madrid baro jia no

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    BibliotecaMadrileadeBolsillo

    GUAS

    CULTURALES

    Gua del

    Madridbarojiano

    Miguel Garca-Posada

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    Po Baroja, 1917, por Daniel Vzquez Daz

    Era todo lo contrario a un viejo maestro. Le horrorizaba la solemnidad y nada lepareca ms ridculo que el hombre revestido de una cierta prpura. Cuando se ha-blaba de cambios deca, con palmaria, pero no amarga melancola, yo ya no verms que esto, para aadir a seguido con una de aquellas contradicciones que reve-lan la complejidad de una sabidura sin acrimonia, que tampoco le importaba mucho,porque lo nico que le poda divertir del cambio sera la posibilidad de dar una pata-da en el trasero a uno de aquellos seores, en plena calle.

    Juan Benet, Otoo en Madrid hacia 1950. Comunidad de Madrid y Visor Libros, 2001,pp. 21-22.

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    Gua delMadrid barojiano

    MIGUEL GARCA-POSADA

    Esta versin digital de la obra impresaforma parte de la Biblioteca Virtual dela Consejera de Educacin de laComunidad de Madrid y lascondiciones de su distribucin ydifusin de encuentran amparadas porel marco legal de la misma.

    www.madrid.org/edupubli

    [email protected]

    http://www.madrid.org/edupublimailto:[email protected]:[email protected]://www.madrid.org/edupubli
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    Consejera de EducacinExcma. Sra. Da. Luca Figar de LacalleSecretario General TcnicoIlmo. Sr. D. Manuel Prez Gmez

    rea de Publicaciones

    Esther Touza Fernndez, Javier Fernndez Delgado, Gema Recuero Melguizo, Mari CruzSombrero Gmez, Eva Prez Aneiros, Paloma Montes Lpez, Inmaculada Hernndez Gmez

    Diseo grficoRafael CansinosPreimpresin e ImpresinIbersaf Industrial, S. L.

    ISBN: 978-84-451-2916-6Depsito Legal: M-49.240-2006Tirada: 2.000 ejemplaresEdicin: 10/2007

    Comunidad de Madrid. Consejera de Educacin. Secretara General Tcnica, 2007Alcal, 32 - 28014 Madrid. Tel.: 917 200 564. www.madrid.org/edupubli

    De las ilustraciones: Ilustraciones: Museo Nacional Centro Arte Reina Sofa (Madrid), Archivo ABC (Madrid), Col.

    Documadrid, Col. IES San Isidro, Col. Herederos de Po Baroja, Col. IES Cardenal Cisneros,

    Col. Jorge Juan Galera de Arte, Biblioteca Nacional (Madrid), Ayuntamiento de Madrid.Museo de Arte Contemporneo, Col. Jess Revenga y Herederos de Eduardo Vicente, Museode Bellas Artes de Crdoba, Consejera de MedioAmbiente y Ordenacin del Territorio de laComunidad de Madrid, Instituto Cajal (Madrid), Ayuntamiento de Madrid. Museo Municipalde Madrid, Crculo de Bellas Artes de Madrid, Col. Mara Manzaneda, Archivo Moreno.IPHE. Ministerio de Cultura, Museo Lzaro Galdiano (Madrid), Museo del Prado (Madrid),Patrimonio Nacional (Madrid), Zumalakarregi Museoa (Guipzcoa), Calcografa Nacionalde Madrid, Col. Viena Capellanes (Madrid).

    Cubierta: Maana de invierno, 1929, por Ricardo Baroja

    Se han realizado todos los esfuerzos conducentes a la localizacin de autores y herederos para elabono de los derechos de autor. En algn caso no ha sido posible dicha localizacin. La Comunidadde Madrid reconoce en cualquier caso la existencia de los citados derechos de autor.

    Impreso en Espaa - Printed in Spain

    Impreso enpapel ecolgico

    libre de cloro

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    Madrid, corazn de Espaa,

    late con pulso de fiebre.

    Rafael Alberti

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    Esta Gua es en gran medida fruto del esfuerzo del equipo delDepartamento de Publicaciones de la Consejera de Educacin. Sinl hubiera sido casi imposible la seleccin del material grafico.Debemos agradecerle adems la frescura y riqueza de susobservaciones sobre el texto: suyos son los aciertos; el autor debe

    cargar con los posibles errores.

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    LA VERDAD DE BAROJA ......................................................................... 11I. LOS UNIVERSOS MISERABLES ............................................................ 33

    1. LA ERRANCIA MADRILEA ................................................................. 352. LUCHANDO POR LA VIDA ................................................................. 59

    II. LOS UNIVERSOS HISTRICOS ............................................................. 933. ESPAA A PUNTO DE QUEDARSE SIN REY ............................................ 954. LA AGITACIN POPULAR; LA MUERTE DEL REY ........................................ 109

    5. LA CADA DE MARA CRISTINA ........................................................... 1216. LA REVOLUCIN DEL 54 ................................................................... 1277. EL 98 Y LA GUERRA DE CUBA ............................................................. 131

    III. MADRID, FRVOLO Y BRILLANTE. EL FIN DE SIGLO (XIX-XX) ..................... 1358. LAS FIESTAS DEL BUEN RETIRO ............................................................ 1379. DE SOCIEDAD ................................................................................ 145

    10. EN LA NATURALEZA ........................................................................ 16111. EL FIN DE LAS CIUDADES .................................................................. 169

    APNDICES

    Una topografa del Madrid barojiano .............................................. 179

    Cuestiones didcticas..................................................................... 183

    Rutas barojianas ........................................................................... 184

    Bibliografa ................................................................................. 185

    ndice de nombres .................................................................................. 186ndice de ilustraciones .............................................................................. 188

    Ttulos publicados .................................................................................... 192

    N D I C E

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    Po Baroja y Nessi naci en San Sebastin el 28 de diciembrede 1872. De nio conoci mltiples traslados familiares (a Pamplo-na, a Madrid, a Valencia) debidos a la profesin de su padre, inge-

    niero de minas. En San Sebastin vivi sus primeros siete aos, delos que recordaba sobre todo los bombardeos carlistas de la terceray postrera guerra dinstica. Hacia los diecisiete aos del escritor,Madrid se convirti ya en su residencia definitiva, que no abandonhasta el periodo de la guerra civil, y donde pas tambin los ltimosaos de su vida (muri el 30 de octubre de 1956).

    Baroja estudi la carrera de Medicina, ejerci durante un ao co-

    mo mdico rural en Cestona (Guipzcoa), y ya en Madrid regentdurante varios aos una famosa panadera, Viena Capellanes, que leha sobrevivido, le dio muchos quebraderos de cabeza y abandonal fin para dedicarse en exclusiva a la literatura. Baroja era vasco,de una familia de fuertes races vascongadas, y hablaba vascuence,pero se senta espaol sin fisuras.

    Reservado y hurao, fue un solitario que amaba con pasin a su ma-dre, con la que vivi, tena en alta estima a su amigo Azorn y gustabade los gatos. Durante los veranos sola viajar al extranjero, a Europa. Laliteratura fue para Baroja una vocacin, una pasin y un destino. Se sin-ti llamado a ella y atendi la llamada con mucho rigor, de lo que dacuenta su elevadsima produccin; fue su destino, porque su vida con-sisti, en definitiva, en la vida de sus libros.

    Escribi y public Baroja no menos de 66 novelas, 5 libros decuentos, 4 de ensayos y 8 volmenes de memorias, y tambin algu-nas obras de teatro, un libro de versos, muchos artculos de peridi-co y otros textos miscelneos. Al morir dej varias novelas inditas.Es, despus de Lope y a la zaga de Galds, el ms fecundo de nues-tros escritores de genio.

    L A V E R D A DD E B A R O J A

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    Fue Baroja novelista de cam-biantes escenarios; algunas de susnovelas transcurren en Pars (Los lti-mos romnticos, Las tragedias gro-

    tescas, El hotel de los cisnes, Laurao la soledad sin remedio, Susana ylos cazadores de moscas), en Lon-dres (La ciudad de la niebla), en Ro-ma (en parte Csaro nada, aunquelos personajes centrales son siempreespaoles), en Crdoba (La feria delos discretos), en Cuenca (Los recur-

    sos de la astucia), en el Pas Vasco(la triloga Tierra vasca, algunos epi-sodios de las Memorias de un hom-bre de accin), en una Espaa recorrida de norte a sur (Memoriasde un hombre), en Europa, y en el mar (la tetraloga as intitulada);pero la ciudad de Madrid fue el escenario de muchas otras novelas,

    y puede afirmarse que algunas de las ms personales del autor sehallan entre las de ambiente madrileo. Adems de las citadas o ale-

    gadas en el texto, deben citarse algunas otras tambin localizadasen Madrid: Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox,Camino de perfeccin (que exhibe tambin memorables paisajes cas-tellanos, incluidos los de la ciudad de Toledo), parte de La damaerrante, parte de Csar o nada, algn relato de Locuras de Carnaval(que el autor denomin novela), y parte de Laura o la soledad sin re-medio. En las Memorias de un hombre de accin son madrileas to-tal o parcialmente Con la pluma y con el sable, El sabor de la ven-ganza y Desde el principio hasta el fin. Hay que aadir algunos

    cuentos de Vidas sombras.

    No es un Madrid amable el que msretrata Baroja; es la suya una ciudaddura con el dbil, cruel con el iner-me, desolada para los menesterosos,

    ardua para el pobre. Sentimentalsin amor, como se le ha llamado,Baroja proyecta sin duda en la ciu-dad de Madrid su espritu sombro ydifcil; pero la sordidez y la miseriaque emanan de estos textos son tam-

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    El reparto a domicilio

    Fachada de la sucursal de Viena

    Capellanes, hoy desaparecida, en la

    calle San Bernardo

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    No temis las balas enemigas,ni tampoco la insurreccin...

    Esta advertencia la ilustraba con

    unos pasos como de baile, y des-pus cantaba y bailaba algunosdanzones cubanos.

    No eran los mendigos y los vaga-bundos los nicos cantores. Las cria-das madrileas han tenido siempre laaficin a cantar todas las msicas yletras que se pegan al odo, sean de

    zarzuelas, cupls, jotas de los pue-blos o seguidillas.Yo no recuerdo canciones popu-

    lares en castellano ms que a partir de esa poca. Por entonces,en que ya se daba uno cuenta de las cosas, haba varias tonadasque cantaban las maritornes con gran entusiasmo. []

    Recuerdo indeleble para m de un Madrid era el de la correadel maestro, el or hablar a unos chicos que cogan tablas de las

    vallas de los solares y las llevaban a las pasteleras y bolleras,donde, a cambio, les daban escorza. Entonces, no s si ahora,llamaban escorza a los restos de las pasteleras y bolleras.

    Baroja curs los estudios del preparatorio de Medicina en el Ins-tituto de San Isidro, a los que alude en un episodio de El rbol de laciencia, obra donde rememora, a travs de Andrs Hurtado, el pro-tagonista, sus propias vivencias.

    En esta poca era todava Madrid una de las pocas ciuda-des que conservaba espritu romntico.

    Todos los pueblos tienen, sin duda, una serie de frmulasprcticas para la vida, consecuencia de la raza, de la historia, delambiente fsico y moral. Tales frmulas, tal especial manera dever, constituye un pragmatismo til, simplificador, sintetizador.

    El pragmatismo nacional cumple su misin mientras dejapaso libre a la realidad; pero si se cierra este paso, entonces lanormalidad de un pueblo se altera, la atmsfera se enrarece, lasideas y los hechos toman perspectivas falsas.

    En un ambiente de ficciones, residuo de un pragmatismo viejoy sin renovacin viva el Madrid de hace aos.

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    Joven Baroja

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    Porque en todo eso que dice usted hay una porcin desofismas y de falsedades. Primeramente hay muchas ms fun-ciones matemticasque sumar, restar, multiplicar y dividir.

    Cules?

    Elevar a potencia, extraer races... Despus, aunque nohubiera ms que cuatro funciones matemticas primitivas, esabsurdo pensar que en el conflicto de estos dos elementos, laenerga de la vida y el cosmos, uno de ellos, por lo menos,heterogneo y complicado, porque no haya suma, ni resta, nidivisin, ha de haber multiplicacin. Adems, sera necesariodemostrar por qu no puede haber suma, por qu no puedehaber resta y por qu no puede haber divisin.

    Despus habra que demostrar por qu no puede haber doso tres funciones simultneas. No basta decirlo.Pero eso lo da el razonamiento.No, no; perdone usted replic el estudiante. Por ejemplo,

    entre esa mujer y yo puede haber varias funciones matemticas:suma, si hacemos los dos una misma cosa ayudndonos; resta, siella quiere una cosa y yo la contraria y vence uno de los dos con-tra el otro; multiplicacin, si tenemos un hijo, y divisin si yo la

    corto en pedazos a ella o ella a m.Eso es una broma dijo Andrs.

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    La Universidad Central en la calle Ancha de San Bernardo,

    situada junto al Instituto Cardenal Cisneros, era otra de las sedes

    para los estudios de Medicina a fines del siglo XIX

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    Claro que es una broma replicel estudiante, una broma por el estilode las de su profesor; pero que tiendea una verdad, y es que entre la fuerza

    de la vida y el cosmos hay un infinitode funciones distintas: sumas, restas,multiplicaciones, de todo, y que ade-ms es muy posible que existan otrasfunciones que no tengan expresinmatemtica.

    Andrs Hurtado, que haba ido alcaf creyendo que sus preposiciones

    convenceran a los alumnos de ingenie-ros, se qued un poco perplejo y caria-contecido al comprobar su derrota.

    Ley de nuevo el libro de Letamendi,sigui oyendo sus explicaciones y seconvenci de que todo aquello de lafrmula de la vida y sus corolarios, queal principio le pareci serio y profundo, no eran ms que juegos

    de prestidigitacin, unas veces ingeniosos, otras veces vulgares,pero siempre sin realidad alguna, ni metafsica, ni emprica.

    Por dentro, aquel buen seor de las melenas, con su mira-da de guila y su diletantismo artstico, cientfico y literario;pintor en sus ratos de ocio, violinista y compositor y genio porlos cuatro costados, era un mixtificador audaz con ese fondoaparatoso y botarate de los mediterrneos. Su nico mrito realera tener condiciones de literato, de hombre de talento verbal.

    La palabrera de Letamendi produjo en Andrs un deseo deasomarse al mundo filosfico []

    Lecturas filosficas

    Ley primero La ciencia del conocimiento, de Fichte, yno pudo enterarse de nada. Sac la impresin de que elmismo traductor no haba comprendido lo que traduca; des-pus comenz la lectura de Parerga y Paralipmena, y lepareci un libro casi ameno, en parte cndido, y le divirtims de lo que supona. Por ltimo, intent descifrar La crti-ca de la razn pura. Vea que con un esfuerzo de atencinpoda seguir el razonamiento del autor como quien sigue el

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    Retrato de un joven Baroja

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    desarrollo de un teorema matemti-co; pero le pareci demasiadoesfuerzo para su cerebro y dejKant para ms adelante, y sigui

    leyendo a Schopenhauer, que tenapara l el atractivo de ser un conse-jero chusco y divertido.

    Algunos pedantes le decan queSchopenhauer haba pasado demoda, como si la labor de un hom-bre de inteligencia extraordinariafuera como la forma de un sombre-

    ro de copa.Los condiscpulos, a quien asom-braban estos buceamientos deAndrs Hurtado, le decan:

    Pero no te basta con la filosofade Letamendi?

    Si eso no es filosofa ni nada replicaba Andrs. Letamendies un hombre sin una idea profunda; no tiene en la cabeza ms

    que palabras y frases. Ahora, como vosotros no las compren-dis, os parecen extraordinarias.

    El hermano Juan es uno de los personajes ms inquietantes crea-dos por Baroja. En el Hospital General cuidaba por gusto de los en-fermos contagiosos, se senta a sus anchas en el contacto con el do-lor. El hermano Juan obedece en su tipologa a una de laspreocupaciones ms hondas del autor: la injustificable existencia del

    dolor y de la crueldad en el mundo. Son abundantes las pginasdonde se describe este aspecto; por ejemplo, Manuel Alczar, elprotagonista de La busca, vela el cadver de su madre mientras al-rededor, en la pensin donde resida, todo es bullicio y jarana. Ve-remos en su momento ms escenas que abundan sobre el particular.

    Un tipo misterioso y extrao del hospital, que llamaba muchola atencin, y de quien se contaban varias historias, era el her-mano Juan. Este hombre, que no se saba de dnde haba veni-do, andaba vestido con una blusa negra, alpargatas y un crucifi-jo colgado al cuello. El hermano Juan cuidaba por gusto de losenfermos contagiosos. Era, al parecer, un mstico, un hombre queviva en su centro natural, en medio de la miseria y el dolor.

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    Ex-libris de Po, grabado

    por su hermano Ricardo

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    El hermano Juan era un hombre bajito, tena la barba negra,la mirada brillante, los ademanes suaves, la voz meliflua. Era untipo semtico.

    Viva en un callejn que separaba San Carlos del HospitalGeneral. Este callejn tena dos puentes encristalados que lo cru-zaban, y debajo de uno de ellos, del que estaba ms cerca de lacalle de Atocha, haba establecido su cuchitril el hermano Juan.

    En este cuchitril se encerraba con un perrito que le hacacompaa.

    A cualquier hora que fuesen a llamar al hermano, siempre habaluz en su camaranchn y siempre se le encontraba despierto.

    Segn algunos, se pasaba la vida leyendo libros verdes;segn otros, rezaba; uno de los internos aseguraba haberle vistoponiendo notas en unos libros en francs y en ingls acerca depsicopatas sexuales.

    Una noche en que Andrs estaba de guardia, uno de losinternos dijo:

    Vamos a ver al hermano Juan y a pedirle algo de comer y

    de beber.Fueron todos al callejn en donde el hermano tena suescondrijo. Haba luz, miraron por si se vea algo, pero no seencontraba rendija por donde espiar lo que haca en el interiorel misterioso enfermero. Llamaron e inmediatamente apareciel hermano con su blusa negra.

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    El antiguo Hospital General es hoy el Museo Nacional Centro de

    Arte Reina Sofa. Enfrente, las antiguas dependencias del Hospital

    de San Carlos son ahora sede del Real Conservatorio Superior

    de Msica de Madrid

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    Estamos de guardia, hermano Juan dijo uno de losinternos; venimos a ver si nos da usted algo para tomar unmodesto piscolabis.

    Pobrecitos! Pobrecitos! exclam l. Me encuentran

    ustedes muy pobre. Pero ya ver, ya ver si tengo algo. Y elhombre desapareci tras de la puerta, la cerr con mucho cui-dado y se present al poco rato con un paquete de caf, otrode azcar y otro de galletas.

    Volvieron los estudiantes al cuarto de guardia, comieron lasgalletas, tomaron el caf y discutieron el caso del hermano.

    No haba unanimidad: unos crean que era un hombre dis-tinguido; otros que era un antiguo criado; para algunos era un

    santo; para otros un invertido sexual o algo por el estilo.El hermano Juan era el tipo raro del hospital. Cuando reci-ba dinero, no se saba de dnde, convidaba a comer a los con-valecientes y regalaba las cosas que necesitaban los enfermos.

    A pesar de su caridad y de sus buenas obras, este hermanoJuan era para Andrs repulsivo, le produca una impresindesagradable, una impresin fsica, orgnica.

    Haba en l algo anormal, indudablemente. Es tan lgico,

    tan natural en el hombre huir del dolor, de la enfermedad, dela tristeza! Y, sin embargo, para l, el sufrimiento, la pena, lasuciedad deban de ser cosas atrayentes.

    Andrs comprenda el otro extremo, que el hombre huyese deldolor ajeno, como de una cosa horrible y repugnante, hasta llegara la indignidad, a la inhumanidad; comprenda que se evitarahasta la idea de que hubiese sufrimiento alrededor de uno; peroir a buscar lo sucio, lo triste, deliberadamente, para convivir con

    ello, le pareca una monstruosidad.As que cuando vea al hermano Juan senta esa impresin

    repelente, de inhibicin, que se experimenta ante los monstruos.

    Silvestre Paradox, el protagonista del ciclo novelesco que lleva sunombre, es un imaginativo inventor, casi un cientfico en aquella Es-paa precaria que es el paisaje de fondo de la guardilla, donde Pa-radox conserva sus enseres, y que est situada en la calle Tudescos.Este personaje es simblico en la medida en que expresa, a la vez,el respeto de Baroja por la ciencia y su amargo pesimismo sobre elsombro destino que le aguardaba en la Espaa del penltimo fin desiglo. Baroja siente ternura y, al tiempo, compasin por este Silvestreanimoso y desdichado.

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    bicromato potsico, y elcido sulfrico, y losvasos porosos. Silvestreform dos bateras elctri-

    cas, de veinte pilas. []Clasificacin

    Ya resuelta la cuestinimportante del alumbra-do, comenz la clasifica-cin de sus colecciones.

    En medio del taller co-loc su gran estantera. Ciertamente era sta un tanto primitiva ytosca, pues estaba formada con tablas de cajones, y adems tenael inconveniente de que, como no estaba muy segura, solan caer-se los estantes, pero, a falta de otra, cumpla bien su misin. Enlas paredes fue colocando tablas a modo de aparadores, sujetas ala pared, unas con palomillas y otras con cuerdas.

    En la estantera central puso su admirable coleccin mine-

    ralgica, zoolgica y geolgica, formada en sus viajes. Aqu eltrozo de planta nativa de Hiendelaencina, all la eurita de laPella de Haya, ahora el ammonires cycloides, recogido en elvalle del Waztn, y la annularia brevifalia, hallada en la faldadel monte Larrun.

    Los ejemplares zoolgicos ms notables, todos disecados porSilvestre, eran: una avutarda, un gran duque, un gipateo barbu-do, un hurn, un caimn, varias ratas blancas y una comadreja.

    Silvestre tena ideas propias acerca de la disecacin. Creabuenamente que disecando animales era el nmero uno enEspaa.

    Porque disecar deca Paradox no es rellenar la piel deun animal de paja y ponerle despus ojos de cristal. Hay algoms en la disecacin, la parte del espritu; y para definir estoaada hay que dar idea de la actitud, marcar la expresinpropia del animal, sorprender su gesto, dar idea de su tempe-ramento, de su idiosincrasia, de las condiciones generales de laraza y de las particulares del individuo.

    Y como muestra de sus teoras enseaba su bho, un bichohurao, grotesco y pensativo, que pareca estar recitando por lobajo el soliloquio de Hamlet, y la obesa avutarda, que colgaba del

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    Casa en la calle Tudescos en la actualidad

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    arietis, que es como un caracol, con unos cuernos muy largosy muy estrechos; y dos o tres clases de Limneas.

    Los peces interesaban muchsimo a Silvestre; los haba es-tudiado a su manera; estaba convencido de muchas cosas queno son del dominio comn. Primeramente saba que los peces,

    a pesar de la brusquedad de sus movimientos, son inteligentesy susceptibles, no slo de fcil domesticacin, sino de afeccio-nes, como dice muy bien H. de la Blanchere.

    Silvestre haba conseguido domesticar a una rana, pero es-tos instintos de sociabilidad reconocidos en los batracios nolleg nunca a comprobarlos en los peces. Sin embargo, creapoder alcanzar su amistad.

    Baroja fue irreductible sobre la cuestin religiosa. Fue quiz elnico aspecto de su vida en que no alberg vacilacin alguna. Poreso no slo no encontramos en su obra clrigos que merezcan nues-tra simpata, como sucede en Galds, sino que en general son hos-cos y poco sensibles a los problemas de los hombres. Baroja leymucho sobre religin y llev sus muchos conocimientos en la materiaa las pginas de El cura de Monlen, que son una crtica con base

    cientfica del fenmeno religioso y, sobre todo, de la Biblia.La religin es optimismo y colaboracin. La ciencia, en

    cambio, no es optimista, digan lo que quieran; es indiferente,no es teleolgica, ni tiene fines humanos, y lo que no pre-senta finalidad para el hombre, es para l cosa triste.

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    Po Baroja escribiendo en la vejez, en la casade la calle Ruiz de Alarcn

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    I. LOS UNIVERSOS MISERABLES

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    Sin perjuicio de la veracidad de susmemorias, el Madrid ms genuino de Ba-roja hay que buscarlo en sus novelas. El

    Madrid de finales del siglo XIX. Un Ma-drid que haba crecido espectacularmen-te, tena cerca del medio milln de habi-tantes, en un crecimiento que no beneficien absoluto a las clases menos favoreci-das. La inmigracin fue el principal factorde ese crecimiento. La gente vena a bus-car trabajo a Madrid. El Manuel protago-nista de La busca es un ejemplo con valorde paradigma. Procede de Soria, dondetena los horizontes cerrados, y por esobaja a Madrid. La atencin del novelistase centra en los barrios pobres cercanosal Manzanares, el sur de la ciudad.Quien se pasea por estos lugares, se sor-prende seala el novelista

    [] Ante el espectculo de miseria y sordidez, de tristeza eincultura que ofrecen las afueras de Madrid, con sus rondas mise-rables llenas de polvo en verano y de lodo en invierno. La Cortees ciudad de contrastes; presenta luz fuerte al lado de sombraoscura

    Vale de modelo el barrio de las Injurias, que Manuel visita:

    El barrio de las Injurias se despoblaba. Iban saliendo sus habi-tantes hacia Madrid Eran gente astrosa: algunos, traperos; otros,mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repul-siva. Era una basura humana envuelta en guiapos, entumecida

    Cubierta deLa busca.(Aguafuerte y aguatinta de

    Ricardo Baroja)

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    por el fro y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto.Era la herpe, la lepra, el color amarillo de la terciana, el prpadoretrado, todos los estigmas de la enfermedad y la miseria [],

    leemos en Mala hierba. Esa basura humana la produca aquelMadrid incapaz de dar ocupacin a toda la masa humana que acu-da a l. De ah que el universo, este universo barojiano, est pobla-do de pillos, pilluelos, ladronzuelos, gente marginal, encanallada,criminales y vagabundos, que ocupaban viviendas condignas de sucondicin. Estaban las chozas y, an ms degradadas, las cuevas.

    Hacia las cuevas de la

    Montaa del Prncipe Povan una noche Manuel y elBizco, un personaje stepara no olvidar, en quienconcurran todos los signosde la degradacin moral:

    A oscuras anduvieron elBizco y Manuel de unlado a otro explorandolos huecos de la Montaa,hasta que una lnea de luzque brotaba de una rendi-

    El trapero subi la cuesta del terrapln con el

    saco al hombro...

    Arrabal, 1928 (leo sobre cartn, por Ricardo Baroja)

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    como un reptil de piel; otros no lo tenan: algunos peones decarpintero, de albail, a consecuencia de su falta de iniciativa, decomprensin y de habilidad, no podan pasar de peones. Habatambin gitanos, esquiladores de mulas y de perros, y no falta-ban cargadores, barberos ambulantes y saltimbanquis. Casi todosellos, si se terciaba, robaban lo que podan; todos presentabanel mismo aspecto de miseria y de consuncin. Todos sentan una

    rabia constante, que se manifestaba en imprecaciones furiosas yen blasfemias.

    La Corte de los Milagros

    La mendicidad era un problema agobiante; lo sera no obstante hastael filo de la Guerra Civil y slo ya avanzado el siglo, en los aos sesen-ta, comenzara a dejar de

    ser la lacra que era. Estaspginas impresionantes deLa busca describen el terri-ble panorama, con el sar-cstico ttulo de La corte delos milagros, tomado de Losmiserables, de Vctor Hugo:

    Por el Puente deToledo pasaba unaprocesin de mendi-gos y mendigas, acual ms desastrados

    Los mendigos en el puente de Vallecas, 1910 (aguafuerte, aguatinta ypunta seca, 5 estado, por Ricardo Baroja)

    Interior del Corraln, por Ricardo Baroja

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    y sucios. Sala gente, para formar aquella procesin del harapode las Cambroneras y de las Injurias; llegaban del paseoImperial y de los Ocho Hilos; y ya, en filas apretadas, entrabanpor el puente de Toledo y seguan por el camino alto de San

    Isidro a detenerse ante una casa roja.Esto debe ser la Doctrina () Era aquello un cnclave de

    mendigos, un concilibulo de Corte de los Milagros. Las muje-res ocupaban casi todo el patio; en un extremo, cerca de unacapilla, se amontonaban los hombres; no se vean ms quecaras hinchadas, de estpida apariencia, narices inflamadas ybocas torcidas; viejas gordas y pesadas como ballenas melan-clicas; vejezuelas esquelticas de boca hundida y nariz de averapaz; mendigas vergonzantes con la barba verrugosa, llena depelos, y la mirada entre irnica y huraa; mujeres jvenes, fla-cas y extenuadas, desmelenadas y negras; y todas, viejas yjvenes, envueltas en trajes rados, remendados, zurcidos, vuel-tos a remendar hasta no dejar una pulgada sin su remiendo.Los mantones verdes, de color de aceituna, y el traje triste delciudadano, alternaban con los refajos de bayeta, amarillos y

    rojos, de las campesinas.Roberto pase mirando con atencin el interior del patio.Manuel le segua indiferente.

    Entre los mendigos, un gran nmero lo formaban los ciegos;haba lisiados, cojos, mancos; unos hierticos, silenciosos y gra-ves; otros, movedizos. Se mezclaban las anguarinas pardas con

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    Puente de Toledo

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    gado por los ilustrados del XVIII. Pero el paisaje que se apunta es enparte invencin barojiana y remite a su insistencia en los mundos mar-ginales, miserables, los alardes delictivos de los compaeros de andan-zas del protagonista, la mala intencin de todos, que cuando es de

    da, y tras una noche aflictiva para Alczar, desemboca en la atms-fera, hmeda, fra y triste de la maana, bajo un cielo de color de cinc.Con todo, cabe destacar las hermosas alusiones al paisaje del Guada-rrama, que emerge sobre la ciudad de torrecillas y chimeneas.

    Comieron, y despus, en unin de otros chiquillos andrajosos,subieron por los altos arenosos del cerrillo de San Blas, a verdesde all el ejercicio de los soldados en el paseo de Atocha.

    Manuel se tendi perezosamente al sol; senta el bienestarde hallarse libre por completo de preocupaciones, de ver elcielo azul extendindose hasta el infinito. Aquel bienestar lellev a un sueo profundo.

    Cuando se despert era ya media tarde; el viento arrastrabanubes oscuras por el cielo. Manuel se sent; haba un grupo degolfos junto a l, pero entre ellos no estaba el Expsito.

    Un nubarrn negro vino avanzando hasta ocultar el sol; poco

    despus empez a llover.Vamos a la cueva del Cojo? dijo uno de los muchachos.Vamos.Ech toda la golfera a correr, y Manuel con ella, en la direc-

    cin del Retiro. Caan las gruesas gotas de lluvia en lneas obli-cuas de color de acero; en el cielo, algunos rayos de sol pasa-

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    Traperos, hacia 1907 (aguatinta y punta seca, por Ricardo Baroja)

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    en el silencio del amanecer, el pueblo y el paisaje lejano tenanalgo de lo irreal y de lo inmvil de una pintura.

    Clareaba ms el cielo, azuleando poco a poco. Se destaca-ban ya de un modo preciso las casas nuevas, blancas; las

    medianeras altas de ladrillo, agujereadas por ventanucos sim-tricos; los tejados, los esquinazos, las balaustradas, las torresrojas, recin construidas, los ejrcitos de chimeneas, todoenvuelto en la atmsfera hmeda, fra y triste de la maana,bajo un cielo bajo de color de cinc.

    Fuera del pueblo, a lo lejos, se extenda la llanura madrileaen suaves ondulaciones, por donde nadaban las neblinas delamanecer, serpenteaba el Manzanares, estrecho como un hilo de

    plata; se acercaba al cerrillo de los ngeles, cruzando camposyermos y barriadas humildes, para curvarse despus y perderseen el horizonte gris. Por enci-ma de Madrid, el Guadarramaapareca como una alta mura-lla azul, con las crestas blan-queadas por la nieve. Enpleno silencio el esquiln de

    una iglesia comenz a sonaralegre, olvidado en la ciudaddormida.

    Manuel senta mucho froy comenz a pasearse de unlado a otro, golpendose conlas manos en los hombros yen las piernas. Entretenido en

    esta operacin, no vio a unhombre de boina, con unalinterna en la mano, que seacerc y le dijo:

    Qu haces ah?Manuel, sin contestar, ech a correr para abajo; poco des-

    pus comenzaron a bajar los dems, despertados a puntapispor el hombre de la boina.

    Al llegar junto al Museo Velasco, el Marian dijo:Vamos a ver si hacemos la Pascua a ese morral del Cojo.S; vamos.Volvieron a subir por una vereda al sito en donde haban esta-

    do la tarde anterior. De las cuevas del cerrillo de San Blas salan

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    Jardines y fachada del ObservatorioAstronmico Nacional, en el cerrillo de

    San Blas, obra de Juan de Villanueva(1790-1808)

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    Vive aqu un cabo del Orden que se llama Ortiz?Del fondo de un rincn oscuro, en donde trabajaban dos

    hombres cerca de un hornillo, contest uno de ellos:A m qu me cuenta usted? Pregnteselo usted al portero.

    Los dos hombres estaban haciendo barquillos. Tomaban deuna caldera, llena de una masa blanca como engrudo, unacucharada y la echaban en unas planchas que se cerrabancomo tenazas. Despus de cerradas las ponan al fuego, lascalentaban por un lado y por otro, las abran y en una de lasplanchas apareca el barquillo, como una oblea redonda. Elhombre, rpidamente, con los dedos, lo arrollaba y lo coloca-ba en una caja.

    De manera que no sabenustedes si vive o no aquOrtiz? pregunt de nuevoel Garro.Ortiz dijo una voz delfondo negro, en donde nose vea nada. S, aqu vive.Es el administrador.

    Manuel entrevi en el aguje-ro negro dos hombres ten-didos en el suelo.Pues si es el administradordijo el que trabajaba,hace un momento estaba enel patio.Salieron el Garro y Manuel

    al patio y el agente vio alguardia en la galera delpiso primero.

    Eh, Ortiz! le grit.Qu hay? Quin me llama?Soy yo, Garro.Baj el guardia con rapidez, y apareci en el patio.Hola, seor Garro! Qu le trae a usted por aqu?Este muchacho es el primo de ese que han matado en el

    puente delSotillo; conoce al agresor, que es un randa conocido por el

    Bizco.

    Personaje del Rastro (acuarela porEduardo Vicente)

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    Aqu no hay amigas que valgan. Quines son ellas?Algunas golfas...

    No; son las hermanas de un cajista, compaero mo, quefueron mis vecinas en el parador de Santa Casilda.

    Ah!, pero t has vivido all?S.Pues yo tambin. Las conocer.No s; son hermanas de un cajista que se llama Jess.La Fea.S.La conozco. Dnde vive?En el callejn del Mellizo.

    Aqu mismo est. Vamos a verla.Salieron de la casa; calle de la Arganzuela arriba estaba elcallejn del Mellizo, prximo al matadero de cerdos. No habaen el callejn,que en su prin-cipio tenaempalizadas aambos lados y

    estaba obstrui-do por grandeslosas, puestasunas encima deotras, ms queuna casa gran-de en el fondo.Delante de la

    casa, en unpatio grande,trajinaban algu-nos cas con mulas y pollinos; en las galeras asomaban gita-nas negras y gitanillas de ojos brillantes y trajes abigarrados.

    Preguntaron a un gitano por la Fea, y les indic el nmero6 del piso segundo.

    En la puerta del cuarto, en un letrero escrito en una cartu-lina, pona: Se cose a mquina.

    Llamaron y apareci un chiquillo rubio.ste es el hermano de la Salvadora dijo Manuel.Se present la Fea en la puerta y recibi a Manuel con gran-

    des muestras de alegra y salud a Ortiz.

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    Plaza del Campillo del Mundo Nuevo, en el Rastromadrileo

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    Y la Salvadora? pregunt Manuel.En la cocina; ahora viene.El cuarto era claro, con una ventana por donde entraban los

    ltimos rayos del sol poniente.

    Debe de ser muy alegre este cuarto dijo Manuel.Entra el sol desde que sale hasta que se marcha contestla Fea Queremos mudarnos; pero no encontramos cuartoparecido a ste.

    Respiraba aquello tranquilidad y trabajo; haba dos mqui-nas de coser nuevas, un armario de pino, sillas y macetas en laventana.

    Morir en MadridEn El rbol de la ciencia cuenta Baroja la vida de Andrs Hurta-

    do, criatura melanclica y desventurada, que estudi Medicina. Laimagen de la muerte corona este submundo. La sala de diseccin delHospital de San Carlos le inspira esta sombra visin:

    [] La anatoma bastaba para poner a prueba la memoria

    mejor organizada. Unos meses despus del principio de curso,en el tiempo fro, se comenzaba la clase de diseccin. Los cin-cuenta o sesenta alumnos se repartan en diez o doce mesas yse agrupaban de cinco en cinco en cada una. Se reunieron enla misma mesa Montaner, Aracil y Hurtado, y otros dos a quien

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    Final de la jornada o La muerte sobre el puente, 1910(aguafuerte y punta seca, por Ricardo Baroja)

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    ellos consideraban como extraos a su pequeo crculo. Sinsaber por qu, Hurtado y Montaner, que en el curso anterior sesentan hostiles, se hicieron muy amigos en el siguiente. Andrsle pidi a su hermana Margarita que le cosiera una blusa parala clase de diseccin, una blusa negra con mangas de hule y

    vivos amarillos. Margarita se la hizo. Estas blusas no eran nadalimpias, porque en las mangas, sobre todo, se pegaban piltra-fas de carne que se secaban y no se vean. La mayora de losestudiantes ansiaban llegar a la sala de diseccin y hundir elescalpelo en los cadveres, como si les quedara un fondo at-vico de crueldad primitiva. En todos ellos se produca un alar-de de indiferencia y de jovialidad al encontrarse frente a lamuerte, como si fuera una cosa divertida y alegre destripar ycortar en pedazos los cuerpos de los infelices que llegaban all.Dentro de la clase de diseccin, los estudiantes gustaban deencontrar grotesca la muerte; a un cadver le ponan un cucu-rucho en la boca o un sombrero de papel. Se contaba de unestudiante de segundo ao que haba embromado a un amigosuyo, que saba era un poco aprensivo, de este modo: cogi elbrazo de un muerto, se emboz en la capa y se acerc a salu-

    dar a su amigo.Hola, qu tal? le dijo sacando por debajo de la capa lamano del cadver.

    Bien, y t? contest el otro.El amigo estrech la mano, se estremeci al notar su frial-

    dad y qued horrorizado al ver que por debajo de la capa sala

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    Tejados de Madrid, 1989 (leo, por Eduardo Chicharro Aguera)

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    el brazo de un cadver. De otro caso sucedido por entonces sehabl mucho entre los alumnos. Uno de los mdicos del hos-pital, especialista en enfermedades nerviosas, haba dadoorden de que a un enfermo suyo, muerto en su sala, se le hicie-

    ra la autopsia, se le extrajera el cerebro y se lo llevara a su casa.El interno extrajo el cerebro y lo envi con un mozo al domi-cilio del mdico. La criada de la casa, al ver el paquete, creyque eran sesos de vaca, y los llev a la cocina y los prepar ylos sirvi a la familia. Se contaban muchas historias como sta,fueran verdad o no, con verdadera fruicin.

    Indiferencia ante el dolor

    Exista entre los estudiantes de Medicina una tendencia alespritu de clase, consistente en un comn desdn por la muer-te, en cierto entusiasmo por la brutalidad quirrgica, y en un grandesprecio por la sensibilidad. Andrs Hurtado no manifestabams sensibilidad que los otros; no le haca tampoco ningunamella ver abrir, cortar y descuartizar cadveres. Lo que s lemolestaba era el procedimiento de sacar los muertos del carro

    donde los traan del depsito del hospital. Los mozos coganestos cadveres, uno por los brazos y otro por los pies, los aupa-ban y los echaban al suelo. Eran casi siempre cuerpos esquelti-cos, amarillos, como momias. Al dar en la piedra, hacan un ruido

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    Vagos o La muchacha y los viejos, 1909 (aguafuerte y aguatinta,por Ricardo Baroja)

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    desagradable, extrao, como de algo sin elasticidad que se derra-ma; luego, los mozos iban cogiendo los muertos, uno a uno, porlos pies y arrastrndolos por el suelo; y al pasar unas escalerasque haba para bajar a un patio donde estaba el depsito de la

    sala, las cabezas iban dando lgubremente en los escalones depiedra. La impresin era terrible; aquello pareca el final de unabatalla prehistrica, o de un combate de circo romano, en quelos vencedores fueran arrastrando a los vencidos.

    Hurtado imitaba a los hroes de las novelas ledas por l yreflexionaba acerca de la vida y de la muerte; pensaba que silas madres de aquellos desgraciados que iban al spoliarium,hubiesen vislumbrado el final miserable de sus hijos, hubieran

    deseado seguramente parirlos muertos. Otra cosa desagradablepara Andrs era el ver, despus de hechas las disecciones,cmo metan todos los pedazos sobrantes en unas calderascilndricas pintadas de rojo, en donde apareca una mano entreun hgado, y un trozo de masa enceflica, y un ojo opaco y tur-bio en medio del tejido pulmonar.

    A pesar de la repugnancia que le inspiraban tales cosas,no le preocupaban; la anatoma y la diseccin le producan

    inters. Esta curiosidad por sorprender la vida, este instinto deinquisicin tan humano, lo experimentaba l como casi todoslos alumnos. Uno de los que lo sentan con ms fuerza era uncataln amigo de Aracil que an estudiaba en el Instituto.Jaime Mass, que as se llamaba, tena la cabeza pequea, elpelo negro, muy fino, la tez de un color blanco amarillento,y la mandbula prognata. Sin ser inteligente, senta tal curio-sidad por el funcionamiento de los rganos, que si poda se

    llevaba a casa la mano o el brazo de un muerto para disecar-los a su gusto. Con las piltrafas, segn deca, abonaba unostiestos o los echaba al balcn de un aristcrata de la vecindada quien odiaba.

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    Otro paisaje, este matutino:

    Era una maana esplndida, de un da de primavera. En elsotillo prximo al Campo del Moro, algunos soldados se ejer-citaban tocando trompetas y tambores; de una chimenea deladrillo de la ronda de Segovia sala a borbotones un humazooscuro que manchaba el cielo, limpio y transparente; en loslavaderos del Manzanares brillaban al sol las ropas puestas asecar, con vvida blancura.

    Lavadero junto al ro Manzanares, hacia 1900

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    A veces el Bizco y Vidal haban pasado malas pocas,comiendo gatos y ratas, guarecindose en las cuevas del cerri-llo de San Blas, de Madrid Moderno y del cementerio del Este;pero ya tenan los dos su apao.

    Y de trabajar? Nada? pregunt Manuel.

    Trabajar!... pa el gato contest Vidal.Ellos no trabajaban tartamude el Bizco; con su chaira en

    la mano, quin le tosa a l?En el cerebro de aquella

    bestia fiera no haban entra-do, ni aun vagamente, ideasde derechos y de deberes. Nideberes, ni leyes, ni nada;

    para l la fuerza era la razn;el mundo un bosque de caza.Slo los miserables podanobedecer la ley del trabajo; asdeca l: El trabajo pa los pri-mos; el miedo pa los blancos.

    Mientras hablaban lostres, pasaron por la carreteraun hombre y una mujer conun nio en brazos. Tenanaspecto entristecido, degente perseguida y famlica,la mirada tmida y huraa.

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    Vista antigua de Madrid desde el Puente de Segovia

    El vicioso(pastel, por Maximino Pea Muoz)

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    Ah hacen dinero con sangre contest Vidal solemne-mente.

    Diversiones

    Aquel Madrid oscuro tena su espacio para las distracciones, aun-que el horizonte de una imprecisa amenaza gravita siempre sobre lospersonajes:

    La kermesse de la calle de la Pasin fue esperada por Leandrocon ansiedad. Otros aos haba acompaado a Milagros a la ver-bena de San Antonio y a las del Prado; bail con ella, la convida buuelos, la regal un tiesto de albahaca; aquel verano la fami-lia del Corretor pareca tener empeo decidido de apartar a laMilagros de Leandro. ste se enter de que su novia y su madre

    pensaban ir a la kermesse, y se agenci dos billetes, y anunci aManuel que los dos se presentaran all.Efectivamente: fueron una noche de agosto que haca un

    calor horrible; un vaho denso y turbio llenaba las calles de lascercanas del Rastro, adornadas e iluminadas con farolillos a laveneciana.

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    Cuatro Caminos, hacia 1917-1919 (leo, por Aurelio Arteta)

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    La Milagros no hizo caso: bailaba cogindose la falda con unamano, contestando de una manera displicente y por monoslabos.

    Concluy el chotis, y Leandro invit a la familia a ir al ambi-

    g. A la derecha de la puerta haba dos escalinatas adornadas,que conducan a otro solar a un nivel de seis o siete metros msalto del sitio donde se celebraba el baile. En una de las escaleras,llenas de banderas espaolas, haba un letrero, sostenido por unposte, donde pona:

    Subida al ambig; en la otra: Bajada del ambig.Subieron todos la escalera. El ambig era un sitio espacioso,

    con rboles, alumbrado por globos elctricos, que colgaban de

    gruesos cables. Sentados a las mesas, una multitud abigarradahablaba a gritos, palmoteaba y rea.

    Tuvieron que esperar muchsimo tiempo para que un mozotrajese cerveza; la Milagros pidi un helado, y, como no haba,no quiso tomar nada. Estuvo as, sin hablar, considerndoseprofundamente ofendida, hasta que se encontr con dosmuchachas de su taller, se reuni con ellas y se le march elenfado al momento. Leandro, a la primera ocasin, abandonal Corretor, se reuni con Manuel y fue a buscar a su novia.

    En el solar prximo de la entrada, en el sitio del baile, pase-aban, dando vueltas, las parejas en los momentos de descanso;las dos amigas de la Milagros y sta, las tres agarradas del brazo,paseaban muy alegres, seguidas muy de cerca por tres hombres.

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    El caf o La cupletista y los chulos, hacia 1906 (aguafuerte y aguatinta,por Ricardo Baroja)

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    Danzaban las claridades de las linternas de los serenos enel suelo gris, alumbrado vagamente por el plido claror delalba, y las siluetas negras de los traperos se detenan en los

    montones de basura, encorvndose para escarbar en ellos.Todava algn trasnochador plido, con el cuello del gabnlevantado, se deslizaba siniestro como un bho ante la luz, ymientras tanto comenzaban a pasar obreros... El Madrid traba-jador y honrado se preparaba para su ruda faena diaria.

    Aquella transicin del bullicio febril de la noche a la activi-dad serena y tranquila de la maana hizo pensar a Manuel lar-gamente.

    Comprenda que eran las de los noctmbulos y las de los tra-bajadores vidas paralelas que no llegaban ni un momento aencontrarse. Para los unos, el placer, el vicio, y la noche; para losotros, el trabajo, la fatiga, el sol. Y pensaba tambin que l debade ser de stos, de los que trabajan al sol, no de los que buscanel placer en la sombra.

    La imprenta de Manuel

    El infierno social que describe Baroja es un hecho histrico con-trastado por los historiadores; pero surge la pregunta de cmo pudoconocerlo con tal profundidad. La respuesta radica en que el jovencon ambiciones literarias, que se hace cargo, junto con su hermano Ri-

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    Verbena (aguafuerte y aguatinta, por Ricardo Baroja)

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    cardo, del negocio de panadera Viena Capellanes de la calle de laMisericordia heredado de su ta, se transform en escritor observando

    el ir y venir de obreros y repartidores por toda la Corte, y en el tratodiario con gentes de toda condicin social del pueblo de Madrid: gol-fos y pobres, seoritos y ricos, unos porque comen pan, otros porquedegustan la exquisita bollera y el pan de Viena. Este fue el laborato-rio en el que surgieron Silvestre Paradox, Manuel y Juan Alczar, laSalvadora, Fernando Ossorio, Andrs Hurtado y Lul. Las vivenciasdel autor se combinan con la observacin directa, fotogrfica, de lavida madrilea para crear un fresco documental escrito con una pro-sa sencilla, sin los sentimentalismos exagerados, propios de folletn.

    Como no poda ser menos, Baroja refleja tambin los debatesque esa difcil realidad social provocaba en los contemporneos delcambio de siglo, y muestra los vaivenes de las principales ideologasde la poca: el liberalismo, el socialismo, el anarquismo, como pue-de leerse en estos textos de Aurora roja, donde el otrora golfo Ma-

    nuel decide reconducir su vida y comprar una imprenta, con la ayu-da de sus amigos.

    El retrato de la Salvadora estaba en mejor sitio y habacausado efecto; los peridicos hablaban de Juan; uno deljurado le haba dicho que l le votara para una segunda

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    Asfaltadores en la Puerta del Sol, hacia 1900(aguafuerte y aguatinta, por Ricardo Baroja)

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    medalla; pero como todas estaban comprometidas, no lepodran dar mas que una tercera. Juan le contest que hicie-sen en conciencia lo que les pareciese; pero el del jurado leadvirti que le dijera si iba o no a aceptar la tercera meda-

    lla, porque, en el caso de no aceptarla, se la daran a otro.Juan sinti deseos de rechazarla; pero esto pens que indi-cara que estaba mortificado, y la acept.

    Cunto te dan por eso? le pregunt Manuel.Mil pesetas.Entonces, haces bien en aceptar. Los peridicos dicen que

    tus estatuas son de lo mejor de la Exposicin; para la gente hasobtenido un triunfo. Ahora te dan ese dinero. Tmalo.

    Psch!Si no lo quieres, dmelo a m; esas pesetas me podranhacer el gran avo.

    A ti? Para qu?Hombre, tengo ya desde hace tiempo la idea de tomar una

    imprenta en traspaso.Pero vives mal as?No.

    tantas ganas tienes de ser propietario?Todo el mundo quiere ser propietario.Yo, no.Pues yo, s; me gustara tener un solar, aunque no sirviera

    para nada, slo para ir all y decir: esto es mo.

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    La Puerta del Sol, corazn de Madrid, hacia 1933 (fotografa, por Raisin)

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    No digas eso replic Juan; para m ese instinto de pro-piedad es lo ms repugnante del mundo. Todo deba ser detodos.

    Que empiecen los dems dando lo que tienen dijo laIgnacia terciando en la conversacin.

    Nosotros no tenemos que arreglar nuestra conducta con lade los dems, sino con nuestra propia conciencia.

    Pero es que la conciencia le impide a uno ser propietario?pregunt Manuel.

    S.

    Ser la tuya, chico; la ma no me lo impide. Yo, entreexplotado o explotador, prefiero ser explotador; porque eso deque se pase uno la vida trabajando y que se imposibilite uno yse muera de hambre...

    No tiene uno derecho al porvenir. La vida viene comoviene, y sujetarla es una vileza.

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    Po Baroja leyendo

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    Pero, bueno, qu me quieres decir con esto, que no medars el dinero?

    No, el dinero te lo llevas, si es que me dan la medalla; loque te digo es que no me gusta esa tendencia tuya de hacerte

    burgus. Vives bien...Pero puedo vivir mejor.Bueno; haz lo que quieras.La Salvadora y la Ignacia no compartan las ideas de Juan;

    al revs, sentan de una manera enrgica el instinto de propie-dad.

    Planes

    A consecuencia de estaconversacin, se desperta-ron nuevamente los planesambiciosos de Manuel. LaSalvadora y la Ignacia le insta-ron para que estuviese a lamira por si sala alguna

    imprenta en traspaso, y pocosdas despus le indicaron unaanunciada en un peridico.

    Manuel fue a verla; peroel amo le dijo que ya no laquera traspasar. En cambio,supo que un peridico ilus-trado venda una mquina

    nueva y tipos nuevos porquince mil pesetas.

    Era una locura pensar en esto; pero la Salvadora y la Ignaciale dijeron a Manuel que fuera a verla y que propusiera al amocomprarla a plazos.

    Hizo esto Manuel; la mquina era buena; tena un motorelctrico moderno, y los tipos eran nuevos; pero el amo no seavena a cobrar en plazos.

    No, no le dijo; soy capaz de rebajar algo el precio; peroel dinero lo necesito al contado.

    Entre la Salvadora y la Ignacia tenan tres mil pesetas, po-dan contar con las mil de la medalla de Juan; pero esto no eranada.

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    Detalle deAl acecho (leo, porRodrguez Acosta, 1903)

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    S, ser tu socio. Dentro de unos aos pondremos unagran casa editorial, para ir descristianizando Espaa. Vamos aver al dueo de la mquina.

    Tomaron un coche y se hizo la compra. Se especific elnmero de letras y de casilleros; Roberto cogi el recibo, pagy le dijo a Manuel:

    Ya me dirs dnde nos trasladamos. Adis! Tengo muchoque hacer.

    Manuel se despidi de la imprenta donde trabajaba y se fuea su casa.

    Un burgus

    Ya era un burgus, todo un seor burgus.Tuvo grandes dificultades la instalacin de la imprenta.El dueo de la mquina dijo que l ya no necesitaba el local,

    y Manuel tuvo que pagarlo mientras buscaba otro. Despus deandar mucho, lleg a encontrar una tienda a propsito paraimprenta en la calle de Sandoval. Tena prisa de instalarse cuan-to antes y se arregl con los albailes para que hicieran las obrasnecesarias en un mes. Pero los albailes tardaron ms de lo con-venido y tuvo que pagar los alquileres de las dos casas. []

    Tras de muchas dilaciones y contratiempos, pudo trasladar lamquina y las cajas, y not que le haban robado casi la mitad

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    Imprenta tipogrfica mecanizada

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    de la letra. El motor elctrico hubo que componerlo. Por fin, searregl todo; pero no haba trabajo. La Ignacia se lamentaba deque su hermano hubiese perdido su buen jornal; la Salvadora,siempre animosa, confiaba que vendra trabajo, y Manuel se

    pasaba las horas en la imprenta, flaco, triste, irritado.Hizo anuncios, que reparti por todas partes, pero losencargos no venan.

    Algn tiempo despus, Baroja presenta un encuentro entre Roberto,el benefactor de creencias liberales, que ha prosperado mucho y haviajado a Inglaterra, y Manuel, copropietario y trabajador de la im-prenta, en el que repasa la rivalidad entre socialistas muchos eran ti-

    pgrafos y anarquistas y las ideasde estirpe darwinista sobre la luchapor la vida que forman el hilo con-ductor principal de la triloga. Estre-mecen, vistas desde nuestro siglo,que ha conocido sus efectos terri-bles, las discusiones sobre la nece-sidad de un gobierno dictatorial.

    Era, con todo, un tema corriente, cu-ya persistencia (el aragons JoaqunCosta haba hablado del cirujanode hierro; el poltico conservadorAntonio Maura invocaba por estosaos la revolucin desde arriba)fue el caldo de cultivo en que se co-ci el fascismo y se engendr el

    descrdito de la democracia. Baro-ja en su fondo ltimo de viejo libe-ral del XIX, incapaz de ver los lmi-tes de ese liberalismo, aorsiempre situaciones autoritarias, pe-se a su proclamada fe en el anar-

    quismo, que al cabo no le inspir ms que unas cuantas pginas msbien retricas, cifradas en el libroJuventud y egolatra,y los episodiossentimentales de la muerte y entierro de Juan en nuestra triloga.

    Una tarde lluviosa de febrero, Manuel haba encendido la luz ensu despacho de la imprenta, cuando se detuvo un coche a la puerta,

    y entr Roberto.

    78 G U A D E L M A D R I D B A R O J I A N O

    Chibalete para guardar cajas contipos de imprenta

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    Hola! Qu tal ests?Bien, y usted?; qu le trae por aqu con un tiempo tan

    malo?Te traigo trabajo.

    Hombre!He encontrado a mi antiguo editor, y hablando de susnegocios, me he acordado de tu imprenta...

    De nuestra imprenta, querr usted decir.Es verdad, de nuestra imprenta. Se me quejaba de que le

    hacan sin cuidado los libros. Yo conozco, le he dicho, a unimpresor nuevo que trabaja bien. Pues dgale usted que venga,me ha contestado.

    Y qu hay que hacer?Unos libros con grabados, estadsticas y nmeros. Tpodrs tirar grabados?

    S; muy bien.Pues vete hoy o maana a verle.Descuide usted; ir. Ya lo creo! Tendr que tomar otro

    cajista bueno.Y qu? Trabajas mucho?

    S.Pero ganas poco.Es que como los obreros estn asociados, se imponen.Y t no estabas asociado antes?Yo, no.No eres socialista?Psch!Anarquista quiz?

    S; me es ms simptica la anarqua que el socialismo.Claro! Como es ms simptico para un chico hacer novi-

    llos que ir a clase. Y cul es la anarqua que t defiendes?No; yo no defiendo ninguna.Haces bien; la anarqua para todos no es nada. Para uno,

    s; es la libertad. Y sabes cmo se consigue hacerse libre?Primero, ganando dinero; luego, pensando. El montn, lamasa, nunca ser nada. Cuando haya una oligarqua de hom-bres selectos, en que cada uno sea una conciencia, entre ellosla libre eleccin, la simpata, lo regir todo. La Ley slo que-dar para la canalla que no se haya emancipado.

    Un cajista entr, con el componedor y unas cuartillas en lamano, a hacer una pregunta a Manuel.

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    Ir luego dijo ste.No, hombre, vete ahora repuso Roberto.Es que quera orle a usted.Me quedar un rato todava y filosofaremos. []

    Los anarquistas

    Usted tambin es algo anarquista, verdad? pregunt aRoberto.

    S; lo he sido a mi manera.Cuando viva usted mal, quiz?No. Eso no ha influido en mis ideas para nada. Puedes cre-

    erlo. Mi primer sentimiento de rebelda lo experiment en el cole-gio. Yo trataba de comprender lo que lea, de desentraar el sen-tido de las cosas. Mis profesores me acusaban de holgazn por-que no aprenda las lecciones de memoria; yo protestaba furioso.Desde entonces, todo pedagogo, para m, es un miserable. Hastaque comprend que hay que adaptarse al medio o aparentar con-formidad con l. Ahora, por dentro, soy ms anarquista que antes.

    Y por fuera?

    Por fuera! Si en Inglaterra llego a entrar en poltica, serconservador.

    De veras?Claro! Qu hara yo en Inglaterra siendo anarquista? Vivir

    oscurecido. No; yo no puedo despreciar ninguna ventaja en lalucha por la vida.

    Pero usted ha resuelto ya su problema.En parte, s.

    En parte? Pues qu quiere usted ms? Tiene usted el dine-ro que quiere; se ha casado usted con una mujer preciosa,bonsima...

    An queda algo que conseguir.Qu?El dominio, el poder. Si yo ya no deseara, estara muerto.

    En la vida hay que luchar siempre; dos clulas lucharn por unpedacillo de albmina; dos tigres, por un trozo de carne; dossalvajes, por unas cuentas de vidrio; dos civilizados, por elamor o por la gloria...; Yo lucho por el dominio.

    Y siempre habr que luchar?Siempre.No cree usted que vendr la fraternidad?

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    No.No se podr conseguir que deje de haber explotadores y

    explotados?Nunca. Viviendo en sociedad, o es uno acreedor o es uno

    deudor. No hay trmino medio. Actualmente, todo hombre queno trabaja, que no produce, vive de la labor de otro, o de otroscien; es indudable, cuanto ms rico es, ms esclavos tiene,esclavos que l no conoce, pero que existen. Y maana suce-der igual; siempre habr suplementos de hombres que sudenpor el sabio, por la mujer bonita, por el artista...

    Tiene usted unas ideas muy negras.No; por qu? En el porvenir no pueden suceder mas que

    dos cosas: o que, a pesar de las leyes que estn hechas a bene-ficio de los dbiles, de los inmorales, de los no inteligentes,sigan como hasta ahora dominando los fuertes, o que la morra-lla se imponga y consiga debilitar y acabar, con los fuertes.

    Me chocan mucho las ideas de usted; quisiera verle discu-tir con el Libertario.

    Quin es el Libertario?Un amigo mo.

    No nos convenceramos.Por qu?Porque cada uno es como es, y no puede ser de otra

    manera. Yo soy una mezcla de individualismo ingls de los

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    Taller de imprenta tipogrfica de principios del siglo pasado,con las muchachas cajista en primer trmino

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    Yo creo que para los meridionales, para todos estos mediterr-neos medio africanos, lo mejor sera un gobierno dictatorial, fuer-te, que pudiera dominar el desconcierto de los apetitos y suplirla falta de organizacin que tiene la sociedad.

    El despotismo?El despotismo ilustrado, progresivo, que actualmente enEspaa sera un bien.

    Obedecer a un tirano! Eso es horrible.Para m, para mi libertad, es ms ofensivo acatar la ley que

    obedecer a la violencia.Es usted ms anarquista que yo dijo rindose Manuel.

    Usted cree de veras en esa dictadura?

    Si fuera posible que saliera un hombre, sera utilsima.Figrate t un dictador que dijera: voy a suprimir los toros, y lossuprimiera; voy a suprimir la mitad del clero, y lo suprimiera; ypusiera un impuesto sobre la renta, y mandara hacer carreteras yferrocarriles, y metiera en presidio a los caciques que se insu-bordinan, y mandaraexplotar las minas, yobligara a los pue-

    blos a plantar rbo-les...

    La tienda de Lul enla calle del Pez

    Misgino se ha llama-do a Baroja, pero aun sies as, cuando se decidea trazar personajes feme-ninos a fondo, sabe per-filarlos con maestra. Tal es el caso de la encantadora Lul, deliciosapero lcida, investida de un notable sentido de la dignidad (existen-cial y laboral) de la mujer, a la que Baroja trata con mxima simpata.Otro personaje femenino de El rbol de la ciencia es Andrea, con laque Andrs intima durante su estancia como mdico en Alcolea, enCastilla, y a quien presenta como una discreta y tierna vctima de subrutal marido. Feminismo ms indirecto, pero feminismo al fin, dentrode un cuadro de reflexiones poco risueas sobre la sexualidad huma-na y el amor. Pero Andrs se enamorar de Lul y acabara casndo-se con ella. Un parto trgico quebrar la armona de los amantes.

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    Caf de Levante, hacia 1905 (aguafuerte, aguatintay rascador, por Ricardo Baroja)

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    Este da, al salir de casa del empleado, en la calle Anchaesquina a la del Pez, Andrs Hurtado se encontr con Lul.Estaba igual que antes; no haba variado nada.

    Lul se turb un poco al ver a Hurtado, cosa rara en ella.Andrs la contempl con gusto.Estaba con su mantillita, tan fina, tan esbelta, tan graciosa.Ella le miraba, sonriendo un poco ruborizada.Tenemos mucho que hablar le dijo Lul; yo me estara

    charlando con gusto con usted, pero tengo que entregar unencargo. Mi madre y yo solemos ir los sbados al caf de laLuna. Quiere usted ir por all?

    S, ir.Vaya usted maana que es sbado. De nueve y media a

    diez. No falte usted, eh?No, no faltar.Se despidieron, y Andrs, al da siguiente por la noche, se

    present en el caf de la Luna.Estaban doa Leonarda y Lul en compaa de un seor de

    anteojos, joven. Andrs salud a la madre, que le recibi seca-mente, y se sent en una silla lejos de Lul.Sintese usted aqu dijo ella hacindole sitio en el divn.Se sent Andrs cerca de la muchacha.Me alegro mucho que haya usted venido dijo Lul; tena

    miedo de que no quisiera usted venir.

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    Calle del Pez, esquina a San Bernardo,en la actualidad

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    Por qu no haba de venir?Como es usted tan as!Lo que no comprendo es por qu han elegido ustedes este

    caf. O es que ya no viven all en la calle del Fcar?

    Ca, hombre! Ahora vivimos aqu en la calle del Pez. Sabeusted quin nos resolvi la vida de plano?Quin?Julio.De veras?S.Ya ve usted cmo no es tan mala persona como usted deca.Oh, igual; lo mismo que yo crea o peor. Ya se lo contar

    a usted. Y usted qu ha hecho? Cmo ha vivido? Andrs contrpidamente su vida y sus luchas en Alcolea.Oh! Qu hombre ms imposible es usted! exclam

    Lul. Qu lobo!El seor de los anteojos, que estaba de conversacin con

    doa Leonarda, al ver que Lul no dejaba un momento dehablar con Andrs, se levant y se fue.

    Lo que es si a usted le importa algo por Lul, puede usted

    estar satisfecho dijo doa Leonarda con tono desdeoso y agrio.Por qu lo dice usted? pregunt Andrs.Porque sta le tiene a usted un cario verdaderamente

    raro. Y la verdad, no s por qu.Yo tampoco s que a las personas se les tenga cario por

    algo replic Lul vivamente; se las quiere o no se las quie-re; nada ms.

    Doa Leonarda, con un mohn despectivo, cogi el peridico

    de la noche y se puso a leerlo. Lul sigui hablando con Andrs.Pues ver usted cmo nos resolvi la vida Julio dijo ella

    en voz baja. Yo ya le deca a usted que era un canalla que nose casara con Nin. Efectivamente, cuando concluy la carreracomenz a huir el bulto y a no aparecer por casa. Yo me ente-r, y supe que estaba haciendo el amor a una seorita debuena posicin. Llam a Julio y hablamos; me dijo claramenteque no pensaba casarse con Nin.

    As, sin ambages?S; que no le convena; que sera para l un engorro casarse

    con una mujer pobre. Yo me qued tranquila y le dije: Mira, yoquisiera que t mismo fueras a ver a don Prudencio y le advir-tieras eso. Qu quieres que le advierta? me pregunt l. Pues

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    nada; que no te casas con Nin porque no tienes medios; en fin,por las razones que me has dado.

    Se quedara atnito exclam Andrs, porque l pensabaque el da que lo dijera iba a haber

    un cataclismo en la familia.Se qued helado, en el mayorasombro. Bueno, bueno dijo, ira verle y se lo dir. Yo le comuni-qu la noticia a mi madre, quepens hacer algunas tonteras, peroque no las hizo; luego se lo dije aNin, que llor y quiso tomar ven-

    ganza. Cuando se tranquilizaron lasdos, le dije a Nin que vendra donPrudencio y que yo saba que a donPrudencio le gustaba ella y que lasalvacin estaba en don Prudencio.Efectivamente, unos das despus,vino don Prudencio en actituddiplomtica; habl de que si Julio

    no encontraba destino, de que si nole convena ir a un pueblo... Ninestuvo admirable. Desde entonces,

    yo ya no creo en las mujeres.Esa declaracin tiene gracia dijo Andrs.Es verdad replic Lul, porque mire usted que los hom-

    bres son mentirosos, pues las mujeres todava son ms. A lospocos das don Prudencio se presenta en casa; habla a Nin y a

    mam, y boda. Y all le hubiera usted visto a Julio unos das des-pus en casa, que fue a devolver las cartas a Nin, con la risa delconejo cuando mam le deca con la boca llena que donPrudencio tena tantos miles de duros y una finca aqu y otra all...

    Le estoy viendo a Julio con esa tristeza que le da pensarque los dems tienen dinero.

    S, estaba frentico. Despus del viaje de boda donPrudencio me pregunt: T qu quieres? Vivir con tu hermanay conmigo o con tu madre? Yo le dije: Casarme no me he decasar; estar sin trabajar tampoco me gusta; lo que preferira estener una tiendecita de confecciones de ropa blanca y seguir tra-bajando. Pues nada, lo que necesites dmelo. Y puse la tienda.

    Y la tiene usted?

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    Una planchadora de la poca

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    Pues no la tengo. He encontrado que en el amor, como enla medicina de hace ochenta aos, hay dos procedimientos: laalopata y la homeopata.

    Explquese usted claro, don Andrs replic ella con seve-

    ridad.Me explicar. La alopata amorosa est basada en la neu-

    tralizacin. Los contrarios se curan con los contrarios. Por esteprincipio, el hombre pequeo busca mujer grande, el rubiomujer morena y el moreno rubia. Este procedimiento es el pro-cedimiento de los tmidos; que desconfan de s mismos... Elotro procedimiento...

    Vamos a ver el otro procedimiento.El otro procedimiento es el homeoptico. Los semejantes

    se curan con los semejantes. ste es el sistema de los satisfe-chos de su fsico. El moreno con la morena, el rubio con larubia. De manera que, si mi teora es cierta, servir para cono-cer a la gente.

    S?S; se ve un hombre gordo, moreno y chato, al lado de una

    mujer gorda, morena y chata, pues es un hombre petulante yseguro de s mismo; pero el hombre gordo, moreno y chatotiene una mujer flaca, rubia y nariguda, es que no tiene con-fianza en su tipo ni en la forma de su nariz.

    De manera que yo, que soy morena y algo chata...No; usted no es chata.

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    Tienda con sabor barojiano en la calle de la Luna

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    Algo tampoco?No.Muchas gracias, don Andrs. Pues bien; yo que soy more-

    na, y creo que algo chata, aunque usted diga que no, si fuera

    petulante, me gustara ese mozo de la peluquera de la esqui-na, que es ms moreno y ms chato que yo, y si fuera com-pletamente humilde, me gustara el farmacutico, que tieneunas buenas napias.

    Usted no es un caso normal.No?No.Pues qu soy?

    Un caso de estudio.Yo ser un caso de estudio; pero nadie me quiere estudiar.Quiere usted que la estudie yo, Lul? Ella contempl

    durante un momento a Andrs con una mirada enigmtica, yluego se ech a rer:

    Y usted, don Andrs, que es un sabio, que ha encontradoesas teoras sobre el amor, qu es eso del amor?

    El amor?

    S.Pues el amor, y le voy a parecer a usted un pedante, es la

    confluencia del instinto fetichista y del instinto sexual.No comprendo.Ahora viene la explicacin. El instinto sexual empuja el hom-

    bre a la mujer y la mujer al hombre, indistintamente; pero el hom-bre que tiene un poder de fantasear, dice: esa mujer, y la mujerdice: ese hombre. Aqu empieza el instinto fetichista; sobre el

    cuerpo de la persona elegida porque s, se forja otro ms hermo-so y se le adorna y se le embellece, y se convence uno de que eldolo forjado por la imaginacin es la misma verdad. Un hombreque ama a una mujer la ve en su interior deformada, y la mujerque quiere al hombre le pasa lo mismo, lo deforma. A travs deuna nube brillante y falsa, se ven los amantes el uno al otro, y enla oscuridad re el antiguo diablo, que no es ms que la especie.

    La especie! Y qu tiene que ver ah la especie?El instinto de la especie es la voluntad de tener hijos, de

    tener descendencia. La principal idea de la mujer es el hijo. Lamujer instintivamente quiere primero el hijo; pero la naturalezanecesita vestir este deseo con otra forma ms potica, ms suges-tiva, y crea esas mentiras, esos velos que constituyen el amor.

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    De manera que el amor en el fondo es un engao?S; es un engao como la misma vida; por eso alguno ha

    dicho, con razn: una mujer es tan buena como otra y a vecesms; lo mismo se puede decir del hombre: un hombre es tan

    bueno como otro y a veces ms.Eso ser para la persona que no quiere.Claro, para el que no est ilu-sionado, engaado... Por esosucede que los matrimonios deamor producen ms dolores ydesilusiones que los de conve-niencia.

    De verdad cree usted eso?S.Y a usted qu le parece quevale ms, engaarse y sufrir o noengaarse nunca?No s. Es difcil saberlo. Creoque no puede haber una reglageneral. []

    Sentimientos de Andrs

    Una maana, Andrs se encontren la tienda con un militar jovenhablando con Lul. Durantevarios das lo sigui viendo. No

    quiso preguntar quin era, y slo cuando lo dej de ver se

    enter de que era primo de Lul.En este tiempo Andrs empez a creer que Lul estaba dis-

    plicente con l. Quiz pensaba en el militar.Andrs quiso perder la costumbre de ir a la tienda de con-

    fecciones, pero no pudo.Era el nico sitio agradable donde se encontraba bien...Un da de otoo por la maana fue a pasear por la Moncloa.Senta esa melancola, un poco ridcula, del soltern. Un vago

    sentimentalismo anegaba su espritu al contemplar el campo, elcielo puro y sin nubes, el Guadarrama azul como una turquesa.

    Pens en Lul y decidi ir a verla. Era su nica amiga.Volvi hacia Madrid, hasta la calle del Pez, y entr en la tien-decita.

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    Modistillas

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    Estaba Lul sola, limpiando con el plumero los armarios.Andrs se sent en su sitio.Est usted muy bien hoy, muy guapa dijo de pronto

    Andrs.

    Qu hierba ha pisado usted, don Andrs, para estar tanamable?Verdad. Est usted muy bien.Desde que est usted aqu se va usted humanizando. Antes

    tena usted una expresin muy satrica, muy burlona, peroahora no; se le va poniendo a usted una cara ms dulce. Yocreo que de tratar as con las madres que vienen a comprargorritos para sus hijos se le va poniendo a usted una cara

    maternal.Y, ya ve usted, es triste hacer siempre gorritos para loshijos de los dems.

    Qu querra usted ms que fueran para sus hijos?Si pudiera ser; por qu no? Pero yo no tendr hijos nunca.

    Quin me va a querer a m?El farmacutico del caf, el teniente..., puede usted echr-

    selas de modesta, y anda usted haciendo conquistas...

    Yo?Usted, s.Lul sigui limpiando los estantes con el plumero.Me tiene usted odio, Lul? dijo Hurtado.

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    Po Baroja en su despacho de la calle Mendizbal

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    II. LOS UNIVERSOS HISTRICOS

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    Smbolo de la fe, de fray Luis de Granada, le entusiasmaban porsu lenguaje, y el libro de Maln de Chaide, La conversin de laMagdalena, por sus alusiones y sus chistes.

    Chamizo era, como catlico, poco practicante; se le olvida-

    ba muchas veces la misa del domingo y no daba gran impor-tancia a los rezos. Para l esto era pura mecnica; probable-mente, entre los rezos maquinales de los catlicos, los molinosde oracin de los tibetanos y de los chinos y las calabazas lle-nas de oraciones que los calmucos hacen girar con el viento,el ex fraile no encontraba mucha diferencia.

    El padre Chamizo recorra Madrid de un extremo a otro, yle gustaba.

    Al hilo de los paseos de Chamizo, Baroja nos describe aquel Ma-drid, an romntico, siempre pintoresco y, en todo caso, miserable

    Madrid era entonces un pueblo curioso, ms interesanteque muchas ciudades de importancia y que muchos pueblosexteriormente tpicos, por tener un carcter especial, el carc-ter del pueblo, alto, seco, duro. Era difcil que por aquel tiem-

    po hubiera en Europa una capital tan poco mezclada, tan pococosmopolita como Madrid; no tena esa vida arcaica de las ciu-dades viejas, como Venecia o Nuremberg; en Espaa, comoToledo o Salamanca, ciudades todo fachada, ciudades que

    engaan y parecen existir para entusias-mar al extranjero vido de lo pintoresco;no tena grandes aspectos.El Madrid moral estaba en consonancia

    con el Madrid material: pobre, destarta-lado, incmodo, con casuchas mseras,con un empedrado malsimo y, sinembargo, con rincones admirables, notan suntuosos como los de Roma, perocon una gracia ms ligera. Jorge Borrow[clebre viajero britnico del siglo XIX]comprendi en parte el carcter deMadrid como ningn otro escritor nacio-nal y extranjero y not su absurdo atrac-tivo. Borrow sinti la extraeza deMadrid mejor que Larra, que hizo la cr-tica un poco mezquina del seorito que

    96 G U A D E L M A D R I D B A R O J I A N O

    George Borrow (1803-1881),autor deLa Biblia en

    Espaa

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    se cree superior porque ha estado en Pars; sinti Madridmuchsimo mejor que Mesonero Romanos, que pint el cua-drito de costumbres vulgar y rampln, imitando a los costum-bristas franceses del tipo anodino de Jouy.

    Pueblo de poca tradicin, no tena Madrid, como las ciuda-des antiguas, el barrio tpico, monumental, que interesa alarquelogo; su carcter estaba en la vida de las gentes; no habaall la casa gtica, ni el alero con grgolas y canecillos, ni la granfachada del Renacimiento, pero dentro de la pobreza en laconstruccin, qu tipo ms acusado tena todo, lo inanimado ylo vivo, las casas y las calles, como el alma de los hombres!

    Chamizo se diverta en buscar los contrastes, en ver a los

    elegantes de la calle de la Montera y a los majos de la Puertade Moros, en or a los polticos de la Puerta del Sol y a los pale-tos de la plaza de la Cebada, y se entretena en mirar las tien-das, las paeras de la calle dePostas, los comercios de cuchillosde las calles prximas a la PlazaMayor. Quera apresurarse a sor-ber el espritu castellano, que era

    el suyo; identificarse con su pue-blo y hartarse de or su idioma.

    Aunque comprenda que eraabsurdo, le gustaban, ms que lasplazas anchas y suntuosas de lascapitales de Francia, aquellas pla-zoletas de Madrid como la de lasDescalzas o la de la Paja, que no

    le parecan de ciudad, sino dealdea manchega.

    La conspiracin era la fruta madura del tiempo. Don Eugenio deAviraneta hizo de la conspiracin su oficio; en los Episodios Nacio-nales de Galds encontramos personajes y andanzas semejantes.

    Siluetas de conspiradores

    Al da siguiente, por la tarde, don Venancio se encontr aPaquito Gamboa, el militar con quien haba estado en el lazare-to de San Sebastin, en la calle de Atocha; dieron un paseo y, ala vuelta, entraron en el Caf de Venecia, de la calle del Prado.

    E S P A A A P U N T O D E Q U E D A R S E S I N R E Y 97

    Mariano Jos de Larra (1809-

    1837), escritor romntico

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    Se sentaron cerca de laventana. Era aquel localun sitio oscuro, ahumado,con un olor especial en

    que se mezclaban elaroma del caf tostado,con el humo del tabaco, yun tufo como de polillaque echaban los divanesajados de terciopelo.

    Y la mayora de estagente son militares? pre-

    gunt Chamizo.No contest Gamboa.Muchos de estos son vagos, que esperan que llegue el buenmomento charlando en un rincn, fumando y jugando al billar.

    Algunos, que se dan por militares indefinidos y de la reserva, sonaventureros, perdidos, cuando no estafadores.

    Gamboa le habl despus a Chamizo de que se conspirabaactivamente. Supona que Aviraneta andaba en el ajo y que de-

    ban estar complicados Calvo de Rozas, Romero Alpuente, FlrezEstrada, Gallardo y otros constitucionales.

    Gamboa pensaba hablar a Aviraneta y ofrecerse a l. Leinvit a ir a Chamizo a casa de doa Celia, y se fue porquetena que acudir a la guardia.

    Acababa de salir el joven militar cuando entraron en el cafCalvo de Rozas, con un seor grueso, de patillas, y despus,formando otro grupo, dos viejos carcamales, en compaa de

    Aviraneta y de un hombre con aire frailuno.Se sentaron todos en una mesa: los dos carcamales, Flrez

    Estrada y Romero Alpuente, se sentaron en el divn, y losdems, en sillas alrededor. La conversacin se refiri a motivosgenerales de poltica.

    Calvo de Rozas, hombre de mal talante, de aspecto ceudoy sombro, hablaba con una sequedad antiptica. Se deca queen el Sitio de Zaragoza haba mandado despticamente comoun baj. Se le tena por aragons, pero haba nacido en

    Vizcaya. En Francia, en tiempos de la Revolucin, hubiera figu-rado entre los jacobinos.

    Romero Alpuente, un viejo repulsivo, amarillo, con unaspecto de cadver y con los ojos vidriosos, hablaba despa-

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    Escena de taberna, 1902 (leo, por Jos Bermejo

    Sobera 1879-1945?)

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    Aviraneta se qued serio.Y usted qu va a hacer? pregunt.Yo, nada. Yo no le voy a espiar a usted, que es amigo mo.Gracias, don Venancio. Lo que vamos a hacer es una cosa.

    Yo le dar a usted de cuando en cuando alguna noticia quesepa, y usted se la comunicar al curita ese.No me gusta el procedimiento. No s qu traman ellos y

    qu traman ustedes.Nosotros? Muy poca cosa. Sabe usted cul es nuestro

    objeto? Pues es hacer una partida del Trueno para asustar a losrealistas y decidir al Gobierno a que nos acepten a todos en elejrcito y en los ministerios.

    Mal camino han elegido ustedes.Qu quiere usted! Gente joven. Cabezas locas. Y, hablan-do de otra cosa, quiere usted que le diga a don Bartolom JosGallardo que le enve algunos libros raros? Se los enviar, por-que yo responder por usted.

    Usted ser responsable, seor Aviraneta, si mi alma sepierde dijo con energa Chamizo.

    S, es verdad.

    Salieron los dos del caf. Llegaron a la calle del Lobo,donde viva don Eugenio.

    Le ha dicho a usted Paquito Gamboa qu da tenemos queir a cenar a casa de Celia? pregunt Aviraneta.

    No; ha dicho que nos avisar.Se despidi Chamizo de don Eugenio, y se fueron cada uno

    a su casa.Al da siguiente,

    en la librera delseor Martn, Gallardodijo al ex fraile que

    Aviraneta le habahablado de l, y aa-di que le pidiera loslibros que quisiera,que l se los daracon mucho gusto.

    Si yo encuentroalgo que le conven-ga a usted... dijoChamizo.

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    Una librera

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    No, no. Eso es demasiado paraun fraile contest con sornaGallardo. A un fraile no se lepuede pedir que d nada; ustedes

    estn hechos para tomar lo que lesden. Ya sabe usted lo que deca elpadre Barletta, el predicador deNpoles, en su latn macarrnico:Vos quoeritis ame, fratres carissimiqumodo itur ad paradisum? Hocdicut vobis campanae monasteri,dando, dando, dando. []

    La constitucin de las sociedades se-cretas fue uno de los grandes signos dela poca. Ni los poetas el mismo Es-proceda escaparon a esta actitud, querefleja bien la condicin minoritaria delos supuestos movimientos de masas.

    El Tringulo del centro. Explicaciones

    Se haban citado para las dos de la tarde Aviraneta y Tillydelante del cuartel de San Gil, y juntos entraron en la montaadel Prncipe Po, y fueron marchando por el campo hasta lle-gar a la casa del Jardn. Pasaron a la salita que ocupaba Tilly yse sentaron en unos sillones de mimbre.

    E S P A A A P U N T O D E Q U E D A R S E S I N R E Y 101

    Cubierta deAviraneta. La vidade un conspirador

    (Madrid, 1931)

    Una imprenta de la poca

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    Si no ha tomado usted caf le traer una taza indic Tilly.Lo he tomado; pero no tengo inconveniente en tomar ms

    contest don Eugenio.Sali Tilly. Aviraneta se puso a contemplar la sala y las pintu-

    ras de las paredes. La sala era rectangular, las paredes tenanmedias caas doradas y el suelo era de mrmol. El techo estaballeno de pinturas con guirnaldas, angelitos y frutos, y en medio,una ninfa suba por el aire entre nubes, con un ademn elegante

    y amanerado. Haba pocos muebles para el tamao del saln: unaconsola y un sof, los dos rococs, muy llenos de conchas y agrie-tados por todas partes; varias sillas doradas y unos sillones.

    En las dos paredes largas haba pintadas: en una, la vista de

    Npoles con el Vesubio en el fondo; en la otra, la villa de Amalfi,tomada desde el fondo de una gruta. En los testeros se vean: enuno, la ciudad de Capri, con las ruinas del palacio de Tiberio,destacndose sobre grandes montes pedregosos, y en el otro, laabada de Vallombrosa, con su torre antigua, al pie de unas mon-taas llenas de pinos. Estas pinturas al temple, rpidas, aboceta-das, descascarilladas por el tiempo, tenan su gracia amanerada.

    Tilly, al traer una cafetera y una taza, que coloc en un vela-

    dor, dijo:Mira usted las pinturas de mi saln?S.No valen gran cosa, segn dicen.No, como pintura, no; pero como literatura, s.Celebro que me lo diga usted.Por qu?Porque yo me suelo entretener muchsimo mirando estas

    figuras. Querr usted creer que a veces me enternezco pen-sando en esta pastorcita que hay aqu en Capri, y voy a pescarcon estos marineros de Npoles, y paseo con los frailes en laterraza de este convento de Amalfi?

    No me choca; ese sentimentalismo de cabeza es muy pro-pio del hombre terne.

    Don Eugenio llen la taza de caf y encendi un cigarro.Ahora, maestro y compaero nmero Tres dijo Tilly,

    dejmonos de sentimentalismos y de pinturas, y cuntemeusted los comienzos de su sociedad para que pueda estar entodos los detalles.

    No le habl a usted en Ustaritz pregunt Aviraneta deun plan que tena, al llegar a Espaa, d