vez que Navarro viajaría a París. En1892 dimitió del cargo de arquitecto provincial y al añosiguiente se instaló en la capital francesa, donde, porencargo de una empresa madrileña, dirigió la construcciónde tres frontones: uno en París, otro en Biarritz y el terceroen Niza.

Su traslado a Francia pudo estar motivado, además porel interés que siempre tuvo por cuanto sucedía fuera deEspaña, por la escasez encargos que recibía en Zaragoza yque, además, le resultaban poco interesantes; por la multi-tud de problemas que habían retrasado la ejecución de sumonumento al Justiciazgo (el de la Plaza Aragón); por elfracaso de uno de los proyectos en el que puso más ilu-sión, la Sociedad Constructora de casas para obreros; e, incluso, por la baja remuneración que recibía comoarquitecto provincial (3.000 pesetas de sueldo anual, frentea las 5.000 que cobraba el arquitecto municipal). Pero lamala fortuna le perseguía: la empresa madrileña que finan-ciaba la construcción de los frontones en Francia quebró,por lo que Navarro hubo de regresar a España en 1894,instalándose en Madrid como arquitecto del Ministerio deFomento.

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EL NUEVO MERCADO

En 1895, Félix Navarro diseñó el Nuevo Mercado deZaragoza (hoy conocido como Mercado Central), que susti-tuyó al que desde la Edad Media se situaba junto a lasmurallas, en la antigua Puerta de Toledo. El mercado viejoestaba integrado por una combinación de casas con tien-das en los bajos y puestos al aire libre, y en su centro sedisponía una plaza de pequeñas dimensiones que, desde

Aspecto exterior del Nuevo Mercado de Zaragoza, hoy Mercado Central (de Arquitectura y construcción, 1903)

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tiempos remotos, había servido de escenario para la cele-bración de justas, ceremonias fúnebres, autos de fe, ejecu-ciones públicas, enlaces reales e incluso corridas de toros.Sin embargo, este lugar ya no resultaba adecuado para laactividad mercantil de una ciudad en constante crecimien-to: a finales del siglo XIX se hacían necesarias infraestruc-turas de abastecimiento más modernas, por lo que se deci-dió la construcción de un nuevo mercado.

Las dimensiones del edificio proyectado por Navarroeran impresionantes (y todavía lo son): 130 m de largo por26 de ancho, sobre una superficie de 3.300 m2. Para habili-tar el espacio necesario hubo que realizar una importantereforma urbana que consistió en la demolición de unamanzana de casas y de parte de la muralla romana a la que estaban adosadas. Muestra de la eficacia del diseño del nuevo edificio es que, con pequeñas modificaciones, elMercado sigue todavía hoy en funcionamiento.

Félix Navarro dispuso una estructura de vigas de hierrode amplia luz, inspirada en la Galería de Máquinas de laExposición Universal de París de 1889; diseñó un edificiode planta rectangular dividido en tres naves, la central demayor altura, separadas por finas columnas de hierro fun-dido que sostienen vigas metálicas de hierro laminado, conlo que consiguió un gran espacio diáfano y transparente.También intervinieron en la obra el escultor Jaime Lluch, elherrero Pascual González (habitual colaborador de Ricardo

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Magdalena) y los talleres Vigata y Fundiciones Pellicer yJuan.

No es ajena a este edificio la preocupación del arquitec-to por los aspectos simbólicos que aparece en todos susproyectos. Navarro concebía la arquitectura como un obje-to parlante que debía expresar ideas a través de sus formaso su ornamentación. En el Nuevo Mercado, se trata demotivos decorativos dispuestos por todo el edificio, pero

Interior del Nuevo Mercado de Zaragoza (de Arquitectura y construcción, 1903)

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sobre todo concentrados en las dos fachadas de sus ladosmenores: en ellas se reproducen en piedra, hierro forjado ycerámica figuras alusivas a la función del edificio, simbolis-mo que el propio arquitecto explicó en su momento en laprensa local. Racimos de frutos aluden al cultivo, redes ypeces a la pesca, un mulo al transporte y el caduceo deMercurio, dios clásico de la prosperidad y de los negocios,al comercio como función básica del mercado.

Nuevo Mercado de Zaragoza, detalle

La fama obtenida por elNuevo Mercado se tradujo endiversos artículos que se lededicaron en revistas especia-lizadas y, sobre todo, en unconsiderable aumento de en-cargos para Navarro. El arqui-tecto fue invitado por el Ate-neo de Madrid para impartiruna conferencia sobre el artedel hierro en España, dentrode un ciclo dedicado a las Artes Industriales en el quetambién participaron figurastan notables como Doménechi Montaner, Vicente Lámperezo José Ramón Mélida. El nom-bre de Félix Navarro empeza-ba a cobrar importancia en el

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panorama nacional, apareciendo junto con Ricardo Mag-dalena como uno de los representantes más destacados dela arquitectura aragonesa del momento.

EL MONUMENTO AL JUSTICIAZGO

En los últimos años de su vida, entre 1903 y 1911,Navarro disfrutó de un prestigio consolidado por el NuevoMercado y por su amplia clientela; en esta época fueronnumerosos los proyectos de viviendas de nueva construc-ción y se inauguró, por fin, su Monumento al Justiciazgo(1904). Pero también se sucedieron algunos fracasos queaumentaron su soledad profesional: por un lado, los dosmonumentos conmemorativos a los Sitios que había pro-yectado quedaron en el aire al encargarse la obra a AgustínQuerol; por otro, no prosperó ninguna de sus iniciativas enel campo de la vivienda obrera; y, además, el modernismoque nunca asimiló continuaba de moda.

El origen del Monumento al Justiciazgo se remontaba a1887, época en la que un sentimiento nacionalista recorríatoda España y que, en Aragón, supuso un renovado interéspor la historia del Reino y la reivindicación de sus liberta-des. De ahí el concurso público que promovieron variasinstituciones aragonesas para erigir una obra conmemora-tiva al Justiciazgo y en el que resultó ganador el proyectode Félix Navarro.

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Monumento al Justiciazgo y plaza de Aragón en torno a 1930 (Foto: J. Mora)

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¿Hacia dónde mira el Justicia?

La principal crítica que suscitó el Monumento alJusticiazgo fue su orientación: la figura del Justicia,de espaldas al paseo de la Independencia y señalan-do hacia lo que entonces eran terrenos sin urbanizar,resultó incomprensible para los zaragozanos decomienzos de siglo. Según Navarro, esa disposiciónse adoptó para dar la bienvenida a los visitantes quellegaban a la ciudad desde la estación de ferrocarril yla carretera de Madrid. Pero si se reflexiona un poco(aparte de recordar que en aquella época no existíani la Gran Vía), debe tenerse en cuenta que, posible-mente, el Monumento al Justiciazgo más que mirarhacia Madrid lo que hace es dar la espalda a la plazade España. Y es que el monumento de Navarro, pro-yectado desde 1887, tenía prevista inicialmente suubicación en la antigua Cruz del Coso (la actual plazade España), en el lugar donde entonces se levantabala fuente de Neptuno. Sin embargo, tras once años deretrasarse su construcción, la céntrica plaza fue desig-nada para albergar el Monumento a los Héroes yMártires, realizado por Magdalena y Querol, lo querelegó a un segundo plano el monumento deNavarro. ¡Demasiadas estatuas para una sola plaza!

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El monumento es el que todavía hoy puede verse en laplaza Aragón de Zaragoza. Consiste en una superficie cua-drada, rodeada de gruesas cadenas, en cuyo centro se

Fue en 1901 cuando las autoridades se pusieron deacuerdo sobre los emplazamientos, con una curiosacarambola. El nuevo monumento dedicado a losHéroes y los Mártires desplazó definitivamente aambos, al Neptuno pagano y al Justiciazgo naciona-lista, de la privilegiada plaza de España. El primerode ellos, el dios de los mares, acabó reposando suspiedras en el Parque del Cabezo, mientras que el sím-bolo de las libertades nacionales quedó un pocomejor situado: en la Plaza de Aragón, frente al edifi-cio de Capitanía, aunque también allí hubiera dereñir con otra estatua para hacerse sitio, ya que éseera el lugar donde se levantaba el monumento aRamón Pignatelli, quien también tuvo que bajarse desu pedestal para encaminarse a Torrero, al parqueque hoy lleva su nombre, junto a su Canal, olvidadode casi todos.

Así pues, tras tantos retrasos, cambios y sinsabo-res: ¿el Monumento al Justiciazgo mira hacia Madrid oda la espalda a la obra que le hizo sombra?

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levanta una columna sobre alto pedestal que sostiene labola del mundo; sobre ella se sitúa la imagen entronizadadel Justicia, con el brazo extendido. Según escribió elarquitecto, el conjunto se concebía como un homenaje a lainstitución aragonesa del Justiciazgo, no sólo al último desus representantes, Juan de Lanuza. Se buscaron por ellosencillos elementos que simbolizaran la figura del Justicia;de ahí la columna, inspirada en la arquitectura romana, dedonde Aragón hereda el Derecho, y la esfera, símbolo deluniverso que rige el principio máximo de la Justicia.

Sin embargo, la sociedad del momento no apreció unmonumento tan simbólico y tan poco modernista. FélixNavarro consideraba al modernismo un estilo caprichoso,superficial, efímero y, sobre todo, contrario a su idea de laarquitectura como medio para expresar simbólicamenteideas y verdades inmutables. Por ello, según este arqui-tecto, conceptos como la Justicia, la Patria o la Religión nopodían estar sujetos a los vaivenes de la moda, sino quedebían ser expresados por formas que tuvieran validezdurante siglos.

El concepto simbolista de la arquitectura, tan queridopor Navarro, aparecería de nuevo en proyectos como elPalacio Larrinaga (1901) o la Escuela de Artes y Oficios(1908), edificio éste tan profundamente modificado en su interior y exterior (se han añadido cuerpos a la fachada,ha desaparecido el patio interior y se han eliminado nume-

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rosos elementos decorativos) que casi puede decirse queya no es el que hizo su autor.

Escuela de Artes y Oficios en los años treinta

LA VIVIENDA OBRERA

No debe concluir este perfil del arquitecto sin analizaruna de sus aportaciones más significativas: sus ideas sobrela vivienda obrera.

Es cierto que Félix Navarro recibió, en especial desde1900, frecuentes encargos por parte de la alta burguesía y

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la aristocracia zaragozana, y que entre sus clientes se encontraban Basilio Paraíso, Nicolás Escoriaza o el Mar-qués de Huarte, pero al arquitecto no le interesaba espe-cialmente la vivienda burguesa. Parece evidente que esosproyectos le permitieron subsistir y ganar prestigio en laciudad, y de hecho llegó a construir importantes edificiosen sectores tan destacados en la época como el paseo de Sagasta, entre ellos la clínica del Doctor Lozano. Pero a Navarro lo que realmente le interesaba era la viviendaobrera, tanto desde el punto de vista arquitectónico comodesde el político.

Como resultado de las profundas transformacionessocioeconómicas que se estaban produciendo en el mundooccidental a finales del siglo XIX, una nueva clase socialhabía aparecido en las ciudades: el proletariado, que vivíaen condiciones infrahumanas y cuya concentración —porno decir hacinamiento— planteaba problemas urbanís-ticos, higiénicos y políticos que estallaron con especialvirulencia durante el primer decenio del siglo XX, aterrori-zando a la burguesía. Por ello, el problema de la viviendaobrera no era una cuestión meramente urbanística o arqui-tectónica, sino que tenía una proyección sociopolítica; dehecho, la mejora de las condiciones de vida de los obrerosera un primer paso para la paz social.

Félix Navarro fue el único arquitecto aragonés de sutiempo consciente de este problema y preocupado por sus

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posibles soluciones. Sus viajes al extranjero le permitieronconocer las opciones que iban surgiendo en América yEuropa, que él mismo contribuyó a divulgar en España através de conferencias, artículos de prensa e iniciativasprácticas de notable interés. Su postura sólo puede enten-derse si recordamos su mentalidad más progresista, quesorprende al compararla con el conservadurismo del restode los arquitectos del momento, entre ellos el propioMagdalena.

La primera iniciativa de la que ha quedado constanciaen este sentido fue la conferencia que impartió en elAteneo de Zaragoza en 1891, titulada La Casa de mil pese-tas y la carpintería de ladrillo y publicada por el diario LaDerecha en ese mismo año. Esta charla coincidió con elanuncio de un proyecto del Ayuntamiento de Madrid quepretendía construir barriadas para obreros con viviendascuyo coste no excediera de 2.000 pesetas, lo que constitu-ye otra muestra de la preocupación existente en aquel momento por el tema.

En su charla, Navarro daba a conocer un nuevo sistemade construcción más económico y rápido que había paten-tado: la llamada “carpintería de ladrillo”, que posibilitaba laedificación de casas para obreros a bajo precio y en bue-nas condiciones higiénicas. Como ejemplo práctico de laviabilidad de sus ideas, llegó a construir un prototipo en elCamino de las Alcachoferas de Zaragoza y puso en marcha

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una sociedad anónima para promover este tipo de vivien-das. Sin embargo, a pesar del entusiasmo inicial de la opi-nión pública, el proyecto no prosperó, entre otras razonespor el elevado precio de los solares y, sobre todo, porqueno se contó con la participación de los obreros, pues losprincipales accionistas fueron empresarios a la búsquedade beneficios.

Pese a este fracaso (que motivaría en parte su marcha a París en 1893), Félix Navarro siguió insistiendo en laimportancia de la vivienda obrera. En 1898 publicó en la prensa el texto Faltan casas y en 1905, una serie deartículos bajo el título Casas para obreros; en ese mismoaño dio una nueva conferencia en la que expuso la evolu-ción de sus ideas al respecto.

En ese momento, tras varias experiencias profesionalesfrustradas y con un mayor conocimiento de las iniciati-vas tomadas en otros países, Navarro se mostró muchomás favorable a la iniciativa pública, desechando su ideade 1891 que defendía la construcción de viviendas obrerasexclusivamente por la empresa privada. Y es que la opi-nión de los constructores fue muy poco alentadora, pues,en general, consideraron este tipo de viviendas como unaoperación económica arriesgada, demasiado cara para sercosteada por los obreros. Navarro defendía en esta ocasiónque debían ser los Ayuntamientos quienes construyeran lasviviendas, bien barriadas periféricas de obreros (con man-

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zanas de cuatro plantas, para alquiler), bien viviendas uni-familiares para campesinos (también para alquiler, perocon opción de compra a largo plazo).

Las propuestas de Navarro, así como las iniciativas dealgunos particulares —como la de Enrique Sagols y JuanMonserrat en 1905 para construir una barriada obrera enlas Fuentes— toparon con la oposición del Ayuntamientode Zaragoza y, en especial, con la de su arquitecto munici-pal, el conservador Magdalena, quien redactó informescontrarios a esos proyectos. En su opinión, el apoyo delAyuntamiento a la clase obrera era ya suficiente al mante-ner entidades como La Caridad o promover obras munici-pales que requerían la contratación de jornaleros. Además,Magdalena tampoco consideraba correcto comprometer alconsistorio en operaciones mercantiles particulares. Sor-prende, así, la diferente mentalidad entre los dos profesio-nales: la de Magdalena, sustentada en el subsidio público yla caridad cristiana; y la de Navarro, más progresista y pre-cursora de la dignificación social. Significativamente, fueMiguel Ángel Navarro Pérez, hijo de Félix, quien retomócon el tiempo las ideas de su padre y defendió, desde1915, la construcción de barriadas obreras en la ciudad.

Además del tema material de la vivienda, Félix Navarroestuvo también muy preocupado por la condición social ycultural de los obreros, colaborando activamente con insti-tuciones como el Centro Instructivo del Obrero, ubicado

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en la plaza San Pedro Nolasco y que él mismo inauguró en1900 con una conferencia sobre “La importancia de la ilus-tración en el trabajo”. El escultor Dionisio Lasuén o el abo-gado Mariano Ucelay fueron también asiduos de esteCentro, en el que se impartieron clases diarias de lectura,aritmética, español y francés, así como charlas y conferen-cias sobre sociología o derecho.

Esta conferencia no fue un hecho aislado, aunque suvinculación con la enseñanza del proletariado no se afirmódefinitivamente hasta 1903, año en que ingresó como pro-fesor en la Escuela de Artes y Oficios a propuesta deldirector del centro, el omnipresente Ricardo Magdalena.

A la muerte de Navarro en 1911, un año después que lade Magdalena, los periódicos destacaron su gran cultura ysu profundo conocimiento de la estética y del simbolismoen el arte. La figura de este hombre inquieto y profunda-mente individualista resulta hoy especialmente llamativapor su noción visionaria de la arquitectura y por su clarapercepción de cuáles eran las vías por las que debían llegar a este arte la renovación y la modernidad. Todo ello sin olvidar su valentía y atrevimiento en la defensa de la vivienda obrera, actitud que en algunos momentos lesupuso un cierto aislamiento respecto de la sociedad de sutiempo.

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La Zaragoza de los años veinte, cuando Mercadalempezó a destacar en la nueva arquitectura española,era todavía la ciudad de Magdalena y Navarro. Si aca-

so, había crecido, se había extendido un poco bajo el man-to protector —más bien capote— del dictador Primo deRivera, que hizo de la capital aragonesa uno de sus bastio-nes. Pero la imagen y la cultura eran las propias de unaciudad decimonónica y de provincias, donde una oligar-quía conservadora se resistía a cualquier novedad cultural,aferrándose a las raíces más castizas de lo aragonés.

Fernando García Mercadal, sin embargo, se empeñó enimaginarla como una metrópoli, palabra evocadora queinspiraba la imagen de una ciudad futura que acogería unanueva arquitectura, unas ideas nuevas que él plasmó en elcontrovertido Rincón de Goya. Pero las burlescas y des-templadas reacciones contra esta obra demostraron que los zaragozanos no eran tan modernos como él creía. Recuérdese que, en aquel entonces, el paisaje urbano másmoderno de la ciudad era el de los edificios de Capitanía yde las facultades de Medicina y Ciencias, el Nuevo Mer-cado de Navarro y el modernista paseo de Sagasta.

FERNANDO GARCÍA MERCADAL,PROFETA DE LA MODERNIDAD

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Fernando García Mercadal había nacido en Zaragoza en1896, en el seno de una familia acomodada. Su padre,empresario asociado con Fundiciones Averly, había creadouna empresa para suministrar piezas a las harineras y azu-careras locales. Mercadal, como Magdalena y Navarro,obtuvo el título de arquitecto en Madrid (1921) con elnúmero uno de su promoción; poco después, en 1923,obtuvo una beca de la Academia Española en Roma que lepermitió viajar por Europa durante cuatro años. De estaépoca disponemos de muchas fotos y de bellísimos dibujosdel arquitecto, en los que guardó el recuerdo de los perso-najes y lugares que conoció durante sus viajes. En esasimágenes, Fernando García Mercadal mira decidido alobjetivo, sin reservas, destacándose en su rostro unaamplia sonrisa que confirma el testimonio de los que leconocieron: el de que fue un hombre afable y culto, vital ycon un gran sentido del humor. Ese carácter sumamenteinquieto, similar al de Navarro, le llevó a viajar por todaEuropa entre 1923 y 1927 (uno de los periodos arquitectó-nicamente más importantes de todo el siglo XX), a la bús-queda de las corrientes más modernas: los movimientos devanguardia.

NUEVOS AIRES EN LA ARQUITECTURA EUROPEA

En el transcurso de estos viajes, realizados en su periodode formación, Mercadal fue consciente del grado de atraso

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Fernando García Mercadal

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que sufría la arquitectura española y, por tanto, de la nece-sidad de difundir en su tierra la renovada arquitectura quese levantaba en las grandes ciudades europeas. Ésa fue latarea que asumió como empeño personal y que inicióenviando crónicas desde diferentes puntos del continente apublicaciones como la revista Arquitectura y el periódicoEl Sol. Tanto sus artículos como las actividades que desa-rrolló en España a su regreso hacen de él una figura clavepara comprender la introducción del racionalismo en nues-tro país. De ahí que Fernando García Mercadal, a pesar deelaborar menos proyectos que Magdalena o Navarro,alcanzase una trascendencia nacional mucho mayor que lade sus dos predecesores.

Su estancia en el extranjero se inició en Italia en 1923;allí entró en contacto con la tradición clásica y, sobre todo,con la arquitectura popular mediterránea, que le interesósobremanera a lo largo de toda su vida. De hecho, su dis-curso de ingreso en la Academia de San Fernando en 1980—tan bello como inmerecidamente tardío— se tituló Sobreel Mediterráneo. Sus litorales, pueblos, culturas (imágenes yrecuerdos). En las formas simples y adaptadas al entornode esta arquitectura mediterránea vio García Mercadal elantecedente de algunos principios racionalistas que luegodescubriría en Centroeuropa.

En 1924, el arquitecto visitó Viena y conoció la obra deAdolf Loos y el debate que allí se desarrollaba sobre la

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vivienda obrera. Asistió también al curso que impartía elarquitecto Peter Behrens, el autor de la Fábrica AEG, céle-bre precursora del racionalismo. Al año siguiente viajó aParís, donde se celebraba la Exposición de Artes Deco-rativas que dio nombre al estilo Art Decó; su interés secentró sobre todo en el pabellón del arquitecto suizo

García Mercadal en la Academia Española de Roma en 1924 (Archivo del Colegio de Arquitectos de Aragón)

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Positano, 1924: uno de los dibujos de su viaje por Italia (Archivo del Colegio de Arquitectos de Aragón)

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Le Corbusier, cuyos proyectos de rascacielos aislados y dis-persos entre la vegetación le fascinaron. Y durante el cur-so 1925–1926, Mercadal se matriculó en la Escuela deArquitectura de Charlottemburgo, en Berlín, donde asistióa los cursos de urbanismo de los profesores Poelzig yJansen, a los que más tarde consideraría sus maestros.

Todas estas vivencias, junto con el estudio de la nuevaarquitectura que se estaba diseñando en estos países, fue-ron progresivamente modificando su modo de pensar y conduciéndole hacia esa arquitectura moderna, sencilla ydesornamentada que define su obra.

En pos de las ideas más nuevas, en 1926 se desplazó denuevo a París, donde siguió los cursos de urbanismo delInstituto de la Sorbona. Desde allí remitió a la revistaArquitectura un significativo artículo que cabe considerarcomo un auténtico manifiesto de las intenciones y princi-pios de la arquitectura contemporánea. Se publicó con eltítulo Theo van Doesburg y principios De Stijl. De Stijl, o “el estilo”, era la revista dirigida por van Doesburg, arqui-tecto holandés que influyó profundamente en Mercadal, enespecial en cuestiones como la elementalidad de las for-mas y la relación entre la línea, el plano y el color.

A través de sus artículos, Mercadal se proponía acostum-brar al público español a la nueva moda arquitectónica,puesto que como tal consideraba al racionalismo. La pala-bra “moda” no poseía en aquella época el matiz peyorativo

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que hoy tiene para aludir a lo efímero; el mismo arquitec-to mencionó en alguna ocasión que estilos como el góticoo el renacimiento, por ejemplo, en su momento habíansido calificados como modas sin que por ello desmerecie-ran su calidad o interés.

DE REGRESO A ESPAÑA

Otra de las actividades que Mercadal llevó a cabo en suafán por modernizar la arquitectura española fue la organi-zación de ciclos de conferencias en los que participabancomo invitados las figuras más importantes del panoramainternacional. Esa fue la tarea que desarrolló a su vuelta aEspaña en 1927, tras constatar lo poco que había cambiadoel panorama nacional, sumido en la fiebre del regionalismoy en el debate de cuál debía ser la arquitectura nacional yde cómo entroncarla con un nuevo clasicismo.

La influencia racionalista se hizo pronto evidente sobrearquitectos recién licenciados, ya que Mercadal, que habíaconocido durante sus viajes a los representantes de lamodernidad, invitó a España a figuras tan destacadas comoLe Corbusier, Gropius, Mendelsohn o Theo Van Doesburg,quienes dieron a conocer las ideas que inspiraban la nuevaarquitectura en Europa.

El año 1928 fue decisivo para el arquitecto. Por un lado supuso su consagración nacional, pues fue reconoci-

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do públicamente como el principal contacto español con la vanguardia europea. De hecho, en ese año es cuando Le Corbusier, a instancias de Mercadal, visitó Madrid paraimpartir dos conferencias en la prestigiosa Residencia deEstudiantes, uno de los centros culturales de mayor renom-bre en esa época, acontecimiento que fue recogido portoda la prensa española. Fue también el año en que GarcíaMercadal participó en la reunión internacional de La Sarraz(Suiza), donde la elite de los arquitectos de vanguardia,liderada por Le Corbusier, estableció los principios en losque se basaría la arquitectura del futuro.

EL RINCÓN DE GOYA

Pero 1928 presentó también un lado amargo y decepcio-nante para Mercadal, ya que fue el año en que se inauguróel Rincón de Goya, recibido en los periódicos locales concomentarios como éste:

«La pesadumbre y sequedad del edificio desentonarásiempre dentro de aquel lindo jardín florido […] sólo cabela posibilidad de que el jardín crezca y se ensanche; quelos árboles extiendan con los años la pompa magnífica de sus hojas y que entonces oculten en parte el edificio, lo sombreen, rompan sus líneas y dulcifiquen su perspec-tiva […]. No hay motivo de disgusto, el monumento esrealmente interesante. Ocurre sólo que se halla sin desem-balar.» (Heraldo de Aragón, 17 de abril de 1928)

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La prensa local, como la mayoría de los zaragozanos, noentendió el edificio, a pesar de que éste recibió las máselogiosas menciones entre los expertos, quienes resaltaronsu carácter pionero como primer edificio racionalista denuestro país.

¿Qué tenía el Rincón de Goya para producir semejanterechazo? Quizás sería mejor decir qué no tenía, en compa-ración con la arquitectura aragonesa precedente. No erasimétrico en su composición, no tenía motivos ornamenta-les, no usaba el ladrillo a cara vista, no era monumental.Tenía, en cambio, unas formas sencillas, unos volúmenes

El Rincón de Goya en su primera época

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simples (cubo, semiesfera...) y, sobre todo, algo que chocaba a la estética del momento: color, mucho color,pero dispuesto de forma diferente según los muros deledificio. Por tanto, si consideramos el gusto dominante de la época, más acostumbrado a las formas propias deleclecticismo del siglo XIX, no debe extrañar que existieraun deseo colectivo de que la vegetación acabara ocultán-dolo por completo.

Pero, ¿cómo había llegado a construirse ese extraño edi-ficio? La iniciativa partió de la Junta del Centenario deGoya en Zaragoza, constituida en 1925 para preparar losactos conmemorativos del centenario de la muerte delartista aragonés, que se cumplía tres años más tarde.

El centenario se anunciaba como una sucesión de actosmás o menos tradicionales, que incluían desde conferen-cias y exposiciones hasta bailes y corridas goyescas; perogracias a Fernando García Mercadal acabó convirtiéndoseen un escándalo que llegó hasta Madrid. La historia acaba-ría dando la razón al arquitecto, quien, mucho más ambi-cioso y moderno que quienes encargaron el proyecto,supo ver el camino por el que debería avanzar la arquitec-tura contemporánea. Un camino que muchos otros siguie-ron tiempo después.

La idea original se debió al pintor y diseñador de jardi-nes Javier de Winthuysen, quien sugirió, en una conferen-cia impartida en 1924 en el Centro Mercantil de Zaragoza,

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la creación de un jardín con un monumento dedicado aGoya, que se debería ubicar en un extremo del futuro Par-que Primo de Rivera (dedicado al dictador con motivo desu visita a la ciudad en 1927). Como en Zaragoza no habíaestatua alguna del pintor, la Junta hizo suya la idea y en1926 encargó el proyecto a Fernando García Mercadal, elarquitecto aragonés de mayor proyección en el momentoy, además, hermano de uno de los miembros de la Junta,el periodista José García Mercadal.

Inauguración del Rincón de Goya en 1928 (a la derecha, F. García Mercadal)

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El arquitecto expresó de este modo la idea en la que sehabía inspirado para crear el Rincón de Goya:

«El estilo del edificio habrá de ser como fue la obra y lapersonalidad de Goya: más internacional que regional,más arraigado en el tiempo presente, y aún en el porvenir,que en el pasado, con un sentimiento renovador más queconservador, más nuevo que tradicional, y conforme conlas tendencias de la arquitectura moderna, con un acen-tuado valor plástico, conseguido más por sus masas y pro-porciones que por sus detalles o decoración.» (Texto reco-gido en el catálogo de la exposición Fernando GarcíaMercadal arquitecto, Zaragoza, 1985.)

El resultado fue una construcción de pequeñas dimen-siones y formas muy sencillas, al final de un ordenado jar-dín, lo cual no tenía nada que ver con la intención de laJunta de erigir el tradicional monumento conmemorativocon un grupo de figuras alegóricas que rodearían una esta-tua de Goya subida sobre un pedestal. Pues no. GarcíaMercadal decidió levantar un monumento moderno; y loconcibió como un centro cultural que, inspirado en Goya yrecordando su talante innovador, promoviera el arte devanguardia tanto por sus formas exteriores como por sucontenido y su función. De este modo, la arquitectura delpequeño pabellón respondía a las propuestas del neoplas-ticismo holandés que defendía Theo Van Doesburg: volú-menes geométricos limpios resaltados por el color.

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El Rincón de Goya original era un edificio con tres cuer-pos alineados respecto de un eje longitudinal. El central,un cubo de más de diez metros de altura desde el que seaccedía al interior, tenía a su derecha otro más pequeñodestinado a exhibir reproducciones fotográficas de la obrade Goya; a su izquierda se dispuso una biblioteca–sala deexposiciones de forma alargada, rematada por una especiede ábside semicircular. Las diferencias de color en los trescuerpos señalaban las distintas partes del edificio. Por laparte trasera exterior, una serie de ventanas alargadasrecordaba a las utilizadas por Le Corbusier en sus diseños.En la parte delantera de la fachada principal, un pórticoadintelado a modo de pérgola unificaba la arquitectura conel jardín circundante, elemento que entroncaba con la tra-dición de arquitectura popular mediterránea tan admiradapor el arquitecto.

En comparación con las construcciones habituales en laépoca, de carácter netamente historicista, García Mercadalproponía una obra sin referencias a la arquitectura arago-nesa ni a la nacional, un estilo nuevo que surgía de princi-pios racionales en los que tenía mayor importancia la fun-ción y el simbolismo de la propia construcción que ladecoración interior o la ornamentación de la fachada.

Frente a la posición de la prensa y de gran parte de lapoblación, que entre otras cosas protestaba porque el con-junto se encontraba literalmente fuera de la ciudad, los

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artistas aragoneses manifestaron claramente su adhesión almismo, celebrando la construcción de tan moderno edifi-cio a través de un manifiesto redactado por el artistaoscense Ramón Acín, defensor incondicional del arte devanguardia. En el texto, bajo el título Aragón. Goya y losartistas aragoneses, se defendía el edificio de Mercadal conardor y efusión:

«Ante las opiniones verdaderamente cazurras, de unacazurrería sabihonda, que es peor, de muchos, nos intere-sa hacer constar que por los artistas aragoneses se escogióal arquitecto Mercadal, precisamente para que hiciera loque hizo; una cosa dentro de su orientación estética lacual conocíamos perfectamente; que estamos plenamentesatisfechos de la obra, una obra que no vamos a defender-la porque se defenderá ella sola y cada día que pase gana-rá una nueva batalla, que no vamos a explicarla porqueno es un teorema; esas cosas no se explican, se sienten o no, allá cada cual con su grado de sensibilidad […]. Losartistas aragoneses sentimos gran placer en haber puestoel primer jalón en España con este Rincón de Goya, quecon los insultos y pedradas que recibe de la estulticiaandante, es el San Esteban, el protomártir de la nuevaarquitectura española.»

Lamentablemente, el Rincón de Goya cumplió durantemuy poco tiempo su función como lugar de encuentroentre el público y los artistas. Tras la exposición surrealistade González Bernal en octubre de 1930, fue clausurado y,

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en 1939, entregado al Frente de Juventudes. Posterior-mente (1946), se modificó profundamente el edificio parainstalar en él la Escuela de Mandos de la Sección Feme-nina, y aún sufriría algunos añadidos posteriores que aca-barían de alterar la construcción. En 1984 se procedió a surestauración, que recuperó en parte su aspecto original. Noobstante, sigue en funcionamiento como escuela munici-pal, con un entorno natural que en nada se parece al que diseñó en su momento Fernando García Mercadal.Paradójicamente, parece que Zaragoza todavía no puedeasumir un edificio tan moderno, y el Rincón de Goya lan-guidece a la espera de que las autoridades encuentren unafunción adecuada a su arquitectura y a su historia, a pesarde que reiteradas veces se ha solicitado su protección ydefensa desde diferentes foros cívicos, académicos y profe-sionales, entre ellos la Universidad de Zaragoza y elColegio Oficial de Arquitectos de Aragón. Así lo manifesta-ba el arquitecto Regino Borobio, ya en 1964:

«Hacer el Rincón de Goya en aquel momento era algoverdaderamente atrevido. En Zaragoza no se comprendió.El edificio, de líneas correctas, formaba parte de un jardínencantador, perfectamente diseñado por el arquitecto. Ydigo ‘formaba’, porque fue abandonado, y al cabo de losaños transformado totalmente. Así, nos hemos dejado per-der una obra, que ha pasado en fotografía a los tratadosde historia de la arquitectura contemporánea.» (De la con-ferencia Cincuenta años de arquitectura española).

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DESPUÉS DEL RINCÓN DE GOYA…

Dos años después de la inauguración del Rincón deGoya tuvo lugar otro acontecimiento arquitectónico en lacapital aragonesa, de nuevo ligado a la figura de GarcíaMercadal: la fundación en 1930 del GATEPAC, el Grupo deArquitectos y Técnicos Españoles para la ArquitecturaContemporánea, que tuvo lugar en el recién inauguradoGran Hotel.

El Rincón de Goya en la actualidad

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Edificio de viviendas en plaza de Los Sitios, 16, proyecto de F. García Mercadal (1928)

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No era de extrañar que este acontecimiento tuviera lugaren Zaragoza, ciudad que en 1930 se mostraba receptiva alas innovaciones: acababa de estrenarse Le Chien Andaloude Buñuel y Dalí y ese mismo año el artista surrealistaGonzalo Bernal exponía sus obras en el Rincón de Goya,aunque sobre todo pesó la vinculación de Mercadal con suciudad natal y el deseo de los arquitectos innovadores porvisitar el edificio. También de 1930 fueron dos proyectosde Mercadal para clientes particulares: la vivienda del Dr. Horno, una casa racionalista desgraciadamente desapa-recida, y el edificio de viviendas en plaza de los Sitios nº 16, que todavía se conserva.

En los años posteriores, García Mercadal fijó su residen-cia en Madrid, donde actuó como principal introductor del racionalismo en España. En 1933 obtuvo por oposiciónuna plaza de arquitecto municipal y desde 1934 impar-tió clases en la Escuela de Arquitectura. Fue un destacadodefensor de la República y, como tal, firmó el “Manifiestode los cincuenta intelectuales” que encabezó Marañón. Elestallido de la Guerra Civil le sorprendió en la capital deEspaña, en la que permaneció durante la contienda for-mando parte del Comité de Reforma, Reconstrucción ySaneamiento de la capital.

Tras la victoria franquista fue detenido por su adhesiónal gobierno republicano y condenado en 1940 a no ocuparningún cargo público durante ocho años, por lo que tuvo

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que abandonar su plaza de arquitecto municipal y el pues-to de profesor en la Escuela de Arquitectura. Era un finalde pesadilla para los tiempos pasados, en especial para lacreativa década de los años veinte y el comienzo de lostreinta, que habían sido como un breve sueño en el espíri-tu de muchos españoles.

Las Residencias Sanitarias, hoy Hospital Miguel Servet, en su aspecto original a finales de los años cuarenta

Sin embargo, la rehabilitación profesional de GarcíaMercadal se produjo antes de lo esperado, en 1947, año en

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que fue nombrado arquitecto del Instituto Nacional dePrevisión tras ganar el Segundo Premio en un concursoconvocado por dicho organismo.

Desde esa fecha fueron numerosos los hospitales,ambulatorios y residencias que construyó, entre ellosvarios en Aragón (en Huesca, Jaca y Calatayud), siendoquizá los más conocidos el actual Hospital Miguel Servet(proyectado en 1947) y la Delegación del Ministerio deTrabajo en Zaragoza (1962).

No acaba aquí su trayectoria profesional, puesto queconstruyó numerosas obras en Madrid (Edificio Lima, 1962)y otras ciudades españolas (Conservatorio de Pamplona,1961). Pero estas edificaciones, aun incluyendo elementosy rasgos de calidad, quedaron siempre ensombrecidas porla reconocida fama y prestigio que mereció el Rincón deGoya, principal aportación de Mercadal a la renovación de la arquitectura aragonesa que —como hemos visto—trascendió al ámbito estatal. Fuera de su medio profesio-nal, Fernando García Mercadal, al igual que ocurre conalgunos escritores, es recordado como autor de una única—y excepcional— obra.

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